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Cómo Construir Sobre La Escena Primaria

El documento aborda la construcción de la escena primaria en el análisis psicoanalítico, enfatizando la importancia de considerar al objeto como un desplazamiento de la escena y la necesidad de un desarrollo analítico previo. Se presentan ejemplos de pacientes que ilustran cómo las fantasías y la transferencia se relacionan con la escena primaria, destacando la complejidad de la interpretación y la pulsión en el proceso analítico. Además, se discute el impacto de la captura por la escena primaria en la infancia y las implicaciones patológicas que puede acarrear.
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Cómo Construir Sobre La Escena Primaria

El documento aborda la construcción de la escena primaria en el análisis psicoanalítico, enfatizando la importancia de considerar al objeto como un desplazamiento de la escena y la necesidad de un desarrollo analítico previo. Se presentan ejemplos de pacientes que ilustran cómo las fantasías y la transferencia se relacionan con la escena primaria, destacando la complejidad de la interpretación y la pulsión en el proceso analítico. Además, se discute el impacto de la captura por la escena primaria en la infancia y las implicaciones patológicas que puede acarrear.
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CÓMO CONSTRUIR SOBRE LA ESCENA PRIMARIA

La técnica más simple para realizar una construcción sobre la escena primaria, en mi
opinión, consiste en considerar al objeto como un desplazamiento de la escena e invertir
los tiempos. La segregación del objeto deviene de una posición inicial donde el sujeto no
sólo no dispone de objetos, sino que él mismo está tomado como objeto. La segregación,
por tanto, no puede pensarse o construirse de modo directo a partir de la escena. La
repetición, sabemos, no es lineal. Una escena primaria de características sádico anales, por
ejemplo, muy raramente produce un objeto ligado al forzamiento, relaciones violentadas,
ácidas. Es necesario interponer un desplazamiento por donde el objeto sexual se conecta
con la escena. En la medida en que el analista debe disponer de alguna idea del objeto de
goce, o de por dónde anda la transferencia, la construcción, se entenderá, exige un
desarrollo previo relativamente prolongado del análisis. El objeto se ha localizado, aunque
sea de modo parcial, y aunque el razonamiento del analista no sea del todo correcto. Sería
irrisorio realizar una construcción en dos o tres sesiones y tampoco serviría de mucho.
Dicho de otra forma, la construcción resulta de un trabajo interpretativo anterior que la
permite. Opera sobre un material ya trabajado, si se quiere decirlo así.
Existen diversas formas de realizar estas construcciones, aunque nos limitemos aquí a
una. Otra técnica produce una suerte de precipitado edípico, una sinopsis, como en el caso
de paranoia contrario de Freud. Asimismo, la captura transferencial, o el antiguamente
llamado setting, pueden eventualmente ligarse a la escena primaria. En ese caso, proveemos
de una imagen a lo que está ocurriendo en el tratamiento. También pueden ligarse fantasías,
transferenciales o provenientes del material, e interpretaciones en un denominador común
vinculado, por ejemplo, al tipo de satisfacción en juego.
Un breve ejemplo. Un paciente de alrededor de treinta años relata durante un tiempo sus
aventuras eróticas. El analista nota que buena parte del placer que esto le proporciona se
encuentra relacionado con el carácter oculto de esas relaciones. Y que hasta cierto punto las
maniobras que realiza, y todo el esfuerzo que esto le requiere, no son coyunturales. El
paciente busca en gran medida mujeres casadas o con un compromiso más o menos firme.
Su obsesiva “agenda” es muy nutrida. Tiene varias amantes.
En el análisis también aparece una suerte de engaño. El paciente festeja las
interpretaciones y habla de su presencia “filosa”, más allá de que sean certeras y sobre todo
más allá de que lo conciernan o no.
Una de las interpretaciones apunta al estilo intercrural de mantener relaciones sexuales.
Se busca alguna fantasía transferencial por ese lado. Esto remite, obviamente, a la falta de
penetración interpretativa.
En varias ocasiones el paciente cuenta que se excita imaginando estar con otra mujer y
no con la que está. Un engaño sobre otro.
