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LAS REGLAS
DEL MÉTODO SOCIOLÓGICO
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Émile Durkheim
LAS REGLAS DEL
MÉTODO SOCIOLÓGICO
Edición de
Gregorio Robles Morchón
Traducción de
Virginia Martínez Bretones
BIBLIOTECA NUEVA
00_Primeras* 30/11/05 11:26 Página 6
Cubierta:
© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2005
Almagro, 38
28010 Madrid
ISBN: 84-9742-376-3
Depósito Legal: M-49.008-2005
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01_Indice* 30/11/05 11:26 Página 7
ÍNDICE
I.—E D, por Gre-
gorio Robles ..................................................................... 9
N ......................................................... 79
C ............................................................................ 81
LAS REGLAS DEL MÉTODO SOCIOLÓGICO
P ............................................... 113
P .............................................. 117
I ......................................................................... 133
C .—¿Q ? ....................... 135
C II.—R
............................................................................ 147
C III.—R -
.......................................................... 175
C IV.—R
............................................................................ 201
C V.—R
............................................................................ 213
C VI.—R
.............................................................................. 245
C ............................................................................ 259
—7—
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INTRODUCCIÓN
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El método sociológico en Durkheim
I
1. Émile Durkheim, que había nacido en 1858 en Épi-
nal, una pequeña ciudad de Lorena, ingresó en la presti-
giosa École Normale Supérieure de París en 1879, tras dos
intentos fallidos. Aunque gran parte de las materias que se
impartían en ese centro no tuvieron interés mayor para el
joven francés de ascendencia judía, allí encontró un esti-
mulante ambiente de discusión política y algunos profe-
sores que le dejarían huella; sobre todo, el historiador
Fustel de Coulanges y el filósofo Boutroux. También pare-
ce que durante ese tiempo se familiarizó con la lectura de
Comte, Spencer y Espinas. En 1882 sería nombrado agre-
gé (profesor de instituto) en el liceo de Sens, donde según
parece se pasó dos años consagrado al estudio de los eco-
nomistas alemanes. Al final de este período pergeña su
plan de tesis doctoral, con la idea de centrarla en la con-
traposición entre el «individualismo» y el «socialismo» y
que más tarde matizaría sustituyendo ese dualismo por
otro, el expresado por la relación entre «personalidad
individual» y «solidaridad social»1. Este cambio de térmi-
nos expresa un giro en el enfoque, pues si al principio
Durkheim se propuso investigar la contraposición entre
dos «ismos», esto es, dos ideologías o filosofías políticas,
cuando tuvo maduro su plan de tesis le interesó más el
estudio de las realidades, de los hechos sociales. Inspira-
do por el ambiente positivista, el joven profesor prefirió
dirigir sus pasos hacia la construcción de una ciencia fac-
1
Robert Alun Jones, Emile Durkheim. An Introduction to Four
Major Works, Newbury Park-Londres-New Delhi, Sage Publ., 1986, pági-
na 14.
—11—
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tualista, desideologizada; hacia la sociología. Se le pre-
sentó entonces la ocasión de estudiar un año en Alemania
y de profundizar en los autores que había comenzado a
trabajar en Sens.
El curso 1885-1886 lo pasó Durkheim en las Universi-
dades de Leipzig y Berlín. De esta estancia dejó un testi-
monio escrito que es muy importante para entender su
trayectoria intelectual y el origen de su sociología. Dos
extensos trabajos salieron de su pluma en 1886 y fueron
publicados al año siguiente: uno, sobre «la ciencia positi-
va de la moral en Alemania»2, y otro, sobre la enseñanza
de la filosofía en el país vecino3. ¿Qué es lo que encontró
Durkheim en sus estudios sobre los autores alemanes? No
una sociología acabada. Tampoco un método absoluta-
mente perfilado. Lo que encontró fue el hecho de que
diversas disciplinas que tenían por objeto el mundo
humano: la economía, la historia, el derecho, la ética, la
antropología, eran investigadas y expuestas, cada una por
su lado, con un mismo planteamiento metódico general.
Descubrió que todas estas disciplinas, tal como las trata-
ban los alemanes de la época, tenían entre sí un gran pare-
cido de familia. Encontró, además, que en algunas obras,
y especialmente en la voluminosa de Albert Schäffle, se
hallaban en germen las ideas básicas de una nueva ciencia
que a todas las demás abarcaba: la sociología.
Como consecuencia de estos estudios, Durkheim pre-
senta en 1887 un programa de investigación para la socio-
logía4 que despierta la admiración todavía hoy, dada la
juventud del protagonista5. Ya por esa época, sin haber lle-
2
É. Durkheim, «La science positive de la morale en Allemagne», en
Revue philosophique, 24 (2), 1887; ahora en É. Durkheim, Textes, 1 (ed.
de Victor Karady), París, Les Éditions de Minuit, 1975, págs. 267-343.
3
É. Durkheim, «La philosophie dans les universités allemandes»,
en Revue internationale de l’enseignement 13, 1887; ahora en É. Durk-
heim, Textes, 3 (ed. de Victor Karady), París, Les Éditions de Minuit,
1975, págs. 437-486.
4
É. Durkheim, «Cours de science sociale. Leçon d’ouverture», pro-
nunciada en la Facultad de letras de Burdeos, publ. en Revue interna-
tionale de l’enseignement 15 (1888), págs. 23-84; ahora en É. Durkheim,
La science sociale et l’action, introducción y presentación de J. C.
Filloux, París, 1970, págs. 77-110.
5
Hans-Peter Müller, Wertkrise und Gesellschaftsreform.Emile Durk-
—12—
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gado a la edad de treinta años, Durkheim tiene claramen-
te marcada su «hoja de ruta», que será su programa per-
sonal de trabajo pero también, puede decirse, la carta fun-
dacional de la sociología en Francia, al menos como
disciplina institucionalizada en los curricula universita-
rios6. Dicho programa se componía de tres partes: la pri-
mera, el debate con los autores, tanto clásicos como con-
temporáneos; la segunda, la fijación del objeto y el método
de la sociología; y, por último, la aplicación práctica de
ésta para solucionar las crisis sociales. Durkheim, que
enfocó su vida como una verdadera «misión» con un
doble carácter, moral y científico, aunó en la nueva cien-
cia todos sus esfuerzos. Su ideal ético fue la implantación
de una sólida moral laica, una especie de religión civil7
que constituyera una base firme para la problemática Ter-
cera República francesa8. Al mismo tiempo, su objetivo
científico le impulsó a creer que la ciencia, más en con-
creto la sociología positiva, sería capaz de ofrecer el rigor
del conocimiento necesario para llevar a buen puerto la
tarea. Seguidor en esto de Auguste Comte, concibió la socio-
logía como una ciencia con una dimensión eminentemente
práctica, capaz de diagnosticar los males sociales y, por
tanto, de prevenirlos y de encauzar el futuro.
Toda la obra de Durkheim puede organizarse teniendo
en cuenta los tres aspectos señalados. Aquí nos detendre-
mos en el segundo de ellos, el metodológico. Durkheim
siempre pensó que la sociología, si quería instalarse como
verdadera ciencia en el complejo panorama del conoci-
miento, debía definir claramente su objeto y su método.
A esta tarea dedicó su atención en varios de sus escritos,
de los cuales el más conspicuo, sin duda alguna, es este
libro que el lector tiene en sus manos. Mas en este queha-
cer tuvo antecedentes nada desdeñables.
heims Schriften zur Politik, Stuttgart, Ferdinand Enke Verlag, 1983,
pág. 61.
6
Bien es verdad que de la mano de la pedagogía. Durkheim ense-
ñó toda su vida ambas ciencias.
7
En este sentido, se le puede considerar un seguidor de Rousseau,
y también de Comte.
8
Surgida tras la guerra franco-prusiana en 1870.
—13—
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2. Ya Auguste Comte aborda la cuestión metódica en su
Cours de Philosophie Positive,9 concretamente en la lección
48, consagrada al estudio de «los caracteres fundamentales
del método positivo en el estudio racional de los fenómenos
sociales»10. Tras criticar la filosofía precedente, por haber
hecho uso de un método especulativo, basado en «la imagi-
nación» y en la producción de «nociones absolutas»11, la
ciencia o «filosofía positiva» se caracteriza por la «subordi-
nación necesaria y permanente de la imaginación a la
observación, que constituye sobre todo el espíritu científico
propiamente dicho, en oposición al espíritu teológico o
metafísico»12. En lugar de las «ficciones teológicas» o las
«entidades metafísicas», la ciencia positiva maneja «la
auténtica noción de las leyes naturales»13. La teología y la
metafísica, que han sido las formas de conocimiento para-
digmáticas de los tiempos pasados, se han negado a enten-
der los fenómenos sociales desde la perspectiva de las leyes
naturales y, por esa razón, han otorgado un protagonismo
injustificado a la voluntad humana, como si aquellos fenó-
menos fueran modificables a capricho14. No basta la volun-
tad de un legislador para cambiar las cosas en la sociedad.
Ésta tiene sus propias leyes, que han de ser descubiertas
por la ciencia. De esta forma se podrá disponer de «una pre-
visión verdaderamente científica» que permita actuar sobre
el futuro15. Para Comte, el principio filosófico básico que
subyace al «espíritu positivo» consiste en «concebir siem-
pre los fenómenos sociales como inevitablemente sujetos a
verdaderas leyes naturales, lo que comporta regularmente
la previsión racional»16. La cuestión metódica se reduce
entonces a averiguar cómo son esas leyes naturales en lo
que respecta a la sociedad y cómo pueden ser indagadas.
