[go: up one dir, main page]

0% encontró este documento útil (0 votos)
6 vistas27 páginas

Vemehencia Sin Sangria

Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
6 vistas27 páginas

Vemehencia Sin Sangria

Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 27

Te preguntarás seguramente, ¿por que este idiota le llama "humilde ironía", a

este texto?.
Pues bien, que le escriba/dedique algo por este medio es una ironía, primero
porque como todo hombre anticuado me resistía a volcar arte por medio de esta
especie de red social, aunque me contradecía a la vez, porque mi arte musical siempre
fue de la mano a las redes sociales.
Y segundo, la nostalgia hiere un poco, por eso lo considero una ironía, cruel ironía,
cruel destino quizá. Pero ese destino también nos cruzó, fuimos uno, solo por un
instante, pero un instante memorable. Casi como un eclipse que a veces la gente
espera y otras veces ignora, pero también, que en el pasado eran interpretados como
un posible fin del mundo, aunque para mi era el comienzo de uno nuevo.

En ese mundo nuevo comencé a creer en la reencarnación, en conexiones que


iban más allá de lo físico o psíquico y no se si la palabra amor baste para darle nombre
a este concepto. ¿Habremos sido Marco Antonio y Cleopatra en vidas pasadas?, esa
hipótesis quedaría inconclusa, como tantas otras. Pero hay tantas coincidencias en esa
teoría, ya que nuestra alianza tampoco pudo con la guerra, esa guerra contra nuestros
propios fantasmas
Hoy nuestro extraño "amor", quedó momificado en mi memoria afectiva, cual daga
en el corazón, no me dio muerte, pero si dolor. Maldije muchas veces en tu nombre, en
el mio, a los posibles dioses que adoramos en aquellas vidas pasadas, y sinceramente,
a veces lo sigo haciendo. Maldigo esta sociedad genérica del siglo veintiuno, la que
adoctrina hasta a los sentimientos, y te dice que para amar hay reglas que seguir, leyes
que morder.

Si, maldigo tu belleza, que presume como las estrellas sin dejarse alcanzar, que
me hace sentir insignificante y fugaz. También maldigo aquella plaza, aquel banco de
madera, donde te vi por primera vez, sintiéndome el viajero que Penélope estaba
esperando, moviendo su abanico.

Si, maldigo mi ansiedad, mi depresión, mi sistema nervioso roto en mil pedazos


hace tiempo. El mismo que traicionó mi suerte, para perderte para siempre.
Eran pasada las nueve de la noche de ese fatídico día, donde juro no volver a
escribirle, pero (hecha la ley, hecha la trampa) pudo evadir su juramento improvisando con
su guitarra herida, cómplice del dolor con el tono triste de un Si menor:

"Ven, que la lluvia no es excusa, ven. Haz un eclipse total entre mi alma y tu piel. Ven,
que esta lluvia no es excusa, ven...La única lluvia la he creado yo, suplicando por su amor.
Ven, calma mi ansiedad con tu miel, funde mis labios en tu fuente y hazme desvanecer.
Ven... "

Viendo al mundo emocional moderno con los ojos de un Marx enamorado, me doy
cuenta que estamos alienados emocionalmente. La sociedad de hoy construye una
superestructura de alienación amorosa.
Donde una mujer enamorada no puede amar a un hombre si no es "socialmente"
correcto según las alienaciones implantadas por sus padres. Donde un hombre enamorado
no debe insistir en su ansiedad de amar, porque el hombre debe ser servido, no servir.
Donde quienes se enamoran en vez de mirarse a los ojos, deben mirar alrededor suyo,
negándose ese beso.
Juraba amarla, pero cuando ella le contó sus sueños él se burló.
Juraba amarla, pero cuando ella quería reunirse con sus amistades, él se molestó.
Juraba amarla, pero cuando ella intentó seguir con sus pasiones él, con solo una
mirada, se lo prohibió.

Juraba amarla, pero cuando ella le contó con el corazón en mano que ya no estaba
enamorada, él la retuvo con manipulaciones.
Juraba amarla, pero cuando ella por fin logró escapar de su veneno, él robó las cosas
materiales que más afectan a su corazón.

Tengan cuidado, los dictadores también juraban amor por su patria, para luego
saquearla e incendiarla antes de irse
Quizás ella no lo notó.

