Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas
Escuela de Derecho
Carrera:
Licenciatura en Derecho
Asignatura:
Deontología Jurídica
TEMA:
El Código de Comportamiento ético del Poder Judicial
Participantes:
Laura Jáquez 2022-00077
Michelle Javier Llauger 2022-00173
Ydeilin Veriguete 2022-00080
Facilitador(a):
José Fernández
República Dominicana, D.N.
Fecha de Entrega:
26 de mayo 2025
Introducción
La ética judicial es un pilar fundamental para asegurar la legitimidad y la
confianza en la administración de justicia. En la República Dominicana, el
Poder Judicial cuenta con un Código de Comportamiento Ético dirigido a
jueces, juezas y personal judicial, que establece valores, principios y normas de
conducta orientadas a garantizar la integridad institucional.
Este código –originalmente aprobado mediante resolución del Pleno de la
Suprema Corte de Justicia en 2009 y actualizado en 2021– se erige como guía
obligatoria para el desempeño honesto, imparcial y transparente de la función
judicial.
El presente ensayo analiza en profundidad el Código de Comportamiento Ético
del Poder Judicial dominicano. En primer lugar, se examinan sus principios más
relevantes, haciendo énfasis en aquellos valores destacados como la
transparencia, la vocación de servicio y el secreto profesional, entre otros. En
segundo lugar, se desarrolla el sistema disciplinario contemplado en el código,
describiendo los órganos de control ético-disciplinario y las sanciones
aplicables frente a faltas éticas.
Se reflexiona sobre la relación entre la ética judicial y la legitimidad
institucional, considerando cómo el cumplimiento de los preceptos éticos
fortalece la credibilidad del sistema de justicia. La exposición se sustenta tanto
en el contenido del documento oficial –particularmente sus páginas 21 a 31–
como en fuentes doctrinales, jurídicas y académicas complementarias
nacionales e internacionales.
Desarrollo
El Código de Comportamiento Ético enumera una serie de valores y principios
que deben guiar la conducta de todos los integrantes del Poder Judicial
dominicano. Estos principios representan las virtudes y deberes esenciales de
la función judicial, alineándose con estándares internacionales como el Código
Iberoamericano de Ética Judicial (adoptado en la XIII Cumbre Judicial
Iberoamericana de 2006) y los Principios de Bangalore sobre la Conducta
Judicial de la ONU (2002). De hecho, la Disposición Final del código
dominicano establece expresamente que, en lo no previsto de forma explícita,
los principios del Código Modelo Iberoamericano y de Bangalore son
supletorios a su contenido. Esto evidencia la vocación del legislador judicial
dominicano de insertar sus normas éticas en el contexto global de la integridad
judicial.
Principios éticos
Entre los principios éticos más relevantes consagrados en el código, destacan
los siguientes:
• Independencia judicial: es la piedra angular de la judicatura. El código
la define como el atributo que permite al juez ejercer su función
jurisdiccional con absoluta soberanía respecto de las partes, los demás
poderes del Estado, los órganos judiciales superiores y cualquier otra
persona o grupo de interés. Este principio garantiza que las decisiones
se tomen únicamente con base en la ley y la convicción jurídica, sin
influencias externas indebidas.
• Imparcialidad e igualdad: el deber de ser y parecer imparcial es
reiterado en múltiples disposiciones. La Imparcialidad judicial implica una
conducta neutral frente a las partes en litigio, no solo en la decisión final
sino durante todo el proceso. El juez debe evitar favoritismos o prejuicios
y mantener una equidistancia con todos los intervinientes. Ligado a ello,
el principio de Igualdad exige tratar a todas las personas conforme a las
mismas reglas, garantizando igualdad real y formal sin discriminación
por nacionalidad, género, raza, credo, posición económica u otra
condición. El código manda asegurar igualdad de trato y respeto al
debido proceso para todas las partes.
• Integridad y honestidad: la integridad se concibe como la disposición a
actuar con responsabilidad y respeto a la normativa, conforme a los
valores éticos institucionales. Implica rectitud moral tanto en el ejercicio
de las funciones públicas como en la vida privada del juez. Este valor
engloba la honestidad, la probidad y la honradez del servidor judicial. Un
comportamiento íntegro refuerza la confianza pública en la judicatura, tal
como reconoce el propio código al señalar que los jueces deben exhibir
altos estándares de conducta para reforzar la credibilidad en el Poder
Judicial.
