Foro Internacional
ISSN: 0185-013X
revfi@comex.mx
El Colegio de México, A.C.
México
Enciso, Froylán
Reseña de "El Estado en busca del ciudadano. Un ensayo sobre el proceso político mexicano
contemporáneo" de Lorenzo Meyer
Foro Internacional, vol. XLVI, núm. 1, enero-marzo, 2006, pp. 150-177
El Colegio de México, A.C.
Distrito Federal, México
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=59918307
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Lorenzo Meyer, El Estado en busca del ciudadano. Un ensayo sobre el proceso político mexicano contemporáneo, México, Océano, 2005, 199 pp.
Las boletas electorales pasaban aún de mano en mano, con halo sacro, cuando el ánimo, ungido por encuestas de salida y una aceptación presidencial,
había desbordado ya el Paseo de la Reforma. Los comentaristas políticos se
volcaban sobre los medios para felicitarse y felicitar a México; celebraciones
catárticas hacían burla de la derrota del mounstroso dinosaurio; las manos
levantaban la V de la victoria para aplastar con ese símbolo la historia mexicana del autoritarismo del siglo XX; los nostálgicos lloraban hasta en público
y, así, retroalimentaban el sentimiento de heroismo anónimo que los grandes y pequeños opositores al régimen emanado de la Revolución saboreábamos. Algunos dijeron que vivíamos un hito similar a la caída del muro
de Berlín. Meyer, después del 2 de julio de 2000, dedicó un artículo en el
diario Reforma a decir que no era así, que se trataba de un fenómeno histórico con más similitudes con la toma de la Bastilla: la heterogeneidad de
grupos sociales que habían participado del complejo proceso de transición
a la democracia dejaban en claro que no se había pactado sólo en la élite,
como ocurrió con la reunificación alemana. “No fue cambio de gobierno
sino de régimen”, iniciaba, lapidario, Meyer (Reforma, 6 de julio de 2000).
En sus análisis coyunturales posteriores, Meyer fue partícipe del entusiasmo, sin llegar al desbordamiento de las expectativas, que caraterizó los
primeros tres años de gobierno de Vicente Fox. El eje de sus argumentos
era la idea de que, con la alternancia, la transición a la democracia podría
considerarse algo más que un simple lugar común en el discurso político.
Y más aún, contra lo vaticinado por teóricos elitista como Schmitter y
O’Donnel, la democracia era ya una realidad en México merced a una
alianza entre clases y grupos diversos, como plantea Barrington Moore, en
Social Origins of Dictatorship and Democracy, cuando analiza las características
estructurales que amplían o reducen las posibilidades de establecer una
democracia parlamentaria en sociedades agrarias.
En este libro, Meyer insiste en la idea esbozada en aquel artículo de
que “ahora hay que construir lo nuevo, una tarea nada fácil pero sí muy
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digna”, aunque agrega matices y novedades a su visión de este proceso. La
principal es que no es claro que la transición haya concluido con la alternancia. Su nueva hipótesis es contundente: en la democracia mexicana faltan ciudadanos y élites capaces. La explicación de estos agregados está en lo
que Meyer concienció desde el 2 de julio: “evidentemente se trató de una
experiencia poco común, realmente excepcional, cuya asimilación va a tomar tiempo y que se debe analizar y explicar en el ámbito colectivo” (idem).
En el desarrollo de su idea central, El Estado en busca del ciudadano
plantea que la democracia no es un hecho consumado aún, debido, en primer lugar, a la falta de un mayor ejercicio de la ciudadanía mediante la
participación en asuntos públicos, más allá de lo que la democracia electoral obliga, y, en segundo, por la incapacidad de las élites empresariales en
el gobierno de crear las alianzas que imposibiliten una regresión autoritaria. Meyer encuentra varias explicaciones a la falta de participación ciudadana. La primera y más importante es el alto grado de marginación y
pobreza en que están imbuidos buena parte de los mexicanos. La falta de
estándares mínimos de bienestar hace de las personas, cuando mucho, ciudadanos potenciales. La segunda explicación es la resistencia de la élite política al empuje participativo de la sociedad civil mediante organizaciones
no gubernamentales y otros mecanismos. Una tercera explicación, muy relacionada con la anterior, es la incapacidad de élites partidistas cerradas y
endógenas para crear canales de representación de los intereses de una
población cada vez más consciente de la heregeneidad de sus necesidades
y demandas.
En su explicación sobre la incapacidad del gobierno panista también
incluye varios elementos. Relacionado con lo dicho, explica, apoyado en
antecedentes históricos, que la alternancia no fue producto de un pacto
desde arriba, sino un proceso más amplio, cuya concreción fue posible gracias a la capacidad de establecer alianzas y de movilización del llamado “voto útil”, impulsado desde la derecha mediante un exitoso despliegue de
mercadotecnia. La movilización (y no el triunfo de un acuerdo de las oposiciones o de la propia ideología derechista( explica la falta de un programa de gobierno claro que, a más de falto de resultados alentadores del
apoyo ciudadano, ha abierto la posibilidad del regreso del PRI al gobierno
en 2006, pero ahora con el suplemento fortalecedor de la legitimad electoral. Esta posibilidad se vuelve aún más asequible, si se toma en cuenta el intento de cogobierno de Fox con el PRI durante el sexenio, ante el peligro
del triunfo electoral de la izquierda encabezada por Andrés Manuel López
Obrador. Ilustración de estas deficiencias del foxismo es el pasaje en que
Meyer delinea los términos generales de su crítica: “hasta ahora, la realidad ha quedado por debajo de la promesa; más bien hemos visto un go-
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bierno desorganizado que, por lo general, parece reaccionar más que restringir, que administra el poder pero no lo usa como el instrumento para
hacer realidad ‘la gran idea’. Tal vez la clave sea que el foxismo sólo concentró su energía en asaltar palacio; sin embargo, la toma del poder no era
un fin en sí mismo sino un medio para una meta superior” (p. 151).
