AROLDO WILSON QUIROZ MONSALVO
Magistrado ponente
SC1833-2022
Radicación n° 11001-31-03-013-2009-00217-01
(Aprobado en sesión virtual de veintiséis de mayo de dos mil veintidós)
Bogotá D.C., veintinueve (29) de julio de dos mil
veintidós (2022).
Decide la Corte el recurso de casación interpuesto por
Mario Alfredo y Jorge Hernán Colmenares Riativa frente a la
sentencia proferida el 25 de octubre de 2019, por la Sala
Civil del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá,
en el proceso de pertenencia instaurado por Ciro Alfonso
Ruiz Piñeros contra Jorge Colmenares Rubio, quien fue
sucedido procesalmente por sus herederos indeterminados
y por Ernesto Colmenares Téllez, María Patricia Colmenares
Téllez y los recurrentes, como herederos determinados.
ANTECEDENTES
1. Mediante demanda que por reparto correspondió al
Juzgado Trece Civil del Circuito de Bogotá, el accionante
solicitó declarar que adquirió por prescripción
extraordinaria el dominio del inmueble ubicado en la calle
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
145 nº 16 – 47 de Bogotá, actualmente calle 134 A n° 10 B
– 07, alinderado en tal libelo e identificado con la matrícula
nº 50N-377224 de la Oficina de Registro de Instrumentos
Públicos; así como ordenar la inscripción del fallo.
Como fundamento fáctico adujo, en síntesis, que
ostenta la posesión del predio desde hace 22 años, sumados
los de detentación de Anacleto Cuadros Pedraza, quien se la
transfirió.
Agregó que durante tal lapso ha ejercido la posesión
de forma pública, pacífica e ininterrumpida, porque instaló
mejoras, lo ha arrendado y defendido de ataques de
terceros.
2. Con ocasión de su vinculación al litigio, en escritos
separados Mario Alfredo y Jorge Hernán Colmenares Riativa
se opusieron a las pretensiones y enarbolaron la excepción
meritoria de «falta de requisitos de fondo para incoar la
prescripción extraordinaria».
Ernesto y María Patricia Colmenares Téllez hicieron lo
propio y radicaron, también en pliegos independientes, las
defensas perentorias de «identidad jurídica del demandante
con su causahabiente. Imposibilidad del prescribiente
demandante, Ciro Alfonso Ruiz Piñeros, de adquirir el
dominio del inmueble por prescripción, por ser
causahabiente, por acto entre vivos, de Anacleto Cuadros
Pedraza, quien no tuvo ánimo de señor y dueño, reconoció el
dominio y la posesión en otro respecto del inmueble y por
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tanto su causahabiente tiene la misma identidad jurídica» y
«falta del requisito sustancial (tiempo) para adquirir el
dominio del inmueble por prescripción. Posesión clandestina.
Posesión interrumpida.»
El curador ad-litem designado a quien creyera tener
derecho sobre el bien, así como para representar a los
herederos indeterminados de Jorge Colmenares Rubio,
manifestó estarse a lo probado en el rito.
3. Mario Alfredo, Jorge Hernán Colmenares Riativa,
Ernesto y María Patricia Colmenares Téllez igualmente
incoaron acción reivindicatoria por vía de reconvención. Los
dos primeros, cada uno de forma separada, deprecaron:
3.1. Declarar que pertenece a la sucesión de Jorge
Colmenares Rubio el dominio pleno y absoluto del fundo de
marras, el cual describieron por sus linderos y
nomenclatura actuales; condenar al contrademandado a
restituirlo a favor del patrimonio ilíquido y pagar los frutos
en condición de poseedor de mala fe, sin reconocimiento de
mejoras.
En apoyo de esas súplicas relataron, en síntesis, que
Jorge Colmenares Rubio recibió el bien raíz mediante
adjudicación aprobada con sentencia de 23 de noviembre de
1976 dictada por el Juzgado 8 Civil del Circuito de Bogotá,
en el juicio sucesorio de su progenitora, Rosario Rubio Vda.
de Colmenares, decisión que fue debidamente inscrita; que
el referido propietario no enajenó la heredad ni la prometió
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en venta, sin embargo, fue desprovisto de la posesión, como
lo están sus herederos, pues actualmente la ostenta Ciro
Alfonso Ruiz Piñeros, aunque de forma viciada y
clandestina, al punto que el Juzgado 66 Civil Municipal de
Bogotá practicó prueba anticipada de inspección judicial el
20 de mayo de 2004 sobre el lote de terreno, constatando
que carece de mejoras y de poseedor público, lo cual
también declaró Juan Bautista Martínez ante la Fiscalía
General de la Nación.
3.2. María Patricia y Ernesto Colmenares Téllez
también pidieron, individualmente, proclamar que
pertenece a «Jorge Colmenares Rubio» la heredad objeto de
la litis y condenar a Ciro Alfonso Ruiz Piñeros en los
mismos términos pedidos en los otros libelos de
reconvención.
En sustento de tal súplica narraron, en adición a lo
alegado por sus coreivindicantes, que Juan Bautista
Martínez fungió como tenedor del predio y ha reconocido a
Colmenares Rubio como propietario, al paso que Anacleto
Cuadros Pedraza declaró, el 3 de septiembre de 2003 ante
la Fiscalía General de la Nación, que Juan Bautista era el
dueño del bien para el año 2001, pues lo arrendó a Nancy
Murcia; de todo lo cual se extrae que la posesión alegada
por Ciro Alfonso Ruiz Piñeros carece de título, no ha sido
pública y es causahabiente de la «identidad jurídica»
reconocida por Anacleto Cuadros Pedraza, por lo que no
reúne el tiempo necesario para adquirir por prescripción
extraordinaria.
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4. Frente a los libelos de mutua petición el inicial
demandante erigió la excepción meritoria que denominó
«caducidad y prescripción de la acción».
5. En razón de la cesión de derechos litigiosos que el
promotor realizó a favor de Pedro Miguel Ruiz Piñeros y
César Augusto de Jesús Córdoba Romero, estos fueron
reconocidos como sus litisconsortes.
6. Tras agotar las etapas del juicio, con sentencia de
10 de mayo de 2019 el Juzgado 34 Civil del Circuito de
Bogotá, al que le fue remitida la causa por descongestión,
declaró próspera la excepción de «falta de requisitos de
fondo para incoar la prescripción extraordinaria», desestimó
la petición de pertenencia, proclamó infundada la defensa
de «caducidad y prescripción de la acción» reivindicatoria y
accedió a esta pretensión, por lo que condenó al
demandante inicial a entregar el bien raíz a sus opositores y
a pagar, en condición de poseedor de buena fe, los frutos
civiles producidos por el predio.
7. El accionante así como el convocado Jorge Hernán
Colmenares Riativa interpusieron apelación, pero el
tribunal declaró desierta la de este demandado y resolvió
aquella alzada el 25 de octubre de 2019, con sentencia que
revocó la prosperidad de la acción reivindicatoria y confirmó
la desestimación de la pertenencia.
SENTENCIA DEL TRIBUNAL
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1. El Juzgador de segundo grado inicialmente estimó
cumplidos los presupuestos procesales, ausente vicio que
impusiera retrotraer el trámite, recordó que su competencia
se limitaba a los reparos objeto de sustentación en segunda
instancia y evocó el instituto de la prescripción adquisitiva
del dominio.
2. A continuación señaló que al ser pacífica la
condición de poseedor del primigenio demandante debía
auscultar si tal situación se prolongó por el lapso de 20
años, en los términos del artículo 2532 del Código Civil
modificado por el canon 1 de la ley 50 de 1936, lo cual no
encontró acreditado porque:
2.1. La copia del lanzamiento por ocupación de hecho
incoado por Gerardo Aristizábal Flórez no podía ser
valorada, en tanto se fundó en un documento fraudulento
como fue la escritura pública 976 de 9 de abril de 1984
otorgada en la Notaría 32 de Bogotá, de donde tampoco era
viable apreciar la declaración que en tal trámite rindieron el
accionante, Jaime Enrique Medina, Alberto Mesa Morales y
José Eduardo Saavedra Martínez.
