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Creo en La Iglesia Catolica

El documento reflexiona sobre la visión del Papa Benedicto XVI acerca de la Iglesia como la esposa mística de Cristo, enfatizando su propósito de ser un espacio para la presencia de Dios y la comunidad de los creyentes. Se aborda la desilusión de algunos fieles que sienten que la Iglesia traiciona su esencia y se convierte en una propiedad privada, en lugar de ser la Iglesia del Señor. Además, se exploran las imágenes y símbolos que describen la Iglesia, destacando su naturaleza como el Pueblo de Dios y su relación con Cristo como su Cabeza.

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Creo en La Iglesia Catolica

El documento reflexiona sobre la visión del Papa Benedicto XVI acerca de la Iglesia como la esposa mística de Cristo, enfatizando su propósito de ser un espacio para la presencia de Dios y la comunidad de los creyentes. Se aborda la desilusión de algunos fieles que sienten que la Iglesia traiciona su esencia y se convierte en una propiedad privada, en lugar de ser la Iglesia del Señor. Además, se exploran las imágenes y símbolos que describen la Iglesia, destacando su naturaleza como el Pueblo de Dios y su relación con Cristo como su Cabeza.

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INTRODUCCIÓN1

Se ha escrito, con pasión, del Papa Benedicto XVI que es un enamorado de la


Iglesia, que, para él, es realmente la esposa mística de Cristo, y que la jerarquía
católica ha sido instituida por Cristo para transmitir y defender el depósito de
Fe hasta el fin del mundo. Y que lo mejor que hay en la Iglesia son los testigos
de la fe, los hombres y mujeres de profundo amor a Cristo y a su Iglesia. Con
una expresión suya:
«La Iglesia existe para que Dios, el Dios vivo, sea dado a conocer, para
que el hombre pueda aprender a vivir con Dios, ante su mirada y en
comunión con Él. La Iglesia existe para exorcizar el avance del infierno
sobre la tierra y hacerla habitable por la luz de Dios. La Iglesia no existe
para sí misma, sino para la humanidad. Existe para que el mundo llegue
a ser un espacio para la presencia de Dios, espacio de alianza entre Dios
y los hombres».2

1 RAÚL BERZOSA MARTÍNEZ, El Credo de Nuestra Fe, Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra) 2012, pp. 108-
109.
2 J. RATZINGER, Convocados en el camino de la Fe. La Iglesia como Comunión, Cristiandad, Madrid 2004, pp. 295-

296.
Pero el Papa Benedicto no fue ingenuo. Él mismo escribió:
«Existen hoy muchos y opuestos motivos para no permanecer en la
Iglesia. En nuestros días están tentados de volver la espalda a la Iglesia
no solo aquellos a quienes les parece demasiado retrógrada, demasiado
medieval, demasiado hostil al mundo y a la vida, sino también aquellos
que han amado la imagen histórica de la Iglesia, su liturgia, su
independencia de las modas pasajeras, el reflejo de lo eterno visible en
su rostro. Estos tienen la impresión de que la Iglesia está a punto de
traicionar su especificidad, de venderse a la moda del tiempo y, de este
modo, perder su alma. Están desilusionados como el amante
traicionado y por eso piensan seriamente en volverle la espalda».3

En el fondo, en lugar de la Iglesia hemos colocado nuestra Iglesia, miles de


iglesias. Cada uno la suya. Las iglesias se han convertido en empresas
nuestras de las que nos enorgullecemos o nos avergonzamos, pequeñas e
innumerables propiedades privadas, puestas una junto a la otra. Iglesias
solamente nuestras, obra y propiedad nuestra, que nosotros conservamos o
transformamos a nuestro placer. Detrás de nuestra iglesia o de vuestra iglesia
ha desaparecido «su iglesia», la del Señor. Si fuese solamente nuestra sería un
castillo en la arena. No valdría la pena permanecer en una iglesia que, para ser
acogedora y digna de ser habitada, tuviera necesidad de ser hecha por
nosotros; sería un contrasentido. Se permanece en la Iglesia porque ella es en
sí misma digna de permanecer en el mundo, digna de ser amada y
transformada por el amor en lo que debe ser.

La profesión de fe nos ilustra en lo que, por revelación divina, se cree de la


Iglesia. Así, en el Credo de los Apóstoles se afirma: «Creo en la Santa Iglesia
Católica». En el Credo Niceno-Constantinopolitano se agregan las notas de las
Iglesia: «Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica». Y en el

3 J. RATZINGER-H. U. VON BALTHASAR, ¿Por qué soy todavía cristiano? ¿Por qué permanezco en la Iglesia?,
Sígueme, Salamanca 2005, p. 83.
Credo del Pueblo de Dios, pronunciado el 30 de junio de 1968 por Pablo VI4, se
afirma, entre otras cosas de la Iglesia:
«Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica, edificada por
Jesucristo sobre la piedra, que es Pedro. Ella es el Cuerpo místico de
Cristo, sociedad visible, equipada de órganos jerárquicos, y, a la
vez, comunidad espiritual; Iglesia terrestre, Pueblo de Dios peregrinante
aquí en la tierra e Iglesia enriquecida por bienes celestes, germen y
comienzo del reino de Dios, por el que la obra y los sufrimientos de la
redención se continúan a través de la historia humana, y que con todas
las fuerzas anhela la consumación perfecta, que ha de ser conseguida
después del fin de los tiempos en la gloria celeste».

