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Bretal y Payo Esper Que Constituye El Mundo Contemporáneo

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Análisis del Mundo Contemporáneo- Comisión 2—Matías Morresi

CAPÍTULO 2 ¿Qué constituye el mundo contemporáneo? Modernidad, capitalismo y Estado-Nación


Eleonora Bretal y Mariel Payo Esper

La modernidad y la historia contemporánea


Modernidad y mundo contemporáneo son conceptos que pueden causar confusión ya que, mientras el primero
es utilizado de múltiples formas en nuestro lenguaje cotidiano, cuando nos preguntamos qué eventos o sujetos
podemos considerar como contemporáneos, las respuestas pueden ser disímiles. En este capítulo pretendemos
exponer las principales características de aquello que llamamos historia contemporánea, y delinear algunas luces
y sombras que habitan la modernidad. Para ello, antes de comenzar, es necesario realizar tres advertencias. En
primer lugar: todo aquello que hoy consideramos natural no siempre ha estado allí. En efecto, la mayoría de
nuestras formas de ver el mundo, nuestras creencias y las instituciones y dispositivos que atravesamos a lo largo
de nuestra vida son construcciones histórico-sociales. En segundo lugar: no es posible comprender las dimensiones
económicas, políticas y sociales que están en el ori- gen del mundo moderno como asuntos separados: son partes
de una totalidad indivisible. Identificamos y abordamos de forma separada a los aspectos políticos y económicos
sólo por razones analíticas y expositivas sin dejar de comprenderlos en articulación con las otras dimensiones de
esa totalidad. En tercer lugar: es importante aclarar que no hay una sola forma de entender el fenómeno de la
modernidad. Muchos aspectos de los expuestos aquí son objeto de polémicas y distintas interpretaciones.
¿De qué hablamos cuando hablamos de modernidad?
El concepto modernidad es capaz de asumir, al menos, dos acepciones fuertes: en la primera de ellas se la equipara
a historia contemporánea y, desde una perspectiva más filosófica y ampliamente difundida en las ciencias sociales,
se la vincula con los ideales del iluminismo. Resaltar la matriz experiencial de la modernidad nos permite ensayar
una síntesis crítica de ambas formas de entenderla ya que, al mismo tiempo que su emergencia se asocia a la
aparición de nuevas formas culturales, mentalidades y concepciones del mundo, los procesos históricos de la
modernidad son críticos de su pretendido universalismo. Así queda expuesta su principal característica: ser una
verdadera paradoja.
Nosotros somos seres modernos. Compartimos una forma particular de sentir y percibir el espacio y el tiempo. Las
fronteras de los estados-nación nos constituyen identitariamente, las veloces vías de transporte y comunicación a
escala mundial nos mantienen en constante posibilidad de conocer (y con suerte viajar a) otras versiones de
mundos modernos. El reloj nos organiza la vida cotidiana y nuestros cuerpos se adaptan a las horas y los minutos;
percibimos que el tiempo, cada vez más acelerado, se nos va de las manos, que lo perdemos o malgastamos. Con
anterioridad a la modernidad, por el contrario, el tiempo se organizaba en función de los cambios de la naturaleza,
el trabajo rural era predominante y se regía por el ritmo de las labores cotidianas (ver capítulo 3). Desde nuestros
ojos modernos, el mapa mundial previo a la modernidad era de enormes distancias, porque las comunicaciones y
los recorridos en transporte eran lentos en extremo (con relación a lo que estamos acostumbrados hoy en día).
Desde nuestra mente moderna, lo precedente aparece como estático, pero es una impresión equivocada: las
épocas pre-modernas tenían movimiento y cambio en distintos aspectos de la vida social; un ejemplo de ello lo
veremos en el capítulo siguiente sobre Revolución Industrial cuando abordemos los cambios tecnológicos y el
crecimiento económico que le antecedieron.
Diversas fuentes experimentales abarcan la vivencia moderna, entre ellas: los grandes des- cubrimientos de las
ciencias físicas que modificaron las representaciones sobre el universo y brindaron así credibilidad y mayor
reconocimiento a las explicaciones racionales modernas; la industrialización capitalista de la producción que
inauguró nuevas formas de lucha de clases y un mercado mundial con fluctuaciones drásticas; los acelerados y
caóticos procesos de urbanización; los sistemas de comunicación de masas a diversas escalas, incluida la global;
las burocracias de los Estados Nacionales; y los movimientos sociales de carácter masivo.
Compartimos, a la vez, la vivencia de las contradicciones y ambigüedades del mundo moderno, con sus
posibilidades y peligros. Como advierte Marshall Berman (1992, p. 1), la modernidad une a toda la humanidad,
pero esta unidad es paradójica porque consiste en una unidad de la desunión, que “nos arroja a todos a una
vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia”. La
modernidad nos integra y desintegra a la vez, en un mundo de comunicaciones e intercambios globales con
diferentes posibilidades de accesibilidad a ellos; nos permite la renovación a la vez que la reproducción social y la
destrucción; mientras propone la igualdad universal genera profundas desigualdades sociales, económicas,
raciales y de género; mientras propone progreso, sus ideas son capaces de dar sustento a movimientos de lo más
retrógrados. Nos encontramos atrapados en un mercado mundial que es capaz tanto de un crecimiento
espectacular como de espantosos despilfarros y devastaciones. Si bien brinda posibilidades inimaginables en
sociedades anteriores, crea permanentemente nuevas necesidades, a la vez que destruye determinadas formas
de vida. La vida moderna es intrínsecamente paradójica.
No solo vislumbramos a la modernidad en un conjunto de experiencias específicas que nos atraviesan, sino
también en las representaciones del mundo en las que estamos inmersos, es decir, en los grandes relatos y sus
proyecciones. Las raíces del mundo moderno se encuentran en el movimiento de la Ilustración de la Europa
occidental y en la doble revolución que sacudió al Antiguo Régimen. Si bien con la doble revolución triunfó el
dominio de la sociedad burguesa capitalista; la misma no se reduce a ella, pues también posibilita la crítica a esa
organización social.
Las representaciones modernas resquebrajaron el mundo religioso, cuya cosmovisión tenía a Dios en el centro de
la sociedad y la historia. Este nuevo pensamiento se ha ido gestando en Europa durante el siglo XVIII, conocido
como el Siglo de las Luces, allí nació el gran proyecto de la Ilustración que tuvo eco en otros rincones del mundo.
Pensadores y filósofos criticaron las viejas representaciones del mundo, entre ellos estaban Voltaire, Diderot,
Montesquieu y Rousseau. El eje central en la primacía de la razón para el accionar humano desplazó a la figura de
Dios. Estas representaciones que emergieron motorizaron acciones de personas que generaron nuevas realidades
materiales. Mientras que en las sociedades medievales el destino estaba ya determinado por mandato divino, a
partir del proyecto de la Ilustración, en cambio, los seres humanos nos concebimos capaces de hacer y modificar
la historia, de procurar y construir nuestro destino. Así también, capaces de protagonizar revoluciones como la
francesa de 1789, la haitiana de 1791, las de liberación del yugo colonial tanto en el resto de América como en
África, y varias más.
Pero ¿podemos tomar las aspiraciones y promesas del iluminismo como una representación del movimiento real
de todas las sociedades de la época? Existen riesgos al transpolar acrítica- mente el concepto de modernidad en
tanto concreción de los ideales del Iluminismo, a la realidad social de los siglos que la vieron nacer. En principio,
esta operación entraña un evidente euro- centrismo que ubica el desarrollo institucional, político e intelectual
europeo como medida de todas las cosas, pero, sobre todo, puede hacernos caer en la trampa de creer en la
verdadera universalidad de este ideario (Ghigliani, 2020a). Como señalan Nash y Tavera (1995) la Revolución
Francesa excluyó de ese diletante universalismo a las mujeres, en tanto no fueron consideradas ciudadanas plenas
con derecho político, civil y comercial. La misma Francia que proclamaba los Derechos del Hombre y el Ciudadano
mantuvo sus colonias de ultramar hasta bastante entrado el siglo XX y no dudó en reprimir con furia a los haitianos
que se levantaron contra el sistema esclavista en Saint Domingue cantando La Marseillaise.
De lo que no caben dudas es que la burguesía logró desvanecer todo lo sólido en el aire. Con sus prácticas, intereses
e idearios derrumbó la sólida estructura social y económica del Antiguo Régimen e instauró la sociedad burguesa
de economía capitalista. La burguesía utilizó la trama moderna del pensamiento liberal, por ejemplo, las nociones
del progreso y del tiempo moderno acelerado, para alcanzar su dominio y luego perpetuarse en el poder. Como
clase dominante ha motorizado un cambio constante de las fuerzas productivas, una transformación (interna) de
la sociedad capitalista orientada a su reproducción y conservación, con el objetivo de obtener más ganancias, de
acumular capital. Así, nuestras “vidas están controladas por una clase dominante con intereses creados no
solamente en el cambio, sino también en la crisis y el caos (que) en vez de subvertir esta sociedad, sirven en
