Anunciar la vida, anclados en la Esperanza
VÍA CRUCIS, MARTES SANTO, 15 DE ABRIL DE 2025
INTRODUCCIÓN
Jesús dice: «Quien quiera seguirme que se niegue a sí mismo, tome su
cruz cada día y me siga». Es una invitación que vale para todos, casado o
soltero, joven, adulto y ancianos, ricos y pobres. Vale también para cada
familia, para cada uno de sus miembros o para la pequeña comunidad en su
totalidad.
Antes de entrar en su Pasión final, Jesús, en el Huerto de los Olivos,
abandonado por los apóstoles adormecidos, tuvo miedo de lo que le esperaba
y, dirigiéndose al Padre, suplicó: «Si es posible, que pase de mí este cáliz».
Pero añadiendo de inmediato: «No se haga mi voluntad sino la tuya».
En aquel momento dramático y solemne se percibe una profunda
enseñanza para todos los que se han puesto a seguirle. Como todo cristiano,
cada familia tiene también su via-crucis: enfermedades, muertes, apuros
económicos, pobreza, traiciones, comportamientos inmorales de uno u otro,
discordias con los familiares, guerras y calamidades naturales que dejan
nuestro mundo indefenso e incluso, indiferente ante el mal del otro.
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Pero, en este camino de dolor, todo cristiano, toda familia puede fijar la
mirada en Jesús, Hombre-Dios.
Revivamos juntos la última experiencia de Jesús en la tierra, acogida
por las manos del Padre: una experiencia dolorosa y sublime, en la que Jesús
ha condensado el ejemplo y la enseñanza más preciosa para vivir nuestra vida
en plenitud, según el modelo de su vida.
ORACIÓN INICIAL
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R/. Amén.
Oremos.
Jesús, en la hora en la que recordamos tu muerte,
queremos fijar nuestra mirada de amor
en los indecibles tormentos que has padecido.
Tormentos condensados en aquel grito misterioso
lanzado en la cruz antes de expirar:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
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Jesús, pareces un Dios eclipsado en el horizonte:
el Hijo sin Padre,
el Padre privado del Hijo.
Aquel grito humano-divino tuyo,
que desgarró el aire en el Gólgota,
nos interroga y asombra todavía hoy,
nos muestra que algo inaudito ha ocurrido.
Algo salvífico:
de la muerte ha brotado la vida,
de las tinieblas, la luz,
de la extrema división, la unidad.
La sed de configurarnos contigo
nos lleva a reconocerte abandonado,
donde quiera que sea, de cualquier modo:
en los dolores personales y en los colectivos,
en las miserias de tu Iglesia y en las noches de la humanidad,
para injertar tu vida siempre y en todo lugar,
para propagar tu luz, establecer tu unidad.
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Hoy, como entonces,
sin tu abandono,
no habría Pascua.
R/. Amén.
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PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector: del Evangelio según san Juan
Pilato salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: «Yo no
encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua
ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
Volvieron a gritar: «A ese no, a Barrabás». El tal Barrabás era un bandido.
Comentario: Pilato no encuentra culpas suficientes para acusar a Jesús; cede
a la presión de los acusadores y, así, el Nazareno es condenado a muerte.
Nos parece escucharte:
«Sí, he sido condenado a muerte,
tantas personas que parecían amarme
y entenderme, han hecho caso de las mentiras
y me han acusado.
3 No han entendido lo que yo decía.
Traicionado, me han llevado a juicio y condenado
A muerte, crucificado, la muerte más infame».
Muchas de nuestras familias sufren por la traición de la persona más
querida. ¿Dónde ha quedado la alegría de la cercanía, del vivir al unísono?
¿Qué ha sido del sentirse una sola cosa? ¿Qué pasó de aquel «para siempre»?
Sacerdote:
Mirarte, Jesús, el traicionado,
y vivir contigo el momento en el que se derrumba el amor
y la amistad,
sentir en el corazón las heridas de la confianza traicionada,
de la confianza perdida, de la seguridad desvanecida.
Mirarte, Jesús, precisamente ahora.
Solo tú, Jesús, me puedes entender, me puedes dar ánimo,
puedes decirme palabras de verdad, incluso si me cuesta entenderlas.