2.2. Las declaraciones obrantes en la investigación
penal por el delito de falsedad en documento público
iniciada tras denuncia del Notario 32 del Círculo de Bogotá
y de Juan Bautista Martínez, allegadas en copia, así como
las recaudadas en este juicio, valoradas en conjunto
acreditan, a pesar de la existencia de dos grupos de testigos
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antagónicos, que el primigenio demandante ostenta la
posesión desde el año 2001, no desde 1987 como lo alegó,
máxime cuando es inexistente prueba documental que lleve
a otra conclusión.
2.3. Por ende, la acción de pertenencia fue incoada
cuando el demandante contaba con 8 años de posesión,
lapso insuficiente para acceder a la usucapión.
3. En cuanto atañe a las acciones de dominio, izadas
por vía de reconvención, el fallador ad-quem recordó sus
presupuestos y coligió que también estaban conminadas al
fracaso habida cuenta que, aun cuando los reclamantes
acreditaron ser descendientes inmediatos de Jorge
Colmenares Rubio, no fue probada la condición de
propietario de este, porque no fue inscrita la escritura
pública 1924 de 15 de septiembre de «1982» otorgada en la
Notaría 19 de Bogotá, en la cual fue protocolizada la
sentencia dictada el 23 de noviembre de 1976 por el
Juzgado 8 Civil del Circuito de Bogotá, aprobatoria de la
partición realizada en el juicio sucesorio de Rosario Rubio
Vda. de Colmenares, como lo imponen los artículos 12 del
Decreto 960 de 1970 y 2 del Decreto 1250 de 1970.
En adición, tampoco fue aportado, como título
antecedente, la escritura pública 5001 de 14 de diciembre
de 1967 de la Notaría 2ª de Bogotá, a través de la cual
Rosario Rubio Vda. de Colmenares compró el inmueble, sin
que para tal propósito fuera suficiente el certificado de
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tradición y libertad correspondiente a la matrícula
inmobiliaria del lote.
LA DEMANDA DE CASACIÓN
Mario Alfredo y Jorge Hernán Colmenares Riativa
acudieron a este mecanismo extraordinario proponiendo
dos cargos, erigidos en la causal segunda de casación
regulada en el artículo 336 del Código General del Proceso.
Como quiera que el último está llamado a prosperar,
procede la Corte a su estudio.
CARGO SEGUNDO
1. Aduce la vulneración indirecta, por falta de
aplicación, de los artículos 673, 946 a 947, 950, 952, 961 a
964, 966, 969, 1009 a 1010, 1012 a 1013, 1037, 1040,
1045, 1155, 1239 a 1240, 1242, 1249, 1325 del Código
Civil, 56 a 58 del decreto 960 de 1970, y por indebido
empleo los cánones 745, 749, 756, 762 de aquella obra, 12
del decreto 960 de 1970 y 2 del decreto 1250 de 1970, como
consecuencia de errores de derecho en la valoración del
acervo probatorio, al desconocer los preceptos 248 y 256 del
Código General del Proceso.
2. Hace consistir el quebranto en que el Tribunal
exigió un medio probatorio específico, no previsto por el
ordenamiento jurídico, para tener por acreditado el derecho
de dominio de Jorge Colmenares Rubio, en la medida en
que consideró que no fue inscrita la escritura pública 1924
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de 15 de septiembre de 1983 otorgada en la Notaría 19 de
Bogotá, contentiva de la sentencia aprobatoria del trabajo
de partición realizado en el juicio sucesorio de Rosario
Rubio Vda. de Colmenares; no obstante que tal
protocolización no constituye acto de enajenación respecto
de los bienes adjudicados en juicios sucesorios, ni siquiera
porque se trate de inmuebles.
La sucesión por causa de muerte, agregó el reproche,
al tenor del artículo 673 del Código Civil es un modo a
través del cual los herederos adquieren el dominio de los
bienes del causante, el cual se configura con la muerte de
este, la vocación hereditaria de aquellos y la aceptación de
la herencia; al paso que el título lo constituye la ley o el
testamento por mandato del canon 1037 de la misma obra.
Por ende, la adjudicación o la partición de la masa
herencial no constituyen título, tampoco el modo en que los
herederos adquieren los bienes hereditarios, pues sólo
declara que los bienes que otrora eran del occiso hoy lo son
de sus herederos, y en relación con inmuebles
adicionalmente dan fe de la cadena ininterrumpida de
propietarios para que el folio de matrícula inmobiliaria
refleje la actual y verdadera situación del predio.
Es decir que el modo de la sucesión por causa de
muerte es suficiente, por sí solo, para transmitir los bienes
del causante a sus herederos, siendo innecesaria la
tradición, que es modo diverso de adquirir el dominio, el
cual requiere la celebración de un negocio jurídico (título)
en el cual interviene la voluntad y capacidad de legal de las
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partes (art. 742 ibídem), lo que es imposible respecto de
quien falleció.
Por lo tanto, los cánones 12 del decreto 960 de 1970 y
2 del decreto 1250 de 1970 eran inaplicables para tener por
acreditado el derecho de dominio de los accionantes en
reconvención, pues aluden a la regulación del modo de la
tradición; a más de que la sentencia que aprueba la
partición en juicio sucesorio debía inscribirse en los
términos de los artículos 611 y 615 del Código de
Procedimiento Civil, vigente para la época, en concordancia
con la regla 57 del decreto 960 de 1970, a efectos de ajustar
la cadena de propietarios del predio y atestar el derecho de
dominio en cabeza de Jorge Colmenares Rubio, lo que este
realizó según se desprende de la segunda anotación
plasmada el 3 de febrero de 1977 en el folio de matrícula
inmobiliaria 50N-377224, en el que consta la inscripción de
la sentencia aprobatoria de la partición realizada en el juicio
sucesorio de Rosario Rubio Vda. de Colmenares.
3. Por último, señalaron los recurrentes que el
argumento final del juzgador ad-quem también fue errado,
toda vez que exigió como prueba de dominio de los
reivindicantes el título antecedente con el cual Rosario
Rubio Vda. de Colmenares adquirió la heredad por compra
a Ospinas & Cía. S.A., innecesario pues Ciro Alfonso Ruiz
Piñeros ostenta la condición de poseedor a partir del año
2001, como lo concluyó el mismo tribunal, al paso que
Jorge Colmenares Rubio detenta el dominio desde 1977, lo
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cual implica que esta prerrogativa es anterior y, por ende,
de mejor derecho al tenor del canon 762 del Código Civil.
4. Por consecuencia, estaba acreditado el derecho de
dominio de los demandantes en reconvención, de donde los
errores del fallo de última instancia llevaron a revocar la
sentencia del juzgador a-quo, conculcando el ordenamiento
sustancial denunciado, el cual describieron.
CONSIDERACIONES
1. Anotaciones preliminares.
1.1. Es pertinente indicar que, por entrar en vigencia
de manera íntegra el Código General del Proceso a partir del
1º de enero de 2016, al sub judice resulta aplicable ya que
consagró, en los artículos 624 y 625 numeral 5º, que los
recursos, entre otras actuaciones, deberán surtirse bajo «las
leyes vigentes cuando se interpusieron», tal cual sucede con
el que ahora ocupa la atención de la Sala, en razón a que
fue radicado con posterioridad a la fecha citada.
1.2. Como quiera que el Juzgador ad-quem desestimó
tanto la acción de pertenencia como la reivindicatoria y sólo
los demandantes en reconvención interpusieron el
mecanismo extraordinario de la casación, la usucapión es
asunto vedado a la Corte.
2. La sucesión por causa de muerte como modo de
adquirir el dominio, invocada en acción reivindicatoria.
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Por sabido se tiene que, al tenor del artículo 946 del
Código Civil, la reivindicatoria es la acción de naturaleza
real consagrada a favor del propietario de un bien para
obtener la posesión, de la cual está desprovisto.