realidad para fortalecerla” (Berman, 1992, p. 90). Pero la modernidad trasciende al accionar de la burguesía, y
posibilita asimismo proyectos emancipa- dores y revolucionarios, distintas formas de organización colectiva que
impugnan la sociedad burguesa y puñados de esperanzas.
Guía de lectura 1:
1- ¿Por qué la modernidad y la historia contemporánea pueden generar confusión?
2- ¿Qué advertencias realiza el texto antes de abordar estos conceptos?
3- ¿Cuáles son las principales características de la modernidad? ¿Por qué se dice que la modernidad es una paradoja?
4- ¿De qué manera la modernidad ha cambiado nuestra percepción del tiempo y el espacio? ¿Cómo se organizaba el
tiempo antes de la modernidad y cómo se diferencia de la actualidad?
5- ¿Cuáles son algunos de los grandes cambios científicos, tecnológicos y económicos que definieron la modernidad?
6- ¿Qué contradicciones presenta la modernidad en términos de igualdad y desigualdad?
7- ¿Cuáles fueron los aportes de la Ilustración al pensamiento moderno?
8- ¿Por qué se considera problemático interpretar la modernidad como una concreción del ideal ilustrado? ¿Cómo
influyó el eurocentrismo en la construcción de la modernidad?
9- ¿Cómo la burguesía utilizó los ideales modernos para consolidar su dominio? ¿De qué manera el capitalismo ha
generado cambios constantes en la sociedad moderna?
10- ¿Qué formas de organización colectiva han surgido en oposición a la sociedad burguesa?
¿Qué es la historia contemporánea?
El trazado de periodizaciones es considerado el ejercicio por excelencia de los historiadores. Estos períodos no
tienen un valor en sí mismos, sino que responden a la necesidad de exponer las formas que asumen las relaciones
sociales, los vínculos productivos que se establecen con la naturaleza, las instituciones políticas a través de las
cuales organizan los asuntos públicos, y las formas de trabajo y actividad económica desarrollados en un
determinado momento. Aróstegui (2001, p. 26) sostiene que, “cuando en historia se habla de un nuevo período
histórico, es porque existe conciencia de que se han producido cambios de gran profundidad, que ya no pue- den
explicarse con los mismos fundamentos de la época ya establecida”. Probablemente, pocas personas hayan sido
tan conscientes del inicio de una época como quienes protagonizaron las transformaciones que dieron vida a las
formas históricas que caracterizan lo contemporáneo. Este proceso tuvo lugar durante la primera revolución global
cuyos epicentros fueron Francia, donde a fines del siglo XVIII se produjo una revolución política, e Inglaterra, donde
tuvo lugar la llamada Revolución Industrial –o industrialización capitalista–.
Con historia contemporánea nos referimos al momento que vive la humanidad a partir de las transformaciones
dadas entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Estos cambios trajeron como corolario la aparición de una
sociedad que, con algunos matices, ya contenía los principales rasgos de la sociedad actual. Una característica
esencial de la cultura del mundo contemporáneo es el cumplimiento del ideal de la modernidad en tanto proyecto
de la ilustración: la primacía de la razón y del método científico por sobre cualquier otra forma de conocer. El
desarrollo pleno de los ideales socioculturales de la modernidad es una de las condiciones para la aparición de lo
que llamamos mundo contemporáneo.
Pero, aunque los conceptos de historia contemporánea y modernidad están muy vinculados, no son sinónimos. Al
referirnos a la historia contemporánea hacemos alusión a los contenidos y procesos que estudiamos en la materia,
algunos de los cuales forman parte de los contenidos de este libro. La modernidad, como dijimos, es un vocablo
más amplio, lleno de acepciones diferentes que aquí asociamos a una particular experiencia humana.
Los cambios que dieron origen al mundo contemporáneo han sido tan poderosos que la sola idea de una historia
contemporánea, la percepción de que se vive un mundo nuevo y distinto, es en sí misma una de las creaciones
culturales del proceso de doble revolución. En efecto, la ex- presión de Antiguo Régimen fue el producto de los
acontecimientos que le pusieron fin (Aróstegui, 2001). Lo que emerge como resultado de este proceso
revolucionario son fuerzas sociales como las nuevas clases dominantes burguesas, capaces de arrastrar “a todas
las demás sociedades en su impulso civilizador” (Marx y Engels, 1848) y también de impugnar esa civilización en
pos de formas alternativas, como las clases subalternas.
Ideas liberales: ficciones, hegemonía y grietas
El proyecto de la Ilustración alberga a los llamados grandes relatos. Estos son los grandes paradigmas modernos a
través de los cuales interpretamos el mundo, con tensiones y contradicciones entre sí (Casullo, 2003). Los
pensadores ilustrados más radicales postulaban la igualdad natural de todos los hombres, como concepto
unificador, abstracto, de proyección universalista, planteando el combate contra la desigualdad. Pero esta igualdad
materializada en una igualdad jurídica perpetuó desigualdades diversas. “Ya en la idea ilustrada de individualidad
y universalidad, en el concepto de autonomía, en el concepto de emancipación, hay fallas, hay profundas grietas
(…) aquello que había nacido como un ideal emancipatorio en términos de praxis histórica produce un efecto
contrario” (Forster, 2003, p. 264).
Uno de los paradigmas iniciados con la Ilustración, que además es dominante como ideario de la sociedad
burguesa, es el liberalismo en sus facetas política y económica. Otro de esos paradigmas modernos es el socialismo
–que abordaremos en el capítulo 4–, que se ha contra- puesto a las representaciones y nociones modernas de
tinte liberal.
Con el triunfo de las revoluciones burguesas, las ideas liberales se impusieron en la construcción del nuevo orden
económico y de los Estados Nación que lo han garantizado. Es así como los Estados Nación occidentales se
fundaron sobre las ideas políticas liberales, entre ellas, las de individuo, igualdad ante la ley, libertad y ciudadanía;
asegurando el funcionamiento del capitalismo con la defensa de las nociones económicas liberales: la propiedad
privada, el libre mercado (en mayor o menor medida según las circunstancias históricas) y la concepción moderna
de la herencia.
El concepto de individuo nació con la modernidad, somos modernos en tanto que nos pensamos como individuos
y los Estados Nación nos reconocen como tales. En épocas anteriores, las personas se percibían como
pertenecientes a un grupo social, a una comunidad. Se era campesino, artesano, noble o siervo, pero nunca una
entidad individual en sí misma. Una de las grandes críticas al concepto de individuo nace con la teoría marxista,
para la cual la noción de individuo es una ficción, una abstracción que no se presenta en la realidad ya que las
personas reales de carne y hueso somos seres sociales, estamos inmersos en relaciones sociales y en grupos desde
que nacemos, es decir que nos constituimos como sujetos en interdependencia con otros seres humanos. Por lo
tanto, no existen en el mundo real, material, individuos escindidos de las rela- ciones sociales, sino que esa idea
es una ficción que opera en el entramado hegemónico de representación liberal del mundo. Los pensadores
liberales sostienen que los individuos genera- ron un pacto social a partir del cual crearon a la sociedad y a la
institución estatal. Para las teorías contractualistas, la existencia de los individuos aislados precede a la de la
sociedad. Sin embargo, como indicamos, los individuos somos seres sociales que nacemos insertos en relaciones
sociales.
En su crítica a la economía burguesa liberal, Marx (2007 [1857/1858]) enfatizó que los individuos producen en
sociedad, en interacción con otras personas transformando la naturaleza. La perspectiva liberal despoja a los
individuos no solo de sus condicionamientos sociales, eco- nómicos, políticos, etarios, de género, sino también de
su historia. El punto de partida de los economistas burgueses es el de individuos aislados en el ámbito de la
producción o el inter- cambio sin contemplar esos condicionamientos ni la historización de esos sujetos y las
relaciones sociales en las que están inmersos. Los individuos, para el liberalismo económico, son los que participan
desde su interés personal en el mercado que es autorregulado por la mano invisible, otra ficción liberal. La
economía burguesa ha creado leyes generales para explicar el funcionamiento de la economía, presentándolas
como leyes eternas de la naturaleza y, por ende, independientes de la historia. El punto de partida de esas leyes
generales son las relaciones de producción capitalista, por lo tanto, eternizan estas relaciones sociales productivas:
plantean la existencia de propiedad privada y capital para el funcionamiento de la economía en todo tiempo
histórico, cuando en realidad sabemos que son construcciones histórico-socia- les creadas en condiciones
específicas.
Guía de lectura 2
1- ¿Cómo define el texto la historia contemporánea? Explica sus principales características.
2- ¿Por qué se considera que la historia contemporánea surge a partir de la "doble revolución"?
3- Explica la relación entre historia contemporánea y modernidad. ¿Por qué no son sinónimos?
4- ¿Qué tensiones internas presenta el ideal ilustrado de la igualdad, según Forster (2003)?
5- ¿Cuáles son las críticas que plantea Karl Marx al liberalismo económico?
6- ¿Por qué el texto sostiene que las leyes económicas liberales no son universales ni atemporales?

