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Adicional Una Práctica Extraterritorial

El psicoanálisis se presenta como una práctica extraterritorial en relación con la medicina, ya que aborda el sufrimiento del paciente desde la singularidad del sujeto, a diferencia de la medicina que se centra en el cuerpo como objeto. La intervención del psicoanalista busca restituir la voz del paciente y permitir la articulación de su angustia, promoviendo un nuevo significante que modifique su experiencia del padecimiento. A través de ejemplos clínicos, se ilustra cómo el psicoanálisis puede ofrecer un saber diferente que complementa la práctica médica, manteniendo su autonomía y extraterritorialidad.

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Adicional Una Práctica Extraterritorial

El psicoanálisis se presenta como una práctica extraterritorial en relación con la medicina, ya que aborda el sufrimiento del paciente desde la singularidad del sujeto, a diferencia de la medicina que se centra en el cuerpo como objeto. La intervención del psicoanalista busca restituir la voz del paciente y permitir la articulación de su angustia, promoviendo un nuevo significante que modifique su experiencia del padecimiento. A través de ejemplos clínicos, se ilustra cómo el psicoanálisis puede ofrecer un saber diferente que complementa la práctica médica, manteniendo su autonomía y extraterritorialidad.

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"Una Práctica Extraterritorial"

(*) Reunión Lacanoamericana De Psicoanálisis, Bahía Blanca, 2009.

Noemi Lapaco

Lacan nos dice en “Psicoanálisis y Medicina” que la posición del psicoanálisis en la medicina,
es extraterritorial debido a la posición de la medicina respecto del psicoanálisis pero dice
también:“Es extaterritorial por obra de los psicoanalistas quienes, sin duda tienen sus razones
para querer conservar esa extraterritorialidad” (1)
Veamos entonces cuales son, a mi criterio, algunas de esas razones.
La inserción de psicoanalistas en una institución médica, implica soportar una necesaria
torsión discursiva entre la práctica médica y la práctica del psicoanálisis.
Ambas prácticas operan sobre los padecimientos que atraviesan a un paciente desde
diferentes posiciones en cuanto a las relaciones entre saber y verdad generando, en
consecuencia, efectos específicos diferentes.
La fundamental diferencia entre ambas prácticas es que la medicina ordena su práctica en
función de un saber generalizado sobre lo real del cuerpo, excluyente del sujeto que lo habita.
El psicoanálisis opera en cambio, en dirección al sujeto en tanto efecto de un significante para
otro significante
Nos orientamos hacia lo no sabido en dos direcciones al menos:
1. En lo singular de cada paciente respecto de la propia implicación en su padecimiento, y
2. operando también desde el analista, como lugar vacío ofrecido para la circulación de la
palabra.
Para el psicoanálisis no va de suyo que un organismo sólo por estar vivo sea significado como
un cuerpo para quien lo habita.
Para que lo sea, además de la organización en órganos y funciones vitales, un cuerpo debe
haberse unificado en articulación imaginaria a una imagen virtual para alguien, que debe
contar también con la marca simbolizada de lo no especularizable, de lo que allí falta,
circulando en su palabra en relación a otros.
Si retomamos el texto al que nos referíamos al inicio encontraremos además, otra
coordenada referida a la relación de un sujeto y su cuerpo: “Este cuerpo – nos dice

Lacan - no se caracteriza simplemente por la dimensión de la extensión: un cuerpo es algo

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que está hecho para gozar, gozar de sí mismo. La dimensión del goce está excluída
completamente de lo que llamé la relación epistemo-somática. Pues la ciencia no es incapaz
de saber qué puede, pero ella, al igual que el sujeto que engendra, no puede saber qué
quiere”...
Habrá cuerpo, desde la perspectiva del psicoanálisis entonces, sólo si hay alguien que lo diga
“mi cuerpo”, goce de él y lo unifique en una imagen que lo representa en la escena pública.
No voy a desplegar aquí, no es el propósito de este escrito, todo lo que la función del ideal y
de lo bello inciden, en esta determinación en cada época
Imagen, marca simbólica de la falta y goce singularizados en el marco de una escena
fantasmática son así sus coordenadas constitutivas .
Éste cuerpo subjetivado se verá afectado necesariamente en sus funciones por esta triple
determinación, y sus accidentes tendrán resonancias singulares en cada sujeto..
“Es sabido, y nos parece un hecho trivial, - nos dice Freud en Introducción del Narcisismo
-que la persona afligida por un dolor orgánico y por sensaciones penosas resigna su interés
por todas las cosas del mundo exterior que no se relacionen con su sufrimiento”...“Dice
Wilhelm Busch, acerca del poeta con dolor de muelas: En la estrecha cavidad de su muela se
recluye su alma toda.” (2)
Intentaré situar algunas coordenadas que harían eventualmente posible la emergencia de otro
saber que el de la ciencia, en el caso de las interconsultas al psicoanalista por pacientes
internados en una institución de medicina general.
Alguien enferma ya sea en circunstancias de una contingencia, de una conversión histérica,
de una delusión hipocondríaca o de una lesión psicosomática
La medicina, para cumplir su función, necesita objetivar los cuerpos en parámetros
universales y debe hacerlo así para alcanzar su eficacia. En tanto objeto de estudio en el
campo de la ciencia, los cuerpos son tocados, manipulados, hablados, medidos, escuchados,
con exclusión de quien los habita.

