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Malamud - Historia - Cap 3

El documento analiza la conquista de América, destacando el papel de los conquistadores y las tensiones legales que surgieron en torno a la explotación de los indígenas. Se describe cómo la búsqueda de riquezas y el control de la Corona española transformaron la realidad del Nuevo Mundo, a pesar de las críticas y debates sobre la legitimidad de la conquista. A través de mecanismos como las capitulaciones, se establecieron dinámicas de poder y explotación que definieron la relación entre los conquistadores y las poblaciones indígenas.

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El documento analiza la conquista de América, destacando el papel de los conquistadores y las tensiones legales que surgieron en torno a la explotación de los indígenas. Se describe cómo la búsqueda de riquezas y el control de la Corona española transformaron la realidad del Nuevo Mundo, a pesar de las críticas y debates sobre la legitimidad de la conquista. A través de mecanismos como las capitulaciones, se establecieron dinámicas de poder y explotación que definieron la relación entre los conquistadores y las poblaciones indígenas.

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Historia Argentina y Latinoamerica

Profesor: Horacio Zapata - 1° Profesorado de Educación Secundaria en Geografía


Tema: Historia de America. Carlos Malamud.- Cap: 3

La conquista y los Conquistadores


1. ¿Cuáles fueron las consecuencias de los 1º procesos de conquista?
2. Sintetizar loas diferentes tensiones y marcas legales que genero la conquista y la explotación de los
indios.
3. Describir el perfil y acciones de los conquistadores y de sus huestes

En 1522 Hernán Cortés había concluido prácticamente la conquista del Imperio azteca sólo treinta años
después del descubrimiento de América. El panorama que se presentaba, a los ojos de las autoridades
españolas y de los conquistadores había cambiado radicalmente por el oro del Caribe y especialmente
el de Tierra Firme, que parecía anunciar las míticas riquezas de El Dorado, se había convertido en el
principal motor de la conquista de América continental. Un proceso que por múltiples acontecimientos
que condicionaba el ritmo y la dirección de su marcha no sólo a la potencial riqueza de las regiones a
conquistar, medida en disponibilidad de hombres, producción de alimentos y acceso a metales
preciosos, sino también a la geografía y a la resistencia ejercida por la población indígena y que a
mediados del siglo XVI estaba prácticamente concluido, gracias a la labor de los Pizarro, los Cortés y
tantos otros, hombres de coraje reconocido, capaces de salvar cuanto obstáculo se les pusiera por
delante. Fue un acto más de la expansión humana, con sus luces y sus sombras, con sus grandezas y
sus miserias, que cambió definitivamente la realidad del Nuevo Mundo.
El imperio español en América iba desde México hasta el Río de la Plata y Chile, pasando por el Perú y
Nueva Granada. Al frente del mismo se encontraba Carlos I y siguiendo a Manuel Lucena podemos
señalar que el período de conquista coincide básicamente con su reinado. Como emperador, Carlos I
cambió radicalmente su política, especialmente después de que se hubiera consumado la conquista de
México y del descubrimiento de las islas Malucas. Esto implicó dejar de lado su intento de explotar
internacionalmente el Nuevo Mundo y apostar por el control directo de la Corona, como prueba la
creación en 1523 del Consejo de Indias, la institución a cargo de la gestión de todos los asuntos
americanos: las sociedades originarias, en ciertos casos estructuradas en torno a potentes imperios,
que opusieron resistencia a su dominación; la geografía colosal, jalonada de caudalosas ríos, selvas
impenetrables y elevadas montañas, cubiertas a veces de nieves eternas, que no facilitó la penetración
de los contingentes españoles; las distancias inconmensurables, que convirtieron la progresión de los
conquistadores en jornadas interminables, como testimonia el prolongado periplo de Álvar Núñez
Cabeza de Vaca por las costas del golfo de México; el clima variado y variable, extremo en muchos
casos, difícil casi siempre, que dificultaba la vida cotidiana de los colonos que intentaban establecerse
en estas tierras. Las colonias antillanas, especialmente Santo Domingo y Cuba, y luego Tierra Firme,
fueron el banco de pruebas de la conquista continental. Allí fue donde se aclimataron los europeos a las
nuevas tierras, allí se pusieron a prueba los métodos bélicos idóneos para la conquista y para la
dominación de los pueblos nativos. Allí se desarrollaron algunas instituciones básicas para el gobierno
de la sociedad colonial. Allí fue donde se foguearon las huestes, la pieza clave de la conquista.