De allí que tanto la doctrina como la jurisprudencia
han extractado como sus elementos axiológicos: 1) el
derecho de dominio en el demandante, 2) la posesión del
demandado, 3) la identidad entre el bien perseguido por
aquel y el detentado por este, y 4) que se trate de una cosa
singular reivindicable o una cuota determinada proindiviso
sobre una cosa singular.
En relación con el primer presupuesto, que encontró
incumplido el veredicto de última instancia y sobre el que
versa el cargo bajo estudio, imperioso resulta reiterar que a
voces del artículo 673 del Código Civil, los modos de
adquirir el dominio son la ocupación, la accesión, la
tradición, la prescripción y la sucesión por causa de
muerte.
Cada uno, con su propia regulación, cumple la función
de realizar los actos desplegados por las personas en aras
de adquirir bienes y demás derechos reales: el primero
opera respecto de los bienes baldíos por ende de propiedad
de la Nación o carentes de propietario particular; el segundo
alude a los frutos producidos por los bienes o lo que se
incorpora a estos; el tercero a los que se debe; el cuarto a
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los bienes ajenos, a través de la posesión; y el quinto los de
las personas fallecidas.
Así mismo, poseen finalidades distintas en razón a que
mientras la ocupación, la accesión y la prescripción
constituyen el derecho de dominio, la tradición lo transfiere
y la sucesión por causa de muerte lo trasmite, «[l]o cual no
acusa simple juego de palabras sino conceptos jurídicos
precisos y diferentes, de efectos asimismo precisos y
diferentes.» (CSJ SC de 31 oct. 1955, G.J. T. LXXXI, pág.
506 y ss.)
La transferencia del dominio, por vía de ejemplo,
requiere un acto de voluntad, que a voces de la regla 765
del estatuto sustancial en lo civil son «los que por su
naturaleza sirven para transferirlo como la venta, la permuta,
la donación entre vivos…»; acto que no interviene en
tratándose de la sucesión por causa de muerte, habida
cuenta que el propietario dejó de existir.
Ahora bien, mientras la ocupación, la prescripción y
en ciertos casos la accesión, una vez configuradas,
producen derechos definitivos, la sucesión por causa de
muerte tiene como notas distintivas, que comparte con la
tradición, en primer lugar, la producción de derechos
discutibles en la medida en que el tradente o el causante
sólo puede transferir o transmitir, en su orden, lo que está
en su dominio (art. 752 C.C.), de donde cualquiera de estos
dos modos que tenga por objeto un bien ajeno al tradente o
al causante no desvirtúa los derechos de sus titulares,
quienes, por ende, conservan las acciones pertinentes.
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Y en segundo lugar, la tradición y la sucesión tienen la
finalidad de traspasar al patrimonio del acreedor o
causahabiente, en cada caso, el derecho debido o del
causante, respectivamente.
En efecto, la tradición, como modo de adquirir el
dominio, consiste en la entrega que se hace de un bien por
el tradente al adquirente, con la intención de aquel de
transferir y la de este de incorporar a su patrimonio el
derecho de dominio u otro de los derechos reales.
En cambio, la sucesión por causa de muerte
corresponde a la forma como el sucesor adquiere los bienes
del causante, «… que, además, no se consolida en forma
instantánea sino que requiere de hechos tales como el deceso
de la persona, la delación y la aceptación de su herencia, así
como la adjudicación de ésta en una partición aprobada e
inscrita en los registros respectivos, como aquí ocurrió.» (CSJ
SC de 27 sep. 2013, rad. 2005-00488).
Itérase, porque viene el caso, que la delación es el
llamado que, como consecuencia de la muerte de una
persona, hace la ley o el testador -en caso de voluntad
testamentaria- a quien tiene vocación hereditaria para que
acepte o repudie la asignación que pudiere corresponderle
(CSJ SC de 18 jun. 1998, rad. 4899; SC973 de 2021, rad.
2012-00222).
Es decir que, en el modo de adquirir el dominio
denominado sucesión por causa de muerte, la partición
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realizada en el juicio no tiene efectos traslaticios, en la
medida en que tal consecuencia corresponde únicamente al
modo de la tradición (art. 740 C.C.), «…cada uno de ellos
(los modos de adquirir el dominio) se basta así mismo en el
ámbito que le concierne. Por ello ni el registro del decreto de
posesión efectiva de la herencia, ni el de la sentencia
aprobatoria de la partición, juegan papel de tradición, como
tampoco el de la sentencia que declara haber sido adquirido
un bien por prescripción, ni el de la resolución gubernamental
sobre adjudicación de tierras baldías: para adquirir, en estos
últimos casos, basta la ocupación (art. 1°, ley 200 de 1936) y
la usucapión, como en aquéllos la sucesión por causa de
muerte, esto es, la transmisión directa del de cujus al
heredero. La tradición nada tiene que hacer: aquellos modos
actúan en los campos que les son propios y exclusivos.» (CSJ
SC de 31 oct. 1995, Gaceta Judicial LXXXI, pág. 506).
Precisamente, el inciso inicial del artículo 1401 del
Código Civil consagra que «[c]ada asignatario se reputará
haber sucedido inmediata y exclusivamente al difunto, en
todos los efectos que le hubieren cabido, y no haber tenido
jamás parte alguna en los otros efectos de la sucesión», al
paso que el precepto 779 de la misma obra prevé que
«[c]ada uno de los partícipes de una cosa que se poseía
proindiviso, se entenderá haber poseído exclusivamente la
parte que por la división le cupiere, durante todo el tiempo
que duró la indivisión.»
En otros términos, la transmisión del causante a su
heredero a través de la adjudicación o partición llevada a
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cabo en el juicio sucesorio tiene efecto retroactivo a partir
del día de deceso de aquel, lo cual traduce que tal
distribución no tiene alcances traslaticios.
Pensar lo contrario implicaría afirmar que en el
interregno entre la muerte y el reparto de bienes se
configuró el traslado de la masa herencial a una comunidad
indivisa y que cada heredero, a su vez, entrega a los demás
coherederos los bienes dejados por el causante, poseídos
proindiviso, una vez aprobada la sentencia de partición.
Nada más desacertado si se tiene en cuenta que es el de
cujus quien transmite.
Los preceptos citados consagran, entonces, una ficción
legal en virtud de la cual durante el periodo de indivisión,
surgido a raíz del deceso del propietario, los partícipes del
patrimonio ilíquido no tuvieron parte en los bienes a la
postre adjudicados a los demás herederos, como si
desapareciera, per se, la posesión proindiviso que
ejercieron.
Precisamente doctrinó esta Corporación que:
«…reunidos los elementos constitutivos expresados, el derecho de
herencia se fija definitivamente en cabeza del heredero, radicado
desde la delación en forma condicional. El modo de sucesión ha
operado; en cabeza del sucesor existe, como elemento positivo, el
derecho hereditario, patrimonial, individualizado y autónomo, de
tal manera que cuando sobreviene la partición, no es para
transferir al heredero un derecho que ya tiene y en ejercicio del
cual interviene en ella, sino para liquidar la comunidad universal
hereditaria y poner término a la indivisión, distribuyendo los
bienes entre los copartícipes a prorrata de su derecho, con efecto
desde el día de la muerte. De esta manera la época de indivisión
desaparece y entre la propiedad exclusiva del causante y la
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propiedad exclusiva del causahabiente no hay solución de
continuidad: el último no es sino continuador de la persona del
primero, quien dejó de serlo desde la muerte. (…) De esta forma,
la partición del acervo hereditario no es un modo de adquirir de
la sucesión mortis causa, paso necesario en la liquidación de la
herencia, extinción de la comunidad hereditaria y a la vez
eslabón destinado a ajustar la cadena de los títulos del
antecesor con el título del causahabiente. El artículo 673 no lo
menciona entre las formas jurídicas de adquirir. Los trámites
todos del juicio mortuorio tienden a realizar a hacer efectivo, el
mencionado modo de poner en el patrimonio de la persona los
bienes del sujeto que ha muerto». (CSJ SC de 31 oct. 1955, G.J.