Capitalismo: ganancias vs necesidades humanas


El capitalismo es un modo de producción que se distingue por fomentar una enorme concentración de la riqueza
en pocas manos1 mientras,1 al mismo tiempo, hunde a la mayoría de los seres humanos en la miseria,
condenándolos a realizar trabajos mal pagos y agotadores (Astarita, 1988). Las relaciones de producción
capitalistas presentaron cambios en los distintos momentos históricos. La actual fase neoliberal del capitalismo
provoca la destrucción del planeta a gran escala, mercantiliza, privatiza e incorpora cada vez más aspectos de
nuestro mundo vital – incluidas nuestras propias formas de vida– a sus circuitos (Harvey, 2014).
Para la comprensión de la sociedad capitalista utilizamos como herramienta de análisis la concepción materialista
de la historia de Marx, que pone el eje en los procesos de producción y las relaciones sociales productivas. Desde
esta perspectiva, entendemos que la dinámica estructural constitutiva del capitalismo está basada en la relación
del capital con el trabajo asalariado, y con ella, la compraventa de la fuerza de trabajo y la explotación de los
trabajadores por parte de los empresarios. Cuando hablamos de explotación estamos aludiendo a la apropiación
de excedente económico.
Si bien dentro de la sociedad capitalista encontramos formas de trabajo no asalariadas o asalariadas del ámbito
público, el sostén y corazón de la acumulación del capital lo constituyen las relaciones sociales de producción entre
empresarios y asalariados. Por otra parte, es importante considerar que el capitalismo no solo se ha visto
modificado en las distintas épocas de la historia contemporánea –hay diferencias notables entre el capitalismo
liberal del siglo XIX y el neoliberal de fines del siglo XX y principios del XXI–, sino que también presenta acentuadas
variaciones entre distintas regiones del mundo en el mismo momento histórico. Los sujetos centrales de la
dinámica estructural también han cambiado en el devenir histórico y las disímiles condiciones sociales de los
contextos locales, aunque sin dejar de ser distintas formas de capitalistas y de trabajadores asalariados. Por
ejemplo, en los inicios de la sociedad capitalista pre- dominaban los obreros industriales y las empresas que
pertenecían a una persona o una familia. Hoy en día, los asalariados pueden ser tanto industriales como del área
de servicios y los empresarios suelen ser dueños de acciones en múltiples nichos de ganancias.2 La dinámica
estructural del capitalismo permanece, mientras cambian las modalidades de su reproducción.
Las relaciones de producción capitalista: algunas notas iniciales
Son sus particulares relaciones de producción3 las que distinguen al capitalismo y se componen de dos ámbitos
fundamentales: el de los obreros y el de los capitalistas. Claro que el espectro de las clases sociales es más complejo

1
Este proceso no sólo continúa, sino que se profundiza, alcanzando niveles increíbles. Según datos de enero de 2022, “los diez
hombres más ricos del mundo (todos hombres, si, y los 4 primeros blancos y norteamericanos) han duplicado con creces su fortuna,
que ha pasado de 700.000 millones de dólares a 1,5 billones de dólares (a un ritmo de 15.000 dólares por segundo, o lo que es lo
mismo, 1300 millones de dólares al día) durante los primeros dos años de una pandemia que habría deteriorado los ingresos del 99
% de la humanidad y que ha empujado a la pobreza a más de 160 millones de personas más” (Oxfam internacional, 17 de enero
2022). Para darnos una idea, sólo en 2020, las 50 personas más ricas del mundo aumentaron sus ingresos en USD 413.000 millones,
prácticamente el PBI de Argentina en 2019: 449.663 millones de dólares (La Pandemia de las desigualdades, CLACSO).

2
Para ampliar, véase la clase teórica escrita por Pablo Ghigliani (2020b): “Clase 3 / Semana 3 (Unidad II): ¿Qué es el capitalismo?”.
3
Suele suceder que asociamos el capitalismo con el mercado, las fábricas y el dinero, pero, aunque son premisas nece- sarias del
capitalismo, ninguno de estos elementos explica el capitalismo o son sus características distintivas. De hecho, el mercado y el dinero
preceden al capitalismo, y las fábricas fueron las formas características de la economía estatal planificada de la Unión Soviética.
hoy que hace dos siglos, pero se conserva su rasgo esencial que es la existencia de personas dueñas de la riqueza
y los medios de producción, cuyo objetivo es el crecimiento de su capital, y otras que no tienen bienes materiales
que puedan vender ni medios materiales para producir y, por lo tanto, deben vender su fuerza de trabajo, es decir,
su capacidad para trabajar4 en tanto trabajadores libres. Mientras el grupo de los capitalistas, dirige, supervisa y
controla el proceso de trabajo, el grupo de los obreros o asalariados, no tiene derecho de propiedad sobre el
producto resultante de su actividad y recibe en forma de salario el pago por la venta de su fuerza de trabajo.
Los trabajadores libres son aquellos que son libres de elegir a quién vender su fuerza de trabajo y que pueden
venderla porque se encuentran en una sociedad basada en el librecambio. Además, están libres de los medios de
producción en el sentido de que están despojados de ellos, que no los poseen. Ponemos cursiva el término libres
porque consideramos que se trata de una noción de libertad absolutamente restringida, a partir de la cual
problematizamos: ¿Qué nociones de libertad nos propone y/o posibilita la sociedad burguesa capitalista?
Lo que Marx y Engels descubrieron es que, en la sociedad capitalista, la fuerza de trabajo se convierte de manera
generalizada en mercancía, es decir que se objetiva e intercambia en el mercado por un salario a pesar de tratarse
de una fuerza productiva vital generadora de valores. De hecho, el valor de la fuerza de trabajo y la valorización
en el proceso laboral son dos magnitudes diferentes. El valor de cambio de una jornada laboral, es decir, el valor
de la fuerza de trabajo cuesta en realidad mucho menos de lo que produce una persona en su jornada laboral. La
relación (diferencia) entre lo que se le paga al trabajador y lo que efectivamente produce, es lo que Marx definió
como la proporción de explotación o plusvalía. En esta proporción de trabajo realizado y no pagado a los obreros
radica el secreto de la ganancia capitalista. Así, el salario de los asalariados equivale solo a una parte de las horas
dedicadas durante la jornada laboral, el resto de las horas son apropiadas de forma oculta por los capitalistas, tras
la aparente equiva- lencia entre el salario y las horas trabajadas.5
El capitalista compra la fuerza de trabajo de los obreros siempre que generen plusvalía y que esta pueda ser
realizada, es decir, materializada en ganancia a través de la venta de los productos que la llevan latente. En tanto
el capital logra sus objetivos, en la esfera de la producción habrá más mercancías que contienen plusvalía en forma
latente. Pero lo que les interesa a los capitalistas no es acumular productos sino venderlos en el mercado a cambio
de dinero, es el ámbito que Marx llama la esfera de la circulación. Mientras más desarrollo hay de las fuerzas
productivas más rápido y en mayor cantidad se produce. Aquí entran en juego la ciencia aplicada y el desarrollo
tecnológico, pero también la capacidad del capital para trasladarse a países donde los salarios son más bajos. Los
capitalistas, a través de estos mecanismos, aumentan el desfasaje entre productividad y salarios reales,
incrementando así el grado de explotación en el mundo. Esto significa que los esfuerzos propagandísticos para
aumentar las ventas crecen y crece la capacidad productiva en todo el mundo aumentando la cantidad de personas
desocupadas o subocupadas, es decir, el ejército de reserva a nivel global.
En el modo de producción capitalista, las necesidades del capital se oponen a las necesidades de la gente y,
mientras muchísimas personas no tienen la posibilidad de satisfacer sus necesidades más elementales, crea nuevas
necesidades artificiales al tiempo que promueve ideas falsas sobre sí mismo. En cuanto a las necesidades
artificiales es importante pensar en el rol que cumple la propaganda, como sostiene Lebowitz, existe un nexo
orgánico entre los bajos salarios que se pagan a las mujeres que producen calzado de la marca Nike en países
pobres, y las astronómicas cantidades que se le paga a estrellas del deporte como Michael Jordan por las
publicidades (Lebowitz, 2003).
En cuanto a las falsas ideas que el capitalismo promueve sobre sí mismo podríamos nombrar cientos de ejemplos.
El más elemental es que no tenemos idea de cuánto cuesta producir las cosas que consumimos, ni qué relaciones
sociales les dieron origen, pero sí solemos creer que los empresarios son necesarios pues es necesario que alguien
administre el proceso productivo. Sin embargo, los trabajadores podrían autogestionarse, como ha ocurrido en
modos de producción precedentes y sucede en algunos lugares actualmente. Los empresarios generan la

