ESTUDIOS FILOLÓGICOS
DOI: 10.4067/s0071-17132023000200111
DOSSIER
Materiales del Sur
Southern Materials
Los diferentes textos que le dan cuerpo a este dosier constituyen una apuesta
colectiva orientada por el ímpetu de enfrentar algunos de los aspectos que caracterizan
nuestro presente: las crisis ambientales, la domesticación de la percepción, la incapacidad
del pensamiento científico para enunciar relaciones del mundo más allá de cálculos
cortoplacistas e interesados, la fijeza desde la cual se da por hecho aquello que está todavía
sucediendo, entre muchas otras preocupaciones. En este sentido, cada uno de los escritos se
encuentra atravesado por gestos conceptuales y metodológicos que buscan, más que otorgar
una respuesta tranquilizadora y definitiva, trazar líneas que sean capaces de expresar las
trayectorias, los intervalos e interfaces mediante las cuales los fenómenos que abordan se van
tornando problemáticos, subrayando de este modo el potencial permanentemente abierto
y expansivo de los paisajes que estos despliegan. Es por ello que, a pesar de las diferencias
temáticas, un elemento común presente en todos los textos es el de mostrar la importancia
de visibilizar las potencias de transformación inherentes a toda práctica de un pensamiento
que solo puede existir en un ejercicio de implicación con la realidad.
Una tarea de estas características supone dislocar y desplazar los límites que fijan
las posiciones y posibles relaciones entre las categorías de ‘pensamiento’ y de ‘mundo’. Las
motivaciones a la base no constituyen un mero ejercicio intelectual antojadizo, sino que
responden a la constatación sensible de que dichas posiciones, ancladas en un modo de
razonar (occidental, europeo, blanco, masculino y colonial), han ido mostrando en el presente
un carácter asfixiante vinculado a la imposición de modos y estilos de vida inscritos dentro
de rígidas fronteras entre lo pensable y lo impensable, lo imaginable y lo inimaginable, o lo
vivible y lo invivible, ejerciendo de esta manera violencias materiales y simbólicas sobre todos
los cuerpos (humanos y no humanos) que componen los paisajes planetarios.
Si, en su acepción tradicional, las fronteras introducen líneas visibles e invisibles que
marcan y, a la vez, separan el interior del exterior, el adentro del afuera, haciendo del medio
un espacio que puede ser ocupado de maneras particulares por determinados seres -como
en el caso de las divisiones territoriales geográficas y geopolíticas-, un giro o una torsión de
estos principios supone dejar de pensar el medio como un lugar preexistente para situarse
en él como un modo de hábitar que expresa asociaciones, relaciones singulares y múltiples,
componiendo generativamente la totalidad de los mundos -plurales- que hoy habitamos.
En otras palabras, atendemos al hecho que el medio nunca está ahí, sino que requiere,
para realizarse, de un ejercicio doble y simultáneo -de creación e intervención- orientado
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a atravesar sagitalmente los límites entre lo semiótico y lo material, lo orgánico y lo no
orgánico, para hacer de los cuerpos implicados agentes co-existentes y coprotagonistas de
sus siempre potenciales encuentros. En suma, los medios (sociales, naturales, ambientales,
tecnológicos, políticos, culturales, etc.) se construyen en tanto forman parte de procesos
dinámicos y transformadores que se dirimen en torno a sus infinitas posibilidades virtuales
y sus actualizaciones contingentes e inesperadas.
El título de este dosier propone un desafío frente al significante abierto Sur, compuesto
por una serie de líneas vinculadas a disputas históricas, territoriales, epistemológicas,
socio-políticas, culturales, ambientales y económicas. Esta noción presupone, además,
un determinado posicionamiento, geopolítico y georeferencial atravesado por acciones
de conquista, lucha, colonización hegemónica y otras heridas, que en sus despliegues han
consolidado un ordenamiento de mundo dicotómico y sectario. Con el advenimiento de la
globalización, y los procesos de modernización que la han acompañado, dichos límites han
tendido a modificarse, forzando el reposicionamiento de las líneas invisibles de demarcación
tradicionales, instaurando nuevos sistemas, modelos y dispositivos de división que, con
toda certeza, se encuentran anclados en la actualidad a los principios de organización,
distribución y circulación del capital global.
No obstante, estas mutaciones también han hecho visible la existencia de otras
líneas que se cuelan entre las fronteras, mostrando la porosidad y plasticidad existente
en los diversos modos de interacción y de encuentro entre las cosas, posibilitando así
la apertura a la interrogantes respecto de cómo el Sur, como un compuesto semióticomaterial, se encuentra atravesado por fuerzas que operan resistencias frente a los modelos
tradicionales que demandan determinadas precomprensiones respecto de su significado y
posicionamiento dentro del marco mundial global. Un Sur que no se deja ubicar como
aquel lugar al fin de una línea donde se acumula el detritus de occidente, sino que aparece
como un territorio tectónico, estratificado, conectado y emergente.
Siguiendo estos pasos, la presente propuesta prescinde del gesto fundacional
orientado a buscar una epistemología propia en clave regionalista -asunto inconmensurable
si pensamos, por ejemplo, en la noción de Sur Global-. El giro o torsión que proponemos
busca, en cambio, visibilizar de manera contingente las formas en que es posible reconocer
dichas porosidades que componen un medio desde lo indistinto, en aquello que se presenta
como una mezcla o mesh: las intersecciones y puntos de encuentro inesperados entre las
cosas que abren nuevos mecanismos de mirada y que no se agotan ya en el ámbito de la
explicación ni el de la interpretación, dando pie a procesos de ruptura o interrupción
subjetiva a través de los cuales los cuerpos pueden precipitarse hacia modos alternativos de
agenciamiento sensible.
***
El ejercicio de componer este dosier pretende ser también un trabajo cuidadoso y
sensible de respetar las líneas y fracturas de cada uno de los escritos que agrupa, advirtiendo
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cómo ellas se irradian en diversas constelaciones. Como editores, leemos estos escritos en
y desde el medio, no solo porque no pretendemos clausurar ninguno de ellos desde una
lectura única, sino porque también participamos de esta escritura permeable y porosa
que nos aquieta al dar forma a una serie de preocupaciones comunes, pero que también
nos inquieta al patentizar otras que están aún por formularse. Así, esta escritura común y
desbordada no reconoce demarcaciones en su enunciación. La labor crítica que asume cada
uno de los artículos de este dosier a ratos roza el manifiesto en un intento por construir una
epistemología particular para cada figuración o producción con la que entra en contacto.
La voz del cineasta, la de la poeta y la del/la investigador/a salen al encuentro de la voz del
chamán, de las voces de los materiales y/o de los aparatos. Presentamos así un conjunto
de textos que, considerando el sentido etimológico de ‘tejido’, agrupan y diseñan ideas e
inquietudes, pero que también abrigan y acogen otras en un segundo plano: nudos que
se aflojan y tensan para abrir espacios, para sostener un decir en constante movimiento y
atento a los estratos, a las materias y a las afecciones de este territorio provisorio y emergente
que llamamos sur. En este sentido, algo que comparten todos los textos de este dosier
tiene que ver con el intento de conectar epistemologías y teorías capaces de repensar
conceptualizaciones de la modernidad al centro de cuyo proyecto está la necesidad de
fijar, objetivar y detener, trazando algunas líneas que buscan introducir una sensibilidad
decolonial ajena a adscripciones reactivas identitaristas.
Dentro de este marco general, es posible advertir tramas singulares que conectan
provisoriamente algunos artículos con otros. Una de ellas presenta el agua como un trazado
que une y vitaliza, como una fuerza que arrastra y erosiona, o como un cuerpo en el que
distintas materias se acumulan, se estancan, pudren, o diluyen, disponiéndose como un
significante fuerte en la medida en que se desancla de su condición natural de líquido
translucido y diáfano -metáfora privilegiada del tiempo heraclitiano- para emerger como
materia capaz de albergar modos de existencia diversos y, por lo tanto, fuertemente anclada
en un aquí denso y múltiple.
En “El necroespacio del Antropoceno: un archivo anacrónico” (117-134),
y mediante la noción de necroespacio antropogénico, el agua y lo fluvial son elementos
centrales. En dicho texto, Gisela Heffes auna aportes de la ecocrítica material y postcolonial
con los de la necropolítica de Achille Mbembe, la epistemología cherokee y el archivo
benjaminiano para componer, con trazos de la literatura latinoamericana (Aboaf, Arguedas,
Quiroga, Rulfo), un archivo anacrónico, “un montaje de vínculos y parentescos cuyas
riquezas––no las extraídas hasta su depleción–– laten ocultas, como una energía vital que,
adormecida, espera narrar su versión de los acontecimientos y arrojar una nueva luz sobre
el presente”. La presencia del agua en su argumento es central, en la medida en que su
texto discute la idea convencional de ‘voz narrativa’ en los textos literarios que visita en
favor de la de ‘materias narradas’ o ‘tejidos fluviales’. Siguiendo a Serenella Iovino y Serpil
Oppermann, se acerca a los materiales literarios que articulan su reflexión como un ‘tejido
fluvial’, en la medida que en ellos es posible advertir “la convergencia de fuerzas discursivas
y materiales, … que expresan las interacciones de los actores humanos y no humanos”.
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La propia estructura del escrito podría pensarse como un cauce fluvial en el que cada
apartado constituye aquello que i(nte)rrumpe el fluir de una argumentación que no busca
la linealidad, sino que se pregunta por la erosión, la acumulación y por el anacronismo.
En nuestra propia propuesta, “Una naturaleza (in) diferente:la vida común en la
práctica artística de Sebastián Wiedemann” (213-234), el agua también ocupa un lugar
central dentro de la pregunta por la ‘vida común’. El ‘azul profundo’, que informa una de
las producciones audiovisuales recientes y libro-objeto del cineasta colombiano Sebastián
Wiedemann, es el fondo denso y fluido que interrumpe lógicas de expoliación y de percepción
para imaginar un mundo en el que todo está entrelazado. En la profundidad del azul el agua
se confunde con la tinta, con el espacio sideral y con el petróleo, reconectando mundos
que el pensamiento moderno ha procurado mantener separados. Desde la porosidad de
estos mundos altamente permeables, tan permeables como el filme y el libro, el artículo
se pregunta por lo que entendemos por política de la naturaleza, imaginación material,
pedagogías de la percepción o por lo micropolítico, a partir de autores como Bruno Latour,
Alfred North Whitehead, Andrea Soto Calderón, Guadalupe Lucero o Suely Rolnik, y en
relación con gestos de insurrección y descolonización desde el sur, como es el caso de la
práctica cinematográfica y artística de Sebastián Wiedemann.
Una segunda trama que es posible urdir entre los textos de este dosier es la necesidad
de repensar el chamanismo desde el arte contemporáneo y en la reflexión acerca de las
imágenes. En este sentido, el artículo de Patricio Landaeta y Javier Zoro “Cine chamánico
y perspectivismo amerindio” (175-188) explora un cruce entre la noción de cine
chamánico de Raúl Ruiz y la de perspectivismo amerindio de Eduardo Viveiros de Castro
para subvertir lo que llaman la “función del aparato de perspectiva” (Jean-Louis Déotte),
elemento clave en la constitución de la división entre un sujeto agente y el mundo como
paciente en la modernidad. Para los autores, la capacidad de inmersión en otros mundos
propia del chamanismo desde la propuesta de Viveiros de Castro (2010), ataca en sus bases
a la epistemología del conocimiento moderno en la medida en que el chamán no puede
conocer sin acceder al “quién de las cosas”, interrumpiendo las lógicas del pensamiento
objetivante y sus devastadoras consecuencias en el presente.
Por otra parte, el escrito del cineasta colombiano Sebastián Wiedemann,
“Imaginación política y modos de experiencia cinematográficos: algunos apuntes desde
América Latina” (189-211) conecta la filosofía de Deleuze, el pensamiento cosmopolítico
de Isabelle Stengers, la ficción especulativa de Donna Haraway y Ursula Leguin y, muy
reflexivamente, el pensamiento del chamán Yanomami Davi Kopenawa, para repensar la
relación entre las imágenes y la política, preguntándose por las formas de relación que
pueden impedir que las audiovisualidades queden subordinadas a la acción humana. Para
ello, revisa su propio recorrido por una serie de modos de experiencia cinematográficos,
en los que la generación de atmósferas inmersivas y envolventes busca reponer planos de
continuidad como opuestos a los planos de homogeneización, haciendo del mundo uno,
esto es, insistiendo en la proliferación de pluriversos y de un perspectivismo que es también
el de las imágenes.
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La tercera trama que compone este esfuerzo colectivo de escritura refiere a las
tensiones epistémicas y prácticas propias de la irrupción del mundo digital y el impacto
que este estrato relativamente reciente en la historia humana ha provocado al superponerse
dentro de un escenario socio-histórico, político y económico marcado por el conjunto de
luchas y disputas dentro de un mundo globalizado e hiperconectado. La cosmovisión a la base
de la serie de avances tecno-científicos que han posibilitado este nuevo escenario encuentra
sus fundamentos en un ideario modernizador, sustentado en la racionalidad del progreso
cuyo origen se retrotrae a una humanidad que depositó sus esperanzas en sus capacidades de
intervención y cuyo objetivo fue el de mejorar las condiciones de existencia sobre el planeta.
No obstante, en esta operación de enfocar la atención en las cuestiones de preocupación que
nos convocan en la actualidad, aparecen al menos dos elementos llamativos: el primero dice
relación con la situación planetaria de catástrofe y devastación provocada por las prácticas
de expoliación y abuso desmedido del medioambiente, producto de un modelo económico
capitalista desenfrenado centrado en el consumo y la hiperproducción. El segundo, en
estrecha correlación con el primero, refiere a la constatación de que, paradójicamente, dicho
ideal globalizador solo se ha hecho posible en la medida en que subsiste una cosmovisión
dividida y fragmentada entre el norte y el sur, entendiendo este último, por una parte, como
una fuente de extracción y explotación de recursos naturales, y por otra, como repositorio
de residuos y desechos simbólicos y materiales. Dentro de este contexto, tanto el escrito
de Claudia Kozak como el de Andrés Tello asumen, cada uno desde un abordaje singular,
el desafío de discutir críticamente los ensamblajes existentes entre el mundo digital y las
epistemologías coloniales desde una perspectiva doble: por una parte, atendiendo al hecho
de que existe un vínculo inextricable entre el desarrollo, la producción y distribución de las
tecnologías de la información digital, habitualmente abordadas en torno a sus condiciones
inmateriales, y las condiciones materiales que las hacen posibles y las sostienen; por otra
parte, atendiendo a la posibilidad de reproblematizar el sistema de relaciones a la base de
estos estratos para activar prácticas descolonizadoras orientadas a resistir y augurar nuevas
formas de enfrentar la multiplicidad de crisis que afectan a todos/as quienes habitamos el
planeta.
En “Literatura digital y materialidad desde el Sur” (135-153), Claudia Kozak
propone la literatura digital como una práctica artístico-poética que hace posible, desde una
perspectiva decolonial, rescatar las materialidades invisibilizadas y opacadas por modos de
escritura centrados en la primacía semiótica del lenguaje. Para explicar esto remite a la noción
de ‘dispositivo digital hegemónico contemporáneo’, para referirse al “conjunto de tecnologías,
discursos, instituciones, y prácticas que dan lugar a procesos de subjetivación atravesados por
redes de saber/poder, surgidas de un momento histórico datado hacia mediados del siglo XX
y vinculado a estrategias de gubernamentalidad basadas en la gestión comparada de grandes
masas de información”, mostrando que dicha obliteración se encuentra vinculada a los
modos en que el capitalismo esconde el entramado de relaciones que, en definitiva, tienden
a promover una acción de dominación sobre lo viviente. Frente a lo anterior, Kozak alude a
una serie de artistas que, desde la perspectiva de las prácticas tecnopoéticas contemporáneas,
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logran hacer emerger las materialidades silenciadas por medio de ejercicios que hacen
converger lo digital con elementos propios de las artes indígenas como lo textil, haciendo
que convergan temporalidades y espacialidades divergentes, posibilitando, en definitiva,
que el cuerpo entre en la experiencia digital. En sus propios términos: “La zona que más
me interesa, con todo, es la que permite activar un experimentalismo crítico capaz de abrir
acontecimiento, esto es, capaz de potenciar disrupciones creativas y críticas que, al tiempo
que nos permitan dialogar con los sentidos particulares propuestos en cada pieza literaria
digital, nos permitan también releer críticamente la propia cultura/vida algorítimica”.
En “Descolonizar la computación a escala planetaria. Inteligencia artificial y
planetariedad en la época del Antropoceno” (155-173), Andrés Tello retoma la noción
de “computación a escala planetaria” para consignar el modo en el que el desarrollo de
la inteligencia artificial ha tenido un impacto directo sobre las condiciones materiales
vinculadas a la misma racionalidad colonial que históricamente ha desplegado prácticas de
extractivismo, expoliación y destrucción del medioambiente, vinculándolo a las formas de
acumulación capitalista y cuyo resultado ha provocado la entrada en la época geológica del
Antropoceno que actualmente vivimos: “La computación a escala planetaria se constituye
entonces como un vasto ensamblaje de dispositivos que en ningún caso es meramente
virtual, puesto que requieren, en todos sus niveles, del entrelazamiento tanto de procesos de
explotación de cuerpos humanos, como de procesos de extracción de recursos naturales y datos
masivos generados por todas las interacciones de usuarios con los entornos digitales”. Frente
a la sofisticación de las formas de colonización sostenidas bajo el imperio de las operaciones
posibilitadas por la inteligencia artificial, Tello retoma la noción de “planetariedad”
desarrollada por Spivak, entendiéndola como “un medio para pensar a través de aquello que
tiende hacia lo invisible en nuestro mundo de hiperconexión computacional”, mostrando
así la posibilidad de agenciar una transformación de los modos de conexión con el mundo:
transitar desde una visión de lo ‘global’, como expansión civilizatoria y de apropiación
de la tierra, hacia un ‘giro planetario’ que nos disponga como terrestres en torno a una
preocupación por la habitabilidad que “no se ajusta necesariamente ni a los tiempos ni a la
gestión de la política global humana, y que sin embargo, precisamente por eso, nos pone en
un plano de igualdad con cualquier otra forma de vida”. Así, Tello subraya la necesidad de
hacer uso de prácticas tecnológicas desde una perspectiva que nos permitan hacer frente a
los modos de colonización planetaria centrados en un futuro homogéneo y cuyo desenlace
parece situar al planeta en una situación de desequilibrio permanente.
Antonia Viu-Bottinia
Pedro Eduardo Moscoso-Floresa
a
116
Universidad Adolfo Ibáñez, Chile.
antonia.viu@uai.cl,
pedro.moscoso@uai.cl
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DOI: 10.4067/s0071-17132023000200117
El necroespacio del Antropoceno:
un archivo anacrónico
The Necrospace of the Anthropocene.
An Anachronistic Archive
GISELA HEFFESa, b
a
b
Rice University, USA.
gisela.heffes@rice.edu
Johns Hopkins University, USA.
En este artículo parto de la idea de anacronismo postulada por Didi-Huberman en Ante el tiempo
como modelo de interrogación de la historia, y en conexión con la propuesta dialéctica de Benjamin
y la noción de “discontinuidades” y “anacronismos del tiempo” (2011: 154) para formular que
las estratificaciones geológicas del Antropoceno forman capas que pueden leerse como archivos.
Pienso el archivo en este ensayo a partir de dos coordenadas teóricas: por una parte, necropolítica y
necropoder (Achilles Mbembe); y por el otro, la de Walter Benjamin con relación al acto de recolectar,
especialmente aquello que atesora un valor que escapa los dispositivos de mercantilización y por lo
tanto es capaz de registrar restos, detritus, y todo aquello que fluctúa en el umbral de la extinción.
Propongo, en un sentido más amplio, un necroespacio antropogénico que, alterado e intervenido por
capas materiales de formas vivientes e inorgánicas, irá forjando archivos anacrónicos. Las figuraciones
estéticas aquí analizadas son la novela El Rey del Agua (2016), de la argentina Claudia Aboaf, el
relato “Agua” (1935) del peruano José María Arguedas, y “Los pescadores de vigas” (1913), del
uruguayo Horacio Quiroga. Leo estas figuraciones estéticas desde un ejercicio crítico que potencia
una propuesta est(ética) antropocénica en sí misma y que, en su fluir conceptual las enlaza junto a
capas terrestres, hídricas y atmosféricas. Este gesto no sólo intenta tensionar una lectura formateada
sino también una forma de análisis que se funda en la erosión de un texto y por lo tanto cierra toda
posible capa de sentido.
Palabras clave: estudios latinoamericanos, humanidades ambientales, Antropoceno, archivo, anacronía, necropolítica.
This article stems from the idea of anachronism postulated by Didi-Huberman in Before Time, as
a model of questioning of history, and in connection with Benjamin’s dialectical model and the
notion of “discontinuities” and “anachronisms of time” (2011: 154) to propose that the geological
stratifications of the Anthropocene form layers that can be read as archives. I conceive the archive in
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
this essay through two theoretical coordinates: on the one hand, necropolitics and necropower (Achilles
Mbembe); on the other, Walter Benjamin’s notion in relation to the act of collecting, especially that
which treasures a value that escapes commodification devices and therefore it is capable of registering
remains, detritus, and everything that fluctuates on the threshold of extinction. I propose, in a
broader sense, an anthropogenic necrospace that, altered and intervened by material layers of living
and inorganic forms, will go on forging anachronistic archives. The aesthetic figurations analyzed here
are the novel El Rey del Agua (2016) by the Argentine Claudia Aboaf, the short stories “Agua” (1935)
by Peruvian José María Arguedas, and “Los pescadores de vigas” (1913), by Uruguayan Horacio
Quiroga. I read these aesthetic figurations from a critical exercise that bolster an anthropogenic
aesthetic/ethical proposal and that, through its conceptual flow, links them together with terrestrial,
hydric and atmospheric layers. This gesture not only seeks to stress a formatted reading but also a
form of analysis that is based on the erosion of a text and that therefore closes any possible layer of
meaning.
Keywords: Latin America Studies, Environmental Humanities, Anthropocene, archive, anachronism,
necropolitcs.
1. EL ANTROPOCENO
Como ya es harto conocido, el concepto de Antropoceno ––del griego anthropos,
que significa humano, y kainos, que significa nuevo–– fue acuñado por el químico neerlandés
Paul Crutzen, ganador del Premio Nobel de química en el año 1995, para designar una
nueva época geológica caracterizada por el impacto del hombre sobre la Tierra. Se trata de
un tipo de degradación y destrucción que se inscribe en una dimensión planetaria donde
la escala espacial y temporal de las intervenciones humanas definen, hasta cierto punto, el
tiempo profundo de su estrato geológico. Es decir, la escala temporal de las capas geológicas,
las que son vastas, inimaginables e inmensamente más grandes que la escala ––e historia––
humana. Pero ¿qué significa volverse una fuerza geológica? ¿Y qué efecto tiene en nuestras
vidas sabernos agentes de cambios que alteran los estratos, las capas que dan cuenta de
formaciones y yuxtaposiciones? Más aún, ¿es posible visualizar y, stricto sensu, representar lo
que, dada su magnitud, escapa ––o excede–– nuestras capacidades cognitivas y perceptivas?
Uno de los aspectos más inquietantes del Antropoceno es la novedad de saber que
nuestro presente se encuentra, de hecho, acompañado por pasados profundos y profundos
futuros (Farrier 2019: 6). El Antropoceno expone el agenciamiento humano en las vastas
escalas que dan forma a los sistemas terrestres y a las formas de vida que lo sostienen.
El tiempo profundo (y geológico) adquiere, por otra parte, un aspecto deslumbrante y
desconcertante a la vez, en cuanto elemento cotidiano que acompaña y determina la vida
humana y no humana. Desde nuestra dependencia continua de los combustibles fósiles o
hidrocarburos, a la de ciertos minerales como así también materiales sintéticos, incluyendo
el plástico, nylon, poliéster, conservantes artificiales, neopreno, polietileno y PVC, todos
118
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
estos componentes nos conectan de manera íntima con un pasado distante y prehumano
pero también con un futuro ––quizá menos distante–– y posthumano.
2. UN ARCHIVO ANACRÓNICO
Si el Antropoceno en cuanto época intenta revelar un “efecto” ––una fuerza geológica
humana que altera los estratos, las capas que dan cuenta de formaciones, superposiciones
y sedimentaciones––, revela asimismo un “proceso” característico de la historia terrestre: el
de acumular, el de incorporar y desechar, mezclar y ensamblar, incluir y excluir.1 Esto es, un
archivo material que en su proceso de formación va organizando e inventariando estratos
y trazando mapas. Este archivo, cuyas sedimentaciones narran historias de cambios, de
albores y ocasos, de métodos y tránsitos, y de temporalidades inscriptas como jeroglíficos en
las rocas, operan, en otra escala, fuera de los marcos de la racionalidad teleológica moderna,
formando ––en su clave literal, formaciones, capas–– un archivo anacrónico que opera no
sólo “contra el tiempo” sino como un error en la cronología de la historia ––su linealidad
sucesiva–– cuestionándola. Una de las definiciones de anacrónico es la de “error en la
cronología” y, según la Real Academia Española, anacrónico significa que “no es propio de
la época de la que se trata”, esto es, opera fuera de su tiempo, pero entendiendo tiempo, a su
vez, como secuencia y ordenamiento consecutivo.2 El error, entonces, no como equívoco,
sino como intersticio a través del cual postular una contra historia, una historia no oficial,
una genealogía alternativa para configurar otros archivos, y junto a éstos, otros saberes
articulados desde los silencios y las borraduras. Parto entonces de la idea de anacronismo
postulada por Didi-Huberman en Ante el tiempo como modelo de interrogación de la
historia, y en conexión con la propuesta dialéctica de Walter Benjamin y la noción de
“discontinuidades” y “anacronismos del tiempo” (2011: 154).
Las estratificaciones geológicas del Antropoceno, ya lo hemos dicho, forman capas
que pueden leerse como archivos. Pienso el archivo en este ensayo a partir de dos coordenadas
teóricas: por una parte, la propuesta de Achilles Mbembe en relación a la necropolítica
y el necropoder; por el otro, la de Walter Benjamin en relación al acto de recolectar,
especialmente aquello que atesora un valor que escapa los dispositivos de mercantilización
y por lo tanto es capaz de registrar restos, detritus, y todo aquello que fluctúa en el umbral
de la extinción. Este archivo, en apariencia contingente, constituye la expresión soberana
a la que refiere claramente Mbembe cuando aborda las formas del necropoder: a saber, su
“capacidad de dictar quién puede vivir y quién debe morir” y la práctica de control “sobre la
mortalidad” a partir de una definición de “vida” en correlación con “una manifestación de
Algunos ejemplos son los desplazamientos y deformaciones, los cambios abruptos, las interrupciones largas y
las discontinuidades, los cuales revelan un proceso heterogéneo y desigual.
1
Una de las acepciones formuladas por la Real Academia Española de “anacronismo” es “[e]rror consistente en
confundir épocas o situar algo fuera de su época” (mi énfasis).
2
119
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
ese poder” (2003: 11-12). En un sentido más amplio, un necroespacio antropogénico que,
alterado e intervenido por capas materiales de formas vivientes e inorgánicas, irá forjando
archivos anacrónicos.
3. EL NECROESPACIO DEL ANTROPOCENO
Un archivo en términos bejaminianos supone un archivo no institucional ––su
acepción deriva tanto en griego como latín de ayuntamiento o municipalidad, oficinas
de gobierno, y remite, a su vez, a la idea de comienzos, orígenes, dominio––. El orden, la
eficiencia, la compleción y la objetividad establecen los principios del trabajo de archivo.
Por el contrario, el archivo para Benjamin consiste de “imágenes, textos, signos, cosas
que uno puede ver y tocar, pero que constituyen además un reservorio de experiencias,
ideas, esperanzas, y que pueden ser a su vez analizadas e inventariadas por el encargado del
catálogo” (Wizisla 2015: 11). El necroespacio del Antropoceno como un archivo anacrónico
implica, por lo tanto, recoger los escombros tangibles e intangibles que la modernidad
fue desechando: cuerpos humanos y no humanos, objetos consumidos y descartados,
emisiones de gases que retornan bajo formas diversas, ya sea sequía o inundación, fuegos
forestales o huracanes, o bajo escalas y frecuencias ausentes ––e inconcebibles–– en otras
épocas.
Las figuraciones estéticas aquí analizadas son la novela El Rey del Agua (2016), de
la argentina Claudia Aboaf ––la cual se inscribe, a su vez, en la trilogía de Pichonas (2014)
y El ojo y la flor (2019)–– el relato “Agua” (1935) del peruano José María Arguedas, y
“Los pescadores de vigas” (1913), del uruguayo Horacio Quiroga. Estas tres expresiones
estéticas fundan genealogías que, desde su revés, iluminan continuidades y rupturas. Para
esto, voy a proponer cómo un archivo fluido, en este caso una sustancia específica como lo
es el agua, funciona como repositorio desde donde leer procesos de inclusión y exclusión,
construcciones de la historia cuyos relatos hegemónicos ––llámese “canon”–– fuera tejiendo
desde los márgenes otras historias. En los bordes o periferia de esas construcciones descansan,
así, las borraduras de una historia equívoca, los “errores” que reclaman un lugar desde los
intersticios silenciados por una cronología hegemónica.
Más aún, en estos tres ejemplos el agua cataliza un planteamiento desestabilizador
en relación al orden oficial, esto es, al orden dominante, proponiendo a través de una
semántica fluvial una serie de afluentes que se bifurcan y remontan río abajo o río arriba,
en pluridirecciones. Este archivo fluido no se pretende exhaustivo. Por el contrario, se
intenta formular una lectura a contracorriente con el fin de demostrar la elasticidad, la
capacidad de resiliencia y la libertad que caracteriza y opera en un archivo anacrónico.3 Es
Es importante insistir en que esta genealogía, lejos de ser exhaustiva, opera como una provocación, una
invitación a reflexionar en sus posibles articulaciones. En el apartado 10, por ejemplo, propongo, a modo de
interludio, releer Pedro Páramo (1955), del mexicano Juan Rulfo, como un referente clave en la articulación de
un archivo contra-hegemónico.
3
120
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
más, se pretende evocar, como si tal archivo pudiera revelar sorpresas, que las historias que
se ensamblan desde los márgenes, conforman un montaje de vínculos y parentescos cuyas
riquezas ––no las extraídas hasta su depleción–– laten ocultas, como una energía vital que,
adormecida, espera narrar su versión de los acontecimientos y arrojar una nueva luz sobre
el presente.
4. EL ESPACIO DE LA ESCRITURA Y LA ESCRITURA DEL ESPACIO
El tiempo profundo de la tierra moldea nuestro presente no sólo en términos
de estratos geológicos y biodiversidad evolutiva, sino en términos de texturas, procesos,
dispositivos y artefactos, los que articulan nuestra experiencia y percepción de la/en la
modernidad. La escritura, por su parte, expande su propia capacidad escalar cuando conecta
el tiempo humano con los pasados y los futuros profundos de lo no humano. En este
sentido, el trabajo escriturario remite a una labor geológica cuando recupera los trazos,
restos y vestigios materiales con el fin de reconstruir una relación entre lo arcaico y lo
contemporáneo, lo microscópico y lo planetario, lo local y lo global, el pasado, el presente
y el futuro.
En América Latina, la literatura, el cine y el arte en general ofrecen una plataforma de
experimentación, contestación y, en algunos casos, de impugnación que desplaza la atención
hacia estas emergencias actuales (y con emergencias me refiero a su doble acepción de emerger
y de urgencia), estableciendo diálogos productivos con nuevos modos de indagación crítica
y cultural, especialmente en relación con las teorías postantropocéntricas. El crítico literario
David Farrier propone, en Anthropocene Poetics (2019), diversas exploraciones estéticas para
reflexionar sobre la escala del Antropoceno y visualizar cómo, en esta nueva época geológica,
el pasado distante y el futuro próximo fluyen a través del presente en formas que, a veces,
resultan incluso extraordinarias (1-2). Formas poéticas cuya materialidad se extiende en
el tiempo, desarraigando y visibilizando su conexión con sus orígenes. Esta materialidad,
que amplifica la presencia de indicios humanos y no humanos en la forma de paisajes
antropogénicos, promueve una materialidad divergente que corresponde, en algunos casos,
con ecosistemas alterados.
La noción de lugar es central dentro las discusiones en torno al Antropoceno.
Parto de un marco teórico propio de las humanidades ambientales, el que fluctúa entre la
ecocrítica (esto es, la atención al entorno natural y o/construido––no humano), el nuevo
materialismo o neomaterialismo (esto es, la agencialidad de la materia––para muchos
también postantropocentrismo); y el posthumanismo (esto es, la deconstrucción de la
excepcionalidad del y lo humano) (Fornoff y Heffes 2021: 7). En especial, la publicación
de trabajos de ecocrítica poscolonial moviliza problemáticas vinculadas con proyectos
europeos de conquista, colonización, dominación global y lo que recientemente Mary
Louise Pratt definió como el “imaginario planetario” (2022) a partir de la crisis de futuridad
que acompaña el nuevo milenio y que vincula con la catástrofe ambiental y las nuevas
121
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
formas de pensamiento que ha catalizado.4 Muchos de estos trabajos propician, a su vez, una
evaluación de la ideología imperialista y racial de la cual dependió ––y todavía dependen––,
estructuralmente, muchas de las experiencias críticas, de los imaginarios estéticos, y de
las condiciones socioeconómicas locales. Junto al interrogante acerca de una naturaleza
explotable se articulan otras cuestiones, como la condición de las comunidades vernáculas e
indígenas, forzadas ––violentamente–– a abandonar sus hogares, sus tierras, sus valores, sus
visiones naturales y ecológicas, y sus cosmologías, con el fin de adoptar aquellas impuestas
por la cultura de Occidente. Leídos desde una perspectiva ecocrítica poscolonial, tanto el
paisaje terrestre como el paisaje marino son concebidos como participantes, actores del
proceso histórico ––en lugar de espectadores de la experiencia “excepcional” humana––.
No se trata de una mera extensión de las metodologías postcoloniales a la esfera del mundo
material y humano, sino que requiere tener en cuenta “los modos en que la ecología trabaja,
y que este trabajo no siempre se encuentra dentro de los marcos del tiempo humano y
los intereses políticos” (DeLoughrey y Handley 2011: 4). Esta posición aporta una
epistemología compleja que recobra la alteridad tanto de la historia como de la naturaleza
sin reducir una a la otra, y viceversa. Una vez puestas en marcha las prácticas occidentales de
sometimiento y subyugación de los seres humanos y los organismos vivos y no humanos el
impacto humano y ecológico fue irreversible (Huggan y Tiffin 2010). A contracorriente del
proyecto de colonización, y en tanto insurgencia liminal, urge promover una imaginación
espacial hecha posible por la experiencia del lugar. Y frente al proceso de producción histórica
en el sur global, la ecocrítica poscolonial emplea el concepto de lugar para cuestionar
narrativas temporales de progreso impuestas por los poderes coloniales. La regulación de
los cuerpos y su productividad, y su relación con la planificación, apropiación y extracción
de organismos vivos e inertes en el espacio natural y construido, supone intervenciones e
injerencias materiales cuyos despojos tejen, como una sobrevida, o post-vida, “umbrales
críticos” (Didi-Huberman 2011: 73). En consecuencia, cabe (y apremia) indagar cómo las
prácticas estéticas y los estudios culturales han definido ––y siguen definiendo–– lo que es
humano y no humano.
5. EL TIEMPO DE LA MODERNIDAD
Frente a la teleología de la modernidad se impone la noción de lugar como lo
permanente ––lo arraigado–– y marca de ahistoricidad. El tiempo, en su revés, como lo
pasajero y efímero, índice de historicidad. Me permito ilustrar esta idea con un ejemplo:
en un ensayo muy breve, titulado “Circling Eloh: A Meditation”, el escritor de origen
Cherokee, Lucien Darjeun Meadows, evoca la retórica cherokee en referencia a lo que Rose
Vale aclarar que Pratt aboga por una descolonización del poscolonialismo: “Postcolonial inquiry bracketed out
the so-called first wave of European imperial expansion, that is, the Spanish, Portuguese, British, and French
colonial enterprises of the fifteenth through eighteenth centuries, all over the planet but most conspicuously in
the Americas” (2022: 16).
4
122
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Gubele definió como “elohology”: específicamente, la convergencia entre lengua, memoria
y tierra se entrelazan aquí para generar una experiencia espacial compartida y colectiva.
Dice el ensayo: “We are where we are, much more than we are when we are. There is
no when without a where. There is no we without a here.” [“Estamos donde estamos,
mucho más que estamos cuando estamos. No hay cuando sin un donde. No hay nosotros
sin un aquí] (Meadows, mi traducción). El aquí, el anclaje espacial de la experiencia y
memoria colectivas puede en su revés devenir un espacio necrológico, cuando los canales
que irrigan flujos vitales ––fujos de “vida”–– se descomponen en capas inertes, tóxicas o
contaminantes. Durante su meditación, Meadows evoca la memoria de su abuelo, la que
conecta con el presente, un ahora en el que la amenaza de una posible inundación en una
de las represas del estado de Virginia occidental ––la cual se encuentra, paradójicamente,
ubicada junto a una planta y depósito de carbón–– pone en riesgo la salubridad de los niños
que se encuentran en una escuela elemental (o primaria), a sólo 150 pies de distancia. La
meditación, en términos formales, gira en círculos reproduciendo a través de la repetición
los interrogantes que el mismo Meadows se hace a sí mismo en su escritura. Y junto a esta
experimentación discursiva y formal surge un itinerario también circular, que va activando
los interrogantes durante su caminata, y la problematización de las “externalidades” que
acompañan nuestros modos de consumo y producción modernos. Meadows captura ese
instante de confusión y contestación que emerge cuando los sujetos y las comunidades que
habitan esas tierras deben confrontar la nocividad de un lugar que los define e identifica,
consignándolos a una “sociedad de riesgo” más, entre las miles que se suman a la lista cada
día. Las “sociedades de riesgo”, tal como las definió y conceptualizó el sociólogo alemán
Ulrich Beck en su libro homónimo de 1986, se destacan por su modalidad operativa, la
cual consiste en una condición asimétrica desde donde configurar y afrontar los riesgos e
inseguridades inducidos e implantados por la modernización. Confusión y contestación
porque, como sugiere Stacy Alaimo en Bodily Natures (2010), requieren, en muchos casos,
de una mediación científica que no siempre ––por no decir la mayor parte de las veces–– se
encuentra disponible.