LXXXI, 506 y s.s.; reiterada en SC de 22 abr. 2002 y SC de 27
sep. 2013, rad. 2005-00488).
En consonancia con lo anterior destácase como, en el
ámbito del derecho procesal, el juicio de sucesión hacía
parte de la Sección Tercera del Libro Tercero del Código de
Procedimiento Civil, al igual que en el vigente Código
General del Proceso, esto es, concierne a los procesos de
liquidación, mas no a los juicios declarativos, regulados en
la Sección Primera del aludido Libro.
Así las cosas y como quiera que la sucesión por causa
de muerte exige para que opere el deceso de la persona
titular de los bienes, la delación y la aceptación del
heredero, la partición o adjudicación no transfiere el
dominio, sino que corresponde a un acto procesal
integrador de ese modo de trasmitir tal derecho real, con
efectos retroactivos a partir de la fecha del deceso del
causante.
Por contera, la sentencia que aprueba la partición o
adjudicación pone fin a la comunidad universal, mediante
la distribución del patrimonio entre los herederos
reconocidos, de donde sus efectos son meramente
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declarativos, en tanto y en cuanto se limitan a reconocer un
derecho preexistente.
Precisamente la Sala tiene dicho que «…la partición
realizada en el juicio de sucesión no tiene efectos
constitutivos respecto al derecho de dominio de los bienes
objeto de ella, sino meramente declarativos, porque la
partición es ‘…un negocio jurídico de carácter declarativo con
efectos retroactivos, según se deduce de lo dispuesto por el
artículo 1401 del C.C.’ (CSJ, G.J. CCXXVIII, Vol. I, 661),
mandato que regula los efectos jurídicos de la partición al
señalar que ‘[c]ada asignatario se reputará haber sucedido
inmediata y exclusivamente al difunto, en todos los efectos
que le hubieren cabido, y no haber tenido jamás parte alguna
en los otros efectos de la sucesión’.» (CSJ SC973 de 2021,
rad. 2012-00222).
Consecuente con tal instituto, el artículo 611 del
Código de Procedimiento Civil vigente para la época,
regulaba, en su numeral 7, aludiendo al proveído
aprobatorio de la partición, que «[l]a sentencia que verse
sobre bienes sometidos a registro será inscrita, lo mismo que
las hijuelas, en las oficinas respectivas, en copia que se
agregará luego al expediente. En la sentencia aprobatoria de
la partición el juez ordenará la protocolización del expediente
en la notaría del lugar del proceso que los interesados
hubieren señalado, y en su defecto en la que el juez
determine.»
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Precepto que guardaba coherencia con el aparte final
del 615 ibídem, a cuyo tenor «[l]a sentencia (aprobatoria de
la adjudicación) se registrará y protocolizará en la forma
prevenida para la aprobatoria de la partición.»
Nótese como, de forma por demás expresa, el
ordenamiento adjetivo citado, que hoy corresponde a los
artículos 509 y 513 del Código General del Proceso y que
trata los procesos de sucesión, previó forzoso el registro de
la sentencia aprobatoria de la partición o adjudicación
previamente a la protocolización de tal providencia, lo que
se muestra a tono con el artículo 58 del Estatuto de
Notariado (Decreto 960 de 1970), al regular que «[c]uando
las actuaciones o documentos que deban protocolizarse estén
sujetos a registro, esta formalidad se cumplirá
previamente a la protocolización.» (Resaltó la Sala).
En suma, en el modo de adquirir el dominio
denominado sucesión por causa de muerte opera la
transmisión del derecho del causante a su heredero, con
efecto desde el deceso de aquel, aun cuando la sentencia
aprobatoria de la adjudicación o partición siempre sea acto
declarativo posterior, providencia que carece de alcances
traslaticios, pero que debe ser inscrita si recayó sobre
bienes inmuebles previamente a su protocolización notarial.
3. Resolución del caso concreto.
3.1. Fueron dos los argumentos en que el juzgador de
última instancia basó su desestimación de la acción de
19
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
dominio izada por vía de reconvención, que lo llevaron a
concluir que no fue acreditada la propiedad de Jorge
Colmenares Rubio respecto del predio objeto de la litis: I) no
se probó la inscripción de la escritura pública 1924 de 15
de septiembre de 1983 de la Notaría 19 de Bogotá, en la
cual se protocolizó la sentencia dictada el 23 de noviembre
de 1976 por el Juzgado 8 Civil del Circuito de Bogotá,
aprobatoria de la partición realizada en el juicio sucesorio
de Rosario Rubio Vda. de Colmenares, como lo imponen los
artículos 12 del Decreto 960 de 1970 y 2 del Decreto 1250
de 1970; II) tampoco fue aportado, como título antecedente,
la escritura pública 5001 de 14 de diciembre de 1967 de la
Notaría 2ª de Bogotá, a través de la cual Rosario Rubio Vda.
de Colmenares compró el inmueble, sin que para tal
propósito fuera suficiente el certificado de tradición y
libertad correspondiente a la matrícula inmobiliaria del lote.
Así las cosas, bien pronto se advierte que el estrado
judicial ad-quem incurrió en los errores de derecho
achacados en el segundo cargo del libelo casacional, en
tanto exigió al extremo reivindicante prueba no prevista en
el ordenamiento jurídico para demostrar la condición de
titular del derecho real de dominio sobre el bien raíz
litigado, al paso que le restó el mérito demostrativo a la que
sí lo ostenta.
Ciertamente, fue desacertada la exigencia dirigida a los
demandantes en reconvención y accionados iniciales, de
acreditar el derecho de dominio de Jorge Colmenares Rubio
sobre el fundo materia de reivindicación únicamente con la
20
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
inscripción de la escritura pública contentiva del trabajo de
partición cumplido en el juicio de sucesión de la progenitora
de este, en razón a que dicha sentencia1 se encontraba
registrada en el folio de matrícula inmobiliaria nº 50N-
377224 de la Oficina de Registro de Instrumentos Públicos
de Bogotá, según se desprende del certificado de tradición
allegado con el libelo genitor de la contienda2 (anotación
número 2 de 3 de febrero de 1977).
Con otras palabras, la sentencia de 23 de noviembre
de 1976 proferida por el Juzgado 8 Civil del Circuito de
Bogotá, aprobatoria de la partición realizada en el juicio
sucesorio de Rosario Rubio Vda. de Colmenares, fue
anotada previamente a su protocolización, lo cual traduce
que el tribunal, al conminar que fuera probado su registro
únicamente después de protocolizado, no antes, como brota
del certificado de tradición memorado, asimiló, aun cuando
no lo dijera expresamente, la referida providencia judicial a
un acto traslaticio de dominio, al punto que citó, como
norma fundante de su decisión, el artículo 12 del Decreto
960 de 1970, que prevé «[d]eberán celebrarse por escritura
pública todos los actos y contratos de disposición o gravamen
de bienes inmuebles, y en general aquellos para los cuales la
ley exija esta solemnidad».
Es decir, el tribunal equiparó la sentencia aprobatoria
del trabajo partitivo con un acto dispositivo de un bien
inmueble. Y recuérdese, según ya se mencionó en esta
1 Folios 587 a 636, cuaderno 1.
2 folios 1 a 2, cuaderno 1.
21
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
providencia, que la sentencia aprobatoria de la partición o
adjudicación carece de efectos traslaticios, en la medida en
que no realiza el modo de la tradición. Tal decisión judicial
hace parte del modo de la sucesión por causa de muerte,
que trasmite al heredero el derecho de dominio que yacía en
cabeza del causante.