4
La fuerza de trabajo refiere a las habilidades y capacidades físicas e intelectuales que poseemos los seres humanos para producir.
5
En los modos de producción precedentes con mecanismos de extracción del excedente económico, estos se realizaban de forma
explícita, en cambio en el capitalismo debemos develarlo.
apariencia de que es el capital quien produce, para mostrarse indispensables y justificar sus ganancias. Otra de las
ideas inexactas que el capitalismo promueve es que nos acercamos a formas cada vez más placenteras de trabajo.
El trabajo on line, digital y descontracturado que produce los softwares para Iphone, Ipad y otros aparatos similares
no es posible sin el trabajo que extrae el mineral que se utiliza para su fabricación. Como dice el sociólogo Ricardo
Antunes: “el trabajo de la era digital no puede ser realizado sin que exista el peor de los trabajos manuales”
(Antunes, 2020). Detrás de lxs pintorescos ingenieros que diseñan google hay cientos de mujeres que, en las
periferias del mundo, producen los hardwares que les hacen de soporte.
La producción no se orienta a lo que necesita el género humano sino a ganar más dinero. Este detalle tampoco
aparece de manera tan transparente, pero se vuelve palpable cuando emergen las crisis cíclicas y periódicas en las
que el capitalismo incurre. Se ve a las personas como medios para alcanzar un fin: la ganancia. En este escenario,
las obreros y el conjunto de las clases subalternas luchan por mejores condiciones de trabajo, mejor salario y
políticas públicas, pero a menos que vayan contra el sistema, sólo participarán, dice Marx, de una “guerra de
guerrillas contra sus (los) efectos”. No hay un capitalismo con rostro humano.
El mercado de masas
La filósofa norteamericana Ellen Meiksins Wood (2001) sostiene que, en las sociedades capitalistas, el mercado no
es una oportunidad sino un imperativo. De hecho, la gente no responde al mercado buscando sus beneficios, sino
que es empujada violentamente a él porque no hay otra forma de garantizar la supervivencia. En el capitalismo, el
mercado se vuelve el organizador fundamental de la vida humana más que en ninguna otra formación social. En
efecto, el acceso a los bienes y servicios que luego transformamos en los hogares y nos permiten sobrevivir, de-
penden del mercado. Y esto vale tanto para trabajadores como para capitalistas.
En los contextos de crisis por sobreproducción capitalista, como los que explicamos más arriba, se produce un
recrudecimiento de la competencia Crecen los intentos de captar consumidores y de destruir a los competidores.
Otra consecuencia, asociada a la solución violenta es el freno a la producción, lo que se traduce en despidos,
recesión y crisis. Miles de personas son arrojadas al mercado a vender del modo en que puedan su capacidad para
producir, y procurar conseguir sus medios de vida. En este tipo de imágenes se puede ver la naturaleza perversa
del capitalismo.
Las respuestas ensayadas frente a este tipo de situaciones, desde la segunda mitad del Siglo XX hasta ahora, fueron
el keynesianismo y el neoliberalismo (Meiksins Wood, 2001). Ambos buscan, en el fondo, mejorar las
oportunidades de mercado, procurar que este funcione lo mejor posible, los neoliberales vía desregulación, los
keynesianos subsidiando la demanda. Ninguno de los dos viene a confrontar las condiciones que hacen que la
gente dependa del mercado, aunque las experiencias keynesianas generan provisoriamente mejores condiciones
de vida y expansión del consumo de las clases subalternas. Es necesario resaltar, sin embargo, que hasta ahora se
ha procurado intervenir el mercado, pero dejando intactos sus imperativos.
Guía de lectura 3
1. ¿Cómo define el texto al capitalismo?
2. ¿Qué significa que el capitalismo mercantiliza cada vez más aspectos de nuestra vida?
3. ¿Qué diferencia al capitalismo de otros modos de producción en términos de explotación?
4. ¿Cómo se explica el concepto de plusvalía y qué rol cumple en la obtención de ganancias?
5. ¿Por qué el capitalismo necesita un "ejército de reserva" de trabajadores desempleados?
6. ¿Cuáles son las diferencias entre el capitalismo del siglo XIX y el neoliberalismo actual?
7. ¿Cómo el capitalismo genera necesidades artificiales y promueve ideas falsas sobre sí mismo?
8. ¿Cuál es el rol de la propaganda en la consolidación del sistema capitalista?

