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Luchando Con La Muerte

El texto narra la lucha del padre del autor contra la muerte, destacando su valentía y deseo de vivir a pesar de los sufrimientos. A través de recuerdos y poesía, se reflexiona sobre la finitud humana y la inevitabilidad de la muerte, presentándola como un evento natural que nos impulsa a valorar la vida. La obra también incluye la historia de Don Rami, quien enfrentó adversidades y encarcelamientos, dejando un legado de amor y esperanza a su familia.
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Luchando Con La Muerte

El texto narra la lucha del padre del autor contra la muerte, destacando su valentía y deseo de vivir a pesar de los sufrimientos. A través de recuerdos y poesía, se reflexiona sobre la finitud humana y la inevitabilidad de la muerte, presentándola como un evento natural que nos impulsa a valorar la vida. La obra también incluye la historia de Don Rami, quien enfrentó adversidades y encarcelamientos, dejando un legado de amor y esperanza a su familia.
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LUCHANDO CON LA MUERTE

Texto Narrativo

Por

CARLOS YIMMAR MENA PALACIOS

Docente

JUAN GUILLERMO LÓPEZ

Trabajo presentado como requisito de

TRABAJO DE GRADO

MAESTRIA EN LITERATURA

Universidad Pontificia Bolivariana

09/06/2017
PRÓLOGO
“Ella siempre se encuentra ahí, agazapada en la vida misma, bajo los rostros de Hypnos,
Pónos, Gêras o Limós, esperando dar el zarpazo final”. (Vernant, Jean-Pierre)
Aunque soy un personaje de la historia, no voy a hablar de mí, sino, del hombre más valiente que he
conocido, mi padre. Aquel que se enfrentó a la muerte y fue capaz de desafiarla en vida. Desde la
narración de su funeral, quiero contar, mediante racontos y producciones poéticas, su lucha con la
muerte, sus incomparables deseos de vivir, sus sufrimientos, su pasión por la familia y, sus
despedidas y retornos que; de cierta forma, se convierten en una antítesis de la historia de Odiseo,
quien nunca regresaba a su hogar con su familia y, cuando lo hizo, se quedó con Penélope
definitivamente; por su parte, mi padre, siempre se iba y regresaba, hasta que, finalmente, nunca
regresó. El hecho de enfrentarse a la muerte tantas veces y, durante tanto tiempo, le permitió a mi
padre, no solo comprender el sentido de su vida, sino, aprender a convivir con ella. Su muerte,
además de generarme un profundo dolor y un inmenso vacío, me enseña y me permite reflexionar
sobre la finitud humana. La finitud, como condición propia de los seres humanos, que nos impulsa
a vivir y nos motiva a realizar proyectos de vida, ya que, precisamente, dicha condición define al
hombre, y le permite comprender que no es dueño del tiempo. Todas las creaciones del ingenio
humano, se convierten en una excusa para retrasar su muerte, para distanciar lo inevitable. Si bien la
ciencia, la tecnología, el trabajo y los sueños, son parcialmente, fuerzas imparables; rotunda y
definitivamente, la muerte, es un objeto inamovible. El hombre desde que nace ya es hijo de la
muerte. Afirma Heidegger: “El ser hombre es ser un ser para la muerte” (Ser y Tiempo, M,
Heidegger). Esta realidad, es una exhortación a la vida, porque se entiende la muerte como un fin, y
no, como un final. Fin, en el sentido de que es algo que debe cumplirse tarde o temprano. Lo
anterior, no significa desconocer la pena y el dolor que sentimos por la partida de los seres que
amamos, pero sí expresa, permitirnos pensar la muerte como un evento natural e intrínseco de la
vida humana.
A partir de aquí, mediante este texto pretendo mostrar una postergación de la muerte en el devenir
de la vida. La muerte como despedida y retorno y, su actitud de sevicia frente a un personaje,
situación que, hace de esta muerte algo especial y no, el fin de la vida. Presento la muerte como la
fragilidad de la finitud, como el deseo y la actitud de querer vivir, porque la vida, entendida como
proyecto, solo adquiere tal sentido a partir de la muerte. Mi padre, un personaje que lucha por
sobrevivir y sacar su familia adelante, se ve enfrentado de una muerte lenta e intermitente que, en la
línea del tiempo, va dejando una huella imborrable impresa de enfermedad, alegría, sufrimiento y
esperanza. José Saramago afirma: “Ninguna de esas personas moriría en el camino y todos
iban a desmentir los más pesimistas pronósticos médicos, Este pobre diablo no tiene
remedio posible, no vale la pena perder tiempo operándolo, le decía el cirujano a la
enfermera, mientras ésta le ajustaba la mascarilla a la cara”. (Intermitencias de la Muerte.
J, De Sousa Saramago). Estas líneas del escritor portugués, describen, parte de esa realidad
permanente, que tuvo que afrontar mi padre y mi familia durante mucho tiempo. El hospital
y las cirugías, que muchas personas no han conocido, o que, para otros que sí, simplemente
se convirtieron en encuentros ambulatorios, fueron para mi padre una forma de vida, o más
bien, lo que, en sus propias palabras, él llamó “su segundo hogar”.
El texto, también esta alimentado de unas producciones poéticas que dejan ver sensiblemente, la
afectación de la muerte en cada línea escrita, puesto que, mediante la poesía, muchos escritores han
eternizado sus cantos, y sus versos, han acompañado muchísimas generaciones a lo largo de la
historia; es evidente que en sus producciones, dejan plasmada su visión del entorno y del mundo, su
forma de pensar y sentir, sus vivencias, sus pasiones, sus miedos, sus tristezas y alegrías . “La
contemplación de la muerte, tan próxima a mí, dejó en mi alma una profunda impresión de dolor y
tragedia. No obstante, en estas páginas no hay rebeldía, y sí una afirmación de mi fe religiosa”.
(Presencia de la Muerte la poesía de Lluch Mora, F. Revista Hispánica Moderna, Vol. II, 1968) Es
claro que, cuando se muere un ser querido tan cercano, el dolor es tan fuerte que, desgarra el alma y
parte en pedazos el corazón de los dolientes. En ocasiones, se pierde la fe, y quisiéramos encontrar
muchas razones para creer, pero no es fácil; sin embargo, en la literatura y, propiamente en la
poesía, muchos escritores han encontrado regocijo y gratitud. Sus versos, expresan sentimientos de
júbilo que se convierten en ofrendas a la vida, porque es la poesía, ese verso pasado, presente y
futuro, que permite cantarle la vida y llorar la muerte, es ese canto que propicia sentir la vida y
abrazar la muerte, es ese imaginario idóneo donde viven los muertos y mueren los vivos. Quizá no
se pueda evitar lo inevitable, quizá la muerte sea una divinidad descuidada, que permite que la vida
se le escape en ocasiones, y luego sale a buscarla, quizá solo sea un misterio que mantiene
interesado al hombre para que aproveche mejor su tiempo; pero, definitivamente, es la poesía, esa
musa que eterniza el canto de los grandes escritores y exalta la ilusión de los mortales que amamos
leer y escribir.
LUCHANO CON LA MUERTE
¡Te cumplí!, ¡Te cumplí!, ¡Te cumplí!, gritaba la señora frente al féretro que se encontraba presto a
ser bajado al hoyo C-383, jardín C, del Cementerio Jardines de la Fe. Allí estaban todos, familiares
y amigos del fallecido y de la viuda. El llanto era incontrolable. La viuda estaba acompañada de sus
hijos; el mayor de todos, Yesid, a pesar de ser un hombre poco expresivo, lloraba de manera
incontenible, apenas sí, podía hablar, las palabras se le perdían entre sollozos y lágrimas; él sostenía
la mano derecha de su madre como para evitar que ella se desplomara. Mientras tanto, Yarleidy, la
menor de las hijas, la niña de la casa, posaba su cabeza sobre el hombro izquierdo de su madre, al
tiempo que emitía gritos desgarradores en medio de su llanto. Mientras tanto, la señora continuaba
gritando: ¡Te cumplí!, ¡No te gustaba vivir en la periferia! ¡Te cumplí! Y sí, allí estaba el fallecido,
justo al frente de la capilla en el jardín central de aquel Camposanto. En muchas ocasiones
anteriores, el fallecido, Don Rami y, la viuda, Doña Cleo, habían visitado dicho lugar en calidad de
acompañantes, brindando condolencias a familiares y amigos abatidos por el dolor de la muerte.

