Lecturas para Dolientes-Duelo
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Lecturas
para dolientes
MÁSTER EN PROCESOS DE DUELO
1. Introducción
"Todo lo que amamos nos lo pueden arrebatar. Lo que no nos pueden quitar
es nuestro poder de elegir qué actitud asumir ante estos acontecimientos."
El duelo nos alcanza en todas las dimensiones: corporal (nos duele el cuerpo),
emocional (nos sacuden la tristeza, la ira, el vacío), relacional (se altera
nuestra red de vínculos), y también espiritual, cuando nos enfrentamos a
preguntas sin respuesta.
Como explica J. Montoya, el dolor del duelo es un dolor “total”, porque nos
atraviesa en todas las capas de nuestra existencia. Nos duele el pasado por lo
compartido, el presente por la ausencia, y el futuro porque ya no será como lo
habíamos imaginado.
Además, en una misma familia, cada persona puede vivir el duelo a su manera
y a su ritmo, lo que puede generar tensiones o rupturas. No es raro que los
dolientes que más se necesitan entre sí, terminen alejándose.
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Por eso, comprender que cada proceso de duelo es único y legítimo resulta
fundamental.
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Cada duelo es único. Incluso dentro de una misma familia, tras la muerte de
una misma persona, los miembros pueden vivirlo de forma muy distinta.
Mientras uno necesita hablar, otro puede necesitar silencio. Mientras uno llora
desconsoladamente, otro parece mantenerse frío o distante. No hay una sola
forma válida de transitar el dolor.
• Culpa: "Si le hubiese dicho que lo quería", "Si le hubiese llevado antes al
médico".
• Ira: contra uno mismo, contra otros, contra la vida, contra Dios.
• Sensación de vacío: como si faltara una parte del cuerpo o del alma.
Ejemplo
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• Edad: En general, tanto las personas jóvenes como las de edad avanzada
pueden tener mayor vulnerabilidad emocional. En la juventud, por la falta de
experiencia y herramientas; en la vejez, por la acumulación de pérdidas y la
fragilidad de las redes de apoyo.
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Ejemplo:
• Edad de quien muere: Cuando muere alguien joven, suele vivirse con mayor
sensación de injusticia. La percepción de que “aún tenía mucho por vivir”
intensifica el desgarro.
Ejemplo:
María perdió a su madre con quien tenía una relación conflictiva. Al principio
no lloró. Se sintió desconcertada por no tener la reacción que “se esperaba” de
ella. Con el tiempo, entendió que su duelo pasaba por aceptar tanto el amor
como las heridas de esa relación.
c) Circunstancias de la muerte
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• Entorno que invalida el dolor: Comentarios como “tienes que ser fuerte”, “la
vida sigue”, “ya deberías estar mejor” no alivian. Al contrario, suelen provocar
vergüenza, rabia o sensación de estar fallando.
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4. Tipos de pérdida
Ejemplo:
Julia perdió a su padre cuando tenía 34 años. Aunque ya no vivían juntos,
hablaban cada día por teléfono. Con su ausencia, no solo perdió a un padre,
sino también el ritual cotidiano de contarle sus cosas. Al principio no entendía
por qué se sentía tan desubicada si ya hacía años que era independiente. Poco
a poco comprendió que la muerte de su padre alteró su modo de sentirse
segura en el mundo.
2. Pérdidas sentimentales
Aunque no impliquen la muerte física, las rupturas afectivas también pueden
vivirse como muertes simbólicas. La separación de una pareja, la distancia
emocional con familiares o la pérdida de una amistad cercana pueden generar
un vacío difícil de nombrar y, en muchos casos, escasamente validado
socialmente.
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a) Ruptura de pareja:
Hay situaciones en las que un hermano deja de hablarte, o en las que una
relación madre-hijo se vuelve hostil o distante. Estas pérdidas “en vida”
pueden generar un duelo silente, porque muchas veces ni siquiera se
consideran pérdidas legítimas, y sin embargo generan una gran carga
emocional.
c) Ruptura de amistad:
Perder una amistad importante —una de esas personas con las que
compartíamos confidencias y momentos clave de la vida— también puede
suponer una experiencia de duelo, especialmente si no hay explicación o
posibilidad de reconciliación.
Ejemplo actual:
Jorge dejó de hablarse con su mejor amigo tras una discusión por motivos
políticos. Pasaron de hablar cada día a no dirigirse la palabra. Durante meses,
Jorge sentía una mezcla de rabia, tristeza y nostalgia, pero nadie de su
entorno entendía que lo viviera como un duelo. Este tipo de pérdida se
invisibiliza con frecuencia, pero puede ser devastadora.
