DEPARTAMENTO DE TRABAJO SOCIAL
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ARTÍCULO
El impacto de las producciones filosóficas y
teórico/epistemológicas en la constitución
de la disciplina
The impact of philosophical and
theoretical/epistemological productions
on the constitution of the discipline
Alicia González-Saibene1
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
101
Recibido: 31/07/2020
Aceptado: 15/10/2020
Cómo citar
González-Saibene, A. (2021). El impacto de las producciones filosóficas y teórico/epistemológicas
en la constitución de la disciplina. Propuestas Críticas en Trabajo Social - Critical Proposals in Social
Work 1(1), 101-122. DOI: 10.5354/2735-6620.2021.61238
Resumen
Este artículo tiene como objetivo trabajar la relación de la filosofía y la
epistemología con el trabajo social, asumiendo una lectura genealógica de su
devenir que nos permitirá poner en evidencia sus puntos de contacto y sus
divergencias. Se presenta un análisis crítico de las posiciones más actuales sobre
las producciones de Mary Richmond, reflexionando respecto de sus influencias,
sus aportes y sus posicionamientos, preguntándonos ¿cuál es la conexión entre
estas miradas, interpretativas, y las posiciones epistémicas más
positivistas/funcionalistas del trabajo social, o incluso las orientadas hacia el
marxismo/dialéctica, en tanto que estos dos enfoques han sido, en períodos
diferentes, hegemónicos en la profesión/disciplina? Para elaborar esta discusión,
hacemos referencia a otro campo disciplinar: los aportes de Ferdinand de
1
Contacto: Alicia González-Saibene
algas04@gmail.com
2021. Vol.1(1), 101-122, ISSN 2735-6620, DOI: 10.5354/2735-6620.2021.61238
Palabras clave:
epistemología;
trabajo social;
crítica; positivismo;
marxismo;
interpretación
Propuestas Críticas en Trabajo Social - Critical Proposals in Social Work
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Saussure para la lingüística estructural, y, por otro lado, el psicoanálisis. Estas
perspectivas nos permiten considerar al lenguaje como principio ordenador y
evidenciar la emergencia y actualidad del enfoque interpretativo. Planteamos
esta lectura justamente porque consideramos que al trabajo social le ha costado,
y le cuesta, incluirse en esta perspectiva, pese a las arraigadas tradiciones tanto
técnico-instrumentales como teórico-epistémicas que abogan o promulgan la
importancia de la interpretación. El final del texto abre a nuevas interrogantes,
antes que a respuestas formalmente elaboradas. El punto de apertura y cierre, en
espiral, es la reflexividad y la crítica.
Abstract
This article aims to work on the relationship between philosophy and
epistemology with social work, assuming a genealogical reading of its evolution
that will allow us to highlight the points of contact and the divergences. A critical
analysis of the current positions on Mary Richmond's productions is presented,
reflecting on her influences, her contributions and her positions, asking
ourselves what is the connection between these interpretative views and the
more positivist / functionalist epistemic positions of the social work, or even
those oriented towards Marxism / dialectics, insofar as these two approaches
have been, in different periods, hegemonic in the profession / discipline? To
elaborate on this discussion, we refer to another disciplinary field: Ferdinand de
Saussure's contributions to structural linguistics, alongside psychoanalysis.
These perspectives allow us to consider language as an ordering principle and to
show the emergence and relevance of the interpretive approach. We propose
this reading precisely because we consider the difficulty social work has had to
be included in this perspective, despite the ingrained technical-instrumental
and theoretical-epistemic traditions that advocate or promote the importance of
interpretation. The end of the text opens up new questions, rather than formally
elaborated answers. The opening and closing point, in a spiral, is reflexivity and
criticism.
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Keywords:
epistemology;
social work;
review; positivism;
Marxism;
interpretation
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Propuestas Críticas en Trabajo Social - Critical Proposals in Social Work
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Introducción
Pensamos el trabajo social como una profesión orientada políticamente, esto es, con
objetivos y misión puestos en los derechos, en el acompañamiento a los procesos de
construcción y/o defensa de la ciudadanía en el sentido más amplio2 . Esta perspectiva
se acompaña, en nuestro caso, con la comprensión de que la política es la puesta en duda
de las instituciones establecidas, en pos del fortalecimiento de otras nuevas, mediante el
ejercicio de la autonomía individual y colectiva.
Esta línea de pensamiento se complementa con la conceptualización que, desde 2010,
generamos respecto de la epistemología, para comprenderla como un acto político de
ejercicio de la crítica, entendiendo esta última - la crítica - como la puesta en duda de
las representaciones admitidas colectivamente (González-Saibene, 2011). Ambas
concepciones - crítica y política - se articulan siguiendo el pensamiento de Cornelius
Castoriadis en su libro póstumo, Ciudadanos sin brújula (2000), aunque en su obra no
siempre aparecen con el mismo énfasis o en igual sentido.
En esta línea, pensamos también la profesión/disciplina como el resultado de un
movimiento permanente de construcción socio-histórica. Es decir, lo social produce
sujetos que la portan y que a su vez la producen, en momentos y situaciones
determinadas. “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre
arbitrio, bajo circunstancias elegidos por ellos mismos, sino bajo aquellas
circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas
por el pasado” (Marx, 2003, p. 13).
Esto nos lleva a identificar el lugar epistémico o enfoque desde el cual hablamos, esto
es, el pensamiento crítico, que no es necesaria ni exclusivamente marxista / dialéctico /
hegeliano (que ha sido profundizado por la Escuela de Frankfurt y su Teoría Crítica3)
sino que se nutre más específicamente del enfoque interpretativo, en sus vertientes
posestructuralistas y hermenéuticas.4 Desde cierto pensamiento crítico no hay, no existe
‘la’ verdad. No hay posiciones verdaderas y únicas, sino hegemónicas. Por lo tanto, lo
que se desarrolla en este artículo forma parte de una serie de postulados emergentes de
2
En Argentina, la Ley Federal de Trabajo Social n° 27072 (2014) entiende por trabajo social “a la profesión basada en la práctica y una
disciplina académica que promueve el cambio y el desarrollo social, la cohesión social, y el fortalecimiento y la liberación de las
personas. Los principios de la justicia social, los derechos humanos, la responsabilidad colectiva y el respeto a la diversidad son
fundamentales para el trabajo social”. Incluimos todo ello al trabajar el concepto amplio de ciudadanía en este texto.
3
Hoy se manifiesta una refrescante convocatoria, en los eventos de Ciencias Sociales en general, hacia LAS Teorías Críticas.