En este orden, a pesar de obrar en el plenario el
certificado de tradición citado, que da cuenta en la
anotación número 2 de la inscripción de la sentencia de 23
de noviembre de 1976 descrita, el juzgador colegiado exigió
la prueba del registro de la escritura pública 1924 de 15 de
septiembre de 1983 de la Notaría 19 de Bogotá, que
contiene la protocolización de la referida providencia, lo
cual constituye yerro de derecho en tanto exigió, como
prueba de la condición de titular del derecho real de
dominio sobre el bien raíz litigado trasmitido por el modo de
la sucesión por causa de muerte, una no prevista en el
ordenamiento jurídico, al paso que le restó el mérito
demostrativo a la que sí lo ostenta.
Memórese, porque viene al caso, que el juez puede
quebrantar la ley sustancial de forma indirecta al cometer
errores de hecho, que aluden a la ponderación objetiva de
las pruebas, o de derecho, cuando de su validez jurídica se
trata.
El yerro de derecho se configura en el escenario de la
diagnosis jurídica de los elementos de prueba, al ser
desconocidas las reglas sobre su aducción e incorporación,
22
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
mérito demostrativo asignado por el legislador,
contradicción de la prueba o valoración del acervo
probatorio en conjunto. La Corte enseñó que se incurre en
esta falencia si el juzgador:
Aprecia pruebas aducidas al proceso sin la observancia de los
requisitos legalmente necesarios para su producción; o cuando,
viéndolas en la realidad que ellas demuestran, no las evalúa por
estimar erradamente que fueron ilegalmente rituadas; o cuando
le da valor persuasivo a un medio que la ley expresamente
prohíbe para el caso; o cuando, requiriéndose por la ley una
prueba específica para demostrar determinado hecho o acto
jurídico, no le atribuye a dicho medio el mérito probatorio por ella
señalado, o lo da por demostrado con otra prueba distinta; o
cuando el sentenciador exige para la justificación de un hecho o
de un acto una prueba especial que la ley no requiere. (CXLVII,
página 61, citada en CSJ SC de 13 abr. 2005, rad. nº 1998-
0056-02; CSJ SC de 24 nov. 2008, rad. nº 1998-00529-01; CSJ
SC de 15 dic. 2009, rad. nº 1999-01651-01, entre otras).
3.2. Como si lo anterior fuera poco, igualmente fue
desafortunado el segundo argumento del proveído atacado
por vía de casación, habida cuenta que, como de antaño lo
tiene sentado la doctrina de esta Corte, si bien es cierto que
de conformidad con el inciso final del artículo 762 del Código
Civil ‘el poseedor es reputado dueño, mientras otra persona no
justifique serlo’, tal presunción queda desvirtuada cuando el
reivindicante demuestra su condición de propietario,
invocando título anterior al inicio de la posesión de su
contendiente.
Por lo tanto, no es menester que el promotor de la
acción de dominio demuestre la cadena sucesiva de títulos
de sus antecesores cuando el último título invocado, a
través del cual él se hizo al dominio del bien, por sí sólo se
muestra anterior al despunte de los actos posesorios de su
23
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
contraparte, porque en esta eventualidad el derecho de
dominio resulta suficiente para desvanecer la reputación de
dueño del poseedor.
Esta Corporación ha decantado sobre tal aspecto que:
«(e)n principio, el poseedor está privilegiado por el legislador puesto
que su ánimo de señor y dueño prevalece, aún frente al mismo
titular del derecho de dominio, si su posesión es anterior a la
prueba de la propiedad que exhiba y presente la persona que
reclama la devolución de la cosa (…) Dentro del proceso
reivindicatorio se pueden presentar varias circunstancias
relacionadas con los contrincantes y, especialmente respecto de la
forma en que cada uno de ellos afronta el litigio. La primera, alude
a que solo el demandante esgrime en su pro la existencia de título
de propiedad para oponerlo a la mera posesión que tiene en su
favor el contradictor y la segunda, se configura cuando ambas
presentan ‘títulos’ de dominio (…) al dueño que quiere demostrar
propiedad, ha dicho la Corte, le toca probar su derecho, pero
exhibido el título no hay por qué exigirle la prueba del dominio de
su causante, cuando la fecha del registro de tal título, es anterior a
la posesión del reo.» (CSJ SC de 28 sep. 2009, rad. 2001-00002-
01, reiterada en SC de 27 sep. 2013, rad. 2005-00488, entre
otras).
Y esto fue precisamente lo ocurrido en el sub-exámine,
en razón a que el propio tribunal concluyó que Ciro Alfonso
Ruiz Piñeros inició la posesión sobre el inmueble materia de
la contienda en el año 2001, no obstante que a Jorge
Colmenares Rubio le fue trasmitido con anterioridad el
derecho de dominio por el modo de la sucesión por causa de
muerte, según da cuenta la sentencia de 23 de noviembre
de 1976 proferida por el Juzgado 8 Civil del Circuito de
Bogotá, aprobatoria de la partición realizada en el juicio
sucesorio de Rosario Rubio Vda. de Colmenares, decisión3
inscrita en el folio de matrícula inmobiliaria nº 50N-377224
de la Oficina de Registro de Instrumentos Públicos de
3 Folios 587 a 636, cuaderno 1.
24
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
Bogotá, según se desprende del certificado de tradición
allegado4 (anotación número 2 de 3 de febrero de 1977).
3.3. Incluso, como ya lo precisó esta Corporación en
precedente oportunidad, SC3540 de 2021 (rad. 2012-
00647), una revisión detenida de la situación jurídica
permite alivianar la carga que pesa sobre la demandante de
demostrar su dominio, en tanto le hubiera bastado, en
principio, con aportar la prueba del registro del modo en
que adquirió el dominio para sacar avante su pretensión
reivindicatoria, junto a los títulos que permitan identificar
adecuadamente el bien traditado, siempre que de éstos
emane la cadena de enajenaciones por un tiempo superior a
la data en que inició la posesión.
Esta exigencia resultaba explicable por el
funcionamiento del sistema registral colombiano,
caracterizado por su diseminación, ya que con la ley de 1°
de junio de 1844, sobre registro de instrumentos públicos y
anotación de hipotecas, se dio cabida al primer estatuto
orgánico sobre la materia, con la idea de regularizar el
dominio en la Nación que estaba en proceso de
consolidación.
Sin embargo, ante las dificultades en el flujo de
información y los riesgos del centralismo, esa función quedó
en manos de cada cantón, haciendo de la inscripción un
mecanismo para dar mayor autenticidad a los actos
4 folios 1 a 2, cuaderno 1.
25
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
inscritos, permitir su oponibilidad y conceder efectos
jurídicos a la tradición. Máximas que fueron ratificadas por
el Código Civil.
Con el Título XLIII del estatuto privado, a la postre
derogado por el decreto 1250 de 1970, se asignó a la
inscripción la tarea de «dar publicidad» y «[d]ar mayores
garantías de autenticidad y seguridad de los títulos, actos o
documentos que deben registrarse, haciendo intervenir en su
guarda y confección un número mayor de funcionarios y
precaviéndolos de los peligros a que quedarían expuestos si
la constancia de tales actos, títulos y documentos existiera
en sólo una oficina» (numeral 3° del artículo 2637).
Para la satisfacción de estas necesidades se dispuso
un registro descentralizado, adelantado en todas las
capitales de territorios y lugares en que existieran notarías
(artículo 2638), por medio de libros ordenados
alfabéticamente por el nombre de los inmuebles e
intervinientes en el acto sujeto a registro (artículo 2644).
El asiento se efectuaría imponiendo «una nota al pie
del título expresando la fecha en que se ha verificado la
inscripción o registro, y el folio o folios del libro o libros en que
consta aquella diligencia» (artículo 2669), constituyéndose
en una condición necesaria para hacer fe en juicio (artículo
2673).
Se trataba de un sistema fragmentario y formal, con el
objetivo de reforzar las condiciones de autenticidad y
26
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
seguridad de los actos sujetos a registro, de allí que la
constancia emanada del entonces registrador fuera un
complemento de la demostración del dominio.