El necesitar asistencia, por otro lado, ofrece al paciente la ocasión de regresar a una posición
infantil, resultado de la relativa pérdida del dominio del cuerpo y del mundo. Se aliena, se
objetaliza, se entrega. En las situaciones de internación, sobre todo si ésta se prolonga, pierde
su autonomía, la imagen que lo representa, los escenarios conocidos y hasta su nombre.
Julia, Carlos o Santiago, pasan a ser nombrados como “el neumotórax”,“la cesárea” o “la
cadera”. Lo asubjetivo se muestra en primer plano, lo Real se presenta entonces
descarnado.
Decimos que la posición de un analista en la Interconsulta se constituye bordeando lo que no
es, ya que no es médica, y no es tampoco asistencial.
Es decir, no se orienta hacia algún bien para el otro, sino hacia la oportunidad de producción
de algún nuevo significante o alguna nueva significación que modifique la posición del
hablante en su decir, acerca de ese puntual padecimiento que lo aqueja.

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El que enferma regresa desde la unificación corporal a la alternancia primaria placer-displacer,
sin contar muchas veces con un punto de anclaje subjetivante respecto de ese padecimiento.
Esta experiencia queda entonces significada como del orden de lo siniestro.
El dolor corporal, las invasiones repetidas por la indicación de estudios exploratorios y
curaciones, estimulan posiciones de goce masoquista que, por erotización parcial, propician la
fragmentación corporal, la disociación yoica y el aplastamiento del deseo. Si el cuerpo duele,
el yo sufre y el goce del dolor y el sufrimiento alienan al sujeto.
Allí la operatoria de la mirada es del orden de lo necesario. Ofrecer en lo Real un espejo que
posibilite reunificar la imagen y reintegrar la unidad yoica parcialmente perdidas, y
sancionarlas desde el lugar del Otro, desde la palabra, es la dirección primera de las
intervenciones que proponemos.
Una intervención en lo Real, que opera desde lo Simbólico, produciendo efectos en la
consistencia Imaginaria que los anuda.
No nos proponemos hacer una etiología subjetiva de la enfermedad orgánica, lo que
supondría una concepción dualista del parlêttre. Le suponemos sí, una estructura de cualidad
borromea, en la que cuerpo, vida y muerte se anudan de tal modo que la

alteración de cualquiera de esas consistencias produce efectos en las otras dos y en el


sentido y los goces determinados por sus intersecciones.
Sostenemos la suposición de que "eso", el sufrimiento corporal, no es todo; de que aquel sufrir
que se presenta desde el cuerpo, en la medida en que sea dicho, en que resulte articulado a
una envoltura ficcional, será pasible de ordenarse simbólicamente, camino por el cual el
principio del placer empujará más lejos, más allá, la barrera que hace al dolor, al sufrir, al
gozar.
Restituir algo, una chispa siquiera de posición deseante, de la vigencia legítma para el sujeto
de un saber “otro” que el que propone la ciencia, uno propio, y poder hacer algo con él
constituye el horizonte de nuestra intervención.
Se tratará entonces de escuchar en cada caso, la significación actual que toma ese puntual
episodio para quien habla. Se ordenará así el goce en juego, en otra dirección que el puro
padecimiento.
Nos convoca cada vez el deseo de que algo de la posición del analista puede jugarse también
en esa práctica. Ser al menos dos, como nos decía Lacan (3), implica sostener ese deseo
cotidianamente y también intentar este acto de escritura.
Nos proponemos transmitir algo de esta experiencia de entrecruzamiento entre el saber de la
ciencia que ordena la práctica médica y el psicoanálisis, que supone una estructura de saber
articulada por la falta y mantener, por buenas razones, la extraterritorialidad del psicoanálisis
respecto de la medicina.
Es a la vez un intento de acotar por vía de la escritura, los efectos siniestros que sobre
nosotros mismos retornan ante la presencia de lo Real del semejante.