Mientras ella hablaba, él registró el color de sus ojos como un filatelista admira la
piedra más hermosa.

Que mientras ella reía nerviosa, él imaginaba su boca como una almohada donde
reposar sus labios.

Mientras miraban el río juntos, él rezaba para que la última luz del faro se apague para
abrazarla sin vergüenzas.

Que cuando él logró acariciar sus manos no sintió las asperezas, porque las estaba
limando suavemente con las suyas.

Mientras ella le contaba sus miedos y problemas, él pensaba estrategias para


resolverlos.

Quizás no pudo notar los miedos que en él nacieron, porque quizás ese primer beso
podría ser el último. O tal vez, desde esa noche, su corazón ya no le pertenecía.
Su amigo la encontró deshecha en lágrimas, entonces la charla comenzó: ;
Él: ¿Por qué lloras?

Ella: Él se fue —dijo simplemente—. Dejó de amarme... ¿Cómo puede ser posible algo
así?
Él: A veces, o siempre, uno no puede elegir qué sentir.

Ella: Quien recibe amor, debe dar amor.

Él: ¿Como si fuera un impuesto a pagar?

Ella: No necesariamente, pero si te aman, lo menos que puedes dar es lo mismo.

Él: ¿Recuerdas el ave?

Ella: ¿Qué ave?

Él: Aquella que encontraste luego de una tormenta, herida en un ala. Sin obligación ni
motivo alguno, le diste un hogar hasta que sanó y le devolviste su libertad.

Ella: ¿Quieres decir que está bien que me usen para sanar?

Él: No, digo que lo que uno da por amor no debe tener interés alguno, ni siquiera amor
mismo. Esa ave seguramente te amaba también, pero no por eso dejaría su vuelo ni su
propia naturaleza, y tú tampoco dejarías de ser humana para unirte a su vuelo.

Ella: Sigo sin entender...

Él: Se llama amor propio. Si el ave te hubiera amado más que a ella misma, se hubiera
quedado en tu jaula para no perderte. No hagas lo mismo, debes amarte, volar...

Ella: Es fácil decirlo.

Él: Nada es fácil, ni para el ave volar ni para vos quedarte. Pero nadie puede atar a
nadie si no se aman mutuamente. Primero busca amor hacia vos misma, para no depender
emocionalmente de nadie.
Era un sábado, 15 de julio de 2023. Hacía más de un mes que no me permitían verlo.
La comunicación también había sido escasa en ese tiempo. En su hogar, yacía una
violenta represión emocional, donde él solo podía mencionar por mi nombre, y no por lo
que soy: su padre.

Pasé a buscarlo. Era un mediodía frío pero no demasiado. Esperé en esa puerta a la
hora acordada por unos minutos, hasta que salió. Aprendí muy bien a contener mis
lágrimas hace tiempo, ya que lamentablemente es normal que por largas semanas me
impidan su contacto. Pero no pude disimular las nieblas de amor en mis ojos al verlo.
Sonriente, él siempre sonriente. No puedo imaginarlo de otra forma; ojalá tuviera esa
sonrisa iluminada luego de haber pasado —y pasar— tantas tempestades a sus cortos 8
años de edad.
Hablamos de forma fluida mientras caminamos, como siempre. Me cuenta sus
alegrías, sus dudas, nada fuera de lo normal. No pierde su magia al declarar de manera
repentina: "Te amo, papá" y "Te extrañé", sin importar el tema en cuestión en la charla ni el
contexto que nos invade. Él siempre aplica esas vendas directo en mi corazón.
En cuanto a mi economía, salud mental y emocional, estaba pasando por uno de los
periodos más oscuros de mi vida. Trabajando como simple portero de escuela, mi sueldo,
aparte de ser bajo, llega a destiempo. Pero es la única labor que se amolda a mis estudios
nocturnos, ya que veo en mi carrera la esperanza de un futuro mejor para mis hijos: la
docencia. En cuanto a mi bienestar mental y emocional, se ve afectado por estas disputas
con las madres de mis hijos. Ninguna tiene sentido, salvo el simple afán de causarme dolor
de forma maquiavélica. Los sentimientos de mis hijos son un daño colateral.

