EL DOLOR Y EL
SUFRIMIENTO
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EL DOLOR Y EL
SUFRIMIENTO
Fundamentos de antropología: un ideal de la
excelencia humana, Javier Aranguren y Ricardo Yepes Stork
LA DEBILIDAD Y LA LIMITACIÓN HUMANAS
Cuando lo serio se vuelve interminable y parece acaso definitivo,
sobreviene el sufrimiento y desaparece la alegría: todo parece entonces
destinado a fracasar, y el mal, el llanto, la enfermedad y el cansancio
despliegan sus sombrías alas sobre nosotros. Es una región inevitable, a
la que antes o después todos llegamos. Ignorarla es mantenerse en el
sueño. El hombre, no hay engaño posible, es constitutivamente limitado,
y así lo experimenta de múltiples maneras. El dolor, en todos, es algo que
ya ha acontecido, que está por aparecer, pero que siempre saldrá a
nuestro encuentro (por lo menos en el límite de la propia muerte).
Dolor, abandono, falta de sentido y de razones para luchar por el
bien, por la excelencia que buscamos, por la sonrisa en esta
habitual situación de inestabilidad en la que transcurre nuestra
existencia. Nuestro reto va a ser el ver si dolor tiene la última
palabra. Creemos que no: «el placer es más profundo aún que el
sufrimiento» 5 . De otro modo, esta vida nuestra sería
despreciable, aborrecible. ¿Se puede llegar a captar un «sentido
del dolor»?
Al aceptar este desafío no podemos perder de vista a los protagonistas del dolor:
los débiles: personas sin hogar, ni propiedad, ni trabajo, ni riqueza, ni salud; los
miserables en todas sus formas; los enfermos, los que carecen de capacidades
físicas, psíquicas, jurídicas, económicas y culturales; los que sufren soledad y
desamparo, aquellos a quienes nadie ama, los abandonados, los que son «un
problema», porque han dejado de ser «útiles» (los ancianos, los que no se valen
por sí mismos, los que aún no han nacido, los que no saben o no pueden hablar y
defenderse por sí mismos, como los niños, los deficientes, los oprimidos, los que
sin saberlo o contra su voluntad se ven prostituidos, los que sufren injusticias al
parecer irremediables, las víctimas de la violencia, en todas sus formas).
PSICOLOGÍA DEL DOLOR: SUFRIMIENTO, MIEDO,
TRISTEZA
¿Por qué el dolor? Es ésta una pregunta que tortura a muchos, hasta hacerles
concluir que carece de respuesta: no sólo les parece imposible que exista un Ser
todopoderoso e infinitamente bueno que consienta las desgracias que ocurren en
el mundo, sino que, en tales circunstancias, les parece que la vida ni siquiera
merece la pena ser vivida.[....] Por ahora, a riesgo de ser muy limitados en la
exigencia existencial de la pregunta por el dolor, hay que afirmar que el dolor
existe porque somos vivientes, y la psicología de todo ser vivo incluye el sentirse
atraído por lo que es bueno para él, mediante el placer y la esperanza, y estar
molesto y asustado por lo que le supone un mal.
«El mismo fuego que alivia el cuerpo situado a conveniente
distancia, lo destruye cuando la distancia se suprime. De ahí
la necesidad, incluso en un mundo perfecto, de señales de
peligro, para cuya transmisión parecen estar diseñadas las
fibras nerviosas sensibles al dolor»6 . Esto quiere decir que
el cumplimiento de las leyes inexorables de la materia puede
favorecer o dificultar la vida según las circunstancias
concurrentes en cada caso
«Si tratáramos de excluir el sufrimiento, o la posibilidad del
sufrimiento que acarrea el orden natural y la existencia de
voluntades libres, descubriríamos que para lograrlo sería
preciso suprimir la vida misma»8 . El dolor y el placer son
compañeros inseparables de todos los seres vivientes. Sin
dolor nos pondríamos continuamente en peligro. Es el dolor
lo que nos invita a ir al médico, a curar la herida, a poner
remedio, etc.: «el dolor es una señal al servicio de la vida
ante lo que representa una amenaza para ésta» 9 .
Malo es lo que me daña, lo que impide mi
autorrealización tanto en lo moral como en lo físico-
biológico. El mal es la detención de mi ser, la prisión
en una situación que me atenaza. Ser fuerte significa
aguantar esa detención, y atacar el obstáculo que la
causa, quitándolo de delante: esto es justamente lo
que busca el apetito irascible.
El deseo o amor inclina a poseer el bien presente, lo cual causa
placer, y a rechazar el mal presente por el dolor que provoca. El
impulso o apetito irascible, en cuanto mueve hacia un bien
futuro, arduo pero conseguible, se llama esperanza, y en
cuanto rechaza un mal inminente e inevitable, se llama temor o
miedo. Éstas son las reacciones de la sensibilidad humana ante
el bien y el mal, el sí y el no de los apetitos. Y de este modo
vemos que la causa del dolor es el mal, en cuanto me causa un
daño sentido 11.