El marco legal: La guerra y la explotación de los indios


La conquista fue parte de un proceso, que adoptó mecanismos cambiantes a medida que los hechos
planteaban nuevos desafíos y fue un fenómeno paralelo a la voracidad de los conquistadores, avanzó o
retrocedió a medida que la sed del oro impulsó el saqueo de los poblados indígenas y los naturales
comenzaron a rebelarse contra los europeos. El contacto con los caribes y sus prácticas antropófagas
extendió la idea de que se estaba frente a un colectivo que podía ser justamente dominado y
esclavizado mediante la guerra sin por ello violar la legalidad vigente. ¿Eran los indios hombres libres,
como señaló la reina Isabel en 1503, y por lo tanto no podían ser esclavizados, o su rechazo a ser
evangelizados abría la puerta para su dominación? ¿Eran personas conscientes de sus actos o eran
asimilables a menores de edad que debían ser Melados por adultos responsables, es decir, por los
españoles? los Reyes Católicos consultaron a juristas y teólogos. El principal argumento fue de la
guerra justa contra los infieles, aunque en este caso aplicado a los paganos, ya que los indios por
desconocer hasta ese entonces las esencias de la religión cristiana. En 1500 los reyes declararon a los
indios como vasallos libres, aunque se mantuvo la idea de que se podía someter por la fuerza a quienes
se rebelaran y que los caribes, en tanto caníbales, podían ser esclavizados. Las declaraciones
principistas de los monarcas no pudieron evitar el desarrollo del trabajo forzado entre los indios,