Esa muerte, ese mundo frívolo y vacío,

Ese lugar oscuro y misterioso.

El más allá lúgubre y sombrío

O eternamente glorioso.

Esa otra vida, la verdadera paz,

El insomnio fiel y reinante,

Polvo eres y en eso te convertirás,

Mortal, mortal, mortal amante.

<Resulta que Don Rami conoció ese camposanto por primera vez en 1998, inmediatamente le dijo a
su esposa que nunca antes había visto un lugar tan hermoso como ese y que cuando muriera,
deseaba ser enterrado allí y no en su tierra natal. Don Rami, oriundo de Quibdó (Chocó) y
Trabajador Social de profesión, en el año de 1992, cuando tenía unos 40 años, decidió dejar su
ciudad natal y mudarse a Antioquia en búsqueda de mejores opciones laborales, procurando, un
mejor porvenir para él y su familia.
A finales de 1970, Don Rami, incursionó en ámbito político y se desempeñó como Alcalde y como
Secretario de Gobierno en algunos municipios del Chocó. Su labor política, se vio afectada, cuando,
a finales de 1980 fue detenido y, posteriormente, llevado a prisión al municipio de Istmina donde
estuvo preso por 120 días. Él y su Secretario de Gobierno, eran acusados por mal manejo de fondos
durante su gestión como alcalde en el Municipio de Acandí en 1984. Después fue puesto en
libertad por vencimiento de términos. La situación fue muy difícil para él, puesto que se encontraba
lejos de su familia y privado de su libertad. Su angustia, era aún mayor, ya que, no podía
comunicarse ni por vía telefónica; Telecom, la empresa encarga de las telecomunicaciones en la
zona, no tenía cobertura como para suplir dicha necesidad en aquella zona.
En su casa, la esposa, vivía una desazón igual sin saber de su consorte. En ocasiones, viajaba a
visitarlo y, dejaba a sus tres hijos de cinco, siete y nueve años, con una hermana suya y con la
muchacha del servicio doméstico. Cuando los niños preguntaban por su papá, Doña Cleo, les
mentía diciendo que tenía mucho trabajo y no podía aún volver casa. Cuando regresaba de su viaje
que duraba 3 ó 4 días, reunía a sus hijos en la sala de la casa y les leía las cartas que Don Rami les
escribía, donde le decía a sus hijos cuánto los amaba y que pronto estaría con ellos. En el curso de
la lectura, las líneas allí escritas, se reflejaban en el rostro de doña Cleo, como ráfagas de
sentimientos encontrados que de alguna forma describían las palabras allí escritas. Ella pasaba la
mano por su rostro y alternativamente, secaba una que otra lágrima que se le escapaba de los ojos>.

En 1991, cuando Don Rami era Director de Prosocial en Quibdó, mientras tomaba un descanso en
el medio día en la sala de su casa, después del almuerzo, llegaron dos hombres vestidos de civil y
tocaron la puerta. Uno de los hijos de don Rami abrió y le dijo a su padre que lo buscaban unos
señores. Éste, quién se hallaba recostado en un mueble que se encontraba justo detrás de la puerta,
se incorporó inmediatamente y, sentado, de golpe le hizo señas a su esposa con los ojos y con las
manos, como preguntándole de quiénes se trataba. Doña Cleo, que se encontraba al otro lado de la
sala cosiendo, sentada en su máquina, detrás de un gran mueble de madera, de corte y exhibición de
telas y prendas, sólo tuvo tiempo de ponerse en pie y decir: -¿A la orden? ¿Qué se les ofrece? - Los
sujetos, que aún no veían a don Rami, porque la puerta se los impedía, entraron a la sala y, al verlo
allí sentado, se identificaron como agentes del F2. Luego, le manifestaron a don Rami que muy
cerca de donde él trabajaba, hacía un par de días, un rayo, había matado a una persona. Don Rami,
quien miraba simultáneamente a los agentes y a su esposa, manifestó que no había escuchado cosa
tal en el sector. Los agentes, quienes se mostraron respetuosos, le dijeron, que en todo caso, era
importante que él, como miembro reconocido de la comunidad, diera su declaración oficial, para
agilizar la investigación, palabras más, palabras menos. Don Rami, se puso los zapatos y, mientras
abrochaba su camisa, miraba a su esposa. En ambos, se podía intuir que las cosas no estaban bien.
Sus miradas, aparte de desconsuelo y preocupación, expresaban la tristeza profunda que les
generaba la separación. Doña Cleo, reaccionó de la situación y le dijo a los agentes que su esposo
no sabía nada, como él bien lo había dicho. Uno de los agentes, el más amable, simplemente
contestó: -Tranquila señora que su esposo va estar bien- Doña Cleo y Don Rami, se fundieron en un
abrazo tan profundo y largo que, después de los agentes mirarse el uno al otro en dos ocasiones; el
más cara dura de ellos, dijo: -Ay señora, solo es una simple declaración-. Y los tres hombres
salieron de la casa. Doña Cleo, se quedó llorando en la puerta de la sala al lado de su hijo, mientras
veía a su esposo marcharse en medio de los dos agentes, en una motocicleta. Al encontrarse en las
oficinas del F2, los agentes le notificaron a don Rami, que todo era un engaño (tal como él lo
imaginaba) y que quedaba detenido por la misma situación de años atrás, ya que se había reabierto
el caso.

Dicha situación se estaba volviendo costumbre, puesto que se presentaba por cuarta vez. Para Doña
Cleo, quien disfrutaba la presencia de su compañero cuando estaba en casa, la realidad era vivir un
castigo similar al de Prometeo, puesto que cada vez que se lo llevaban preso, era como si se le
comieran un pedacito de sus vísceras o de su corazón. Para Don Rami, era como una muerte mal
intencionada y lenta que robaba el sueño de sacar su familia adelante. Cuatro meses de prisión y,
luego, la libertad por vencimiento de términos. Al parecer, por investigaciones que hizo su padre
Ángel, con algunos viejos amigos del juzgado y de la Gobernación del Chocó, todo era una
estrategia política de la oposición, para deteriorar la hoja de vida del susodicho. Después de
algunas audiencias, del pago de multas considerables y de la gestión política de Don Ángel, padre
de Don Rami, y de quien hablaremos más adelante; finalmente, el caso se cerró. En ese preciso
momento, es cuando Don Rami, decide mudarse al Departamento de Antioquia a donde su hermano
Roso, quien gozaba de estatus económico y social en todo el Urabá Antioqueño. Después de colgar
el teléfono, Don Rami, reúne a su familia en la sala y les dice: -Me voy de esta puta tierra y después
vuelvo por ustedes. Estoy indignado con el trato que me dieron estos hijueputas. Aquí no vuelvo
más y ojalá que cuando me muera, no me vayan a enterrar aquí. Ha sido mucho lo que le he dado a
este departamento y a esta gente, y no merezco que me traten de esta forma. Cada vez que tomo
posesión de un buen cargo vuelven a joder con ese bendito problema. No quiero más esto para mí,
ni para ustedes. Hijos míos, sigan adelante. Yesid y Carlos, cuiden a sus hermanitas y háganle caso
a su mamá. Estudien bastante y ganen el año, que apenas yo pueda mando a buscarlos a todos-. Don
Rami, su esposa e hijos, se unieron en un profundo abrazo que estuvo acompañado de algunas
lágrimas.

