La Guerra contra el Crimen Organizado en México:
¿Guerra civil en curso? ¿Revolución en ciernes?
Una perspectiva cuantitativa.
Aníbal Ayala Cortés
Es con el aumento de la productividad y la división del trabajo,
y con la aparición de jerarquías y de élites, como crece progresivamente la crueldad y la destructividad en gran escala. A medida
que avanza la civilización y se fortalece el poder oligárquico autoritario, los hombres se vuelven más violentos.
Guiseppe Amara, La violencia en la Historia. 1976
La violencia es requisito del capitalismo, su forma de vida.
En lo interno, la lucha implacable; en lo externo, la guerra.
Así, han hecho de la mentira su verdad incontrovertible; del
engaño, su sagacidad; del cinismo, la audacia que envanece;
de la cordura, la razón de los temerosos. El odio debía volverse su esperanza activa, el móvil de su acción.
Gastón García Cantú, Las invasiones norteamericanas en
México. 1971
Tiempos oscuros se ciernen sobre la nación. Tras un polémico y aún no satisfactoriamente
aclarado proceso electoral, que dividió claramente y de facto al país en dos macrorregiones
geohistóricas bien delimitadasA, a partir de diciembre de 2006 se decretó desde el gobierno
federal una guerra “frontal y sin tregua” contra los grupos del crimen organizado que
operan en México. Casi seis años han transcurrido desde entonces y la guerra del Estado
mexicano contra el “crimen organizado” ha cobrado ya más de 95 mil muertos, ha
provocado el mayor desplazamiento poblacional registrado desde la década de 1910-1920,
ha colapsado gran parte de la estructura socioeconómica del país y ha enrarecido el
ambiente político nacional a tal grado que muchos hablan ya abiertamente de la
posibilidad de un régimen dictatorial militarizado en México (no hemos tenido dictaduras
militares desde 1913-1914, luego del golpe de Estado del Gral. Victoriano Huerta contra
el gobierno de Francisco I. Madero) y/o de la intervención militar estadounidense en
territorio nacional para contener la violencia (la última intervención militar extranjera en
México ocurrió con la fallida “Expedición Punitiva” contra el Gral. Francisco Villa en
1916).
Que se trata de una campaña militar que se enfila, en realidad, contra los grupos y sectores
sociales opositores más activos y radicalizados, es una verdad que aceptan incluso autores
cercanos a las esferas del poder2. Que el fenómeno ha sido potenciado por el apoyo de
amplios sectores sociales subalternos a los grupos del crimen organizado en pugna con el
Estado, es también una verdad que se ha documentado y debatido con cierta amplitud3. Y
sin embargo, muy pocos han planteado el hecho de que, por definición, un conflicto de este
tipo es una guerra civil. Más aún: es una guerra de clases.
A. Después de las elecciones de 2006, “México aparece dividido en dos porciones formadas por dieciséis entidades
federativas cada una. Visto en un mapa, el país muestra dos claras mitades: la del Norte —con excepción de Baja
1
California Sur y Zacatecas— es azul; la del Sur, exceptuando a Puebla y Yucatán, es amarilla.”
El presente texto intenta encontrar alguna evidencia cuantitativa que proporcione
elementos para definir el actual conflicto mexicano en su justa dimensión histórica,
alejándose del discurso oficial elitista y de la interpretación fácil e inmediatista, que han
proliferado a lo largo de este sexenio sangriento, velando de manera interesada la
interpretación de los hechos con la finalidad de desviar la atención y producir una falsa
imagen del momento histórico que transitamos.
1. Historia del narcotráfico en México
En México, el narcotráfico, lejos de ser una actividad delictiva,
es un movimiento social que fue instrumentado por el Estado,
de la misma manera que lo hizo con el sindicalismo. Sus dirigentes son los representantes de la sociedad política.
José Alfredo Andrade Bojorges, La historia secreta
del narco. 1999
La exploración histórica para entender cómo surgió y
se desarrolló el fenómeno del tráfico de drogas ilícitas
en México proporciona elementos que permiten ubicarlo
como uno de los componentes de las relaciones de poder
que se han tejido desde la constitución del Estado postrevolucionario.
Luis Astorga, El siglo de las drogas. 2005.
Campesinos casi analfabetos como Caro Quintero, Don Neto,
El Azul, El Mayo o El Chapo no hubieran llegado muy lejos sin
el contubernio de empresarios, políticos, militares y policías.
Ellos son los auténticos Señores del Narco. Su protección a los
capos se agota cuando cometen graves errores, cuando son
traicionados por sus subalternos, o porque dejaron de ser útiles para el negocio.
Anabel Hernández, Los señores del narco. 2010
Varios autores4 muestran que productos como la marihuana, la coca, el opio, etc., siempre
se habían consumido y comercializado libremente sin ningún problema. Los problemas
asociados con estas sustancias iniciarían bruscamente en la primera mitad del siglo XIX,
cuando los británicos introdujeron el cultivo y procesamiento del opio a China,
difundiéndose su uso y consumo masivamente, al grado de alarmar al Emperador Cheng,
quien por primera vez decreta leyes que prohíben el cultivo de la adormidera y la
distribución del opio. Intereses económicos de comercio, y por ende políticos, llevaron a
una situación bélica que se desató entre la Gran Bretaña y China en 1830 en la llamada
‘Guerra del Opio’, que terminó con la firma del Tratado de Nankin, en agosto de 1842.
Como siempre, el vencedor impuso severas e injustas condiciones al vencido
Naturalmente que, con estas concesiones, floreció la producción y el comercio del opio5.
En el caso de México y su vecindad geográfica, hacia el siglo XVIII, la marihuana era uno
de los cultivos más rentables de las colonias inglesas del actual sur de los Estados Unidos6.
México, de manera particular, participaba activamente en este comercio con la exportación
de marihuana (introducida originalmente por los conquistadores europeos en el siglo XVI)
procedente de las extensas zonas de cultivo de las planicies costeras noroccidentales y los
valles vecinos (Sinaloa y regiones de Sonora, Chihuahua y Durango), especialmente a
partir de la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865). Este circuito comercial
establecido a través del Río Bravo y, por las rutas del Atlántico, hacia Europa, trajo
importantes ingresos tanto a los insurrectos confederados del sur de los Estados Unidos,
como a los liberales mexicanos en lucha contra la Intervención Francesa y el Segundo
Imperio Mexicano de Maximiliano (1862-1867)7. Sería hasta finales del siglo XIX y
principios del XX que, junto a los obreros chinos (“coolies”) de las empresas ferrocarrileras
estadounidenses, llegó a Sinaloa la siembra de la amapola y la técnica de elaboración de
opio, morfina y heroína, aunque su comercialización se mantuvo muy limitada: hacia 1910,
se importaban alrededor de 12 toneladas de opio anuales provenientes de Estados Unidos,
Europa y Asia8. La cocaína no llegaría a México hasta la década de 1960 en el contexto de
las “operaciones negras” de la CIA, cuando ya operaba la legislación prohibicionista. Su
cultivo inició en el país hacia la primera década del siglo XXI, limitada a la región sur:
Guerrero, Oaxaca, Tabasco, sur de Veracruz y Chiapas.
Las políticas prohibicionistas contra las drogas, implantadas durante el siglo XX,
respondieron a las críticas internacionales contra el libre comercio de drogas que
ocasionaban la decadencia social y económica de los pueblos, bajo una óptica puritana y
conservadora, no exenta de prejuicios. Se arguyó que el consumo de estas sustancias
fomentaba conductas antisociales, generaba problemas de salud pública y actuaba como
factor coadyuvante de la criminalidad, poniendo en riesgo la estabilidad del capitalismo
industrial y comercial. En realidad se trataba de un discurso hipócrita: por un lado, estas
actitudes socialmente indeseables se adjudicaron, desde el principio, a los sectores sociales
marginales (negros, latinoamericanos y asiáticos) y a las clases bajas, fomentando
violentas tendencias racistas, xenófobas y clasistas. Por otra parte, la magnitud de los
dividendos económicos obtenidos, hacia deseable el control capitalista de este comercio
subterráneo, de tal manera que las políticas prohibicionistas generaron sectores criminales
e impulsaron el propio tráfico de drogas que abastecía el amplio consumo interno en las
sociedades occidentales. Hacia 1912 se suscribieron los primeros acuerdos internacionales
sobre control de drogas al prohibirse el libre comercio del opio. Hacia 1919 la coca sufrió
el mismo destino y en 1937 la marihuana siguió idéntico camino. En el transcurso de 22
años, productos vegetales que siempre habían sido considerados medicinales, terapéuticas
y comercialmente rentables, se transformaron en sustancias proscritas y demonizadas. No
obstante, de manera clandestina, con el complaciente disimulo de los gobiernos, continuó
su tráfico internacional9. Desde esta perspectiva, es posible identificar dos fases principales
en la historia del tráfico de drogas en México, divididas a su vez en, por lo menos, cuatro
grandes etapas que permiten observar sus relaciones con la esfera política10.El desarrollo
histórico del narcotráfico en México ha pasado por varias fases. La primera fase transcurre
desde la Revolución hasta mediados de la década de 1960. Una primera etapa de esta fase
transcurre entre 1914 y 1947.
A finales del siglo XIX, antes de la prohibición, el discurso relacionado con las drogas se
centraba en una cierta moral que juzgaba con mayor dureza a los adictos a la marihuana,
muy frecuentes entre las clases bajas (soldados rasos, prisioneros, delincuentes, gente del
bajo mundo), que a los ejemplos de individuos de las clases altas que asistían regularmente
a locales costosos donde se consumía opio, morfina y heroína11. Sin embargo, tan solo unos
pocos miles de individuos en México se dedicaban a la producción y el tráfico de drogas,
orientadas mayoritariamente hacia el pequeño mercado estadounidense (el mercado
mexicano prácticamente no existía). Esta actividad no representaba ningún riesgo político
para el gobierno y sí era, en cambio, una de las fuentes de ingresos de políticos, policías y
militares, aunque no la más importante. Los pocos narcotraficantes existentes se sometían
completamente al control del Estado y había muy poca tolerancia al uso de la violencia
para dirimir las disputas entre ellos12. Dentro de los Estados Unidos, la corriente
ultraconservadora puritana y moralista lograría incluso la prohibición del alcohol en 1920,
lo cual posibilitó la consolidación definitiva de la mafia italoamericana en territorio
estadounidense y alentó la formación de bandas de contrabandistas fronterizos en México.
La 'Prohibición' y la Revolución Mexicana estimularon un brote importante de comercio
ilícito: alcohol, algodón, marihuana, morfina, heroína y opio eran intercambiados en la
frontera por contrabandistas estadounidenses a cambio de armas y municiones para las
facciones revolucionarias del Norte de México13.
Durante esa década de 1920, la crisis minera en el Norte del país trajo consigo un cultivo
más amplio de la amapola en las regiones norteñas, originando la extensión de sus plantíos
a través del hoy famoso “Triángulo Dorado” de la droga (regiones serranas de Sinaloa,
Chihuahua y Durango), zona fabricante de heroína para exportación. Los futuros “cárteles”
mexicanos del narcotráfico habían nacido en posición subordinada al poder político del
‘Grupo Sonora’, particularmente en los estados productores o de tráfico en el Norte del
país. Políticos como Esteban Cantú (gobernador de Baja California que controlaba el
tráfico de opio), Gabriel Leyva Velázquez (gobernador de Sinaloa que ofrecía su ‘amistad’,
ayuda y consejo a cambio de un porcentaje de las cosechas de droga14) o Abelardo L.
Rodríguez (Presidente interino en 1932 y luego próspero empresario de casinos), fueron
pioneros en el negocio. Aunque los traficantes pertenecían al arreglo general del régimen
emanado de la Revolución, estaban excluidos formalmente de la política. Desde su posición
subordinada, su capacidad para establecer sus propias reglas era muy limitada, sin
protección política tenían escasas probabilidades de supervivencia15. Hacia la segunda
mitad de la década de 1920, el tráfico de drogas era ya un creciente negocio
transfronterizo controlado por un grupo de caciques y políticos del Bajío y el
Noroccidente (Michoacán, Jalisco, Nayarit, Sinaloa, Durango, Chihuahua y Sonora),
organizado a través de la Confederación de Partidos Revolucionarios de Guanajuato (el
Partido “Verde”) y ligado a la Iglesia Católica a través de su sector más militante y
‘empresarial’: los jesuitas de la organización Acción Católica16. El Estado mexicano inició
una serie de maniobras para controlar el próspero comercio: en enero de 1925, el
presidente Plutarco Elías Calles expidió un decreto que fijaba las bases sobre las cuales se
permitiría la importación de opio, morfina, cocaína y otras drogas17. En este contexto, en
1926, después de una serie de provocaciones de la Iglesia (descontenta con la legislación
constitucional de 1917) y de la respuesta agresiva del gobierno federal, estalló la Guerra
Cristera (1926-1929), precisamente en los territorios políticamente controlados por el
Partido “Verde”. Durante el conflicto, los ingresos obtenidos por el tráfico de drogas
financiaron a las tropas insurrectas de cristeros18. Por esta razón, el gobierno callista
prohibiría el cultivo, el transporte, la venta y el consumo de drogas en 1927, en
consonancia con la legislación internacional en la materia. A pesar de ello, varios
gobernadores siguieron la senda de Cantú, Leyva y Rodríguez: el negocio era demasiado
jugoso como para ser dejado sólo a los traficantes. Cargamentos de marihuana en pequeña
escala siguieron llegando a Estados Unidos19. Paradójicamente, sería Lázaro Cárdenas
quien reestructuraría el esquema del tráfico ilegal de drogas.
Si bien las mafias internacionales dedicadas al contrabando de drogas aparecieron
inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918)20, fue la Segunda
Guerra Mundial (1939-1945) la que provocó un incremento exponencial en el consumo
mundial, legal e ilegal, de drogas, tanto en el ámbito civil como en el militar21. Los nazis, y
sus simpatizantes en diversos países, buscaban inundar de marihuana a la sociedad
estadounidense para financiar los planes bélicos alemanes y sostener el espionaje político
de los nazis en los más altos niveles del gobierno estadounidense22. En pleno conflicto,
cuando las fuentes tradicionales de suministro de drogas fueron cortadas por la guerra, los
alemanes seleccionaron, por factores geográficos y ecológicos, al territorio mexicano para
cultivar en gran escala amapola y marihuana (sobre todo el Noroeste, donde la superficie
de cultivo aumentó enormemente) destinadas al mercado norteamericano. También desde
esa época se empezó utilizar a México como trampolín o sitio de tránsito internacional de
drogas23. Simultáneamente, la guerra creó una necesidad de morfina para los soldados
heridos en el frente. Con ese estímulo de las autoridades estadounidenses, el gobierno
mexicano legalizó temporalmente la producción de opio para satisfacer las necesidades del
ejército de Estados Unidos24. Las drogas habían caído en un círculo vicioso que era preciso
romper ante la coyuntura histórica. Era ilegal el cultivo, pero legal el procesamiento por
parte de las droguerías, A partir de ese momento, el Estado mexicano monopolizaba el
consumo legal a través de los hospitales para toxicómanos y los tratamientos controlados,
al tiempo que permitía, fuera del marco legal, el cultivo de amapola y marihuana a los
“amigos” del gobierno, y se lo prohibía, con la ley en la mano, a los opositores25. Para
inicios de la década de 1930, los comerciantes y consumidores de principios del siglo XX
se convirtieron en “traficantes”, “viciosos”, “delincuentes”, “criminales”26.
En 1934, mientras las pandillas mexicanas de traficantes se enfrentaban entre sí por el
control de territorios y rutas, bandas extranjeras se infiltraron en el país obteniendo
grandes beneficios. Cuando las pandillas locales intentaron reaccionar, los extranjeros ya
habían construido sólidas redes de protección alrededor de altos políticos mexicanos.
Hacia 1937, México era ya un importante centro de concentración y distribución de
drogas a escala continental. Entre sus beneficiarios, con la finalidad de asegurarse un éxito
más completo, varios buscaron relacionarse con la élite política nacional. Así quedó ligado
el tráfico de drogas al sector político que garantizaba su impunidad a través de su
influencia. El narcotráfico no nació ni creció como un poder “autónomo” y “paralelo”, sino
ligado estructuralmente a la política. La evolución de los capos mexicanos transcurrió
desde contrabandistas de alcohol y falsificadores de dólares durante la ‘Prohibición’ y la
‘Gran Depresión’, hasta traficantes de drogas y armas. Desde ese entonces, estos capos se
preocupaban por realizar “inversiones en opinión pública”: destinaban parte de sus
ganancias a proveer a sus municipios natales de infraestructura urbana, al mismo tiempo
que financiaban las aspiraciones políticas de sus socios locales. En este contexto, el
gobierno federal designó a la Procuraduría General de la República (PGR) como la única
institución encargada de la persecución, aprehensión y consignación de los traficantes,
vigilando cuidadosamente puertos, aduanas y fronteras. Gradualmente, el problema de las
drogas fue pasando al ámbito judicial y desapareciendo del ámbito sanitario27.
La escasez de estupefacientes derivados del opio y de la cocaína durante la Segunda
Guerra Mundial incrementó notablemente el cultivo de amapola y marihuana en varias
partes del mundo: Túnez, Argelia, Perú, Siria, Líbano y México. Hacia la década de 1940,
el Noroeste de México se consolidó indiscutiblemente como la región de mayor cultivo y
tráfico de drogas, surgiendo una forma de vida y una cultura local inéditas compartidas
por ejidatarios, empresarios, policías y funcionarios de la región, quienes a veces formaban
bandas organizadas a nivel nacional e internacional28. En este contexto, en 1941 se creó la
Zona Militar del Pacífico, cuyo primer comandante fue el Gral. Lázaro Cárdenas. Para ese
momento, dos grupos elitistas se disputaban el control de la riqueza generada por la
producción de la marihuana y el opio: las élites del Centro-Occidente (los cardenistas) y las
élites del Noroeste (los obregonistas). Los primeros se habían aliado al antiguo Partido
“Verde” y querían usar las ganancias del tráfico ilegal de drogas en infraestructura
productiva, petrolera y petroquímica y, a su vez, como motor de financiamiento para el
esquema corporativo social. Los segundos estaban ligados a los intereses locales y
deseaban que el dinero se empleara en la creación y el fortalecimiento de sectores de riego
y de ganado que dieran prosperidad a los propietarios rurales agroindustriales de la
región. Con su influencia político-militar, Cárdenas logró imponer su visión y emplear sus
crecientes ganancias para financiar parte del modelo de industrialización por sustitución
de importaciones que impulsaba, convirtiendo al narcotráfico prácticamente en una
empresa paraestatal análoga a PEMEX29.
La segunda etapa de esta primera fase histórica del narcotráfico en México, transcurrió
entre 1947 y 1985. Fue el momento en que se crearon los mecanismos de mediación entre
el poder político y los traficantes, representados principalmente por corporaciones
policiacas que, con atribuciones extralegales, podían aplicar dos acciones simultáneas:
proteger y contener a los traficantes. La principal institución que estableció este control
fue la policía política mexicana: la Dirección Federal de Seguridad (DFS), agencia de
inteligencia creada en 1947 ante la aparición de grupos subversivos en el país.
Prácticamente no había estado de la República en el que no operara de alguna forma el
narcotráfico. Los cultivos se ubicaban en Guerrero, Michoacán, Colima, Sinaloa, Jalisco,
Nayarit, Durango, Sonora, Chihuahua, sur de Veracruz y Oaxaca30. Justo a partir de ese
año, la acción del Estado mexicano contra el cultivo y el tráfico de drogas, originalmente a
cargo de instituciones sanitarias, fue monopolizada por la PGR, concentrándose en la
destrucción de sembradíos y en la persecución policiaca de productores, traficantes y
consumidores; aunque, por regla general, los traficantes mayores nunca fueron molestados
puesto que estaban relacionados con importantes personajes de la política y los negocios 31.
También en ese año se inició la utilización de aviones de la Fuerza Aérea Mexicana para
fumigar con productos químicos especiales los plantíos de amapola y marihuana en el
Noroeste32. Para 1948, el interés por participar en el boyante negocio del tráfico de drogas
se había extendido ya por varias clases y sectores sociales mexicanos33. En tal
circunstancia, los altos mandos policiacos, militares y políticos, dictaban las pautas que
debían seguir los narcotraficantes, les asignaban territorios de operaciones y rutas de
tráfico. Lo que ellos ordenaban, invariablemente se cumplía; de lo contrario, se terminaba
el negocio para los traficantes34. No había cultivos, bodegas o cargamento que no pasaran
por el permiso y la vigilancia del Ejército, la DFS y la Policía Judicial Federal. El Ejército
vigilaba los plantíos de droga; la Judicial se encargaba del traslado de la mercancía, y la
Federal tenía el control de los narcotraficantes. Los traficantes pagaban una especie de
“impuesto” al gobierno federal. Existía la orden precisa de no dejar ni un kilo de droga en
el país y la violencia entre las bandas estaba prohibida, nadie podía hacerse “justicia” por
su propia mano35.
Entre 1948 y 1949, bajo presión del gobierno estadounidense, el gobierno mexicano
instauró, por primera vez, una campaña militar para localizar y destruir los sembradíos
clandestinos de amapola y marihuana localizados en las laderas de las abruptas montañas
de la Sierra Madre Occidental, en el Noroeste, abarcando amplias zonas de Sinaloa y del
sur de Sonora36. Los detenidos eran generalmente campesinos pobres. A los dueños casi
nunca se les tocaba gracias a las influencias políticas de que gozaban37. La mayoría de los
373 plantíos de enervantes que fueron destruidos pertenecían a traficantes aliados a la élite
del Centro-Occidente. Los cardenistas habían perdido las riendas del Estado. La guerra
había quedado muy atrás y había terminado la necesidad estratégica de drogas; sin
embargo, aún había demanda del producto y la clase política seguía teniendo necesidad de
conseguir recursos económicos38. Desde entonces circulaba ya la versión de que existían
acuerdos no escritos entre los gobiernos de México y de Estados Unidos para favorecer el
cultivo de amapola y el tráfico de opio y sus derivados bajo la cobertura de la “razón de
Estado”. La producción y el comercio de drogas se convirtieron en los negocios más
rentables posibles y florecieron incontenibles en Nayarit, Sinaloa, Sonora y Baja
California. Sinaloa era el ejemplo paradigmático. Existía una especie de división territorial
de cultivos: amapola en las zonas central y norteña, marihuana en la zona meridional. El
gran negocio y la especialidad de los traficantes de ese estado eran el cultivo de amapola y
el tráfico de goma de opio39. Bajo estas condiciones, el choque entre los grupos de
traficantes, apoyados por distintos sectores elitistas regionales, fue inevitable. En
recónditos escenarios, cañadas y laderas de la Sierra Madre Occidental, en inaccesibles
regiones donde la orografía dificultaba la comunicación terrestre, se desarrollaba ya una
sórdida y sangrienta lucha entre traficantes internacionales40.
En el contexto de la Guerra Fría (1947-1991), entre 1958 y 1969 (por lo menos), el
gobierno estadounidense creó una extensa red de agentes pagados y colaboradores dentro
de la clase política mexicana (ya existía un antecedente: Adolfo Ruiz Cortínez había sido
agente de la Oficina de Servicios Estratégicos de Estados Unidos en 1914 y para 1952 aún
era agente operativo de la CIA). La finalidad de la red era intercambiar información
política y relevante entre ambos gobiernos para detectar grupos subversivos y frenar la
expansión del comunismo. La operación sería conocida como LITEMPO y en ella
participarían personajes del más alto nivel político mexicano: Adolfo López Mateos
(LITENSOR), Gustavo Díaz Ordaz (LITEMPO-2), Luis Echeverría Álvarez (LITEMPO8), Fernando Gutiérrez Barrios (LITEMPO-4) y Miguel Nazar Haro (LITEMPO-12)41.
Prácticamente todas las políticas mexicanas fueron dictadas directamente desde
Washington y su común denominador fue el giro abiertamente represivo que adquirieron.
Simultáneamente, el gobierno mexicano firmó los tratados internacionales sobre
enervantes y suscribió el criterio de prohibición del cultivo y el procesamiento de drogas a
los países menos desarrollados. Las bandas de narcotraficantes, ahora en la ilegalidad y sin
relación formal con proyectos del Estado, aumentaban cuantitativa y cualitativamente. El
tráfico de drogas por aire y por tierra se incrementaba de manera notable. A 10 años de
iniciadas las campañas de erradicación y combate contra las drogas en el Noroeste y en
Sinaloa, se dio un importante desplazamiento de productores de enervantes hacia Jalisco,
Nayarit, Colima y Michoacán42. Las fuerzas armadas mexicanas se encontraban ya en
franco proceso de participación en el narcotráfico. Testimonios de traficantes detenidos,
recabados por el FBI estadounidense, señalaban que, para 1954, la mayoría de los pilotos y
casi todos los aviones de la Fuerza Aérea Mexicana en Baja California eran utilizados para
el contrabando de drogas dentro de México y hacia Estados Unidos43. El gobierno federal
lanzó entonces una política antinarcóticos más agresiva, arrasando cientos de hectáreas de
enervantes y destruyendo a algunas de las bandas de traficantes más exitosas en Sinaloa,
Michoacán y Durango, pero el golpe más importante fue “apadrinar” la impunidad en
determinados territorios. Entre 1958 y 1964, el gobierno mexicano percibió que el
consumo interno de drogas presentaba el peligro de desbordarse y que, en los territorios
en poder del narcotráfico, los caciques regionales no solo se negaban a desaparecer, sino
que aumentaban su peligrosidad. Eran el último reducto de poder fuera de la estructura
corporativa estatal44.
Las cosas empezaron a cambiar en la década de 1960 con el boom en Estados Unidos en el
consumo de cocaína, marihuana, opio, heroína y nuevas drogas psicotrópicas como el LSD.
Los soldados que combatían en el sureste asiático y los estudiantes universitarios en las
ciudades contribuyeron al auge en el consumo de las drogas45. A principios de esa década
se estimaba que existían alrededor de 300 pistas clandestinas dedicadas al tráfico aéreo de
drogas en el Norte del país46. Este crecimiento acelerado del consumo de drogas se
relaciona íntimamente con la etapa más reciente de conflictividad social en la Unión
Americana. Hacia 1966 detonaron una serie de movimientos de clase media urbana, que
contaban con base obrera, en las principales ciudades estadounidenses, y que tenían
aspiraciones de cambio social. El creciente éxito de esta corriente llegó a amenazar al
establishment del gobierno, el cual recurrió a la CIA y al FBI. A partir de 1968 se creó el
programa COINTELPRO, que consistía en el asesinato selectivo de los líderes de estos
movimientos y en llenar las calles de las drogas habitualmente consumidas por los jóvenes
seguidores de los mismos, con la finalidad de anular su combatividad y desacreditarlos
socialmente47. Sin embargo, la consecuencia lógica de este programa fue el crecimiento
exponencial de los adictos la población estadounidense. Esta situación preocupó al
gobierno de ese país: al crecer la demanda, con ella creció también la violencia en las calles
de sus ciudades. Esto orilló al gobierno de Estados Unidos a presionar a los países
productores, sobre todo a México y Turquía48. México ya había desplazado a Cuba como
centro del tráfico transatlántico de estupefacientes49. Quizá por eso, desde 1961, llegaron a
México asesores estadounidenses para ayudar en los esfuerzos de control sobre la
producción y el tráfico de droga50.
A finales de 1969, Estados Unidos lanzó la llamada ‘Operación Intercepción’ en su frontera
con México, consistente en revisiones minuciosas a cualquier transporte terrestre para
detectar posibles cargamentos de drogas hacia su territorio51. En realidad, la finalidad del
operativo era presionar económicamente a México, complicando el comercio legítimo y el
tránsito de turistas en la frontera. El gobierno mexicano se vio obligado a acelerar sus
propios programas antidrogas y a colaborar con Estados Unidos en un esfuerzo
conjunto52. Ese mismo año, el gobierno mexicano realizó una campaña de ‘limpieza’ al
interior del Ejército para alejar toda posible influencia del narcotráfico entre sus filas e
impedir que Estados Unidos tomara el control absoluto de los traficantes; entendía el
riesgo que corrían las instituciones si sectores del Ejército se dedicaban a proteger
contrabandistas, así como la amenaza a la estabilidad interna si el gobierno estadounidense
se quedaba con el dinero de las drogas para darle un uso discrecional. Pieza clave de esta
campaña fue Leopoldo Sánchez Celis, gobernador de Sinaloa que tomó la batuta de las
drogas, aliado importante de las élites político-empresariales del Centro-Occidente que
representaban la modernidad del país (el ‘Grupo Atlacomulco’)53. En el nuevo esquema, la
Policía Judicial Federal (PJF) y la Dirección Federal de Seguridad (DFS) tenían la misión
de controlar a los productores y a los traficantes de drogas, cobrándoles un porcentaje en
especie o en efectivo, con la complicidad de los gobiernos municipales y el apoyo de los
gobiernos estatales y federal, así como del ejército. Las supuestas destrucciones de
sembradíos de amapola y de marihuana se hacían después de “cosechar” la producción de
estupefacientes. El escaso tráfico de cocaína en el país procedía de Europa, Panamá,
Argentina y Cuba, ingresando a través de los puertos del Sur: Acapulco, Veracruz, Dos
Bocas, Frontera, Salina Cruz, Progreso y Ciudad del Carmen54.
El estrechamiento del vínculo entre la cúpula político-empresarial mexicana y los líderes
del tráfico de drogas se dio con la activa cooperación de las redes del narcotráfico en el
contexto de la llamada “Guerra Sucia” (1962-1982). Existen importantes de testimonios
del Gral. Marcelino García Barragán, Secretario de Defensa Nacional, y del Cap.
Fernando Gutiérrez Barrios, titular de la Dirección Federal de Seguridad, que establecen
la participación de pistoleros provenientes de los grupos del narcotráfico en la “Masacre de
Tlatelolco”, el 2 de octubre de 1968, que aniquiló al Movimiento Popular-Estudiantil de
aquel año. Su participación se habría dado por la iniciativa y bajo la convocatoria del
Secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez55. En esa época nacieron más de una
treintena de grupos armados subversivos (guerrillas), compuestos por agrupaciones
juveniles rurales y urbanas, tanto de origen popular como clasemediero, con posiciones
políticas y militares diferenciadas, que fueron aniquiladas en el campo y en las ciudades
por haberle declarado la guerra al Estado mexicano. Para este propósito se creó la Brigada
Especial C-047 (la “Brigada Blanca”), auténtico “escuadrón de la muerte” al servicio del
Estado. Como parte de esta Brigada, y por “sugerencia” de la CIA”, se “contrataron” los
servicios de las bandas de narcotraficantes para proveerse de espías, informantes, soplones
y asesinos a sueldo, así como para financiar la “guerra”. El saldo de este conflicto fue un
número aún debatible de muertos y secuestrados por el ejército y las policías del país
(algunos autores hablan de más de 25 mil)56. Uno de los grupos guerrilleros más
importantes de la época era la “Brigada Campesina de Ajusticiamiento-Partido de los Pobres”,
en el ámbito rural, asentado en la sierra de Guerrero, aunque con presencia importante en
todo el Sureste y parte del Centro del país. Tras resistir 16 campañas militares a lo largo
de ocho años, la desarticulación de este grupo ocurrió gracias a la participación de
sembradores de marihuana en la región de Tecpan de Galeana, quienes ubicaron y
entregaron a la jefatura guerrillera en diciembre de 197457. El otro grupo importante era
la “Liga Comunista 23 de Septiembre”, en el ámbito urbano, operando prácticamente en todas
las ciudades grandes y medianas del país. Casi desde su fundación en 1973, la DFS logró
infiltrar al grupo a través de pistoleros al servicio de las bandas de narcotraficantes,
manipulándolo para eliminar a actores sociopolíticos indeseables para el régimen (Eugenio
Garza Sada en 1973, Fernando Aranguren en 1973, Margarita Saad Valenciano en 1974)
y, finalmente, destruyéndolo en 198258. Además, una parte considerable de los “impuestos”
pagados por los narcotraficantes ayudaron a financiar la lucha contra los movimientos
subversivos59.
Paradójicamente, Sánchez Celis era un político cercano de los sectores opositores de
izquierda. La historia de esta ambigua relación se relaciona con el desarrollo económico
nacional y con el desarrollo histórico del narcotráfico mexicano. Desde 1930, la empresa
petrolera anglo-holandesa Shell-BP había descubierto el gigantesco yacimiento de Poza
Rica que duró, precisamente, hasta el año de 1968, y que tuvo una producción acumulada
de 961 millones de barriles anuales. Cuando el gigantesco yacimiento empezó a declinar a
mediados de la década de 1960, empezó la quiebra del modelo económico de “Desarrollo
Estabilizador”, basado en los ingresos provenientes de la venta de petróleo. Había que
echar a andar la paraestatal oculta creada por Cárdenas: la narcoeconomía basada en los
ingresos obtenidos por el contrabando de drogas; y era necesario que las izquierdas
nacionalista y radical se unieran en torno a dicho proyecto. En este contexto, el hijo de
Sánchez Celis, Leopoldo Sánchez Duarte, fue uno de los principales responsables de la
caída del rector Ignacio Chávez durante el Movimiento Estudiantil de 1966, siendo líder
estudiantil de la Facultad de Derecho de la UNAM. Gracias a este antecedente, Sánchez
Celis pudo incrustarse fácilmente en el Movimiento Estudiantil de 196860. Curiosamente,
justo al agotarse el yacimiento de Poza Rica, se presentó la rebelión estudiantil. Sánchez
Celis emplearía posteriormente a varios dirigentes del Movimiento Estudiantil e incluso
casaría a su hija con uno de ellos. Con esta política, los líderes del narcotráfico empezaron
a estar en todas partes, a permear prácticamente todos los sectores de la vida pública, a
hacerse indispensables para la seguridad interna del país, a captar cuadros políticos para la
defensa de sus intereses61. El narcotráfico se transformó en un asunto de Estado62. Había
ya una excesiva asociación entre el narcotráfico y el poder político hipotéticamente
encargado de combatirlo63.
Para 1970, con el crecimiento de la demanda de enervantes y la formación de una nueva
generación de productores forjados en sus comunidades rurales, se consolidaron las
grandes familias de narcotraficantes; si bien la inmensa mayoría de quienes se
involucraban en esta actividad estaba compuesta por personas de extracción humilde,
empujadas por la miseria, que no pasaban del 4° año de primaria y de indudable origen
rural. Por supuesto, siempre había traficantes que se oponían a depender de las
“autorizaciones” gubernamentales y a pagar sus “impuestos”. A ellos se les perseguía, se
les apresaba y se les confiscaba la mercancía. Los propios narcotraficantes los delataban.
Desde finales de 1976 hasta mediados de 1979, se aplicó la “Operación Cóndor”: el primer
intento del gobierno de Estados Unidos por controlar, desde territorio mexicano, el
mercado de la oferta y la demanda de enervantes64, la mayor batida contra el tráfico de
drogas que se hubiera realizado en México. Diez mil soldados fueron desplegados en el
“Triángulo Dorado”, destruyendo sembradíos y capturando a campesinos que eran
salvajemente torturados. Ningún capo importante fue detenido65. El primer resultado
visible del operativo militar fue el éxodo masivo de campesinos serranos hacia las
ciudades66. En este contexto, los comandantes de la DFS se entrevistaron con los grandes
traficantes de Sinaloa y les aconsejaron que orientaran sus operaciones hacia los Estados
Unidos. Los persuadieron de que se reubicaran en Guadalajara y crearan una especie de
complejo narcoindustrial67. Así nació el Cártel de Guadalajara en 1978, liderado por un ex
comandante de la Policía Judicial Federal: Miguel Ángel Félix Gallardo. La “mudanza” le
trajo beneficios al grupo de traficantes en términos de infraestructura, inversión y “lavado”
de dinero, además de extender el negocio68. Simultáneamente, como una consecuencia de
la “Operación Cóndor”, buena parte del cultivo de drogas se trasladó hacia el Noreste bajo el
cobijo de los tradicionales contrabandistas de Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León,
encabezados por el cacique regional Juan N. Guerra, con apoyo de la facción cardenista de
la élite política. A fin de construir un sistema de equilibrios regionales y evitar la
monopolización de la producción y el tráfico de drogas, se decidió crear el Cártel de
Matamoros en 198069. Así, al iniciar la década de 1980, había dos grandes organizaciones:
la que traficaba droga en la zona del Pacífico (el Cártel de Guadalajara o del Pacífico) y la
que traficaba a lo largo del Golfo de México (el Cártel de Matamoros o del Golfo)70. Durante
la década de 1970 a 1980, el tráfico de cocaína proveniente de Colombia ya operaba en
todo el país71.
Entre 1978 y 1979 se desarrolló en Nicaragua un amplio proceso de revolución social,
encabezado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que significó el fin de
la dictadura de la familia Somoza (aliada incondicional de los gobiernos estadounidenses),
sustituyéndola por un gobierno de perfil progresista de izquierda. El nuevo gobierno,
formado por un amplio espectro ideológico con presencia socialdemócrata, socialista,
marxista-leninista y con una influencia muy grande de la Teología de la Liberación, trató
de introducir reformas socioeconómicas y políticas, logrando avances significativos. Para
el gobierno de Estados Unidos, el nuevo régimen nicaragüense constituía una amenaza
para sus intereses y decidió lanzar una ofensiva en su contra. Se trataba, básicamente, de
establecer un amplio acuerdo con las redes de narcotraficantes del continente, bajo la
tutela de la CIA, y de abastecer, por su conducto, con armas y recursos a la oposición
armada nicaragüense organizada por los Estados Unidos (los ‘Contras’) para hundir al país
en una guerra civil. Por ese servicio, se autorizó a los cárteles ingresar gigantescas
cantidades de cocaína colombiana a Estados Unidos para distribuirse entre los sectores
más pobres de la población, particularmente entre grupos radicales. Se trataba de un
esquema muy similar al utilizado a principios de la década de 1960 para financiar la
contrarrevolución cubana. La droga llegaba a Estados Unidos por varias vías: desde
Panamá, a través del Caribe (Jamaica y Haití); o desde Honduras, Guatemala y El
Salvador, a través de México. Los cárteles mexicanos transportaban armas de la frontera
Norte a la frontera con Honduras y, a cambio de ello, regresaban por la misma ruta con
cargamentos de crack y cocaína para ingresarlos a Estados Unidos. Tan estrecha fue la
relación, que en ranchos de los líderes de los cárteles se entrenaba a combatientes de los
‘Contras’ nicaragüenses. Todo esto fue lo que definitivamente politizó al narcotráfico
mexicano y modificó sus relaciones con los grupos de poder72.