Estado y Estado-Nación: modelos para armar


Las formas de Estado sufrieron tantas transformaciones a través de la historia, que se dificulta la tarea de definir
qué es un Estado y qué características lo distinguen de otras instituciones políticas. De ahí las ambigüedades que
presenta el concepto de Estado. La noción de Estado- Nación, por el contrario, puede definirse con mayor claridad:
es una forma de Estado específica de la época moderna íntimamente asociada al proceso revolucionario francés
(1789-1799). A la hora de abordar esta temática, es relevante que logremos distinguir la diferencia entre los
modelos de Estado y las formas de gobierno.
Si pudiéramos viajar en el tiempo siglos atrás para ver cómo eran estos territorios antes de convertirse en los
países que conocemos hoy en día (es decir, en Estados-Nación), apreciaríamos una gran diversidad de formas de
Estado. En el Mundo Antiguo hubo ciudades-estado con tipos de gobierno diversos (monarquía, aristocracia o
democracia directa), como también formas estatales imperiales muy disímiles entre sí. El Imperio Romano era una
federación que gobernaba con acuerdos entre las oligarquías locales y el Imperio Persa era una monarquía de
estructura centralizada con cierto respeto a la autonomía de los diversos pueblos.
En la Edad Media, por su parte, encontramos tanto los Estados de las monarquías cristianas como el Estado
islámico. Las monarquías se proyectaban como universales con origen en la autoridad de Dios. Debajo del supremo
mandatario la cadena de poderes recaía en la realeza, la nobleza y la Iglesia, quienes poseían los recursos y ejercían
las funciones políticas e ideológicas. El Estado Islámico presentaba una identificación de religión y política basada
en el islam, sus gobernantes con soberanía universal en todo el mundo islámico fueron los califas, hasta que
desapareció el califato y el Estado Islámico se reorganizó en torno al sultán; más tarde se constituyó el Imperio
Otomano, una monarquía hereditaria basada en el poder militar.
¿Qué tienen en común todas estas formas estatales? Fontana nos propone una definición que abarca a las distintas
realidades descriptas: el Estado como forma de organización civil de aquellas colectividades humanas estables que
son coordinadas bajo un mando único. Esta definición permite incluir una heterogénea variedad de Estados,
incluso aquellos de origen muy antiguo. Otras definiciones académicas de Estado enfocan su caracterización en
estas cinco dimensiones, compartidas de manera parcial: una población que habita en un territorio definido y
reconoce un órgano supremo de gobierno; un conjunto de instituciones que poseen los medios legítimos de
coerción física y los ejercen en un territorio determinado sobre su población;6 el monopolio de la fijación de reglas
en su territorio por medio de un gobierno organizado; funcio- narios civiles y militares que sirven al gobierno; y el
reconocimiento de la entidad estatal por otras, es decir, la atribución de una soberanía internacional.
Una temática interesante que se desprende del concepto de Estado es qué orden social ha garantizado cada forma
estatal y qué grupos se han beneficiado de ello. Los Estados, en sus diferentes formas históricas y culturales:
¿Utilizaron la fuerza física para asegurar mejores condiciones de vida para toda la población o para ciertos grupos?
¿Qué intereses políticos, económicos, culturales, religiosos, han motorizado las acciones estatales?
El Estado-Nación es la forma de organización política predominante en el modo de producción capitalista. Nació
al calor de la Revolución Francesa, y con el tiempo se extendió a nivel planetario, con algunos matices, de la mano
de la expansión del capitalismo. Para definir qué es un Estado-Nación debemos partir de las características de los
Estados señaladas por Fontana y, además, incluir sus particularidades: la búsqueda de homogeneización cultural
de sus ciudadanos bajo una identidad nacional oficial y la confluencia entre su constitución y el ascenso de la
burguesía como clase dominante. Ello explica, en parte, que los Estados modernos han sostenido condiciones
jurídicas, políticas y administrativas propicias para el desarrollo del capitalismo, como la defensa de la propiedad
privada.