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impulsado por la necesidad de autoridades y colonos de obtener rápidas riquezas en los yacimientos
auríferos En 1511, la situación se complicó en La Española y los ecos del debate repercutieron en la
corte y en la opinión pública, en la medida que pueda utilizarse semejante término a comienzos del
siglo XVI. La polémica surgió cuando fray Antonio de Montesinos, un dominico establecido en Santo
Domingo, pronunció un célebre sermón en contra de los abusos de los encomenderos y la explotación
de los indios, una diatriba que posteriormente fue considerado el primer manifiesto intelectual crítico
con la legitimidad de la conquista de las Indias. De hecho, el sermón también cuestionaba la autoridad
que dominaba a los indios y la guerra que se les hacía, lo que implicaba una crítica frontal de la
administración colonial. Ante el revuelo levantado, Montesinos fue enviado a la Península, donde la
Corona decidió consultar nuevamente a teólogos y juristas, que se reunieron en la Junta de Burgos
celebrada en 1512. La Junta fue un intento serio y sistemático de resolver jurídicamente los problemas
planteados, y abordó conjuntamente tanto el trabajo obligatorio de los indígenas como la guerra en su
contra. Una de las principales conclusiones de la Junta de Burgos fue que el trabajo forzoso indígena
era justo y, sobre todo, necesario para la sociedad colonial, siempre que no supusiera el exterminio de
las sociedades nativas ni impidiera su evangelización. Entonces se elaboró la primera legislación
laboral que reglamentaba el trabajo indígena, intentando evitar la explotación indiscriminada. Para ello
se fijaron ciertos beneficios, como días festivos para el descanso, pago por el trabajo efectuado, buen
trato, educación y evangelización, etc. Estas normas fueron complementadas posteriormente por otras,
como las Ordenanzas aprobadas por la Junta de Valladolid en 1513, y la Junta de Madrid en 1516. Está
claro que estas leyes no pudieron evitar ni los abusos ni los malos tratos, pero sí supusieron un freno a
los encomenderos y, sobre todo, hicieron evidentes los límites que intentaba establecer la Corona. Por
otra parte, la necesidad de justificar la guerra contra los indígenas motivó el desarrollo del
requerimiento, un documento de corte ético jurídico que libraba a los españoles de cualquier
responsabilidad bélica si los indios eran advertidos de lo que podría ocurrirles en caso de que no
depusieran las armas. La existencia del documento se basaba en la premisa de que la ocupación
española en Indias era legal entonces resultaba imperioso explicar a los indios el derecho que tenían
los españoles para ocupar sus tierras y evangelizados. El requerimiento sólo debía leerse a los indios
cuando éstos estaban a punto de atacar a los españoles, para que supieran claramente a qué deberían
atenerse si no cumplían con sus exigencias. La premisa de que los indios debían aceptar
voluntariamente el dominio español tenía su justificación en las donaciones pontificias, el
requerimiento concluía que los únicos culpables de lo que pudiera ocurrirles a los indígenas eran ellos
mismos y no los españoles, y que cualquier idea en esa línea debía ser descartada radicalmente. El
célebre jurista Juan López de Palacios Rubios, miembro del Consejo Real, fue el responsable de redactar
el requerimiento, cuya primera lectura pública a los indígenas se produjo en 1513 a instancias de
Pedrarias Dávila. Es obvio el carácter paternalista y maniqueo de este documento, incapaz de
comprender ni la realidad ni la mentalidad de los indígenas y que, de hecho, fue más un instrumento
formal, de base jurídica, con escasa aplicación práctica, que un mecanismo útil de la conquista, Las
soluciones referentes a estos temas adoptadas en la Península no satisficieron a las voces más críticas,
especialmente a los dominicos, entre los cuales destacaba el padre Bartolomé de las Casas. Por eso,
quienes se oponían al maltrato a los indígenas siguieron atacando la conquista, a la que consideraban
injusta y contraria a la misión evangelizadora, algo teóricamente central en la actividad conquistadora.
De este modo, la polémica por los «justos títulos» de la conquista fue en aumento y se acabaron
formando dos bandos perfectamente definidos y claramente encontrados. Contra el derecho de
conquista se manifestaron, entre otros, fray Antonio de Córdoba, el propio Las Casas, Francisco de
Vitoria, Domingo de Soto y Fernando Vázquez de Menchaca, muchos pertenecientes a la escuela
salmantina. Entre todos des-tacó Francisco de Vitoria, gracias al desarrollo de su teoría del derecho de
gentes. A favor de la conquista se embanderaron prestigiosos juristas y teólogos, como Juan Ginés de
Sepúlveda, Juan López de Palacios Rubios, el geógrafo Martín Fernández de Enciso o Juan de Solórzano
Pereira. Las Casas presentó su Brevísima relación de la destrucción de las Indias y otros dos escritos en
los que desarrollaba sus posiciones, y que posteriormente servirían de base para la Leyenda Negra, en
la Junta celebrada en Valladolid en 1542. La respuesta de la Corona fue la promulgación, el 20 de
noviembre de ese año, de las llamadas Leyes Nuevas, que entre otras medidas prohibían el traspaso de
las encomiendas (dejaban de ser hereditarias), una cuestión que provocó amplias protestas en Indias y
fue causa de graves conflictos en el Perú. También se prohibió a los virreyes y gobernadores hacer
nuevos descubrimientos, decretándose que éstos sólo pudiesen autorizarlos las Audiencias y
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únicamente en caso de extrema necesidad. Esta orden fue ampliada en 1549 a instancias del Consejo
de Indias, cuando se propuso la suspensión de todos los descubrimientos y conquistas pendientes. El
punto culminante en la polémica que enfrentó a Las Casas y Sepúlveda sobre la naturaleza del indio y
su categoría humana, se vivió en 1551 y 1552. Para Las Casas, los indígenas tenían capacidad plena
para decidir, mientras que Sepúlveda entendía que su capacidad intelectual estaba disminuida y que
por lo tanto eran «siervos a natura», que sólo servían para desarrollar trabajos manuales y que en
función de su inferioridad debían ser tutelados por los españoles. Alejado de estas posturas extremas,
Francisco de Vitoria desarrolló de forma sistemática los «justos títulos» que podía exhibir España para
estar en las Indias, que debían explicarse en hechos positivos y no negativos. Por eso, los títulos
españoles no tenían riada que ver ni con el poder papal ni con el del emperador, que carecían de las
prerrogativas adecuadas en Indias, Tampoco se podía acusar a los indios del pecado de irreligión. Los
títulos se basaban en el derecho a predicar el evangelio en tierras bárbaras; en la guerra justa, cuando
estuviera bien justificada; y en la defensa de los indígenas convertidos al cristianismo si sus señores
querían devolverlos a la idolatría.