6. NECROPOLÍTICA
En su famoso ensayo sobre necropolítica, Achilles Mbembe sugiere que la noción
de biopoder es insuficiente para dar cuenta de las formas contemporáneas de subyugación de
la vida por parte del poder sobre la muerte (2003: 12, 39). La emergencia de discursividades
enfocadas en las políticas de vida afecta, como sugiere Rosi Braidotti, no sólo las prácticas
relacionadas con la muerte sino con las nuevas formas de morir. Retomando la propuesta
conceptual de Mbembe, plantea que el biopoder y la necropolítica conforman dos lados de
una misma moneda (Braidotti 2). Para Mbembe “la última expresión de la soberanía reside
en el poder y en la capacidad de dictar quién puede vivir y quién debe morir [...] Ejercer
la soberanía ––sostiene–– es ejercer el control sobre la mortalidad y definir la vida como
123
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
una manifestación de ese poder” (2003: 11-12).5 Me interesa, en particular, la formulación
conceptual que hace Mbembe en relación a las “topografías de la represión y crueldad”,
las cuales surgen en condiciones de colonialidad y necropoder, borrando líneas divisorias
y confundiendo los modos de reacción y de actuar. Necro– es el sufijo que, en griego,
remite a cadáver o muerte. Necroespacio sería, en este sentido, un espacio donde se alojan
los cadáveres o la muerte. O ambos. Sería, en efecto, el resultante de una topografía de la
represión y la crueldad, cuya organización y disposición espacial responde a un régimen de
necropoder, el cual pone en funcionamiento su soberanía con el fin de determinar quién/qué
vivirá o quién/qué deberá morir. Su sustrato material, por lo tanto, se encuentra imbricado
de mortandad. En sus sedimentos anida la hecatombe de la modernidad. Si transfiero la
noción de quién a qué, es no tanto para de-subjetivar la propuesta de necropolítica ni para
subjetivar la idea de espacio en el contexto del Antropoceno, sino más bien para pensar,
como sugiere Bruno Latour, en formas de “distribuir la agencia tan lejos y de una forma tan
diferenciada como sea posible, hasta que hayamos perdido por completo cualquier relación
entre estos dos conceptos de objeto y sujeto, que no son más de interés, excepto patrimonial”
(Latour 2014: 2). En suma, para complicar sus alcances pero, ante todo, desbaratar sus
limitaciones.
7. ABOAF, ARGUEDAS, QUIROGA
En la novela El Rey del Agua, el necroespacio se define como un espacio fluido, donde
lo orgánico e inorgánico, la basura desechada por el consumo, la toxicidad proveniente de las
industrias y cultivos masivos, junto a los restos corporales de los desaparecidos de la dictadura
militar, se ensamblan dando lugar a una materialidad inespecífica, liminal e inestable. El
necroespacio, así, desmarca nociones esencialistas y románticas del mundo natural, en
este caso el agua. La novela, como toda la trilogía, gira en torno a las hermanas Juana y
Andrea, cuyo padre fuera desaparecido durante la última dictadura militar argentina. Pero es
también una historia sobre la escasez de recursos (el agua), su explotación y privatización, y la
formulación espacial de una topografía hídrica en la que navegan, además, restos humanos.
En lo que podríamos, tentativamente, definir como una narrativa acuática, el agua adquiere
una dimensión necroespacial que incluye la desnaturalización de las redes fluviales que
rodean la isla de Tigre, en las afueras de Buenos Aires. La trama se desenvuelve en el Territorio
Líquido, un Delta de Tigre enmarcado en un futuro cercano donde la venta del “agua cruda”
y los “cementerios de río” concentran el negocio del “Rey del Agua”. Las taxonomías del
agua en la novela se corresponden con diferentes categorías estéticas, formales y temáticas.
Por ejemplo, Juana, la hermana de Andrea, queda “sumergida” en las redes profundas ––
las redes virtuales–– y esta inmersión continua amplifica el enredo metafórico/real. Esta
multiplicidad semántica, y que propongo leer desde el Antropoceno, tiene, no obstante,
5
Véase también: Achille Mbembe, On the Postcolony (2001).
124
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
antecedentes tempranos. Para los fines de este archivo fluido y anacrónico, propongo releer
los relatos de Horacio Quiroga “Los pescadores de vigas”, de 1913, seguido por “Agua”
(1935), de José María Arguedas. En “Los pescadores”, el indígena “Candiyú” adquiere un
fonógrafo del inglés “Míster Hall” a cambio de unas cuantas vigas de “palo rosa”, madera
exquisita que sólo se consigue de manera ilegal, cuando hay una “creciente grande” del
río, que es cuando “bajan” de los bosques talados río arriba (Quiroga 2004: 134). Es un
negocio ventajoso para el inglés, quien posee más de un fonógrafo y cuya transacción no
supone ningún tipo de riesgo o pérdida. El relato consiste en una crítica vehemente a las
políticas de extracción. Dentro de lo que fue el boom exportador de finales de siglo XIX y
comienzos del siglo XX, estas políticas expusieron la presencia de imperialismos informales
a través de diversas formas de neocolonización.6 Candiyú, quien trabaja en una plantación
de yerba mate de origen presumiblemente extranjero, se dedica a la caza “ilegal” de vigas, las
cuales pertenecen a compañías foráneas. Posterior a su extracción, las compañías procederán
a enviarlas al extranjero, donde se encuentran los centros de consumo y por lo tanto de
demanda. Luego de una lluvia torrencial, a partir de la cual ceden un número de vigas
atesoradas a la orilla, río arriba, Candiyú se arroja en busca de las vigas preciadas, y cubrir así
los costos del fonógrafo que Míster Hall le había ofrecido a cambio. La topografía hídrica por
la que fluye Candiyú se transforma poco a poco, en el relato, en un necroespacio, conforme
su propio cuerpo se va confundiendo con organismos inertes que flotan río abajo a la par:
árboles enteros “arrancados de cuajo”, con “las raíces negras al aire, como pulpos”, vacas y
mulas muertas, junto a “un buen lote de animales salvajes ahogados, fusilados o con una
flecha plantada aún sobre su raigón”, y, desde luego, algún tigre, tal vez, “camalote y espuma
a discreción––sin contar, claro está, las víboras” (ibid.: 137). Hombres ahogados y con la
“garganta abierta” transforman el espacio fluvial en un ecosistema donde diversas especies y
organismos, vivos y muertos, interactúan en un territorio líquido y fluido, transformándolo
en un archivo anacrónico (ibid.: 138). Compuesto de despojos, errores, asesinos y asesinados,
historias y contra historias, en la materialidad de su afluente se confunden formas,
se superponen textualidades, y se sedimentan tiempos, orígenes y porvenires truncos.
8. ECOCRÍTICA MATERIAL
Tejido fluvial que las críticas Serenella Iovino y Serpil Oppermann ––desde la
ecocrítica material–– caracterizarían como “materia narrada” (en inglés: storied matter),
lectura que concibe la materia que da forma al mundo como un texto elocuente que emerge
de la convergencia de fuerzas discursivas y materiales, y que expresan las interacciones de los
actores humanos y no humanos (2014). Según Iovino, una perspectiva ecocrítica material
consiste en un intento por acceder a un indicio velado e inscripto en su textualidad espacial
Véase especialmente el capítulo cuatro “Regionalism and the Export Boom” en The Latin American Ecocultural
Reader (French y Heffes), 125-164.
6
125
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
a través de su manifestación narrativa, la cual opera como prisma que saque potencialmente
a la luz historias diversas ––en particular, las de comunidades no humanas que habitan un
espacio específico, que no es sino el que nos aloja y donde se encuentran insertas nuestras
vidas humanas (2018: 113-114). Si los estudios materiales (o los nuevos materialismos)
han servido como herramienta de indagación en relación al entorno físico y natural, la
ecocrítica material, en un sentido más amplio, deriva, en palabras de Iovino, de la idea
de que es posible fusionar nuestras prácticas interpretativas con expresiones materiales de
manera que “las materias y los significados de la realidad global y mundana”, como la
actividad de las partículas subatómicas, interpelan los “modos en que la combinación de
sustancias tóxicas y prácticas ‘toxicas’ producen espacios tóxicos y cuerpos tóxicos” (ibid.:
114). A diferencia del “giro ontológico”, el “giro material” implica la búsqueda por un
nuevo paradigma conceptual capaz de, por una parte, teorizar las conexiones entre materia
y agenciamiento y, por el otro, comprender el “entrelazamiento de cuerpos, naturaleza y
significados”, los cuales pueden ser culturales, sociales, políticos, simbólicos y naturales; es
decir, conectarlos con los modos en que las materias vivientes se organizan a sí mismas en
modalidades autorreguladas. Por otra parte, la interacción con la materia es necesaria para
volver sobre y reconocer las emergencias agenciales a medida que se amalgaman en prácticas
sociales, científicas y cognitivas, junto con los modos en que consumimos, agotamos y
reducimos nuestro entorno material. Por esta razón, esta posición analítica reconoce a la
materia como un texto, un espacio de narratividad e historias materiales, de igual modo que
un palimpsesto corporal ––cuerpos extendidos y compuestos por materia y discurso–– en
que las historias se inscriben.
9. FÓSILES DEL FUTURO
Sin embargo, lo que constituye un tejido fluvial, acuoso, de “materia narrada” ––
opera también como espacio de contestación e impugnación entre las dinámicas de poder
y distribución de saberes, estructuras geopolíticas y económicas, modos de extracción y
exportación que revelan la reducción y agotamiento de recursos naturales, como así también
el uso de la tecnología como modo desequilibrado de beneficio. Veintidós años después
de la publicación de “Los pescadores de vigas”, el escritor peruano José María Arguedas
publicaba el cuento “Agua”, una historia donde la escasez hídrica y, en particular, la
distribución desigual de esta fuente vital de subsistencia revela las tensiones que definen un
pasado colonial que, a lo largo del relato, se extiende (¿agazapa?) sobre el presente. En este
caso, las temporalidades (post)coloniales reemergen como continuidades, una pulsión que
nunca termina de disiparse. Si en el relato de Quiroga el territorio fluvial se manifiesta con
toda su furia y energía, en Arguedas es la carencia y la insuficiencia de recursos. Las fuentes
hidráulicas son, aquí, prácticamente inaccesibles. La historia se desarrolla en un pueblo
chiquito llamado “San Juan”, el que se ubica cerca de una mina abandonada. La presencia
de la mina, vestigio de un pasado extractivista y colonial, subraya las conexiones entre
126
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
apropiación/explotación, naturaleza/recursos naturales y condiciones laborales de pseudo
esclavitud. Así, el relato compone una matriz que entrelaza los elementos simbólicos de
la “materia narrada” para confeccionar un tejido material a partir del cual lo discursivo
incorpora los vestigios y las ruinas presentes junto a un pasado, también vigente. De este
modo, el necroespacio en que se aloja este tejido material es un territorio árido; y es, a su
vez, la carencia.
En el pueblo, ubicado en los cerros y rodeado de montañas, la población local e
indígena se reúne todos los domingos en demanda de agua porque “Agua, niño Ernesto. No
hay pues agua. San Juan se va a morir porque don Braulio hace dar agua a unos y a otros los
odia” (1983: 23). El maíz de los comuneros, endeble, “casi no se mueve ya ni con el viento
se secará”, mientras que el de don Braulio, “está gordo, verdecito está, hasta barro hay en
su suelo” (ibid.: 27). Barro que sólo el agua puede generar, porque Don Braulio “era como
dueño de San Juan” (ibid.: 35). En este paisaje de la desolación, los comuneros “pedían agua
lloriqueando y después se regresaban; si no conseguían turno, se iban con todo el amargo
en el corazón, pensando que sus maizalitos se secarían de una vez en esa semana” (ibid.: 31).
Es más, en el pueblo de San Juan se encuentran sólo “arbustos secos, pardos y sin hojas”,
un paisaje de rocas deshidratadas, hasta cierto punto desahuciado, cuyos “falderíos terrosos,
la cabeza pelada de las montañas, la arena de los riachuelos resecos” se clavan en el entorno
dándole un aire de yermo y lividez (ibid.: 36). A pesar de que Braulio alegue ser el dueño del
pueblo, las montañas, y por extensión, del destino de los comuneros que dependen del agua
que él mismo suministra a su antojo, de acuerdo con su ánimo y preferencias, Arguedas
logra contraponer dos miradas antagónicas. Por un lado, el individualismo cáustico de
Braulio; por el otro, los comuneros (cuya referencia a comunidad, común, es evidente) para
quienes el agua, las montañas, no tienen dueño: “Mama−allpa (madre tierra) bota agua,
igual para todos” (ibid.: 34). Pero más que nada Arguedas construye un relato que ejerce
una crítica profunda a la brutal explotación de los indios (abuso laboral y maltrato que
expone una prolongación temporal [el pasado en el presente] pero también socioespacial
[una distribución y transposición del poder y jerarquías análogas al periodo colonial]). Lo
dice de manera categórica:
––Como en todas partes en Nazca también los principales abusan de los jornaleros
––siguió Pantaleoncha––. Se roban de hombres el trabajo de los comuneros que van
de los pueblos: San Juan, Chipau, Santiago, Wallawa. Seis, ocho meses, le amarran
en las haciendas, le retienen sus jornales; temblando con terciana le meten en los
cañaverales, a los algodonales. Después le tiran dos, tres soles a la cara, como gran
cosa. ¿Acaso? Ni para remedio alcanzó la plata que dan los principales. De regreso,
en Galeras−pampa, en Tullutaka, en todo el camino se derrama la gente; como
criaturitas, tiritando, se mueren los andamarkas, los chillek’es, los sondondinos.
Ahí nomás se quedan, con un montón de piedra sobre la barriga (ibid.: 30).
127
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
La imagen es poderosa. Los hombres, como las rocas inertes del paisaje, se integran
a la pedregosidad del entorno, hasta que de esa inercia sólo quede polvo, aridez, sequía pura.
Es otro necroespacio donde, en efecto, los comuneros “son para morir como perros” (ibid.:
31). Sedientos y deshidratados, los comuneros devienen formas de vida en descomposición
y se definen por esa carencia, la ausencia de agua, a la par que poco a poco se entremezclan
y confunden con otro necroespacio, uno terrestre y polvoriento, residuos humanos que
permanecerán allí hasta deshidratarse, que serán injeridos por aves hambrientas, y que
pasarán a conformar nuevas capas geológicas: un archivo anacrónico cuyos detritus
confeccionan una historia alternativa o contra historia. Dicho de otro modo, serán estos
cuerpos abandonados los que constituirán, en un revés marcado por la escasez, los fósiles
humanos y no humanos del futuro.
10. INTERVALO: RULFO
Las estratificaciones geológicas del Antropoceno, ya lo hemos dicho, forman capas
que pueden leerse como archivos. Estos archivos, en apariencia contingentes, constituyen la
expresión soberana que Mbembe refiere claramente al abordar las formas del necropoder, su
capacidad de determinar quién puede vivir y quién debe morir y la práctica de control sobre
la mortalidad a partir de una definición de “vida” en correspondencia con una manifestación
de ese poder. Cuando Arguedas escribe “en todo el camino se derrama la gente” está
dialogando, o incluso se adelanta, con otro yermo, como el de Pedro Páramo de Juan Rulfo
(1955). Como sugiere Cristina Rivera Garza en Los muertos indóciles (2013), “[t]odos sus
murmullos. Esos que suben o bajan por la colina detrás de la cual se asoman, ateridas, las
luces de Comala” es “la gran necrópolis poblada de exmuertos” (2019: 10). Exmuertos,
presuntamente, porque nunca fueron enterrados, o exmuertos, porque la maquinaria del
desarrollismo (la “revolución verde”) los fue, con sistemática brutalidad, desplazando y
desarraigando, dispersando sus almas en parajes estériles e inhóspitos, lejanos. La crítica
Kerstin Oloff observa que los paisajes disecados y despoblados en la ficción de Rulfo ––
pienso también en “Luvina”, que se publica sólo dos años antes que Pedro Páramo–– evoca
las consecuencias desastrosas que tuvieron en México los experimentos agrícolas y a gran
escala, puestos en práctica por el proceso de modernización, el llamado milagro mexicano,
que resultó en la creciente pérdida de suelo y posterior desertificación (2016: 80). Así, la
materialidad del archivo anacrónico del Antropoceno no sólo desgaja los postulados del
progreso moderno sino que se va erigiendo de voces, huesos, piedras, uñas.
11. UTOPÍA/DISTOPÍA
Menos de cien años después y el flujo hídrico e indispensable para sobrevivir
reemerge en otro revés, desde la abundancia. Es el agua, que ya, en términos oficiales, se
128
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
encuentra privatizada. Esta fantasía devenida realidad nos asalta, en El Rey del Agua, como
una propuesta ficcional que ya se materializó. Aquí, el flamante gobernador explota la
tecnología para “depurar” el tesoro líquido y exportarlo a países donde empieza a escasear.
El agua como propiedad privada: con dueño, pero, en lugar de Don Braulio, es ahora El
Tempe Argentino. Esta agua no escasea aún ––escaseará luego, en el texto posterior y que
cierra la trilogía, El ojo y la flor––. El agua como depósito donde yacen cuerpos, organismos.
El agua en que los desaparecidos de la dictadura se disuelven y entremezclan con plástico,
metales oxidados, basura. Y el agua que también se drena para su consumo. Son paisajes
líquidos que, como sugieren Lisa Blackmore y Liliana Gómez al evocar el colapso de la
represa Brumadihno en la región de Minas Gerais en el año 2019, albergan historias
turbias de flujos capitales, corrientes filosóficas, tradiciones estéticas y traumas residuales
que conectan espacios, tiempos y cuerpos de manera distintiva (2). En El Rey del Agua,
la privatización de H20 no sólo implica una apropiación de recursos sino la privatización
de la memoria, de la memoria colectiva, y del pasado. En Arguedas el pasado común se
define a partir de la escasez y un descontento que no necesariamente logra cambiar las
condiciones históricas y económicas. En Aboaf, en cambio, es una abundancia que, si bien
inestable, se encuentra parcelada. Y en su segmentación, distribución, comodificación y
transformación de recurso a producto final, los restos humanos también circulan como
mercancías consumibles. No hay que imaginar el agua, la tierra y el aire embotellados.
Ese imaginario, como tantos otros, también sortearon las fronteras de las fantasías. Un
ejemplo no tan reciente es el film The Lorax, dirigida por Chris Renaud (2012). Como
en el célebre libro infantil de Dr. Seuss, la vida vegetal es artificial, ya no quedan árboles
y, a diferencia del relato, el film incorpora un elemento adicional, ausente en el texto: la
comercialización de aire para subsistir. No sólo el aire se encuentra contaminado, sino que,
sin árboles, simplemente no hay oxígeno para respirar. El relato de Seuss es categórico:
la extracción de árboles como método de enriquecimiento individual implica un futuro
sombrío. Un mundo a merced de los dueños del aire (o del agua). La película, diseñada
para vender promesas e ilusiones a niños ávidos de finales felices, concluye con la semilla
final que abre la posibilidad a un futuro generativo. Hay esperanza. No así en el texto de
Aboaf, ni tampoco en el relato de Arguedas o Quiroga. En cierta medida son narrativas
distópicas, no tanto porque se ciñan a los parámetros del género sino porque constituyen
necroespacios que se insertan de cuajo en una realidad cercana, porque las estéticas del
Antropoceno acortan la distancia entre ficción y realidad, pero también entre espacios
(u)tópicos / (dis)tópicos. Hasta cierto punto las prácticas estéticas del Antropoceno son
estéticas realistas, íntimas y denotan cierta proximidad, porque nuestro universo de escasez
y de abundancia inaccesible nos sumerge (¿ahoga?) en un piélago hondo, en las aguas
erráticas de lo identificable y lo irreconocible. Y es en esa tensión donde ser articulan las
formas y las poéticas de lo exiguo y lo copioso, esa cornucopia ficcional que se impone
discursivamente para restarle peso e importancia a la devastación ecológica. Son, en suma,
necroespacios que, estriados por capas y capas de formas vivientes e inorgánicas, van
forjando archivos antropogénicos.
129
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
12. BANCO DE (BIO)DATOS
En El rey del agua, los remanentes del padre asesinado fluyen por el espacio líquido
dotando a este último de información, la cual es extraída para constituir un archivo ––otro,
divergente–– biológico: “El agua cruda trasborda información. Y para que el municipio
pueda vender el agua inerte la depuran de bichos, datos y materia. Con esos residuos se
armó el banco biogenético. Este nodo era de uno de sus desaparecidos, una traza genética
que atrapamos en el río” (2016: 107-108). Esta descripción alude a tres niveles: por una
parte, la capacidad del agua para conectar los fragmentos corporales (en este caso del padre
desaparecido) y facilitar de este modo la recuperación, reconstrucción y recomposición del
pasado. El flujo hídrico como condición de posibilidad para recobrar la ausencia, lo que ya
no está, lo que fue forzado a desaparecer, primero, y a disolverse, luego. Lo que fuera forzado
a extinguirse: a saber, una extinción forzada.7 El agua como método de disolución de las
pruebas (esto es, borradura) pero a su vez, y en su reverso, vehículo y contenedor de evidencia.
En segundo lugar, y en tanto recurso privatizado, el agua se explota aquí doblemente: por
un lado, para construir un banco genético ––del mismo modo que hoy los web trackers o
los “rastreadores” de la web recolectan información sobre los sitios que usamos y visitamos
en internet, y analizan ese comportamiento para vender la información ––los datos–– a
empresas comerciales, atentando contra nuestro derecho de privacidad. Este proceso de
extracción ––“de bichos, datos y materia”–– purifica el agua para su instancia final que es la
venta para su consumo. El agua, por lo tanto, como materia narrada que entreteje las políticas
de desaparición con la privatización de recursos y, por extensión, del patrimonio colectivo,
incluyendo la memoria. Por último, se vincula con las prácticas extractivas en un sentido más
amplio. Si el debate en torno al Antropoceno, Capitaloceno o Plantacionoceno ––para citar
sólo tres–– pretende determinar no sólo la génesis de la crisis, sino también la distribución
de responsabilidades a la hora de dilucidar las condiciones para su formación, una cuestión
en la que sí hay acuerdo remite a los diversos mecanismos de extracción que han definido al
imperialismo europeo en todas sus formas, desde la minería y deforestación, a la explotación
de recursos humanos y naturales, la imposición del monocultivo a escala planetaria, y la
producción de desechos por medio de la obsolescencia planificada y la sobreproducción
de artefactos de consumo, entre otros. Es lo que el economista Norman Girvan denominó
“imperialismo extractivo”, esto es, un régimen de poder, ideología y distribución de rentas
generadas por la extracción de recursos, y que se manifiesta históricamente por medio de
continuidades y cambios. Mientras que Capitaloceno es un término propuesto por James
Moore (2015) como alternativa al Antropoceno y para dar cuenta del rol del capital en
la imposición de los cambios antropogénicos, el concepto de Plantacionoceno propuesto
por Anna Tsing (2015) examina el legado colonial en el uso de la tierra en la extracción
de recursos contemporánea. Del impacto industrial y urbano en los entornos naturales
y construidos, a las labores agrícolas y racializadas del monocultivo, todos estos términos
7
Utilizo el término extinción según la definición de “terminación o fin de una cosa” (Oxford Languages).
130
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
exploran prácticas que continúan amenazando los flujos de conocimiento, biomas, cuerpos
humanos y animales en espacialidades múltiples.
13. EXTINCIONES FORZADAS
En la novela El Rey del Agua la desaparición de personas también, podemos
argumentar, es una forma de extracción. El cuerpo del padre desparecido fue extraído
(“chupado”, como se dice en jerga vernácula) por fuerzas operantes que, aunque difieren
en forma y práctica, reemergen hoy a través de políticas neoliberales donde la noción de
prescindibilidad es cada vez más visible y palpable. De este modo, las políticas de extracción
demuestran que las dinámicas del necropoder reaparecen bajo nuevos métodos, equiparando
procedimientos y enfatizando continuidades. Durante el proceso de extracción, los
remanentes corporales ––partículas minúsculas que se entremezclan con otras, como los
microplásticos que abundan hoy en las superficies terrestres y acuáticas–– son encapsulados
fortaleciendo de este modo, la línea divisoria que separa naturaleza de cultura, lo desechable
y lo utilizable, lo impuro y lo puro. En diálogo con la crítica acuciante de Isabelle Stengers en
Otra ciencia es posible (2017) respecto a la desaceleración de la ciencia, el trabajo científico se
encuentra aquí al servicio de la explotación neoliberal, del mismo modo que los experimentos
e investigaciones de laboratorio sirven en realidad a las industrias farmacéuticas, y menos
al bien común: “[b]astó una minúscula parte del cuerpo que viajó por los ríos desde el Alto
Paraná, una parte que captaron en el Delta, para rehacer la traza. Así es como Blanco [en
referencia al padre desaparecido] ahora está aquí, en un frasco en el laboratorio, flotando
en el agua” (Aboaf 2016: 115). Del mismo modo que los desechos como consecuencia
de las industrias extractivas y que se hunden o flotan en la materia geológica y acuática,
estos residuos son inseparables de los procesos de colonización (geográficos, ideológicos,
culturales e imaginarios) de y en América Latina (y en un sentido más amplio de y el sur
global), creando las condiciones para su apropiación, y cuyas vías fluviales conectan a través
de diversas rutas los necroespacios periféricos con los centros urbanos de distribución y
consumo (Gómez y Blackmore 2020: 1).
14. ISLAS EN CIERNES
En El ojo y la flor, la novela que cierra la trilogía iniciada con Pichonas, las
condiciones se modifican: las continuas sequías, junto a temperaturas cada vez más elevadas,
transforman el necropesacio acuoso en un lodazal semiseco:
[n]o era ningún secreto que el canal costero se estaba embancando y cada año era
más difícil mantenerlo, pero mientras en Tigre se exportaba el agua, sabían que el
dragado se mantendría. Se habían conformado con noticias ambiguas. Los clubes
131
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
más viejos estaban clausurados de manera definitiva, ya no podían salir los veleros
desde las amarras. Las mujeres y los hombres que caminan en la orilla o se agitan
haciendo ejercicio disimulan lo evidente: el barro desnudo de agua mezclado con la
basura es un espejo del desastre en el que nadie quiere mirarse” (Aboaf 2019: 123).
El canal es ahora “artificial”; en las escaleras que conectan el muelle con el ex-río
pueden verse “las viejas marcas del agua” (ibid..). Dice la narradora: el “canal hace rato que
es una ficción. Y a San Isidro ya le crecieron dos islas” (ibid.). Así, lo que antaño fuera un río,
agua abundante que se extraía en forma industrial para su exportación y comercialización,
se corresponde, además, con un legado colonial a partir del cual América Latina continua,
como lo hiciera durante el boom exportador de finales de siglo XIX y comienzos de XX,
exportando materia prima (ya sea bananas, café, maíz, cacao, petróleo, minerales, carne,
soja, flores, o agua). Y el ex-río, cediendo a los efectos antropogénicos, a su merma y
agotamiento por medio de la extracción hídrica, deviene por lo tanto un necroespacio, un
archivo anacrónico o, como lo define la narradora, un “cementerio húmedo” donde emergen
“cadáveres gigantes” al igual que “gente muerta” (ibid.: 178). Así, el Tigre, convertido en un
“cementerio de agua, otro de los negocios abandonados” por el Rey del Agua fue “parasitado
por quien quiso chupar su néctar” (ibid.: 102).
15. CODA
Si bien urge explorar formas creativas y fructíferas de reflexión como así también
modos innovadores de imaginar, las expresiones estéticas del y en el Antropoceno se plasman
en el punto que confluyen, como sugiere Jaime Vindel, “la experiencia bruta de la realidad
y las proyecciones imaginarias que asocian la modernidad industrial a una determinada
construcción discursiva” (2020: 17). Vectores ambos que organizan y (re)ordenan itinerarios
extractivos, las dinámicas y tensiones históricas entre lo que está y lo que se extingue/
extinguió, y entre la carencia y la abundancia. Los archivos anacrónicos del Antropoceno
inscriben, pues, en sus estratos, los restos de historias que la Historia descartara, a su vez que
la cuestiona e impugna. En este sentido, la narrativa, la poesía y el arte también reorganizan
las complejas interdependencias, enredos y contrapuntos, más allá de lo a que aspiren: esto
obedece a que el Antropoceno no ingresa exclusivamente bajo la forma de tópico, contenido
o motivo, sino que, por el contrario, intersecta la escritura, la vida, los afectos, los métodos
de reflexión y la experiencia sensorial. Si las estratificaciones geológicas del Antropoceno
forman capas que pueden leerse como archivos, también la narrativa, la poesía y el arte
ofrecen la posibilidad para que un ethos situado y ecológico dé lugar a alianzas colaborativas
y ensamblajes estéticos generativos.
132
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
DOI: 10.4067/s0071-17132023000200135
Literatura digital y materialidad desde el Sur
Digital literature and materiality from the Souths
CLAUDIA KOZAKa
a
CONICET, Instituto Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires, Argentina.
claudiakozak@conicet.gov.ar
El artículo lee la literatura digital latinoamericana considerando un cruce entre materialidad y
perspectiva decolonial. En un sentido amplio, cuando la literatura digital hace visible su materialidad
restringe la naturalización de significados ligados a la cultura digital hegemónica contemporánea,
siendo uno de ellos su pretendida inmaterialidad que, por el contrario, encubre las desigualdades de
las condiciones materiales de existencia. Así, a través de diversos procedimientos artísticos, una parte
significativa de la literatura digital enfatiza tanto los múltiples niveles de materialidad inherentes a
las obras literarias digitales como las formas convencionales de interactuar y construir significado
dentro del espacio digital que organiza la vida cotidiana. Sin embargo, en un sentido más específico,
cuando la literatura digital latinoamericana se cruza desde su materialidad con pensamientos y
acciones decoloniales, permite deconstruir la historia, la teoría, la crítica y la práctica globales de
la literatura digital. Retomando el pensamiento contemporáneo sobre decolonialidad, se leen aquí
piezas de literatura digital latinoamericanas a partir del modo en que visibilizan ausencias, lo no
dicho del orden hegemónico, y emergencias que construyen caminos alternativos. Las obras de la
literatura digital latinoamericana que se analizan van desde los años sesenta del siglo XX hasta la
actualidad, mostrando diferentes formas de comprometerse con la opción decolonial incluso dentro
del dispositivo digital colonial, generalmente aceptado en forma acrítica como signo de novedad y
“progreso”.
Palabras clave: literatura digital, decolonialidad, materialidad, Latinoamérica.
This essay reads Latin American digital literature in regards to its materiality from a decolonial
perspective. In a broad sense, when digital literature makes its own materiality visible it restricts the
naturalization of meanings bonded to contemporary hegemonic digital culture, being one of them
an allegedly immateriality of algorithmic culture that, on the contrary, conceals the inequalities of
material conditions of existence. Through artistic procedures, a significant portion of Latin American
digital literature emphasizes not only the multiple levels of materiality inherent to digital literary
works, but also the conventional ways to interact with and build meaning within the digital space
that organizes everyday life. In a more specific sense though, when Latin American digital literature
intersects decolonial thoughts and actions, it enables a deconstruction of digital literature global
135
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
history, theory, critique and practice. Following contemporary thought on decolonial processes,
the essay reads Latin American e-lit works in regards to a visibility of absences, the non-said of
the hegemonic order, and the emergences of alternative paths. Latin American digital literature
works that are analyzed here go from 20th Century’s sixties to the present, showing different ways
of engaging with the decolonial option even within a highly colonial digital context usually noncritically accepted as a sign of novelty and “progress”.
Keywords: digital literature, decoloniality, materiality, Latin America.
1. INTRODUCCIÓN
El presente artículo desarrolla líneas de lectura tendientes a poner de relieve el
acontecimiento poético-político que surge al considerar la materialidad de la literatura
digital latinoamericana desde una perspectiva decolonial. Como derivación de un texto
anterior (Kozak 2019), el argumento central está vinculado aquí no sólo a las políticas
de la materialidad que pueden leerse en la literatura digital latinoamericana, sino a cómo,
en su cruce con miradas decoloniales, estas resignifican la historia, la teoría, la crítica y
la práctica de la literatura digital mundial, dando lugar a un Sur epistemológico y no
geográfico (Meneses y Bidaseca 2018), mientras que visibilizan ausencias –lo no dicho del
orden hegemónico–, y emergencias que construyen caminos alternativos.1
Toda práctica artística que enfatice su propia materialidad se ubica del lado de
un arte no solamente anclado en el mundo sensible sino en las condiciones materiales
de existencia en cierta época y lugar, incluyendo las relaciones sociales atadas a ellas. En
ese sentido, se da una lucha contra nociones idealistas del arte que lo quieren más allá
de constricciones mundanas. Esa lucha es algo que, en líneas generales, gran parte de las
artes desde fines del siglo XIX al presente ha logrado instalar en la cultura occidental/
occidentalizada. Sin embargo, en la literatura algunos aspectos de su materialidad verbal
pueden quedar opacados, en particular, tanto los medios y soportes como los rasgos gráficos
de los signos lingüísticos y, hasta cierto punto también, sus rasgos sonoros que en tales
situaciones son abstraídos para dar lugar a una mayor importancia del contenido ideado.
Por supuesto, la forma en que se compone un texto se correlaciona con esa ideación, pero
no siempre sucede lo mismo con la materialidad que sostiene esa vinculación formaLa dinámica entre ausencias y emergencias ha sido estudiada desde el pensamiento decolonial y las epistemologías
del Sur por el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos. El artículo que aquí presento fue escrito y
enviado a evaluación varios meses antes de que las denuncias contra su persona en relación con acoso sexual
y extractivismo intelectual se hicieran públicas. Tales denuncias, luego reafirmadas en otros testimonios, dan
cuenta de una flagrante contradicción entre las actitudes denunciadas y los conceptos vinculados al pensamiento
decolonial. Señalo, con todo, la significación de tales conceptos, que asimismo han sido elaborados en muchas
ocasiones en el marco del trabajo con otras personas. He optado entonces por destacar los conceptos que
considero valiosos más que a única persona referente.
1
136
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
contenido. La cultura de la imprenta, en un proceso gradual que hoy damos por sentado,
homogenizó en gran medida la materialidad tipográfica haciéndola invisible para la mayoría
de las personas que no se vinculan en el día a día con el mundo de la edición o el diseño
gráfico. En la cultura digital contemporánea esto tendió en parte a modificarse, puesto que
los procesadores de texto y los programas de edición de imágenes comenzaron a abrir un
campo de posibles juegos con la materialidad de los signos lingüísticos que hasta poco antes
había quedado reservado a esos campos profesionales o, en el caso de la literatura, a formas
más bien experimentales. Aun así, en general, para muchas personas la literatura vale por lo
que dice y no por lo que hace en la interpelación sensible de sus signos. En forma contraria
a esa abstracción de las materialidades concretas que intervienen en el universo literario,
existen otras genealogías que sí han puesto ese mundo sensible de relieve. Al respecto, es
muy conocida la marca dejada por Un coup de dés jamais n’abolira le hasard de Mallarmé,
así como por las publicaciones de las vanguardias de principios del siglo XX. Acercando
esto a Latinoamérica, se pueden nombrar libros como Química del espíritu (1923) de
Alberto Hidalgo, 5 Metros de poemas (1927) de Carlos Oquendo de Amat o El hombre
que se comió un autobús. Poemas con olor a nafta (1927) de Alfredo Mario Ferreiro. En esas
mismas genealogías entran la poesía visual, sonora y objetual a lo largo de todo el siglo XX
y hasta el presente –la poesía asémica de Mirtha Dermisache resulta un buen ejemplo–; o
las narrativas que apelan ya sea a juegos tipográficos propios de la prensa gráfica –pienso por
ejemplo en Último round (1969) de Julio Cortázar– ya sea, más cerca de la cultura digital,
a transcripciones que emulan redes sociales digitales como chats, emails, tuits o entradas
de blogs –un ejemplo es la novela Kerés Coger?= Guan tu fak (2005) de Alejandro López–.
En el caso de la literatura digital, estas genealogías resultan fundamentales ya que,
por otros medios, son recuperadas como manera de establecer puentes tanto formales como
conceptuales con vistas a producir un experimentalismo crítico que, al tiempo que busca
nuevas variedades de experiencia, discute nociones acríticas de novedad tecnológica, tan
propia del dispositivo digital contemporáneo.
He desarrollado con anterioridad algunas de las características de lo que llamo
“dispositivo digital hegemónico contemporáneo” (Kozak 2021). El mismo nombra a un
conjunto de tecnologías, discursos, instituciones y prácticas que dan lugar a procesos de
subjetivación atravesados por relaciones de poder/saber, surgidas de un momento histórico
datado hacia mediados del siglo XX y vinculado a estrategias de gubernamentalidad basadas
en la gestión computada de grandes masas de información. Algunas de sus características
centrales son: 1) la presuposición de una equivalencia entre modernización tecnológica,
novedad y progreso, basada en criterios meramente instrumentales correlativos a la supuesta
neutralidad de los datos y la información; 2) la estandarización automática de consumos
culturales desde una pretendida libertad de elección que remite en realidad a algoritmos de
segmentación de perfiles de consumidores; 3) la datavigilancia como modo de control social
masivo a partir de nuestras huellas digitales en la red global de datos informáticos, alimentada
por innumerables dispositivos de captura: Internet, las “redes sociales”, las aplicaciones
de teléfonos inteligentes, el sistema de transporte y cualquier otro dispositivo de registro
137
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
visual y sonoro en el espacio que habitamos; 4) la ampliación inédita de contenidos (textos,
imágenes, sonidos) accesibles para cada vez más personas, pero no siempre la producción de
competencias para discernir críticamente respecto de ellos; 5) la desmemoria por saturación
de información; 6) el ocultamiento de la materialidad digital, tanto de infraestructuras
como de la propia materialidad algorítmica, correlativo al ocultamiento de condiciones
materiales de existencia en una vida digital que se promociona como accesible y similar para
todxs.
2. LEER/ESCRIBIR (EN) LA MATERIALIDAD DIGITAL
Dado el contexto mencionado, en los estudios sobre literatura digital la preocupación
por la materialidad medial tiene un desarrollo específico (Aarseth 2004; Glazier 2002; o
Hayles 2009, 2010; entre otrxs), puesto que su objeto es un arte textual en/de medios
programables en forma digital (Cayley 2002), desbordado del libro y de sus procesos
materiales, simbólicos y cognitivos. Esto implica atender a la articulación entre diversas
materialidades: materialidad textual de superficie, materialidad relacional de las interfaces,
materialidad del código (Kozak 2019). Aunque tendamos a pensar el mundo digital como
algo que escapa a nuestras coordenadas más habituales para comprender el mundo físico –el
imaginario de la inmaterialidad digital a partir de la diferencia entre bits y átomos esconde
en realidad su necesario entramado– se trata de hecho de algo tan físico y localizable como
nuestro propio cuerpo. Como sostiene Mathew Kirschembaum en su libro Mechanisms.