Algunas fantasías toman por objeto a las travestis, como era de esperar, en diversas
circunstancias y escenarios.
Con estos datos, muy resumidos, se puede “armar” una escena primaria: dos figuras
fálicas que no se interpenetran. Si tal fue la escena de este sujeto, la trampa es necesaria
para que los padres (él, todos) tengan sexo.
La trampa, tomada como su objeto, resulta así de un desplazamiento de la escena
primaria. El modo de sus objetos propios resulta de allí.
El enunciado: “Usted vive de trampa para que sus padres (no) cojan” se hace cargo de la
insatisfacción parental. “Usted hace trampa y ellos cogen”.
Un segundo ejemplo. La paciente, Edith, cuenta sus historias. Se reducen prácticamente
a touchs. Le interesa muy en particular el inicio de la relación y lo describe como una
atracción 38

instantánea. Los encuentros a veces no duran más que unos minutos. Cuenta que en una
ocasión se fue del hotel después de tener sexo un rato.
–¿Para qué iba a quedarme a esperar que terminara el turno? –Se pregunta.
En otro plano, las asociaciones son fluidas y muy rápidas. Cumple estrictamente con la
asociación libre: casi no piensa lo que dice. Y lo que dice se desencadena a continuación de
la interpretación.
Cada tanto cuenta cómo llegó al consultorio. Los tipos con los que se cruzó en el camino
y las fantasías diurnas que se le ocurrieron. En general, refieren a un “levante” callejero.
Hay mucho puesto en la mirada, los cuerpos, y no hace falta que se hable mucho.
El analista, cuando va a supervisar este material, observa que se le dificulta interpretar
una suerte de imagen –una instanténea, dice– que atrapa y excita a la paciente. Por otro
lado, no sabe qué hacer cuando Edith da por concluida la sesión. Esto ocurre a menudo.
Cuando alcanza un estado de alivio, se levanta y se va.
El objeto tomando las líneas en juego que hemos resumido (interpretación, cierta
descripción de la transferencia, material, fantasías) es un estímulo. Se reduce puntualmente.
En una especie de pentagrama, ligando ordenes, estas tres o cuatro instancias se cruzan y
sobredeterminan.
Si hay que construir la escena, como dijimos anteriormente, desde el objeto, situado
como un desplazamiento del coito parental, debemos suponer una escena mecánica, sin
motivación, fatigada. Nada excita a los padres.
Debemos observar que la construcción tiene un alcance presubjetivo y pulsional. Esto
plantea al menos dos problemas en relación con la teoría clásica de la transferencia de
Lacan. La construcción de la escena primaria no depende de que se instale aprés coup. El
objeto se produce retroactivamente, la escena no. Es una deducción de segundo grado,
imposible de extraer sin ubicar el objeto pero de otro orden temporal.
Una segunda cuestión atañe a la pulsión. La presencia pulsional es detectable y hay
capturas que la hacen presente. Por tanto, debería dársele un estatuto en el desarrollo de la
transferencia. Hasta ahora no lo tiene. A esto se agrega el hecho de que si aceptamos que
debe trabajarse con caídas parciales del SSS, el fantasma no drena la transferencia. Es
necesario sostener, desde entonces, otra instancia –ni Platón ni Claudel– que dé cuenta de
su continuidad.

42
OTRO TEXTO SOBRE LA ESCENA PRIMARIA
Fragmento de una intervención en una mesa redonda: La infancia en peligro
Voy a tomar la infancia en peligro desde el punto de vista de la captura por la escena
primaria, es decir, por el coito (real o imaginario) de los padres. Por supuesto que todos los
niños sufren esa captura. La patología depende del grado que adquiera, y de si el juego
queda por completo cortado, por lo menos en sus manifestaciones visibles.
En los ’70 había circulado un artículo de Piera Aulagnier que creo que se llamaba La
madre del psicótico. El concepto de este texto consistía en que el niño psicótico queda
tomado, u ocupa, el lugar de lo que falta en la madre: es el objeto parcial. Esto remite, por
supuesto, a los textos donde Freud aborda los destinos de la sexualidad femenina, textos de
1931 y 1933, ambos muy conocidos y leídos. Pero en Aulagnier, si se quiere ver así, la
simbolización en la mujer, la madre del psicótico para el caso, es mínima o no existe
directamente, y por tanto nos encontramos con el niño tomado como objeto parcial del
modo más brutal, en la realidad, en lo real, en su cuerpo mismo.