• Responsabilidad y rendición de cuentas: el código enfatiza la
responsabilidad de los jueces y servidores judiciales de cumplir
diligentemente sus deberes y asumir las consecuencias de sus acciones
u omisiones. Esto se vincula con la rendición de cuentas, definida como
la obligación de informar los resultados de la gestión a los superiores y a
la sociedad, en el marco de un comportamiento ético, moral y legal. En
virtud de este principio, quienes administran recursos públicos deben
justificar su uso y todo juez debe informar verazmente sobre su labor
conforme a la normativa institucional. La rendición de cuentas refuerza la
transparencia y la confianza ciudadana en la administración de justicia.
• Diligencia, competencia y excelencia: aunque la competencia
profesional y la diligencia no aparecen en el código bajo esos nombres
explícitamente, están implícitas en valores como la eficacia y la calidad
del servicio. Por ejemplo, el principio de Uso efectivo de los recursos
exhorta al manejo austero y productivo de los recursos materiales,
financieros y del tiempo de trabajo para satisfacer plenamente el interés
público. Asimismo, se espera que jueces y personal judicial realicen sus
funciones con precisión, esmero y puntualidad, lo cual se desprende del
compromiso de excelencia en la gestión judicial mencionado en la
introducción del código.
• Otros valores personales: el código incluye también virtudes
personales que deben reflejarse en la conducta judicial, tales como la
cortesía (trato afable y respetuoso), la humildad (reconocimiento de las
propias limitaciones, sin buscar protagonismo), y la mesura. Por
ejemplo, se ordena a los jueces escuchar con paciencia y respeto a
todas las partes, testigos y abogados, evitando cualquier abuso de
autoridad o trato descortés. Estas cualidades fomentan un clima de
respeto y accesibilidad en el servicio de justicia.
En suma, el Código de Comportamiento Ético del Poder Judicial dominicano
consagra una amplia gama de principios éticos, muchos de ellos compartidos
con los estándares internacionales. Dichos principios van desde los grandes
ejes de la independencia, la imparcialidad, la integridad y la transparencia,
hasta valores operativos como la responsabilidad, la diligencia, la vocación de
servicio y la reserva profesional. Todos están orientados a un mismo fin:
asegurar que la conducta de jueces y personal judicial esté a la altura de la
elevada misión institucional de administrar justicia con equidad y probidad. A
continuación, se profundiza en algunos de estos principios específicos –
transparencia, vocación de servicio y secreto profesional– por su especial
relevancia en el contexto ético actual.
La transparencia es uno de los principios medulares del código ético
dominicano y de cualquier sistema judicial moderno. El código la define como
“actuar de forma diáfana, clara y pulcra,” implicando una actuación de carácter
público y accesible al conocimiento de toda persona, garantizando que las
actuaciones se ajusten a la ética y la moral. En otras palabras, la transparencia
judicial significa que las decisiones y procesos de los tribunales deben poder
ser escrutados por la sociedad, salvo las limitaciones legales, de modo que no
haya opacidad que encubra conductas indebidas.
El énfasis en la transparencia busca reafirmar la confianza del público en la
integridad del Poder Judicial. Para ello, el código impone varias obligaciones
concretas a jueces y servidores judiciales en pro de la transparencia, tales
como: documentar debidamente los actos de gestión y garantizar la
accesibilidad a la información pública dentro del marco legal vigente; brindar
información útil, comprensible y confiable a los usuarios y al público en general,
sin infringir el derecho aplicable; y comportarse de manera prudente y
equitativa con los medios de comunicación, evitando perjudicar derechos de las
partes o dar una imagen de búsqueda de protagonismo personal. Todas estas
directrices apuntan a que la administración de justicia se realice de cara a la
ciudadanía, bajo la luz pública, fortaleciendo así su legitimidad.
