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Epis B Clase 5

El documento aborda la figura del amicus curiae y su relevancia en el caso de Karen Atala, quien perdió la custodia de sus hijos debido a su orientación sexual, argumentando que la crianza no se ve afectada por la identidad de género de los padres. También se discuten las teorías de género de Judith Butler, que critican las categorías de identidad y sugieren que el género es una actuación socialmente construida. Además, Freud defiende la posibilidad de que legos ejerzan el psicoanálisis, argumentando que la formación y la experiencia son más importantes que la titulación médica.

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Epis B Clase 5

El documento aborda la figura del amicus curiae y su relevancia en el caso de Karen Atala, quien perdió la custodia de sus hijos debido a su orientación sexual, argumentando que la crianza no se ve afectada por la identidad de género de los padres. También se discuten las teorías de género de Judith Butler, que critican las categorías de identidad y sugieren que el género es una actuación socialmente construida. Además, Freud defiende la posibilidad de que legos ejerzan el psicoanálisis, argumentando que la formación y la experiencia son más importantes que la titulación médica.

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LA SEGUNDA TÓPICA, CLASES PARTICULARES, 3413918814

Buttler, “Amis Curiae”

El amicus curiae es una expresión latina utilizada para referirse a presentaciones realizadas por terceros
ajenos a un litigio, que ofrecen voluntariamente su opinión frente a algún punto de derecho u otro aspecto
relacionado, para colaborar con el tribunal en la resolución de la materia objeto del proceso. Eso hace,
justamente, Butler.
Ella apoya a Karen Atala, mujer que pierde la custodia de sus hijos.
La condena se da por su orientación sexual.
Responde a afirmaciones falsas y estereotipadas, las cuales deben ser corregidas para que se haga
justicia.
Estudios demuestran que niños criados por parejas gays o lesbianas no enfrentan ninguna dificultad
en su desarrollo, tampoco sufren.
Lo excluyente a la hora de encargarse de la crianza de un niño es la falta de responsabilidad y
comprensión.
A los niños sólo les perturbaría la orientación sexual de progenitor cuando esa orientación es
considerada como tema angustiante. De no ser así, aceptan naturalmente la diversidad.
Cuando una mujer, o un hombre, desafía a los estereotipos predominantes sobre lo que una mujer o
un hombre debería ser, a veces se las somete a acoso o castigo porque se apartan de las normas de género
recibidas.
La discriminación por orientación sexual –atracción física, emocional, erótica, afectiva, hacia otra
persona– puede ser entendida como discriminación por razones de sexo. Karen Atala sufrió una privación
ilegítima de sus derechos. Esto debe ser revocado y reparado.
El sexo biológico hace referencia a aspectos físicos objetivamente mensurables, como cromosomas,
pene, vaginas, hormona. El género, por su parte, es una construcción cultural binaria, comúnmente
asociada, ligada, al sexo biológico, y representa lo que la sociedad espera de varones y mujeres. La
identidad de género, por otro lado, es la vivencia del género tal como cada persona lo siente, por lo que
puede corresponder o no con el sexo con el que nació. Esta sería, a grandes rasgos, la teoría queer, que
sostiene que el género, la identidad y orientación sexual, no están inscriptos en la naturaleza biológica del
ser humano, sino en lo social.
Loraux, “Las experiencias de Tiresias, lo masculino y lo femenino en el mundo griego”

Este artículo tratará de lo femenino, no de las mujeres.