9
Auguste Comte, Cours de Philosophie Positive, Tome Quatrième
contenant la Partie Organique de la Philosophie sociale, París, Bachelier,
1839, impr. anastáltica, Bruselas, Culture et Civilisation, 1969.
10
A. Comte (N 9), págs. 287-470.
11
Ibíd., pág. 293.
12
Ibíd., pág. 294.
13
Ibíd., pág. 298.
14
Ibíd., pág. 308.
15
Ibíd., pág. 315.
16
Ibíd., pág. 317.
—14—
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Para penetrar en ese terreno, Comte se sirve de la com-
paración entre la biología y la sociología. Téngase en cuen-
ta que en lecciones precedentes de la obra citada ha expues-
to una de sus tesis básicas: el conocimiento humano, a lo
largo de su prolongada historia, se ha desplegado cubrien-
do ya dos etapas: la teológica y la metafísica, y en el tiempo
en que Comte escribe está abriéndose paso la etapa positi-
va, la de la ciencia propiamente dicha. A lo largo de la his-
toria han ido apareciendo, sin embargo, las distintas cien-
cias, que, empezando por la más sencilla han ido haciendo
posible el surgimiento de las más complejas. Así, la trayec-
toria del conocimiento ha visto nacer primero a la mate-
mática, luego a la astronomía, la física y la química, más
tarde la biología, y ahora le ha tocado el turno a la sociolo-
gía, que es la ciencia más compleja ya que la sociedad es el
objeto más difícil de todos. Cada vez que aparece una cien-
cia necesita configurar su método y, para ello, recurre a la
ciencias ya consolidadas, tomándolas como modelos; y
como la complejidad del objeto de la ciencia inmediata-
mente anterior será, aunque menor, parecida a la del obje-
to de la que está naciendo, es lógico que la última se apoye
y tome ejemplo de la penúltima. Así, el modelo de la socio-
logía ha de ser lógicamente la biología, puesto que ha sido
ésta la última ciencia en desarrollarse. A pesar de eso, Com-
te designó a la sociología muchas veces como «física
social»17, quizás porque invitaba a ello el fisicalismo carac-
terístico del predominio positivista de la época. De acuerdo
con lo dicho, habría sido más coherente denominar a la
sociología «biología social». Todo el período que se extien-
de desde Comte hasta bien entrado el siglo se caracteri-
za por que en él el pensamiento biologista inspira en gran
parte al sociológico, de tal modo que se puede decir que es
un lugar común recurrir a la analogía entre lo vital y lo
social. No sólo afecta este paralelismo al campo terminoló-
gico, sino también a los esquemas de fondo.
Esto es precisamente lo que propone Comte: pensar la
sociología en términos equivalentes a los de la biología.
17
Bien es verdad que Comte emplea expresiones varias para desig-
nar a la sociología: «ciencia sociológica», «ciencia del comportamiento
social», «ciencia social», «sociología positiva», «física social», «filosofía
sociológica», además naturalmente de «sociología».
—15—
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Sostiene que toda ciencia positiva ejerce su actividad dis-
tinguiendo dos planos o «estados», el estático y el dinámi-
co18. Cada objeto puede ser contemplado en su estar o en
su devenir. Hoy diríamos: sincrónica o diacrónicamente.
Así, la biología se desenvuelve de acuerdo con este doble
punto de vista: el anatómico, que estudia la organización
interna de los cuerpos vivos, y el fisiológico, que estudia
su vida, su funcionamiento. La estática biológica es la
anatomía, y la dinámica biológica es la fisiología. La
sociología ha de desenvolverse «de una manera perfecta-
mente análoga», al distinguir el «estudio fundamental de
las condiciones de existencia de la sociedad» y «el de las
leyes de su movimiento continuo»19. La «física social»
contiene, pues, «dos ciencias»: la «estática social» y la
«dinámica social»20. La primera estudia el orden social; la
segunda, el progreso21. En el orden social, los diversos
hechos sociales coexisten; en el aspecto del progreso, se
suceden22. Éste es el doble punto de vista desde el que hay
que contemplar los «hechos sociales» (les faits sociaux): el
«de su armonía con los fenómenos coexistentes» y el «de
su encadenamiento con el estado anterior y el posterior de
la evolución humana». De esa manera, se llegará a «des-
cubrir las verdaderas relaciones generales» que ligan a
unos hechos con otros. En eso consiste la explicación de
los hechos sociales23.
Lo que parece que Comte no delimita, es el objeto del
conocimiento sociológico, pues lo mismo se refiere a
«chaque sujet politique» que a la humanidad en su con-
junto, y del tenor de su obra se desprende que en general
su centro de interés es esta última. Pero, si se deja de lado
este aspecto, sus ideas metódicas preludian claramente las
de Durkheim.
Comte, después de dibujar lo que podemos llamar las
líneas generales del método sociológico, baja más a la are-
18
A. Comte (N 9), pág. 318.
19
Ibíd., pág. 318.
20
Ibíd., pág. 319.
21
Ibíd., pág. 320.
22
Ibíd., pág. 366.
23
Ibíd., pág. 408.
—16—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 17
na de lo concreto para subrayar sus «tres modos funda-
mentales», que son los mismos que los del método bioló-
gico: la observación pura, la experimentación y la compa-
ración24. La aplicación de estos procedimientos, propios
de la biología, al terreno sociológico no es tan fácil, por lo
que Comte concluye apelando al método histórico, que
vendría a ser algo así como un sucedáneo de los señala-
dos; dice que el método histórico constituye «el mejor
modo de exploración sociológica»25. No en vano su obra,
si bien sienta las bases filosóficas del nuevo método, es
ante todo una filosofía de la historia.
Durkheim consideró el pensamiento de Comte como
algo perteneciente a la filosofía social, más que a la socio-
logía propiamente dicha. Aunque siempre se consideró su
discípulo y seguidor, pensó que Comte no había llegado a
descender de las nubes de la filosofía meramente especula-
tiva. Esto lo manifiesta muy a las claras en ciertas afirma-
ciones de sus escritos juveniles. En 1885, comentando lau-
dablemente una obra de Schäffle, censura con sentido muy
crítico: «Comte no ha consagrado a esta parte de la ciencia
(la estática social) más que una lección de su curso»26. En
una recensión del año 188627 dice que la exposición de
Comte es «injusta e incompleta, ya que omite los dos facto-
res más esenciales de los progresos que ha hecho la socio-
logía, a saber, el movimiento económico y el movimiento
socialista.» Además, dirá en un importante trabajo de 1895,
lo mismo que Spencer, Comte no va más allá de generali-
dades y no supera los «métodos antiguos»28, puesto que tras
declarar la necesidad de hallar las leyes naturales que rigen
los fenómenos sociales, trata a estos últimos «como si no
24
A. Comte (N 9), pág. 412.
25
Ibíd., pág. 468.
26
E. Durkheim, recensión del libro de Albert Schäffle, Bau und
Leben des sozialen Körpers, vol. I, Tubinga, 1881, publ. en Revue philo-
sophique 19, ahora en Textes, 1 págs. 355-377, pág. 355.
27
E. Durkheim, recensión del libro de Guillaume De Greef, Intro-
duction à la sociologie, publ. en Revue philosophique, 22 (1886), ahora
en Textes, 1, págs. 37 y sigs.
28
E. Durkheim, «Lo stato attuale degli studi sociologici in Fran-
cia», en La riforma sociale, 2, vol. III, 1895, versión francesa en Textes,
1, págs. 73-108, pág. 95.
—17—
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tuviesen más que una semi-realidad»29. Algo parecido sos-
tiene en un trabajo hecho en colaboración con Paul Fau-
connet y publicado en 1903, cuando afirma que «Auguste
Comte no ha concebido jamás la sociología más que como
una especulación unitaria e integral, estrechamente ligada
a la filosofía general»30. En 1904 incide en semejante idea:
«La sociología de Comte ha sido más una filosofía que una
ciencia»31. Todo esto encaja con el balance que hizo Durk-
heim al comienzo de Les Règles (1895): al método, los
«sociólogos» le han dedicado escasa atención; el que más,
Comte, con el capítulo mencionado del Cours. Spencer, ni
siquiera eso. Mill se limita a «pasar por la criba de su dia-
léctica lo que Comte ya había dicho». Pero esto, dice Durk-
heim, no debe sorprender: los sociólogos mencionados «no
han salido apenas de las generalidades sobre la naturaleza
de las sociedades, sobre las relaciones del reino social y el
reino biológico, sobre la marcha general del progreso»,
todas ellas «cuestiones filosóficas» para las que «no son
necesarios procedimientos especiales y complejos»32.
3. El contrapunto a estos «filósofos sociales» lo encon-
traría Durkheim en los autores alemanes que, lejos de
recrearse en los planteamientos generales, aplicaban el
método sociológico a las distintas disciplinas científicas.
Los economistas, como Wagner y Schmoller, representan-
tes del «socialismo de cátedra» entendían la economía, no
de la forma abstracta propia de la escuela de Manchester,
sino en cuanto realidad histórico-social y, al propio tiem-
po, moral, investigable como un conjunto de fenómenos
sociales. Lo mismo sucedía con los juristas, como Ihering
29
E. Durkheim (N 28) pág. 98.
30
E. Durkheim y P. Fauconnet, «Sociologie et science sociale», en
Revue philosophique, 55, 1903, ahora en Textes, 1, págs. 121 y sigs., pági-
na 122.