La conquista
Manuel Lucena señala que el gran éxito y rapidez de la conquista se debe básicamente a lo que
denomina la «milagrosa fórmula de las capitulaciones», un mecanismo infravalorado por los estudiosos
y que fue capaz de conferir a la misma su carácter de empresa privada de corte popular y no señorial,
como ocurrió en Brasil. Las capitulaciones de conquista, similares a las de descubrimiento, delegaban
en un individuo la responsabilidad de la dominación de un territorio indígena insumiso, que luego sería
propiedad de la Corona. Lo importante de la capitulación era que todos los gastos debían ser
sufragados por el beneficiario, quien se quedaba con una parte importante del botín, ya que el resto, el
20% o «quinto real», iba a la Corona. Como contrapartida, el monarca, en tanto dueño potencial del
territorio, imponía el plazo del beneficio y sus condiciones, como su demarcación o las ciudades que
debían fundarse; y otorgaba mercedes como títulos, nombramientos y derechos a repartir tierras y
solares. Todo requería una cantidad importante de dinero, por lo que estas personas debían recurrir a
socios capitalistas, que invertían su dinero a cambio de una parte proporcional de las ganancias. Los
integrantes de la hueste aportaban sus armas o sus caballos a la empresa y también podían invertir
dinero en efectivo ya que el reparto del botín se hacía en función de la suma de los aportes personales.
Primero se separaba el quinto real, luego se contabilizaban los gastos y las pérdidas de la expedición y
el remanente se repartía de forma proporcional entre las partes implicadas. Este sistema generaba
grandes expectativas y mayores frustraciones, especialmente en los niveles más bajos de la hueste:
peones y soldados, los que menos recibían. Buena parte de los conflictos entre los conquistadores, que
terminaron inclusive en enfrentamientos armados, se debieron al reparto del botín de la conquista,
incluyendo encomiendas y cargos. Una vez en marcha la conquista encontramos incentivos adicionales,
especialmente relevantes para los oficiales y jefes de segunda fila de las huestes, consistentes en el
reparto de indígenas, o encomiendas, y también en el acceso a tierras, producto directo de la acción
bélica. El trabajo indígena a través de las encomiendas se convirtió en el motor de estas empresas, ya
que el ideal señorial se había convertido en uno de los máximos estímulos de los conquistadores.
Posteriormente se añadió la captura de grandes jefes indígenas, Motecuhzoma (Moctezuma) en México
o Atahualpa en el Perú, por los cuales se intentaba cobrar un suculento rescate. Si la empresa era
exitosa, el capitán de la hueste se convertía en gobernador, un personaje con el poder suficiente para
repartir encomiendas entre sus hombres en función de los servicios prestados y el valor demostrado
durante la conquista. Éste fue el caso de numerosas expediciones de descubrimiento y rescate que
comenzaron a andar a partir de la rebelión de algunos capitanes, como Hernán Cortés, Gonzalo Jiménez
de Quesada, el fundador de Bogotá, o Cristóbal de Olid.

Los conquistadores y la hueste


Hueste y conquistadores se convirtieron en elementos inseparables y en el fundamento de la conquista
española. A diferencia de los descubridores (donde encontramos a marinos notables, mercaderes de
cierta envergadura, algunos nobles), los conquistadores pertenecían a grupos sociales menos
favorecidos, muy pocos de sus miembros llegaban a Indias con conocimientos bélicos. La mayoría de
los integrantes de las huestes provenían de Andalucía, Extremadura y Castilla, las provincias que
habían aportado los mayores contingentes migratorios al Nuevo Mundo; el grueso de los