Durante mucho tiempo, los griegos negaron los beneficios que conllevaría para el hombre el cultivo
en su interior de una parte femenina. La ciudadanía sostenía un modelo basado en la virilidad. De hecho, los
adversarios políticos se tildaban de mujeres para ofenderse.
En esa preocupación, el autor ve el esfuerzo del político, y de la política, por marginar una tradición
alternativa, una tradición donde el hombre puede ser aún más viril si conserva en su seno algo de la
feminidad.
Para los griegos, el sexo no sólo cumple una determinada función, sino que también representa un
signo que indica qué papeles puede desempeñar en un sistema dado el individuo provisto de él. Se trata
siempre de la dominación de lo masculino, a partir de una concepción biológica.
Ahora bien, el griego fantaseaba con lo femenino, con cierta apropiación. Es con ese dolor
penetrante, con el desgarramiento del parto, con lo que sueña el hombre griego. Porque gracias a sufrir como
una mujer, dolor que se aproxima al goce, incluso el más viril de los griegos realza en sí mismo la virilidad.
Es en la incorporación de lo femenino, en la inclusión, en el intercambio, cuando el griego comienza a
sustraerse de la tabla de oposiciones. Vemos esto, también, en el teatro, donde a juicio de Loraux el hombre se
sirve de lo femenino para imaginar un modelo más completo del yo masculino.
Loraux afirma, tras estas elucidaciones, que la separación estricta entre lo femenino y lo masculino
no tiene otro lugar que la ideología política. Ya en el mito del andrógino, veíamos la unión de los cuerpos, en
Hipócrates, la masculinidad de las mujeres estériles, y en el mismo Freud, la constitución bisexual del sujeto.
Buttler, “Imitación e insubordinación de género”

Buttler no se siente a gusto con las teorías lesbianas/gays. Las considera categorías de identidad, instrumentos
de regímenes regulativos, normativos.
LA SEGUNDA TÓPICA, CLASES PARTICULARES, 3413918814

Cuando uno sale del closet, ¿a dónde va? Si proclamo ser lesbiana, dice Butler, me hago visible sólo
para producir un closet nuevo y diferente, donde uno es regulado y a la vez oprimido. A la hora de responder
a la violencia, debemos tener mucho cuidado de no caer en una de otro tipo.
Buttler sostiene que no hay elementos comunes entre las lesbianas, no hay una lesbiandad específica.
Salvo, claro, el hecho de que todas ellas saben cómo funciona la homofobia.
Para esta filósofa, no hay un yo previo, que preceda al género al que dice representar. El yo sólo
alcanza su apariencia, su institución, su ser, a través del juego de repetición. Así, diríamos, hay cierta
inestabilidad en el yo.
Las categorías “gay” o “lesbiana” pueden ser peligrosas, muchas veces se aparecen como una mala
copia de algo que sería originario, auténtico: la heterosexualidad.
Por eso, las identidades deben impugnarse y revisarse, para poder ver cosas que hoy no vemos, por
ejemplo, que las significaciones son sólo provisorias.
Así, el travestismo, por ejemplo, no es un acto de expropiación, en la que un grupo le roba el género
a otro. Para Buttler, al contrario, no hay un género propio de un sexo más que de otro, por eso es que, en
cierto sentido, el sexo es una propiedad cultural. El travestismo refleja, entonces, cómo los géneros son
teatralizados. Todo género es un tipo de personificación. No hay, así, un género original al que el travestismo
imite, sino que el género en sí mismo es una imitación que no tiene un original.
Los fantasmas de “hombre” y de “mujer” son producidos normativamente, la heterosexualidad es
siempre inacabada, y por eso busca imponerse como original.
A diferencia de lo que sostiene el psicoanálisis, identificación y deseo pueden coexistir. Su
formulación en términos de oposiciones que se excluyen sirven a la matriz heterosexual, y esa es la crítica que
dirige Buttler. Aunque muchos le reprochan una mala lectura de Freud.
Las identificaciones, dirá, involucran una práctica mimética que busca incorporar la pérdida amorosa
en la identidad del sujeto. Para algunos psicoanalistas, el mimetismo identificatorio precede a la identidad,
dando lugar a un “otro para sí mismo”, otro en el sí.
El Otro instalado en el sí, afirma Buttler, establece la permanente incapacidad del sujeto para lograr
la identidad acabada. El sujeto psíquico está constituido internamente por Otros de géneros diferenciados, y
por lo tanto nunca obtiene de sí mismo su identidad.
De ahí que no sea posible establecer una topología que explique una aparente identidad gay o
lesbiana, ni una heterosexual.
El género se da performativamente, al momento de enunciarlo. No es, así, un atributo, sino una
actuación reiterada y obligatoria en función de unas normas sociales que nos exceden. El sexo, entendido
muchas veces como la base material o natural del género, es un concepto sociológico o cultural, es el efecto
de una concepción que se da dentro de un sistema social ya marcado por la normativa de género.

UNIDAD 4: PSICOLOGÍA Y PSICOANÁLISIS, EJERCICIO PROFESIONAL, ACTO ANALÍTICO

Freud, “¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?”