A pesar de todo esto, mis estudios y mis esperanzas como padre vencen a la
depresión que antes me invitaba a morir. Con lo poco que llevo en mi bolsillo, llevo a mi
niño a pasear a la plaza, al parque municipal de la ciudad. Hacemos pan casero ahí, vemos
los animales de la granja y volvemos caminando a casa. Lo noto feliz y animado. En casa
jugamos a todo lo que tenemos a nuestro alcance, tratando de evadir la tecnología lo más
posible, aunque es casi inevitable que quiera mostrarme los Pokémon que captura o
juguemos un rato al tenis en la Nintendo Wii. Al día siguiente, su madre se sorprendió
cuando él manifestó querer quedarse más tiempo conmigo. Mi sorpresa no se debía a su
deseo, sino a su valor para expresarlo sin dejarse influenciar por su madre, quien durante
seis años había logrado convencerlo para regresar con ella.

Ese día me sentí como Wallace ganando una batalla, venciendo demonios de
manipulación que habían atormentado a mi niño durante tanto tiempo, sin usar insultos ni
manipulación, solo con el amor que le tengo.
Aprovechando las vacaciones de invierno, pude disfrutar su compañía a pesar de
trabajar día por medio. Continuamos con paseos simples, canciones, juegos de mesa y
cartas.

Su madre llamó los lunes y miércoles de aquella semana, pero él respondió de forma
indiferente, afirmando que quería seguir conmigo. Se molestaba al escucharla y lloraba; su
madre solía generarle culpa para asegurar su regreso, pero esta vez no funcionó.

Él se quedó conmigo hasta el domingo, a pesar de no querer irse, ya que era el


cumpleaños de su abuelo materno y no quería faltar.

Fueron ocho días hermosos, mayormente nublados y fríos, pero nada empaña mi
alegría por tenerlo cerca como pocas veces en los últimos años. La última noche juntos,
aprendió su primera melodía en mi guitarra, un final perfecto para aquella obra de arte.

¿Por qué no es posible la tenencia compartida? ¿Es más importante causar daño al
otro que el bienestar del niño? Me lo pregunto diariamente.

Mi pequeño guerrero, seguiremos luchando juntos.


El amor venció esta vez y vencerá.
"Pero no..."
Son seis letras nada más, con tanto poder destructivo como una simple célula
cancerosa.

Con esas dos palabras se puede destruir al corazón más duro, no existe diamante que
lo resista. Esas seis malvadas letras, son el himno de la tibieza, aquella tibieza que quema
más que el fuego azul de un amor adolescente.

Podemos ver la tibieza humana cada vez más frecuentemente a nuestro alrededor. Por
ejemplo, aquella joven que soñaba ser abogada, pero la carrera le parecía demasiado larga
y difícil, por ende se conformó con el primer trabajo que se le presentó. O en aquel
docente, que ya le da igual si el niño aprende, el sistema lo venció y acabó por asesinar su
pasión.

Vaya que esas "tibiezas" nos hacen daño, podría afirmar sin titubear, que la gente tibia
es peligrosa. Cuando alguien no sabe lo que quiere, se daña a sí mismo y muchas veces a
terceros. Así como también, hay quienes saben lo que quieren, pero no luchan por ello.

Cierta vez, dos jóvenes se conocieron en persona luego de semanas de largas charlas
telefónicas. Ambos tenían el corazón lleno de cicatrices, un historial amoroso cubierto de
ruinas, de violencia, de gritos y silencio. Pero, eso sí, ambos sabían muy bien lo que
querían:
Simplemente, querían ser amados y aprender a amar.

Pero no, no pudo ser... la tibieza una vez más, cortó las piernas del amor, le arrancó
los ojos con frialdad, y los reemplazó por espinas. Mientras uno brindaba el fuego, el otro
solamente le dio humo. Mientras uno de ellos abrió sus alas, el otro apenas soltó un suspiro
y ambos cayeron al vacío. Mientras uno siempre daba el "Sí", el otro respondía: "Sí, pero
no..."