Así, la Iglesia tiene su origen y realización en el designio eterno de Dios. Fue


preparada en la Antigua Alianza con la elección de Israel, signo de la reunión
futura de todas las naciones. Fundada por las palabras y las acciones de
Jesucristo, fue realizada, sobre todo, mediante su muerte redentora y su
Resurrección. Más tarde, se manifestó como misterio de salvación mediante
la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Al final de los tiempos, alcanzará
su consumación como asamblea celestial de todos los redimidos.

A. LOS NOMBRES Y LAS IMÁGENES DE LA IGLESIA5


La Iglesia, de manera especial en las reflexiones eclesiológicas en torno al
desarrollo del Concilio Vaticano II, reiteró la categoría bíblica de “Pueblo de
Dios” referida a la Iglesia de Cristo: el nuevo Pueblo de Dios.

Para un creyente común de nuestro tiempo que lee el Antiguo Testamento, el


término “pueblo” no iría más allá de una comprensión global y genérica y
además medida en categorías actuales sin mayores connotaciones. Así, v.g.
en el Diccionario de la Lengua de la Real Academia, se dice, “pueblo”:
“Conjunto de personas de un lugar, región o país”. O quizás el término podría

4 Solemne Profesión de fe que Pablo VI pronunció el 30 de junio de 1968, al concluir el Año de la fe


proclamado con motivo del XlX centenario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma.
5 CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Nº 717-720.
significar un grupo étnico o cultural definido. Por eso lo normal sería que se
entendiese en estos mismos sentidos el Pueblo de Israel o Pueblo de Dios del
Antiguo Testamento.

El Antiguo Testamento la expresión “Pueblo de Dios” emplea varios términos


que designan a Israel como comunidad religiosa, sin que sean, no obstante
sinónimos. El nombre goy (pl. goyim) se usa para una aglomeración de
individuos, reservado a las naciones extranjeras con quienes entra Israel en
contacto o de cuya existencia ha oído hablar (Num 23,9); de ahí, que
frecuentemente se traduzca esta expresión por «gentiles». El individuo que
pertenece al goy no tiene con él relación íntima y espiritual alguna, y por eso no
se dice nunca, refiriéndose al propio pueblo, «mi, tu, su pueblo»; jamás se
habla de un «goy de Yahveh». Los LXX tradujeron normalmente este término
por εθνος [etnos] (Jos 3,17; Is 9,2; Jer 9,8).

Aclarando esto, el pueblo como unidad de hombres, unidos por la sangre, la


lengua, costumbres y derechos, es ‘am (pl. ‘ammim). Originariamente se
significa con este término la unión del clan, el parentesco de la tribu, una
parentela que forma una gran familia o familia cuyos miembros están unidos
por vínculos de sangre o asociados, pertenecientes a una misma familia (Gn
25, 8.17; 35,29; Ex 30,33.38; Lev 19,16; Dt 32,50; 2Re 4,13; Jer 37,12; Ez 18,18).
Se designa a Israel así y se habla de «mi, tu, su pueblo» o de un «‘am de
Yahveh». En este caso los LXX tradujeron regularmente por λαος [laos].

Existe otro término hebreo para hablar de grupo o aglomeración pequeña de


hombres qâhâl (1Sam 19,20; Sal 26,5); normalmente se utilizó este término
para expresar el conjunto de israelitas libres aptos para la guerra (Num 22,4;
Jue 20,2; 1Sam 17,47) para administrar justicia (Ez 16,40; Prov 26,26), para
decidir asuntos importantes que afectan a todo el pueblo (1Re 12,3), pero
especialmente para el culto (Ex 12,6; Lev 4,13ss; Num 16,33; Dt 23,2ss; 31,30;
Sal 22,23.26). Es el pueblo que, en sus miembros capaces de derecho,
aparece obrando en común ante otros pueblos o ante Yahveh. Los LXX
tradujeron esta expresión por εκκλεσια [ekkesia].
De modo muy semejante se utilizó ´edah para indicar grupos de personas que
se juntan para planes y obras comunes, especialmente de tipo religioso (Ex
12,3; 16,1; Lev 8,3. A este término corresponde en los LXX, con pocas
excepciones σιναγωγη [sinagoge].

«Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el
Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz
de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el
Evangelio a todas las criaturas». Con estas palabras comienza la Constitución
dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium del Concilio Vaticano II. Así, el
Concilio muestra que el artículo de la fe sobre la Iglesia depende enteramente
de los artículos que se refieren a Cristo Jesús. La Iglesia no tiene otra luz que la
de Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los Padres de la Iglesia,
comparable a la luna cuya luz es reflejo del sol.

