PEDRO Y EL CAPITÁN
EDITADO POR "EDICIONES LA CUEVA"
PRÓLOGO
El tema de Pedro y el Capitán lo pensé inicialmente
como una novela, e incluso le había puesto título:
El cepo. Recuerdo que en un reportaje que en 1974
me hizo el crítico uruguayo Jorge Ruffinelli, como él
me preguntara sobre mis proyectos literarios de entonces, le hablé justamente de una eventual futura
novela, llamada El cepo, y le dije, más o menos: Va
a ser una larga conversación entre un torturador y un
torturado, en la que la tortura no estará presente
como tal, aunque sí como la gran sombra que pesa
sobre el diálogo. Pienso tomar al torturador y al torturado no sólo en la prisión o en el cuartel, sino mezclados con la vida particular de cada uno. Bueno, pues
eso es en realidad Pedro y el Capitán.
Yo definiría la pieza como una indagación dramática en la psicología de un torturador. Algo así
como la respuesta a por qué, mediante qué proceso,
un ser normal puede convertirse en un torturador.
Ahora bien, aunque la tortura es, evidentemente, el
tema de la obra, como hecho físico no figura en la
escena. Siempre he creído que, como tema artístico,
la tortura puede tener cabida en la literatura o el
cine, pero en el teatro se convierte en una agresión
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demasiado directa al espectador y, en consecuencia,
pierde mucho de su posibilidad removedora. En
cambio, cuando la tortura es una presencia infamante, pero indirecta, el espectador mantiene una
mayor objetividad, esencial para juzgar cualquier
proceso de degradación del ser humano.
La obra no es el enfrentamiento de un monstruo y
un santo, sino de dos hombres, dos seres de carne y
hueso, ambos con zonas de vulnerabilidad y de resistencia. La distancia entre uno y otro es, sobre
todo, ideológica, y es quizá ahí donde está la clave
para otras diferencias, que abarcan la moral, el ánimo, la sensibilidad ante el dolor humano, el complejo trayecto que media entre el coraje y la cobardía,
la poca o mucha capacidad de sacrificio, la brecha
entre traición y lealtad.
Otro aspecto a destacar es que la obra, de alguna manera, propone una relación torturador-torturado, que, aunque ha sido escasamente tocada por
el teatro, se da frecuentemente en el ámbito de la
verdadera represión, por lo menos en la que se practica en el Cono Sur. En Pedro y el Capitán los cuatro
actos son meros intermedios, treguas entre tortura y
tortura, son los breves períodos en que el interrogador bueno recibe al detenido, que ha sido previa y
brutalmente torturado, y, en consecuencia, es de
presumir que tiene las defensas bajas.
El torturado puede no ser sólo una víctima indefensa, condenada a la inevitable derrota o a la de8
lación. También puede ser (y la historia reciente demuestra que miles de luchadores políticos la han encarado así) un hombre que derrota al poder aparentemente omnímodo, un hombre que usa su silencio
casi como un escudo y su negativa casi como un
arma, un hombre que prefiere la muerte a la traición.
Pero aun para sostener esa actitud digna, entera, insobornable, el preso debe fabricarse sus propias verosímiles defensas y convencerse a sí mismo de su
inexpugnabilidad. Cuando Pedro inventa la metáfora
de que en realidad ya es un muerto, está sobre todo
inventando una trinchera, un baluarte tras el cual resguardar su lealtad a sus compañeros y a su causa. En
la obra hay dos procesos que se cruzan: el del militar
que se ha transformado de buen muchacho en verdugo; el del preso que ha pasado de simple hombre
común a mártir consciente. Pero quizá la verdadera
tensión dramática no se dé en el diálogo sino en el
interior de uno de los personajes: el capitán.
No he querido representar en el preso a un militante de uno u otro sector político. La durísima represión ha abarcado virtualmente todo el espectro
de la izquierda uruguaya, y hasta ha alcanzado a
otros sectores de oposición, como pueden ser la
Iglesia o los partidos tradicionales. Pedro es simplemente un preso político de izquierda que no delata a nadie, y que de algún modo humilla a su interrogador, venciéndolo mientras agoniza. Cada uno
de los cuatro actos concluye con un no.
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De más está decir que, aun en medio de la derrota que hoy sobrellevamos, no estoy por una literatura y menos por un teatro derrotista y lloriqueante, destinados a inspirar lástima y conmiseración. Tenemos que recuperar la objetividad,
como una de las formas de recuperar la verdad, y
tenemos que recuperar la verdad como una de las
formas de merecer la victoria.
"##
(1979)
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PEDRO Y EL CAPITÁN
PRIMERA PARTE
Escenario despejado: una silla, una mesa, un sillón de hamaca o de balance. Sobre la mesa
hay un teléfono. En una de las paredes, un lavabo, con jabón, vaso, toalla, etcétera. Ventana
alta, con rejas. No debe dar, sin embargo, la impresión de una celda, sino de una sala de
interrogatorios.
Entra PEDRO , amarrado y con capucha, empujado por presuntos guardianes o soldados, que
no llegan a verse. Es evidente que lo han golpeado; que viene de una primera sesión leve de apremios físicos. PEDRO queda inmóvil,
de pie, allí donde lo dejan, como esperando
algo, quizá más castigos. Al cabo de unos minutos, entra el C APITÁN, uniformado, la cabeza
descubierta, bien peinado, impecable, con aire
de suficiencia. Se acerca a PEDRO y lo toma de
un brazo sin violencia. Ante ese contacto, PEDRO hace un movimiento instintivo de defensa.
CAPITÁN
No tengás miedo. Es sólo para mostrarte dónde
está la silla.
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Lo guía hasta la silla y hace que se siente. PEDRO está rígido, desconfiado. El C APITÁN va hacia la mesa, revisa unos papeles, luego se sienta
en el sillón.
CAPITÁN
Te golpearon un poco, parece. Y no hablaste,
claro.
PEDRO guarda silencio.
CAPITÁN
Siempre pasa eso en la primera sesión. Incluso es
bueno que la gente no hable de entrada. Yo tampoco hablaría en la primera. Después de todo no
es tan difícil aguantar unas trompadas y ayuda a
que uno se sienta bien. ¿Verdad que te sentís bien
por no haber hablado?
Silencio de PEDRO .
CAPITÁN
Luego la cosa cambia, porque los castigos van
siendo progresivamente más duros. Y al final todos hablan. Para serte franco, el único silencio
que yo justifico es el de la primera sesión. Después es masoquismo. La cuenta que tenés que sacar es si vas a hablar cuando te rompan los dien16
tes o cuando te arranquen las uñas o cuando vomites sangre o cuando... ¿A qué seguir? Bien
sabés el repertorio, ya que constantemente ustedes lo publican con pelos y señales. Todos hablan, muchacho. Pero unos terminan más enteros
que otros. Me refiero al físico, por supuesto. Todo
depende de en qué etapa decidan abrir la boca.
¿Vos ya lo decidiste?
Silencio de PEDRO.
CAPITÁN
Mirá, Pedro..., ¿o preferís que te llame Rómulo,
como te conocen en la clande? No, te voy a llamar Pedro, porque aquí estamos en la hora de la
verdad, y mi estilo sobre todo es la franqueza.
Mirá, Pedro, yo entiendo tu situación. No es fácil
para vos. Llevabas una vida relativamente normal. Digo normal, considerando lo que son estos
tiempos. Una mujercita linda y joven. Un botija
sanito. Tus viejos, que todavía se conservan animosos. Buen empleo en el Banco. La casita que
levantaste con tu esfuerzo. (Cambiando el tono.)
A propósito, ¿por qué será que la gente de clase
media, como vos y yo, tenemos tan arraigado el
ideal de la casita propia? ¿Acaso ustedes pensaron en eso cuando se propusieron crear una sociedad sin propiedad privada? Por lo menos en
ese punto, el de la casita propia, nadie los va a
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apoyar. (Retomando el hilo.) O sea, que tenías
una vida sencilla, pero plena. Y de pronto, unos
tipos golpean en tu puerta a la madrugada y te
arrancan de esa plenitud, y encima de eso te dan
tremenda paliza. ¿Cómo no voy a ponerme en tu
situación? Sería inhumano si no la entendiera. Y
no soy inhumano, te lo aseguro. Ahora bien, te
aclaro que aquí mismo hay otros que son casi inhumanos. Todavía no los has conocido, pero tal
vez los conozcas. No me refiero a los que anoche
te dieron un anticipo. No, hay otros que son tremendos. Te confieso que yo no podría hacer ese
trabajo sucio. Para ser verdugo hay que nacer
verdugo. Y yo nací otra cosa. Pero alguien lo tiene
que hacer. Forma parte de la guerra. También ustedes tendrán, me imagino, trabajos limpios y trabajos sucios. ¿Es así o no es así? Yo seré flojo,
puede ser, pero prefiero las faenas limpias. Como
esta de ahora: sentarme aquí a charlar contigo, y
no recurrir al golpe, ni al submarino, ni al plantón,
sino al razonamiento. Mi especialidad no es la
picana sino el argumento. La picana puede ser
manejada por cualquiera, pero para manejar el
argumento hay que tener otro nivel. ¿De acuerdo? Por eso también yo gano un poco más que
los muchachos eléctricos. (Se da un golpe en la
frente, como sorprendido por su hallazgo verbal.)
