RIQUEZA DE LAS NACIONES
LIBRO V – CAPÍTULO 2: OF THE SOURCES OF THE GENERAL OR PUBLIC REVENUE OF THE SOCIETY
Si no hubiera instituciones educativas públicas no se enseñaría ninguna doctrina ni ninguna ciencia
para las que no existiese alguna demanda; o que las circunstancias del momento no volviesen
necesario, o conveniente o al menos elegante aprender. A un profesor particular nunca le
interesaría enseñar ni un sistema periclitado y obsoleto de una ciencia reconocida como útil, ni
una ciencia ampliamente considerada como una inútil y pedante sarta de sofismas y absurdos.
Esos sistemas, esas ciencias, sólo pueden subsistir en corporaciones educativas cuya prosperidad y
cuyos ingresos son en gran medida independientes de su reputación, y absolutamente
independientes de su laboriosidad. Si no hubiera instituciones educativas públicas, un caballero
que con aplicación e inteligencia pasara por un curso completo con arreglo a las circunstancias de
su tiempo, no saldría después en la más completa ignorancia de todo lo que forma parte habitual
de la conversación de los caballeros y personas de mundo.
(…) Podría preguntarse entonces: ¿debería el estado prestar alguna atención a la educación del
pueblo?
En algunos casos las condiciones de la sociedad necesariamente colocan a la mayor parte de las
personas en una situación tal que naturalmente forma en ellas, sin ninguna intervención del
estado, casi todas las capacidades y virtudes que esas condiciones requieren, o quizás admiten. En
otros casos las condiciones de la sociedad no colocan al grueso de los individuos en esa situación,
y se necesita alguna intervención del estado para impedir la corrupción y degeneración casi total
de la gran masa de la población.
Con el desarrollo de la división del trabajo, el empleo de la mayor parte de quienes viven de su
trabajo, es decir, de la mayoría del pueblo, llega a estar limitado a un puñado de operaciones muy
simples, con frecuencia sólo a una o dos. Ahora bien, la inteligencia de la mayoría de las personas
se conforma necesariamente a través de sus actividades habituales. Un hombre que dedica toda
su vida a ejecutar unas pocas operaciones sencillas, cuyos efectos son quizás siempre o casi
siempre los mismos, no tiene ocasión de ejercitar su inteligencia o movilizar su inventiva para
descubrir formas de eludir dificultades que nunca enfrenta. Por ello pierde naturalmente el hábito
de ejercitarlas y en general se vuelve tan estúpido e ignorante como pueda volverse una criatura
humana. La torpeza de su mente lo torna no sólo incapaz de disfrutar o soportar una fracción de
cualquier conversación racional, sino también de abrigar cualquier sentimiento generoso, noble o
tierno, y en consecuencia de formarse un criterio justo incluso sobre muchos de los deberes
normales de la vida privada. No puede emitir juicio alguno acerca de los grandes intereses de su
país; y salvo que se tomen medidas muy concretas para evitarlo, es igualmente incapaz de
defender a su país en la guerra. La uniformidad de su vida estacionaria naturalmente corrompe el
coraje de su espíritu, y le hace aborrecer la irregular, incierta y aventurera vida de un soldado.
Llega incluso a corromper la actividad de su cuerpo y lo convierte en incapaz de ejercer su
fortaleza con vigor y perseverancia en ningún trabajo diferente del habitual. De esta forma, parece
que su destreza en su propio oficio es adquirida a expensas de sus virtudes intelectuales, sociales y
marciales. Y en cualquier sociedad desarrollada y civilizada este es el cuadro en que los
trabajadores pobres, es decir, la gran masa del pueblo, deben necesariamente caer, salvo que el
estado tome medidas para evitarlo.
Lo contrario sucede en las sociedades llamadas bárbaras, de cazadores, pastores e incluso
labradores en esa etapa rudimentaria de la agricultura que precede al progreso industrial y a la
extensión del comercio exterior. En esas sociedades las diversas ocupaciones de cada hombre lo
fuerzan a ejercitar sus capacidades y a inventar expedientes para salvar dificultades que aparecen
constantemente. La inventiva está siempre alerta y la mente no llega a caer en la aletargada
idiotez que en las sociedades civilizadas parece entumecer la inteligencia de casi todas las clases
bajas de la población. …Aunque en una sociedad primitiva existe mucha variedad en las
ocupaciones de cada persona, no hay tanta en las de la sociedad en su conjunto. Cada persona
hace o es capaz de hacer casi cualquier cosa que otra persona haga o sea capaz de hacer. …En una
sociedad civilizada, por el contrario, aunque hay poca variedad en las ocupaciones de la mayoría
de los individuos, hay una variedad casi infinita en las del conjunto de la sociedad. Esta
multiplicidad de ocupaciones presenta una variedad casi ilimitada de objetos para la
contemplación de los pocos que, al no estar atados a ninguna ocupación particular, tienen el ocio y
la inquietud necesarias para estudiar lo que hacen los demás. La contemplación de esa variedad
tan amplia necesariamente ejercita sus mentes en comparaciones y combinaciones continuas, y
hace que sus inteligencias sean en grado extraordinario agudas y comprensivas. Sin embargo, si
estos pocos no están ubicados en unas situaciones muy especiales, sus grandes habilidades
podrán honrarles a ellos pero contribuirán muy poco al buen gobierno o felicidad de su sociedad.
Pese a las notables aptitudes de esos pocos, todas las partes más nobles de la naturaleza humana
pueden en buena medida embotarse y extinguirse en la gran masa de la gente. La educación del
pueblo llano requiere quizás más la atención del estado en una sociedad civilizada y comercial que
la de las personas de rango y fortuna.