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Joseph Carrillo de Albornoz (Retrato)

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


EL DUQUE DE MONTEMAR.[1]

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España en los últimos tiempos del reynado de Cárlos II, y principios del de Felipe V, exâusta y desalentada con tantos esfuerzos inútiles, no producía ya ninguno de aquellos guerreros célebres que la habían defendido con tanta gloria en otro tiempo. En estas circunstancias empezó su carrera militar un hombre, que dotado de un genio activo, emprendedor y osado, y aprendiendo el arte de la guerra en medio de las turbulencias que agitaron la Monarquía á la entrada del siglo, se hizo capaz de representar un gran papel en el teatro de la Europa, y volver á la Nación una parte del lustre que había perdido. Este hombre fue D. Joseph Carrillo de Albornoz, Conde y después Duque de Montemar y de Bitonto, nacido en Sevilla á 19 de Octubre de 1671.

Empezó á servir de Capitán de coraceros quando apenas tenia doce años, y sus Generales comenzaron desde luego á concebir de sus disposiciones las mejores esperanzas. En la defensa de Barcelona derrotó con solos 200 caballos un numeroso cuerpo de caballería Francesa, y atropellándolo hasta sus trincheras, los enemigos le hirieron y le aprisionáron. Tales fuéron las primicias de su impetuosidad marcial: mas quando después colocado Felipe V en el trono de España fue preciso sostener la guerra de sucesión, su ardor entonces y sus servicios se desplegaron con mas extensión, y mejores efectos. El estorbó la internación de los Ingleses quando quemaron nuestra flota en Vigo; acompañó al Rey en la infeliz expedición de Barcelona, defendió con un cuerpo de tropas las orillas del Tajo, y obligó á los enemigos á levantar el campo, y retirarse. En la batalla de Almansa la victoria se empezó á declarar por el lado donde combatía su regimiento: en la de Almenara él fue uno de los pocos Coroneles que se mantuvieron al lado del Rey, y en la de Villaviciosa todos admiraron su arrojada intrepidez.

Las facciones que se encomendaban á su cuidado fueron desempeñadas siempre con prontitud y osadía. Cortada la comunicación entre nuestro exército y las tropas que mandaba el Caballero de Asfel, Montemar á la vista de los enemigos echó un puente sobre el Xúcar, conduxo la artillería y municiones que necesitaba Asfel, y la comunicación volvió á estar libre. Con la misma felicidad cubrió la retirada del exército Español después de la batalla de Almenara, y con solos cinco esquadrones de caballería sostuvo los esfuerzos de los Alemanes que mandaba Stanhope, entreteniéndolos todo un día, y salvándose después por la noche en la sierra de Alcubierre. Los enemigos igualmente que los nuestros admiráron esta bella acción, y el nombre de Montemar sonaba en las bocas de todos. Sin embargo todavía no había mandado en xefe exército ninguno: España mendigaba sus Generales de afuera: Berwich, Vandoma, Orleans fuéron los caudillos que aseguráron el cetro en las manos de Felipe V.

El valor y pericia de nuestro héroe no se desmintiéron un punto en las expediciones de Cerdeña y de Sicilia, y sitio de Gibraltar, donde ostigó tanto á los Ingleses. El Rey deseoso de premiar tantos servicios, y reconociendo en él no menos prendas políticas que virtudes guerreras, le encomendó sucesivamente el Gobierno de Zaragoza, y el de Barcelona un año después de su rendición.

Pero la gloria militar que había cultivado con tanto anhelo toda su vida, le llamaba á mayores empresas, y la recuperación de Oran verificada en tres días, le cubrió de nuevo brillo á los ojos de los hombres, asombrados de su actividad y atrevimiento. Vino, vió y venció, decia Luzan de él en las bellas canciones que hizo en su alabanza; y seguramente que merecía este incienso el héroe vencedor de unos Bárbaros á quienes no dexan mirar como enemigos despreciables las tragedias del Duque de San Blas, y Marques de Santa Cruz, y las repetidas y desgraciadas expediciones de Argel.

Después pasó á Italia acompañando al Infante D. Cárlos para colocarle en el trono de Nápoles. El Conquistador de Oran ganó en el campo de Bitonto una de las mas sangrientas batallas que han conocido aquellas regiones: caballería, infantería y campamento Alemán todo fue hecho prisionero de guerra: los enemigos tuviéron que pedirle un Oficial para llevar la noticia á Viena: Cárlos fue saludado Rey de Nápoles. Así una Nación que á principios del siglo apenas tenia en la Europa representación de Potencia, era ya vencedora en África y en Italia, y contenía en Lombardía á los soberbios Alemanes que anteriormente la habían recorrido y desolado. Autor de tanta gloria Montemar añadió el renombre de Bitonto á sus demás títulos, y gozó de la celebridad debida á sus merecimientos y su fortuna.

La envidia ofendida de tantos aplausos le preparó los reveses de la expedición de Milán para derribarle de la altura á que había subido. Acostumbrada la Corte á los rápidos progresos de Montemar, no pudo sufrir que un exército mal pagado, falto de víveres y municiones, conducido por un xefe á quien se contradecía en todas sus miras, no pudiese adelantar tanto como sus deseos. Mandóse volver al Duque, que se retiró á su Encomienda, y se le suspendieron sus sueldos y sus empleos.

Al fin la verdad penetró á través del humo de la calumnia, y Montemar falleció en Madrid reintegrado en todos sus honores el año de 1747.


Nota de WS

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  1. No se ofrece el retrato en el libro original.



Véase también a Joseph Carrillo de Albornoz en Wikipedia