4
Aunque siguiendo a J. Derrida (1995) cuando se pronuncia respecto de los “Espectros de Marx”, asumiremos que Espectros fue el
primer título que Marx pensó para su Manifiesto, término recuperado por Derrida en dicho texto para dar cuenta de una crítica a la
herencia de Marx en la contemporaneidad, crítica sostenida desde su teoría filosófica, particular: la deconstrucción. Los “Espectros de
Marx” no es exactamente un libro sobre Marx; es una lectura de Marx en el contexto de la derrota de quienes se proclamaron y fueron
aceptados como sus herederos, junto con el triunfo geopolítico de su enemigo, el liberalismo económico y político.
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producciones de más de treinta años de ejercicio docente y de investigación en el grado
y en el posgrado en universidades argentinas y extranjeras, sumados a más de veinte
años de ejercicio de la profesión en terreno, lo que nos otorgó el plus de permitirnos la
interacción teoría/práctica5 de un modo constante y productivo.
También queremos dejar asentado que trabajamos a partir de rupturas. Y esto es
primordial a considerar en tanto nos dedicamos al análisis de los fundamentos y
desarrollos de la profesión. Lo hacemos partir de lo que se conoce como la
epistemología francesa, entendiendo desde esta perspectiva los aportes de Gastón
Bachelard (1979; 1984), un físico y filósofo francés que nos legó un enorme
pensamiento discontinuo. Hablar de rupturas es decir que se rompe con una perspectiva
teórica o un campo disciplinar a partir de un obstáculo, y esto amerita una constante
vigilancia epistemológica, a efectos de evitar las deformaciones que los obstáculos nos
imponen o que hacen aparecer los mismos como barreras no posibles de franquear.
Algunas conceptualizaciones necesarias
Bachelard (1984) entiende el obstáculo epistemológico como la resistencia o inercia del
pensamiento al pensamiento. Hay que plantear el problema del conocimiento científico
en términos de obstáculos. Es posible conocer algo al ir en contra de un conocimiento
anterior. La ruptura epistemológica se da en el momento en que una ciencia se
constituye cortando o rompiendo con su prehistoria y con su medio ambiente
ideológico, y en ese sentido, no se trata de un quiebre instantáneo o de una novedad
absoluta que haga tabla rasa con lo anterior, sino de un proceso complejo en el discurrir
del cual se constituye un orden inédito del saber. Es un hecho simultáneamente de
recuperación parcial del pasado y de creación inédita. Toda ruptura epistemológica es,
así, un punto o umbral de no-retorno.
La vigilancia epistemológica, por otra parte, es la actitud reflexiva que nos lleva a
aprehender la lógica del error para construir la lógica del descubrimiento científico. Sea
como polémica contra el error o como esfuerzo para someter las verdades aproximadas
por la ciencia y sus métodos, se trata de que ella emplea una revisión metódica. De esta
manera, podemos liberarnos de las ideologías, de las creencias, de las opiniones, de las
certezas inmediatas, exigiendo el establecimiento de un control intersubjetivo
(Bachelard, 1979; 1984).
Un primer ejemplo que Bachelard (1984) describe nos habla sobre un obstáculo
primordial, el de la opinión. Este proceso de centramiento ideológico es retomado,
5
Utilizamos la barra a modo de tensión, tal y como en la dialéctica se distinguen, contraponiéndose por su esencia contradictoria,
pero de mutua compenetración y generación de movimiento y lucha (el “motor de la historia" marxista), los polos de una ecuación.
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ejemplificándolo, por Sigmund Freud en el recordatorio de las tres heridas o afrentas
narcisistas de la humanidad - en su caso, europea - (Freud, 1979).6
En un movimiento coincidente con los aportes de Bachelard, pero casi tres décadas
después, Thomas Kuhn (2004), un físico, historiador y filósofo estadounidense, mostró
el carácter revolucionario del progreso de la ciencia al que presenta como un esquema
abierto. Preciencia ciencia normal (paradigma) crisis revolución nuevo paradigma
nueva ciencia normal crisis revolución nuevo paradigma nueva ciencia normal
nueva crisis. Este discontinuismo es el carácter revolucionario del conocimiento
científico: una revolución supone el abandono de una estructura científica y su
reemplazo por otra, incompatible con la anterior.
En el mismo texto, Kuhn introduce el concepto de paradigma, en su acepción más
extendida. Señalaremos la misma y acompañaremos con algunas otras
conceptualizaciones que, entendemos, amplían su enfoque. Un paradigma está
constituido, dice el autor, por los supuestos teóricos generales, las leyes y técnicas para
su aplicación que adoptan los miembros de una determinada comunidad científica. Es
una constelación que contiene globalmente leyes, teorías, aplicaciones e instrumentos,
un modelo que genera tradición particular en la investigación científica con reglas
explícitas para los enigmas de la ciencia normal. Una ciencia madura está regida por un
solo paradigma (o matriz disciplinar); hay ciencias paradigmáticas: las formales y
fáctico naturales; hay ciencias pre-paradigmáticas: las sociales (Kuhn, 2004).
Para otros autores, el concepto abarca elementos que exceden el campo específico de la
investigación científica, en tanto son concepciones amplias y generales acerca de la
realidad y del hombre mismo, de los métodos que deben emplearse para abordarla y de
las maneras legítimas de plantear estas cuestiones. Son conjuntos que contienen
elementos conscientes y aspectos inconscientes que son anteriores al desarrollo de las
investigaciones efectivas y particulares que se llevan a cabo, tierra germinal de la que
crecen teorías y diseños de investigación (Lores Arnaiz, 1986).
6
Nicolás Copérnico: la Tierra no es el centro del Universo. En este primer punto, Freud habla de cómo el hombre creyó que la Tierra,
su hogar, se encontraba en el centro del universo, y que el resto de los astros se movían alrededor de ella describiendo órbitas. Nicolás
Copérnico, en el siglo XVI, mostró al mundo cómo la Tierra no era el centro del universo, sino que, al igual que otros planetas, giraba
en torno al Sol. De este modo, el amor propio del ser humano se encontró con su primera afrenta, la cosmológica.
Charles Darwin: el hombre es un animal más. En el segundo punto, Freud expone cómo el hombre, a lo largo de la historia, se ha
mostrado superior al resto de animales, creyéndose diferente e interponiendo un abismo entre los animales y el ser humano. Darwin,
en el siglo XIX, mostró al mundo su teoría de la evolución, haciendo con ella que el hombre no fuera más que cualquier otro animal.