Yendo más directamente al punto en cuestión, la pregunta que querría contestar hoy, al
menos iniciar una respuesta, es la siguiente: ¿por qué la posición de objeto comporta
efectos tan letales?
Comienzo a responder por el lado de la pulsión, y voy a tratar de limitarme a ella.
Imaginemos dos círculos. El primero cierne lo que está en su interior. El segundo lo que
está en su exterior. Me explico. Si dibujo un círculo en un pizarrón, en un plano euclidiano,
normalmente se piensa que la cosa está en el interior del círculo, que simbolizo por ejemplo
a un conjunto y voy a ubicar elementos adentro. Pero esto no necesariamente es así.
Cuando trazo el círculo puedo estar indicando que me interesa el resto del pizarrón que está
fuera del círculo, lo que resta en su exterior.
Entonces, del lado del círculo que contiene lo que contiene adentro estamos, en esta
ejemplificación, en el objeto. En cambio, cuando lo que se contiene está ubicado en el
exterior estamos del lado de la zona erógena.
Se ve entonces por qué razón se dice que la zona erógena participa del mismo corte que
el objeto. Es la primera aproximación que nos permite hacer este precario pero útil ejemplo
de los círculos. Respecto del corte, cito la página 817 de Écrits: “La delimitación misma de
la “zona erógena” que la pulsión aísla del metabolismo de la función (…) es el hecho de un
corte que halla favor del rasgo anatómico de un margen…” Y un poco más adelante:
“Observemos que ese rasgo del corte no es menos evidentemente prevalente en el objeto
que describe la teoría analítica: mama, escíbalo, falo…” Y sigue la enumeración. Este trazo
que se encuentra de un lado y otro es lo que trataba de ejemplificar con el círculo, que es el
corte mismo. Su trazo, en este ejemplo, debe tomarse como corte.
Una segunda cuestión es que el cuerpo, en la perspectiva de este círculo tan particular
que circunscribe su exterior, es un agujero. Es el valor básico que tiene el cuerpo para el
psicoanálisis. Y por eso cuando el cuerpo funciona bien, nos olvidamos de él. Pasa
desapercibido. Y cuando aparece, cuando se lo toma en cuenta, se lo advierte, suelen
presentarse fenómenos ligados a la angustia.
Ahora bien, dejando de lado el cuerpo, sobre el que habría bastante más para decir –por
ejemplo, habría que justificar porque no es un significante y por qué funciona como
conjunto vacío–43

, el tema del que quería ocuparme hace al aspecto letal del objeto. No el objeto en sí
mismo, sino el hecho de que el niño sea tomado como objeto.
El objeto comporta un aspecto letal porque está cerrado. Es un borde cerrado, cierra
sobre sí. Luego, ¿cómo segregar un objeto si el cuerpo está cerrado? Ahora bien, ¿por qué
habría que segregar un objeto? ¿Qué es lo que hace que esto sea imprescindible y que su
ausencia sea patógena?
Veamos las cosas así: tenemos el agujero de la zona erógena, y ahí estamos a nivel
orgánico. El corte de la zona constituye a la pulsión como tal, pero para que esto sea
subjetivado hace falta que el objeto se separe. Al separarse del cuerpo el objeto permite leer
la falta en la que consiste el sujeto. Dicho de otro modo, empezamos a transitar en la
economía del fantasma, estamos en una cuestión que hace, como se ve, a la escritura del
fantasma. Tenemos lo que falta en el sexo (la zona erógena no cierra sobre sí, lo que
impone el goce sexual como diferente del goce a secas), y lo que falta en el lenguaje (aquí
falta el significante que nos podría posicionar sexualmente, en un sexo, es decir, falta la
inscripción de la relación sexual), y tenemos además que estas faltas van a coincidir, van a
recubrirse, se produce una comunidad topológica de las catexias en juego. El sujeto se
instala sobre el agujero de la zona erógena. Pero para que pueda ser leído hace falta el
objeto que lo ubica en la cadena. Desde ese momento es un significante elidido, legible
cuando el objeto lo trae a luz.
