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“Nuevas Historias de Chiapas, Siglos XIX y XX”, enero-diciembre 2004, Revista
Mesoamérica, año 25, núm. 46, Plumsock Mesoamerican Studies-Centro de
Investigaciones Regionales de Mesoamérica.
“
Nil novi sub sole. Nada nuevo bajo el sol”. Con
estas palabras se cierra el grupo de artículos que
compone el número 46 de la revista Mesoamérica,
dedicado a la historia contemporánea chiapaneca. Nada
nuevo bajo el sol en palabras de Jan de Vos para referirse
a la idealización del indígena desde los textos de
Bartolomé de Las Casas hasta los escritos del
subcomandante Marcos, y nada nuevo bajo el sol, diría
yo, en cuanto al prisma con que se lee la historia
chiapaneca en el volumen de referencia; afirmación que
no es incompatible con el reconocimiento a la labor
académica de los autores que signan el número,
especialmente por la información, en algunos casos
muy novedosa, que aportan. Parece un contrasentido
y espero que a lo largo de las siguientes líneas logre
entenderse a qué me refiero cuando hago mención a
información novedosa y enfoques ya conocidos.
Iré más tarde a ello, ahora es conveniente advertir
que una de las reiteraciones más expresadas, y
seguramente ciertas hasta el momento, respecto a los
estudios de ciencias sociales sobre Chiapas, ha sido y
es la escasez de investigaciones que tienen al siglo XIX
como tema. Siglo de transformaciones innegables en
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el continente americano, en especial las referidas a la
obtención de la independencia de las colonias españolas
y portuguesas, aunque alguna haya sido tan tardía como
la cubana, 1898; que muestra todos los contrasentidos
propios y ajenos en la construcción del Estado
moderno. Los propios, a la hora de crear una
institucionalidad contemporánea acorde con los
tiempos, por estar unida a su pasado colonial,
socialmente jerárquico por segregacionista y, de esa
manera, rígido para entender a la ciudadanía, confuso
en la tarea de imaginar la nueva nación. Los ajenos por
verse en el espejo cóncavo de las metrópolis o de los
países que eran ya centrales en el mundo, Estados
Unidos y Europa occidental. De tal suerte que las
dificultades para desplegar en su vertiente más política
el liberalismo, a consecuencia de las restauraciones
monárquicas o de los desencuentros entre grupos de
poder, que adoptaron el nombre, por lo general, de
liberales y conservadores; se reflejaron en el ámbito
americano, y el caso mexicano no fue la excepción.
Esta especie de imitación distorsionada de la
Europa reaccionaria a las propuestas políticas liberales,
que habían tenido su punto álgido a finales del siglo
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XVIII con la Revolución Francesa, aunado a las
dificultades para crearse una imagen propia de país,
por las ideas evolucionistas y racialistas que atravesaron
la concepción de las sociedades americanas, muestra
cómo el siglo XIX y su prolongación natural en las
primeras décadas del XX, es imprescindible para
conocer, en el tiempo largo, las contradicciones históricas
reflejadas en los periodos revolucionario y
postrevolucionario en México y Chiapas.
La escasa, aunque de forma paulatina más sólida
información sobre esta época, donde destacan obras
como las de Jan de Vos, Jan Rus, Robert Wasserstrom
o Rocío Ortiz, recuerda la relevancia del siglo, en especial
por su desconocimiento, y anima a seguir la exploración
temática y archivística, ora en su difusión, como ocurrió
en el año 2002 con el Foro Internacional sobre Chiapas: de
la Independencia a la Revolución, (CIESAS- ECOSURPROIMMSE(UNAM)-Facultad de Ciencias Sociales de la
UNACH), celebrado en San Cristóbal de Las Casas, ora
mediante publicaciones como el número dedicado al
Chiapas decimonónico de la revista Mesoamérica.