New media and the forensic imagination, la textualidad digital es localizable, medible, visible
y legible (2008: 3), aunque no acostumbremos a considerarla en términos físicos, porque
tales operaciones escapan al ojo humano y requieren de ciertos aparatos particulares. Con
textualidad digital no se refiere a un texto que puede leerse en una pantalla, sino a las
formas de inscripción física que lo hacen posible pero que quedan ocultas a la percepción
fenomenológica humana y que se vinculan con un tipo de materialidad a la que denomina
“forense”. Al mismo tiempo, el autor llama la atención sobre la “materialidad formal” en el
ámbito digital que, interrelacionada con la forense, más bien manipula símbolos y puede
ser entendida como “la simulación o modelado de la materialidad a través de procesos de
programación informática” (2008: 9, nota 16) o, en otra formulación, como “la imposición
de múltiples estados computacionales relacionales sobre un conjunto de datos u objeto
digital” (2008: 12).2
Un aspecto central en el argumento que busco desarrollar aquí se vincula al modo
en que la obliteración en la experiencia cotidiana de las materialidades digitales tiende a
ocultar también a escala planetaria el complejo entramado de infraestructuras que sostienen
al capitalismo de plataformas (Srnicek 2018), en fuerte asociación con un tipo de acción
En el original: “the simulation or modeling of materiality via programmed software processes” (3) y “the
imposition of multiple relational computational states on a data set or digital object” (12).
2
138
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
dominadora sobre lo viviente enmarcada en las políticas del Tecnoceno (Costa 2021),
vinculado todo ello a la vida individual y social concebida en términos de vida algorítmica
(Bucher 2018). Como anticipé, todo esto se relaciona con lo que he denominado “dispositivo
digital hegemónico contemporáneo”. Ahora bien, cuando las piezas de literatura digital
hacen visible su materialidad restringen la naturalización de significados ligados a ese
dispositivo digital hegemónico, siendo uno de ellos su pretendida inmaterialidad que, por
el contrario, encubre las desigualdades de las condiciones materiales de existencia. Así, a
través de diversos procedimientos artísticos, una parte significativa de la literatura digital
enfatiza, tanto los múltiples niveles de materialidad inherentes a las obras literarias digitales
como las formas convencionales de interactuar y construir significado dentro del espacio
digital que organiza la vida cotidiana. He analizado ya con cierto detalle esas políticas de
la materialidad en la literatura digital latinoamericana (Kozak 2019). Como mencioné,
retomo aquí esta cuestión en relación con perspectivas decoloniales que permiten pensar
en alternancia respecto de las narrativas más frecuentes atadas al Norte global sobre la
historia, la teoría y la crítica de la literatura digital y, al mismo tiempo, respecto de cómo nos
hacemos de cuerpos y afectos en la literatura digital latinoamericana a partir de una mayor
intervención en la cultura de pensamientos-acciones que hacen visibles otras concepciones
de mundo que, aun vinculadas al menos en parte con la vida cotidiana algorítmica, buscan
sus sentidos en epistemologías no moderno-occidentales hegemónicas.
3. PERSPECTIVA DECOLONIAL
Así, una posible vía de comprensión de ese experimentalismo crítico en la literatura
digital latinoamericana puede vincularse a perspectivas decoloniales con vistas a dar cuenta
de ciertos diálogos interculturales que, por una parte, entretejen saberes y cosmovisiones por
fuera de los hegemónicos moderno-occidentales con el dispositivo digital contemporáneo
–algo que podría resultar inusual, aunque no lo sea tanto– y que, por otra parte, discuten
tal dispositivo en cuanto una nueva forma de colonialismo basada en una ideología de los
datos.
La bibliografía sobre pensamiento-acción decolonial es extensa (entre otrxs, de
Sousa Santos 2016; de Sousa Santos y Meneses 2014; Meneses y Bidaseca eds. 2018;
Mignolo 2011; Rivera Cusicanqui 2015, 2018a, 2018b), e incluso polémica entre sí, como
se observa en los cuestionamientos de la socióloga y activista Silvia Rivera Cusicanqui
(2018a: 27) a intelectuales latinoamericanxs involucradxs con estas problemáticas desde
universidades de elite estadounidenses. El concepto metafórico y no geográfico de Sur (de
Sousa Santos y Meneses 2014: 19), al tiempo que señala desigualdades respecto del Norte
global (tampoco pensado estrictamente en sentido geográfico), busca no reproducir esas
dicotomías sino revertirlas desde una formulación descentrada que resignifica la noción
culturalmente peyorativa de “sur”, para la cual las vidas del sur serían vidas que no merecen
ser vividas, lo que puede leerse desde la noción agambeniana de nuda vida (1998). De hecho,
139
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
los desarrollos acerca de la biopolítica adquieren más densidad si se cruzan con perspectivas
decoloniales (de Oto y Quintana 2010) y con las epistemologías del Sur, puesto que ese
cruce permite visibilizar cómo la biopolítica moderna se ha manifestado también como un
“epistemicidio”: “la destrucción de los conocimientos y las culturas de (...) poblaciones, sus
memorias y vínculos ancestrales y sus formas de relacionarse con otros y con la naturaleza”
de Sousa Santos 2016: 18).3
En tal sentido, resultan relevantes los desarrollos de Silvia Rivera Cusicanqui, para
quien
(…) la descolonización sólo puede realizarse en la práctica. Se trataría empero
de una práctica reflexiva y comunicativa fundada en el deseo de recuperar una
memoria y una corporalidad propias (…) tal memoria no sería solamente acción
sino también ideación, imaginación y pensamiento (amuyt’aña) (…) [que] en tanto
gesto colectivo, permitiría una reactualización/reinvención de la memoria colectiva
en ciertos espacios/tiempos del ciclo histórico en que se ve venir un cambio o
conmoción de la sociedad (2015: 19).
En la “sociología de la imagen” propuesta por Rivera Cusicanqui, la interculturalidad
está puesta en primer plano, dado que se juegan a la vez epistemologías indígenas y
occidentales, algo que resulta de interés si se piensa en el cruce entre pensamiento-acción
decolonial y artes digitales cuyo primer contexto de producción se encuentra en culturas
occidentales/occidentalizantes. Para dar un ejemplo entre otros, resulta esclarecedor el
modo en que la autora imbrica la noción de alegoría en Walter Benjamin “como experiencia
perceptiva y acto de conocimiento”, con “una suerte de taypi4 en el que se dan encuentro
el pensamiento y la acción, la teoría y la experiencia vivida” (2015: 24). De tal modo, la
epistemología ch’ixi propuesta por Rivera Cusicanqui,5 como “conocimiento articulador
de contradicciones, revolcador del tiempo de lo existente con las sutiles ‘armas’ de lo
paradójico, de lo escondido y olvidado, de lo antiguo y lo pequeño” (30) puede informar
otras perspectivas decoloniales para el análisis de prácticas/proyectos/obras tecnopoéticos
digitales que evidencian la imbricación de espacios/tiempos disímiles como los de memorias
subalternizadas, –indígenas, afrodescendientes, marrones,6 transfeministas, etc.– y los
de culturas digitales algorítmicas. Un ejemplo puede encontrarse en la perspectiva de
la investigadora Thea Pitman quien, en su artículo “Resistencias tácticas y táctiles en la
En el original: “epistemicide: the destruction of the knowledge and cultures of (…) populations, of their
memories and ancestral links and their manner of relating to others and to nature” (2016: 18).
3
4
Taypi: Relativo al centro. Medio. Medianía. Término medio entre dos extremos (2015: 334).
5
Ch’ix i. Gris con manchas menudas de blanco y negro que se entreveran (2015: 326).
6
Al respecto, cfr. el colectivo Identidad Marrón (https://es-la.facebook.com/identidadmarron/; https://
www.instagram.com/identidadmarron/?hl=es)
140
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
intersección de las artes de los nuevos medios y las artes textiles indígenas”, analiza el cruce
entre tecnopoéticas y saberes y prácticas indígenas –que puede ampliarse a otras comunidades
subalternizadas– distinguiendo entre, por un lado, artistas de “nuevos medios” (digitales)
que, en la estela de convergencia tecnológica, funcional y estética entre la noción de tejido y
la de código informático, encuentran “inspiración” en la práctica textil indígena y, por otro
lado, artistas que trabajan con textiles tradicionales entramados, literalmente, con medios
digitales muchas veces low tech, y que evidencian compromiso con comunidades específicas
como parte de un ethos resistente de su propia práctica artística (Pitman 2020: 47).
En una entrevista en el diario argentino Página12, la antropóloga feminista
mapuche Melisa Cabrapan Duarte señalaba:
Descolonizar no es una metáfora, es devolver la tierra (…) Nosotras nos inclinamos
por ensamblar mucho más las posibilidades y la potencia de los feminismos, de
revincular la categoría fundamental cuerpo-territorio, recuperada de los feminismos
comunitarios maya, quechu y aymara, sobre todo de las producciones de pensadoras
indígenas como Lorena Cabnal, Gladys Tzul Tzul y Aura Cumes. Son muchas las
problemáticas y resistencias que se desplegaron en torno a la defensa del cuerpo,
desde el abordaje de las violencias hasta elegir abortar o parir. Sin embargo, el
concepto cuerpo-territorio aún parece metafórico, cuando la configuración y la
agencia de esos cuerpos son en torno al territorio (2022: párr. 14 (…) párr. 27).
Entiendo que las prácticas tecnopoéticas contemporáneas, como la literatura digital,
no podrían ser agentes directos de la devolución de la tierra. Sin embargo, siembran caminos
y despliegan nuevas sensibilidades entre cuerpos-territorios. Así, tecnodiversidades (Hui
2020), decolonialidades y epistemologías del sur resultan nociones relevantes para poder
dar cuenta de algunas tecnopoéticas insumisas latinoamericanas, literatura digital incluida,
que se posicionan frente al fenómeno tecno-social desde perspectivas desbordadas. Estas
perspectivas no se presentan bloque, sino que revisten matices. Algunas de sus propuestas
implican, por ejemplo:
-
-
Promoción de una desobediencia civil electrónica (Domínguez s/f ).
Cultivo de una conciencia farmacológica que permita a la vez que darnos
cuenta de la naturaleza tóxica de la tecnología adoptarla sin adaptarnos a
ella (Tisselli s/f, siguiendo a Stiegler).
Interrupción del sensorium tecnológico hegemónico que habita los
lenguajes: desde la lengua natural al código informático, pasando por
muchos otros lenguajes. Esto conduce muy en particular a un debate por
hegemonías de ciertos lenguajes: en Latinoamérica, no sólo la hegemonía
del castellano y portugués por sobre las lenguas indígenas, sino la hegemonía
del inglés en los lenguajes de programación, acompañada de hegemonías
de unos lenguajes de programación por sobre otros, en general utilizados
141
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
-
-
-
de forma global a los fines de mantener funcionando el dispositivo digital
hegemónico contemporáneo.
Mixturas entre arte, tecnología, ciencia, bricolaje y artesanía: se trata, como
analiza Valentina Montero (2020), del recurseo peruano, el hechizo chileno,
la gambiarra brasileña, por ejemplo, que trabajan con desechos tecnológicos.
Un mundo de manipulación de artefactos en ruinas, objetos de descarte que
invitan a ser reinventados en una imaginación tecnológica desviada.
Mixturas de temporalidades tecnológicas: no homogeneidad de tiempos
tecnológicos contra la ideología de la novedad.
Diálogos y/o tensiones entre cosmovisiones de pueblos indígenas y la
modernización tecnológica hegemónica: activismo digital en lenguas
indígenas; producciones artísticas que entraman estéticas y técnicas
ancestrales y tecnologías digitales.
Interseccionalidades decoloniales que operan en simultáneo en contra de
dos o más tipos de subalternización (por raza, género, clase, por ejemplo).
4. OTRA HISTORIA, OTRA TEORÍA, OTRA CRÍTICA
En relación con la literatura digital, una perspectiva decolonial puede también
informar narrativas no canónicas acerca de su historia, su teoría y su crítica. La idea de
visibilizar ausencias y emergencias se adecua muy productivamente, aunque ello reviste
también tensiones puesto que, debido justamente a su materialidad, la literatura digital
no puede desertar completamente del dispositivo digital hegemónico si pretende sostener
su funcionalidad de modo de que resulte accesible a quienes la “leen”. De allí que, cuando
apuesta a algún tipo de insumisión, deba estar constantemente “renovando sus votos”. Esto
no significa, con todo, que su impulso de insumisión sea por completo infructuoso. Cualquier
tecnología, incluso la de la imprenta, trae consigo sentidos hegemónicos que podrían ser no
deseables. Recordemos que, aun con todos sus aspectos emancipadores, la cultura letrada,
por ejemplo, en su alianza con lo que Herbert Marcuse llamaba cultura afirmativa (2011)
se vinculó con el sostenimiento de un statu quo en relación con condiciones materiales de
existencia desiguales e injustas. El mismo carácter afirmativo que Walter Benjamin discutía
en su muy citado ensayo acerca de la reproductibilidad técnica del arte, al vincular la cultura
liberal burguesa, junto con la experiencia aurática en sus obras de arte, con una “(...) serie
de conceptos heredados (como creación y genialidad, perennidad y misterio)” (1982: 18).
En lo que hace a cómo se ha ido constituyendo la historia global de la literatura
digital, la visibilización de ausencias y emergencias puede dar cuenta, por ejemplo, de
vínculos de parentesco que no recurran al paso obligado por el Norte global para darle
sentido. Aunque muchas veces se han señalado los vínculos de la literatura digital con las
vanguardias históricas y con las neovanguardias, en general esa historia es contada dando
poca relevancia, salvo contados casos, a transversalidades por fuera del Norte global.
142
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Retomo un par de casos sobre los que he escrito en otra oportunidad (Kozak 2021) en una
publicación en inglés que no cuenta con versión en castellano, aunque sí con una reciente
traducción al portugués (Kozak 2023), por lo que considero que la mención puede resultar
significativa para lectorxs hispanoparlantes.
En su artículo “Gardening E-literature (or, how to effectively plant the seeds for
future investigations on electronic literature)”, Anna Nacher (2020) llama la atención acerca
de cómo muy habitualmente, cuando se narra la historia de las artes digitales, se desconocen
otras historias más allá de las anglosajonas. Dedica una nota al pie, la número 24, a un
ejemplo que aquí desarrollo con más extensión: la relevancia de la serie de exposiciones
denominada New Tendencies en la ex Yugoslavia, así como de la revista BIT International,
redescubierta por el investigador croata Darko Fritz. La revista era un boletín publicado
por la Galería de Arte Contemporáneo de Zagreb como parte de su nueva orientación en
torno de estéticas informacionales a partir de las exposiciones New Tendencies (Fritz 2008:
176-177). Su primer número, lanzado en 1968, fue editado por Max Bense y Abraham
Moles con el título de “The Theory of Information and the New Aesthetics”. Más allá
de la importante investigación de Fritz, me he encontrado también con Bit International
mientras investigaba la obra de Vilém Flusser –quien nació en Praga, pero vivió treinta años
en Brasil. El abordaje que Flusser hace de la poesía digital en su libro A escrita: Há futuro
para a escrita? –publicado originalmente em alemán en 1989– tiene influencia de la estética
informacional tal como la desarrolló justamente Abraham Moles y que era una variante de
la que había desarrollado Max Bense. La dedicatoria del libro de Flusser dice: “A Abraham
Moles, inventor e pesquisador da pós-escrita” (2010: 5). Si bien Moles era francés y Bense
era alemán, es significativo también que ambos colaboraran con una publicación de Europa
del Este y que un filósofo checo exiliado en Brasil estuviera en contacto con esa escena
internacional. Por otra parte, Nacher menciona en la misma nota al pie ya referida que en
1965, en su número 3, la revista New Tendencies presentó el Arte Concreto Semántico del
brasileño Waldemar Cordeiro. Como explica Fritz, el movimiento New Tendencies “era
verdaderamente internacional, transgrediendo a la vez los bloques propios de la Guerra
Fría e incluyendo también artistas de Sudamérica y, luego, de Asia” (2008: 175).7 Claro
que no sólo Flusser, sino también otras personas involucradas en la escena de las artes
experimentales en los años sesenta en Latinoamérica conocían los trabajos de Waldemar
Cordeiro en arte computacional. De hecho, aunque se lo conozca ante todo como artista
visual, Cordeiro creó una de las primeras obras de literatura digital en la región, como lo
es BEABA, realizada en 1968 junto al físico Giorgio Moscati, utilizando una computadora
IBM/360 a partir de un generador de palabras de seis letras (Moscati et al. 1968).
Un ejemplo adicional de los vínculos entre artes experimentales que desbordaron el
Norte global es el que se dio entre artistas de Latinoamérica y el Este europeo en esos años
sesenta. Como se desprende del catálogo de la Expo/Internacional de Novísima Poesía/69
En el original: “was truly international, both transgressing Cold War blocs and including South American and,
later, Asian artists” (175).
7
143
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
curada por el artista visual y poeta experimental Edgardo Antonio Vigo –primero en el
Instituto Di Tella, en Buenos Aires, y poco después en el Museo Provincial de Bellas Artes
de La Plata–, la internacionalización resultó bastante amplia, ya que además de artistas
de otros países latinoamericanos y del Norte global, se expuso obra de artistas de la ex
Checoslovaquia como Josef Honys, Jaroslav Malina e Jiry Valoch. En la sección de libros que
tenía la muestra se incluyó también el libro Experimentální poezie, editado por Josef Hiršal
y Bohumila Grögerová (1967), y el catálogo Ladislav Novák: Poesía Alquímica, además de
diferentes números de revistas experimentales como Dialog y Sesity (Expo/Internacional de
Novísima Poesía/69 11-16). Según Katarzyna Cytlak, en su texto “Redes marginales en los
años sesenta y setenta”, el catálogo exhibido por Novák era probablemente el mismo de la
exposición Ladislav Novák: Alchymáže z roku 1967, que fue inaugurada en abril de 1968 en
una galería de Havlíčkův Brod, ciudad a 100 km de Praga (2019: 73).
Tales contactos transversales entre redes artísticas marginales eran muy frecuentes
en el entorno artístico de Vigo. Más allá de la Expo/Internacional, Cytlak da cuenta de otras
vinculaciones entre Vigo y artistas de Europa del Este. También el catálogo de la Última
exposición internacional de arte correo/75’, organizada por Vigo y Horacio Zabala, evidencia
que se exhibieron obras de J. H. Kocman, Ján Steklík, Jiří Valoch (Checoslovaquia);
István Haász, Endre Tót (Hungría); Henryk Bzdok, Bogdan Kisielewski, Marek Konieczn
y Andrzej Partum (Polonia); Bogdanka Poznanović y Miroljub Todorović (Yugoslavia),
además de piezas del poeta visual chileno Guillermo Deisler, exiliado en Bulgaria (2019:
74-75).
Estas vinculaciones transversales que Vigo cultivó gracias a la red internacional
de arte correo y al intercambio de revistas independientes, me sirve aquí de puente para
pasar de la historia “secreta” y decolonial de la literatura digital global al análisis de algunas
piezas de literatura digital latinoamericanas que podemos integrar a ese cuerpo decolonial.
Comenzando, como se verá en el próximo apartado, por la pieza IBM de Omar Gancedo,
publicada en el número 20 (diciembre de 1966) de la revista Diagonal Cero, dirigida por
Vigo.
5. LITERATURA DIGITAL LATINOAMERICANA Y MATERIALIDADES DECOLONIALES
En función de ir anudando todo lo hasta aquí expuesto, concentraré el análisis de
la materialidad digital desde una perspectiva decolonial a partir de la pregunta por cómo
entra el cuerpo en la literatura digital. Más específicamente, cómo nos hacemos de cuerpos
y afectos en la literatura digital, una práctica que –incluso siendo parte de la cultura/vida
algorítmica contemporánea que hace de todo sujeto un doble estadístico (Rouvroy y Berns
2016: 91) en busca de predecir comportamientos de consumo–, podría discutir formas de
subjetivación estandarizada en perfiles al uso en la vida plataformizada.
En el estadio actual del desarrollo del dispositivo digital los procesos de subjetivación
tienden a una parcial desubjetivación. Por una parte, el dispositivo digital, devenido en
144
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
cultura algorítmica (Galloway 2006; Striphas 2015) y vida algorítmica (Bucher 2018),
atraviesa la vida cotidiana de una amplia población del mundo globalizado, considerándola
básicamente como “perfiles”. Con todo, Antoinette Rouvroy y Thomas Berns, en su
muy citado texto acerca de la gubernamentalidad algorítimica contemporánea, aunque
desarrollan ampliamente en qué consiste esa “elaboración algorítmica de perfiles” (2016: 94)
que pareciera disolvernos en cuanto sujetos, esto es, desubjetivizarnos de modo completo,
reconocen también que se trataría más bien de una “rarefacción de los procesos y ocasiones
propicios para una subjetivación, que [de] un fenómeno de “desubjetivación” o de puesta
en peligro del individuo” (103). Dado que, sostienen, es necesario “el reconocimiento de la
distancia (…) entre estas representaciones estadísticas y lo que constituye a los individuos en
los procesos de individuación que les son propios, con todos los momentos de espontaneidad,
los acontecimientos, los pasos al costado por respecto a los posibles anticipados, que prevalecen en
estos procesos” (105, énfasis mío).
¿Cuáles serían entonces los posibles pasos al costado de los cuerpos “experienciadores”
en la literatura digital?
Por supuesto, podríamos comenzar considerando la ya clásica formulación de
Espen Aarseth (2004 [1997]) en cuanto a una literatura, como la digital, que tendría que
ser abordada desde su carácter ergódico, desde el trabajo o actividad de los cuerpos en sus
caminos de lectura (ergon (ἔργον) = trabajo, hodós (ὁδός) = camino). Lo que desde Aarseth
en adelante la crítica viene llamando “lectura no trivial”, una lectura que compromete al
cuerpo en forma más evidente que en la lectura de textos impresos, naturalizada por siglos de
cultura libresca moderno-occidental/occidentalizante y, como ya comenté, por su tendencia
a la invisibilización de su materialidad. ¿Pero no hay acaso a esta altura del desarrollo del
dispositivo digital cierto entrenamiento de lectura y cierta disposición de los cuerpos en
torno, por ejemplo, de la interactividad digital? Cuando interactuamos con las pantallas de
nuestros dispositivos digitales, por ejemplo, sabemos, en general, dónde pulsar o deslizar
con el dedo para que suceda algo que presuponemos sucederá, sabemos recorrer con la
mirada para buscar esos puntos de intervención de la interfaz gráfica, sabemos scrollear o
manejar múltiples ventanas. De hecho, la industria, el comercio, las finanzas y las empresas
de servicios digitales ocupan considerables tiempos y recursos para generar “navegaciones
amigables” que encarrilen nuestras experiencias usuarias. De allí el gran desarrollo que han
tenido en las últimas décadas las secciones dedicadas a UX (user experience) en empresas de
todo tipo.
Y, sin embargo, las artes digitales, la literatura digital en este caso, no siempre
se conforman con las experiencias digitales al uso. Probablemente exista una zona de la
literatura digital que sí lo hace y que, de ese modo, fluye con la corriente de la novedad
tecnológica y de la experiencia usuaria hegemónica. La zona que más me interesa, con todo,
es la que permite activar un experimentalismo crítico capaz de abrir acontecimiento, esto
es, capaz de potenciar disrupciones creativas y críticas que, al tiempo que nos permitan
dialogar con los sentidos particulares propuestos en cada pieza literaria digital, nos permitan
también releer críticamente la propia cultura/vida algorítmica.
145
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Un caso pionero en relación con esto, de una época en la que no se hablaba aún
de cultura algorítmica y en la que las computadoras no eran algo diseminado en la vida
cotidiana de la mayoría de la población –aunque ya formaban parte en forma incipiente de la
gestión de información de grandes agencias estatales y corporaciones multinacionales– es el
de la serie de poemas visuales denominada IBM que el artista y antropólogo Omar Gancedo
elaboró con recurso a una computadora en 1966. Se trata de una de las obras que marcan el
inicio de la literatura digital en Latinoamérica. La pieza fue publicada sobre papel, pero en
su proceso de producción material intervinieron componentes vinculados con la informática
de su época. En concreto: tarjetas perforadas, una perforadora IBM modelo 534 y una card
intérprete cuyo modelo, hasta donde he podido rastrear, no fue dado a conocer por el autor.
Tampoco se sabe con exactitud cómo Gancedo accedió a producir sus poemas con estos
dispositivos. Mi hipótesis, basada en el testimonio de un antropólogo que en aquella época
formó parte del mismo grupo que Gancedo en la universidad (Isla, en Noel y Antonini
2018), es que el acceso pudo vincularse al interés del grupo por la antropología estructuralista
de Levi Strauss que recuperaba el uso de tarjetas perforadas que se utilizaban ya para
análisis lingüísticos y que pudo ser accesible en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo
de la Universidad Nacional de La Plata donde funciona la licenciatura en Antropología.
La pieza IBM de Gancedo se compone de tres tarjetas perforadas que codifican en sus
perforaciones un texto, a la vez transcripto al lenguaje natural sobre las mismas tarjetas, operación
que ya venía incluida en el modelo de perforadora utilizado por Gancedo. Apelando al código
que las perforadoras de tarjetas usaban en aquel momento, se verifica su equivalencia con el
texto que podemos leer sobre las mismas, todo ello reproducido en las páginas de la revista.8 Lo
que me interesa para el argumento central de este artículo es la vinculación entre la materialidad
computacional con la que Gancedo trabajó, absolutamente atada a la novedad tecnológica de
los procesos de tratamiento informático de datos liderados por grandes transnacionales como
IBM, y la forma-contenido de los textos. Se da entre ellos una tensión interesante aun si algo
paradójica. El título, IBM, y los materiales utilizados son claramente parte de una incipiente
cultura algorítmica evaluada por Gancedo, en su texto introductorio, de forma ambivalente.
En efecto, al comienzo de ese texto introductorio concede a los nuevos dispositivos electrónicos
una potencia creativa al sostener que “Los equipos electrónicos mecanizados representan en
sí mismo un poderoso poema” (Gancedo 1966: 15); sin embargo, al final del mismo texto,
considera que tales dispositivos no son más que un medio a utilizar para la ampliación del
mundo poético: “… se puede afirmar que estos poemas no son un trabajo técnico, sino
nuevos elementos técnicos usados en la ampliación del mundo poético” (Gancedo 1966: 15).
En verdad, la ambivalencia campea por todo el texto introductorio y se despliega
incluso, como veremos, en los mismos poemas. Así, se explica con cierto detalle cuáles fueron
los dispositivos utilizados, con marca y modelo en el caso de la perforadora, y se plantea la
producción de estos poemas como una experiencia poética que “funciona como un gran
circuito, perfectamente determinado” (énfasis mío), pero a la vez se sostiene que hubo también
8
Otra aproximación a esta pieza se puede encontrar en (Kozak 2015).
146
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
mucho de azar, lo que contradice toda determinación. Al mismo tiempo, por dos veces
se mencionan operaciones disruptivas en la utilización de los dispositivos electrónicos, de
forma no prevista en la lógica de su funcionamiento, al involucrar el cuerpo del productor
de los poemas, sus emociones y percepciones. Se afirma así: “Al perforar las tarjetas se usaron
combinaciones automáticas de acto ‘reflejo’ traduciendo estados emotivos y ubicación visual.
Las tarjetas perforadas fueron leídas por la máquina interpretadora. Para estas lecturas
se usaron paneles de controles con programación al azar” (Gancedo 1966: 15, énfasis mío).
En cuanto a la primera parte de la cita a la que doy énfasis, que remite a formas
de manipulación sensible y encarnada de dispositivos electrónicos (actos reflejos, estados
emotivos y ubicación visual), es preciso considerar que las máquinas perforadoras de
tarjetas poseían un teclado algo similar, aunque no idéntico, al de las máquinas de escribir,
y que quienes las operaban simplemente debían teclear la información (texto alfabético o
números) que la misma máquina traducía al código que servía para las perforaciones. En tal
sentido, Gancedo al parecer se dejó llevar, con cierta reminiscencia de escritura automática
irreflexiva, por sus estados emotivos y por la ubicación visual de los signos en el teclado para
ingresar el texto que sería codificado en las perforaciones y decodificado nuevamente en
el texto impreso sobre cada tarjeta. Por otro lado, respecto de la segunda cita a la que doy
énfasis, cómo manipuló Gancedo con programación al azar los paneles de control de la card
intérprete es ya algo más difícil de conjeturar. Más allá de que el modelo de perforadora que
declara haber utilizado ya incluía la opción de decodificación, por lo que el segundo paso,
la lectura de la card intérprete parece un poco irrelevante.
Los poemas resultantes evidencian algo de azar, aunque no completamente puesto
que son bastante legibles tanto respecto de aspectos sintácticos como de algunos bloques
semánticos. Hay, sí, algunas palabras irreconocibles al menos en castellano o quiebres
inesperados, como el del final del tercer poema que parece coincidir con la imposibilidad de
continuar el texto más allá de las 80 columnas disponibles en la tarjeta. En relación con la
operación de perforación de las tarjetas, cabe notar que probablemente Gancedo tuviera ya
en mente algunos grupos de palabras preestablecidos como se observa en los grupos “en los
árboles”, “en el mar”, “en la selva” o “tambor de indios”. El resto de las palabras podrían ser
resultado, como asegura el autor, de perforaciones a partir de combinaciones automáticas de
acto “reflejo” traduciendo estados emotivos y ubicación visual.
Transcribo aquí los tres poemas, tal como aparecen impresos en una única línea
sobre las mismas tarjetas perforadas (aunque en la revista también se transcribieron con una
disposición gráfica que semeja versificación):
Tarjeta 1: HUM CARABUM JUN EN LOS ÁRBOLES UN CARABUM JUM
EN EL MAR
Tarjeta 2: JATAN JATAN BAM JAM EN LA SELVA DE MARAJATAN GATAN
HAN BAR
Tarjeta 3: BARTUK TARATUM DE TAMBOR DE INDIOS WUE MUEREN
BARATUM TUM T
147
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Resulta importante destacar que en todo momento el impulso hacia la novedad
tecnológica se ve tensionado por su propia disrupción, algo que se replica también en el
contenido de los poemas. De alguna manera, el título IBM ancla el sentido de los poemas a su
materialidad constructiva; pero los textos dicen algo bien diferente ya que hablan de un mundo
alejado de las grandes corporaciones de la industria informática. Hay selvas, mares, árboles,
tambores e indios que mueren. Esto es, hay toda una cultura en extinción bajo el, incipiente
en aquel momento, dominio digital. Si bien por momentos los poemas de Gancedo, en su
“ingenuidad” textual, tienden a sacarnos una sonrisa más que una reflexión sobre la situación
de las culturas indígenas, la yuxtaposición entre ambos mundos resulta significativa para la
lectura decolonial que propongo. Y que esto aparezca en la literatura digital latinoamericana
desde sus mismos inicios no es un dato menor. Si bien cuando realizó el poema Gancedo
era un joven antropólogo y tenía cercanía con investigaciones vinculadas con ciertos grupos
indígenas –fue conocido poco después por sus investigaciones en torno de los indios guayakis
en Paraguay (Vivante y Gancedo 1968; Gancedo 1971)– habría que esperar varias décadas
para que el pensamiento-acción decolonial se instalara con más fuerza en Latinoamérica.
De allí que el otro caso sobre el que propongo llamar la atención aquí es mucho
más contemporáneo. Se trata de la práctica asociada a la literatura digital de Rodrigo
Pérez Ramírez, activista digital en lengua zapoteca –variante de Miahuatlán– desde
2007. En particular, su propuesta de #DadaismoZapotecano, derivación de un primer
proyecto iniciado en 2015 que denominó ngetlu wìz (Fosfenopoesía). En palabras del autor,
Fosfenopoesía consiste en
una iniciativa que busca crear contenido «poético» en zapoteco usando sistemas
informáticos. Su intención es crear algunas líneas (poesía/literatura/antipoesía/
antiliteratura, como le quieran llamar) en zapoteco, en donde el principio único y
primordial es que el resultado debe ser entendible para los hablantes del zapoteco
(no engaños). Se contrapone al movimiento de Literatura en lenguas indígenas que
actualmente se promueve desde las instituciones de gobierno (Literatura escrita en
español mal traducida a lenguas indígenas), donde el público destino no son los
hablantes (Pérez Ramírez s/f ).
Destaco el hecho de que se trate de poesía con cierto recurso a medios digitales
para su elaboración, dirigida a hablantes nativos de zapoteco sin pasar previamente por
el español como lengua hegemónica. Ambos proyectos proponen la creación de poemas
en lengua zapoteca a partir de la implementación de una base de datos de palabras en
zapoteco, enmarcadas en un campo semántico predeterminado por el autor e incluidas en
una hoja de cálculo (Opencalc). Los poemas son resultado del procesamiento de la base
de datos a partir de la función de selección aleatoria que ofrece la hoja de cálculo y que
el autor vincula con las conocidas instrucciones para hacer un poema dadaísta propuestas
en uno de sus manifiestos hacia 1918 por Tristan Tzara (Tzara 2004), colocando en una
bolsa palabras recortadas de un periódico y sacándolas al azar. Con la selección resultante
148
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
de la función aleatoria de Opencalc, Pérez Ramírez elabora poemas a los que agrega ya sea
onomatopeyas propias del zapoteco (por ejemplo, en Kè-ní ré tá díɁztèɁ [Baila el zapoteco]),
ya sea, símbolos “ASCIII y símbolos fonéticos, con la intención de que se convierta en un
logograma, tal como era la escritura de los zapotecos antiguos”, como se lee en la explicación
que acompaña a ᴟbák šéʔʟ šíʔl ɱ-šîʔʟ (Pérez Ramírez 2019a).
Como parte de una lectura decolonial que desacomoda saberes, señalo –retomando
la referencia a Rivera Cusicanqui– la mixtura articuladora de contradicciones y revolcadora
de tiempos. Desde una perspectiva occidental/occidentalizante, en efecto, puede llamar la
atención que se recurra aquí tanto al dadaísmo como a formas poéticas más convencionales.
Por ejemplo, Kè-ní ré tá díɁztèɁ [Baila el zapoteco] es un soneto, construido sin embargo
a partir de la selección digital aleatoria ya comentada. Si lo leemos desde la perspectiva de
la historia literaria occidental, nada más lejos de una forma fija tradicional como el soneto
que el dadaísmo. Con todo, como lo demuestra Rivera Cusicanqui, la epistemología que
ella denomina con la palabra aymara ch’ixi permite abrir otras interpretaciones. Rodrigo
Pérez Ramírez es un artista/activista digital en lengua indígena contemporánea. Su
activismo digital en lengua zapoteca involucra a personas bilingües que habitan el tiempo
presente entre dos lenguas y culturas. De allí el tipo de articulación contradictoria, esto es,
que se permite habitar ese entremedio a partir de un diálogo intercultural que, desde una
perspectiva occidental hegemónica, podría resultar desajustado.
Hasta donde conozco, existen algunos otros proyectos en Latinoamérica que
vinculan literatura digital y comunidades indígenas. Quizá uno de los más conocidos y
analizados sea Los ojos de la milpa (2012-2014) de Eugenio Tisselli. Llamo la atención
también sobre la pieza de Mario Guzmán, titulada Combinatory Nierika (2020), un trabajo
de poesía algorítmica combinatoria que reimagina en forma bilingüe en español y wixárika
(huichol) múltiples visiones de la peregrinación ritual que este pueblo realiza desde las costas
de Nayarit hasta Wirikuta, al norte de San Luis Potosí. También se pueden mencionar los
Quechua Memes de Marisol Mena Antezana, una serie de memes en quechua que la autora
difunde en redes sociales como Facebook y Twitter que, al igual que uno de los poemas de
Pérez Ramírez, fueron publicados en la Antología Lit(e)Lat Vol. 1 (Flores, Kozak y Mata
eds. 2020) como forma incipiente de dar lugar a un diálogo intercultural al interior de la
literatura digital de la región. En el caso de los memes, considerados por parte de la crítica
especializada como literatura digital de tercera generación (Flores 2019), circulan en las
redes sociales en varias lenguas indígenas. Además de las ya mencionadas, entre otras, el
mapudungun, el mixteco o el kaqchikel. Incluir o no la producción contemporánea de
memes en la literatura digital llevaría a un debate que excede los límites de este artículo. Aun
así, es claro que la cultura digital contemporánea, que en líneas generales habla las lenguas
hegemónicas, se desacomoda con estas lenguas otras que reclaman para sí un habitar digital.
En algunos casos, quizá, no se logre más que un habitar que no alcanza a interrumpir el
dispositivo digital hegemónico. Con todo, nuevas variedades de experiencia, de cuerpos y
de afectos van surgiendo al compás de la visibilización de ausencias sufridas por una porción
importante de la población latinoamericana cuyas culturas ancestrales fueron negadas.
149
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
DOI: 10.4067/s0071-17132023000200155
Descolonizar la computación a escala planetaria.
Inteligencia artificial y planetariedad en la época del Antropoceno1
Decolonize Planetary Scale Computation.
Artificial Intelligence and Planetarity in the Anthropocene
ANDRÉS MAXIMILIANO TELLOa
a
Universidad de Playa Ancha, Facultad de Ciencias Sociales, Chile.
andres.tello@upla.cl
El presente artículo propone analizar algunas de las principales discusiones teóricas sobre la
“computación a escala planetaria” que durante la última década se han multiplicado en el campo
de las humanidades y las ciencias sociales. Una de las principales tesis que está en juego en estos
debates es la consideración de la inteligencia artificial como una industria extractiva que opera a nivel
global, principalmente explotando recursos naturales, datos masivos y fuerza de trabajo. Después de
revisar los principales elementos y perspectivas sobre dicha tesis, establecemos diferentes vínculos
entre la computación a gran escala y la configuración de un nuevo régimen colonial que atraviesa
las dinámicas políticas, económicas y culturales de las sociedades contemporáneas. Frente a esto,
proponemos que un contrapunto teórico al colonialismo computacional se puede encontrar en el
“giro planetario” que han experimentado las humanidades y las ciencias sociales. La adopción de
un pensamiento sobre la “planetariedad” nos permitirá entonces abordar críticamente el papel de
la computación a gran escala en medio de la crisis del Antropoceno. Por último, la revisión de estos
debates nos permitirá proponer algunas claves para pensar la descolonización de la computación a
escala planetaria como una práctica fundamental para enfrentar la crisis climática en curso.