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conquistadores estaba formado por hidalgos, hijos menores de familias nobles sin ninguna aspiración a
heredar el patrimonio familiar, abogados o funcionarios de escaso futuro. Si bien, como se ha
mencionado, todos estaban guiados por un cierto ideal señorial y aspiraban a convertirse en nobles, la
Corona siempre estuvo pendiente de que no prosperaran las tendencias nobiliarias que amenazaran su
poder y de ahí que no se prodigara en la concesión de títulos de nobleza, los únicos que se dieron a lo
largo del siglo XVI fueron los de marqués del Valle de Oaxaca, que recibió Hernán Cortés y el de
marqués de Cajamarca, otorgado a Francisco Pizarro, que veía en los conquistadores a simples
arribistas o advenedizos. El arquetipo del conquistador fue el capitán o jefe de la hueste, entre los que
destacaban los Cortés, los Pizarro, los Alvarado o los Valdivia. Su principal misión era la conducción de
su tropa con el menor número de bajas posible y la obtención de un importante botín; por lo general,
no había excesos de autoritarismo y muchas decisiones eran consultadas a los principales jefes y
oficiales. Según se ve en el ejercicio de arbitrariedad cometido por Lope de Aguirre en la expedición
enviada en la búsqueda de El Dorado en 1560-1561. Su vida ejemplifica el atractivo de los metales
preciosos entre los conquistadores, la trayectoria de Aguirre se lo conocía con los apodos de «el Loco»,
«el Tirano» y, posteriormente dada su actitud hacia la Corona, «el Traidor». Vivió en el Perú cerca de
veinte años. Participó en el bando de Gonzalo Pizarro en las Guerras Civiles que estallaron en el
virreinato tras la sanción de las Leyes Nuevas en 1542 y en la represión de algunas revueltas indígenas
en la región. En 1559, el virrey del Perú ordenó a Pedro de Ursúa marchar en busca de El Dorado a
tierras de los omaguas. Su expedición, con tres bergantines y varias canoas, partió el 26 de septiembre
de 1560 para seguir el curso del río Huallaga. La conducta despótica y arbitraria de Ursúa le granjeó la
enemistad de sus hombres y en enero, cuando llegaron a la confluencia con el Amazonas, Aguirre
encabezó un motín y Ursúa fue ajusticiado. El capitán Fernando de Guzmán fue proclamado príncipe de
Perú., Tierra Firme y Chile, aunque poco tiempo después, el 22 de mayo, fue asesinado junto a Inés de
Atienza, la amante de Ursúa. Aguirre bautizó a sus hombres marañones y se proclamó general. En su
inútil búsqueda de El Dorado siguió la ruta transitada veinte años antes por Francisco de Orellana hacia
la desembocadura del Amazonas. El fracaso de su principal objetivo condujo a Aguirre a una meta
imposible: enfrentarse a la Corona de España por la conquista del virreinato del Perú. Aguirre se dirigió
a Venezuela, en junio saqueó la isla Margarita y posteriormente escribió su famosa carta a Felipe II, en
la que negaba legitimidad a la Corona para regir esas tierras, ya que la monarquía «no había
arriesgado nada» en las Indias. Camino al Perú, la conducta arbitraria y despótica de Aguirre fue en
aumento y facilitó la deserción de numerosos subordinados, especialmente después de que la Corona
ofreciera el perdón a quienes depusieran las armas. Sus desvaríos llegaron al extremo de matar a su
propia hija. El conflicto llegó al clímax el 22 de octubre, en Barquisimeto, cuando uno de sus hombres
mató a Lope de Aguirre.
Destacado es el de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Su vida muestra el carácter de los conquistadores, su
gran valor y capacidad de sacrificio, pero también su notable movilidad. Cabeza de Vaca embarcó en
1527 hacia La Florida, en la expedición dirigida por Pánfilo de Narváez, siendo uno de los pocos
supervivientes del naufragio que acabó con casi todos los integrantes de la empresa. Durante ocho
años recorrió a pie los territorios del golfo de México, pasando numerosas vicisitudes, muchas de las
cuales fueron recogidas en su obra Naufragios. En 1537 regresó a España y tres años más tarde fue
nombrado gobernador del Río de la Plata, con el compromiso de organizar la conquista y colonización
de la región. En 1542 llegó a Asunción, tras descubrir las cataratas del Iguazú, y fue entonces cuando
decidió suspender la búsqueda utópica de las Sierras de la Plata. Su discutida gestión de gobierno llevó
a su sustitución en una revuelta encabezada por Trata, tras lo cual fue devuelto a España, donde se lo
desterró ocho años a Orán.
Las huestes eran todo lo contrario a la imagen armónica que uno pueda tener de un ejército
uniformado y disciplinado. En buena medida, el carácter privado de la conquista le daba a las mismas
un aspecto peculiar, reforzado por la presencia de religiosos y escribanos en sus filas. Los primeros
cumplían con el objetivo evangelizador y los segundos, generalmente uno en las expediciones
menores, dejaban constancia de todos los actos administrativos y burocráticos realizados y también
mantenían puntualmente informadas a las autoridades, tanto en América como en la Península, de los
avances que se iban produciendo.