Si se retoma el inicial hilo conductor de este texto,
que hacía referencia a la información de los artículos y,
también, a la perspectiva desde la que se interpretan, tal
vez se logre aclarar cuál fue el motivo que me condujo
a afirmar, parafraseando en este caso a Jan de Vos,
que no había nada nuevo bajo el sol. Una pista se halla
en la presentación del número suscrito por Armando
J. Utrilla, W. George Lovell, Stephen E. Lewis y Jan
Rus y cuyo título, “Algunas raíces del Chiapas moderno”,
ya anticipa parte del contenido. No resulta extraño que
el levantamiento neozapatista sea un acicate comercial,
aunque no creo que en esta ocasión tal fuera el motivo
para justificar la salida a la luz de una obra histórica o
antropológica. Sin embargo, sí el alzamiento armado
es un argumento contundente para los firmantes,
puesto que la “meta” propuesta “es exponer algunas
raíces históricas generadoras del descontento y
sentimiento profundo de injusticia que provocaron un
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evento tan dramático” (p. ix), motivo por el cual los
artículos presentados permitirán “a los lectores apreciar
mejor el contexto histórico de la conflictiva actualidad
chiapaneca” (p. x). Es decir, por una parte existe la
conciencia de que los hechos sociales más recientes,
como con toda lógica es justo pensar desde la disciplina
histórica, se establecen en procesos previos, procesos
que, a manera de la prístina acumulación primitiva de
capital, del vocabulario marxista, permiten generar una
empresa determinada, donde en el caso chiapaneco
sería de carácter revolucionario dirigida, o al menos
integrada, por el grupo social más marginal, el indígena;
mientras que, por otra, se reitera esa especie de
excepcionalidad chiapaneca, aquella que convierte a su
territorio no en un ejemplo, sino en el ejemplo de la
injusticia secular y la reiterada conflictividad.
Desde esta lógica se entiende que buena parte de los
artículos aborden la historia de Chiapas, una historia que
se hace presente en la cotidianidad indígena o en las
consignas y acciones del nuevo zapatismo; en fin, una
historia de desigualdad social que se instala en el discurso
como singular y que tanto histórica como
antropológicamente ha seguido diversas corrientes
interpretativas para recordar que las causas expresadas
en cada momento dependen de los lentes utilizados para
analizar la realidad. Si la lucha de clases no llegaba a Chiapas
por ser una sociedad de producción feudal, según
exégetas de no hace tantos años, ahora la decantación
culturalista simulada con el vocabulario liberal, aunque
les pese a los que desconozcan que lo utilizan, señala la
inconmensurabilidad como problema y, a su debido
tiempo, también como solución en el camino de imitar
al más peligroso y reaccionario romanticismo.
Si cambiamos de rumbo, la revisión de los
materiales de la revista que nos ocupa permite percibir,
a los conocedores de la investigación social sobre
Chiapas, que los trabajos que aportan documentación
histórica de primera mano en buena medida no son
presentados por historiadores de formación, hecho
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que no resta mérito a los textos, aunque informa de
una de las peculiaridades de la historia realizada sobre
Chiapas: el arribo al tema de académicos formados
en otras disciplinas, especialmente de la antropología.
De las cinco “Contribuciones”, así se llama el
apartado, sólo dos se puede decir que son efectuadas
por historiadores formados originalmente en tal carrera,
aunque todas de alguna manera tienen un hilo
conductor en la desigualdad social a través del enganche
de trabajadores indígenas del norte de Chiapas, en el
escrito presentado por Sarah Washbrook; del papel de
los sirvientes en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas,
según lo expuesto por Ana María Garza Caligaris; de
los disímiles caminos de ciertas localidades indígenas
en la revolución explicados por Jan Rus; de las relaciones
de género establecidas en las fincas de Simojovel en el
estudio de Sonia Toledo y, para finalizar, del monopolio
del aguardiente y las consecuencias del mismo en la
explicación de Stephen E. Lewis.
En el escrito de Sarah Washbrook la novedad radica
en aportar material sobre el sistema de enganche en el
norte del estado de Chiapas, en contraposición con las
informaciones recurrentes que se poseen de la región
de Los Altos. Pichucalco, Chilón y Palenque, aunque
lejanos los dos últimos del primero, son ejemplos de
este sistema que la autora, no como novedad, considera
una “servidumbre moderna”. La supuesta política
liberal de mediados del siglo XIX, representada en
Chiapas por Emilio Rabasa y sus sucesores, entre ellos
su hermano Ramón, no respondía a los criterios
políticos liberales, aunque se siga insistiendo en dicha
liberalidad. Tal vez la confusión estriba en la
confrontación con el clero y la liberalización de ciertas
tierras en posesión de indígenas e iglesia católica, sin
embargo, habría que preguntarse hasta qué punto se
puede seguir hablando de liberalismo para aquellos
años, aunque los actores políticos así se llamaran. Las
medidas económicas no respondían al ejercicio de la
libre empresa y la libre circulación de mano de obra, y
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las medidas políticas no tuvieron cercanía al liberalismo
heredero de la Revolución Inglesa ni de la Ilustración.