31
E. Durkheim, «On the relation of sociology to the social sciences
and to philosophy», resumen de la exposición presentada en inglés a la
Sociological Society of the London School of Economics, Psychology
and Sociology el 20 de junio de 1904. Extracto de Sociological Papers, I,
Londres, Macmillan, 1905; versión francesa en Textes, 1, págs. 166 y sigs;
pág. 166.
32
E. Durkheim, Les Règles de la Méthode Sociologique, 1895, París,
PUF, 1999, pág. 1.
—18—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 19
y Jellinek, los cuales en algunas de sus obras introducían
el método sociológico en el estudio de las instituciones del
derecho positivo. Tal era el caso también de los moralis-
tas, cuya cúspide la representaba Wundt, que entendían la
ética no como una disciplina abstracta, producto de la
imaginación especulativa de un individuo, sino como la
indagación empírica de los hechos morales, los cuales
tenían la naturaleza de hechos sociales. En fin, lo mismo
sucedía con otras disciplinas que estudiaban el fenómeno
religioso, con la demografía o con la geografía política.
Schäffle, por quien Durkheim mostró siempre profunda
admiración33, había ofrecido un panorama general del
pensamiento sociológico en su obra en cuatro extensos
volúmenes, titulada Bau und Leben des sozialen Körpers34.
Llama poderosamente la atención que en Les Règles no
haya noticia de todos estos autores que tanto asombro y
admiración habían causado al joven Durkheim. Aquí no
nos vamos a detener en el estudio de todos ellos y su
influencia sobre el padre de la sociología francesa. Me
remito a un estudio mío en el que se aborda la cuestión35.
Sin embargo, sí conviene recoger algunas de las ideas
básicas y algo de lo que dice Schäffle en el importante
Apéndice que dedica al «método de la ciencia social»36, y
del que Durkheim no dice ni palabra en Les Règles.
Salvo este breve pero interesante Apéndice, no se
encontrarán reflexiones extensas sobre el método socioló-
gico en las obras de los alemanes que estudió Durkheim
en su juventud. Centrados en sus propias disciplinas, pen-
saron dicho método sociológico no en términos generales
sino en relación con la materia concreta que investigaban.
Durkheim se dio cuenta enseguida de que lo que unía a
todos ellos no era la materia concreta de estudio sino el
método que empleaban, o que intentaban emplear, que no
era otro que el sociológico. Encontró, en definitiva, que
33
E. Durkheim, Textes, 1, págs. 282 y sigs.
34
Albert Schäffle, Bau und Leben des socialen Körpers, 4 vols.
(1875-1878), 2.ª ed. Tubinga, Verlag der H.Laupp’schen Buchhandlung,
1881. Esta segunda edición es la que maneja Durkheim en sus escritos.
35
Gregorio Robles, «Las fuentes alemanas de Durkheim», en
Libro-Homenaje al Prof. Ulises Schmill (en prensa).
36
A. Schäffle (N 34), vol. 4., págs. 480-508.
—19—
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un nuevo método, el sociológico, era común a disciplinas
dispares, cuyo parentesco provenía de que todas estudia-
ban fenómenos relativos a la sociedad. Armado con las
ideas generales de Comte y Spencer, todavía demasiado
«filosóficas», y con el conocimiento de las obras de ese
conjunto de autores alemanes, Durkheim se enfrentó ante
una tarea nueva: la de fundar una verdadera ciencia de la
sociedad, la sociología, que habría de abandonar las altu-
ras especulativas de la filosofía social y debería además
saber unir en un solo prisma común las aportaciones
metódicas de las ciencias sociales particulares. Por eso
escribió esa «carta fundacional» de la sociología que son
Les Règles de la méthode sociologique, y cuya importancia
ha sido comparada, acaso con cierta exageración, con Le
Discours de la méthode de René Descartes. Si éste por
medio de esa obra estableció las bases de la filosofía
moderna, Durkheim por medio de la suya habría sentado
los fundamentos de la sociología37.
4. La ciencia económica de los «socialistas de la cáte-
dra» no parte de una concepción abstracta del hombre, del
homo oeconomicus, sino de la realidad sociohistórica.
Estos autores estudian la economía como una realidad
social, conectada con otras, como la moral y el derecho.
No existen propiamente hablando las «economías indivi-
duales», sino la economía social o nacional, que no se redu-
ce a la mera suma de las individuales, sino que constituye
un «todo unitario»38. Los conceptos económicos no son
conceptos técnicos, como pretende el liberalismo man-
chesteriano, sino conceptos sociales y, por ello, morales. La
economía política estudia las relaciones de las economías
individuales entre sí y con el todo social. Es una parte de
la moral propia de una sociedad, y por tanto pertenece a la
sociología. La obra más importante de Schmoller39 es un
37
René König, «Einleitung» a E. Durkheim, Die Regeln der soziolo-
gischen Methode, hrsg. und eingeleitet von R. König, Neuwied/Berlín,
Luchterhand, 3.ª ed. 1970, págs. 21-82, pág. 21.
38
Gustav Schmoller, Über einige Grundfragen des Rechts und der
Volkswirtschaft, 2.ª ed. Jena (Verlag von Friedrich Maucke), 1875, pág. 32.
39
Gustav Schmoller, Grundriss der allgemeinen Volkswirtschaftsleh-
re, 2 vols., publ. en varias ediciones: 1900, 1901, Leipzig, Duncker &
Humblot, 1908 (cito por esta última).
—20—
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amplio tratado de economía política, pero que según Durk-
heim «es toda una sociología vista desde el punto de vista
económico»40. Importantes son sus anotaciones sobre la
concepción empírica de la ética41. Al método de la teoría
económica así concebida dedica también algo su atención,
mezclando ideas de Mill y Dilthey. Afirma: «Las tareas
principales de la ciencia son: 1. Observar correctamente,
2. definir y clasificar bien, 3. encontrar las formas típicas y
explicarlas causalmente»42. Para Schmoller la psicología
juega un papel central, pues, siguiendo a Dilthey, sostiene
que dicha ciencia «es la llave de todas las ciencias del espí-
ritu» y, por tanto, también de la economía43. En esto Durk-
heim, como veremos a continuación, mantiene una posi-
ción contraria. Schmoller completa sus explicaciones
aludiendo al método comparativo, gracias al cual median-
te la inducción pueden alcanzarse verdades de índole gene-
ral, y una vez obtenidas éstas, mediante deducción, se pue-
de completar el sistema de la teoría económica. Para todo
ello es ineludible acudir a la estadística44.
5. Los juristas también ponen su grano de arena en la
elaboración de una ciencia jurídica asentada en un método
sociológico. Además de la obra de Ihering, Der Zweck im
Recht, orientada en la dirección sociologista de la jurispru-
dencia, destaca una pequeña obra de Georg Jellinek dedi-
cada al estudio del «significado éticosocial del derecho, el
delito y la pena»45, que Durkheim, sorprendentemente, cita
tan sólo de pasada, sin darle importancia46. Ya en el prólo-
go de este libro, Jellinek declara algo que debió de ser del agra-
do de Durkheim: que en la ética, en la doctrina del derecho
y del estado, en la teoría de la sociedad, en la economía
política, debe abandonarse el método de la filosofía espe-
culativa y sustituirlo por el método de la «filosofía científi-
40
E. Durkheim, Textes, 1 pág. 158.
41
G. Schmoller (N 39), vol. I, págs. 60 y sigs.
42
Ibíd., vol. I, pág. 101.
43
Ibíd., vol. I, pág. 108.
44
Ibíd., vol. I, pág. 115.
45
Georg Jellinek, Die sozialethische Bedeutung von Recht, Unrecht
und Strafe, Wien, 1878, reimpr. Georg Olms Verlagsbuchhandlung, Hil-
desheim, 1967.
46
E. Durkheim, Textes, 1, pág. 287.
—21—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 22
ca»; por eso, continúa, su estudio tiene «la finalidad de esta-
blecer el concepto científico de lo ético, para desde él llegar
a las cuestiones fundamentales del derecho»47. La ciencia
ha de construirse sobre la objetividad, por lo que es nece-
sario seguir el consejo de Comte: «abandonar los conceptos
abstractos, suspendidos sobre las cosas»48. Dice Jellinek
que frecuentemente confundimos el nombre con la cosa y
realizamos hipóstasis inconscientes49. De esto, a decir que
hay que ir a las cosas mismas, que es un principio esencial
para Durkheim, no hay más que un paso. Para Jellinek, las
ciencias sociales tienen que seguir el mismo método que las
naturales: «recoger hechos, examinarlos, clasificarlos,
inducir a partir de ellos reglas fijas, de estas leyes deducir
otras, analizar lo compuesto, buscar el recomponer las par-
tes singulares en uniones más complicadas»50. Aunque
otorga gran importancia a la psicología, sostiene que «por
encima de la psicología se alza otra ciencia cuyo objeto son
los procesos que se desarrollan en la convivencia de los
individuos»51. Jellinek concibe que la «ciencia social» tiene
por objeto un conjunto de «productos sociales»: «el estado,
la economía, el derecho, el lenguaje, los usos, la religión, el
arte, la ciencia y en lo más alto, la historia». «La sociedad»
como «hecho real de la convivencia y de la cooperación
entre los hombres» forma «la sustancia de la ciencia social,
y aquellas manifestaciones externas son los atributos bajo
los cuales puede ser contemplada. En ese hecho encuentran
las disciplinas particulares su punto de unión común»52.