6
Esta segunda dimensión señalada nos remite al concepto de Estado acuñado por Max Weber, para quien el Estado es un instituto
político que, con el propósito de mantener el orden vigente, ejerce el monopolio legítimo de la fuerza física sobre un territorio
delimitado. El monopolio de la fuerza física del Estado es ejercido con el consenso brindado por la población, así el Estado es el
único –dentro del territorio delimitado– que puede hacer uso de la violencia física y que puede decidir quién más podría ejercerla.
De esta manera, los Estados habilitan por ejemplo a empresas de seguridad a portar armas para que presten su servicio de
protección a sectores o grupos que pagan por ello; así también habilitan con su acción o inacción la existencia de guardias privadas
de empresas o grandes propietarios, como aquellas que defienden con violencia física los agronegocios o la megaminería de
extracción. Para ampliar sobre las guardias privadas que –en conjunto con las fuerzas públicas– han reprimido a campesinos que se
oponen a estas modalidades productivas, véase Domínguez y Estrada (2013).
Algunos rasgos sobresalientes del Estado moderno –como la centralización y legitimación del poder, la expansión
del gobierno administrativo, los ejércitos masivos y permanentes– ya existían de modo embrionario en Europa del
siglo XVI. Durante el proceso revolucionario francés, bajo la influencia de las exigencias de la guerra y las vicisitudes
de los conflictos políticos inter- nos, se construyó el Estado-Nación (Skocpol, 1984): más centralizado y
burocratizado que los antecesores; con una estructura administrativa más amplia que precisó de asalariados
públicos; con un sistema nacional de impuestos, aduanas y derechos; con principios burocráticos de reclutamiento
para los cargos del ejército y del Estado –aunque en la práctica no siempre funcione de esta manera, es importante
la eliminación de los privilegios de la nobleza para acceder de forma exclusiva a los cargos estatales y de mando
en el ejército–; con un ejército nacional permanente profesionalizado; con gobernantes que se mostraban
identificados con la voluntad de la nación o del pueblo. La legalidad tomó mayor relevancia con los Estados-Nación,
a través de una estructura de poder impersonal basada en reglas legales, es decir un sistema de leyes a ser acatadas
dentro de las fronteras nacionales, con el consenso de los ciudadanos.
La legitimidad de los ciudadanos debió ser conquistada por los Estados-Nación, ya que necesitaban de su apoyo
político y aportes económicos. Un proceso clave en la construcción de legitimidad ha sido el proceso de
etnogénesis a través del cual el Estado-Nación se identifica con una nación específica, oficial, de modo que los
ciudadanos se integren en una colectividad con una cultura, una historia y una lengua comunes que son, en
realidad, una cultura, una historia y una lengua oficiales. El carácter de oficial nos da la pauta de una dimensión
relevante, la nación propia de los Estados-Nación no ha sido conformada a partir de una voluntad colectiva, sino
que se trata de una nación construida desde la cima del poder estatal, una homogeneización cultural creada y
reproducida por el Estado, con mecanismos tanto violentos como persuasivos.
A pesar de que la violencia es constitutiva de los Estados, las teorías liberales que sustentan el andamiaje del
Estado-Nación tienden a ocultar y/o invisibilizar esa dimensión, y a resaltar las nociones de consenso y
representatividad. Los Estados se han creado con violencia, ésta los constituye en su origen y permanencia.
Encontramos la violencia fundante en dos sentidos: por un lado, está la violencia del Estado ya constituido y su
lugar de dominación en la relación súbdito-ciudadano, por otro lado, la violencia popular que participó del origen
de la legitimación del Estado moderno en el proceso revolucionario francés. Sin embargo, en la reproducción del
poder estatal, se legitima el ejercicio de la violencia por parte del Estado y se omite la violencia popular que lo
originó. Frente a ello, es útil recordar la importancia que ha tenido la violencia de los de abajo en la conformación
de la institución estatal (Grüner, 1997). El hecho de que la potencialidad creadora de la violencia popular –incluso
para la constitución de la sociedad burguesa– no esté presente en la memoria colectiva, menos aún en la praxis
política, no es casualidad. Distintos movimientos sociales, con hambre de historia (Chesneaux, 1984) se resisten
con sus memorias colectivas al apaciguamiento, ocultamiento o invisibilización de la violencia popular.
Desde 1789 hasta la actualidad, hay un recorrido de consolidación de los Estado-Nación. Si bien el Estado-Nación
tomó varias formas a lo largo de la historia, como la constitucionalista o la liberal, o el tipo de gobierno
unipartidista, hoy en día predomina la democracia liberal representativa como forma de gobierno de los Estado-
Nación. El Estado constitucionalista se reduce a delimitar la forma y los límites (procedimentales y/o sustantivos)
de las acciones del Estado para asegurar la libertad individual; el Estado Liberal custodia la esfera privada
garantizando su independencia y presenta como pilares el constitucionalismo, la economía de mercado
competitiva y la propiedad privada. El tipo de gobierno unipartidista consiste en un partido único que se plantea
como la expresión legítima de la voluntad general de la comunidad; las democracias liberales representativas, por
el contrario, implican la existencia de más de un partido político y del sufragio por el cual los ciudadanos eligen a
sus representantes.
David Held (1997) identifica tres claves explicativas históricas tanto del desarrollo de los Estados modernos, como
de la cristalización de la democracia liberal representativa; la guerra y el militarismo, la emergencia del capitalismo
y la lucha por la ciudadanía. El primer eje apunta a la ampliación de las bases de poder de los gobernantes y de su
seguridad a través de una mayor cantidad, capacidad de organización y eficacia de los medios de coerción. Los
objetivos de estos cambios eran geopolíticos y militares. Para solventar los crecientes gastos militares, recurrieron
a una recarga impositiva, por lo tanto, necesitaban ganarse la legitimidad de la población de la cual extraía sus
recursos. La ampliación de las estructuras estatales administrativas, burocráticas y coercitivas estaban destinadas
a coordinar y controlar las poblaciones bajo su dominio. Para financiar sus operaciones bélicas, los gobernantes
debían extraer y organizar a los hombres, las armas, los alimentos y los impuestos de los habitantes. Los
gobernantes aseguraban su base de poder preparando a los Estados para la guerra, los militarizaban para
garantizar su seguridad. Al fortalecerse con armas, aumentaban la inseguridad de los otros Estados (que también
tuvieron que acudir al armamentismo para defenderse). Los Estados más exitosos en este proyecto fue- ron Gran
Bretaña, Francia y España. Los Estados europeos militarizados se expandieron para ampliar el comercio y el tráfico,
arrasando con su conquista a otras culturas y poblaciones. La expansión territorial de los Estados europeos
constituyó la base de la homogeneización occidental política del mundo convertido en un sistema de Estados-
Nación.
Con el segundo eje, vislumbramos cómo los objetivos de guerra se convirtieron de manera gradual en objetivos
económicos. La expansión hacia territorios no europeos en búsqueda de recursos, territorios y redes comerciales
permitió la formación del capitalismo industrial y la ampliación de las relaciones mercantil-capitalistas. La
explotación de los territorios no europeos, es decir la emergencia de una economía global, tuvo, entre otras graves
consecuencias humanas el exterminio de las poblaciones nativas, la paulatina erosión de las civilizaciones no
europeas, el secuestro de africanos y el tráfico de esclavos. La necesidad de materias primas y metálico para las
transacciones económicas impulsaron el desarrollo de la economía capitalista mundial cuya forma inicial adoptada
fue la expansión de las relaciones de mercado. Es importante distinguir entre el capitalismo mercantil no industrial
basado en el propósito de comprar, vender y acumular recursos líquidos o capital (a partir del 1500) y la
configuración del capitalismo industrial desde mediados del siglo XVIII.
Identidades nacionales y etnogénesis
Las naciones agrupan a sus miembros a través de un pasado cultural compartido que los identifica en el presente
y los proyecta al futuro. Los elementos culturales que comparten están sujetos a transformaciones históricas, por
lo tanto, la lengua, las costumbres, las tradiciones y la visión común de la historia pueden cambiar o perecer. Una
característica estructural de las naciones es que nacen de una voluntad colectiva en la motivación de participar de
un proyecto común que los identifica como grupo y los diferencia de otros. Asimismo, en ocasiones las naciones
son formas de agrupamiento de los seres humanos desde su existencia, y, por lo tanto, mucho más antiguas que
los Estados modernos; en otras, son generadas y promovidas por los Estados-Nación en formación. Además, hay
naciones sin estados como las de algunos pueblos originarios –por ejemplo, en el Cono Sur los mapuches y aymaras
o, en otros rincones del globo, la nación kurda– localizada en un territorio que abarca a varios Estado-Nación y no
reclama para sí un estado sino una forma confederada y laica de naciones. Estos casos son, por lo general, el fruto
de apropiaciones culturales y políticas que realizan comunidades preexistentes que recurren a la idea de nación
para la demanda de sus derechos a los Estados-Nación erigidos en sus territorios. El pueblo judío tampoco poseía
Estado hasta la creación de Israel en 1948 en el corazón de Palestina.
Los nacionalismos son las fuerzas que llevan a las personas a adherirse a una idea, a participar de forma voluntaria
en los proyectos colectivos. Las naciones y los nacionalismos han pro- movido diferentes tipos de acciones que van
desde la opresión a otros pueblos hasta la lucha de un pueblo por su liberación. Los nacionalismos, por un lado,
fueron fundamentales para sostener tanto las campañas imperialistas como las guerras encabezadas por las
potencias capitalistas, entre ellas las dos guerras mundiales del siglo XX, y por otro, motorizaron las guerras de
liberación anti-colonial contra la dominación europea.
Desde el sentido común, a veces planteamos una equivalencia entre los conceptos de Nación y Estado-Nación,
pero es importante recalcar que los Estados-Nación construyeron la única nación que los identifica a través de un
proceso de etnogénesis y no de una voluntad colectiva. En los procesos de etnogénesis, los gobernantes (y las
elites) de los estados plurinacionales (aquellos que albergaban a más de una nación) crearon una nacionalidad
englobante con el objetivo de homogeneizar a los diversos pueblos del territorio estatal. A través de los himnos
nacionales, las banderas y escarapelas, las costumbres, el folklore, la oficialización de una lengua nacional, la
historia oficial, los mitos nacionales y toda la retórica del patriotismo, inventaron la nación del Estado y reforzaron
el sentido de identidad nacional estatal.
La conversión de Bolivia en un Estado Plurinacional desde el año 2009, ha sido un paso por el reconocimiento de
la diversidad cultural e identitaria, en especial de las comunidades originarias. La Constitución del Estado
Plurinacional boliviano reconoce 36 lenguas oficiales aparte del castellano impuesto por la conquista española.
Debates sobre el Estado-Nación
Desde la perspectiva liberal, el Estado-Nación es presentado como árbitro neutral que busca el bienestar de todos
los ciudadanos buscando garantizar el interés general. Si fuera de esta manera, el Estado-Nación sería imparcial,
en el sentido de que no buscaría beneficiar a ciertas clases o sectores sociales, sino que jugaría un rol de
intermediario para cumplir con el bienestar de toda la población. ¿Pero acaso el Estado moderno no se edificó
sobre las bases de las ideas liberales burguesas y garantiza y defiende la propiedad privada desde su creación? Una
perspectiva, afín a un marxismo reduccionista que focaliza su atención en el Manifiesto Comunista y ha sido
cuestionada por otras vertientes marxistas, sostiene que el Estado es el instrumento de dominación de la clase
dominante, la cual presenta como interés general del pueblo su interés particular de clase para subordinar a las
clases subalternas. Esta visión explicaría en parte la universalización de las nociones liberales de individuo,
propiedad, libre mercado, y las condiciones de reproducción del capitalismo garantizadas por los Estados, pero no
nos permite dar cuenta de los procesos de democratización y ampliación de derechos. Joseph Fontana, por su
parte, señala las limitaciones de ambas perspectivas y argumenta que el Estado no es, ni la herramienta de las
clases dominantes, ni el árbitro que procura el bienestar general, sino que consiste en una entidad relacional con
una autonomía relativa frente a la lucha de clases. Por lo tanto, no es completamente neutral en esa pugna, ni
totalmente instrumento de la clase dominante. El Estado está atravesado por las relaciones de poder políticas y
económicas, es decir, por el modo de producción dominante y la confrontación de clases. En algunas ocasiones,
ya sea por presión de movimientos políticos, o por otras razones, las clases dirigentes han llevado adelante políticas
públicas a favor de los trabajadores. Al analizar- las, debemos tener en cuenta varias dimensiones, por ejemplo, si
las consecuencias de esas políticas públicas han incidido o no en las tasas de rentabilidad de las clases dominantes.
A su vez, las elites conservan su lugar de privilegio con el orden estatal, y a veces las clases dirigentes han buscado
modificar alguna de las condiciones que los mantienen allí, para redistribuir la riqueza a través de alguna
transferencia de ingresos del capital hacia los trabajadores. La concreción de esas políticas públicas es
responsabilidad de los dirigentes y los movimientos políticos que los respaldan; aunque presenten desafíos a los
intereses de las clases dominantes, la regla es, por lo general, la reproducción de sus condiciones de dominación.
Más común es el caso en que las clases dirigentes proponen políticas estatales de ajuste que van contra los
intereses de los trabajadores, quien con más o menos suerte, buscan en esos casos distintas maneras de oponerse
y resistir.
La lucha de clases atraviesa diferentes ámbitos de la sociedad, incluso al aparato estatal, y se presenta en diversas
dimensiones.7 Ahora bien, los distintos ámbitos y niveles de disputas no tienen la misma jerarquía para la
construcción de poder. La noción de hegemonía (acuñada por Gramsci) resalta la importancia de la lucha cultural
e ideológica, es decir de la cosmovisión de mundo, en la lucha de clases, que se manifiesta tanto dentro del Estado
como en las instituciones de la sociedad de distinta índole, ya sean educativas, barriales, laborales, religiosas,
comunicacionales, etc. De esta manera, no solo en y desde la arena estatal y político-partidaria se construye y
disputa la legitimidad (o consenso) del orden social burgués y capitalista –y las políticas públicas que se consideren
adecuadas para ser aplicadas–, sino también, en múltiples espacios de la vida cotidiana. Desde la perspectiva
gramsciana, para disputar la hegemonía burguesa y capitalista, los trabajadores deberíamos generar alianzas con
otros sujetos subordinados y crear una cosmovisión del mundo que articule las demandas e intereses diversos en
la lucha común por la transformación social.
Guía de lectura 4
1- ¿Qué diferencia al Estado-Nación de otras formas de Estado?