Palabras clave: computación, inteligencia artificial, descolonización, planetariedad,
Antropoceno.
This article proposes to analyze some of the main theoretical discussions about the “planetary-scale
computation” that have multiplied in the field of humanities and social sciences during the last
decade. One of the main theses at stake in these debates is the consideration of artificial intelligence
as an extractive industry that operates globally, mainly exploiting natural resources, big data, and
workforce. After reviewing the main elements and perspectives on this thesis, we establish different
links between large-scale computing and the configuration of a new colonial regime that crosses the
El presente texto se enmarca en el desarrollo del proyecto FONDECYT Iniciación Nº11201122: “Tecnologías
informáticas de (des)subjetivación. La filosofía de Michel Foucault en el siglo XXI”.
1
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
political, economic and cultural dynamics of contemporary societies. Faced with this, we propose that
a theoretical counterpoint to computational colonialism can be found in the “planetary turn” that the
humanities and social sciences have experienced. Embracing “planetarity” thinking will then allow us
to critically address the role of large-scale computation in the midst of the Anthropocene crisis. Finally,
the review of these debates will allow us to propose some keys to think about the decolonization
of planetary-scale computation as a fundamental practice to face the ongoing climate crisis.
Keywords: Computation, artificial intelligence, decolonization, planetarity, Anthropocene.
1. INTRODUCCIÓN
El concepto de “computación a escala planetaria” se encuentra de manera cada vez
más frecuente en algunas de las principales discusiones sostenidas desde las humanidades y
las ciencias sociales sobre las actuales condiciones y estrategias de expansión de los sistemas
de inteligencia artificial alrededor del mundo (Bratton 2015; Pasquinelli 2017; Crawford y
Joler 2018; Crawford 2021; Marenko, 2022). Para comprender el núcleo de estos debates,
es necesario comenzar apuntando que la inteligencia artificial puede ser concebida no
solamente como una idea, una técnica o un campo de estudios interdisciplinario para
la invención y desarrollo de máquinas capaces de realizar tareas que requieren de cierta
capacidad de raciocinio (Haugeland 1989; Russell y Norvig 2004). Además de dicha
dimensión científica, a comienzos del siglo XXI la inteligencia artificial puede ser entendida
también en su condición de vasta infraestructura material que funciona prácticamente
a escala global (mediante kilómetros de cables submarinos de fibra óptica, satélites,
antenas, dispositivos móviles, sensores, etc.) y, al mismo tiempo, como una creciente
industria extractiva que opera sobre el trabajo humano masivo, en distintos niveles, y
también sobre la superficie terrestre y la biosfera (Pasquinelli 2017; Crawford y Joler 2018;
Crawford 2021).
Las discusiones sobre la computación a escala planetaria permiten entonces abrir
una serie de cuestionamientos sobre la masificación de los sistemas de inteligencia artificial
y el impacto de sus nuevos modos de extractivismo en las sociedades humanas y en las
múltiples formas de vida en el planeta. Durante la última década se ha demostrado que
los modos de producción asociados al mantenimiento de infraestructuras digitales y al
diseño industrial de algoritmos tienen una repercusión significativa en la agudización de
la crisis climática en curso (Dhar 2020). Asimismo, el despliegue global de las principales
empresas tecnológicas que impulsan el desarrollo y la innovación en el campo de la también
llamada “inteligencia de máquinas” (Zuboff 2021) parece vincularse estrechamente con
la reconfiguración de modos de explotación coloniales, es decir, la computación a escala
planetaria estaría dando forma a un nuevo tipo de colonialismo (Couldry y Mejias 2019;
Kwet 2019). La actual ubicuidad de los sistemas de inteligencia artificial en nuestro mundo
no podría entonces desligarse de una serie de preguntas que se vuelven urgentes en una
156
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
época signada por la crisis planetaria ¿Cuál es el papel de la inteligencia artificial en la
configuración actual de las relaciones de poder a nivel global? ¿Qué tipo de relaciones se
establecen entre el desarrollo de las tecnologías digitales y las crisis del Antropoceno? ¿Qué
significa en este contexto descolonizar la computación a escala planetaria? A continuación,
revisaremos algunos de los principales enfoques teóricos y debates contemporáneos que,
desde las humanidades y las ciencias sociales, intentan elaborar respuestas tentativas a estas
inquietudes.
2. COMPUTACIÓN A ESCALA PLANETARIA
Una reciente investigación de Kate Crawford, Atlas de la inteligencia artificial (2021),
resulta particularmente ilustrativa, para rastrear y mapear el funcionamiento contemporáneo
del amplio proceso de producción de los dispositivos de inteligencia artificial. Allí se describe
en detalle cómo estos sistemas operan de manera encarnada y material, especialmente si
consideramos sus infraestructuras, físicas, químicas y orgánicas, su enorme demanda de
recursos naturales, el trabajo humano en las cadenas de suministros y la apropiación de
datos a partir de las actividades de los usuarios, que sustentan finalmente todo el despliegue
de los sistemas computacionales alrededor del planeta. Como bien lo subraya Crawford, “la
creación de los sistemas de inteligencia artificial contemporáneos depende de la explotación
de recursos energéticos y minerales del planeta, mano de obra barata y datos a escala”
(2021: 15). De ahí que la usual definición gubernamental y empresarial de los sistemas de
inteligencia artificial como fundamentalmente abstractos, universales y objetivos, tienda a
oscurecer las ingentes demandas de energía, trabajo y explotación de recursos naturales que
son necesarias hoy para producirlos a gran escala.
Todo el proceso productivo de las infraestructuras digitales actuales se puede rastrear
entonces desde las minas de litio de Sudamérica hasta los yacimientos de minerales como el
cobalto y el coltán en África, pasando por los basureros de desechos tecnológicos en Asia.
Los costos medio ambientales de la computación a escala planetaria también se pueden
encontrar en el perfeccionamiento de algoritmos como los de Procesamiento del Lenguaje
Natural (NPL), pues la huella de carbono que se genera por entrenar a uno solo de estos
modelos “es igual a alrededor de 300.000 kg. de emisiones de dióxido de carbono. Esto es
similar a 125 vuelos en avión de ida y vuelta entre Nueva York y Beijing” (Dhar 2020: 423).
Pese a ello, los impactos medio ambientales significativos de la inteligencia artificial nunca
son totalmente admitidos ni contabilizados por el sector tecnológico, pues “la opacidad de
la cadena de suministro más grande para la computación en general, y la IA en particular,
es parte de un modelo comercial establecido desde hace mucho tiempo para extraer valor
de los bienes comunes y evitar la restitución por el daño duradero” (Crawford 2021: 218).
Por lo mismo, la computación a escala planetaria se relaciona íntimamente con la “geología
de los medios” propuesta por Jussi Parikka, toda vez que “el tiempo profundo del planeta
se introduce en nuestras máquinas, cristalizado como parte constitutiva de la economía
157
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
política contemporánea: las historias materiales del trabajo y el planeta se entrelazan en los
dispositivos, cuyo despliegue, en cualquier caso, forma parte de historias planetarias” (2021:
113). En consecuencia, la computación a escala planetaria no solamente transforma los
modos de comunicación, interacción y socialización de nuestras sociedades a nivel global,
sino que también altera las formaciones geológicas y los ecosistemas terrestres.
Otro elemento primordial para el despliegue de los sistemas de inteligencia artificial,
su diseño y mejoramiento, es la extracción masiva de datos de los millones de usuarios
que interactúan cotidianamente con los dispositivos y las plataformas digitales (Couldry y
Mejias 2019; Zuboff 2021). La acumulación y el procesamiento de datos masivos extraídos
de las diversas actividades de los usuarios se convierte en un factor clave para los intereses
de las corporaciones tecnológicas pues estos datos se pueden rentabilizar de distintas
maneras: “educan y dan ventaja competitiva a los algoritmos; habilitan la coordinación y la
deslocalización de los trabajadores; permiten la optimización y la flexibilidad de los procesos
productivos; hacen posible la transformación de productos de bajo margen en servicios de
alto margen; y el análisis de datos es en sí mismo generador de datos” (Srnicek 2018: 44).
Paralelamente, según la investigación de Soshana Zuboff (2021), solo una pequeña fracción
de los datos almacenados por las principales compañías de la economía digital se destinan al
mejoramiento de los productos o servicios que estas ofrecen a sus usuarios, ya que la mayor
parte de la información recopilada se convierte en un “excedente conductual privativo”, es
decir, en propiedad exclusiva de dichas empresas, y se utiliza como insumo para procesos
avanzados de producción de sistemas de inteligencia artificial que tienen como objetivo la
predicción de los comportamientos de sus usuarios y que se comercializan rentablemente
con otras empresas (publicitarias, financieras, etc.) generando así un nuevo “mercado de
futuros conductuales” (Zuboff 2021). Así, podríamos decir, junto con Bernard Stiegler
(2016), que este procesamiento automatizado de los registros de los distintos modos de
individuación psíquica y social, consuma entonces una “época hiper-industrial” donde la
ubicuidad de los dispositivos de cálculo digital parece conducir hacia una “automatización
de las existencias” (Stiegler 2016: 20).
Por lo tanto, es posible afirmar que la inteligencia artificial se forma a partir de
un conjunto de prácticas e instituciones sociales que nunca son inmateriales ni neutrales,
puesto que expresan más bien diferentes fuerzas históricas, políticas, económicas, científicas
y culturales, con intereses muchas veces contrapuestos (Crawford 2021; Coeckelbergh
2022). Al adoptar esta perspectiva podemos ir entonces más allá del mito empresarial sobre
un supuesto desarrollo actual de sistemas de inteligencia artificial que serían completamente
autónomos, eficientes y sin intervención humana de por medio, pues tal como lo subraya
Crawford (2021):
las formas contemporáneas de inteligencia artificial no son ni artificiales ni
inteligentes. Podemos, y debemos, hablar en su lugar del duro trabajo físico de los
mineros, del trabajo repetitivo de la fábrica en la cadena de montaje, del trabajo
cibernético en los talleres cognitivos clandestinos de programadores subcontratados,
158
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
del trabajo colaborativo mal pagado de los trabajadores de Mechanical Turk y del
trabajo inmaterial no remunerado de los usuarios cotidianos. Estos son los lugares
donde podemos ver cómo la computación planetaria depende de la explotación del
trabajo humano, a lo largo de toda la cadena productiva de extracción (2021: 69).
La computación a escala planetaria se constituye entonces como un vasto ensamblaje
de dispositivos que en ningún caso es meramente virtual, puesto que requieren, en todos sus
niveles, del entrelazamiento tanto de procesos de explotación de cuerpos humanos, como
de procesos de extracción de recursos naturales y datos masivos generados por todas las
interacciones de usuarios con los entornos digitales. Todo esto hace visible las operaciones
extractivas que están a la base del diseño y el perfeccionamiento de los actuales sistemas de
inteligencia artificial, demostrando además cómo estos juegan un rol fundamental en las
estrategias que aseguran la continuidad y el ahondamiento de las formas de acumulación
capitalista a nivel global. La ubicuidad de los sistemas de inteligencia artificial da cuenta
de lo que Sandro Mezzadra y Brett Neilson (2017) denominan como una expansión de las
fronteras del extractivismo, pues constituyen una nueva dimensión para las operaciones
del capital, que amplía sus ya acostumbradas y literales formas de extracción de recursos
naturales y materias primas (como los yacimientos mineros y las plantaciones), para cubrir
así dominios que eran hasta hace poco considerados como ajenos al propio capitalismo.
De ahí la importancia de reconocer que podemos hablar de extractivismo, en un sentido
extendido, no solo “cuando las operaciones del capital saquean la materialidad de la Tierra
y la biosfera, sino también cuando ellas encuentran y demandan formas y prácticas de
cooperación humana y socialidad que les son externas” (Mezzadra y Neilson 2017: 4). Desde
luego, en el caso de los sistemas de inteligencia artificial, estos suponen el entrelazamiento
de nuevas formas extracción sobre los comportamientos humanos, los registros digitales y
los recursos naturales del planeta.
La expansión de la computación a escala planetaria parece vincularse estrechamente
también con la configuración de una nueva arquitectura geopolítica a nivel global, que pone
en entredicho las antiguas formas de organización políticas y jurídicas basadas en la primacía
de la soberanía estatal. Aquí los agentes principales son las llamadas Big Tech, es decir, las
grandes compañías tecnológicas como Alphabet (Google), Microsoft, Amazon, IBM, Apple
y META, que comandan la formación de un nuevo diagrama general de poder y gestión de
los cuerpos, las energías y los deseos de los millones usuarios interconectados a ellas. Esta
nueva arquitectura geopolítica es lo que Benjamin Bratton (2015) intenta sintetizar con el
término de “computación a escala planetaria”:
La computación a escala planetaria toma diferentes formas en diferentes escalas: redes
y fuentes de energía y minerales; infraestructura de nube subterránea; privatización
del software urbano y de los servicios públicos; sistemas masivos de direccionamiento
universal; interfaces dibujadas por el aumento de la mano, del ojo, o disueltas en
objetos; usuarios sobrevalorados por la auto-cuantificación y también explotados
159
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
por la llegada de legiones de sensores, algoritmos y robots. En lugar de ver todo
esto como una mezcolanza de diferentes tipos de computación, girando por sí
solos a diferentes escalas y ritmos, deberíamos verlos como un todo coherente e
interdependiente (2015: 4-5).
En ese sentido, el enfoque de la computación a escala planetaria permite comprender
de manera integrada los dispositivos heterogéneos que impulsan los avances tecnológicos del
también denominado “capitalismo de plataformas” (Srnicek 2018). En lugar de optar por una
descripción fragmentaria y aislada de los dispositivos e infraestructuras digitales que articulan
hoy los flujos globales de información que atraviesan distintos territorios, ciudades, espacios
domésticos y prácticamente todos los modos cotidianos de interacción usuario-máquina,
la perspectiva de la computación a escala planetaria remite a un orden global emergente
cuyas operaciones dependen, al mismo tiempo, de una estructura coherente y de sistemas
informáticos distribuidos. Por esa razón, Bratton (2015) propone analizar la “computación
a escala planetaria” a partir de un modelo topológico vertical y multicapas, que funciona
de manera modular e interdependiente, denominado la pila o apilamiento [The Stack], tal
cual como se nombra en informática a una lista ordenada de datos que permite almacenar
y recuperar elementos. Según este modelo, la pila comprende una mega-arquitectura de
seis capas superpuestas y correlacionadas: Tierra, nube, ciudad, dirección, interfaz y usuario.
Estas distintas capas pueden compartir la misma localización terrestre, aunque subdividen
verticalmente sus diferentes y simultáneos procesos de gestión, es decir, las lógicas de
gobierno a escala que aplican sobre cuerpos, energías, recursos, fuerzas y movimientos
orgánicos, químicos y digitales. Para Likavcan y Scholz (2022), la topología vertical de este
modelo permite reflejar la dinámicas centralizadoras y descentralizadoras de la computación
a escala planetaria: “Por un lado, las dinámicas sistémicas de centralización están integradas
en protocolos de plataforma o propiedad corporativa de infraestructuras computacionales,
mientas que por otro lado, las dinámicas de descentralización se encuentran en gran
medida en la interacción de usuarios individuales con interfaces periféricas” (2022: 151).
Según la lectura del modelo del Stack realizada por McKenzie Wark (2021), cada
vez que una persona hace una compra en Amazon su deseo es gestionado por la capa de
la “interfaz”, que posiciona a esa persona como a un “usuario” en la pila, luego la capa
“dirección” identifica dónde estás y dónde está el producto que deseas, para calcular así el
modo más óptimo de entregarlo, mientras que la capa “ciudad” remite a la parte física de
la infraestructura, el almacén o depósito de los productos más cercano. Asimismo, la capa
“nube” se encarga de conectar todos estos lugares según la información almacenada, no solo
para cumplir con la entrega de la compra, sino que también para aprender del conjunto
de estas acciones registradas, modulando y anticipando futuras acciones. Por último, “la
capa tierra es el lugar del que se extraen los recursos y la energía para crear y poner en
marcha todo este vasto edificio de mercancía digitalizada” (Wark 2021: 21). De esa manera,
podríamos decir que es el conjunto heterogéneo de deseos y percepciones moduladas de sus
usuarios aquello que pone en marcha también las distintas capas de la pila.
160
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
No es extraño entonces que el concepto de computación a escala planetaria fuese
advertido por las premonitorias investigaciones de Félix Guattari en torno a los modos de
producción contemporáneos de la subjetividad (Pasquinelli 2017; Marenko 2022). A fines
de la década de los ochenta, Guattari (2000) señalaba que las formas de subjetividad se
volvían dependientes “cada vez más de una multitud de sistemas maquínicos. Ya ningún
dominio de opinión, de pensamiento, de imagen, de afectos, de narratividad, puede
pretender escapar a la influencia invasora de la ‘asistencia por computadora’ de los bancos
de datos, de la telemática, etc.” (2000: 15). En ese marco, Guattari postula la emergencia de
un nuevo periodo histórico de la producción de subjetividad maquínica auto-referencial: “la
edad de la informática planetaria” (2000: 25), la cual estaría marcada por cuatro tendencias
generales; la modelización de las ideas y las percepciones colectivas mediante el despliegue
de la inteligencia artificial; la amenaza de desequilibrios medioambientales derivados de la
expansión de la industria tecnológica; la aceleración de la temporalidad y, finalmente, la
reconfiguración de las diferentes formas de vida en el planeta.
Esto último resulta clave, pues el desarrollo de la computación a escala planetaria
no solo supone la construcción y el diseño de una compleja arquitectura de sistemas
entrelazados (a partir de dispositivos híbridos y cada vez más presentes en nuestro mundo,
como sensores, satélites, cables, antenas, protocolos de comunicaciones y softwares), sino
que además involucra alteraciones significativas en todas las formas de vida planetarias. De
hecho, la expansión de la industria extractiva asociada a la inteligencia artificial provoca hoy
un claro impacto en la crisis climática y los desequilibrios de la biosfera, como bien lo sugiere
Mateo Pasquinelli (2017), “a escala planetaria, el acoplamiento de energía e información
es evidente en la relación colonial entre los centros de datos de las empresas de logística del
Norte global y las industrias extractivas del Sur global. La ‘Tecnosfera del Antropoceno’ es,
por tanto, el nombre que se le da a la globalización de la vieja fábrica colonial” (2017: 322).
De ahí pues que para ahondar en el análisis de la computación a escala planetaria sea
ineludible abordar también su dimensión colonial.
3. LA COLONIZACIÓN COMPUTACIONAL DEL GLOBO
El análisis crítico de las operaciones extractivistas de la inteligencia artificial
revela un estrecho vínculo entre la computación a escala planetaria y una nueva forma de
colonización en curso. Las grandes empresas tecnológicas del norte global como Google,
META, Amazon, IBM, Apple o Microsoft, y también las empresas chinas como Baidu,
Alibaba y Tencent, expanden sus territorios digitales no solo amenazando la privacidad
de sus usuarios, imponen simultáneamente regulaciones, diseños tecnológicos y modelos
culturales a través de la consolidación de su dominio computacional, sobre todo en los países
del sur global. Mediante esta suerte de nuevo colonialismo computacional, las Big Tech
ensanchan sus imperios tecnológicos, ya no solo para constituirse como actores económicos
hegemónicos del mercado global, sino que además para convertirse en verdaderos agentes
161
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
político-corporativos a escala planetaria. Esto es lo que Bratton denomina también como la
emergencia de una nueva “soberanía de plataformas” (2015: 21-22), ya que estas empresas
poseen una incomparable capacidad tecnológica para gestionar, procesar e intervenir las
comunicaciones de todos los usuarios conectados a Internet a nivel global (más de dos
tercios de la población humana), y para influir de manera decisiva en los destinos de los
gobiernos y las democracias de los países a los que proveen con su infraestructura digital.
Tras estudiar la experiencia sudafricana, Michael Kwet (2019) define este nuevo
colonialismo digital como una “forma estructural de dominación” que “se ejerce a través
de la propiedad y el control centralizados de los tres pilares fundamentales del ecosistema
digital: software, hardware y conectividad de red” (2019: 2). Igualmente, es mediante la
creación, promoción e implementación de diversas infraestructuras tecnológicas básicas en
los países en desarrollo que las Big Tech pueden ampliar sus territorios digitales y expandirse
bajo una profunda lógica colonial. Por cierto, los datos personales y de navegación de
los ciudadanos de estos países son recopilados, procesados y vendidos por las Big Tech a
compañías de publicidad y consultoría, que utilizan sistemas de perfilamiento algorítmico
para dirigirse a diferentes grupos de usuarios con mensajes altamente personalizados y
destinados a aumentar las utilidades de empresas extranjeras, aunque también de compañías,
organizaciones y partidos políticos locales que buscan imponer sus diferentes agendas en
cada país (Kwet 2019; Coleman 2019). En este contexto, tal como subraya Paola Ricaurte
(2019), los gobiernos estatales del sur global se han transformado en clientes de las grandes
empresas tecnológicas, implementando en sus distintos territorios sistemas automatizados
de toma de decisiones públicas con datos de propiedad corporativa, contratando diversos
productos de inteligencia artificial (para ciberdefensa, vigilancia, servidores, internet de
las cosas, etc.), adoptando sus agendas digitales (en materias de conectividad, hardware y
software) y adquiriendo sus programas educativos o de capacitación digital para la fuerza
laboral de cada país (Ricaurte 2019). Así, las corporaciones tecnológicas no solo desarrollan
un nuevo tipo de soberanía sobre los territorios digitales, sino que además se “infiltran” en
los Estados tradicionales “a través de convenios, cuya legitimación solo es posible por la
ausencia de un debate profundo con relación al rol que las plataformas están adquiriendo
en las nuevas formas del capitalismo” (Sandrone y Rodríguez 2020: 40).
Para fortalecer su estrategia de expansión colonial en las regiones del sur global, las
Big Tech deben asegurar, en primer lugar, el dominio de la mayor parte de la arquitectura
informática suministrada en los países en desarrollo, es decir, imponer el diseño y los
códigos de los programas computacionales empleados así como las licencias de propiedad
intelectual vinculadas al software y hardware que constituye la infraestructura digital de
los gobiernos y sus servicios públicos, factores que luego, paradójicamente, terminan
limitando las posibilidades del desarrollo industrial digital y de cualquier pretensión
a largo plazo de soberanía tecnológica en estas naciones. El caso de Google resulta aquí
paradigmático, pues la compañía subsidiaria de Alphabet controla más del noventa por
ciento del mercado global de los motores de búsqueda en Internet y, sin embargo, la mayor
parte de sus centros de procesamiento de datos, o Data Centers, están en Estados Unidos y
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Europa, mientras que apenas tres de ellos se encuentran en países del Sur Global. Lo mismo
ocurre con otras compañías como META, Amazon, Microsoft, etc., cuestión que pone
de manifiesto la vigencia del eje Norte-Sur global en la distribución de la infraestructura
digital y las limitadas posibilidades de innovación y desarrollo tecnológico en aquellas
regiones convertidas en meros yacimientos para el extractivismo de datos. En ese sentido,
todo parece indicar que “los centros de datos representan las manifestaciones más actuales
de la acumulación originaria del capital, así como su enorme dinamismo” (Cancela 2023:
45). A esto habría que agregar el tristemente irónico hecho de que “la mano de obra de bajo
costo y la extracción de minerales en Asia y África respaldan tácitamente el desarrollo de
computadoras más baratas, más rápidas y más pequeñas que se usan y venden en todo el
mundo” (Irani et al. 2010: 1311).
Lo anterior es expresión de una desigualdad global intensificada bajo la computación
a escala planetaria, pues su despliegue supone también un monopolio formal y real sobre el
conocimiento científico-tecnológico asociado a la propiedad de los datos y su procesamiento
algorítmico, actualizando de manera dramática aquel clásico mecanismo clave para la
acumulación capitalista que el sociólogo brasileño Theotônio Dos Santos denominara
como “dependencia tecnológica” (Dos Santos 2020). Ahora bien, como ya lo señalábamos,
otro pilar fundamental del colonialismo computacional es la conectividad de red, pues la
provisión de servicios gratuitos de Internet entre la población de usuarios con menores
recursos, puede ser entendida como parte de una estrategia para ampliar los territorios
digitales a conquistar por parte de cada compañía tecnológica (Kwet 2019; Coleman
2019). Un ejemplo explícito de esto último ha sido el polémico programa Facebook Zero,
anunciado el año 2010, y con el cual la empresa estadounidense buscaba proveer servicios
básicos de navegación en Internet a tarifa cero para los usuarios de teléfonos móviles en
países en desarrollo, principalmente en África e India, ampliando así simultáneamente
su propio mercado, es decir, sus fuentes de extracción de datos y sus zonas de vigilancia
continua. Se trata aquí, en suma, de otra de las múltiples expresiones de la expansión global
de los oligopolios de extracción, almacenamiento y procesamiento de datos que conforman
los “nanofundios” del neocolonialismo digital (Berti 2022).
Con todo, la computación a escala planetaria no puede considerarse ya como una
simple expansión del colonialismo histórico, que operaba mediante campañas de invasión
militar y la instalación física de una potencia colonial en un territorio geográfico determinado.
A diferencia de este último, el colonialismo computacional a escala planetaria no requiere
de la presencialidad de los poderes coloniales en los territorios conquistados, ya que se
caracteriza por expandir la singular soberanía geopolítica de las Big Tech principalmente
mediante infraestructuras informáticas que permiten el traspaso de datos Sur-Norte y la
diseminación de sofisticados dispositivos de vigilancia desde destinos remotos para perpetuar
así las relaciones de poder y los discursos coloniales bajo nuevas formas de desposesión y
acumulación capitalista global (Mann y Daly 2019). Al mismo tiempo, el colonialismo
computacional se caracteriza por una preocupante relación con la crisis climática, pues como
bien lo subraya Kate Crawford (2021), la visión de futuro de los empresarios tecnológicos
163
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
“no incluye minimizar la exploración de petróleo y gas o contener el consumo de recursos o
incluso reducir las prácticas laborales de explotación que los han enriquecido. En cambio, el
lenguaje de la élite tecnológica a menudo se hace eco del colonialismo, que busca desplazar
a la población de la Tierra y capturar territorio para la extracción de minerales” (2021: 233).
Ante este panorama, la tesis planteada por Cédric Durand (2021) es que los
territorios digitales a escala planetaria conquistados por las grandes compañías tecnológicas
constituyen toda una anomalía histórica, pues en realidad funcionan como un nuevo tipo
de feudos para el dominio señorial de las Big Tech, una suerte de “tecnofeudalismo” donde
los siervos de la gleba serían ahora los millones de usuarios de sus programas y plataformas
(Durand 2021). Según este planteamiento, a comienzos del siglo XXI, la digitalización
corporativa de la economía transforma la lógica sistémica del capitalismo, de modo que
estaríamos frente a una profunda reestructuración del régimen de producción social general
que, en lugar de dirigirnos hacia el progreso que vislumbran sus apologistas de Silicon Valley,
nos habría conducido más bien hacia un alarmante retroceso civilizatorio. En otras palabras,
estaríamos frente a un paradójico resurgimiento de diversos elementos medievales en la
organización social contemporánea, pues nos hemos convertido en siervos que desarrollan
una relación de dependencia económica con las plataformas digitales, cuyo dominio señorial
es reforzado por los bucles algorítmicos que personalizan sus servicios, estrechando así como
nunca antes el lazo entre los territorios digitales y las existencias humanas (Durand 2021).
Ahora bien, al igual que el diagnóstico del “capitalismo de la vigilancia” (Zuboff
2021), la hipótesis sobre el “tecno-feudalismo” (Durand 2021) reconoce que el dominio de
las Big Tech está basado en una dinámica que tiende hacia la colonización computacional de
todas las dimensiones de la vida humana mediante la expansión de nuevos territorios digitales
cuya lucrativa explotación reconfigura la lógica de acumulación y los dispositivos de poder
del propio capitalismo a inicios del siglo XXI. Sin embargo, las lecturas de Zuboff (2021)
y Durand (2021) no ahondan en este proceso de colonización que ellas mismas describen,
es decir, en el nuevo tipo de colonialismo que se expresa en las dinámicas extractivas sobre
los datos masivos, los recursos naturales y la explotación de la fuerza laboral, especialmente
en el sur global. De algún modo, la identificación de estas características coloniales en las
lógicas de acumulación en curso, tensionan inevitablemente cualquier análisis que postule
una total novedad del capitalismo contemporáneo propiciado por la computación a escala
planetaria, pues resulta por los menos difícil trazar una discontinuidad entre este último y
aquellas formas de explotación históricas vinculadas a las relaciones de poder coloniales.
Muy por el contrario, como bien lo sugieren Kate Crawford y Vladan Joler (2018), los
sistemas de inteligencia artificial, entendidos como industria extractiva que opera a nivel
global, parecen intensificar el proceso de cercamiento de los bienes comunes iniciado por el
colonialismo histórico, esta vez mediante la cuantificación computacional de la naturaleza
y el conocimiento colectivo. De ahí entonces que la computación a escala planetaria resulte
indisociable de un impulso colonial de larga data. Y, sin embargo, es en cierta ambigüedad
de esa propia condición “planetaria” del colonialismo computacional donde quizás podría
encontrarse una alternativa para su descolonización futura.
164
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
4. REUBICAR LA COMPUTACIÓN EN LA TIERRA: SOBRE EL GIRO PLANETARIO
La cuestión colonial que subyace al actual despliegue de la computación a escala
planetaria se podría replantear de un modo fundamental a partir de un pensamiento sobre
la “planetariedad” tal como lo ha sugerido tempranamente el trabajo de la teórica india
Gayatri Spivak (2003; 2012; 2015). El uso de este término por parte de Spivak surge, en
principio, durante la década de los noventa para pensar la cuestión de la migración más
allá de los límites del Estado-nación, pero luego es replanteado para apuntar también la
diferencia crucial de la “planetariedad” con otras nociones similares (como las de planeta,
mundo, etc.) utilizadas frecuentemente por los discursos ambientalistas o por los agentes
gubernamentales promotores del desarrollo sostenible bajo un “capitalismo verde”.
Asimismo, la planetariedad se aleja de términos más comunes como la globalización y lo
global, porque no designa un proceso civilizatorio que podría simplemente gobernarse
o gestionarse. El globo, subraya entonces Spivak, “está en nuestros computadores. Es el
logo del Banco Mundial. Nadie vive allí; y pensamos que podemos aspirar a controlar la
globalidad” (2012: 338).
Alejándose de este concepto generalizado de lo global, la noción de planetariedad
propuesta por Spivak se refiere más bien a una especie de alteridad radical, que permanece
intraducible, que no puede sintetizarse, toda vez que “si nos imaginamos a nosotros
mismos como sujetos planetarios en lugar de agentes globales, criaturas planetarias en
lugar de entidades globales, la alteridad permanecería inderivada de nosotros; no es nuestra
negación dialéctica, nos contiene tanto como nos arroja” (Spivak 2015: 292). Mientras que
la globalización se suele representar con una excesiva visibilidad (las de imágenes de redes
luminosas o de hileras de ceros y unos que envuelven al globo), en cambio, el concepto de
planetariedad parece proveer un medio para pensar a través de aquello que tiende hacia lo
invisible en nuestro mundo de hiperconexión computacional, puesto que “es un método
de lectura que des-familiariza un ‘espacio familiar’” (Deloughrey 2019: 66), a saber, el de
la propia Tierra.
Así, la planetariedad busca menos definir un objeto que convertirse en un
pensamiento de esta diferencia radical de la otredad del planeta, que excedería la cuantificación
digital del mundo. Si la globalización se logra mediante la expansión del mismo sistema
de intercambio en todas partes, es decir, mediante las redes del “capital electrónico” y
su imposición de “sistemas de información geográficos”, Spivak propone entonces una
particular (no)relación con lo global, a partir de una re-imaginación del planeta con un
imperativo de responsabilidad colectiva hacia la otredad en su diferencia radical, operando
así interruptoramente con la globalización tal como ha sido desplegada hasta ahora, es decir,
alterando los legados imperiales de la violencia colonial y de los nacionalismos postcoloniales
(Spivak 2003, 2012). De ahí que la planetariedad pueda comprenderse también como una
praxis, como bien lo apunta Jenniffer Gabrys (2018), puesto que exige un modo de habitar
el planeta que si bien no se ajusta a representaciones epistémicas uniformes ni se asienta
en un terreno fijo, constituiría aquí una diferencia “con, dentro y frente” a la cual puede
165
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
expresarse otra manera de ser humanos y de un devenir colectivo. En otras palabras, pensar
la planetariedad permitiría entonces desplegar una práctica de reinscripción del globo con
el planeta (Spivak 2003; 2012). Y, en ese sentido, la perspectiva abierta por la noción y la
práctica de la planetariedad tiene la potencia para convertirse también en un contrapunto o
en una reformulación en términos críticos de aquello que hemos descrito previamente como
una colonización digital del globo impulsada por la “computación a escala planetaria”.
Junto a esto, la importancia de la noción de “planetariedad” acuñada por Spivak en
el pensamiento crítico actual se pone de manifiesto claramente al reconocer su condición
de impulsora temprana del llamado “giro planetario” que se ha extendido en el campo de
las artes, las humanidades y las ciencias sociales “en respuesta al mundo del siglo XXI y a la
capacidad decreciente del aparato teórico posmoderno para dar cuenta de él” (Elias y Moraru
2015: xi). Este “giro planetario” del que es precursor el pensamiento de la planetariedad
se vincula igualmente con los desafíos que supone para el trabajo de las humanidades y
las ciencias sociales la hipótesis del Antropoceno, planteada el año 2000 por el Premio
Nobel de química, Paul Crutzen, buscando expresar así la idea de que nuestro planeta
está atravesando una nueva época geológica, que no solo pone fin al Holoceno, sino que
además se ha generado por una serie de transformaciones que las actividades humanas están
provocando en las capas exteriores de nuestro planeta, como el cambio climático, la pérdida
de la biodiversidad, la acidificación de los océanos, el adelgazamiento de la capa de ozono y
la contaminación medioambiental, entre muchos otros (Clark y Szerszynsky 2021). En ese
sentido, la noción de planetariedad tiene la potencia de problematizar este encuentro entre
fuerzas geológicas humanas y no humanas, que nos obligan a pensar la vida y sus diferentes
formas a través de la Tierra y “a preguntarnos, con curiosidad e insistencia, en qué planeta
estamos y qué tipo de ‘criaturas planetarias’ somos” (Clark y Szerszynsky 2021: 8).
En esa misma línea puede ubicarse el trabajo de Dipesh Chakrabarty (2019; 2021)
en torno a la noción de “planeta”, que según el historiador y teórico indio emerge como
categoría fundamental para el pensamiento crítico y humanista cuando convergen hacia
fines del siglo XX dos escalas de tiempo muy diferentes, por un lado, las lecturas de la
historia social del Antropoceno, es decir, de los impactos que la expansión de los imperios
modernos y la globalización de las revoluciones tecnológicas provocan en las condiciones
geoquímicas de la propia Tierra, y por otro lado, las consideraciones de un régimen
antropocénico de historicidad que son de más larga data y de múltiples capas, pues remiten
a la historia geológica del desarrollo del planeta que llevan a cabo las diversas disciplinas
involucradas en la llamada Ciencia del Sistema Tierra (Chakrabarty 2019). En otras
palabras, es cuando logramos ver el peligro de perturbación en las condiciones del sistema
Tierra, gracias a los diversos estudios recientes sobre el cambio climático y las alteraciones
ambientales antropogénicas, que el planeta se convierte claramente en una nueva categoría
para el pensamiento humanista.
Al igual que en los planteamientos seminales de Spivak (2003; 2012; 2015), la
necesidad de un giro planetario en el pensamiento crítico destacada por Dipesh Chakrabarty
(2019) va de la mano con la distinción clave entre los conceptos de “planeta” y “globo”, que
166
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
podrían ser fundamentales para problematizar la computación a escala planetaria y elaborar
posibles herramientas críticas al servicio de su transformación futura. El término “globo”
aparece constantemente relacionado con los distintos análisis de la globalización, como
expansión civilizatoria y apropiación de la tierra habitable por parte de los seres humanos,
e igualmente suele vincularse con la crisis climática a partir de la noción de calentamiento
global, aunque lo cierto es que este último fenómeno puede ser visto sin necesidad de
recurrir al antropocentrismo que caracteriza a las narrativas sobre la globalización cultural.
Como bien lo sostiene Chakrabarty (2019), el principal protagonista de la Ciencia del
Sistema Tierra no son los seres humanos sino más bien la compleja y multicelular vida
en general: “En contraste con la historia de la globalización capitalista, esta perspectiva
establece una mirada sobre los seres humanos y otras formas de vida sin los seres humanos
en el centro de la historia. Simplemente llegamos demasiado tarde en la historia para ser su
protagonista” (2019: 14). Esta apreciación no deja de ser controversial, pues podría leerse
como una desvinculación del Antropoceno con el despliegue moderno del capitalismo y
el colonialismo, sin embargo, diversos estudios han demostrado que la acción humana
sostenida por siglos en dichos procesos efectivamente ha alterado los equilibrios terrestres
(Gurminder y Newell 2022).
Con todo, la relevancia de la historia profunda del Antropoceno que plantea
Chakrabarty (2019, 2021) consiste en subrayar que si bien la Ciencia del Sistema Tierra,
así como la geología y la biología evolutiva, son disciplinas de estudio realizadas por seres
humanos, se constituyen al mismo tiempo en campos de conocimiento que descentran
tajantemente a la humanidad, replanteando su papel en la larga historia de la Tierra y su
biosfera. Esta pérdida de protagonismo no deja de ser ambigua, pues tal cual como lo ha
destacado Paul Edwards (2010), la constatación del cambio climático y el desarrollo de la
Ciencia del Sistema Tierra solo ha sido posible gracias a la “vasta máquina” que conforman
las redes de satélites, sensores, centros de datos y modelos algorítmicos que han permitido
trazar el pasado y anticipar el futuro de la atmosfera terrestre. En otras palabras, ha sido
gracias a la computación a escala planetaria que nos hemos vuelto conscientes de que
habitamos la Tierra, de ahí pues también que pueda sostenerse que “lo global revela a los
humanos el dominio de lo planetario” (Chakrabarty 2019: 17). La misma fórmula podría
funcionar entonces para la computación a escala planetaria y su potencial ambigüedad,
puesto que, si la computación global nos revela hoy lo planetario, habría que decir junto
a Spivak que la diferencia radical expuesta por la planetariedad debería impulsarnos a
transformar la propia computación a gran escala.