¡Los muchachos eléctricos! ¿Qué te parece?
¿Cómo a nadie se le ocurrió antes llamarlos así?
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Esta noche en el casino se lo cuento al coronel: él
tiene sentido del humor, le va a gustar. (Calla un
momento. Mira a PEDRO, que sigue inmóvil y callado.) Si estás cansado de la posición, podés cruzar
la pierna. (PEDRO no se mueve.) Parece que optaste por la resistencia pasiva. El flaco Gandhi sabía
mucho de eso. Pero una cosa eran los hindúes
contra los ingleses y otra muy distinta son ustedes
contra nosotros. La resistencia pasiva hoy en día
no resulta, no resuelve nada. Es, cómo te diré,
anacrónica. Desde que los yanquis ¿viste que
digo yanquis, igual que ustedes? impusieron su
estilo tan eficaz de represión, la resistencia pasiva
se fue al carajo. Ahora la cosa es a muerte. Por
eso yo creo que, aun en esta primera etapa, no te
conviene empecinarte. Fijate que ni siquiera me
contestás cuando te pregunto algo. Eso no está
bien. Porque, como habrás observado, yo no estoy aquí para maltratarte, sino sencillamente para
hablar contigo. Vamos a ver, ¿por qué ese mutismo? ¿Será un silencio despreciativo? Pongamos
que sí. Aquí, en esta guerra, todos nos despreciamos un poco. Ustedes a nosotros, nosotros a ustedes. Por algo somos enemigos. Pero también nos
apreciamos otro poco. Nosotros no podemos dejar de apreciar en ustedes la pasión con que se
entregan a una causa, cómo lo arriesgan todo por
ella: desde el confort hasta la familia, desde el trabajo hasta la vida. No entendemos mucho el sen19
tido de ese sacrificio, pero te aseguro que lo apreciamos. En compensación tengo la impresión de
que ustedes también aprecian un poco la violencia que nos hacemos a nosotros mismos cuando
tenemos que castigarlos, a veces hasta reventarlos, a ustedes que después de todo son nuestros
compatriotas, y por añadidura compatriotas jóvenes. ¿Te parece que es poco sacrificio? También
nosotros somos seres humanos y quisiéramos estar en casa, tranquilos, fresquitos y descansados,
leyendo una buena novela policial o mirando la
televisión. Sin embargo, tenemos que quedarnos
aquí, cumpliendo horas extras para hacer sufrir a
la gente, o, como en mi caso, para hablar con esa
misma gente entre sufrimiento y sufrimiento. Mi
tempo es el intermezzo, ¿viste? (Cambiando de
tono.) ¿Te gusta la música, la ópera? Ya sé que no
me vas a contestar... por ahora. (Retomando el
hilo.) Pero lo que quería decirte es que sospecho
que ustedes aprecian, no sé si consciente o inconsciente, la pasión que nosotros, por nuestra
parte, también ponemos en nuestro trabajo. ¿Es
así? (Por primera vez, el tono de la pregunta empieza a ser conminatorio. PEDRO no responde ni se
mueve.) Decime un poco... A vos no tengo que
explicarte las reglas del juego. Las sabés bien y
hasta tengo entendido que reciben cursillos para
enfrentar situaciones como esta que vivís ahora.
¿O no sabés que entre nosotros hay interrogado20
res malos, casi bestiales, esos que son capaces
de deshacer al detenido, y están también los
buenos, los que reciben al preso cuando viene
cansado del castigo brutal, y lo van poco a poco
ablandando? Lo sabés, ¿verdad? Entonces te habrás dado cuenta de que yo soy el bueno. Así
que de algún modo me tenés que aprovechar.
Soy el único que te puede conseguir alivio en las
palizas, brevedad en los plantones, suspensión de
picana, mejora en las comidas, uno que otro cigarrillo... Por lo menos sabés que mientras estás
aquí, conmigo, no tenés que mantener todos los
músculos y nervios en tensión, ni hacer cálculos
sobre cuándo y desde dónde va a venir el próximo golpe. Soy algo así como tu descanso, tu respiro. ¿Estamos? Entonces no creo que sea lo más
adecuado que te encierres en ese mutismo absurdo. Hablando la gente se entiende, decía siempre
mi viejo, que era rematador, o sea, que tenía sus
buenas razones para confiar en el uso de la palabra. Te digo esto para que te hagas una composición de lugar y no te excedas en tus derechos, si
no querés que yo me exceda en mis deberes. Puedo respetar el derecho que tenés a callarte la
boca, aquí, frente a mí, que no pienso tocarte.
Pero quiero que sepas que no estoy dispuesto a
representar el papel de estúpido, dándote y dándote mi perorata, y vos ahí, callado como un tronco. Tampoco esperes imposibles de parte del
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bueno. Sobre todo cuando el bueno conoce
algunos pormenores de tu trayectoria. Pedro, alias
Rómulo. Más aún y para que no te autotortures
además de lo que vayan a torturarte, te diré
que no tenés ninguna necesidad de hablar de Tomás ni de Casandra ni de Alfonso. La historia de
esos tres la tenemos completita. No nos falta ni un
punto ni una coma, ni siquiera un paréntesis.
¿Para qué te vamos a romper la crisma pidiéndote
datos que ya tenemos y que además hemos verificado? Sería sadismo, y nosotros no somos sádicos, sino pragmáticos. En cambio, sabemos relativamente poco de Gabriel, de Rosario, de Magdalena y de Fermín. En alguno de estos casos, ni
siquiera sabemos el nombre real o el domicilio.
Fijate qué amplio margen tenés para la ayuda que
podés prestarnos. Ahora, eso sí, para completar
esas cuatro fichas, y como sabemos a ciencia cierta que vos sos en ese sentido el hombre clave, estamos dispuestos no yo, en lo personal, digo
nosotros como institución a romperte no sólo la
crisma, sino los huevos, los pulmones, el hígado,
y hasta la aureola de santito que alguna vez quisiste usar, pero te queda grande. Como ves, pongo las cartas sobre la mesa. No podrás acusarme
de retorcido ni de ambiguo. Ésta es la situación. Y
como de alguna manera me caés simpático, te la
digo bien claramente para que sepas a qué atenerte. O sea, que te tengo simpatía, pero no lásti22
ma ni piedad. Y por supuesto hay aquí, en esta
unidad militar que nunca sabrás cuál es, gente que, por principio y sin necesidad de saber
nada de vos, no te tiene simpatía, y es capaz de
llevarte hasta el último límite. Y no sólo a vos.
Ellos, los de la línea durísima, prefieren a veces
traer a la esposa del acusado, y, cómo te diré,
perforarla en su presencia, y hasta hay quienes
son partidarios de la técnica brasileña de hacer
sufrir a los niños delante de sus padres, sobre
todo de su madre. Te imaginarás que yo no comparto esos extremos, me parecen sencillamente
inhumanos, pero si vamos a ser objetivos, tenemos que admitir que tales extremos constituyen
una realidad, una posibilidad, y no me sentiría
bien si no te lo hubiera advertido y un día te encontraras con que algún orangután, como esos
que anoche te dieron sus piñazos de introducción, violara frente a vos a esa linda piba que es
tu mujercita. Se llama Aurora, ¿no? Seguro que
en ese caso te quitarían la capucha. Son orangutanes, pero refinados. ¿Cuánto tiempo llevan de
casados? ¿Es cierto que el último veintidós de octubre celebraste tus ocho años de matrimonio?
¿Le gustó a Aurora la espiguita de oro que le
compraste en la calle Sarandí? ¿Y qué me contás
si llegan a traer a Andresito y empiezan a
amasijarlo en tu presencia? Esto último, como te
decía, aún no ha sido aprobado como recurso,
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pero los asesores lo tienen a estudio, y, claro,
siempre habrá alguno que tendrá que ser el pionero. Nunca estaré de acuerdo con esos procedimientos, porque confío plenamente en el poder de persuasión que tiene un ser humano frente
a otro ser humano. Más aún, estimo que los muchachos eléctricos usan la picana porque no tienen suficiente confianza en su poder de persuasión. Y además consideran que el preso es un objeto, una cosa a la que hay que exprimir por procedimientos mecánicos, a fin de que largue todo
su jugo. Yo, en cambio, nunca pierdo de vista que
el detenido es un ser humano como yo. ¡Equivocado, pero ser humano! Vos, por ejemplo, así
como estás, callado e inmóvil, podrías ser simplemente una cosa. Quizá lo que estás tratando es de
cosificarte frente a mí, pero por quieto y mudo
que permanezcas, yo sé que no sos un objeto, yo
sé que sos un ser humano, y sobre todo un ser
humano con puntos sensibles. Puntos sensibles
que, claro, no poseen las cosas. (Pausa.) ¡Ya pensaste en los huevos, claro! Cuando alguien habla
de puntos sensibles, es de cajón: las mujeres piensan en las tetas, y los hombres en los huevos. Un
matiz que es muy importante no olvidar. Ya lo decía el pobre Mitrione, que se las sabía todas: Dolor preciso, en el lugar preciso, en la proporción
precisa elegida al efecto. Es claro que, desde el
punto de vista de tus respetables convicciones, es
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bravo plantearse a sí mismo la mera posibilidad
de hablar, de entregar datos, referencias. No es
simpático que a uno lo acusen de traidor. Pero
aquí hay un elemento que acaso vos ignores. Un
tratamiento de los que dispensamos sólo a gente
que nos cae bien, como vos, muchacho. Te damos la posibilidad de que nos ayudes y, sin embargo, no quedes mal con tus compañeros. ¿Qué
te parece? A lo mejor creés que es imposible. Te
parecerá vanidad de mi parte, pero para nosotros
nada es imposible. ¿Querés que te lo explique? El
plan tiene cuatro capítulos. Primero. Vos hablás,
cuanto antes mejor, así no tenemos necesidad de
amasijarte: nos decís todo, todito, acerca de
Gabriel, Rosario, Magdalena y Fermín. Fijate que
podíamos ponerte una lista con veinte nombres,
y, sin embargo, de buenos que somos, incluimos
sólo cuatro. Cuatro, ¿te das cuenta? Una bicoca.
