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De Los Sermones Del Beato Isaac

Los Sermones del Beato Isaac destacan la relación mística entre Cristo y la Iglesia, describiendo a la Iglesia como el cuerpo místico de Cristo y su esposa. Se enfatiza que tanto Cristo como la Iglesia participan en la redención y el perdón de pecados, siendo inseparables en su acción. Además, se establece un paralelismo entre María y la Iglesia como madres, resaltando su papel en la concepción y el nacimiento de los fieles como hijos de Dios.

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De Los Sermones Del Beato Isaac

Los Sermones del Beato Isaac destacan la relación mística entre Cristo y la Iglesia, describiendo a la Iglesia como el cuerpo místico de Cristo y su esposa. Se enfatiza que tanto Cristo como la Iglesia participan en la redención y el perdón de pecados, siendo inseparables en su acción. Además, se establece un paralelismo entre María y la Iglesia como madres, resaltando su papel en la concepción y el nacimiento de los fieles como hijos de Dios.

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De los Sermones del Beato Isaac, Abad del Monasterio de Stella

Los textos siguientes nos ofrecen un hermoso testimonio de la conciencia del


Misterio de la Iglesia en su relación con Cristo: la Iglesia es el Cristo Total, el
cuerpo místico de Cristo, es la esposa de Cristo. (Sermón 42 y 11), y en su
dimensión maternal. (Sermón 51)

Primogénito de muchos hermanos


Sermón 42 (PL 194, 1831-1832)

Del mismo modo que, en el hombre, cabeza y cuerpo forman un solo hombre, así el Hijo de la
Virgen y sus miembros constituyen también un solo hombre y un solo Hijo del hombre. El Cristo
íntegro y total, como se desprende de la Escritura, lo forman la cabeza y el cuerpo. En efecto,
todos los miembros juntos forman aquel único cuerpo que, unido a su cabeza, es el único Hijo del
hombre, quien, al ser también Hijo de Dios, es el único Hijo de Dios y forma con Dios el Dios único.
Por ello el cuerpo íntegro con su cabeza es Hijo del hombre, Hijo de Dios y Dios. Por eso se dice
también: Padre, éste es mi deseo: que sean uno, como tú, Padre, en mí yo en ti
Así, pues, de acuerdo con el significado de esta conocida afirmación de la Escritura, no hay cuerpo
sin cabeza, ni cabeza sin cuerpo, ni Cristo total, cabeza y cuerpo, sin Dios.
Por tanto, todo ello con Dios forma un solo Dios. Pero el Hijo de Dios es Dios por naturaleza, y el
Hijo del hombre está unido a Dios personalmente; en cambio, los miembros del cuerpo de su Hijo
están unidos con él sólo místicamente. Por esto los miembros fieles y espirituales de Cristo se
pueden llamar de verdad lo que es él mismo, es decir, Hijo de Dios y Dios. Pero lo que él es por
naturaleza, éstos lo son por comunicación, y lo que él es en plenitud, éstos lo son por
participación; finalmente, él es Hijo de Dios por generación y sus miembros lo son por adopción,
como está escrito: Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!»
(Padre).
Y por este mismo Espíritu les da poder para ser hijos de Dios, para que, instruidos por aquel que es
el primogénito de muchos hermanos, puedan decir: Padre nuestro, que estás en los cielos. Y en
otro lugar afirma: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.
Nosotros renacemos de la fuente bautismal como hijos de Dios y cuerpo suyo en virtud de aquel
mismo Espíritu del que nació el Hijo del hombre, como cabeza nuestra, del seno de la Virgen. Y así
como él nació sin pecado, del mismo modo nosotros renacemos para remisión de todos los
pecados.
Pues, así como cargó en su cuerpo de carne con todos los pecados del cuerpo entero, y con ellos
subió a la cruz, así también, mediante la gracia de la regeneración, hizo que a su cuerpo místico no
se le imputase pecado alguno, como está escrito: Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta
el delito. Este hombre, que es Cristo, es realmente dichoso, ya que, como Cristo-cabeza y Dios,
perdona el pecado, como Cristo-cabeza y hombre no necesita ni recibe perdón alguno y, como
cabeza de muchos, logra que no se nos apunte el delito.
Justo en sí mismo, se justifica a sí mismo. Único Salvador y único salvado, sufrió en su cuerpo físico
sobre el madero lo que limpia de su cuerpo místico por el agua. Y continúa salvando de nuevo por
el madero y el agua, como Cordero de Dios que quita, que carga sobre sí, el pecado del mundo;
sacerdote, sacrificio y Dios, que, ofreciendo su propia persona a sí mismo, por sí mismo se
reconcilió consigo mismo, con el Padre y con el Espíritu Santo.

