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Via Crucis

El documento presenta una serie de reflexiones y oraciones sobre el Via Crucis, destacando la pasión de Cristo y su significado espiritual. Cada estación del Via Crucis está acompañada de citas bíblicas y oraciones que invitan a la meditación sobre el sufrimiento y el amor de Jesús. La obra busca conducir a los fieles a un encuentro transformador con Jesucristo a través de la contemplación de su camino hacia la cruz.

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Via Crucis

El documento presenta una serie de reflexiones y oraciones sobre el Via Crucis, destacando la pasión de Cristo y su significado espiritual. Cada estación del Via Crucis está acompañada de citas bíblicas y oraciones que invitan a la meditación sobre el sufrimiento y el amor de Jesús. La obra busca conducir a los fieles a un encuentro transformador con Jesucristo a través de la contemplación de su camino hacia la cruz.

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Imagen de portada: Cristo del Santo Spirito, Miguel Ángel Buonarroti, 1492.

2
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,


pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:


«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,


«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

Félix Lope de Vega,


Soneto X, Rimas sacras

3
4
Índice

Via crucis 7
Primera estación: Jesús es condenado a muerte 9
Segunda estación: Jesús carga con la cruz 10
Tercera estación: Jesús cae por primera vez 11
Cuarta estación: Jesús encuentra a María, su Madre 12
Quinta estación: Simón ayuda a llevar la cruz de Jesús 13
Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús 14
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez 15
Octava estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén 16
Novena estación: Jesús cae por tercera vez 17
Décima estación: despojan a Jesús de sus vestiduras 18
Decimoprimera estación: Jesús es clavado en la cruz 19
Decimosegunda estación: Jesús muere en la cruz 20
Decimotercera estación: descienden a Jesús de la cruz 21
Decimocuarta estación: Jesús es sepultado 22
Decimoquinta estación: el sepulcro vacío 23
Credo 25
Oración final 27

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6
Via crucis

La contemplación de la pasión del Señor nos llena de esperanza, de deseos de renovar el


corazón en la certeza del amor de Dios por cada uno de nosotros.

El fundamento de esta esperanza es la fidelidad del Señor.

El sello de esta fidelidad es la cruz de Cristo.

Dispongámonos a recorrer este camino, que es también el camino de nuestra vida,


acompañando de cerca al Señor.

Que esta oración nos conduzca a un encuentro profundo y transformador con Jesucristo.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Oración inicial

Señor Jesús, nos disponemos a recorrer contigo el camino de la cruz, que es también el
camino de la gloria. Nos anima el deseo de corresponder a tu amor, sabiendo que somos
mendigos de tu gracia.

Madre nuestra, reanima nuestra esperanza, enséñanos a seguir de cerca a Jesús y a


guardar sus palabras meditándolas en el corazón.

7
8
Primera estación: Jesús es condenado a muerte

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Jn 19, 1-9

Pilato les dijo: «He aquí al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los
guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Pilato les dijo: «Lleváoslo vosotros y
crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él». (…) Entró otra vez en el pretorio y dijo
a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le dio respuesta.

El juez dicta una sentencia injusta, la multitud grita furiosa, los discípulos huyen
asustados… y Cristo calla con un silencio atronador. Nos desconcierta el silencio de Dios
ante el sufrimiento y las injusticias del mundo: queremos respuestas, pero Jesús calla. El
silencio de Jesús no es el silencio de la resignación, ni el de los vencidos. Es el silencio de la
fe, el silencio del corazón que se abre a la acción de Dios. Es el silencio de la confianza total
en que el amor del Padre tendrá siempre la última palabra.

Oremos:

Señor Jesús, muchas veces no entendemos tu silencio. Nuestra fe es pequeña, nuestra


esperanza es frágil… Nos cuesta aceptar que el mal y el sufrimiento puedan tener lugar en
tu designio de salvación. Ayúdanos a comprender que tu amor siempre se abre camino,
que el mal no es definitivo. Señor: aumenta nuestra fe.

9
Segunda estación: Jesús carga con la cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Jn 19, 16-17

Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo


con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota).

Jesús, paciente, se deja conducir: no opone resistencia, no se queja, no se rebela, no se


impone. Ante la cruz, ni una sombra de miedo. No solo carga con ella: ¡la abraza! En esa
cruz reconocemos nuestras propias cruces, y las ponemos sobre los hombros fuertes del
buen Pastor. Empezamos a intuir que para seguir a Jesús es necesario pisar sus huellas,
acoger nuestra realidad, a veces dolorosa, para transformarla con la fuerza del amor.

Oremos:

Señor Jesús, también nosotros encontramos la cruz en el camino de la vida, y nos asusta.
Jesús, ayúdanos a vencer el miedo para que podamos acoger la realidad con esperanza,
compartiendo nuestra cruz contigo, descansando en la fuerza de tu amor. ¡Enséñanos a
abrazar la cruz de cada día!