Segundo. Llevamos a cabo algunos procedimientos, de acuerdo a los informes que espontáneamente, ¿entendés?, espontáneamente, nos proporciones. Es claro que esos procedimientos nos
sirven, entre otras cosas, para comprobar si
efectivamente estás colaborando, o, por el contrario, querés tomarnos el pelo. No te aconsejo la segunda opción. Si, en cambio, confirmamos la primera, no te vamos a soltar enseguida, claro. Eso
por tu bien, para que tus compañeros no sospechen. Dejamos pasar un tiempo prudencial y des25
pués te largamos. Lindo, ¿no? Tercero. Inventamos un documento en clave, o una lista de teléfonos, o cualquier otra cosa en la que nos pondríamos fácilmente de acuerdo, y hacemos público que la razzia se debió al descubrimiento fortuito de esa nómina o lo que sea, y sobre todo a
nuestra capacidad deductiva, así de paso quedamos bien. Como ustedes lo tienen todo compartimentado, cada célula creerá que la lista proviene
de otro berretín. Cuarto. Te soltamos por fin, y
vos, cuando te juntes con los muchachos, les decís que negaste todo con tanta firmeza que nos
convenciste de tu inocencia. ¿Qué te parece? (PEDRO sigue inmóvil.) Te advierto que no podés esperar, verosímilmente, una solución mejor que
esta que te estoy proponiendo. Tené en cuenta
que no se ha empleado nunca hasta ahora, de
modo que las sospechas sobre vos no harán carrera. Más aún, tengo la impresión de que vas a
salir favorecido en cuanto a prestigio y autoridad.
Y de paso te librás de toda esa porquería. Sos
muy joven para destruir te porque sí, para
arruinarte. Podrías volver con Aurora y con el
pibe. ¿No se te hace agua la boca? Aurora te recibiría como a un héroe, y, claro, al principio tendrías algún remordimiento, pero con una mujercita como la tuya los remordimientos se esfuman en
la cama. Eso sí, tenés que responderme. Hasta
ahora soporté que no dijeras nada. Pero pocos
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detenidos tienen el privilegio de recibir una propuesta tan generosa. ¿Por qué me habrás caído
tan bien? De manera que tenés que responderme.
Para que vos y yo sepamos a qué atenernos. Concretemos, pues; frente a esta propuesta, ¿estás
dispuesto a hablar, estás dispuesto a darnos la información que te pedimos? (Se hace un largo silencio. PEDRO sigue inmóvil. El CAPITÁN sube el
tono.) ¿Estás dispuesto a hablar? (La capucha de
PEDRO se mueve negativamente.)
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SEGUNDA PARTE
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El mismo escenario, desierto.
Pasados unos minutos, PEDRO (siempre amarrado y con capucha) es nuevamente arrojado a
escena, como en la escena anterior, pero con
más violencia. Ahora está más deteriorado. Es
evidente que el castigo sufrido ha sido severo.
PEDRO busca a tientas la silla. Por fin la encuentra y a duras penas se sienta. De vez en cuando
sale de su boca un ronquido apenas audible.
Entra el C APITÁN : igual aspecto y vestimenta
que en la escena anterior. Observa detenidamente a PEDRO, como haciendo inventario de
sus nuevas magulladuras y heridas.
CAPITÁN (todavía de pie, con las piernas abiertas y
los brazos cruzados)
¿Viste? Ya empezó el crescendo. No podrás decir
que no te lo advertí. ¡Mirá que son bestias estos subordinados! Y hay que dejarlos hacer. De lo contrario, capaz que nos revientan a nosotros. (Pausa.)
¿Te lo creíste? No, lo digo en broma. Pero la verdad
es que hay más de un oficial que les tiene miedo.
(Pausa.) ¿Y qué tal? Te dejé tiempo para que lo pen31
saras. ¿Lo pensaste? (Silencio e inmovilidad de PETe advierto una cosa. No creas que vamos a
seguir todo un semestre en esta situación, digamos
estancada. Por un lado, no creo que tu físico vaya a
aguantar mucho tiempo. No sos lo que se dice un
atleta. No me refiero a mis preguntas, claro, sino a
los muchachos eléctricos. (Cambiando de tono.) A
propósito, mi broma le hizo mucha gracia al coronel. No sólo se rió, sino que me dijo: Capitán, tenemos que cuidar que no haya un solo apagón. El
chiste no es bueno, pero me reí, qué iba a hacer.
(Retomando el hilo.) ¿Qué te estaba diciendo? Ah,
sí, que estábamos estancados. Por mi parte, quiero
salir de este estancamiento. Me imagino que vos
también. Por eso he decidido introducir un elemento nuevo en la situación. (Pausa.) ¿No te pica la curiosidad? ¿Qué será, eh? ¿Un testigo? ¿Alguien que
ya te delató? (Nueva pausa, destinada a crear expectativa.) No, nada de eso. El nuevo elemento van
a ser tus ojos. Quiero que veas y que yo pueda ver
cómo ves. (Se acerca a PEDRO y de un tirón le quita
la capucha. PEDRO tiene la cara con heridas y huellas de golpes: abre y cierra varias veces los ojos encandilados.) Bueno, bueno. (Sonríe.) Mucho gusto.
Es mejor vernos las caras, ¿no? Nunca me ha gustado dialogar con una arpillera. Hay algunos colegas
que no quieren que el detenido los vea. Y alguna
razón tienen. El castigo genera rencores, y uno nunca sabe qué puede traernos el futuro. ¿Quién te dice
DRO .)
32
que algún día esta situación se invierta y seas vos
quien me interrogue? Si eso llegara a ocurrir, te prometo colaborar un poco más que vos. Pero no va a
ocurrir, no te ilusiones. Hemos tomado todas las
precauciones para que no ocurra. Por otra parte, a
mí no me preocupa que conozcas mi cara. Lo más
que podrás achacarme es que estuve preguntando
y preguntando, pero eso no genera rencor, creo. ¿O
lo genera? (Pausa.) Así, sin capucha, te es un poco
más difícil hablar, ¿verdad?
PEDRO
Sí.
CAPITÁN
¡Caramba! Primer monosílabo. Toda una concesión. ¡Bravo!
PEDRO (tiene cierta dificultad al hablar, debido a la
hinchazón de la boca)
Quiero aclararle que el hecho de que usted no
participe directamente en mi tortura, no garantiza
que no lo odie, ni siquiera que lo odie menos.
CAPITÁN (se sorprende un poco, pero reacciona)
Está bien. Me gusta el juego limpio.
PEDRO
No. No le gusta. Pero no importa. Quiero decirle,
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además, que con capucha no abrí la boca porque
hay un mínimo de dignidad al que no estoy dispuesto a renunciar, y la capucha es algo indigno.
CAPITÁN (después de un silencio)
Eso del odio, ¿por qué lo dijiste?
PEDRO
¿Por qué lo dije?
CAPITÁN
Sí. Puedo comprender que lo sientas. En cambio,
no puedo comprender que me lo digas así, descaradamente. Aquí soy yo el que está arriba, y vos
sos el que está abajo. ¿O te olvidaste?
PEDRO
No, no me olvidé.
CAPITÁN
Y mostrar odio, genera odio.
PEDRO
Claro.
CAPITÁN
Te advierto que no voy a entrar en ese juego. Soy
cristiano, pero no acostumbro a poner la otra mejilla.
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PEDRO
Por supuesto. El que las pongo soy yo, y mire
cómo las tengo. Las mejillas y la espalda y las
piernas y las uñas.
CAPITÁN
Y mañana los huevos.
PEDRO
Si usted lo dice.
CAPITÁN
Lo digo, lo ordeno y otros lo cumplen. ¿Qué te
parece? (Gesto de PEDRO. El CAPITÁN suelta una
risita nerviosa.) De todas maneras, te aconsejo
que no me provoques, soy de pocas pulgas,
¿sabés?
PEDRO
Lo sé. Quizá yo sepa más de usted que usted de
mí.
CAPITÁN (con ironía)
¡No me digas!
PEDRO
Sí le digo. En su afán de extraerme lo que sé y lo
que no sé, usted no advierte que se va mostrando
tal cual es.
35
CAPITÁN
¿Y cómo soy?