3. Pérdidas materiales
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Ejemplo:
Beatriz, enfermera durante 25 años, fue despedida en plena pandemia tras
una reorganización hospitalaria. No solo perdió su fuente de ingresos, también
su rol de cuidadora, el vínculo con sus pacientes y la estructura que
organizaba su semana. Cayó en un estado de apatía y desconcierto similar al
de muchos procesos de duelo.
Ejemplo:
Teresa, madre de tres hijos, sintió una gran desorientación cuando el último
de ellos se fue de casa. Llevaba 25 años dedicada casi por completo a la
crianza. Aunque estaba feliz por la autonomía de sus hijos, experimentaba una
tristeza inexplicable. Con ayuda terapéutica pudo identificar que estaba
viviendo un duelo por su identidad materna tal como la había conocido.
5. Duelo perinatal
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Ejemplo:
Lucía y Andrés perdieron a su hija a las 36 semanas de embarazo. Durante
meses sintieron que nadie sabía cómo acompañarlos. En los grupos de duelo
eran los únicos que no habían vivido una muerte “visible”. Comenzaron a
escribir cartas a su hija como una forma de mantener el vínculo y darle un
lugar en su historia familiar.
Perder la salud también es perder una parte de la vida que dábamos por
sentada. Un diagnóstico crónico, degenerativo o discapacitante cambia el
modo en que nos vemos, nos movemos en el mundo y planificamos el futuro.
El duelo por la salud suele ser largo, cíclico, y necesita ser acompañado con
conciencia y legitimidad.
Ejemplo:
7. Duelo animal
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Ejemplo:
Alicia vivía sola y compartía cada día con su gato, León. Cuando murió, sintió
un vacío total. Sus amigas le decían que “ya se compraría otro”, pero ella no
quería reemplazarlo. Escribió un relato sobre su vida con León, lo ilustró y lo
encuadernó. Lo llamó “mi forma de llorarlo con dignidad”.
8. Duelo de proyectos
Cuando un sueño se rompe —un proyecto profesional, una idea de familia, una
vocación que ya no podrá ser— también sentimos pérdida. El duelo por
proyectos truncados es a veces invisible, pero puede impactar profundamente
en la identidad, la autoestima y la dirección vital.
Ejemplo:
Raúl llevaba cinco años intentando ser padre por reproducción asistida. Tras
varios intentos fallidos, decidió renunciar. Durante meses sintió vergüenza,
fracaso y una tristeza sorda. Solo cuando comenzó a hablar de ello como “el
duelo por el hijo que no llegó”, pudo empezar a sanar.
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Una de las maneras más útiles de entender lo que nos ocurre es pensar en el
duelo desde tres planos que se influyen entre sí: pienso, siento y actúo.
Este triángulo —cognición, emoción y conducta— nos permite comprender por
qué a veces no podemos concentrarnos, por qué nos cuesta dormir, o por qué
repetimos pensamientos que nos desgastan.
Estas respuestas son automáticas. No las decidimos, pero están ahí: el cuerpo
se activa como si estuviera frente a una amenaza.
• Palpitaciones o taquicardia.
• Nudo en la garganta o en el estómago.
• Sensación de ahogo o dificultad para respirar.
• Tensión muscular, insomnio o fatiga persistente.
• Alteraciones del apetito (comer en exceso o no poder comer).
Ejemplo:
Carlos, tras la muerte de su madre, comenzó a sentir pinchazos en el pecho.
Fue al cardiólogo, que descartó una causa física. La médica le explicó que era
una manifestación típica del duelo: su cuerpo estaba hablando por el dolor que
él no lograba verbalizar.
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Ejemplo:
Ejemplo:
Ángela empezó a caminar sin rumbo cada noche por su barrio. Solo al cabo de
unas semanas comprendió que estaba repitiendo inconscientemente la ruta
que hacía con su pareja antes de morir. Era su forma de estar “cerca” de él.
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2. Sentimientos de culpa:
Más que culpa real, suele ser una mezcla de impotencia y frustración. “Si le
hubiera llamado antes…”, “Si le hubiese dicho que lo quería…”. Estas frases
reflejan un intento de recuperar control frente a algo que no se pudo evitar.
3. Sentimientos contradictorios:
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6. Miedo al futuro:
“El mundo ya no es seguro”. “¿Cómo seguir sin él o ella?” El miedo aparece
cuando el horizonte se llena de incertidumbre. A veces ayuda plantearse
objetivos muy pequeños, metas cotidianas que den estructura al día a día.