Tener ideales hoy en día, es difícil, todo es genérico. Todos viven el día a día, el
momento, lo superfluo, las cosas más efímeras que posee el humano hoy son su felicidad:
el cuerpo, el vestido o el deseo.
El amor a largo plazo, así sea hacia una persona o a una profesión, hoy parece una
mala palabra, anticuada e imposible. Algo que se que muchos sueñan, algunos lo buscan y
muy pocos lo encuentran.
Ese anillo, tan hermoso por cierto, que llevas en tu mano izquierda, simbolizando tanto.
Hace años se coronó como la propiedad de alguien, pero aún hoy en tu plena libertad,
ese anillo sigue ahí. Podría simbolizar una mentira, acaso.
Un compromiso de amor, una promesa realizada irónicamente solo por eso:
compromiso. Un cheque de oro, para pagar facturas impagas de tu infancia, para
compensar sueños paternos que no son los tuyos.
O simplemente, para matar la soledad.

Podría simbolizar una verdad, también. En el momento que fue instalado entre tus
dedos, creías en su simbolismo: el amor. Pero qué raro es el humano, ¿no te parece?.
Busca algo que no conoce, compra lo que no necesita, mira lo que es invisible, sueña lo
que es intangible.
Algo es seguro, simboliza tu pasado y tu presente, un pasado aún muy presente mejor
dicho. Es presente, porque aún está entre tus dedos, y es pasado, porque ese amor que
creías mutuo, ya no existe o tal vez jamás existió.
Pero, ¿qué será de tu futuro?. Llevando el pasado entre tus manos, el dolor entre tus
lentes y tus ojos, el desamor entre tu inteligencia y los diplomas, la ansiedad entre la
almohada y tus oídos, la depresión entre el alma y la mente.
Mi guerrero no es de papel, pero es frágil como uno.
Mi guerrero no es de papel, pero lleva escritas muchas heridas en su piel.

Mi guerrero, no es omnipotente, pero tiene poder. El poder de curar mi cabeza cuando


quería despegarse de su cuerpo, el poder de renovar mis sueños olvidados, el poder que
no poseo ni poseeré sin su presencia.

Mi guerrero no usa armas, es valiente sin ellas, es casi mortal su mirada.


Con un "Te amo" suyo, hubiera derribado las murallas de Troya, con su abrazo se licua
el diamante más puro, con un beso blanqueaba hasta el ébano más oscuro.
Mi guerrero posee la magia que perdió el mundo moderno, no necesita trucos y poleas,
su hechizo es el amor, el amor que no tenemos.

El corazón de mi guerrero a veces se agranda tanto que apenas cabe dentro de su


pecho, se agita y se confunde, se irrita y se molesta... y es que los ángeles jamás se
acostumbran a habitar dentro de un simple humano.
No se si mi guerrero comprende el amor que le tengo, y es que soy tan
imperfecto...que me avergüenza llevarlo de la mano, como quien presume el agua en
medio del desierto.

Mi amado guerrero, la batalla es dura, y lamento ser solo una pequeña parte de tu
frágil armadura.
Pero ahí estaré presente, quizás deshecho, poniendo mi vida delante de tu pecho si
acaso una flecha de depresiones se atreve a querer herirte nuevamente.
Soporta corazón, soporta. Que no has perdido, aunque tampoco ganaste esta batalla.
Que te han herido, más no estás muerto.

Por favor, no reprimas ese grito, mejor transfórmalo. Cada bocanada de dolor serán
toneladas de sabiduría, y ese enemigo por el cual rezas se quedará sin armas con cuales
herirte.

Por favor, no reprimas ese llanto. Porque cada lágrima acabará convertida en nube,
para llegar en forma de lluvia sobre el ser que amas, para darle la paz que tanto le hace
falta.

Respira corazón, respira. Que respirar casi siempre es involuntario, pero vital. Así
como amar y odiar, inevitable, pero necesario.
Pues quién te cortó el aire aquella vez, no sabe del amor.

Aprende corazón, aprende. Que aprender es necesario para enseñar y enseñarte.


Enseñarte a ti mismo, que no se puede aprender sin equivocarse.
Nadie debería equivocarse sin haber aprendido algo, aunque a veces eso no pasa.
Perdona, corazón, perdona. Que perdonar te hará más fuerte que el odio. El perdón te
acariciará antes de dormirte, más el odio solo te bañará de insomnio.
Por lo tanto, uno te hará soñar de nuevo y el otro... El otro es sólo fuego, fuego y dolor.
Ella, la que perdona los errores que ni yo mismo me he perdonado.
Sabe hacerme soñar sin siquiera estar dormido, sabe enhebrar mis angustias y
convertirlas en prendas con color del paraíso.