PEDRO
Bah...
CAPITÁN
Me parece que te pregunté cómo soy.
PEDRO
Sí, ya sé. Pero es absurdo. Me mete en cana, hace
que me revienten, y encima exige que le sirva de
analista. ¡Eso no!
CAPITÁN
Después de todo, ya me imagino cómo soy.
PEDRO
Entonces estoy de acuerdo con ese autodiagnóstico.
CAPITÁN
¿Y si me imagino noble y digno?
PEDRO
¿Sabe lo que pasa? Usted no puede venderse a sí
mismo un tranvía. (Pausa muy breve.) No se puede imaginar noble y digno.
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CAPITÁN (gritando)
¡Callate!
PEDRO
¿Cómo? ¿No quería que hablara? Y ahora que
me decido a hablar...
CAPITÁN (más bajo, pero concentrado)
Callate, estúpido.
PEDRO
Está bien.
CAPITÁN (al cabo de un rato, más calmo, como si recapacitara)
Después de todo, a lo mejor no me considero noble y digno. Pero ¿a quién le importan mi nobleza
y mi dignidad? ¿Eh? ¿A quién?
PEDRO
Deberían importarle a usted. Lo que es a mí...
CAPITÁN
¿Eso también está en las instrucciones? ¿Establecer una distancia sanitaria con el interrogador?
PEDRO
Es usted quien establece la distancia. ¿Cómo pue37
de haber comunicación, aproximación, diálogo,
etcétera, entre un torturado y su torturador?
CAPITÁN (con cierta alarma)
Yo ni siquiera te he tocado.
PEDRO
Sí, ya sé; es el bueno. Pero ¿es que aquí hay
buenos y malos? ¿Usted no será como el
mastodonte que me hace el submarino, como la
bestia que me aplica la picana? ¿El mismo engranaje, la misma máquina? ¿Acaso usted mismo
puede creer que hay diferencia?
CAPITÁN
Te estás pasando de insolente.
PEDRO
Entonces vuelvo a callarme.
CAPITÁN (después de un silencio)
¿Y no quisieras preguntarme nada?
PEDRO (sorprendido)
¿Preguntar yo?
CAPITÁN
Sí, preguntar vos.
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PEDRO
¿De qué se trata? ¿Una nueva técnica post Mitrione?
CAPITÁN
A lo mejor.
PEDRO (recapacitando)
Bueno, voy a preguntarle: ¿tiene familia?
CAPITÁN (a su vez sorprendido)
¿Y a vos qué te importa?
PEDRO
Como importarme, nada. A quien debe importarle, si la tiene, es a usted.
CAPITÁN
¿Me estás amenazando?
PEDRO
¡Eso se llama deformación profesional! Ustedes,
cuando se acuerdan de la familia de uno, es siempre para amenazar.
CAPITÁN
Y entonces ¿para qué querés saber?
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PEDRO
Porque si tiene padres, mujer e hijos, debe ser jodido para usted cuando vuelve a casa.
CAPITÁN (gritando)
¿Qué decís?
PEDRO
Me explico: que para usted debe ser jodido, después de interrogar a un recién torturado, darle un
besito a su mujer o a su hijo, si lo tiene.
El CAPITÁN se levanta de un salto, perdida toda
compostura, y le da a PEDRO un puñetazo en la
boca.
PEDRO (trata de mover los labios, y habla con más
dificultad que antes)
Menos mal que usted es el bueno.
CAPITÁN
Todo tiene su límite.
PEDRO
Se va a arruinar, capitán. No olvide que el bueno no puede ni debe propinar piñazos a un hombre amarrado. (Pausa.) De todas maneras, le comunico que no puede competir con sus colegas
de la noche. Ellos lo hacen muchísimo mejor. Y es
40
lógico. Lo que ellos hacen eléctricamente, usted
lo hace a tracción a sangre. Así no se puede competir.
CAPITÁN
Dije basta.
PEDRO
¿No lo reñirán cuando se den cuenta de que perdió la calma? Violó las normas, capitán.
CAPITÁN (hablando entre dientes)
Mirá, mocoso, callate.
PEDRO
No le gustó lo de la familia, ¿eh? Primero: quiere
decir que la tiene. Segundo: que no es tan insensible.
CAPITÁN (más calmo)
¿Vas a hablar entonces?
PEDRO
Estoy hablando, ¿no?
CAPITÁN
Sabés a qué me refiero.
41
PEDRO
Capitán: no saque conclusiones descabelladas.
CAPITÁN (desorientado)
Pero ¿por qué?, ¿por qué? (Gesto de PEDRO.) ¿No
te das cuenta, cretino, de que te están utilizando?
¿No te das cuenta de que otros ponen las ideas y
vos ponés la cara?
PEDRO
Está bien esa frase. ¿De dónde la sacó? (Pausa.)
Incluso a veces puede ser cierta.
CAPITÁN
¿Y entonces?
PEDRO
Entonces, nada. Lo esencial no es el defecto individual...
CAPITÁN (concluyendo la frase)
... sino la voluntad colectiva. Párrafo siete, inciso
(a), de la declaración interna que analizaron ustedes en agosto.
PEDRO
Y si conocen la declaración de agosto, ¿para qué
toda esta farsa?
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CAPITÁN
Una cosa es la declaración, y otra sos vos.
PEDRO
O sea, que tenemos un soplón.
CAPITÁN
¿Por qué no? ¿Qué esperabas?
PEDRO
¿Y cómo es que no les dijo todo sobre Gabriel,
Rosario, Magdalena y Fermín?
CAPITÁN
Porque no lo sabe.
PEDRO
Ah.
CAPITÁN
En cambio, sí sabía de vos y por eso caíste. Y además nos dijo que vos sí sabías sobre los otros cuatro.
PEDRO
Ah.
CAPITÁN (después de un largo silencio)
Decime un poco, ¿vos sabés lo que te espera?
43
PEDRO
Me lo imagino.
CAPITÁN
Tal vez sea bastante peor de lo peor que imaginás.
Diariamente hacemos progresos.
PEDRO
Lo que imagino siempre es peor.
CAPITÁN
Pero ¿qué sos?, ¿un suicida?
PEDRO
Nada de eso. Me gusta bastante vivir.
CAPITÁN
¿Vivir reventado?
PEDRO
No, vivir simplemente.
CAPITÁN
Yo te ofrezco que vivas, simplemente.
PEDRO
No, simplemente no. Usted me ofrece que viva
como un muerto. Y antes que eso prefiero morir
como un vivo.
44
CAPITÁN
Bah, frases.
PEDRO
Se la dije a propósito. Pensé que le gustaban. Ustedes, cuando dicen un discurso, hablan siempre
en bastardilla.
CAPITÁN (después de un silencio)
Antes me preguntaste por la familia. Sí, tengo mujer y un casalito. El varón, de siete años; la niña,
de cinco. Es cierto que a veces, cuando llego del
trabajo, es difícil enfrentarlos. Aquí no torturo,
pero oigo demasiados gemidos, gritos desgarradores, bramidos de desesperación. A veces llego
con los nervios destrozados. Las manos me tiemblan. Yo no sirvo demasiado para este trabajo,
pero estoy entrampado. Y entonces encuentro
una sola justificación para lo que hago: lograr que
el detenido hable, conseguir que nos dé la información que precisamos. Es claro que siempre
prefiero que hable sin que nadie lo toque. Pero
ese ejemplar ya no se da, ya no viene. Las veces
que conseguimos algo, es siempre mediante la
máquina. Es lógico que uno sufra de ver sufrir.
Dijiste que no era insensible, y es cierto. Entonces, fijate, la única forma de redimirme frente a
los niños, es ser consciente de que por lo menos
45
estoy consiguiendo el objetivo que nos han asignado: obtener información. Aunque a ustedes
tengamos que destruirlos. Es de vida o muerte. O
los destruimos o nos destruyen. Vida o muerte.
Vos metiste el dedo en la llaga cuando mencionaste mi familia. Pero también me hiciste recordar
que de cualquier manera tengo que hacerte hablar. Porque sólo así me sentiré bien ante mi mujer y mis hijos. Sólo me sentiré bien si cumplo mi
función, si alcanzo mi objetivo. Porque de lo contrario seré efectivamente un cruel, un sádico, un
inhumano, porque habré ordenado que te torturen para nada, y eso sí es una porquería que no
soporto.
PEDRO (lo mira con cierta curiosidad, con un interés
casi científico, como quien examina una especie
extinguida)
¿Algo más?
CAPITÁN
Sí, una pregunta. Es la misma de antes, pero aspiro a que ahora la entiendas mejor, confío en que
te des cuenta de toda la vida que pongo detrás de
ella. ¿Vas a hablar?
PEDRO (todavía estupefacto ante la perorata del CAPITÁN , pero sin perder nada de su fuerza)
No, capitán.
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TERCERA PARTE
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48
El mismo escenario.
El CAPITÁN está en el sillón, meciéndose como
ensimismado. Ha perdido la compostura y el
atildamiento de las escenas anteriores. Está
despeinado, se ha desabrochado la camisa y
tiene floja la corbata. Se inclina sobre la mesa y
descuelga el tubo del teléfono.
CAPITÁN
¡Tráiganlo! (Cuelga.)