7
Como señala el sociólogo Francés Pierre Bourdieu (1988), la dominación de clase puede verse hasta en
las construcciones sociales del buen gusto y el mal gusto. Para mayores detalles sobre esto puede leerse
su obra La distinción. Criterio y bases sociales del gusto.
2- ¿Cuál es la importancia de distinguir entre modelos de Estado y formas de gobierno?
3- ¿Cuáles fueron las principales formas de organización estatal en el mundo antiguo?
4- ¿Cómo se estructuraban los Estados en la Edad Media?
5- ¿Cómo define Fontana al Estado?
6- ¿Cuáles son las cinco dimensiones del Estado según otras definiciones académicas?
7- ¿Qué papel juega la soberanía en la definición de Estado?
8- ¿Por qué el Estado-Nación es característico del modo de producción capitalista? ¿Cuáles son sus principales
características? ¿De qué manera el Estado-Nación favoreció el desarrollo del capitalismo?
9- ¿Cómo se construyó la legitimidad del Estado-Nación? ¿Qué mecanismos utilizó para la homogeneización cultural?
10- ¿Cómo influyó la guerra en la consolidación de los Estados-Nación?
11- ¿Qué papel jugó la expansión colonial en el desarrollo del capitalismo?
12- ¿Cómo se construyen las identidades nacionales? ¿Qué diferencia hay entre una nación y un Estado-Nación? ¿Qué
casos de naciones sin Estado se mencionan en el texto?
13- ¿Cómo presenta la perspectiva liberal al Estado-Nación?
14- ¿Cómo se contrapone la visión marxista clásica a esta perspectiva?
15- ¿Cuál es la postura de Joseph Fontana sobre el Estado?
La democracia liberal: un invento moderno
Una de las transformaciones más importantes que trajo el fin de los Antiguos Regímenes es el surgimiento de las
democracias liberales. Para algunos autores, por ejemplo, Held (1997), éstas constituyen una variante del Estado
moderno en tanto forma de generar legitimidad, una de las innovaciones de los Estados-Nación. Al triunfo de la
democracia liberal como forma de gobierno contribuyeron: la dependencia creciente de la cooperación de las
poblaciones dominadas –en especial para las guerras–, la superación de las crisis de las formas tradicionales de
legitimación con los sistemas políticos representativos modernos basados en la relación entre gobernantes y
gobernados, y el hecho de que las democracias liberales no representaron una amenaza para las relaciones
sociales capitalistas –sino que los gobiernos representativos se consolidaron junto al capitalismo–.
Las democracias liberales o representativas son formas de gobierno, de organización del ejercicio del poder y la
participación ciudadana que, aunque hoy nos parezcan naturales, son el resultado de un proceso de construcción
que, al tiempo que despojó a la idea de democracia de su significado y alcance original, colocó a la libertad en un
plano formal, mientras las desigualdades nacidas al calor del capitalismo permanecen intactas. Los estados liberal-
democráticos, o lo que se conoce y se naturaliza hoy como democracias liberales, no son más que una construcción
histórica en la cual no hay ni tanta libertad, ni tanta democracia, como su nombre pareciera indicar.
El politólogo Norberto Bobbio (1989), en su famoso artículo Liberalismo y Democracia, acepta que mientras
liberalismo es la concepción del Estado como mínimo en sus funciones y limitado en sus poderes, la democracia
es una forma de gobierno que supone que el poder está en manos de las mayorías. La tensión entre la igualdad
que supone la democracia, y la libertad individual y de mercado que propugna el liberalismo, es resuelta a partir
de instalar la única igualdad compatible con la libertad de mercado: la igualdad formal. Pero, como bien señalan
Held y Fontana, el proceso de constitución del Estado moderno está moldeado por la lucha de clases y hoy, en
pleno siglo XXI, la pregunta por el desarrollo de estados verdaderamente democráticos en sociedades
profundamente antagónicas y desiguales sigue vigente.
El Estado moderno capitalista viene a ser, como bien decía Marx en la Ideología Alemana un “mediador entre el
hombre y la libertad del hombre” en tanto aparece como ficción que abstrae las diferencias sociales en pos de una
igualdad virtual, despojada del contenido con el que la democracia fue pensada. El estatus de los trabajadores
como sujetos políticos de derechos ha sido un problema desde el surgimiento del Estado moderno: ¿cómo podían
las clases dominan- tes estar seguras si las mayorías trabajadoras podían votar? Elementos como la publicidad,
leyes electorales y disparidad en el acceso a la educación y a la información son herramientas siempre útiles para
el ejercicio del sufragio en sociedades que sólo exigen, para considerarnos ciudadanos plenos que, en el mejor de
los casos, votemos cada tanto.
En los últimos años, de la mano de una cada vez mayor mercantilización de las relaciones sociales, los estados
modernos y la democracia liberal fueron reformulados. La reestructuración neoliberal vuelve obsoletas las
instituciones típicas del capitalismo democrático en muchos países. Este proceso se relaciona directamente con
“la emergencia de un pequeño conglomerado de gigantescas empresas transnacionales, los nuevos leviatanes,
cuya escala planetaria y extraordinaria gravitación económica, social e ideológica los constituye en actores políticos
de primerísimo orden” (Borón, 2000, p. 68). En términos generales puede decirse que estas empresas votan todos
los días y se desarrollan de manera plena en el corazón de los mismos capitalismos democráticos.
Las posibilidades y límites del desarrollo de una democracia plena entre seres humanos iguales mientras tenga
vigencia el modo de producción capitalista son más que simples incógnitas. En efecto, la democracia liberal es un
terreno de disputas a menudo cruzado por un abismo entre la promesa democrática y los resultados de la
democracia (Held, 1997). ¿Cuáles son los límites, potencialidades y desarrollos presentes y futuros?
Los límites de la democracia formal: mujeres, afrodescendientes y pueblos originarios
El capitalismo traslada el ámbito del poder del señorío a la propiedad privada y con ello se opera una
transformación sustancial de la ciudadanía. En los textos políticos clásicos del siglo XVIII se observa un concepto
de ciudadanía que podemos llamar del republicanismo clásico, y que implicaba un cuerpo de ciudadanos
restringidos de élite blanca terrateniente (excluyendo a las mujeres y los no propietarios) y una multitud
trabajadora no activa políticamente. El capitalismo y el Estado Moderno proponen un cuerpo ciudadano
incluyente, pero en gran medida pasivo, que abarca tanto a la élite como a la multitud, pero cuya ciudadanía es de
alcance limitado (Meiksins Wood, 2005).
El carácter de ciudadano se atribuye a todos los individuos con iguales derechos y deberes, libertades y
restricciones, poderes y responsabilidades. Los primeros derechos en ser conquistados por blancos occidentales,
aunque en la práctica eran ejercidos de forma plena solo por los varones, fueron los derechos civiles. Estos
derechos abarcan a la libertad de palabra, pensamiento y creencias, la igualdad ante la ley (es decir, ante el Estado-
Nación), el derecho a la propiedad y a concertar contratos, y la libertad personal. Derechos imprescindibles para
garantizar la autonomía individual. En la práctica, encontramos que hay habitantes excluidos de la ciudadanía y
ciudadanos con diversos grados de estatus. Los intereses políticos y económicos de los terratenientes y burgueses
restringieron la supuesta igualdad entre los ciudadanos. Han primado las desigualdades étnicas, de clase y de
género. Por ejemplo, los territorios coloniales de las metrópolis fueron excluidos de los derechos de la ciudadanía
a fines del siglo XVIII lo que habilitaba la esclavitud en las colonias –sin embargo, los esclavos negros de Haití se
rebelaron y protagonizaron la primera revolución independentista de América Latina entre los años 1791 y 1804
contra la Francia revolucionaria–.
Las mujeres también disputaron el ejercicio de su ciudadanía desde la misma Revolución Francesa. Las iniciadoras
de las ideas feministas modernas durante el movimiento de la Ilustración, Olympe de Gouges y Mary
Wollstonecraft, lucharon junto a otras mujeres por la igualdad de género, se opusieron al lugar de inferioridad que
les concedían a las mujeres en todos los rincones de la sociedad, y condenaron tanto el modelo de educación
diferencial que recibían destinado a mantenerlas en roles pasivos, a la sombra de los varones, como las
prohibiciones que les impusieron de participar en la vida política.8 Olympe de Gouges proclamaba:
Mujer, despierta; (...) reconoce tus derechos. (...) La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la
necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para
romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera (Derechos de la Mujer y de la
Ciudadana, 1791).