Más bien responden al modelo que J. Ramón González
Ponciano ha caracterizado como “modernización
regresiva” para el caso guatemalteco, y que la autora
denomina “modernización conservadora” (p. 25), en
el que las corrientes del positivismo se imbrican con el
evolucionismo más racialista para constituirse en las bases
de un pensamiento que construyó una ciudadanía
segregadora, por haber sido originariamente segregada,
misma que facilitará un liberalismo económico, también
sui generis, dispuesto a supeditar la libertad económica
en aras de un despegue empresarial inexistente, pues la
acumulación se producía a través de materias primas
exportables, comercializadas por los mismos
explotadores foráneos.
Si el enganche es considerado una servidumbre, el
texto de Ana María Garza Caligaris habla de otra
servidumbre, aquella que se muestra en la ciudad de
San Cristóbal de Las Casas, concretamente de personas
procedentes, sobre todo, del barrio de Cuxtitali. Si el
texto previo es novedoso por la ubicación geográfica,
el de Garza lo es por lo mismo, al centrarse en la muy
nombrada y poco estudiada Ciudad Real colonial;
también por la elección del tema en un contexto urbano.
Aunque no serán las únicas novedades del artículo,
puesto que la utilización de documentación judicial, hasta
ahora escasamente explorada para el estudio de la
historia chiapaneca, abre vías de sumo interés,
especialmente si se toma en cuenta el potencial existente
en el Archivo General del Poder Judicial de Chiapas,
ubicado en Tuxtla Gutiérrez.
Del artículo de Ana María Garza, construido con
información de fuentes primarias, me llaman la atención
varios aspectos, y no como los únicos posibles. Uno
de ellos se refiere a la afirmación que efectúa en el
párrafo inicial. Señala que “El imaginario político y
cultural dominante de la época veía en la ley uno de los
símbolos de la modernidad, impulsora de la civilización
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y el desarrollo económico” (p. 28). Tal afirmación, que
no está desencaminada, también tiene otra lectura si lo
que se pretende demostrar, como afirma en las
reflexiones finales, es que la legislación quería mantener
el régimen de servidumbre en territorio chiapaneco.
Digo esto porque si algo es conocido en el periodo
medieval europeo es la legislación no sólo en materia
de servidumbre, por ello hay que recordar los contratos
de vasallaje que se establecían entre siervos y señores,
también las prácticas y símbolos que los confirmaban.
En el mismo periodo histórico existía, en ciertas
localidades, “libres” para el uso de los dominios
comunes de tierra, y las sanciones y castigos para sus
infractores. Lo que pretendo afirmar es que no sólo la
llamada en el artículo “modernidad” se preocupó de
la legislación, sino que lo anterior más parece un resabio
tardomedieval,1 al menos en lo legislativo, con paradojas
tan marcadas como la posibilidad que tenía la
servidumbre de defenderse ante los tribunales de la
ciudad alteña. Por ello, si la legislación era una tapadera
para la explotación personal en el trabajo doméstico,
innegable y asumido en Chiapas hasta la actualidad por
propios y foráneos aunque se pueda negar con
argumentos de escasa solvencia moral, habría que
preguntarse hasta dónde los ejemplos del artículo que
muestran cómo se defendieron los sirvientes, con éxito
algunos según se constata en documentación de los
juzgados, no sería una contradicción respecto a la
servidumbre generalizada en el estado que el primer
artículo muestra. Es decir, si la servidumbre estaba
generalizada en el estado de Chiapas por qué sólo se
defendían los sirvientes de la ciudad o, por qué se les
permitía defenderse a ellos y no a los del campo. Sin
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poder responder a estas preguntas, el seguimiento de
la documentación sobre el tema promete más
novedades, referidas a la servidumbre en la ciudad y al
papel de las mujeres en la misma.
El siguiente artículo firmado por Jan Rus continúa
una tradición, se podría considerar ya, establecida por
él mismo a través de sus estudios sobre San Juan
Chamula. Su lógico repudio al funcionalismo culturalista
de ciertas escuelas norteamericanas que realizaron
investigaciones en suelo chiapaneco —hay que recordar
que participó en el proyecto Harvard liderado por Evon
Z. Vogt— le hizo volver la vista a la historia como
soporte fundamental de la etnografía. La historia oral,
complementada al igual con fuentes primarias, ha
permitido dotar a ciertas localidades indígenas de un
pasado, alejado de cualquier tentación mística. Por lo
tanto, ni los indígenas son elegidos de Dios como gustan
considerarlos ciertos proyectos iluminados que circulan
por Chiapas desde hace décadas, algunos con el
beneplácito de académicos; ni pasivos receptores de
su realidad histórica, forma que permite a otros, como
de manera acertada señala Jan Rus, afirmar que al no
participar en el desarrollo de acontecimientos que
debieron interesarles para el futuro de su sociedad no
han tenido ni tienen derecho a quejarse, argumento que
otorga a la denominada peculiaridad cultural la
responsabilidad de tal actitud.