Los dos sepultureros que se encontraban allí, preparaban el ataúd negro plateado para bajarlo al
hoyo; ¡Ay no, mi papá, mi papá! Decía una hija, Yamari, la mayor de las mujeres. El llanto sensible
de otra hija, Smith, la más parecida físicamente a su padre, se veía interrumpido por expresiones
como: ¡No! ¡Por qué! ¡Por qué! En la multitud que acompañaba podía percibirse una profunda e
inmensa tristeza. En sus miradas, la tristeza de quien ha perdido un amor y, en sus ojos, lágrimas de
quien despide a un amigo que se va de viaje para nunca más regresar. Cuando empezó a moverse el
féretro el sufrimiento aumentó. Los gritos se hicieron más fuertes. Casi todos los presentes lloraban,
algunos por sentimientos propios, otros porque veían el sufrimiento de los demás. El sufrimiento de
los hijos del difunto, era tal que parecía que no se mantendrían en pie, doblaban sus cuerpos al
punto que podría pensarse que caerían al hoyo con el ataúd. Uno de los hermanos del difunto, Roso,
su compinche de tertulia y de citas con el tinto, lloraba como ningún otro: - ¡mi hermanito, mi
hermanito! ¿Por qué Señor? ¿Por qué? - Mientras se daba golpes en la cabeza y levantaba su mirada
al cielo como reclamándole a Dios.

<Al mirar las nubes, que adornaban el cielo de aquella tarde, Roso, en medio de su dolor, recordó
ese día caluroso de febrero en el que recibió a su hermano en el Aeropuerto de Turbo en 1992.
Roso, Administrador de Empresas de profesión, quien para la fecha era Gerente de una cooperativa
prestigiosa de Urabá, se fue a celebrar con Rami su llegada a las playas de Necloclí. De regreso a
casa, por descuido de un conductor de un bus, Don Rami se enfrenta a la muerte: un bus de
transporte intermunicipal lo atropella, causándole una fractura mayor en la pierna derecha; resulta
que mientras Rami y Roso se subían al bus que los llevaría de Turbo a Apartadó, el conductor
arrancó, precisamente cuando don Rami ponía su pie, justo en el primer escalón del bus, perdiendo
el control de su cuerpo y que dando peligrosamente debajo del vehículo que le pasa por encima.
Como resultado final, dos platinas, ocho tornillos y casi un año de incapacidad. Su hermano Roso,
corrió con los gastos médicos y demás egresos que aquella situación requirió. Roso, ganaba mucho
dinero y vivía con muchas comodidades. Al cabo de un tiempo, renunció a su trabajo actual para
convertirse en Gerente Zonal del Instituto de Mercado Agropecuario (IDEMA), donde ganaba
mucho más que en su anterior empleo. Para el año 1995, Don Ángel, padre de Rami y Roso y, quien
vivía en Quibdó, padecía una enfermedad terminal conocida como diabetes. Ya le habían amputado
la pierna derecha en dos ocasiones y, entre algunos de sus hijos le costearon el tratamiento para sus
prótesis. Todo el drama empezó en el dedo gordo del pie, a raíz de una pequeña herida que hizo don
Ángel con una cuchilla, mientras se cortaba unos callos. Resulta que esa herida nunca le cerró y, por
el contrario, poco a poco se le iba agrandando. Tuvo que dejar de usar uno de zapatos elegantes y
bien lustrados. Ahora se le veía en la calle caminando con su pantalón clásico, su camisa manga
larga, su sombrero, su paraguas negro (que era movido con gracia al paso de su elegante caminar)
típico de las personas adultas en el Chocó (para cubrirse de la incesante lluvia o del inclemente sol),
un zapato en el pie izquierdo y una chancla en el pie derecho, que dejaba ver el dedo gordo cubierto
de gasa. Al cabo de un tiempo, fue necesario amputarle el dedo. Cuando don Ángel hablaba con sus
hijos y ellos le preguntaban por su enfermedad, él se mostraba muy tranquilo, al punto que
respondía: -¡yo estoy bien, ese bendito pie es el que no quiere!- La situación se complicó con un
cáncer de próstata que le dio meses después: -¡yo estoy bien, esa bendita próstata es la que no
quiere!- Continuaba respondiendo cuando sus hijos le preguntaban por su salud. Después de un
corto tiempo, le amputaron el pie a la altura del tobillo y luego, a la altura de la rodilla. La
enfermedad seguía avanzando y no daba tregua. Don Ángel, que requería una tercera prótesis,
puesto que el cáncer parecía invadirlo por todo el cuerpo, llamó a su hijo Roso, pidiéndole que le
costeara el tratamiento, a lo cual Roso le dijo que no había problema. Después de un corto tiempo,
cuando Don Ángel vuelve a llamar a su hijo para que le mande el dinero para el tratamiento, Roso
le contesta desafiante con un tono burlón e insolente: -Vea, yo ya averigüé su situación y no voy a
botar mi plata en una prótesis tan costosa en una enfermedad que no tiene reversa. Ya usted vivió lo
suficiente, espere ya su muerte allí tranquilito. Además, usted ya vivió lo que iba a vivir-. Cuando
don Ángel escuchó tal respuesta de su hijo Roso, explotó en ira y su indignación fue tal que le
respondió: -Maldito sea el hijo que no honra a su padre. Ojalá llegues a viejo para que veas crecer a
tus hijos, pero la plata que tienes hoy, se te va a esfumar como agua entre las manos-. Don Rami,
que se dio cuenta de la difícil situación entre su padre y su hermano, quiso suavizar desabrimientos
hablando con ambos. Su hermano le corroboró lo dicho: -¡Viejo guevón e iluso! Nunca me dio nada
y ahora cree que yo le voy a dar alguna cosa-. Rami, quien viajó hasta Quibdó para hablar con su
padre, escuchó de su padre lo siguiente: -Vea mijo, yo me muero mañana, pero ese sinvergüenza de
tu hermanito, maldito sea por esa desfachatez-. Continuó diciendo el viejo: -A usted mijito, que
Dios me lo bendiga y me lo prospere. Que me le de salud y me lo guarde en todo momento de la
muerte. Que Dios mande a sus ángeles y arcángeles para que me le iluminen el camino-. Don
Ángel, mandó a buscar hierbas especiales, muy conocidas por los ancianos del Chocó tales como:
noni, llantén, sauco, anamú, bromelia, entre otras; y preparó un baño especial. Luego, en un
lenguaje extraño, al parecer propio de su herencia ancestral, dijo algunas palabras y; elevó una
oración de protección a su primogénito, diciéndole que repitiera:

“Dios todo poderoso que habéis permanecido muerto en la cruz por mis pecados, venid a
mí Jesucristo, por tu santísima cruz ten piedad de mí. Santa cruz de Jesucristo sed mi
esperanza; Jesucristo por la señal de la santa cruz. Retirad de mí toda tu arma cortante,
derramad sobre mí toda clase de bendiciones. Jesucristo sed mi salvación por la señal de
tu santa cruz. Aparta de mí toda clase de accidente.