El artículo sobre la Iglesia depende enteramente también del que le precede,


sobre el Espíritu Santo. “En efecto, después de haber mostrado que el Espíritu
Santo es la fuente y el dador de toda santidad, confesamos ahora que es Él
quien ha dotado de santidad a la Iglesia” (Catecismo Romano, 1, 10, 1). La
Iglesia, según la expresión de los Padres, es el lugar “donde florece el Espíritu”
(San Hipólito Romano, Traditio apostolica, 35).

Creer que la Iglesia es “Santa” y “Católica”, y que es “Una” y “Apostólica”


(como añade el Símbolo Niceno-Constantinopolitano) es inseparable de la fe
en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el Símbolo de los Apóstoles, hacemos
profesión de creer que existe una Iglesia Santa (Credo [...] Ecclesiam), y no de
creer en la Iglesia para no confundir a Dios con sus obras y para atribuir
claramente a la bondad de Dios todos los dones que ha puesto en su Iglesia
(cf. Catecismo Romano, 1, 10, 22).

La palabra “Iglesia” [ekklèsia, del griego ek-kalein – “llamar fuera”] significa


“convocación”. Designa asambleas del pueblo (cf. Hch 19,39), en general de
carácter religioso. Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego del
Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la
presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí, en
donde Israel recibió la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo
(cf. Ex 19). Dándose a sí misma el nombre de “Iglesia”, la primera comunidad
de los que creían en Cristo se reconoce heredera de aquella asamblea. En ella,
Dios “convoca” a su Pueblo desde todos los confines de la tierra.

En el lenguaje cristiano, la palabra “Iglesia” designa no sólo la asamblea


litúrgica (cf. 1Cor 11,18; 14,19.28.34.35), sino también la comunidad local
(cf. 1Cor 1,2; 16,1) o toda la comunidad universal de los creyentes
(cf. 1Cor 15,9; Gal 1,13; Flp 3,6). Estas tres significaciones son inseparables
de hecho. La “Iglesia” es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La
Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea
litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de
Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.

B. LOS SÍMBOLOS DE LA IGLESIA6


En la Sagrada Escritura encontramos multitud de imágenes y de figuras
relacionadas entre sí, mediante las cuales la Revelación habla del misterio
inagotable de la Iglesia. Las imágenes tomadas del Antiguo Testamento
constituyen variaciones de una idea de fondo, la del “Pueblo de Dios”. En el
Nuevo Testamento (cf. Ef 1,22; Col 1,18), todas estas imágenes adquieren un
nuevo centro por el hecho de que Cristo viene a ser “la Cabeza” de este Pueblo
(cf. LG 9), el cual es desde entonces su Cuerpo. En torno a este centro se
agrupan imágenes “tomadas de la vida de los pastores, de la agricultura, de la
construcción, incluso de la familia y del matrimonio” LG 6.

“La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo


(Jn 10,1-10). Es también el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios, como él
mismo anunció (cf. Is 40,11; Ez 34,11-31). Aunque son pastores humanos
quienes gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar

6 CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Nº 748-752.


las guía y alimenta; Él, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores
(cf. Jn 10,11; 1Pe 5,4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn 10,11-15)” LG 6.

“La Iglesia es labranza o campo de Dios (1Cor 3,9). En este campo crece el
antiguo olivo cuya raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar
la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rm 11,13-26). El labrador del
cielo la plantó como viña selecta (Mt 21,33-43 par.; cf. Is 5,1-7). La verdadera
vid es Cristo, que da vida y fecundidad a a los sarmientos, es decir, a nosotros,
que permanecemos en él por medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer
nada (Jn 15,1-5)” LG 6.

“También muchas veces a la Iglesia se la llama construcción de Dios


(1Cor 3,9). El Señor mismo se comparó a la piedra que desecharon los
constructores, pero que se convirtió en la piedra angular (Mt 21,42 y paralelos;
cf. Hch 4,11; 1Pe 2,7; Sal 118,22). Los Apóstoles construyen la Iglesia sobre
ese fundamento (cf. 1Cor 3,11), que le da solidez y cohesión. Esta
construcción recibe diversos nombres: casa de Dios (1Tm 3,15) en la que
habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2,19-22), tienda de Dios
con los hombres (Ap 21,3), y sobre todo, templo santo. Representado en los
templos de piedra, los Padres cantan sus alabanzas, y la liturgia, con razón, lo
compara a la ciudad santa, a la nueva Jerusalén. En ella, en efecto, nosotros
como piedras vivas entramos en su construcción en este mundo (cf. 1Pe 2,5).
San Juan ve en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad
santa arreglada como una esposa embellecidas para su esposo (Ap 21,1-2)”
LG 6.

«La Iglesia que es llamada también “la Jerusalén de arriba” y “madre nuestra”
(Gal 4,26; cf. Ap 12,17), y se la describe como la esposa inmaculada del
Cordero inmaculado (Ap 19,7; 21,2.9; 22,17). Cristo “la amó y se entregó por
ella para santificarla” (Ef 5,25-26); se unió a ella en alianza indisoluble, “la
alimenta y la cuida” (Ef 5,29) sin cesar» LG 6.

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