Puedes darme la fuerza
que me ayude a no juzgar a mi vez,
a no sucumbir.
SILENCIO
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SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector: del Evangelio según san Juan.
Entonces, Pilato, se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a
Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la
Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota).
Comentario: Pilato entrega a Jesús. Los soldados le ponen sobre la espalda
un manto púrpura y en la cabeza una corona de espinas. Durante la noche se
burlan de él, lo maltratan y lo flagelan. Después, en la mañana, lo cargan con
un pesado madero, la cruz sobre la que son clavados los ladrones, para que
todos vean cómo acaban los malhechores. Muchos de los suyos escapan.
Este suceso se repite en la historia de la Iglesia y de la humanidad.
También hoy. Es el cuerpo de Cristo, es la Iglesia la que es golpeada y herida,
de nuevo.
4 Jesús, viéndote así,
sangrando, sólo, abandonado, escarnecido,
nos preguntamos:
«Pero aquella gente que tanto habías amado, iluminado y hecho del bien,
aquellos hombres, aquellas mujeres, ¿acaso no somos también nosotros hoy?
También nosotros nos hemos escondido por miedo a vernos implicados,
olvidando que somos tus seguidores».
Sacerdote: Pero lo más grave, Jesús,
es que yo he contribuido a tu dolor.
También nosotros hemos contribuido
a cargarte con un peso inhumano.
Cada vez que no nos hemos amado,
cuando nos hemos echado las culpas unos a otros,
cuando no nos hemos perdonado,
cuando no hemos recomenzado a querernos.
Y nosotros, en cambio,
seguimos prestando atención a nuestra soberbia,
queremos tener siempre razón, humillamos a quien está a nuestro lado.
Ya no recordamos, Jesús, que tú mismo nos dijiste:
«Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis».
Así dijiste precisamente: «A mí».
CANTO: JESÚS DE NAZARET
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TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector: del Evangelio según san Mateo.
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera».
Comentario: Jesús cae. Las heridas, el peso de la cruz, el camino abrupto y
cuesta arriba. Y el gentío sofocante. Pero no es sólo esto lo que lo ha postrado
así. Tal vez es el peso de la tragedia que se abre paso en su vida. Ya no se
consigue ver a Dios en Jesús, hombre que se muestra tan frágil, que tropieza y
cae.
Jesús, allí, en aquél camino,
en medio de toda aquella gente que grita y alborota,
después de haber caído en tierra,
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te vuelves a levantar e intentas seguir subiendo.
En el fondo del corazón sabes que este sufrimiento tiene un sentido,
Te das cuenta de haber cargado con el peso
de tantas faltas, traiciones y culpas nuestras.
Sacerdote:
Jesús, tu caída nos hace sufrir
porque comprendemos que somos nosotros la causa;
o tal vez nuestra fragilidad,
no sólo física, sino la de todo nuestro ser.
Quisiéramos no caer más;
pero después cualquier cosa, una dificultad,
una tentación o un contratiempo,
y nos dejamos ir, y caemos.
Habíamos prometido seguir a Jesús, respetar y cuidar a las personas que ha
puesto a nuestro lado. Sí, en realidad las queremos, o al menos así nos parece.
Si faltaran sufriríamos mucho. Pero, después cedemos en las situaciones
concretas de cada día.
Jesús, ayúdanos a entender qué es el amor,
enséñanos a pedir perdón.
SILENCIO
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CUARTA ESTACIÓN
Jesús encuentra a su Madre
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector: del Evangelio según san Juan 19, 25
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre,
María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Comentario: En la subida al Calvario Jesús encuentra a su madre. Sus
miradas se cruzan. Se comprenden. María sabe quién es su Hijo. Sabe de
dónde viene. Sabe cuál es su misión. María sabe que es su madre; pero sabe
también que ella es hija suya. Lo ve sufrir, por todos los hombres, de ayer,
hoy y mañana. Y sufre también ella.
En verdad, Jesús,
te duele hacer sufrir de ese modo a tu madre.
Pero tienes que hacerla partícipe
de tu divina y tremenda aventura.
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Es el plan de Dios
para la salvación de toda la humanidad.