Habrá quien conteste a Meyer que, durante mucho tiempo, para las
oposiciones, sobre todo de izquierda, la alternancia, el asalto a palacio, el
deseo de ver rodar la cabeza del dinosaurio era un fin en sí. Esta visión maximalista era apoyada por muchos miembros de la academia mexicana dedicada a los análisis políticos. Creo que Meyer no desconoce estos impulsos,
sino que buscaba algo más profundo: hacernos una crítica desde la raíz a
los demócratas dogmáticos que hemos visto como un hecho positivo que la
democracia sea aceptada como un gran proyecto incuestionable, irrefutable, holista y, por lo mismo, tan endógeno en su conceptuación como puedieron ser algunas aplicaciones de las ideas marxistas o nacionalsocialistas.
Es decir, Meyer nos propone que, en lugar de seguir adjetivando la democracia, agreguemos sustancia, sustantivos. En lugar de seguir preguntándo
qué democracia, tracemos desde las peculiaridades de la sociedad mexicana
y nuestras formas de organización las respuestas al interrogante de para qué
democracia.
El libro muestra una gran capacidad de síntesis. Está dividido en una
introducción y tres capítulos. En la introducción, de tono persuasivo, esboza los motivos que lo llevan realizar este llamado a la participación ciudadana y la responsabilidad política en la élite: “es posible y necesario
construir la imagen de un futuro colectivo mejor que el pasado, pero hay
que tener conciencia que también es posible empantanarnos e incluso retroceder. El peso de la responsabilidad individual y colectiva es hoy mayor
que antes justamente por tener más conciencia de que el abanico de posibilidades no es muy amplio (ya hemos perdido un tiempo histórico precioso( y que nada ha sido ‘escrito por el dedo de Dios’, que nuestro grado de
libertad es significativo y que una pérdida de oportunidades encontrará a
los responsables principales entre nuestras propias filas, no fuera de México” (p. 22). Esta cita es una muestra clara de que (a pesar de ser un libro
escrito por un académico que cita fuentes y fundamenta sus ideas en autoridades y teorías( en muchos momentos toma el cariz normativo de la crítica política. No me detendré en el contenido específico de los primeros
dos capítulos. En ellos se desarrollan los argumentos aquí resumidos mediante análisis históricos con una buena dosis anecdótica, originada quizá
en el hecho de que la mayor parte de la materia prima la constituyeron los
artículos publicados por el autor en medios periodísticos, principalmente
en Reforma. Baste apuntar que el primero está dedicado al análisis del pa-
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pel de la, aunque inasible, muy deseada “sociedad civil” en el cambio de
régimen, y el segundo, a los desarrollos y consecuencias del 2 de julio. Comentaré, el capítulo final.
Luego del citado análisis de la permanencia de valores autoritarios en
la sociedad y de la falta de rumbo del foxismo, este último capítulo diferencia el libro de los estudios llanamente académicos, porque presenta ahí el
bagaje teórico que lo sostiene, y no en un capítulo inicial cuyo folclórico título suele ser el de “marco teórico”. Ante el maniqueísmo de modelos, como el de Giovanni Sartori, que pretenden clasificar los régímenes políticos
en la categoría binaria democracia/no democracia, Meyer prefiere modelos
gradualistas en los que se pueda reflejar la naturaleza cambiante y de constante construcción de la democracia. Por eso elige a Robert Dahl, quien
plantea la participación y la competencia políticas como las principales variables para clasificar los regímenes que tienden a la democracia o (como
Dahl prefiere llamarla, dados los tintes utópicos que ha adquirido ésta( poliarquía. Tal inspiración gradualista se evidencia en Meyer cuando, luego de
hacer el reconocimiento de que “México ya es casi una democracia electoral”, propone que deberá evolucionar hacia un sistema que logre “elevar la
calidad de vida ciudadana en México”. En esta evolución, seguiendo al politólogo estadounidense Larry Diamond, deberá buscarse una “democracia
liberal” donde el respeto al pluralismo activo y el Estado de derecho sean
una realidad: “si la democracia siempre está acompañada de adjetivos, la
mexicana aún está buscando uno que no sólo corresponda a la realidad, sino que le otorgue dignidad que no puede existir en el concepto de pseudodemocracia [¿?] que aún hoy puede serle aplicado” (p. 173).
Con base en la conceptuación extraña de la cita anterior, debo apuntar que, de seguir fielmente la línea de argumentación de Robert Dahl, el
sistema político mexicano debería clasificarse como una oligarquía competitiva que tenderá a la poliarquía en la medida en que la participación
aumente. Así como en su libro de crítica política más popular, Liberalismo
autoritario, Meyer sintetiza con un sustantivo adjetivado su argumento, éste
bien pudo haberse titulado “la democracia oligárquica”, términos que en
principio deberían antagonizar, pero que ante la abundante y picaresca
política mexicana parecerían un pequeño retrato sin retoques.
FROYLÁN ENCISO