Yo adoro nuestro señor crucificado y nuestra señal de tu santa cruz. Jesús crucificado ten
piedad de mí, haced que el espíritu malo ahuyente mi altura por los siglos de los siglos.
Amén.
Por tu santo encarnecido, por tu glorioso nacimiento, por tu corona de espinas y tu
sagrado linaje y tu preciosa muerte en el memorable viernes santo, tened piedad de mí.
Haced que el espíritu malo ahuyente mi altura y siempre por los siglos de los siglos. Amén

Don Ángel murió ocho meses después de dicha situación, en el año de 1997. Su hijo Roso no estuvo
en el entierro. Es de agregar que, Don Ángel cuando era joven, heredó de su padre, Ángel Arcadio,
muchas propiedades y, a cada uno de sus hijos, les vendió los terrenos donde ellos después
construyeron sus casas. Para ninguno de sus hijos era un misterio que, Rami, el mayor de todos, era
su preferido. Curiosamente, en el año 1999, dos años después de la muerte de don Ángel, Roso se
vio enfrentado a una crisis emocional tan profunda que se le cayó el pelo y le dio una infección y
una rasquiña en las manos que hasta el día de hoy no se le ha quitado. Liquidaron a IDEMA a nivel
nacional para dicha fecha y, luego fue nombrado representante de las comunidades afro
descendientes en Urabá y, previo a las elecciones para las alcaldías de esa zona (Apartadó, Carepa,
Chigorodó, Turbo), sufrió un fuerte atentado. Como el cargo que tenía era netamente político, los
líderes del partido político opuesto lo consideraron una amenaza, ya que, en su labor, controlaba
una gran cantidad de votos. Primero le hicieron una llamada a su oficina y, le dejaron razón con su
secretaria de que abandonara la ciudad. Después, hablaron directamente con él y le dijeron que tenía
2 horas para abandonar la ciudad. Él respondió: -Como hablamos más de 30 segundos, voy a
rastrear la llamada, así que tienes una hora para salir de la ciudad, porque ya van por ti, perro
hijueputa-. Roso, denunció ante las autoridades dicha situación y estuvo desplazándose en la zona
con protección policial por un tiempo. La situación se complicó, cuando empezó a circular un
panfleto con el nombre de 12 personas importantes de la zona, entre ellos: dos concejales, cinco
comerciantes prestigiosos, tres reinsertados, un exalcalde de Chigorodó y Roso. En el panfleto les
decían que debían abandonar la zona de Urabá lo más pronto posible, de lo contrario, serían dados
de baja. Primero asesinaron a un concejal, que era el número uno de la lista. Al segundo de la lista
le tumbaron la puerta de la casa para asesinarlo, pero él no se encontraba allí. Roso, que era el
tercero de la lista y que, supo de la situación de sus amigos, sabía el riesgo que corría. Un día,
mientras se desplazaba con un escolta en su vehículo, tuvo que sostener un enfrentamiento a tiros
con tres delincuentes. Su escolta falleció en el momento y, la policía del municipio llegó a tiempo
para repeler el ataque, donde también murieron dos de los delincuentes y el otro quedó herido. Roso
tuvo que salir de la zona y, escoltado por la policía, mudarse hacia la ciudad de Medellín. Lo cierto
fue, que, a partir de ahí, no volvió a posesionarse en un puesto laboral significativo y estuvo
desempleado por más de 12 años. Finalmente, tuvo un trabajo modesto como asesor de proyectos en
una empresa privada en Medellín, donde gana un poco menos de tres salarios mínimos. Por su
parte, Rami, no consiguió más dinero del necesario para vivir, pero sí salió avante de cincuenta y
dos cirugías que le practicaron por una insuficiencia renal, que padeció por diecinueve años a raíz
de un trágico accidente que sufrió tres meses después de que su padre lo bendijera>.

La viuda, con sufrimiento amargo, continuaba diciendo: - ¡Vos no me vas a cremar, cierto! ¡No vas
a dejar que le den hacha a mi cuerpo! ¡Ay Dios, Mi compañero de tantos años! -. El otro hijo,
Carlos, el que aún no se ha mencionado, también lloraba, pero no era un llanto con lágrimas, era un
llanto que venía del alma; se acercó al féretro que descendía y lo destapó. Allí yacía el cuerpo de su
amado padre, pantalón oscuro y camisa rosa lucía, elegante como siempre, presto para irse a su
oficina a trabajar. El hijo se acerca y le dice a su padre que abra los ojos. Lo acaricia con una
ternura inigualable, cual pétalo que toca un almohadón, se acerca, y uno, dos, tres besos le confiere
a su padre en la frente:

Esa frente fría como la noche oscura,

Que se pierde en el silencio de quién vela

La soledad calladamente e inmola la nostalgia,

De la sórdida y diacrónica mirada

De aquel que cerró sus ojos y cubrió su rostro

Con el velo del optimismo y la felicidad.

¡Oh frente bendita, oh frente magnánima!

¡Oh frente que tenía en frente, oh frente caliente!

¡Cómo es de sombrío un beso en la frente!

¡Como es de clemente un beso en la frente!

Sabe a agonía un beso en la frente fría,

Amor evidente un beso en la frente caliente.

Los demás hijos y la viuda se agolparon para despedir por última vez a su amado; le hablaban, lo
tocaban y lo sacudían. La situación se estaba haciendo incontrolable, mucho llanto, muchos gritos,
mucha confusión. Los dos sepultureros se esforzaron en vano por apartar a todos; estaban cansados,
pocos minutos atrás habían terminado de cavar el hoyo, que, para su sorpresa, tenía como obstáculo
una gran zona rocosa. Tardaron cuatro horas para tenerlo listo, casi el doble tiempo del que
disponen normalmente. Posteriormente, otros familiares, entre palabras de consuelo y un poquito
de fuerza, lograron apartarlos a todos. Uno de los sepultureros bajó la tapa del ataúd y se disponía a
girar la polea de su lado, mientas tanto, su compañero hacía lo mismo al tiempo. La caja fúnebre
continuó su descenso y lenta y descoordinadamente fue bajando al fondo de lodo y piedra. Cada
segundo parecía interminable, los dos metros de profundidad, se convirtieron en casi 1Km de caída
interrumpida por las rocas en el Salto Ángel, donde cada golpe que los sepultureros le daban al
féretro contra los extremos del hoyo, por la descoordinación de las poleas, eran similares a
golpearse en los peñascos del salto de agua más alto del mundo; pero irónicamente, los golpes no se
sentían el cuerpo, ni en el pensamiento, sino que fracturaban lo más trascendente el espíritu y
fragmentaban lo más profundo del alma. Los sepultureros quitaron la alfombra verde alrededor del
hoyo y la estructura metálica que bajó el ataúd. El llanto aumento sus decibeles cuando la primera
palada de tierra cayó sobre la caja plateada. Ese sonido, ese sonido característico de la tierra en la
madera hueca, ese sonido:

Ese sonido que no se escucha al oído,

Sino que retumba lo profundo del alma


La tierra que cae sobre el ser que se ama

Y el eco se envuelve entre la vida y el olvido.

Ese sonido que cambia su voz

A medida que el hoyo se llena,

Y mientras el doliente siente su pena

El sepulturero marcha en pos

Sonido igual al llanto comprimido,

Sonido lleno y a su vez vacío:

Vacío por ser terreno baldío

Y ahora lleno de tu ser querido.

Sonido que en la mente se hace eterno,

Y que al corazón golpea de frente,

Ese es el sonido de la muerte,

La puerta del cielo o el túnel del infierno.