Sacerdote:
Para todos los hombres y mujeres de este mundo, pero en particular
para nosotros, el encuentro de Jesús con la madre allí, en el camino del
Calvario, es un acontecimiento intensísimo, siempre actual. Jesús se ha
privado de la madre para que nosotros, cada uno de nosotros, tuviéramos una
madre siempre disponible y presente. Por desgracia, a veces nos olvidamos.
Pero cuando recapacitamos, nos damos cuenta de que en nuestra vida
muchísimas veces hemos acudido a ella. ¡Qué cerca de nosotros ha estado en
los momentos de dificultad! ¡Cuántas veces le hemos recomendado a nuestros
hijos, le hemos suplicado que intervenga por su salud física y aún más por una
protección moral!
Y cuántas veces María nos ha escuchado, la hemos sentido cercana,
confortándonos con su amor materno.
En el vía crucis de toda familia, María es el modelo del silencio que,
aún en medio del dolor más desgarrador, genera la vida nueva.
CANTO: QUIERO CAMINAR CONTIGO, MARÍA
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QUINTA ESTACIÓN
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector: del Evangelio según san Lucas.
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene,
que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de
Jesús.
Comentario: Tal vez Simón de Cirene representa a todos nosotros cuando de
repente nos llega una dificultad, una prueba, una enfermedad, un peso
imprevisto, una cruz a veces dura. ¿Por qué? ¿Por qué precisamente a mí?
¿Por qué justamente ahora? El Señor nos llama a seguirlo, no sabemos dónde
ni cómo.
Jesús, lo mejor que se puede hacer
es ir tras de ti, ser dócil a lo que nos pides.
7 Queremos decirte sí.
Tú nos amas con amor infinito.
Nos amas con un amor que ve más lejos,
un amor que, por encima de todo,
aun de nuestra miseria,
nos quiere salvos, felices, contigo, para siempre.
Sacerdote:
En los momentos más difíciles, cuando se debe tomar una decisión
importante, si la paz habita en el corazón, si se está atento a percibir lo que
Dios quiere de nosotros, somos iluminados por una luz que nos ayuda a
discernir y a llevar nuestra cruz.
El Cirineo nos recuerda también los rostros de tantas personas que nos
han acompañado cuando una cruz muy pesada se ha abatido sobre nosotros o
nuestra familia. Nos recuerda a tantos voluntarios que en muchas partes del
mundo se dedican generosamente a confortar y ayudar a quién pasa por
momentos de sufrimiento o dificultad. Nos enseña a dejarnos ayudar con
humildad, si lo necesitamos, y también a ser cireneos para los demás.
SILENCIO
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SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector: de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 6
Pues el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha
brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la
gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo.
Comentario: Verónica, una de las mujeres que sigue a Jesús, que ha intuido
quién es él, que lo ama, y por eso sufre al verlo sufrir. Ahora ve su rostro de
cerca, ese rostro que tantas veces había hablado a su alma. Lo ve demudado,
sangriento y desfigurado, aunque en todo momento manso y humilde.
No resiste. Quiere aliviar sus sufrimientos. Toma un paño e intenta
limpiar la sangre y el sudor de aquel rostro.
En nuestra vida, a veces hemos tenido ocasión de enjugar lágrimas y
8 sudor de personas que sufren. Tal vez hemos atendido a un enfermo terminal
en un pasillo de hospital, hemos ayudado a un inmigrante o a un desocupado,
hemos escuchado a un recluso. E, intentando aliviarlo, quizás hemos limpiado
su rostro mirándolo con compasión.
Sacerdote:
Y, sin embargo, pocas veces nos acordamos
de que en cada uno de nuestros hermanos necesitados
te escondes tú, Hijo de Dios.
¡Qué distinta sería nuestra vida
si lo recordáramos!
Poco a poco tomaríamos conciencia de la dignidad
de cada hombre que vive en la Tierra.
Toda persona, bonita o fea, capaz o no,
desde el primer instante en el vientre de la madre
o tal vez ya anciana, te representa, Jesús.
No sólo. Cada hermano eres tú.
Mirándote, reducido a bien poca cosa allí en el Calvario,
entenderemos con la Verónica
que en toda criatura humana podemos reconocerte.