Y no sólo eso, sino que el hombre que conocemos no es ni siquiera la cumbre de la evolución. Con ello se llegó a la segunda afrenta
que daña el narcisismo humano, la biológica.
Sigmund Freud: no somos dueños de nosotros mismos. En el tercer punto, Freud comenta como el hombre, pese a haber sido
duramente herido en dos ocasiones por Copérnico y Darwin, aún se considera dueño de sí mismo. Descartes había formulado en el
siglo XVII su “cogito, ergo sum”, “pienso, luego existo”. Su propia conciencia, su percepción interna de la que es dueño, le permite tomar
decisiones que armonicen con sus necesidades dejando de lado toda decisión que no esté acorde con la misma. El psicoanálisis hirió
una vez más al ser humano al mostrar que una persona no es ni siquiera dueño de su propia “casa”. Freud confronta a Descartes
imponiendo su “allí donde pienso, no soy”. Con lo que llegamos a la tercera afrenta, la psicológica.
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En tanto concepciones del mundo, del hombre y de la estructura social, alimentan tanto
el surgimiento o adopción de una determinada teoría, cuanto la aceptación o rechazo de
determinados modelos, técnicas y formas de practicar la investigación, pues
constituyen la legitimación de metodologías específicas, al orientar la comprensión de
los problemas que requieren explicación, investigación o intervención. Las ciencias,
por tanto, se hallan divididas por paradigmas contrapuestos y las ciencias sociales en
particular. No hay paradigmas verdaderos sino hegemónicos.
Mucho antes, Freud (1986) había presentado la categoría de Weltanschauung o
cosmovisión, como una construcción intelectual que soluciona de manera unitaria todos
los problemas de nuestra existencia a partir de una hipótesis suprema. Dentro de ella
ninguna cuestión permanece abierta y todo lo que recaba nuestro interés halla su lugar
preciso.
La emergencia en el pensamiento filosófico del siglo XX del lenguaje, en tanto
constitución no sólo de sujetos sino de concepciones epistemológicas, y su
reconocimiento como tal, fue colocado en primer plano por el denominado giro
lingüístico de mediados de siglo XX. Allí se pone de manifiesto la caída del paradigma
iluminista, el paradigma de la modernidad, producida a partir del incumplimiento de
sus promesas, y se configura la preponderancia, fundamentalmente en los ámbitos
académicos e intelectuales, del enfoque interpretativo.
¿Qué se entiende por crisis de paradigmas del siglo XX? De modo sintético, se llama de
este modo a la falta de respuesta a los problemas del conocimiento por parte de los
enfoques clásicos, sostenidos en macroteorías omnicomprensivas (Sartori, 1988). Con
la “muerte” de los grandes relatos se produce la irrupción de la posmodernidad,
condición definida por Lyotard (1993) como el escepticismo ante las metanarrativas.
De la crisis de los dos grandes relatos, el paradigma positivista contiene elementos
propios de sus supuestos: ahistoricidad, desubjetividad; la crisis del paradigma marxista
se pone de manifiesto a partir de las reducciones positivistas del marxismo y la caída
del socialismo real, entre otras.7
En síntesis, esta crisis de los paradigmas hegemónicos es, finalmente, la crisis de la
Ilustración, la crisis de la racionalidad, la crisis de la modernidad y su proyecto de
imponer la razón como norma trascendental a la sociedad. Las promesas de la
modernidad - creencia en la bondad natural del hombre, búsqueda de la felicidad,
optimismo, laicismo, y su supuesto fundamental, racionalismo - son impugnadas por el
7
La colega Consuelo Quiroga (1991) publicó un libro, basado en dos artículos publicados en la revista Acción Crítica de
ALAETS-CELATS, La invasión positivista en el marxismo, donde argumenta claramente esta situación.
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creciente deterioro en la calidad de vida de la humanidad, al mismo tiempo que por
enormes desarrollos científicos y tecnológicos.
La respuesta, en manos de la ascendente posmodernidad, es un ‘no a lo real’, en pos de
un ‘sí a los discursos sobre lo real’. Esto da lugar a la emergencia de los paradigmas
interpretativos: hermenéutica, posestructuralismo, constructivismo; a grandes
pensadores como Barthes, Foucault, Derrida, Kristeva; a la reaparición de una
hermenéutica del sujeto, a la intersubjetividad como principio y al lenguaje como eje
articulador, a partir de las postulaciones de Ferdinand de Saussure (1945) y su principio
de que la lengua es idéntica a un sistema formal, esto es, una combinación de signos,
con lo que queda inaugurada la lingüística estructural.
Autores como Irene Vasilachis de Gialdino (2007) hablan de tres paradigmas:
positivista, materialista-histórico e interpretativo; nosotros preferimos desglosar este
último en sus distintas versiones mencionadas, de allí el plural señalado.
Los años finales del siglo XX y la primera década del siglo XXI dotan de protagonismo
a la categoría de complejidad (Morin, 1997) para pensar la realidad, investigarla e
intervenirla. Sin embargo, en estas nuevas décadas del siglo, la manifestación de
enfoques novedosos para el trabajo social - decolonialidad (Mignolo) y
poscolonialismo (Dussel, Quijano), género y diversidades (Segato), feminismo/s
(Butler), entre muchas otras perspectivas- habilita la irrupción categorial de la
colonización de la subjetividad: Foucault, Guattari, y últimamente la argentina Nora
Merlin (2017), abriendo nuevas perspectivas de análisis para reflexionar sobre la
disciplina.8
Epistemologizando el trabajo social
La Modernidad nos prometió mejorar la calidad de vida mediante la razón y, aunque no
puede negarse el enorme avance de las ciencias y las tecnologías durante el siglo XX y
el actual, tampoco se puede dejar de reconocer los enormes pozos de desigualdad que
atraviesa el orden mundial. Esta situación afecta al trabajo social en tanto profesión que
interviene de manera directa en algunos de los efectos y manifestaciones de los
conflictos - de clase - que están en su génesis y se complejizan en el mundo social
actual.
La desigualdad se sostiene en base a elementos de tipo político y económico, de allí la
importancia de pensar el trabajo social como profesión orientada políticamente.
7
Todo el material formulado en las últimas páginas, de notable relevancia, ameritaría un seminario epistemológico de, al menos un
semestre. Los límites de una publicación del tipo donde nos insertamos impiden una mejor solución.