Hacia 1982 la etapa de los años del control gubernamental sobre las drogas comenzó a
cambiar. La nueva fase histórica del narcotráfico mexicano coincidió con la más reciente
pugna elitista por el control del aparato estatal mexicano. La llamada “Guerra Sucia” tuvo
saldos históricos importantes: por un lado, hizo incuestionable la quiebra del modelo de
crecimiento económico que la élite política gobernante (asociada a las élites de la
macrorregión geohistórica central) había impuesto desde la década de 1940; por otro,
cuestionó fuertemente la limitada y marginal participación de la élite financiera privada
(asociada a las élites de la macrorregión geohistórica norteña) en el desarrollo del
capitalismo mexicano. Se desató una enconada lucha entre ambas élites por la dirección
hegemónica del Estado mexicano. Esta lucha se manifestó abiertamente en el debate entre
los estructuralistas (la élite política y su discurso nacionalista) y los monetaristas (la élite
financiera y su discurso neoliberal). En un primer momento (1973-1982), el debate se
realizó dentro de las instituciones estatales, en las universidades y a través de los medios
masivos de comunicación, especialmente la televisión73. En el proceso electoral de 1982, la
confrontación elitista se habría resuelto a favor de la élite financiera, trayendo consigo una
serie de cambios importantes en todos los sectores de la sociedad mexicana. A partir de ese
momento la élite financiera se impuso sobre la élite política, primero a través del grupo
“tecnoburócrata monetarista” de la propia élite política y más tarde (en el proceso electoral
del año 2000), asumiendo el control estatal directamente. Gradualmente, entre 1982 y
1993 se fueron concretando una serie de reformas económicas como la liberalización del
comercio, la liberalización financiera interna, la eliminación de restricciones a la inversión
extranjera, la privatización de empresas públicas, la reforma fiscal favorable a los grandes
empresarios, la eliminación de las restricciones legales a la participación privada en
actividades económicas estratégicas, la limitación de la participación del Estado en
economía y la firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCN)74. Estas
reformas giraron en torno a seis grandes ejes: a) la reorganización de los procesos
productivos y de las relaciones laborales; b) la modificación del régimen de propiedad
agraria; c) la transferencia de bienes y servicios estatales a manos privadas; d) la
reestructuración del sistema educativo y la redefinición del trabajo intelectual; e) la
redefinición de las relaciones Iglesia-Estado; f) la integración subordinada del país al
proyecto hemisférico estadounidense (la llamada “triple vinculación”: integración política,
integración económica e integración militar). Se desmanteló así toda la estructura
sociopolítica construida desde el cardenismo y se canceló, de facto, el pacto social
postrevolucionario establecido entre el Estado mexicano y las clases populares
subalternas75.
En este contexto, la línea que separaba a los narcotraficantes de la jerarquía política y
empresarial empezó a desvanecerse. Los contactos entre los narcotraficantes mexicanos y
colombianos se daban a través del gobierno y la CIA. El pago de “impuestos” por parte de
los cárteles comenzó a transformarse en dinero directo para los políticos y funcionarios
públicos. Empezó a perderse el mando sobre los traficantes. Los coordinadores regionales
dejaron de ser militares o policías para convertirse directamente en narcotraficantes de
profesión para sus propósitos. Crearon sus propias bandas de sicarios y traficantes,
mientras vendían apoyo y protección a los cárteles. Así nació el Cártel de Tijuana en 198376.
Se hicieron inocultables las estrechas relaciones de protección, asesoría y asociación por
parte de altos mandos policiacos y militares, políticos de la alta cúpula gubernamental,
banqueros y empresarios, hacia los líderes del narcotráfico77.
En 1985, el conflicto entre la CIA y la DEA, al interior del gobierno estadounidense,
originado por el asesinato del agente antinarcóticos Enrique Camarena, ejecutado por el
Cártel de Guadalajara, rompió las estructuras de contacto en la red elaborada por Estados
Unidos. El gobierno estadounidense se vio obligado a revelar que 30 agentes de la DEA
operaban en México, que Guadalajara era el centro de operaciones del narcotráfico a escala
continental, y que 18 bandas y 75 jefes controlaban el tráfico de drogas en México. Los
Departamentos de Justicia y del Tesoro de Estados Unidos aplicaron la “Operación
Detención e Incautación” en la frontera con México, con el objeto de presionar políticamente
al gobierno mexicano78. La CIA se vio obligada a desarticular a los dos cárteles más fuertes
de América: el Cártel de Medellín, Colombia, y el Cártel de Guadalajara, México. Pero a
cambio, dado que la guerra contra el régimen nicaragüense continuaba, alentó, facilitó y
apoyó la creación de cárteles sustitutos: el Cártel de Cali, en Colombia, y el Cártel de Juárez,
en México; ambos con un bajo perfil, alejados de actos violentos, dedicados a fortalecer sus
equipos empresariales contratando los servicios de importantes financieros y consolidando
sus contactos con las fuerzas de seguridad. Las exorbitantes ganancias generadas por
estos cárteles hizo que en torno suyo se concentraran empresarios, industriales, políticos,
militares, altos mandos policiacos, gente de los medios y del espectáculo79.
A partir de 1986 inicia una segunda fase histórica en el narcotráfico mexicano. El régimen
mexicano, a pesar de su monopolio sobre el poder político a través del partido único de
Estado, empezó a mostrar signos de incapacidad para controlar eficazmente a sus propias
instituciones de mediación, las cuales, al igual que las organizaciones de traficantes, iban
adquiriendo cada vez mayor autonomía relativa respecto del Estado. La presión fue tal que
el gobierno debió desaparecer a la DFS en 1987. Parte de sus atribuciones se concentraron
en la PJF pero, pese a sus esfuerzos, nunca más se volvió a tener capacidad de control
político y policiaco sobre el tráfico de drogas. Al mismo tiempo, el Cártel de Guadalajara
había dejado de ser el actor hegemónico del narcotráfico en México, perdió su
centralización, su disciplina y su eficiencia, dando lugar a media docena de organizaciones
“hijas” a raíz de su desmembramiento en 198980. Consecuentemente, la producción y el
tráfico de drogas se diseminaron por todo el país. Entre 1988 y 1993: en todas las
entidades federativas se cultivó marihuana; sólo en seis estados no se reportaron plantíos
de amapola (Aguascalientes, Baja California Sur, Campeche, Distrito Federal, Nuevo León
y Tabasco), y solo tres estados estaban libres de las rutas de contrabando de cocaína
(Aguascalientes, Hidalgo y Tlaxcala)81.
Tras la caída de la jefatura del Cártel de Guadalajara, se convocó a una cumbre de capos en
la que el país fue repartido a fin de evitar una guerra interna (la única organización no
procedente de Sinaloa era el Cártel del Golfo). El acuerdo fue simple: una región para cada
uno. Sin embargo, nadie respetó el acuerdo y comenzó una guerra interna de baja
intensidad82. Aunado a esta situación, las condiciones internacionales favorables al tráfico
de drogas cambiaron. Las operaciones estadounidenses contra el régimen nicaragüense
habían logrado desestabilizar al gobierno sandinista y obligarlo a negociar con la
oposición, la cual logró derribar al gobierno revolucionario en el proceso electoral
“democrático” de febrero de 1990. Los cárteles colombianos y mexicanos dejaron de ser
útiles para los planes de la CIA, los capos comenzaron a ser detenidos o asesinados 83. Para
entonces, los traficantes mexicanos habían adquirido un papel más importante. México se
convirtió en una zona estratégica que se encontraba a medio camino entre los productores
colombianos y los consumidores estadounidenses. La topografía mexicana, a lo largo de
sus litorales, permitió que se instalaran incontables pistas de aterrizaje para aviones que
transportaban enervantes. Igualmente significativa resultaba la frontera terrestre de más
de tres mil kilómetros con Estados Unidos. Cuando la guerra por el mercado entre los
narcotraficantes de Cali y Medellín, y los golpes del gobierno estadounidense, debilitaron
a los narcotraficantes colombianos, los intermediarios mexicanos, agrupados en una
pléyade de pequeños cárteles regionales, encabezados por el Cártel de Juárez desde 1987, se
quedaron con el control del comercio84.
Entre 1989 y 1994, los Cárteles del Golfo y de JuárezB fueron los más beneficiados (tuvieron
una ascensión meteórica y atípica) debido a que gozaban de la protección del gobierno
federal. El Ejército y la Policía Judicial se encargaban de destrozar los cárteles de los
adversarios86. A cambio, el gobierno federal volvió a usar a estos cárteles para cometer los
asesinatos políticos de aquellos años (Juan Jesús Posadas Ocampo en 1993, Luis Donaldo
Colosio y José Francisco Ruiz Massieu en 199487). El gobierno permitió que los narcos se
mataran entre sí y acumularan arsenales propios de grupos insurgentes88. Comenzó la
ejecución de los capos de la “vieja guardia” para abrir paso a la nueva generación de narcos
con una mentalidad más moderna. Ya no se tenía la idea de separar el negocio del
narcotráfico de la política. La actividad de narcotraficantes era ejercida no sólo por los
capos, sino, sobre todo, por políticos y funcionarios públicos. Los políticos querían el
dinero del narco para sus negocios personales y para sus campañas políticas. El antiguo
“narcoimpuesto” fue sustituido por los grandes sobornos a los representantes de las
instituciones del Estado y de los partidos políticos89.
En 1993 comenzó la guerra entre los cárteles del narcotráfico de la mano con la lucha
prematura por la sucesión presidencial en México90. el Cártel de Juárez contra el Cártel de
Tijuana. Ambas bandas respondían a dos ambientes distintos: los narcos de Tijuana eran
“urbanos” y los de Ciudad Juárez eran “serranos”. La disputa era por el control del tráfico
de drogas en el Noroeste91. Para 1995, el Cártel de Juárez había encerrado al Cártel de
Tijuana en Baja California, había absorbido a los jóvenes líderes del Cártel del Golfo
(mediante la llamada “Paz del Norte”), había conformado una especie de federación de
cárteles y mantenía la hegemonía del tráfico de drogas en México. La organización
controlaba todo el Pacífico mexicano y todas las redes y rutas de contrabando en el Centro
del país, se había introducido en la península de Yucatán (creando una prolongación: el
Cártel del Sureste) y se había apoderado de todas las redes del tráfico de droga de Centro y
Sudamérica92. Movía 40 veces más cocaína hacia Estados Unidos de lo que nunca antes se
había introducido93.
En ese momento ocurrió un cambio cualitativo de enorme importancia en la relación entre
narcotraficantes y élites políticas. Siguiendo el modelo impulsado por el Neoliberalismo,
en el que la estructura gubernamental actúa en función de las necesidades y los intereses
de las grandes empresas (especialmente las multinacionales), los capos empezaron a
comportarse como grandes empresarios transnacionales: los sobornos se transformaron en
salarios para los funcionarios públicos de los tres Poderes de la Unión, en los tres niveles
de Gobierno y en todas las instituciones estatales. La élite política se transformó en
empleada de los narcoempresarios. Una red policial y militar protegía sus operaciones94.
Este cambio coincidió con una fractura elitista de gran importancia: las élites
empresariales del Norte y del Bajío articularon demandas de autonomía, frente al poder
B.
El Cártel de Juárez había heredado toda la estructura del Cártel de Guadalajara y era encabezado por Amado Carrillo
Fuentes, el SEÑOR DE LOS CIELOS, con el apoyo de empresarios de abolengo, banqueros, militares, policías y
85
políticos .
central, tendientes a recuperar el liderazgo que los cambios en la sociedad le habían
arrebatado y que históricamente habían ejercido. En los estados fronterizos del Norte y en
el Bajío, la industria turística y las maquiladoras se extendieron, así como la agricultura y
la ganadería vinculadas al mercado estadounidense, estimuladas por la liberalización del
comercio desde mediados de la década de 1980, por la desregulación y, en general, por las
reformas emprendidas entre 1983 y 1999. Los empresarios locales se constituyeron en un
núcleo de renovación de las élites políticas y se integraron a la estructura de poder a
través del PAN, con una representatividad social distinta de la que ostentaban las élites
centrales. A estas élites empresariales les favoreció el debilitamiento del Estado95.
Esta ruptura del pacto elitista se manifestó en el ámbito del narcotráfico en el apoyo que
estas élites empresariales disidentes dieron al intento de reconstruir el Cártel de
Guadalajara y oponerlo al Cártel de Juárez apoyado por el gobierno central. En 1996, este
grupo intentó desplazar del Centro del país al hegemónico Cártel de Juárez, con el refuerzo
del Cártel de Tijuana96. Si bien el intento fracasó, sí consiguió dividir a la federación de
cárteles y debilitar la jefatura del líder de Ciudad Juárez, Amado Carrillo, quien resultaba
ya poco útil para los grupos confederados bajo su mando97. La federación de narcos se
rompió en 1997 después de la desarticulación de su red de protección policiaco-militar y de
la muerte del El Señor de los Cielos98 y se fragmentó en cuatro sectores que se disputaban
territorios violentamente: Baja California, Sonora, Sinaloa y Chihuahua99. Las alianzas
políticas volvieron a sufrir un reacomodo. Ante la fractura elitista y de los cárteles durante
la década de 1990, la élite empresarial disidente del Norte y del Bajío, agrupada en torno al
PAN, se alió al revitalizado Cártel de Sinaloa, heredero directo del Cártel de Juárez,
encabezado por Joaquín Guzmán Loera100. Las élites político-empresariales del Centro y
del Golfo, agrupadas en torno al PRI, se aliaron al Cártel del Golfo, encabezado por Osiel
Cárdenas Guillén101. Pero eran alianzas distintas a las anteriores: los capos compraban
ahora la lealtad y la protección de las autoridades gubernamentales y del aparato de
Estado, pero no como soborno, ni siquiera como extorsión, sino como mercancía. No
pedían favores y mercedes, compraban empleados y servicios. En ese tenor, cualquier
desconocimiento de los acuerdos previos se consideraba como incumplimiento de un
contrato comercial y, por lo mismo, se preveían severas sanciones. Quizá por eso los
traficantes de Sinaloa y de Tamaulipas parecían estar mejor protegidos que sus “colegas”
del resto del país, contar con organizaciones más sólidas y eficientes, tener mayor peso
político y ser más osados, sanguinarios y prepotentes102.
Durante los últimos años de la década de 1990, el Cártel de Tijuana (integrado por jóvenes
de clase media urbana, en contraste con el origen rural del resto de los narcos103), con el
apoyo del gobierno federal, se convirtió en arma política contra las élites empresariales
disidentes del Noroeste: su grupo operativo más importante, los “Narcojuniors”, reclutaba
jóvenes de acaudaladas familias de Baja California para involucrarlos de lleno en el tráfico
de drogas y como sicariosC. También penetró en Colima (creando una prolongación: el
Cártel de Colima) para controlar el innovador y creciente tráfico de drogas sintéticas 104. De
C.
Cabe recordar que Baja California fue la primera entidad federativa donde el PAN ganó una gubernatura en 1989 y
que la retuvo hasta ahora.
la misma manera, el gobierno federal apoyó al Cártel del Golfo para que fortaleciera su
control sobre la frontera norte de Tamaulipas a través del grupo operativo Los Texas105, y
para que penetrara en un emblemático territorio del Cártel de Sinaloa: Michoacán (creando
una prolongación: el Cártel del Milenio).
En julio de 2000, por primera vez desde 1929, la Presidencia de México fue obtenida de
manera contundente por un partido de oposición: el PAN. Las élites empresariales del
Norte y del Bajío desplazaban a las élites político-empresariales del Centro y del Golfo,
ocupando directamente los puestos clave de toma de decisiones dentro del aparato estatal.
Inicialmente se tuvo la idea de que el triunfo empresarial panista traería el fin del régimen
de corrupción y de que se iniciaba un proceso de depuración y transición en el país. Nada
más lejos de la realidad. Con el desplazamiento de la élite político-empresarial del PRI del
Poder Ejecutivo, su pérdida de mayoría absoluta en las Cámaras de Diputados y
Senadores, la hegemonía de la oposición elitista empresarial del PAN en los puestos de
poder, la crisis del régimen corporativo postrevolucionario y la pérdida de muchos de sus
acuerdos informales, tanto las organizaciones de traficantes como los cuerpos policiales
aliados a ellos ganaron en autonomía. Las instancias de mediación local, estatal o federal
entre las cúpulas políticas y los narcotraficantes, que habían funcionado durante décadas,
se debilitaron. Se perdió la facultad del Estado de actuar como árbitro en el negocio. El
resultado la alternancia de 2000 fue una fragmentación y debilitamiento del poder político
para enfrentar el desafío de los cárteles. La transición benefició a los narcos: a la
diversificación de sus actividades, agregaron el control territorial directo y efectivo de sus
zonas de influencia, al margen del poder político legalmente constituido106.
Apenas un mes después de haber tomado posesión el nuevo gobierno federal panista, en
enero de 2001, Joaquín Guzmán Loera, líder del Cártel de Sinaloa, se evadió de una prisión
federal de máxima seguridad en Jalisco, luego de pagar 40 millones de dólares como
soborno a la familia del Presidente107. En octubre de 2001, a sugerencia de la DEA, Loera
convocó a una cumbre de más de 25 jefes del narcotráfico para volver a confederar a todas
las bandas del Pacífico en una organización nacional, en la que todos compartieran las
rutas de transporte, los grupos operativos de sicarios, las redes bancarias y empresariales
de “lavado” de dinero, y la protección del gobierno federal. Así nació La Federación del
Pacífico. Esta organización era prácticamente inmune, controlaba operaciones ilícitas en 16
estados (más de la mitad del país), poseía contactos comerciales con 20 países y creó la
mayor red de tráfico de drogas del mundo por cualquier vía (terrestre, aérea o marítima),
además de declararle la guerra a los cárteles competidores: el de Tijuana y el del Golfo. En la
primavera de 2002, bajo el cobijo del programa federal “México Seguro”, las fuerzas
federales golpearon severamente al Cártel de Tijuana (fueron capturados o muertos casi 2
mil de sus operadores y dos de sus líderes). Un año después, en la primera mitad de 2003,
fueron capturadas las dirigencias de los cárteles del Milenio y del GolfoD. Las dos rutas más
D. El Cártel del Golfo tuvo como particularidad el empleo de ex militares como sicarios. En 1999 e lutó al g upo de Los
Zetas : ilita es de élite entrenados para enfrentar la insurrección zapatista en 1994 que desertaron de las fuerzas
especiales del Ejército Mexicano. Estos soldados habían recibido entrenamiento en Estados Unidos, Francia e Israel,
especialmente en labores de inteligencia, manejo de armas sofisticadas y contrainsurgencia. Posteriormente se
integraron unidades de kai iles : soldados de las fue zas espe iales antiguerrilla de Guatemala, también entrenados
po la CIA. Desde e to es, y hasta a zo de
, Los Zetas se o i tie o e el g upo ope ati o de si a ios del
108
Cártel .
importantes de contrabando en la frontera Norte habían sido descabezadas. La lucha
oficial no era contra el narcotráfico, sino contra los rivales de La Federación109.
Ante la embestida en su contra, los restos de los cárteles del Golfo y de Tijuana pactaron una
alianza contra La Federación en 2004. La violencia cimbró a Tamaulipas, se extendió por
toda la frontera Norte y descendió hacia el Centro del país, siguiendo las antiguas rutas
novohispanas de transporte de la plata, convertidas hoy en rutas de transporte de la
droga110. Al mismo tiempo, La Federación se fue apoderando de los circuitos de
distribución y venta de drogas en las calles de las principales ciudades estadounidense 111.
Sin embargo, en el otoño-invierno de ese año, La Federación se fracturó cuando la
dirección del Cártel de Juárez incumplió sus compromisos con sus socios e iniciaron una
serie de ejecuciones entre miembros de sus respectivas jefaturas 112. Al iniciar 2005, La
Federación había abierto frentes de batalla en todo el país. Embestía al Cártel del Golfo en
Tamaulipas, enfrentaba al Cártel de Tijuana en la península de Baja California y disputaba
Chihuahua al Cártel de Juárez. Por otra parte, había pactado alianzas con los restos del
Cártel de Colima y del Cártel del Milenio113. La Policía Federal (AFI) operaba de lleno como
ejército particular de La Federación114. Para 2006, el Cártel de Tijuana estaba casi disuelto,
el Cártel de Juárez se encontraba sitiado y la jefatura del Cártel del Golfo estaba vacante. El
gobierno de Estados Unidos enfocó sus esfuerzos y su apoyo (tanto al gobierno mexicano
como a La Federación) en aniquilar al Cártel del Golfo y su brazo armado Los Zetas, dejando
el campo libre a La Federación para manejar monopólicamente el tráfico de drogas hacia
Estados Unidos115. La guerra por el control del narcotráfico estaba por comenzar.
En este contexto ocurrieron las elecciones de 2006. El 6 de julio, el dictamen del IFE dio
como ganador de la contienda presidencial a Felipe Calderón Hinojosa, candidato del
PAN. El PRD solicitó la anulación de la elección y el nombramiento de un Presidente
Interino citando múltiples irregularidades encontradas en el proceso electoral, así como un
denominado “fraude electrónico”. A unas horas de que se anunciara el resultado, los
simpatizantes del PRD iniciaron una movilización ciudadana y acciones de resistencia y
desobediencia civil pacífica. A pesar de reconocer las irregularidades cometidas durante el
proceso, el Tribunal Electoral validó el 5 de septiembre las elecciones, declarando a Felipe
Calderón como Presidente. El candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador, alegó
que la elección se realizó de manera fraudulenta, y se autoproclamó "Presidente Legítimo"
el 20 de noviembre ante la presencia de sus seguidores. El 1 de diciembre, Calderón sería
investido como nuevo Presidente en medio de una importante crisis política de
legitimidad. Inmersa en un tenso ambiente político, se realizó la toma de protesta
presidencial más corta de la historia de México (5 minutos, aproximadamente) y bajo un
fuerte dispositivo de seguridad policiaco-militar. El primer acto de gobierno del
Presidente sería pronunciar un discurso oficial ante los militares en su calidad de “Jefe
Supremo de las Fuerzas Armadas”. Con este acto simbólico dio inicio un nuevo ciclo
político marcado por la creciente y activa importancia de los militares en la política
mexicana. Calderón arrancó su gobierno implementando medidas espectaculares que le
permitieran obtener la legitimidad que el proceso electoral no le diera y que demostraran
su firmeza ante la sociedad mexicana que lo seguía viendo con sospecha e incertidumbreE.
Urgido de aprobación social, apoyado en el Ejército, la Armada y la Policía Federal, diez
días después de haber tomado posesión como Presidente, Felipe Calderón declaró
oficialmente la guerra a los cárteles del narcotráfico e inició una serie de operativos
policiaco-militares en toda la República117. Sin embargo, el gobierno federal seguía
apoyando sin cortapisas a La Federación y la declaración de guerra era en realidad una
amenaza de aniquilación contra las organizaciones de traficantes que rivalizaban con
ella118. Los sectores políticos “duros” dentro de los gobiernos estadounidense y mexicano
se aliaron con un sector del narcotráfico para acabar con los grupos renuentes a acatar el
control oficial de sus actividades. Y no solo eso: la declaración de guerra contra el
narcotráfico proporcionó al régimen una cubertura perfecta para erigir y asentar un
eficiente aparato represivo en contra de guerrilleros, disidentes, críticos, opositores,
líderes sociales, periodistas incómodos y ciudadanos inconformes, calificando a las
agresiones armadas en su contra como “venganzas entre grupos rivales”, “actos
perpetrados por el crimen organizado”, “narcoterrorismo”, “ajustes de cuentas”, etc119.
Las elecciones de 2006 habían sido una especie de “segundo round” entre las dos facciones
de la élite mexicana que se disputaban el control del Estado desde la década de 1980. Las
elecciones de 1982 habían significado el triunfo de la élite empresarial inconforme del
Norte y del Bajío, a través del grupo “tecnoburócrata” monetarista neoliberal de la propia
élite político-empresarial; las elecciones de 1988 habían sido un “primer round” entre las
fracciones nacionalista-estructuralista y monetarista-neoliberal, donde la primera había
intentado reconquistar el control del aparato estatal por la vía electoral, pero había sido
vencida fraudulentamente por la facción en el poder. En las elecciones de 2000, la facción
“tecnoburocrática” de la élite político-empresarial había sido desplazada del Estado por la
propia élite empresarial norteña y abajeña. En las elecciones de 2006, la facción
nacionalista-estructuralista disidente del Centro y del Sur trató una vez más de retomar el
control del Estado disputándoselo a la élite empresarial del Norte y del Bajío120, y volvió a
ser derrotada de manera fraudulenta. Esta última confrontación desgastó enormemente a
las dos fracciones elitistas en pugna. La consecuencia lógica de este desgaste fue que la
facción “tecnoburocrática” dominante dentro del PRI, que había sido desplazada en 2000,
vio la oportunidad de retomar el poder, encabezada por el grupo hegemónico dentro del
decaído, pero no derrotado, priísmo: el llamado “Grupo Atlacomulco” (al que ya se habían
señalado importantes relaciones con el urbano y clasemediero Cártel de Tijuana desde la
década de 1990121).
Esta compleja situación se reflejó en una serie de fracturas y reacomodos en el ámbito del
narcotráfico entre 2007 y 2008. La élite político-empresarial manifestada políticamente a
través del PRI, ofreció apoyo al grupo operativo militar del Cártel del Golfo (también aliado
histórico del “Grupo Atlacomulco”122), Los Zetas, para que se apoderaran de las redes de sus
empleadores y expulsaran a La Federación del negocio. En este tenor, a mediados de 2007,
E.
Cabe recordar que, de acuerdo con encuestas de opinión de 2007, uno de cada tres ciudadanos consideraba que en las
elecciones presidenciales de 2006 hubo muchas prácticas fraudulentas; cifra equivalente, aproximadamente, a 22
116
millones de habitantes (cerca del 23% de la población políticamente activa) .
la jefatura del Cártel del Golfo negoció con una facción de la jefatura de La Federación una
nueva alianza que dejara fuera al resto de las organizaciones confederadas. Esto originó un
auténtico cisma: La Federación colapsó en enero de 2008. De su seno se desprendió el
Cártel del Pacífico Sur aliado al Cártel del Golfo y al Cártel de Tijuana. Esta última
agrupación, por su parte, también se escindió, dando origen al Cártel del Teo, adversario de
sus antiguos patrones de Tijuana y aliado del Cártel de Sinaloa. Simultáneamente, a finales
de 2006, el Cártel del Golfo creó una prolongación contra el Cártel del Milenio (que se había
aliado al Cártel de Sinaloa) en Michoacán y formó un grupo más radical: La Familia
Michoacana123. Así, mientras que en 2006 había en México cinco cárteles (La Federación,
Cártel de Juárez, Cártel de Tijuana, Cártel del Golfo y Cártel del Milenio), para inicios de 2008
había ya nueve (Cártel de Sinaloa, Cártel de Guadalajara, Cártel del Pacífico Sur, Cártel de
Juárez, Cártel de Tijuana, Cártel del Teo, Cártel del Golfo, Cártel del Milenio y La Familia
Michoacana)124.
Los golpes del gobierno federal a favor de sus aliados de Sinaloa y el impulso de las élites
opositoras a las organizaciones enemigas de La Federación, han ocasionado la
recomposición, la fragmentación, la expansión y la dispersión geográfica de la violencia 125.
Este efecto multiplicador ha generado la operación de células convertidas en “minicárteles”
(en su mayoría, derivados de los cárteles de Sinaloa, Tijuana, Juárez y del Golfo) que se han
extendido por todo el territorio nacional126. Al mismo tiempo, los grupos de
narcotraficantes diversificaron sus “actividades”, incluyendo la extorsión permanente (el
cobro de una especie de “narcoimpuesto” a empresarios), el secuestro (tanto el selectivo,
contra empresarios, como el masivo, contra migrantes ilegales), el control de la pequeña
delincuencia común (actuando como una especie de “narcopolicía” y de empleadores de
estos delincuentes), el robo y tráfico de maderas finas (a través de talamontes
clandestinos), de alimentos (asaltando camiones de carga y contenedores del ferrocarril) y
de combustibles (“ordeñando” los ductos de PEMEX), la minería clandestina (sobre todo
de carbón y hierro) y el control de algunas ramas de la economía formal (actuando como
proveedores “oficiales” con productos robados, de elaboración “pirata” o de contrabando).
Su poder y control sobre regiones enteras se tradujo en una insubordinación absoluta
frente al gobierno127. Incluso han comenzado a incursionar en ámbitos netamente sociales:
actúan como cobradores de deudas a nombre de organizaciones ciudadanas, gobiernos
locales y empresarios; resuelven litigios y conflictos entre particulares; sancionan
conductas antisociales en las comunidades bajo su control (actúan contra la violencia
doméstica, cuidan la tranquilidad pública, “limpian” las calles de narcomenudistas,
delincuentes comunes, prostitutas, personas en situación de calle, adictos, mendigos, etc.);
reparten regalos a la comunidad en días festivos; sufragan económicamente la instalación o
el mantenimiento de servicios públicos; protegen las invasiones de predios urbanos por
parte de grupos marginados o de tierras por parte de campesinos. En resumen: buscan
tener una base social que les otorgue legitimidad. Por esta razón, frecuentemente los
habitantes de zonas bajo control del narco han protestado contra la presencia de las
fuerzas de seguridad federales128.
La violencia creció a tal nivel que, en el primer trimestre de 2008, por instrucciones
directas del gobierno federal, la alta cúpula militar, por mediación del Gral. Mario Arturo
Acosta Chaparro (pieza clave en la lucha contrainsurgente durante la llamada “Guerra
Sucia” en las décadas de 1960 a 1980, y asociado con el Cártel de Juárez desde la década de
1980), buscó establecer una tregua con y entre los cárteles de la droga, pero el intento
fracasó129. La ruptura de La Federación ocasionó otra ruptura, igualmente violenta, al
interior de las instituciones federales de seguridad y justicia (Ejército, Armada, Policía
Federal): irremediablemente tenían que elegir un bando130. Así pues, durante la primera
mitad de 2008, toda la estructura hegemónica elitista mexicana se fracturó: dos élites
regionales enfrentadas por el control del aparato estatal, dos bandos con lealtades
opuestas dentro de las instituciones de seguridad federal, dos agrupaciones de
narcotraficantes en estado de guerra. La posibilidad de un descontrol total sobre el tráfico
de enervantes y de explotar a su favor la inestabilidad en el seno de las élites mexicanas,
estimuló al gobierno estadounidense a diseñar un tratado internacional de seguridad, en
acuerdo con México y los países de Centroamérica, para poner orden al narcotráfico (la
“Iniciativa Mérida”). Al respecto, no debe olvidarse que los gobiernos de Estados Unidos y
México han mantenido, desde finales de la década de 1970, la idea de favorecer la creación
de un solo cártel de narcotraficantes que monopolice el negocio de las drogas. Esa fue la
intención detrás del apoyo gubernamental al Cártel de Guadalajara, al Cártel de Juárez, a La
Federación del Pacífico y al Cártel de Sinaloa, sucesivamente. Una situación monopólica en el
tráfico de drogas facilitaría a las autoridades negociar con un solo interlocutor, establecer
“reglas” de autocontención de los narcos y de limitación de la violencia, y, al mismo
tiempo, someter a tal organización a la lógica del poder socioeconómico elitista
centralizado131. Esta misma lógica está detrás de la “Iniciativa Mérida” que entró en
operación en junio de 2008. El gobierno de Estados Unidos aprobó la entrega a México de
1,600 millones de dólares y programas de asistencia material (vehículos, armas, tecnología,
capacitación y entrenamiento). En correspondencia, México permitió al gobierno
estadounidense instalar un Centro Binacional de Operaciones Conjuntas en la capital del
país (muy cerca de la Residencia Presidencial de Los Pinos) y autorizó el ingreso al país a
más de 20 mil agentes militares y policiales estadounidenses para coadyuvar en el combate
al narcotráfico y a la delincuencia organizada132.
Coincidentemente, 2 meses y medio después de entrar en operación la “Iniciativa Mérida”,
dio inicio una serie de actos que han sido calificados por los gobiernos de México y
Estados Unidos como “narcoterrorismo” (atentados explosivos con granadas y cochesbomba; asesinatos indiscriminados y masivos contra la población civil; asesinato de
políticos, funcionarios públicos y periodistas; secuestro y ejecución de migrantes ilegales
centroamericanos en territorio mexicano durante su trayecto hacia Estados Unidos;
ataques de “tierra arrasada” contra comunidades marginales, bloqueos de calles, avenidas y
carreteras para impedir la acción de las fuerzas armadas gubernamentales y hacer sentir su
capacidad de confrontación). Todas estas acciones tienen como característica común que se
han ejecutado en contra de civiles no relacionados con la “guerra contra el crimen
organizado”. Algunos indicios recopilados por la Sección de Inteligencia del Ejército
mexicano sobre estos actos, apuntan hacia la posible responsabilidad de agentes
estadounidenses que operan en el país y no de sicarios del narcotráfico. Sectores de
militares retirados y en activo señalan que parte importante de la violencia que se ha
desatado en el país podría ser “inducida”. Y acusan al gobierno federal de preparar el
“escenario” para una intervención militar estadunidense133. De hecho, estas sospechas de
colaboración gubernamental a favor de una intervención militar extranjera, el manifiesto
favoritismo del actual gobierno hacia la Armada en detrimento del Ejército y la
inconformidad de ciertos círculos militares con la estrategia aplicada por el alto mando
durante el conflicto, son factores que han fracturado aún más la tradicional unidad
corporativa de las fuerzas armadas mexicanas desde 2009.
Simultáneamente, desde 2007, los grupos operativos del narcotráfico comenzaron a actuar
como grupos paramilitares en apoyo del gobierno y en contra de los movimientos más
radicales de las clases subalternas: los grupos guerrilleros y las comunidades en defensa de
su autonomía. Así, en mayo y junio de 2007, comandos armados del Cártel de Sinaloa y de
Los Zetas atacaron a los grupos guerrilleros en Guerrero (enfrentamientos armados
directos con el ERPI134) y Oaxaca (secuestro y desaparición de militantes del EPR135).
Desde 2011, comandos similares han puesto sitio a municipios autónomos de Michoacán
(Ostula y Cherán), Guerrero (Ayutla y Tierra Caliente) y Campeche (Candelaria)136. En
tanto, desde 2008, los cárteles, principalmente Los Zetas, iniciaron incursiones en territorio
de las comunidades autónomas de La Montaña y la Costa Chica, en Guerrero137, y en los
municipios autónomos ubicados dentro del territorio controlado desde 1994 por el EZLN
en Chiapas138. La creciente situación de inseguridad y violencia social, económica y
política, alentó a sectores de la población (especialmente a los sectores medios,
organizados en más de 300 organizaciones civiles) a iniciar en 2011 una serie de
movilizaciones y manifestaciones de descontento y protesta a través del “Movimiento por la
Paz con Justicia y Dignidad”. La presión de estos sectores, sin embargo, no alteró el curso
de la guerra.
En tanto, el exterminio entre los ex integrantes de La Federación resultó mucho más eficaz
que la guerra declarada por el gobierno federal139. Uno de los episodios de este exterminio
terminó involucrando directamente al gobierno de Calderón. Desde la década de 1980, el
Cártel de Juárez había obtenido el control del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de
México y, por este medio, había logrado introducir y enviar importantes cantidades de
cocaína por vía aérea. Este control había sido heredado por el Cártel de Sinaloa. En octubre
de 2008, la jefatura del cártel que controlaba el Aeropuerto fue apresada por la Policía
Federal a petición expresa del Cártel del Golfo y sus aliados del Cártel del Pacífico Sur. El
Cártel de Sinaloa consideró este acto como una traición: ellos había apoyado
económicamente la campaña electoral de Calderón (ya habían “pagado” el sexenio para
poder “trabajar” tranquilamente) y habían pactado la operación del grupo en el Estado de
México con Juan Camilo Mouriño, Secretario de Gobernación; pero después Mouriño
“vendió” esa plaza en 10 millones de dólares al Cártel del Pacífico Sur, y ahora les había
quitado el estratégico control sobre el Aeropuerto de la capital. Uno de los más altos
mandos del Cártel de Sinaloa, Ismael Zambada García, habló personalmente con el
Presidente de la República, Felipe Calderón, exigiendo la liberación de sus subordinados
presos y el cumplimiento del pacto signado. La conversación fue inútil y la represalia,
inevitable: el 4 de noviembre de 2008, menos de un mes después, el Cártel de Sinaloa
derribó el jet oficial en el que viajaban el Secretario de Gobernación y el Subprocurador
Especial contra la Delincuencia Organizada, y lo hizo sobre la capital del país, muy cerca
de la Residencia Presidencial y del Centro Binacional de Operaciones Conjuntas 140. La
alianza entre el Cártel de Sinaloa y la élite empresarial gobernante se fracturó, pero no se
disolvió.
Ni siquiera la muerte de Mouriño y de Vasconselos cambió el rumbo de la supuesta
“guerra contra el narcotráfico”. Las acciones del gobierno continuaron encaminadas a
atacar a los competidores del Cártel de Sinaloa y sus asociados, a cualquier precio. Las
dirigencias de los cárteles del Pacífico Sur y de Juárez fueron abatida por tropas federales (en
conjunto con el gobierno de Estados Unidos) entre abril y diciembre de 2009 141. Esto
ocasionó un severo debilitamiento de la organización fronteriza y la fragmentación de la
organización sureña en varias facciones: el Cártel del Centro, el Cártel Independiente de
Acapulco (aliado a Los Zetas) y el Cártel de Oaxaca. Simultáneamente, el grupo operativo del
Cártel del Golfo, Los Zetas, rompieron con sus empleadores y se constituyeron en un nuevo
cártel totalmente dominado por una cúpula de ex militares. Esto ocasionó otra avalancha
de rupturas al interior de los restos de La Federación: el refundado Cártel de Guadalajara
(asociado al Cártel de Sinaloa) sufrió el desgajamiento del Cártel de Jalisco-Nueva Generación
(aliado a Los Zetas); en tanto que, de La Familia Michoacana (aliada a Los Zetas), se
desprendieron Los Caballeros Templarios (aliados al Cártel de Sinaloa). Se intensificó la
violencia de la guerra por el dominio y control de ciudades, rutas y territorios. Durante
2009, el saldo de la lucha favorecía ampliamente al Cártel de Sinaloa, a tal grado que la
revista estadounidense especializada en asuntos financieros, Forbes, incluyó a Joaquín
Guzmán Loera entre los hombres más ricos del mundo, con una fortuna calculada en 1000
millones de dólares, empatado con Emilio Azcárraga Jean, empresario dueño de Televisa,
y con Alfredo Harp Helú, banquero ex propietario de Banamex142.