CANTO: COMO EL PADRE ME AMO.
SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
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Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector: de la primera carta del apóstol san Pedro.
Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos
a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados.
Comentario: Mientras avanza por la estrecha vía del Calvario, Jesús cae por
segunda vez. Entendemos su debilidad física, tras una terrible noche, después
de las torturas que le han infligido. Tal vez no son sólo las vejaciones, el
agotamiento y el peso de la cruz en sus espaldas lo que le hace caer. Sobre
Jesús pesa una carga que no se puede medir, algo íntimo y profundo que se
hace sentir más netamente a cada paso.
Te vemos como un pobre hombre cualquiera,
que se ha equivocado en la vida y ahora debe pagar.
Y pareces no tener ya más fuerzas físicas y morales
para afrontar el nuevo día. Y caes.
Sacerdote: Cómo nos reconocemos en ti, Jesús,
también en esta nueva caída por agotamiento.
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Y, sin embargo, te alzas de nuevo, quieres conseguirlo.
Por nosotros, por todos nosotros,
para darnos el ánimo de levantarnos de nuevo.
Nuestra debilidad está ahí,
pero tu amor es más grande que nuestras carencias,
siempre puede acogernos y entendernos.
Nuestros pecados, que has cargado sobre ti,
te aplastan, pero tu misericordia
es infinitamente más grande que nuestras miserias.
Sí, Jesús, gracias a ti nos levantamos.
Nos hemos equivocado.
Nos hemos dejado vencer por las tentaciones del mundo,
Nos cuesta a veces hasta mantener
el compromiso adquirido.
Ya no tenemos la frescura y el dinamismo de una vez.
Todo se hace repetitivo, cada acto parece una carga,
vienen ganas de evadirnos.
Pero tratamos de levantarnos de nuevo, Jesús,
sin caer en la más grande de las tentaciones:
la de no creer que tu amor lo puede todo. SILENCIO
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por él
Anunciar la vida, anclados en la Esperanza
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector: del Evangelio según san Lucas
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el
pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros
hijos».
Comentario: Entre la multitud que lo seguía hay un grupo de mujeres de
Jerusalén, lo conocen. Viéndolo en aquellas condiciones, se confunden entre
la multitud y suben hacia el Calvario. Lloran.
Jesús las ve, percibe su sentimiento de piedad. Y también en aquel
trágico momento quiere dejar una palabra que supera la simple piedad. Quiere
que, en ellas, en nosotros, no haya sólo compasión sino conversión del
corazón, esa conversión de reconocer el error, de pedir perdón, de reiniciar
una vida nueva.
Jesús, cuantas veces por cansancio o inconsciencia,
por egoísmo o temor,
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cerramos los ojos y no queremos afrontar la realidad.
Sobre todo, no nos implicamos personalmente,
no nos comprometemos en la participación profunda y activa
en la vida y las necesidades de nuestros hermanos, cercanos y lejanos.
Continuamos a vivir cómodamente,
reprobamos el mal y quien lo hace,
pero no cambiamos nuestra vida
y no arriesgamos personalmente para que las cosas cambien,
el mal sea abatido y se haga justicia.
Sacerdote: Con frecuencia las situaciones no mejoran porque no nos
esforzamos en hacerlas cambiar. Nos hemos retirado sin hacer mal a nadie,
pero también quizás sin hacer el bien que habríamos podido y debido hacer. Y
tal vez alguno paga por nosotros, por nuestro abandono.
Jesús, que tus palabras nos despierten,
nos den un poco de esa fuerza
que mueve a los testigos del evangelio,
tantas veces hasta mártires, padres, madres o hijos que,
uniendo su sangre a la tuya,
han abierto y abren también hoy
el camino hacia el bien en el mundo. CANTO: TU MODO
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
Anunciar la vida, anclados en la Esperanza
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector: del Evangelio según san Lucas
«Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y
yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de
forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino».
Comentario: El camino de subida es corto, pero ya no tiene fuerzas. Jesús
está acabado física y espiritualmente. Siente sobre sí el odio de los jefes, de
los sacerdotes, de la muchedumbre que parecen querer descargar sobre él la
rabia reprimida por tantas opresiones del pasado y del presente. Como si
buscaran la revancha, haciendo valer su poder sobre Jesús.
