Este material ha sido elaborado por la Dirección Provincial de Educación Primaria dependiente de la
Subsecretaría de Educación de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos
Aires.
Autor de la obra: Charles Perrault. Ilustraciones: Leicia Gotlibowski.
Febrero 2023
El gato con botas
Había una vez un molinero que, antes de morir, llamó a sus tres hijos y les dejó todos
sus bienes: un molino, un asno y un gato. El reparto de la herencia se hizo enseguida,
sin llamar al notario ni al procurador, pues probablemente se hubieran llevado todo el
pobre patrimonio. El hijo mayor se quedó con el molino; el segundo, con el asno, y al
más pequeño solo le correspondió el gato.
El hijo menor no podía consolarse de haber recibido tan poca cosa.
–Mis hermanos –decía– podrán ganarse la vida honradamente juntándose los dos. En
cambio yo, en cuanto me haya comido el gato y me haya hecho un manguito con su piel,
me moriré de hambre.
El gato, que entendía estas palabras pero
ponía cara de que no, le dijo con aire serio y
sosegado:
—No se aflija en absoluto, mi amo. No tiene
más que darme un saco y hacerme un par de
botas para ir por los matorrales y ya verá que
su herencia no es tan poca cosa como usted
cree.
Aunque el amo del gato no puso muchas
esperanzas en él, lo había
visto valerse de tantas tretas para cazar ratas y ratones, como cuando se colgaba por
sus patas traseras o se escondía en la harina haciéndose el muerto, que no perdió
totalmente la ilusión de que lo socorriera en su miseria.
En cuanto el gato tuvo lo que había solicitado, se calzó rápidamente las botas, se echó
el saco al hombro, tomó los cordones con sus patas delanteras y se dirigió a un coto
de caza en donde había muchos conejos. Puso salvado y hierbas dentro del saco, se
tendió en el suelo como si estuviese muerto, y esperó que algún conejillo, poco
conocedor de las trampas de este mundo,
El gato con botas
viniera a meterse en el saco para comer lo que en él había echado.
Apenas se recostó, tuvo la
primera satisfacción; un distraído conejito entró en el
saco. El gato tiró enseguida de los cordones para
atraparlo y lo mató sin compasión.
El gato, muy orgulloso de su presa, se dirigió hacia el
palacio del rey y pidió a los guardias que lo dejaran
entrar para hablar con él.
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El gato con botas
Lo hicieron pasar a los aposentos de Su Majestad y, después de hacer una gran
reverencia al rey, le dijo:
—Majestad, aquí tenéis un conejo de campo que el señor Marqués de Carabás (que es
el nombre que se le ocurrió dar a su amo) me ha encargado ofreceros de su parte.
—Dile a tu amo –contestó el rey– que se lo agradezco, y que me halaga en gran medida.
Tiempo más tarde, se escondió en un campo de trigo con el saco abierto. En cuanto dos
perdices entraron en él, tiró de los cordones y las cazó. Enseguida fue a ofrecérselas al
rey, tal como había hecho con el conejo de campo. Una vez más, el rey se sintió halagado
al recibir las dos perdices. Ordenó a sus criados que dieran al gato una propina y le
sirvieran, además, lo que deseara comer y beber.
Durante dos o tres meses, el gato continuó llevando al rey las piezas que cazaba.
Siempre le decía que lo enviaba su amo, el Marqués de Carabás.
Un día el gato se enteró que el rey iba a dar un paseo por la orilla del río con su hija, la
princesa más hermosa del mundo. Sin perder un segundo, le dijo a su amo:
—Si sigue mi consejo podrá hacer fortuna. No tiene
más que bañarse en el río, en el lugar que yo le
indique, y luego déjeme hacer a mí. Pero recuerde
que ahora es usted el Marqués de Carabás; ya no es
más el hijo de un pobre molinero.
El Marqués de Carabás hizo lo que su gato le
aconsejaba, sin saber con qué fines lo hacía.
Mientras el joven se bañaba, pasó por allí el rey.
Apenas lo vio, el gato se puso a gritar con todas sus
fuerzas.
¡SOCORRO! ¡SOCORRO!
¡Se ahoga el Marqués de Carabás!
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El gato con botas
Al oír los gritos, el rey se asomó por la
ventanilla de su carruaje y, reconociendo al
gato que tantas piezas de caza le había
llevado, ordenó a sus guardias que fueran
enseguida en auxilio del Marqués de
Carabás.
Mientras sacaban del río al pobre Marqués,
el gato se acercó a la carroza y le dijo al rey
que unos ladrones se habían llevado la
ropa de su amo a pesar de que él gritó
con todas sus fuerzas pidiendo ayuda. Pero la verdad era que el pícaro gato las había
escondido debajo de una enorme piedra.
Al instante, el rey ordenó a los encargados de su guardarropa que fueran a buscar uno
de sus más hermosos trajes y vistieran con él al señor Marqués de Carabás.