Lego es el no médico.
¿También a los no médicos debe permitírseles ejercer el psicoanálisis?
La presente interrogante Freud se la formula a partir de que ciertas autoridades hayan querido
prohibir por completo a los legos el ejercicio del análisis. Escribe el artículo en defensa de su colega no
médico, Theodor Reik, acusado de curanderismo por los tribunales de Viena.
Existen institutos en los cuales los candidatos a psicoanalistas son analizados, reciben instrucción
teórica mediante lecciones en todos los temas importantes para ellos, y gozan del auxilio de un analista más
antiguo y experimentado cuando se les permite tener sus primeros intentos en casos leves. Se calcula que esa
formación lleva uno o dos años. Desde luego, aún transcurrido ese tiempo se es sólo un principiante, no un
maestro todavía. Lo que falta debe adquirirse por medio de la práctica y de intercambio de ideas dentro de las
sociedades psicoanalíticas. Pero una vez que se ha pasado por esa instrucción –donde se aprende acerca de
inconsciente, el valor de las palabras, el aparato anímico, el principio de placer, la diferencia de la vida sexual
del niño y la del adulto, la transferencia, la resistencia, la técnica de la asociación libre bajo la regla de la no
objeción crítica–, ya no se es un lego en el campo del psicoanálisis.
A partir de ahí, está habilitado para emprender el tratamiento de perturbaciones neuróticas, y con el
tiempo podrá conseguir todo lo que puede exigirse de esta terapia.
LA SEGUNDA TÓPICA, CLASES PARTICULARES, 3413918814

Los médicos no tienen un derecho histórico a la posesión exclusiva del análisis. Más bien, hasta hace
muy poco, han hecho todo lo que pudieron para perjudicarlo. Curandero es quien emprende un tratamiento sin
poseer los conocimientos y capacidades requeridos para ello. Los médicos entregan al análisis el mayor
contingente de curandero. El médico tiene una formación estrictamente positivista, que lo orienta a hechos
químicos, físicos, anatómicos, susceptibles de comprobación objetiva, no despierta, así, interés por los
aspectos anímicos de los fenómenos vitales. Busca las condiciones corporales de las perturbaciones anímicas,
y las trata como a cualquier otro ocasionamiento patológico.
Si el médico no ha adquirido la formación necesaria, es un lego para el análisis. Si hay que prohibir
algo, es que un curandero ejerza el análisis.
Lo que sucede, es que en ciertos casos no sabemos si el enfermo tiene una neurosis o alguna otra
cosa del orden de la patología anatómica, como un proceso destructor del encéfalo. El distingo no siempre es
fácil. Este sí es un caso en el que el analista tiene que acudir al consejo de un médico.
Para el enfermo es indiferente que el analista sea médico o no, para él tiene una importancia
incomparablemente mayor que el analista posea las cualidades personales que lo hagan digno de confianza, y
que haya adquirido los conocimientos e intelecciones, así como las experiencias, que lo habilitan a cumplir su
tarea. Por su parte, el médico no gana nada con la incorporación de psicoanálisis a la medicina, sólo se
prolongarían sus estudios. La enseñanza analítica abarca disciplinas ajenas al médico y con las que él no tiene
trato en su actividad, como la cultura, la mitología, la literatura. Con el analista pasa lo mismo: de nada le
serviría para sus fines el grueso de lo que se enseña en la escuela de medicina. De ahí que el lego pueda
ejercer el psicoanálisis. Hay un tercer interés, el de la ciencia. En modo alguno deseamos que el psicoanálisis
sea fagocitado por la medicina y termine por hallar su depósito definitivo en el manual de psiquiatría, dentro
del capítulo terapia. Merece un mejor destino. Como psicología de lo profundo, doctrina de lo inconsciente,
puede pasar a ser indispensable para todas las ciencias que se ocupan de la historia genética de la cultura
humana y de sus grandes instituciones, como el arte, la religión y el régimen social. El uso del análisis para la
terapia de la neurosis es sólo una de sus aplicaciones, tenemos también los estudios pedagógicos o
sociológicos, no sería, así, equitativo sacrificar a una de sus aplicaciones todas las demás meramente porque
su campo de acción toca el círculo de los intereses médicos. Freud no quiere que la terapia mate a la ciencia.