Al iniciar 2010, la estrategia del gobierno federal a favor del Cártel de Sinaloa y sus socios,
había extendido la violencia por todo el territorio nacional y había multiplicado el número
de organizaciones de traficantes de drogas, elevándose a 16 (Cártel de Sinaloa, Cártel de
Colima, Cártel del Centro, Cártel del Pacífico Sur, Cártel de Oaxaca, Cártel Independiente de
Acapulco, Cártel de Juárez, Cártel de Tijuana, Cártel del Teo, Cártel de Guadalajara, Cártel de
Jalisco-Nueva Generación, Cártel del Golfo, Cártel del Milenio, La Familia Michoacana, Los
Caballeros Templarios, Los Zetas)143. La protección gubernamental al Cártel de Sinaloa, a
pesar de la tensión entre este grupo y el gobierno federal (presionado cada vez con mayor
fuerza por Estados Unidos), fracturó en 2010 a la élite empresarial en el poder: por un
lado, se encuentra la fracción político-empresarial “oficialista” en torno al círculo central
del Gobierno Federal, y por otro, la vieja élite empresarial fundadora del PAN que ha sido
desplazada del poder, dispuesta a aliarse con la vieja élite política priísta para recuperar su
preeminencia. De esta manera, el conflicto interelitista por el control del Estado se
complicó con la guerra entre los cárteles de la droga y con el creciente intervencionismo
estadounidense en México. A raíz de este entramado conflictivo, aumentó brutalmente la
violencia en Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Jalisco, Michoacán, Guerrero
y Morelos. En abril de 2010, tras dos años de guerra, el Cártel de Sinaloa prácticamente
logró eliminar al Cártel de Juárez144. A finales de septiembre de ese año, ante el
incontenible avance del cártel militar de Los Zetas (apoyado por las élites políticoempresariales ligadas al PRI), las jefaturas de los cárteles del Golfo, de Sinaloa y de Los
Caballeros Templarios, se reunieron para unificar fuerzas contra Los Zetas y sus aliados,
formando una nueva federación: Cárteles Unidos o La Resistencia145, contando con el apoyo
del gobierno federal panista y de las corporaciones de seguridad del Estado.
La inestable situación ha preocupado cada vez más al gobierno de Estados Unidos, a tal
grado que varios de sus funcionarios, representantes de la élite empresarial
estadounidense y candidatos de los partidos políticos de ese país, han repetido una y otra
vez, desde 2010, que México se encuentra sometido a una “narcoinsurgencia”; que los
cárteles de la droga (especialmente el de Sinaloa y Los Zetas) tienen ya una capacidad militar
equivalente a la del ejército de una nación pequeña; que el Estado mexicano ya no tiene
control sobre una vasta porción del territorio nacional; que los cárteles no han tomado el
poder estatal por asalto simplemente porque no están interesados en gobernar; que el
Estado mexicano es incapaz de hacer frente a esta situación, lo cual constituye una seria
amenaza a la estabilidad de todo el continente americano. Como conclusión “lógica” a estas
afirmaciones, sugieren que el gobierno mexicano debería “ampliar” la participación de
gobiernos extranjeros en el conflicto para “reforzar” esta lucha. De hecho, varios
“analistas” y “expertos” estadounidenses afirman tajantemente que la intervención militar
de los Estados Unidos en la guerra contra el narcotráfico en México es ya inevitable y que
solo es cuestión de tiempo para que los marines intervengan para “poner orden y dar
seguridad”146.
Al iniciar el 2011, las organizaciones de narcotraficantes se habían asociado en dos bloques
antagónicos que pretenden controlar el negocio de las drogas en el país. Por un lado, la
nueva federación de los Cárteles Unidos se amplió al lograrse una alianza entre el Cártel de
Sinaloa, el Cártel del Golfo, Los Caballeros Templarios, el Cártel del Teo y los remanentes del
Cártel del Milenio. Este bloque tendría su base operativa en el sur de Chihuahua, Durango,
Sinaloa y Nayarit, así como en zonas de Sonora, Baja California, Jalisco, Guanajuato,
Zacatecas, Michoacán, Guerrero y Chiapas. El otro bloque estaría conformado por la
alianza de Los Zetas, La Familia Michoacana, el Cártel del Sureste, el Cártel del Pacífico Sur, el
Cártel de Oaxaca, el Cártel de Juárez y el Cártel de Tijuana. Esta agrupación tiene una mayor
presencia en el país, dominando los estados de Quintana Roo, Yucatán, Campeche,
Tabasco, Veracruz, Tamaulipas, Nuevo León, Morelos, Estado de México, el norte de
Chihuahua, parte importante de Sonora, parte de Chiapas y San Luis Potosí, zonas de
Sinaloa, Durango, Jalisco, Colima, Zacatecas, Michoacán, Guerrero y Oaxaca, e incluso se
ha extendido hacia las regiones Centro y Norte de Guatemala147. Al finalizar 2011, el
apoyo estadounidense y mexicano hacia el Cártel de Sinaloa y sus aliados dio muestras de
debilitamiento. Resultaba evidente que los gobiernos de ambos países preferían entregar el
monopolio del mercado de las drogas a un grupo que le fuera cercano, que hubiera sido
entrenado por ellos, cuya cúpula tuviera sólidas ligas históricas con las élites mexicanas y
estadounidenses. El apoyo de las autoridades nacionales y extranjeras ha comenzado a
migrar hacia Los Zetas.
Esta nueva situación comenzó a mostrarse públicamente el 7 de noviembre de ese año. El
Ejército mexicano capturó a Ovidio Limón Sánchez, sobrino de Guzmán Loera y uno de
los principales líderes del Cártel de Sinaloa, responsable de la administración y operación
de las actividades de tráfico de cocaína, así como del control de las redes de compra,
transporte y distribución de drogas en Estados Unidos148. La captura ocurrió justo una
semana después de que la revista Forbes publicara una nueva lista de las personas más
poderosas del mundo, calificando a Guzmán Loera como “el delincuente más poderoso del
mundo tras la muerte de Osama bin Laden”. Su fortuna lo ubicaba en el puesto 55, solo
superado dentro de América Latina por la Presidenta brasileña, Dilma Rousseff (lugar 22)
y por el empresario mexicano Carlos Slim (lugar 23)149. Cuatro días después llegó la
respuesta de los narcotraficantes. El 11 de noviembre, empleando lanzacohetes, un grupo
operativo del Cártel de Sinaloa derribó el helicóptero en el que viajaba el nuevo Secretario
de Gobernación, José Francisco Blake Mora150. Las relaciones entre el bloque encabezado
por el Cártel de Sinaloa y los gobiernos de México y Estados Unidos se tensaron al
máximo. Sin embargo, un factor frenó cualquier intento por romper completamente las
relaciones entre las élites de América del Norte y los capos del Pacífico: desde 2010, la
confederación de narcotraficantes del Cártel de Sinaloa comenzó a sembrar coca en algunos
estados como Guerrero y Michoacán151. Esto dio un nuevo giro a la situación: si el intento
se torna exitoso y se rompe la cadena de abastecimiento de cocaína desde Sudamérica, el
Cártel de Sinaloa y sus confederados podrían convertirse en los amos y señores del
comercio de drogas en todo el continente. Por otra parte, se sabe que el gobierno
estadounidense ha realizado pactos secretos con Los Zetas para controlar la ola de
migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos, secuestrándolos y asesinándolos antes
de cruzar ilegalmente la frontera Norte152. Esta función hace, por ahora, imprescindible la
presencia del cártel militar.
Actualmente (2012), la situación se presenta casi irresoluble. Por una parte, existe la
sospecha de que el secuestro del político y dirigente panista Diego Fernández de Cevallos,
ocurrido en mayo de 2010, fue una operación ejecutada por el Cártel de Sinaloa para
disminuir la presión gubernamental en su contra. En este contexto, el gobierno federal
habría recurrido una vez más a la mediación del Gral. Acosta Chaparro para negociar la
liberación del político panista. Mediación que habría fracasado y por lo cual el Gral.
Acosta Chaparro habría sufrido un atentado en su contra apenas cuatro días después del
secuestro. Probablemente, también en este contexto habría que entender el asesinato del
Gral. Acosta Chaparro en abril de 2012153. Por otra parte, se ha hecho público que desde
2009 el liderazgo del cártel militar de Los Zetas se fracturó y que existe una virtual “guerra
civil” al interior de esa organización, lo que ha incrementado la violencia en estados como
Nuevo León, Tamaulipas, Veracruz y San Luis Potosí, donde una de las facciones, aliada al
Cártel de Sinaloa y muy cercana al gobierno federal, ha creado un grupo paramilitar
denominado “Los MataZetas” liderado por Miguel Ángel Treviño Morales, ex segundo
mando de Los Zetas154. Finalmente, se tienen fuertes evidencias de la participación de todos
los bandos de la guerra entre “cárteles” (el Cártel de Sinaloa, el Cártel de Juárez, el Cártel del
Pacífico Sur y Los Zetas) a favor del triunfo del candidato presidencial del PRI, Enrique
Peña Nieto, durante las elecciones de julio de 2012, colaborando activamente en el
cuestionado triunfo priísta. Esta situación complica aún más la situación, pues el gobierno
federal entrante tendría que respetar convenios previos con todas las partes en conflicto…
o atenerse a las consecuencias155. Probablemente es en este contexto que debe entenderse
la desarticulación de la jefatura del Cártel del Golfo en septiembre de 2012, lo cual
prácticamente aniquiló a esa organización156.
La prolongada crisis económica que ha sufrido México desde la década de 1970, agudizada
por el cuestionamiento hacia la legitimidad de las élites en el poder expresada por los
movimientos opositores e insurreccionales de esa época, generó una ruptura de
considerable importancia al interior de la élite político-empresarial que se había mantenido
hegemónica desde la década de 1940. Esta ruptura se hizo más profunda a raíz de las
elecciones de 1988, cuando la facción ‘nacionalista-estructuralista’ disidente (creadora del
PRD) aglutinó a los sectores de la izquierda moderada y se distanció de la facción
‘neoliberal-monetarista’ (en la jefatura del PRI) que ejercía el control del Estado. La
ruptura se complicó en las elecciones de 2000, cuando la élite empresarial del Norte y del
Bajío (expresada a través del PAN) arrebató el control del Estado a las élites políticas; y
en las elecciones de 2006 y 2012, cuando esta élite empresarial y sus aliados políticos
dentro del PRI y del PAN, impidieron el acceso al poder a la élite política disidente del
PRD. El choque entre estas tres facciones elitistas ha tenido su repercusión en el
desarrollo histórico del narcotráfico mexicano. No es accidental que el incremento en los
niveles de violencia relacionados con el tráfico de drogas se presente en los estados,
regiones y municipios donde la oposición política se convirtió en gobierno, y tampoco es
fortuito que la lucha política más enconada ocurra precisamente en los estados con
importante producción, tráfico, tránsito y consumo de drogas, o sede de importantes
circuitos de legalización de ganancias procedentes del narcotráfico (Baja California,
Chihuahua, Nuevo León, Tamaulipas, Sinaloa, Jalisco, Michoacán, Estado de México,
Distrito Federal, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Veracruz, Quintana Roo)157. Y es que esta
actividad económica ilegal se transformó, desde la década de 1940, en una empresa casi
paraestatal, como la define Andrade Bojorges, que ha dado origen a muchas “riquezas
inexplicables” entre la alta burocracia gubernamental, las cúpulas policiaco-militares, los
empresarios y los banqueros de este país. Es una cuestión de pragmatismo moral social
que parte de valoraciones concernientes a las ventajas comparativas: si es más rentable
vivir fuera del marco legal vigente que dentro de él, si es posible aprovechar las ventajas
de permanecer formalmente dentro de dicho marco y factualmente fuera de él, con todos
los riesgos que ello implica158.
Los “cárteles” estarían formados por individuos pertenecientes a varias categorías sociales,
personajes mayoritariamente surgidos de las clases subalternas que son ampliamente
conocidos y reconocidos en las regiones donde operan, simultáneamente percibidos como
sujetos temibles y reprochables, y como “empresarios” exitosos y hasta filántropos. El
fenómeno del narcotráfico se presentó con mayor fuerza en aquellas entidades, regiones y
localidades del país donde históricamente se crearon las condiciones sociales, económicas,
políticas y culturales que hicieron posible el “despegue” del negocio más rentable de
nuestro tiempo. Esto resulta particularmente cierto desde la década de 1990, cuando el
narcotráfico empezó a reproducirse, difundirse y diversificarse a la par, e incluso más
rápidamente, que la demanda de drogas en su mercado principal: Estados Unidos. Para el
grueso de la población, la estigmatización pública de que se hace objeto a los “narcos”
constituye una evidencia incontrovertible de la hipocresía y corrupción oficiales y de
ciertos grupos de la llamada “sociedad civil” (en su acepción gramsciana), quienes
históricamente han tolerado, solapado y aprovechado sus actividades delictivas durante
largo tiempo, acelerando el proceso de descrédito e ilegitimidad de las instituciones
gubernamentales y de la clase empresarial. Está demostrado que los principales
delincuentes son los policías, militares, políticos, banqueros y empresarios que protegen,
coordinan, financian y se asocian con los “cárteles”159. Este esquema de enriquecimiento
elitista se vio alterado con el ascenso de la élite empresarial al poder desde 1988.
Se modificaron los mecanismos de mediación entre las élites político-militares y
empresariales, y los grupos traficantes de drogas. El resquebrajamiento progresivo del
sistema hegemónico postrevolucionario, el avance de la oposición política y la alternancia
en el poder, crearon las condiciones que hicieron posible una creciente autonomía relativa
de los narcotraficantes respecto del poder político, militar y económico que controla al
Estado160. A partir del año 2000, la relación entre capos y élites se invirtió: todas las
antiguas reglas entre los narcotraficantes y los órganos de poder económico y político
están rotas. Los capos imponen su ley y dictan las reglas, los empresarios y banqueros
(propietarios de grandes consorcios) que legitiman sus ganancias son sus socios y los
funcionarios públicos (municipales, estatales y federales, del orden ejecutivo, legislativo y
judicial) son sus empleados, a quienes pagan por adelantado161. Esta anómala situación
sería el origen de las medidas de excepción que se han aplicado, al menos, desde 2005.
Medidas desesperadas de las élites políticas, militares y económicas para intentar
recuperar los mecanismos de contención y control relativo del negocio de las drogas,
cuyos beneficios habían disfrutado en exclusiva durante décadas162.Los cuerpos de
seguridad del Estado (policías, ejército y marina), con sus bien organizadas estructuras,
actúan como un “cártel” más en el país, ya sea al servicio de los grandes capos o bien
compitiendo directamente con ellos por el control de la producción y el tráfico de
drogas163.
México se ha convertido en un paraíso patrimonial para grupos mafiosos de delincuentes
de 12 naciones distintas, quienes compran bienes inmobiliarios y generan retornos
económicos a través de inversiones en ciertos sectores de la economía (construcción,
fideicomisos, químicos, educación, publicidad). Todo esto ha beneficiado enormemente a la
élite empresarial al crear flujos monetarios que incrementan sus tasas de ganancia. En
consecuencia, esta élite se rehúsa a frenar el narcotráfico y las actividades ilícitas ligadas a
él. En general, las élites mexicanas perciben que al desmantelar la “industria” del
narcotráfico, se caería la economía formal nacional. Esto ha dado lugar a lo que ya se
define como la “narcocracia” mexicana: en México, el gobierno real y efectivo es ejercido
por los grandes capos de los “cárteles” y sus socios empresariales y financieros, los políticos
y los órganos de gobierno son solo sus empleados164. A pesar de la “guerra contra el
narcotráfico”, con la complacencia y la complicidad de las autoridades de todos los niveles
(privadas, civiles, policiacas y militares) de México y Estados Unidos, la delincuencia
organizada ha convertido a México en una potencia mundial en producción, refinación,
distribución, venta y exportación de estupefacientes165. El objetivo de la guerra no era
acabar con el narcotráfico, sino eliminar al narcotráfico desorganizado, para dejar en
libertad de actuar a las grandes élites que manejan el tráfico de drogas a gran escala166.
Ante estas evidencias, es nuestra hipótesis que estamos asistiendo a un cambio histórico
importante. Visto desde la perspectiva inmediatista, el fenómeno aparece como la
“penetración” de los traficantes de drogas en el campo político nacional. Visto desde la
perspectiva histórica, se observa el fin de un régimen, de una relación estructural de
supeditación histórica167. Este cambio histórico parte de una premisa simple y demoledora:
los narcotraficantes no han logrado reflejar su poder económico (que resulta ya
hegemónico en la economía nacional e internacional) en un poder político equivalente 168.
¿Acaso no es esta una premisa básica de los procesos revolucionarios burgueses? Estamos
presenciando el ascenso de un nuevo grupo elitista, un nuevo sector oligárquico burgués,
de origen subalterno o “plebeyo”, que por vías violentas e ilegales ha escalado posiciones
socioeconómicas y políticas hacia el control del aparato estatal. La situación no sería nueva
en la historia de México. Durante los 300 años de la colonia novohispana, se fueron
construyendo y consolidando grupos elitistas regionales que entraron en conflicto a raíz
de la aplicación de las políticas liberales moderadas expresadas en las llamadas “Reformas
Borbónicas”. Hacia principios del siglo XIX, las élites del Bajío, del Sur y del Noreste,
aliadas a los sectores medios liberales y radicales y a las clases subalternas inconformes,
iniciaron un conflicto (la Independencia) con las élites centrales conservadoras. Estas
élites provinciales y sus aliados serían derrotados por las fuerzas de la metrópoli, pero
compartirían el poder con sus antiguos rivales al consumarse la Independencia en 1821.
En el periodo histórico siguiente (conocido como “Periodo de Anarquía”), las dirigencias
insurgentes sobrevivientes, pertenecientes a sectores medios de claro origen “plebeyo”, se
aglutinaron en torno al Partido Liberal y fueron acumulando recursos e influencias
suficientes hasta que estuvieron en condiciones de disputar el poder estatal a las élites de
abolengo que lo detentaba. Esta confrontación (la Reforma y la Intervención Francesa) se
resolvió con un nuevo reacomodo elitista que debió incluir a la nueva élite “plebeya”
ascendente.
Una situación similar se dio a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando las
élites regionales del Norte invocaron una alianza con los sectores medios y las clases
subalternas inconformes en su confrontación con las élites centrales, esta vez dominadas
por elementos conservadores y sus asociados extranjeros. La nueva confrontación (la
Revolución) se resolvería con el ascenso de los sectores medios del Noroeste, también de
claro origen “plebeyo”, y el reacomodo de las élites en el poder con la inclusión de este
nuevo grupo arribista. Hacia la segunda mitad del siglo XX, el pacto elitista
postrevolucionario se habría roto con la confrontación entre la élite empresarial-financiera
y la élite burocrática político-militar que ejercía el gobierno. En esta confrontación
participaría activamente un sector medio de origen rural dedicado a la producción y el
tráfico de drogas. La intensidad del choque interelitista fragmentaría incluso a la élite
gobernante, debilitándola enormemente y posibilitando el acceso de la élite empresarial al
ejercicio del poder estatal. Esta confrontación entre las élites habría evidenciado fisuras
importantes en el bloque histórico (conforme a su definición gramsciana) en el poder,
haciendo posible la emergencia de estos nuevos sectores medios “plebeyos” contendientes
por el poder estatal. Esta es la etapa histórica en la que nos encontraríamos ahora.
Los datos aportados por diversos medios de información (compilados en su mayoría por
Flores Nández169) permiten construir una radiografía del conflicto a seis años de haber
iniciado:
A principios de 2012 se calculaba que en México había alrededor de 550 mil
narcotraficantes: 300 mil cultivan drogas, 50 mil son líderes en diferentes niveles y
rangos, y 200 mil son “operativos” (empacadores, transportistas, distribuidores,
vigilantes, sicarios o informantes). Se calculaba, además, que alrededor del 41% de los
“operativos” eran sicarios (soldados del narco), es decir, alrededor de 82 mil. Unos 80
mil niños y jóvenes realizarían funciones “operativas” para los narcotraficantes, de los
cuales unos 30 mil serían menores (de 10 a 17 años de edad).
En junio de 2012, el gobierno mexicano reportaba que 121 mil 500 narcotraficantes
habían sido capturados o abatidos por las fuerzas federales (incluyendo a 135 líderes y
lugartenientes, y a 17 altos mandos o capos), señalando que 1 de cada 3 de los detenidos
era un funcionario público coludido con los cárteles. También reportaban que alrededor
de 5 mil de los detenidos o abatidos eran sicarios. Las comisiones de defensa de
derechos humanos reportaban que el 35% de los detenidos eran menores de edad y que
el 99% del total de encarcelados no habían sido sentenciados hasta esa fecha: solo se han
consignado a 1300 personas por vínculos probados con el narcotráfico. La abrumadora
mayoría de los detenidos serían narcomenudistas, consumidores, empacadores,
transportistas, vigilantes, campesinos o inocentes.
Al 2 de enero de 2012, oficialmente se reconocía un saldo total de entre 49 mil 969 y 51
mil 918 muertos. Sin embargo, recuentos realizados por la prensa mexicana revelaron
que habrían muerto al menos 60 mil 420 personas. Incluso, en lo que se calificó como
un dislate, el Secretario de Defensa de Estados Unidos, Leon Panneta, afirmó el 27 de
marzo de 2012 que la cifra real ascendería a 150 mil muertos durante el sexenio de
Calderón. Más aún, el Presidente Municipal de San Pedro Garza García, Nuevo León,
Mauricio Fernández García, declaró en 2010 que es muy posible que el número real de
muertos en estos seis años ronde los 250 mil. Quizá por eso, el gobierno federal
corregiría sus cifras el 20 de agosto de 2012 y aceptaría, a través del INEGI, que el
conflicto ha ocasionado la muerte de 95 mil 632 personas en los últimos seis años.
Entre ellos, al menos, 150 activistas, líderes sociales, defensores de derechos humanos,
periodistas, guerrilleros y políticos. Cabría destacar que se contabilizan, al menos, mil
500 niños muertos (aunque la cifra podría ascender a 4 mil) y 52 mil 500 niños
huérfanos. Además, organizaciones no gubernamentales reportan entre 10 mil y 20 mil
desaparecidos, unos 3 mil de ellos por razones políticas.
Al 12 de enero de 2012, se reportaba oficialmente que 831 municipios (el 33.8% de los 2
mil 456 municipios que hay en México) han sido afectados por la violencia de la guerra.
Sin embargo, datos extraoficiales señalan que los cárteles de narcotraficantes controlan
completamente 195 municipios y mantienen una creciente influencia en otros mil 500.
Por lo tanto, controlarían ya el 71% del territorio nacional y el resto estaría en disputa.
De las 32 entidades federativas del país, sólo Yucatán parece encontrarse libre del
control de los cárteles.
Al 13 de enero de 2012, organizaciones no gubernamentales de defensa de los derechos
humanos reportaban que alrededor de 9 mil 500 migrantes centroamericanos han sido
secuestrados y asesinados, en 20 estados del país, por los grupos operativos del
narcotráfico, durante su travesía hacia Estados Unidos a través de México. Algunas
incluso han denunciado el contubernio del gobierno federal, los gobiernos locales y las
autoridades migratorias estadounidenses en estos asesinatos masivos, auténticos
“progromos” o “razzias” fascistas. Diversos organismos no gubernamentales reportan
hasta 17 mil personas desaparecidas.
En abril de 2012, las agrupaciones nacionales de empresarios, industriales y
comerciantes han reportado que alrededor de 160 mil empresas han cerrado en las
zonas más conflictivas, que un enorme número de empresarios del Norte del país han
decidido emigrar al Centro de la República o al extranjero por temor a ser víctimas de
la violencia y que miles de familias productivas han emigrado al extranjero por la
creciente violencia. Además, una cantidad importante de inversionistas extranjeros se
han negado a realizar inversiones en el país por temor a que sus capitales y fondos se
mezclen con capitales “blanqueados” provenientes de actividades delictivas. Ese mismo
mes, investigaciones de organismos financieros privados reportaban que la guerra
contra el crimen organizado ha costado al país 467 mil millones de pesos, obligando a
las empresas mexicanas a destinar anualmente más de 8 millones de dólares a la
contratación de diversos servicios de seguridad privada. Recientemente, el pasado 4 de
mayo de 2012, la agencia estadounidense calificadora de inversiones, Standard & Poors
(dedicada a la evaluación periódica de riesgos para acciones y bonos de inversión,
fijando la solvencia de los mismos), determinó que la “guerra contra el crimen
organizado” generó a la economía mexicana una pérdida de alrededor de 150 mil
millones de pesos durante 2011 y que el incremento de la violencia en varias regiones
del país está deteniendo considerablemente el crecimiento y el desarrollo económico de
México.
El gobierno mexicano reportaba que, hasta el 12 de abril de 2012, 57 mil 871 soldados e
infantes de marina (casi el 23% del total de los militares) y alrededor de 25 mil agentes
policiacos federales, han sido desplegados contra el narco en 22 estados del país,
operando de manera conjunta en 7 estados (Veracruz, Colima, Oaxaca, Nayarit,
Chiapas, Guerrero y Puebla). Sin embargo, reportes independientes hablan de 90 mil
soldados que han sido movilizados (el 45% del total de las fuerzas armadas), junto a 15
mil infantes de marina y 35 mil policías militarizados federales. Los Operativos
Conjuntos ejecutados hasta ahora por las fuerzas federales son: Baja California
(Tijuana), Chihuahua (Ciudad Juárez), Frontera Sur (Istmo de Tehuantepec), Guerrero,
Michoacán, Sinaloa (Culiacán-Navolato), Triángulo Dorado (Chihuahua-SinaloaDurango), Noreste (Nuevo León-Tamaulipas), Veracruz y Coahuila.
A finales de abril de 2012, organismos internacionales reportaron que en México
existen alrededor de 160 mil desplazados internos (algunas reportaban incluso una cifra
de 230 mil) por la violencia, principalmente en la macrorregión Norte (península de
Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Durango y
Sinaloa), en Michoacán y en Guerrero. Sin embargo, el “Movimiento por la Paz con
Justicia y Dignidad” reportó el 17 de septiembre de 2012 que, en realidad, entre el 2% y
el 3% de la población económicamente activa del país (entre 780 mil y 2 millones de
personas) se ha visto forzada a migrar debido a la guerra contra el narcotráfico.
2. ¿Es la guerra contra el narcotráfico una nueva guerra civil mexicana?
E su lási a o a De la gue a , el filósofo y ilita ale á
Carl von Clausewitz, afirma que la guerra es la continuación
de la política empleando otros medios. Estaba equivocado: la
guerra no es un medio, sino un fin que se disfraza de medio;
la guerra no es un instrumento, sino que somos nosotros los
instrumentos de la guerra.
Gaston Bouthoul, El desafío de la guerra. 1977
En América Latina se han vivido muchas guerras
en el interior de las naciones. Pero estos conflictos
han sido ignorados por los gobiernos respectivos, pues
su mera existencia cuestiona la legitimidad de su poder.
Raúl Sohr, Para entender la guerra. 1990
Las guerras expresan y transforman a las sociedades.
Gaston Bouthoul, El desafío de la guerra. 1977
En mayo de 2009, el escritor Carlos Montemayor consideraba que la sociedad mexicana se
encontraba ya en el preámbulo de una guerra civil enmascarada como una lucha contra la
delincuencia170. Esta idea de que la actual “guerra contra el crimen organizado” es, en
realidad, una guerra civil, comenzó a circular masivamente entre la sociedad mexicana con
motivo de los festejos por el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la
Revolución, en 2010. El 6 de julio de ese año, la estación televisiva independiente por
internet, NoticiasDigital.Net, planteaba en su editorial la posibilidad de que estuviera por
estallar una guerra civil en México ante la virtual inexistencia del Estado y su incapacidad
para garantizar la seguridad pública (http://www.youtube.com/watch?v=CFpSbFowvPs).
Dos meses después, en el conocido programa de análisis político “Primer Plano”,
transmitido por la televisora Canal Once del IPN, un grupo de reconocidos analistas
políticos definía ya la situación nacional como una auténtica guerra civil y planteaba la
necesidad de preparar a la población mexicana para vivir cotidianamente bajo esta nueva
situación (http://www.youtube.com/watch?v=XBIXK90kcJI).
Para 2011, la definición del conflicto nacional como “guerra civil” se presentó de manera
casi oficial. En febrero de ese año, se hizo público el denominado “Informe BourbakiF sobre
la guerra del narco en México”, cuyo verdadero título es “El costo humano de la guerra
por la construcción del monopolio del narcotráfico en México (2008-2009)”. Este
documento interdisciplinario afirma ya de manera categórica que México se encuentra en
estado de guerra civil al menos desde 2008 y que el gobierno mexicano, siguiendo una
postura oficial que han mantenido todos los gobiernos mexicanos a lo largo de la historia,
considera a la guerra civil como “delincuencia” (http://equipobourbaki.blogspot.mx/ y
http://webiigg.sociales.uba.ar/revistacuadernosdemarte/nro1/InformeBourbaki.pdf).
El 12 de mayo de 2011, la socióloga Miriam Fracchia afirmó durante una entrevista para
la televisora TeleSur de Venezuela, basándose en dicho Informe, que en México se está
librando una guerra civil formal entre dos órdenes de poder: el estatal y el delictual
(http://multimedia.telesurtv.net/media/telesur.video.web/telesur-web/#!es/video/en-mexicoya-debe-hablarse-de-guerra-civil-sociologa/). Un mes después, el Instituto de Investigación de
Conflictos Internacionales (HIIK), dependiente del Instituto de Ciencias Políticas de la
Universidad de Heidelberg, Alemania, empleando el modelo de simulación de conflictos
KOSIMO, incluyó a México dentro de la categoría de “Países en Estado de Guerra Civil”,
siendo el único país del Continente Americano que mantiene una guerra interna de la más
alta intensidad (nivel 5, de acuerdo a su propia escala). En febrero de 2012, dicho Instituto
ratificó esta clasificación para el caso de México171. Poco antes, en enero de ese año, el
organismo internacional no gubernamental Human Rights Watch (HRW), afirmó que la
violencia vivida cotidianamente en los estados del Norte del país alcanza los niveles de una
guerra civil, según sus propios parámetros172. En abril de 2012, el empresario Alejandro
Martí, presidente de la organización civil México SOS, declaró públicamente que el país
vive una guerra civil: es “la peor época de nuestra historia desde la Revolución”173. En julio
de ese año, la prestigiada revista estadounidense “The New Yorker” publicó un texto del
periodista William Finnegan, en el que se afirma que México vive una guerra civil de baja
intensidad que se libra tanto en los pueblos como en las ciudades, y que nadie cree que el
gobierno mexicano esté ejerciendo su autoridad en el país174. Pero, ¿realmente existen
elementos que permitan calificar a la “guerra contra el crimen organizado” como una
guerra civil? Algunos aspectos cualitativos así parecen indicarlo.
a) ¿Qué es una guerra civil?
En el ámbito de las Ciencias Sociales, la definición de conceptos depende de acuerdos
intersubjetivos entre los miembros de la comunidad académica sobre qué elementos
empíricos observables corresponden a las distintas etiquetas del lenguaje. En la década de
1970, David Singer, con su proyecto Correlates of War, operacionalizó el concepto de
F.
El E uipo Bou aki es u g upo de i estigado es de disti tas a io alidades, de disti tas disciplinas, sin ánimo de lucro,
sin jerarquías y que publican periódicamente de manera conjunta y anónima. El informe al que se hace referencia aquí fue
elogiado por el historiador Eric Hobsbawm como una importante contribución a las Ciencias Sociales.
“guerra internacional” como un conflicto armado entre dos o más Estados que produce al
menos mil combatientes muertos por año. En la misma línea, en la década de 1990, Peter
Wallensteen y otros investigadores de la Universidad Uppsala, Suecia, empezaron a utilizar
el término “guerra civil” para toda confrontación armada dentro de un Estado que produce
al menos mil combatientes muertos por año. Podemos agregar que en una “guerra civil”,
ciudadanos procedentes de una misma comunidad política organizada (civitas) han tomado
las armas para enfrentarse entre sí y con el Estado. Poco a poco, los protagonistas del
conflicto van desarticulado las redes de solidaridad y de confianza colectiva, acentuado la
precariedad del Estado-Nación. Adicionalmente, varios análisis se refieren a la “guerra
civil” destacando el protagonismo y la centralidad de las poblaciones (actores
fundamentales de la comunidad política) en las dinámicas del conflicto. Entre otras cosas,
se habla de “guerra civil” cuando estas poblaciones se identifican con las facciones armadas
y contribuyen masivamente al desarrollo de los combates y al esfuerzo de guerra, o sólo a
éste (apoyo logístico, económico, moral, etc.). Entonces, la comunidad nacional se
derrumba desde su interior y se atomiza en diferentes bandos. Por supuesto, nunca se
logra un respaldo totalmente masivo y voluntario de la población en las “guerras civiles”,
las cuales no están exentas de mecanismos de participación forzada y de exacciones contra
el pueblo.
El concepto de “guerra civil” se planteó a nivel genérico, para marcar un contraste con las
“guerras internacionales”. Por otra parte, resulta apropiado distinguir entre los varios
subtipos de “guerras civiles”, tales como las “guerras étnicas”, las “guerras separatistas”,
las “guerras religiosas”, las “guerras de guerrillas” o las “guerras revolucionarias”.
Frecuentemente se confunden estos subtipos como formas de conflicto social diferentes de
las “guerras civiles”. Y es que el concepto de “guerra civil” es particularmente polisémico,
se le emplea con frecuencia para remitir a cualquier situación conflictiva armada de índole
interna sin que se desarrolle una reflexión correspondiente acerca del concepto mismo. En
muchas ocasiones, se subrayan sus rasgos económicos y las prácticas de violencia que la
caracterizan, y se deja de lado lo que se entiende por “civil”. La resistencia a aplicar el
concepto de “guerra civil” a varios conflictos actuales proviene de un procedimiento
metodológico equivocado, que consiste en construir este concepto a partir de las
características particulares de dos eventos históricos concretos: las guerras civiles
estadounidense y española. En ambos casos, el grueso de la población tomó partido y
participó activamente en la contienda armada, cosa que no suele ocurrir en la mayor parte
de las guerras internas actuales. Sin embargo, es posible argüir que la participación masiva
de la sociedad en las guerras civiles estadounidense y española tiene un carácter
relativamente atípico, por lo que este elemento no debería formar parte de la definición del
concepto de “guerra civil”175.
El actual conflicto mexicano puede definirse como una “guerra civil” si se considera que el
número de “combatientes” muertos cada año sobrepasa el límite establecido por
Wallensteen y si se tiene en cuenta que sus actores armados son actores sociales y
políticos portadores de visiones y creencias diferentes acerca del Estado y de las relaciones
de este con la sociedad civil, lo cual hace de estos “combatientes” representantes de una
ideología de guerra soportada por intereses colectivos. El hecho de que estos intereses
colectivos no coincidan con una consciente y libre aceptación individual no contradice la
naturaleza del conflicto, ya que las bases sociales de apoyo características de las “guerras
civiles” siempre se han nutrido de reclutamientos tanto forzosos como voluntarios. Lo
social de las “guerras civiles” rebasa la casuística particular para hacer parte de una lógica
en la que lo más importante es la contribución a las sumas y restas en el balance táctico y
estratégico de las fuerzas enfrentadas. Estas fuerzas tienen tres componentes comunes: a)
una “maquinaria de guerra” (concepto que se definirá más adelante); b) un concepto de
Estado, y c) una base social por conquistar y retener. Las transformaciones del Estado o la
conservación de este, exigidas a favor de sus bases sociales le dan a las “máquinas de guerra”
un sentido político y social que representa, de hecho, las grandes divisiones de sociedad
propias de las “guerras civiles”. Otra cosa es que estas “máquinas de guerra”, con una
concepción de Estado y una base social por retener y conquistar, se muevan dentro de un
territorio cuyos recursos en población, tierra y producción de riqueza sean limitados, con
lo cual el conflicto tiende a endurecerse cada vez más, a degradarse y a prescindir de las
regulaciones bélicas convencionales pactadas internacionalmente176. Cabe agregar que el
actual conflicto mexicano se trata de una “guerra civil” eminentemente privatizada en sus
actores, representaciones e intereses, y que no ha logrado crear las condiciones de una
movilización popular estable de gran magnitud a favor de los grupos beligerantes, aunque
varios elementos recientes apuntan hacia un posible levantamiento popular en estado
embrionario en varias regiones del país.
b) ¿Guerra civil entre élites?
Como ya hemos mencionado anteriormente, se ha documentado la estrecha relación entre
los grupos elitistas y los cárteles de narcotraficantes. No pocos analistas señalan el
contubernio que existe entre la élite política del PRI y los narcotraficantes de la frontera
Norte y del Golfo. Así mismo, se ha destacado la alianza existente entre la élite política del
PAN y los narcotraficantes del Occidente y del Pacífico. Además de los testimonios
escritos al respecto (algunos de los cuales han sido citados anteriormente), también es
posible visualizar esta situación de manera geográfica. Esta correlación geográfica
reforzaría la idea de que los cárteles del narcotráfico se han transformado en la
manifestación armada de élites regionales y sectoriales confrontadas, y de que, de manera
análoga, los partidos políticos se han transformado en la expresión política de nuevas
élites regionales emergentes, rivales entre sí, ligadas al tráfico de drogas. Se trata de un
claro proceso de criminalización de la política y de politización del crimen. Desde esta
perspectiva, y dadas las actuales circunstancias, sería lícito hablar de una guerra civil en
curso entre distintas facciones elitistas que involucraría tanto a las élites políticas,
empresariales y financieras que se fueron estableciendo en el aparato estatal desde la
década de 1940, como a las nuevas élites “plebeyas” de traficantes en ascenso:
Mapas comparativos de la distribución política partidista y las áreas de influencia de los cárteles en el país a finales de 2011
Sobre este particular, Astorga resalta acertadamente que se observa un importante
incremento en los niveles de violencia relacionados con el narcotráfico, desde la década de
1990, precisamente en los estados donde la oposición política contraria al PRI se convirtió
en gobierno (ya fuera el PAN o el PRD). Coincidentemente, se trataba de estados
productores de drogas, con importantes rutas de tráfico y tránsito hacia las fronteras
(especialmente hacia la frontera Norte), con importantes centros de “lavado” de dinero (por
vía empresarial, comercial o turística) o con potenciales mercados de consumo de
estupefacientes, especialmente entre los jóvenes. Así mismo, señala que en aquellos casos
en los que el PRI recuperó el control político, como en Chihuahua, la violencia asociada al
narcotráfico se concentró en las regiones, localidades y municipios que permanecieron bajo
el control de la oposición (como ha sido el caso de Ciudad Juárez, gobernada por el
PAN)177.
Resulta interesante el caso de las entidades federativas gobernadas por la fracción elitista
disidente, de signo nacionalista-estructuralista, que en 1988 aglutinó a los sectores
sociales medios inconformes y de “izquierda”, tanto urbanos como rurales, en el PRD.