Todo un enfoque que preludia, sin ninguna duda, la con-
cepción de la sociología y de su método de Émile Durkheim.
6. La obra de Wundt que más llamó la atención de
Durkheim y que consideró que resumía muy bien en el
terreno de la ética el nuevo espíritu científico, fue su Ethik
(1886)53, un voluminoso tratado de casi 600 páginas y
47
G. Jellinek (N 45), págs. V-VI.
48
Ibíd., pág. 4.
49
Ibíd., pág. 5.
50
Ibíd., pág. 9.
51
Ibíd., pág. 10.
52
Ibíd., pág. 11.
53
Wilhelm Wundt, Ethik. Eine Untersuchung der Tatsachen und
Gesetze des sittlichen Lebens, Stuttgart, Verlag von Ferdinand Enke, 1886.
—22—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 23
cuyo subtítulo ya es suficientemente expresivo de la orien-
tación: «investigación de los hechos y leyes de la vida
moral». Wundt se propone, en efecto, y así lo proclama en
el prólogo, construir una ética fundamentada empírica-
mente: eine empirische Begründung der Ethik54, para lo
cual se desmarca de lo que denomina el método «especu-
lativo» y también del método «psicológico», si bien reco-
noce que el método empírico puede y tiene que hacer un
espacio a ambos. Para Wundt la ética es una «ciencia nor-
mativa»55, mas las normas se caracterizan por presentar-
se como «generalizaciones a partir de hechos», por lo cual
el punto de vista fáctico o explicativo es prioritario y ante-
cede a cualquiera otro56. Todo juicio de valor es un
«hecho», y su fundamento auténtico está en la voluntad
humana. El método principal de la investigación ética es
la «observación», tanto en su vertiente interior o subjetiva
propia de la percepción interna, como en la exterior u
objetiva de los fenómenos que se dan en la sociedad y en
la historia. «Del método subjetivo surge una ética de la
reflexión y del sentimiento, que a su vez entran en coli-
sión, y el método objetivo se divide en una ética antropo-
lógica, histórica, jurídica, económica, en la que no faltan
conexiones entre estas especiales ramas»57. En su trabajo
sobre la ciencia positiva de la moral en Alemania, Durk-
heim alaba sobremanera la obra de Wundt. Dice: «Su
método es netamente empírico» y sabe conciliarlo con el
«método especulativo»58. Asimismo, está de acuerdo con
él en que la psicología individual no puede proporcionar
un acceso adecuado al estudio de los hechos morales, sino
sólo la «psicología de los pueblos» (Völkerpsychologie).
Wundt insiste en la necesidad de diferenciar, a la hora de
realizar una investigación fáctica, entre el motivo y la
finalidad, y proclama lo que denomina «la ley de la hete-
rogonía de los fines»59; esta distinción es similar a la de
54
Wundt (N 53), pág. III.
55
Ibíd., pág. 1.
56
Ibíd., págs. 3-4.
57
Ibíd., págs. 10-11.
58
Durkheim, Textes, 1, págs. 298 y sigs.
59
Wundt (N 53), pág. 231: «Con este nombre (das Gesetz der Hete-
rogonie der Zwecke, ley de la heterogonía o heterogeneidad de los fines)
—23—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 24
causa y función, de la que habla Durkheim. Otro aspecto
del parentesco entre ambos autores puede verse en su ten-
dencia común al normativismo. Para Wundt, lo primero
en la moral son las normas; su ética es una ética normati-
vista. Pero, además, es una ética social y empírica, como
ya queda dicho. En Durkheim encontramos un enfoque
muy similar, pues su noción central de los faits sociaux es
planteada en gran parte en términos normativistas.
Para Durkheim, la ética de Wundt supone un doble pro-
greso respecto de las éticas anteriores. Por una parte, rom-
pe con el método del razonamiento deductivo y dialéctico,
basado en la idea de que la moral es algo a lo que se pue-
de llegar mediante el cálculo y el raciocinio, independien-
temente de los hechos; se subraya que la moral tiene su
causa en lo social: «por extraño que pueda parecer, las cos-
tumbres se producen siempre a causa de costumbres o, en
el origen, por prácticas religiosas» —afirma Durkheim
comentando las tesis de Wundt60. Aquí puede verse la simi-
litud con una de las ideas centrales de Les Règles: lo social
viene causado por lo social. Para averiguar los contenidos
de la moral no se puede ir a la lógica, sino que es preciso
ver lo que sucede en la realidad de los hechos sociales,
pues los motivos de las acciones no siempre son raciona-
les: «actuamos sin saber por qué, o las razones que nos
damos a nosotros mismos no son las verdaderas»61. La
ciencia moral, o sea, la sociología para Durkheim, tiene
que descubrirlas. Por otro lado, el segundo aspecto de la
ética de Wundt que supone un progreso es que ha acabado
con la idea de que la ética sea más un «arte» que una cien-
cia, pues aunque los fenómenos morales varíen con las
épocas y los lugares, Wundt ha demostrado que evolucio-
nan de acuerdo a leyes que la ciencia puede determinar62.
queremos designar la experiencia general de que, en el marco de las
acciones humanas voluntarias, las realizaciones de la voluntad siempre
suceden de manera que los efectos de las acciones van más allá, en
mayor o menor medida, de los motivos originarios de la voluntad, y de
esa manera surgen nuevos motivos para acciones futuras, que a su vez
generan nuevos efectos con consecuencias parecidas.»
60
E. Durkheim, Textes, 1, pág. 325.
61
Ibíd., pág. 326.
62
Ibíd., pág. 326.
—24—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 25
7. Pero el que recibe mayores alabanzas es Albert
Schäffle, al que puede considerarse el eslabón intermedio
entre Comte y Durkheim. Éste llegó a decir que con Schäf-
fle la sociología quedó «determinada». Vistas las cosas con
la distancia del tiempo, creo que la obra de Schäffle pue-
de ser considerada aún como un tratado de filosofía
social, si bien se observan notables avances en la dirección
de la sociología que alcanzaría su punto de madurez en el
final del siglo y comienzos del . Schäffle construye
todo su pensamiento sociológico sobre la base de la ana-
logía biologista, siguiendo en ello el consejo de Comte.
Aunque en la segunda edición cambiaría un poco, en el
sentido de hacer menos notoria dicha analogía, no cabe
duda de que su obra está pensada de esa manera. Ya en el
Prólogo a la primera edición de su voluminosa obra mar-
ca el camino a seguir con una espléndida cita de Goethe,
que como es sabido era muy aficionado a la botánica. Dice
así dicha cita: «Todo ser vivo no es algo meramente indi-
vidual, sino una pluralidad; incluso cuando se nos apare-
ce como individuo, es en realidad un conjunto de seres
vivos independientes, que en parte vienen unidos por su
origen y en parte se encuentran después y se unen. Cuan-
to más imperfecta sea la criatura, tanto más iguales o
semejantes serán sus partes, y tanto más se parecerán al
todo; cuanto más perfecto sea el ser, tanto más disímiles
serán sus partes. Y cuanto más semejantes sean entre sí
sus partes, tanto menos estarán subordinadas unas a
otras»63. Esta cita de Goethe al comienzo de la obra de
Schäffle que se titula Estructura y vida del cuerpo social
dice ya muchas cosas, es síntoma de todo un plantea-
miento sociológico con dos tesis centrales: una, metódica,
consistente en tratar al «cuerpo social» como la biología
trata a los «cuerpos orgánicos»; y otra, material, que con-
templa las sociedades como divididas en dos grandes
tipos: las simples, o escasamente desarrolladas, que se
caracterizan por la similitud de sus elementos, esto es, de
los individuos humanos que las componen; y las comple-
jas, o avanzadas, cuya nota característica es la deseme-
63
Cit. por A. Schäffle (N 34), pág. VII.
—25—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 26
janza de los individuos. Ésta es precisamente una de las
ideas centrales de la tesis doctoral de Durkheim, De la
Division du travail social (1893).
No me voy a referir aquí a todos los posibles puntos de
conexión entre Schäffle y Durkheim64. Tan sólo señalaré
algunos aspectos relevantes para Les Règles.
Para Schäffle, la sociedad es «un cuerpo vivo de espe-
cie propia», una «comunidad de naturaleza espiritual (psí-
quica)», «una unión ideal generada por representaciones
y por actuaciones simbólicas y prácticas»65. La sociedad,
pues, es una entidad diferente de los individuos y no per-
tenece al mundo orgánico, sino que tiene una existencia ideal.
Es un «cuerpo» con vida propia, cuya estructura y funcio-
nes recuerdan a las de los organismos biológicos. Es un
todo dotado de «conciencia colectiva» (Collectivbewusst-
sein), la cual se va transmitiendo a través de las genera-
ciones, y que está «formado por elementos básicos fun-
cionalmente diferenciados»66. La conciencia colectiva o
común es algo «más que la suma de las conciencias indi-
viduales». El individuo es resultado de la acción social; la
conciencia individual, una emanación de la colectiva67.
El «cuerpo social» tiene, pues, para Schäffle, una indi-
vidualidad propia, es «un individuo del orden más alto»;
es el más complejo, espiritual y artificioso de todos los
fenómenos vitales68. Por esta razón, necesita una ciencia
especial, que no puede ser ni la ciencia del Estado, ni la
economía, ni la técnica, y ni siquiera la psicología social.
No puede ser otra, dice Schäffle, que la «ciencia social»
(Sozialwissenschaft), entendida como «conexión unitaria
del saber de las especiales disciplinas científico-sociales»69.