La explicación de Rus, en cierta medida, utiliza
similares ideas ya expuestas en obras previas que tratan
el caso de la revolución chiapaneca —de nuevo la
excepcionalidad local, es decir, la guerra civil entre élites,
los indígenas como botín y un contrasentido a lo
expuesto con anterioridad, la desconexión maya no
ubicada en su propia forma de relación entre localidades
y hablantes de lenguas del tronco lingüístico común,
sino “en la hostilidad de los ladinos con respecto a su
movilización” (p. 59).
1
Sin ser un análisis desde la perspectiva del materialismo
dialéctico, Arno J. Mayer, La persistencia del Antiguo Régimen.
Europa hasta la Gran Guerra, Alianza Editorial, Madrid, 1984,
mostró cómo la prolongación de formas políticas y sociales no
modernas es perceptible hasta entrado el siglo XX en Europa.
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En el fondo la historia de Chiapas, o así lo
comprende la historiografía, es una continua reiteración
del maniqueísmo cristiano y su interpretación se
ejemplificaría en el complejo de Poncio Pilatos; todos
nos lavamos las manos porque la culpa siempre es del
otro. Los ladinos al acusar a los indios de los males
locales, los indios y sus aliados, estos últimos divergentes
dependiendo de la época al acusar a los ladinos de
todas las perversiones humanas posibles.
La dispar trayectoria revolucionaria, o al menos del
periodo que se conoce como revolución en México,
de Chamula, Chenalhó, Zinacantán y fincas habitadas
por indígenas como eran entonces Los Chorros, Tanaté
y Acteal, ofrece ejemplos al autor del vaivén de las
políticas locales, atravesadas por el interés de controlar
los municipios, especialmente los problemáticos,
mediante medidas que sesgarán su autonomía al quedar
sometidos a municipios ladinos. Esta reacción ladina,
que resume Rus en el concepto neoporfirismo, tendrá
también distintas respuestas en las localidades elegidas,
situación que demuestra la escasa validez de la
explicación étnica sin tomar en cuenta otras variables
sociales. En resumen, no reaccionaron por ser tsotsiles
de la misma forma, lo hicieron como cualquier ser
humano en coyunturas políticas y sociales diversas, de
manera, por lo tanto, también diversa.
Las fincas de Simojovel llevan años siendo exploradas
en su vertiente antropológica e histórica por Sonia Toledo,
quien ya es la especialista por méritos propios del
municipio y región de estudio. En esta entrega de
investigación ahonda en la historia oral para demostrar
cómo los “lazos que unían a patrones y trabajadores
eran múltiples… Así se generaron vínculos afectivos,
complejos y contradictorios, de lealtad, temor, respeto,
odio, agradecimiento, amor y desengaño. Estas relaciones
entretejidas con las de tipo económico crearon en la
región “a (sic) un complicado entramado social” (p. 89).
En efecto, la autora presenta un entramado que
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complejiza la simplista percepción de finqueros frente a
mozos; desalmados propietarios frente a inocentes
trabajadores. Por el contrario, las referencias a la
“economía moral”, acuñada por Edward P. Thompson,
o a la “violencia simbólica”, expresada por Pierre
Bourdieu para indicar la situación vivida en Simojovel,
muestran las prácticas paternalistas y los mecanismos en
los que se sostenían las relaciones patrón-empleado —
también patrón-cliente—, aunque la autora, y los lectores,
deberían preguntarse cuál hubiera sido el modelo
económico propuesto si todo lo que lleva el sello liberal
es rechazado, todavía en la actualidad, por estar ligado a
la explotación capitalista, y la propiedad también lo es
como soporte fundamental del proyecto económico
liberal. Lo que queda, sin despreciar el modelo comunista,
sería una supuesta, y nunca existente, comunidad ideal
de campesinos indígenas, reclamada como el modelo a
seguir seguramente porque nadie sabe cómo funcionaría.
El último artículo que compone la sección
“Contribuciones” está firmado por Stephen E. Lewis,
especialista en la educación pública en Chiapas durante
el periodo postrevolucionario. Seguramente es el texto
más novedoso por el tema de estudio, siempre
conocido pero no tratado o al menos no publicado,
me refiero a la construcción del monopolio de la
producción de alcohol por los hermanos Pedrero.