Freud, “el interés por el psicoanálisis”

Hay, en psicoanálisis, un interés psicológico. Sin ir más lejos, es un procedimiento que aspira a curar ciertas
formas de afección nerviosa. Un gran número de exteriorizaciones mímicas y lingüísticas nunca habían sido
objeto de la psicología, pues se las consideraba desde una etiología fisiológica. El psicoanálisis consiguió
demostrar que todas esas cosas se pueden llegar a entender mediante supuestos puramente psicológicos.
Trabaja, por ejemplo, con el sueño. El sueño pasa a ser el arquetipo normal de todas las formaciones
psicopatológicas. Quien comprenda al sueño penetrará también el mecanismo psíquico de las neurosis y
psicosis.
El psicoanálisis también presenta interés para las ciencias no psicológicas, como la ciencia del
lenguaje, la filosofía, la biología, la psicología evolutiva, la cultura, por el arte, y lo pedagógico.
Por lenguaje, no sólo nos referimos a las palabras, sino también a los gestos, o la escritura. Cuando
interpretamos un sueño, no hacemos más que traducir un cierto contenido de pensamiento a otro. El lenguaje
del sueño, que comparamos con la escritura –y no tanto con la lengua– por figurarse en imágenes más que en
palabras, es el modo de expresión de la actividad anímica inconsciente, condensación y desplazamiento.
Lo que respecta a la filosofía, el psicoanálisis ha superado la reducción de psiquismo a la
consciencia.
El aporte a la biología pasa por la función sexual. Desde la sexualidad infantil surge la normal del
adulto a través de una serie de procesos de desarrollo, composiciones, escisiones y sofocaciones, que casi
nunca se producen con la perfección ideal y por eso dejan como secuela las predisposiciones a que la función
involucione en estados patológicos. La oposición entre pulsiones yoicas y pulsión sexual, a la que debimos
reconocer la génisis de la neurosis, se continúa, en el ámbito biológico, como oposición entre unas pulsiones
que sirven a la conservación del individuo y otras que procuran la pervivencia de la especie. Se nos aparece,
además, el concepto de pulsión como frontera entre lo somático y lo anímico.
Da cuenta el psicoanálisis de cierto desarrollo evolutivo del psiquismo. Desde sus inicios, esta
disciplina se vio llevada a perseguir procesos de desarrollo. Ha rastreado la continuidad que existe entre la
psiquis del infante y la del adulto, y como la primera repercute sobre la segunda. De las formaciones anímicas
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infantiles nada sucumbe cuando se llega a las del adulto, lo vemos, por ejemplo, en el carácter infantil de los
sueños.
El psicoanálisis arroja luz sobre los orígenes de nuestras grandes instituciones culturales, la religión,
la eticidad, el derecho, la filosofía. Ellas parten de poderosos complejos psíquicos, como lo vemos en Tótem y
tabú.
Discernimos en el ejercicio del arte una actividad que se propone el apaciguamiento de deseos no
tramitados. Tanto en el creador como en el espectador. Lo que el artista busca es autoliberación, y la aporta a
otros que padecen de los mismos deseos retenidos. Figura como cumplidas sus más personales fantasías de
deseo, pero ellas se convierten en obra de arte sólo mediante una refundición que mitigue lo chocante de esos
deseos, oculte su origen personal y observe unas reglas de belleza que sobornen a los demás con unos
incentivos de placer. El arte constituye el reino intermedio entre la realidad que deniega los deseos y el mundo
de fantasía que los cumple.
Por último, en manos de una pedagogía esclarecida por el psicoanálisis, descansa cuanto podemos
esperar de una profilaxis individual de las neurosis. Una violenta sofocación desde afuera de unas pulsiones
intensas en el niño nunca las extingue ni permite su gobierno, sino que consigue una represión en virtud de la
cual se establece la inclinación a contraer más tarde una neurosis. La pulsión, lejos de ser sometida a la
represión, debe ser apartada de sus metas originarias y dirigidas a unas más valiosas, por medio de la
sublimación.

