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CRISTO, FUNDAMENTO DE LA PROFECÍA EN JEREMÍAS
Jeremías 1:4-9
INTRODUCCIÓN
El domingo pasado había dicho que la profecía no era solamente una predicción del futuro sino
un mensaje de parte de Dios con un triple propósito, según el apóstol Pablo “el que profetiza habla a
los hombres para edificación, exhortación y consolación”.
Cuando Dios quiere edificarnos, es decir, cuando quiere que crezcamos en conocimiento y
revelación, o cuando Dios quiere exhortarnos para que no hagamos más lo que estamos haciendo, o
cuando Dios quiere corregir el rumbo de nuestra vida o quiere consolarnos en tiempos de sufrimiento
o pérdida, envía un profeta con un mensaje específico, o nos da una profecía por medio de una
enseñanza o predicación.
¿Cuándo nos damos cuenta que estamos recibiendo una profecía de manera personal? Es
cierto que Dios nos puede hablarlos en diferentes formas, pero la más usual y frecuente ocurre
cuando escuchamos una predicación o una enseñanza y percibimos que esa palabra es para
nosotros porque sentimos que algo nos sacude interiormente y nos conmueve. Es ahí cuando nos
damos cuenta que Dios nos está hablando. Y nos damos cuenta también por los resultados que
produce. Porque a veces escuchamos cosas muy interesantes, pero son como semillas sin granos,
como cáscaras vacías, como paja, que nos deja vacíos. Por eso dijo Dios en Jeremías 23:8 “El
profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño, y aquel a quien fuera mi palabra, cuente mi palabra
verdadera ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? Dice Jehová”. Porque en realidad los frutos, es
decir, los resultados son lo que importan, lo que importa es lo que produce en nosotros, como dijo
Jesús “por los frutos se conoce el árbol”. Porque Dios sigue diciendo “¿No es mi palabra como fuego,
dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?” (v.29). Por eso sentimos como un fuego
interior y por eso sentimos que nos golpea, porque es como un martillo que rompe la piedra, y al
romperla nos quebrantamos y lloramos. Porque algo hermoso ha sucedió en nuestro interior.
Hoy Dios tiene una palabra para nosotros por medio del profeta Jeremías, porque este libro
refleja más el carácter de Jesucristo que ningún otro libro del Antiguo Testamento. Cuando Jesús
preguntó a sus discípulos qué pensaba la gente de él, o mejor dicho, quién suponía que era Jesús. En
Mateo 16:14 se nos dice “Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno
de los profetas”. Entonces nos preguntamos ¿Por qué algunos pensaron que Jesús era Jeremías? Tal
vez pensaron que podría ser por su manera de predicar, el contenido de su mensaje o por sus
advertencias sobre el juicio y el castigo, o tal vez fueron sus lágrimas o su pasión en anunciar el
evangelio del reino de Dios. No lo sabemos. Pero sabemos que Cristo está presente como
fundamento de la profecía en el libro de Jeremías y quiere decirnos algo.
Por eso, veamos en primer lugar a:
I JEREMÍAS Y SU CONTEXTO
Jeremías, cuyo nombre significa “Jehová levanta o establece”, había nacido en el año 650
antes de Cristo, en Anatoth, en una aldea a unos 4,5 kilómetros al norte de Jerusalén y murió en
Egipto en el año 585 DC. Nunca se casó y estuvo predicando por unos 40 años durante los reinados
de Josías, Joacaz, Joaquin, Jeconías y Sedequías.
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Jeremías era hijo del sacerdote Hilcías, aquel sacerdote que estuvo a cargo de la
remodelación del templo de Jerusalén por orden del rey Josías y que había encontrado el libro de la
ley entre las cosas que allí estaban arrumbadas.