Lewis. Se basa, principalmente, en el informe
coordinado por Julio de la Fuente que mandó a realizar
el Instituto Nacional Indigenista (INI) en la década de
los años cincuenta del pasado siglo. Ese informe, junto
a otras referencias bibliográficas le permiten armar un
primer acercamiento al hecho que significó la creación
de una considerable fortuna familiar, prolongada en el
tiempo a través de múltiples negocios; además de que
apunta los cambios, obligados, en la producción agraria
de ciertas regiones de Chiapas y, al mismo tiempo,
significa un repaso al papel de las instituciones estatales
y los individuos que las componen.
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El texto, por la novedad de la información reflejada
en el informe coordinado por Julio de la Fuente, aporta
vías múltiples para el trabajo histórico, pero también
antropológico sobre un caso que por conocido, repito,
sigue en espera de un seguimiento más extenso.
La revista, además de la sección principal, revisada
hasta ahora en los cinco artículos que la componen,
incluye tres más divididas en “Proyectos de
investigación”, “Fuente documental” y “Ensayo”.
De los primeros abren Dolores Palomo y Andrés
Aubry, quienes llevan tiempo en sus trabajos de
investigación, Palomo con las cofradías en el siglo XIX
y Aubry en temas diversos que involucran a la Iglesia y
a los indígenas, aunque se refiera a los negros de Ciudad
Real en relación con el templo de San Nicolás. Cierra
la antropóloga española Pilar Sanchiz, quien narra la
construcción de un proyecto de investigación incipiente
entre mujeres cabezas de familia en la periferia de San
Cristóbal de Las Casas.
La revista concluye su acercamiento a Chiapas con
dos artículos que por su distinta naturaleza, llaman la
atención. El primero de Justus Fenner por ser un
recuento de guías y archivos, locales, nacionales e
internacionales que recogen información sobre el siglo
XIX chiapaneco. La ingrata y poco reconocida labor
de recuperación y clasificación de archivos llevada a
cabo por el autor desde hace casi dos décadas, tiene en
el artículo una recompensa segura al facilitar la consulta
de los neófitos investigadores que quieran ver en
Chiapas, y concretamente en el Chiapas decimonónico,
su tema de investigación.
El último trabajo, con el que se inició este escrito,
muestra al Jan de Vos incisivo y sucinto que se conoce
por sus primeras obras históricas sobre Chiapas, así
como al también brillante crítico de fuentes de Los
Enredos de Remesal.2 De manera breve, pero precisa,
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repasa la idealización de los indígenas chiapanecos en
las obras de Bartolomé de Las Casas, B. Traven, un
colectivo tseltal de los años setenta y el subcomandante
Marcos. En tiempos distintos, en circunstancias
históricas no equiparables, los cuatro sitúan, por motivos
y propósitos divergentes, a los indígenas como el
ejemplo a seguir por el resto de la sociedad que les
rodea, incluso son modelo para el resto del mundo,
siguiendo la huella que autores como Montaigne y
Rousseau legaron a sus futuros lectores.
“La comunidad zapatista, tal como es representada
en los discursos de Marcos y los comunicados del
CCRI, es una utopía, un sueño, cuyo retrato obedece a
exigencias ideológicas y estrategias políticas” (p. 226).
Esta cita resume lo que el ensayo pregona, que en ningún
momento de la historia ha existido una comunidad
ideal indígena. Recordarlo, en palabras de Jan de Vos,
demuestra que siempre hay tiempo para rectificar, para
decir aquello que, por obvio, no se considera
políticamente correcto en ciertas coyunturas históricas.
Final circular del camino de un número especial de
la revista Mesoamérica que recuerda la labor ingente que
en materia histórica queda por hacer en Chiapas y sobre
Chiapas, a la vez que convoca, del mismo modo, a
pensar caminos distintos, veredas escabrosas e
incorrectas políticamente, a desandar si es necesario;
en definitiva, a mirar siempre la realidad con la otra
mirada, con la que ofrecen los datos pero con la que
aporta un Chiapas no aislado en el tiempo ni en el
espacio, una entidad que forma parte del mundo, del
que no ha sido ajeno aunque creamos a veces lo
contrario.
Miguel Lisbona Guillén
PROIMMSE-IIA-UNAM
2
Jan De Vos, Los enredos de Remesal. Ensayo sobre la conquista de
Chiapas, CONACULTA, México, 1992.
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