Cristo nada quiere perdonar, sin su esposa la Iglesia.


Sermón 11: PL 194, 1728-1729
Hay dos cosas que corresponden exclusivamente a Dios: el honor de recibir la confesión y el poder
de perdonar los pecados. Por ello nosotros debemos manifestar a Dios nuestra confesión y esperar
su perdón. Sólo a Dios corresponde el perdonar los pecados, por eso, sólo a él debemos confesar
nuestras culpas. Pero, así como el Señor todopoderoso y excelso se unió a una esposa
insignificante y débil -haciendo de esta esclava una reina y colocando a la que estaba bajo sus pies
a su mismo lado, pues de su lado, en efecto, nació la Iglesia y de su lado la tomó como esposa—, y
así como lo que es del Padre es también del Hijo y lo que es del Hijo es también del Padre —a
causa de la unidad de naturaleza de ambos—, así, de manera parecida, el esposo comunicó todos
sus bienes a aquella esposa a la que unió consigo y también con el Padre. Por ello, en la oración
que hizo el Hijo en favor de su esposa, dice al Padre: Quiero, Padre, que, así como tú estás en mí y
yo en ti, sean también ellos una cosa en nosotros.

El esposo, por tanto, que es uno con el Padre y uno con la esposa, destruyó aquello que había
hallado menos santo en su esposa y lo clavó en la cruz, llevando al leño sus pecados y
destruyéndolos por medio del madero. Lo que por naturaleza pertenecía a la esposa y era propio
de ella lo asumió y se lo revistió, lo que era divino y pertenecía a su propia naturaleza lo comunicó
a su esposa. Suprimió, en efecto, lo diabólico, asumió lo humano y le comunicó lo divino, para que
así, entre la esposa y el esposo, todo fuera común. Por ello el que no cometió pecado ni le
encontraron engaño en su boca pudo decir: Misericordia, Señor, que desfallezco. De esta manera
participa él en la debilidad y en el llanto de su esposa y todo resulta común entre el esposo y la
esposa, incluso el honor de recibir la confesión y el poder de perdonar los pecados; por ello dice:
Ve a presentarte al sacerdote.
La Iglesia, pues, nada puede perdonar sin Cristo, y Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia. La
Iglesia solamente puede perdonar al que se arrepiente, es decir, a aquel a quien Cristo ha tocado
ya con su gracia. Y Cristo no quiere perdonar ninguna clase de pecados a quien desprecia a la
Iglesia. Por lo tanto, no debe separar el hombre lo que Dios ha unido. Gran misterio es éste; pero
yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

No te empeñes, pues, en separar la cabeza del cuerpo, no impidas la acción del Cristo total, pues
ni Cristo está entero sin la Iglesia ni la Iglesia está íntegra sin Cristo. El Cristo total e íntegro lo
forman la cabeza y el cuerpo, por ello dice: Nadie ha subido al cielo, sino el Hijo del hombre, que
está en el cielo. Éste es el único hombre que puede perdonar los pecados.

María y la Iglesia
Sermón 51: PL 194, 1862-1863, 1865
El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos, y, siendo por naturaleza único, atrajo
hacia sí muchos por la gracia, para que fuesen uno solo con Él. Pues da poder para ser hijos de
Dios a cuantos lo reciben.
Así pues, hecho hijo del hombre, hizo a muchos hijos de Dios. Atrajo a muchos hacia sí, único
como es por su caridad y su poder: y todos aquellos que por la generación carnal son muchos, por
la regeneración divina son uno solo con Él. Cristo es, pues, uno, formando un todo la cabeza y el
cuerpo: uno nacido del único Dios en los cielos y de una única madre en la tierra; muchos hijos, a
la vez que un solo hijo. Pues, así como la cabeza y los miembros son un hijo a la vez que muchos
hijos, asimismo María y la Iglesia son una madre y varias madres; una virgen y muchas vírgenes.
Ambas son madres, y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo
Espíritu; ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de dios Padre. María, sin pecado alguno,
dio a luz la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados, dio a luz el cuerpo de la
cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra.
Por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, se entiende con razón como dicho en
singular de la Virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia en
general lo que en especial se dice de la Virgen Madre María; y lo mismo si se habla de una de ellas
que de la otra, lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos.
También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, Madre de Cristo,
hija y hermana, Virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo
del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada
alma fiel.
Por eso dice la Escritura: Y habitaré en la heredad del Señor. Heredad del Señor que es
universalmente la Iglesia, especialmente María y singularmente cada alma fiel. En el tabernáculo
del vientre de María habitó Cristo durante nueve meses; hasta el fin del mundo, vivirá en el
tabernáculo de la fe de la Iglesia; y, por los siglos de los siglos, morará en el conocimiento y en el
amor del alma fiel.

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