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Podríamos indicar que la capacidad política de poner en duda las instituciones
establecidas se acompaña de los postulados de Vicente Faleiros (1986), cuando sostiene
la necesidad de articulación de los instituidos, a efectos de modificar el discurso
institucional.
Bourdieu (2010), decía que el conocimiento de la dominación es un arma contra la
dominación. Desde una perspectiva crítica, pensar en los fundamentos y desarrollo del
trabajo social, es decir, hacer epistemología, nos pone en condición de conocer nuestro
pasado, analizar nuestro presente y, mínimamente, dar cuenta de nuestras
potencialidades a futuro. En este apartado señalaremos las particularidades de
diferentes perspectivas epistemológicas y sus cuerpos teóricos, insistiendo en la
actualidad de algunos de ellos.
¿Cuál es la conexión entre las miradas interpretativas y las posiciones epistémicas más
positivistas/funcionalistas del trabajo social, o incluso las orientadas hacia el
marxismo/dialéctica, en tanto que estos dos últimos enfoques han sido, en períodos
diferentes, hegemónicos en la profesión/disciplina? Revisaremos dos rupturas en el
devenir socio-histórico, teórico y epistemológico de estas tradiciones.
Cuando se habla de rupturas en nuestra profesión/disciplina, se piensa inmediatamente
en el movimiento de reconceptualización. Sin embargo, ya antes, casi a principios del
siglo XX, Mary Richmond consolidó una ruptura sustancial cuando, promoviendo la
institucionalización de la profesión, generó un espacio de reflexión metódicamente
organizado, tendiente a recuperar los elementos que caracterizaban el modo en que las
trabajadoras sociales - entonces “visitadoras”- actuaban, con el objetivo de señalar una
modalidad establecida de intervención que, a partir de ella, quedó sistematizada en sus
dos obras fundamentales: Social Diagnosis de 1917 (2005) y Caso Social Individual, de
1922 (1982).
En aquel momento, el conocido proceso de diagnóstico y tratamiento consolidó, a la
manera de las profesiones hegemónicas - medicina y psiquiatría - un conjunto de pautas
del “hacer” del trabajo social que, recuperadas de la experiencia de miles de
trabajadoras sociales y ordenadas sistemáticamente por Richmond, se convirtieron en
modelo de pensamiento y ejercicio profesional. Hace más de cien años ella nos legó
cómo hacer un diagnóstico social en su famosísimo libro de 1917, y es justamente en
ese documento donde reconocemos aquellos trazos que permitieron sostener a los
reconceptualizadores (Lima, 1983; Escalada, 1986; entre otros) el carácter positivista/
inductivista/experimental de la propuesta, que a modo de rápido e inconcluso
señalamiento, se puede resumir en el peso de las evidencias, los procesos orientados de
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los casos particulares a las leyes generales o, en su defecto, de las hipótesis a los casos
particulares.
En su siguiente libro, de 1922, Caso Social Individual, o Qué es el Trabajo Social de
Casos, traducción de su nombre original, Mary Richmond expone con claridad y
sencillez los objetivos de este llamado método para el proceso específico del
tratamiento. El texto establece que el objetivo de esta propuesta es “desarrollar la
personalidad de los clientes” (1982, p. 67) a efectos de lograr su adaptación al medio
social. Y pese a los intentos de las colegas investigadoras de las pioneras del trabajo
social9, en el sentido de dotar a la categoría de un contenido políticamente reformista a
la luz del pragmatismo imperante en los EEUU en la época, sostenemos, como diría
Umberto Eco (1990), que hay un texto a considerar.
La lectura que realizan Bibiana Travi (2007; 2011; 2017) y Viviana Ibáñez (2011; 2012)
se centra en Mary Richmond y en la influencia que recibió del pragmatismo,
movimiento clásicamente estadounidense que considera lo útil como lo verdadero: “El
pragmatismo pende de los hechos y de lo concreto, observa la verdad tal como se da en
los casos particulares y generaliza” (James en Braunstein et al, 1986, p.250). Algunos
de estos pensadores fueron C. Peirce, W. James, J. Dewey. También se visualiza la
incidencia, siempre según estas autoras, del movimiento llamado interaccionismo
simbólico, heredero de la Escuela de Chicago, a la que pertenecían Cooley, Mead y
otros, citados por Richmond en diversas partes de su producción. A esta perspectiva la
hemos denominado ‘la vertiente estadounidense’, o vía directa, que modela el
pensamiento de Richmond.
Vertiente estadounidense -vía directaEl pragmatismo (Abbagnano, 1998) es una doctrina desarrollada por filósofos
estadounidenses del siglo XIX-XX, según la cual la prueba de verdad de una
proposición es su utilidad práctica. El propósito del pensamiento es guiar la acción, y el
efecto de una idea es más importante que su origen. Según este planteo, ningún objeto
o concepto posee validez inherente o tiene importancia. Su trascendencia se encuentra
tan sólo en los efectos prácticos resultantes de su uso o aplicación. La verdad de una
idea u objeto, por lo tanto, puede ser medida mediante la investigación científica de su
utilidad.
9
Respetamos y admiramos la producción de estas colegas en la recuperación de vida y obra de las pioneras, así como de los
avances para la incipiente profesión; investigación que desarrollan desde hace muchos años, con importantes resultados para la
construcción de esa arqueología disciplinar. Nuestro punto de vista es básicamente epistemológico, en el sentido más absoluto que
otorgamos al término, y promueve la apertura de debates que eviten esa constante en trabajo social que es convertir en moda y en
dogma toda producción teórica, despojándola de sus posibilidades reflexivas, por ende, críticas.
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John Dewey, filósofo que contribuyó a desarrollar la corriente pragmática, fue también
psicólogo y educador, y estuvo profundamente interesado en la reforma de la teoría y de
la práctica educativa. Contrastó sus principios educativos en escuelas laboratorio de
carácter experimental. Los principios educativos proponían el aprendizaje a través de
actividades educativas alternativas (arte, ética, democracia) a los contenidos
curriculares establecidos. Consideraba que la educación no debía ser sólo una
preparación para la vida futura, sino que debía proporcionar y tener pleno sentido en su
mismo desarrollo y realización. Entendemos que la concepción de Mary Richmond del
trabajo social, como un tipo de educación informal, proviene de esta influencia. Similar
concepción del pragmatismo es la de Williams James, también psicólogo. Sus tesis
fundamentales consistieron en reducir la verdad a la utilidad y la realidad al espíritu.
Como se desprende de los textos, la verdad es algo que le ocurre a una idea en el
transcurso de su verificación.