Esta «ciencia social» unitaria que abarca las disciplinas
científicas particulares que estudian la realidad social es
la sociología (Soziologie): «sociologie, sociology»70. Una
64
Remito al lector a mi trabajo ya citado (N 35).
65
A. Schäffle (N 34), pág. 1.
66
Ibíd., pág. 3.
67
Ibíd., pág. 12.
68
Ibíd., pág. 17.
69
Ibíd., pág. 17.
70
Ibíd., pág. 54.
—26—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 27
concepción de la sociología que preludia claramente la
mantenida por Durkheim.
En la primera edición de su obra (1875), Schäffle divi-
de la sociología en tres grandes apartados: la «anatomía
social», la «fisiología social» y la «psicología social». En la
segunda edición, cambia los términos, según dice, para
evitar los malentendidos biologistas, pero la sustancia
permanece siendo la misma. La anatomía social se ocupa
del análisis (Zergliederung) de los «componentes forma-
les» de la sociedad; la fisiología social, del análisis de las
«funciones sociales», y la psicología social, del análisis y
explicación (Erklärung) de «los hechos de la conciencia
colectiva»71. Siguiendo la línea biologista, Schäffle clasifi-
ca los fenómenos sociales en «normales» y «patológicos»,
siendo numerosos los pasajes en los cuales hace referen-
cia a esta distinción.
Definidos los caracteres generales de la sociología,
según Schäffle, pasemos ahora a considerar brevemente
cómo ve el método sociológico. Dicho método tiene que
ser empírico: «con el límite de lo empíricamente cognos-
cible se determina también el límite de la ciencia; allí
donde ésta acaba, empieza la poética y la simbología de la
creencia religiosa o filosófica»72. Esta confesión a favor
del dogma fundamental del positivismo, esto es, el recha-
zo de la metafísica y la afirmación incondicional del empi-
rismo, es explícita y contundente. La sociología, como
ciencia empírica que es, sólo conocerá hechos. Este méto-
do sociológico de carácter empírico investiga las «causas»
de los fenómenos sociales, así como los «fines»; es, por
tanto, causalista y teleológico. De las leyes causales dice
Schäffle, con un tono que recuerda a Hume, que son «de
naturaleza hipotética»73. La investigación que él llama
teleológica apunta al análisis funcional74. El método
sociológico también investiga los sentimientos sociales,
que son los que configuran el alma colectiva, la concien-
cia común del cuerpo social. Los sentimientos sociales tie-
71
A. Schäffle (N 34), pág. 19.
72
Ibíd., pág. 85.
73
Ibíd., pág. 68.
74
Ibíd., págs. 63 y sigs.
—27—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 28
nen, según Schäffle, una función determinadora de los
valores, de modo que toda la vida espiritual del cuerpo
social, «también la moral, la religiosidad, el derecho están
enraizados en (…) el mundo de los sentimientos»75. Una
idea que constituirá un verdadero leitmotiv en la obra de
Durkheim, en especial en La Division.
En el Apéndice que Schäffle dedica al método socioló-
gico amplía el cometido de éste: tiene la múltiple tarea de
investigar los hechos sociales, establecer tipos sociales,
conocer la sucesión de los fenómenos y aplicar la teleolo-
gía política76. La terminología empleada no es, desde lue-
go, muy moderna, y tampoco la más adecuada. Pero en su
esquema básico podemos encontrar algunas de las direc-
trices sustanciales del método propugnado por Durkheim.
Lo que más claro resulta es la afirmación, común a
ambos, de que la sociología indaga «hechos»; Thatsachen,
según Schäffle; faits sociaux, para Durkheim. Además, la
sociología tiene que establecer «tipos» sociales, formas de
sociedad, idea que también recorre la obra de Durkheim,
lo que él llama exactamente igual: types sociaux, y tam-
bién «especies» sociales. La sucesión de los fenómenos es
el tercer objetivo. Toda sociología integra una estática y
una dinámica y, dentro de ésta, una teoría del cambio
social. En Durkheim también se halla presente esta idea.
En La Division aborda el problema del cambio de un tipo
poco desarrollado a un tipo muy evolucionado de socie-
dad, y en Le suicide tiene en cuenta los diversos tipos de
sociedad para explicar la mayor o menor integración de
los individuos. Por último, Schäffle exige a la sociología la
aplicación de la «teleología práctica» propia, según dice,
de los métodos políticos; lo cual recuerda a la dimensión
práctica o moral que Durkheim siempre quiso dar a su
sociología. Para el sociólogo francés, esta ciencia no sólo
ha de describir y explicar la realidad, sino que también ha
de sentar las bases del conocimiento para transformarla.
Para Schäffle, la sociología tiene «carácter ético», «corona
su trabajo al asesorar el progreso»77. La dimensión prácti-
75
A. Schäffle (N 34), pág. 129.
76
A. Schäffle, ob. cit., vol. IV, pág. 480.
77
A. Schäffle (N 76), pág. 482.
—28—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 29
ca o ética de la sociología es evidente en Schäffle, igual
que en Durkheim.
Una vez fijados los caracteres generales del método
sociológico, Schäffle desciende más al detalle. Lo primero
que ha de hacer la sociología es investigar «las conexiones
causales de la vida social empíricamente reconocibles».
Primero viene la «observación de los hechos sociales indi-
viduales y de todas las diferencias en el mundo de los
fenómenos sociales. Establecidos los hechos mediante la
descripción individual y en masa, viene la fase de la des-
cripción y, después, la clasificación»78. Así, pues, para
Schäffle el método sociológico es empírico y causalista, ya
que estudia los hechos sociales y sus conexiones causales;
opera mediante la observación, la descripción y la clasifi-
cación. Puede decirse sin ambages que todo esto está cla-
vado en Durkheim.
Continúa Schäffle diciendo que, una vez que se ha con-
seguido el material fáctico mediante la observación, la
descripción y la clasificación, se pasa a la inducción con
objeto de conseguir establecer generalizaciones. Siguien-
do a John S. Mill, alude a los cuatro métodos de inducción
que utilizan los científicos naturales: el método de la gene-
ralización, el de las diferencias, el de los restos y el de las
variaciones concomitantes79.
En cuanto al método de la generalización, Schäffle es
consciente de que, si bien es perfectamente aplicable en
las ciencias naturales, presenta complicaciones en la cien-
cia social. Los instrumentos en ésta deben de ser la histo-
ria comparada, la etnografía y la estadística. Pero será
muy difícil en todo caso llegar a «un resultado completa-
mente seguro y exacto». Tampoco pueden realizarse expe-
rimentos en la sociología. Y lo mismo sucede con los otros
tres métodos señalados.
También dedica algo de atención en el Apéndice a la
patología social, que constituirá un centro de interés de
Les Règles. El objetivo de la patología social es «la des-
cripción sistemática de las formas de las enfermedades»
78
A. Schäffle (N 76), pág. 483.
79
Ibíd., págs. 483-485.
—29—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 30
sociales80. Después de enumerar todos los fenómenos
patológicos que ha ido estudiando a lo largo de su obra,
sostiene: «las formas y funciones sociales mórbidas o
enfermas son atrofias y exageraciones, extremos debilita-
mientos y crecimientos de formaciones y actividades nor-
males; no representan algo completamente nuevo, que sea
ajeno en absoluto a la morfología y a la fisiología del cuer-
po social sano, sino que en gran parte hay que considerar-
las como aberraciones ya sea por el lugar de su aparición,
por el tiempo en que se produce o por la dimensión o gra-
do que alcanzan», las cuales en la terminología de Birchow
se llaman respectivamente «heterotopía», «heterocronía» y
«heterometría»81. Schäffle concluye diciendo que, aunque
son injustas por desenfocadas las acusaciones que se le
hacen de «biologista», no tiene duda de que «un camino
valioso de conocimiento es la analogía biológica»82.
II
8. Todo este conjunto de ideas, que me he limitado a
resumir, constituyó sin duda un patrimonio con el que
Durkheim se encontró cuando aún estaba en plena forma-
ción. A las generalidades que había estudiado en Comte,
Spencer y Mill, se unió la comprobación de que determi-
nadas disciplinas sociales particulares se habían desarro-
llado en Alemania de acuerdo con el método positivis-
ta. Descubrió además en la obra de Schäffle múltiples ele-
mentos de reflexión. De la conjunción de todos estos afluen-
tes, surgiría su obra metódica, Les Règles de la méthode
sociologique. Publicada primero en 1894 en una revista83,
80
A. Schäffle (N 76), pág. 503.
81
Ibíd., pág. 504.
82
Ibíd., pág. 505.