Otra vez vuelve a mecerse en el sillón. A veces
parece respirar con dificultad. Transcurren varios minutos. Se oyen ruidos cercanos. PEDRO
es arrojado en la habitación. Tiene capucha. La
ropa está desgarrada y con abundantes manchas de sangre. Queda tendido en el suelo, inmóvil. El CAPITÁN se le acerca. Sin quitarle la
capucha, lo examina, ve sus múltiples heridas y
contusiones. Cuando le toma un brazo, se oye
un ronco quejido. Entonces lo suelta. Parece
desorientado y se aleja de aquel cuerpo.
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CAPITÁN
¡Pedro!
El cuerpo no responde, pero trata de moverse.
El CAPITÁN vuelve a acercarse, y esta vez lo sostiene con fuerza y lo lleva hasta la silla. Pero el
cuerpo de PEDRO se inclina hacia un costado.
El CAPITÁN lo sostiene y vuelve a acomodarlo.
Cuando comprueba que por fin tiene estabilidad, regresa a su sillón y de nuevo se mece.
Debajo de la capucha empiezan a oírse ciertos
sonidos, pero al principio no se distingue si se
trata de risa o de llanto. El cuerpo se sacude.
El CAPITÁN suspende su balanceo, y espera, tenso. Pero el ruido sigue, confuso, ambiguo. Entonces se pone de pie, va hacia PEDRO, y de un
tirón le quita la capucha. Sólo entonces se hace
evidente que PEDRO ríe. Con un rostro totalmente deformado y tumefacto, pero ríe.
CAPITÁN
¿De qué te ríes, estúpido?
PEDRO (como si el C APITÁN no le hubiera hablado)
Y en plena sesión de picana, sobrevino el apagón, ese mismo apagón que previó su maldito coronel. Y pobres, los mastodontes no sabían qué
hacer, porque sin corriente no son nada. Y estaba
aquella muchacha con la picana en la vagina, y
50
cuando vino el apagón no sé cómo les pudo dar
una patada. Y el bestia prendió un fósforo, pero la
picana (ríe) no marcha a fósforos. (Ríe a carcajadas.) No marcha a fósforos. (A partir de este momento y durante casi toda la escena, PEDRO dará
la impresión de alguien que delira, o quizá, de alguien que simula estar delirando. Es importante
que se mantenga esta ambigüedad.) Quedaba la
pileta, claro, con su agüita de mierda y sus soretes
boyando, pero es difícil hacerlo a oscuras. La pileta no es eléctrica, claro, pero a veces le dan su
correntina. Y no es confortable hacerlo en mitad
de un apagón. A oscuras no puede saberse cuándo el tipo no da más. El doctor precisa buena iluminación para diagnosticar la proximidad del
paro cardíaco. Así hubo que suspender la sesión.
CAPITÁN
Pedro.
PEDRO
Me llamo Rómulo.
CAPITÁN
No, te llamás Pedro.
PEDRO
A lo sumo Rómulo, alias Pedro.
51
CAPITÁN
No me confundas. Pedro, alias Rómulo.
PEDRO
Nada.
CAPITÁN
¿Qué?
PEDRO
Nada, no tengo nombre ni alias. Nada.
CAPITÁN
Pedro.
PEDRO
Pedro Nada. Nada es mi apellido paterno. ¿No lo
sabía, capitán? Se lo estoy revelando en este preciso instante. ¿No llama al taquígrafo? Es una declaración importante. ¿O tiene puesto el grabador? Pedro Nada. Y mi apellido materno es Más.
O sea, completito: Pedro Nada Más. (Ríe dificultosamente.)
CAPITÁN (espera que concluya la risa de PEDRO )
¿Qué te pasa?
PEDRO
Como pasarme, pasarme, nada importante. Estoy
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en la muerte, y chau. Pero a esta altura la muerte
no me importa.
CAPITÁN
Estás vivo. Y podés estar más vivo aún.
PEDRO
Se equivoca, capitán. Estoy muerto. Estamos
como quien dice en mi velorio.
CAPITÁN
No te hagas el delirante. Conmigo no va ese teatro.
PEDRO
No es teatro, capitán. Estoy muerto. No sabe qué
tranquilidad me vino cuando supe que estaba
muerto. Por eso ahora no me importa que me
apliquen electricidad, o me sumerjan en la mierda, o me tengan de plantón, o me revienten los
huevos. No me importa porque estoy muerto y
eso da una gran serenidad, y hasta una gran alegría. ¿No ve que estoy contento?
CAPITÁN
Sos el primer muerto que habla como un loro.
PEDRO
Muy bien, capitán, excelente: se dio cuenta de la
53
contradicción. Se está entrenando para la dialéctica, ¿eh? Estoy muerto y hablo como un loro.
¡Bravo, capitán! ¿Quién hubiera dicho que iba a
llegar a tan brillante conclusión? ¡Bravísimo! Pido
que conste en la grabación mi voluntad de aplaudir; no mis aplausos, claro, porque estoy amarrado. (Pausa.) Le debo una explicación. Quiero decir que estoy técnicamente muerto, pero todavía
funciono como cuerpo, es decir, hago pichí, me
hago caca. No diría que eructo, porque como me
matan a hambre, no tengo prácticamente nada
para eructar. Ahora bien, digo que estoy técnicamente muerto porque no me van a extraer ni un
solo numerito de teléfono, ni siquiera el número
de mi camisa, y, en consecuencia, me van a seguir dando y dando. Y este cuerpito frágil ya
aguanta poco más, muy poco más. Como usted
bien observó, capitán, no soy un atleta. Y como
me van a seguir dando y dando, bueno, por eso
estoy muerto, técnicamente muerto. ¿Entendió,
capitán? No sabe qué tranquilidad me vino cuando me di cuenta. Todo cambió. Por ejemplo a usted le tenía odio, y se lo dije, y, en cambio, dado
que estoy muerto, ahora le tengo lástima. Siento
que por primera vez les saqué una ventaja considerable, casi diría inconmensurable.
CAPITÁN
No estés tan seguro. ¿Cómo sabés hasta dónde
54
aguantarás? Eso sólo se sabe cuando llega el momento. Aguantaste hasta ahora. Pero ya te dije
antes que no hemos llegado al máximo: que todos los días descubrimos algo nuevo.
PEDRO
Reconozco que ésa era la preocupación que tenía
cuando estaba vivo: hasta dónde podría aguantar. Porque cuando uno está vivo, quiere seguir viviendo, y eso es siempre una tentación peligrosa.
En cambio, la tentación se acaba cuando uno
sabe que está muerto.
CAPITÁN
¿Y el dolor?
PEDRO
Es cierto: el dolor. Qué importante es el dolor
cuando uno está vivo. Pero qué poquito significa
cuando uno está muerto.
CAPITÁN
Vos no estás muerto, carajo. (Pausa.) Pero a lo
mejor estás loco.
PEDRO
Le hago una concesión, capitán: loco, pero
muerto.
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CAPITÁN
O te pasás de vivo.
PEDRO
¡Otra observación sagaz, capitán! Porque nadie se
puede pasar de muerto.
CAPITÁN (impaciente)
¡Pedro!
PEDRO
Pedro Nada Más.
CAPITÁN
¡Me cago en tu nombre completo!
PEDRO
Le comunico que se ha cagado usted en un cadáver, y eso, en cualquier parte del mundo y bajo
cualquier régimen, constituye una falta de respeto.
C APITÁN (tratando de llevar el diálogo a un cauce
más normal)
Tenés que hablar, Pedro. Te soy franco: te he tomado simpatía. No quiero que te revienten.
PEDRO
Ya me reventaron, capitán. Su rapto de bondad
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llegó tarde. ¡Cuánto lo lamento! Ya no tengo hígado, y es probable que no tenga huevos. Por las
dudas, no me he fijado.
CAPITÁN
No quiero que te destruyan.
PEDRO
¿Por qué habla en tercera persona plural?
CAPITÁN
No quiero que te destruyamos.
PEDRO
Así está mejor. ¿No le gustan las ruinas? Digamos
Pompeya, Herculano, Machu Picchu, Pedro Nada
Más, etcétera.
CAPITÁN
Callate, tarado.
PEDRO
Los que se callan son los vivos. ¿Se acuerda, capitán, cómo me callaba cuando estaba vivo? Pero
los muertos podemos hablar. Con la poquita lengua, la apretada garganta, los cuatro dientes, los
labios sangrantes, con ese poco que ustedes nos
dejan, los muertos podemos hablar. (Pausa.) De
su familia, por ejemplo.
57
CAPITÁN
¿Otra vez? ¿Por qué no hablamos de la tuya?
PEDRO
O de la mía, ¿por qué no?
CAPITÁN
De tu mujer.
PEDRO
De mi viuda, dirá. En realidad, Aurora...
CAPITÁN (tajante)
Alias Beatriz.
PEDRO queda en silencio. La cabeza le cae sobre
el pecho.
CAPITÁN (sonríe)
¿Cómo? ¿No estabas muerto? Parece que todavía
tenés reflejos.
PEDRO sigue inmóvil, siempre con la cabeza caída hacia adelante.
CAPITÁN
Aurora, alias Beatriz. ¿No te había dicho que todos los días ponemos cartas sobre la mesa?