Freud, “Conferencia 16. Psicoanálisis y psiquiatría”

En la conferencia número dieciséis, Freud se propone estudiar la concepción psicoanalítica de los fenómenos
neuróticos.
Freud afirma que los síntomas neuróticos no son contingentes, sino que, por el contrario, poseen un
motivo, un sentido y un propósito. Pertenecen a una trabazón anímica pesquisable, que anoticia de un proceso
anímico más importante, el cual es ignorado por la consciencia.
El padre del psicoanálisis trae a colación una historia clínica para dar cuenta lo elucidado
anteriormente.
Nos habla sobre una enferma neurótica. La enferma en cuestión era una mujer de cincuenta y tantos
años, casada y con hijos. Ella vivía feliz, hasta que recibió una carta anónima en la que le aseguraban que su
marido le era infiel con una empleada. Más en detalle, antes de recibir la carta, esta mujer había conversado
con su mucama, la cual odiaba a la empleada acusada en la misiva. En esa conversación, la enferma le reveló
a la mucama que lo más terrible que podía pasarle era que su marido le fuese infiel. Al día siguiente, recibió la
carta en cuestión, con la terrible noticia. Extrajo la conclusión, probablemente acertada, de que la carta era
obra del odio y la envidia de su maligna mucama. Sin embargo, aconteció que esa carta la hizo derrumbarse al
instante. Incurría constantemente en ataques de desconfianza, dolor y reproche.
Freud se pregunta cómo procedería un psiquiatra ante un caso clínico como el de la enferma. Piensa
que el psiquiatra declararía al caso como una contingencia, y no le daría importancia. Haría un diagnóstico, en
el caso de esta enferma un delirio de celos, y pasaría a otra cosa.
¿Ahora bien, por qué los celos son el contenido del delirio, y no otra cosa? La psiquiatría no puede
contestar a esta pregunta, afirma Freud.
Sin embargo, el psicoanálisis sí puede ir más allá. Tras algunas sesiones, Freud descubre que la
enferma estaba enamorada de su yerno. Un enamoramiento así le resultó a la mujer algo monstruoso. Algún
remedio tenía que buscarse, y el alivio inmediato lo ofreció sin duda el mecanismo de desplazamiento. Si no
sólo ella, una señora mayor, se había enamorado de un hombre joven, sino también su anciano marido
mantenía una relación amorosa con una joven muchacha, entonces su consciencia moral se descargaba de
peso de la infidelidad. De esta forma, la señora le comentó a una mala y envidiosa mujer que lo peor que le
podría pasar era que su marido le fuese infiel, de modo que al día siguiente le llegó una misiva anónima donde
le anunciaban la infidelidad de su pareja. Inconscientemente, la señora había actuado para que alguien le
anoticiara la supuesta traición. La fantasía de la infidelidad, la idea delirante de los celos, era, entonces, un
paño frío sobre su llaga ardiente.
Así, el psicoanálisis da con la génesis del síntoma. El síntoma es una formación de compromiso entre
una pulsión emergente, chocante, que le causaría dolor, repulsión y vergüenza al Yo, y la defensa del Yo.
Esta pulsión, inconsciente por la represión, pero que sigue portando su investidura energética, irrumpe, en una
conversión por desplazamiento, y se convierte, generando dolor y padecimiento, en un síntoma, que en el caso
de la señora celosa es el delirio de celos.
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Precisamente allí se encuentra la diferencia entre la psiquiatría y el psicoanálisis. La psiquiatría


describe, hace diagnósticos, le da importancia a la herencia, pero no explica, ni escucha al paciente. Al
contrario, el psicoanálisis sí explica, y lo hace a partir de buscar el origen del síntoma a través del uso de la
palabra.
Por eso el psicoanálisis es la teoría de la práctica analítica. La cura, para Freud, “viene por
añadidura”, primero está el análisis. Ahí es donde parece tropezar la psiquiatría, que no analiza, no cura, sino
que sólo aparta el síntoma, medicando. Al contrario, por medio de la indagación psicoanalítica, el
psicoanálisis no busca apartar, sino erradicar el síntoma.
Freud termina afirmando que psiquiatría y psicoanálisis, de alguna forma, se complementan. En una
época no muy lejana, dice, comprenderemos que no es posible una psiquiatría profundizada en sentido
científico sin un buen conocimiento de los procesos de la vida del alma que van por lo profundo de los
procesos inconscientes, así como no es posible una buena anatomía sin el estudio de la histología.

