Las virtudes plásticas: la pureza, la unidad y la verdad tienen bajo si a la naturaleza domada In... more Las virtudes plásticas: la pureza, la unidad y la verdad tienen bajo si a la naturaleza domada Inútilmente se cubre el arco iris, las estaciones tiemblan, las muchedumbres corren hacia la muerte, la ciencia deshace y recompone lo que existe, los mundos se alejan para siempre de nuestra concepción, nuestras fugaces imágenes se repiten o resucitan su inconsciencia y los colores, los olores, los rumores que impresionan nuestros sentidos nos sorprenden, para desaparecer después en la naturaleza. Este fenómeno de belleza no es eterno. Sabemos que nuestro espíritu no tuvo principio y que nunca cesara, pero, ante todo, nos formamos el concepto de la creación y del fin del mundo. Sin embargo, demasiados artistas-pintores siguen adorando las plantas, las piedras, la ola o los hombres. Nos acostumbramos pronto a la esclavitud del misterio, que termina por crear dulces placeres. Dejamos a los obreros gobernar el universo, y los jardineros tienen menos respecto por la naturaleza que los artistas. Ya es hora de ser sus amos. La buena voluntad no garantiza en absoluto la victoria. De este lado de la eternidad danzan las mortales formas del amor y el nombre de la naturaleza resume su pésima disciplina. La llama es el símbolo de la pintura y las tres virtudes clásicas flamean radiantes. La llama tiene esa unidad mágica por la cual, si se la divide, cada llamita es semejante a la llama única. Finalmente, tiene la verdad sublime de la luz que nadie puede negra. Los artistas-pintores virtuosos de esta época occidental consideran su pureza en oposición a las fuerzas naturales.
Las virtudes plásticas: la pureza, la unidad y la verdad tienen bajo si a la naturaleza domada In... more Las virtudes plásticas: la pureza, la unidad y la verdad tienen bajo si a la naturaleza domada Inútilmente se cubre el arco iris, las estaciones tiemblan, las muchedumbres corren hacia la muerte, la ciencia deshace y recompone lo que existe, los mundos se alejan para siempre de nuestra concepción, nuestras fugaces imágenes se repiten o resucitan su inconsciencia y los colores, los olores, los rumores que impresionan nuestros sentidos nos sorprenden, para desaparecer después en la naturaleza. Este fenómeno de belleza no es eterno. Sabemos que nuestro espíritu no tuvo principio y que nunca cesara, pero, ante todo, nos formamos el concepto de la creación y del fin del mundo. Sin embargo, demasiados artistas-pintores siguen adorando las plantas, las piedras, la ola o los hombres. Nos acostumbramos pronto a la esclavitud del misterio, que termina por crear dulces placeres. Dejamos a los obreros gobernar el universo, y los jardineros tienen menos respecto por la naturaleza que los artistas. Ya es hora de ser sus amos. La buena voluntad no garantiza en absoluto la victoria. De este lado de la eternidad danzan las mortales formas del amor y el nombre de la naturaleza resume su pésima disciplina. La llama es el símbolo de la pintura y las tres virtudes clásicas flamean radiantes. La llama tiene esa unidad mágica por la cual, si se la divide, cada llamita es semejante a la llama única. Finalmente, tiene la verdad sublime de la luz que nadie puede negra. Los artistas-pintores virtuosos de esta época occidental consideran su pureza en oposición a las fuerzas naturales.
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