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Una mujer joven, de treinta y pico de años, sufre el último tramo de su enfermedad. Tiene
cáncer y los médicos no esperan que sobreviva más que algunas semanas. Les llama la
atención el encierro en que se ha sumido repentinamente: de pronto no habla con nadie ni
quiere comer y no hay forma de acercársele. En el límite de su saber los médicos nos
consultan.
Me acerco a ella, la saludo, me presento y le doy las razones de mi presencia a su lado a lo
que ella apenas responde con un mínimo balbuceo y sin mirarme. Sigo su mirada y

veo sobre la mesita de luz las fotos de un par de niños, le digo-¡qué hermosos chicos!- Gira
hacia mí la cabeza, murmura:“son mis hijos” y zolloza. Le pregunto como se llaman, cuantos
años tienen, si van a la escuela y comenzamos así una mínima charla
acerca de ellos. Cuando la noto cansada, me despido y le anuncio que regresaré al día
siguiente.
Me reconoce al llegar, le pregunto como está, y comienza a decir acerca de su enfermedad.
De a poco, en varias entrevistas diarias repasa las diferentes operaciones, estudios y
tratamientos, la esperanza, la desesperanza.
Los médicos me dicen que desde que comenzamos las entrevistas está más animada, ha
vuelto a alimentarse y responde cuando alguien le habla.
Da la impresión de que sabe claramente que va a morir, sólo se angustia cuando menciona lo
que el esposo y sobre todo sus dos niños de cinco y siete años han tenido y van a tener aún
que sufrir.- “¿Ud podría ayudarme?” - pregunta en una de las que serían nuestras últimas
entrevistas. Entre el horror y la piedad le digo que si me dice qué necesita, a lo mejor algo
podría hacer. Vivamente dice: –“es que no puedo pensar en irme sin despedirme de mis hijos.
Yo sé que les voy a faltar, pero quisiera verlos, y que ellos también puedan decirme adiós.
Hace dos meses que no nos vemos. No los dejan entrar y mi esposo tampoco puede traerlos,
él sale de trabajar a las ocho y ya no hay visita en el Hospital a esa hora”.
Me dirijo entonces a los médicos, les cuento lo que he recortado de mi intervención y
acordamos que ellos arbitrarían las medidas necesarias, más allá de las normas
institucionales, para que la familia pueda visitarla. Al día siguiente se la traslada a una
habitación individual, donde habrá menos riesgo de contagios para los niños y el horario es
más elástico.
No se trata sólo de la vida y la muerte, también de que más allá de ellas un sujeto logre
articular en palabras algo de lo que produce su angustia y limitar en lo posible de ese modo, lo
inabordable de lo Real. Aquí no se trataba sólo de la angustia frente a la muerte en ciernes, no
estaba sólo deprimida porque tenía cáncer e iba a morir.
La angustia era causada también por la falta de la presencia de los hijos, angustia de
castración para esta madre que no quería perderse para ellos sin un acto de despedida.

Diferenciarlas nos permitió operar, más allá del pedido médico por su supuesta “depresión”.