Y caes, caes Jesús, por tercera vez.
Pareces sucumbir.
Pero he aquí que con extrema fatiga te vuelves a levantar
y reemprendes el terrible camino hacia el Gólgota.
Ciertamente, muchos de nuestros hermanos en todo el mundo
están sufriendo pruebas tremendas porque te siguen, Jesús.
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Están subiendo contigo hacia el Calvario
y contigo están también cayendo
bajo las persecuciones que desde hace dos mil años
laceran tu cuerpo que es la Iglesia.
Sacerdote: Vivimos con frecuencia anestesiados por el bienestar, sin
comprometernos con todas las fuerzas en levantarnos de nuevo y levantar a la
humanidad. Pero podemos volver a ponernos en pie, porque Jesús ha
encontrado la fuerza de volverse a alzar y reemprender el camino.
También nuestras familias son parte de este tejido deshilachado.
Nuestros hijos crecen. Intentemos habituarles a la sobriedad, al sacrificio, a la
renuncia. Tratemos de darles una vida social satisfactoria en el ámbito
deportivo, asociativo y recreativo, pero sin que estas actividades sean sólo un
modo para llenar la jornada y tener todo lo que se desea.
Por eso, Jesús,
necesitamos escuchar tus palabras,
de las que deseamos dar testimonio:
«Bienaventurados los pobres, bienaventurados los mansos, bienaventurados
los constructores de paz, bienaventurados los que sufren por la justicia…».
SILENCIO
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
Anunciar la vida, anclados en la Esperanza
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector: del Evangelio según san Juan
Los soldados... cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para
cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda
de una pieza de arriba abajo.
Comentario: Jesús está en manos de los soldados. Como todo condenado, es
desnudado, para humillarlo, reducirlo a nada. La indiferencia, el desprecio y
despreocupación por la dignidad de la persona humana se unen con la
glotonería, la codicia y el propio interés: «cogieron su ropa».
Tu manto, Jesús, era sin costuras.
Esto demuestra el esmero con que te trataba
tu madre y las personas que te seguían.
Ahora te encuentras sin vestidos, Jesús,
y experimentas la desazón de los sometidos al capricho de gente
que no tiene respeto de la persona humana.
Sacerdote:
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Cuántos han sufrido y sufren por esta falta de respeto por la persona humana,
por la propia intimidad. Puede que a veces tampoco nosotros tengamos el
respeto debido a la dignidad personal de quien está a nuestro lado,
«poseyendo» a quien está a nuestro lado. En nombre de nuestra supuesta
libertad herimos la de los demás: cuánto descuido, cuánta dejadez en los
comportamientos y en el modo de presentarnos el uno al otro. En nombre de
un supuesto progresismo, se mata al no nacido, se deja morir al anciano o al
enfermo terminal, se siguen enriqueciendo cínicamente unos a costa otros. El
que mata no es progresista, es un asesino. Y nosotros, como cristianos ¿nos
callamos o buscamos la justicia?
Jesús, que se deja mostrar así a los ojos del mundo de entonces y de la
humanidad de siempre, nos recuerda la grandeza de la persona humana, la
dignidad que Dios ha dado a cada hombre, a cada mujer, y que nada ni nadie
debería violar, porque están plasmados a imagen de Dios. A nosotros se nos
confía la tarea de promover el respeto de la persona humana y de su cuerpo.
En particular a nosotros, los creyentes, la tarea de conjugar estas dos
realidades fundamentales e inseparables: la dignidad y el don total de sí
mismo.
CANTO: NADIE TE AMA COMO YO.
UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz
Anunciar la vida, anclados en la Esperanza
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector: del Evangelio según san Juan
Lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio,
Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba
escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».
Comentario: Llegados al lugar del «Calvario», los soldados crucificaron a
Jesús. Pilato hace escribir: «Jesús Nazareno, el rey de los judíos», para
ridiculizarlo y humillar a los judíos. Pero, sin quererlo, este escrito certifica
una realidad: la realeza de Jesús, rey de un reino que no tiene confines ni de
espacio, ni de tiempo.