Desde 2010 se vinculó abiertamente a este partido político con La Familia Michoacana,
grupo asociado al Cártel del Golfo178. Tras la fractura de este grupo del narco, se ha
relacionado al PRD con Los Caballeros Templarios, aliados del Cártel de Sinaloa179, lo cual
mostraría la “versatilidad” de esta facción elitista, aspirante al control del Estado, en sus
relaciones con las agrupaciones rivales de narcotraficantes. Esta percepción se vería
reforzada por el hecho de que el Distrito Federal, capital del país y sede de los Poderes
Federales, que ha sido gobernado por el PRD desde 1997, se ha convertido, junto con los
17 municipios del Estado de México que integran la llamada “área metropolitana”, en el
mayor “tianguis” de drogas, el gran “narcomercado” del país. Desde la década de 1980,
células de casi todos los cárteles del país (de Juárez, de Tijuana, del Milenio, del Golfo, de
Sinaloa, del Pacífico Sur, de La Familia Michoacana y de Los Zetas) y de algunos
colombianos (de Cali y del Valle Norte) conviven y mantienen activa presencia en la capital
y su zona conurbada, sujetos a una especie de pacto de tolerancia y no agresión, no
obstante que es la entidad federativa con la mayor fuerza pública del país (alrededor de
100 mil agentes locales y federales, además de los militares)180. Se calcula que en la capital
del país existen, al menos, 2011 puntos de venta de drogas al menudeo (las llamadas
“narcotienditas”), aunque algunos autores indican la existencia de hasta 4500 puntos fijos y
hasta 5500 puntos móviles de venta de drogas al menudeo181.
c) ¿Guerra de clases?
Otro aspecto que permitiría hablar de una guerra civil en curso, se relaciona con la
segmentación y polarización socioeconómica a la que está sometida la sociedad mexicana,
especialmente desde la segunda mitad de la década de 1970, y que se ha agudizado desde
2005.
En el ámbito rural, el control monopólico ejercido por las grandes transnacionales
agroindustriales sobre la producción agropecuaria y sobre las cadenas de comercialización
y distribución de los productos agrícolas, así como el desmantelamiento de las estructuras
ejidales de tenencia de la tierra para favorecer la generalización del latifundio y del
minifundio, han dejado sin posibilidad de obtener ingresos a gran parte de la población
rural del país. Algunos campesinos viven en el autoconsumo y la subsistencia, otros
migran hacia las grandes ciudades del país o hacia los Estados Unidos buscando alguna
posibilidad de vida digna, y otra porción creciente dedica su esfuerzo a la producción de
estupefacientes: su cultivo es muy rentable y la prohibición eleva las posibles ganancias, lo
que de cualquier manera apenas alcanza para completar los gastos familiares. Ya desde
mediados de la década de 1980, en la región Noroeste del país, se reclutaba a jóvenes de
colonias populares para la cosecha de amapola y de marihuana. A estos jóvenes “pizcadores”
de droga se les ofrecían de 4 a 5 mil pesos diarios (actualmente serían equivalentes a 350370 pesos diarios). La migración de jóvenes agricultores fue tal que varios poblados
quedaron habitados solo por mujeres, niños y ancianos182. Estas condiciones favorables de
vida para los jóvenes campesinos se han visto devaluadas conforme la “guerra” se fue
extendiendo.
En el ámbito urbano la situación no es mejor: las jóvenes generaciones carecen de los
satisfactores mínimos para una vida íntegra. Cada año, más de 120 mil aspirantes a la
educación media superior y más de 150 mil aspirantes a la educación superior, son
“rechazados” de las instituciones de educación pública183. De esta manera, alrededor del
60% de la población juvenil urbana del país, en edad escolar o productiva, ni estudia ni
trabaja (son los llamados “ninis”), y las únicas alternativas que ofrecen las autoridades del
país son los oficios y el comercio ambulante184. Adicionalmente, más de 15 millones de
personas económicamente activas se mantienen en la “economía informal” (trabajo
doméstico, comercio ambulante, servicios y oficios a destajo) y alrededor de 3 millones de
personas en condiciones de laborar se encuentran deseampleadas185. En cuanto a la
población económicamente activa que se encuentra laborando formalmente, el más
reciente análisis realizado por el Centro de Análisis Multidisciplinario de la UNAM indica
que los casi 6 millones y medio de trabajadores que ganan el salario mínimo, generan el
valor de su sueldo en sólo 9 minutos y lo que producen en el resto de su jornada laboral (7
horas con 51 minutos), se queda en las arcas del gobierno y de las empresas; por otra
parte, tienen que trabajar en promedio 20 horas para comprar una canasta básica de
alimentos186.
Ante esta realidad socioeconómica de falta de opciones de desarrollo integral para los
jóvenes de las clases subalternas urbanas y rurales, resulta perfectamente explicable que
sean susceptibles de ser reclutados como, jornaleros, empacadores, transportistas,
vigilantes, informantes, soldados-sicarios y asesinos a sueldo al servicio de las
organizaciones de narcotraficantes desde los 14 años de edad (hace 10 años, el
reclutamiento oscilaba entre los 25 o 30 años de edad)187. En el ámbito rural, buena parte
de los jóvenes campesinos han optado por cultivar amapola y marihuana: obtienen mejores
ingresos de esa manera. Para los campesinos que cultivan y cosechan amapola y
marihuana, se calcula que una hectárea de amapola produce, en promedio, alrededor de
medio kilogramo de goma de opio, con una inversión de 3 a 4 mil pesos y una ganancia
neta de 5 mil pesos. Cada hectárea puede sembrarse tres veces al año, lo que daría una
ganancia anual de unos 15 mil pesos por hectárea. Por regla, se siembran 4 hectáreas como
máximo, por lo que la ganancia anual máxima ascendería a 60 mil pesos. En general, los
campesinos se dedican seis meses al cultivo de drogas y los otros seis meses laboran como
jornaleros agrícolas en el Norte del país. Para sobrevivir durante la temporada de drogas,
siembran, además, frijol, maíz y hortalizas para autoconsumo188. En el ámbito urbano, los
jóvenes de las clases medias y populares han visto obstaculizado su acceso al trabajo y a la
educación, cancelándose las vías legales para ascender socioeconómicamente. Como
alternativa han encontrado al narcotráfico. Toma alrededor de tres meses pasar de
vendedor ambulante o lavador de autos, a informante o asesino a sueldo al servicio del
narco, ganando entre 2 mil y 5 mil pesos semanales para los informantes, y
aproximadamente 10 mil pesos semanales para quienes se empleen como sicarios189. La
diferencia abismal entre estas percepciones y las obtenidas en la economía formal o
informal es dramática. No sorprende que los centros de narcomenudeo sean “negocios” casi
familiares, atendidos por jóvenes “rechazados” de las universidades públicas y de los
empleos formales, amas de casa, personas de la tercera edad o desempleados190.
No deberían sorprendernos las manifestaciones de protesta de hombres y mujeres jóvenes,
con los rostros cubiertos, para exigir el retiro de las fuerzas armadas y policiacas de las
calles del país191: la confrontación del Estado con los narcotraficantes está acabando con su
única fuente de ingresos, con su única posibilidad de supervivencia. No debería
escandalizarnos que existan regiones del país donde los niños admiren a los
narcotraficantes y anhelen convertirse en sicarios, narcomenudistas o capos cuando sean
mayores192: esas son las únicas opciones que les quedan. No debería asustarnos que las
clases subalternas y los sectores medios, urbanos o rurales, se estén aliando con los cárteles,
dispuestos a empuñar las armas contra el Estado y las élites político-empresariales: es una
mezcla de rebeldía social, deseo de venganza y defensa radical de la única forma de vida
que les brinda posibilidades de progreso. Hombres y mujeres jóvenes han tomado las
armas para tratar de mejorar sus condiciones de vida, bajo las órdenes de exitosos
empresarios ilegales confrontados con un Estado corrupto, ineficiente y autoritario193.
De la misma forma, la violencia social desatada por la guerra declarada por el Estado
contra las organizaciones delictivas organizadas (o contra aquellas que rivalizaban con el
cártel “consentido”) ha afectado también los intereses de los grupos elitistas empresariales
regionales: los secuestros contra miembros de estos sectores para cobrar millonarios
rescates, el pago de una especie de “impuesto” a los grupos criminales para evitar ser
“molestados”, los robos de sus productos y mercancías en las vías nacionales de
comunicación para surtir al mercado negro (controlado por los mismo grupos de narcos), la
competencia en desventaja que sostienen contra los productos de contrabando o de
elaboración “pirata” (manejados por los narcos), han ocasionado importantes descalabros
económicos a estas élites regionales, han extendido su descontento en contra del gobierno
federal y del grupo gobernante, y, sobre todo, han sembrado entre ellas el temor hacia la
violencia social ejercida en su contra por las clases subalternas a través de las estructuras
armadas del narcotráfico. La respuesta de los sectores elitistas ha ido subiendo de tono.
Inicialmente, algunos empresarios decidieron establecerse fuera de las zonas de conflicto e
incluso fuera del país194. Posteriormente, cuando la violencia comenzó a afectar a estos
sectores empresarios en sus negocios, en su seguridad personal y en la seguridad de sus
familias, pidieron la militarización de las zonas de conflicto e incluso exigieron la
aplicación de un toque de queda y la suspensión de las garantías individuales195. Cuando se
hizo patente la incompetencia gubernamental para afrontar la situación y garantizar su
seguridad, estas élites regionales, compuestas por comerciantes y empresarios, han
formado “comandos ciudadanos o blancos” (verdaderas “guardias blancas” formadas por
mercenarios) para enfrentar a los grupos criminales. Estos “comandos” ya operan en Baja
California, Chihuahua, Durango, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Veracruz, Estado de
México y Distrito Federal. Se trata básicamente de aplicar una “estrategia de espejo”:
hacer exactamente lo que el enemigo hace196. Quizá por eso se ha llevado adelante una
campaña de “limpieza social”: ejecuciones selectivas en contra de delincuentes comunes,
presuntos delincuentes, adictos, migrantes, estudiantes, disidentes, activistas, opositores y
personas de clase baja, realizadas por “comandos de la muerte” similares a la antigua
“Brigada Blanca”, financiados por el gobierno federal y las cúpulas empresariales, que
operan en zonas territoriales específicas. Se sabe que, por lo menos hasta 2009, estos
“comandos” operaban bajo las órdenes del Gral. Acosta Chaparro197.
Esta situación de polarización y tensión sociales complica el panorama. Por un lado, esta
nueva guerra civil mexicana tendría como protagonistas a varios grupos elitistas rivales,
tanto aquellos que ya se han establecido históricamente en el control del aparato estatal,
como aquellos que, provenientes de las clases subalternas, comienzan a ascender y
pretenden establecerse también en la dirección estatal. Por otro lado, también se está
desarrollando, subsumida en este conflicto interelitista, una confrontación entre clases y
sectores sociales de distintos niveles: las clases subalternas y sectores medios encuentran
en la violencia “delincuencial” un cauce para paliar (y aún detener) la presión
socioeconómica ejercida por las élites contra ellos y forzar vías de movilidad y ascenso
socioeconómico. Las clases dominantes y los sectores elitistas, por su parte, perciben la
amenaza que para el status quo establecido significan estas acciones “delincuenciales” de las
élites “plebeyas” emergentes y sus aliados subalternos, y responden ejerciendo la violencia
institucional del Estado, o la violencia particular avalada por el Estado, en defensa de su
dominio y de sus intereses socioeconómicos. Esta situación tampoco representaría una
novedad en la historia de México. Una situación similar se presentó durante la guerra de
Independencia, cuando las élites regionales del Bajío, del Noreste y del Sur, de origen
criollo, apelaron a la inconformidad de las clases subalternas y de los sectores medios para
enfrentarse a las élites hegemónicas del Centro, de origen hispano. Más tarde, durante la
Revolución, las élites regionales del Norte también apelarían a la inconformidad de las
clases subalternas y los sectores medios para enfrentar a las élites centrales hegemónicas
del Porfirismo.
d) La interpretación polemológica
Si bien todos los datos cualitativos anteriores muestran ciertos rasgos que justificarían el
empleo del término “guerra civil” para referirse a la actual situación de violencia en
México; también es cierto que, desde la perspectiva científica, los rasgos cualitativos no
bastan para expresar con certeza la realidad de un fenómeno, porque se trataría de
argumentos fundados en interpretaciones y opiniones, fácilmente cuestionables y
rebatibles. A fin de dar mayor solidez a la afirmación de que actualmente México se
encuentra en estado de guerra civil, es necesario abordar el fenómeno desde un ángulo
cuantitativo. Para este propósito resulta particularmente útil la Polemología, en su calidad
de sociología de la guerra y de la paz. La Polemología (del griego πο έ οσ: conflicto; όγοσ:
estudio), es una de las ramas más recientes de la Sociología y de la Ciencia Política.
Fundada en 1945 por el sociólogo y politólogo francés Gastón Bouthoul, también
fundador del Instituto Francés de Polemología en 1948, se trata de una disciplina
multidisciplinaria que estudia tanto los factores llamados polemógenos para aproximarse
sociológicamente al fenómeno de la guerra, como las eventuales correlaciones entre las
explosiones de violencia social y fenómenos históricos recurrentes, ya sean económicos,
culturales, psicológicos o, sobre todo, demográficos. Hace una labor de recuento,
observación, análisis e interpretación de los conflictos violentos como manifestaciones de
la agresividad social198.
La Polemología emplea una metodología que consta de dos etapas. La primera consiste en
un cuestionario de análisis cifrado que consta de una parte descriptiva [identificación del
conflicto, localización precisa en el espacio y el tiempo, ubicación dentro de una
periodicidad detectada, identificación de los grupos antagonistas, intensidad del conflicto
(poblaciones involucradas, combatientes, muertos), morfología del conflicto (evolución,
etapas), resultados observables del conflicto] y otra interpretativa [dimensión o escala del
conflicto, motivaciones del conflicto (causas y funciones), secuencia del conflicto, alcances
y/o consecuencias del conflicto (internas y externas), clasificación tipológica del conflicto,
perspectiva y prospectiva del conflicto (su porvenir)]. Los resultados de este cuestionario,
aplicado a cada conflicto, se someten a un tratamiento estadístico para obtener
correlaciones cuantitativas. La segunda etapa es una interpretación polemológica de los
datos aportados por el cuestionario de análisis199. Partiendo de la idea de que los conflictos
armados internos (guerras civiles y revoluciones) son tan importantes como los conflictos
armados externos (guerras extranjeras) y que ambos suelen interrelacionarse, la
Polemología clasifica a los conflictos violentos según ciertas dimensiones. Emplea seis
criterios cuantitativos básicos para distinguir entre microconflictos, o conflictos menores, y
macroconflictos, o conflictos mayores: involucramiento de más de un Estado, afectación de
un espacio mayor al de una provincia o una capital, afectación de una población
considerable, duración mayor de un año, intensidad superior a mil muertos, generación de
resultados internos importantes (secesión o cambio de régimen), generación de
consecuencias internacionales importantes (anexión, independencia, protectorado o
balcanización, nacimiento o desaparición de un Estado). Dentro de la categoría de los
macroconflictos se encuentran: guerras extranjeras, guerras civiles, ocupaciones por la
fuerza, penetraciones militares, revoluciones, sublevaciones e insurrecciones, genocidios y
disturbios violentos de gran alcance200.
Bajo estos criterios, entre 1740 y 1990, se habrían presentado 7 macroconflictos en
México:
Guerra de Independencia (1810-1821), afectando a una población total de 25 millones de
personas, con alrededor de 250 mil combatientes y aproximadamente 300 mil muertos.
Invasión Estadounidense (1846-1849), afectando a una población total de 30 millones de
personas, con alrededor de 30 mil combatientes y aproximadamente 17 mil muertos.
Guerra de Reforma (1858-1861), afectando a una población total de 9 millones de personas, con
alrededor de 40 mil combatientes y aproximadamente 12 mil muertos.
Intervención Francesa (1862-1867), afectando a una población total de 45 millones de
personas, con alrededor de 200 mil combatientes y aproximadamente 20 mil muertos.
Revolución Mexicana (1910-1920), afectando a una población total de 30 millones de personas,
con alrededor de 560 mil combatientes y aproximadamente 3 millones de muertos.
Guerra Cristera (1926-1929), afectando a una población total de 35 millones de personas, con
alrededor de 110 mil combatientes y aproximadamente 250 mil muertos.
Guerra “Sucia” Contrainsurgente (1962-1982), afectando a una población total de 48 millones
de personas, con alrededor de 180 mil combatientes y aproximadamente 26 mil muertos.
En los dos últimos casos, si bien no puede hablarse de un cambio de régimen, si puede
decirse que estos conflictos originaron importantes procesos de desplazamiento al interior
de la élite hegemónica gobernante. La Guerra Cristera aceleró el ascenso de las élites del
Centro del país y el desplazamiento de las élites del Noroeste que ejercían el gobierno, así
como la incorporación subordinada y corporativa de las clases subalternas a la maquinaria
estatal. La Guerra “Sucia” aceleró el ascenso de las élites empresariales del Noreste y del
Bajío, con el consiguiente desplazamiento de las élites burocráticas del Centro y del Golfo
que controlaban al aparato estatal, y el rompimiento del pacto corporativo con las clases
subalternas al imponerse el proyecto neoliberal de la “globalización”. Es igualmente
importante aclarar que los datos numéricos reportados para cada conflicto son
estimaciones realizadas a partir de datos aportados por historiadores, periodistas
especializados, agencias internacionales y nacionales, así como organismos no
gubernamentales.
Bajo los parámetros establecidos por la Polemología, resultaría completamente justificado
hablar de un nuevo macroconflicto en territorio mexicano, iniciado a finales de 2006
(aunque con importantes antecedentes desde mediados de 2005 con el operativo “México
Seguro”), afectando a una población total de poco más de 113 millones de personas, con
alrededor de 110 mil combatientes (atendiendo a las cifras más conservadoras) y
aproximadamente 95 mil muertos. En este nuevo macroconflicto interno mexicano, la
intervención de Estados extranjeros ha sido patente, especialmente en el caso de Estados
Unidos, cuyo gobierno impulsó el establecimiento de un acuerdo de seguridad compartida
(la “Iniciativa Mérida”) al margen de los mecanismos de regulación estatal, con lo cual
interfiere directamente y de manera ilegítima en los lineamientos de la estrategia
gubernamental para encarar el conflicto.
Cabe señalar que la misma Polemología acepta la dificultad de analizar un conflicto en
curso. Por una parte, una guerra no concluida no puede ser estudiada científicamente
puesto que aún no ha mostrado su auténtico alcance ni su resultado final; sin embrago, por
otra parte, desde el momento en que ha detonado un fenómeno conflictual de importancia,
los grupos y regiones implicados se transforman en objeto de estudio de la Polemología,
por lo que resulta imposible apartarlo de su campo de visión201.
e) La perspectiva de la “larga duración”
En su texto de 1989, Gilberto Argüello relaciona los macroconflictos mexicanos con las
‘fluctuaciones’ de desarrollo de la economía mundial, sintonizando directamente con las
propuestas de la Escuela de los Annales. Esta corriente de análisis e interpretación histórica,
en especial con los trabajos de Fernand Braudel, propone una redefinición del concepto de
‘tiempo histórico’. El ‘tiempo histórico’ no sería lo mismo que el ‘tiempo cronológico’, pues se
refiere al tiempo que viven los individuos, al de su organización social y económica. A
partir de esta premisa, se propone una compleja articulación de duraciones que define al
‘tiempo histórico’.
En primer lugar, encontramos la Corta Duración, perteneciente a los ‘acontecimientos o
sucesos’ de duración efímera, equivalentes a la duración de vida de un hombre. Se trata de
los eventos históricos más visibles pero menos significativos y es el enfoque temporal más
habitual. Por encima de este nivel, encontramos la Duración Media, correspondiente a las
‘coyunturas’, es decir, a las cadenas o sucesiones de acontecimientos que generan cambios o
modificaciones drásticas y, por lo tanto, perceptibles. Su duración puede ser de varias
décadas y se encuentra íntimamente relacionada con la noción de ‘sucesión histórica’. Para
analizar este nivel de duración es preciso considerar los tres componentes de una
estructura social (formación económica, formación política y formación ideológica o
cultural). De estos análisis se ha deducido la existencia de ‘ciclos históricos’ económicos,
políticos y sociales. Por encima de todo esto se encuentra el nivel de la Larga Duración,
referente a las ‘estructuras’, es decir, a las formas que adopta el entramado de relaciones
sistemáticas interpersonales que vinculan a los miembros de una determinada comunidad
en un espacio determinado, aunque no se encuentren en contacto directo. Las ‘estructuras’
son la parte decisiva de la realidad histórico-social. Estas ‘estructuras’ presentan una
estabilidad muy grande que les confiere una cuasi inmovilidad, por lo que su duración es
de siglos. Las ‘estructuras’ determinan los periodos históricos y su configuración202.
Al nivel de la ‘Duración Media’, a lo largo del siglo XX se desarrolló el estudio de los ‘ciclos
económicos largos’, especialmente a partir de los trabajos de Nicolái Kondrátiev. Se trataría
de fluctuaciones cíclicas de largo plazo, con forma sinoidal, que se presentan regularmente
en la moderna economía mundial capitalista. La duración de cada ‘onda o ciclo largo’ varía
entre 47 y 60 años, durante los cuales se alterna un período de alto crecimiento, en el cual
las coyunturas de prosperidad son más marcadas y duraderas, con un período de
crecimiento relativamente lento, en el cual las crisis son más fuertes y las depresiones más
prolongadas. Las etapas de la revolución burguesa mexicana han coincidido con los
momentos de variación de las ondas Kondrátiev al final de las fases ascendentes o de auge
económico; en tanto que las intervenciones extranjeras han coincidido con las fases
descendentes o de depresión económica. Las grandes insurrecciones de las clases
subalternas (“Guerra Cristera” y “Guerra Sucia”) se han presentado preferentemente
durante las fases descendentes o depresivas203.
Es difícil ubicar al nuevo macroconflicto mexicano en esta óptica de la ‘Duración Media’. La
dificultad estriba en el debate que aún se mantiene acerca de la existencia o inexistencia de
un quinto ciclo Kondrátiev, que habría iniciado alrededor del año 2000. Suponiendo que tal
ciclo se haya iniciado, estaríamos hablando de un macroconflicto que transcurre en una
fase de ascenso, lo cual coincidiría con una posible nueva fase de la revolución burguesa en
México, de acuerdo a la interpretación histórica presentada por Enrique Semo en el
sentido de concebir a los procesos de la Independencia, la Reforma y la Revolución como
un ciclo histórico único que expresa un proceso más amplio y complejo que abarca todos
los aspectos de la vida social: la conformación y consolidación del capitalismo en
México204.
f) La perspectiva geohistórica
Otra innovación propuesta por la Escuela de los Annales es la Geohistoria. Se trataría del
estudio de la dinámica entre las sociedades y la estructura geográfica que las sustentan, y
permite explicar comportamientos sociales de ‘Larga Duración’ o de ‘coyuntura’ a partir de
la influencia geográfica sobre distintos aspectos de la sociedad, como su economía,
demografía, costumbres, etc. De esta forma, la Geografía se transforma en una especie de
‘tiempo geográfico’: el espacio obedece también a ‘ciclos largos’ que influyen directamente
sobre la organización de los territorios. En este sentido, la Geohistoria (o geografía de
‘Larga Duración’) sirve no sólo de marco, sino también de hilo conductor al ‘tiempo social’
(el de los pueblos y Estados) y al ‘tiempo individual’ (el de los hombres que conforman las
sociedades). En esta perspectiva, el objetivo es entender la organización de los territorios
en el transcurso de la historia, haciendo hincapié en los momentos de crisis que revelan la
vulnerabilidad y las fallas internas de la sociedad, causan rupturas, favorecen la expresión
territorial de las injusticias sociales, transforman las relaciones entre la sociedad y el
ambiente205. Bajo esta perspectiva geohistórica, resulta de enorme interés comprobar que
existe una diferencia notable en los efectos del conflicto sobre las sociedades de las
distintas regiones geohistóricas. Desde el inicio mismo del conflicto, las sociedades de la
macrorregión norteña han sido mucho más vulnerables a los efectos desarticuladores y
socialmente disolventes de la guerra. Ello se debe quizá a la evolución histórica de estas
colectividades.
Desde la segunda mitad del siglo XVI, el proceso de conquista y colonización de esta
extensa macrorregión corrió a cargo de agricultores, ganaderos, mineros y militares,
españoles y criollos en su mayoría, además de algunos núcleos de campesinos indígenas
purépechas, otomíes y tlaxcaltecas de las regiones centrales. Descendientes de migrantes,
aislados, poco numerosos, en permanente guerra contra los chichimecas nómadas locales y
frente a una naturaleza hostil, estos hombres se acostumbraron a construir y defender por
sí mismos, todos los días, sus propiedades y su sociedad, porque allí no había ‘indios de
paz’ que trabajaran por ellos ni instituciones a las que recurrir. Adquirieron características
particulares que los diferenciaban de los pobladores de la macrorrregión central. Su
economía se hizo autosuficiente y sus formas de gobierno, autarquícas206. Se constituyó así
una cultura muy particular, ranchera primero e industrial después, más egoísta, menos
creyente y tradicional, más militarizada y, en general, mucho más independiente e
individualista, mucho más favorable al proceso de formación del mercado interno
capitalista207. Naturalmente, la violencia social impacta con mayor fuerza en estas
sociedades individualistas atomizadas: la debilidad de las redes sociales de solidaridad y el
predominio del beneficio personal deja a los individuos expuestos en soledad a la acción de
los elementos diluyentes de los vínculos sociales. Así ocurrió durante la Revolución,
proceso histórico desarrollado fundamentalmente en el Norte. Así está ocurriendo ahora.
Es evidente que las principales acciones de guerra han estado afectando hondamente a las
comunidades norteñas y que las principales “batallas” se han librado en esta región.
Macrorregiones geohistóricas según Aguirre Rojas (2006)
Distribución geográfica de muertos en la narcoguerra (2011)
Distribución geográfica de desplazados por la narcoguerra (2011)
Existen, sin embargo, firmes evidencias de que el conflicto ha comenzado a desplazarse
hacia las macrorregiones centrales y sureñas208, en cuyo caso, es previsible una
prolongación de la guerra en el tiempo y en el espacio, así como un notable incremento en
su intensidad. Es posible hacer estas afirmaciones considerando la naturaleza geohistórica
de estas dos macrorregiones del país. El signo característico de la macrorregión central es
el mestizaje en todos los niveles: socioeconómico, biológico y cultural. Se trata de la región
más compleja, barroca y sofisticada, como fruto del mestizaje, lo que complica hasta el
extremo las formas de expresión política, social, artística, cotidiana y discursiva de los
habitantes de esta zona. Esta macrorregión, en virtud de su alta estabilidad sociopolítica,
ha logrado hegemonizar, en general, el proceso de la construcción de la nación mexicana,
lo que ha obligado al resto del país a gravitar en torno a este México central. De esta
manera, siendo la zona con más alto desarrollo económico, cultural, político y social, el
Centro del país se ha afirmado históricamente como el eje tradicional y como el punto de
partida obligado de los incipientes y dispares desarrollos de las otras macrorregiones209.
Resulta entonces imaginable una importante resistencia de estas poblaciones a someterse a
la lógica y los efectos de la guerra, lo cual les haría perder su posición históricamente
hegemónica. En cuanto a la macrorregión sureña, la zona más inaccesible de Mesoamérica,
sus poblaciones permanecieron prácticamente aisladas debido a la ausencia de vías de
comunicación transitables y, por ello, mantuvieron su independencia y autonomía durante
mucho tiempo. Hasta hoy, se trata de una región predominantemente indígena y
permanentemente rebelde frente al mestizaje, a la transculturización y a la imposición de
proyectos de dominio. Un México cuyas poblaciones aún preservan y mantienen un fuerte
sentido de pertenencia comunitaria210. Estas características hacen prever que la aplicación
de la lógica bélica en la zona encontrará aún mayor resistencia, los efectos disolventes de
la violencia encontrarán una fuerte oposición, incluso armada, basada en los seculares
lazos de unión colectiva.
g) México 2012: un país en guerra civil
Como hemos expuesto anteriormente, existen ciertos datos, ciertas interpretaciones y
ciertas tendencias que permiten suponer que, desde 2006, México estaría viviendo una
nueva guerra civil entre sectores elitistas, algunos ya consolidados y disputándose el
control del aparato estatal, y otros de origen subalterno y en ascenso, buscando abrirse un
nicho en la capa elitista de la sociedad mexicana. Debajo de este conflicto elitista, se estaría
desarrollando una guerra social entre las clases dominantes y las clases subalternas por el
reparto social de las ganancias derivadas de la única actividad económica que está
generando una riqueza importante: la producción y el tráfico de estupefacientes. Este
conflicto de doble matriz indudablemente tendrá importantes efectos internos y externos
en los años venideros. Con respecto a estos posibles efectos, existen datos que apuntan
hacia un origen completamente externo de la actual “guerra contra el crimen organizado”
en México.
3. Las sinrazones de la irracional guerra en México
Los asuntos militares no son una ciencia oculta.
Las guerras tienen mucho de azar pero poco de
casualidad. Pueden no ser coherentes, pero son,
sin duda, explicables.
Raúl Sohr, Para entender la guerra. 1990
Las guerras no deberían narrarse de manera
diferente a los latrocinios: breve y escuetamente,
sin alabanza alguna, detestándolas.
Juan Luis Vives, De concordia et discordia in
humano genere. 1529
Toda guerra es un engaño.
Sun Tzu, El Arte de la Guerra. 500 a. C.
¿Era necesaria una guerra contra el crimen organizado en México? Autores tan
comprometidos con las élites en el poder como Jorge G. Castañeda Gutman (Secretario de
Relaciones Exteriores entre 2000 y 2003) y Rubén Aguilar Valenzuela (Coordinador
General de la Secretaría Particular de la Presidencia entre 2002 y 2004) afirman que, si
atendemos a las motivaciones alegadas por el gobierno mexicano, la respuesta es un
rotundo “NO”. Ni la mayor disponibilidad de drogas para la juventud mexicana, ni el
incremento de la violencia generada por los grupos de narcotraficantes, ni la penetración
de los narcotraficantes en nuevas o más importantes esferas de la vida política nacional, ni
la pérdida de vigencia, control y poder del Estado sobre determinadas regiones del
territorio nacional, ni el incremento en la demanda de drogas en el mercado negro
estadounidense, explican la declaración de guerra emitida por el presidente Felipe
Calderón en diciembre de 2006, a once días de haber tomado posesión del cargo. Y no la
explican porque ninguno de estos factores mostraba en ese momento ningún indicador de
alarmante incremento con respecto a los datos históricos registrados. Al contrario. Todos
estos factores sufrieron un alza importante y amenazadora después del inicio de la
“guerra”.
Para estos autores la respuesta solo puede ser una: la motivación de la guerra era lograr la
legitimación sociopolítica que las urnas y las manifestaciones públicas le habían negado al
grupo gobernante en las controvertidas elecciones de julio de 2006, apenas cinco meses
antes del inicio del conflicto. De hecho, estos autores comparan la situación mexicana con
la de Colombia durante las décadas de 1980-2000 y concluyen algo que es vital para
entender este conflicto: en Colombia, la guerra contra el crimen organizado no afectó el
cultivo, ni a la producción, ni la exportación de coca, pero sí redujo dramáticamente las
actividades de los cárteles, las guerrillas y los grupos paramilitares privados. Los mismos
autores confiesan abiertamente que el “Plan Colombia” y la intervención de hasta mil 400
“asesores” estadounidenses no fueron un instrumento de combate al narcotráfico, sino un
esquema contrainsurgente211. Esta afirmación es compartida por el escritor Jorge Volpi:
“En 50 años de lucha frontal contra las drogas, ni un solo Estado ha sido capaz de ofrecer un saldo
positivo. La misma Colombia, que no cesa de publicitar sus éxitos, en realidad ha logrado
disminuir la violencia guerrillera, pero no la producción de estupefacientes”212. ¿Es esto lo que
está sucediendo en México? ¿Se está desarrollando en el país una guerra contrainsurgente
contra los grupos no estatales (elitistas o subalternos) que ejercen la violencia sin el aval
estatal? La respuesta es parcialmente afirmativa y parcialmente negativa.
La interpretación clásica supone que el Estado, en tanto organización que ejerce el
monopolio de la violencia legítima en un territorio dado, se encuentra de manera real y
efectiva en permanente estado de guerra contra los particulares que ejercen violencia para
sus propios fines. Sin embargo, es posible apreciar objetivamente que el Estado jamás ha
mostrado inclinación alguna a suprimir el crimen, sino sólo a resguardar su propio
monopolio criminal213. En realidad, el Estado moderno jamás ha entrado en conflicto con
la delincuencia (la violencia particular con fines particulares), sino que la administra y la
utiliza en provecho de las clases dominantes y de las élites hegemónicas. Es la excusa que
les permite administrar y explotar de manera extralegal su propia ilegalidad, fundamentar
su propio monopolio de la violencia y legitimar la existencia y el uso de sus cuerpos de
seguridad y represión. Además, les permite combatir los estallidos populares de violencia
rebelde que representan el verdadero peligro para las clases dominantes. La violencia
delincuencial es útil para la conservación de los códigos jurídicos sociales que persiguen y
sancionan al individuo cuando recurre a la violencia y la dirige contra el orden
imperante214. Por lo tanto, la “guerra contra la delincuencia organizada” no tiene como
destinatarios a los delincuentes, ni amenaza sus actividades ilícitas. Entonces, ¿qué se
pretende? La respuesta es completamente amenazadora para la existencia misma del
Estado-Nación llamado México.
a) Narcotráfico y capitalismo
La producción y el tráfico de drogas han sido históricamente grandes negocios para las
élites dominantes. Desde la conquista del Imperio Inca, en el siglo XVI, los españoles
estimularon enormemente el consumo de hoja de coca entre los indígenas que trabajaban
en las minas de plata de Potosí, al sur de Bolivia. A mediados del siglo XVIII, 400
comerciantes españoles se enriquecían con el tráfico de coca. Cada año, 100 mil cestos, con
un millón de kilogramos de hoja de coca, entraban a las minas. La mayor parte de los
ingresos de obispos, canónigos y demás ministros eclesiásticos de Cuzco provenía de los
diezmos sobre la coca. El mísero salario que percibían los mineros indígenas se destinaba a
la compra de hojas de coca antes que a la comida: masticando las hojas, podían soportar
mejor las mortales tareas de la mina, pero no vivían más allá de 10 años 215. Cien años
después, los británicos iniciaron la conquista de la India, empresa que culminaría durante
la década de 1830. Durante el proceso, la East India Company desarrolló la producción
monopólica y a gran escala del opio en la India, para después generalizar su consumo entre
la población local. Incluso se pagaban los salarios de los obreros indios de la Company con
opio. En tanto, desde el siglo XVI China y Europa habían comenzado su intercambio
comercial marítimo, pero el gobierno imperial chino impuso a los europeos pesados
trámites y restricciones para la venta de sus productos, lo cual era muy desfavorable para
los comerciantes occidentales. España inició la venta de opio a los chinos, junto con tabaco
y maíz para equilibrar el déficit. En el siglo XVIII, los británicos siguieron el ejemplo de
España: vendían a los chinos el opio que se cultivaba en la India. Para el siglo XIX, la
hacienda imperial china tenía un fuerte déficit debido a este comercio (los chinos gastaban
dos terceras partes de sus ingresos en mantener su adicción) y el número de chinos adictos
era ya un grave problema de salud pública. En 1829, el gobierno imperial chino prohibió el
consumo de opio, pero la droga comenzó a circular clandestinamente. Una década después,
las autoridades chinas destruían los cargamentos de opio en sus puertos. En respuesta,
Gran Bretaña, Portugal, Estados Unidos, Francia y Alemania declararon la guerra a
China, la derrotaron y la obligaron a abrir su mercado interno a los productos occidentales
sin control alguno. Para entonces, el tráfico de opio reportaba a los comerciantes
británicos ganancias anuales cercanas al 400 por ciento216. De acuerdo a algunos informes,
hacia la década de 1950, Gran Bretaña aún mantenía el control mundial en el tráfico y
comercio de enervantes, pero ya manifestaba cierta “molestia” por la competencia que
representaban las bandas de traficantes mexicanos, gracias al apoyo extraoficial que
recibían del gobierno de Estados Unidos217.
Como ya se ha narrado anteriormente, más o menos desde esa época, la producción y el
comercio de drogas en América, especialmente de cocaína, han sido usados y controlados
por las agencias de seguridad de los Estados Unidos con el fin de financiar sus operaciones
“negras” o ilegales en contra de gobiernos que le son adversos en la región. Pero no solo
eso. Los principales bancos y empresas financieras estadounidenses, entre ellos Wells
Fargo, Bank of America, Citigroup, American Express y Western Unión, han lucrado durante
años con el ‘lavado’ de fondos provenientes del narcotráfico. Entre 2004 y 2007,
únicamente Wells Fargo ‘lavó’ más de 378 mil millones de dólares en ganancias de la
droga218. Mediante estos mecanismos, el narcotráfico se inserta en la economía mundial,
cada vez más ‘globalizada’ e interdependiente. Aprovecha sus posibilidades y recursos, sus
mecanismos e instrumentos. Obtiene de ella las condiciones de su rentabilidad y
acumulación a través del ‘lavado’ de dólares, las reinversiones ilícitas y las nuevas
inversiones en la economía formal. Se integra en ella al punto de confundirse. Se vuelve a
la vez factor, componente y resultado de sus estructuras y procesos, de su existencia y
desarrollo. Al mismo tiempo, la transnacionalización del narcotráfico produce una
narcoeconomía, una narcosociedad, una narcocultura y una narcopolítica, que gradualmente se
van implantando en las sociedades, en los grupos gobernantes y en el aparato estatal. Los
beneficios del narcotráfico constituyen enclaves económicos semejantes a los que
anteriormente se han desarrollado en torno a la explotación minera del oro y la plata, a la
producción agrícola del café y del azúcar o a la extracción del gas y del petróleo219.
Se calcula que las actividades del llamado “crimen organizado transnacional” (narcotráfico,
extorsión, tráfico de migrantes, trata de personas, tráfico de especies, robo, contrabando,
falsificación, ‘piratería’, etc.) generan ganancias de alrededor de 2.1 billones de dólares al
año y el 70% de ese dinero pasa a las redes económicas lícitas y formales220 a través de los
mecanismos de ‘lavado’ de dinero que realizan las grandes instituciones bancarias del
mundo. Se estima que los cárteles mexicanos ‘lavan’ más de 2 billones de pesos al año
provenientes únicamente de la venta de drogas en Estados Unidos, cifra que es 135 veces
mayor al total de los recursos que ese país ha destinado a la ‘Iniciativa Mérida’. Si los siete
cárteles mayores en México se beneficiaran equitativamente, cada uno habría ganado 5.6
mil millones de pesos anuales, cantidad que es 9 veces mayor a las ganancias netas
reportadas por la empresa legal más exitosa de América Latina: Grupo Carso, propiedad del
mexicano Carlos Slim Helú, el hombre más rico del mundo según la revista Forbes221 (no
obstante, reportes del Senado mexicano, publicados el 11 de octubre de 2012, señalan que,
en realidad, los narcotraficantes mexicanos habrían “lavado” anualmente más de 3 billones
de pesos en México y en Estados Unidos, lo que significaría que cada cártel es 15 veces
más rentable que el Grupo Carso222). Pero ni todos los cárteles ganan lo mismo ni estas
estimaciones de sus ganancias se acercan al total real.