La transparencia en el Poder Judicial tiene un impacto directo en la lucha
contra la corrupción y el clientelismo. Cuando los procesos son abiertos y las
decisiones están fundamentadas y disponibles para el escrutinio, se reducen
los espacios para conductas arbitrarias. Además, la transparencia está
estrechamente ligada a la rendición de cuentas: un Poder Judicial transparente
facilita que los propios órganos de control y la sociedad civil evalúen el
desempeño de los jueces. En el entorno dominicano, promover la transparencia
ha sido un objetivo institucional declarado. De hecho, el Plan Estratégico
Institucional del Poder Judicial (Eje 3) incluyó la actualización del Código Ético
en 2021 “con el fin de orientar las conductas hacia los principios
institucionales,... promoviendo la integridad y la confianza en el sistema
judicial”.
Desde una perspectiva doctrinal, la transparencia judicial es un elemento clave
para la legitimidad. La literatura internacional subraya que la confianza pública
en la justicia depende en gran medida de cuán transparente y comprensible
sea su funcionamiento. Por ejemplo, los Principios de Bangalore enumeran la
integridad (que incluye la honestidad y transparencia) como uno de los seis
valores fundamentales de la ética judicial, junto a la independencia, la
imparcialidad, la corrección, la igualdad y la competencia/diligencia. Se
entiende que solo una judicatura transparente puede ser verdaderamente
responsable ante el pueblo, lo que redunda en mayor legitimidad.
En el contexto latinoamericano, donde a menudo la imagen de los poderes
judiciales ha estado “devaluada” por percepciones de corrupción u opacidad, la
búsqueda de una “legitimación social y moral” equivalente a la legal es crucial.
Esa legitimación se gana –como señala el jurista Armando Andruet–
fortaleciendo el compromiso ético de los jueces, de modo que aun quien
cumpla formalmente con los requisitos legales para ser juez, deba además
demostrar transparencia y rectitud para obtener la aceptación social. En suma,
la transparencia actúa como antídoto contra la desconfianza: mientras más
abierta y clara sea la labor judicial, mayor será la fe de la ciudadanía en sus
decisiones.
Un aspecto distintivo del código dominicano es la inclusión de la vocación de
servicio como principio ético. La vocación de servicio implica, según el texto,
“una disposición permanente para dar oportuna y esmerada atención a los
requerimientos y trabajos asignados.”. En otras palabras, se espera que jueces
y servidores judiciales encaren su trabajo con un auténtico espíritu de servicio
público, anteponiendo el bienestar del usuario del sistema de justicia a
cualquier interés personal o apatía burocrática.
Este principio reconoce que la judicatura no es simplemente una profesión, sino
una misión de servicio a la sociedad. El juez ideal no solo debe ser
técnicamente competente, sino también estar genuinamente comprometido con
ayudar a resolver los conflictos de las personas de manera pronta y cuidadosa.
El código señala, por ejemplo, que los jueces y personal deben mostrar “una
actitud de agrado y responsabilidad en la ejecución de sus labores cotidianas” y
manifestar “satisfacción personal” en la tarea que realizan. Esto supone
trabajar con diligencia, cortesía y respeto, comprendiendo la importancia
humana de cada caso sometido a su conocimiento.
La importancia de la vocación de servicio radica en que el sistema de justicia
existe para servir al ciudadano. Una falta de vocación de servicio puede
traducirse en retrasos injustificados, trato displicente a las partes o falta de
empatía ante los problemas que se ventilan en los tribunales. Por el contrario,
cuando los operadores de justicia actúan con verdadera vocación, procurando
soluciones justas y oportunas, la imagen institucional mejora notablemente. En
la práctica, esto se refleja en iniciativas como la implementación de modelos de
“justicia orientada al servicio”, atención al usuario, oficinas de ayuda al público,
etc., que el Poder Judicial dominicano y de otros países han ido adoptando en
las últimas décadas.