En relación al interaccionismo simbólico, seguimos a Hans Joas (1995) cuando señala
que, como concepto, este fue acuñado por Herbert Blumer en 1938, en un artículo sobre
psicología social de la revista Hombre y Sociedad, para hacer referencia a esta línea de
investigación sociológica y psicosociológica. Su principal objeto de estudio son los
procesos de interacción - acción social, que se caracteriza por una orientación
recíproca- subrayando el carácter simbólico de la acción social.
El interaccionismo simbólico es la continuación de ciertos desarrollos del pensamiento
y obra del heterogéneo grupo interdisciplinar de teóricos, investigadores sociales y
reformadores sociales de la Universidad de Chicago, que ejercieron una influencia
determinante en la sociología americana entre 1890 y 1940, precisamente durante la
fase de institucionalización de nuestra disciplina. La Escuela de Chicago se puede
describir, de acuerdo a Hans Joas (1995), como la combinación entre una filosofía
pragmática, el intento de dar una orientación política reformista a las posibilidades de
la democracia en el contexto de rápida industrialización y urbanización, y el esfuerzo
por convertir la sociología en una ciencia empírica.
Desde nuestro punto de vista, en el planteo de Travi (2007; 2011; 2017), Ibáñez (2011;
2012) hay una sobrevaloración del reformismo, del progresismo y del democratismo
que esta postura y sus autores reivindican. Por ello, desde nuestro enfoque, no le
asignamos valor sustantivo al pragmatismo, en tanto consideramos que tiene
limitaciones en sus postulaciones, referidas fundamentalmente a sus propias
condiciones de posibilidad (la utilidad como única verdad; la centralidad otorgada a la
acción práctica; su absoluto empirismo), aunque reconocemos que la posibilidad de
incluirlo en los procesos educativos, como fue hecho por Mary Richmond, ha resultado
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fructífero para consolidar lo que Weber en la misma época, pero en Europa, llamó La
ética protestante y el espíritu del capitalismo (2001).
De esta relación recuperamos aquello que se pone de manifiesto. Esto es, elementos
adjudicables a una propuesta mucho más abarcativa respecto de su posición positivista
primera e indiscutible. Esta segunda propuesta tiene relación con un enfoque más
comprensivo, heredero de las posiciones de las Ciencias del Espíritu que, en su
enfrentamiento - y derrota - frente a las Ciencias de la Naturaleza de finales de siglo
XIX, quedaron opacadas y fuera del campo de visualización teórico-académica
imperante. A partir de este análisis de los fundamentos y desarrollos de la disciplina, en
esta primera gran ruptura, consideramos que Mary Richmond recupera la tradición
comprensivista, en tanto sostiene que, en el proceso de tratamiento, deben desarrollarse
dos tipos de técnicas: las acciones y las comprensiones; ambas planteadas de modo
directo con el cliente e indirecto con el medio afín o cercano al mismo. ¿De dónde
extrae Mary Richmond - o más bien, las miles de trabajadoras sociales de cuyo trabajo
se nutrió la propuesta richmoniana - esta doble tendencia a operar con las
comprensiones y las acciones?
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Una primera respuesta sencilla y hasta obvia, que imperó durante décadas en el trabajo
social, sostuvo la influencia de las ya mencionadas profesiones hegemónicas, la
medicina y, en particular, la psiquiatría. Ambas fueron el campo de desarrollo
fundamental del trabajo social en sus primeras épocas de institucionalización,
disciplinas desde donde provino, seguramente, la famosa secuencia Diagnóstico y
Tratamiento. Otra respuesta, muy consolidada y más comprensivista, fue sostener una
postura humanista propia del quehacer profesional del trabajo social. Se trata de una
respuesta que hoy, con el avance y profundización del conocimiento disciplinar, resulta
insuficiente para pensar en estos desarrollos y para profundizar en sus fundamentos, es
decir, para epistemologizar la disciplina/profesión.
Aquella referencia a Weber nos ubica en otro lugar para pensar la influencia que de
manera indirecta operó en la producción de Mary Richmond y que ya hemos expuesto
en párrafos anteriores. Ese otro lugar puede ser denominado la vía indirecta o europea.
No podemos dejar de considerar que, con la formación que esta autora demuestra en sus
textos, con la mención de teorías, metodologías y autores de los que hace gala en su
producción, no parece imposible que estuviera al tanto, si no directamente de los
autores fundamentales, al menos de los más importantes divulgadores de las obras de
Dilthey y de Weber. Del primero en especial, ya que Dilthey fue quien a finales del siglo
XIX nos enseñó que comprender era ponerse en el lugar del otro, estableciendo así la
comprensión como método de conocimiento. Con ello proponía una cuestión
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metodológica diferenciada de las propuestas de las Ciencias de la Naturaleza, que
anclaron su base, desde Comte en adelante, en el método experimental, en particular
con su variante inductivista, representada a finales del siglo XIX por Durkheim y ese
monumento al método inductivo que es El suicidio (1982).10
Las Ciencias del Espíritu, de la mano de Dilthey y Weber, a finales del siglo XIX y
primeras décadas del XX, se preocupan de profundizar metodológicamente en las
subjetividades; saber, conocer, comprender qué le pasa al otro ¿Cómo se explica esta
tendencia en la producción de Richmond? Estamos hablando de una tendencia que,
como comprenderemos, no trató de pensar la investigación mezclando dos enfoques
irreductibles entre sí, sino que su objetivo fue pensar los modos de intervenir,
proponiendo como instancia de conocimiento el modo inductivo/deductivo, y un
modelo de tratamiento sostenido en el comprensivismo.
Vertiente europea -indirectaLa llamada Querella -o Guerra- de los Métodos, Methodenstreit, sucedida en Alemania
alrededor de 1883, marca el clima de época de finales del siglo XIX, enfrentamiento
durante el cual las Naturwissenschaften o Ciencias de la Naturaleza, ciencia clásica
galileana, nomotéticas11, referenciadas en el método experimental y sostenidas en el
principio de explicación -erklären- propio del método matemático y físico, se
enfrentan a las Geisteswissenschaften, Ciencias del Espíritu, de la historia y del
hombre, postulantes de un método sui generis, ideográficas12, centradas en la
comprensión/interpretación -verstehen- el método de la ciencia histórica.