Las discordancias entre los actos escriturarios y su
registro, serían resueltas a favor de los primeros, como lo
prescribía el precepto 2664:
No se anulará el registro por falta de alguna o algunas de las
designaciones prevenidas en los anteriores artículos de este
capítulo, siempre que, por lo que del mismo registro conste y por
lo que resulte del título al cual se refiere el registro, pueda venirse
en conocimiento de lo que en tal registro se eche menos; pero la
falta de la firma del registrador sí induce nulidad en la diligencia
de registro en que ocurriere la falta.
El Código Judicial de 1931, en sintonía, prescribió que
«[l]a escritura pública, para ser estimada como prueba, se
presenta por las partes en copia autorizada por el funcionario
encargado del protocolo y con la nota de haberse hecho el
registro en la forma debida» (artículo 630); y ordenó que
«[p]ara acreditar la suficiencia de un título registrado,
cuando, la ley hable de títulos de esa naturaleza, se
presenta el título mismo con la correspondiente nota de
registro; y se acompaña también un certificado del respectivo
registrador de instrumentos públicos en que se exprese que el
registro del título designado por su número y fecha no ha
sido cancelado por ninguno de los tres medios indicados en
el artículo 789 del Código Civil; y que los registros anteriores
al actual, comprendidos en un período de diez años, se han
cancelado, al tenor del mismo artículo, hasta llegar al último
registro».
27
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
Por la ley 40 de 1932, sobre reformas civiles al registro
y matrícula de la propiedad y nomenclatura urbana, se
hicieron algunos cambios al procedimiento existente,
centralizando las anotaciones en las cabeceras municipales,
con una organización de los inmuebles diferenciada entre
rurales y urbanos, pues los primeros eran listados por su
nombre, mientras que los segundos por su nomenclatura
(artículo 21).
Si bien se dio cabida a la matrícula inmobiliaria, por
medio de páginas destinadas exclusivamente a cada fundo
(artículo 24), lo cierto es que su funcionamiento dependía
de que los titulares lo solicitaran ante la autoridad registral,
o fuera necesario realizar la anotación de alguno de los
actos señalados en la ley (artículo 22).
Este sistema de anotaciones carecía de integridad, lo
que impedía otorgarles plena credibilidad sobre la
titularidad del dominio, en tanto nada impedía que
existieran títulos registrados en el sistema anterior sin
reflejo en el nuevo. De allí que el certificado del registrador
sólo sirviera para demostrar la existencia de la matrícula y
los actos glosados en el mismo.
Con el decreto 1250 de 1970 se crearon las matrículas
como se conocen en la actualidad, basadas en folios
individuales (artículo 5°), imponiéndose el registro de todos
los actos que pudieran afectar el dominio, para lo cual
28
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
debía entregarse una copia del documento a registrar a la
autoridad encargada (artículo 18).
Asimismo fue consagrado el deber, para el funcionario
administrativo, de calificar el escrito sometido a registro
antes de su inscripción, con el fin de establecer si los actos
eran registrables o implicaban falsa tradición, transferencia
de derecho incompleto o sin antecedente propio, dejando
constancia en una columna especial del folio de matrícula
inmobiliaria.
Además, fue fijado que el padrón está compuesto de
las fases de radicación, calificación, inscripción y
certificación (artículo 22), aunque acotó la evaluación
jurídica a la determinación de las inscripciones que dé lugar
el documento (artículo 24).
También clarificó que «[n]inguno de los títulos o
instrumentos sujetos a inscripción o registro tendrá mérito
probatorio, si no ha sido inscrito o registrado en la respectiva
oficina, conforme a lo dispuesto en la presente ordenación,
salvo en cuanto a los hechos para cuya demostración no se
requiera legalmente la formalidad del registro» (artículo 45).
Igualmente, consagró que los registradores debían
evaluar los actos ante ellos expuestos con el fin de
determinar si implicaban falsa tradición, transferencia de
derecho incompleto o sin antecedente propio, dejando
constancia en una columna especial del folio de matrícula
inmobiliaria, sección creada precisamente para dicho
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Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
propósito en el artículo 7°, a cuyo tenor existiría «[l]a Sexta
columna, para la inscripción de títulos que conlleven la
llamada falsa tradición, tales como la enajenación de cosa
ajena o la transferencia de derecho incompleto o sin
antecedente propio»..
Por último y en concordancia con el precepto
mencionado, facultó a las oficinas de registro para certificar
la situación jurídica de los inmuebles sometidos a la ley,
«mediante la reproducción fiel y total de las inscripciones
respectivas» (artículo 60).
Tal atribución, de cara a la creación de un estatuto
especializado para el ejercicio de la actividad administrativa,
significó un espaldarazo al valor jurídico del registro, al
concebir cada anotación como un acto administrativo,
gobernado por la presunción de legalidad y sometido a los
mecanismos de control propios de la administración.
La ley 1579 de 2012, por la cual se expide el estatuto
de registro de instrumentos públicos y se dictan otras
disposiciones, acentuó los rasgos del decreto 1250 de 1970,
pero con mayor dosis de seguridad jurídica frente a la
información contenida en el registro, al punto que consagró
como uno de sus objetivos «[d]ar publicidad a los
instrumentos públicos que trasladen, transmitan, muden,
graven, limiten, declaren, afecten, modifiquen o extingan
derechos reales sobre los bienes raíces» (literal b del artículo
2°).
30
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
Así advierte el precepto 3°, al consagrar como reglas
fundamentales del sistema que «[s]olo son registrables los
títulos y documentos que reúnan los requisitos exigidos por
las leyes para su inscripción» (literal b del artículo 3°) y que
«[l]os asientos registrales gozan de presunción de veracidad y
exactitud, mientras no se demuestre lo contrario» (literal d,
ídem).
Exigencias materializadas en el proceso de calificación,
en tanto la autoridad deberá hacer un análisis jurídico para
establecer que los documentos presentados cumplen las
exigencias legales (artículo 16), so pena de que se suspenda
el trámite (artículos 18 y 19) o se inadmita el registro
(artículo 22); a más de que conservó el deber del registrador
de sentar si el acto ante él radicado implica falsa tradición,
transferencia de derecho incompleto o sin antecedente
propio (parágrafos 2 y 3 del artículo 8°).
Entonces, la decisión registral dejó de ser una
formalidad para fines de oponibilidad y avanzó como
herramienta de verificación jurídica, que incluso puede
advertir sobre ilegalidades o falsedades, de allí que sus
anotaciones se presuman, por mandato legal, veraces y
exactas.
El anterior recorrido muestra que la fiabilidad que
puede dispensarse a la certificación emanada del
certificador ha aumentado con el paso del tiempo; en otras
razones, por cuanto el decreto 1250 de 1970, además de
reunificar los registros, concedió un rol activo al proceso de
calificación.
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Máxime en tanto la ley 1579 estableció que el registro
debe estar precedido de una decisión reflexiva, que supone
una evaluación fáctica y jurídica, que da lugar a un acto
administrativo en los términos del canon 70 de la ley 1437
de 2011, los cuales «se presumen legales mientras no hayan
sido anulados por la Jurisdicción de la Contencioso
Administrativo» (artículo 88 ibídem), presunción ratificada
por el canon 3° de la primera; lo que de paso revela que
cualquier usuario tiene a su alcance medios judiciales
idóneos de defensa frente a la actuación registral, en caso
de considerar que fue adelantada en detrimento de sus
derechos, incluyendo la solicitud de suspensión provisional
para detener sus efectos de forma inmediata (artículo 231
ejusdem); sin perjuicio de los mecanismos prejudiciales que
sirven para su control, como el trámite administrativo
(artículos 59 y 60).
Por contera, en la actualidad la certificación expedida
por el registrador da cuenta, no sólo del asentamiento en el
registro inmobiliario, también de la existencia del título
traslaticio y su conformidad jurídica, constituyendo por sí
misma una prueba idónea de la propiedad, sin perjuicio de
que, en atención al tipo del proceso, deba aportarse
también el documento traslaticio que permita identificar
correctamente el bien sobre el cual recae el derecho.