Doctrinalmente, el valor de la vocación de servicio se vincula a la idea del juez
como servidor público ejemplar. Un autor dominicano ha destacado que la
finalidad del nuevo código ético es cristalizar el concepto del “buen juez”,
entendido como aquel que cumple con todas las exigencias del sistema, más
allá de conocimientos jurídicos, incluyendo actitudes de entrega y servicio. Ese
“buen juez” ve su rol no como un poder para ostentar, sino como una
responsabilidad para con el pueblo. La vocación de servicio demanda
humildad: el juez está para servir, no para ser servido. En última instancia, este
principio contribuye a la legitimidad: cuando el público percibe que sus jueces
trabajan con dedicación y auténtica voluntad de ayudar, la confianza en la
justicia aumenta. Como bien se ha dicho, “el poder judicial no puede existir sin
la confianza y la fe de las personas en la institución de justicia”, confianza que
se nutre del servicio eficaz y empático que provean sus miembros (El Imparcial,
2020, citado en Andruet, 2022).
El secreto profesional es otro de los pilares éticos abordados por el código,
especialmente relevante para la función jurisdiccional. Se define como el
manejo confidencial y reservado que debe hacer un servidor judicial de la
información bajo su control por razón de sus funciones. Esta obligación de
reserva busca salvaguardar el derecho de las partes frente al uso indebido de
informaciones obtenidas en el ejercicio del cargo. En esencia, el juez (o
servidor administrativo) es depositario de información sensible –desde
deliberaciones internas hasta datos personales de los litigantes– que no puede
ser revelada a terceros no autorizados.
El código estipula diversas normas concretas sobre secreto profesional. Por
ejemplo, los jueces deben “guardar absoluta reserva... respecto de las causas
judiciales o asuntos administrativos en trámite, así como de todos los hechos o
datos conocidos en el ejercicio de su función”. Igualmente, en tribunales
colegiados, los jueces deben garantizar la confidencialidad de las
deliberaciones internas, salvo en lo relativo a eventuales votos disidentes u
otras excepciones legales. En el apartado de prohibiciones, se establece
expresamente que es una falta ética “divulgar o hacer circular asuntos o
documentos reservados, confidenciales o secretos” conocidos por razón del
cargo. También se prohíbe usar el conocimiento de causas bajo su
competencia de manera que comprometa el correcto ejercicio del cargo.
La importancia del secreto profesional radica en proteger varios bienes
jurídicos: el debido proceso (pues la filtración de información puede afectar la
igualdad de las partes), la privacidad y seguridad de las personas involucradas
en casos (por ejemplo, víctimas, testigos, menores de edad) y la imagen de
imparcialidad de la justicia. Si un juez revelara deliberaciones confidenciales o
discutiera en público aspectos de un caso sub judice, no solo quebrantaría la
confianza de las partes, sino que podría influir indebidamente en el desarrollo
del proceso. Asimismo, la reserva profesional previene que servidores
desleales lucren o favorezcan a alguien con información privilegiada.
En el contexto dominicano, mantener el secreto profesional también evita el
sensacionalismo o la politización de los casos en los medios. El código invita a
los jueces a comportarse con prudencia respecto a la prensa, cuidando que los
derechos e intereses legítimos de las partes no se perjudiquen. Esto va de la
mano con la confidencialidad: el juez no debe ventilar en la opinión pública
elementos propios del proceso que deban mantenerse reservados hasta su
decisión.
Cabe señalar que el secreto profesional judicial no es absoluto; está sujeto a
las excepciones legales (por ejemplo, la publicidad de los juicios orales, las
informaciones que por ley son de acceso público, o la obligación de motivar las
sentencias). Sin embargo, fuera de esos contextos, la actitud por defecto debe
ser de discreción.
En términos de ética judicial comparada, la confidencialidad es reconocida
universalmente. Los Principios de Bangalore incluyen la “corrección” (propriety)
como un valor, que abarca el comportamiento apropiado tanto en público como
en privado, y explícitamente mencionan que un juez debe respetar la
confidencialidad de la información judicial obtenida en su cargo (Bangalore
Principles, 2002, Valor 4). La propia Comisión Iberoamericana de Ética Judicial
ha abordado casos de jueces que vulneran la reserva, considerándolo
incompatible con la integridad requerida. Por tanto, el secreto profesional
refuerza la integridad institucional: si los operadores judiciales son percibidos
como discretos y respetuosos de la información sensible, las personas estarán
más dispuestas a confiar en la institución para ventilar sus asuntos más
delicados.