Otra de las diferencias importantes entre el pensamiento planetario y las ideas sobre
los global es la que se desprende del contraste entre la sostenibilidad y la habitabilidad
(Chakrabarty 2019). Mientras la primera noción parece ser distintiva de los discursos
gubernamentales sobre la responsabilidad humana con el medio ambiente o sobre la justicia
climática, en cambio, la segunda noción ya no alude exclusivamente a las acciones humanas
sino a la vida en general, pues se preocupa por la interacción y los equilibrios complejos
generados por los distintos agentes que forman la biosfera. La habitabilidad del planeta se
167
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
refiere entonces a una alteridad radical que, de acuerdo con Spivak (2003; 2012; 2015), no
se ajusta necesariamente ni a los tiempos ni a la gestión de la política global humana, y que,
sin embargo, precisamente por eso, nos pone en un plano de igualdad con cualquier otra
forma de vida. De acuerdo con Chakrabarty, lo anterior nos ubica más como huéspedes
pasajeros del planeta que como anfitriones posesivos, y comprender esto “tiene que ser
una parte integral de la perspectiva desde la que perseguimos nuestra búsqueda demasiado
humana, pero legítima, de justicia en asuntos relacionados con el impacto inicuo del cambio
climático antropogénico” (2021: 93-94).
Ahora bien, la urgencia de volver habitable el planeta en una época de crisis climática
antropogénica parece demandar conjuntamente la intervención de un pensamiento
planetario para tratar de restablecer los equilibrios terrestres de la biosfera. Siguiendo a
Chakrabarty, habría entonces que afirmar que “nuestro encuentro con el planeta en el
pensamiento humanista abre un espacio conceptual para la emergencia de una posible
antropología filosófica que sea capaz de pensar el capitalismo y nuestras especies de vida
juntas, tanto desde dentro como en contra de nuestras preocupaciones y aspiraciones
humanas inmediatas” (2019: 29). Se trata aquí entonces de una necesidad de pensar en
otra escala, en medio de este cruce entre historia natural e historia humana que, como bien
lo ha planteado Flavia Costa, supone no solamente “asumir que todo viviente humano
importa”, sino que “también tienen que contar las otras especies, el suelo, la atmósfera y
los océanos” (Costa 2021: 167). En otras palabras, el pensamiento planetario demanda
una práctica política que apunte no solo a la conservación de la vida humana en el mundo,
sino que también propicie el cuidado de las múltiples tramas que conectan a las distintas
formas de vida en el planeta. De acuerdo aquí con Bruno Latour, podríamos afirmar que
la Tierra parece entonces ya no designar más cualquier planeta, uno entre otros, “sino uno
propio, que reúne a todos los existentes –aunque nunca se junten en un todo– que tienen
un aire de familia porque comparten un origen y se han difundido, propagado, mezclado,
superpuesto… Cada terrestre reconoce en sus predecesores a los que han creado las
condiciones de habitabilidad que disfruta” (Latour 2021: 39). Bajo esta misma convicción
de los terrestres, habría entonces que preguntarse ¿Cómo volver habitable el planeta cuando
este ha sido cubierto por la computación a escala planetaria? De un modo u otro, la práctica
política del pensamiento de la planetariedad parece así converger con el desafío de rediseñar
y reorganizar las arquitecturas computacionales que atraviesan la Tierra, lo que conlleva por
cierto replantear la descolonización como una práctica planetaria.
5. EPÍLOGO: DESCOLONIZAR LA COMPUTACIÓN ES DESCOLONIZAR EL PLANETA
Si el pensamiento de la planetariedad pasa necesariamente por establecer una
relación radicalmente distinta con la Tierra, la transformación de la computación a escala
planetaria debería ser no solamente una alternativa posible sino más bien un horizonte
ineludible para convertirnos en terrestres. En ese sentido, si en la época del Antropoceno
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
puede afirmarse que la descolonización se ha vuelto una urgencia planetaria para intentar
equilibrar las interacciones entre los distintos agentes de la biosfera, al mismo tiempo, es
necesario sostener que no es factible convertirnos en criaturas planetarias sin descolonizar
simultáneamente la computación a gran escala. Como bien lo señala el filósofo camerunés
Achille Mbembe: “Para que la ‘descolonización’ sea más que un eslogan y se le dé una ventaja,
debemos prestar atención a estos cambios, particularmente en relación con el Antropoceno,
así como en relación con la naturaleza reticular de las tecnologías computacionales y la
‘softwarización’ de nuestra existencia y la de todas las demás entidades vivientes de la Tierra”
(2022: 134).
De un modo u otro, tanto el Antropoceno como la configuración actual de la
computación a escala global se anudan como consecuencias –directas o indirectas– del
despliegue de la acción humana en distintas empresas de colonización y explotación de los
territorios, las poblaciones y la naturaleza, impulsadas por los regímenes de acumulación
capitalista. No es de extrañar, por lo mismo, que las respuestas a cualquiera de estos procesos
supongan un abordaje conjunto. Bratton no se equivoca cuando insiste en remarcar que
“la cuestión de la automatización está dentro de la cuestión del cambio climático y no
puede abordarse de otro modo, y viceversa: la cuestión del cambio climático está dentro
de la cuestión de la automatización y no puede abordarse de otro modo” (2021: 38). Por
lo tanto, es el tipo de condición planetaria de la computación a escala lo que debe ser
replanteado y disputado, pues solamente los medios geotécnicos podrían darnos alguna
esperanza de restaurar o, al menos, mejorar los equilibrios de la Tierra que han comenzado a
colapsar por causas antropogénicas. Bajo esta tesitura, transmutar el carácter planetario de la
computación global se convierte necesariamente en una tarea colectiva de descolonización.
Desde luego, un primer paso en esa dirección es comenzar a cuestionar de manera
cada vez más abierta tanto las directrices coloniales de las principales empresas tecnológicas
a nivel global como su intención de imponer un consenso implícito sobre el actual orden
computacional, basado en nuevas formas de extractivismo (Crawford 2021) y que rige
tanto sobre los ciudadanos de todo el mundo como sobre los gobiernos estatales a los
que proveen de infraestructura tecnológica, de una u otra forma. En este escenario, la
emergencia de perspectivas críticas frente al colonialismo computacional ha ido de la mano
con la elaboración de diversas propuestas para descolonizar algunas de sus dimensiones.
Centrándose en lo que denominan como “colonialismo de datos”, Nick Couldry y Ulises
Mejias (2019), señalan que la descolonización de los datos requiere pensar y disponer nuevas
formas de organización de las infraestructuras de conexión colectivas, que se desprendan
tanto de esfuerzos institucionales como de activismos ciudadanos. La propuesta de ambos
autores apunta entonces a “que cualquiera que se sienta desposeído por el Imperio de la
Nube debe tener oportunidades y espacios para participar en investigaciones colectivas sobre
los problemas compartidos que los datos ahora plantean para la humanidad” (2019: 210).
Desde luego, estas iniciativas no sirven de mucho si no se cuestionan al mismo tiempo las
formas de privatización empresarial de los datos masivos y del conocimiento colectivo que
llevan a cabo actualmente las Big Tech. Esto quiere decir que la lucha contra el oligopolio
169
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
empresarial que impulsa la computación a escala planetaria debe tomar la forma de una
lucha por la descolonización de las plataformas digitales de comunicación y generación de
conocimiento colectivo.
Otra propuesta en esa línea es la que elabora Syed Mustafa Ali (2016) a partir del
término de “computación decolonial”, con el cual propone un proyecto crítico en curso,
que consiste en una interrogación fundamental de la computación a escala planetaria que
funciona en varios niveles: en primer lugar, sobre los sujetos que ostentan el conocimiento
computacional (quiénes son aquellos que lo construyen y cómo lo están haciendo), en
segundo lugar, sobre la dimensión geopolítica más básica de la informática (desde dónde
se están diseñando y construyendo las diversas infraestructuras digitales) y, por último, qué
es lo que significan las ciencias de la computación tanto epistemológicamente (es decir, en
relación con el campo de conocimiento desde el cual operan) como ontológicamente (es
decir, en relación con los supuestos sobre el ser que ponen en juego) (Ali 2016). Asimismo,
durante los últimos años, desde el propio campo de las ciencias de la computación han
surgido mirada críticas sobre la inteligencia artificial que comienzan a cuestionarse las propias
prácticas técnicas y éticas de las comunidades de desarrolladores de software y hardware,
repensando así tanto el diseño como la implementación de sistemas automatizados a partir
de una perspectiva decolonial que busca evitar los sesgos raciales, de género y otras formas
de discriminación que se incorporan usualmente en los sistemas automatizados (Mohamed,
Png y Isacc 2020). Parafraseando al informático y filósofo chino Yuk Hui (2020), podríamos
decir que este tipo de aproximaciones decoloniales a la inteligencia artificial apuntan
también al desarrollo de una “tecnodiversidad” computacional y, con ello, al rechazo
de “este futuro tecnológico homogéneo que hoy se nos presenta como la única opción”
(2020: 64).
Finalmente, descolonizar la computación a gran escala supone también una práctica
de articulación de esfuerzos y conocimientos colectivos y transfronterizos para el diseño de
nuevas infraestructuras planetarias que permitan minimizar los desequilibrios geológicos y
medioambientales que entraña la crisis del Antropoceno. En este sentido, el protagonismo de
los sistemas de inteligencia artificial en este nuevo siglo no dejará de ser doble y, hasta cierto
punto, ambiguo. Por un lado, si los desarrollos de la inteligencia de máquinas continúan
siendo monopolizados por las Big Tech, las respuestas a la crisis climática solamente se
derivarán de una cuestionable gubernamentalidad empresarial compensatoria, tal cual como
lo ejemplifica el programa de Microsoft lanzado en 2017 bajo el nombre de AI for Earth, que
buscaba promover proyectos de protección medioambiental mediante el uso de inteligencia
artificial, aunque siempre bajo el control corporativo de la empresa estadounidense. Por
otro lado, si las disputas por la democratización de las plataformas tecnológicas que ya están
en curso en diferentes regiones del mundo logran converger con las luchas contra el cambio
climático y la crisis medioambiental, la descolonización de la computación a gran escala
se demostrará rápidamente no solo como un horizonte posible sino como una respuesta
urgente para la sobrevivencia de la vida planetaria. Entonces, se podrá ver con claridad que
la descolonización de la computación significa también descolonizar el planeta.
170
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DOI: 10.4067/s0071-17132023000200175
Cine chamánico y perspectivismo amerindio1
Shamanic Cinema and Amerindian Perspectivism
PATRICIO LANDAETAa
JAVIER ZOROb
a
Universidad de Playa Ancha, Departamento de Artes Integradas, Chile.
patricio.landaeta@gmail.com
b
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Instituto de Arte, Chile.
javierzoro@gmail.com
Se explora un cruce entre la noción de cine chamánico de Raúl Ruiz y de perspectivismo amerindio
de Eduardo Viveiros de Castro para sostener la subversión de la función del aparato de perspectiva,
elemento esencial para la constitución del sujeto y del mundo en la modernidad, en sus respectivos
roles de agente y paciente. A partir de un diálogo con la teoría de los aparatos de Jean-Louis Déotte y
un cuestionamiento crítico de la función del aparato de perspectiva a la base de la ciencia occidental,
buscamos rastrear la existencia de un cine más que humano en la obra de Ruiz, un cine que ensancha
las coordenadas de lo viviente, dándole perspectiva y agencia a seres de otros reinos. Nos interesa
advertir cómo este carácter chamánico o perspectivista, en el sentido que le otorga la antropología de
Viveiros de Castro, puede incidir en la producción cinematográfica.
Palabras clave: cine chamánico, aparato de perspectiva, perspectivismo amerindio, teoría
de los aparatos, Raúl Ruiz.
This article explores a crossover between Raul Ruiz’s notion of shamanic cinema and Eduardo
Viveiros de Castro’s Amerindian perspectivism, insofar as both subvert the function of the apparatus
of perspective, an essential element for the constitution in modernity of the subject and the world
in their respective roles of agent and patient. From a dialogue with Jean-Louis Déotte’s theory of
apparatuses and a critical questioning of the function of the apparatus of perspective at the basis
of Western science, we seek to trace the existence of a more-than-human cinema in Ruiz’s work, a
cinema that widens the coordinates of the living, giving perspective and agency to beings from other
realms. We are interested in noticing how this shamanic or perspectivist character, in the sense given
by anthropology, can influence film production.
Esta investigación se ha desarrollado en el marco de los proyectos ANID+FAPESP 2019/13202-7: “Afectos
y visibilidades comparadas: imaginarios y lugar de las imágenes en narrativa, teatro y cine (Chile-Brasil 19902010)”; y ANID+FONDECYT Regular 2022 Nº1220806: “Agenciamiento de deseo: Emergencia, función y
proyecciones del concepto en el sur global”. Investigador Responsable: Patricio Alfonso Landaeta Mardones.
1
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Keywords: Shamanic cinema, Apparatus of perspective, Amerindian perspectivism, Apparatus theory, Raul Ruiz.
1. INTRODUCCIÓN
“Hablando de la función chamánica del film, yo trato de decir que el cine que
me interesa es siempre un viaje hacia mundos diferentes, y que tales mundos
no son inevitablemente los de la muerte o de los reinos de la naturaleza. Este
inmenso juego que llamamos historia puede también llegar a ser un territorio
abierto a los cineastas chamánicos”.
Raúl Ruiz, “Misterio y ministerio”.
A fines de los 60’s, el cine latinoamericano vive un momento de gran diversidad
e intensidad creativa. Realizadores como Raúl Ruiz, Glauber Rocha y el Cinema Novo
Brasileño, buscan renovar radicalmente el lenguaje cinematográfico, experimentando
nuevas y alternativas maneras de presentar y de hacer sentir el mundo. Se trata de la
elaboración de nuevas estéticas, pero también de nuevas políticas de las imágenes que se
sumergen en un mundo que nos hace signos desde su extrañeza. Si bien Ruiz no llega a
formularlo explícitamente hasta la década de los 90, en Poéticas del cine (2000), podemos
retroactivamente rastrear desde sus primeros trabajos el intento de descentrar la perspectiva
del sujeto y su punto de vista dominador sobre el mundo, y en paralelo dislocar la posición
pasiva de las cosas del llamado entorno humano. En síntesis, se trata de un esfuerzo por otorgar
presencia y agencia a elementos usualmente tomados como mero fondo o decorado. Para
efectos antropológicos el cambio es igualmente notable, pues se abre un nuevo horizonte
para la experiencia y relación con existencias de distinta índole (recuerdos, historias, objetos,
seres vivientes, paisajes, etc.), en el juego con imágenes asignificantes que rompen con la
linealidad del conflicto central en el relato fílmico2.
El análisis de este problema se abordará considerando la obra Combat d’amour en
songe (2000) y el ensayo titulado “Por un cine chamánico”, recopilado en Poética del cine
(2000), para luego establecer un diálogo con el perspectivismo amerindio, desplegado en
Metafísicas caníbales (2010) por el antropólogo Eduardo Viveiros de Castro. La introducción
de este concepto, en apariencia ajeno a la discusión, permitirá comprender la poética y la
El cineasta aborda en distintas ocasiones su crítica del conflicto central. En el siguiente pasaje plantea sus
principales discrepancias, considerando precisamente el fatum del viaje del héroe cinematográfico: “La teoría del
conflicto central produce una ficción deportiva y se propone embarcarnos en un viaje en el que, prisioneros de
la voluntad del protagonista, estamos sometidos a las diferentes etapas del conflicto en el cual el héroe es a la vez
guardián y cautivo. Al final, somos puestos en libertad, entregados a nosotros mismos, sólo que algo más tristes
que antes y sin otra idea en la cabeza que la de embarcarnos lo antes posible en otro crucero” (Ruiz 2000: 19).
2
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práctica fílmica de Ruiz no tanto como una crítica al modelo hollywoodense de producción,
sino como una empresa de subversión de la función del aparato de perspectiva, elemento
esencial para la constitución del sujeto en la modernidad, según remarca Jean-Louis Déotte.
El cine chamánico acoplado al perspectivismo amerindio da lugar a una fusión conceptual
que apunta a desmantelar el aparato de perspectiva. Desde ahí nos interesa dialogar con
los alcances de la teoría de los aparatos del filósofo francés, pues no solo permite pensar un
cine más que humano, en la línea del perspectivismo, sino una variante singular del viaje
cinematográfico.
2. EL VIAJE LABERÍNTICO DEL CINE DE RAÚL RUIZ
En sus películas -aunque también en sus escritos sobre cine- Raúl Ruiz apuesta por
narraciones no lineales donde vertiginosamente se entrecruzan historias, leyendas, teorías
y personajes, a tal punto de tornar en ocasiones imposible encontrar un lugar seguro para
el espectador. En ese sentido, los textos de poética cinematográfica son enmarcados en un
género que goza de máxima indeterminación: la miscelánea. Su carácter híbrido y no lineal
acompaña a toda su obra y pone muchas veces al espectador o lector en un lugar de gran
libertad para hacer conexiones tanto extra como intertextualmente. Dicho de otro modo,
sus estructuras siempre proliferantes y sorprendentes pueden abrir un amplio terreno de
libertad, pero también pueden amenazar con la perplejidad ante la falta de un sentido
unitario. El riesgo de la apuesta es siempre alto para el cineasta; como director, se equilibra
cual funambulista dispuesto siempre a aumentar el riesgo. Salta de un extremo a otro,
mientras tanto, el espectador es incapaz de mantenerse en reposo. Pero gracias a esta violencia
ejercida sobre la puesta en escena ocurre lo que podría considerarse un milagro: el mundo
y los objetos dispuestos explotan en una miríada de perspectivas, y el espectador logra así
fluir por los meandros de un viaje fantástico encarnando todas las perspectivas del cuadro.
Conquistar esta experiencia no es tarea fácil, si se considera que parte por extraviar al
espectador y forzarle a conjurar su espera pasiva. En efecto, todo comienza con ese primer paso
donde el sujeto, quien no está más apoltronado ante la obra, ha sido privado de sus poderes de
contemplar el mundo a distancia, para verse obligado a padecer un cuerpo a cuerpo, en el que
él mismo renace encarnado como una pieza más del cuadro o como el cuadro dinámico en su
conjunto. Así, no es exagerado sintetizar la primera premisa del cine ruiciano: es clave romper
con la identificación habitual del espectador con el protagonista, y promover en su lugar la
identificación del espectador no solo con los personajes, sino con los flujos en escena. “Somos
de repente todos los personajes del film, todos sus objetos, sus decorados; vivimos aquellas
conexiones invisibles con la misma intensidad que la secuencia visible” (Ruiz 2000: 136).
La poética del cine de Ruiz se articula en el juego de lo visible y lo invisible, como
se advierte en Combat d’amour en songe (2000). Allí se plantea una narración no lineal de
nueve historias que eventualmente se entrelazan para formar otras tantas. Estas historias
ocurren en tiempos dispares, involucrando piratas, monjas, ninfas, caníbales y al diablo,
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personajes que se dan cita en una obra que trama los relatos sin brindar siquiera el tiempo
necesario para digerir la información que pone en juego. A esta escasa concesión temporal
que permitiría al espectador organizar mentalmente el orden de la historia, se agrega que
un grupo reducido de actores se desdobla de un personaje a otro, cambiando de tiempo
y de historia, aconteciendo la mayor parte en la Quinta da Regaleira y los alrededores de
Sintra en Portugal. Todo pareciera confluir para afirmar que la confusión no es un accidente,
sino parte de la obra, y que el propio Ruiz juega y se complace con el hecho de confundir
al espectador, pese a que explica, en la introducción del film, con los actores reunidos en
calidad de público, que la conexión de las historias se realiza a partir del ars combinatoria de
Ramon Lull, un “fácil método” que asegura el sostén lógico que hace frente al caos aparente.
No obstante, si Combat d’amour en songe (2000) plantea peculiares conexiones, las secretas
(y oníricas) conexiones que establece el espectador con las imágenes no dejan de ser menos
intrincadas. Esto para decir que el cine funciona como la propia imaginación, a saber, saltando
por sobre toda convención lógica. En esa línea interpretamos las palabras de Ruiz (2000):
Imaginemos el momento de un film en el que confluyen todas las distracciones
hipnóticas: el punto aquel en el que nosotros, espectadores, nos quedamos dormidos
real o metafóricamente; aquel en que perdemos el hilo de la historia y que, a pesar del
desinterés, no llegamos a sentir deseos de abandonar la sala, muy por el contrario. A
partir de ese punto, podemos por fin decir que estamos en el film. ¿Pero qué significa
estar en una cinta? Quienquiera que vaya al cine a ver un film, asiste a un espectáculo
que sabe repetible al infinito, puesto que está registrado en un soporte. Pero aquel
que se ha dormido real o ritualmente, forma parte de la película en cuanto que,
en adelante, no solo asistirá al aterrizaje de las imágenes y de los acontecimientos,
sino también a su despegue, y esas imágenes vuelan tanto en la dirección
del film como en la del espectador en busca de sus múltiples vidas privadas (136).
Estas palabras tienen un peso gravitante. Nos muestran a un cineasta que apuesta
por considerar como esencial que, a la obra cinematográfica, aparentemente cerrada por
el artífice y su equipo, le es esencial la multiplicación desbordada de conexiones de la
imaginación del espectador. En una doble dirección, más aún, todo se desborda: la obra afecta
al espectador, violentando al sujeto, y el espectador remece a su vez la obra, reorganizándola
en su propia imaginación. En línea con el perspectivismo amerindio, es posible sostener
que, en el cine de Ruiz cada cual vive o experimenta una película singular, mejor aún, la
película de su imaginación, donde la cámara ocupa el lugar del chamán, vale decir, médium
que traza un puente entre mundos que se componen cada vez de manera irrepetible.
La producción académica reciente que aborda la obra de Ruiz ha propuesto distintas
filiaciones o claves de lectura para situar su trabajo: “cine barroco”, “cine neobarroco” y
“cine espectral”. Nuestra propuesta pasa por profundizar creativamente en torno al concepto
de “cine chamánico”, poniéndolo en relación con la noción de perspectivismo amerindio
de Viveiros de Castro.
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
En relación con el barroco, para Valeria de los Ríos (2015) el barroco ruiciano
es “producto de una circunstancia histórica específica que obliga al director a codificar su
obra con ciertas técnicas y procedimientos emparentados con el Barroco histórico” (114),
un lenguaje, diríamos, que permitiría, en una figura oximorónica, mostrar ocultando, sacar
a la luz las tinieblas, en el caso de Ruiz, artista exiliado del país en dictadura, sostener un
discurso desde la circunstancia clave de no poder hablar ni decir libremente: “frente a la
represión, el exceso; frente a las normas, un intento de subversión” (116). Sin embargo,
no es ninguna verdad monolítica lo que sale a la luz. En el cine de Ruiz, más bien, uno se
vincula con pistas que permiten abrirse paso entre la opacidad y el sinsentido. Por ello, el
objetivo de sus películas “no es dar todas las respuestas, sino funcionar como un laberinto,
donde el espectador puede y debe extraviarse” (123).
Francisco Vega (2016) opta por el neobarroco para definir no la estética, sino
la política de las imágenes en el cine de Ruiz. Apoyándose en Martin Jay, señala que la
importancia del barroco se cifra en confrontar la hegemonía de la perspectiva como mirada
desafectada, descorporeizada y, en último término, cosificadora (48), la que consideraremos,
por nuestra parte siguiendo a Déotte, como propia de la función de la perspectiva puesta
en juego en arquitectura y pintura. Para Vega (2016), es importante precisar, sin embargo,
que la “locura de ver neobarroca sería anormal bajo un criterio de anormalidad distinto
al que dominó la modernidad y el barroco” (52). El neobarroco de Ruiz confrontaría la
disciplina de la mirada en la aparente fluidez actual de los aparatos estéticos, “revelando que
no hay una percepción natural externa a la mediación cultural, revelando que no hay una
vida verdadera detrás de las imágenes, pero tampoco una anulación total de su vinculación
y contacto” (52). En efecto, como intentaremos mostrar también, es el desvío de la función
del aparato cinematográfico aquello que hace posible hablar de una subversión de la mirada
en el cine de Ruiz. Se trata de un doble golpe: a la obra (que desde ahora permanecerá
inconclusa) y al espectador (que se libera o “desujeta”).
Según Adolfo Vera (2013), en una época como la actual, marcada por la desaparición
política, la clave de lectura del trabajo de Ruiz se encuentra en ese constante juego de
intentar encontrar objetos perdidos y personas ausentes, en un mundo en que no se puede
distinguir de manera categórica entre realidad y sueño: “no es posible […] diferenciar entre
‘seres vivos’ y ‘espectros’. Y esto obedece, ante todo, a una determinación técnica propia a
la imagen cinematográfica. Podemos decir que cada objeto filmado, por el hecho de serlo,
aparecerá en la proyección como un ‘fantasma’” (98). Pero no se trata tanto de espectros en
escena, que suelen retratarse en sus obras, sino de una cualidad vital que imprime la técnica
a los objetos y a las trayectorias que se traman en la escena, en un montaje que provoca un
desajuste en la mirada que permite acceder a una doble visión: la de dos mundos, el de los
vivos y el de los muertos, o dos temporalidades, la del pasado y el presente, que coexisten
en un presente aparentemente eterno. Esta doble mirada, como veremos hacia adelante,
es una cualidad distintiva reconocida por la antropología en el viaje del chamán, por ello
se propone que el cine de Ruiz puede ser considerado en sentido fuerte, vale decir, no
metafóricamente, un cine chamánico: un viaje, una nueva experiencia de las imágenes y
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de uno mismo, no solo la contemplación más o menos activa del mundo representado o
imaginado. A partir del cine chamánico es posible experimentar el mundo de otro modo,
porque con sus propios medios o recursos técnicos se violenta la percepción habitual,
organizada por aparatos y dispositivos que ponen al individuo (y al sujeto) en situación de
excepción con respecto al entorno y las cosas que le rodean.
3. EL CHAMANISMO FRENTE A LA EPISTEMOLOGÍA MODERNA
En Metafísicas caníbales, célebre trabajo que se adentra en las manifestaciones del
chamanismo en las tribus de la Amazonía, el antropólogo Eduardo Viveiros de Castro (2010)
rescata el modo en que se configura el conocimiento poético del mundo. De entrada, cabe
observar que poético es en sí un modo de conocimiento, es decir, no es algo aproximativo,
tentativo o de menor valor, si se le compara con el conocimiento denominado científico. La
primera consecuencia de esta declaración de principios, por un lado, es que el conocimiento
poético del mundo en las tribus de la Amazonía no necesita evolucionar para convertirse
en auténtico saber. Al contrario, es el conocimiento objetivo, que acostumbramos etiquetar
como auténtico, el que ameritaría una revisión exhaustiva, puesto que podría ser considerado
como uno de los grandes agentes en la actual crisis ecológico-política planetaria; por otro
lado, un acercamiento al chamanismo podría ayudar no solo a confrontar el excepcionalismo
humano, excepcionalismo que tiene al sujeto (conocedor) y al mundo (conocido) como las
piezas de un engranaje epistemológico a partir del cual se hace imposible proyectar otras
formas -o formas otras- de experiencia de lo real, sino a hacer patente que en el chamanismo
opera exitosamente una suerte de diplomacia, de buen vivir, que reconfigura constantemente
las relaciones entre las distintas especies que comparten la biosfera, o si se quiere, la habilidad
para “atravesar las barreras corporales entre las especies y para adoptar la perspectiva de
subjetividades aloespecíficas, de manera de administrar las relaciones entre éstas y los
humanos” (40), práctica que desafía la necesidad del conocimiento objetivo del mundo.
Lo que resulta clave a todas luces es que a partir del chamanismo podría no solo
plantearse una crítica a la epistemología que configura no solo el saber, sino nuestro modo
de ver -modo que finalmente termina por imponerse como la única medida válida del
mundo o lo real-, sino que además el chamanismo podría ayudar a comprendernos a
nosotros mismos de otro modo, a condición de abandonar el prejuicio evolucionista que
pone a los pueblos indígenas en un estado inferior y anterior al nuestro. En esa línea se
sostiene que la indianidad podría constituir un “proyecto de futuro […] no una memoria
del pasado” (Viveiros de Castro 2013: 207). Esta afirmación está lejos de caer en la trampa
de una idolatría ingenua de los pueblos indígenas o de buscar un retorno imaginario al buen
salvaje, una huida que nos proveería de un refugio frente al caos actual, en un horizonte
cultural paralelo. Lejos de esto, la indianidad remite aquí a un devenir indio, a volverse
indio, un devenir que no pasa por “hacer el indio”, imitar una identidad previamente
establecida. De hecho, Viveiros de Castro (2013) sostiene: “la indianidad [designa] para
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
nosotros un cierto modo de devenir, algo esencialmente invisible pero no por eso menos
eficaz: un movimiento infinitesimal incesante de diferenciación, no un estado masivo de
‘diferencia’ anteriorizada y estabilizada, esto es, una identidad” (99). Uno de los grandes
aportes del trabajo del autor de Metafísicas caníbales, es intentar pensar con y no sobre
los pueblos amerindios, asumiendo que son capaces de crear su propio pensamiento. Para
ello es clave abandonar el prejuicio que considera los pueblos indígenas como bloques
de identidad monolítica, como grupos anclados fatalmente al pasado, para comenzar a
considerarlos como colectivos que han sobrevivido a la devastación y que han sido capaces
de responder de manera eficaz en muchos casos a la depredación de su medio por parte del
llamado “hombre civilizado”, articulando un conjunto de prácticas ecológicas que podrían
ser tomadas como aportes ineludibles para el futuro del planeta. Y es, precisamente, en su
rol de creadores de lazos interregnos que la antropología actual los valora. Aquello que nos
enseñan los pueblos indígenas es que el trabajo de la imaginación no tiene por qué oponerse
ni ser un obstáculo para pensar o transformar lo real.
3.1. El viaje chamánico
Otro antropólogo, el francés Charles Stépanoff (2019), recientemente ha puesto de
relieve la función de la imaginación en el viaje chamánico, en el marco de su investigación
realizada entre los Tuva de Siberia.
Si bien el chamanismo es un fenómeno eminentemente heterogéneo, imposible
igualmente de circunscribir a territorios específicos, puede reconocerse un punto común
en el despliegue de una potencia virtual de la especie humana. Tal como señala, “el viaje
chamánico moviliza una disposición humana de inmersión en otros mundos que nos vienen
del pasado cinegético de nuestra especie, representando el 90% de su historia” (48). En
breves términos, en el viaje imaginario del chamán, no acontece otra cosa que la activación
de una potencia que duerme en la especie. Y si la inmersión en otros mundos se encuentra
virtualmente al alcance de todos es importante destacar el lugar excepcional del chamán en
el seno de su comunidad:
[…] los chamanes pertenecen a la categoría más extendida de personas dotadas de
una forma de visión fuera de lo común. Se les denomina […]: ‘personas de doble
visión’, o […] ‘personas que ven a través’. En suma, videntes. […] Los Tuva tienen
una expresión convencional para designar los chamanes y otros adivinos: ‘alguien
que ve lo que los ojos de la gente común y corriente no ve y que escucha lo que los
oídos no oyen’ (Stépanoff 2019: 72-74).
Tales videntes gozan del reconocimiento de su grupo por su carácter de sanadores.
El chamán es depositario de un don puesto al servicio de su círculo. Su doble visión sirve de
puente entre mundos, y le permite negociar los mejores intercambios entre vivos y muertos,
entre su tribu, el medio, los animales, los fenómenos meteorológicos, etc. Esta capacidad
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
de inmersión en mundos diversos ha sido también abordada por Viveiros de Castro (2010)
para mostrar la singularidad de la operación del perspectivismo amerindio en contraposición
con las estrategias puestas en juego desde su surgimiento por el conocimiento objetivista.
Frente a la epistemología, que persigue idealmente consolidar el proceso de desubjetivación
del mundo o “hacer explícita la parte del sujeto presente en el objeto” (40), el conocimiento
poético del vidente chamánico revelaría un principio inverso, es decir: “tomar el punto de
vista de lo que es preciso conocer. O más bien de quien es preciso conocer, porque todo
consiste en saber ‘el quién de las cosas’” (40-41).
Esta comprensión del viaje chamánico sin duda complementa la definición de la
doble visión apuntada por Stépanoff. El chamán vaga entre mundos, tiene la capacidad
para ir y venir, sobre todo posee la fortaleza para no sucumbir a la tentación de quedarse
del otro lado. En cuanto a su visión, su mirada no rompe con este mundo para ver el otro,
pues desarrolla la capacidad para establecer una relación entre un visible dado y un invisible
virtual. Y lo más importante tal vez sea el hecho de que cada criatura se le revela a su mirada
al instante en su doble faz, es decir, como un igual y como un otro. Según Viveiros de Castro
(2010): “Todos los animales y demás componentes del cosmos son intensivamente personas,
virtualmente personas, porque cualquiera de ellos puede revelarse como (transformarse en)
una persona” (37). Esto no implica, como podría juzgarse apresuradamente, que la teoría
de Viveiros de Castro alimente un humanismo disfrazado, a partir de la cual se reinstala la
escisión de naturaleza y hombre para confiar a este último el poder de hablar en nombre
del otro. Lejos de esto, a través del perspectivismo amerindio se advierte la más estricta
horizontalidad en la relación entre criaturas de mundos diversos, por tanto, una riqueza de
vínculos entre el mundo humano y no-humano.
4. EL VIAJE CINEMATOGRÁFICO
El modo en que el viaje chamánico establece un puente entre mundos diversos
resulta particularmente interesante para comprender el trabajo de Ruiz. En Por un cine
chamánico, Ruiz (2000) sostiene: “un llamado dirigido a nuestros antepasados, que llegan
envueltos en su película invisible; es un viaje por el más allá, ya sea el nuestro o el de
los mundos animal, vegetal y mineral; y de ese regreso a nuestro mundo por caminos
inexplorados. Eso es exactamente lo que practica el cineasta chamán” (95). De entrada, se
advierte que el viaje cinematográfico no es metafóricamente chamánico, pues sostiene una
cierta comunidad de espíritu entre la práctica del cineasta, que descompone y recompone el
tiempo, y el viaje imaginario del chamán. El cineasta, ya sea gracias al montaje o en el juego
de planos, puede también convertirse en un vidente, violentando el “en sí” de las imágenes3.
Es conocida la recurrencia del tema del vidente en arte, literatura o filosofía: no solo Rimbaud, sino también
Brecht, Bloch y Benjamin, como señala Didi-Huberman (2008), cada uno a su modo, ha profundizado en la
tarea de “hacerse vidente”, esta vez en relación con el montaje como forma de pensamiento. Lo compartido por
estos pensadores es una singular inquietud por perturbar o tomar a contra-pelo las percepciones y recuerdos
3
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Imagen 1. Fotograma de Combat d’amour en songe, Raúl Ruiz 2000.
El viaje cinematográfico de Ruiz, sobre todo a partir de su propuesta de montaje,
entre imágenes y tiempos dispares, se conecta con el viaje del chamán: un viaje intenso e
inmóvil. Un viaje a partir del cual se violentan las formas habituales de la percepción. En
efecto, un punto clave es que propone una definición de la doble visión como un factor
determinante para el cine del chamán. En sus propios términos la define como: “aquello que
permite ver las cosas de este mundo rodeadas de cosas procedentes de otro mundo, situado
en otro lugar o en otro tiempo” (2000: 132).
Para el cine chamánico, se trata de un viaje a partir del cual se deshace el sujeto
(y el objeto), y se conjura su poder sobre nuestra subjetividad, para encarnarse en las
cosas, en la memoria, en los seres humanos y en los animales, haciéndolos resonar en otra
frecuencia. Así, el viaje, la intervención chamánica intramundos, en un sentido equivaldría
a la acción cinematográfica que persigue descentrar la mirada del sujeto, cuya arqueología
nos remite a la construcción de la perspectiva y a la constitución del sujeto en los albores
de la modernidad.
vividos, por instalar una cierta extrañeza en lo familiar, en el instante presente, por manipular y descentrar
el tiempo, por establecer correspondencias entre imágenes y tiempos heterogéneos para ver de otro modo.
Tomando el caso de Bloch, apunta Didi-Huberman (2008): “El montaje es una exposición de anacronías porque
precisamente procede como una explosión de la cronología. El montaje corta las cosas habitualmente reunidas y
conecta las cosas habitualmente separadas. Crea por lo tanto una sacudida y un movimiento” (159).
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
5. UNA ARQUEOLOGÍA DE LA MIRADA DEL SUJETO MODERNO
Hablar del nacimiento de una mirada “objetiva” (o absoluta) en la modernidad
no es una metáfora ni un contrasentido, pese a que toda mirada debería por definición
situarse en la esfera de lo “subjetivo” (o relativo). El asunto es, no obstante, más complejo.
Lo objetivo nace con la perspectiva, en principio un procedimiento artístico que pretende
desnudar las cosas en su verdad, no sin antes romper con las derivas sensoriales, en tanto
fuentes de error o confusión. La perspectiva, de este modo, efectúa la captura del instante
mediante la configuración de un espacio experimental, de un espacio que stricto sensu no
existe, pero que permite alcanzar los secretos de todo lo que existe en el espacio-tiempo. Es
por esta razón que la comprensión moderna de la acción de pensar y de conocer guardan
estricta relación con el trabajo de marcar o circunscribir un territorio, y con la posibilidad
de construir una posición absoluta para la mirada, que deja de ser un mero acercamiento o
visión entre otras de la realidad. En efecto, se trata de la perspectiva como forma simbólica,
instrumento para la conquista definitiva de un suelo firme para ver, pensar y saber. En
esa línea, según Panofsky (2003): “la historia de la perspectiva puede […] ser concebida
como un triunfo del distanciante y objetivante sentido de realidad, o como un triunfo
de la voluntad de poder humana por anular las distancias; o bien como la consolidación
y sistematización del mundo externo; o, finalmente, como la expansión de la esfera del
yo” (49). Ciertamente, la invención de la perspectiva no tardará en informar la propia
manera de ver y encuadrar cotidianamente el mundo en occidente y de desacreditar las
otras maneras de “hacer mundo” (Descola 2021: 13-14). Esta revolución silenciosa que
acontece en torno a la perspectiva, mediación intelectual que a la vez distancia y liga sujeto
y objeto, llegará hasta interrumpir nuestros lazos vitales inmediatos con el mundo (asunto,
por lo demás, clave en el surgimiento de la idea de naturaleza como algo externo) para erigir
un punto de vista universal.