58
PEDRO va de poco a poco levantando cabeza,
pero ahora su mirada está como perdida en algún punto lejano. Empieza a hablar en tono
muy bajo, casi un susurro, y luego de a poco va
subiendo la voz.
PEDRO
Cuando yo era chico, soñaba con el mar. Ahora
que tengo doce años, prefiero verlo. Nicolás dice
que no es mar. Nicolás...
CAPITÁN (acotando)
Alias Esteban...
PEDRO
... dice que es río. Pero en los ríos se ve siempre la
otra orilla y aquí no. Y además no son salados. Y
éste es salado. Así que yo lo llamo mar. Lo llamo
mar. Y cuando lo llamo, hundo los pies en la arena, y la arena se mete entre mis dedos. Me hace
cosquillas.
CAPITÁN (como contagiado por PEDRO, él también se
transfigura. Uno y otro van hablando alternativamente, sin dialogar. En realidad, son dos monólogos cruzados) Yo tenía que darle una rosa. No sé
por qué, pero tenía. Ella venía con su madre y su
prima. Ella venía y yo la miraba, pero yo tenía
59
que darle una rosa. Y una tarde la robé del jardín
de la embajada, y el policía me corrió y dijo botija
de mierda y me corrió, pero yo corrí más y me
vino asma. Pero cuando llegué al parque, cuando
llegué a la fuente, ya me había pasado el asma,
aunque igual me saltaba el corazón, y entonces
me acerqué y le di la rosa y ella primero me miró
sorprendida, luego pestañeó y enseguida arrojó la
rosa al agua de la fuente.
PEDRO
Yo quería ser vagabundo y a los trece me fui de
casa. Y caminé toda la mañana y me sentía eufórico, libre, feliz. Y como tenía en el bolsillo un
vuelto que era de mamá, al mediodía me compré
dos especiales de jamón y queso, y una malta. Y a
la tarde, debido al sol tan fuerte, me quedé dormido en un banco de la plaza, y sólo me desperté
con la sirena de los bomberos. Pero ellos pasaron
de largo y yo caminé y caminé, con perros siguiéndome y sin perros, y entonces me empezaron a doler las rodillas y se encendieron los faroles de la calle, y cuando estaba a punto de llorar
me vio mamá desde la vereda de enfrente y gritó
mijito y ahí terminó mi carrera de vago.
CAPITÁN
Andrés me seguía a todas partes porque me odiaba, y yo percibía ese odio tan intensamente que
60
no podía menos que odiarlo yo también. Y un día
no pude más y me di vuelta, y lo enfrenté, y entonces él también se dio vuelta y salió disparando.
Y entonces yo empecé a seguirlo y nos odiábamos intensamente, pero él nunca se dio vuelta ni
me enfrentó.
PEDRO
Venía todas las tardes a la biblioteca, y se sentaba
a estudiar matemáticas. Yo estudiaba historia,
pero en realidad no estudiaba nada porque me
pasaba mirándola de reojo y tratando de investigar si ella también me miraba de reojo, pero nunca coincidíamos en las investigaciones, así que
pasamos todo un trimestre mirándonos si mirábamos. Hasta que una tarde Aurora...
CAPITÁN
... alias Beatriz...
Aunque el CAPITÁN lo dijo mecánicamente, es
como si así se rompiera un sortilegio.
PEDRO
Está bien, usted lo sabe todo, capitán, pero eso
no va a impedir que yo esté muerto. Y también sé
algo más. Por ejemplo, que ustedes saben que ella
no sabe, pero imaginan que yo sé.
61
CAPITÁN
Igual podemos traerla.
PEDRO
Razón de más para estar muerto. Cuanto antes
mejor. Los muertos no somos chantajeables.
CAPITÁN (después de una pausa larga)
¿Por qué será que me caés bien a pesar de las
sandeces que decís?
PEDRO
¿Será que le gustan las sandeces?
CAPITÁN
No, no es eso. Lo que pasa es que usted... (Se
interrumpe, sorprendido, da unos pasos en la habitación.) ¿Usted? ¿Y ahora por qué, así de repente, dejé de tutearlo? (Por primera vez PEDRO sonríe.) No, no se ría. Sentí de pronto que debía tratarlo de usted. Nunca me había pasado eso.
PEDRO (siempre sonriendo)
No te preocupes. En compensación, yo voy a tutearte.
CAPITÁN (asiente con la cabeza)
Está bien. Me parece justo.
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PEDRO (casi gozoso)
¿Arrancamos?
CAPITÁN
Claro.
PEDRO
Empezá vos.
CAPITÁN
No, empiece usted.
PEDRO
¿Ya te dije que estoy muerto? Ah, sí, te lo dije
cuando aún no te tuteaba. Bien, pero antes de
irme de este barrio, quisiera desentrañar algo que
para mí es un misterio.
CAPITÁN
Ah. Y yo ¿qué tengo que ver?
PEDRO
Tenés que ver, cómo no. Quiero desentrañar el
misterio de cómo un hombre puede, si no es un
loco, si no es una bestia, convertirse en un torturador. (Pausa.) Fijate que estoy muerto, o sea, que
no lo voy a contar a nadie. Es para mí nomás.
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CAPITÁN (hablando lentamente)
Yo no soy eso.
PEDRO
¿Ah no?
CAPITÁN
Ya se lo expliqué.
PEDRO
Pero a mí no me importa tu explicación. Vos
sabés que lo sos. (Pausa.) A ver, contame cómo
sucedió eso. ¿Trauma infantil? ¿Convicción profunda? ¿Enajenación pasajera? ¿Preparación en
Fort Gulick?
CAPITÁN (encogiéndose de hombros)
Bueno, soy anticomunista.
PEDRO
Sí, me lo imagino. Pero no alcanza como explicación. En el mundo hay millones de anticomunistas que no son torturadores. El Papa, por ejemplo.
CAPITÁN
No todos se realizan. (Ríe, como si lo dicho fuera
broma.)
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PEDRO
De acuerdo, no todos se realizan. Pero vos, ¿por
qué te realizaste?
CAPITÁN
Es una historia larga y lenta. Ningún trauma infantil. No todo lo malo sucede en la vida debido a
traumas de infancia. Más bien un pequeño cambio tras otro pequeño cambio. Ninguna convicción profunda. Más bien una pequeña tentación
tras otra pequeña tentación. Económicas o ideológicas, poco importa. Y todo de a poquito. Es
cierto que el último impulso me lo dieron en Fort
Gulick. Allí me enseñaron con breves y soportables torturitas que sufrí en carne propia, dónde
residen los puntos sensibles del cuerpo humano.
Pero antes me enseñaron a torturar perros y gatos. Antes, antes, siempre hay un antes. Es algo
paulatino. No crea que de pronto, como por arte
de magia, uno se convierte de buen muchacho en
monstruo insensible. Yo no soy un monstruo insensible, no lo soy todavía, pero, en cambio, ya
no me acuerdo de cuándo era buen muchacho.
(Pausa.) ¿Y por qué le cuento todas estas cosas?
¿Por qué hago de usted mi confidente?
PEDRO
Siempre es tarde cuando la dicha es mala.
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CAPITÁN
Las primeras torturas son horribles, casi siempre
vomitaba. Pero la madrugada en que uno deja de
vomitar, ahí está perdido. Porque cuatro o cinco
madrugadas después empieza a disfrutar. Usted
no va a creerme...
PEDRO
Yo te creo todo, no te preocupes.
CAPITÁN
No, usted no va a creerme, pero una noche en
que estábamos picaneando a una muchacha, no
demasiado linda, picaneándola, ¿se da cuenta?
PEDRO
Claro que me doy cuenta. Y ella gritaba enloquecida y se agitaba y se agitaba... (Se detiene.)
PEDRO
¿Y qué?
CAPITÁN
No va a creerme, pero de pronto me di cuenta de
que yo tenía una erección. Nada menos que una
erección, en esas circunstancias. ¿No le parece
horrible?
66
PEDRO
Sí, me parece.
CAPITÁN
Y lo peor fue que al día siguiente, al acostarme
con mi mujer, no podía... y empecé a ponerme
nervioso... y no conseguía...
PEDRO
Pero al final lo lograste, ¿verdad?
CAPITÁN
Sí, ¿cómo lo sabe?
PEDRO
Siempre se logra.
CAPITÁN
Pero yo sólo lo conseguí cuando puse toda mi
fuerza evocativa en la muchacha de la víspera,
que no era demasiado linda. ¿No es espantoso?
Sólo logré funcionar con mi mujer cuando me
acordé de la muchacha que se retorcía porque la
picaneábamos. ¿Cómo se llama eso? Debe tener
una denominación científica.
PEDRO
El nombre es lo de menos.
67
CAPITÁN
Es por eso que no puedo volver atrás, es por eso
que no puedo ceder. Es por eso que tengo que
hacer que hable. Ya anduve demasiado trecho
por este camino. ¿Comprende ahora? ¿Comprende por qué va a tener que hablar?
PEDRO
Comprendo que vos querés que yo comprenda.
CAPITÁN
Por eso tuve que tratarlo de usted. Porque si lo
seguía tuteando, no iba a poder.