Retomo, entonces, desde más atrás: si el niño es tomado como objeto por el goce de la
madre (y aquí no hablo de deseo materno –porque ya habría entonces una referencia fálica
y, por tanto, marca–), o por la escena primaria (por el goce parental), el objeto no puede
separarse del cuerpo, estamos frente a un círculo o un cuerpo cerrado sobre sí. Luego, no
hay posibilidad de subjetivar la escena, de desplazarla, de juego en general.
Redondeo un poco el concepto al que quería llegar: en el niño hay incompatibilidad
entre la posición de objeto real y la posibilidad de segregar el objeto. Si el cuerpo deviene
objeto, si no sale de allí, no hay forma de segregar el objeto. Esto da hasta cierto punto la
fórmula de lo que ocurre en la detención del juego en general y que va de las neurosis
infantiles más leves al autismo o la psicosis infantil.
Una última cuestión, para tomar la otra punta de esta estructura. ¿Por qué la escena
primaria tendría que producir captura? ¿Qué la predestina? El coito parental, y todo coito,
produce un elemento tercero que evacua la insatisfacción. El lugar del espectador, de un
voyeurista por ejemplo, frente al coito de una pareja es suponer, enunciar algo así como
“¡Qué manera de gozar!” Es lo que aporta, una idealización y a la vez una posición que
subsume la insatisfacción. Es la posición de un bebe o de un nenito frente a la escena. Si la
equivalencia fálica no se presenta, el niño es tomado allí realmente, funciona como objeto y
no como una simbolización, un equivalente de la castración. Otra justificación de esto
mismo: la repetición.
Un ejemplo muy conocido: a madre santa o padres santos, hijo perverso. El hijo
desplaza la escena primaria, la referencia ideal al más allá, y la concretiza. Pone un objeto
más allá del velo, en lugar de la nada.
Hasta cierto punto, la escena primaria es pulsional. Nos envuelve. Pensemos, para
aproximar esto, en los hechos de mimetismo: un animal se mimetiza con el entorno. Se
encuentra perdido en él. El animal es el paisaje. Cuando adquiere un punto de vista, con la
marca que constituye la zona erógena, la pulsión se constituye. Porque la pulsión busca
restituir el organismo no ya circunscripto por el entorno sino devenido entorno, algo que se
perdió pero no estuvo nunca 44

como tal. Con la escena primaria ocurre algo similar. Solo cuando adquirimos un punto
de vista resulta constituida. Hasta allí, el goce parental nos circunda, estamos tomados en él
sin que haya posición subjetiva. Así alcanzamos algunas reflexiones de Freud sobre el
hecho de que la escena primaria dispara las primeras excitaciones libidinales. 45

ESCENA PRIMARIA, CUERPO Y OBJETO


El presente artículo fue publicado en: www.elsigma.com/, el 15 de Noviembre de 2010.
Voy a tomar la infancia en peligro desde el punto de vista de la captura por la escena
primaria, es decir, por el coito (real o imaginario) de los padres. Por supuesto que todos los
niños sufren esa captura alguna vez. La patología depende del grado de esa captura, y de si
el juego queda por completo cortado, por lo menos en sus manifestaciones visibles.
Para introducirnos en tema voy a citar dos órdenes de hechos que supongo que ya fueron
tratados en este seminario. Y atendiendo a eso los voy a mencionar brevemente. Uno es el
trabajo infantil. Hace unas semanas se difundieron cifras provenientes de la oficina de
Madrid de la Organización Mundial del Trabajo. El director, Juan Hunt, estimó en
218.000.000 los niños que trabajan en el mundo. En América Latina se habla de 5.7000.000
niños. México figura con 3.000.000 de niños, Perú con 2.000.000, y ahorro otros datos.