Aplicado esto a los procesos reivindicatorios, cuando el
demandante aporte el certificado registral con su demanda,
estará demostrando tanto el título que sirvió para la
32
Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
adquisición de su derecho, como su inscripción;
entendimiento que guarda coherencia con la protección a la
confianza depositada por los administrados en los
mencionados certificados, por mandato de la buena fe
registral.
La Sala tiene dicho in extenso:
[N]o pueden hacerse cesar mecánicamente conocidas reglas de
protección de la apariencia establecidas en favor de terceros de
buena fe exenta de culpa, víctimas en cuanto tales de error,
excusable a plenitud, ante determinadas circunstancias objetivas
creíbles que, en la especie de cuyo estudio ahora se ocupa esta
corporación, derivan nada menos que de la llamada “fe pública
registral”, espina dorsal como se sabe del sistema de publicidad
inmobiliaria hoy en día regulado en sus lineamientos centrales
por el Decreto Ley 1250 de 1970. En efecto, para nadie es
desconocido que aun con menoscabo de principios inspirados en
la más pura lógica racional, expresados de distintas maneras en
textos positivos y en consonancia con los cuales se afirma que
nadie puede transferir lo que no tiene y, asimismo, se predica la
exigibilidad de razonable diligencia en la penetración de meras
apariencias para seguridad propia de quienes actúan en el
tráfico jurídico, el derecho moderno ha adelantado mucho en la
protección de la buena fe, lo que depende, al decir de autorizados
expositores (Andreas Von Thur. Teoría General del Derecho Civil
Alemán, Vol. II, Cap. Primero, Num. 49), ‘....de que, en muchos
casos, el amplio y multiforme desarrollo de la circulación
económica actual no permite a las partes conocer exactamente la
situación jurídica; deben poder confiar en que sea ella tal como
se les presenta. Luego cuando existen ciertas condiciones, la ley
protege esa confianza y hace que se produzcan los efectos que a
raíz de su opinión errónea el agente tenía razón de esperar, y que
para el agente de buena fe sean menos graves los efectos que el
factum real produciría en perjuicio suyo…’, agregando a renglón
seguido que esta acción tutelar de la ley en defensa de la buena
fe, concebida como un estado de conocimiento erróneo y no
reprochable con relación a un título o relación jurídica que
interesa a quien padece una equivocación de tal naturaleza, ‘...no
es posible sin perjuicio para el titular verdadero; los derechos
existentes son dañados en la misma medida en que la circulación
negocial resulta beneficiada...’ Dicho en otras palabras, la ley
toma en consideración la buena fe libre de toda culpa con el
exclusivo propósito de proteger la honestidad en la circulación de
los bienes, honestidad que por lo demás el ordenamiento
presume debido a lo que suele identificarse en la teoría como una
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Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
prerrogativa general de probidad consagrada inclusive como
valor superior a nivel constitucional (Art. 83 de la C. N), y es por
eso, precisamente, por lo que los genuinos terceros que llevan a
cabo negocios adquisitivos o traslaticios de derechos reales
tomando causa de quien es titular registral investido de la
indispensable legitimación para el efecto, confiando por ende en
aquello que sobre el particular el registro inmobiliario hace
público y exige en consecuencia consultar, adquieren por
principio una posición inatacable no obstante la ineficacia
sobreviniente, o la eficacia claudicante por motivos ocultos, de los
actos jurídicos que les sirvieron de base a esas inscripciones
anteriores, evitándose entonces, por este camino transitado de
vieja data por la doctrina jurisprudencial en nuestro medio (G, J.
Ts. XLIII, pág. 45, XLV, pág. 403, y LIII, pág. 508). (SC, 23 jul.
1996, rad. 4713).
Este planteamiento tiene la virtud de hacer efectivo el
derecho sustancial del reivindicador, sin perjuicio de la
carga que pesa sobre sus hombros por demostrar todos los
supuestos de su pretensión, en especial, la identificación
del inmueble, la cual en la mayoría de los casos pasa por
aportar el título del cual emana su derecho real.
Y es que, conforme a la jurisprudencia de esta
Corporación, en el proceso reivindicatorio «no se trata de
establecer la suficiencia de los ‘títulos’ de propiedad del actor
mediante la verificación de la existencia, validez y eficacia de
las diferentes transferencias de la propiedad referidas al
inmueble cuya restitución se depreca» (SC, 28 sep. 2009,
rad. n.° 2001-00002-01).
4. Total, la decisión del tribunal cuestionada por esta
vía extraordinaria vulneró el ordenamiento sustancial
invocado en el segundo cargo de la demanda de casación,
por lo que este reproche prospera.
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Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
SENTENCIA SUSTITUTIVA
1. Contra la sentencia de primera instancia se alzó,
únicamente, el demandante inicial, puesto que fue
declarado desierto el restante recurso de apelación, incoado
por Jorge Hernán Colmenares Riativa.
Como soportes de su censura el primigenio promotor
indicó que fue errada la valoración de la prueba recaudada,
en tanto daba cuenta de su posesión por espacio de 20
años, lo cual imponía acceder a la usucapión y, por contera,
desestimar la reivindicación. Finalmente señaló que
tampoco era de recibo la acción de dominio, porque Jorge
Colmenares Rubio nunca detentó la posesión del inmueble
objeto del litigio.
2. Como quiera que el Juzgador ad-quem desestimó
tanto la acción de pertenencia como la reivindicatoria y sólo
los demandantes en reconvención interpusieron el
mecanismo extraordinario de la casación, aquella negación
a la usucapión es decisión que se mantiene y, por ende,
sobre la cual no es menester que la Corte se pronuncie.
3. Ahora bien, en cuanto atañe al último argumento de
la alzada, según el cual no debió acceder a la reivindicación
porque Jorge Colmenares Rubio nunca detentó la posesión
del inmueble objeto del litigio, recuerda la Sala que, como
se dilucidó en sentencia SC3540 de 2021 (rad. 2012-
00647), la acción reivindicatoria no está estatuida sólo para
proteger la posesión perdida por quien disfrutaba de ella,
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Rad. 11001-31-03-013-2009-00217-01
también lo está para permitir que el dueño goce de la
misma cuando, sin importar la causa, no la detenta.
Justamente, el artículo 946 del Código Civil consagra
que «[l]a reivindicación o acción de dominio es la que tiene el
dueño de una cosa singular, de que no está en posesión,
para que el poseedor de ella sea condenado a restituirla»
(negrilla fuera de texto); a su vez, el mandato 950 dispone
que «[l]a acción reivindicatoria o de dominio corresponde al
que tiene la propiedad plena o nuda, absoluta o fiduciaria
de la cosa» (ídem).
Trasluce que la reivindicación está estructurada para
tutelar la propiedad e impedir que, por fuerza de la
usucapión, se pierda en beneficio de quienes ejercen actos
de señorío. De allí que la codificación civil se refiera al
dominio como sustrato de la vindicación, sin más
consideraciones, a condición de que se dirija contra el
poseedor y recaiga sobre bienes individualizados.
La jurisprudencia tiene dicho:
Al respecto vale recordar, como se hizo en CSJ SC 7 oct. 1997,
rad. 4944, que ‘(…) uno de los atributos del derecho de dominio
es el de persecución, en virtud del cual el propietario puede
ejercer la acción reivindicatoria a fin de obtener la restitución del
bien que no se encuentra en su poder, demandando para el
efecto a quien lo tenga en posesión. Ello supone, como en forma
reiterada ha sido señalado por la Corte, que, de un lado, se
demuestre el derecho de dominio sobre la cosa que el actor
pretende reivindicar y, por otra parte, que este derecho haya sido
"atacado en una forma única: poseyendo la cosa, y así es
indispensable que, teniendo el actor el derecho, el demandado
tenga la posesión de la cosa en que radica el derecho. Son dos
situaciones opuestas e inconciliables, de las cuales una ha de
triunfar en el juicio de fondo’ (Sentencia, Cas. Civil 27 de abril de
1955, G.J. t. LXXX, Pág. 85). De tales requisitos, sin dificultad se
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infieren otros dos: la singularidad del bien objeto de la pretensión
reivindicatoria o de una cuota indivisa sobre el mismo, y la
identidad entre el bien respecto del cual el actor es titular del
derecho de dominio y el poseído por el demandado (SC433, 19
feb. 2020, rad. n.° 2008-00266-02).