PEDRO
¿Querés que te diga una cosa? De ninguna manera vas a poder, capitán. Ni tratándome de usted, ni de tú, ni de vos, ni de su señoría. ¿Ves? Ésa
es la ventaja que tiene el no. Siempre es no, y
nada más que no. ¿Oíste bien, capitán? ¡No!
¿Oyó, capitán? ¡No! ¿Habéis oído, capitán? ¡No!
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CUARTA PARTE
69
70
El mismo escenario.
Sobre el piso está PEDRO , o por lo menos el
cuerpo de P EDRO , inmóvil, con capucha. Al
cabo de un rato empiezan a oírse quejidos muy
débiles. Entra el C APITÁN , sin chaqueta y sin
corbata, sudoroso y despeinado.
CAPITÁN
Ah, lo trajeron antes de tiempo. (Toca el cuerpo
con un pie.) Pedro. (El cuerpo no da señales de
vida.) Vamos, Pedro, tenemos que trabajar. (Va
hacia el lavabo, moja la toalla, la exprime un
poco, se acerca al cuerpo tendido, se inclina sobre
él, le quita la capucha, y queda evidentemente impresionado ante el calamitoso estado del rostro de
PEDRO . Se sobrepone, sin embargo, y empieza a
limpiarle las heridas de la cara con la toalla un
poco húmeda. Lentamente, PEDRO empieza a moverse.) Pedro.
PEDRO
¿Ah? (Abre un ojo, pero parece no reconocer al
CAPITÁN.)
71
CAPITÁN
¿Qué pasa? ¿Se siente mejor?
PEDRO
¿Ah?
CAPITÁN
Pedro, ¿me reconoce?
PEDRO (balbuceando)
Desgracia... damente... sí.
El CAPITÁN ayuda a PEDRO a instalarse en la silla,
pero el preso no puede sostenerse. Esta vez sí
lo han destruido. El C APITÁN se quita su cinturón
y con él sujeta a PEDRO al respaldo de la silla, a
fin de que no se derrumbe.
De a poco PEDRO se va reanimando, pero visiblemente está acabado. De todos modos, siempre habrá una contradicción entre la relativa vitalidad que aún muestra su rostro y el derrengado aspecto de su físico.
PEDRO
¿Así que el capitán?
CAPITÁN
Claro. ¡Cómo le dieron esta vez! ¡Lo reventaron,
Pedro, qué barbaridad!
72
PEDRO
Menos mal... que... ya estaba muerto.
CAPITÁN
¿No le parece que ha llegado el momento de aflojar? Ya se portó como un héroe. ¿Quién va a ser
tan inhumano para reprocharle que ahora hable?
PEDRO (no contesta. Luego de un silencio)
Capitán, capitán.
CAPITÁN
¿Qué?
PEDRO
¿Vos nunca hablás a solas?
CAPITÁN
Puede ser. Alguna vez.
PEDRO
Yo sí hablo a solas.
CAPITÁN
¿Y eso qué?
PEDRO
Hablo a solas porque hace tres meses que estoy
incomunicado.
73
CAPITÁN
¿Cómo? Habla conmigo.
PEDRO
Esto no es hablar.
CAPITÁN
¿Y qué es?
PEDRO
Mierda, eso es. (Pausa.) Hablo a solas porque tengo miedo de olvidarme de cómo se habla.
CAPITÁN
Pero habla conmigo.
PEDRO
No me refiero a hablar con el enemigo. Me refiero
a hablar con un compañero, con un hermano.
CAPITÁN
Ah.
PEDRO
Capitán, capitán.
CAPITÁN
¿Qué pasa ahora?
74
PEDRO
¿No sentís que a veces flotás en el aire?
CAPITÁN
Francamente, no.
PEDRO
Claro, no estás muerto.
CAPITÁN
Y usted tampoco, aunque esté haciendo notables
méritos para estarlo.
PEDRO
Pues yo a veces floto. Y es lindo flotar. Entonces
voy hasta la costa.
CAPITÁN
No va nada. Ni a la costa ni a ninguna parte. Está
enterrado aquí.
PEDRO
Eso es. Eso es. Enterrado, claro, porque estoy
muerto. Pero cuando floto, voy a la costa. Es claro
que no voy todos los días. Hay veces que no tengo ganas de ir. Ayer tuve ganas, y fui. Hace años,
cuando iba a la costa, no flotando, sino caminando, siempre veía parejitas de enamorados, pero
75
ahora ya no están. Ahora están peleando contra
ustedes. Ahora están presos, o escondidos, o en el
exilio. (Pausa larga.) ¿Cómo se llama tu esposa,
capitán?
CAPITÁN (entre dientes)
¿Qué le importa?
PEDRO
¿Ves? Te di la oportunidad de que me lo dijeras
buenamente. Pero yo sé que se llama Inés.
CAPITÁN (sorprendido)
¿Y eso de dónde lo sacó?
PEDRO
Ya te dije que yo sé más de vos que vos de mí.
Inés. Pero no te preocupes. También sé que no
tiene alias. Salvo que vos la llamás Beba. Pero no
es un nombre clandestino. Qué suerte, ¿verdad?
Hoy en día no es bueno tener nombre clandestino.
CAPITÁN
¿A dónde quiere llegar?
PEDRO
A mi muerte, capitán, a mi muerte.
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CAPITÁN
¿Qué gana con no hablar? ¿Que lo revienten?
PEDRO
O que me dejen de reventar.
CAPITÁN
No se haga ilusiones. No lo van a dejar.
PEDRO
Si me muero, me dejan. Y me muero.
CAPITÁN
Pero es largo morirse así.
PEDRO
No tanto, si uno ayuda, si uno colabora.
CAPITÁN (de pronto ilusionado)
¿Está dispuesto a colaborar?
PEDRO (pronunciando lentamente)
Estoy dispuesto a ayudar a morirme. (Pausa.)
También estoy dispuesto ayudar a que Inés te
quiera.
CAPITÁN
No se preocupe de eso. Ella me quiere.
77
PEDRO
Sí, hasta hoy. Porque no sabe exactamente en
qué consiste tu trabajo.
CAPITÁN
Quizá se lo imagine.
PEDRO
No. No se lo imagina. Si lo imaginara, ya te habría dejado. Ella no es mala.
CAPITÁN (como un autómata)
No es mala.
PEDRO
Y también quiero ayudarte a que tus hijos (el
casalito) no te odien.
CAPITÁN
Mis hijos no me odian.
PEDRO
Todavía no, claro. Pero ya te odiarán. ¿Acaso no
van a la escuela?
CAPITÁN
Sólo el varón.
78
PEDRO
Pero la niña irá más adelante. Y los compañeritos
y compañeritas informarán a uno y a otra sobre
quién sos. En la primera gresca que se arme, ya lo
sabrán. Es lógico. Y a partir de esa revelación,
empezarán a odiarte. Y nunca te perdonarán.
Nunca los recuperarás. Nunca sabrás si... (No
puede seguir hablando. Se desmaya.)
Al comienzo el CAPITÁN no se le acerca. Lo mira
sin mirarlo, ensimismado. Luego se va hacia el
lavabo, llena un vaso con agua, se enfrenta a
PEDRO y le arroja el agua a la cara. De a poco
PEDRO recupera el sentido.
CAPITÁN
No se haga ilusiones. No se murió todavía. Seguimos aquí, frente a frente.
PEDRO (recuperándose)
Ah, sí, hablando de Inés y el casalito.
CAPITÁN
¡Basta de eso!
PEDRO
Capitán, ¿por qué no me matás?
79
CAPITÁN
¡Usted está loco! ¡Y quiere enloquecerme!
PEDRO
¿Por qué no me matás, capitán? Será en defensa
propia, te lo prometo. Además, quise huir. La ley
de la fuga, ¿te acordás? Coraje, capitán, tenés la
oportunidad de hacer la buena acción de cada
día.
CAPITÁN
Qué locuaz estás hoy.
PEDRO
Me desquito un poco después de tanta mudez.
Además, vos sos el interlocutor ideal.
CAPITÁN
¿Yo?
PEDRO
Sí, porque tenés mala conciencia. Es muy estimulante saber que el enemigo tiene mala conciencia.
Porque todo eso que dijiste de que vos no naciste
verdugo, todo eso es cuento chino. Vos trabajaste
de malo y bastante tiempo, en un pasado no tan
lejano. Te conocemos, capitán. O sea, que tienen
que hacer más espesas las capuchas. Siempre hay
alguien que ve a alguien. Y yo, por ejemplo, no
80
me limito a conocer el nombre de tu mujer. También sé el tuyo. Y hasta tu alias.
CAPITÁN
Está loco. ¡Yo no tengo alias!
PEDRO
Sí que tenés. Sólo que tu alias no es un nombre,
sino un grado. Tu alias es el grado de capitán. Y
vos sos coronel. Sos coronel, capitán. Así que una
de dos: o nos tratamos de Rómulo a Capitán, o
nos tratamos de Coronel a Pedro. ¿Qué te parece,
capitán? ¿Eh, Coronel?
CAPITÁN (que acusa el golpe)
¿Sabe una cosa? Usted es más cruel que yo.
PEDRO
¿Por qué? ¿Porque te aplico el mismo tratamiento? No es para tanto. Además, vos tenés todavía
el poder, la picana, la pileta con mierda, el plantón. Yo no tengo nada. Salvo mi negativa.