El Código de Comportamiento Ético del Poder Judicial dominicano establece un
sistema de integridad institucional que involucra no solo la enumeración de
principios, sino también mecanismos para gestionar su cumplimiento. En este
sistema confluyen órganos específicamente éticos –como el Comité de
Comportamiento Ético– y órganos disciplinarios establecidos por la
Constitución y las leyes – principalmente el Consejo del Poder Judicial (CPJ) y
la Inspectoría General–, cada cual con roles complementarios. Es fundamental
entender cómo se relacionan lo ético y lo disciplinario en este marco.
En primer lugar, el código busca diferenciar el ámbito ético del estrictamente
disciplinario. Durante la elaboración del nuevo código se destacó que era
“fundamental separar lo ético de lo disciplinario” en la cultura judicial. Ello
implica que no toda infracción ética conllevará automáticamente una sanción
disciplinaria formal; algunas conductas podrán ser corregidas mediante
recomendaciones u orientaciones éticas sin llegar al castigo legal. Esta visión
concuerda con la doctrina de que un código de ética “sugiere, recomienda, pero
no sanciona, propiamente”, reservando el ius puniendi al órgano de gobierno
de los jueces (el Consejo del Poder Judicial). En palabras de un jurista local, “lo
disciplinario frustra lo ético”, por lo que debe deslindarse una esfera de la otra;
el comité ético actúa en el plano formativo y moral, mientras que las faltas
graves sí ameritarán la intervención del órgano disciplinario externo al comité.
El principal órgano de control ético interno es el Comité de Comportamiento
Ético. Según el código, la gestión y aplicación del Código Ético es
responsabilidad de este Comité, “el cual se integra por disposición del Pleno de
la Suprema Corte de Justicia”. El comité responde directamente al Pleno de la
SCJ y está conformado por: un juez de la Suprema Corte (quien usualmente
preside), un juez de Corte de Apelación, el Director General de la Carrera
Judicial (quien funge como secretario permanente), el Director de Asuntos de la
Carrera Judicial, y el Director o Subdirector de la Escuela Nacional de la
Judicatura. Esta composición plural busca involucrar a la alta judicatura, la
administración de la carrera y la academia judicial en la promoción de la ética.
La misión del Comité es “administrar y dar seguimiento al Código de
Comportamiento Ético y [coordinar] el Sistema de Integridad Institucional” del
Poder Judicial. En cuanto a sus atribuciones específicas, el código le asigna
varias funciones importantes, entre ellas: impulsar programas de transparencia
dentro del Poder Judicial; colaborar con la Escuela Judicial en la formación
ética continua de jueces (incluyendo planificación de entrenamientos anuales
sobre valores); diseñar campañas de difusión del sistema de integridad; llevar
un registro de consultas e interpretaciones del Código Ético; recibir denuncias
sobre irrespeto al Código y emitir recomendaciones al respecto, así como
tramitar dichas denuncias al sistema disciplinario institucional cuando
corresponda; y resolver consultas o conflictos de interes relativos a la
aplicación del código. Es decir, el Comité actúa como un órgano de
asesoramiento, capacitación, prevención y también como canalizador de
quejas éticas hacia los órganos sancionadores formales cuando la conducta lo
amerite.
Un punto crucial es que las actuaciones del Comité de Ética tienen naturaleza
consultiva y reservada. Las respuestas o recomendaciones que emita el
Comité tendrán carácter confidencial, “salvo que el interesado acepte o
promueva su divulgación”. Esto permite que los jueces o servidores
consultados puedan recibir orientación ética sin temor a un escarnio público
inmediato, favoreciendo una cultura de aprendizaje antes que de castigo.
Asimismo, el Comité debe levantar acta de cada sesión y rendir informes
bimestrales al Pleno de la Suprema Corte detallando su gestión y las consultas
atendidas (omitiendo nombres). Esta rendición de cuentas interna busca que el
más alto tribunal supervise el desempeño ético institucional.