Un segundo tema, relacionado con nuestro título, “Niños en peligro”, es la
medicalización de la infancia, especialmente en lo que hace al llamado TDA-H, el trastorno
de déficit de atención, y donde la H remite a la hiperactividad. En la terminología
norteamericana se lo conoce como ADD y ADHD, cuando se agrega la hiperactividad. El
genérico –el mayor motivo de preocupación por su gran expansión en el mercado– es una
sustancia conocida como metilfenidato (también la atomoxetina), y comercialmente la
marca más conocida se llama Ritalina. Pero además ha aumentado también, siempre
hablando de niños, la medicación que incluye a los neurolépticos y los antidepresivos.
Con la Ritalina ocurre un fenómeno curioso que quisiera señalar. Como se medica hasta
los 12 o 13 años, se presenta el caso de que hay adultos que la piden, puesto que suponen
que los va a ayudar a concentrarse en sus estudios, para preparar un final, por ejemplo.
Bien mirado, en el caso del trabajo también se presenta una especie de inversión si
pensamos que los chicos que trabajan están en el lugar de adultos desocupados. Pero aquí el
tema es un poco más difícil de ubicar porque una parte importante del trabajo infantil
transcurre en el ámbito familiar y no es asalariado.
Señalo estos dos hechos a manera de introducción porque ambos cortan lo que se piensa
como propio de la infancia: el juego, la actividad lúdica, y también por supuesto la
escolaridad.
Pero de lo que me voy a ocupar es de un punto más específico, un aspecto más clínico y
más técnico de la cuestión, y voy a tomar la infancia en peligro desde el punto de vista de la
captura por la escena primaria, es decir, por el coito (real o imaginario) de los padres. Por
supuesto que todos los niños sufren esa captura alguna vez. La patología depende del grado
de esa captura, y de si el juego queda por completo cortado, por lo menos en sus
manifestaciones visibles.
En los ’70 había circulado un artículo de Piera Aulagnier que creo que se llamaba “La
madre del psicótico”. El concepto de este texto consistía en que el niño psicótico queda
tomado, u ocupa, el lugar de lo que falta en la madre: es el objeto parcial. Esto remite, por
supuesto, a los textos donde Freud aborda los destinos de la sexualidad femenina, textos de
1931 y 1933, ambos muy conocidos y leídos. Pero en Aulagnier, si se quiere ver así, la
simbolización en la mujer, la madre del psicótico para el caso, es mínima o no existe
directamente, y por tanto nos encontramos con el niño tomado como objeto parcial del
modo más brutal, en la realidad, en lo real, en su cuerpo mismo.
Yendo más directamente al punto en cuestión, la pregunta que querría contestar hoy, al
menos iniciar una respuesta, es la siguiente: ¿por qué la posición de objeto comporta
efectos tan letales?
Comienzo a responder por el lado de la pulsión, y voy a tratar de limitarme a ella.
Imaginemos dos círculos. El primero cierne lo que está en su interior. El segundo lo que
está en su exterior. Me explico. Si dibujo un círculo en un pizarrón, en un plano euclidiano,
normalmente se 46
piensa que la cosa está en el interior del círculo, que simbolizo por ejemplo a un
conjunto y voy a ubicar elementos adentro. Pero esto no necesariamente es así. Cuando
trazo el círculo puedo estar indicando que me interesa el resto del pizarrón que está fuera
del círculo, lo que resta en su exterior.
Entonces, del lado del círculo que contiene lo que contiene adentro estamos, en esta
ejemplificación, en el objeto. En cambio, cuando lo que se contiene está ubicado en el
exterior estamos del lado de la zona erógena.
Se ve entonces por qué razón se dice que la zona erógena participa del mismo corte que
el objeto. Es la primera aproximación que nos permite hacer este precario pero útil ejemplo
de los círculos. Respecto del corte, cito la página 817 de Écrits: “La delimitación misma de
la “zona erógena” que la pulsión aísla del metabolismo de la función (…) es el hecho de un
corte que halla favor del rasgo anatómico de un margen…” Y un poco más adelante:
“Observemos que ese rasgo del corte no es menos evidentemente prevalente en el objeto
que describe la teoría analítica: mama, escíbalo, falo…” Y sigue la enumeración. Este trazo
que se encuentra de un lado y otro es lo que trataba de ejemplificar con el círculo, que es el
corte mismo. Su trazo, en este ejemplo, debe tomarse como corte.