Pero «la experiencia dolorosa es mucho más rica y compleja que la mera
sensación de dolor»14. Esta última es simple dolor exterior, causado por
un «mal presente, que es contrario al cuerpo»15, y percibido por los
órganos corporales, mientras que la quiebra y el desgarro íntimos del
afligido son dolor interior, sufrimiento. Conviene distinguir ambos con
nitidez. El dolor del cuerpo es personal, pero infinitamente menos íntimo
que el dolor moral. Una pierna rota no tiene el mismo nivel de sufrimiento
que una depresión profunda, ya que la primera afecta de un modo mucho
más remediable y parcial (se escayola y se toma un calmante y ya está),
mientras que la segunda puede desenfocar por completo la explicación
del sentido de la vida. Este sufrimiento hace más daño. También, por ser
menos comunicable: todos ven el hinchazón de la pierna, pero no es fácil
apercibirse del dolor del espíritu 16.
En el sufrimiento interior intervienen la memoria, la imaginación y la
inteligencia, y por eso puede extenderse a muchos más objetos que el
dolor puramente físico o exterior, puesto que incluye el pasado y el
futuro, e incluso lo físicamente ausente. Cuando sufre, el hombre se
duele por anticipado o por un dolor ya pasado, que se recuerda. En la
capacidad de representarse e imaginarse grandes males, y tener
miedo de ellos radica la posibilidad humana de aumentar el dolor real:
ésta es la raíz de la hipocondría, la aprensión, las fobias, etc. Por todo
ello caben muchas especies de sufrimiento: tristeza, congoja,
ansiedad, angustia, temor, desesperación, etc. Lo común a todas
ellas, y al dolor exterior, es la reacción de huida. Las formas de dolor
más específicas son la tristeza y el miedo o temor 17.
En primer lugar, la tristeza está provocada por el mal presente, pues procede
«de la carencia de lo que se ama, causada por la pérdida de algún bien amado
o por la presencia de algún mal contrario» 18. El daño propio de la tristeza es
una carencia actual sentida de lo que amamos o deseamos. «El temor, en
cambio, se refiere a un mal futuro, al que no se puede resistir», porque «supera
el poder del que teme» 19. El miedo es un sentimiento de impotencia, un verse
amenazado por un mal inminente que es más poderoso que nosotros. Los
remedios de la tristeza 20 son principalmente el placer, el recrearse en el bien
presente, el llanto, la compasión de los amigos, la contemplación de la verdad,
el sueño y el descanso. Los remedios para el miedo 21 son la esperanza, por
la cual nos dirigimos a los bienes futuros arduos pero posibles; la audacia o
valentía, que nos lleva a afrontar el peligro inminente; y todo aquello que
aumente el poder del hombre, como por ejemplo la experiencia, la cual «hace
al hombre más poderoso para obrar»
Citas al pie de página
5. F. NIETZSCHE, Así habló Zaratustra, KSA, 403 (ed. española, cit., 428).
6. C. S. LEWIS, El problema del dolor, Rialp, Madrid, 1994, 39 (cursiva nuestra).
8. Ibíd., 42.
9. R. SPAEMANN, Ética: cuestiones fundamentales, cit., 93.
14. A. POLAINO-LORENTE, «Más allá del sufrimiento», en Atlántida, 15, 1993, p. 300.
15. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, II-II, q. 31, a. 7.
16. Puede verse J. A. VALLEJO NÁJERA, Ante la depresión, Planeta, Barcelona, 1978
17. La angustia ha sido elevada por el existencialismo (cfr. M. HEIDEGGER, Ser y Tiempo, cit.,
epígrafe 30, 158-160). Otros autores (por ejemplo T. HOBBES, cfr. Leviathan, cit., XII, 52) han
puesto como sentimiento constituyente del hombre el miedo.
18. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, II-II, q. 31, a. 6.
19. Ibíd., q. 41, a. 2.
20. Ibíd., q. 38.
EL SENTIDO DEL DOLOR
¿Qué sentido tiene el dolor?
¿Acaso sirve para algo? ¿Puedo
hacer con él algo más que huir de
él? ¿Acaso puede tener algún
sentido una vida llena de
sufrimiento?
1) Lo primero que se necesita para saber qué hacer con el dolor es
aceptarlo: es el momento dramático de nuestra existencia.
Y es que la realidad es dramática de por sí: la existencia
humana transcurre en una tensión entre lo que vemos
que deberíamos alcanzar y lo que realmente somos
capaces de hacer que la traspasa por una sensación de
anhelo o de nostalgia por una perfección debida y que,
de algún modo, se nos niega. Vivir no es fácil, es un
ejercicio que cuesta, que es tenso.