El incumplimiento de los deberes éticos puede acarrear diversas
consecuencias en el Poder Judicial de la República Dominicana, dependiendo
de la naturaleza y gravedad de la falta. Tal como se ha señalado, el Código de
Comportamiento Ético en sí no establece sanciones específicas de tipo
disciplinario, pues su enfoque es más formativo que punitivo. Sin embargo, el
código deja claro que las conductas contrarias a sus disposiciones no quedan
impunes, sino que se canalizan hacia el régimen disciplinario existente. De
hecho, en sus páginas 27-28 advierte que “ cualquier miembro del personal que
actúe con negligencia e inobservancia de las normas éticas de la Institución es
pasible de ser sometido a un proceso disciplinario”. Igualmente, precisa que
actuar de forma irresponsable, deshonesta o falta puede conllevar no solo un
procedimiento disciplinario, si no inclusi un proceso penal, según el caso y la
ley. Esto significa que el quebranto de la ética judicial puede derivar en
sanciones administrativas o judiciales conforme a las leyes vigentes (por
ejemplo, si el hecho constituye un delito como cohecho, prevaricación, etc.).
Sanciones disciplinarias
Bajo la Ley de Carrera Judicial No. 327-98 y sus reglamentos, las sanciones
disciplinarias aplicables a jueces y servidores judiciales se clasifican
típicamente en:
• Amonestaciones o llamados de atención: Son medidas disciplinarias
leves que pueden ser verbales o escritas. Se utilizan para faltas
menores o primeras infracciones. Una amonestación queda anotada en
el expediente y sirve de antecedente. El código ético, en su aplicación
práctica, podría inspirar amonestaciones cuando se transgredan
principios sin llegar a un daño grave. Por ejemplo, una queja por trato
descortés (violando la cortesía debida) podría resolverse con una
amonestación escrita por el Consejo, siguiendo el informe del Comité
Ético.
• Suspensiones temporales: Son sanciones intermedias que implican
apartar al juez de sus funciones por un período determinado (días o
meses) sin disfrute de sueldo. La suspensión suele imponerse por faltas
graves que, no obstante, admiten corrección sin destituir al juez. En el
ámbito ético, conductas como desatención reiterada de deberes
(ejemplo retardo injustificado en dictar sentencias, que afecta el principio
de diligencia) podrían derivar en suspensiones, según la enumeración
de la Ley 327-98. De hecho, como reflejó la prensa, varios jueces
dominicanos en la última década fueron suspendidos tras procesos
disciplinarios por incurrir en faltas en sus funciones.
• Destitución o separación del cargo: Es la sanción máxima, reservada
para faltas muy graves o reincidencias que revelen inidoneidad total del
juez para el cargo. La destitución se impone, por ejemplo, en casos de
corrupción comprobada (sobornos, ventas de sentencia), abuso de
autoridad extremo, incompetencia manifiesta o incumplimientos graves
de la ley. La Ley de Carrera Judicial identifica numerosas causales de
destitución, incluyendo las 14 faltas gravísimas del art. 66 antes citadas
(v.gr., recibir comisiones o regalos de partes, interferir en procesos
ajenos, abandono de cargo, etc.), cuya sanción típica es la expulsión de
la carrera. En términos éticos, estas conductas son violaciones directas
de principios medulares (integridad, imparcialidad, independencia) y su
sanción ejemplarizante es necesaria para proteger la confianza pública.
Es importante recalcar que el Código de Ética, aunque no especifique
sanciones por sí mismo, funciona como marco de referencia para el
enjuiciamiento disciplinario. Las faltas disciplinarias tipificadas en la ley muchas
veces coinciden con violaciones a principios del código. Por ejemplo, si un juez
es destituido por probarse que aceptó regalos de una parte litigante, esa
conducta no solo infringió la ley (falta grave en la Ley 327-98) sino también el
principio ético de integridad y la prohibición expresa del código de recibir
regalos o beneficios al margen del salario 61 . De hecho, el código enumera en
sus pp. 25-26 una lista de conductas prohibidas (numeradas del 1 al 21) que
prácticamente calcan las causales disciplinarias legales: recibir prebendas,
participar en política partidista, divulgar secretos, presentarse ebrio al trabajo,
hacer uso indebido de la autoridad, etc. Esto demuestra la integracion entre la
normativa ética y la disciplinaria: el código sirve de guía conductual y de
prevención, y la ley provee el castigo cuando esas guías se transgreden.