Lo extraño del contexto de Jeremías es que Dios lo había llamado durante el reinado de uno de
los mejores reyes de Israel: el rey Josías, que comenzó a reinar cuando tenía 8 años, y cuando tuvo
22 años se dedicó a la gran limpieza de la idolatría en todo su territorio. Josías fue uno de esos reyes
de los cuales la Biblia dice que “hizo lo bueno delante de los ojos de Jehová”. Restableció la fiesta de
la Pascua como ninguno antes lo había hecho desde los tiempos del rey David. Y cuando le
entregaron a Josías el libro de la ley de Dios que habían encontrado en el templo, (que
probablemente haya sido el libro de Deuteronomio) el rey Josías se quebrantó, lloró y envió al
sacerdote Hilcías y otros para que consulten a la profetiza Hulda que vivía en el segundo barrio de
Jerusalén para que le digan qué debía hacer. Y la profetiza Hulda habló en nombre de Dios y dijo:
“Por cuanto oíste las palabras del libro y tu corazón se conmovió y te humillaste delante de Dios al oir
sus palabras sobre este lugar y sobre sus moradores, y te humillaste delante de mí, y rasgaste tus
vestidos y lloraste en mi presencia, yo también te he oído, dice Jehová” (2 Crónicas 34:26-27).
Cuando Josías recibió la respuesta de Dios, reunió a todos los habitantes de Jerusalén,
incluyendo a los sacerdotes y levitas, para una lectura a fin que todos oyeran lo que decía el libro de
la ley de Dios, e hizo un pacto con Dios que cumplirían los mandamientos de Dios. Y en 2 Crónicas
34:32 dice “E hizo que se obligaran a ello todos los que estaban en Jerusalén y en Benjamín”.
Notemos la frase “he hizo que se obligaran a ello todos” indicando que Josías impuso a la
fuerza la religión, obligó a la gente que hagan un compromiso con Dios que cumplirían sus
mandamientos. Pero todos sabemos que es inútil obligar a alguien creer en Dios, es inútil obligar a
alguien que cumpla ciertos ritos religiosos y no sirve de nada obligarlo que escuche la Palabra de
Dios o que vaya a la iglesia, o que repita oraciones o rezos si su corazón está alejado de Dios. La
religión exterior, que se basa en formas, ritos, cantos, ofrendas y votos, nada tiene que ver con la
religión interior de una verdadera comunión con Dios. Y menos aún una religión compulsiva que
presiona y obliga.
Por eso Dios envió a Jeremías para que les diga el motivo por qué las cosas les estaban
saliendo mal. Es también un mensaje para nosotros. En Jeremías 2:17 dice “¿No te acarró esto el
haber dejado a Jehová tu Dios, cuando te conducía por el camino?”…”Tu maldad te castigará y tus
rebeldías te condenarán, sabe, pues y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios
y faltar mi temor en ti, dice el Señor Jehová de los ejércitos” (2:19).
Con dolor Dios pregunta en 2:31-32 “… ¿He sido yo un desierto para Israel, o tierra de
tinieblas? ¿Por qué ha dicho mi pueblo: Somos libres, nunca más vendremos a ti? ¿Se olvida la
virgen de su atavío o la desposada de sus galas? Pero mi pueblo se ha olvidado de mí por
innumerables días”.
Podemos notar el dolor profundo que sentía Dios en su corazón porque su pueblo que tanto
amaba lo abandonó.
Dios también le había dicho: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente
de agua viva y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (2:13) y luego le
mostró las consecuencias de haber abandonado a Dios, y cuando Jeremías vio la visión de lo que
ocurriría con su nación sintió un fuerte dolor de estómago y punzadas en su corazón y exclamó: “¡Mis
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entrañas, mis entrañas! Me duelen las fibras de mi corazón, mi corazón se agita dentro de mí, no
callaré, porque sonido de trompeta has oído, oh alma mía, pregón de guerra. Quebrantamiento sobre
quebrantamiento es anunciado, porque toda la tierra es destruida, de repente son destruidas mis
tiendas, en un momentos mis cortinas. …Porque mi pueblo es necio, no me conocieron, son hijos
ignorantes y no son entendidos, sabios para hacer el mal, pero hacer el bien no supieron. Miré a la
tierra y he aquí estaba asolada y vacía, y a los cielos y no había en ellos luz. Miré a los montes y he
aquí que temblaban y todos los collados fueron destruidos. Miré y no había hombre, y todas las aves
de los cielos se habían ido. Miré y he aquí el campo fértil era un desierto y todas las ciudades eran
asoladas delante de Jehová, delante del ardor de su ira” (Jeremías 4:19-26).