Lo frecuente era que la hueste se formara directamente en las ciudades americanas y en el caso de
que se iniciara en España se completara en las colonias. Era más infrecuente que el proceso se
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completara totalmente en los puertos peninsulares, lo que sí ocurrió con las expediciones dirigidas por
Pedro de Mendoza rumbo al Río de la Plata o por Pánfilo de Narváez en dirección a la Florida. En todos
los casos, el éxito del reclutamiento dependía de numerosos factores, especialmente del historial y
personalidad del capitán y del atractivo que tuviera el destino de la expedición. No era infrecuente ver
indios en las huestes. Bien como guías y traductores, bien como soldados cuando se trataba de pueblos
aliados de los españoles, y también como porteadores. Durante la conquista de México los totonacas se
ofrecieron a Cortés como tamemes y la práctica se institucionalizó en las expediciones siguientes. En
su enfrentamiento con los naturales, las huestes españolas utilizaron todo tipo de armas, dependiendo
de su disponibilidad y de su eficacia contra un enemigo tan desigual y, en ocasiones, desconocido. La
panoplia disponible era impresionante, sobre todo si se la compara con el armamento de los indígenas.
Un arma que jugó un papel especial durante la conquista fue la ballesta, las armas de Fuego,
desconocidas por los aborígenes, entre las de uso individual, las más corrientes eran los arcabuces y
los mosquetes, si bien su uso en las regiones tropicales dependía de la preservación de la pólvora, que
con frecuencia se echaba a perder en contacto con la humedad. Los capitanes de la hueste tenían
cuidado de llevar consigo el mayor número posible de falconetes y cañones, que nunca eran
suficientes. Éstas provocaban un gran estruendo y atemorizaban a los enemigos. Dadas las distancias a
sortear y las condiciones del terreno, la artillería no podía ser ni muy numerosa ni muy pesada. La
superioridad europea también se daba en el apartado de las armas defensivas, como los escudos de
metal o cuero, superiores a los indígenas, cascos o corazas se construían de cuero o de algodón,
sumamente útiles contra las flechas indias. El más eficaz complemento del armamento de las huestes
fueron los animales: caballos y perros, inicialmente desconocidos por los indígenas, lo cual hizo que en
los primeros enfrentamientos a su utilidad bélica se añadiera el efecto sorpresa. Los caballos solían ir
recubiertos de pecheras de algodón, a veces de pesadas y brillantes armaduras, y cascabeles adosados
a fin de atemorizar a sus oponentes. Los perros, algunos especialmente adiestrados para la guerra y
otros de gran agresividad, también jugaron un papel especial. La sed por el botín compartida por
prácticamente todos los conquistadores respondía en buena parte a la misma lógica económica del
funcionamiento de la hueste y de toda la empresa de conquista. En primer lugar, la conquista de cada
región dependía de sus zonas de abastecimiento. En el caso de México y la costa atlántica de América
del Sur, las bases desde donde se armaron las huestes y partían las expediciones fueron Cuba, Santo
Domingo y Jamaica. En el caso del Perú este papel lo jugó Panamá. Estos centros logísticos abastecían
a las huestes de caballos, municiones, vestuario y alimento, pero la escasez de muchos productos
unido al incremento de precios provocado por las rápidas ganancias de la empresa. De este modo, los
jefes se endeudaban con los comerciantes de los centros logísticos y los soldados con sus jefes. El
endeudamiento, junto con la ambición, funcionó como un gran motor de la conquista. Si la espada no
alcanzaba para imponer sus puntos de vista, los conquistadores tenían la cruz a su favor. Se trataba de
un Dios todopoderoso e invencible para oponer a las deidades locales, que terminaban rindiéndose al
Altísimo. Los conquistadores estaban convencidos de su superioridad sobre los nativos, especialmente
gracias a la fe que tenían en el sentido misional de su empresa. Es importante no perder de vista el
contenido evangelizador dado a la conquista americana, lo que implicaba un objetivo último de gran
envergadura moral. Estas cuestiones también se vinculaban a la concepción de guerra total que
manejaban los españoles, muy distinta a la de los indígenas. Por lo general, especialmente en los
grandes imperios, los indios tenían un sentido limitado de la guerra, que sólo servía para hacer
prisioneros a los que llevar a la piedra del sacrificio, conseguir tributos o redistribuir a la población
dominada. En el caso de los aztecas el tamaño de los ejércitos contaba poco, ya que no solían atacar
de forma coordinada y los integrantes de la vanguardia entraban en combates individuales. Cuando la
primera fila fracasaba, era reemplazada por la siguiente.
Lo más normal era que las huestes trataran de sorprender al enemigo intentando su rendición en lugar
de un combate abierto. En los grandes imperios, como el inca y el azteca, muy estructurados y
jerarquizados, con élites religiosas, nobiliarias o guerreras muy restringidas, una estrategia adecuada
era la captura del jefe, aunque este sistema no daba resultado con los pueblos socialmente menos
desarrollados, tal y como ocurrió con los araucanos del sur de Chile. En el continente americano, la
conquista española se centró en el territorio de los grandes imperios, que eran simultáneamente las
regiones más pobladas y los grandes productores agrarios. Los españoles necesitaban alimentos y su
pretensión era que el trabajo indio los mantuviera.

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