Otra vertiente del gran negocio que significa la “guerra contra el crimen organizado” son
las empresas productoras de armas y municiones. En medio de la ‘guerra’, a mediados de
junio de 2007, el gobierno federal instituyó el Fideicomiso Público de Administración y Pago
de Equipo Militar. A la fecha, el Fideicomiso ha pagado más de 7 mil 100 millones de pesos,
por la compra y el mantenimiento de armamento y equipo militar, a empresas de Estados
Unidos, Bélgica, Alemania, República Checa, España, Italia, Brasil, Uruguay, Turquía,
Israel y Canadá, además de tres empresas radicada en México223. Esta cifra no incluye el
dinero desembolsado por los cárteles y por particulares para la compra de armas,
municiones, equipos y refacciones bélicas en el ‘mercado negro’ del tráfico de armas
internacional. Lo que sí se sabe es que los cárteles del Golfo y de los Zetas son, al menos
desde 2008, los mayores compradores de armamento a los traficantes internacionales a
través de las fronteras de Sonora, Tamaulipas y Chihuahua, usando los mismos puntos por
los que se ‘exportan’ drogas hacia Estados Unidos. Los arsenales adquiridos viajan hacia el
sur por la ruta del Pacífico (desde Tijuana hasta las costas de Acapulco), por la ruta del
Centro (desde Ciudad Juárez, a través de Durango, hacia Morelia, Chilpancingo y Oaxaca),
por la ruta del Golfo (desde Ciudad Acuña, Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros, hacia
Veracruz y Tuxtla Gutiérrez) o por la ruta del Sur (hacia Tapachula, Motozintla, Balancán
y Ciudad Hidalgo)224.
El “crimen organizado” internacional genera una ganancia anual de más de 4 billones de
dólares225 y una parte significativa de este monto es para las cúpulas empresariales,
comerciales y financieras del mundo, especialmente las de Estados Unidos. Este flujo de
capital entra masivamente a las economías nacionales y a la economía internacional desde
los grandes consorcios empresariales por medio de transferencias y triangulaciones
financieras sofisticadas en las Bolsas de Valores de todo el mundo. Las facilidades para
ingresar el dinero obtenido de manera ilícita en la economía formal y legal vuelve al
narcotráfico un negocio perfecto226. El negocio de la “guerra contra el crimen organizado”
es un gran negocio para las grandes corporaciones transnacionales, sean empresas de
servicios, fabricantes de armas, inmobiliarias, bancos, financieras, aseguradoras, casas de
cambio, casinos o joyerías, y los grupos elitistas propietarios de estas corporaciones no
están interesados en que la situación de violencia social cambie227. Por lo tanto, resulta
evidente que el narcotráfico y sus actividades ilícitas ligadas son una importante fuente de
recursos para la economía capitalista en crisis desde, por lo menos, 2001. Difícilmente se
tomarán verdaderas acciones, ya no digamos para erradicarlo, sino simplemente para
contener sus efectos adversos en la sociedad. La extraordinaria tasa de ganancias derivada
del narcotráfico es motivo suficiente para que las élites hagan hasta lo imposible por
mantener su control sobre estas actividades. En el actual contexto de crisis estructural
capitalista a escala mundial, uno de los conflictos sociales permanentes se presenta por el
control y disfrute de estas ganancias del narcotráfico: los ciudadanos de los países
productores (todos ellos ubicados en el Tercer Mundo) frente a las grandes corporaciones
transnacionales (todas ellas provenientes del Primer Mundo). A esto respondería, en gran
medida, la estrategia de militarización y paramilitarización de las sociedades de los países
productores de drogas.
b) Narcotráfico: ¿excusa para la intervención extranjera?
Las élites dominantes en Estados Unidos jamás han renunciado a su intención de anexarse
territorios mexicanos estratégicamente importantes. Esta tendencia histórica inició desde
finales del siglo XVIII, prácticamente al iniciar la vida independiente de los Estados
Unidos de América. Gastón García Cantú hace un recuento de 285 acciones de agresión
política, económica y militar de los gobiernos estadounidenses contra México entre 1799 y
1918228. A este recuento habría que añadir los ‘Tratados de Bucareli’ (1923), la participación
de la fuerza aérea estadounidense al lado del gobierno mexicano durante las rebeliones
militares Delahuertista (1923-1924) y Escobarista (1929), el embargo y boicot económico
contra la plata y el petróleo mexicanos como represalia por la Expropiación Petrolera
(1938-1941), la activa presencia de agentes estadounidenses durante la llamada ‘Guerra
Sucia’ (1962-1982), el ‘Tratado de Libre Comercio de América del Norte’ (TLCN) (1992), el
‘Plan Puebla-Panamá’ o ‘Plan Mesoamericano’ (2001), la ‘Alianza para la Seguridad y la
Prosperidad de América del Norte’ (ASPAN) (2005) y la ‘Iniciativa Mérida’ (2008). No existe
acontecimiento importante en la historia nacional mexicana en el que Estados Unidos no
haya estado involucrado negativamente a través de su arbitraria y prepotente intervención
diplomática, económica, militar y de inteligencia229. Todo el proceso del crecimiento
capitalista estadounidense puede verse, en sus consecuencias externas, en la historia de
nuestro país. Hemos crecido como Nación según las respuestas que hemos dado al desafío
que implica nuestra vecindad con Estados Unidos. Ningún conflicto nacional ha sido
exclusivamente interior: siempre se ha presentado “el auxilio” de Estados Unidos. Por ello
hemos sido, incluso ahora, el país más agraviado por los estadounidenses. La experiencia
del pasado nos ha legado dos posiciones antagónicas al respecto: la que afirma que nuestra
sobrevivencia nacional depende del acatamiento de cuanto nos demandan los Estados
Unidos, y la que rechaza radicalmente toda forma de intervención estadounidense en
nuestros asuntos internos230.
Bajo estas premisas, la “guerra contra el crimen organizado” en México sería una guerra
inducida y tolerada por el aparato militar y de inteligencia de Estados Unidos, como parte
de una nueva estrategia de desestabilización, con el fin de obtener el control directo y
permanente sobre alguna o algunas porciones estratégicas del territorio nacional,
neutralizar cualquier proyecto sociopolítico alternativo y favorecer su propia economía.
Esta es la idea que ha ido cobrando forma y solidez entre círculos periodísticos,
intelectuales, académicos y militares del país: la “guerra contra el crimen organizado” sería
la actual fase de intervención estadounidense en México, de acuerdo a la agenda militar
global de la Casa Blanca definida por el Pentágono desde 2001231, bajo la lógica de una
desestabilización encubierta, con la finalidad de propiciar una ‘balcanización’G territorial,
parcial o total, de México. En diciembre de 2006, para justificar la militarización del país
como vía para profundizar el plan de reordenamiento territorial de facto, contenido en el
‘Plan Puebla-Panamá’ (2001) y en la ‘Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América
del Norte’ (2005), Felipe Calderón y sus patrocinadores en Washington habrían iniciado la
“guerra contra el crimen organizado”. Una planificada guerra de distracción que habría
permitido desviar la atención pública de la captura de territorios y recursos estratégicos
mexicanos por parte de Estados Unidos, a través de varios megaproyectos y de la
integración energética transfronteriza ya en curso, siguiendo el esquema de un nuevo
reordenamiento territorial en el marco del establecimiento de un Estado policiaco-militar
en ciernes233. Y es que la franja fronteriza entre México y Estados Unidos ha sido definida
como un área clave para la generación e interconexión de electricidad y la exploración y
explotación, segura y eficiente, de hidrocarburos (petróleo de “aguas profundas” y gas,
incluyendo el llamado “gas shale”) y agua. Bajo esta perspectiva, estaríamos atestiguando
una violencia provocada cuyo fin es el desplazamiento forzado de la población y la
eventual ‘balcanización’ de esa porción del territorio nacional234. Otros especialistas, como
Edgardo Buscaglia, señalan que México podría caer en un proceso de ‘somalización’
masiva, es decir, el colapso del Estado-Nación, donde no existe gobierno alguno en
amplias porciones del territorio, imperando la violencia y las reglas de actores no estatales.
Desde esta perspectiva, los 982 territorios controlados por los cárteles en México parecen
ir en esta dirección235. A decir verdad, esta definición de la ‘guerra contra el crimen
organizado’ está plenamente justificada si consideramos sus antecedentes.
c) Los planes estadounidenses para México
En 1974, el gobierno de Estados Unidos desclasificó varios documentos militares y de
inteligencia hasta entonces desconocidos. Uno de estos fue un plan militar, conocido como
War Plan Green (o Plan Verde de Guerra). Este Plan fue aprobado por el Secretario de
Guerra estadounidense en 1919: Newton Diehl Baker. En él, Estados Unidos detallaba la
estrategia a usar para invadir y conquistar al país, así como para atacar y neutralizar al
ejército mexicano. El Plan detallaba cómo derrocar al gobierno, estimular la formación de
milicias locales y establecer gobernantes que fueran favorables a los intereses de
Washington236. Semejante proyecto era entendible en el contexto de la Primera Guerra
Mundial. Sobre todo si consideramos que ese año se instituyó un poderoso bloque de
G.
El concepto “balcanización” es usado generalmente para describir el proceso de fragmentación o división de una región o
Estado en territorios más pequeños que son, con frecuencia, mutuamente hostiles. Por extensión, el término se ha usado
también para describir los procesos de división de ciertas culturas en identidades separadas 232. Es en ambas acepciones
que se usa en este texto.
empresarios estadounidenses de la banca, la minería y el petróleo con el fin de presionar
tanto a su gobierno como al mexicano directamente, pugnando por el pago de la deuda
externa mexicana y sus intereses, el pago a los extranjeros que hubiesen sufrido daños
durante la Revolución y la inaplicabilidad retroactiva del artículo 27 constitucional237. Lo
asombroso es que el proyecto jamás haya sido desechado.
En 1996, el ex Secretario de Defensa de Estados Unidos, Caspar Weinberger, publicó su
libro The Next War (La Próxima Guerra) donde, mediante análisis basados en simulacros
computarizados del ejército, alimentados con información estadística, aspectos políticos,
económicos, sociales y militares a disposición únicamente de altos funcionarios, se
proyectan futuros escenarios de guerra con varios países del mundo. Se trata, según su
autor, de meras evaluaciones sobre las posibles amenazas que Estados Unidos podría
enfrentar en un futuro no muy distante. Y entre estas amenazas señala a México como el
único país de América Latina que sería invadido dentro de los futuros escenarios de
conflicto que podría afrontar Estados Unidos, lo cual nos indica el grado de interés que
nuestros vecinos tienen sobre nuestro país. El capítulo 3 del libro describe la intervención
militar estadounidense:
México se encuentra seriamente afectado por una crisis institucional acompañada de una gran
corrupción y de la proliferación del narcotráfico. En este contexto ocurre el asesinato del Presidente
mexicano, Lorenzo Zapata, un “brillante” economista educado en Estados Unidos, a manos de los
cárteles del narcotráfico. Inmediatamente asciende al poder un carismático profesor universitario,
Eduardo Francisco Ruiz, educado por Jesuitas, que promueve reformas radicales, nacionaliza las
instituciones bancarias y aseguradoras, crítica la política de Washington y reprime violentamente a
sus opositores políticos, por lo que millones de mexicanos intentan huir por la frontera norte.
Simultáneamente, los cárteles mexicanos del narcotráfico abren dos frentes de batalla en Houston y
en San Diego. La CIA intenta una operación quirúrgica infiltrando un comando especial para
capturar a los altos capos mexicanos, pero la misión fracasa y los agentes son asesinados. En
respuesta, el nuevo gobierno mexicano permite y alienta un ataque masivo contra la embajada de
Estados Unidos en México. Recién entonces la CIA y la DEA hacen públicos sus informes que
relacionan al nuevo Presidente mexicano con los más poderosos capos del narcotráfico. Esto se
interpreta como una grave amenaza a la seguridad nacional estadounidense. Por esta razón, el
Presidente y el Congreso de Estados Unidos autorizan la intervención militar en México para
reinstalar la democracia con un nuevo hombre honesto al frente. La invasión se hace con infantería
y artillería mecanizada a través de varios puntos: desde Fort Hood hacia Guadalajara, desde Fort
Lewis hacia Hermosillo y Culiacán, desde Fort Stewart hacia Tampico y Veracruz, desde Fort
Riley hacia Monterrey y Saltillo, desde Fort Sam Houston hacia el D.F. La ofensiva militar está
acompañada por el ataque marítimo contra Tampico y el bombardeo aéreo contra la base aérea de
Santa Lucía, en la zona metropolitana del D.F., así como una guerra psicológica para convencer a
la población de que la invasión estadounidense es buena para México. Los aviones de bombardeo
salen de las bases de Barksdale, Carswell y Vanderberg. En el curso de la invasión relámpago, el
Canciller mexicano, junto con un grupo de conspiradores formado por militares de élite, toman por
asalto la Residencia Oficial de Los Pinos haciendo huir al Presidente. El Canciller asume la
Presidencia interina y se comunica con el alto mando del Pentágono y con el Presidente
estadounidense solicitando su reconocimiento y legitimidad al gobierno provisional. La invasión
termina con un ataque demoledor a la facción rebelde del Ejército Mexicano que se concentra en la
Sierra de Zacatecas. Después de este hecho, el avance hacia el sur del territorio mexicano resulta
irrelevante, pues el nuevo gobierno convoca a elecciones democráticas. Sin embargo, previsoramente,
el gobierno de Estados Unidos instala una base naval en Tampico y una base militar en
Guanajuato238.
No deja de asombrar la capacidad de prospección del alto mando militar estadounidense:
desde 1996 ya se habían planteado al narcotráfico mexicano como un enemigo militar que
sería necesario combatir en el futuro. Huelgan los comentarios referentes a las similitudes
entre el escenario planteado por Weinberger y el actual panorama nacional. Precisamente
estas similitudes han hecho considerar a más de uno que desde finales del la década de
1990 fue elaborado un plan para detonar un conflicto “prediseñado” en México. Y existen
aún otros indicativos en este sentido.
En 1999 se publicó el libro America´s Man on Horseback. A Fable? (publicado en español con
el título El nuevo conquistador de México. ¿Una fábula?), del empresario y escritor
ultraconservador estadounidense Guy Odom. El autor toma como modelo la obra El
Príncipe de Niccolò Machiavelli (Maquiavelo), y se dirige a un futuro dictador de Estados
Unidos que, según sus cálculos, arribará al poder de ese país en algún momento entre los
años 2013 y 2029 para imponer orden en una nación arrasada por el delito, la decadencia y
la corrupción. Odom propone una serie de medidas y ofrece una serie de consejos a este
futuro personaje para que depure a Estados Unidos y logre edificar un auténtico Imperio
Estadounidense de alcance mundial. Una vez que el dictador estadounidense "arregle el
desorden" interno, Odom propone que consolide su poder a través de “guerras de
conquista” hacia el sur de su frontera. En primer lugar, expone sus justificaciones:
“En cierto punto la conquista se convertirá en una necesidad para usted, Señor Presidente, y no en
una opción. […] México nunca olvidó que perdió la guerra de 1846 con Estados Unidos. Siete
décadas después, […] Villa invadió Estados Unidos. […] México recuerda bien su derrota de 1846 a
manos de Estados Unidos, cuando el gobierno cedió casi la mitad de su territorio. Esa conquista de
México inauguró en la Unión Americana la primera Era de Conquistas. Además, la humillación
de la Expedición Punitiva estadounidense de 1916 encendió aún más el resentimiento de México
contra Estados Unidos. Tras eso, una y otra vez, el gobierno de México realizó represalias contra
los intereses económicos estadounidenses en su territorio. […] Y no terminó ahí. […] A partir de
1964, mexicanos tomaron parte en el juego más mortífero en Estados Unidos: robar, violar y matar
al gringo, para luego ponerse a salvo en México. Esto aumentó en 1988, cuando cientos, y luego
miles de mexicanos, se aventuraron en Estados Unidos, robando, violando y asesinando a
ciudadanos estadounidenses. […] Con el botín obtenido se sobornó a funcionarios mexicanos para
dejar que los malhechores vivieran en paz, y una y otra vez incursionaron en Estados Unidos y
volvieron a México. A decir verdad, ningún otro país representa para usted tal oportunidad para
crear un odio “justo” y un deseo “justo” entre los estadounidenses para vengarse. […] Antes de su
presidencia, estalló la anarquía y la lucha abierta entre clases en México, lanzando a nuestro país a
un fuego cruzado de caos económico y balas reales. […] En México, gigantescas reservas de petróleo,
gas, oro y plata son explotadas inadecuadamente, y millones de hectáreas de tierras fértiles yacen
ociosas. […] Estados Unidos no puede fallar en administrar mejor los recursos de México y mejorar
las condiciones de los mexicanos que no pertenecen a la élite. […] Los mexicanos que valoran el
empleo remunerado, el gobierno honesto y la educación de buen nivel, pero a quienes se les niegan las
tres cosas, le darán la bienvenida. Muchos mexicanos industriosos ansían y les encantaría la venta
de millones de hectáreas de tierras de los ejidos, propiedad del gobierno. Y no hay mejor modo de
recompensar a los veteranos de guerra estadounidenses que otorgándoles tierras en México.
Ciertamente, Señor Presidente, México es un espléndido territorio nuevo para incorporarlo a
Estados Unidos de América”239.
Causa perplejidad el lenguaje usado por Odom para justificar la futura invasión
estadounidense a nuestro país. Sus palabras son muy semejantes a las empleadas en el
siglo XIX por los promotores de la guerra para justificar la invasión de 1846-1849 a
México. Luego de justificarse, Odom da consejos al futuro dictador estadounidense para
realizar la invasión:
“Poco antes de la guerra con México, […] asegúrese de que todos los ciudadanos estadounidenses de
origen mexicano gocen de todos los beneficios de la nacionalidad estadounidense durante la guerra;
[…] permítales elegir, por escrito, a México o a Estados Unidos. Permita que aquellos que eligieron
a México se vayan al sur en paz. Pero quienes eligieron a Estados Unidos y luego se relacionen con
México serán considerados criminales de guerra de la clase más vil. […] Utilice la propaganda
para consolidar el apoyo popular antes y durante la guerra contra México. […] Ponga de su parte a
la opinión pública de Estados Unidos y del mundo, Señor Presidente. Use la espléndida y
alentadora palabra ‘misión’: la ‘misión’ de liberar a México, la ‘misión’ de emancipar a México, la
‘misión’ de civilizar a México. Demuestre a los estadounidenses que la guerra para liberar a
México producirá empleos para los estadounidenses, y también la admiración del mundo. […]
Disponga de los asuntos para que México parezca el agresor. Use propaganda para llamar a otros
pueblos civilizados y que tomen posición a favor de Estados Unidos y en contra de México –sus
operaciones de narcotráfico, su Estado policial, su lucha de clases–. Anticipe que, al principio, la
opinión del mundo se volcará en su contra. Seleccione al país que más vocifere sus denuncias de la
inminente guerra contra México y envilezca a su gobierno. Acuse a sus líderes de alentar
secretamente a México a entrar en guerra. […] Si la conquista se consuma con la suficiente rapidez,
la mayoría de los países asiáticos y europeos no serán demasiado estridentes en sus protestas.
Además, prometa a los demás países que Estados Unidos respetará sus inversiones y acuerdos
contractuales en México. Solicite del Congreso una declaración de guerra contra México. Si el
Congreso se retrasa, avance protegido por su declaración de guerra contra el crimen. Despliegue
tropas, blindados, aviones y misiles a lo largo de la frontera con México. Inicie maniobras navales
en el Caribe y el Pacífico. […] Luego de iniciada la guerra para liberar a México, algunos países
europeos podrían condenar a Estados Unidos como país agresor, e imponer sanciones económicas.
Movilice a intelectuales estadounidenses amistosos para que expresen su indignación ante el hecho
de que esos gobiernos prefieran a una horda de asesinos mexicanos que a Estados Unidos de
América, guardián del espíritu europeo.
[…] Puesto que usted ya cuenta con la experiencia, la estrategia y la táctica para terminar la
primera conquista, la de México, sólo me queda ofrecerle algunas sugerencias. Considere una
proporción de bajas de un soldado estadounidense por cada cien soldados mexicanos. Haga de esto
una verdadera guerra, y no la carnicería tecnológica que podría ser, preservando de este modo el
valor y la honra de las fuerzas armadas mexicanas, y permitiendo que la milicia estadounidense se
enorgullezca verdaderamente de sus victorias. Prevea el apoyo armado a México por parte de
voluntarios centro y sudamericanos, e incluso de otros países. Identifique la más alta concentración
de combatientes extranjeros y haga de estas zonas los más feroces campos de batalla. […] Transmita
al mundo un mensaje aún más severo. De haber injerencia de lugares ajenos a América, sea con
suministros de armas o con asesores militares (tal vez de China, Irán, Alemania, Japón, Rusia u
otro país), considere una demostración de la fuerza y decisión de Estados Unidos. Haga ver lo que
podría esperar a cualquier país que ignore la Doctrina Monroe. […] Seleccione un lugar rodeado de
desiertos, montañas o ambos, como la ciudad de Durango, […] y bórrelo de la faz del planeta con
armas nucleares. […] En caso de que la demostración nuclear no disuada a los países que violen la
Doctrina Monroe, seleccione a la más fuerte de las naciones oportunistas. Destruya su presencia
militar en América y devaste al país mismo. […] Luego de la conquista de México, y antes de que
nuestras tropas marchen victoriosamente por el país, prepare a la población mexicana para su
entrada. […] Luego de conquistar México, no tendrá que lidiar con más del 5% de su población, o
tal vez menos, pues muchos líderes tomarán sus malhabidas ganancias y huirán del país. Antes y
durante la conquista, este mismo 5% protestará contra usted y agitará al populacho para que
combata a sus tropas. Dado que el pueblo de México es valiente, muchos mexicanos escucharán las
exhortaciones nacionalistas y se le resistirán”240.
Resulta altamente aleccionador leer los pretextos que Estados Unidos emplearía para su
invasión: las operaciones del narcotráfico mexicano, la existencia de un Estado policial en
México y la encarnizada lucha de clases que se desataría en nuestro país. Así mismo, llama
poderosamente la atención que se aconseje al futuro gobierno estadounidense usar su
previa declaración de guerra contra el crimen como protección jurídica para la invasión.
Los paralelismos con la actual situación no dejan de ser inquietantes. A continuación,
Odom aconseja al futuro dictador estadounidense acerca de la administración de los
nuevos territorios conquistados:
“Asigne la administración general del país a un virrey estadounidense, pero entregue la
administración directa de México a los más aguerridos miembros de la clase media mexicana y a
los defensores idealistas más marginados. No confíe en los mexicanos que apoyaron a Estados
Unidos, pues con el tiempo se volverán contra usted. Durante un año mantenga la legislación
mexicana, pero establezca la ley estadounidense en México al primer aniversario de la conquista.
Ponga un nombre nuevo al territorio conquistado y vuelva a bautizar a los 32 estados. Seleccione
un lugar más conveniente y salubre para el Distrito Federal, y convierta a la antigua capital
mexicana en una espléndida ciudad histórica. […] Establezca el inglés estadounidense como lengua
oficial de este nuevo territorio; […] permita el uso personal del español, pero exija el inglés
estadounidense para todos los asuntos federales, estatales, municipales y civiles, incluyendo la
práctica de la educación y los negocios. […] Produzca una impresión permanente en los mexicanos
de todas las clases sociales. Obtenga rápidamente su atención con una demostración de poder fácil
de instrumentar, que no esté relacionada con confiscaciones de propiedades o expulsiones sumarias.
Suprima permanentemente todos los derechos civiles de aquellos que tengan ciertos apellidos
relacionados con el fraude y la corrupción; proscriba a todos los mexicanos con estos apellidos. Sin
excepción, prohíba la injerencia de estos apellidos en cualquier asunto del territorio, sea votar,
enseñar, tener cargos en el gobierno, tener empleos en el gobierno o en cualquier empresa que realice
negocios con el gobierno, y ejercer la abogacía. […] Considere ocupar a la gente del nuevo territorio
en buscar a los miles de narcotraficantes, a sus empleados y a los funcionarios que sobornaron,
cuando México era el mayor canal de contrabando de drogas ilegales hacia Estados Unidos.
Ofrezca copiosas recompensas y luego, con bombos, platillos y fanfarrias, entréguelas a quienes se las
hayan ganado. Luego de cuidadosas investigaciones, los jueces mexicanos escogidos por el virrey
podrán lidiar con el diluvio de sujetos que prosperaron abasteciendo la antigua adicción
estadounidense. […] Permita que los mexicanos enderecen lo que estaba torcido; otórgueles un
período de gracia de un año para que purguen de criminales al país. Esto incluye eliminar a todo
criminal mexicano de clase baja, media o alta que consideren apropiado. Mientras los mexicanos se
desquiten por las décadas de fechorías criminales, acepte sin hacer preguntas sus decisiones legales.
Permita que el sistema judicial mexicano se cobre una retribución. Señor Presidente, haga saber al
mundo entero que, durante un año, Estados Unidos se lavará las manos frente a las demandas,
juicios y castigos contra malhechores mexicanos. Haga que estos juicios a puertas abiertas no tengan
paralelo: transmítalos por televisión vía satélite al resto de países en Centro y Sudamérica. […]
Haga que el virrey exija a los tribunales que las audiencias sean realizadas en español, y no en
inglés estadounidense. Esta singular desviación del lenguaje será muy útil en su proyecto más
importante: la continuación de las conquistas. […] Sin mucho alboroto ni publicidad internacional,
permita la aplicación de la pena de muerte en esos juicios e inicie sorteos para quienes hayan sido
condenados a la pena máxima. Que la suerte decida quién vive y quién muere. Los que sobrevivan
al sorteo, deberán ser confinados de por vida en prisiones estadounidenses en el extranjero. […] En
los países centro y sudamericanos estallará la lucha entre clases mientras los juicios a puertas
abiertas sigan su curso. […] Los países al sur de México parecerán fichas de dominó puestas en
hilera. La rendición de México y los subsiguientes juicios públicos detonarán su caída. Las naciones
se dividirán en facciones y los gobiernos quedarán impotentes ante las rebeliones de los vengativos
que ya no esperarán retribuciones. Los saqueadores y los intrigantes que huelan la oportunidad
contribuirán a la vorágine. Y entonces, la anarquía. Y que la anarquía prevalezca. El valor de estos
países no reside en su gente sino en sus tierras, minerales y mares”241.
Como en el caso del texto de Weinberger, resulta asombrosa y sobrecogedora la capacidad
de previsión, diseño y programación de las élites estadounidenses con respecto al manejo
de sus futuros intereses globales. Y resulta doblemente sobrecogedor comprender que
México es visualizado como parte fundamental de estos futuros intereses. Existen aún más
evidencias acerca de los planes estadounidenses para el futuro de México.
En 2005, la compañía informática británica UBISOFT desarrolló un videojuego basado en
un argumento escrito por Thomas Leo Clancy Jr., escritor estadounidense con firmes
convicciones conservadoras, neoliberales y militaristas, especialista en novelas políticas de
espionaje militar. El videojuego “Tom Clancy’s Ghost Recon Advanced Warfighter” presenta
una trama cercana al escenario de Weinberger:
En el año 2013, los Presidentes de Canadá, Estados Unidos y México se reúnen en la Ciudad de
México para firmar el ASCAN (Acuerdo de Seguridad Conjunta de América del Norte), una
alianza de cooperación mutua en materia militar para controlar la inmigración ilegal, el
terrorismo y el tráfico de drogas. Mientras se realiza la reunión cumbre para firmar del documento,
estalla una rebelión militar, financiada por los cárteles, contra el gobierno mexicano dirigida por el
Gral. Carlos Ontiveros. El Primer Ministro canadiense es asesinado y los Presidentes mexicano y
estadounidense son secuestrados por militares rebeldes y narcoparamilitares que pretenden ejecutar
un Golpe de Estado y anular el recién firmado pacto. El Pentágono envía a un comando especial de
élite, los Ghost, a salvar a los mandatarios retenidos. Con la ayuda del Servicio Secreto
estadounidense, el comando logra liberar a los dos Presidentes y, en este contexto, el mandatario
mexicano, Ruiz Peña, autoriza la intervención estadounidense en suelo mexicano para “restablecer
la democracia”. Los militares rebeldes destruyen la embajada de Estados Unidos. Luego de intensos
combates en las cercanías del Ángel de la Independencia, la Plaza de Zócalo, la Zona Rosa, los
barrios marginales de la Zona Metropolitana y la Zona Industrial del Valle de México, las tropas
estadounidenses logran matar a Ontiveros. Pocos meses después, en el año 2014, el conflicto
provocado por el levantamiento contra el gobierno de México, ha sumido al país en una guerra civil
a gran escala que se ha extendido a Centroamérica, donde las fuerzas rebeldes mexicanas,
lidereadas por Juan Antonio de la Barrera, han cerrado el Canal de Panamá y han robado cabezas
nucleares ucranianas Red Star IV y misiles paquistaníes Kashmira-II. Los misiles armados con las
cabezas han sido instalados en Ciudad Juárez para lanzar un ataque contra ciudades de Estados
Unidos, mientras las tropas insurrectas inician una invasión a suelo estadounidense a través de El
Paso. El comando Ghost es enviado a México de forma encubierta para detener esta amenaza y
sofocar la rebelión mexicana de manera definitiva242.
En abril de 2006, la Oficina de Consultoría y Asistencia Técnica en el Manejo de
Emergencias, una empresa privada dedicada a anticipar, evaluar e implementar medidas de
respuesta ante situaciones de emergencia de cualquier tipo, elaboró un reporte especial
acerca de la situación político-social en México, en vísperas de las elecciones
presidenciales, a petición de la Cámara de Comercio Americana. En dicho reporte, la
empresa consultora concluía que las elecciones de 2006 podrían ser el detonante de una
muy cercana guerra civil en México (de hecho, ese es el título del reporte: The Coming
Civil War in Mexico). El informe establece una continua “erosión” de la estabilidad en
varias regiones del país y en varios sectores de la sociedad mexicana. Entre otros factores
detonantes de esta “erosión”, se mencionan: la incapacidad del modelo maquilador
mexicano para competir con el contrabando de productos asiáticos, el creciente desempleo,
la violencia en las ciudades fronterizas del norte, las pérdidas económicas ocasionadas por
los efectos del cambio climático, la decadencia de la clase media, la violencia creciente
contra las mujeres y los niños, la presencia y acción de grupos inconformes armados
(guerrillas), el creciente poder de las organizaciones criminales y de los cárteles de la droga,
así como las sistemáticas incursiones fronterizas por parte de fuerzas estadounidenses y
mexicanas. A continuación, el informe habla de los impactos inmediatos que una guerra
civil mexicana tendría para Estados Unidos: una migración masiva legal e ilegal, la
expansión de la violencia hacia el territorio estadounidense y la pérdida de los recursos
petroleros provenientes de México (el informe asegura que México es la tercera fuente de
petróleo para Estados Unidos, con alrededor de 1.85 millones de barriles de crudo por día,
solo superado por Arabia Saudita y Canadá). Finalmente, el informe establece las
estrategias que podría seguir el gobierno estadounidense bajo distintos escenarios:
a) El primer escenario, el más optimista, supone que la elección presidencial de julio de 2006 logra
realizarse con plena certeza y confiabilidad. Bajo este contexto, Estados Unidos debería reforzar su
intercambio comercial con México y establecer políticas comunes que permitan superar la violencia
criminal. Esto garantizaría el flujo de petróleo mexicano hacia Estados Unidos en un momento de
gran inestabilidad en el Medio Oriente.
b) El escenario medio supone que las elecciones presentan problemas y se genera una fuerte división
sociopolítica en México durante meses. Dependiendo de la intensidad del conflicto postelectoral,
podría producirse un golpe militar contra el gobierno establecido en la capital. Las fronteras
mexicanas serían selladas y los cárteles de la droga entrarían en acuerdos con el nuevo régimen
militar. La subsecuente represión contra los opositores haría estallar la guerra civil. Bajo estas
condiciones, sería probable que la oposición mexicana acusara a Estados Unidos de manipular las
elecciones y comenzaran algunas fricciones a lo largo de la frontera común. El flujo de petróleo
mexicano se volvería inestable y podría disolverse el TLCN. Los Estados Unidos se verían
obligados a implementar medidas de presión política y económica contra el régimen mexicano y, tal
vez, a intervenir militarmente para “restablecer el orden interno” mexicano.
c) El peor escenario supone que las elecciones son totalmente inaceptables y generan un conflicto que
desemboca inmediatamente en una guerra civil (esta situación podría ser aprovechada por
regímenes antiestadounidenses para apoyar el conflicto y establecer un régimen aliado en México).
Frente a estos hechos, Estados Unidos debería sellar sus fronteras con México y declarar su
neutralidad. Poco después, Estados Unidos se vería obligado a tomar una medida severa que sería
mundialmente condenada: la creación de una zona de seguridad de 100 millas (161 km) dentro del
territorio mexicano que deberá ser tomada por la fuerza militar. Esta zona de seguridad frustraría
tanto el flujo masivo de migrantes huyendo de la guerra como los intentos por extender el conflicto
hacia Estados Unidos, y con tal propósito, la zona estaría bajo administración militar
estadounidense y sería sobrevolada por aviones militares no tripulados (drones) que la vigilarían y
la defenderían permanentemente Por supuesto, para asegurar el suministro de petróleo, sería
necesario tomar por la fuerza los campos petroleros mexicanos bajo el manto de una alianza
internacional. Sería de esperarse que se formara una alianza latinoamericana en contra de esta
iniciativa y que el conflicto se complicara enormemente243.
Frontera sur de la zona
de seguridad
Después de diciembre de 2006, la ficción y los escenarios hipotéticos comenzaron a hacerse
realidad. Los viejos proyectos de invasión al territorio mexicano diseñados en 1919, 1996
y 1999 comenzaron a reflejarse en los proyectos de asociación político-militar bajo la
excusa de la “guerra contra el narcotráfico”. Los escenarios que especulaban acerca de una
crisis mexicana de enormes proporciones que “obligaría” a Estados Unidos a intervenir
para “restaurar el orden”, comenzaron a formar parte del discurso oficial del gobierno
estadounidense. En mayo de 2008, la empresa estadounidense Strategic Forecasting Inc.,
conocida por su acrónimo StratFor, especializada en servicios de inteligencia y espionaje, y
considerada como la CIA de las 500 empresas más importantes por la revista Fortune,
consideraba a México como candidato a convertirse en un “país fracasado”, similar a la
República Democrática del Congo, Colombia y Líbano, debido a la aparente derrota del
Estado mexicano frente a los cárteles. Su tesis central incluía la posibilidad de un atentado
en contra del Presidente Calderón. En tal escenario, podría ocurrir el ascenso de la
“narcocracia” al poder de México, tal como había sido previsto por Wienberger. Esto
desembocaría en un caos sociopolítico en el que México podría sufrir una fragmentación
político-territorial en caso de no existir un poder claro que pudiera tomar las riendas del
país, abriéndose la posibilidad de que la lucha interna saliera de control, lo que obligaría a
la intervención de Estados Unidos244.
Siete meses después, la advertencia se repetía. La revista estadounidense especializada en
negocios, Forbes, la misma que ha situado a Joaquín Guzmán Loera entre los hombres más
ricos y poderosos del mundo, publicaba en diciembre de 2008 un artículo titulado “La
disolución de México: el próximo desastre” (“Mexico Meltdown:The Next Disaster”). El artículo
señala que el incremento de la narcoviolencia, la caída de los precios internacionales del
petróleo y los devastadores efectos de una profunda recesión en los Estados Unidos, son
factores que ponen a México en una delicada situación que tarde o temprano
comprometerá a la seguridad nacional estadounidense. La publicación alerta acerca de la
amenaza que representaría un escenario de inestabilidad al sur de la frontera
estadounidense: “Estados Unidos ha estado obsesionado con Irak y Afganistán, pero, desde una
perspectiva de seguridad nacional, las consecuencias del fracaso del gobierno mexicano en su intento
de frenar la transformación del norte de su país en una región controlada por mafias terroristas, es
una amenaza mucho más seria. Nos preocupamos por espacios sin gobierno lejanos a Estados
Unidos, pero esto está ocurriendo justo junto a nosotros. ¿No es más importante nuestra
frontera?”245. Apenas un mes antes, en noviembre de ese año, el Comando Conjunto de las
Fuerzas Armadas de Estados Unidos había publicado un polémico informe sobre la
situación en México: “Entorno Operativo Conjunto 2008” (“Joint Operating Environment
2008”). En dicho informe, el Departamento de Defensa de Estados Unidos considera que
México y Paquistán son las dos naciones con mayores probabilidades de presentar un
“colapso rápido”, lo que haría necesaria la intervención de tropas estadounidenses. Con
respecto a México afirma que, ante un escenario de caos provocado por el narcotráfico y el
crimen organizado, Estados Unidos estaría obligado a dar una respuesta a esta situación,
dadas las consecuencias para su seguridad interna: “Cualquier derrumbe de México a una
situación de caos demandaría una respuesta estadounidense, basándose simplemente en las graves
implicaciones para la seguridad interior”246.