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Un hombre de cerca de 55 años se ha fracturado la cadera. Fue internado para operarse, pero
él quiere volver a su casa. Parece ignorar su estado y no aceptar su condición de
imposibilitado temporalmente para caminar. Los médicos nos llaman “para convencerlo” de
aceptar la operación que necesitaba, es decir, para acallar ese malestar no comprensible
desde su lógica.
Lo encontramos efectivamente muy agitado, dice que quiere volver a su casa, que no puede
pasar tanto tiempo aquí, que tiene su taller en la misma casa y tiene que atenderlo. Su señora
y los dos hijos mayores trabajan fuera y le preocupa especialmente su hija de 15 años que se
encuentra sola al llegar de la escuela.
“Yo tengo que estar ahí para cuidarlos, yo siempre cuidé de todos, no puede ser... Pueden
ponerme algo, un yeso e irme a mi casa, ¿para qué van a operarme?”- dice.
Le pregunto por la fractura, cómo se produjo, qué le pasó....y cuenta que habiéndose
levantado de noche para ir al baño en la oscuridad, como habitualmente hacía, regresó a
tientas a su cama y se zambulló sobre ella. Claro que la cama no estaba allí.
Habiendo equivocado el cálculo de la distancia recorrida, cayó estrepitosamente al costado de
la misma, fracturándose.
No puedo menos que sonreír y le digo que él que tanto se preocupa por cuidar a todos parece
haber cuidado bastante poco de sí mismo.
Dos días después regreso a verlo y me sorprende aferrándose con ambas manos a mi brazo.
Un poco incómoda le pregunto cómo está y me dice...”Sabe Dra.? Me quedé pensando tanto
en lo que Ud. me dijo - ¿qué le dije?- que cuido a todos, pero no me cuido yo”.
Relata entonces, con lágrimas en los ojos ,... “yo siempre cuidé de todos. Cuando tenía
quince años falleció mi mamá y como mi papá trabajaba todo el día lejos de casa, yo quedaba
al frente y cuidaba de mis hermanitos, yo era el mayor. Siempre supe que esa era mi
obligación, cuidar que a ellos no les pasara nada: les cocinaba, los mandaba a hacer las
tareas de la escuela, miraba con quien se juntaban a jugar. Mi papá venía muy tarde. Yo no
podía fallarle”.

No podía dejar el lugar del que cuida a todos sin que esto fuera, en la singular significación de
su economía subjetiva, fallarle al padre.
Una vez fallecido el padre y crecidos todos los hermanos, se independizan, trabajan y tienen
sus propias familias. Aún así, él sigue ofreciéndose en el lugar asignado por éste; es al que
todos recurren si algo sale mal y necesitan ayuda - “No puedo faltarles”- dice.
Le digo que a lo mejor pueda faltarles de vez en cuando, sin que para eso tenga que
lastimarse y también que una operación de cadera no es la muerte de nadie.
Aquí la intervención opera sobre el sentido, no sin los significantes con que él se presenta,
aún cuando no sabe acerca de su valor de representación.
Está ya más tranquilo, hasta alegre, me presenta a su mujer – “ella siempre me cuida” dice.
Algunos días después llega la prótesis que necesitaba y pueden operarlo. Cursa el post

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operatorio y se externa sin ninguna complicación.
Despegada la escena fantasmática de la actual, ya faltar hoy no es igual que faltarle al padre y
él puede, al menos por esta vez, hacer lugar al ser cuidado, a darse a cuidar, sin que eso
signifique necesariamente soportar una fractura.

Quienes hacen el pedido en una Interconsulta, no sólo no saben sino que muchas veces
tampoco quieren saber, sobre la causa ICC de sus tropiezos, es decir, llegan a la consulta sin
que se constituya allí ninguna demanda en el sentido analítico.
Tratamos, aún así, de ejercer la puntual lectura de lo dicho bajo la luz de la suposición de un
saber “otro”, ICC, y asumir en consecuencia el acto que resulte allí de nuestra
responsabilidad.
Si el analítico en un hecho de lenguaje, y su estructura discursiva es otra que la de la lógica
formal, es en los tropiezos lógicos de los dichos de quienes hablan donde podremos leer otra
lógica, la que se articula por el eje goce, falo, castración.
No se trata tanto de lo que se dice como desde dónde se habla y a quién se dirige la palabra,
no se trata del ejercicio de una profesión sino del de una posición en el decir respecto al
saber.
Que del lado de quien nos consulta no haya demanda de ese “otro” saber, nos deja a solas
con la suposición de los efectos de la sexualidad sobre el parlettre y su

división, en principio. La transferencia en estos casos, será del analista al saber inconciente.
Que eventualmente se arribe a esa demanda o no, será según propongo, efecto contingente
1. del deseo del analista operando como causa,
2. de la estructura psíquica que habite a quien consulta,
3. de la combinación de múltiples situaciones reales, institucionales y culturales muy poco
calculables.
Las interconsultas son, aún más dramáticamente que otras consultas, una práctica de la
contingencia, donde lo acotado de las intervenciones ofrece un mínimo de posibilidades para
que algo del discurso analítico pueda realizarse y es, aún así, en estos casos, nuestra
apuesta.

NOTAS:
(1) LACAN, Jacques: “Psicoanálisis y Medicina”, en Intervenciones y Textos I, Ed Manantial,
1985
(2) FREUD, Sigmund: “Introducción del Narcisismo”, T XIV, Obras Completas, Ed. Amorrortu,
Bs. As.
(3) LACAN, Jacques: Seminario R.S.I., clase del 10/12/1974 , Versión para circulación interna
de la E.F.B.A.

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