Una segunda cuestión es que el cuerpo, en la perspectiva de este círculo tan particular
que circunscribe su exterior, es un agujero. Es el valor básico que tiene el cuerpo para el
psicoanálisis. Y por eso cuando el cuerpo funciona bien, nos olvidamos de él. Pasa
desapercibido. Y cuando aparece, cuando se lo toma en cuenta, se lo advierte, suelen
presentarse fenómenos ligados a la angustia.
Ahora bien, dejando de lado el cuerpo, sobre el que habría bastante más para decir por
ejemplo, habría que justificar porque no es un significante y por qué funciona como
conjunto vacío, el tema del que quería ocuparme hace al aspecto letal del objeto. No el
objeto en sí mismo, si no el hecho de ser tomado como objeto en el niño.
El objeto comporta un aspecto letal porque está cerrado. Es un borde cerrado, cierra
sobre sí. Luego, ¿cómo segregar un objeto si el cuerpo está cerrado? Ahora bien, ¿por qué
habría que segregar un objeto? ¿Qué es lo que hace que esto sea imprescindible y que su
ausencia sea patógena?
Veamos las cosas así: tenemos el agujero de la zona erógena, y ahí estamos a nivel
orgánico. El corte de la zona constituye a la pulsión como tal, pero para que esto sea
subjetivado hace falta que el objeto se separe. Al separarse del cuerpo el objeto permite leer
la falta en la que consiste el sujeto. Dicho de otro modo, empezamos a transitar en la
economía del fantasma, estamos en una cuestión que hace, como se ve, a la escritura del
fantasma. Tenemos lo que falta en el sexo (la zona erógena no cierra sobre sí, lo que
impone el goce sexual como diferente del goce a secas), y lo que falta en el lenguaje (aquí
falta el significante que nos podría posicionar sexualmente, en un sexo, es decir, falta la
inscripción de la relación sexual), y tenemos además que estas faltas van a coincidir, van a
recubrirse, se produce una comunidad topológica de las catexias en juego. El sujeto se
instala sobre el agujero de la zona erógena. Pero para que pueda ser leído hace falta el
objeto que lo ubica en la cadena. Desde ese momento es un significante elidido, legible
cuando el objeto lo trae a luz.
Retomo, entonces, desde más atrás: si el niño es tomado como objeto por el goce de la
madre (y aquí no hablo de deseo materno porque ya habría entonces una referencia fálica
y, por tanto, marca-), o por la escena primaria (por el goce parental), el objeto no puede
separarse del cuerpo, estamos frente a un círculo o un cuerpo cerrado sobre sí. Luego, no
hay posibilidad de subjetivar la escena, de desplazarla, de juego en general.
Aquí aparece un problema que no quisiera esquivar. No es lo mismo hablar de fantasma
en el niño, o en el análisis de niños, que hablar de juego. Por el momento, los estoy
tomando como equivalentes. Y esto porque el juego es homotópico del fantasma. Ocupa el
mismo lugar que va a ocupar posteriormente la fantasía. Pero no son para nada lo mismo.
Sus funciones son equivalentes, pero la cosa no se puede extender mucho más que hasta
ahí.
Redondeo un poco el concepto al que quería llegar: en el niño hay incompatibilidad
entre la posición de objeto real y la posibilidad de segregar el objeto. Si el cuerpo deviene
objeto, si no sale 47

de allí, no hay forma de segregar el objeto. Esto da hasta cierto punto la fórmula de lo
que ocurre en la detención del juego en general y que va de las neurosis infantiles más leves
al autismo o la psicosis infantil.