Ella, la que subraya los títulos de cada día .


Sabe acariciar la carne y el alma al mismo tiempo, convirtiendo a este soldado de
plomo en una aleación de pasiones y deseos.
Ella divaga entre mis murallas con un arco de guirnaldas de diamante.
Para que encuentre el camino a casa, siguiendo el camino más brillante.

Ella es el elemento químico que Dmitri olvidó en su tabla. Es el electrón faltante en


cada uno de mis átomos, el receptor de mis neurotransmisores.
Ella separa los colores en gamas que desconozco, pero me ayuda a identificarlos, para
pintar nuestras paredes, y con sus pinceles de besos diseña mis sentidos.
Y de ella soy mendigo, porque me declaro esclavo de su voz. Porque silencia sin gritos
los reclamos de mi corazón.

Y de ella soy espina, esa que a veces daña pero es parte de la flor. Y a su vez protege
con filo suficiente cada pétalo y color.
Y de ella soy hechizo, porque mis palabras nacen de su magia. El hechizo del querer
eterno, no conoce cura ni distancia.
Y de ella no soy digno, porque ser digno es sinónimo de perfección. Sin embargo seré
elocuente en mi miseria sentimental, para ser, por ella, cada día mejor.
Atilio despertó exhausto, después de hablar varias horas con ella. Ella era hermosa,
inteligente y culta; sentía que la conocía, quizás de alguna vida anterior.
En esos días, la esperanza de ser amado como nunca por una mujer lo encegueció.
Así, tanto su piano como su cuaderno volvieron a desbordar de versos y pensamientos:

"Mi espejo de papel tiene sus hojas muy confusas últimamente. Lleno de preguntas sin
resolver, la ansiedad adorna sus bordes como manchas de humedad. ¿Qué debo hacer,
sentir o pensar? ¿Qué debo creer y qué no?

Sé que vivir sin ilusiones transforma la vida en una corona de espinas. Pero muchas
veces esas ilusiones de cristal se incrustaron en mi pecho después de romperse.
Sin embargo, yo sigo con esa ilusión de labios rojos, los que beso cada noche en la
distancia de mis sueños. No sé si una sinapsis desconocida nos mantiene unidos, ni cuál
es mi lugar en su respiro, pero sin inhibir su libertad, quiero ser su dueño."
Él siguió esperando. La madrugada avanzó despacio sobre la ciudad. Las agujas del
reloj eran cómplices de su sufrimiento y se clavaban en su pecho como dardos
envenenados de ansiedad.

Aquel amor intangible, irreal, quizás imaginario, quizás incorrecto, llevaba poco tiempo
en su vida, pero logró plantar su bandera. Con promesas anestésicas de amor, aquella
doncella evadió sus defensas. El joven poeta entregó a su merced la totalidad de su
pensamiento y sentir.
Pero siempre hay un "pero" en las historias más hermosas. Y aquellas palabras quizá
no fueron remedio suficiente para el inseguro poeta y su depresión crónica. Él amaneció,
como muchas veces en las últimas dos semanas, ciertamente. Pero esta vez amanecía
esperando una respuesta a su reclamo de amor tangible.
Y ese llamado... jamás llegó.
Le hablé y me escuchó. La leí, y me escribió.
La mire y sin querer la comencé a idealizar.
El negro de sus cabellos hacen nudos en mis sueños, mientras la lluvia moja el
pavimento de mi calle, la madrugada avanza desvelando mi ego.
No sé puede amar lo que no se conoce, ¿O acaso lo es?,
Porque recorrí sus labios sin siquiera estar en ellos, hasta saboreé su boca de fuego
está noche de invierno.

He bailado un tango entre sus brazos, sin siquiera saber hacerlo. Incluso he acariciado
el terciopelo de su piel mientras me arropaba la soledad en mi lecho.

La he nombrado en un susurro, mientras me inquietaba el deseo.


¿Y si fuera ella? Diría Sanz.
¿Y si la locura me ha consumido ya? Yo me preguntaba.