Apenas podemos imaginarnos el dolor de Jesús durante la crucifixión,
cruenta y dolorosísima. Nos asomamos al misterio: ¿Por qué Dios, haciéndose
hombre por amor nuestro, se deja clavar en un madero y alzar desde la tierra
entre atroces espasmos, físicos y espirituales?
Sacerdote:
13 Por amor. Por amor. Es la ley del amor lo que lleva a dar la propia vida
por el bien del otro. Lo confirman esas madres que han afrontado incluso la
muerte para dar a luz a sus hijos. O los padres que han perdido un hijo en la
guerra o en atentados terroristas y que no desean vengarse.
Jesús, en el Calvario nos representas a todos,
a todos los hombres de ayer, de hoy y de mañana.
Sobre la cruz nos has enseñado a amar.
Ahora comenzamos a comprender el secreto de aquella alegría perfecta
de la que hablabas a los discípulos en la última cena.
Has tenido que bajar del cielo, hacerte niño,
después adulto y entonces padecer en el Calvario
para decirnos con tu vida lo que es el verdadero amor.
Mirándote allí arriba en la cruz, también nosotros, como familia,
estamos aprendiendo a amarnos y a amar, a cultivar entre nosotros esa acogida
que se da a sí misma y que sabe ser aceptada con reconocimiento. Que sabe
sufrir, que sabe trasformar el sufrimiento en amor.
SILENCIO
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Anunciar la vida, anclados en la Esperanza
Lector: del Evangelio según san Mateo.
Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la
tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente: «Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?»
Comentario: Jesús está colgado en la cruz. Horas de angustia, horas terribles,
horas de sufrimientos físicos inhumanos. «Tengo sed», dice Jesús. Y le
acercan a la boca una esponja empapada en vinagre.
Un grito surge de improviso: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?». ¿Cómo aceptar a un Dios que clama, que se lamenta, que no
sabe, no entiende? ¿El Hijo de Dios hecho hombre que se siente morir
abandonado por su Padre?
Sacerdote: Jesús, te has hecho uno de los nuestros hasta este punto,
uno con nosotros, excepto en el pecado.
Tú, Hijo de Dios hecho hombre, tú, que eres el Santo,
te has identificado con nosotros hasta experimentar
nuestra condición de pecadores,
la lejanía de Dios, el infierno de aquellos que no tienen Dios.
Tú has probado la oscuridad para darnos la luz.
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Has vivido la separación para darnos la unidad.
Has aceptado el dolor para dejarnos el amor.
Has sentido la exclusión, abandonado y suspendido
entre el cielo y la tierra, para acogernos en la vida de Dios.
Un misterio nos envuelve
al revivir cada paso de tu pasión.
Jesús, tú no guardas celoso el tesoro
de tu ser igual a Dios,
sino que te haces pobre de todo para enriquecernos.
«En tus manos entrego mi espíritu».
¿Cómo has hecho, Jesús, en aquel abismo de desolación,
para confiarte al amor del Padre,
para abandonarte a él, para morir en él?
Sólo mirándote a ti, sólo contigo,
podemos afrontar las tragedias, el sufrimiento de los inocentes,
las humillaciones, los ultrajes, la muerte. SILENCIO
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Anunciar la vida, anclados en la Esperanza
Lector: del Evangelio según san Juan
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque
oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo
de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.
Comentario: María ve morir a su Hijo, Hijo de Dios y también suyo. Sabe
que es inocente, y que ha cargado con el peso de nuestras miserias. La Madre
ofrece al Hijo, el Hijo ofrece a la Madre. A Juan, a nosotros.
Jesús y María, he aquí una familia que, sobre el Calvario, vive y sufre
la suprema separación. La muerte los aleja, o por lo menos así parece, a una
madre y a un hijo con un lazo al mismo tiempo humano y divino
inimaginable. Lo ofrecen por amor. Juntos se abandonan a la voluntad de
Dios.
Sacerdote:
En la grieta abierta en el corazón de María entra otro hijo, que
representa a la humanidad entera. Y el amor de María por cada uno de
nosotros es la prolongación del amor que ella ha tenido por Jesús. Sí, porque
verá su rostro en los discípulos. Y vivirá para ellos, para sostenerlos,
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ayudarlos, animarlos, llevarlos a reconocer el Amor de Dios, y que en su
libertad se dirijan al Padre.