El tema se volvió recurrente. En junio de 2009, la empresa Research and Development
Corporation (Rand Corporation), influyente “centro de pensamiento” al servicio del gobierno
estadounidense, publicó el informe “Seguridad en México. Implicaciones para los Estados
Unidos: opciones políticas”, en el que concluye que el gobierno mexicano no está logrando
los objetivos de recuperar territorios dominados por el narcotráfico, abatir la corrupción
policiaca y hacer que prevalezca la vigencia legal. Por lo tanto, México constituye una
amenaza creciente para Estados Unidos, pues, desde que llegó la élite empresarial al poder,
no cuenta con una estrategia de seguridad nacional247. A partir de ese momento, el
gobierno estadounidense ha insistido en diversas ocasiones en la existencia de un proceso
de “narcoinsurgencia” en México que pone en riesgo la viabilidad misma del Estado
mexicano y que, tarde o temprano, obligará a Estados Unidos a enviar tropas al sur de su
frontera a fin de garantizar su seguridad interna: “El imperativo estratégico debe cambiar de
Irak y Afganistán a México, donde hay una delincuencia de alta intensidad operando con tácticas
guerrilleras y terroristas, una nueva forma de insurgencia que potencialmente podría tomar el
control del gobierno mexicano y que debe combatirse con campañas de contrainsurgencia en las que
Estados Unidos, eventualmente, tendría que enviar soldados, tanto a la frontera común como a
través de ella, para pelear contra esa insurgencia”248. Las afirmaciones estadounidenses se
redondearon en marzo de 2011, cuando se difundió públicamente que el Cártel de Sinaloa
había adquirido en Estados Unidos armamento antiblindados y misiles tierra-aire Stinger
“similares a los que utilizan los marines o los cuerpos de élite del ejército estadounidense, lo que le
habría dotado de una capacidad de respuesta similar a la de un ejército”249. La información sería
confirmada tres días después por el Almte. James Winnefeld, Comandante en Jefe del
Comando Norte de Estados Unidos (Northcom), quien declaró que “por sus ingresos
disponibles, los cárteles mexicanos serían equivalentes a una de las diez fuerzas armadas más
grandes del mundo”250. Incluso la ONU se sumó a las aseveraciones de Estados Unidos al
asegurar, en diciembre de 2011, que el Cártel de Sinaloa y Los Zetas son una creciente e
importante amenaza a la estabilidad de México y de toda Centroamérica251. Esta versión
sería ratificada por el organismo internacional en mayo de 2012, cuando la Oficina de la
Organización de Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito aseguró que Los Zetas es la
banda criminal más violenta de América Latina y que el Cártel de Sinaloa es la mayor
empresa trasnacional dedicada al narcotráfico en el mundo252.
En contraposición a esta postura ideal, utópica, simplista y reduccionista, investigadores
como Luis Astorga sostienen que el argumento de un narcopoder “paralelo”, independiente
de las estructuras estatales, más fuerte que ellas, enfrentado al Estado mexicano y que
gradualmente lo ha “corroído” con éxito, no se sostiene. Un narcopoder “paralelo” de este
tipo no necesitaría de tantos apoyos y “padrinazgos” oficiales253. Este argumento ignora
deliberadamente que México es un país políticamente centralizado y de un exacerbado
presidencialismo, por lo que resultaría incomprensible que una actividad tan importante
hubiera escapado a su control. Olvida intencionalmente todos los elementos históricos que
apuntan hacia la interdependencia estructural entre instituciones, agentes sociales y
traficantes254. En consonancia con esta visión más realista, en marzo de 2011, George W.
Grayson (prestigiado académico en la William & Mary University de Virginia) y Samuel
Logan (investigador especializado en temas de seguridad y crimen organizado), afirmaron
que la contienda electoral mexicana de 2012 estaría permeada por el activismo inédito de
los cárteles y alertaron sobre el actual propósito de Los Zetas de establecer un “gobierno
paralelo” en México, lo que de hecho ya habrían logrado en varias regiones; pero aclaran:
“ni ‘Los Zetas’, ni ningún otro cártel, desean el fracaso del Estado en México. Al contrario, están
ansiosos de llevar a cabo sus actividades con total impunidad; esto es, establecer un ‘gobierno
paralelo’ junto con rutas clave para el trasiego de drogas. Es más: dicha soberanía compartida ya
existe en regiones como Tierra Caliente (la cuenca media del río Balsas y los valles de Apatzingán,
donde colindan Michoacán, Guerrero, Jalisco y el Estado de México), el Triángulo Dorado
(conformado por Chihuahua, Sinaloa y Durango), en Michoacán, Guerrero, Chiapas y Oaxaca, así
como en sectores del norte del país como Ciudad Juárez, Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo”255.
Las afirmaciones de todos estos investigadores echa por tierra la tesis de un “Estado
fallido o fracasado” en México: los cárteles están íntima y estrechamente relacionados con
las estructuras de poder político y económico que sostienen al Estado mexicano. De hecho,
de alguna forma, son una expresión de estas estructuras. Por lo tanto, no estarían
interesados en tomar el poder gubernamental ni en derrumbar al Estado mexicano del
cual dependen.
d) Narcotráfico y recursos naturales estratégicos
Entonces, ¿cuál sería la razón para que Estados Unidos deseara intervenir en México
usando los pretextos de la “guerra contra el narcotráfico”, la “narcoinsurgencia mexicana” y
la “amenaza a la seguridad interna de Estados Unidos”? La respuesta, como bien había
señalado Odom en 1999, se encuentra en los recursos naturales estratégicos. Desde hace
50 años, en casi todos los países del mundo, la adopción de una política de seguridad
econocéntrica ha conducido invariablemente a valorar excesivamente la adquisición y
protección de recursos esenciales para satisfacer las necesidades básicas de sus sociedades
y la demanda de sus procesos productivos: alimentos, agua, energía, minerales, fibras,
maderas, etc. Así, la búsqueda y protección de fuentes bien abastecidas y seguras de estos
recursos se contempla como una de las funciones primordiales de seguridad que tiene a su
cargo el Estado, especialmente en el caso de las Naciones que dependen de su importación
para mantener su eficiencia industrial y su nivel de vida social. El crecimiento exponencial
de la demanda de estos recursos (debido al espectacular crecimiento demográfico que ha
experimentado la humanidad y a la expansión de los procesos de industrialización a un
número cada vez mayor de zonas del planeta, en los últimos 50 años), la escasez natural de
algunos de estos recursos y/o su excesiva explotación (es el caso, especialmente, de los
hidrocarburos, del agua y de los recursos forestales), la dificultad para extraer y disponer
de muchas fuentes y yacimientos de estos recursos, así como su ubicación geográfica de en
regiones compartidas, limítrofes o disputadas, son factores que determinan los posibles
riesgos de conflicto asociado a estos recursos esenciales. Estos riesgos se incrementan si
consideramos, además, los ya irreversibles cambios que la actividad humana está
produciendo en el medio ambiente mundial (el ‘Cambio Climático Global’)256 y las
recurrentes crisis socioeconómicas cíclicas que son inherentes al llamado ‘Modo de
Producción Capitalista’ y a sus ‘Formaciones Socioeconómicas’ y ‘Bloques Históricos’ asociados.
Bajo esta perspectiva, es posible identificar tres motivaciones para los conflictos derivados
de la competencia por recursos: a) por el reparto de una fuente concreta de
aprovisionamiento que traspasa fronteras nacionales, b) por las pretensiones rivales sobre
fuentes significativas ubicadas en zonas internacionales o de ambigua asignación, y c) por
el acceso y el control de vías consideradas esenciales para el transporte de recursos
indispensables257.
Bajo esta óptica, a medida que las antiguas fuentes y yacimientos se van agotando, la
competencia mundial se concentra cada vez más en las escasas regiones que todavía
cuentan con existencias significativas de recursos. Automáticamente, dichas regiones
adquieren importancia estratégica creciente, y lo mismo sucede con las rutas de tránsito
asociadas a ellas. Evidentemente, cualquier inestabilidad, disturbio o intromisión en esas
zonas críticas podría comprometer la continuidad del suministro, lo cual supone el riesgo
de una intervención exterior para asegurar y garantizar dicho suministro258. En
semejantes circunstancias, los Estados importadores juzgarían cualquier interrupción
prolongada de los flujos de recursos como una seria amenaza a su seguridad interna y
como una posible causa de importantes disturbios domésticos dentro de sus fronteras. Por
lo tanto, evaluarían la situación como un conflicto que legítimamente podría resolverse
recurriendo al empleo de la fuerza militar259. Teniendo estas consideraciones en mente, es
fácil observar que la economía estadounidense necesita los recursos esenciales de América
Latina como los pulmones necesitan el aire. La industria estadounidense, tanto la militar
como la llamada ‘civil’, consume grandes cantidades de petróleo y gas natural (como
combustibles); además de cobre, aluminio, bauxita, hierro, manganeso, níquel, cromo,
tungsteno y otras materias primas. Ninguno de estos recursos minerales es abundante en
territorio estadounidense, por lo que se ven forzados a importar entre la cuarta parte y la
mitad de ellos. Esta dependencia creciente con respecto a los suministros extranjeros
determina una identificación, también creciente, de los intereses de la oligarquía capitalista
estadounidense en América Latina con la seguridad nacional de los Estados Unidos. Poco
más de la mitad de las inversiones estadounidenses, al sur del río Bravo, están dedicadas a
la extracción de petróleo y gas natural, así como a la explotación de yacimientos minerales
indispensables para la economía de los Estados Unidos, tanto en tiempos de paz como en
tiempos de guerra260.
En el particular caso de México, el interés de Estados Unidos por los recursos naturales
estratégicos, y la consiguiente estrategia de militarización del territorio y de la sociedad
mexicanos, inició con la década de 1980. Como ya se ha mencionado anteriormente, tras
12 años (1970-1982) de confrontación entre las élites económicas (cúpulas empresariales,
bancarias y financieras) y las élites políticas (cúpulas burocráticas, sindicales, partidistas,
policiales y militares) por el ejercicio de la hegemonía en México, finalmente el sector
político aliado a las élites económicas (los llamados “tecnócratas”) logró obtener el control
del aparato estatal en las elecciones de 1982 a través de los que Gustavo Esteva califica
como “golpe de Estado incruento”: el nuevo gabinete, compuesto exclusivamente por
tecnócratas, desplazó de golpe a la vieja clase política que gobernó al país desde 1928 bajo
distintas denominaciones partidarias, distintas configuraciones políticas y distintas
orientaciones ideológicas261. Justo en ese año, México firmó una “carta intención” con el
Fondo Monetario Internacional y con el Banco Mundial para obtener créditos
internacionales para paliar la crisis económica heredada por la quiebra del modelo
económico anterior, quedando obligado el gobierno mexicano a “reestructurar” su
economía, abriéndola a la penetración de inversiones privadas de corporaciones
transnacionales262. Esta “reestructuración” se plantea seis grandes objetivos: a) la
reorganización de los procesos productivos y de las relaciones laborales; b) la modificación
del régimen de propiedad agraria; c) la transferencia de bienes y servicios estatales a
manos privadas; d) la reestructuración del sistema educativo y la redefinición del trabajo
intelectual; e) la redefinición de las relaciones Iglesia-Estado, y f) la integración
subordinada de las fuerzas armadas del país al proyecto hemisférico de seguridad
estadounidense263. Desde entonces, las corporaciones transnacionales buscarían el
desmantelamiento de la industria nacional y la privatización de los hidrocarburos, la
petroquímica, la electricidad, la agricultura y la minería de exportación, los yacimientos de
minerales industriales y radiactivos, las telecomunicaciones, los transportes, la seguridad
interna, la banca y las finanzas, dejando las grandes actividades económicas en las manos
más débiles posibles: la iniciativa privada nacional264.
Con esta finalidad, la nueva fracción elitista gobernante impuso una serie de reformas
económicas estructurales entre 1982 y 1995: liberalización del comercio, liberalización
financiera interna (reprivatización de la banca), apertura de la cuenta de capitales
(eliminación de restricciones a la inversión extranjera directa), privatización de empresas
públicas, reforma fiscal basada en la disminución de impuestos a grandes empresarios,
reorganización de PEMEX en varias divisiones independientes, reclasificación de la
petroquímica básica como actividad secundaria, privatización parcial de plantas
petroquímicas y gasoductos de PEMEX, y “desregulación” (eliminación de las
restricciones legales) de la participación privada en actividades económicas (transportes y
comunicaciones, en primera instancia), limitando la participación del Estado en las
mismas265. Todas estas reformas estuvieron acompañadas de un gradual proceso de
militarización del país dirigida por el Pentágono. Se buscó definir mecanismos de
persecución del narcotráfico empleando fuerzas terrestres, aéreas y navales especializadas
de menor envergadura y bajo control estadounidense. Con la excusa de la guerra a las
drogas, Estados Unidos ha redireccionado las funciones de las fuerzas armadas mexicanas
hacia la disuasión interna ante las previsibles protestas populares originadas por la
aplicación de las políticas neoliberales. Uno de los propósitos era sustituir la estructura de
“Zonas Militares” del ejército mexicano por un sistema de “Cuerpos Móviles”: unidades
especiales de movilización y reacción rápida, con capacidad de despliegue rápido en
cualquier punto del país. Otro era la unificación de los cuerpos policiacos mexicanos en
una “Policía o Guardia Nacional” con entrenamiento especializado en guerra irregular
urbana, contrainsurgencia, contraterrorismo y contraespionaje. Todo en prevención de los
disturbios sociales derivados de problemas socioeconómicos y de actos “narcoterroristas”.
Estas pretensiones estadounidenses originaron una fractura al interior de las fuerzas
armadas mexicanas, enfrentándose los sectores “nacionalistas” con los “globalistas”266.
Para 1996, el ejército había extendido su presencia activa a todo el Sur-Sureste del país, en
una franja que iba desde el Golfo de México hasta el Pacífico, además de la región de las
Huastecas, la sierra de Puebla y las sierras de Chihuahua y Durango. Adicionalmente,
militares asumieron los puestos de mando de las policías de Chihuahua, Baja California,
Aguascalientes y Jalisco267.
La segunda etapa de aplicación de las políticas neoliberales comenzó en 2002, pero con
mayor énfasis desde 2006, con la aplicación de la Reforma Educativa (en tres etapas: 1992,
2002 y 2008), diseñada para vincular la educación pública con los procesos productivos
neoliberales, para que el sector empresarial ejerza el liderazgo en el proceso educativo y
para satisfacer la demanda de mano de obra de cierta calificación por parte de las maquilas,
transnacionales y centros comerciales nacionales e internacionales; así como de la Reforma
Energética (en tres etapas: 1995, 1996 y 2008), permitiendo la participación de empresas
extranjeras en los sectores petrolero y eléctrico, a través de empresas conjuntas,
arrendamientos, subcontratos de servicios y contratos de exploración o de producción
limitada, manteniendo solo nominalmente el control gubernamental sobre estos recursos.
En el entorno mundial de recesión económica generalizada que inició en 2007 y ante la
creciente competencia de las potencias capitalistas mundiales por el control de estos
recursos estratégicos, los anuncios realizados entre 2006 y 2011 sobre la existencia de
importantes reservas de riquezas minerales sin explotar en el país, han despertado la
suspicacia de círculos periodísticos, académicos e intelectuales. En ese periodo se informó
sobre el descubrimiento de enormes yacimientos petroleros en el Golfo de México 268,
aderezados por el anuncio sobre la existencia de yacimientos mayores de hidrocarburos a
solo 80 kilómetros de las costas de Matamoros, Tamaulipas269. Previamente se había
hecho de conocimiento público la existencia de gigantescos yacimiento de gas natural en la
Cuenca de Burgos, Tamaulipas, y en la Cuenca de Sabinas, Coahuila270. A esto habría que
sumar el llamado “Boom Minero Mexicano”: desde 2006 se ha observado un “renacimiento”
de la explotación minera en todo el país, especialmente de oro, plata, plomo, carbón,
hierro, zinc, cobre, azufre, platino, molibdeno, manganeso, fluorita dolomita, caolín,
fosforita y sulfato de sodio, cuya explotación por empresas extranjeras ha generado ya
múltiples conflictos con las comunidades vecinas. Y es que durante los dos gobiernos
panistas (2000-2012), un pequeño grupo de empresas mexicanas y extranjeras, con las
canadienses a la cabeza, extrajeron el doble de oro y la mitad de la plata que España
extrajo durante los 300 años (1521-1821) de dominación colonial271.
Para muchos autores no hay duda alguna: existe una relación intrínseca entre la “guerra
contra el narco” y la existencia de estos importantes recursos mineros y energéticos. Esta
relación puede observarse incluso geográficamente:
Yacimientos de hidrocarburos
Concesiones mineras vigentes
Extensión de la “narcoviolencia” en México
Contra todo lo que comúnmente se cree, los estallidos de violencia y la anarquía social no
disuaden a las grandes compañías transnacionales, especialmente las mineras y las
energéticas, de establecer lucrativas explotaciones en regiones conflictivas, ni de negociar
eficaces acuerdos de seguridad para sus intereses con las élites y con los “señores de la
guerra” locales272. En este contexto, el investigador John Saxe-Fernández ha afirmado
tajantemente que las grandes compañías corporativas transnacionales de Estados Unidos,
Canadá y Europa, dedicadas a explotar recursos minerales, hidrocarburos y productos
agrícolas, implantan o impulsan diseños económicos, diplomáticos y militares de “guerra
irregular” con dos finalidades: a) controlar a las poblaciones locales ante esquemas
extractivistas incapaces de generar empleo y bienestar social, y b) desalojar a poblaciones
y empresas locales de zonas estratégicas, para obtener el control exclusivo de fuentes de
recursos que quedan abiertas a la depredación imperial273.
La “guerra contra el crimen organizado” sería, entonces, el resultado de una estrategia
diseñada y elegida no por el teórico interés nacional, sino por el pragmático interés
empresarial de enfrentar, contener y eliminar la abierta resistencia de las clases
subalternas a las políticas y a las prácticas de las grandes transnacionales. Caso concreto
de ello es la ofensiva que el gobierno federal ha emprendido contra las comunidades de
diversos lugares del país bajo el pretexto de la “guerra contra el narcotráfico”, y con el
verdadero objetivo de obtener el control de los recursos naturales que ahí existen,
eliminando además la resistencia organizada de las comunidades frente al ‘crimen
organizado’, al Estado-Nación y a las empresas trasnacionales274. Esto se revela
claramente en la sugerencia que hizo el gobierno de Estados Unidos al de México en el
sentido de que el ejército estadounidense cuide de los pozos petroleros mexicanos ante
eventuales atentados narcoterroristas275; en la imposición del gobierno de Estados Unidos al
de México respecto a la presencia activa de elementos de sus agencias de inteligencia y de
su Departamento de Defensa en territorio nacional, además, de una “fuerza de tarea” de
efectivos militares estadounidenses que “ayudaría” en las zonas más conflictivas del país276,
así como en la decisión estadounidense de desplegar más de 130 aviones y helicópteros,
seis aeronaves no tripuladas, al menos mil 500 agentes, casi 300 aparatos de inspección no
intrusiva, sensores infrarrojos, videos de vigilancia y sistemas móviles, además del
resguardo de las costas a través de la “Iniciativa de Seguridad Marítima de América del
Norte” (NAMSI), a lo largo de la frontera con México, a fin de blindar dicha frontera y
detectar actividades del narcotráfico y el crimen organizado277.
e) El proyecto transexenal “México 2030”
Insólitamente, los objetivos finales que se persiguen con esta “guerra de diseño” se han
hecho de conocimiento público. Entre febrero y abril de 2010, la periodista Nancy Flores
Nández publicó una serie sucesiva de seis artículos dando a conocer la existencia del
expediente “México 2030, Proyecto de Gran Visión”. Se trata de 14 documentos de trabajo,
con un total de 831 páginas, que fueron elaborados en los talleres temáticos convocados
por el entonces Presidente electo, Felipe Calderón, entre julio y noviembre de 2006, y
auspiciados por el “Fideicomiso para Apoyar el Cambio de Administración del Ejecutivo
Federal”. El proyecto se divide en cinco ejes temáticos: a) estado de derecho y seguridad
pública; b) economía competitiva y generadora de empleos; c) igualdad de oportunidades;
d) desarrollo sustentable, y e) democracia efectiva y política exterior responsable. Sólo el
primer eje estaría exento de la participación privilegiada de la iniciativa privada (al menos
de manera explícita).
En términos generales, los documentos plantean que: 1) La energía, el agua, gran parte de
las tierras más fértiles, los minerales e incluso las zonas de reserva de la biósfera y las
playas, encabezan la lista de áreas que, prioritariamente, se entregarán al manejo de
inversionistas privados (más de la mitad del territorio nacional caería así en manos
privadas). 2) Los sistemas públicos de salud, educación, cultura, fomento al arte y deporte
serán completamente entregados a la iniciativa privada. 3) En los próximos 20 años
habrán desaparecido los sindicatos del sector público, en especial de los ámbitos
energético, educativo, de salud y cultural. 4) Los programas de “prestación de servicios a
largo plazo” y “obras públicas financiadas” en áreas estratégicas (salud, educación,
telecomunicaciones, carreteras) y los bienes nacionales (agua, energía, medio ambiente,
patrimonio cultural) serán administrados por la iniciativa privada. 5) Gobierno federal e
iniciativa privada pactarán el diseño y el impulso de reformas de ley que “flexibilicen”,
“desregulen” y “liberalicen” los ámbitos fiscal, laboral, educativo, de pensiones y de salud.
6) El 70% de la investigación en ciencia y tecnología será producida por el sector privado
y, a cambio, éste seguirá gozando de millonarias exenciones fiscales. 7) Se establece el
principio de la “plena seguridad para la propiedad y la integridad de las personas” como
rector del estado de derecho; para ello se proyecta la creación de la Policía Nacional, la
supresión del amparo directo, la reelección de los legisladores, el “replanteamiento” de la
relación entre el Estado y las iglesias, y la participación de las Fuerzas Armadas
mexicanas en misiones internacionales. La meta, dentro de 20 años, será “acotar” al crimen
organizado (en ningún momento se plantea exterminarlo). 8) En el ámbito de la seguridad
nacional, se prioriza la recuperación de los territorios afectados por el crimen organizado y
los espacios cooptados de manera ilegítima por terceros (guerrilleros), para lo cual se
diseñarán estrategias que inicien con trabajos coordinados de inteligencia y
contrainteligencia, “activa y pasiva”, y concluyan con el uso de la violencia institucional
limitada necesaria para “anular” las amenazas a la seguridad nacional. 9) En 20 años,
“algunos mexicoamericanos” ocuparán cargos públicos de relevancia en “ciertas áreas” del
Estado mexicano, como parte del proceso de “integración con América del Norte”
(seríamos algo así como un país “accionista-asociado”); cuyas primeras etapas abarcan las
“áreas financiera, comercial y de políticas públicas” (a las que habría que agregar la
integración militar definida como “tercer vínculo” por Carlos Fazio). 10) Se rechaza el
desarrollo tipo BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Además, se margina la relación con
América Latina, al limitarla a cinco países; al tiempo que se enfatiza el “interés mexicano”
en Cuba. 11) En 20 años, México será “un país con una nueva Constitución y armonía
entre la legislación interna y externa”.
En esencia, se trataría de establecer una nueva Constitución Mexicana que aboliría la
propiedad pública, desconocería los derechos colectivos, el patrimonio y los bienes
nacionales, y abandonaría el concepto de “soberanía nacional”. Algunas de las garantías
individuales, hoy establecidas legalmente en el texto constitucional, serían consideradas
servicios, y otras simplemente se eliminarían. Detrás de las principales estrategias del
expediente “México 2030, Proyecto de Gran Visión”, hay apenas 420 personas, no sólo de
nacionalidad mexicana, sino también extranjeras. Se trata de políticos del PAN y del PRI,
empresarios, altos ejecutivos de trasnacionales, representantes de instituciones bancarias y
financieras, así como activistas y académicos afines al gobierno. Que los objetivos
planteados en el expediente “México 2030” forman parte central de la agenda
estadounidense para México, lo demuestra el hecho de que Estados Unidos haya provisto
al ejército, a la marina y a las policías mexicanas con equipo militar, valuado en más de mil
300 millones de dólares, y con cursos de entrenamiento especializado; que haya desplegado
aviones de combate no tripulados (“drones”) y agentes de sus agencias de seguridad en
territorio mexicano; que periódicamente, de manera insistente, presione al gobierno
mexicano para someter a las fuerzas armadas mexicanas al mandato del “Comando Norte”H
y hacerlas participar en “operaciones conjuntas” y en “misiones internacionales”. Existe
una política de total entrega de la soberanía nacional mexicana en manos de la alta cúpula
oligárquica de Estados Unidos ‒política que ha sido previamente diseñada en las altas
instancias del gobierno de ese país‒, que se radicalizó gradualmente desde el arribo a la
Presidencia de la República de la élite empresarial mexicana más conservadora en las
elecciones de 2000. Cabe recordar que históricamente, Estados Unidos ha empleado el uso
de las drogas como herramienta para alcanzar sus fines278.
H.
El Departamento de Defensa de Estados Unidos, popularmente llamado “Pentágono”, tiene bajo su control a los Comandos Unificados de
Combate (UCC), encargados de proporcionar un control militar efectivo sobre las posibles amenazas a la seguridad estadounidense, tanto
en la paz como en la guerra. Se organizan sobre una base geográfica o sobre una base funcional. Estos UCC prácticamente se reparten
toda la superficie del planeta: (1) Comando África (la totalidad del continente africano a excepción de Egipto y las islas circundantes); (2)
Comando Central (desde el Mar Rojo, a través de la región del Golfo Pérsico, hasta el Asia Central y el Medio Oriente); (3) Comando
Europeo (toda Europa, Rusia, Islandia, Groenlandia y el Próximo Oriente); (4) Comando Norte (Alaska, Canadá, Estados Unidos y México);
(5) Comando del Pacífico (todo el Océano Pacífico: desde la Antártida hasta Japón y Mongolia, y desde las fronteras occidentales de India
y China hasta Nueva Zelanda y Hawái); (6) Comando Sur (América del Sur, América Central y el Mar Caribe). El Comando Norte, en
particular, fue establecido en octubre del 2002 para garantizar la seguridad del territorio nacional de Estados Unidos. Entre los objetivos
principales del ASPAN, firmado en marzo de 2005, está la integración de las fuerzas armadas de Canadá y de México al Comando Norte.
Las fuerzas armadas canadienses ya forman parte de dicho Comando de manera oficial279.
4. ¿Es la guerra contra el narcotráfico una insurrección o un proceso
revolucionario en potencia?
Marx dice que las revoluciones son la locomotora
de la Historia. Pero tal vez se trata de algo diferente.
Tal vez las revoluciones son el manotazo al freno de
emergencia que dan los hombres que viajan en ese tren.
Walter Benjamin, Tesis sobre la Historia. 1942
El campo no es solamente un semillero de pobreza: es,
también, un semillero de rebeliones, aunque las tensiones
sociales agudas se oculten a menudo, enmascaradas por
la resignación aparente de las masas. Pero no está lejos
en el tiempo la explosión: los fanáticos y los bandoleros,
utopía y venganza, dieron siempre cauce a la protesta
social, ciega todavía, de los campesinos desesperados.
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América
Latina. 1971
Las revoluciones no se hacen, se organizan.
Vladimir Ilich Ulianov (a. Lenin). 1917
¿Qué es una “revolución”? El término ha sido frecuentemente banalizado, pues se le ha
utilizado indistintamente y sin medida a propósito de cualquier cambio de cierta
importancia. Usualmente se acepta que una “revolución” es una transformación radical,
profunda y relativamente rápida de una sociedad con respecto a su pasado inmediato. Las
revoluciones son consecuencia de largos procesos históricos y de elaboradas
construcciones colectivas. Suelen percibirse como una ruptura del orden establecido o una
discontinuidad evidente con respecto al estado anterior de cosas, afectando de forma
decisiva a las estructuras sociales, políticas, económicas, ideológicas, culturales y
tecnológicas. Muy a menudo se confunden las revueltas, las rebeliones y las revoluciones.
Las revueltas y las rebeliones son mucho más frecuentes que las revoluciones. Los
procesos revolucionarios pueden incluir episodios de revueltas y rebeliones, pero no se
reducen a ello. En cambio, incluso cuando tienen éxito, las rebeliones y las revueltas no
necesariamente desembocan en un cambio revolucionario280.
Las revueltas poseen escasa organización, son esporádicas, espontáneas y de corta
duración, ocupan un área reducida del territorio y se extinguen cuando los reclamos
puntuales que efectúan sus líderes son satisfechos, o bien, cuando las fuerzas del orden
proceden a su represión violenta. Las rebeliones, en cambio, poseen un nivel mayor de
organización y se prolongan en el tiempo, pudiendo integrar los reclamos y demandas de
diferentes sectores. En éstas, el ejercicio de la violencia por parte de los rebeldes es mucho
más amplio, al igual que los alcances de la represión. Cuando logran triunfar, obtienen
algunas modificaciones parciales en el orden social, que satisfacen sus demandas, aunque
no significan cambios en los aspectos centrales281. Con excesiva frecuencia, los
historiadores emplean el término “revolución” para referirse a los cambios que
constantemente se producen en el curso de la Historia. Sin embargo, la mayoría de todas
estas “revoluciones” han tenido muy poco de revolucionario. Han producido algunos
cambios importantes, pero no alteraron el carácter fundamental de las sociedades en cuyo
seno tuvieron lugar282.
En la historiografía se habla generalmente de tres tipos de revoluciones: a) Las
revoluciones políticas ocurren cuando se transforman las estructuras estatales sin
modificar las estructuras sociales y sin presentarse necesariamente un conflicto social
profundo; incluso es posible que ocurra un simple cambio de grupo dirigente. b) Las
revoluciones económicas presentan cambios drásticos y súbitos en todas las condiciones
económicas, y son capaces de transformar las estructuras sociales sin por ello engendrar ni
ser el resultado de cambios en las estructuras políticas. Generalmente, el término se aplica
a los cambios tecnológicos, aunque el concepto es bastante más amplio. c) Las revoluciones
sociales se caracterizan por la transformación radical del conjunto de las relaciones e
interacciones sociales cotidianas de un grupo humano dentro de un espacio territorial
definido, ocasionando un cambio profundo en la forma de vida humana. Las
transformaciones de las estructuras sociales y políticas se producen al mismo tiempo y se
refuerzan mutuamente. Los cambios que se producen son el producto de conflictos sociopolíticos intensos283.
Para que una acción colectiva sea considerada “revolución”, deben estar presentes los
siguientes elementos: (1) Crisis del sistema de dominación: las revoluciones se producen
cuando los sectores dominantes tienen dificultades para continuar ejerciendo su poder.
Estas dificultades se combinan con la negativa de los dominados a continuar siéndolo. (2)
Amplia participación de la población: el descontento o el rechazo al orden vigente se
manifiesta en la participación de un sector amplio de la población, que apoya o se involucra
directamente en el movimiento social que provoca la destrucción de dicho orden. (3)
Violencia: en toda revolución se ejerce algún tipo de violencia, tanto de parte de los grupos
que actúan contra el orden, como de los que lo defienden. (4) Sustitución de las
autoridades: las acciones culminan con la destitución de las autoridades del viejo orden, y
su reemplazo por otras, provenientes de los grupos revolucionarios. Durante algún
tiempo, antes de la culminación del conflicto, coexisten dos poderes, con cierta legitimidad
sociopolítica, enfrentados entre sí. (5) Capacidad para ejercer el poder: una vez que son
reemplazadas las autoridades cuestionadas, los revolucionarios poseen los recursos para
imponerse definitivamente sobre las fuerzas que se les oponen. (6) Construcción de un
nuevo orden: los revolucionarios triunfantes emprenden la transformación de los aspectos
centrales de la sociedad y, mediante profundos cambios económicos, políticos y sociales,
inician la construcción de un nuevo orden social284.
De acuerdo al esquema del Materialismo Histórico, las condiciones objetivas y subjetivas
que hacen posible un estallido revolucionario, pueden resumirse brevemente de la
siguiente manera: (1) Desintegración y pugnas en el seno de la clase dominante y de su
Estado. (2) Crisis múltiple (social, económica, política, ideológica, administrativa) que
afecta a toda la sociedad en su conjunto. (3) Miseria y desesperación de las masas, lo que
las impulsa a actuar de manera cohesionada. (4) Imposibilidad de la clase dominante para
mantenerse en el poder con sus tradicionales formas de control, dirección y dominio sobre
la sociedad. (5) Existencia de un núcleo organizado dentro de las clases subalternas con un
importante grado de conciencia, disciplina y capacidad de acción. (6) Integración de
organizaciones profesionales de militantes revolucionarios en el seno de las clases
subalternas, que desarrollan sus propios núcleos de analistas y dirigentes. (7) Desarrollo
de una tendencia revolucionaria en amplios sectores populares, que tenga como objetivos:
la conquista del poder del Estado, la desarticulación de las fuerzas que sustentan a la clase
dominante y la integración de un aparato institucional-estatal enteramente nuevo que
satisfaga los intereses de las clases subalternas. (8) Manifestación y estallido de profundas
contradicciones económicas, sociales y políticas. (9) Acciones audaces de las masas
organizadas y disciplinadas por sus núcleos y agrupaciones. (10) Imposibilidad de los
aliados y socios internacionales de la clase dominante para actuar en contra de la acción
revolucionaria, sea por su propia crisis y derrumbe, por enfrentar situaciones de catástrofe
o de guerra, o por carecer de fuerza en una región concreta. (11) Apoyo internacional a los
movimientos revolucionarios. (12) Existencia de una serie simultánea de conflictos locales
que disperse la reacción de la clase dominante, y de sus aliados y socios internacionales, en
contra de los movimientos revolucionarios285.
Las etapas sociales de una revolución pueden resumirse en cuatro momentos o estadios:
(1) Intranquilidad y descontento masivo, descoordinado e indiscriminado, resultado de una
percepción sutil de que los valores hegemónicos tradicionales difundidos por la clase
dominante ya no satisfacen las aspiraciones del común de la gente. (2) Se comienza a
fraguar y consolidar una oposición organizada, con programas y objetivos bien definidos.
La intelectualidad cambia su lealtad al orden establecido por la inclinación hacia los
disidentes. Aparecen liderazgos opositores de naturaleza caudillista y reformista. (3) Se
inicia la revolución propiamente dicha. Se esclarecen los motivos y los objetivos, se
estructura una organización y aparece un liderazgo estadista. Se agudiza el conflicto entre
los sectores radicales y moderados dentro del movimiento revolucionario, y los radicales
se imponen. (4) Se hace patente un agotamiento por parte de las masas convocadas a la
revuelta, conforme el impulso reformista se consolida y el entusiasmo moral de la
radicalidad se desvanece. Aumenta el desconcierto socioeconómico. (5) Los sectores
reformistas se imponen y establecen una estructura de gobierno. Se legaliza la revolución.
Se establece un poder central y se reconstruye un orden social firme, tomando tanto
lineamientos de la estructura social anterior como aspiraciones reformistas y radicales. El
resultado dista mucho de los objetivos originales de la revolución, pero también del
régimen previo286.
A partir de su concepto de “Bloque Histórico”, Antonio Gramsci propone que las
revoluciones ocurren como consecuencia de una crisis orgánica en el “bloque histórico”
dominante, es decir, la ruptura del vínculo orgánico entre la “sociedad civil” (las
instituciones “privadas” o “corporaciones”, cuya función es crear y mantener la hegemonía
de la clase dominante) y la “sociedad política” (las instituciones “públicas” o
“gubernamentales”, cuya función es controlar el aparato estatal y los mecanismos de
administración, coerción, cooptación y represión). Las crisis orgánicas son el resultado de
contradicciones que se van agravando como consecuencia de la evolución de las
condiciones socioeconómicas y la ausencia de una evolución paralela de las condiciones
sociopolíticas. En la medida en que la clase dominante deja de cumplir su función
económica e ideológica, el “bloque histórico” que la sustenta y cohesiona tiende a
disgregarse. Cuando esta disgregación se incrementa, la clase dominante pierde la
hegemonía y el consenso social, deja de tener la dirección y el control sobre las clases
subalternas, y las instituciones públicas y privadas pierden su legitimidad sociopolítica. El
origen de esta ruptura puede encontrarse en: a) el fracaso de la clase dirigente en alguna
gran empresa política para la cual demandó o impuso por la fuerza el consenso y la
adhesión nacionalista de las grandes masas (las guerras son un claro ejemplo); o bien, b) la
insurrección espontánea de vastas masas (especialmente de campesinos y de
pequeñoburgueses intelectuales) que pasan súbitamente de la pasividad política al
activismo militante, planteando reivindicaciones que suponen modificaciones
revolucionarias. Las crisis orgánicas son un reflejo de las crisis socioeconómicas y siguen
su evolución, de ahí que puedan prolongarse durante un largo periodo histórico: son el
síntoma de profundas e irreparables contradicciones en la estructura socioeconómica, que
intentan ser “reparadas y saneadas” artificialmente por las fuerzas político-económicas
dominantes para mantener el antiguo orden de cosas287. Así, la revolución tiene lugar
cuando una clase social toma el control del poder político, arrebatándolo por la fuerza de
manos de la clase social dominante, para erigir un nuevo aparato estatal acorde con sus
propias necesidades e intereses, suprimiendo aquellas instituciones públicas y privadas,
sociales y políticas, que impiden el desarrollo de las metas sociales y económicas de la clase
en cuyo nombre se lleve a cabo288.
Los enfoques más cuantitativos de la historiografía y la sociología recientes señalan que
las revoluciones son más frecuentes en sociedades que experimentan un rápido desarrollo
económico, como consecuencia del desquiciamiento causado por la pujanza de nuevas
clases o categorías sociales y la alteración de los antiguos patrones de ingreso por el
impacto esporádico y discontinuo del desarrollo económico que crea una nueva riqueza
(clases medias profesionales y comerciales urbanas) y una nueva pobreza (trabajadores
cuyos salarios no logran mantenerse frente a la inflación o desempleados carentes de los
paliativos de la familia extendida o la comunidad), en correlación cercana y evidente, sin
que se hayan generado nuevos amortiguadores de seguridad social. De ello resultan
disturbios causados por la brecha cada vez más amplia entre las expectativas (sociales y
políticas para los nuevos ricos, económicas para los nuevos pobres) y las realidades de la
vida cotidiana. Desde esta perspectiva, el momento de la revolución se alcanza cuando la
fase de crecimiento a largo plazo es seguida por una fase de estancamiento u ocaso
económico a corto plazo, y el resultado es que las expectativas de ascenso y seguridad
socioeconómica, recién creadas por la fase de crecimiento, se frustran ante la realidad
cotidiana. Así, la revolución no es obra de los desposeídos, los marginados o los hartos,
sino de aquellos cuya situación no mejora con la rapidez que esperaban. Se presentan
situaciones análogas en otras situaciones no económicas: si a una fase de concesiones
gubernamentales liberales sigue otra de represión política; si a una fase de canales de
enriquecimiento para una élite sigue otra de reacción aristocrática y obstrucción a su
ascenso; si a una fase de liberalidad y fácil ascenso socioeconómico sigue otra de
reafirmación de privilegios oligárquicos. El modelo es aplicable a múltiples factores,
siendo el punto crítico aquel en que las causas subyacentes a largo plazo (las
precondiciones que crean una situación potencialmente explosiva y que se pueden analizar
sobre una base comparativa) se mezclan con los factores accidentales inmediatos (los
precipitantes, que desencadenan el estallido social y que no son recurrentes sino
fortuitos)289.