10
Tercera estación: Jesús cae por primera vez

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Is 53, 11-12

Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. (…) Porque expuso
su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e
intercedió por los pecadores.

La cruz pesa, y pesa también el abandono de los suyos, el rechazo de su pueblo. Pesa, con
la cruz, el pecado del mundo, de todos los hombres. En su caída reconocemos las nuestras:
caemos tú y yo también bajo el peso de nuestros pecados, de nuestras infidelidades, de
nuestras esclavitudes. Pero Jesús se levanta, decidido a amarnos hasta el final. Nosotros
también queremos levantarnos, confiando en la fuerza de su misericordia, que lo renueva
todo.

Oremos:

Señor Jesús: tú nos conoces bien. Sabes que a nosotros también nos pesa la cruz, que
tropezamos muchas veces con la misma piedra, y caemos. Tú permites nuestras caídas
para que podamos levantarnos siempre tomados de tu mano. No dejes que nos venza el
desánimo, no dejes que permanezcamos caídos. Ayúdanos a levantarnos, una y otra vez,
con la fuerza de tu amor.

11
Cuarta estación: Jesús encuentra a María, su Madre

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Jn 2, 1-5

A los tres días había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y
sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le
dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no
ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».

En la multitud se cruzan dos miradas que, sin palabras, se dicen todo. Dos miradas atentas
al detalle, dos miradas que ven más allá de lo inmediato, dos miradas llenas de amor y de
dolor. Los corazones de Jesús y de María laten al mismo compás, impulsados por el deseo
del Padre: «que ninguno se pierda». Ellos entienden de silencios y de espera. Entre el dolor
y la angustia, madre e hijo se animan en la esperanza: «Madre, ya ha llegado la hora:
pronto tendrán el vino de la alianza nueva y eterna».

Oremos:

Señor, mira compasivo nuestra fragilidad y derrama sobre nosotros tu consuelo. Tenemos
sed de amor, pero no siempre buscamos en la fuente que de verdad puede calmarla. Te
pedimos, por intercesión de tu Madre santísima, que sepamos descubrir en la Eucaristía el
vino nuevo de tu misericordia con el que tú puedes saciar la sed del mundo entero.

12
Quinta estación: Simón ayuda a llevar la cruz de Jesús

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Is 65, 1

Me he dejado consultar por los que no preguntaban, me han encontrado los que no me
buscaban; he dicho: «Heme aquí, heme aquí» a un pueblo que no invocaba mi nombre.

Un tropiezo inesperado, forzoso, es el primer encuentro de este tal Simón con Jesús. Nadie
quiere sufrir la infamia que supone compartir la pena de un condenado. Los soldados
obligan al cireneo a cargar la cruz de Jesús, que está extenuado. Entre los empujones de la
tropa romana y la impaciencia de la muchedumbre, Simón se sorprende abrazando la cruz.
Una gran sacudida conmueve su corazón cuando descubre la mirada llena de gratitud del
misterioso nazareno.

Oremos:

Señor Jesús, cuántas veces encontramos la cruz sin buscarla: una contradicción, un revés
económico, una enfermedad, un accidente, la muerte de un ser querido… Cuántas veces
tropezamos contigo en el misterio del dolor, y nos rebelamos, porque no te sabemos
reconocer. Pero tú estás presente, tú eres fiel, tú siempre nos acompañas y nos sostienes.
Jesús, hoy te pedimos la gracia de descubrir que encontrarnos con la cruz es encontrarnos
contigo, y encontrarte a ti es encontrar el Amor.

13
Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Gn 1, 27

Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó.

Aquel que es «el más bello de los hombres» (Sal 44, 2) y la «imagen de Dios invisible» (Col
1, 15), se ve ahora desfigurado, cubierto por la sangre, el sudor y los salivazos. Cristo, que
se tambalea bajo el peso del sufrimiento, recibe la caricia de una mujer. Verónica, sin
miedo, enjuga el rostro de Jesús, que queda impreso en el lienzo. Este rostro es la viva
memoria de la imagen de Dios, que Él ha querido dejar grabada en nosotros, pero que
permanece oculta tras la máscara de nuestros pecados, cuando no honramos nuestra
dignidad ni la de nuestros hermanos.

Oremos:

Señor Jesús, nos conmueve la delicadeza de la Verónica, pero nos conmueve todavía más la
certeza de que, tras las máscaras lo recubren, está tu rostro impreso en nosotros. Te
pedimos que nos ayudes a limpiar, con el paño de tu gracia, la imagen de Dios en nuestro
corazón, para que podamos enjugar también tu rostro en todos los que sufren.

14
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Is 53, 4

Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos


leproso, herido de Dios y humillado.