¿Qué sádico emperador romano habré sido en mi vida pasada...cómo para merecer
que en cada reencarnación se desgarran mis esperanzas?
La oscuridad se ilumina con el brillo de sus ojos, la he imaginado en cada rincón de mi
cuarto, en cada sombra que proyecta la luna. Su presencia es un fantasma que me
persigue, un espectro que me atormenta. ¿Y si la encuentro en un sueño? ¿Y si la pierdo
en la realidad?
La incertidumbre me consume, me devora por dentro. ¿Qué será de mí si no la
encuentro? ¿Qué será de mí si la pierdo? ¿Pero cómo puede perderse lo que aún no se ha
ganado?
Lucía aún estaba despierta, aunque no debía. Las clases comenzaban a las 8 de la
mañana y ya era de madrugada; su celular seguía iluminando su cara.
El planeta había dado catorce vueltas al Sol desde su llegada, pero en su cabeza, el
mundo giraba en torno a sus redes sociales.
En aquella red, todo parecía perfecto; las apariencias eran lo fundamental. No
importaba si pasabas hambre, frío o si la lluvia penetraba tus paredes; un simple filtro
digital lo solucionaba todo.
Pero no todo podía cubrirse con filtros. Su vida familiar era tan poco funcional y
carente de amor que sentía envidia de sus compañeros de curso. Cerca de los ansiados
"quince", Lucía se dio cuenta de que era todo una farsa, incluso ella misma; era solo una
máscara, un prototipo, una fotocopia, un cuerpo más.
No era nada de lo que aparentaba, aunque quisiera serlo; era mucho más. Si
pudiéramos hacer una radiografía en su alma, encontraríamos esa pasión que tenía al
cantar, esas artesanías simples pero con mensajes poderosos que hacía para regalar.

Porque ella, antes de entrar al circo violento de la adolescencia, era otra persona;
ahora ni ella podía reconocerse. Su plan de adaptarse a la sociedad falló; no podía con sus
dos personalidades, el amor y el odio propios de su carne, que comenzaron una batalla que
terminaría en guerra. La guerra contra la depresión fue ardua, pero tras un año soportando
ataques de pánico y siestas forzadas con medicamentos, Lucía pudo festejar sus dieciséis
años en casa, en el mundo real, donde sus amigos virtuales regalaron su ausencia para
dejar el lugar a las amistades reales, donde aprendió el poder de destrucción que tiene lo
irreal. Porque dejar de ser quien era para seguir una moda simplemente la destruyó; ella
era un papel al viento, en blanco y sin destino, una monografía de vacíos existenciales
escrita sólo con letras mayúsculas, una muñeca de trapo usada por un sistema perverso y
hambriento de juventud consumista.
Ella era lo que jamás fue.
Y la niña desapareció, ¿dónde estaba?
Su peluche verde se quedó solitario en la cama.
El viento susurró entre las cortinas,
mientras ella ya no jugaba con sus muñecas.

Su risa, antes tan clara, ahora se esconde y rechaza a las demás,


sus pasos se alargan, ya no corre ni responde.
El reflejo en el espejo ha cambiado,
su rostro tímido por nuevas sombras queda marcado.

El cabello castaño ya cae más lento,


y sus sueños se entrelazan con el viento.
La niña se va, ¿pero algo queda?
Algún suspiro, un recuerdo, alguna huella.

A veces, en las noches sin luna, se escucha un susurro,


un anhelo de caminos que el viento guarda entre sus muros.
Un viaje prometido, como un suspiro guardado,
en la brisa que pasa, en el silencio que queda marcado.

Pero su padre, como un árbol viejo, no ve las raíces que crecen,


ni la danza de las alas que, en silencio, se mecen.
Y la niña, aún en su sombra, sabe de ese lugar
donde el tiempo se disuelve, y ella puede, por fin, volar.

Y aunque en el pecho de su padre, una duda persiste y se enreda,


el tiempo, en su danza, le enseña a ceder la cuerda.
Y aunque su alma tiemble ante lo desconocido,
al final se encuentra con lo que ha nacido.