Tesis con hondo respaldo en nuestra juridicidad,
constituyéndose en doctrina probable de la Corporación,
para lo cual basta citar los pronunciamientos de 13 de julio
de 1938 (GJ XLVI n.° 1938), 22 de agosto de 1941 (GJ LII,
n.° 1978), 25 de febrero de 1969 (GJ CXXIX, n.° 2306, 2307
y 2308), 5 de septiembre de 1985, 13 de octubre de 2011
(rad. n.° 00530) y 8 de agosto de 2016 (SC10825), entre
muchos otros, sin que ninguno de estos casos haya previsto
el requisito de que se duele el censor, como es que el
adquirente haya detentado materialmente la cosa en algún
momento.
Ciertamente, cuando en el derecho romano se abrió
paso a la posibilidad de una «acción de petición de cosas
particulares» (§ 1 Libro VI del Título I del Digesto), que
«compete a aquel que adquirió el dominio» (§ 23), se exigió
que la restitución fuera reclamada por el comprador que,
después de recibir la cosa, «haya perdido la posesión» (§ 50
ejusdem); de esta forma, la acción vindicatoria nació con un
carácter eminentemente restaurativo de la tenencia perdida.
Regla explicable por la influencia del derecho alemán,
con una arraigada tutela del denominado «derecho a poseer»
(gewere o saisine), que otorgaba una menor importancia al
elemento de la titularidad y privilegiaba la utilización
efectiva de las cosas.
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Sin embargo, tal exigencia desapareció en el derecho
medieval, que dio mayor valor al dominio, en detrimento de
cualquiera otra expectativa. De allí que este sistema,
además de consagrar la prohibición de venta de cosa ajena,
ordenara que la infracción a este mandato concediera al
propietario la posibilidad de «recuperar [la cosa] con todos
los frutos, incluyendo los partos, siempre que se pruebe que
es suyo y que no lo mandó vender»5.
Más aún, si «el comprador conocía que el vendedor no
era propietario de la cosa comprada, [debía] devolverla a su
legítimo propietario»6, sin ningún tipo de protección en razón
de su posesión, a quien por el contrario se le sancionaba
con un monto equivalente al precio que hubiera pagado.
A partir de esta prevalencia, que por sí misma permitía
truncar la posesión, se explica que la reivindicación
únicamente reclamara que fuera promovida por el dueño,
sin más requerimientos; aunque, claro está, con algunas
excepciones explicables por la agilidad del comercio: «De ese
modo, en el siglo XVII… se adoptó una máxima que librara al
poseedor mobiliario de eventuales ataques de quien
predicaba ser despojado de su propiedad. Para ello, la
defensa del poseedor se encontraba en la premisa ‘en
materia de muebles la posesión vale como título’, liberándole
de presentar su título frente a quien discutiera su derecho,
5 Antonio Ortega Carrillo de Albornoz, Evolución del principio romano de la validez de
la venta de cosa ajena en el derecho medieval español. En Actas de II Congreso
Iberoamericano de Derecho Romano, Vol. 2, Universidad de Murcia - Universidad de
Oviedo, 1998, p. 129.
6 Ídem, p. 130.
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con lo cual la posesión le servía de título frente al propietario
que hubiera resultado víctima de despojo»7.
Este contexto es explicativo de las disposiciones
patrias sobre vindicación, en el sentido de que para ejercer
esta acción basta con ser dueño (artículo 950), así como
que se dirija contra el actual poseedor (artículo 952),
exceptuándose «las cosas muebles, cuyo poseedor las haya
comprado en una feria, tienda, almacén u otro
establecimiento industrial en que se vendan cosas muebles
de la misma clase».
Se descarta, por tanto, que tratándose de la
reivindicación de bienes inmuebles corresponda al
demandante probar que en algún momento detentó la cosa,
como lo reclama el recurrente; en su lugar, una vez
acreditado el dominium, por medio de un título inscrito, es
procedente ordenar la restitución sin más formalidades, «[s]i
así no fuera, el dueño inscrito de un inmueble, cuya
inscripción no ha sido cancelada, se hallaría en imposibilidad
de promover acción reivindicatoria contra el ocupante que sin
título inscrito le desconoce su derecho, y dejaría de ser cierto
que la acción de dominio corresponde al dueño de una cosa
singular, de que no está en posesión, para que el poseedor
de ella sea condenado a restituírsela» (SC, 27 feb. 1937).
En suma, la legitimación activa estará satisfecha con
la prueba de «[q]ue media un hecho jurídico apto para dar
7 Luz M. Martínez Velencoso, Prescripción extintiva de la acción reivindicatoria y
adquisitiva del dominio por usucapión: ¿Dos figuras en liza?. En Revista para el
Análisis del Derecho, n.° 2/2013, p. 5.
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existencia a aquella relación entre persona y cosa en que la
propiedad consiste» (SC, 5 jun. 1947), «en virtud del cual el
propietario puede ejercer la acción reivindicatoria a
fin de obtener la restitución del bien que no se
encuentra en su poder, demandando para el efecto a quien
lo tenga en posesión… es indispensable que, teniendo el
actor el derecho, el demandado tenga la posesión de la
cosa en que radica el derecho… (Sentencia, Cas. Civil 27
de abril de 1955, G.J. t. LXXX, Pág. 85)» (negrilla fuera de
texto; SC, 9 ag. 1995, rad. n.° 4553).
4. Corolario de lo discurrido es que la Corte, en sede
de segunda instancia, habrá de confirmar la sentencia de la
juzgadora a-quo.
CONCLUSIÓN
En suma, la Corte casará la decisión del tribunal
cuestionada por esta vía extraordinaria y, en sede de
instancia, confirmará el fallo de primera instancia.
En el recurso de casación no hay lugar a condena en
costas, por su prosperidad, conforme lo reglado en el inciso
final del artículo 349 del Código General del Proceso.
Por mandato del numeral 4° del artículo 365 ibídem,
las costas de segunda instancia correrán a cargo de la parte
accionante inicial y a favor de sus convocados.
DECISIÓN
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En mérito de lo expuesto, la Sala de Casación Civil de
la Corte Suprema de Justicia, administrando justicia en
nombre de la República y por autoridad de la ley, CASA la
sentencia proferida el 25 de octubre de 2019, por la Sala
Civil del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá,
en el proceso de pertenencia instaurado por Ciro Alfonso
Ruiz Piñeros contra Jorge Colmenares Rubio, quien fue
sucedido procesalmente por sus herederos indeterminados
y por Ernesto Colmenares Téllez, María Patricia Colmenares
Téllez, Mario Alfredo y Jorge Hernán Colmenares Riativa,
como herederos determinados; y, en sede de instancia,
confirma el proveído de 10 de mayo de 2019 dictado por el
Juzgado de primera instancia.
Las costas de segunda instancia correrán a cargo de la
parte accionante inicial y a favor de sus convocados.
Practíquese su liquidación en los términos del canon 366
ibídem, incluyendo por concepto de agencias en derecho
correspondiente a la segunda instancia la suma de
$6’000.000, que fija el magistrado ponente.
Sin costas en casación.
Se reconoce personería a Fernando Alarcón Rojas
como apoderado judicial de los recurrentes en casación, en
los términos del poder a él conferido.
En su oportunidad, vuelva el proceso al despacho de
origen.
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Notifíquese,
HILDA GONZÁLEZ NEIRA
Presidente de la Sala
MARTHA PATRICIA GUZMÁN ÁLVAREZ
Aclaración de voto
AROLDO WILSON QUIROZ MONSALVO
LUIS ALONSO RICO PUERTA
Aclaración de voto
OCTAVIO AUGUSTO TEJEIRO DUQUE
Aclaración de voto
FRANCISCO TERNERA BARRIOS
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