Todo sucede, de acuerdo con Patrice Maniglier (2010), como si no fuese posible
renovar las formas de pensamiento sin antes hacer que el mundo se de a ver de otro modo
(32). Precisamente en esa dirección apunta también Santiago Castro-Gómez (2005), quien
se refiere al nacimiento de la perspectiva como el surgimiento y expansión en occidente de
la hybris del punto cero. En relación con la cartografía, la perspectiva hace posible tener un
punto de vista no relativo (absoluto), sobre el cual no es posible tener otro punto de vista,
tornando invisible el lugar de observación en una representación que recibirá el apelativo
de “científica”. El cartógrafo desde entonces: “puede abstraerse de su lugar de observación
y generar una ‘mirada universal’ sobre el espacio. Es precisamente esta mirada que pretende
articularse con independencia de su centro étnico y cultural de observación, lo que en este
trabajo denomino la hybris del punto cero” (59-60).
Esta hybris del punto cero puede leerse desde otro ángulo en el trabajo de Jean-Louis
Déotte (2013), en torno a los distintos aparatos elaborados en el curso de la modernidad,
que operan como “mediadores de la sensibilidad”. Para el autor de La época de los aparatos,
es importante poner de relieve que el nacimiento de la perspectiva en la arquitectura de
184
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Brunelleschi, aunque apropiada rápidamente por la pintura, conlleva una transformación
radical, una verdadera revolución en la relación con el mundo: frente al mundo legible del
arte medieval, que expresa la divinidad, la perspectiva hace emerger un mundo puramente
visible, donde el infinito no ocupa más que un punto en el cruce de las líneas ortogonales
que conforman la geometría del cuadro: “Adquirida la visibilidad, la gran invención habrá
sido la del punto, de Brunelleschi a Descartes. Ahora bien, el nombre del punto de fuga en
algunos tratados de perspectiva es punto del sujeto” (Déotte 2013: 124-125).
Detenerse en torno a la revolución moderna de la visión en el campo del arte,
advertir el nacimiento del punto en que la mirada del sujeto se confunde con la mirada
divina, permite sin duda reconocer por otros medios la hybris del punto cero. Porque el
aparato de perspectiva, fundamental, aunque de manera distinta para la arquitectura,
pintura, teatro, fotografía, cine, etc., no constituye un instrumento entre otros para la
representación del mundo, sino que configura la forma propia de la sensibilidad moderna
que se escinde del cuerpo, marcando también los destinos del conocimiento científico y el
arte: “[l]os aparatos suspenden, desarraigan, arrancan, deslocalizan, desplazan con violencia
los cuerpos. Los aparatos no se enfrentan en el terreno ‘ontológico’, en el sentido en el que
algunos serían más realistas que otros, sino en el de la emancipación y la complejización
de las invenciones de temporalidad” (Déotte 2013: 52). Por este medio, se entiende que
la subjetividad no es causa, sino efecto de la intervención en el mundo del aparato de
perspectiva. En sentido inverso, la perspectiva no se constituye gracias a un sujeto que le
precede. La aparición de objeto y sujeto al contrario dependen de la acción de este aparato
en la representación en el arte, instalando una manera de organizar el mundo, que es al
mismo tiempo una manera de ver el mundo y establecer relaciones inmediatas con este. Por
un lado, haciendo referencia a la pintura del renacimiento, el sujeto es puesto en el cuadro,
antes de erigirse y ser punto de vista de este (22). Por otro lado, la irrupción de un universo
compuesto de perspectivas múltiples es el correlato de la aparición de una nueva soberanía,
la del artista. El artista deviene, de cierta manera, un arquitecto de la visión (25), que
permite que el mundo representado conquiste de una vez por todas la identidad y unidad
que faltan en la experiencia desnuda de la vida colectiva. Por esta vía, el pintor modela una
armonía que el espectador consume de forma pasiva.
Ahora bien, con respecto al aparato cinematográfico, es necesario destacar
el acontecimiento de una nueva revolución a partir de la cual es posible apercibirse del
encuadre de la mirada:
por ese movimiento de retroceso que efectúa la cámara, [puedo] cesar de
identificarme estrictamente con el artista y revelar los límites del sistema. […] He
aquí, entonces, lo que yo era como moderno, he aquí lo que yo excluía. He aquí
los límites del marco que yo imponía a las cosas, a la naturaleza y por lo tanto que
yo me imponía. ¿Qué era yo, yo que no era más que una vista, o una colección de
vistas sucesivas, cuando me desplazaba? (150).
185
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Si la epistemología desubjetiva el mundo, el aparato de perspectiva opera
arquitecturando la mirada. En ambos casos, entre sujeto y objeto se traba una relación
sin vínculo, pretendidamente neutral por definición. El sujeto no toca: ve con los ojos
del intelecto. El que paga el precio es el cuerpo, condenado a un adormecimiento que
le permite a la postre conquistar un punto de vista absoluto a partir del cual domina la
representación del mundo. Con el surgimiento del cine, en cambio, emerge la posibilidad
de romper con la tiranía de punto de fuga y la domesticación del cuerpo. Pero dependerá
del tipo plano y montaje, de la relación que el encadenamiento de imágenes establezca con
el mundo: junto con sacar al espectador de su letargo, el montaje puede contribuir a hacer
hablar el mundo enmudecido en su calidad de objeto. A través del aparato cinematográfico,
tal como muestra Ruiz en su trabajo, es posible violentar la conformación pasiva del
sujeto y, paralelamente, desnaturalizar la mirada desafectada que se impone desde la
modernidad.
6. POR UN CINE CHAMÁNICO
El trabajo reciente del antropólogo Philippe Descola en Formes du visible (2021)
pretende restituir la pluralidad de la experiencia de lo real a partir de la comparación de las
diferentes formas de figuración del mundo. Así, sería posible distinguir esquemáticamente
entre animismo, totemismo, analogismo y naturalismo, donde la última, que correspondería
a nuestra manera de situarnos ante lo real, se concebide como la superación -y en buena
medida anulación- de las anteriores. Lo interesante para nuestros fines es que, para el
antropólogo, la epistemología moderna erige una matriz de relación con el mundo nohumano que es solidaria con la manera en que la figuración naturalista representa el
mundo, es decir, el modo en que se impone el “realismo visualista”, técnica capaz de
emular eficazmente la manera en que percibe el ojo humano (493). En breves términos,
por naturalismo se entiende la acción de distinguir y separar, en la experiencia del mundo,
aquello que releva, por un lado, el horizonte previsible de la naturaleza (que es posible
dominar por conducirse según la regularidad de principios) de lo que releva, por otro lado,
la sociedad y la cultura, es decir, la esfera activa del mundo humano. Según Descola, de la
intervención naturalista en el mundo se deriva un problema mayor, a saber: “una disociación
entre la esfera de los humanos, los únicos capaces de discernimiento racional, de actividad
simbólica y de vida social, y la masa inmensa de no-humanos condenados a una existencia
maquinal y no reflexiva, disociación sin precedentes que ninguna otra civilización había
previsto sistematizar de tal modo” (Descola 2021: 58).
Frente a esto, nuestra apuesta es mostrar que el cine chamánico de Ruiz busca crear
una relación otra con el mundo, precisamente rompiendo en la práctica con el naturalismo
que informa nuestra manera de vincularnos con el mundo no-humano. En efecto, el propio
cineasta concibe lo chamánico como una especie de afecto que nos enlaza con todo lo
existente. En sus palabras, se trata de una especie de:
186
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
amor que debemos prodigar, o la atención que se debe acordar, a lo que es, o puede
ser, más cercano de nosotros en la imagen; una atención por lo menos igual a la
que prestamos a los personajes de la historia que nos dan a ver. La extensión de este
concepto apunta a hacernos olvidar que, siendo una imagen lo que tenemos más
cercano a nosotros, esta tenga que ser siempre un ser humano (Ruiz 2000: 93).
En estrecha vinculación con esta afirmación, una de las tesis del perspectivismo
amerindio propone que: “el mundo está poblado de otros sujetos, agentes o personas, más
allá de los seres humanos, que perciben la realidad de manera diferente a los seres humanos”
(Viveiros de Castro 2013: 16). En ese sentido, el perspectivismo amerindio corresponde a
una forma de pensamiento alternativa a la sensibilidad del mundo moderno configurada
por el aparato de perspectiva. No se trata de otra racionalidad, sino de otra “imagen del
pensamiento” (Viveiros de Castro 2010: 61-62), que vivifica la riqueza y pluralidad del
vínculo del mundo humano y no-humano. Esta tesis puede servir de base a una pragmática
orientada a recomponer la extrañeza del mundo, donde la antropología y el aparato
cinematográfico dejan de operar como herramientas de archivo del pasado para enfocarse
en promover el funcionamiento de otras derivas en el presente, bajo el lema de aprender a
observar y valorar el mundo de otra manera. Y resulta clave destacar que es este un lema
también para el cine chamánico:
En el fondo, solo me refiero a un cine capaz de inventar una nueva gramática cada
vez que se pasa de un mundo a otro, capaz de producir una emoción particular
ante cada cosa, animal o planta, modificando sencillamente el espacio y el tipo de
duración. Pero esto implica el ejercicio constante de la atención, al mismo tiempo
que la práctica de la toma de distancia, esto es, el dominio de la capacidad de volver
a la pasividad contemplativa momentos después de haber pasado al acto de filmar.
En suma, un cine capaz de dar cuenta prioritariamente de las variedades de la
experiencia del mundo sensible (Ruiz 2000: 105).
El viaje cinematográfico y el viaje chamánico coinciden en promover un horizonte
de percepción activa que se alza más allá de los límites del “excepcionalismo humano”
(Danowski y Viveiros de Castro 2019: 66). Lo relevante en este punto es que el trabajo de
Ruiz, desde la perspectiva de Descola, deriva entre el analogismo, que consistiría a grandes
rasgos en ser capaz de leer las correspondencias de micro y macrocosmo, y el animismo,
identificado con lo chamánico por considerar que la interioridad no es privativa del mundo
humano, sino que se extiende a las plantas, los animales, las piedras, en suma, a todo lo que
nos rodea.
En esa dirección, para cerrar nuestra propuesta la pregunta que planteamos es
la siguiente: ¿cómo resistirnos al saber-poder que nos modula como sujetos y encuadra
nuestra mirada en un mundo de aparatos que nos sujetan al ahora del presente? Frente a
esta inquietud, como señala Viveiros de Castro, volver a ser indio puede significar no una
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
huida (imaginaria) hacia el pasado, sino el paso a una producción de inconsciente que
permitirá abrir un futuro o, mejor aún, imaginar otro mundo posible, latente virtualmente
en el presente.
OBRAS CITADAS
Castro-Gómez, Santiago. 2005. La Hybris del punto cero: ciencia, raza e ilustración en la
Nueva Granada (1750-1816). Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana.
Danowski, Déborah y Eduardo Viveiros de Castro. 2019. ¿Hay un mundo por venir? Ensayos
sobre los miedos y los fines. Buenos Aires: Caja Negra.
Déotte, Jean-Louis. 2010. L’époque de l’appareil perspectif (Brunelleschi, Machiavel, Descartes), París: L’Harmattan.
Déotte, Jean-Louis. 2013. La época de los aparatos. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
Descola, Philippe. 2021. Les formes du visible. Une anthropologie de la figuration. París: Seuil.
Didi-Huberman, Georges. 2008. Cuando las imágenes toman posición. El ojo de la historia 1.
Madrid: Antonio Machado.
Maniglier, Patrice. 2010. La perspective du diable. Figuration de l’espace et philosophie de la
renaissance à Rosemary’s Baby. París: Actes Sud/Villa Arson.
Panofsky, Erwin. 2003. La perspectiva como forma simbólica. Madrid: Tusquets.
Ríos, Valeria de los. 2015. “La pregunta sobre el barroco en el cine de Raúl Ruiz”. Revista
Chilena de Literatura 89: 113-131.
Ruiz, Raúl. 2000. “Por un cine chamánico”. Poética del cine. Santiago: Sudamericana.
Stépanoff, Charles. 2019. Voyager dans l’invisible. Techniques chamaniques de l’imagination.
París: La Découverte.
Vega, Francisco. 2016. “El ojo neobarroco. Políticas de la visión en el cine de Raúl Ruiz”.
Revista de Teoría del Arte 23: 41-53.
Vera, Adolfo. 2013. “Políticas de la espectralidad en el cine de Raúl Ruiz: una lectura desde
una filosofía de la desaparición”. Revista de Humanidades de Valparaíso 1: 93-101.
Viveiros de Castro, Eduardo. 2010. Metafísicas Caníbales. Líneas de antropología postestructural. Buenos Aires/Madrid: Katz.
______. 2013. La mirada del jaguar. Introducción al perspectivismo amerindio. Entrevistas.
Buenos Aires: Tinta Limón.
188
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
DOI: 10.4067/s0071-17132023000200189
Imaginación política y modos de experiencia cinematográficos:
Algunos apuntes desde América Latina
Political Imagination and Cinematic Modes of Experience:
Some Notes from Latin America
SEBASTIAN WIEDEMANNa
a
Universidad Nacional de Colombia, Escuela de Artes, Colombia.
swiedemann@unal.edu.co
Forzados a pensar por los acontecimientos y estallidos socio-ambientales recientes en latitudes
latinoamericanas, en esta escritura proponemos un gesto de intervención y experimentación política
en acto, especulando a partir de una serie de proposiciones de imaginación política a establecer
alianzas con modos de experiencia cinematográficos que se despliegan a través de materialidades y
superficies variables del pensamiento, sean estas audiovisualidades, o la propia escritura en juego.
Estas, a su vez, arrastran consecuencias metodologías y epistemologías, pues de lo que se trata es de
instaurar puentes e intersecciones ontológicas que, sin reducir la diferencia intensifican la experiencia,
pueden favorecer la emergencia de una cosmopolítica de la imagen.
Palabras clave: imaginación política, modos de experiencia cinematográficos, América Latina, cosmopolítica de la imagen.
Forced to think by recent socio-environmental events and uprisings in Latin American latitudes,
we aspire in this writing, a gesture of intervention and political experimentation in the act, to
speculate a series of propositions of political imagination by establishing alliances with cinematic
modes of experience that unfold through variable materialities and surfaces of thought, be these
audiovisualities, or the writing itself in play. Which, in turn, carry with them methodological and
epistemological consequences, for what is at stake is the establishment of bridges and ontological
intersections that, without reducing difference, intensify experience and may favor the emergence of
a cosmopolitics of the image.
Keywords: political imagination, cinematic modes of experience, Latin America, cosmopolitics of the image.
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
1. LA PERSISTENCIA DE UN LLAMADO
Esta escritura, en su dimensión performática de gesto de intervención y de
experimentación política, encuentra su génesis en la turbulencia y agitación de 2021,
cuando en medio a la pandemia y al estallido social que tomaba las calles de Colombia, fui
convocado1 a ejercer una acción estético-política directa (Coletivo 28 de Maio 2017) entre
la potencia de las audiovisualidades y de las conceptualidades. Un entre-lugar intempestivo
para poner en funcionamiento una práctica filosófica (Moscoso-Flores 2023) que ensayo
en llamar kinosofia (Wiedemann, «Azul profundo, una aventura vitalista del pensamiento.
Pasajes entre modos de experiencia cinematográficos y una posible kinosofia.» 2021).
Un llamado a reinstalar el cuerpo en el pensamiento, desde esa intimidad singular que
tenemos con ciertas materialidades y modos de existencia (Souriau 2014) a partir de los
cuales nos enmarañamos con el mundo y que en mi caso, al simultáneamente ocupar la
posición de cineasta experimental, artista-investigador y filósofo, transitan entre expresiones
audiovisuales y conceptuales.
Desde 2021, como punto ápice, pero como una preocupación vital anterior a este
hito reciente en el devenir de la historia de Colombia que antecedió la llegada por primera
vez al poder de la izquierda2, me he preguntado por la relación de las imágenes con la
política. O para ser más precisos por la tensión entre una política de las imágenes y el uso que
los humanos habitualmente hacemos de las audiovisualidades en el ejercicio de la política.
Es decir, la pregunta por la fricción entre una política antropocéntrica que subalterna las
imágenes al establecer una relación no simétrica y utilitaria con las audiovisualidades y
una política de las imágenes no subordinadas a la acción humana y que en consecuencia
intensifica una conexión con el cosmos, abriendo fugas para lo que podríamos anticipar como
una posible cosmopolítica (Stengers, «La propuesta cosmopolítica» 2014) de la imagen.
Renovados vientos soplan en Colombia, no obstante, nuestra relación con las
imágenes y audiovisualidades sigue estando marcada por una perspectiva en la que estas son
marginalizadas de su fuerza existencial y vital, por ser tratadas como materia inanimada reducible
a una mercancía mediática, ya sea del discurso y narrativa oficial o de la oposición. Es decir, el
ejercicio de la política de los humanos avanza al someter y establecer una relación colonizadora
y extractivista con los modos de existencia que anidan en las imágenes y audiovisualidades.
Y aquí me permito abrir un intervalo, para aclarar como entendemos este par.
Entendemos la imagen como aquel cumulo energético de potencia de pensamiento que
aparece y que, no obstante, nunca termina de aparecer por ser un proceso de individuación
constante (Sauvagnargues 2016). Es decir, la imagen siempre dice de una potencia y está en
Soy grato a Andrea Rodríguez, coordinadora del Ciclo de Conferencias de las Artes de la Universidad Nacional
de Colombia, quien me invitó el 13 de mayo de 2021 a realizar la conferencia-performance que nutre y alienta
estas páginas.
1
Nos referimos aquí a la administración 2022-2026 de la vicepresidenta Francia Márquez y del presidente
Gustavo Petro.
2
190
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
potencia. De allí que la entendamos como nomadismo y fuga que nunca se deja aprehender
plenamente por la percepción y la razón, y que utilicemos el término en el mismo registro
en que Deleuze lo hace. Es decir, cuando se refiere a la filosofía como una resistencia
ante imágenes dogmáticas del pensamiento (Deleuze, Diferencia Y Repetición 2013) que
en el plano perceptivo se manifiestan como clichés, siempre que las audiovisualidades, en
tanto efectos capturables por la percepción, son sobrecodificados y pierden su capacidad
transductiva y vital al ser secuestrados por las lógicas de la representación. Siendo así, las
audiovisualidades pueden funcionar porosa y membranáceamente como pasaje, canal y
portal que en cualidad de resto y ruina tangencian la imagen siempre por venir, en tanto
umbral. O funcionar, como sobresaturación que sedimenta el sentido y frena el devenir de
la imagen. De esta forma, en su dimensión afirmativa las audiovisualidades son paradojales,
pues son resto perceptible y actual que propulsiona el movimiento de lo inaprensible de
la imagen y que la mantiene como virtualidad y latencia energética actualizable. En su
fase empobrecida las audiovisualidades, en tanto clichés, son lastre que tiende a disecar la
imagen. En otras palabras, la persistencia del llamado que aquí nos convoca, pasa por cuidar
esa relación farmacológica entre imágenes y audiovisualidades, siendo que es en el plano
actual de las audiovisualidades, donde podemos operar y generar gestos de resistencia para
que la imagen como virtualidad siga siendo una futuridad posible.3
De esta manera, escuchar el llamado, es escuchar a su vez el pedido de que operemos
como lo hace el kitesurfing, donde ocurre un deslizamiento sobre la superficie del agua con
un mínimo de adherencia que consiste en el uso de una cometa de tracción, que tira del
deportista, permitiendo deslizarse sobre la superficie mediante una tabla. La imagen no
está dada a durar (Deleuze, Sobre o teatro: Um manifesto de menos; O esgotado 2010) y por
ello las audiovisualidades solo deben derrapar, así como lo hace el kitesurfing. Es decir, el
circuito que se establece entre audiovisualidades e imágenes, debe procurar abrir y mantener
espacios vacantes para la percepción y el pensamiento. Esos espacios evanescentes y efímeros
entre la superficie del agua y la tabla, cuando la cometa emprende vuelo por un instante.
Espacios-tiempos intervalares, donde una imaginación política, en tanto cuidado de los
posibles de la tensión de relación de fuerzas entre cuerpos, pueda germinar. Dicho de otro
modo, el llamado a cuidar futuros para un nosotros en constante configuración y devenir
como gesto de un pragmatismo especulativo (Debaise y Stengers 2017).
2. ¿QUÉ IMAGINACIÓN POLÍTICA PIDEN LOS TIEMPOS QUE VIVIMOS?
En algún momento refiriéndome al Azul profundo –cortometraje experimental4 que
realicé en 2020– dije que era el color de las multiplicidades y alguien también me pregunto
si entrar en él implicaba un ritual de pasaje. La urgencia de los tiempos que vivimos y que
3
Al respecto de la tensión entre lo actual y lo virtual, ver: (Deleuze, Lo actual y lo virtual 2019).
4
Disponible aquí: https://vimeo.com/473641412
191
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
no se limita a un hito o acontecimiento histórico puntual, sino que al acumulo exacerbando
de estos5 que extenúa a los cuerpos humanos y más que humanos6, me fuerza a pensar
esta intervención como un espacio de escucha radical (Wiedemann, «Azul Profundo como
escuta radical» 2021) del clima y humor social y político que nos sigue atravesando por
más que su intensidad pueda ganar diferentes gradientes de modulación. Una posibilidad
de explorar tonalidades afectivas multicolor que piden un giro igualmente radical, un ritual
de pasaje perceptivo, motivado por esta pregunta que no para de insistir y retumbar ante
cada acto de infamia y despotismo que seguimos viviendo. ¿Qué imaginación política
piden los tiempos que vivimos? ¿Cómo las imágenes y audiovisualidades con su fuerza
especulativa y fabulatoria nos pueden dar pistas o por lo menos pueden hacer resonar este
problema? El ejercicio que aquí propongo, en tanto ecología, se hace intempestivo al ser
contemporáneo de los problemas que nos habitan y arrebatan, convirtiéndolos no en una
verificación perceptiva, pero sí en una proposición disruptiva que patentice lo ya dado de la
percepción. En medio a la experimentación de modos de experiencia cinematográficos, una
relación entre cuerpo y pensamiento debe ser re-inventada, re-imaginada para que pueda
tomar lugar un cuidado de los posibles en múltiples direcciones y dimensiones. Entonces,
no cerrar o resolver la pregunta, en todo caso, con ella intensificar la experiencia que hace
proliferar mundos.
Tal proliferación exige una imaginación política que no puede fijar domicilio en un
soporte específico, cuando desde una lógica hilemórfica este es entendido como contenedor.
Para una imaginación política, que como condición de posibilidad debe cuidar el dinamismo
entre imágenes y audiovisualidades, el soporte debe funcionar como abertura de mundos.
Es decir, como dimensión y plano modulatorio que se dice zona de pasaje, canal transitivo
y performativo para un habitar siempre en desplazamiento que explora constantemente
“un más que” (Manning, Always More Than One 2013) de intervalos y entre-lugares de
la percepción. Antes que estacionarse, una variabilidad de velocidades e intensidades que
ocupe momentáneamente los espectros de la percepción como superficies dinámicas para la
experiencia. Un mínimo de determinación y adherencia, para un máximo de proliferación
que hace de los intervalos grietas y despuntes para la descolonización de imaginarios o para
seguir pensando con Deleuze de acúmulos de audiovisualidades que tienden a fijar una
imagen dogmática del pensamiento.
Como quizás ya se deje intuir, lo que está aquí en juego es la pregunta por cómo
no detener la experiencia o en todo caso por cómo cuidar un estado puro (James 2003) de
esta, cuando la misma se nutre de audiovisualidades afirmativas que a su vez velan por la
dimensión procesual y germinativa de las imágenes. Una ecología, donde la experiencia logra
avanzar y hacerse más apetitosa en la medida en que las audiovisualidades funcionan como
Pensemos no solo en los estallidos sociales de Colombia de 2021 y antes en 2019, sino que también en los de
Brasil en 2018, en Chile en 2019-2020 o más recientemente en Perú en 2023.
5
Los cuerpos de los manifestantes, pero también los cuerpos imaginantes. Es decir, que cargan y soportan las
audiovisualidades como la fase perceptible de la imagen en potencia y la potencia de la imagen.
6
192
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
un lure for feeling (Whitehead 1978), como un atractor de afectación que nos hace migrar
de la usual y estática idea de Cine hacia una dinámica y procesual de modos de experiencia
cinematográficos (Wiedemann, «Azul profundo, una aventura vitalista del pensamiento.
Pasajes entre modos de experiencia cinematográficos y una posible kinosofia.» 2021).
En este punto, nos podemos empezar a preguntar: ¿Qué puede un cine cuando se
dice en clave menor? Es decir, ¿qué puede un cine anterior al Cine que se dice en mayúscula
y que, en parte, ha estabilizado sus modos de aparecer? Quizás, estemos hablando entonces
de un cine que preserva un cierto estado de infancia y por lo tanto de devenires libres
(Wiedemann et al. 2022), ya que se dice muchos, por decirse siempre por otros medios. Un
cine potencial dirá el cineasta experimental mexicano Bruno Varela y nosotros agregaremos
que además de potencial es un cine especulativo. Una propuesta en la que lo estético se
conecta con lo cosmológico, en la que el cine en su nomadismo deja de ser un objeto para
devenir una disposición relacional, una ecología de modos de experiencia cinematográficos
que al preguntarse por lo más que humano y no ser indiferente al colapso socioambiental
que vivimos, instaura posibilidades para una cosmopolítica de la imagen.
Siendo así, la imaginación política que piden los tiempos que vivimos, lejos de todo
mesianismo y teleología y en su alianza con la potencia de pensamiento cinematográfico,
exige un devenir minoritario de las prácticas audiovisuales, allí donde los modos de
experiencia cinematográficos pueden tomar lugar y donde es claro que lo que está en juego
es la relación entre cuerpo y pensamiento. Ya que cuidar de los posibles (Stengers y Bordeleau
2020), es cuidar de una condición vincular con el mundo articulada por los cuerpos, por
los encuentros y composiciones entre estos. Cuidar de los posibles, al restablecer nuestro
vínculo con el mundo, al reinstalar el cuerpo en el pensamiento, haciendo con que el cine
de algún modo esté en todas partes. Un cine menor que se dispone en un mismo plano de
inmanencia con la vida, dejando de presentarse como una especie de objeto estético aislado,
para, como hemos dicho anteriormente, disponerse mucho más como una condición
relacional desde una perspectiva cosmológica.
En consecuencia, habría una cualidad y capacidad de sintonización cinematográfica
que atravesaría toda la experiencia humana y más que humana. Lo cinematográfico y su
fuerza intervalar haciéndose presente en todo cuanto es viviente y favoreciendo reactivar y
reanimar (Stengers, «Reativar o animismo» 2017) un cierto vínculo que hemos perdido con
el mundo y que no ha parado de tener consecuencias catastróficas a nivel socioambiental,
llevándonos al colapso que actualmente vivimos. En otras palabras, el problema de la
presencia de los cuerpos en la experiencia y el pensamiento. Una ecología participativa
que no deja capturar las potencias de actuar de los cuerpos y donde lo cinematográfico
actúa como intensificador de la experiencia, como un pliegue más de esta que a la vez nos
envuelve y se hace atmósfera intervalar de composición.
Una imaginación política amalgamada a lo cinematográfico, como ese halo
conectivo con el que se van tejiendo mundos. Un worlding (Haraway 2020) que no le cabría
solo a los cineastas, pues lo que cabría es un devenir cineasta de todo-mundo y ese todomundo no sería solo de lo humano, sino que también de lo más que humano.
193
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
3. IMAGINACIÓN POLÍTICA COMO MONTAJE ENTRE IMÁGENES Y AUDIOVISUALIDADES
Disponerse a experimentar proposiciones especulativas y fabulatorias para pensar
y aprender con imágenes y audiovisualidades gestos de imaginación política. Montajes
provisorios de fragmentos de pensamiento cinematográfico, siempre situados y singulares
abogando porque todavía haya mundo. Y donde aspiro a que a cada proposición sientan
como un constructivismo cinematográfico radical orientado al acontecimiento gana
expresión. En otras palabras, la puesta en acción de un cine cuyas imágenes son generativas,
propositivas y activas antes que narrativas o representativas. Un cine que se mueve por
problemas que aspira a explorar y complicar antes que resolver, pues resolver es clausurar y
detener el movimiento del pensamiento. Es decir, prácticas cinematográficas que no aspiran
a dar cuenta de algo y que en todo caso aspiran a abrir e instaurar campos problemáticos
que en constante modulación exceden una narratividad por estar inmersos en el acontecer
de la vida en acto.
De esta manera el cuidado de los posibles a partir de lo cinematográfico que aquí
nos convoca, no tendría que ver con dar cuenta de la realidad, sino que buscaría abrir
condiciones para que el acontecimiento pueda emerger. Y teniendo en consideración que
este puede pasar por lo humano, pero siempre es independiente de él, resulta relevante
detenerse a pensar que toda política es en realidad una cosmopolítica que a cada paso debe
reinventar y modular sus técnicas de pensamiento para que estén profundamente enraizadas
en el terreno (Latour 2019) que se propone a problematizar en esa ocasión singular.
Ocasiones, donde inevitablemente el cosmos se hace presente como intromisión afirmativa
en la política-película, pues es membrana en tensión de cuerpos que componen sociedades
vivientes (Whitehead 1978) en tránsito y transformación imaginante.
Cuidar de los posibles, que haya mundo, que haya futuro.7 Y dado que no creo que
la escritura deba ser el lugar de relevo de las audiovisualidades y siendo fiel a la convicción
de pensar entre ellas y las imágenes es que cada una de las siguientes proposiciones irá
acompañada por la posibilidad de acceder a estas en acto:
Para ampliar la discusión sobre las implicaciones del “haber futuro”, una resonancia interesante a explorar es el
concepto de futurabilidad. Ver: (Berardi 2019).
7
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
3.1. El futuro es más que humano
Figura 1. Fotograma del cortometraje “Azul profundo” (2020) Dir. Sebastián Wiedemann
https://vimeo.com/473641412
El problema de la escala – imaginación política a escala cósmica y más que humana.
Esta proposición se gesta en el vientre primordial que es el cortometraje “Azul
profundo” (2020), que me gusta decir que fue realizado en ningún lugar durante el
confinamiento de la pandemia. O quizás en la potencia de cualquier lugar por venir. En
esta composición audiovisual, se busca conjurar la acción de dejar de respirar que quitó
muchas vidas a causa del Covid-19, pero que, percibida desde la perspectiva de la apnea,
es la posibilidad de abismar lo humano en escalas que lo superan. Estar en medio al útero
oceánico, que contiene y nos hace cohabitar con lo micro y lo macro. Del plancton a las
supernovas, pasando por la posibilidad de embarazar vidas en el pasaje por los más diversos
gradientes, donde aprendemos a ser aguavivas. Como medusas, se hace difícil saber dónde
es adentro y dónde es afuera, pues se es puro medio. El mundo se ha hecho medio (Murphie
2019) y nosotros también. La profundidad de devenir pura superficie. La potencia de una
imaginación política, donde se afirma una espectralidad de un pueblo por venir (Deleuze
y Guattari 1993), como pueblo de los posesos. Membranas canalizantes de sociedades
vivientes en proliferación transindividual.
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
3.2. La memoria le pertenece al futuro
Figura 2. Fotograma del cortometraje “Los (De)pendientes” (2016) Dir. Sebastián Wiedemann
https://vimeo.com/98099702
El problema de la memoria – imaginación política como excavación de fuerzas acontecimentales de
futuro contenidas en el pasado.
En esta proposición no solo nos desplazamos a la Argentina, sino que también
al siglo XX. Esta proposición animada por el cortometraje “Los (De)pendientes” (2016),
indaga las revueltas y los levantes que han ocurrido en este país austral a lo largo del siglo
pasado, oscilando entre dos ideas de pueblo. Por un lado, la idea de un pueblo que está en un
estado de infancia, en el sentido potente y germinativo del término. Es decir, de un pueblo
que entiende al mundo como un plano vital en obras y por lo tanto abierto a una recreación
constante y generativa de sí. Y por el otro, la idea de un pueblo infantilizado, en el sentido de
encontrarse despotencializado por haber delegado su fuerza de acción en un agente externo,
mesiánico y teleológico. El ejercicio en esta composición audiovisual fue el de como extraer
del documento potencias acontecimentales, que finalmente ganaron expresión a través
del trance. Una idea inspirada en el pensamiento cinematográfico del director brasileño
Glauber Rocha. El problema de la memoria, anclada no a una evolución creadora de la
materia (Bergson 2006), sino que sometida a la voluntad humana de comunicabilidad,
de narración, de querer dar cuenta de lo ocurrido y de lo que ocurre. Cuando de lo que
se trata, y este fue el desafío de esta pieza, es cuidar de las condiciones de posibilidad para
que algo siga ocurriendo, para que el acontecimiento advenga. Las audiovisualidades como
196
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
potencializadoras de la experiencia al ganar intimidad no con la Historia en mayúsculas,
sino con la potencia de poder seguir contando historias diferentemente (Haraway 2020)8 y
que se encuentra contenida en los gradientes constructivos de luz y sombras de la materiacine buscando abrir espacios, abrir intervalos para que el sentido no sea secuestrado.
Hacer funcionar los procedimientos cinematográficos a favor de la idea bergsoniana de la
coexistencia entre pasado y presente, donde el último es la capa más fina y cercana a nosotros
del primero. Invención de continuidades, donde la razón humana percibe discontinuidades.
Puentes, montajes, que catapulten las fuerzas del pasado-presente en el futuro. Coexistencia
de tiempos, que favorece la coexistencia de mundos.
3.3. El futuro se levanta de un nosotros en constante expansión
Figura 3. Fotograma del cortometraje “Oculto” (2021-2023) Dir. Sebastián Wiedemann
https://vimeo.com/793958886
Contraseña: oculto
El problema de la presencia y relación – imaginación política como instauración de relaciones multiespecies.
Esta composición audiovisual que sirve de huésped para esta proposición, al ser
un trabajo de found footage, de metraje encontrado, es también un gesto de excavación
en la medida en que me adentré en un archivo peruano de películas anónimas caceras de
8
Historias que desde la perspectiva que aquí defendemos pueden ser disnarrativas y asignificantes.
197
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
un corte mayoritariamente familiar, para desde allí hacer emerger audiovisualidades que
operasen en un registro de insinuaciones siniestras y no de constatación de banalidades
humanas. La pregunta por cómo nosotros los humanos nos relacionamos con otras especies
acecha todo el tiempo en medio a este clima siniestro. Acompañando la jornada que es
el cortometraje, podemos sentir cómo hay algo oculto que merodea y que enuncia una
cierta catástrofe que ocurre porque no somos capaces de tener una imaginación política que
instaure relaciones multiespecíficas en las que no creamos que estamos afuera del mundo.
Seguimos insistiendo en la distinción y dicotomía naturaleza-cultura, donde nosotros los
humanos supuestamente dominaríamos. Esta cisión con el mundo nos configura como ese
factor catastrófico que sustenta lo que hoy conocemos como Antropoceno9 y el consecuente
colapso socioambiental que de este se desprende.
Si bien nos detenemos en la selva amazónica del Perú, estas catástrofes no paran
de ocurrir en todas las selvas del planeta, que no solo sangran como lo deja de manifiesto
“Oculto”, sino que también arden en llamas que se extienden del Amazonas a California
y Australia pasando por tantos otros lugares. Deforestar y aniquilar las posibilidades de
existencia de cuanta vida habita la selva, es también un modo de reducir a su mínima
expresión un nosotros. Todo lo contrario, a lo que aquí queremos apostar y que en todo caso
afirmamos por contraste. De allí que la pieza audiovisual y en resonancia con el pensamiento
de Primo Levi y su absorción por parte de Deleuze (L’Abécédaire de Gilles Deleuze 2004),
tenga por subtítulo: la vergüenza de ser humano.
Siendo así en “Oculto” los cuerpos celestes algo enuncian en medio a su misterio.
La luna se hace roja, el planeta llora, la caída es más profunda de lo que podríamos imaginar.
Insiste, algo al asecho. En el medio, un réquiem o quizás una elegía. Lo incierto como camino
que nos lleva a una catástrofe que no sabemos si es pasada, presente o futura. Pero que sin
duda es memoria profunda de un oscuro secreto. ¿Cómo resistir a este hecho? Imaginación
política, como alianzas multiespecies al estilo de un nosotros que se va componiendo o
mejor aún compostando (Haraway 2020) en dirección a un giro vegetal (Coccia 2017)
del pensamiento cinematográfico, donde el problema de la presencia y relación se dice
cohabitación de mundos y coevolución de especies.
Para una discusión más amplia al respecto de las consecuencias del concepto de Antropoceno, ver: (Moulin
et al. 2022).
9
198
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
3.4. La ancestralidad es el futuro
Figura 4. Fotograma del cortometraje “El soplo de los Xapiri” (2020) Dir. Joseca Yanomami y Davi
Kopenawa Yanomami en colaboración con el Instituto Socioambiental.
https://youtu.be/_b-Itr31QwY
El problema de la alteridad – imaginación política como acogimiento de la futuridad contenida en la ancestralidad.
La construcción de Brasilia, como proyecto modernista de integración nacional del
estado brasileño, es antes que nada un proyecto neocolonial, que se edificó sobre la ruina
de pueblos indígenas y la insistencia del atropello conquistador sobre el Amazonas. Un
proyecto extractivista y genocida basado en la idea de progreso que en el gobierno de Jair
Bolsonaro encontró su mejor aliado. En 2020 y en medio de la pandemia del Covid-19,
el pueblo Yanomami llevó a cabo una intervención estético-política directa al ocupar con
video mapping las fachadas del congreso nacional.
La intervención proponía que audiovisualidades de los Xapiri10 –espíritus de la
selva– soplasen y sobrevolaran el Congreso Nacional como un gesto poético de conjura y
Para una mayor comprensión de los Xapiri ver el trabajo de (Kopenawa y Albert 2013) en “La caída del cielo:
palabras de un chamán yanomami”.
10
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
resistencia ante lo nefasto y aterrador que allí adentro ocurre para los pueblos indígenas.
Bajo el lema #fueramineria, #fueracovid, se buscó alejar a Xawara, como los Yanomami
llaman a la pandemia. El video mapping también buscó denunciar los sistemáticos crímenes
que siguen ocurriendo a causa de la minería ilegal en el Amazonas, así como revindicar la
demarcación de las tierras indígenas.