Débil y agotado, a Jesús apenas le quedan fuerzas. Su alma desea avanzar hacia el Calvario,
pero la cruz lo tira al suelo una vez más. Tiemblan los corazones con el golpe sordo de la
caída. Es el peso del mal del mundo. El cuerpo y el rostro del Señor se hunden en el polvo.
Y cuando todo parece perdido, se levanta de nuevo con la fuerza del amor, que realiza lo
imposible. Cristo cae y se levanta de nuevo para que nosotros podamos levantarnos, una
vez, y siempre.

Oremos:

Señor, nos impactó ver tu imagen llena de barro en Paiporta. Así actúa tu misericordia:
hasta hacerse barro con nosotros, hasta besar el polvo que somos para levantarnos contigo.
Concédenos, Señor, la esperanza para levantarnos de nuestras caídas y la caridad para
levantar, con tu fuerza, a nuestros hermanos.

15
Octava estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Is 40, 1-2

«Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—; hablad al corazón de Jerusalén,


gritadle, que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del
Señor ha recibido doble paga por sus pecados».

Ante el terrible espectáculo de la pasión, algunas mujeres no pueden contener las lágrimas.
Jesús las mira y las consuela, invitándolas a elevar el motivo de su llanto: «Si esto hacen
con el leño verde, ¿qué harán con el seco?» (Lc 23 ,31). Ahora descubrimos en la cruz de
Cristo el leño verde, el árbol de la vida, con cuyo fruto ha querido Dios reconciliar el
mundo consigo. Este es nuestro consuelo: «es fuerte el amor como la muerte» (Cant 8, 6).

Oremos:

Señor Jesús, tú que has venido a consolar los corazones afligidos: escucha nuestra oración.
Acoge nuestro llanto, enjuga nuestras lágrimas. Enséñanos a llevar por el mundo la caricia
de tu consuelo donde más se necesite. Que el sufrimiento de nuestros hermanos nunca nos
deje indiferentes.

16
Novena estación: Jesús cae por tercera vez

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

2 Cor 12, 9-10

«Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad». Así que muy a gusto me glorío
de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en
medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades
sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Se estremecen los discípulos al contemplar la extrema debilidad del Maestro. ¿Qué Dios es
este? ¿Dónde quedan los prodigios, las enseñanzas con autoridad, las tardes apacibles
junto al lago? Se esfuman las esperanzas en un mesías triunfal al ver caer al Señor una,
dos, tres veces. Pero la tercera caída de Jesús aparece, de pronto, como el anuncio de algo
nuevo, algo que sucederá «al tercer día»…

Oremos:

Señor Jesús, que con tus caídas has querido acoger a todos los que caen para levantarlos
contigo, escucha nuestra oración por todos los que sufren las consecuencias de la violencia,
de la guerra, de la esclavitud, de las adicciones. Que les conforte y anime la esperanza en la
Resurrección, y que encuentren en nosotros una mano tendida para ayudarles a ponerse en
pie.

17
Décima estación: despojan a Jesús de sus vestiduras

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Jn 19, 23-24

Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una
para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una
pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a
quién le toca». Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte
mi túnica».

Jesús se entrega dócilmente a las manos bruscas de los soldados. Ya no le queda nada que
dar, sino a sí mismo. «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El
Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Jb 1, 21). En su
desasimiento, se revela el movimiento opuesto a nuestra avaricia, siempre empeñada en
retener y acumular. La pobreza de Cristo es el antídoto a nuestro ego insaciable, y
condición primera para heredar el Reino de Dios.

Oremos:

Señor Jesús, al contemplarte desnudo e indefenso, despojado de todo, descubrimos tu


suprema libertad. Comprendemos, poco a poco, que para alcanzar esta libertad de los hijos
de Dios, el camino es tu pobreza. Concédenos, te rogamos, un corazón libre, puro, sencillo:
¡concédenos vivir la pobreza de espíritu!

18
Decimoprimera estación: Jesús es clavado en la cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Lc 23, 33-34

Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los


malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen».

Hasta este momento Jesús permanecía callado: «Maltratado, voluntariamente se


humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el
esquilador, enmudecía y no abría la boca» (Is 53, 7). Pero en ese silencio se iba gestando la
respuesta de Dios a nuestro pecado, y entre los golpes del martillo, se oye clara su voz:
«Perdónales».

Oremos:

Señor Jesús, enmudecemos ante la magnitud de tu perdón. A nuestra miseria, respondes


con misericordia, ante nuestro egoísmo, con amor. A veces nos falta confiar en que tú
perdonas siempre, todo y del todo. Señor, aumenta nuestra confianza. Concédenos el dolor
de nuestros pecados, para poder abrir nuestro corazón a tu gracia.

19
Decimosegunda estación: Jesús muere en la cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Jn 19, 28-30

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la
Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una
esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús,
cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el
espíritu.