Uno sólo se puede parar, atónito, ante esta escena. Se intuye que esta
Madre, este Hijo nos están dando un don único, irrepetible. En efecto, en ellos
encontramos la capacidad de ensanchar nuestro corazón y abrir nuestro
horizonte a la dimensión universal.
Allí, sobre el Calvario,
junto a ti, Jesús, muerto por nosotros,
acogemos el don de Dios:
el don de un amor
que puede abrir los brazos al infinito.
CANTO: ACASO NO ESTOY YO AQUÍ
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es colocado en el sepulcro
Sacerdote: V/. Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Anunciar la vida, anclados en la Esperanza
Lector: del Evangelio según san Juan.
Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un
sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los
judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a
Jesús.
Comentario: Un profundo silencio envuelve el Calvario. Juan testifica en el
evangelio que el Calvario se encuentra en un huerto donde hay un sepulcro
que aún no se había usado. Precisamente allí los discípulos de Jesús pusieron
su cuerpo.
Aquel Jesús, que poco a poco han reconocido como Dios hecho
hombre, está allí, muerto. En la soledad desconocida se sienten perdidos, no
saben qué hacer, cómo comportarse. Sólo les queda consolarse mutuamente,
darse ánimos unos a otros, abrazarse. Pero justamente allí donde en los
discípulos madura el momento de la fe, recordando lo que Jesús ha dicho y
hecho cuando estaba entre ellos, y que entonces habían comprendido sólo en
parte.
Sacerdote:
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Allí comienzan a ser Iglesia, en espera de la Resurrección y de la
efusión del Espíritu Santo. Con ellos está la madre de Jesús, María, que el
Hijo había confiado a Juan. Se reúnen con ella, alrededor de ella. En espera. A
la espera de que el Señor se manifieste.
Sabemos que aquel cuerpo después de tres días ha resucitado. Así,
Jesús vive por siempre y nos acompaña, él personalmente, en nuestro viaje
terreno entre alegrías y tribulaciones.
Jesús, haz que nos amemos mutuamente.
Para tenerte de nuevo entre nosotros,
cada día, como tú mismo has prometido:
«donde dos o tres están reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos».
FINAL DEL VÍA CRUCIS
Queridos hermanos y hermanas
Anunciar la vida, anclados en la Esperanza
Hemos recordado en la meditación, la oración y el canto, el camino de
Jesús en la vía de la cruz: una vía que parecía sin salida y que, sin embargo, ha
cambiado la vida y la historia del hombre, ha abierto el paso hacia los «cielos
y la tierra nuevos». Especialmente en este día del Viernes Martes Santo, la
Iglesia celebra con íntima devoción espiritual la memoria de la muerte en cruz
del Hijo de Dios y, en su cruz, ve el árbol de la vida, fecundo de una nueva
esperanza.
La experiencia del sufrimiento y de la cruz marca la humanidad, marca
incluso la familia, y más, si cabe, en este momento; cuántas veces el camino
se hace fatigoso y difícil. Incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el
futuro de los hijos, enfermedades, dificultades de diverso tipo. En nuestro
tiempo, además, la situación de muchas familias se ve agravada por la
precariedad del trabajo y por otros efectos negativos de la crisis sanitaria del
covid-19 y la guerra y que está abriendo una gran crisis económica. El camino
del Via Crucis, que hemos recorrido esta noche espiritualmente, es una
invitación para todos nosotros, a contemplar a Cristo crucificado para tener la
fuerza de ir más allá de las dificultades. La cruz de Jesús es el signo supremo
del amor de Dios para cada hombre, la respuesta sobreabundante a la
necesidad que tiene toda persona de ser amada. Cuando nos encontramos en la
prueba, miremos a la cruz de Cristo: allí encontramos el valor y la fuerza para
17 seguir caminando; allí podemos repetir con firme esperanza las palabras de
san Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la
angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la
espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha
amado».
Cfr. Benedicto XVI
CANTO: NADIE TE AMA COMO YO.