La primera efectúa un planteo naturalista, en tanto esfuerzo por reducir el devenir a
leyes universales que subsumen lo particular en lo universal; se atiene a los juicios de
realidad. La segunda representa una tradición alimentada en la hermenéutica de
Schleiermacher de principios de siglo XIX - interpretación de los textos sagrados luego
devenida, con este autor, una hermenéutica universal -. La tarea hermenéutica es la de
sacar a la luz el significado oculto, el sentido. Se trata de transcribir lo individual, sin
disolverlo en alguna mediación conceptual, e implica una valorización. El historiador
Johann Gustav Droysen fue quien introdujo la distinción (von Wright, 1979) entre
ambas categorías.
10
Aclaremos que, desde la década del ’30, la vigencia del Círculo de Viena y el neopositivismo de él derivado alteró el rumbo de la
filosofía reflexiva cartesiana e introdujo la filosofía analítica, promoviendo la emergencia del método hipotético deductivo.
11
Aquellas que tienen por objeto las leyes lógicas, que buscan estudiar procesos causales e invariables, que tratan de establecer en
forma objetiva alguna ley universal.
12
Su objeto es el estudio de los sucesos cambiantes, son estudios dedicados a la comprensión de las particularidades individuales y
únicas de los objetos de estudio.
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Wilhelm Dilthey fue un pensador del siglo XIX, filósofo y psicólogo, estudioso de la
hermenéutica, que combatió el dominio ejercido en el ámbito del conocimiento por las
ciencias naturales objetivas. Pretendía establecer una corriente subjetiva de las Ciencias
del Espíritu, como disciplina metodológicamente diferenciada de las Ciencias de la
Naturaleza. Estos estudios humanos subjetivos (que incluyen derecho, religión, arte e
historia) debían centrarse en una realidad histórica, social y humana. Dilthey razonó
que todo saber debe analizarse a la luz de la historia; sin esta perspectiva el
conocimiento sólo puede ser parcial.
En su obra fundamental, Introducción a las Ciencias del Espíritu (1986), su
preocupación fue la de dotar a las ciencias humanas de una sólida base científica y
desarrollar para ello un método que hiciera posible el logro de interpretaciones
objetivamente válidas, es decir, conferir legitimidad como ciencia objetiva al
conocimiento de lo históricamente condicionado. Para ello, el método fue el de la
comprensión de la vida a través de ella misma: percatación de sí mismo, comprensión
de la aparición y génesis de la conciencia científica mediante un análisis de la esencia
del conocimiento de sí mismo, pero a través de las objetivaciones de la vida. La
hermenéutica implicó comprensión del otro a través de sus manifestaciones, la
reconstrucción de esa interioridad. Básicamente la idea de Dilthey fue la idea del
investigador social que se pone en el lugar que reproduce el lugar de los sujetos
investigados. En Dilthey la hermenéutica adquirió otra dimensión, una dimensión de
método de la ciencia social (Schuster, 1995).
Por otro lado, Max Weber, filósofo, historiador, economista y politólogo alemán, que
fue considerado uno de los fundadores del estudio moderno de la sociología y de la
administración pública, marcó el sentido antipositivista y hermenéutico. En términos
metodológicos (1982; 2001), se opuso a la utilización del razonamiento abstracto,
prefiriendo siempre una investigación empírica e histórica. Sus trabajos iniciaron la
revolución antipositivista en las ciencias sociales, que marcó la diferencia entre éstas y
las ciencias naturales debido a las acciones sociales de los hombres. Los tipos ideales,
su producto metodológico, son un instrumento conceptual usado para aprender los
rasgos esenciales de ciertos fenómenos sociales, cuyo contenido depende del modo
como se posicione, de qué posición vital, qué cosmovisión, qué cultura, qué ideas
guarde el sujeto frente al fenómeno. En un mundo real es difícil encontrar un tipo ideal
puro, pero esto no supone un problema ya que el valor principal del concepto es su
capacidad heurística, es decir, su capacidad de generar nuevas ideas.
La clave para entender el proceso de análisis de la realidad social fue la idea de que la
sociología debía tener una comprensión interpretativa (verstehen) de la acción social,
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manteniéndose dentro de la tradición hermenéutica; entendiendo la acción social como
toda conducta subjetivamente significativa, es decir, aquella que tiene significado para
el sujeto que la realiza. Para que haya una acción, el sujeto tiene que entender,
reconocer el o los motivos de su conducta. Sin motivo subjetivamente reconocido, no
hay acción. Comprender, entonces, fue para Weber tratar de reconstruir el o los motivos
que tuvo un sujeto para actuar. Y así quedan planteados metodológicamente los tipos
ideales.
Se impone aquí una digresión. Existe una tendencia, omnipresente en trabajo social, a
investigar con los llamados métodos o diseños cualitativos, desconociéndose su origen.
Cuando se hace una entrevista en profundidad, cuando se trabaja con informantes
claves o con historias de vida, incluso con grupos focales, lo que se busca es conocer en
profundidad aquellas subjetividades puestas en investigación: cómo piensa el otro,
porqué se manifiesta o acciona de determinada manera. En la intervención, cuando
hacemos entrevistas, estas son modalidades de conocimiento devenidas del
posicionamiento comprensivo, orientadas a profundizar en el otro o la otra. Esto ya
estaba planteado por Mary Richmond, al señalar los momentos orientados a la
consecución de un tratamiento subsiguiente a un diagnóstico social.
Siguiendo a Federico Schuster (1995), este problema - comprender es reconstruir en la
conciencia del investigador la conciencia del otro - encuentra tres saltos o momentos
importantes: el primero es el de Dilthey, el segundo es el de Weber y el tercero es el de
Alfred Schütz, quien fue el introductor de la fenomenología en las ciencias sociales y
el que nos legó la estrategia cualitativa para la investigación.
Para Schütz (1974), el sujeto que vive en el mundo social está determinado por su
biografía y por su experiencia inmediata. La configuración biográfica alude a que cada
individuo se sitúa de una manera particular en el mundo, pues toda su experiencia es
única. Sus padres, la crianza y educación recibidas, los intereses, deseos y motivos,
todos son elementos que aportan a la formación de personalidades únicas. La
experiencia personal inmediata tiene relación con la perspectiva desde la que el sujeto
aprehende la realidad, y la comprensión se hace en relación a la posición que ocupa en
el mundo. El espacio y el tiempo en que transcurre el individuo determinan sus
vivencias.