Hasta en la muerte, Cristo se entrega: muere dando el espíritu, exhalando sobre el mundo
su aliento de Vida. Todo está cumplido: Cristo ha reconciliado al mundo y lo ha devuelto a
las manos del Padre. Muriendo, ha destruido nuestra muerte; y desde la cruz, ha hecho
brotar la vida.

Oremos:

Señor Jesús, qué grande ha sido el precio de nuestro rescate. De tu costado abierto brotan,
como de una fuente, sangre y agua: los sacramentos que nos dan la vida eterna.
Concédenos acercarnos a ti con el deseo de saciar tu sed de nuestro amor, para que
animados por tu aliento de Vida, extendamos tu presencia por todos los rincones de la
tierra.

20
Decimotercera estación: descienden a Jesús de la cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Sal 44, 9-10

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos, desde los palacios de marfiles te deleitan las
arpas. Hijas de reyes salen a tu encuentro, de pie a tu derecha está la reina, enjoyada con
oro de Ofir.

Descienden y ungen, con una mezcla de mirra y áloe, el cuerpo del Señor, después de
colocarlo en los brazos de su Madre. Ella ha permanecido junto al madero, prolongando el
doloroso fiat con el que dio comienzo la historia de nuestra redención. María llora,
contemplando el cuerpo inerte de su hijo. Atraviesan su corazón, como espadas, los
recuerdos de la infancia de Jesús, sus pasos por los caminos de Palestina, el timbre de su
voz. Y reconoce cómo, desde el principio, la sombra de la cruz se cernía sobre ellos.

Oremos:

Señor Jesús, nuestra vida también está marcada, desde el bautismo, con el signo de la cruz.
Es el distintivo de los tuyos. Pero la cruz no es solo el signo de la muerte, sino el anuncio de
un amor más grande. Concédenos convertir todas las circunstancias de nuestra vida en
ocasión de amarte a ti y a los demás. Concédenos un corazón como el de tu Madre, que es,
desde este momento, la nuestra.

21
Decimocuarta estación: Jesús es sepultado

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Mt 27, 59-60

José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su


sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada
del sepulcro y se marchó.

Jesús, sepultado, es el grano de trigo que, muerto y enterrado, dará mucho fruto: el ciento
por uno. Pero deben pasar tres días de silencio, tras la gran piedra que cierra la entrada del
sepulcro. La fecundidad de la muerte del Señor no es ostentosa, no se rige por las leyes del
cálculo, ni se mide en estadísticas. Así quiere Cristo sumergirse en la vida de cada uno,
para transformarnos desde dentro con la potencia invisible de su gracia.

Oremos:

Señor Jesús, algunas veces parece que una gran losa encierra nuestra vida, y solos no
podemos moverla. Nos sentimos acosados por la muerte, rodeados de oscuridad, y
notamos cómo se apaga nuestra alegría. El bombardeo incesante de malas noticias no nos
ayuda. No permitas que la tristeza se apodere de nuestro corazón. Ayúdanos a ser, en
medio del mundo, testigos de esperanza.

22
Decimoquinta estación: el sepulcro vacío

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu Santa Cruz has redimido al mundo

Lc 24, 1-6

El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los
aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y, entrando,
no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se
les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas quedaron despavoridas y con
las caras mirando al suelo y ellos les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que
vive? No está aquí. Ha resucitado».

Aquel «primer día de la semana» llevaba gestándose desde toda la eternidad. Desde el
sepulcro vacío irrumpe «la vida que era la luz de los hombres» (Jn 1, 4): ya no tiene sentido
buscar entre los muertos a quien vive. Con su resurrección, Jesús ha restaurado la grieta
que había sido abierta por el pecado original, ha salvado el abismo que nos separaba del
cielo: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9). Cristo vive para siempre. Él
vive para que nosotros no muramos jamás.

Oremos:

Señor Jesús, nos acercamos como aquellas mujeres a la entrada del sepulcro, sabiendo que
está vacío. Deseamos encontrarnos contigo, vencedor y resucitado, para recibir el soplo de
tu Espíritu Santo. Concédenos, Señor, la gracia de ser alcanzados por la fuerza de tu
resurrección, para contribuir contigo en la salvación del mundo. Tú, que vives y reinas,
inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos.

23
24
Credo

Creo en Dios,
Padre todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo,
su único Hijo, nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios,
Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir
a juzgar a vivos y muertos.

Creo en el Espíritu Santo,


la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.

25
26
Oración final

Hemos recorrido, Señor Dios nuestro, el camino de la cruz hacia la gloria.

Concédenos, te rogamos, hacer del misterio de la pasión, muerte y resurrección de tu Hijo el


centro de nuestra vida, para que anunciemos al mundo la gozosa noticia de la salvación.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

27

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