Una última cuestión, para tomar la otra punta de esta estructura. ¿Por qué la escena
primaria tendría que producir captura? ¿Qué la predestina? El coito parental, y todo coito,
produce un elemento tercero que evacua la insatisfacción. El lugar del espectador, de un
voyeurista por ejemplo, frente al coito de una pareja es suponer, enunciar algo así como
“¡Qué manera de gozar!” Es lo que aporta, una idealización y a la vez una posición que
subsume la insatisfacción. Es la posición de un bebe o de un nenito frente a la escena. Si la
equivalencia fálica no se presenta, el niño es tomado allí realmente, funciona como objeto y
no como una simbolización, un equivalente de la castración. Otra justificación de esto
mismo: la repetición.
Un ejemplo muy conocido: a madre santa o padres santos, hijo perverso. El hijo
desplaza la escena primaria, la referencia ideal al más allá, y la concretiza. Pone un objeto
más allá del velo, en lugar de la nada.
Otro ejemplo: una nenita que hace trampa jugando a las cartas con su terapeuta, que
posiblemente sea hija de un matrimonio que no tiene sexo hace tiempo, desplaza, produce
su objeto propio en un esfuerzo (ya salió de la escena) para que dos figuras fálicas copulen,
lo que describe la escena primaria típica de la neurosis obsesiva.
Hasta cierto punto, la escena primaria es pulsional. Nos envuelve. Pensemos, para
aproximar esto, en los hechos de mimetismo: un animal se mimetiza con el entorno. Se
encuentra perdido en él. El animal es el paisaje. Cuando adquiere un punto de vista, con la
marca que constituye la zona erógena, la pulsión se constituye. Porque la pulsión busca
restituir el organismo no ya circunscripto por el entorno sino devenido entorno, algo que se
perdió pero no estuvo nunca como tal. Con la escena primaria ocurre algo similar. Solo
cuando adquirimos un punto de vista resulta constituida. Hasta allí, el goce parental nos
circunda, estamos tomados en él sin que haya posición subjetiva. Así alcanzamos algunas
reflexiones de Freud sobre el hecho de que la escena primaria dispara las primeras
excitaciones libidinales.
Vuelvo a los dos ejemplos que mencioné antes. En ninguno de ellos el juego se halla
detenido. Pero tenemos posiciones dificultosas, neuróticas o perversas. En cambio, en los
casos en los que la captura es más radical la cuestión del juego queda cortada: en el primer
caso, por ejemplo, se trataría de que el niño está en el cielo, es un ángel, un dios, un autista
bello. Y si bien hay que suponer, conviene suponer, que el niño juega aunque no sepamos a
qué juega, la actividad lúdica no resulta observable.
Concluyo con una referencia del escrito Televisión. Leo la cita de Lacan: “He mostrado
lo que era la fobia de Juanito, donde paseaba a Freud y a su padre, pero donde desde
entonces los analistas tienen miedo”. Esto se encuentra en la página 43 de la edición du
Seuil de Télévision.
¿Por qué tienen miedo los analistas? En el texto Lacan viene hablando de la pulsión. Y
la frase anterior dice que el inconsciente no hace camino más que al volver sobre sus pasos.
Esto nos recuerda el dibujo de la pulsión que reproduce el seminario XI. El vector que sale
de la zona erógena y retorna en circuito a ella nos vuelve asimismo al tema del objeto y la
pulsión. Pero sobre todo nos recuerda que Juanito temía no poder salir, quedar atrapado.
Es curioso en tanto uno pensaría que el temor, una vez que ya salió y pasea por ejemplo por
la aduana, debería ser el de no poder volver. Pero él sabe, y lo dice explícitamente, que
siempre va a poder volver. El caso es que si el camino desanda los pasos, lo que no se
puede es partir. Se está siempre avanzado y volviendo, desandando el camino. Y en algún
sentido, entonces, no se parte nunca.
Ese punto de imposibilidad entre el ir y el volver, el punto de torsión si se quiere ver así
de la cinta de Moebius, es precisamente el que se desplaza sobre el objeto. Y de ahí que
Lacan lo atribuya a los analistas. Se los arrostre. Se desprende entonces una consecuencia
más o menos inmediata: la capacidad de tolerar ese objeto, de poder operar con él, va a
depender del punto al que haya llegado el analista en relación a su propia escena primaria.
Cuanto más quede atrapado más miedo va a tener y va a quedar más referido a los caballos
de calesita.

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