Los sepultureros se repartían las paladas de tierra simultáneamente, como componiendo una fúnebre
obra sinfónica, formada por dos miembros y, a su alrededor, cientos de espectadores escuchando
esa música que parte el alma, fractura el corazón y resquebraja el espíritu. Lentamente el socavón se
iba llenando y el féretro fue cubierto, ahora era tierra cayendo sobre tierra, el sonido era distinto,
pero el sufrimiento era el mismo. Una vieja amiga del difunto y prima segunda de la viuda, Doña
Dolores, en medio de su llanto, pidió prestada una pala a uno de los cavadores y, éste se negó
diciendo sutilmente: - ¡Tranquila! ese es mi trabajo señora-. La viuda indicó inmediatamente -
¡Déjela! ¡Déjela! Ella quiere enterrar a su amigo-. Y efectivamente, la señora cogió la pala y retomó
la labor del sepulturero, quién no tomó descanso alguno y, con sus manos continuó llenando el
hoyo, escogiendo las rocas y los troncos de barro más grandes. El clímax había bajado un poco. El
llanto continuaba, seguían las lágrimas, pero se reducían los gritos. Era un lamento o gemido que
emite alguien que ya está cansado de llorar pero que no puede parar de hacerlo. Mientras la amiga
del difunto continuaba echando la tierra con la pala, entabló un diálogo sin respuesta con su amigo
fallecido: -Ay Rami, te fuiste y no te despediste. Tanto que luchaste con esa enfermedad y vienes a
morirte ahora. Ay, mi amigo de tantos años te me fuiste. ¿Con quién voy a hablar ahora? ¿Con
quién me voy a reír? ¿Quién me va a contar los chistes? Ay mi Rami, ya no te voy a ver más, aquí
te quedas metidito en esa caja- La señora secaba el sudor de su frente y continuaba cargando la
tierra en la pala. La viuda, Dona Cleo, que seguía llorando, le dijo a su hijo mayor, Yesid, que le
ayudara a la amiga del difunto con la pala, a lo cual, su hijo respondió: - ¡Yo no voy a enterar a mi
padre! - El sepulturero, tomó nuevamente la pala y continuó su labor, mientras sudaba bajo el tenue
sol de aquella tarde:
Aquella tarde te vi partir, mi soledad acompañaba tu salida.

Se me empañaron de lágrimas los ojos al saber que tú te ibas.

Una completa y profunda soledad me poseía y me embargaba,

Todo parecía un mal sueño o una mentira, pero tú ya no estabas.

Quise salir corriendo y gritar al mundo entero: ¡Te quiero!

Y pensaba mil y una locuras en medio del desespero.

Trataba de controlarme porque nada de ello entendía

Y una y otra vez me preguntaba, Señor ¿Por qué se iría?

¿Por qué se iría? Si lo único malo que hice fue amarlo.

Si mi pecado más grande fue cuidarlo y consolarlo.

¿Es qué fue poco el cariño y la comprensión que le brindé?

Entonces, te pregunto nuevamente, Señor ¿Por qué se fue?

¡Contéstame! ¡Contéstame por favor!

No me dejes con la incertidumbre.

Suplico me regales una explicación

O me envíes una luz que me alumbre.

Cerré mis ojos lagrimeantes y comencé a recordar,

Esos bellos momentos que juntos solíamos pasar.

Las canciones que al escuchar solías cantar,

Y los poemas que para ti yo solía recitar.

Recordé que fuiste tú quién abrió mis ojos,

Que también quien me enseñó a querer,

Quién sació mis más simples antojos

Y quién me dio una razón para vivir y ser.

Por ti soy lo que soy, me enseñaste a dar mucho más

A tener visión y rumbos claros, a conocer la verdad.


Y es verdad que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde

Una realidad de la vida que muchas veces no se entiende.

Porque crees que todo es tuyo y que todo te pertenece,

Pero la vida te va enseñando y a veces con reveses.

Porque sentía que tu vida no era tuya sino mía,

Pero nunca pensé que llegaría la despedida.

Esa despedida triste y amarga que me rompió el corazón,

Que me hirió los sentimientos y me bloqueó la razón.

Sin embargo, aquí estoy esperando otra prueba de la vida,

Y rogando al Señor que no sea otra inesperada despedida.

Ama a los tuyos y sin medida, antes de que llegue la despedida

Porque siempre la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.

La fosa ya estaba casi llena. Los sepultureros afirmaban el terreno con sus pies y echaban las
últimas paladas de tierra. La multitud, simplemente observaba con esa mirada de tristeza y
desconcierto, como aquellos hombres terminaban su labor. Dichos hombres, finalmente, tomaron
con sus manos la última capa de tierra que contenía el pasto, para ubicarla allí donde se encontraba
inicialmente. Todo quedó tan bien puesto, que quién hubiese llegado en ese momento, pensaría que
la fosa no había sido abierta aún. La viuda, doña Cleo, tomó una corona de flores y la puso sobre el
césped. Sus hijos hicieron lo mismo con las demás coronas y otros arreglos florales que había allí,
eran muchos. El rectángulo de césped, quedó totalmente cubierto de flores, el centro del jardín C de
aquel camposanto, estaba adornado de colores y formas diferentes como ningún otro. Doña Cleo, no
paró de llorar en ningún momento. Allí, abrazada con sus hijos, frente a las flores, elevó una
oración de despedida a su compañero de cuarenta años que se quedaba en ese lugar. Concluyó
diciendo: -Chao Don Ramiro, pronto nos veremos-. Luego, ella pidió a sus hijos que marchasen. La
gente que acompañaba empezó a desplazarse lentamente hacia los buses y autos que habían sido
dispuestos por la funeraria:

Donde creyentes elevan plegarias

Allí aparecen los no vistos

Saludos y pésames en la funeraria

Protagonistas: aromática y tinto.

El llanto es dueño de escena y la Muerte copropietaria,

Y miles de murmullos se apoderan del recinto,


El sufrimiento como invitado y la pena como empresaria,

Y el muerto allí callado en su féretro de corinto.

Doña Enemecia, hermana-comadre de Doña Cleo y, su vecina de barrio, se apresuró a decirle: -Ay
hermanita, dame otro abrazo antes de subirte al carro-. Doña Cleo, mientras la abrazaba, le decía:

-Gracias por acompañarme en este momento tan difícil, mira que todos mis hermanitos viajaron
desde tan lejos a estar conmigo y con mis hijos. Y vos siempre has estado allí ayudándome y
pendiente de mis pelaos. Gracias hermanita- Ambas lloraban y se sobaban la espalda mutuamente.
Mientras tanto, Doña Cleo recordaba entre los brazos de su hermana, dos años atrás, cuando Don
Rami estuvo enfermo, como en tantas ocasiones:

<Resulta que, en diciembre del año 2013, Don Rami, fue hospitalizado por última vez, se hace
dicha claridad porque, en los últimos dos años curiosamente, gozó de tan buena salud que no fue
hospitalizado. Don Rami, en sus últimos veinte años de vida, dieciocho de ellos, visitaba el hospital
frecuentemente, varias veces al año. Como el mismo decía: “No voy al hospital en calidad de
enfermo sino de residente”. La gran mayoría de los médicos y enfermeras de planta lo reconocían y
lo saludaban, cual empleado más del hospital. En dicha ocasión, después de hacerse una
colonoscopia a raíz de un fuerte dolor intestinal, ocurrió que, mientras le hacían en el
procedimiento, le dio una arritmia cardíaca y, el gastroenterólogo, escribió en la bitácora: “No se le
concluye examen al paciente debido a que presentó arritmia cardíaca, por lo tanto, es remitido a sala
de recuperación”. Mientras Rami volvía en sí mismo del efecto de la anestesia, sus gritos eran tan
fuertes que podían escucharse hasta en la sala de espera de ese nivel del hospital que se encontraba
a unos cincuenta metros. Una cirujana que se encontraba de turno, asistió al paciente para evaluar la
gravedad de la situación. Al leer la bitácora, ordenó se le practicara un Tac de abdomen urgente.
Mientras tanto, le aplicó un analgésico a Rami para mitigar el dolor. Cuando se le hizo el
procedimiento y los resultados estaban listos, se pudo determinar que Rami tenía el intestino grueso
perforado. El gastroenterólogo, sin saber, al llenar de aire el intestino para generar espacio y poder
visualizar con la cámara, introdujo más de la cantidad de aire necesaria y el intestino del paciente,
colapsó. La doctora que asistía a Rami, preguntó por los familiares y, al comunicarse con éstos, que
se encontraban en la sala de espera, les dijo que era necesario hacerle al paciente una cirugía de
forma inmediata y, que debían firmar un consentimiento. Doña Cleo, que se encontraba
acompañada de su hijo Carlos, preguntó: - ¿Y qué cirugía tienen que hacerle si él vino fue a un
examen? -. La Doctora le contestó: sí, señora, lo que pasa es que a su esposo hay que hacerle una
colostomía-. Doña Cleo replicó: ¿y qué cirugía es esa y por qué tienen que hacérsela?- La doctora,
continuó diciendo: - vea, señora, lo que pasa es que su esposo tiene el intestino perforado, eso
implica que hay que hacerle un procedimiento quirúrgico en el que se saca un extremo del intestino
grueso a través de una abertura en el estómago hecha en la pared abdominal y, las heces que se
movilizan a través del intestino salen por el estómago hasta la bolsita adherida al abdomen.- Doña
Cleo, miró a su hijo con cara de confusión y, éste preguntó: -¿O sea que él va a hacer popó por el
estómago?- La doctora contestó: Sí, lo que pasa es que a su papá se le están regando las excreciones
dentro del cuerpo y le están infectando los otros órganos. Así que, necesitamos esa autorización
urgente, para poderlo operar inmediatamente desocupen el quirófano. Doña Cleo se cruzó de brazos
y con una mano se tocó el rostro rápidamente de arriba abajo. Y exclamó: -Bendito sea Dios.
Carlos, andá firmá ese papel-.
La cirugía se inició a las tres de la tarde de aquel angustiante día. Mientras Doña Cleo y su hijo
aguardaban en la sala de espera, aprovecharon para hacer algunas llamadas e informar a los demás
familiares de la situación y, algunos de ellos fueron llegando: los demás hijos de Don Rami, su
hermana Ángela y Doña Enemecia, la hermana de Doña Cleo. Entre conversación, tinto, aromática
y chistes, las horas fueron pasando y, aquella sala que un principio, era ocupada por dos personas,
llegada la noche, se encontraba totalmente llena. Tres grupos numerosos de familias distintas
aguardaban noticias de sus familiares enfermos. Cuando eran aproximadamente las ocho de la
noche, un vigilante que encontraba regulando el ingreso a la sala de cirugía, dijo: ¡Familiares del
señor Américo Rodríguez! Un grupo aproximado de siete personas, se acercó con presteza a las
puertas dobles donde ya se encontraba el médico. Un rotundo silencio de quince segundos de
tensión invadió el lugar, seguido por un terrible estallido de gritos con decibeles impresionantes:
¡No, no, ay no! ¡Mi papá! ¡Ay Américo! ¡Dios mío por qué! Golpes en las paredes, caídas al piso,
abrazos con goles en el pecho; entre otras acciones, alimentaron la escena. El dolor era tan evidente,
que en las otras familias que aguardaban también hubo lágrimas. El ruido que escuchaba antes de
aquella noticia y, el que se escuchó después de la misma no se dio más. La tristeza y los nervios se
apoderaron de la escena. La imagen de ese cuadro de sufrimiento cerró la voz hasta de los más
conversadores. Desfiles al baño y la cafetería, conversaciones en voz baja y miradas de tristeza y
tensión. Al cabo de una hora, nuevamente el vigilante: - ¡familiares de Amanda García! - no se
pudo determinar si fue que las personas aludidas no escucharon o se encontraban en una especie de
letargo, el caso fue, que el vigilante hizo un segundo llamado: - ¡familiares de Amanda García! -.
Un grupo de personas igual o mayor a los familiares del recientemente fallecido, se acercó a la sala
de cirugía. Un médico distinto al anterior aguardaba. En su rostro se podía percibir que las cosas no
habían salido bien. Desde antes del médico empezar a hablar, se escucharon sutiles quejidos.
Yamari, una de las hijas de don Rami, que se encontraba en la sala, dijo en voz baja: -Ay, parece
que se murió esa señora-. Cuando el médico dio la noticia, el drama fue total: de nuevo los gritos, el
llanto y las imprecaciones se dejaron oír en el corredor del hospital. Un muchacho, a parecer hijo de
la señora, empezó a gritar: -hijueputas, malparidos, ustedes me la mataron-. Y al propinarle un
golpe en el pecho al médico, fue sujetado por el vigilante que se encontraba allí y, por otro, que
llegó rápidamente a colaborar con la situación. Una señora que se encontraba en la silla posterior a
la de doña Cleo y, que estableció conversación con un miembro de la familia de la fallecida,
comentaba que la señora había sido intervenida con una cirugía menor, pero la situación se
complicó en su proceso de recuperación cuando adquirió una mal llamada “bacteria hospitalaria”.

La tensión para los familiares de don Rami, fue tanta que, sus hijas Yarleidy y Yamari, se soltaron
en un llanto incontenible. Doña Enemecia, pidió a todos los miembros de la familia ponerse de pie,
tomarse de las manos y cerrar los ojos. Luego elevó una oración con mucha fuerza pidiendo a Dios
por la salud de su cuñado. Al finalizar la oración, se acercó a cada uno de los hijos de Rami y con
sobadita de espalda, decía frases como: - ¡Tranquilos que su papá va estar bien! ¡Rami es muy
fuerte y Dios es muy grande! ¡Tengan fe que él siempre sale bien de sus cirugías! - Luego se sentó
al lado de su hermana Cleo y le dijo: -Tranquila hermanita que todo va a salir bien- Cleo respondió:
-Yo sé que sí-

Carlos se acercó al vigilante y preguntó por su padre. El vigilante se le levantó de su puesto y se


desplazó a la sala de cirugía. Al regresar, el vigilante dijo: -A su papá todavía lo están
interviniendo-Carlos recordaba aquellas palabras de vigilante, puesto que ya las había escuchado
muchas veces atrás; el mismo escenario, las mismas palabras, la misma incertidumbre, solo un
vigilante distinto.

Después de unas ocho horas de cirugía, el vigilante dijo las palabras más esperadas y angustiantes
que se escucharon aquella noche: - ¡familiares de Rami Mena! - Un grupo de doce personas,
formado entre familiares, parientes y amigos, se acercó acezante y lívido. El médico, bajo en
estatura y bastante delgado, se vio rodeado por una docena de personas altas que lo intimidaron. Su
rostro, lo decía todo, tenía su mirada baja y parecía perderse en su ancha batola verde claro. Luego,
con tenue voz dijo: -fue una operación difícil, duró como ocho horas, hicimos nuestro mejor
esfuerzo, eh...- Inmediatamente, sin dejar que el médico continuara, Yamari interrumpió
desesperada e impetuosa: - ¡Diga si está vivo o no! - El doctor reaccionó a raíz el grito de Yamari,
luego levantó rápidamente su cabeza y abrió sus ojos un tanto sorprendido y, mirando a todos, un
poco contrariado, con cierto tartamudeo y voz cansina dijo: -Sí, sí, ¡eh!, Sí, el señor está bien-. El
médico dijo algunas palabras más, pero nadie lo escuchó. La algarabía era tanta, que el vigilante de
la sala de recuperación que se encontraba a unos cuarenta metros, salió a pedir silencio. Los gritos
de ¡gracias Dios! No se hicieron esperar, aplausos, arrodilladas, vueltas en el piso, abrazos de
alegría y lágrimas de felicidad. Doña Cleo exclamaba con satisfacción: -Gracias señor, gracias. Lo
sabía, lo sabía. Por su parte, Ángela, le decía a su sobrino Yasson: -El hombre tiene su pacto con El
de Arriba. Ellos tienen ahí un convenio chévere-. Para ningún miembro de la familia era un misterio
que Rami oraba con frecuencia todos los días. Lo hacía en voz baja. Nadie alcanzaba a escuchar lo
que decía y no permitía que persona alguna le interrumpiera su ritual.