7. Sensación de vacío:
No se trata solo de que falte la persona: también falta su voz, su mirada, sus
hábitos, su manera de nombrarnos. Es el “vacío relacional” del que habla
González Fernández (2025), que necesitamos ir llenando poco a poco con
nuevos significados.
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6. Tipos de duelo
A. Duelo normal
Ejemplo:
Carmen perdió a su hermana tras una enfermedad larga. Durante los primeros
meses lloraba a diario, soñaba con ella y se sentía desmotivada. Poco a poco
fue retomando actividades, y aunque aún le dolía, empezó a recordar con
ternura. A los diez meses pudo hablar de su hermana sin romperse,
conservando el amor sin que la ausencia la paralizara.
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Aislamiento persistente.
Desconexión de la realidad.
Ejemplo:
Andrés perdió a su madre hace tres años y sigue conservando intacta su
habitación, con su ropa, sus medicamentos y hasta el calendario sin mover. No
permite que nadie entre. Se niega a celebrar reuniones familiares y ha dejado
de trabajar. En este caso, el duelo se ha cronificado y requiere atención
profesional.
C. Duelo crónico
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D. Duelo anticipado
Ejemplo:
Teresa cuidó durante cinco años a su marido con Alzheimer. En los últimos
meses, él ya no la reconocía. Cuando falleció, Teresa se sintió confundida por
no llorar como esperaba. Descubrió que había iniciado el duelo mucho antes,
cuando dejó de compartir con él las conversaciones, las risas y la intimidad
que los unía.
E. Duelo retardado
Ejemplo:
Sergio organizó el funeral de su padre con gran entereza. Durante semanas
cuidó de su madre y retomó su rutina. Seis meses después, al escuchar una
canción en la radio, rompió a llorar sin poder parar. Fue el inicio de su
verdadero proceso de duelo.
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F. Duelo ambiguo
Ejemplo:
María vive con su esposo diagnosticado de Alzheimer. Él ya no la reconoce. A
veces, cuando le da de comer o lo acuesta, se pregunta si sigue siendo su
pareja o solo un cuerpo al que cuida. Llora cada día, pero no puede hablar de
ello como una pérdida, porque socialmente “aún está vivo”.
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Estas tareas no deben entenderse como una lista rígida o como una
“obligación” de quien está en duelo. Son más bien posibilidades que
permiten elaborar el dolor, reconstruir vínculos y reencontrar sentido en un
mundo sin la presencia física de quien hemos perdido.
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Ejemplo:
Después del fallecimiento de su hijo, Sonia dejó de participar en reuniones de
madres. Le costaba ver a los otros niños. Con el tiempo, decidió formar un
grupo de lectura sobre maternidad y pérdida. Era su forma de mantenerse
conectada a su identidad como madre, pero en un nuevo contexto.
Esta es una de las tareas más difíciles y, al mismo tiempo, más liberadoras. No
se trata de olvidar, ni de cerrar el capítulo, sino de darle otro lugar a quien
murió: dentro de nosotros, en nuestros recuerdos, en nuestra manera de vivir,
en los vínculos que construimos.
Permitirnos volver a reír, a enamorarnos, a hacer planes… no significa
traicionar a quien amamos. Significa que el amor sigue, pero ha cambiado de
forma. Hemos pasado de una relación de presencia física a una de conexión
simbólica.
Ejemplo:
Cada año, Clara siembra un girasol en memoria de su padre, que adoraba el
campo. Dice que “ahora florece en otros lugares”. Su padre ya no está en el
mundo tangible, pero vive en sus gestos, en su forma de cuidar la tierra, en
sus palabras.
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1. Negación
“No puede ser”, “Esto no me está pasando a mí”
Es un mecanismo de defensa que protege del impacto brutal de la noticia. El
mundo se vuelve irreal. A veces seguimos esperando un mensaje, una
llamada, un milagro. Esta fase puede durar horas, días o semanas. No se debe
forzar la aceptación, sino ofrecer compañía y realidad de forma suave.
Cómo acompañar:
• No contradecir la negación con frases como “tienes que asumirlo ya”.
• Contestar con delicadeza y realismo cuando surgen preguntas.
• Respetar el ritmo de quien está en shock.
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2. Ira
“¿Por qué a mí?”, “¡No es justo!”
Cuando la realidad empieza a asentarse, aparece la rabia. Puede dirigirse
hacia uno mismo, hacia los médicos, hacia Dios, hacia los demás. Es una
forma de reclamar lo perdido. Esta emoción, aunque incómoda, tiene una
función: moviliza energía y señala injusticia.