El rey quiso que subiera a la carroza y lo acompañara en su paseo. A partir de ese
momento le ofreció mil muestras de amistad al hijo del molinero.
El hermoso traje que acababan de darle realzaba su figura,
pues el muchacho era guapo y de buena presencia. Incluso
la hija del rey lo encontró muy de su agrado y, en cuanto el
Marqués de Carabás le dirigió dos o tres miradas muy
respetuosas y un poco tiernas, ella se enamoró locamente
de él.
El gato, encantado a ver que su plan empezaba a dar resultado, se adelantó y,
encontrando a unos campesinos que segaban un campo, les dijo:
—¡Eh, oigan, buenas gentes, si no decís al rey que el
campo que estáis segando pertenece al señor
Marqués de Carabás, seréis hecho picadillo como
carne de pastel!
Al pasar por allí, el rey no dejó de preguntar a los
segadores de quién era el campo que estaban
segando.
—Estos campos pertenecen al señor Marqués de
Carabás –respondieron todos a la vez, pues la amenaza del gato los había asustado.
—Tiene usted una hermosa heredad –le dijo el rey al Marqués de Carabás.
—Como usted ve, señor –respondió el Marqués– es un prado que no deja de dar en
abundancia todos los años.
Mientras tanto, el gato, que seguía yendo adelante, se encontró con un grupo de
cosechadores y les dijo:
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El gato con botas
—¡Eh, oigan, buenas gentes, si no decís al rey que todo este trigo pertenece al señor
Marqués de Carabás, seréis hecho picadillo como carne de pastel!
Un momento después, pasó el rey y quiso saber a quién pertenecía todo el trigo que veía.
—Todo el trigo pertenece al señor Marqués de Carabás –respondieron todos a la vez,
pues la amenaza del gato los había asustado.
Y el rey se sentía cada vez más complacido con el Marqués.
Finalmente, el Gato con Botas llegó a un grandioso castillo. Su dueño era un temible
ogro, el más rico de todo el reino, ya que todas las tierras por donde el rey había pasado
le pertenecían.
El gato, que sabía quién era aquel ogro y qué cosas sabía hacer, llamó a la puerta y pidió
hablar con él para presentarle sus respetos. El ogro lo recibió tan cortésmente como
puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar un rato.
—Me han asegurado –comentó el gato
mientras recuperaba el aliento– que tenéis la
habilidad de convertiros en cualquier clase de
animal. Que podéis, si os place, transformaros
en león o en elefante.
—Es cierto –contestó el ogro
bruscamente–. Y para demostrarlo, me veréis
convertido en un león.
El gato se asustó mucho de encontrarse de
pronto delante de un león y, con gran esfuerzo
y dificultad, pues sus botas no servían para
andar por las tejas, se trepó al alero del tejado.
Un rato después, en cuanto el gato comprobó
que el ogro había tomado otra vez su aspecto habitual, bajó del tejado y le confesó que
había pasado mucho miedo.
—También me han asegurado –dijo el gato– que sois capaz de convertiros en un animal
pequeño, como una rata o un ratón, aunque debo confesaros que esto sí me parece del
todo imposible. —¿Imposible? –replicó el ogro–. ¡Ya lo veréis!
Y mientras decía esto se transformó en un ratón que se puso a correr por el suelo. El
gato, en cuanto lo vio, se arrojó sobre él y se lo comió.
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El gato con botas
Mientras tanto, el rey, al pasar ante el
hermoso castillo, quiso entrar en él. El gato,
que había oído el repiqueteo de la carroza al
atravesar el puente levadizo, corrió a su
encuentro y saludó al rey con una gran
reverencia.
—Sea bienvenido Vuestra Majestad al
castillo del señor Marqués de Carabás.
—¡Pero bueno, señor Marqués! – exclamó
el rey–. ¿Este castillo
también es vuestro? ¡Qué belleza de patio!
Y los edificios que lo rodean
son también magníficos. ¿Pasamos al interior?
El Marqués de Carabás tomó de la mano a la princesa y, siguiendo al rey, entraron en un
majestuoso salón, donde los esperaban unos exquisitos manjares que el ogro tenía
preparados para obsequiar a unos amigos suyos que habían de visitarlo ese mismo día.
Pero los amigos del ogro no creyeron conveniente acercarse al castillo cuando se
enteraron que el rey estaba allí.
El rey, encantado de las buenas cualidades
del señor Marqués de Carabás, lo mismo que
su hija, que estaba loca por él, y
contemplando los grandes bienes que
poseía, le dijo, después de beber cinco o seis
copas.
—Solo depende de usted, señor Marqués, que
sea mi yerno.
El Marqués, haciendo grandes reverencias,
aceptó el honor que le hacía el rey y, ese
mismo día, se casó con la princesa.
El gato se convirtió en un gran señor y ya no
corrió detrás de los ratones más que por
diversión.