En esta misma línea, John Tutino explica que los orígenes de los levantamientos
populares, especialmente en áreas rurales, se encuentran en un rápido y grave deterioro de
las condiciones de vida (pérdida de autonomía sociopolítica y de seguridad socioeconómica
de subsistencia) de las clases subalternas, frecuentemente ligado a la repentina imposición
de políticas gubernamentales a favor de un desarrollo capitalista acelerado, forzado,
impuesto por dirigentes deseosos de participar en la competencia mundial o regional. Este
descontento inicial se profundiza cuando las clases subalternas perciben claramente que
sus dificultades son ocasionadas por la actuación de una élite gobernante concreta, lo que
genera un profundo sentido de injusticia que solo puede reparase con la acción social. Con
todo, esta situación no las empuja automáticamente a la insurrección. Generalmente las
clases subalternas corren el riesgo de la confrontación solo cuando perciben que las élites
de la clase dominante son débiles o están divididas, debilitando a su vez al Estado,
permitiéndoles iniciar la insurrección y sostenerla sin represión inmediata. A menudo, la
noticia de esa oportunidad de insurrección les llega a través de agitadores externos:
facciones disidentes y renegadas de las élites, o aspirantes frustrados al poder elitista,
quienes convocan a las clases subalternas como aliadas en una revuelta contra el poder
establecido y contra sus adversarios de élite. Ahora bien, las insurrecciones populares no
siempre conducen a la revolución. Para que las insurrecciones tengan consecuencias
revolucionarias es preciso que grandes y extensos segmentos de la población se adhieran a
ellas y que las élites estén tan profundamente divididas que sean incapaces de crear un
frente común. Bajo esas condiciones, los insurrectos pueden sostener su levantamiento el
tiempo suficiente y con la intensidad necesaria para desgastar al Estado y asaltar el poder.
En este sentido, los movimientos rebeldes basados en una sólida organización comunal
tienen las mejores oportunidades de generar cambios revolucionarios290.
Eric Wolf coincide con este punto de vista al explicar que en toda sociedad compleja,
algunas ventajas deben recaer en los gobernados y que son estas ventajas acumuladas las
que encienden la rebelión. La revuelta social no se produce cuando los hombres se
encuentran humillados. Al contrario: estalla durante un periodo de creciente esperanza, en
el momento en que, bruscamente, llegan a comprender que entre ellos y la realización de
sus mayores expectativas no existe más obstáculo que el control tradicional del orden
social. En las sociedades complejas, al negarle a la esperanza toda posibilidad de
realización, se oponen gobernantes y gobernados, ricos y pobres, periferia y centro. Los
gobernados, los pobres y la periferia sufren en comparación con los gobernantes, los ricos
y el centro, quienes no se detienen en su ascenso hacia la riqueza y el poder. Y es
precisamente en la periferia, donde habitan siempre los pobres y la mayoría de los
gobernados, donde la autoridad del gobierno central de los ricos tiende a manifestarse más
débilmente, donde la influencia y el control ejercidos por el centro, y su posibilidad de
someter al pueblo a su voluntad, es menor; es allí donde las fuerzas del descontento y la
insatisfacción pueden adquirir fácilmente vigor y organización291.
El historiador británico Edward P. Thompson emplea el término “economía moral de la
multitud” para referirse a estas situaciones: el Materialismo Histórico postula que en las
sociedades siempre existe un conflicto de intereses entre las diversas clases sociales que las
integran, a esto se denomina “lucha de clases”. Thompson, partiendo de la premisa de que
esta “lucha de clases” es permanente, plantea la posibilidad de captar de manera precisa el
mecanismo que, en la sensibilidad popular y desde la perspectiva de las masas populares,
regula y establece en cada momento histórico lo que es tolerable y lo que es intolerable, lo
que es justo y lo que es injusto, lo que aún puede aceptarse y lo que resulta inaceptable.
Este mecanismo, en cada situación histórica particular, se construye siempre desde las
tradiciones, la historia, las costumbres y los singulares modos de cada grupo o clase
popular, en cada circunstancia y en cada tiempo histórico específicos. Cuando el umbral
determinado por esta “economía moral” es sobrepasado, se encienden la ira y la indignación
colectivas, y sobrevienen los motines, las revueltas, las insurrecciones, las sublevaciones y
las revoluciones. Es esta “economía moral” la que permite entender por qué estalla el
descontento popular en un cierto momento y no en otro, por qué se presentan ciertos
desenlaces para estos episodios y no otros292.
Antonio Gramsci observa que la espontaneidad es uno de los aspectos centrales de las
revueltas de las clases subalternas, como consecuencia de sus largos periodos de pasividad
sociopolítica. En este contexto, frecuentemente, la “lucha de clases” se confunde con la
delincuencia: el bandidaje, el chantaje, el saqueo, la destrucción de propiedades, el
secuestro, el asalto a las instituciones. Son formas de terrorismo elemental de las clases
subalternas contra la clase dominante y sus auxiliares, que no tienen realmente
consecuencias estables y eficaces. Sus resultados son siempre aleatorios y, en el mejor de
los casos, la toma del poder político estatal por parte de los sectores subalternos más
avanzados es efímera293. No obstante, como bien señala Alberto Ríos Gordillo, estas
prácticas populares de rebelión elemental como el ausentismo laboral, los robos de
materias primas, la negativa al pago de impuestos, el saqueo de almacenes, los
enfrentamientos con los representantes del poder, la invasión campesina de tierras o las
huelgas de los obreros, transgreden el orden sociopolítico dominante, y lo hacen desde los
códigos mismos de la “economía moral popular”, al confrontarse con la clase dominante que
impone las leyes, despertando tanto la simpatía de las masas populares, como su rechazo
hacia el “estado de derecho” establecido y defendido por los poderosos. Estas formas
básicas de rebeldía subalterna tienen el potencial de conducir directamente a una
revolución política. En estas prácticas ilegales de rebeldía, que se multiplican con las
legislaciones más restrictivas, se perfilan ya luchas propiamente políticas. Generalmente
no es el derrocamiento eventual del poder establecido lo que las inspira, pero una buena
parte de ellas pueden capitalizarse como combates políticos colectivos o llevar a ellos
directamente294.
Así pues, la llamada “delincuencia organizada” es un verdadero estado de resistencia social
y política con grupos organizados, mando único y orden militar295. El propio Karl Marx
afirma que los criminales no solo producen delitos y estimulan a las fuerzas productivas,
además rompen la monotonía y la seguridad cotidiana de la sociedad burguesa. Los
criminales socavan y debilitan las reglas de la “buena sociedad” y articulan un discurso
alternativo y contrahegemónico; interrumpen y abren fisuras sobre las normas y creencias
que hacen posible el funcionamiento de la maquinaria social296. El historiador británico
Eric Hobsbawm ha mostrado que esta forma primitiva de protesta social surge
especialmente, y se torna endémica y epidémica, durante periodos de creciente tensión y
desquiciamiento social, en épocas de penurias anormales (hambrunas, epidemias, guerras)
que amenazan con destruir y transformar a las comunidades originarias más arraigadas. Se
trata de una forma pre-política de resistencia ante las clases dominantes, los invasores
extranjeros o las nuevas fuerzas sociales que buscan imponer un poder cuya autoridad no
es totalmente reconocida o sancionada por la comunidad que ayuda o protege a los
“criminales”, y cuya existencia y supervivencia son amenazadas, en forma
extraordinariamente violenta, por cambios radicales impuestos en lapsos temporales
relativamente cortos. Al enfrentarse contra los poderes establecidos, aun a través de
medios delictivos, las clases subalternas ven expresados sus anhelos íntimos de abierta
rebeldía social. Incluso llega a suceder que la “delincuencia organizada” sustituya al
Estado en las regiones bajo su influencia y forme un “poder paralelo”, estrechamente
vinculado a las clases subalternas, que gradualmente vaya fortaleciéndose, ganando la
simpatía de la población, legitimándose como interlocutor válido de las masas populares
ante las instancias de poder y generando, sin proponérselo, condiciones subrevolucionarias
o prerrevolucionarias. Sin embargo, se trata de una forma de protesta social “recatada”,
reformista y nada revolucionaria: censura los excesos de la opresión y la extrema miseria,
pero no cuestiona la existencia misma de la opresión y la miseria. Su papel no es acabar
con el sistema que origina la opresión y la miseria, sino limitar o revertir la violencia de
los opresores y acotar la miseria dentro de valores tradicionalmente aceptados por la
comunidad como “tolerables”, dentro del marco institucional impuesto por un sistema cuya
existencia no es puesta en tela de juicio297.
De acuerdo a la gravedad de la crisis orgánica y a la correlación de las fuerzas
sociopolíticas en pugna, la clase dominante tiene tres alternativas: (1) La recomposición de
la “sociedad civil”: la clase dominante dispone de una capa muy diversificada y sólida de
intelectuales cuya combinación política puede reformar la crisis orgánica, cambiando
personal y programas, y reasumiendo el control que estaba perdiendo. Los antiguos
compromisos de la clase dominante con las clases auxiliares se recomponen en beneficio de
éstas y, si es necesario, la clase dominante realiza importantes concesiones a las clases
subalternas. (2) La utilización de la “sociedad política”: la fuerza del aparato del Estado es
empleada para aplastar a la dirección revolucionaria de las clases subalternas y separarlas
de sus intelectuales por la fuerza o por cooptación. La intelectualidad elitista al servicio de
la clase dominante, y en especial de la clase política, se reagrupa bajo una dirección única,
considerada como la única capaz de resolver un grave problema existente y alejar un
peligro mortal. Esta solución implica el uso combinado de la coerción y del consenso. En
casos extremos, puede derivar regímenes dictatoriales. (3) El “hombre o grupo carismático
providencial”: cuando el uso de la fuerza o del consenso resulta aleatorio, la clase
dominante recurre a personajes “providenciales o carismáticos” como fuerza equilibrante.
Esto implica que ninguna de las fuerzas en pugna tiene recursos suficientes para vencer,
de tal manera que la continuación de la lucha solo puede concluir con la aniquilación
mutua. Se establece así un régimen de compromiso que está destinado a evolucionar hacia
un bando o el otro, o a desaparecer ante un nuevo estallido rebelde. Si ninguna de estas
soluciones resulta viable, frecuentemente la clase auxiliar, que sirve de base social y de
semillero intelectual para la clase dominante, y de intelectualidad dirigente para las clases
subalternas, se apodera del Estado y reforma las estructuras políticas, económicas y
sociales en su beneficio298.
El caso mexicano parece ser particularmente paradigmático. Miguel Basáñez establece que
la hegemonía de la actual clase dominante mexicana se construyó sobre cuatro
interpelaciones ideológicas, heredadas del siglo XIX, que respondían a las demandas y
aspiraciones de las masas populares y de las élites marginales, y que resultaron muy
poderosas: (1) la redistribución de la tierra a los campesinos, (2) la constitución de
sindicatos y una legislación laboral que garantizara un mínimo de seguridad social a los
obreros, (3) la educación gratuita y masiva que garantizara una vía de movilidad social a la
pequeña clase media urbana, y (4) el compromiso de no reelección para garantizar
oportunidades de ascenso a las élites marginales que aspiran al poder. Estas
interpelaciones se manifiestan claramente en cuatro artículos constitucionales: 3°
(educación), 27° (reforma agraria), 123° (trabajo) y 83° (no reelección)299. Rhina Roux
indica que el Estado postrevolucionario en México se vio obligado a realizar esta serie de
concesiones a las clases subalternas y a las élites marginales a fin de lograr la estabilidad
necesaria para reconstruir la economía nacional bajo un modelo capitalista, y por ello,
paradójicamente, tuvo que invertir el principio central del liberalismo capitalista, que
privilegia al individuo frente a la colectividad y a la acción privada sobre la acción
comunitaria. La forma de Estado derivada de la Revolución Mexicana, y bosquejada en la
Constitución de 1917, era anómala en los marcos del pensamiento liberal capitalista
dominante en el mundo occidental300. Esto se debió a que no existía un sector burgués
moderno que dirigiera el proceso, sino que las decisiones eran tomadas por una burocracia
político-militar, de origen pequeñoburgués provinciano, que manipuló a las clases
subalternas previamente derrotadas mediante la satisfacción parcial de sus principales
demandas y las utilizó para negociar con las élites dominantes y con las potencias
centrales, garantizándose para sí un amplio margen de autonomía relativa301.
Se estableció así una suerte de ‘pacto no escrito’: la clase dominante reconocía derechos
corporativos a las clases subalternas, garantizando un mínimo de seguridad
socioeconómica y de autonomía sociopolítica; y a cambio, las clases subalternas cedían sus
derechos políticos ciudadanos a la clase dominante. Los ciudadanos no elegirían a sus
gobernantes y se limitarían vigilar que éstos cumplieran con los derechos corporativos
pactados. En esto consistía la legitimidad del Estado mexicano postrevolucionario. En
realidad, este esquema de organización social no constituía ninguna novedad: tanto la
sociedad cúlhua-mexica prehispánica como la sociedad novohispana colonial funcionaron
bajo esquemas similares. En el México independiente, la consolidación del liberalismo
decimonónico debió recurrir al mismo esquema para mantener la estabilidad interna. Cada
vez que las élites intentaron modificar estos ‘pactos no escritos’, estallaron sendos procesos
revolucionarios: las Reformas Borbónicas de finales del siglo XVIII ocasionaron la
Revolución de Independencia, las Reformas Santanistas de mediados del siglo XIX
produjeron la Revolución Liberal de Ayutla, las Reformas Liberales “Científicas” de inicios
del siglo XX causaron la Revolución Mexicana302. Semo denomina “modernizaciones
pasivas” a estos intentos elitistas por alterar los ‘pactos sociales no escritos’, pero siempre
vigentes. En todos los casos, durante los periodos que antecedieron a las revoluciones en
México, predominó una forma de transformación socioeconómica que puede definirse
como una modernización impuesta desde arriba: los círculos políticos dominantes y las
sectores de la clase hegemónica, pretenden introducir en el país las reformas necesarias
para ponerlo al nivel de los países desarrollados, sin consultar con las clases subalternas,
obligándolas a cargar con todos los costos de las reformas, recurriendo en todos los casos
necesarios a la represión. Para Semo, hay tres periodos históricos en México que
corresponden “como gotas de agua” a “modernizaciones pasivas impuestas desde arriba”: el
primero, entre 1780 y 1810; el segundo, un siglo después, entre 1880 y 1910, y el tercero,
actualmente, desde 1982303.
A partir de 1966 se abrió un periodo de transición que se ha expresado en una serie de
crisis múltiples encadenadas una a la otra (1968, 1976, 1982, 1987-88, 1994-95, 2006,
2012), ocasionadas por cuatro factores: (1) inadecuación del sistema político para absorber
y representar las demandas de los nuevos sectores sociales; (2) deterioro de las relaciones
entre el Estado y los intelectuales; (3) debilitamiento de la hegemonía ideológica y del
“nacionalismo revolucionario” como su elemento central, (4) desplazamiento del Estado
hacia funciones directamente favorables a un sector particular de la clase dominante ligado
a las élites mexicanas más conservadoras y a los intereses de las grandes empresas
transnacionales. Todo esto derivó en el enfrentamiento entre distintas élites de la clase
dominante por controlar el aparato estatal y ejercer la hegemonía. El enfrentamiento se
direccionó claramente a favor de las élites empresariales y financieras más conservadoras a
partir de 1982, y de manera más evidente desde las elecciones de 1988304. En ese año inició
una crisis global de toda la estructura estatal mexicana: a) el quiebre de las reglas
estructuradas de la comunidad estatal; b) la ruptura del ‘pacto no escrito’ entre gobernantes
y gobernados, poniendo en crisis la legitimidad del Estado, y c) la ruptura de las reglas
internas de funcionamiento de la élite gobernante. El origen de todo ello estaba más allá
de las fronteras nacionales: eran las consecuencias del proceso de reorganización mundial
del capitalismo tras la crisis estructural mundial de 1966-1973.
Desde la segunda mitad de la década de 1990, esta reorganización capitalista mundial se
desplegó en México en torno a cuatro grandes ejes: (1) caída del salario real,
reorganización de los procesos productivos y reorganización de las relaciones laborales,
barriendo con la legislación laboral y la seguridad social previamente pactadas; (2)
modificación constitucional del régimen de propiedad agraria, transformación de la tierra
en mercancía y cancelación de la soberanía alimentaria, aniquilando la reforma agraria
pactada con anterioridad; (3) reestructuración del modelo educativo, socavando el carácter
masivo de la misma y redefiniendo el sentido y los fines del trabajo intelectual, y de la
generación y transmisión del conocimiento, con lo que se interrumpe la vía de ascenso
socioeconómico originalmente pactada, y (4) limitación del principio de ‘no reelección’ a
partir de un nuevo reacomodo de los intereses de la clase dominante, representados por la
mancuerna del PRI (élite político-empresarial) y del PAN (élite empresarial-financiera),
obstruyendo el acceso al poder a otros sectores elitistas, marginales o emergentes, que se
había acordado inicialmente. Aunado a todo ello, se redefinieron las relaciones entre la
Iglesia y el Estado (violentando la tradición laica liberal instituida a finales del siglo XIX),
se han transferido gradualmente los bienes y servicios de propiedad pública hacia el sector
privado (rompiendo con la tradición patriomonialista del Estado, heredada del
contractualismo hispano) y se ha integrado la política nacional al proyecto hemisférico
estadounidense, progresivamente y de manera subordinada, en todas las esferas
(cancelando la tradición nacionalista construida en el proceso independentista y
confirmada en la resistencia a las intervenciones extranjeras durante el siglo XIX e inicios
del siglo XX). Todas estas Reformas Neoliberales han colapsado el entramado material e
ideológico que sostenía al aparato estatal mexicano y han generado una sensación de
incertidumbre cotidiana, inseguridad socioeconómica y sometimiento sociopolítico. Todo
esto es percibido como un conjunto de agravios por parte de las clases subalternas305. Ahí
entronca el proceso actual mexicano con los históricos procesos revolucionarios en
México.
Semo encuentra seis semejanzas significativas entre las Reformas Borbónicas durante la
Colonia, las Reformas Científicas del Porfiriato y las Reformas Neoliberales actuales:
1) En el mundo se produce una gigantesca revolución tecnológica con sus secuelas
sociales y políticas epocales. Durante las últimas décadas de la Colonia, la Revolución
Industrial y sus secuelas; a finales del siglo XIX, la segunda Revolución Industrial y
sus resultados, y a finales del siglo XX y principios del XXI, el paso de la humanidad de
la civilización industrial a la civilización informatizada.
2) En la Nueva España y luego en México, país atrasado, se intentan aplicar desde arriba
reformas que le permitan ingresar a ese proceso mundial.
3) Los efectos de esas reformas son muy desiguales. A la vez que benefician a algunos
sectores de la población, perjudican brutalmente a otros. Queriendo imponer los
aspectos de la modernidad que convienen a las clases dominantes, impiden el desarrollo
de los que benefician a los sectores populares. Para lograr sus propósitos, los
gobernantes recurren a la represión abierta o embozada.
4) Los intentos terminan en las tres ocasiones en grandes crisis económicas de origen
exterior, que rápidamente se transforman en crisis multisectoriales internas.
5) Hay una crisis política, en la cual los grupos dominantes ya no son capaces de ejercer su
dominio. Están divididos o enfrentados.
6) Surgen pequeños grupos que cuestionan estas formas de modernización. Desarrollan
una nueva ideología y se proponen actuar para cambiar las vías de reforma vigentes,
enarbolando las banderas de la soberanía, la libertad, la igualdad y la justicia social. El
problema de ¿para quién? y ¿con quién? se hacen las reformas, se vuelve central.
Semo reconoce, sin embargo, que también existen muchísimas diferencias entre los tres
momentos históricos306.
Los periodistas Zúñiga y González, así como Eckart Boege, observan otra recurrencia más
al comparar datos provenientes de la administración porfirista, a principios del siglo XX, y
de las actuales administraciones desde 2000: las cerca de 52 millones de hectáreas
(equivalentes a 26% del territorio nacional) que entregaron los gobiernos de Fox y
Calderón, en una sola década (2001-2011), al gran capital minero que opera en el país, en
forma de miles de concesiones mineras (con 50 años de vigencia y renovables), son
equiparables a las 50 millones de hectáreas que las compañías deslindadoras arrebataron a
los pueblos originarios, para entregárselas a los terratenientes nacionales y extranjeros,
entre 1883 y 1906, durante la dictadura de Porfirio Díaz307.
De manera similar, Aguirre Rojas reconoce nueve factores de semejanza entre las
condiciones socio-político-económicas previas a los estallidos revolucionarios de 1810 y
1910, y las actuales condiciones socio-político-económicas imperantes en el país:
a) Tanto las Reformas Borbónicas aplicadas en la Nueva España durante la segunda mitad
del siglo XVIII, como las Reformas “Científicas” del Porfiriato aplicadas en México a
finales del siglo XIX y principios del siglo XX, significaron procesos de modernización
económica brutales, que no solo reconfiguraron de manera fundamental la estructura
económica imperante, sino que también implicaron modificaciones importantes en la
estructura social vigente. De manera semejante, las Reformas Neoliberales de finales
del siglo XX y principios del siglo XXI han desencadenado similares cambios
económicos rápidos y profundos, que han rediseñado la pirámide social, expresándose
en forma de cambios políticos y culturales significativos. Igual que en 1810 y 1910, hay
sectores de la clase dominante que están inconformes con la élite gobernante,
coincidiendo con los sectores y clases auxiliares, subalternas y marginales que no ven
reflejados sus intereses ni sus demandas en el Estado o en el gobierno, y que aspiran a
hacer valer su presencia y su fuerza social, política y cultural de manera clara y
contundente.
b) En 1810, la cerrazón y la necedad de la Corona española y su gobierno virreinal para
asumir, atender y dar cauce a los vastos reclamos económicos, políticos y culturales que
cundían entre la población novohispana, provocaron el estallido del proceso
revolucionario de la Independencia. Cien años después, idénticas actitudes por parte de
la anquilosada y excluyente estructura de poder Porfirista, ocasionaron un nuevo
estallido revolucionario. Actualmente, estas mismas actitudes se están presentando en
la élite político-empresarial que ha asumido el control del Estado desde 1988. Se niegan
sistemáticamente los reclamos tanto populares como de las clases medias y aún de
ciertas fracciones de la clase dominante.
c) Tanto en los lustros previos a 1810, como en los anteriores a 1910, se presentaron
claras ofensivas generalizadas, masivas y anormales, en términos de la evolución
histórica precedente, tanto de la clase dominante como del Estado vigente, en contra de
los intereses, los bienes y las propiedades, los mecanismos de afirmación y reproducción
cultural, la relativa autonomía sociopolítica y los precarios equilibrios socioeconómicos
de existencia cotidiana de amplias masas populares y de vastos sectores subalternos y
auxiliares. Lo mismo está ocurriendo hoy. Las Reformas Borbónicas fueron un claro
intento de regular, reordenar y someter a todos los espacios, sectores, grupos y clases
sociales de la Nueva España bajo nuevos mecanismos que permitieran a la Corona
española recuperar el control de su colonia, constituyendo un claro ataque contra la
economía, la organización política y la vida social de las clases subalternas. El esquema
habrá de repetirse, de otro modo y en otro sentido, con las Reformas “Científicas” del
Porfiriato: desempleo y subempleo generalizado, despojo de tierras y recursos,
debilitamiento de la seguridad de sustento y de la autonomía política de las
comunidades, y degradación de los hábitos y costumbres cotidianas de los grupos
subalternos. Un proceso semejante se ha estado presentando en los últimos 20 o 25
años: se ha despojado a los campesinos de su tierra, se ha vulnerado la economía
popular, se ha renunciado a todo vestigio del modelo de Estado protector y
nacionalista, se han recortado los limitados espacios de la autonomía subalterna, se ha
criminalizado impunemente toda forma de protesta social. Así como aquellas intensas y
anormales ofensivas contra las clases populares abonaron los grandes estallidos sociales
de la Independencia y la Revolución, así ahora la nueva y agresiva ofensiva neoliberal
-intensa, sostenida y anormal- conducirá a la abierta y masiva irrupción revolucionaria
del descontento popular por tercera ocasión.
d) A finales del siglo XVIII estalló una importante crisis económica generalizada. Las
potencias centrales aumentaron enormemente sus gastos para mantener ejército,
marina, una naciente industria e infraestructura (caminos, canales, puertos, etc.); pero el
sistema hacendario del Antiguo Régimen proporcionaba ingresos muy limitados, por lo
que se hizo indispensable crear un nuevo sistema de ingresos que solo podía provenir
de las colonias. Como es costumbre, la solución inmediatista fue recurrir a la creación
de nuevos impuestos y al endeudamiento público. Todo esto terminó por quebrar a los
regímenes de despotismo ilustrado. A principios del siglo XX ocurrió una situación
semejante. En el último tercio del siglo XIX, la vida económica alcanzó el estadio del
gran capitalismo. Las potencias centrales mantenían su poderío industrial y dominaban
al mundo. Para lograrlo, los Estados debieron obtener el apoyo del comercio, de los
bancos y de los empresarios, a cambio de permitirles monopolizar toda la economía.
Lógicamente, para inicios del siglo XX, la brutal y descontrolada competencia entre
empresarios, banqueros y comerciantes había ocasionado el colapso financiero y
endeudamientos públicos impagables, que trataron de cubrirse con la aplicación de
mayores impuestos y con el descenso de los salarios de las clases subalternas.
Actualmente, también presenciamos una crisis global de grandes dimensiones. Desde
2008 estalló públicamente una nueva crisis derivada de la desregulada competencia
entre consorcios transnacionales por el control de fuentes de materias primas, recursos
energéticos y mercados. Los efectos de esta crisis se están percibiendo de manera clara
en los bolsillos y las mesas de las clases subalternas.
e) Estas crisis, en el caso mexicano, parecen haberse complicado siempre con periodos de
profundo desajuste climático. Así, uno de los factores importantes que precedieron el
estallido de la Independencia fue la sequía de esos mismos años, origen inmediato de las
hambrunas de 1785-1786 y 1809-1810. De forma semejante, entre 1891 y 1895, una
gran sequía asoló al país, afectando particularmente al Norte y encareciendo
enormemente los alimentos básicos, lo cual estimuló el estallido de la Revolución. En
este mismo sentido, resulta interesante observar la muy probable relación entre la
severa sequía de 1987-1992, principalmente en el Norte del país, y la sorpresiva victoria
de la oposición panista en esta región en 1988. O la coincidencia de la gran sequía de
1993-1996 con el derrumbe de la élite priísta, gobernante desde 1940, en el proceso
electoral de 2000. En la actualidad, desde 2011, el país vive la que ha sido calificada
como “la peor sequía en los últimos 70 años”, cuyas consecuencias aún son
impredecibles.
f) Los efectos de la crisis global de finales del siglo XVIII se expresaron, entre otras
formas, como un importante incremento de la migración interna novohispana dentro de
la macrorregión central del país. A principios del siglo XX, la crisis global de 19071908 se expresó como una fuerte migración proveniente de la macrorregión central
hacia la macrorregión norteña de México. Actualmente, los efectos de la crisis iniciada
oficialmente en 2008 (pero con importantes antecedentes desde 1973) se están
reflejando como una masiva migración de mexicanos hacia Estados Unidos. Migración
que está tornándose cada vez más difícil, conflictiva y complicada.
g) Otra de las claras y extremas manifestaciones de la crisis de finales del siglo XVIII fue
el desmedido encarecimiento del maíz entre 1808 y 1811, provocando fuertes
reacciones de inconformidad entre las clases subalternas. El esquema se repetiría con el
encarecimiento del maíz entre 1907 y 1913, como consecuencia de la crisis de 19071908, con idénticos resultados. Ahora, a partir de 2007, se está presentando un nuevo
ciclo de carestía del maíz, complicado con la autorización del gobierno mexicano para
que empresas transnacionales cultiven y comercialicen maíz transgénico desde 2012.
Las consecuencias difícilmente serán diferentes.
h) Otra consecuencia de estos periodos de crisis global ha sido la fractura de la clase
dominante en facciones contrapuestas. A principios del siglo XIX, los rápidos cambios
económicos, políticos y sociales provocados por las Reformas Borbónicas terminaron
por dividir profundamente a la clase dominante en altos burócratas, alto clero y
grandes comerciantes, que se mantuvieron fieles a la Corona española; y una
aristocracia criolla constituida por terratenientes, dueños de minas, comerciantes
medios y bajo clero, con aspiraciones autonomistas e independentistas. A principios del
siglo XX, las Reformas “Científicas” también fracturarían a la clase dominante en
empresarios agroexportadores, banqueros ligados a empresas extranjeras y alta
burocracia, detentadores de la hegemonía nacional; y empresarios agroindustriales,
comerciantes medios y prósperos rancheros, aspirantes al poder nacional. Hoy, se
confrontan claramente los sectores la burguesía mediática, comercial y financiera
ligados a las empresas transnacionales, quienes ejercen la hegemonía nacional desde
1982; y los sectores de la burguesía industrial, comercial y agrícola que dependen del
mercado nacional, quienes no encuentran representados sus intereses en la arena
política.
i) Naturalmente, junto a la crisis económica y la inestabilidad social, aparece la crisis de
legitimidad del gobierno, del Estado y de la clase política en su conjunto. En vísperas
de 1810, el poder del gobierno virreinal novohispano se debilitó enormemente con la
aplicación de las Reformas Borbónicas. El golpe final sobrevino con la invasión
napoleónica a España y la abdicación del rey Carlos IV a favor del hermano de
Napoleón Bonaparte en 1808, dejando sin sustento la legitimidad del gobierno colonial.
Más aún después del golpe de Estado que depuso al Virrey Iturrigaray ese mismo año.
Igual sucedería con el régimen Porfirista, que se debilitó a pasos agigantados a partir
de 1898, con la integración de la oligarquía “científica”, y de 1904, con la intervención
directa de esta oligarquía en el diseño de la política nacional. La compra que el gobierno
hizo de las empresas ferrocarrileras extranjeras y la subsecuente cancelación de sus
convenios con las empresas petroleras estadounidenses a favor de empresarios
europeos, constituyeron factores decisivos para incrementar esta debilidad. El golpe
final sobrevino con la famosa entrevista que el dictador Porfirio Díaz concedió al
periodista estadounidense James Creelman en 1908, abriendo la factibilidad a la
impugnación maderista. En el actual escenario mexicano se está produciendo una
situación semejante. El arribo de la oposición empresarial al gobierno en 2000 abrió un
caudal de esperanzas de cambio entre la población mexicana. Esperanzas que se
desmoronaron en las elecciones de 2006 con el documentado fraude electoral cometido.
La política aplicada durante los siguientes seis años debilitó enormemente la ya
cuestionada legitimidad del grupo gobernante. Las prácticas antidemocráticas
empleadas durante el proceso electoral de 2012 solo vinieron a profundizar esta crisis
de legitimidad hasta niveles impensables.
Así pues, en contra de la visiones falsamente tranquilizadoras que intentan difundir los
medios masivos de comunicación, controlados y manejados por la clase hegemónica, lo
cierto es que el descontento social en México está creciendo aceleradamente, pasando del
agravio personal u ocasional a la insatisfacción colectiva permanente, y madurando esta
última desde la simple denuncia de la injusticia y el incipiente reclamo de una demanda
específica, hasta el clamor por una verdadera y profunda reconfiguración social. Las clases
subalternas mexicanas parecen hoy dispuestas a dejar de exigir la reparación de agravios o
injusticias personales, sectoriales, locales o regionales, para iniciar un histórico ajuste de
cuentas con la clase dominante y con su élite gobernante308. Por lo tanto, cabría pensar
que México se encuentra actualmente en una etapa pre-revolucionaria o subrevolucionaria, con altas posibilidades de evolucionar hacia un periodo propiamente
revolucionario de gran envergadura.
El papel que los “cárteles” están jugando en esta compleja dinámica social mexicana es más
bien ambiguo. Por un lado, tal como se ha documentado previamente, históricamente el
narcotráfico en México está íntimamente ligado al aparato estatal-gubernamental erigido
después de la Revolución Mexicana. Los propios consultores de la Oficina de las Naciones
Unidas para asuntos de Drogas y Delincuencia sostienen que los grupos mexicanos del
crimen organizado no pueden ubicarse dentro de los modelos habituales de delincuencia
organizada y sus conexiones con el poder político, sino en el concepto de “crimen
organizado de Estado”: grupos que ejecutan actos legalmente definidos como delictivos bajo
la protección y/o la dirigencia de funcionarios del Estado y cuya finalidad es lograr
objetivos definidos por las propias necesidades del Estado309.
Con respecto a esta categorización, el filósofo camerunés Achille Mbembe ha acuñado el
término “máquinas de guerra”: grupos especializados, dinámicos, polimorfos y difusos, de
hombres armados que se dividen o se suman entre ellos, dependiendo de las tareas a
realizar o de las circunstancias imperantes; capaces de adaptarse a diversas situaciones al
margen de trabas e inercias tradicionales; mantienen complejos vínculos con las
estructuras estatales –desde la autonomía hasta la incorporación- y disfrutan de una
amplia autonomía para operar, lo que a la larga podría implicar una ruptura con sus
mandos gubernamentales. El Estado puede transformarse, por cuenta propia, en una
“máquina de guerra”, o bien apropiarse de una ya existente, o incluso fomentar su creación;
todo dependerá de las necesidades determinadas por el momento histórico.
Frecuentemente, estas “máquinas” toman elementos propios de los ejércitos regulares
formales; a su vez, dichos ejércitos pueden fácilmente apropiarse de algunas características
propias de estas “máquinas”. Estos grupos combinan tanto características de una
organización política como de una empresa mercantil. Presentan, pues, pluralidad de
funciones, adaptabilidad y flexibilidad. La investigadora Rossana Reguillo les agrega la
deslocalización, la ubicuidad, la elusividad y el sigilo; en tanto que el investigador
Fernando Montiel, destacado discípulo del sociólogo noruego Johan Galtung, les añade las
propiedades de los panópticos (torres de vigilancia circulares, ubicadas a gran altura en el
centro de los patios de las prisiones, que permiten mantener un control visual de 360°):
son omnipotentes, omniscientes y omnipresentes, es decir, actúan como celadores. Son
todo aquello que el Estado debería ser y no es310.
Todo esto se conecta directamente con el concepto del “capitalismo del desastre”, basado en
la llamada “doctrina del shock”, ambas ideas desarrolladas extensamente por la periodista
canadiense Naomi Klein: las poblaciones son sometidas a constantes dosis de tensión
psicosocial (a partir de diversos detonantes: golpes de Estado, ataques terroristas, colapsos
financieros, guerras indefinidas, desastres naturales) para inducirles un estado de shock
colectivo que termina por quebrar su voluntad y facilitar la sustitución de sus valores
tradicionales, que bajo otras circunstancias defenderían con firmeza. Bajo este estado de
shock, los ciudadanos renuncian voluntariamente a todos sus derechos a cambio de
recuperar la seguridad y la tranquilidad perdidas311. Bajo estas definiciones, los “cárteles”
son “máquinas de guerra” al servicio de la clase dominante, en el contexto de la aplicación
de la “doctrina del shock”, pero que, contradictoriamente, se encuentran en competencia con
el Estado por el monopolio de la violencia, legítima o ilegítima. De ahí su ambigua
actuación dentro del conflicto social mexicano en ciernes.
El uso que el Estado mexicano ha estado haciendo de la “maquinaria de guerra” de los
“cárteles”, particularmente desde 1995, en el marco del levantamiento armado del “Ejército
Zapatista de Liberación Nacional” (EZLN) en Chiapas, en enero de 1994, se ha extendido
por buena parte del territorio nacional con la integración de múltiples grupos
paramilitares que han acosado permanentemente a las comunidades asentadas en
territorios económica y políticamente estratégicos. Este uso se incrementó notablemente
con la declaración de la “guerra contra el crimen organizado”, por parte del gobierno federal,
en diciembre de 2006, y con mayor énfasis desde 2010, revelándose claros lineamientos de
carácter contrainsurgente como la “recuperación” de territorios, no solo bajo control de
los “cárteles”, sino bajo dominio de organizaciones guerrilleras. Así, la “guerra” ha incluido
ataques directos a guerrillas como el “Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente”
(ERPI)312, una escisión del “Ejército Popular Revolucionario” (EPR), que admitió
públicamente en agosto de 2009 haber sostenido enfrentamientos con grupos
paramilitares asociados con el gobierno federal y con el Cártel de Sinaloa. En tanto que la
“Tendencia Democrática Revolucionaria–Ejército del Pueblo” (TDR-EP), la otra secesión del
EPR, ha proclamado la validez de aplicar la justicia popular y cobrar un “impuesto
revolucionario” a los narcotraficantes313. Por su parte, el EZLN ha decretado la
prohibición absoluta de cultivar, traficar y consumir drogas en su territorio. Hasta ahora,
no se han señalado relaciones de colaboración entre grupos guerrilleros y de
narcotraficantes mexicanos314. Es decir, en esta “guerra”, las guerrillas mexicanas han
tomado una clara posición contra las “máquinas de guerra”. Pero los ataques también han
ocurrido contra organizaciones de la sociedad civil que se han rebelado por la vía pacífica a
las políticas gubernamentales, y aún en contra de las comunidades organizadas que se han
manifestado a favor de la autodeterminación y la autonomía de los pueblos y grupos (en
estos últimos casos, las autoridades suelen atribuir los atentados a la delincuencia
organizada, pero sin presentar una sola prueba)315.
La respuesta de las comunidades a este acoso ha sido previsible: buena parte de ellas ha
organizado sus propios grupos de autodefensa armada y se han declarado “autónomas”. El
verdadero peligro para el Estado mexicano, para la clase dominante y sus élites
gobernantes, y para el ejercicio efectivo de la hegemonía en México, es esta autonomía
armada, verdadero preámbulo de una situación revolucionaria. Gradualmente se está
edificando un poder subalterno paralelo que resulta mucho más amenazador que el
hipotético “desafío” que representan los “cárteles” del narcotráfico, pues cuestiona, de
manera frontal, el principio de autoridad hegemónica de la clase dominante y de su Estado.
Así, la autonomía comunitaria se ha extendido por amplias zonas rurales indígenas en
Sonora, Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Michoacán y Campeche, y comienzan a presentarse
síntomas de “contagio” en zonas de Chihuahua, Morelos, Veracruz, Tabasco y Estado de
México. En estas zonas, las autoridades son elegidas al margen de los procesos y las
instituciones políticas estatales, se constituyen cuerpos populares de seguridad y
autodefensa armada, se crean modelos de desarrollo económico sustentable, se impulsan
proyectos de educación autónoma y se desarrollan medios de comunicación alternativos e
independientes, todo sin la participación del Estado ni de las grandes empresas nacionales
o transnacionales316. Comienza así a presentarse una ruta para los opositores, dirigentes
sociales e inconformes que ya miran a la insurrección como posibilidad real y viable ante
las condiciones de inseguridad y de acoso317.