La configuración particular del sujeto está también sometida a la intersubjetividad, que
constituye una característica del mundo social. El aquí se define porque se reconoce un
allí, donde está el otro. Que el sujeto pueda percibir la realidad poniéndose en el lugar
del otro es lo que permite al sentido común reconocer a otros como análogos al yo. Es
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en la intersubjetividad donde podemos percibir ciertos fenómenos que escapan al
conocimiento del yo, pues el sujeto no puede percibir su experiencia inmediata, pero sí
percibe las de los otros, en tanto le son dadas como aspectos del mundo social. En otras
palabras, el sujeto percibe sus actos, porque puede percibir los actos y las acciones de
los otros.
Es posible comprender las acciones, sostiene Schütz, quien desde conceptos weberianos
avanza en la idea de una comprensión observacional, que es la que ejercemos
cotidianamente en nuestras relaciones con otros, objetivando lo observado y dándole
una interpretación, pero sin arriesgar una interpretación de lo que el actor intenta
significar. La comprensión motivacional implica un conocimiento del actor, de su
configuración y del significado que podría darle a su acción, de modo que la
observación dé lugar a una interpretación que atribuya motivos a la acción.
Schütz piensa que toda metodología es admisible para ello. Pero para acceder a la
perspectiva del otro, las técnicas cuantitativas no son suficientes y serán sus discípulos
los que desarrollarán de manera muy potente las técnicas cualitativas, como la forma
más apropiada para reconstruir efectivamente la perspectiva del otro. Esta idea de la
realidad interpretada es un elemento que viene de la tradición comprensivista. “Schütz
es uno de los que más contribuye a aclararla…” (Schuster, 1995, p.31).
Volviendo a Dilthey y Weber, aquellos autores iniciales de esta posición comprensivista
-luego concretada por Alfred Schütz y sus discípulos -, no podemos dejar de considerar
que Mary Richmond contaba con algunas aproximaciones sobre esta perspectiva. No
hemos investigado lo suficiente, pero es una hipótesis generada a partir del
conocimiento de aquellos dos autores y la lectura atenta y orientada de los dos textos
fundadores de Mary Richmond.
Como ya hemos mencionado en párrafos previos, el uso de las entrevistas, tanto como
medio de acceso al diagnóstico de la situación del otro - el cliente - (aquellas medidas
tendientes a comprender, recuperar el sentido, para saber qué le está pasando), como al
efecto “de mentalidad a mentalidad” propugnado para modificar “la personalidad” por
parte de las acciones y las comprensiones, son claros indicios de esa integralidad
epistémica que adjudicamos a la producción de esta autora ¿Influencias de la atención
y tratamiento de la psiquiatría sumados a una respuesta racional, a la luz de los aportes
de lo que damos en llamar la vertiente europea?
Cuando intervenimos desde el trabajo social, buscamos entender la situación, conocer
en profundidad las intersubjetividades puestas en juego desde diversxs actorxs, a efecto
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de acompañar los procesos de acceso a los derechos, y por lo tanto, al ejercicio - y
disfrute - de la ciudadanía. Por ese lado planteamos como hipótesis que debemos
señalar los antecedentes de la propuesta de Mary Richmond, pues ahí parece radicar el
valor más importante de sus planteos. Sostenemos que Richmond no hizo una
investigación en los términos en que conocemos este proceso, ni pretendió establecer
ninguna teoría general en torno a la cuestión social de la época. Su objetivo fue
sistematizar una propuesta de intervención, con marcados elementos propios del
método dominante en la época: el experimental en su versión inductivista. De ese modo
recuperó una importante cantidad de intervenciones finalizadas, a partir de las que
estableció dos instancias fundamentales: el diagnóstico y el tratamiento; proceso que,
pasado el tiempo y puesto en actualidad, representó lo que hacemos ahora: conocer,
planificar, ejecutar y evaluar. Es decir, y como se desprende de nuestro planteo en otras
publicaciones (González Saibene, 2015), una instancia de conocimiento (en la cual
tomamos prestadas las herramientas de la investigación social [Urrutia, 1983]) y una
instancia de planificación estratégica, que incluye la formulación de objetivos, la
elaboración de programas y/o proyectos, y la evaluación.
Estamos aquí en presencia de lo que se conoce como el método (o metodología, aunque
esos dos conceptos no son exactamente homólogos) de la planificación social, que no
es propiedad exclusiva del trabajo social, sino una modalidad establecida para el
trabajo en terreno, administrativo y/o institucional, de todo operador social y/o político.
Esta afirmación no le quita valor a la propuesta, solo intenta despejar críticamente la
condición de exclusividad o propiedad metodológica. Un recorrido por textos de
ciencia política o de educación popular nos permitirá encontrar, ineludiblemente, esta
propuesta en cualquiera de sus formas de presentación. Si recurrimos al texto de
Ezequiel Ander-Egg (1982), ya incorporaba estas instancias como forma de actualizar
la secuencia clásica heredada de la medicina y la psiquiatría. Se tuvo como referencia
para esta modificación los entonces llamados “métodos auxiliares o propiciatorios”, la
investigación y la planificación y administración de servicios.
Volvamos a Mary Richmond. La autora sostiene que el diagnóstico social es un proceso
nunca definitivamente acabado (observen la actualidad de su pensamiento, dado que
recién algunas décadas más tarde Popper (1991) va a establecer el conocimiento como
provisoriamente verdadero), y que, a partir del mismo, se puede establecer un
tratamiento, pero ¿cómo se hace un diagnóstico en trabajo social? Básicamente, desde
el estudio de los casos particulares se propone una formulación general o, lo que es más
frecuente, se trabaja con una hipótesis a comprobar en estos casos particulares.
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Estamos en presencia estricta del método inductivo en el primer caso, y de su variante
deductiva en el segundo. Se trata de dos formas que adopta el método experimental,
propio de las ciencias de la naturaleza y de la sociología clásica del positivismo del
siglo XX.
Aclaración necesaria, Mary Richmond y sus colegas, eran, igual que nosotros hoy,
“hijos de la época”, respondían a un “clima de época”. La línea de pensamiento
hegemónico de aquellos tiempos fue este que nos legó vía sus textos. ¿Hubiera sido
llamativo que Mary Richmond planteara algo de otro orden? Sí, y lo hace. La mirada
integral que ella promueve es el elemento que puede destacarse como notable, en tanto
logró con su propuesta evadir las posiciones más extremas, que a partir de la ya referida
“querella de los métodos” de finales del siglo XIX, intentó barrer cualquier intento de
mantenimiento o visibilización de un pensamiento que sostuviera los principios de las
ciencias del espíritu, la psicología, la filosofía, la historia, es decir, de la comprensión
como forma de conocimiento (y de acción).
