Primera Edición | Editorial Ensigna
EL
CORAZÓN
“Todo lo que no dije… también vive aquí.”
SARA CHARRIS
prologo
El corazón no solo late.
Guarda.
Guarda lo que nadie ve.
Las palabras que no dije, las heridas que no cerraron, los recuerdos que doliero
más de lo que admití.
En mi corazón están todos mis tiempos:
la niña que calló,
la joven que fingió,
la mujer que resistió.
No es una historia lineal.
Es un rompecabezas de emociones.
Una voz que se fragmentó en varios libros, en distintas etapas,
y que ahora… quiere hablar desde el centro.
Este no es un final.
Es un latido más.
Uno que reúne lo que fui, lo que aún soy, y lo que estoy aprendiendo a ser.
Este libro no lo escribe mi cabeza.
Lo escribe lo único que ha estado conmigo en cada caída:
El corazón.
índice
Capítulo 1 – Lo que mi corazón calló
(Inspirado en “El fantasma de la infancia”)
Porque a veces duele más lo que se guarda que lo que se dice.
Capítulo 2 – Cuando me perdí de mí
(Inspirado en “Perdido en un espacio y tiempo”)
No supe en qué momento dejé de reconocerme.
Capítulo 3 – Las verdades que duelen
(Inspirado en “El mundo falso”)
No todo lo que descubrimos nos sana… a veces también rompe.
Capítulo 4 – El renacer que no curó todo
(Inspirado en “La triste realidad”)
Volver a empezar no siempre significa estar bien.
Capítulo 5 – La luz que nació en medio del llanto
(Inspirado en “Una luz de esperanza”)
Aunque dolía, algo dentro de mí seguía brillando.
Capítulo 6 – Las etapas que viví para sobrevivir
(Inspirado en “Las etapas”)
Cada parte de mí fue necesaria, incluso las que escondí.
Capítulo 7 – Lo que late aunque nadie lo escuche
(Un capítulo puente sobre la invisibilidad del dolor)
Mi dolor fue real, aunque nadie lo notara.
Capítulo 8 – El corazón también se cansa
(Un capítulo sincero sobre la fatiga emocional)
Y aprendí que hasta el alma más fuerte necesita descanso.
Capítulo 9 – Volver a sentir sin miedo
(Sobre abrirse al amor propio, poco a poco)
Me abracé como nunca antes, sin pedir permiso.
Capítulo 10 – El corazón que elijo ser
(Un cierre desde la conciencia y el amor propio)
Ya no soy lo que me pasó. Soy lo que decidí sanar.
Lo que mi corazón calló
Hay cosas que el corazón sabe,
pero no puede decir con palabras.
Cuando era niña, todo lo sentía más fuerte:
el silencio en mi casa, las miradas que evitaban verdades,
el miedo sin nombre que me hacía encogerme en los rincones.
Mi corazón latía más rápido cuando algo estaba mal,
incluso si nadie lo decía.
Me enseñaron a sonreír, a portarme bien, a no hacer preguntas.
Pero mi corazón…
él preguntaba todo el tiempo.
Preguntaba por qué dolía tanto crecer,
por qué nadie me defendía,
por qué tenía que fingir que no pasaba nada.
No lo dije en voz alta.
Porque me enseñaron que hablar era peligroso,
que sentir demasiado era exagerar,
que si algo me dolía, debía guardarlo bien profundo…
donde nadie lo viera.
Mi corazón se convirtió en un cofre.
Uno cerrado, pesado, lleno de gritos que nadie escuchó.
Callé el miedo,
la vergüenza,
la rabia,
la soledad.
Callé incluso cuando ya no podía más.
Porque ¿quién escucha de verdad a una niña que dice que le duele?
Porque ¿qué pasa cuando hablar no cambia nada… y callar tampoco?
A veces siento que mi corazón aprendió a sobrevivir
de la única forma que pudo:
callando.
Pero hoy, aquí, empiezo a abrirlo.
No para que todos lo vean,
sino para que al fin respire.
Porque lo que callé…
también merece ser contado.
Cuando me perdí de mí
Hubo un momento en el que dejé de reconocerme.
Me miraba al espejo,
pero no sabía quién era esa persona.
Me perdí.
No en un lugar,
sino dentro de mí.
Ya no sabía qué sentía,
ni qué quería,
ni si lo que hacía era por mí o por los demás.
Iba por la vida en automático,
cumpliendo, fingiendo, sobreviviendo.