Las siguientes cuarenta y ocho horas, serían sumamente importantes en la evolución de Rami,
puesto que determinarían su recuperación. Pero no fueron solo dos días, ni una semana; pasaron
cuatro meses y Rami seguía en cuidados intensivos. La situación se complicó porque después de la
cirugía, le dio una infección supremamente fuerte, por lo que no se podía cerrar la herida. Rami
tenía el estómago abierto y sus órganos expuestos, sólo unas toallas especiales cubrían sus órganos.
Todos los días se debatía entre la vida y la muerte. Cuando doña Cleo llamaba por teléfono a ver
cómo había amanecido, la respuesta de los médicos del puesto de control de la UCI, siempre era la
misma: -el paciente está estable. No demuestra mejoría, ni empeora, está estable-. Los antibióticos
queriendo hacer efecto y la infección, oponiéndose. Todos los días era una batalla por sobrevivir. La
situación se puso tan difícil, al punto que, un día, después de realizar una junta médica para analizar
el estado de salud de Rami, citaron a sus hijos Carlos y Yesid y, les comunicaron que, ya se había
hecho lo humana y médicamente posible, y que todo estaba en las manos de Dios. Yesid, químico
farmacéutico de profesión, y de quién la familia estaba esperando su opinión, como factor
determinante sobre el estado real de Rami; conversó con los médicos por largo rato. Debatieron
sobre los medicamentos y las cantidades suministradas a su padre. Yesid preguntaba y los médicos
respondían. Al salir de la reunión con los médicos, Yesid, le dijo a su hermano en el ascensor: -Mi
papá se va a morir guevón- ¿Por qué dices eso? Preguntó Carlos, con el corazón apretado y con la
intensión de escuchar algo diferente a lo que él ya se imaginaba que su hermano diría. Yesid
replicó: -A mi papá le están aplicado los antibióticos más fuertes que hay para esa infección y nada
que responde. No marica, esa infección está muy brava-. Al salir del ascensor, Carlos le dijo a su
hermano: -No le vas a decir eso a mi mamá, ni a estas muchachas. Luego te alcanzo-. Carlos se
dirigió a uno de los baños del hospital, se encerró allí y exploto en llanto. En medio de su
sufrimiento le rogaba a Dios diciendo: -Señor, yo sé que le has dado muchas oportunidades pero te
suplico si es tu voluntad que lo dejes pararse una vez más-.

Rami se encontraba entubado, con una cantidad de aparatos conectados al cuerpo. Su peso, se había
duplicado por la infección. Se encontraba tan hinchado por la retención de líquidos que, ya tenía
llagas en la espalda y, en la parte posterior sus brazos, debido a tiempo que permanecía inmóvil en
la cama. Cierto día, mientras le hacían diálisis, procedimiento al que se había sometido tres veces
por semana, durante dieciocho años, Rami pidió a su hijo Carlos, con gran dificultad para hablar,
que le llevaran un sacerdote lo más pronto posible. La familia de Rami, al darse cuenta tal petición,
se angustiaron muchísimo y le mandaron razón a Rami, de que no se diera por vencido, que
resistiera y de que todos estaban haciendo cadena de oración en Medellín, Bogotá, Urabá y Quibdó
para que se mejorara. Cuando Carlos le dio la razón a su padre, éste solo movía la cabeza indicando
que Sí. Carlos fue a la capilla del hospital y, después de explicarle la situación a una monja que se
encontró allí, ésta le dijo que el sacerdote no estaba disponible porque estaba haciendo obra
misionera por fuera del hospital. Carlos se desplazó a la capilla del barrio donde don Rami iba a
misa todos los domingos, claro está, si no se encontraba hospitalizado. Al contarle la situación, el
sacerdote, amigo de Rami, se comprometió a ir a visitarlo al otro día.

El sacerdote fue al hospital al día siguiente, justo en el momento de la visita. Tocó la puerta que
estaba medio ajustada, la empujó un poco y preguntó: -¿Se puede? –Bien pueda- Dijo Ángela, la
hermana de Rami, que se encontraba allí. Cuando él asomó lentamente su cabeza y vieron de quien
se trataba, un juego de miradas y rostros de tensión se hicieron evidentes entre los presentes. –
Buenas tardes. ¿Cómo están?- Dijo el padre. Todos respondieron en coro el saludo del padre.
Luego, él se paró al lado de la piecera de la cama y dijo: –Rami, Dios sea contigo-.

<Al mirar el padre allí parado, Carlos recordó el cuento “La Muerte Madrina” de Los Hermanos
Grimm, que cuenta sobre de un médico, que hace un trato con su madrina, la muerte y, ella le indica
que cuando se encuentre en la cabecera de la cama, el paciente vivirá y, por el contrario, si ella se
encuentra en la piecera, el enfermo morirá. El famoso médico, después de hacer muchos trabajos y,
de ganar mucho dinero, visita a la hija de un rey, quien era una hermosa mujer que se encontraba
muy enferma. El joven médico, al ver la mujer, se enamoró tanto de ella que, decide engañar a su
madrina, la muerte, volteando de posición a la hija del rey, poniendo sus pies en la almohada y su
cabeza en la piecera de la cama. Finalmente, la joven, sobrevivió>.

Carlos, le pide al sacerdote que, por favor, se ubique al lado de la cabecera de la cama. El sacerdote
preguntó: -¿por qué?- Carlos le contestó: -por nada padre, simplemente cuentos que uno oye por
ahí-Yamari, comentó con cierto tono de irreverencia y tristeza: - ¡Tan mal esta que viene a darle los
santos oleos! El padre, al escuchar dicho comentario afirmó: -Es un sacramento de unción que no
sólo prepara al enfermo para su encuentro con El Señor, sino que, también es una acción que
significa que Dios le va a conceder a Rami una gracia especial para fortalecerlo y reconfortarlo en
su enfermedad-Continuó diciendo: -para que Rami, pida perdón por sus pecados y se reconcilie con
El Señor-. Luego, pidió a los presentes tomarse de las manos y elevó una oración pidiendo por la
salud de todos los enfermos. Rami, miró al padre, que se encontraba en el costado opuesto al de los
familiares y, girando su cabeza con algo de dificultad, intentó hablarle. El padre no lograba
entenderle, le levantó un poco la mascarilla de oxígeno y se le acercó al oído. El sacerdote indicó
varias veces con su cabeza que entendía lo que Rami decía. Luego, tomó entre sus manos la mano
derecha de Rami y pidió respetuosamente a los familiares salir de la habitación. Nunca se supo
sobre que hablaron alrededor de veinte minutos en esa habitación del hospital, puesto que Rami,
posterior a ese instante, no habló en ningún momento sobre el tema; pero a partir de ese día, su
salud mejoró notablemente. Una batalla más que le ganaba a la muerte. Sólo cierta ocasión,
mientras Rami conversaba con su hijo Carlos, éste le recreaba todo el drama vivido aquella vez y, le
preguntó, con intriga e insistencia sobre la conversación que sostuvo con el sacerdote y, su padre,
respondió: -vea mijo, yo ya hice mi pacto con El de Arriba, así que, no se preocupe por mi
enfermedad. Yo me muero cuando mi Diosito decida, cuando ustedes menos se lo imaginen,
calladito, calladito me les voy-.