8
La educación que se brindaba a las mujeres estaba ligada a los valores estéticos y al discurso de domesticidad que las anclaba en el
ámbito de la familia y el hogar. Al calor del proceso revolucionario francés, ambas feministas escribieron algunas de sus reflexiones y
demandas: la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791) de Olympe de Gouges y la Vindicación de los
Derechos de la Mujer (1792) de Mary Wollstonecraft. La primera de ellas participó del proceso revolucionario francés y fue
guillotinada.
Los derechos políticos, para elegir representantes o postularse como uno de ellos, fueron reconocidos para todos
los ciudadanos de forma gradual, ya que históricamente unos pocos privilegiados los habían monopolizado. Como
veremos en el capítulo 4 de este libro, el fin de las monarquías no implicó inmediatamente una ciudadanía
incluyente, sino que, por el contrario, aún bastante tiempo después del fin de las monarquías, la ciudadanía activa
era reservada para los hombres propietarios de tierras, lo que excluía no sólo a las mujeres sino también a los
varones no propietarios o que se ganaban la vida trabajando para otros. Los derechos políticos por el sufragio
universal masculino –a partir de mediados del siglo XIX– y por el sufragio femenino – conquistado de manera
gradual y desigualmente en los distintos países desde finales del siglo XIX y, sobre todo, a lo largo del siglo XX–,
fueron extendidos al conjunto de la población adulta con las luchas sociales. Contribuyeron a ellas el movimiento
obrero y el movimiento feminista.
Otro sujeto colectivo que ha sido marginado en las democracias liberales son los pueblos nativos. Estos grupos
plantean una cosmovisión y un modo de vida centrado en la directa inter- acción con la naturaleza, por lo que el
acceso a la propiedad de las tierras que les fueran arrebatadas era y es vital para su supervivencia. Los Estados-
Nación han despojado a los pueblos originarios de los territorios productivos que eran la base de su existencia y
organización social y cultural, además saquear sus territorios con intereses capitalistas. Las democracias liberales
han sido reticentes a las demandas de estos grupos, orientadas a resguardar el medioambiente y garantizar sus
derechos ancestrales sobre la naturaleza. Tampoco han implementado políticas efectivas de reconocimiento
jurídico e histórico para promover su participación en los entramados institucionales del Estado y legitimar la
interculturalidad y la plurinacionalidad.
Los derechos sociales modernos, por su parte, fueron adquiridos durante el siglo XX y en gran parte perdidos –
como la seguridad social, la salud pública y formas de tributación progresiva– con la implementación de políticas
neoliberales. En efecto, la reestructuración capitalista en los últimos 40 años ha erosionado las conquistas sociales
y laborales; también, los recursos naturales y el acceso a los mismos. Por ello se construyen legislaciones
internacionales para resguardar derechos humanos vitales como el derecho al agua, que no logran ser
garantizados, menos aún en las regiones más pobres.9
Con grados diversos según los países, las poblaciones racializadas, los migrantes, las mujeres, los pueblos
originarios han encontrado grandes limitaciones en las promesas de las democracias liberales. Por lo tanto, cabe
preguntarse si, en la actualidad, contamos o no, con un sis- tema que verdaderamente incluya a todos los sujetos
sociales o si, por el contrario, se perpetúan las desigualdades que impiden el ejercicio pleno de la libertad y la
democracia.
Guía de lectura 5
1- ¿Qué factores contribuyeron a la consolidación de la democracia liberal?
2- ¿Cómo se vincula la democracia liberal con la legitimidad del Estado-Nación?
3- ¿Por qué se considera que la democracia liberal favoreció el desarrollo del capitalismo?
4- ¿Cómo define Norberto Bobbio la relación entre democracia y liberalismo?
5- ¿En qué sentido la democracia liberal mantiene desigualdades estructurales?
6- ¿Por qué se considera que la igualdad en las democracias liberales es solo formal?
7- ¿Cómo evolucionó el concepto de ciudadanía desde el republicanismo clásico hasta el capitalismo moderno?
8- ¿Por qué el Estado moderno reconoce una ciudadanía amplia pero políticamente pasiva?
9- ¿Cuáles fueron los primeros derechos conquistados y quiénes fueron excluidos inicialmente?
10- ¿Cómo afectó la estructura de las democracias liberales a las mujeres, pueblos originarios y afrodescendientes?
11- ¿Qué demandas han planteado estos sectores históricamente?
12- ¿Cómo afecta la mercantilización de la sociedad a la democracia liberal?
13- ¿Qué rol juegan las grandes corporaciones en la política actual?
14- ¿Cuáles son las principales amenazas a la democracia en el siglo XXI?

9
Por ejemplo, en el año 2002, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones
Unidas aprobó el derecho de todos “a disponer de agua suficiente, salubre, aceptable, accesible y
asequible para el uso personal y doméstico” (Observación General Nº 15).
A modo de cierre
A lo largo de estas páginas hemos intentado esbozar, sin ánimo de exhaustividad, de qué se trata la modernidad y
qué es la historia contemporánea. Varios de los procesos históricos que les han dado forma serán profundizados
en los siguientes capítulos de este libro. Por un lado, se abordarán procesos que han consolidado el desarrollo del
capitalismo; por el otro, se analizarán algunas de las impugnaciones más radicales que enfrentó el ascenso y
expansión de la sociedad burguesa.
La modernidad capitalista ha desplegado múltiples y paradójicas formas de desarrollo que testimonian una
vitalidad siempre renovada, aunque con indisimulables costos para la mayoría de la humanidad. La matriz
moderna, además, se ha encarnado tanto en la promoción del capitalismo liberal como en la aspiración, hoy
debilitada pero siempre latente, de su superación revolucionaria. A mediados del siglo XX fue desafiada por una
nueva derecha retrógrada, de racionalidad instrumental y sumamente burocrática que derivó en una
generalización de las atrocidades coloniales hasta en el corazón mismo de Europa. Parece mentira que hoy, unos
100 años después, nuevas derechas con ideas muy parecidas gobiernen varios países en Eu- ropa, América y Asia.
Con todo, es probable que el cierre de este capítulo nos deje con más preguntas que res- puestas: ¿Qué
contradicciones, ambigüedades, posibilidades y peligros anidan en las experien- cias y procesos modernos? ¿Qué
tipo de relaciones mantienen estas contradicciones con el ca- pitalismo? ¿Se han cumplido, o no, las promesas de
la modernidad? ¿En qué sentidos? Las comunicaciones, los avances tecnológicos y los intercambios a escala global:
¿promueven el bienestar o la desigualdad social? ¿Es posible ensayar otras formas alternativas de organización
social y representación de los intereses colectivos frente al modelo que ofrecen hoy las democracias liberales?
El filósofo y crítico cultural esloveno Slavoj Sizek ha dicho que a los seres humanos hoy nos cuesta menos imaginar
el fin del mundo que el fin del capitalismo. En este capítulo intentamos dejar claro que, muchas de aquellas cosas
que consideramos hoy inmodificables, no siempre han estado allí. Para lo demás será necesaria mucha imaginación
y, por supuesto, una dosis de audacia.
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