83
Revue philosophique, tomos 37 y 38. Interesa destacar el talante
positivista de esta publicación. Fundada en 1876 por el psicólogo
Ribot, en su primer número declara «venir en ayuda de aquellos que
piensan que para descubrir algo no es suficiente con encerrarse en sí
mismo, suministrando lo que pide ante todo a sus colaboradores:
hechos y documentos.» (pág. 4). Cfr. Jean-Michel Berthelot: «Les règles
de la méthode sociologique ou l’instauration du raisonnement en socio-
—30—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 31
aparecería al año siguiente, en 1895, como libro. Creo que
esta obra presenta ciertos caracteres que es preciso desta-
car. Se concibe a sí misma como una verdadera carta fun-
dacional de la sociología. En crítica permanente a los
«filósofos sociales», en especial Comte y Spencer, se pro-
pone presentar el método de la nueva ciencia, desprendi-
da ya de adherencias metafísicas y, con ello, empezar un
nuevo camino. Es una obra que tiene que ser leída en con-
junción con el resto de los escritos de Durkheim, en espe-
cial la tesis latina sobre Montesquieu, del año 1892, La
Division, del año 1893, y Le Suicide, de 1897. Pero tam-
bién con los escritos juveniles anteriores a estos libros. No
es suficiente conectarla con las obras más conocidas. Y si
se ha lamentado84 el hecho de que los comentaristas de
Les Règles no hayan tenido en cuenta su Montesquieu, no
menos lamentable es que se desconozcan los trabajos
anteriores al que he denominado el «decenio dorado» de
Durkheim, el que va de 1890 a 190085. Pues bien, el dece-
nio anterior a éste, que va del 80 al 90 del siglo , fue
decisivo para la consolidación de las ideas básicas de
Durkheim, y por esa razón sería descabellado prescindir
de su estudio para comprender Les Règles86. Más lejos en
el tiempo cae Les formes eléméntaires de la vie religieuse,
publicado en 1912 y que, según una cierta interpretación,
más que discutible a mi modo de ver, representa un autén-
tico giro de Durkheim en la manera de enfocar la sociolo-
gía. En cuanto a las Leçons de Sociologie, publicadas
en 1950, no podemos saber con precisión de qué año data
la última redacción de la obra, pues ésta constituye el
manuscrito de un curso universitario que Durkheim impar-
tió durante muchos años a partir, según parece, de 1890 y
logie», en E. Durkheim, Les règles de la méthode sociologique, París,
Flammarion, 1988, págs. 7-67, pág. 7.
84
R. König (N 37), pág. 23.
85
Gregorio Robles, Crimen y castigo. Ensayo sobre Durkheim,
Madrid, Civitas, 2001, pág. 14.
86
No parece convincente, por superficial, la afirmación de Steve
Fenton, Durkheim and modern sociology, Cambridge University Press,
Cambridge y cols., 1984, pág. 16: «en la sociología de Durkheim no hay
nada de la dialéctica germana.» ¡Cómo si todo en el pensamiento ale-
mán se redujese a Hegel y a Marx!
—31—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 32
que su autor retomó en los años anteriores a su muerte, que
se produjo en 1917. En todo caso, es razonable la procli-
vidad a entender la obra de un autor como algo unitario o
casi unitario dotado de un sentido general que evoluciona,
pero no cambia drásticamente, a menos que sea manifies-
to ese cambio radical.
9. René König se lamenta de que los comentaristas de
Durkheim apenas paran mientes en explicar el contenido
de la obrita de éste sobre Montesquieu, y llega a decir que
«las “Reglas” existen de dos maneras, una primera como
interpretación de Montesquieu, y una segunda en el libro
de 1894/1895, que suele ser el único citado»87. En mi opi-
nión, el hecho del escaso tiempo que transcurre entre
ambos libros no permite pensar en la existencia de dos
versiones del método sociológico. Creo que la obra sobre
el barón de la Brède anticipa algunos puntos de Les Règles,
y si hay alguna diferencia no es tanto porque se manten-
gan posiciones distintas sino por el mero hecho de que
mientras que la primera es un comentario de otro autor,
en la segunda Durkheim se centra exclusivamente en su
propio pensamiento. Me parece más correcto afirmar sen-
cillamente que el estudio sobre Montesquieu contiene
algunos puntos sobre el método que anticipan lo que poco
después sostendrá en Les Régles88. No obstante, nos deten-
dremos un momento a comentar algo esa obra.
El 3 de marzo de 1893 Durkheim presentó en la Sor-
bona dos tesis doctorales: una, como tesis principal, en
francés, De la division du travail social; y otra, como tesis
complementaria, en latín, que es el estudio sobre Montes-
quieu. Este trabajo aparece impreso en Burdeos en 1892,
va dedicado a Fustel de Coulanges, y lleva por título Quid
Secundatus politicae scientiae instituendae contulerit, o
87
R. König (N 37), pág. 23.
88
Además, ya en 1888 en la lección de apertura del curso de Durk-
heim en Burdeos titulado «Introduction à la sociologie de la famille»
(Annales de la Faculté des lettres de Bordeaux, 10, págs. 257-281, también
en Textes, 3, págs. 9-34) presenta algunos de los rasgos característicos
del método sociológico: la referencia al método experimental indirecto
o comparación, la inducción, las variaciones concomitantes, la necesi-
dad de ir de lo externo a lo interno, la referencia a la demografía, el esta-
blecimiento de tipos sociales, la diferencia entre arte y ciencia.
—32—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 33
sea, «Lo que Secondat aportó a la fundación de la ciencia
política». En 1937, veinte años tras la muerte de Durkheim,
se publica la traducción francesa a cargo de M. F. Alengry,
a la que se achaca, ignoro si con razón o sin ella, el haber-
se tomado excesivas libertades. Treinta años más tarde
aparece la segunda traducción a cargo de Armand Cuvi-
llier, con el título La contribution de Montesquieu à la
constitution de la science sociale89. El traductor advierte
sobre algunas expresiones y palabras. Así, scientia politica
lo traduce science sociale; civitas, dependiendo del contex-
to, cité, État, régime politique o société; mores puede ser
moeurs, moralité, coutumes; populi consensus lo convierte
en solidarité sociale.
En la biografía intelectual de Durkheim parece existir
una solución de continuidad entre sus trabajos de la déca-
da de los 80 y los de la década de los 90. Simplificando algo
las cosas, puede decirse que mientras que la primera está
marcada por una rotunda admiración hacia el pensamien-
to sociológico alemán, la segunda comienza con una rei-
vindicación francesa de la sociología. Es imaginable que
alguien pudo aconsejar al joven investigador aspirante a
una cátedra en la Universidad. Creo razonable conjeturar
que es dentro de este giro hacia lo francés como hay que
entender su tesis latina. Escuchemos al propio Durkheim
estas palabras que suenan también a reproche a sí mismo:
«Olvidadizos de nuestra historia, hemos adoptado el hábito
de considerar la ciencia social como extraña a nuestras
costumbres y al espíritu francés. El hecho de que ilustres
filósofos que han escrito recientemente sobre estas mate-
rias hayan brillado en Inglaterra y en Alemania, nos ha
hecho olvidar que esta ciencia ha nacido primero entre
nosotros»90. Esto da la impresión de una confesión en toda
89
E. Durkheim, Montesquieu et Rousseau – Précurseurs de la socio-
logie, con «nota introductoria» de Georges Davy, Librairie Marcel
Rivière et Cie, París 1966. El libro, además del estudio sobre Montes-
quieu, contiene otro titulado «Le “contrat social” de Rousseau». Fue
redactado por Durkheim a continuación de un curso que impartió
sobre el mismo tema en la Universidad de Burdeos. Publicado la pri-
mera vez por Xavier Léon en la Revue de Métaphysique et de Morale,
tomo XXV, 1918, págs. 1-23.
90
Durkheim (N 89), págs. 25-26, cursivas mías.
—33—
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regla, con el acto de contrición consiguiente. El Durkheim
volcado en los autores alemanes de la década anterior
parece ahora arrepentirse de su pasado.
Entre los escritores franceses del siglo , que tanto
alaba Durkheim, corresponde al autor de L’Esprit des lois
el mérito de haber «establecido los principios de la nueva
ciencia»91. El Montesquieu de Durkheim es, por tanto, un
acto de reconocimiento e incluso de exaltación de la cien-
cia social francesa como pionera de la sociología moder-
na. En cuanto al problema del método, esta obrita ade-
lanta algunos puntos de Les Règles, ya sea apoyándose en
las tesis del barón de la Brède, ya criticándolas o depu-
rándolas de la ganga filosófica que llevan.
Dice Durkheim que, aunque en L’Esprit des lois su autor
no ha tratado de todos los hechos sociales, sino tan sólo de
un género de ellos, las leyes, el método que emplea es váli-
do para las demás instituciones sociales92. Reconoce las
deficiencias del método que emplea, pero subraya que
«Montesquieu hizo que la nueva ciencia tomara conciencia
de su objeto, de su naturaleza y de su método, y preparó las
bases para su constitución»93. Aprovecha Durkheim el
comentario sobre el clásico para sostener que el objeto de
la nueva ciencia son «las cosas sociales» y que, a diferen-
cia de los filósofos y los «escritores políticos», aquélla
investiga lo que son las instituciones y los hechos sociales
y no lo que deben ser94. La ciencia va «a las cosas», mien-
tras que la filosofía social y política intenta entender la rea-
lidad social a partir de la «condición humana», lo que le
hace caer fácilmente en el voluntarismo95. Enfatiza la idea
de que la ciencia social tiene que defender su autonomía o
independencia, definiendo su propio objeto de tal manera
que no pueda confundirse con el objeto de otras ciencias.
Y tampoco ha de preocuparse prioritariamente de la utili-
dad, lo cual es algo que corresponde al «arte», siendo cier-
to que a éste le presta una ayuda «tanto más eficaz cuanto
91
Durkheim (N 89), pág. 26.
92
Ibíd., pág. 27.
93
Ibíd., pág. 28.
94
Ibíd., págs. 29-30.
95
Ibíd., pág. 31.