Sin embargo, «el que se sobrepone a su dolor, sube más alto» (Hölderlin);
quien acepta esa situación convierte el hecho doloroso en la tarea de
reorganizar la propia vida contando con esa situación nueva que se ha hecho
presente dentro de nosotros. «La enfermedad me es dada como una tarea; me
encuentro con la responsabilidad de lo que voy a hacer con ella»37. Cuando
sufrimos una enfermedad, un cautiverio, un ultraje o una desgracia, no
somos libres de sufrirlos o no, puesto que vienen impuestos, pero sí
podemos adoptar ante ellos una actitud positiva o negativa, de
aceptación o rechazo. En esa libertad radica la posibilidad de
enriquecerse con el dolor
Sufrir, cuando se transforma en actitud de aceptación y en una tarea libremente
asumida, es algo que nos hace más libres respecto de las circunstancias
externas, nos abre los ojos al verdadero valor e importancia de las cosas. «Eso
se llama crecer». «El verdadero resultado del sufrimiento es un proceso de
maduración»38. «La maduración se basa en que el ser humano alcanza la
libertad interior, a pesar de la dependencia exterior» 39
2) Esta primera función del dolor no se puede separar de la cierta
elevación o purificación consiguiente. En efecto, el hombre doliente
experimenta con más intensidad que los demás la faceta de la finitud, «se
encuentra en un momento especialmente importante de su vida, un
momento en el que, a la luz de esa experiencia, puede comprender, con
luces nuevas, la distinción entre lo verdaderamente importante y lo
que no lo es»
El dolor eleva al hombre por encima de sí mismo porque le enseña a
distanciarse de sus deseos: «el efecto redentor del sufrimiento reside
básicamente en su propensión a reducir la voluntad insumisa» 41 y
caprichosa. La mujer o el hombre dolientes se ennoblecen si han
aprendido a ser fuertes para sobrellevar su dolor (primera función). Esto
además les ayuda a tomar en serio aquello que verdaderamente lo es
(segunda función). Las personas que han sufrido están vacunadas contra
la insensatez, y se les nota, en su talante sereno y más difícilmente
alterable, en un cierto poso interior y capacidad de aguante que las hace
más dueñas de sí
Sólo ahora, después de señalar estas dos funciones,
podemos descubrir el verdadero sentido del dolor: «yo sólo
puedo afrontar el sufrimiento, sufrir con sentido, si sufro por
un algo o un alguien. El sufrimiento, para tener sentido, no
puede ser un fin en sí mismo (...) Para poder afrontarlo,
debo transcenderlo»42. «Al aceptarlo, no sólo lo
afrontamos, sino que a través de él buscamos algo que no se
identifica con él: lo transcendemos. El sufrimiento dotado de
sentido apunta siempre más allá de sí mismo, remite a una
causa por la que padecemos. En suma: el sufrimiento con
plenitud de sentido es el sacrificio» 43.
La noción de finalidad es central en toda la antropología, pero de modo
especial en las cuestiones últimas, sobre el sentido (felicidad, dolor, muerte).
Cuando se trata de sufrimientos interiores, no basta la voluntad de vivir para
padecerlos: necesitamos integrarlos en una tarea en la cual adquieran sentido,
necesitamos verlos como parte de las dificultades del camino que nos lleva a la
meta que nos hemos propuesto alcanzar y, sobre todo, los sobrellevamos
gustosamente cuando los convertimos en medios para hacer felices a las
personas amadas. Esto es, de forma primordial, lo que una madre y un padre
harán por encima de sí mismos y de cualquier dificultad: salvar a sus hijos de
la desgracia, hacer cualquier cosa por ellos, sufrir para sacarlos adelante. Amar
es sacrificarse. Lo que da sentido al dolor es el amor: se aguanta el sufrir
cuando se ama; si no, no se aguanta. Eso no significa buscarlo, gozarse en
la queja y en la debilidad, sino sobrellevarlo por el ser amado y por la
esperanza de alcanzar los bienes anhelados. «Sólo el sufrimiento asimilado
deja de ser sufrimiento» 44, y pasa a ser parte del camino hacia nuestra meta.
Así lo convertimos en obra humana, lo dotamos de sentido, y hecho sacrificio,
lo traspasamos.
Por todo lo visto, podemos afirmar que «el
sentido del dolor es consecuencia del sentido de
la vida que se tenga; en cierto modo, el sentido
del dolor remite y se resuelve en el sentido de la
vida» 45. Nietzsche decía: «cuando un hombre
tiene un por qué vivir, soporta cualquier
cómo». La fuerza para sufrir brota de los motivos
que se tienen para seguir viviendo. Si éstos no
existen, no se aguanta una vida dramáticamente
dolorosa 46.
Citas al pie de página
37. V. FRANKL, El hombre doliente, Herder, Barcelona, 1987, 255.
38. Ibíd., 254.
39. Ibíd.
41. C. S. LEWIS, El problema del dolor, cit., 114.
42. V. FRANKL, El hombre doliente, cit., 258.
43. Ibíd.
44. V. FRANKL, El hombre doliente, cit., 257.
45. A. POLAINO-LORENTE, «Más allá del sufrimiento», cit., 319.
46. La experiencia de los campos nazis de exterminio es una óptima manera de ilustrar lo que se dice en
estos párrafos: cfr. V. FRANKL, El hombre en busca de sentido, cit., 78-84.