Jean lE Dû
(1938–2020)
a mañana del pasado 6 de mayo, mientras paseaba tranquilamente con su esposa Françoise por la pequeña localidad pesquera de Saint–Quay–Potrieux (Bretaña), el lingüista francés Jean le Dû, uno de los grandes especialistas del mundo en las
lenguas célticas históricas, sufría un colapso cardíaco ante el cual ya
nada pudieron hacer las asistencias. Jean había nacido un 28 de marzo en Dieppe (Normandía), pero su familia procedía de Plougrescant
(Plougouskant en bretón), uno de esos numerosísimos pequeños pueblos de Bretaña cuyo nombre comienza por Plou– ‘parroquia’, como
tantos otros empiezan por Ker– ‘aldea’. Al habla de Plougrescant dedicaría precisamente el ilustre celtólogo su tesis doctoral en 1978, tras
recopilar durante muchos años palabras y expresiones en lengua bretona de su Plougrescant familiar tomando sabiamente como informantes solo a los más seniores de la localidad, los nacidos entre 1875
y 1914, verdaderas bibliotecas móviles como depositarios de la más
rica tradición lingüística. Los resultados de su investigación verían la
luz muchos años después―pues en realidad había comenzado con 14
años a recoger las palabras de su abuela―en forma de dos tomos bajo
el título Le trégorrois à Plougrescant. Con tales inicios no puede sorprender que le Dû acabara especializándose en sociolingüística—las
relaciones lingüísticas entre bretón y francés y su plasmación en lo
cultural, ideológico, social y político configuraron una de sus perennes
líneas de investigación―y en geografía lingüística, ámbito en el que
pasó de ocuparse de los datos de la pequeña localidad de Plougrescant
a los de toda la llamada Baja Bretaña en su Nouvel Atlas linguistique
de la Basse–Bretagne para luego dirigir el estudio de la parte céltica del Atlas Linguarum Europae y acabar en los últimos años por los
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archipiélagos de las Antillas―donde, por cierto, en poco tiempo llegó
a alcanzar un buen dominio del español―hasta publicar junto con
Guylaine Brun–trigauD el Atlas linguistique des Petites Antilles. Con
realismo Jean veía las relaciones interlingüísticas no como una solo
manu militari evitable execración lesiva para la pureza y unidad de las
lenguas sino como una magnífica oportunidad para valorar sus riquezas, diversidad y mutuas aportaciones, así como para aproximarse a su
íntimo funcionamiento y profundizar en el conocimiento de su verdadera función. Es, por tanto, solo un detalle más de la coherencia de la
carrera académica y científica el que desde su pequeño trampolín local
en la Armórica―la zona literalmente ‘marítima’ o etimológicamente
‘junto al mar’―le Dû llegara a las cálidas aguas caribeñas del más
puro criollismo lingüístico.
Con esta última obra Le dû―du significa ‘negro’ en bretón y el artículo francés Le ‘el’ es muy típico de los apellidos bretones precediendo
a referentes tanto en bretón como en francés―se alejó por una vez del
mundo lingüístico céltico, que desde sus tiempos de alumno y luego
discípulo del sacerdote François Falc’hun, padre de la moderna filología bretona, había constituido, como hemos visto, simplemente el
reverso profesional y académico de su anverso vital y familiar, hasta
convertirse en uno de los mejores especialistas mundiales en este ya
único resto continental del céltico, un grupo lingüístico que hace más
de dos milenios podía escucharse en casi toda la Europa atlántica hasta
alcanzar por desplazamiento también diversos territorios más orientales como Bohemia o buena parte de Italia e incluso, con los gálatas, el
centro de Anatolia.
Con la mayor naturalidad, con la mayor―literalmente―familiaridad,
como dejamos apuntado, le Dû había mamado todo lo céltico, en lo
lingüístico y también en lo cultural e histórico, desde su más tierna
infancia. No extraña que se sitúe entre los defensores del origen muy
antiguo, occidental y atlántico de los pueblos célticos y sus lenguas y,
por tanto, entre los adversarios de la doctrina tradicional sobre el origen, centroeuropeo y tardío, de estos pueblos y lenguas. Al respecto
recuerdo la simpática anécdota que me contó sobre el gran disgusto
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que, siendo aún niño, se llevó cuando en la escuela su maestro le intentó explicar que aquellos innúmeros monumentos megalíticos que
formaban parte de su vital escenografía más cercana y entre los cuales
solía jugar de niño no habían sido construidos por sus antepasados
celtas sino según la doctrina oficial―todavía hoy más vigente que vigorosa―por un previo pueblo desconocido y ni siquiera indoeuropeo,
teoría esta que además colisiona con la asociación intuitiva que ofrece
la nomenclatura megalítica, ya que algunos nombres internacionales
de dichos monumentos son precisamente célticos, como crómlech,
dolmen o menhir, este, por ejemplo, un transparente compuesto en
bretón de men ‘piedra’ más hir ‘larga’.
Su carácter de hombre conciliador y que tendía puentes entre orillas
opuestas se manifestó en su faceta de organizador de encuentros en
formas de seminarios o congresos. Al respecto fue le Dû, de hecho,
junto con su discípulo Daniel Le BriS―es decir: ‘El Abigarrado’―,
organizador, bajo el vuelo rasante de nubes y gaviotas en la portuaria
Brest, del debate Aires Linguistiques/Aires Culturelles–Colloque international en 2011, para ocuparse precisamente de la cuestión del origen
de los celtas y, en definitiva, intentar determinar si los célticos tatarabuelos de le Dû eran los atlánticos erectores de los alineamientos
de Carnac o, por el contrario, unos indoeuropeos invasores llegados
al Atlántico desde Mitteleuropea poco antes de la Edad del Hierro. El
profundo conocimiento astronómico de los celtas, cada día hoy mejor
acreditado, favorece la primera hipótesis al emerger como un importante y significativo lazo de continuidad con la ciencia astronómica
desplegada por aquellos constructores de megalitos.
A pesar de su aspecto duro, de pugilista castigado y fajador de peso
ligero, le Dû era un hombre extraordinariamente sensible y afable.
Las cicatrices de sus orígenes humildes y de la dureza de su infancia,
sobrevivida entre los violentos años de la ocupación y la guerra, se
mezclaban en su rostro―como el bretón y el francés en su vida y en
su obra, como las lenguas criollas―con los cada vez más crecidos hoyuelos de su sonrisa. Los antiguos celtas, como muchos otros pueblos,
situaban el más allá en una isla occidental. Allí donde las mareas le
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hagan desembarcar, me lo imagino con su cuaderno en mano, como
cuando tenía 14 años, dispuesto como siempre a escuchar a los demás―sobre todo si son informantes ancianos―y tomando prietas y
organizadas notas para su nuevo atlas lingüístico…
Xaverio Ballester
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