—34—
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más separada esté de él»96. «La ciencia social, al repartir
las diversas sociedades humanas en tipos y en especies, no
puede hacer otra cosa que describir lo que es la forma
normal de la vida social en cada especie por la simple
razón de que describe la especie tal como es: pues todo lo
que pertenece a la especie es normal, y todo lo que es nor-
mal es sano»97. La primera tarea de la ciencia es «describir
los tipos» para, a continuación, «interpretar las cosas» de
acuerdo con la ley de causalidad, que es la ley que gobier-
na «las demás partes del universo»98.
Durkheim reprocha a Montesquieu el intentar extraer
de dos fuentes las leyes que rigen las cosas sociales: de la
naturaleza humana y de la sociedad. Para Durkheim sólo
hay una fuente de las instituciones y de los hechos socia-
les: la vida social misma. Por eso dice que «Montesquieu,
aunque instaura una nueva manera de ver, se queda (…)
prisionero de una concepción anterior»99. No obstante,
agrega, tiene el gran mérito de someter los hechos a una
«interpretación racional», pues su definición de las leyes
(«Les lois, dans la signification la plus étendue, sont des
rapports nécessaires qui dérivent de la nature des cho-
ses») «abarca no sólo a las leyes de la naturaleza sino tam-
bién a las que rigen las sociedades humanas»100.
En Montesqueiu encuentra Durkheim todo un plantea-
miento de morfología social explicativa de las leyes y
demás instituciones sociales101, así como un avance del
método comparativo, especialmente en el campo del dere-
cho comparado102. Mas le reprocha que aún quedan en él
demasiadas huellas del método filosófico deductivo103,
siendo así que la ciencia social sólo puede ofrecer resulta-
dos satisfactorios mediante el «método experimental»104.
96
Durkheim (N 89), págs. 34-35.
97
Ibíd., pág. 35.
98
Ibíd., págs. 37-38.
99
Ibíd., pág. 54.
100
Ibíd., pág. 75.
101
Ibíd., pág. 81.
102
Ibíd., págs. 96-97.
103
Ibíd., pág. 99.
104
Ibíd., págs. 95-96.
—35—
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10. Les Règles posee una estructura muy sencilla. Des-
pués de dos prólogos, que corresponden a las dos edicio-
nes de la obra (1895 y 1901) y una breve introducción jus-
tificativa, vienen seis capítulos, el primero de los cuales se
dedica al objeto de la sociología (los hechos sociales) y los
otros cinco a establecer sus reglas metódicas (todos llevan
en el título la palabra «reglas»); termina el libro con una
«conclusión» en la que se destacan los caracteres genera-
les del método. Aquí, con objeto de facilitar al lector la
tarea, me guiaré prácticamente por el mismo orden.
11. La delimitación de una ciencia respecto de las
demás depende de que se concreten dos aspectos básicos:
su objeto y su método. El objeto de la sociología, para
Durkheim, son los hechos sociales. Es, pues, lógico que se
cuestione: ¿Qué es un hecho social?
Para la mentalidad positivista, todas las ciencias, salvo
la matemática, estudian hechos o fenómenos que tienen
lugar en la realidad y que son comprobables empírica-
mente. La ciencia positiva es, por su propia naturaleza,
empirista; ese es su postulado básico. Ahora bien, no
todos los hechos son iguales en sus caracteres peculiares;
y de esa desigualdad deriva la necesidad de clasificarlos,
lo que da pie asimismo a la clasificación de las ciencias.
Desde luego, a Durkheim no le preocupa delimitar los
hechos sociales respecto de los hechos astronómicos o de
los químicos, pues su diferencia salta a la vista. Su objeto
de análisis diferenciador se dirige a aquellos hechos que
son más próximos, concretamente a los hechos biológicos
y a los psicológicos, cuyo protagonista es también el ser
humano. Sigue en ello el consejo de Comte consistente en
apoyarse en las ciencias ya constituidas que estén más
próximas en el tiempo. Son sociales aquellos hechos que,
siendo de ellos protagonista el hombre, no son ni biológi-
cos ni psicológicos. El concepto de «hechos sociales» en
Durkheim tiene, por tanto, carácter residual: son hechos
que aparecen en la sociedad y cuyos caracteres les hacen
distintos de los que estudian las otras ciencias de la natu-
raleza105. La sociología es una ciencia de la naturaleza
105
Règles, pág. 3.
—36—
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más, junto a otras, cuyo objeto (los hechos sociales) es dis-
cernible por los caracteres que les son propios.
El problema se desplaza entonces a saber cuáles son
esos caracteres específicos de los hechos sociales. La cues-
tión fundamental radica en determinar dichos caracteres
de manera tan clara que puedan separarse los hechos socia-
les de los psíquicos. Pues todo lo que sucede en la sociedad
sucede porque hay individuos que actúan o forman parte de
una determinada estructura (clase social, grupo de poder,
profesión, etc.). Si es difícil separar la sociedad de los indi-
viduos que la componen, tendrá dificultades la tarea de dis-
tinguir el hecho social del hecho psíquico.
La dificultad aumenta desde el momento en que se per-
cibe la existencia de tipos diversos de hechos sociales.
Durkheim hace alusión, de manera algo confusa, a dos
tipologías diferentes, cuya relación no aclara.
La primera tipología que establece clasifica los hechos
sociales en dos grupos: las «creencias y prácticas consti-
tuidas», por una parte, y las «corrientes sociales», por otra.
La segunda tipología los divide en «maneras de actuar» y
«maneras de ser». Consigue así una caracterización dema-
siado elástica del concepto106.
La clasificación primera viene determinada por el gra-
do de consolidación o fijación que hayan alcanzado los
hechos. Así, tenemos los que podemos llamar hechos
sociales «cristalizados» en fórmulas más o menos fijas,
como las normas jurídicas, las costumbres y los conven-
cionalismos sociales (este conjunto formarían las «creen-
cias y prácticas constituidas»); y, en segundo lugar, tene-
mos las «corrientes sociales», como son los fenómenos de
entusiasmo colectivo, indignación, exaltación, piedad, etc.,
que se producen en una asamblea de personas107. Los pri-
meros tienen, podemos decirlo así, carácter normativo,
son normas de distinto género, que pueden ser agrupadas
bajo el rótulo general de «normas sociales»108. Los segun-
106
Otra forma de verlo es la de Parsons: «a conveniently elastic
concept».
107
Règles, pág. 6.
108
Gregorio Robles, Sociología del Derecho, 2.ª ed., Madrid, Civitas,
1997, págs. 93 y sigs.
—37—
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dos son fenómenos colectivos que pueden ser denomina-
dos también, algo impropiamente, «movimientos sociales
espontáneos».
La segunda clasificación se relaciona con la distinción,
propia también de la sociología de Comte y de Schäffle,
entre fisiología o dinámica y anatomía o estática. Si se
adopta el punto de vista dinámico, los hechos sociales son
«maneras de actuar», modos de la acción social. Si se tie-
ne en cuenta la perspectiva estática, son «maneras de ser»,
como por ejemplo la densidad y distribución de la pobla-
ción, las vías de comunicación, los aspectos organizativos
de toda sociedad. Ahora bien, la prioridad corresponde a
las «maneras de actuar» pues, según declara Durkheim
paladinamente, las «maneras de ser no son sino maneras
de actuar consolidadas»109. Durkheim amplía el concepto
y habla de «maneras de actuar, de pensar y de sentir»110.
Para simplificar permítaseme sintetizar los tres elementos
en una fórmula homogénea: «maneras de hacer», que ade-
más es justo la fórmula que acaba utilizando Durkheim al
dar su definición de «hecho social» al final del capítulo I
de Les Règles. El «hacer» comprende tanto el actuar, como
el pensar y el sentir, es un verbo genérico de contenido
semántico amplio.
Si cruzamos las dos clasificaciones propuestas por
Durkheim, cosa que éste no hace pero bien podría haber
hecho, resultará que hay maneras de hacer consolidadas y
no consolidadas, y maneras de ser consolidadas y no con-
solidadas.
Una manera de hacer consolidada puede ser, por ejem-
plo, la norma del código civil que obliga a pagar las deudas,
o la norma social que impone el saludo chocando las manos.
Un ejemplo de manera de hacer no consolidada podría ser
un determinado modo de hablar entre la gente joven que
aún no haya alcanzado un grado notable de aceptación.
Respecto de las maneras de ser, podemos pensar que se
produce consolidación cuando hay un grado elevado de
permanencia; así, por ejemplo, las ciudades constituyen
109
Règles, pág. 13: «ces manières d’être ne sont que des manières
de faire consolidées».
110
Ibíd., pág. 5: «manières d’agir, de penser et de sentir».
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02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 39
núcleos de población bastante estables. Una manera de
ser en proceso de consolidación sería aquella de la que no
se puede aún predicar esa estabilidad, sino que se encuen-
tra en proceso de formación.
Como ya hemos quedado que, para Durkheim, las
maneras de hacer constituyen las formas básicas de los
hechos sociales, y que las maneras de ser no son sino una
derivación de éstas, podemos decir que los hechos socia-
les primigenios, característicos, son las maneras de hacer.
Éstas, en un primer estadio de su evolución, se presentan
no consolidadas, pero después se solidifican en «maneras
de hacer cristalizadas».
Así las cosas, hay que preguntarse: ¿qué es una «mane-
ra de hacer»? La respuesta no puede ser sino que es una
pauta para la acción, entendiendo esta palabra en sentido
amplio, que engloba el actuar, el sentir y el pensar. Cuan-
do esa pauta se generaliza dentro de un grupo social y
adquiere un cierto grado de fijeza o cristalización, nos
encontramos con que se transforma en una norma. Sean
de carácter jurídico, religioso, moral, o de cualquiera otra
clase, son simplemente normas sociales. Cuando las pau-
tas aún están en proceso de consolidación, aunque no
alcancen la categoría de normas, sí lo son en potencia.