Así, en ese laberinto de lo que no comprende,


aprende a soltar, mientras el alma de su princesa se extiende.
El eclipse comunicativo en su corazón había comenzado, pero no fue con palabras
como él imaginaba según sus vivencias y dialecto. Aquella interacción fue más que solo
eso; sintió una conexión penetrando su pecho en formas de hilos ansiosos.
Según palabras de los sociólogos Gettyes y Dawson, lo ocurrido fue una simple
interacción social, es decir, el proceso donde las personas compenetran su mente en forma
mutua por medio de la comunicación. Pero, en esta comunicación no había palabras; su
lenguaje fue formado con solo miradas.

"¿Cómo es posible?", pensaba iluso. Solo con esa mirada, aquella joven construyó un
puente entre los dos, donde él se sentía inestable emocionalmente. Necesitaba un soporte,
un andamiaje quizá, o sea alguien que le indicara cómo actuar hasta sentirse listo para
volar solo en los paisajes desconocidos del amor.

Pero, ¿cómo se dará cuenta de que ha aprendido?, ¿cuándo podría ese conocimiento
formar parte de él?, ¿cuándo ocurrirá esa abstracción? El ya no era un niño, sino un
adolescente luchando con nuevos sentimientos y su último año de secundaria, pero el amor
no es una materia, ni un taller seminario.
Por ende, pensó en su mejor amigo para ayudarlo a constituir su zona de desarrollo
potencial. El diálogo nace:

"¿Qué debo hacer? ¿Cómo sabré si es mutuo el interés y que no malinterprete esa
mirada? ¿Pudo ser tal vez mis propios ojos reflejados en los suyos nada más?", le
cuestionó a su compañero.

"Tranquilo, canejo, esto es de a poco, paulatino y difícil, como un reloj de arena


mojada", respondió rápidamente su amigo, a quien por cierto le gustaba filosofar.

"¿Podes aflojar hablando como Benedetti y pasarlo al castellano?"

"Claro, rey, a tus órdenes. Entiendo que en tu capital cultural parece que la idea del
amor está escrita de forma muy borrosa; necesitas mejorarla para pasarla al capital
lingüístico que te permitirá expresarle a ella lo que te pasa, o al menos entender un poco
más que te pasa a vos. Voy a ser tu andamiaje en este camino, tu hombro, tu oído y parte
del corazón quizás un poco. Cuéntame lo que sientes, lo que sabes de ella, y mi filosofía
barata va a transcribir todo eso en una carta de tu parte, para ella."
Su colega era así, tan expresivo como brillante en la comunicación. Luego de aceptar
su ayuda, juntos crearon la carta para aquella niña que disolvió su pensamiento como
azúcar en el agua.

La carta:
Glosario de “El lenguaje del amor”:

Interacción social: se describe como un acontecimiento que cambia la actitud y el


comportamiento de las partes implicadas. Es una relación en la que participan al menos
dos individuos y en la que las condiciones sociales de la vida de las personas se ven
afectadas o modificadas.

Andamiaje: (En el aprendizaje) constituye una estructura provisional, aportada por el


docente o los pares más capacitados, que sirve de apoyo al estudiante en la construcción
de los nuevos aprendizajes, la cual es retirada una vez que el estudiante es capaz de
funcionar de manera independiente.

Abstracción: En educación, la idea de abstraer se relaciona con el momento en que el


conocimiento entra a formar parte de la vida del sujeto (inicialmente en una categoría
mental) y se confirma con un comportamiento explícito que nos permite ver que se ha
logrado la "abstracción".

Lenguaje: facultad del ser humano de expresarse y comunicarse con los demás a
través del sonido articulado o de otros sistemas de signos.

Zona de desarrollo potencial: El propio Vygotsky la definió como la distancia entre el


nivel de desarrollo real (determinado por la resolución independiente de problemas) y
potencial (determinado por la resolución de problemas bajo la guía de un adulto o en
colaboración con compañeros más expertos).

Capital cultural: comprende las representaciones, conocimientos, habilidades,


actitudes, aptitudes que desarrolla el ser humano con base en sus experiencias familiares y
contextuales.

Capital lingüístico: dominio que se tiene de el dialecto y la forma de utilización como


instrumento de comunicación para establecer vínculos con otras personas, el mundo,
informara otros sobre objetos, acontecimientos y sentimientos.

También podría gustarte