El Código de Comportamiento Ético del Poder Judicial de la República
Dominicana constituye una herramienta fundamental para promover la
integridad, la transparencia y la excelencia en la función judicial. A lo largo de
este ensayo se ha examinado cómo dicho código articula un amplio catálogo
de principios y valores éticos –independencia, imparcialidad, integridad,
transparencia, vocación de servicio, secreto profesional, entre otros– que
representan el ideal de conducta para jueces y servidores judiciales. Asimismo,
se ha destacado la atención especial que el código brinda a aspectos cruciales
como la publicidad de la justicia, la actitud de servicio hacia el usuario y la
preservación de la confidencialidad, elementos todos que inciden directamente
en la confianza pública.
En el ámbito del cumplimiento, el código establece un sistema disciplinario-
ético híbrido: por un lado, un Comité de Comportamiento Ético encargado de
educar, orientar y canalizar las inquietudes éticas; por otro, los órganos
disciplinarios formales (Inspectoría y Consejo del Poder Judicial) que imponen
sanciones cuando las faltas trascienden lo meramente ético y lesionan deberes
legales. Este esquema refleja una comprensión moderna de la ética judicial,
donde se privilegia la prevención y formación sin renunciar a la firmeza en el
castigo de conductas que comprometen la imagen de la justicia. Las sanciones
por faltas éticas pueden ir desde un llamado de atención confidencial hasta la
destitución pública, dependiendo de la gravedad, y el código funge como
puente entre la recomendación moral y la sanción jurídica.
Conclusión
Finalmente, se concluye que la observancia efectiva del Código de
Comportamiento Ético es indispensable para la legitimidad institucional del
Poder Judicial dominicano. Un poder judicial que actúa conforme a altos
estándares éticos refuerza su autoridad moral y se gana la confianza de la
ciudadanía, sin la cual las decisiones judiciales carecerían de verdadero valor
en la sociedad.
La transparencia en los actos, la responsabilidad en el servicio, la imparcialidad
en los juicios y la integridad intachable de los jueces son la base sobre la que
descansa la credibilidad de la justicia.
En palabras de la introducción del propio código, “los principios éticos...
constituyen un soporte de la credibilidad del Poder Judicial”, y cuando dichos
principios se convierten en hábitos colectivos, otorgan una identidad ética al
sistema judicial.
El desafío permanente radica en hacer vivir el código en la práctica diaria: que
no se quede en declaraciones, sino que el Comité Ético funcione con eficacia (y
supere la crítica de haber estado “mudo, ciego y sordo” en el pasado), que los
jueces interioricen sus valores y los plasmen en cada decisión, y que la
ciudadanía perciba cambios tangibles en la forma en que se imparte justicia.
Solo así el Código de Comportamiento Ético cumplirá su cometido de fortalecer
la integridad institucional y consolidar un Poder Judicial legítimo, confiable y al
servicio de la sociedad dominicana.
Referencias bibliográficas
Andruet, A. S. (2022). https://comercioyjusticia.com. Obtenido de Confianza-publica-y-
etica-judicial: https://comercioyjusticia.info/justicia/confianza-publica-y-etica-
judicial/
Congrerso Nacional. (1998). Ley No. 327-98. Santo Domingo: Congreso Nacional.
Hernandez Perera, Y. (18 de abril de 2024). Los problemas y dilemas éticos en el marco
del nuevo Código de Comportamiento Ético del Poder Judicial. en. Obtenido de
www. yoaldo.org: www. yoaldo.org
Iberoamericana, C. J. (2006). Código Iberoamericano de Ética Judicial.
Mendez, W. (17 de noviembre de 2022). Decenas de jueces han sido procesados por
faltas éticas . pág. www.Listindiario.com.do.
Poder Judicial. (2021). Código de Comportamiento Ético del Poder Judicial. Santo
Domingo: Poder Judicial.
Rosa, M. F. (2024). Ética y legitimidad judicial . Ciudad de Mexico: Suprema Corte de
Justicia de la Nación .
United Nations Office of Drugs and Crime. (2002). Principios de Bangalore sobre la
Conducta Judicial. United State: United Nations Office of Drugs and Crime.