Y cada día que pasaba así,
me alejaba un poco más de quien era.
No me perdí de golpe.
Fue lento.
Fue en los silencios.
En los momentos en los que no me elegí.
En cada vez que dije “sí” cuando quería decir “no”.
Me perdí por priorizar a todos menos a mí.
Por cuidar, por agradar, por no incomodar.
Hasta que un día me pregunté:
¿Dónde estoy? ¿Dónde quedé yo en todo esto?
No tuve respuesta.
Solo sentí ese vacío que deja el olvido de una misma.
Pero desde ahí…
desde ese lugar tan lejos,
comencé el camino de regreso.
Regreso a mí.
Las verdades que duelen
A veces, lo que más duele…
no es la mentira.
Es la verdad que llega después.
Esa que no esperabas.
Que rompe todo.
Que no se puede ignorar.
A mí me pasó.
Una verdad me atravesó sin anestesia.
Y desde entonces…
ya nada fue igual.
Me dolió más de lo que pensé que dolería.
Porque una parte de mí no quería aceptarla.
Porque esa verdad me mostraba
que había confiado de más,
que había idealizado,
que me había engañado a mí misma sin saberlo.
Y no fue solo lo que pasó.
Fue lo que esa verdad cambió en mí.
Porque hay verdades que no solo revelan algo,
también te cambian.
Te dejan distinta.
Más consciente.
Más desconfiada.
Más real.
Esa verdad me dolió,
pero también me despertó.
Me mostró que a veces lo que uno cree seguro…
nunca lo fue.
Y que ver con claridad,
aunque duela,
también libera.
El renacer que no curó todo
Me dijeron que después del dolor vendría el renacer.
Que una vez que tocas fondo, solo queda subir.
Que todo pasa, que uno se reconstruye.
Y sí…
renací.
Pero no como lo imaginaban.
Fue un renacer incompleto, cansado,
uno que no brillaba, solo resistía.
Un renacer lleno de parches,
de curitas emocionales
que se despegaban con el tiempo.
Sané por fuera…
pero por dentro, muchas cosas seguían rotas.
A veces uno aprende a caminar con las heridas abiertas
y se convence de que ya está bien.
Pero no.
No todo estaba bien.
Había partes de mí que seguían llorando,
que no entendían por qué dolió tanto,
que no querían más “todo pasa” ni “ya superalo.”
Quería entender por qué si estaba de pie…
me sentía igual de vacía.
Y entendí que a veces el renacer no es la meta,
sino solo otra etapa.
Una etapa más en el camino de aceptar
que sanar…
no siempre se ve como imaginamos.
La luz que nació en
medio del llanto
Lloré muchas veces creyendo que me estaba rompiendo.
Pensaba que cada lágrima era una señal de debilidad,
de que ya no podía más,
de que me estaba rindiendo.
Pero no.
En medio de ese llanto,
sin darme cuenta,
algo dentro de mí se encendió.
Una luz.
No era grande.
No iluminaba todo.
Pero estaba ahí.
Nació del dolor,
de la soledad,
de la desesperación.
Y, aun así, era mía.
Porque mientras lloraba en silencio,
mientras pensaba que me estaba apagando,
algo muy adentro decidió seguir.
Tal vez era esperanza.
Tal vez era amor propio en su forma más mínima.
Tal vez era solo una parte de mí que se negó a rendirse.
Esa luz no me salvó del todo,
pero me acompañó.
Me susurró cosas que necesitaba escuchar:
“no te has ido,”
“aún estás aquí,”
“puedes volver a levantarte.”
Y con el tiempo,
entendí que no todas las luces nacen en la calma.
Algunas…
nacen mientras lloramos.
Y brillan, incluso con los ojos cerrados.
Las etapas que viví
para sobrevivir
Pasé por muchas etapas.
Algunas no las entendí en su momento,
otras me dolieron tanto que quise olvidarlas.
Pero todas…
fueron formas de sobrevivir.
Hubo una etapa donde me volví fría,
porque sentir me hacía daño.
Otra donde fingí estar bien,
solo para que nadie preguntara.
También estuve en la etapa del silencio,
donde me tragué todo,
y en la del cansancio,
donde solo existía para cumplir.
No era felicidad.
No era paz.
Era resistencia.
Me aferraba a cualquier fuerza que tuviera,
aunque fuera mínima,
aunque viniera de la costumbre del dolor.
Sobrevivía.