Como es nítido en esta proposición, la imaginación política no puede estar del lado
del progreso, pues que haya mundo, es sinónimo de que haya selva, de que haya Amazonas
y tierra. Y sin duda, quienes mejor saben cuidar de estas condiciones de posibilidad para la
vida en el planeta, son los pueblos indígenas. El futuro no es una idea abstracta, sino que
profundamente situada y sin importar que por más de quinientos años los blancos han
buscado dejar a los pueblos indígenas sin futuro, ellos siguen insistiendo en abrir mundos
posibles en medio a un fin del mundo (Krenak 2019) que para ellos se ha perpetuado
por siglos. Es decir, quienes mejor entienden del cuidado de los posibles son los pueblos
indígenas y de allí que el futuro este profundamente arraigado a la ancestralidad que a su vez
se dice contemporaneidad. Los Yanomami no son el pasado, son fuerza intempestiva que
abre futuros al no dejar que el cielo se caiga (Kopenawa y Albert 2013).
Y lo potente de esta proposición no se limita a lo ya dicho, sino que también a un
gesto de traducción cosmológico presente en ella, ya que los Xapiri comparten cualidades
con lo que aquí hemos definido como imagen. Ellos no solo son modos de existencia
plenos, sino que en tanto espíritus son imágenes no icónicas, imágenes invisibles (Viveiros
de Castro, «A floresta de cristal» 2006), imágenes fugitivas y espectrales solo alcanzables
por la percepción de los chamanes. El gesto es doblemente potente, pues actualiza en las
audiovisualidades la virtualidad de los Xapiri. De esta manera el futuro no solo es ancestral,
sino que la ancestralidad es el futuro en la medida en que se entablen comunicaciones
parciales entre mundos. Es decir, mientras que se aprenda por la diferencia a coexistir con
la diferencia de la alteridad radical.
200
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
3.5. El futuro solo se levanta en clave menor
Figura 5. La caída de Gonzalo Jiménez de Quesada por Los Misak (2021)
Registro del periódico El Espectador.
https://youtu.be/pmX39zZS-J4
El problema de lo épico – imaginación política como desmonumentalización de la resistencia.
Esta proposición eclosiona de un devenir minoritario de la percepción que encuentra
una primera resonancia y contagio en el pensamiento de Ursula K. Le Guin y su teoría de la
ficción como bolsa transportadora (Le Guin 2020). En ella, la escritora feminista de ciencia
ficción critica el modo épico de contar historias que traza un arco directo entre los poemas
épicos de Homero y las producciones industriales de Hollywood de los Estudios Marvel.
Le Guin nos muestra cómo nuestra percepción ha sido colonizada por clichés y desde casi
siempre ha sido más interesante escuchar la historia de cómo unos hombres mataron a
un mamut y vuelven a la aldea ensangrentados y con carne, que escuchar la historia de
las mujeres recolectoras que recogían semillas, frutos y otros elementos de la naturaleza
colocándolos en una bolsa.
Lo interesante y relevante de todo ello, es que nunca contar una historia es solo
eso. El modo cómo se cuentan historias es también el modo cómo se hacen mundos.
Y son esos mundos épicos nacidos con Homero, los que nos han llevado a un sinfín de
201
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
guerras, geno y ecocidios que sustentan el colapso socioambiental sin reversa que hoy en día
vivimos. Tal postura épica y heroica, es reproducida sin fin, haciendo con que los medios de
comunicación, sean estos oficiales o alternativos, repongan estas lógicas al querer dar cuenta
de las revueltas creando narrativas del conflicto central donde el (anti)héroe es la figura del
manifestante.
De allí que resulte tan potente la acción estético-política directa que han realizado
los Misak –pueblo indígena del sur de Colombia– al derrumbar la estatua de Gonzalo
Jiménez de Quesada, conquistador y fundador de Bogotá. No solo está en juego la caída de
un monumento como reparación simbólica, sino que también la desmonumentalización de
un modo de contar la historia, para que puedan ser muchas. Un gesto de transición hacia
una clave menor del pensamiento, de movimientos infraordinarios (Manning, «Por uma
pragmática da inutilidade, ou o valor do inframince» 2016) antes que extraordinarios. La
posibilidad de una imaginación política que apela a lo menor, pues no se trata de perpetuar
las grandes formas de sostener un Mundo –el blanco–, sino de hacer proliferar mundos
de formas porosas y comunicantes entre sí, a la manera que se comunican las bolsas de las
mujeres recolectoras. Bolsas, gestos, audiovisualidades e imágenes que cargan y transportan
mundos compuestos de delicadezas variables antes que el deseo impositivo de un Mundo
comandado por un héroe.
Una minorización de la resistencia, que el estado y hegemonía (política y
perceptiva) no soporta y por lo tanto tacha a los indígenas de vándalos o no-ciudadanos.
Una exclusión de esos otros, que se les quiere colocar en el lugar de los nadie, pues se
oponen a la monumentalización, que no es más que la voluntad de inmortalizar un mundo
que se ha empeñado en aniquilar otros. Todo un estado convulso de cosas, que me motiva
a convocar este largo fragmento del ensayo “Identitarismo blanco” de Vladimir Safatle,
filósofo brasileño nacido en Chile, que contribuirá a darle otro matiz a esta proposición.
Uno de los mayores acontecimientos históricos que conocemos, a saber, la
revolución haitiana que se inicia en 1791. (…) marca la lucha de liberación de
aquellos que hasta entonces habían sido colocados en la condición de “cosas”, de
“esclavos” por el poder colonial. En 1804, cuando la liberación estaba consolidada,
los haitianos promulgan una impresionante constitución. Vale la pena recordar
aquí los artículos 12, 13 y 14. El primero afirma: “Ningún blanco, independiente
de su nación colocará el pie en este territorio a título de señor o propietario, y
no podrá en el futuro adquirir propiedad alguna”. Pero en el artículo 13 produce
una especificación: “El artículo precedente no tiene efecto alguno para las mujeres
blancas naturalizadas haitianas por el Gobierno, ni para los niños nacidos o por
nacer de ellas. Están también acobijados en este presente artículo, los alemanes y
polacos naturalizados por el Gobierno”.
De hecho, al intentar re-esclavizar a los haitianos, Napoleón envió tropas en
las cuales había una legión de 5200 polacos. Al llegar al campo de batalla, ellos
202
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
descubrieron que no se trataba de una revuelta de prisioneros, como los franceses
les habían contado, pero si una insurrección por la libertad. Muchos soldados
entonces desertaron y comenzaron a luchar al lado de los haitianos. Ellos fueron
a Haití creyendo que estaban defendiendo los “ideales iluministas”, pero pronto
comprendieron que tales ideales estaban, de hecho, del otro lado del campo de
batalla.
De allí el sentido del artículo 14 de la Constitución haitiana; “Toda acepción de
color dentro de los niños de una misma familia, cuyo jefe de Estado es el padre,
debe necesariamente cesar. Los haitianos serán conocidos apenas a través de la
denominación genérica de Negros”. Es decir, la extrema inteligencia política de
los haitianos les permitió hacer de un término hasta entonces usado como marca
de exclusión, el nombre de una verdadera sociedad universal por venir. El nombre
de algo que indica el vector efectivo de una sociedad en revolución. Para los
haitianos, negros serán también aquellos que lucharon a su lado por una sociedad
radicalmente libre e igualitaria, que ya no quieren defender esa sociedad marcada
por el expolio, silenciamiento y segregación, aunque sean blancos como un polaco
(Safatle 2020: 1).
Recordando esta constitución de Haití en ese momento histórico, es innegable que
allí se hacía presente un gran gesto de imaginación política que ojalá hubiera perdurado. Allí
se hacía presente un devenir negro de todo el mundo (Mbembe 2018) afirmativo y en este
sentido complementaria la proposición que venimos elaborando de la siguiente manera:
“El futuro solo se levanta en clave menor, al abrazar el otro del otro” Una minorización de la
resistencia, donde abrazamos la potencia diferenciadora de la diferencia. El otro que abre un
otro de nosotros mismo (Viveiros de Castro, Metafísicas canibais 2018).
*
De las proposiciones que hasta aquí hemos elaborado, sin implicar un desarrollo
vasto, se podría deducir una más: La imaginación política como localidad ilocalizable por
siempre estar inventando el lugar. Es decir: El futuro no tiene lugar, el futuro hace lugar. Esta
es una idea muy clara para los bailarines de danza butoh, quienes llevan la potencia de
reinstalar el cuerpo en el pensamiento al límite. En este orden de ideas el bailarín japones
Min Tanaka dirá que “no se baila en el lugar, sino que se baila el lugar” (Wiedemann,
«Dancing the Image: Or how to achieve a Butoh-Image» 2022: 114).
Una última proposición y que en parte hace resonar todas las anteriores, es la
siguiente:
203
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
3.6. La imagen no revela futuros, vela sombras de estos como ocasiones acontecimentales
Figura 6. Fotograma del cortometraje “Movimiento” (2018)
Dir. Duo Strangloscope (Cláudia Cárdenas & Rafael Schilchting)
https://youtu.be/DWg7ISXA3Rw
Imaginación política como in-visibilidad constructiva.
Esta composición audiovisual del Duo Strangloscope11 en su montaje vertical abre
un umbral espectral entre cuerpos participantes en manifestaciones ocurridas en Brasil
en 2018 y cuerpos danzantes de la compañía de la coreógrafa alemana Pina Bausch. Un
encuentro de sombras, donde las audiovisualidades no revelan algo, sino que por el contrario
están velando algo. Y aquí resuena el pensamiento cinematográfico de la cineasta brasileña
Ana Vaz, cuando nos habla de un cine de las sombras (Vaz y Marboeuf 2021) en oposición
a un cine de la luz que revela, captura, domina y coloniza. Una apuesta por un cine de las
penumbras, de los umbrales, de lo que se insinúa, de los desvíos y que en ningún momento
busca dar cuenta de las cosas.
11
Duo brasileño de cine experimental, cuya obra y pensamiento puede ser explorado aquí: https://www.
strangloscope.com/
204
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Un cine tangencial y de oblicuidades (Nodari 2019) en el que desde esta última
proposición nos preguntamos: ¿Qué puede una revuelta, qué puede una manifestación
cuando se hace especulativa, cuando los cuerpos dejan de estar cansados y pasan a estar
agotados (Deleuze, Sobre o teatro: Um manifesto de menos; O esgotado 2010), entendiendo
el agotamiento como el límite en que un coeficiente diferenciador se abre en ellos y por lo
tanto en la realidad? ¿Qué hacer con el descontento y la rabia? No dejar que se deposite
como cansancio, sino que se haga fuerza y deseo productivo de agotamiento que abre
posibilidades.
*
Me gustaría cerrar este bloque en el que hemos experimentado gestos de imaginación
política como montaje entre imágenes y audiovisualidades, recapitulando las proposiciones
y provocaciones expuestas y abriendo un pequeño ritornelo al respecto del “Azul Profundo”
contextualizado en el clima de revuelta de Colombia en 2021.
1. El futuro es más que humano.
2. La memoria le pertenece al futuro.
3. El futuro se levanta de un nosotros en constante expansión.
4. La ancestralidad es el futuro.
5. El futuro solo se levanta en clave menor / El futuro solo se levanta en clave
menor, al abrazar el otro del otro.
6. El futuro no tiene lugar, el futuro hace lugar.
7. La imagen no revela futuros, vela sombras de estos como ocasiones acontecimentales.
En medio al clima neurálgico de aquellos días mi amiga Jenny Fonseca, artista
transdisciplinar que se ha preguntado en los últimos años por como subvertir las
necropolíticas ejercidas en Colombia,12 me decía: ¡Deberíamos profundizar en el azul de la
bandera! Y ella aun agregaba: ¿y si fuéramos solo ese azul?13
De algún modo la cineasta experimental Laura Huertas Millán, también
colombiana, por otros medios continuó la conversa conmigo al decirme “Reemplacemos
esa bandera horrible por una mancha azul grande” y en otro momento pensando en los
genocidios indígenas que siguen ocurriendo en Brasil, la cineasta Ana Vaz me decía en un
texto suyo: “Antes que pueblo, tribu”.
Y para finalizar yo agregaría aquí la idea de la educadora queer blaxicana Ki’Amber
Thompson, cuando nos dice que debemos ser como el agua que es cura, vida, colectividad,
complejidad y misterio de lo viviente que nos obliga a inventar nuevas maneras de respirar,
12
Para explorar estas relaciones de resistencia desde el arte ante las necropolíticas en curso, ver: (Fonseca Tovar 2020).
Recordemos que la configuración de la bandera de Colombia es amarillo, azul y rojo, ocupando el amarillo
una porción mayor.
13
205
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
pues cuando estamos encharcados o sumergidos, estamos profundamente implicados y
vulnerables sentimos que el agua es pura ludicidad creativa que al hacer cuerpo con el
mundo se dice relacionalidad abolicionista (Thompson 2021).
4. EL DOLOR ES EL COLOR DE LA MEMORIA COLECTIVA
Tras esta serie de proposiciones y provocaciones, me atrevería a decir que en parte de
lo que se ha tratado es de aprender a escuchar un dolor común. Un dolor más que humano,
pues lo común no pasaría por una suerte de imagen cristalizada de lo latinoamericano, que
no es más que una abstracción. Una vez más hacer resonar las palabras de Ana Vaz cuando
nos dice: tribu antes que pueblo. Ya que allí lo que está en juego son territorios existenciales
y materiales singulares heridos que no responden a ideas trascendentes como la de nación
o Estado y atraviesan transversalmente las Américas en diagonales que desestabilizan la
propia idea de frontera y propiedad. En todo caso, lo que se tiene en común, sin apelar a un
principio globalizante que reduzca la diferencia, es el llamado a reactivar una memoria de
la tierra en nosotros mismo. Una memoria más que humana que hable y pueda expresarse
en nosotros. Tribus de posesos que se religan con Gaia (Stengers, No Tempo das Catástrofes
2015), que no sería simplemente la Tierra en tanto principio productivo de condiciones de
existencia para lo humano, sino una inteligencia y modo de existencia contra-trascendente
autónomo con el cual cohabitamos.
Siendo así, solo habrá futuro si nos sintonizamos con el dolor común de Gaia e
insistimos en reestablecer puentes con lo que se rompió. Es decir, con nuestra capacidad
de implicación y cuidado, donde las audiovisualidades pueden ser grandes aliadas, ya que
funcionarían como portales y puentes entre mundos, antes que como ventanas14. Dejar de
percibir a distancia, que es lo que el pensamiento moderno nos ha hecho cultivar cuando
nos colocamos por fuera de la naturaleza. En todo caso reinventar el propio concepto de
naturaleza con los modos de experiencia cinematográficos que podemos encarnar para
suspender la dicotomía y cisión que se establece entre naturaleza y cultura y poder así crear
planos de continuidad sin reducir o limitar la diferencia.
En última instancia, escuchar este dolor común, como el color de la memoria
colectiva de comunes singulares por venir y donde la imaginación política se dice
inevitablemente alter-política (Hage 2015), por ser alianza con una imaginación de lo
más que humano. Es decir, una imaginación como fuerza conectiva, como capacidad de
crear conexiones con las potencias de pensamiento de lo más que humano al experimentar
acciones impersonales que contienen perspectivas abolicionistas. Allí aún hay futuro, pues
Provocación esta que coloca radicalmente en jaque la idea de diégesis, como mundo cerrado sobre sí, tan
estimada por el cine convencional y hegemónico. Desde esta perspectiva, los intervalos se desprenden de
las convenciones de una diégesis cerrada, perdiendo su mensurabilidad. En otros términos, la composición
audiovisual deja de estar cerrada sobre sí misma como constitución hermética de un mundo, para abrir una
grieta extradiegética en los intervalos que nos arrastre a otros mundos.
14
206
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
aceptamos los fines pasados de mundos subalternizados y con la potencia generativa de
la imagen hacemos de las audiovisualidades escenarios abolicionistas de un fin universal
del mundo que produce y es producido por una idea de humanidad dominante. Idea
que nos lleva a la pregunta afirmativa de resistencia presente en los modos de experiencia
cinematográficos aquí experimentados. ¿Qué alter-humanidades estos modos de experiencia
cinematográficos inventan?
5. COSMOPOLÍTICA DE LA IMAGEN
Los bosquejos que en esta escritura hemos elaborado al respecto de una posible
cosmopolítica de la imagen, han pasado por el cuidado de los posibles junto a especulaciones
de condiciones instaurativas y regenerativas para que aun haya mundo. Siendo así, una
cosmopolítica de la imagen, no solo tiene que ver con un cine especulativo y del proceso
(MacKenzie y Marchessault 2019), sino que sobre todo con un cine de la inmanencia y
mucho menos con un cine que denuncie que esta no ocurre. Un cine y serie de modos de
experiencia cinematográficos, como el gesto de generar atmósferas inmersivas y envolventes
que de alguna manera repongan la insistencia del cosmos en nuestra existencia y den
lugar a planos de continuidad como hemos dicho anteriormente y que no son planos de
homogeneización. Evitar a toda costa hacer del mundo uno, pues se está abogando todo el
tiempo por la instauración de pluriversos proliferantes de diferencias.15
Y ya que el enemigo está presente en todas partes, es importante no caer en el
peligroso lugar de las elecciones infernales (Stengers, No Tempo das Catástrofes 2015) y que
suspende la dimensión intervalar del pensamiento cinematográfico. Es decir, no ceder ante
la seducción de elegir esto o aquello siendo ambas opciones no-opciones y mucho menos
apelar a una supuesta tercera vía conciliadora. En todo caso, instalarse en el medio, de allí
que toda cosmopolítica sea no solo una alter-política, sino que también una mesopolítica
(Stengers et al. 2009). Un en-medio, donde el ritmo de la diferencia vibra y aún hay espacio
para su emergencia.
Aún hay posibilidad, pues la morada de la imagen es el intervalo y sus grados de
indeterminación potencial y virtual que la instalan como accionar estocástico, antes que como
una voluntad de actuar determinada por una imposición humana que la direccionaría. O, en
otras palabras, que la captaría, al subalternizarla y ponerla al servicio de algo. No conquistar
la imagen y aceptar como dirá Fernand Deligny (Wiedemann et al. 2022) que la imagen
es salvaje como los gansos. Siendo así contribuir a defender su autoafirmación de modo de
existencia autónomo y promover gestos de percepciones parciales y provisorias, donde la
imagen pueda seguir siendo fugitiva. Ella nunca se alcanza y esa es su potencia, está siempre por
venir de allí que nunca se pueda resolver en su totalidad. Luego entonces avanzar por fracturas,
por entre-lugares para que la clausura no tome lugar, para que el movimiento no cese.
15
Para una discusión más amplia sobre la instauración de pluriversos, ver: (De la Cadena y Blaser 2018).
207
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Un apelo a un cine artesanal, en el sentido de tener una intimidad singular con las
técnicas que por medio de los modos de experiencia cinematográficos, ejerce un movimiento
de descolonización permanente del pensamiento (Viveiros de Castro, Metafísicas canibais
2018), ya que en su tecnodiversidad (Hui 2020) toma lugar un hacer cine por otros medios
afectado por otras lógicas de pensamiento cinematográfico de otros pueblos y cosmologías.
Técnicas de pensamiento cinematográfico no occidentales (Wiedemann, «Em Direção a
uma Cosmopolítica da Imagem» 2020) que nos ayuden a resistir ante la imagen dogmática
de la herencia de las luces, que es el aparato cinematográfico como exponente iluminista
por excelencia de un pensamiento técnico de la mensurabilidad y no del desbordamiento
de mundos.
El conjuro salvaje que hemos propuesto son los modos de experiencia
cinematográficos, como un concepto profundamente práctico que pueda pasar por cualquier
cuerpo, suspendiendo la idea segregadora de experticia, profesionalismo o especialización
de quien domina; y apostando por una disposición de cuerpos sin falta, ni deuda que plenos
de potencia tienen una intimidad singular con la práctica de pensar entre audiovisualidades
o más expansivamente entre multisensorialidades e imágenes, y donde aún podríamos
preguntarnos si lo político es un sentido, una vez que partimos de la premisa que lo sensorial
es un catalizador de acción.16
Práctica de resistencia y del cuidado de una cosmopolítica de la imagen que
prestaría atención a lo peligroso de los tiempos que vivimos y que es el hecho de como las
lógicas neocoloniales capitalistas nos han querido traer el futuro al presente, disfrazando un
secuestro (el del futuro) de regalo que sigue alimentando la extractivista idea de progreso.
Tal secuestro ha sido a su vez el secuestro de una distancia necesaria para que la imaginación
pueda tomar lugar. Ante esta contracción temporal su posibilidad, la de la imaginación, ha
empezado a agotarse rápidamente, cuando de lo que se trata es de no agotar los virtuales del
pensamiento para que siempre estén por ser actualizados en la realidad. O que en todo caso
nos podamos seguir haciendo la pregunta: ¿de qué es capaz la realidad (James 2003)? Siendo
así, la cuestión no es llegar al futuro, que es lo que la idea de progreso ha querido alentar
hasta el punto de entrar en un asceleracionismo que es capaz de decirnos que el futuro es
ahora. En todo caso, lo que aquí buscamos es como tener esa distancia necesaria (con el
futuro)17 para poder encarnar el presente. Poder tener el cuerpo (en el) presente y que haya
esa distancia (intervalo) para que el movimiento se dé. Es el futuro, en tanto virtualidad, lo
que estimula al cuerpo para que siga en movimiento.
Ese es el problema que les he querido compartir. No paramos de vivir situaciones
a nivel político y social que paralizan el cuerpo. De allí la pregunta por cómo reactivar el
movimiento en este, que también es el movimiento en el pensamiento o como hemos dicho
Para dar continuidad a la intuición que abre la pregunta ¿lo político es un sentido? Una resonancia interesante
es el trabajo de Georg Simmel y la idea de una sociología relacional de la percepción. Ver: (Sabido Ramos 2017).
16
Para parafrasear a Jean-Luc Godard no una distancia justa, sino una justa distancia. Aquí también es relevante
el pensamiento cinematográfico de Artavazd Pelechian y su teoría del montaje a distancia (Pelechian 2011).
17
208
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
la acción de reinstalar el cuerpo en el pensamiento. Algo que exige una especie de vacuo, de
espacio vacante, de fractura. Y es quizás esa fractura lo que se puede llamar futuro. ¿Cómo
mantenerlo inaprensible para que no pueda ser robado por los déspotas que nos quieren
imponer una imagen sobresaturada y ya definida de lo que puede ser? Quizás siendo fieles
a la persistencia del llamado de una cosmopolítica de la imagen que se dice cultivo de
“culturas de intersticios”, para pensar en la lectura que hace Isabelle Stengers de Whitehead
(Debaise y Sehgal 2008).
OBRAS CITADAS
Berardi, Franco. 2019. Futurabilidad: La era de la impotencia y el horizonte de la posibildad.
Caja Negra.
Bergson, Henri. 2006 .Materia y memoria. Cactus.
Coccia, Emanuele. 2017. La vida de las plantas: Una metafísica de la mixtura. Miño y Dávila.
Coletivo 28 de Maio. 2017. «O que é uma ação estético-política? (um contramanifesto)».
Revista Vazantes, 1.1: 192-200.
De la Cadena, Marisol y Mario Blaser. 2018. A World of Many Worlds. Duke University
Press.
Debaise, Didier y M. Sehgal. 2008. «The Living and Its Environments: Stengers Reading
Whitehead». Process Studies, 37.2: 127-39.
Debaise, Didier y Isabelle Stengers. 2017. «The Insistence of Possibles: Towards a Speculative Pragmatism». Parse Journal, 7: 13-19.
Deleuze, Gilles. 2013. Diferencia Y Repetición. Amorrortu.
______. 2019. Lo actual y lo virtual. Iluminuras.
______. 2010. Sobre o teatro: Um manifesto de menos; O esgotado. Jorge Zahar.
Deleuze, Gilles y Félix Guattari. 1993. ¿Qué es la filosofía? Anagrama.
Fonseca Tovar, Jenny. 2020. Táticas artísticas para subverter a necropolítica: percursos entre a
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
DOI: 10.4067/s0071-17132023000200213
Una naturaleza (in)diferente:
la vida común en la práctica artística de Sebastián Wiedemann1
An (in)different Nature:
Common life in Sebastián Wiedemann´s artistic practice
PEDRO E. MOSCOSO-FLORESa
ANTONIA VIUb
a
Universidad Adolfo Ibáñez, Facultad de Artes Liberales,
Departamento de Filosofía. Santiago de Chile.
pedro.moscoso@uai.cl
b
Universidad Adolfo Ibáñez, Facultad de Artes Liberales,
Departamento de Literatura. Santiago de Chile.
antonia.viu@uai.cl
Este escrito propone un análisis respecto de la noción de “vida común”, a partir de los aportes
de algunos autores continentales y latinoamericanos que han problematizado la idea de naturaleza
desde abordajes que tensionan los límites impuestos por el pensamiento científico. Así, por ejemplo,
la noción de “cuestiones de preocupación” propuesta por Latour, o la ontología relacional de la
naturaleza desarrollada por Whitehead nos permiten cuestionar críticamente nuestras formas
tradiciones de concebir y vincularnos con la naturaleza desde mecánicas de producción y extractivismo
desmedido asociadas a la lógica del capitalismo global que han establecido una disyunción entre el
pensamiento y la percepción de la realidad respecto de la tierra, lo político, la objetividad, el arte,
los medios, la imaginación o las imágenes. En este contexto, el escrito aborda las maneras en que
prácticas artísticas contemporáneas permiten desandar formas de percepción que ya no sirven para
habitar nuestro presente, a partir de una inmersión en el ‘azul profundo’ presente en dos trabajos
del cineasta experimental colombiano Sebastián Wiedemann: el cortometraje Deep blue [Springs and
Apneas Between Worlds] (2020), y el libro-objeto Azul profundo. Memorias de futuro de un entre-vivir
cinematográfico (2019).
El presente trabajo se ha desarrollado dentro del marco de los proyectos de investigación ANID Fondecyt Regular,
N° 1210004, Derivas para una práctica filosófica en clave metodológica semiótico-material: intervenciones del presente en
torno a encuentros afectivos, investigador responsable Pedro E. Moscoso-Flores, y el proyecto ANID Fondecyt Regular
Nº 1230002, Materialidades expandidas. Secciones literarias ilustradas en revistas magazine y suplementos de prensa
latinoamericanos de la primera mitad del siglo XX, investigadora responsable Antonia Viu.
Ambos investigadores están afiliados al Centro de Estudios Americanos de la Universidad Adolfo Ibáñez, dentro de la
línea “Prácticas materiales, sensibles y ecológicas. Episte(método)logías situadas para la (re)construcción del Sur Global”.
1
213
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Palabras clave: naturaleza, vida común, materialidades expandidas, cine experimental,
prácticas de investigación-creación, Sebastián Wiedemann.
This essay enquires on the notion of “common life”, based on the contributions of some continental
and Latin American authors who have problematized the idea of nature from approaches that stress the
limits imposed by scientific thought. Thus, for example, the notion of “matters of concern” proposed
by Latour, or the relational ontology of nature developed by Whitehead allow us to critically question
our traditions of conceiving ways of relating to nature from mechanics of excessive production and
extractivism linked to the logics of global capitalism, which have established a disjunction between
thought and the perception regarding earth, politics, objectivity, art, media, imagination, or images.
In this context, this writing addresses the ways in which contemporary artistic practices allow us to
retrace forms of perception that no longer serve to inhabit our present, starting from an immersion
into the ‘deep blue’, present in two works by the Colombian experimental filmmaker Sebastián
Wiedemann: the short film Deep blue [Springs and freediving between worlds] (2020), and the book
Deep blue object. Memories of the future of a cinematographic in between living (2019).
Key words: nature, common life, expanded materialities, experimental cinema, researchcreation practices, Sebastián Wiedemann.
1. UNA ‘VIDA COMÚN’
“Pues polvo eres, y en polvo te convertirás…” (Génesis 3:19). Con esta conocida
sentencia bíblica, la tradición judeocristiana advierte que, más allá de su anhelo de
trascendencia, el ser humano es una creación divina que proviene, al menos en parte, de
una materia que ya estaba presente en el mundo: el polvo2. Este gesto fundacional de la
fe cristiana introduce una noción de vida que se encuentra escindida en sus condiciones
de gestación: por una parte, una vida común a todos los seres que se desenvuelven en
condiciones terrenas, expuesta a los embates del nacimiento, crecimiento y el decrecimiento
producto del desgaste de los cuerpos al interior de ecosistemas complejos y múltiples; por
otra parte, la vida entendida en su condición de eternidad, es decir, aquella a la que solamente
los seres humanos podríamos acceder al morir, desde el momento en que abandonamos las
cadenas materiales de nuestro cuerpo.
Más allá del dilema respecto del estatuto ontológico de la noción de vida a partir
de la fe, o desde el debate entre ciencia y religión, en este escrito nos interesa volver a
considerar esa materia identificada como “polvo” en el pasaje bíblico para analizar algunas
de las implicancias que tiene aquella cualidad común que compartimos los seres humanos
con otras especies y seres inorgánicos que componen la tierra que habitamos y conocemos.
Tal y como señala Kardec (1998), solo en el siglo XIX este hecho adquirirá notoriedad nuevamente, desde
una perspectiva radicalmente diferente, cuando la ciencia demuestre que los cuerpos humanos se encuentran
compuestos por elementos propios de la materia inorgánica.
2
214
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Detenerse en las especificidades de una vida común parece especialmente urgente en la
época del Antropoceno (Steffen et al. 2011) o del Capitaloceno (Moore 2016), que se
caracteriza por una alteración sin precedentes en las condiciones geológicas producto de la
intervención humana, provocadas fundamentalmente por las mecánicas de producción y
extractivismo desmedido vinculables a la lógica del capitalismo global (Danowsky y Viveiros
de Castro 2019). Si bien existirían una multiplicidad de factores a la base de las condiciones
que han decantado en lo que podríamos llamar un escenario planetario catastrófico, parece
posible afirmar tentativamente que el conjunto de acciones humanas que han provocado
consecuencias negativas para el planeta se encuentran sustentadas en una cosmovisión que
ha dispuesto, en distintos grados y medidas, a la naturaleza como una entidad al servicio de
las necesidades humanas, instalando un modo hegemónico de relación entre lo humano y
lo no humano.
De modo que hablar de una ‘vida común’, más allá de parámetros estrictamente
humanos, parece requerir de un gesto impertinente, a saber, uno tendiente a poner en
tensión los modos en que concebimos habitualmente asuntos que, por efecto de nuestros
hábitos del pensamiento, se han transformado en fuentes de seguridad y certeza, puntos
de partida para reflexionar sobre ‘cosas importantes’, perpetuando una actitud que, en
apariencia, presupone una cierta inseparabilidad ontológica entre las palabras que significan
el mundo y las cosas que conocemos en él: asuntos como la naturaleza y lo natural, la
tierra, lo político, la objetividad, el arte, los medios, la imaginación o las imágenes.
Esto es lo que procuraremos realizar en las siguientes páginas de la mano de pensadores
continentales preocupados de estos asuntos, tales como A. N. Whitehead, Bruno Latour,
Isabelle Stengers, Donna Haraway y Jane Bennett, en diálogo con ejercicios críticos de
pensadoras latinoamericanas como Guadalupe Lucero, Andrea Soto Calderón o Suely
Rolnik, cuyos trabajos constituyen importantes contribuciones para repensar cuestiones
como una política de la naturaleza, una imaginación material, nuevas pedagogías de la
percepción, o lo micropolítico en relación con prácticas de insurrección y descolonización
desde el sur. Estos trabajos contemporáneos nos parecen centrales dentro del marco de
diálogos inter/transdisciplinares entre las artes, las filosofías y las ciencias que emprenden
distintos observatorios y colectivxs orientados a crear prácticas desde las cuales desandar
formas de percepción que ya no sirven para habitar nuestro presente, buscando promover
activamente otros modos de habitar desde los que sea posible imaginar esa vida común
que hemos escindido, paradójicamente, al privilegiar lo global como una forma de relación
hegemónica.
Proponemos que los trabajos Azul profundo. Memorias de futuro de un entre-vivir
cinematográfico (2019) y Deep blue [Springs and Apneas Between Worlds] (2020), del artista,
practicante y filósofo colombiano Sebastián Wiedemann, que exploraremos en la tercera
parte de este escrito, nos permiten captar algunas de las formas en que el arte actual logra
suspender hábitos de percepción, conectar mundos y ayudarnos a imaginar la vida común
a la que nos referimos desde el movimiento de influjo y eflujo (Bennett 2020: x) que la
caracteriza. Si el polvo que respiramos y que cubre el contorno de cada superficie de nuestro
215
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
mundo nos puede ayudar a entrelazar historias (Haraway 2019: 10) que transitan entre la
emergencia de la vida y la toxicidad de las industrias tecnológicas de hoy (Parikka 2021),
el azul puede ser una tonalidad desde la cual conectar medios artísticos, toxicidades y
dimensiones de la “naturaleza” que hoy solemos pensar de manera disociada.
2. ACONTECIMIENTOS DE LA NATURALEZA: POR UN MUNDO (IN)DIFERENTE A LA HUMANIDAD DE
LO HUMANO
A diferencia de los planteamientos que fundamentan la crisis de nuestro presente
histórico en el conjunto de acciones humanas (extractivismo, expoliación, un sistema de
hiperproducción desenfrenado vinculado al consumo, etc.), a la base de lo que hoy día
significamos como un proceso de devastación planetaria, en este escrito proponemos, sin
desconocer lo anterior, que existe un problema fundamental previo, esto es, el de una
visión ‘demasiado humana’ del mundo que, además, se ha introducido mediante una
visión hegemónica configurada alrededor del etnocentrismo europeo y sus ansiedades
colonizadoras. En otras palabras, una cosmovisión que ha depositado -y, de algún modo,
aún lo hace- todas sus esperanzas y expectativas en lo que la humanidad pueda llegar a
hacer, para bien o para mal, del mundo, restándole posibilidad de participación en estos
procesos de transformación al conjunto de otros agentes no humanos. Dentro de este
esquema, el conjunto de explicaciones, conceptos, ideas y taxonomías científicas vinculadas
a una ‘naturaleza’ relativamente pasiva, muchas veces dispuesta como doble opuesto a la
de cultura, han legitimado un determinado modo de intervención al alero de esta división
insalvable e irreparable entre lo humano y lo no humano. Tal vez a esto se refiere Bruno
Latour (2004a), al cuestionar críticamente los modos en que la ‘Ciencia’ -con mayúscula- fue
posicionándose progresivamente como centro neurálgico del iluminismo, es decir, como un
discurso con la hegemonía para definir los métodos adecuados según los cuales enunciar la
verdad de las cosas, estableciendo en simultáneo una fundamentación epistémica mediada
por la división entre los ‘saberes objetivos’ y el ‘sentido común’, y promoviendo algo así
como una ‘política de la verdad’ que termina por anular cualquier intento por cuestionar
los vínculos complejos existentes entre las diversas ciencias y las sociedades en que ellas se
desenvuelven.
Uno de los elementos que ha mostrado lo problemático del esquema anterior se
encuentra en la distinción que propone Latour (2004b) entre ‘asuntos de hecho’ -matters of
fact- y ‘cuestiones de preocupación’ -matters of concern-. Los primeros refieren al modo en
que el pensamiento de la naturaleza y las ciencias modernas se fueron hilvanando a través
de un modelo según el cual los objetos constituyen fenómenos posibles de ser abordados a
partir de sus características claras, definidas, obedientes a las leyes universales de causalidad,
y cuyo impacto siempre se asocia a cuestiones exteriores a ellos. Estos asuntos reforzaban
el dualismo a la base de los principios epistémicos, buscando distinguir los fenómenos
naturales de los fenómenos socio-políticos, subjetivos o, lisa y llanamente, “irracionales”.
216
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Las cuestiones de preocupación, en cambio, presuponen una visión de mundo mucho más
compleja en la que los objetos parecen recuperar su estatuto de cosas, en la medida en que
no se definen solo por su funcionalidad. En otras palabras, estos objetos:
[p]oseen numerosas conexiones, tentáculos y pseudópodos que los vinculan de muy
diversas formas a seres tan inseguros como ellos mismos y que, en consecuencia, ya
no constituyen otro universo independiente del primero. Para hacerles frente, no
tenemos el mundo social o político de un lado y el mundo de la objetividad y la
rentabilidad del otro. Finalmente, y esto puede ser lo más extraño de todo, ya no
pueden desligarse de las consecuencias imprevistas que pueden desencadenar a la
larga, muy lejos, en un mundo inconmensurable (Latour 2004a: 24).
La escisión visibilizada por Latour, patente en el estado actual de cosas, nos conmina
a revisar críticamente los presupuestos que tradicionalmente nos habían permitido distinguir
con claridad entre los asuntos que competen a la vida humana y aquellos que refieren a la
naturaleza no humana. De modo que, contra la impresión de que nuestra actualidad se
encuentra signada por una ‘naturaleza en crisis’, representada como una entidad exterior
y -en cierto modo- ajena a nosotros de la que habría que preocuparse, lo que parece estar
descomponiéndose en el escenario global contemporáneo es el principio de objetividad
bajo el que se había construido esta visión del mundo como calculable, predecible y a
libre disposición de las necesidades humanas. Ello se refleja en una suerte de interrupción
marcada por un cortocircuito comunicativo entre la naturaleza, lo que se piensa y dice sobre
ella, cuestión que resuena con el planteamiento de Stengers (2017) respecto de la irrupción
de Gaia: “no nos pide nada, ni siquiera una respuesta a la pregunta que impone. Ofendida,
Gaia es indiferente a la pregunta «¿quién es responsable?» y no actúa como justiciera… que
Gaia no nos pregunte nada traduce la especificidad de lo que está ocurriendo, de lo que se
trata de poder pensar, el acontecimiento de una intromisión unilateral, que impone una
pregunta sin estar interesada en la respuesta” (55-56).
Si bien es cierto que la situación crítica planetaria ha provocado la emergencia de una
ecología política abocada a visibilizar problemáticas que otrora concernían exclusivamente
al ámbito de lo humano, lo cierto es que estas iniciativas teórico-prácticas parecen seguir
insistiendo en una concepción de la naturaleza vaciada de su dimensión política, asunto
que provoca una invisibilización de los lazos, de las conexiones y de las posibles relaciones
emergentes e inesperadas que acontecen permanentemente entre cuestiones humanas y
no humanas. Esta elucidación propone un desafío importante, puesto que requiere, en
último término, cuestionar el concepto de ‘Naturaleza’ y su correlato como gran categoría
portadora de una precompresión respecto de las posibles interacciones que componen
el mundo, llegando incluso a requerir interrogar aquella noción de ‘relación’ que refiere
habitualmente a la serie de parámetros de interacción posibles entre una serie de entidades
y sus respectivos atributos, desde la perspectiva de sus respectivas condiciones sustanciales,
formales y/o estructurales.