Cómo acompañar:
• Permitir que la ira se exprese sin juzgar.
• No tomar los enfados como algo personal.
• Validar el derecho a estar enfadado: “Tienes todo el derecho a sentirlo así”.
3. Negociación
“Si tan solo hubiera...”, “Daría lo que fuera por tenerle un día más”
Surgen pensamientos que buscan revertir la pérdida o imaginar escenarios
alternativos. Es una fase mentalmente agotadora, llena de “y si...”. Refleja
una lucha por recuperar control ante lo que ya no se puede cambiar.
Cómo acompañar:
• Escuchar sin intentar racionalizar demasiado.
• Ofrecer espacio para la expresión de los deseos no cumplidos.
• Acompañar el dolor de lo que no pudo ser.
4. Depresión
“No puedo con esto”, “Nada tiene sentido”
Cuando ya no queda margen para negociar, y se comprende la magnitud de la
pérdida, aparece el vacío. Es una tristeza legítima, no siempre patológica.
Puede expresarse como apatía, desesperanza, pérdida de interés o
retraimiento social.
Cómo acompañar:
• No apurar ni evitar la tristeza.
• Estar presentes, aunque sea en silencio.
• Recordar que esta etapa puede ser necesaria para reorganizar la vida.
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5. Aceptación
“Ya no está... y tengo que seguir viviendo”
No es una fase feliz ni carente de dolor. Implica reconocer la realidad y
empezar a construir una nueva forma de vivir. A veces se experimenta como
resignación tranquila, otras como apertura a nuevas experiencias. Aquí pueden
iniciarse pequeños rituales de despedida simbólica.
Cómo acompañar:
• Apoyar los pasos hacia la reinserción: nuevos planes, rutinas, vínculos.
• Acompañar la elaboración de despedidas significativas.
• Ayudar a identificar nuevas fuentes de sentido.
Estas fases, igual que las tareas de Worden, no son una receta, sino un mapa
emocional. Ofrecen pistas sobre lo que puede estar ocurriendo, pero cada
persona recorre su propio sendero. Lo importante es poder mirar el duelo
como un proceso natural, legítimo y lleno de humanidad.
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Ejemplo:
Marta perdió a su hermana por suicidio. Durante semanas intentó hacer vida
normal, “ser fuerte por los demás”. Al final terminó agotada, irritable y
desconectada. En cuanto se permitió llorar en compañía de una amiga, sintió
alivio y una pequeña apertura al duelo real.
Ejemplo:
4. Respeta tu ritmo
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Ejemplo
Ismael volvió a trabajar a los cinco días de enterrar a su pareja. Por fuera
parecía estar bien, pero cada día le costaba más concentrarse. Se culpaba por
“no superarlo”. Cuando su médico le recomendó una baja, descubrió que parar
era lo que más necesitaba para no romperse del todo.
“No hay ser humano que le eche una mano a quien no se quiere dejar
ayudar.” — Joaquín Sabina.
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Vas a seguir viviendo. Y eso no significa que olvides. Significa que la vida
continúa, y que honrar a quien has perdido también puede hacerse a través de
la alegría, del compromiso, de los vínculos que construyas. Reír, volver a
amar, hacer planes… no es traición: es supervivencia amorosa.
Tal vez no vuelvas a ser quien eras. Pero puedes encontrar nuevas formas de
estar en el mundo, de vincularte con lo vivido, de transformar el dolor en algo
que te haga crecer. Quizá no hay respuesta al “por qué”, pero puedes
construir un “para qué”.
Ejemplo simbólico:
Después de la muerte de su hijo por cáncer, Lucía comenzó a colaborar como
voluntaria en una asociación de familias en duelo. Dice que no lo hace para
olvidar, sino para seguir conectada con él de otra forma. “Ayudar a otros me
recuerda cuánto amor sigue vivo”.
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Y si estás del otro lado —si tienes un amigo, hermana, madre o compañero de
trabajo que ha perdido a alguien— aquí tienes algunas pautas para acompañar
con humanidad:
1. No minimices el dolor. Frases como “tienes que ser fuerte” o “todo pasa por
2. No tengas miedo al llanto: estar presente mientras alguien llora es una de las
puedo ayudarte?”
5. Ofrece compañía sin condición: puedes estar sin tener que dar consejos.
7. Ayuda con gestos prácticos: llevar comida, hacer compras, cuidar a los hijos.
todos se van.
10. Sé presencia constante y afectuosa. A veces, solo con estar, ya estás haciendo
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11 REFERENCIAS
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