Sin comprenderme,
sin reconocerme,
sin querer quedarme.
Pero sobreviví.
Y ahora entiendo algo que en ese entonces no podía ver:
Que cada versión de mí,
incluso las más rotas,
fueron necesarias.
Porque sin ellas,
no habría llegado hasta aquí.
No habría encontrado, dentro de todo lo que callé,
a la persona que hoy empieza a vivir…
por fin, para ella.
Lo que late aunque
nadie lo escuche
Había un latido.
Silencioso.
Casi imperceptible.
Parecía que no existía.
Pero estaba ahí,
resistiendo cada caída,
cada rechazo,
cada día en que nadie preguntó cómo estaba.
Nadie lo escuchaba,
porque no hacía ruido.
Porque mi dolor no era escándalo,
era presencia.
Era ese nudo en la garganta,
ese cansancio en el cuerpo,
ese vacío en el pecho.
Me acostumbré a que no lo notaran.
A que creyeran que estaba bien,
a que confundieran mi silencio con paz.
Pero por dentro,
algo seguía latiendo.
Tal vez era el dolor.
Tal vez era la esperanza.
Tal vez era solo mi corazón diciendo:
“sigo aquí, aunque no me veas.”
Y eso fue suficiente para no rendirme.
Porque aunque nadie lo notó,
aunque nadie me abrazó en el momento exacto…
ese latido siguió.
No para gritar.
Solo para recordarme
que incluso cuando parecía invisible…
yo estaba viva.
El corazón también se
cansa
El corazón también se cansa.
Aunque digan que es fuerte.
Aunque siempre haya aguantado.
El mío se cansó.
De tanto esperar.
De tanto resistir.
De tanto amor sin vuelta.
Ya no aguantaba más rechazo.
No era un dolor explosivo.
Era un cansancio acumulado.
Por cada vez que me esforcé en encajar,
por cada palabra no respondida,
por cada ausencia disfrazada de “es que estoy ocupado.”
Aguanté tanto que me volví silencio.
Sonreía por costumbre,
pero mi pecho dolía cada vez más.
Hasta que un día…
me rendí.
No por debilidad,
sino porque entendí que seguir dando todo
cuando nadie cuida tu corazón…
no es nobleza, es abandono de uno mismo.
Mi corazón también merece descanso.
Merece ser escuchado, cuidado, respetado.
Y aunque nadie más lo vea,
aunque muchos lo hayan ignorado,
hoy lo reconozco yo.
Y eso basta para empezar a sanar desde mí.
Volver a sentir sin miedo
Volví a sentir.
No sabía si era alegría, calma o ternura.
Solo sé que fue un sentimiento raro…
pero no dolía.
Después de tanto tiempo cerrada,
me sorprendió la idea de abrirme.
No fue con alguien más.
Fue conmigo.
Me volví a mirar con cariño.
Me volví a hablar sin castigo.
Me abracé… sin pedir permiso.
Sentí que podía confiar en mí.
Que ya no tenía que correr.
Que ya no debía fingir fortaleza para ser suficiente.
Al principio dudé.
Pensé que era peligroso volver a sentir.
Pero también entendí que vivir sin sentir
era como estar en pausa.
Y yo ya no quería estar detenida.
Así que dejé que el corazón respirara.
Dejé que llorara si lo necesitaba,
que se emocionara sin culpa,
que se calmara sin exigencia.
Volver a sentir no fue mágico,
fue real.
Y en ese sentimiento raro…
volví a encontrarme.
El corazón que elijo ser
Soy un corazón con cicatrices.
Uno que lloró en silencio,
que se rompió sin que nadie lo notara,
que aprendió a amar con miedo.
Pero también soy un corazón con armadura.
Una armadura que no me endurece…
me sostiene.
No para cerrarme,
sino para protegerme de lo que ya no merezco.
Este corazón ya no se da por completo a quien no
sabe cuidarlo.
Ya no se deja para el final.
Ya no busca validación donde antes mendigaba
cariño.
El corazón que soy ahora
elige con calma,
respira sin culpa,
y se abraza sin miedo.
No me convertí en alguien fría.
Me convertí en alguien consciente.
Porque entendí que amar, cuidar y dar…
empieza conmigo.
No soy lo que me pasó.
Soy lo que decidí sanar.
Y si de algo estoy segura…
es que este corazón,
con todo lo que ha vivido,
con todo lo que ha sentido,
aún late.
Y elijo que siga latiendo…
por mí.