217
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Para arrojar claridad sobre esta cuestión nos servimos del pensamiento de
Whitehead (2019), quien a comienzos del siglo XX introdujo una problematización a
todas luces relevante para nosotros respecto de la concepción de naturaleza: “La naturaleza
es aquello que observamos en la percepción a través de los sentidos. En esta percepción
sensorial estamos advertidos de algo que no es pensamiento y que se autocontiene para el
pensamiento… Significa que la naturaleza puede ser pensada como un sistema cerrado
cuyas relaciones mutuas no requieren la expresión del hecho de que son pensadas” (13).
Con ello el filósofo lanza una fuerte crítica a la filosofía natural de su época, al haber
instalado una bifurcación artificial en la naturaleza mediante la inserción de una serie
de objetos científicos -materiales y discursivos- presuntamente independientes de la
percepción que, no obstante, permitían explicar los acontecimientos perceptivos. Es en
esta línea que el matemático y filósofo afirma lo siguiente: “Terminen con esta maquinaria
complicada de una naturaleza conceptual que consiste en aseveraciones acerca de cosas que
no existen con el fin de transmitir verdades acerca de cosas que sí existen” (57). En otras
palabras, esta división considera que las relaciones naturales corresponden al ámbito de
lo que resulta de la distinción entre lo que está en la mente y lo que está en la naturaleza,
excluyendo, de este modo, la multiplicidad de interacciones y relaciones internas que se
producen entre los distintos factores que componen la realidad.
Whitehead argumenta que la naturaleza es una sola, asunto que requiere desanclar
la concepción científica de la mente como centro neurálgico del acceso al mundo natural.
Esto requiere una reconducción desde la vocación metafísica de la filosofía natural, encargada
de producir abstracciones tendientes a ‘limpiar’ la experiencia, distinguiendo entre lo
relevante y lo insignificante, hacia una en que los modos de abstracción conducentes estén
activamente implicados con el acontecimiento perceptual: “Esto no significa «defender lo
concreto», es más bien hacer sentir, vale decir, avivar o intensificar esas dimensiones de las
experiencias que insisten, sordamente, y que son omitidas por un modo de abstracción”
(Stengers 2022: 32). Lo anterior en el entendido de que, para el filósofo, la experiencia
“se exhibe como si ‘brindara un agarre’ al conocimiento, es decir, declara una conexión
de la naturaleza con la realidad metafísica última en que ‘mente’ y ‘naturaleza’ no pueden
oponerse” (Stengers 2020: 201).
Más que reforzar el dualismo metafísico entre la objetividad de la naturaleza y el
pensamiento subjetivo acerca de ella, Whitehead nos muestra que la naturaleza se hilvana
mediante puntos de contacto -advertencias sensoriales- no atribuibles al pensamiento que,
si bien se encuentran implicados en la elaboración cognoscitiva, en ningún caso podrían
explicarse mediante el esquematismo trascendental de la razón. En términos simples, el
asunto consiste en comprender que la mente no le aporta nada a la naturaleza que no esté ya
contenido en ella, siendo la ‘conciencia cognoscente’ solo un factor más dentro del conjunto
de múltiples factores implicados en el juego de posibles relaciones entre hechos y factores
naturales. Es por esto que sería necesario dejar de fundar el conocimiento en torno a una
idea de experiencia agenciada por el ímpetu de responder a la pregunta por lo que es o no
real, reenfocando el asunto hacia los modos de articulación o, en términos de Whitehead,
218
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
los modos de percepción o de unificación prensiva. Por prensión en este caso se refiere a,
“un ‘tomar en cuenta’… hacer que coincidan operación y producción de realidad. Lo que
prende se realiza a sí mismo en el proceso de unificación prensiva” (Stengers 2020: 201-202.
Énfasis nuestro).
Como hemos planteado hasta ahora, abrirse a las cuestiones de preocupación de
la naturaleza que nos propone Latour implica estar atentos a lo imprevisible, a aquello que
no puede ser calculado ni predicho de antemano y que responde, más que al ámbito de las
diferencias entre entidades, al ámbito de las asociaciones. Resuena en este planteamiento la
perspectiva de Whitehead, para quien la naturaleza ha de dejar de comprenderse a partir de
elementos sustanciales para enfocarse en el ámbito de los acontecimientos, esto es, de los
entrelazamientos y relaciones entre los factores que la van entretejiendo procesualmente.
Si la tradición de pensamiento occidental, desde la época clásica en adelante,
se ha caracterizado por levantar la mirada hacia el firmamento en busca de una verdad
cuya condición de posibilidad es la disociación de los entrelazamientos y relaciones
que desde la perspectiva de este trabajo interesa recomponer, en lo que sigue queremos
introducir un movimiento del cuerpo orientado a romper con el perspectivismo lineal
a través de un gesto de inclinación de la mirada. Esto supone una disyunción doble:
por un lado, epistémica, en el sentido de considerar los modos en que el propio cuerpo,
como organismo abierto, se encuentra activamente inmerso en aquello que conoce; por
otro lado, material, atendiendo a la necesidad de un pensamiento situado y conectado
con y en el territorio3. Dicho movimiento supone un gesto de interrupción de la
dinámica que podría llevar a posicionar la tierra como eje de un nuevo horizonte del
saber en reemplazo de los cielos, repitiendo y reproduciendo inadvertidamente el giro
antropológico de la modernidad, tal y como aconteció con la visión mecanicista del
mundo que introdujo la cosmovisión de ‘lo Global’ a partir de los objetos galileanos que
permitieron engendrar un régimen escópico (Crary 2008: 21-23) en torno a un ‘Gran
Afuera’ (Latour 2019: 101). Frente a esta cosmovisión científica del universo, que concibe
el conocimiento desde un Big Picture, es decir, de una posición distante, exterior, que
permite supervigilar, visibilizar y, al mismo tiempo, invisibilizar una serie de fenómenos,
aquí proponemos poner la mirada en la Tierra: hacia el interior y desde dentro. En
suma, inclinar la mirada supone interrumpir el esquema perceptivo aéreo, científico,
predominantemente visual, para introducirnos en una escala marcada por las conexiones
entre multiplicidades distribuidas de maneras disímiles, desde superficies superpuestas
que proyectan un conjunto potencial de trayectorias a partir de un tejido común.
Por ‘situado’, entendemos aquello que está en una relación de ‘situación’. En otras palabras, de una singularidad
entendida como una aparición irreductible a su localización, y cuya presencia a su vez marca indefectiblemente
una relación con otros factores de la naturaleza (Stengers 2020: 121-122).
3
219
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
3. DEL FIRMAMENTO AL AZUL PROFUNDO
Hacer frente a la crisis de la objetividad según la cual operamos como sujetos en
el mundo, siguiendo a Latour, no supone cambiar una objetividad por otra sino un gesto
más radical: advertir que ni sujeto ni objeto, pensados como entidades abstractas sujetas
a una relación dicotómica, son categorías que nos sirvan para vivir hoy. El mismo Latour
ha sugerido que abordar el problema de nuestro presente sin abandonar esas categorías
solo es posible para grandes magnates, para quienes escapar a otros planetas resulta un
paso natural en la historia de la supremacía humana (Latour & Weibel 2020). En efecto, y
como ha visto Guadalupe Lucero (2022) al estudiar los imaginarios estéticos astronómicos,
la conquista del cielo y la exploración de otros mundos que obsesionó al siglo XX forjó
un imaginario del espacio exterior como heterotopía del afuera que sigue capturando la
imaginación antropogénica ¿Cómo sería entonces, cabe preguntarse, abandonar nuestra
objetividad moderna y la idea de un futuro postapocalíptico en el que nuestra especie
sigue conquistando un afuera cada vez más remoto y pensar, en cambio, el cielo como
una interioridad que hace estallar a su vez al sujeto moderno? En este contexto, y como
señalábamos antes, inclinar la mirada en dirección a la tierra no significa inaugurar un
nuevo antropocentrismo sino abrir una manera de habitar el mundo sin concebirse fuera
de él. Inclinar la mirada nos llevaría además a advertir que la materia geológica que sostiene
nuestros pasos hoy4 es irremediablemente diferente a ese polvo del que fuimos creados según
el mito del Génesis en el origen de los tiempos. A diferencia de aquel polvo del que surge
la vida, la fina capa que envuelve el planeta hoy ha sido identificada por los científicos más
recientes como “zona crítica”, evidenciando su composición cada vez más amenazante para
la vida y erradicando así las certezas que por tanto tiempo nos han permitido sostenernos
sobre nuestros pies.
Latour & Weibel también sacuden el imaginario del firmamento como un afuera,
cuando titulan provocadoramente uno de sus libros Critical Zones. The Science and Politics
of Landing on Earth (2020), como si fuese necesaria una navegación espacial para llegar al
planeta que ya habitamos. Si aterrizar supone un gesto político opuesto al de la conquista
interplanetaria, es porque hacerlo significa desbaratar el pacto tácito de dominación desde
el cual las relaciones solo pueden concebirse entre sujetos y objetos escindidos entre sí.
Aterrizar sobre la superficie terrestre, sin la caduca objetividad a la que la ciencia y el capital
El gran problema de la crisis de objetividad que vivimos es que los gráficos, esquemas y diagramas que tenemos
para hacernos una idea del efecto de la especie humana sobre la tierra aparecen expresados en abstracciones que
no hacen sino reproducir la idea de que la tierra es una esfera de la que hablamos cómodamente sentados en
el espacio exterior. El geólogo y paleontólogo Jan Zalasiewicz (2020: 36-43), trabajando desde el concepto de
‘zona crítica’ y, alejándose de la imagen de la tierra como un globo, imagina y diseña lo que compondría hoy
un ‘metro cuadrado’ promedio de la superficie terrestre, si pudiéramos hacer un corte en la capa más superficial
del suelo que pisamos. Su proyecto lleva por nombre The Anthropocene Square Meter, y en él se ve gráficamente
cuánto de esa capa está compuesta por el concreto y las ruinas de nuestras construcciones, ladrillo, plástico,
fierro, gases de efecto invernadero, entre muchos otros compuestos amenazantes para la vida.
4
220
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
nos han acostumbrado, supone saberse parte de un conjunto de relaciones en las que no
existen exterioridades. Si aún somos protagonistas, lo que protagonizamos es la extinción de
una forma de estar en el mundo, de una mecánica de la percepción que ya no nos permite
entrelazarnos sensiblemente con nuestro apremiante presente. Como resulta evidente para
Latour, este no es un problema cuya resolución podamos dejar a los científicos o a los
políticos. Muchos de ellos siguen creyendo, como los dueños del capital, que el momento
actual solo representa un nuevo desafío para la supremacía humana que la especie está
llamada a superar a través del progreso tecnológico, aunque sea a costa de una catástrofe
global. Sencillamente no se puede confiar en que las soluciones salgan de donde no han
salido hasta ahora porque, como señala Suely Rolnik en “El abuso de la vida”, al pensar las
formas del régimen colonial-capitalístico actual:
Lo que caracteriza micropolíticamente al régimen colonial-capitalístico es el abuso
de la vida como fuerza de creación, transmutación y variación –esta es su esencia
y, además, la condición última para su persistencia, en la cual reside su principal
finalidad, o sea, su destino ético–. Esta expoliación profanadora de la vida es la
médula del régimen en la esfera micropolítica, al punto que podemos designarlo
como “colonial-cafisheístico”. Es la propia fuerza vital de todos los elementos que
componen la biósfera que por él es expropiada y corrompida: plantas, animales,
humanos, etc.; asimismo son también expropiados los otros tres planos que forman
el ecosistema planetario, de los cuales depende la composición y manutención de la
vida: la corteza terrestre, el aire y las aguas (2019: 93).
Desplazarse desde una percepción, entendida como pura exterioridad, hacia una
más inmersiva en la que las relaciones no sigan solo patrones de dominación, supone darle
cabida a las hibridaciones que también son parte de nuestra humusidad (Haraway 2019:
32). Siguiendo con el imaginario astronómico, diríamos que este cambio de paradigma
es capaz de llevarnos del firmamento hasta el azul profundo: un viaje que ya no podemos
medir en términos de distancias siderales y eones de tiempo, so riesgo de operar una nueva
escisión como las que están en la base de la percepción occidental. Si aterrizar en la tierra
sugiere la necesidad de un movimiento que no atraviesa distancias, algo así como rasgar una
membrana apenas visible para advertir que no existe una tierra que se explota y otra en la
que se vive, ir del firmamento al azul profundo podría implicar también un movimiento
que logra disipar tanto el imaginario astronómico de un cielo por conquistar, como el de un
fondo marino tan lejano que puede convertirse en el oscuro depósito de nuestros deshechos
como especie.
En ambos casos, no se trata de cómo se modifican los imaginarios antropológicos,
sino de cómo salimos del atolladero perceptivo que nos ha orientado desde hace siglos,
modulándose una y otra vez desde las incesantes intensificaciones y atenuaciones afectivas
con las que el capitalismo construye y modula nuestra subjetividad (Moscoso-Flores y
Azócar 2019). En este punto, y siguiendo a Andrea Soto Calderón (2022), podríamos
221
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
decir que este cambio requiere de una imaginación material: una imaginación que entiende
los procesos generativos de las imágenes y su agencialidad, desatendiendo la idea de un
sujeto como algo dado a priori, independiente de los marcos conceptuales y perceptivos que
intervienen en su formación. Esto, por cuanto -como señala la autora- “sería como mínimo
ingenuo soñar con cambios sin pensar en los procesos de transformación. Esos procesos
vendrán no de una espera por el venir del porvenir, sino de estar en cada situación y estar
cómo no se nos espera” (2022: 58-59).
Sin duda, la escala de los cambios requeridos implica que esta imaginación material
esté presente en cada una de nuestras prácticas, pero la libertad asignada a las prácticas
artísticas hace de ellas un territorio particularmente fértil para la creación de formas de
intervención del presente más radicales. En ellas existen espacios para la suspensión de ciertos
gestos y la exploración de otros que permitan aperturas y transformaciones de la percepción.
Como en muchos momentos de la historia, las prácticas artísticas han constituido un espacio
de experimentación y resistencia en el que la imaginación deja de ser sinónimo de utopía,
transformándose en un catalizador de intervenciones. Es importante señalar que, desde la
perspectiva de este escrito, una práctica artística toma distancia de la tradición, de muy
larga data, que ve el arte como una creación humana. Concebimos las prácticas artísticas
sin disociarlas de la naturaleza y, por lo tanto, íntimamente imbricadas con procesos de
composición, descomposición y recomposición –individuación–. Más que el resultado de
un proceso creativo individual -una obra determinada-, la práctica artística resulta de la
interacción de y con los distintos elementos que componen el mundo, haciéndose de este
modo extensiva a formas de experimentación que pueden no ser consideradas artísticas
en un sentido convencional. Este planteamiento es afín a la propuesta de Elizabeth Grosz
(2008), para quien el arte es el resultado de la producción de intensidades, sensaciones y
afectos por medio de la imbricación entre fuerzas cosmológicas y fuerzas corporales:
[a]bordar cómo estas fuerzas se cohesionan para posibilitar la explosión productiva
de las artes a partir de las provocaciones que plantean las fuerzas de la tierra (fuerzas
cosmológicas que podemos entender como caos, material e indeterminación
orgánica) con las fuerzas de los cuerpos vivos, en modo alguno exclusivamente
humanos, que ejercen su energía o fuerza a través de la producción de lo nuevo y
crean, a través de sus esfuerzos, redes, campos, territorios que ralentizan temporal
y provisionalmente el caos. Basta con extraer de él algo no tanto útil como
intensificador, una performance, un estribillo, una organización del color o del
movimiento que acaba transformando, posibilitando e induciendo al arte (2008: 3).
Así, preguntas como la que se formula Sonia Levy (2020), al indagar en el papel y
los desafíos representacionales que enfrenta el cine en lo que llama la “nueva era climática”,
cobran sentido. Para la artista, autora de “For the Love of Corals. Life in the Ruins of the
Museum”, la fábula de la “naturaleza” como un dominio separado de los demás ha colapsado,
es decir, ya no puede ser representada como eso que está “allá afuera”, como un espectáculo
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
más que se mira desde lejos. En este contexto, quienes hacen cine hoy deberían asumir la
tarea de “ser testigos de la cadena crítica de interdependencias que hace emerger este estado
globalizado de precariedad”5 (35).
Un punto de entrada para intentar explorar esta pregunta en relación con las
cuestiones que hemos planteado en este apartado es la producción del cineasta, filósofo
e investigador colombiano Sebastián Wiedemann (Medellín, 1987), particularmente
el cortometraje de 7:45 min. Deep blue [Springs and Apneas between Worlds] (2020), y el
pequeño libro-objeto Azul profundo. Memorias de futuro de un entre-vivir cinematográfico
(2019), una edición de 13x13,5 cm., compuesta en un tiraje de 50 ejemplares numerados
impresos en tinta azul en el Centre for Expanded Poetics de la Universidad de Concordia,
Montreal. Aunque no existe una relación de continuidad explícita entre ambos trabajos,
parece interesante entrelazarlos aquí para explorarlos no tanto como distintos aspectos de
una producción concebida como intermedial (Rajewsky 2005), sino más bien a partir de
lo que aquí preferimos pensar como materialidades expandidas6, esto es, las mutaciones
e intercambios que surgen entre figuraciones estéticas porosas, no solo a nivel de los
signos concebidos al interior de procesos de comunicación que operan como producto
de tecnologías específicas, sino también como materias naturales que entran en contacto
con otras en procesos contingentes e imprevistos mediante relaciones semiótico-materiales
(Moscoso-Flores y Viu 2020, 2021; Viu y Moscoso-Flores 2022) que interrumpen los
mecanismos de percepción habituales. Por lo mismo, nuestra lectura tampoco respeta
las cronologías entre el libro y la cinta audiovisual, ya que no supone que el libro ‘lee’ la
película, ni que la película ‘traduce’ el libro. Al pensarlos como materialidades expandidas,
las trayectorias y los recorridos entre uno y otro se vuelven inestables y fluidos.
A modo de contexto, señalamos que el proyecto creativo de Wiedemann da
cuenta de un cine independiente, muchas veces producto de procesos colectivos de
experimentación. Se interesa por las intersecciones entre cine y filosofía, las materialidades
del medio cinematográfico, las formas de percepción ritual, los modos de existencia, la
cosmopolítica de las imágenes, entre otras inquietudes teórico-metodológicas. Dentro de
sus trabajos más recientes está Xapirimuu (2016), realizado como Colectivo Orssarara,
5
La traducción es nuestra.
Si bien las definiciones de intermedialidad, como ha planteado Irina Rajewsky (2005), pueden cubrir un
espectro amplio de formas de relación entre medios, desde la perspectiva de este trabajo parten de un a priori
común: que un medio, aun cuando se trate de un “medio mixto”, está determinado por la tecnología que lo
produce y, por lo tanto, no puede sino combinarse, entrecruzarse y someterse a otras operaciones que suponen
la necesidad de identificarlo a partir de características esenciales claramente singularizables. La categoría de
“materialidades expandidas” desde la que intentamos trabajar aquí nos parece mucho más afín a la mirada
desde la que concebimos las prácticas artísticas y mediales: no determinadas por sus técnicas de producción sino
como parte de una ecología de medios, en la que materiales como la tinta, tonalidades como el azul profundo y
formas como los ‘garabatos’ o doodles (Bennett 2020: ix-x), recorren distintas superficies y mutan al traspasar las
membranas porosas entre un medio como el cinematográfico y otro como el libro-objeto. En diversas prácticas
artísticas y mediales, como hemos intentado sugerir, muchas especies -orgánicas e inorgánicas- coexisten.
6
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en el que se explora las potencias del pensamiento del pueblo amazónico Yanomami. En
su cortometraje documental Obatala (2019), muestra desde distintos planos en tomas de
cine súper 8, a un ritmo incesante, una ceremonia de coronación yoruba de Oba Ojele
Obatalá en Nigeria. Por su parte, Deep blue [Springs and Apneas between Worlds] (2020),
la producción que examinaremos en este escrito, se interesa por lo que parece ser el fondo
marino y una serie de movimientos y presencias que se dan cita en él.
La película comienza con una oscuridad vibrátil e indeterminada que, junto con
evocar el fondo del mar, remite a un cielo sin estrellas o a una solución acuosa para el
revelado de una fotografía. Aunque una figura en el centro pronto adquiere movimiento
y logra recortarse del fondo a medida que aumenta la luz, la oscuridad inicial y su lenta
disipación instala la pregunta por las imágenes, su pregnancia y su devenir: ¿cómo nace
una imagen?, ¿desde qué formas y mecanismos de obturación se da a ver?, ¿qué condiciones
supone la percepción o la suspensión de la percepción?, ¿cuánto vive una imagen antes de
transformarse en otra cosa? Disipada la oscuridad, frente a la cámara, el cuerpo estático de una
mujer joven con un vestido negro corto, cuya cabeza no podemos ver pues está totalmente
inclinada hacia atrás, libera decenas de burbujas que rápidamente buscan la superficie.
Figura 1. Fotograma de Deep Blue… Ver secuencia 0:15-0:50 (Wiedemann 2020).
La cámara sigue las burbujas, tal y como las vería la mujer ascender desde la
posición de su cabeza inclinada; la imagen se interrumpe con un cuadro negro, luego del
cual el ágil movimiento de las burbujas da lugar al ralentizado movimiento de medusas y
corales. Este flujo se interrumpe de nuevo, esta vez con tomas fijas sucesivas y superpuestas
de otras medusas en un trascurrir que vuelve a frenarse con otro cuadro negro, estriado de
blanco, ondulante y particulado que bien podría ser una corriente marina, un parche del
firmamento desde un telescopio, o incluso el tejido de un músculo visto desde un ecógrafo.
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Otras preguntas surgen al ver este cortometraje: ¿cuáles son los límites entre el
cine y la naturaleza en los términos que se ha planteado en este escrito?; ¿qué anima el
movimiento de las imágenes? Si las imágenes que muestra Deep Blue… tienen vida, ¿tienen
también un cuerpo, un pulso, una respiración?; ¿están vivas, como los cuerpos humanos que
nadan o flotan en la película?; ¿están vivas como medusas, o como el agua? A partir de estas
preguntas, podemos pensar en el cine como un medio que posibilita la vida de las imágenes
y de todas las materias que las componen. Resistiendo a la distinción entre medio natural y
medio artificial, ‘Medio’ aquí se entiende, siguiendo a Bernd Herzogenrath (2015), desde la
perspectiva de una mediósfera posible de ser pensada a partir de una ecología que reconoce
la interdependencia de los medios culturales y naturales: como un ecosistema formado, por
un lado, por una multitud de signos y, por otro, por una red de vectores y bases materiales
para esos signos.
Como una membrana porosa, lo cinematográfico en este cortometraje deja que
arranquen burbujas de aire a la superficie, entrelazando distintos mundos que van dando
forma a un ecosistema. En él los cuerpos se tocan y transforman, se ralentizan y aceleran
en el contacto, se distinguen solo para volver a disiparse en una materia que lo atraviesa
y lo compone todo. En la solidez del primer plano cinematográfico, un plano sin escalas
manifiestas: una estrella, una partícula de polvo o plástico, una molécula de aire o una
célula entran en relación llegando a confundirse. Las burbujas se agrupan en cardúmenes,
mientras las estrellas de mar producen constelaciones junto a cangrejos, conchas marinas o
vidrios. ¿Cómo diferenciar la caída del ascenso, en un cine en que mar y cielo se confunden?
Lo cierto es que eso se vuelve irrelevante al no existir un afuera como pura exterioridad; en
vez de la caída o el ascenso radical, el intervalo: una porosidad que conecta incesantemente
unos cuerpos con otros, unos mundos con otros (Wiedemann 2021).
Si el movimiento se ralentiza y la luz escasea, hasta el agua más ondulante y diáfana
se apoza. Es lo que hace la película al captar los movimientos del agua en cámara lenta. A
esa velocidad es posible percibir corrientes y fluidos más densos que van dibujando formas
al mezclarse con el agua. Una secuencia de quince segundos muestra un fluido que, como
la tinta de un calamar que flota y cae en una nube densa, se hace apenas perceptible en la
oscuridad. En el agua, la tinta difumina la eventual huida de un calamar abandonando la
pretensión de adherirse a algo o de dejar un trazo permanente; todo lo contrario a lo que
ocurre con la tinta con que se imprime un libro o se escribe un cuaderno. En este tipo
de secuencias vuelve a hacer aparecer la pregunta por la pregnancia como una forma de
captura de las imágenes en el cine, solo para mostrar que la fijeza que consigue, más que una
detención, es una intensificación.
225
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
Figura 2. Fotograma de Deep Blue… Ver secuencia 5:25-5:40 (Wiedemann 2020).
Ocurre lo opuesto al cambiar el medio, a saber, al reemplazar la transparencia del
lente de la cámara cinematográfica por las texturas del papel. La tinta en el libro-objeto
Azul profundo se vuelve trazo y color, recortada ya no contra el agua del oscuro fondo
marino, sino contra el blanco de la hoja. Pero aún impreso en el papel, el azul emerge
como la marca de una evanescencia, de algo que se escapa y se olvida, como el calamar
que huye borrando su huella en la tinta que expulsa: “[d]ensidad tonal en modulación,
en movimiento” (Wiedemann 2019: s/p). Un librito pequeño y bilingüe que se recorre
en ambas direcciones y en ambos sentidos, desbaratando de entrada el arriba y el abajo, el
adentro y el afuera e instalando una membrana invisible, apenas la marca de una mutación,
de una lengua que se fuga en otra para darse a leer: una lengua tentacular. Si bien este textoensayo podría considerarse como parte de la poética del cine de Wiedemann y de su película
Deep Blue…, también puede pensarse como su obturación, es decir, como un intervalo que
interrumpe los sentidos, que invierte las trayectorias y que produce un afuera de la película
que es también su adentro: el azul.
226
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Figura 3. Portada y contraportada de Azul Profundo.../ Deep Blue...
(Wiedemann 2019).
Figura 4. Figuras en las páginas iniciales del libro en la versión en castellano y en inglés
(Wiedemann 2019).
Más que buscar las afinidades semánticas y/o estéticas entre libro y película, nos
interesan las porosidades materiales y afectivas que es posible advertir, y cómo estas apuntan
a formas de entrelazamiento en las que lo viviente resulta menos disociable de lo que la
objetividad moderna quisiera pensar. El azul es lo que conecta no sólo el mar y el cielo,
sino además la película y el pequeño libro-objeto: “Tras las olas y al final del mar abierto,
donde el azul transborda todos los océanos y cielos, la acuosidad se derrama, se hace puro
afecto y -el Azul-, tonalidad en variación continua entre-medios. Azul profundo, materia
del intervalo, tonalidad oscilante y vibrante, memoria-combustible de un entre-vivir
cinematográfico” (Wiedemann 2019: s/p). Con la finalidad de ver cómo funcionan algunos
de los entrelazamientos que señalamos, obturamos fugazmente las figuras que se encuentran
antes del texto, ubicadas en cada uno de sus extremos, para diferenciar la versión en español
de la inglesa, y las cuatro figuras que se incluyen también al final de ambas versiones, una
junto a la otra, en las páginas centrales del libro.
227
ESTUDIOS FILOLÓGICOS
A pesar de que una parte del libro traduce a la otra y, por ello, aparece un cierto
movimiento pendular entre sus extremos, el hecho de que las figuras dibujadas sean distintas
hace difícil distinguir el arriba del abajo de su forma, siendo la posición que ocupan dentro
del volumen lo único simétrico entre ellas. Si bien podríamos pensar que mediante estas
figuras se despliega una breve historia natural de criaturas marinas tales como medusas,
aguas vivas, calamares o pulpos, lo cierto es que ellas no se identifican mediante una
referencia particular en el texto: no hay pie de imágenes ni nada que las singularice o fije
como especie en estudio, ni tampoco aparecen para ilustrar algo específico del escrito. Estas
criaturas azules, como la tinta del texto, proliferan en las páginas en blanco siguiendo sus
propias lógicas. Solas y sin coordenadas que las ayuden a surcar el volumen, solo aparecen
conectadas por la tinta y por las extrañas afinidades que presentan, las que no siempre
están asociadas a lo marino: a veces aparecen como los pompones de la pasamanería de un
elegante mobiliario, resplandecen como joyas, piedras preciosas, o aparecen tensadas como
las hebras vegetales del tejido de un canasto. Todas poseen alguna especie de tentáculo que
no se orienta como lo dispondría una historia natural; incluso a veces parecen buscar el
contacto de otro cuerpo, o simplemente nadar en el papel como si ese fuera su medio en
tanto imágenes y no el agua. Por otra parte, cada cuerpo comparte alguna característica
con el vecino, como si el contacto mutuo los hubiese infectado para perdurar más allá de
sí mismas.
Figura 5. Figuras en las páginas centrales del libro (Wiedemann 2019).
Estas figuras que parecen un dibujo de tinta sobre papel tienen una vida material
previa a su devenir parte del libro. Se trata de collages originales de la artista Anike Laurita
que al ser estampados mediante impresión monocroma risográfica adquieren la tonalidad
azul y la sensación de dibujo. En el libro, introducen la necesidad de un pensamiento
tentacular (Haraway 2019), no solo porque se asemejan a especies marinas provistas de
tentáculos, como podría pensarse desde la perspectiva de una lógica referencial y de la
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
subordinación clásica de las imágenes a un texto escrito que ilustrarían. Las figuras evocan
relaciones incluso cuando no puede distinguirse lo que son: las líneas van y vienen en
trayectorias que no se cancelan entre sí, enredándose y componiéndose en un tejido hecho
de conchas, flecos, pompones, gónadas o tentáculos: posibilitando una nueva forma de
coexistencia con la letra desde el color. Más importante aun, como ya hemos comentado a
pie de página siguiendo a Jane Bennett, considerar estas figuras como doodles, es decir, como
garabatos que se hacen en cualquier rincón de un papel sin una orientación predeterminada
ni reglas precisas, se desestabiliza la separación entre un adentro y un afuera:
Doodles don’t need a lot of space; they make landfall on margin of text, corner of
napkin, upside down is fine, though they do like to roam. Is the doodle following
rules of a geometry or perhaps a “protogeometry”? Or do doodles emerge in real
time without a plan, each vague shape engendering a next on the fly? And what
is my role in doodling? It seems I add something to the aesthetic of what also has
the feel of automatic writing. The doodle brings obscure news of a netherworld
in which I partake; it is somehow subjective without being the expression of an
interiority all my own (2020: x).
El movimiento entre un afuera y un adentro porosos, que Bennett llama “Influx
and Efflux”, invocaría esa ubicua tendencia de los extraños a entrar, enturbiar las aguas, y
salir para participar en nuevas olas de encuentro (vitalizantes o mortales). Cualquiera sea
el nombre que se elija para estos movimientos, lo que está en juego son los modos en que
lo exterior y lo interior se hacen presentes en su condición de estarse atravesando, esto es,
en el plano de capas y estratos que emergen en sus superposiciones, en sus porosidades y
permeabilidades, componiéndose y descomponiéndose en sus entrelazamientos efímeros:
una orquestación de ‘exterioridades interiores’ e ‘interioridades exteriores’ en perpetuo flujo.
Tanto el trabajo cinematográfico como literario de Wiedemann constituyen un
ejercicio que nos permite tomar contacto con esa dimensión vital y vibrátil de la materia, y
que parece estar más presente que nunca en los cuerpos entrelazados que componen el fondo
marino al entenderlo como territorio de la diferencia y de lo múltiple. En este sentido, más
que proyectar un mensaje moral vinculado a la importancia de “cuidar de la naturaleza”,
la potencia de estas prácticas artísticas radica en los movimientos que van despuntando
al ir creando intervalos en que las imágenes devienen interfases que, en sus porosidades
y en los afectos-efectos que promueven, transitan desde y hacia distintos planos que van
componiendo la realidad, prescindiendo así de los anclajes dualistas que dividen el mundo
entre lo humano y lo no humano: imágenes que desbordan los límites de las producciones
textuales y audiovisuales a partir de su introducción y transmutación permanente dentro
del azul profundo.
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4. CONCLUSIONES PROVISIONALES
Lamentablemente, no todo lo que se derrama en el mar es tinta de calamar. Se ha
hecho común escuchar noticias sobre los derrames de petróleo en los océanos, o de cómo
nuestros residuos plásticos son ingeridos, en formato de micropartículas, por algunas especies
marinas, provocando una serie de efectos nocivos y aún incalculables en términos de sus
consecuencias para estos ecosistemas. Por otra parte, fuera del mar, en sus usos industriales,
la pregnancia de la tinta es producida químicamente y tiene efectos altamente tóxicos para
la vida7. Desde esta perspectiva, los medios técnicos también participan de lo que solemos
llamar ‘naturaleza’, a pesar del mito imperante de que la imprenta, el telégrafo, el fonógrafo,
la fotografía, el cine, el teléfono, la radio inalámbrica, la televisión e internet han ‘cambiado
el mundo’ sin alterar la Tierra. En realidad, cada tecnología ha surgido despojando los
ecosistemas y exponiendo a quienes trabajan en su fabricación a efectos altamente dañinos
en varios sentidos (9).
Si pensamos concretamente en el mar, la presencia de residuos plásticos en nuestros
océanos revela un efecto de adherencia en las superficies y organismos, instalándose como
una ‘funda’ que provoca un encapsulamiento entre los elementos del entorno, desplegando
un efecto de parálisis y estancamiento que impide los múltiples movimientos de mutación o
metamorfosis que van componiendo la vida. Esto, si entendemos la vida como un continuo
proceso de transformación: “imposible prolongarse indefinidamente sin deshacer la propia
forma y hacer habitar la propia vida, la más íntima, la más personal, la más cercana a sí
mismx, en algo diferente” (Coccia 2020: 37). Esta constatación también aplica a nosotros
los seres humanos, si consideramos que nuestro cuerpo renueva su estructura celular
completa en un periodo promedio de entre siete y diez años, dejando tras de sí, día a día,
miles de partículas de polvo invisibles que se entremezclan con el ambiente.
Estas partículas de polvo constituyen así la evidencia de la multiplicidad presente
en los procesos de transmutación material que se hilvanan como influjos y eflujos
consustanciales a una vida caracterizada por sus iteraciones permanentes y que prescinde de
determinaciones subjetivas para realizarse. Esta cuestión nos parece pertinente, puesto que
permite enfatizar la importancia de la manifestación de la vitalidad como lo que acontece
en los contactos entre múltiples capas que se van desplegando y erosionando en un cuerpo
a cuerpo, independientemente de cuáles sean estos: el cambio de piel de las serpientes, la
Como han visto Maxwell y Miller (2012), desde los inicios de la imprenta la tinta estaba compuesta de negro
de humo, trementina y aceite de linaza hervido; el primero era dañino para los pulmones y las membranas
mucosas; el segundo para el sistema nervioso, hígado y riñones; y el tercero producía irritaciones en la piel.
En el siglo XX, a pesar de la introducción de nuevas técnicas de producción, los riesgos para la salud de los
trabajadores de imprenta fueron aún más graves, y en el siglo XXI las salas de impresión continúan exponiendo a
los trabajadores a las toxinas de los solventes, de las soluciones de revelado y de las tintas. Todos estos productos
químicos que se han liberado al medio ambiente provienen principalmente de solventes que contienen tolueno,
metiletilcetona, xileno y tricloroetano, cuya exposición puede alterar el funcionamiento normal de los órganos
internos y el sistema nervioso en humanos y animales (50).
7
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muda de los exoesqueletos de los crustáceos, o las afectaciones sensibles producto del efecto
de escozor en la piel humana que se produce en el contacto con las membranas transparentes
de las medusas. Todos estos hechos constituyen evidencias de que la vida prolifera en el
“entre-medio” o en los límites de una experiencia que se dirime alrededor de en un constante
proceso de devenir otra/o, asunto que contraviene la cosmovisión occidental -tanto religiosa
como secular- de la muerte como negativo de la vida. Esta vida expresada en los intersticios
también puede aplicarse al caso de las imágenes y sus mutaciones que hemos comentado,
como las burbujas que surgen del contacto entre el agua y el aire emanado por el cuerpo de
la mujer que abre el film de Wiedemann, así como en el encuentro entre el texto y la tinta
azul que da vida al libro-objeto Azul Profundo…
Más que un isomorfismo, lo que se muestra en estos ejemplos es el hecho de
que las formas y sustancias, con las que habitualmente asociamos la experiencia de estar
en el mundo y de conocerlo, podrían no ser más que la huella de una multiplicidad de
acontecimientos que, de algún modo, ya han ocurrido, la huella de un ‘ya ha sido’ que
persiste en el presente y que, por lo mismo, forma parte de la constatación material de un
nacimiento permanente: como las estrellas que vemos al mirar al firmamento, sabiendo que
la luminosidad de algunas de ellas es solo una huella de una existencia caduca, sin que por
ello se vuelvan menos reales desde nuestra percepción.
El cine experimental independiente y un libro-objeto como el de Wiedemann nos
exponen a una escala ínfima de las toxicidades generadas por la industria del entretenimiento
y la cultura, interrumpiendo lógicas de expoliación y de percepción para imaginar un
mundo en el que, para bien o para mal, todo está entrelazado. Las prácticas artísticas que
hemos analizado aquí se insertan en el terreno de la investigación-creación, trabajan con
los medios y son conscientes de su materialidad. Desde ese posicionamiento, constituyen
una intervención a partir de pedagogías radicales de la percepción a las que hoy se hace
imprescindible atender.
El azul profundo da cuenta de una imagen compuesta de muchas imágenes que
nos ayudan a pensar los entrelazamientos y conexiones de otras maneras. Puede imaginarse
como un bastidor desde el cual tensar las hebras de la trama de lo viviente, permitiendo el
movimiento de influjo y eflujo de lo vivo en su ritmo incesante. O, como quizás preferiría
decir Wiedemann (2019), el azul profundo es la tonalidad que anima el cinematógrafo
cósmico del que todo es parte, a la manera de fotogramas en permanente transformación.
El azul profundo y sus movimientos rasgan las láminas plásticas mediante las cuales la tierra
se envasa como una esfera lista para ser consumida por el capital. Desde el azul profundo,
las divisiones geopolíticas que hacen del sur un afuera que se usa como basurero o un
yacimiento mineral infinito se desbaratan, mostrándonos lo que hemos aprendido con
devastadora certeza: el afuera es siempre un adentro y no existe otra vida más que la vida
común.
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ESTUDIOS FILOLÓGICOS
OBRAS CITADAS
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