Ante este panorama el profeta se pregunta “¿A quién hablaré y amonestaré para que oigan?
He aquí que sus oídos son incircuncisos y no pueden escuchar; he aquí que la palabra de Jehová les
es cosa vergonzosa, no la aman” (6:10) y más adelante dijo “Así dijo Jehová: Paraos en los caminos,
y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino y andad por él, y hallaréis
descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos. Puse también sobre vosotros atalayas que
dijesen: Escuchad al sonido de la trompeta. Y dijeron ellos: No escucharemos” (6:16-17).
Este empecinamiento de no querer escuchar a Dios, esta tozudez de no querer volver a Dios,
esta profunda rebeldía contra Dios traería como consecuencia un enorme sufrimiento, una gran crisis
económica y social, produciría hambre y miseria, la destrucción de las familias, la muerte en gran
escala y por último la expatriación y pérdida de su tierra y sus propiedades. Ante el desastre nacional
que se venía Jeremías dijo: “Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas para
que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!” (9:1).
Jeremías se siente impotente e incapaz de cambiar el destino de su nación porque nadie
quería escuchar. Y nos recuerda a Jesucristo cuando dijo “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los
profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina
a sus polluelos debajo de sus alas y no quisiste!” (Lucas 13:34). Y así como Jeremías predijo la
destrucción del primer templo y la dispersión de la nación por 70 años, también Jesús predijo la
destrucción del segundo templo y la dispersión de Israel por casi dos mil años, y más precisamente el
14 de mayo de 1948. Todo esto nos muestra la vigencia de la pregunta de Jeremías 2:17 “¿No te
acarreó esto por haber dejado a Dios cuando te conducía por el camino?”
Es una pregunta que todos debemos hacernos y responder cuando estamos en problemas.
II JEREMÍAS Y SU LLAMADO
Jeremías fue llamado por Dios para predicar cuando tenía aproximadamente unos 20 años de
edad. Por eso se consideraba a sí mismo incapaz e inhabilitado para ello, y se veía a sí mismo como
un niño. En Jeremías 1:4-9 dice “Vino, pues, palabra de Jehová a mí diciendo: Antes que te formase
en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, y te di por profeta a las naciones. Y yo dije:
¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová” He aquí, no sé hablar, porque soy niño. Y me dijo Jehová: No digas: Soy un
niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos,
porque contigo estoy para librarte, dice Jehová. Y extendió a Jehová su mano y tocó mi boca, y me
dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca”.
Cuando tenía 17 años estas palabras me golpearon porque como Jeremías dije “Ah, Señor, he
aquí no sé hablar porque soy niño”. Pero la respuesta de Dios no se hizo esperar y sentí que lo que
Dios le dijo a Jeremías me lo estaba diciendo también a mí: “Porque he aquí yo te he puesto en este
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día como ciudad fortificada; como columna de hierro, y como muro de bronce contra toda la tierra,
contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes, y el pueblo de la tierra. Y pelearán contra ti,
pero no te vencerán, porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte” (Jeremías 1:18-19).
La misión de Jeremías no fue fácil. Él debía profetizar, debía decir lo que Dios quería que diga,
pero al hacerlo fue atacado continuamente. Fue objeto de amenazas de muerte, fue rechazado por
sus amigos y parientes, fue abofeteado, encarcelado y puesto en un cepo, acusado de traidor a la
nación y odiado por la clase gobernante, pero pese a todo esto permaneció firme. En las tres figuras
que Dios plasma en el profeta se proyectan tres fortalezas inexpugnables o invulnerables.
1. Dios le dijo que lo puso como una ciudad fortificada.
Cuando vemos una ciudad fortificada, esa ciudad nos sugiere que allí vive un pueblo fuerte,
que pudo levantar piedras pesadas y ensamblarlas con otras hasta levantar un muro, que construyó
sólidas puertas que podían resistir cualquier ataque; que allí habitan personas prevenidas y sabias
que pudieron proyectar esa fortaleza para defenderse de invasiones y saqueos. Una ciudad fortificada
era una ciudad segura. Dios eligió y estableció a Jeremías como si él fuera una ciudad fortificada que
producía respeto y temor a sus enemigos. Sería inconquistable porque Dios quiso que Jeremías fuera
una ciudad fortificada.