CAPITÁN
¿Le parece poco?
PEDRO
No, no me parece poco. Pero con mi negativa...
81
CAPITÁN
...fanática...
PEDRO
Eso es, con mi negativa fanática, desaparezco, te
dejo el campo libre. Mejor dicho, el camposanto
libre.
El CAPITÁN está como vencido. También PEDRO
está terriblemente fatigado. Por fin el CAPITÁN
levanta la mirada. Habla como transfigurado.
CAPITÁN
No, Pedro, usted no es cruel. Le pido excusas. Y
ya que no es cruel, va a comprender. Usted dice
que quiere que yo salve el amor de mi mujer y de
mis hijos...
Sin atender a lo que dice el CAPITÁN, PEDRO comienza a hablar, y lo hace sin mayor conciencia
del contorno.
PEDRO
¿De veras nunca hablaste a solas, capitán? Ahora
estoy aquí, contigo. Pero igual voy a hablar a solas. De paso aprendés cómo se habla en tales condiciones. Tomá nota, capitán. Éste es un ensayo
de cómo se habla a solas. (Pausa.) Mirá, Aurora...
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CAPITÁN
... alias Beatriz...
PEDRO (como si no escuchara la acotación del Capitán)
Mirá, Aurora, estoy jodido. Y sé que vos, estés
donde estés, también estás jodida. Pero yo estoy
muerto y vos, en cambio, estás viva. Aguanto
todo, todo, todo menos una cosa: no tener tu
mano. Es lo que más extraño: tu mano suave, larga, tus dedos finos y sensibles. Creo que es lo único que todavía me vincula a la vida. Si antes de
irme del todo, me concedieran una sola merced,
pediría eso: tener tu mano durante tres, cinco,
ocho minutos. Lo pasamos bien, Aurora...
CAPITÁN (con la garganta apretada)
... alias Beatriz...
PEDRO
... vos y yo. Vos y yo sabemos lo que significa
confiar en el otro. Por eso habría querido tener tu
mano: porque sería la única forma de decirte que
confío en vos, sería la única forma de saber que
confiás en mí. Y también de demorarme un rato
en confianzas pasadas. ¿Te acordás de aquella
noche de marzo, hace cuatro años, en la playita
cercana a lo de tus viejos? ¿Te acordás que nos
quedamos como dos horas, tendidos en la arena,
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sin hablar, mirando la vía láctea, como quien mira
un techo interior? Recuerdo que de pronto empecé a mover mi mano sobre la arena hacia vos, sin
mirarte, y de pronto me encontré con que tu
mano venía hacia mí. Y a mitad de camino se encontraron. Fijate que éste es el recuerdo que
rememoro más. También tu cuerpo, tu piel, también tu boca. ¿Cómo no recordar todo eso? Pero
aquella noche en la playa es la imagen que
rememoro más. Aurora...
CAPITÁN (sollozando)
... alias Beatriz...
PEDRO
... a Andrés decíselo de a poco. No lo hieras brutalmente con la noticia. Eso marca cualquier infancia. Explicáselo de a poco y desde el principio.
Sólo cuando estés segura de que entendió un capítulo, sólo entonces empezale a contar el otro.
Tal como hacés cuando le contás cuentos. Paulatinamente, sin herirlo, hacele comprender que
esto no fue un estallido emocional, ni una corazonada, ni una bronca repentina, sino una decisión
madurada, un proceso. Explicáselo bien, con las
palabras tiernas y exactas que constituyen tu mejor estilo. Decile que no tiene por qué aceptarlo
todo, pero que tiene la obligación de comprenderlo. Sé que dejarlo ahora sin padre es como una
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agresión que cometo contra él, o por lo menos así
puede llegar a sentirlo, no sé si hoy, pero acaso
algún día o en algún insomnio. Confío en tu notable poder de persuasión para que lo convenzas de
que con mi muerte no lo agredo, sino que, a mi
modo, trato de salvarlo. Pude haber salvado mi
vida si delataba, y no delaté, pero si delataba entonces sí que iba a destruirlo. Hoy a lo mejor se
habría puesto contento de que papi volviera a
casa, pero nueve o diez años después se estaría
dando la cabeza contra las paredes. Decile, cuando pueda entenderlo, que lo quiero enormemente, y que mi único mensaje es que no traicione.
¿Se lo vas a decir? Pero, eso sí, ensayalo antes
varias veces, así no llorás cuando se lo digas. Si
llorás, pierde fuerza lo que decís. ¿Estás de acuerdo, verdad? Alguna vez vos y yo hablamos de estas cosas, cuando la victoria parecía verosímil y
cercana. Ahora sigue pareciendo verosímil, pero
se ha alejado. Yo no la veré y es una lástima. Pero
vos y Andrés sí la verán y es una suerte. Ahora
dame la mano. Chau, Aurora...
CAPITÁN (llorando, histérico)
¡Alias Beatriz!
Se hace un largo silencio.
PEDRO , después del esfuerzo, ha quedado anonadado. Tal vez ha perdido nuevamente el sen85
tido. Su cuerpo se inclina hacia un costado; no
cae, sólo porque el cinturón lo sujeta a la silla.
El C APITÁN, por su parte, también está deshecho, pero su deterioro tiene, por supuesto, otro
signo y eso debe notarse. Tiene la cabeza entre
las manos y por un rato se le oye gemir. Luego,
de a poco se va recomponiendo, y aunque PEDRO está aparentemente inconsciente, comienza
a hablarle.
CAPITÁN
Pedro, usted está muerto y yo también. De distintas muertes, claro. La mía es una muerte por
trampa, por emboscada. Caí en la emboscada y
ya no hay posible retroceso. Estoy entrampado. Si
yo le dijera que no puedo abandonar esto, usted
me diría que es natural porque sería abandonar el
confort, los dos autos, etcétera. Y no es así. Todo
eso lo dejaría sin remordimientos. Si no lo dejo es
porque tengo miedo. Pueden hacer conmigo lo
mismo que hacen, que hacemos con usted. Y usted seguramente me diría: Bueno, ya ves, puede
aguantarse. Usted sí puede aguantarlo, porque
tiene en qué creer, tiene a qué asirse. Yo no. Pero
dentro de mi imposibilidad de rescatarme, me
queda una solución intermedia. Ya sé que Inés y
los chicos pueden un día llegar a odiarme, si se
enteran con lujo de detalles de lo que hice y de lo
que hago. Pero si todo esto lo hago, además, sin
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conseguir nada, como ha sido en su caso hasta
ahora, no tengo justificación posible. Si usted
muere sin nombrar un solo dato, para mí es la derrota total, la vergüenza total. Si en cambio dice
algo, habrá también algo que me justifique. Ya mi
crueldad no será gratuita, puesto que cumple su
objetivo. Es sólo eso lo que le pido, lo que le suplico. Ya no cuatro nombres y apellidos, sino tan
sólo uno. Y puede elegir: Gabriel o Rosario o
Magdalena o Fermín. Uno solito, el que menos represente para usted; aquel al que usted le tenga
menos afecto; incluso el que sea menos importante. No sé si me entiende: aquí no le estoy pidiendo una información para salvar al régimen,
sino un dato para salvarme yo, o mejor dicho
para salvar un poco de mí. Le estoy pidiendo la
mediocre justificación de la eficacia, para no quedar ante Inés y los chicos como un sádico inútil,
sino por lo menos como un sabueso eficaz, como
un profesional redituable. De lo contrario, lo pierdo todo. (El CAPITÁN da unos pasos hacia PEDRO y
cae de rodillas ante él.) Pedro, nos queda poco
tiempo, muy poco tiempo. A usted y a mí. Pero
usted se va y yo me quedo. Pedro, éste es un ruego de un hombre deshecho. Usted no es inhumano. Usted es un hombre sensible. Usted es capaz
de querer a la gente, de sufrir por la gente, de
morir por la gente. Pedro, se lo ruego: diga un
nombre y un apellido, nada más que un nombre y
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un apellido. A esto se ha reducido toda mi exigencia. Igual el triunfo será suyo.
PEDRO se mueve un poco. Trata de enderezarse,
pero no puede. Hace otro esfuerzo y al fin se
yergue.
El C APITÁN apela a un recurso desesperado.
CAPITÁN
Se lo pido a Rómulo. Se lo ruego a Rómulo. ¡Me
arrodillo ante Rómulo! Rómulo, ¿va a decirme un
nombre y un apellido? ¿Va a decirme solamente
eso?
PEDRO (a duras penas)
No..., capitán.
CAPITÁN
Entonces se lo pido a Pedro, se lo ruego a Pedro.
¡Me arrodillo ante Pedro! Apelo no al nombre
clandestino, sino al hombre. De rodillas se lo suplico al verdadero Pedro.
PEDRO (abre bien los ojos, casi agonizante)
¡No..., coronel!
Las luces iluminan el rostro de PEDRO . El CAPITÁN , de rodillas, queda en la sombra.
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ÍNDICE
Prólogo ............................................................................ 7
PEDRO Y EL CAPITÁN
Primera parte ................................................................. 13
Segunda parte ................................................................ 29
Tercera parte .................................................................. 47
Cuarta parte ................................................................... 69
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