El positivismo y la fuerte exclusión del mundo científico de todo lo que tuviera relación
con el campo de lo subjetivo y de lo ideológico - aunque el mismo establece un carácter
normativo - impregnaron el espacio de la producción y reproducción del conocimiento
y de sus diversas formas de expresión mediada en el terreno de la intervención social.
Como ejemplo típico de esta tendencia, en la psicología, las propuestas diltheanas (e
incluso el psicoanálisis) fueron reemplazadas por las formulaciones del conductismo de
Watson (1913), quien, en su firme intención de mantener la disciplina en el ámbito de
la academia, estableció un contenido y un método sostenido en la observación de las
conductas. Esto permitía la cuantificación. Otra referencia del mismo campo
disciplinar es la del psicoanálisis que, en manos de la hija de Sigmund, Anna Freud,
llevó este cuerpo teórico, al decir de sus biógrafos, a lugares bien ventilados, bien
iluminados, quitando del centro de la disciplina el inconsciente, ámbito oscuro y no
observable empíricamente, para poner en la consciencia el peso de la posibilidad
terapéutica.
Estos son dos ejemplos claros -con autores incorporados también por Mary Richmond
en su texto clásico de 1922- del modo en que las ciencias de la naturaleza arrasaron con
las ciencias del espíritu. Y con muchísimo éxito, aunque sin poder cumplir con las
promesas de la modernidad, tal como nos fueran presentadas. La desigualdad en todas
sus formas y manifestaciones, y su consecuencia, la pobreza y la exclusión, se
impusieron como condición fundamental del modo de producción capitalista.
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A modo de conclusión… nuevos interrogantes
Mary Richmond formula su planteo en Diagnóstico Social organizándolo en cuatro
momentos consecutivos: 1) entrevistas con el cliente, 2) entrevistas con el medio
familiar, 3) uso de otras fuentes 4) ponderación de todos los datos obtenidos. Este último
punto es lo que hoy, en investigación social, llamamos interpretación de los datos.
Quiere decir que los datos, como bien dicen Bourdieu, Chamboredon y Passeron (1975),
no nos hablan directamente, sino que necesitan ser construidos, leídos, interpretados.
Si esto es así ¿por qué en trabajo social, donde se lee tanto a Bourdieu, no hubo, hasta
hace muy poco tiempo, un interés por el enfoque interpretativo? ¿Por qué no pudimos
introducir este último enfoque crítico que incluye también al marxismo en sus diversas
vertientes? No planteamos acá un cuestionamiento de tipo político ideológico, sino que
formulamos una pregunta en términos epistémicos.
Si bien no podemos dejar de poner de relieve la influencia positivista/funcionalista/
inductivista en los aportes clásicos o tradicionales de la profesión, también tenemos que
identificar que la otra ruptura, la de la reconceptualización, muchísimo más trabajada
por el colectivo profesional/disciplinar, es la que nos puso en ese lugar crítico. Una
ruptura reconceptualizadora, esta vez, condicionada o producida por la Revolución
Cubana de 1959 y el ingreso menos restricto del material marxista, produciéndose allí
lo que, según Mercedes Escalada (1986) fue una reacción contraideológica, puesto que
se trató de salir de una ideología particular para entrar en otra ideología igualmente
particular. Esto mediante la formulación de objetivos de transformación que excedían
en mucho las posibilidades concretas de las intervenciones en lo social.
Pese a ello, hay que reconocer que fue este movimiento el que nos introdujo en lo que
hoy entendemos y asumimos como trabajo social: el acompañamiento de la población
en el ejercicio efectivo de sus derechos y de la ciudadanía.
Pero esto no obtura para repensar, en términos epistemológicos, sus propuestas de
modalidades de intervención, que tampoco pudieron evitar esa linealidad inductivista,
el influjo empirista, e incluso, sensualista propio de Hume y del método experimental.
Sus motivos fueron otros: toda teoría es ideológica fue su planteo, y su respuesta fue
renegar de la teoría (que provenía del hemisferio norte). Mercedes Escalada (1986),
Leila Lima y Roberto Rodríguez (1983) en sus textos y artículos respectivos dan
fundamentación cabal de lo expuesto.
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La influencia de una de las tesis filosóficas de Mao, Acerca de la práctica (1984) y el
escaso conocimiento, por parte de lxs colegas de la reconceptualización, de los textos
marxistas en particular y de la dialéctica en general, junto a las pésimas divulgaciones
sudamericanas de los mismos, hicieron el resto. La caída de los regímenes
democráticos en el Cono Sur de América Latina, donde se manifestó originalmente el
movimiento, impidió que este proceso avanzara revirtiendo esa fuerte tendencia de
reemplazo de una ideología por otra, mejorando sus producciones tanto teóricas cuanto
estratégicas y consolidando un proceso que, insistimos, nos introdujera con mayor
rapidez en un trabajo social preocupado - y fundamentalmente ocupado - no ya en
producir la adaptación de los clientes en una sociedad estable y armónica como
planteaba Richmond en 1922, sino en el reconocimiento del conflicto social y en la
necesidad de acompañar a las poblaciones en situación de vulnerabilidad en el logro, ya
mencionado, de sus derechos, en pos de la expansión de la ciudadanía.
Hoy, enfrentamos el apotegma de que “toda teoría es ideológica” no con el abandono
de las teorías, sino con el sostenimiento de una mirada crítica y reflexiva, una actitud
informada y muy formada, y una intervención fundada, es decir, bien argumentada como insistiera en plantear Alberto Parisi, en 1994, en Santiago de Chile -. Acompañar
a la población en el proceso de toma de decisiones respecto de sus derechos y de
ejercicio de los mismos, en el reconocimiento de sus propios saberes y posibilidades,
es el acto fundamental que nos caracteriza, a través del establecimiento de nuestros
instrumentos teóricos y estratégicos para la tarea.
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Biografía de la autora
Alicia González-Saibene es Doctora en Psicología y Posdoctorada en Filosofía,
Universidad Complutense de Madrid. Licenciada en Trabajo Social y Psicóloga,
Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Tiene estudios de Especialización en
Ciencias Sociales orientación Epistemología (FLACSO). Académica y directora del
Doctorado en Trabajo Social y del Centro de Investigación en Campos de Intervención
del Trabajo Social, Facultad de Ciencia Política y Relaciones Institucionales,
Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Correo electrónico: algas04@gmail.com
2021. Vol.1(1), 101-122, ISSN 2735-6620, DOI: 10.5354/2735-6620.2021.61238
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