Rami estuvo con una colostomía durante seis meses. Su salud era estable. Pero cuando llegó el
momento de acomodar nuevamente el intestino en su lugar, Rami se vio enfrentado a otra cita con
la muerte. La cirugía fue todo un éxito, el drama se presentó durante la recuperación. Después de
estar varios días en sala de cuidados espaciales, Rami, sus familiares y los médicos, sólo esperaban
que el intestino recobrara sus funciones. Un día mientras le hacían diálisis, Rami recibía la vista de
su hijo Carlos y, en medio de la conversación y una que otra risa, el monitor de frecuencia cardíaca
empezó a pitar y las líneas del monitor de onda se pusieron rectas.

Carlos llamó a gritos a los médicos. Dos de ellos llegaron en forma inmediata y le pidieron a Carlos
que se retirara de la sala. Él salió llorando desconsoladamente y le contó a los demás familiares que
se encontraban en la sala de espera que la situación se había complicado y que Rami no tenía signos
vitales. Los familiares en medio del llanto y la angustia elevaron sus oraciones Al Altísimo.
Mientras tanto, los médicos con un desfibrador, trataban de recuperarle el ritmo cardíaco para
regresarlo a la vida. Dos descargas eléctricas fueron necesarias para que el corazón de Rami
volviera a latir. En la bitácora médica se registró que el paciente estuvo sin ritmo cardíaco por cinco
minutos.

La muerte llega y llega el dolor.

La muerte se va y llega la vida.

Llega la vida y la muerte se olvida.

La muerte regresa y se va el amor.

Se va el amor y la memoria queda.

La memoria recuerda y la muerte duele.

Vuelve el dolor, vuelve la vida y el amor vuelve.

Y la muerte, sólo vuelve y se va.

EPÍLOGO
Cuando entré a la sala de cuidados intensivos y, vi a mi padre allí, ligeramente sentado en la
camilla, creí que estaba vivo. Tenía la cabeza de medio lado y la boca abierta, tal cual como se
dormía en su sillón en casa mientras veía la televisión. Solamente faltaba escucharlo roncar como
de costumbre. Esta vez dormía, pero para no despertar más. Solo pude darme cuenta de que estaba
muerto, al saludarlo como de costumbre, con un beso en la frente. Al sentir ese frío en mis labios,
supe que todo era distinto, esa frente tierna y caliente que besé por más de veinte años, ahora estaba
tan dura y fría como una roca al rocío de la noche. Allí te vi, atado de manos y pies. Dijeron los
médicos que lo hicieron para evitar que te hicieras daño a raíz del traumatismo cerebral.

Siempre se ha dicho popularmente que “madre solo hay una”. Eso verdad. Como también es cierto
que, padre solo hay uno: “RAMIRO MENA LOZANO. Que orgullo sentías al decir tu nombre.
Irónicamente, la mayoría de veces que te escuché decirlo, era porque un médico, una enfermera o el
despachador de la farmacia, te lo preguntaban para llenar una bitácora o alguna forma; pero lo
decías con tanto orgullo que, así te doblegara el dolor en la sala de ingreso o en la camilla de un
hospital, siempre que te lo escuchaba decir, sabía que tu nombre era sinónimo de fuerza, de lucha y
de esperanza.

Al pensar en tus 63 años de vida, siento que no viviste lo suficiente, que debiste haber durado un
poco más, pero en la yuxtapuesta realidad, me doy cuenta que, viviste más de la cuenta. 20 años, 20
años, batallando con una enfermedad terminal que tiene un promedio de vida de 4 años, y donde
sólo el 23% de los pacientes, logran vivir 10 años. Pero a ti, te mantuvo vivo tu gran optimismo y,
precisamente, tus incomparables ganas de vivir. La muerte, debe estar cansada “tramposo picarón”.
¡Cuántos goles le hiciste! ¡Cuántas veces la esquivaste! ¡Cuántas veces te le reíste en la cara!, pobre
muerte, ¡cómo estará de exhausta! Si bien se ha dicho que nadie engaña a la muerte, pues presento
al hombre que se burló de ella, en incontables ocasiones.

Hoy me cuesta entender que ya no estás, que tus órganos cesaron de sus funciones, pero, sabes ¿por
qué no lo acepto? Porque siempre te vi como el gran guerrero vencedor, que salió victorioso hasta
de las batallas más difíciles, alzando su espada de la vida y su escudo de la esperanza. Fueron tantas
batallas que me mal acostumbraste. Vi caer tantos a tu lado, y tú siempre seguías en pie. Te creí
inmortal. Esta vez, parecía una prueba de rutina, un día más en tu otra casa, el hospital, o como un
día lo llamaste “la otra oficina” sin embargo, como dice mi madre: “tanto alboroto cuando te
enfermabas, ponías a correr a todo el mundo y, en esta ocasión, te fuiste calladito”, que sigiloso
eres. Tan sigiloso como la misma muerte.
Esta experiencia literaria de leer poesía sobre la temática de la muerte, me ha generado un
sentimiento de reflexión, culpa, regocijo y hasta de aceptación de la muerte. Dicha reflexión me ha
llevado a replantear mi proyecto de vida. Esa sensación de vacío que me genera pérdida de mi
padre, casi que me obliga a comprender mejor mi rol social y, a pensar más detenidamente en mi
papel como hijo, padre, esposo, ciudadano y amigo; ya que, en la pena y el dolor, se empieza a
configurar el concepto efímero de la vida y, a entender que cada día que vivimos, es una nueva
oportunidad que nos da la muerte para compartir con los que amamos. “Puede verse que la muerte
en la poesía refleja el pensamiento humano de forma artística, y en algunas ocasiones melancólica,
sobre esa realidad que nos concierne a todos. Así, la muerte como determinación de todo ser
humano es lo que le da sentido a su vida”. (Presencia de la muerte en los poemas iberoamericanos
del siglo xx).
Sí, la muerte nos convoca a todos, poetas o no poetas, escritores o aficionados, sencillamente que a
través de la poesía, el escritor plasma su pensamiento, recrea su realidad y eterniza su canto y; el
lector, encuentra regocijo y paz en su interior. Después de la pena, llega la resignación, y aceptamos
el curso natural de un ciclo que culmina, pero comúnmente, tenemos un sentimiento de renuencia a
la muerte. Es tanta nuestra pasión por la vida, que nos aferramos a ella en demasía y, como
cualquier humano, nos cuesta desprendernos y lamentamos cada desgarramiento. Los humanos, por
naturaleza queremos vivir, sin embargo, en el poeta, quizá ese deseo se alimenta aún más, no solo
por el temor de morir, sino también, por temor de que mueran sus versos, es decir, asimismo le
temen al olvido.
Padre, “Apenas esto fue, y nada más” Allí estás en tu tumba “Posado, inmóvil y nada más”. Padre,
vivo, “Nunca más” (El cuervo. E, A, Poe) Solo espero, que sigas siendo eterno e inmortal en mi
memoria, y en la memoria de los que te amamos en vida, porque nos enseñaste, que lo importante
de estar vivo, no es cuántas veces la muerte nos persiga, ni cuantas veces logremos esquivarla, sino,
cuan incomparables deben ser nuestros deseos de vivir para mantenernos en pie un día más. Deseo
que al igual que Peralta, estés sentado “A la diestra de Dios Padre”.

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