Freud, “Conferencia 17. El sentido de los síntomas”

El psicoanálisis sostiene, a diferencia de la psiquiatría, que los síntomas tienen un sentido. Lo mismo las
operaciones fallidas, los sueños, o los chistes.
La neurosis obsesiva se exterioriza de la siguiente manera. Los enfermos son ocupados por
pensamientos que en verdad no les interesan. Sienten en el interior de sí impulsos que les parecen muy
extraños, y son movidos a realizar ciertas acciones cuya ejecución no les depara contento alguno, pero les es
enteramente imposible omitirlas. Los impulsos que siente en el interior casi siempre tienen el más espantable
contenido, como tentaciones a cometer graves crímenes, de suerte que el enfermo los desmiente, y, además,
huye horrorizado de ellos, por medio de restricciones de su libertad. Lo que el enfermo en realidad ejecuta, las
llamadas acciones obsesivas, son unas cosas ínfimas, por cierto, harto inofensivas, floreos ceremoniosos sobre
actividades de la vida cotidiana. Meterse en la cama, el lavarse, ir de paseo; el cuadro que sobresalga le dará
nombre a la enfermedad.
Por el psicoanálisis hemos hecho la experiencia de que es posible eliminar duraderamente estos
extraños síntomas obsesivos.
Para una tarea que, en apariencia, no tiene sentido, debemos descubrir aquella situación del pasado
en que la idea estaba justificada y la acción respondía a un fin.
La complejidad aparece ante ciertos síntomas “típicos”, donde las diferencias individuales, las
historias, no se dejan asir con facilidad. Si los síntomas individuales dependen de manera tan innegable del
vivenciar del enfermo, para los síntomas típicos queda la posibilidad de que se remonten a un vivenciar típico
en sí mismo, común a todos los hombres.
Vamos, ahora, con un ejemplo. Una dama corría de su habitación a la habitación contigua, se paraba
ahí en determinado lugar frente a una mesa que tenía una gran mancha sobre el mantel, tiraba del llamador
para que acudiese su mucama, le daba algún encargo trivial, y de nuevo corría a la habitación primera. ¿Por
repetía esta acción obsesiva? Hacía muchos años se casó con un hombre que en la noche de bodas resultó
impotente. Esa noche, él corrió incontables veces desde su habitación a la de ella para repetir el intento.
Finalmente, cogió un frasco de tinta roja y volcó su contenido sobre la sábana, pero no justamente en el sitio
que habría tenido derecho a exhibir una mancha así. El hombre hizo eso para ahorrarse la vergüenza frente a la mucama
cuando ella limpiara la cama al día siguiente. Ahora bien, ¿qué pasa con nuestra enferma, una vez elucidado esto? Ella se
ha identificado con el marido. Representa su papel, puesto que imita sus corridas de un lugar a otro. Ella sustituyó la cama
y la sábana por la mesa y el mantel. La acción obsesiva es rica en su sentido, parece ser una figuración, una repetición de
aquella significativa escena. Pero va más allá, porque la mancha que la mucama ve en el mantel está en el lugar correcto,
y así se evita, por fin, la vergüenza. De esta manera, corrige lo penoso de aquella noche: la impotencia. Y, a la vez,
engrandeciéndolo, huye de la tentación de serle infiel.
Otro ejemplo: un ceremonial del dormir. La enferma se muestra muy irritable con su mamá. Debe eliminar todas
las fuentes de ruido para poder dormir. Para eso, detiene todos los relojes. Además, la almohada de la cabecera no puede
tocar el travesaño. La almohadita más pequeña donde apoya la cabeza debe formar un rombo, y ella, la enferma, pone su
cabeza siguiendo exactamente la diagonal mayor del mismo. Freud descubre que los relojes eran símbolo de los genitales
femeninos. El tic tac que molestaría al dormir se equipara con el latir del clítoris en la excitación sexual. La almohada de
la cabecera representaba a una mujer, y el respaldo a un hombre, su mamá y su papá, los cuales no podían entrar en
contacto en su acción obsesiva. Luego, logró separarlos realmente, al empezar a dormir con su padre, desplazando de la
habitación a la mamá. Temía que el comercio sexual diera lugar a un hermanito. En este caso el ceremonial refleja los
deseos sexuales. Esta muchacha ha caído en un vínculo erótico con el padre, cuyos comienzos se remontan a su primera
infancia.
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