2. Dios le dijo que sería como una columna de hierro.
Las columnas cumplen la función de sostener un edificio. Porque cuando Sansón recuperó sus
fuerzas sobrehumanas y empujó las columnas que mantenían en pie el edificio, toda la estructura se
vino abajo, porque la fortaleza de un edificio depende de sus columnas.
Una columna de mármol puede resultar frágil si la comparamos a una columna de hierro.
Porque he visto columnas jónicas y dóricas en diferentes ruinas greco romanas con serios daños,
pero nunca vi una columna de hierro macizo dañada. A una columna de hierro los golpes no le hacen
mella.
El profeta Jeremías fue como una columna de hierro, fuerte e inquebrantable, y sobre cuyos
hombros estaba la responsabilidad de hablar la Palabra de Dios. Contra él pelearon, pero no pudieron
con él, porque fue una columna de hierro.
3. Dios le dijo que sería como un muro de bronce.
El muro ha sido siempre un elemento de protección y contención. Se levantaban muros para
proteger a las ovejas del ataque de los lobos; se levantaban muros para proteger una población de
cualquier invasión, ataque o pelea. Dios le dijo “Pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque yo
estoy contigo, dice Jehová, para librarte”.
Se han inventado los arietes que eran máquinas militares para derribar muros y tomar por
asalto ciudades. El ariete consistía en un tronco largo y pesado con un metal en uno de los extremos.
Con él se golpeaba el muro hasta que cedía y caía. Pero ningún ariete, por más golpes que dé, podrá
derribar un muro hecho de bronce. Y Dios le dijo a Jeremías “te he puesto como muro de bronce”.
Esta declaración de Dios sobre Jeremías, es también una declaración sobre nosotros que
hemos creído en Jesucristo y respondido a su llamado. Porque en Romanos 8:37 dice “Antes, en
todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”. 2 Corintios 2:14
“Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús”.
III EL LEGADO DE JEREMÍAS
Del gran legado que nos dejó Dios a través del profeta Jeremías, quiero resaltar tres de ellos:
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1. Nos dejó el legado del propósito de los planes de Dios.
Si estamos preocupados por nuestro futuro o si tenemos miedo de lo que nos puede
suceder, debemos recordar lo que Dios dijo en Jeremías 29:11 “Porque yo sé los
pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de
mal, para daros el fin que esperáis”. La versión de la Biblia de E. Nieto traduce “Porque yo
sé bien los proyectos que tengo sobre vosotros, dice el Señor, proyectos de prosperidad y
no de desgracia, de daros un porvenir lleno de esperanza”. Otras versiones dicen “Yo se los
planes que tengo para ustedes, dice el Señor, planes de prosperidad y no de calamidad…”.
Tal como dijo Jesús en Lucas 12:32 “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre
le ha placido daros el reino”.
2. Nos dejó el legado de la promesa del nuevo pacto.
Jeremías 31:31 “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con
la casa de Israel y con la casa de Judá” … “Pero este es el pacto que haré con la casa de
Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su
corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” y más adelante concluye
diciendo “porque perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado”. Y a
esto Jesús se refirió cuando dijo “esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es
derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:28).
3. Nos dejó el legado del llamado a la oración
Jeremías 33:3 “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que
tú no conoces” que concuerda con lo que Jesús nos prometió en Mateo 7:7 “Pedid y se os
dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”.
CONCLUSIÓN
“Clama a mí y yo te responderé” es una gran promesa de Dios a la cual te puedes aferrar. Él no
te dejará con las manos vacías sino que cumplirá su promesa de “yo te responderé y te enseñaré
cosas grandes y ocultas que tú no conoces”. Porque, como te ha dicho, “Porque yo se los proyectos,
los planes que tengo para vos, dice el Señor, planes de prosperidad y no de desgracia”. “Clama a mí y
yo te responderé” dice el Señor, porque hará un nuevo pacto contigo por medio de Jesucristo para el
perdón de todos tus pecados.
Si respondes a Dios, también la promesa para Jeremías será una promesa para vos: “Porque
he aquí yo te he puesto en este día como ciudad fortificada; como columna de hierro, y como muro de
bronce... Y pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo, dice Jehová, para
librarte”.
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