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Ensayo Los Rios Profundos Arguedas

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Los ríos profundos: el eco invisible de una patria olvidada

Cuando uno se adentra en las páginas de Los ríos profundos, de José


María Arguedas, no está simplemente leyendo una novela. Está
atravesando un río. No un río común, sino uno que lleva consigo
memorias, culturas, voces ancestrales y silencios dolorosos. Esta obra es
mucho más que una historia de un niño mestizo; es un testimonio
profundo del Perú real, ese que rara vez se muestra en los libros de
texto o en la televisión. Arguedas no escribió para entretener: escribió
para recordar, para resistir y, sobre todo, para dar voz a quienes no la
tenían.

La historia sigue a Ernesto, un adolescente que vive a caballo entre dos


mundos: el indígena, lleno de sabiduría ancestral, y el occidental,
impuesto, moderno y muchas veces ajeno a su entorno. Desde muy
joven, Ernesto ha aprendido a convivir con ambas culturas. Su padre, un
abogado viajero, le ha mostrado la dureza del mundo de los adultos,
mientras que su vida en los Andes le ha enseñado el valor de lo simple,
de lo profundo, de lo que no se ve. Esta dualidad que vive el
protagonista es también el conflicto interno de todo un país que no
termina de reconocerse a sí mismo.

Una de las cosas que más conmueven al leer esta obra es cómo Arguedas
logra que el paisaje no sea solo un fondo, sino un personaje más. Las
montañas, los caminos, los ríos y los pueblos no están ahí solo para
ambientar; tienen vida propia. El río, especialmente, es símbolo de la
memoria y de la historia que corre por debajo de la superficie. Tal como
en la vida real, muchas veces lo esencial es lo que fluye en silencio, sin
ser visto. En cada corriente de agua, en cada cerro descrito por
Arguedas, hay una historia no contada, una vida sufrida, una esperanza
que resiste.

Lo más notable de la novela es que no cae en el error de idealizar la


cultura andina. No se presenta al mundo indígena como algo perfecto o
mítico, sino como una realidad compleja, con alegrías y también con
mucho sufrimiento. Hay violencia, injusticia, abandono. Pero al mismo
tiempo, hay una dignidad enorme. Los personajes indígenas no son
pasivos ni sumisos. Son personas que aman, que sufren, que luchan. A
través de ellos, Arguedas nos muestra que ser indígena no es sinónimo
de atraso, sino de una forma distinta de ver y sentir el mundo.

El internado donde Ernesto pasa gran parte de la historia es una especie


de microcosmos del país. Ahí conviven estudiantes de distintas regiones
y clases sociales, pero también se refleja la jerarquía, el abuso de poder
y el racismo que atraviesa toda la sociedad peruana. El director y
algunos profesores representan la autoridad implacable que impone un
modelo educativo que no respeta ni valora las culturas originarias. Sin
embargo, también hay pequeños gestos de solidaridad, momentos en los
que el espíritu humano logra brillar en medio de la opresión.

Dentro de este contexto, el 'zumbayllu' se convierte en un símbolo


poderoso. Es un simple trompo, sí, pero cargado de sentido. Para
Ernesto, este objeto le permite comunicarse con su padre, con su madre
fallecida, con el mundo que no entiende del todo. Es una herramienta de
conexión espiritual, pero también un símbolo de resistencia cultural. En
un mundo que quiere imponer una sola forma de ser, el zumbayllu es
una manera de seguir creyendo, de mantener vivo un lazo con la
identidad propia. Es, de alguna manera, un recordatorio de que hay
otras formas de saber, de sentir y de comunicarse.

Algo que no se puede dejar de mencionar es el lenguaje de la novela.


Arguedas, que hablaba quechua desde niño, logra incorporar en el
español una musicalidad y una profundidad que reflejan su origen
andino. Muchas frases tienen un ritmo particular, una estructura que
recuerda a las canciones o relatos orales indígenas. Esto hace que el
texto tenga una belleza especial, casi poética, pero también genera un
choque con el lector acostumbrado a un castellano más 'neutral'. Este
choque no es un error, sino una decisión consciente del autor: nos
obliga a salir de nuestra zona de confort y a mirar el mundo con otros
ojos.

La relación entre Ernesto y su padre también es fundamental. Aunque


están separados gran parte del tiempo, hay una conexión emocional
muy fuerte. El padre representa cierta figura idealizada, pero también es
símbolo de un pasado glorioso que ya no encuentra lugar en el presente.
Ernesto lo admira, pero también empieza a darse cuenta de sus límites,
de su fragilidad. Este proceso de madurez es otro de los grandes temas
de la novela: el paso de la infancia a la adolescencia no es solo biológico,
sino también cultural y espiritual.

En esta obra también se exploran con mucha sensibilidad las emociones


humanas. Ernesto es un joven sensible, introspectivo, que se conmueve
con la música, con los paisajes, con la injusticia. Esa capacidad de sentir
profundamente lo conecta con el lector, porque su dolor es humano,
universal. Arguedas logra mostrar que la sensibilidad no es debilidad,
sino una forma de resistencia en un mundo que muchas veces es cruel e
indiferente.

En última instancia, Los ríos profundos no trata solo sobre Ernesto.


Trata sobre un país que no se ha terminado de entender a sí mismo. Un
país que ha preferido mirar hacia Lima, hacia la modernidad, dejando de
lado a millones de personas que viven en los Andes con una cultura
milenaria que merece respeto y reconocimiento. Arguedas nos dice, sin
gritar, que no se puede construir una nación sólida si se olvida una parte
esencial de su alma.

Leer esta novela hoy, tantos años después de su publicación, sigue


siendo una experiencia conmovedora. Porque muchas de las heridas
que describe siguen abiertas. Pero también porque en sus páginas hay
una esperanza: la esperanza de que algún día los ríos profundos sean
escuchados, de que las voces silenciadas tengan su lugar en la historia y
de que el Perú, o cualquier país con una herencia indígena rica, se
reconcilie consigo mismo.
Conclusión

Los ríos profundos no es simplemente una novela sobre un joven en


formación; es una obra que nos obliga a mirar el Perú desde sus
entrañas, a reconocer la riqueza y el dolor que habitan en sus regiones
más silenciadas. José María Arguedas logra algo excepcional: convertir
la literatura en un puente entre culturas, en un espacio donde la
sensibilidad, la memoria y la resistencia se funden. A través de Ernesto,
el lector se enfrenta a preguntas esenciales sobre identidad, justicia,
pertenencia y humanidad.

La novela no solo refleja una época, sino que interpela al presente. Sus
temas siguen siendo urgentes: la discriminación cultural, la marginación
de los pueblos originarios, la necesidad de tender puentes entre lo
moderno y lo ancestral. Arguedas nos recuerda que el verdadero
progreso solo es posible si se reconoce y se valora la diversidad
profunda que nos habita.

En tiempos donde muchas voces siguen siendo acalladas, Los ríos


profundos se mantiene como un eco firme, un llamado a la empatía, al
respeto y a la construcción de un país y de un mundo más justo, más
íntegro y verdaderamente humano.

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