Pero existe aún otro aspecto que relaciona a la “guerra contra la delincuencia organizada”
con el más que probable proceso revolucionario social en curso. Hace ya tiempo que en la
sociedad mexicana se gesta un resentimiento socioeconómico y sociopolítico que las
bandas de narcotraficantes han sabido capitalizar. El creciente empobrecimiento y las
poderosas armas suministradas por el narcotráfico han formado auténticos ejércitos
regionales de extracción popular que son casi invencibles por su temeridad y fuerza. Los
“cárteles” lograron lo que no pudieron ni el corporativismo priísta ni las guerrillas surgidas
desde la década de 1960: armar y disciplinar a amplias capas de la población, además de
quebrar la tradicional unidad de la élite empresarial. Los narcotraficantes han logrado dar
cauce a los impulsos insurreccionales de las masas populares golpeadas por la política
macroeconómica neoliberal. Quizás aún no está plenamente organizado, pero se ha
sembrado ya la semilla de una insurrección o de un levantamiento popular patrocinado por
el crimen organizado. Y lo están haciendo en absoluto silencio. Quienes forman parte de
los ejércitos de sicarios al servicio de los “cárteles”, tienen razones de sobra para protestar
porque nunca han sido tomados en cuenta. Lo que siempre les ha faltado es un proyecto
político y económico que los incluya318. Un claro ejemplo de esto se presenta en la
histórica “ruta de la plata”, convertida hoy en la “ruta de las drogas y las armas”. Durante
la Colonia, las vías de esta “ruta” eran codiciadas por bandoleros y asaltantes que
esperaban el paso de las cargas de metales preciosos en camino a la Ciudad de México
desde Nuevo México, vía Zacatecas. Ahora se las disputan los “cárteles”. Y no es para
menos: conecta al Centro y al Bajío con el Norte. Los ejércitos de sicarios se asientan en
los pueblos que atraviesan las carreteras o en las zonas serranas, donde reclutan a jóvenes
sumidos en la pobreza y con escasas alternativas de sustento. Estos jóvenes, de 20 a 35
años, se mezclan con ex militares y ex policías, quienes los arman en poco tiempo y les dan
autoridad local319. Otro ejemplo: en Monterrey, Los Zetas desplazaron a la “Confederación
de Trabajadores de México” (CTM) y a la “Confederación Revolucionaria de Obreros y
Campesinos” (CROC), arrebatándoles el control de los sindicatos que representan a más de
20 mil vendedores ambulantes320.
Como en 1810, cuando se rebelaron contra el colonialismo español; como en 1910, cuando
se levantaron contra el Porfiriato, los pobres de México han vuelto a empuñar las armas
para luchar de nuevo contra el destino que las élites se obstinan en imponerles. Hay sin
embargo profundas y marcadas diferencias entre los estallidos sociales de hace 100 y 200
años, y el de hoy. Aquéllos fueron promovidos por dirigentes políticos, que llevaron a las
masas a la lucha violenta en busca de soluciones colectivas a problemas comunes. Quienes
participan en el alzamiento actual, lo hacen bajo las órdenes de empresarios clandestinos y
persiguen objetivos individuales. En los tres momentos históricos (1810-1821, 1910-1920,
2006–¿?), la concentración de la riqueza en pocas manos, la expansión acelerada de la
miseria, los privilegios inaceptables de una burocracia autoritaria, sorda, ciega y corrupta;
la injusticia sistemática en perjuicio de los más débiles, la ausencia de perspectivas de
cambio a corto y mediano plazos, la falta de espacios de negociación para acordar salidas
pacíficas, detonaron, en cada caso, una guerra civil. La actual confrontación es
consecuencia del desmantelamiento del Estado nacional que, en 1982, iniciaron De la
Madrid y Salinas, y que culminaron Zedillo, Fox y Calderón. La lucha entre los gatilleros
de esas empresas llamadas “cárteles”, que no son simples ‘bandas de forajidos’, sino temibles
y verdaderos ejércitos regionales, mejor pertrechados que el Ejército Federal con sus casi
100 mil elementos, constituye la esencia de esta nueva guerra civil, protagonizada
centralmente por hombres y mujeres jóvenes que tomaron las armas para tratar de
mejorar sus condiciones de vida321. Alonso Salazar, periodista, escritor y político
colombiano, llamó a esto, de manera arriesgada pero bastante precisa, “una revolución sin
filósofos”322.
Ninguna sociedad puede persistir en un estado de permanente inestabilidad. El escenario
está ya listo para nuevos y violentos enfrentamientos de clase que harán parecer pequeños
los eventos de la Revolución Mexicana de principios del siglo XX. Una nueva revolución
se está gestando en México, y tendrá un impacto miles de veces mayor que la primera
Revolución de 1910. Generará ondas de choque a través de toda América Central y del
Sur, provocando levantamientos revolucionarios por doquier. Los efectos de una nueva
revolución en México no se detendrán siquiera en el Río Bravo, sino que se convertirán en
la chispa que prendería el polvorín que permanece latente entre la población hispana de
Estados Unidos. El estallido se extendería rápidamente a través de toda la sociedad
estadounidense, planteando la cuestión del cambio social y político fundamental en la
nación capitalista más poderosa del mundo entero323.
5. A manera de conclusión: una historia circular
Éramos pobres e invisibles. Ahora somos ricos con la multinacional de la droga.
Nosotros somos una empresa moderna, ustedes son el Estado quebrado e incompetente.
Nosotros somos ágiles, ustedes son lentos y burocráticos.
Nosotros luchamos en terreno propio, ustedes en territorio ajeno.
Nosotros no tememos a la muerte, ustedes se mueren de miedo.
Nosotros vamos a la ofensiva, ustedes apenas atinan a defenderse.
Nosot os o te e os se ueles, ustedes está atados po su hu a is o .
Ustedes nos transformaron en superestrellas del crimen, nosotros los tildamos de payasos.
A ustedes la ge te los odia, a osot os, po iedo o po a o , os ayuda…
¿No hablan de lucha de clases? Pues entonces ¡llegamos nosotros!...
No solo hay proletarios y explotadores. Hay una tercera cosa creciendo allá afuera.
Entrevista a Marcos Camacho, Marcola. Un capo lúcido. 2006
En julio de 2006, el proceso electoral presidencial dejó un país geohistóricamente dividido
y un gobierno “electo” sin margen alguno de legitimidad. En diciembre de ese año, Felipe
Calderón Hinojosa, apenas iniciando su gestión presidencial, declaró la “guerra al crimen
organizado” porque tenía miedo. Temía que sobreviniera una revuelta social auspiciada
por las crecientes protestas de los seguidores de Andrés Manuel López Obrador y por los
conflictos sociales de gran envergadura presentes en Oaxaca y en el Estado de México
(San Salvador Atenco) -los cuales estaban ya atrayendo la atención de los principales
grupos guerrilleros del país: EZLN en Atenco y EPR en Oaxaca-, así como por la
amenaza de una huelga nacional por parte del beligerante sindicato minero y su aliado: el
sindicato de electricistas. Pero temía también a la reacción de poderosos grupos
empresariales (el otrora monolítico grupo empresarial de Monterrey se había fraccionado:
un bando encabezado por Lorenzo Zambrano, presidente de Cemex, y otro por Alejandro
Junco de la Vega, dueño del Grupo Reforma) que llegaron a considerar la posibilidad de
impulsar una presidencia interina y hasta propusieron un nombre: el del ex rector de la
UNAM, Juan Ramón de la Fuente. Temeroso, en este contexto, Calderón recurrió a las
fuerzas armadas324. El presidente trataba de legitimar ante la opinión pública su gobierno
alardeando del apoyo militar, en virtud de que había sido impuesto por un golpe de Estado
técnico militar a través del Estado Mayor Presidencial. Al mismo tiempo, el nuevo
gobierno empezó a definir dos estrategias, la de la guerra y la económica, bajo tres
principios básicos: reactivar la economía nacional a favor de las grandes transnacionales,
legitimar al gobierno repudiado por amplios sectores sociales y reprimir cualquier connato
de movilización social (en realidad, la labor de los militares en las calles no es combatir al
crimen, sino desarticular los movimientos sociales a través de ejecuciones selectivas y
acoso paramilitar). Además, esta “declaratoria de guerra” contaba con el aval de las
políticas del Pentágono para militarizar las instituciones de seguridad en México 325. Para
2010, al menos 600 mil mexicanos, jóvenes en su mayoría, habían sido desmovilizados
políticamente a causa de las drogas, puesto que una sociedad drogadicta y temerosa no
tiene capacidad para defender sus derechos326.
Paradójicamente, seis años después, el fracaso de esta estrategia se hizo evidente. La
“declaración de guerra al narcotráfico” desató una guerra civil cuya duración resulta ya
incierta [se ha hablado de un periodo de 10 a 15 años, los más optimistas afirman que
durará hasta 2014 o 2015. El Dr. Alfredo Jalife Rahme, académico de la UNAM
especialista en relaciones internacionales, geopolítica y globalización, ha afirmado
públicamente que la violencia en México cesará cuando Estados Unidos logre el control
pleno del petróleo mexicano (http://www.youtube.com/watch?v=RJEOxO2H4OI). En todo
caso, cualquier análisis histórico, social, económico o político, de corto, mediano y largo
plazos, tendrá que partir de esta certeza: México está en guerra civil y los sectores sociales
más empobrecidos han tomado de nuevo las armas327]. A pesar de la desmovilización
política, en mayo de 2012, en plena campaña presidencial, detonó el movimiento
estudiantil universitario “#Yo soy 132” oponiéndose a la imposición de un nuevo gobierno
no electo democráticamente. La inercia del miedo y la adicción no fue suficiente.
Al finalizar el gobierno de Felipe Calderón ocurrió un nuevo reacomodo dentro de los
principales grupos de narcotraficantes. El 7 de octubre de 2012, Heriberto Lazcano,
exintegrante de los Grupos Aeromóviles de Fuerzas Especiales (GAFES) del ejército
mexicano y fundador del grupo paramilitar de Los Zetas, murió en un enfrentamiento con
tropas federales en Coahuila328. No deja de llamar la atención que el hecho ocurriera solo
tres días después del anuncio del hallazgo de importantes yacimientos petroleros en el
Golfo de México, precisamente frente a las costas de Tamaulipas, bastión indiscutible de
Los Zetas. Catorce días más tarde, se anunció la fractura de Los Zetas: una facción
denominada Los Legionarios anunció su presencia en Veracruz, San Luis Potosí, Zacatecas,
Nuevo León y Tamaulipas, iniciando una violenta pugna con Los Zetas por el control de la
frontera nororiental329. Todo esto parece evidenciar que el gobierno de Calderón destinó
importantes esfuerzos, incluso durante la fase final de su mandato, a desarticular a los
principales competidores de sus aliados del Cártel de Sinaloa, generando, además, las
condiciones propicias para la futura captura de los importantes yacimientos petroleros del
norte del Golfo de México por parte de las empresas petroleras transnacionales,
especialmente las de origen estadounidense.
Durante el proceso electoral de 2012, ningún candidato presidencial se refirió
explícitamente en sus discursos a la guerra que desgarra al país, y el que resultaría
candidato “ganador” (en realidad impuesto por las grandes transnacionales y sus asociados
en las élites políticas y empresariales nacionales), Enrique Peña Nieto, casi al final del
periodo electoral, dio a conocer que el general colombiano Óscar Naranjo, uno de los
hombres clave del llamado “Plan Colombia” implementado por Estados Unidos, sería su
asesor antidrogas. Se trataba de un anuncio dirigido a los organismos de seguridad
estadounidenses para darles la certeza de que podrán seguir con la injerencia que han
tenido hasta la fecha en la agenda antinarcóticos y de contrainsurgencia mexicana 330. Pero
también un claro mensaje de seguridad para el Cártel de Sinaloa, dadas las viejas relaciones
del Gral. Naranjo con los socios colombianos de dicha organización331. Apoyándose en
información proporcionada por especialistas como Edgardo Buscaglia (Doctor en
Economía, Derecho y Políticas Sociales), Gilberto López y Rivas (Antropólogo y Doctor
en Ciencias Políticas), Samuel Lara Villa (General Brigadier en retiro) y José Francisco
Gallardo (General Brigadier y Doctor en Administración Pública), la periodista Nancy
Flores ha afirmado que, con la “guerra contra el crimen organizado” en México, la CIA
estadounidense ensaya la destrucción de los gobiernos sudamericanos de izquierda332. La
afirmación no resulta descabellada. Los avances en materia de recuperación del papel del
Estado en Sudamérica son significativos y han alterado profundamente la tradicional
hegemonía regional de Estados Unidos, modificando, incluso, las formas de operar de las
transnacionales, que debieron negociar mecanismos de trabajo distintos a los tradicionales,
con importantes beneficios para los gobiernos de la región, mejorando sus políticas
públicas en detrimento de las tasas de ganancia de empresarios y banqueros, nacionales y
extranjeros. Por ello, para garantizar la explotación de recursos energéticos y mineros, y
evitar la ocupación de tierras por campesinos empobrecidos allí donde las compañías
extranjeras obtienen alimentos y biocombustible, se han venido conformando estrechas
alianzas de “cárteles” de la droga con empresarios agroexportadores, e incluso compañías
que rentan ejércitos privados para contener las movilizaciones sociales de inconformidad y
llevar a cabo una “limpieza social” contra los “indeseables”. Así, la “guerra contra el
narcotráfico” combina dos estrategias: una de baja intensidad contra la población en
general. Violencia física dirigida a la subjetividad que tiene el firme propósito de instaurar
miedo y facilitar el control social. La otra es la confrontación directa: la guerra por
espacios y demarcaciones de rutas, que tiende a fracturar los territorios nacionales para
designar zonas de choque de alta peligrosidad y zonas controladas333.
Los resultados de las elecciones presidenciales de 2012 parecen una reedición de las
elecciones presidenciales de 2006. Esto se nota incluso geohistóricamente:
Elecciones presidenciales 2006
Elecciones presidenciales 2012
En tanto, el proceso de una próxima revolución social en México, casi segura, ha
continuado sin alteraciones. Antes de abandonar el cargo presidencial, Felipe Calderón
Hinojosa logró que se aprobará la Reforma Laboral (que, en esencia, elimina todas las
prestaciones sociales concedidas a los obreros por los gobiernos postrevolucionarios y
abarata la mano de obra a niveles alarmantes: entre 7 y 8 pesos por hora laboral) y la
tercera fase de la Reforma Agraria (dando por finalizadas las pocas características de
propiedad social y comunal que le quedaban al ejido desde 1992, dando paso a la propiedad
privada de la tierra y abriendo la posibilidad de que las empresas mineras, energéticas,
turísticas y agroindustriales puedan despojar a las comunidades de sus tierras). Todo esto
solo incrementará la inseguridad socioeconómica y el sometimiento sociopolítico de las
clases subalternas, acelerando el estallido social que se avecina. El nuevo gobierno,
impuesto por un nuevo golpe de Estado técnico, en sus primeras horas de funciones, debió
recurrir a la represión en la propia capital del país para hacer frente a las masivas protestas
en su contra. Sus primeros pasos han sido en la dirección de afianzar el modelo de país
propuesto en los documentos “México 2030. Proyecto de gran visión”.
En los primeros meses de su mandato, el nuevo gobierno priísta de Enrique Peña Nieto
impulsó una Reforma Educativa que, en los hechos, representa una reconceptualización del
proceso educativo y del trabajo intelectual de acuerdo a los principios neoliberales:
apertura de la dinámica escolar y de la determinación de planes de estudio a los
empresarios; estímulo a las carreras técnicas en detrimento de las profesionales;
degradación de los contenidos temáticos y programáticos hasta sus niveles más
elementales; concepción de los docentes como “prestadores de servicios” y de los alumnos
como “clientes”; predominancia de los esquemas de financiamiento privado de la educación;
promoción de los hábitos de obediencia, lealtad, disciplina, productividad y competitividad
en los educandos; apertura del ámbito escolar a los contenidos y temáticas propios de las
instituciones religiosas; inhibición y eliminación de la disidencia magisterial y
universitaria. Paralelamente, el nuevo gobierno promovió una Reforma de Seguridad
Interna que establece la creación de una “Gendarmería Nacional” que unifique a todos los
mandos policiacos y militares bajo la tutela de la Secretaría de Gobernación, la Secretaría
de la Defensa Nacional y la Secretaría de la Marina Armada de México, así como un
estricto control sobre la información relacionada con la seguridad pública que los medios
masivos presentan a la opinión pública.
De manera soterrada, silenciosa, oculta, se mantiene activa la “guerra contra el crimen
organizado” y las tropas siguen en las calles, mientras la expansión del narcotráfico
continúa incontenible. A mediados de febrero de 2013, la prensa nacional reportó la
aparición de tres nuevos cárteles, conformados por desertores de otras agrupaciones, que
compiten regionalmente en zonas del litoral del Pacífico, del Occidente y del Golfo de
México con los cárteles de Sinaloa, del Golfo y Los Zetas. Se trata de los cárteles del Golfo
Nueva Generación, Sangre Z y La Corona334. Sin embargo, el nuevo gobierno ha dado
señales clarísimas de mantener la alianza de la élite gobernante con el Cártel de Sinaloa.
Esto recién se hizo evidente a principios de abril de 2013, cuando se reportó que el ex
presidente municipal de Culiacán, Jesús Vizcarra Calderón, señalado desde 2010 como un
político muy cercano a la dirigencia del Cártel de Sinaloa (se le relaciona especialmente con
Ismael Zambada), acompañó a Peña Nieto en su gira oficial por Asia, como parte de una
comitiva de importantes empresarios mexicanos335. Por supuesto, el número de víctimas
del conflicto no ha dejado de incrementarse: funcionarios del gabinete de seguridad del
gobierno federal reportaron, el 31 de marzo de 2013, que durante los cuatro primeros
meses del gobierno de Enrique Peña Nieto murieron 2 mil 821 personas por efecto de la
“guerra”, promediando 23 muertos diarios, en seis estados del país (Estado de México,
Chihuahua, Nuevo León, Sinaloa, Michoacán y Tamaulipas)336; aunque, once días más
tarde, la Secretaría de Gobernación admitió una cifra superior (4 mil 451) de muertos
relacionados con la “guerra”, durante el mismo periodo337. Al día siguiente de este
reconocimiento oficial, la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos
Humanos afirmó que se están presentando reacomodos y acuerdos entre los cárteles, luego
de la consolidación hegemónica de alguno de ellos, lo que genera un cese de hostilidades
en algunas regiones que ya están completamente bajo control de los narcotraficantes
sustituyendo al Estado338. En contraste, el 10 de abril, el Subprocurador de Derechos
Humanos de la PGR, Ricardo García Cervantes, había declarado públicamente que México
vive una “grave crisis humanitaria” a causa del inédito nivel de violencia y del claro
debilitamiento de las instituciones339.
El panorama no es alentador. Igual que su antecesor, la estrategia del régimen priísta de
Peña Nieto está basada en el miedo al estallido social que ya se presiente. Y no es para
menos. Desde diciembre de 2012, justo al momento de iniciar su gestión el nuevo
gobierno, comenzaron intensas movilizaciones sociales en más de 40 municipios y
regiones del país que han culminado con la creación de cerca de 50 grupos de autodefensa
civil y policías comunitarias en buena parte del país. Las comunidades han comenzado a
armarse para enfrentar a los cárteles y a los paramilitares, constituyendo una seria amenaza
para el Estado mexicano. La amenaza es tan seria que el propio Peña Nieto declaró,
durante su gira oficial por Asia, que los grupos de autodefensa están fuera de la ley y que
su gobierno no va a tolerarlos. Y es que se está presentando una sinergia muy peligrosa:
las reformas impulsadas por el nuevo gobierno han generado enorme inconformidad entre
amplios sectores de la población y ya comienzan a tenderse lazos de unidad entre los
movimientos disidentes y contestatarios, y los grupos de autodefensa civil. El ejemplo más
claro es la reciente constitución del “Movimiento Popular Guerrerense” (MPG)340.
El conflicto social latente ya ha comenzado a materializarse: el 28 de abril de 2013 ocurrió
un fuerte enfrentamiento entre sicarios del “cártel” de Los Caballeros Templarios y guardias
civiles de la “Policía Comunitaria” en el municipio de Buenavista Tomatlán, Michoacán,
dejando más de diez muertos y al menos siete heridos. Desde esa fecha, la comunidad de
La Ruana quedó sido sitiada por narcoparamilitares341. La situación se tornó tan riesgosa
que el 20 de mayo la Secretaría de Gobernación anunció el arribo de seis mil militares y
mil policías federales a Michoacán para “restablecer la paz” en la entidad. Sin embargo, las
fuerzas federales nunca intentaron detener a los comandos de sicarios del narcotráfico,
concentrándose, en cambio, en desarmar a los grupos de autodefensa ciudadana. Los
habitantes de los municipios de Tierra Caliente reaccionaron con marchas multitudinarias
rechazando tanto la entrega de las armas, como el establecimiento de puestos militares de
revisión. El 22 de mayo ocurrió el enfrentamiento más grave: los militares detuvieron a
cuatro jóvenes “policías comunitarios” y, en respuesta, los habitantes de Buenavista
Tomatlán bloquearon los accesos al municipio y tomaron como rehenes a un general y a
su batallón de 24 soldados. El gobierno federal se vio obligado a negociar el intercambio
de rehenes342. Previamente, el 13 de marzo, el Ejército había intentado inútilmente
desarmar en dos ocasiones a los “policías comunitarios” de Acatempa y Ayutla de los
Libres, en el municipio de Tixtla, Guerrero, encontrando una firme oposición por parte de
los habitantes de la región343. Menos de un mes después, el 8 de mayo, los “policías
comunitarios” del municipio de San Luis Acatlán, en la Costa Chica de Guerrero,
detuvieron y desarmaron a todos los agentes policiacos del municipio, exigiendo el retiro
de las fuerzas federales y la devolución de las armas y vehículos que les fueron incautados
en los operativos “de normalización y pacificación”344. Desafiando las declaraciones
oficiales del Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, en el sentido de que
la normalidad había regresado a Michoacán, el 31 de mayo pasado apareció un nuevo
grupo de autodefensa ciudadana en Villa Victoria, municipio de Chinicuila, en la sierra de
Michoacán345. El asunto no es menor: el 7 de junio de 2013 se publicó un estudio de
percepción pública hacia estos grupos de autodefensa ciudadana, realizado por la
encuestadora De La Riva Group. Se encontró que un 46% de los mexicanos (6 de cada 10
encuestados) apoya la formación de estos grupos y que un 26% (4 de cada 10 encuestados)
estaría dispuesto a participar en ellos. La tendencia más alta se encontró en el noreste
(Nuevo León, Tamaulipas, Chihuahua, Zacatecas y San Luis Potosí)346. Vientos de rebelión
soplan al sur y al noreste del país.
Resulta aleccionador comprobar que, desde una óptica geohistórica, existe una cierta
relación entre la aparición de estos grupos de autodefensa ciudadana y el desarrollo de
proyectos de explotación minera y energética con gran participación de la inversión
extranjera:
Conflictos entre compañías mineras y comunidades
Proyectos de generación eólica de electricidad
Estados con presencia de grupos de autodefensa civil
No hay, nunca hubo, ninguna “guerra contra el narcotráfico”. Se trata de una farsa
mediática, implementada a través de criterios de mercadotecnia que no pretende
desmantelar grupos criminales, sino hacer frente a las protestas sociales 347. Hay una
“guerra” por el control del narcotráfico. Lo quieren todos: militares, policías, políticos y
empresarios. Es muchísimo dinero el que proveen los consumidores estadounidenses, y
todos en México quieren la parte proporcional más grande348. La “industria” del
narcotráfico contrasta por lo cuantioso de sus dividendos del resto de la economía,
menguada desde hace al menos 30 años y fulminada desde el 2007 por la impericia de las
autoridades fiscales y monetarias frente a la recesión global349. El “sector” muestra
crecimiento sostenido, ganancias multimillonarias y una vigorosa “generación de
empleos”. Es evidente que el desmantelamiento de la “industria” de las drogas no es el
objetivo que persigue la política de seguridad, pues no la ha disminuido en ningún sentido.
Lo que sí ha hecho, y muy bien, es desgarrar el tejido social mexicano350, y preparar el
terreno para un conflicto social de grandes proporciones.
Con la fuerza del Estado disminuida y desmoralizada, con una corrupción impune en las
filas de todos los niveles de gobierno, con un sistema financiero criminal sin merma y un
poder armado creciente, es posible que las organizaciones criminales pasen a una nueva
etapa de poder, ya con todo el aparato institucional completamente a sus pies. Frente a
esta posibilidad se alza el descontento de las clases sometidas y la organización de la
autodefensa armada comunitaria. En este contexto habría que reconocer en el horizonte
histórico la creciente posibilidad de los peores escenarios para el país: ingobernabilidadsomalización-balcanización, golpe de Estado-régimen dictatorial/militar, o una invasión
militar extranjera351.
Aníbal Ayala Cortés
Ciudad de México
30 de junio de 2013
NOTAS
1)
Villalpando, 2008, p: 248.
2)
Con respecto a la aceptación de la atu aleza o t ai su ge te de la gue a o t a el i e
o ga izado , éase Aguila
Castañeda,
; espe ial e te el Capítulo VI: Mé i o
Colo ia o so lo is o pp:
-126). Para una visión crítica más exacta y documentada
al respecto, véanse los textos de Nancy Flores, publicados entre febrero y julio de 2010, así
como el publicado en septiembre de 2011.
3)
Véase, por ejemplo: Rodríguez Castañeda (coord.), 2011.
4)
Véanse: Barona Lobato, 1976; Fernández Menéndez, 1999; Boville Luca de Tena, 2000;
Camacho, 2002; Paoli Bolio, 2008.
5)
Barona Lobato, 1976, pp: 23-24.
6)
Camacho, 2002, pp: 84-86.
7)
Fernández Menéndez, 1999, pp: 35-36.
8)
Paoli Bolio, 2008, p: 99.
9)
Véase: Bo ille Lu a de Te a,
d ogas (pp: 27-58).
; espe ífi a e te el Capítulo I: O ige de las políti as so e
10)
El referente obligado para un estudio histórico del narcotráfico en México es Luis Alejandro
Astorga Almanza, sociólogo de la UNAM. Véanse sus obras publicadas en 1996, 2005 y 2007.
11)
Astorga, 2005, pp: 17-29.
12)
Ortega Sánchez, 2010, pp: 138-144.
13)
Fernández Menéndez, 1999, p: 36.
14)
Andrade Bojorges, 1999, p: 37.
15)
Morales Oyarvide, 2010.
16)
Andrade Bojorges, 1999, pp: 37-38.
17)
Astorga, 2005, p: 28.
18)
Andrade Bojorges, 1999, pp: 133-138.
19)
Fernández Menéndez, 1999, p: 36.
20)
Astorga, 2005, p: 41.
21)
Andrade Bojorges, 1999, p: 35.
22)
Paoli Bolio, 2008, pp: 99-100.
23)
Barona Lobato, 1976, pp: 38-39.
24)
Fernández Menéndez, 1999, p: 37.
25)
Andrade Bojorges, 1999, p: 35.
26)
Astorga, 2005, p: 28.
27)
Astorga, 2005, pp: 39-57.
28)
Astorga, 2005, pp: 59-63.
29)
Andrade Bojorges, 1999, p: 36.
30)
Hernández, 2010, p: 118.
31)
Astorga, 2005, p: 63.
32)
Astorga, 2005, p: 72.
33)
Astorga, 2005, p: 79.
34)
Ravelo, 2007, pp: 12-13.
35)
Hernández, 2010, pp: 119-121.
36)
Barona Lobato, 1976, p: 40.
37)
Astorga, 2005, p: 80.
38)
Andrade Bojorges, 1999, pp: 44-45.
39)
Astorga, 2005, pp: 81-84.
40)
Barona Lobato, 1976, p: 42.
41)
Véase: López Ortiz, 2010.
42)
Astorga, 2005, p: 90.
43)
Astorga, 2005, pp: 95-96.
44)
Andrade Bojorges, 1999, pp: 48-52.
45)
Astorga, 2005, p: 106.
46)
Astorga, 2005, p: 100.
47)
Véase: Casado Galván, 2009.
48)
Ortega Sánchez, 2010, p: 139.
49)
Astorga, 2005, p: 100.
50)
Fernández Menéndez, 1999, p: 37.
51)
Astorga, 2005, p: 101.
52)
Fernández Menéndez, 1999, p: 37.
53)
Andrade Bojorges, 1999, pp: 59-60.
54)
Astorga, 2005, pp: 103-108.
55)
Véanse: Scherer García y Monsiváis, 1999 y 2004.
56)
Castellanos, 2007, p: 17.
57)
Castellanos, 2007, pp: 157-158.
58)
Fernández Menéndez, 2007, pp: 115-134.
59)
Hernández, 2010, pp: 121-122.
60)
Véase: Jiménez Cantú, 2005.
61)
Andrade Bojorges, 1999, p: 65.
62)
Hernández, 2010, p: 122.
63)
Astorga, 2005, p: 112.
64)
Hernández, 2010, p: 122-124.
65)
Andrade Bojorges, 1999, pp: 63-64.
66)
Astorga, 2005, p: 115.
67)
Fernández Menéndez, 1999, p: 21.
68)
Andrade Bojorges, 1999, pp: 64-65.
69)
Andrade Bojorges, 1999, p: 107.
70)
Hernández, 2010, p: 34.
71)
Astorga, 2005, p: 121.
72)
Fernández Menéndez, 1999, pp: 20-23.
73)
Véase: Basáñez, 1990.
74)
Véase: Molina Hernández, 2008.
75)
Roux, 2005, pp: 225-237.
76)
Hernández, 2010, pp: 125-138.
77)
Astorga, 2005, p: 123.
78)
Astorga, 2005, p: 134.
79)
Fernández Menéndez, 1999, pp: 24-25.
80)
Ortega Sánchez, 2010, p: 142.
81)
Astorga, 2005, pp: 127-128.
82)
De Mauleón, 2010, pp: 66 y 115.
83)
Hernández, 2010, pp: 144-145.
84)
Hernández, 2010, pp: 139-140.
85)
Hernández, 2010, pp: 40-42.
86)
Fernández Menéndez, 1999, p: 26.
87)
Véase: Fernández Menéndez, 1999.
88)
Ortega Sánchez, 2010, pp: 144-145.
89)
Hernández, 2010, pp: 126-127 y 180.
90)
Fernández Menéndez, 1999, p: 76.
91)
Astorga, 2005, pp: 149-150.
92)
Fernández Menéndez, 1999, p: 63-66.
93)
Hernández, 2010, p: 181.
94)
Fernández Menéndez, 1999, p: 66.
95)
Véase: Loaeza, 2000.
96)
Fernández Menéndez, 1999, pp: 80-84.
97)
Fernández Menéndez, 1999, p: 70.
98)
De Mauleón, 2010, pp: 104-105.
99)
Fernández Menéndez, 1999, p: 27.
100)
Véanse: Hernández, 2010; De Mauleón, 2010, pp: 56-84.
101)
Fernández Menéndez, 1999, pp: 101-170.
102)
Astorga, 2005, pp: 157-158.
103)
Astorga, 2005, p: 167.
104)
Fernández Menéndez, 1999, pp: 123-138.
105)
Fernández Menéndez, 1999, pp: 145-152.
106)
Astorga, 2005, pp: 162-163.
107)
Hernández, 2010, pp: 14 y 320.
108)
Hernández, 2010, pp: 397-405.
109)
Hernández, 2010, pp: 359-365; De Mauleón, 2010, pp: 77-80.
110)
De Mauleón, 2010, p: 79.
111)
Hernández, 2010, p: 353.
112)
Hernández, 2010, p: 390; De Mauleón, 2010, pp: 79-80.
113)
De Mauleón, 2010, p: 35.
114)
Hernández, 2010, p: 414.
115)
Hernández, 2010, pp: 463-464.
116)
Consulta Mitofsky, 2 de julio de 2007.
117)
Ravelo, 2007, pp: 34-39.
118)
Astorga, 2005, p: 171.
119)
Flores Nández, 2012, pp: 21-22.
120)
Hernández, 2010, p: 16.
121)
Al respecto, véanse: Bruhn y Green, 2007; Pineda, 2006
122)
Véase: Fazio, 2007. Espe ial ate ió
e e e la e ió ue ha e del i fo e Avances del
análisis de información sobre el narcotráfico en México , ealizado po el Ce t o de
Inteligencia Antinarcóticos (CIAN) en septiembre de 2005, así como de la publicación de una
investigación al respecto publicada por The New York Times el 23 de febrero de 1997.
123)
Ortega Sánchez, 2010, pp: 155-157.
124)
Véase: Guerrero Gutiérrez, 2011.
125)
Véase. Guerrero Gutiérrez, 2011.
126)
Mosso Castro y Mendoza Hernández, 2012.
127)
Ortega Sánchez, 2010, p: 159.
128)
Véase: Rodríguez Castañeda, 2011.
129)
Hernández, 2010, pp: 467-472.
130)
Hernández, 2010, pp: 491-496.
131)
Ortega Sánchez, 2010, pp: 141-142.
132)
Véase: Echeverría, 2012.
133)
Véase: Camacho, 2010.
134)
Osorno, 2009; Camacho, septiembre y noviembre de 2009.
135)
Alemán, 2009.
136)
Camacho, septiembre de 2009.
137)
Gómez Durán, 2011.
138)
Gutiérrez Luna, agosto de 2008.
139)
Hernández, 2010, p: 509.
140)
Hernández, 2010, pp: 509-530.
141)
Hernández, 2010, p: 531.
142)
Forbes, marzo de 2009.
143)
Véase: Guerrero Gutiérrez, 2011.
144)
Hernández, 2010, p: 537.
145)
Hernández, 2010, p: 585.
146)
Véanse: Proceso, 11 de abril de 2010; Stratfor, 21 de diciembre de 2010.
147)
Véanse: Stratfor, 21 de diciembre de 2010; Vega, enero de 2011.
148)
Castillo García, 11 de noviembre de 2011.
149)
Forbes, 2 de noviembre de 2011.
150)
Hernández, 12 de noviembre de 2011.
151)
Hernández, 2010, p: 327.
152)
Flores Martínez, 2011.
153)
Flores Contreras, 20 de abril de 2012.
154)
Castillo García, 29 de agosto de 2012.
155)
Dávila, 11 de julio de 2012.
156)
Aranda y Castillo, 13 de septiembre de 2012.
157)
Astorga, 2005, p: 163.
158)
Astorga, 2005, p: 124.
159)
Esta es la tesis central expuesta por Andrade Bojorges, 1999; Fernández Menéndez, 1999;
Astorga, 2005; Hernández, 2010; Flores Nández, 2012.
160)
Astorga, 2005, pp: 161-162.
161)
Hernández, 2010, p: 17.
162)
Astorga, 2005, p: 162.
163)
Ravelo, 2007, p: 13.
164)
Hernández, 2010, pp: 565-571.
165)
Rodríguez Castañeda, 2011, p: 9.
166)
Ravelo, 2007, p: 35.
167)
Astorga, 2005, p: 164.
168)
Astorga, 2005, p: 174.
169)
Casi todos los datos du os p ese tados fue o e t aídos de Flo es Ná dez,
170)
Henríquez, 26 de mayo de 2009.
171)
Alcaraz, 23 de febrero de 2012.
172)
Camacho Servín, 9 de enero de 2012.
173)
Jiménez, 24 de abril de 2012.
.
174)
Véase: AristeguiNoticias.com, 26 de julio de 2012.
175)
Véase: Nasi, Ramírez y Lair, febrero de 2003.
176)
Véase: Nasi, Ramírez y Lair, febrero de 2003.
177)
Astorga, 2005, p: 163.
178)
Véase: CNN México, 14 de octubre de 2010.
179)
Véase: Milenio.com, 21 de noviembre de 2011.
180)
Rodríguez Castañeda, 2011, pp: 56-62.
181)
Rodríguez Castañeda, 2011, p: 57.
182)
Astorga, 2005, p: 132.
183)
Castro, 14 de marzo de 2012.
184)
Avilés y Poy, 10 de agosto de 2011.
185)
Martínez, 22 de abril de 2012.
186)
Miranda, 7 de mayo de 2012.
187)
Rodríguez Castañeda, 2011, pp: 86-87.
188)
Véase: UrbePolítica.com, 25 de julio de 2011.
189)
Benavides, 22 de marzo de 2009.
190)
Rodríguez Castañeda, 2011, p: 102.
191)
Rodríguez Castañeda, 2011, p: 135.
192)
Hernández, 17 de mayo de 2010.
193)
Avilés, 8 de mayo de 2010.
194)
Rodríguez Castañeda, 2011, p: 196.
195)
Rodríguez Castañeda, 2011, pp: 29 y 118.
196)
Rodríguez Castañeda, 2011, pp: 167-175; BlogDelNarco.com, 14 de mayo de 2011.
197)
Flores Nández, 2012, p: 111.
198)
Bouthoul y Carrère, 1977, pp: 53-55.
199)
Bouthoul y Carrère, 1977, pp: 61-64.
200)
Bouthoul y Carrère, 1977, pp: 55 y 58-59.
201)
Bouthoul y Carrère, 1977, pp: 66-69.
202)
Véase: Braudel, 2006.
203)
Argüello, 1991, pp: 211-213.
204)
Semo, 2012, p: 473.
205)
Musset, 2009, pp: 374-375.
206)
Florescano y Gil Sánchez, 1976, pp: 526-528.
207)
Aguirre Rojas, 2009, pp: 44-45.
208)
Brooks, 6 de abril de 2011; Camacho Servín, 12 de noviembre de 2011.
209)
Aguirre Rojas, 2009, pp: 28-29.
210)
Aguirre Rojas, 2009, pp: 26-27.
211)
Véase: Aguilar V. y Castañeda, 2009.
212)
Volpi, 2010, pp: 129-130.
213)
Ortega Sánchez, 2010, pp: 20-24.
214)
Ríos Gordillo, 2012, pp: 3-12.
215)
Galeano, 1977, p: 71.
216)
Véase: Connelly, 1990.
217)
Astorga, 2005, p: 89.
218)
Véase: CubaDebate.cu, 17 de agosto de 2010.
219)
Véase: Kaplan, 2011.
220)
Pérez, 24 de noviembre de 2011.
221)
Flores Nández, 2012, p: 26.
222)
Ballinas y Becerril, 12 de octubre de 2012.
223)
Flores Nández, 2012, p: 140.
224)
De Mauleón, 2010, pp: 160-161.
225)
Flores Nández, 2012, p: 79.
226)
Flores Nández, 2012, pp: 96-100.
227)
Flores Nández, 2012, pp: 137-138.
228)
Véase: García Cantú, 1986.
229)
López y Rivas, 15 de abril de 2011.
230)
García Cantú, 1986, pp: 326-327.
231)
Fazio, 16 de abril de 2012.
232)
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