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Publicado originalmente el 2 de enero de 2019 en ​La Segunda El lucrativo negocio de las “fake news” El término “fake news” llegó para quedarse. De momento nos hemos centrado en la responsabilidad de las personas que caen en la trampa de la desinformación y no en las cuestiones que hacen que este tipo de contenido circule y se masifique. Parece que como sociedad no nos hemos dado cuenta cómo ha cambiado la forma en que estamos consumiendo contenido y que el modelo de negocios de las plataformas donde este circula ha marcado nuevas reglas del juego para el desenvolvimiento de la discusión pública. Las redes sociales se han transformado en una nueva plaza pública, pero en ellas el contenido que se nos presenta no es azaroso, sino que está dictado por un algoritmo en función de nuestras interacciones pasadas. Como el negocio de las redes sociales es perfilarnos para vender publicidad, se obsesionan con que pasemos la mayor cantidad de tiempo posible en su plataforma. Basándose en nuestro historial, el algoritmo nos muestra constantemente lo que queremos ver. Esto genera una “burbuja de filtros” en donde a las personas se les confirma constantemente su posición inicial antes que someterla a una sana discusión pública. Por otro lado, el algoritmo nos bombardea con recomendaciones de artículos similares al que ya le hicimos click. Parte de nuestra naturaleza hace mucho más probable que interactuemos con contenido polémico, extremo o escandaloso. Como ese contenido genera más interacciones, el algoritmo le otorga más visibilidad y difusión. Las redes sociales se transforman de esta forma en una gran caja de resonancia y un trampolín para la viralización de contenido polémico, de mala calidad o derechamente falso. Creando así un ecosistema que hace rentable la existencia de medios digitales que explotan este nicho de dudosa legitimidad. La primera medida para combatir las “fake news” es generar medidas de educación digital que le entregue las herramientas a las personas para distinguir contenido de fuentes dudosas de aquel producido por fuentes confiables. La segunda medida (y el verdadero desafío) es crear un marco regulatorio que ponga fin a los incentivos perversos que están haciendo de la generación de desinformación un lucrativo negocio.