Son normas sociales in fieri.
Ahora bien, hay «corrientes sociales» que nunca alcan-
zarán ningún grado de consolidación y que por otro lado
tampoco tienen el carácter obligatorio de las normas,
como por ejemplo sucede si, en medio de una aglomera-
ción, alguien grita: ¡Fuego! Se produce entonces un fenó-
meno de pavor colectivo que, sin duda tiene carácter
social, pero que no tiene naturaleza normativa. Me parece
que este tipo de fenómenos, aunque Durkheim alude a
ellos, no ocupan su atención. Ésta se centra en las normas
sociales, que pasan a ser el centro principal de su interés
a la hora de describir los caracteres generales de los
hechos sociales en Les Règles así como en los análisis que
lleva a cabo en La division du travail social. Lo cual con-
trasta con Le Suicide, obra en la cual los hechos sociales
son simplemente datos estadísticos.
12. Teniendo en cuenta la variedad fenoménica que se
esconde bajo la expresión «faits sociaux», pasamos ahora
—39—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 40
a enumerar los caracteres que Durkheim les adscribe. Son
realidades objetivas, exteriores al individuo, por tanto, no
son hechos individuales, están dotados de un poder impe-
rativo y coercitivo, y tienen carácter general. Son, pues,
sus notas peculiares las siguientes: objetividad, exteriori-
dad, imperatividad y generalidad.
A) Objetividad. Los hechos sociales constituyen una
realidad dada de antemano al observador, y no una cons-
trucción de éste. Por esta razón, son susceptibles de ser
observados. Esta característica subyace a la regla primera
del método, que después comentaremos: «tratar los
hechos sociales como cosas». Así, el observador se sitúa
frente al objeto observado que son los hechos sociales, los
cuales tienen una entidad objetiva, independiente de
aquél. Según Parsons, conviene distinguir entre «hechos»
y «fenómenos»; el hecho sería «una proposición sobre
fenómenos», mientras que el fenómeno constituiría «una
entidad concreta realmente existente»111. Y König añade
que a ambas categorías habría que añadir una tercera: la
de los datos112. Ambas opiniones, sin embargo, no son sino
construcciones interpretativas que se alejan de los propios
textos de Durkheim. Apuntan a la necesidad de superar el
positivismo descriptivista, en el cual se mueve básicamen-
te el padre de la sociología francesa, y en ello llevan razón,
pero creo que no la tienen en sostener que Durkheim
mantuviera esa postura.
B) Exterioridad. Los hechos sociales son realidades
que, además de ser objetivas, «existen fuera de las con-
ciencias individuales». Me encuentro con deberes que me
vienen impuestos desde fuera, con prácticas religiosas que
ya las tengo establecidas al nacer, y lo mismo sucede con
111
T. Parsons, The Structure of Social Action, 2.ª ed., Illinois, Glen-
coe, 1949, pág. 41: «The distinction between a fact, which is a proposi-
tion about phenomena, and the phenomena themselves, which are con-
crete, really existent entities, will, if kept clearly in mind, avoid a great
deal of confusion». Cit. por R. König (N 37), pág. 39.
112
R. König (N 37), pág. 39: «Von den soziologischen Tatbeständen
und den Phänomenen sind noch die Daten oder Fakten zu unterschei-
den». Esta singular interpretación le permite a König traducir faits
sociaux como soziologische Tatbestände, y no como soziale Tatsachen,
que en mi opinión es lo apropiado.
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el lenguaje para expresarme, el sistema monetario o las
prácticas habituales que rigen en mi profesión. Todo eso,
no lo he elegido yo personalmente, sino que me lo encuen-
tro fuera de mí, ya hecho, y tan sólo me queda aceptarlo y
acomodarme a esas pautas de conducta113. Esta caracte-
rística de ser los hechos sociales exteriores al individuo
permite comprender la diferencia entre la sociología y la
psicología. Mientras que ésta se centra en la investigación
de los fenómenos que tienen su lugar en la conciencia
individual, la sociología vierte sus esfuerzos en la investi-
gación de los fenómenos propios de la «conciencia colec-
tiva». Esta expresión, y otras similares, como «conciencia
común» o «alma colectiva», las emplea Durkheim con fre-
cuencia en sus obras, sobre todo en las del «decenio dora-
do»; lo que le ha valido serias críticas que le achacaban
haber caído en una especie de ontologismo social. Por eso,
en el prólogo a la segunda edición de Les Règles pone especial
cuidado en aclarar el alcance de sus tesis. Reconociendo
que los individuos «son los únicos elementos activos»114, y
que la sociedad no está compuesta prácticamente sino por
individuos, sostiene que aquélla constituye una «síntesis
sui generis» en la que aparecen «fenómenos nuevos, dife-
rentes de los que tienen lugar en las conciencias solita-
rias»115. Este salto de lo individual a lo colectivo es similar
a otros fenómenos que suceden en el mundo natural. Las
partículas minerales que componen la célula generan, al
unirse, una realidad distinta a ellas mismas: la célula. Los
componentes del bronce, o sea, el cobre, el estaño y el plo-
mo, son extraños a aquel y carecen de su dureza, pero al
unirse lo producen. Ni el oxígeno ni el hidrógeno son agua,
mas combinados en determinadas proporciones, generan
113
Dice Berthelot (N 83), pág. 14, que el punto de partida en este
razonamiento es el sujeto, por lo que recuerda a Descartes y es posible
hablar entonces de «una suerte de cogito sociológico». Si me encuentro
con que yo no he participado en la creación de todas esas normas que
debo cumplir, parece evidente que tienen una existencia exterior a mí,
objetiva, lo que viene a ser lo mismo que afirmar la realidad de las
cosas sociales como independiente de los fenómenos individuales
internos.
114
Les Règles, pág. XVI, en nota a pie de página.
115
Ibíd., págs. XVI-XVII.
—41—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 42
la aparición de esta última. Para Durkheim, si estos fenó-
menos de salto cualitativo o de cambio de naturaleza se
producen en otros «reinos», como le gusta decir a él, no
tiene que haber obstáculo para aceptar que lo mismo suce-
de en el «reino social»: sus componentes son los indivi-
duos; pero al unirse éstos, aparece una nueva realidad, un
ente diferente a ellos, que no es otro que la sociedad.
La sociología, que para Durkheim es una ciencia más
de la naturaleza, tiene su objeto en esa nueva realidad
natural que es la sociedad, y por ese motivo el método
sociológico ha de tener los caracteres generales del méto-
do que emplean las ciencias positivas naturales, si bien
adaptados al objeto más complejo de todos, que es la
sociedad. Los hechos sociales, en definitiva, «tienen otro
sustrato» que los psíquicos, aunque reconoce que también
son «psíquicos en cierta manera ya que consisten todos en
maneras de pensar y de actuar»116.
Estas afirmaciones de Durkheim hay que entenderlas,
en gran parte, en relación con la polémica que mantuvo
con Gabriel Tarde (1843-1904), quien criticó la concep-
ción biologista de la sociología y sostuvo una perspectiva
individualista y, por tanto, la necesidad de entender los
fenómenos sociales como realidades que tienen su origen
y explicación en la psicología. Para Tarde, el hecho funda-
mental que explica los hechos sociales es la imitación, la
cual produce un fenómeno comunicativo entre los seres
humanos. No se puede entender nada de lo que sucede en
la sociedad si no se tienen en cuenta la innovación de los
individuos creadores y la imitación de las acciones; éstas,
al repetirse, adquieren un sentido social117.
C) Imperatividad. Los hechos sociales, para Durkheim,
están «dotados de un poder imperativo y coercitivo», que
hace que se impongan al individuo, «lo quiera éste o
no»118. Vienen respaldados por una presión que, aunque
no la notemos, siempre está presente, como el aire que
116
Les Règles, pág. XVII.
117
Véase el resumen que presenta R. A. Jones, The Development of
Durkheim’s Social Realism, Cambridge, Cambridge University Press,
1999, págs. 258-268.
118
Les Règles, pág. 4.
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respiramos, que también ejerce una presión aunque no
seamos capaces de notarla en todo momento. Esa presión
social se transforma en coacción efectiva cuando nos opo-
nemos a las formas de hacer que la sociedad nos impone.
Cuando sucede tal cosa, aparece la sanción, que tiene gra-
dos y caracteres diferentes.
Esta nota de la imperatividad cuadra perfectamente
con todas las maneras de hacer que, como hemos dicho,
pueden ser calificadas como normas sociales. En efecto,
Durkheim cita como ejemplos paradigmáticos las «nor-
mas jurídicas» (règles du droit), las «máximas puramente
morales» (maximes purement morales)119, y las «conven-
ciones del mundo» o de la gente (conventions du mon-
de)120. Todas estas normas son hechos sociales que existen
fuera de mí y que se me imponen permanentemente con
una presión que siento y que se me hace muy tangible
cuando se me ocurre infringirlas, pues entonces el grupo
social reacciona contra mí de un modo más o menos
intenso, más o menos organizado.
Ahora bien, la presión social no sólo aparece bajo estas
formas normativas cristalizadas121, sino también en forma
de «corrientes sociales». En un partido de fútbol, por
ejemplo, me veo arrastrado por los sentimientos que
expresan las masa de los espectadores. No cabe duda de
que aquí el fenómeno es muy distinto del mundo de las
normas sociales.
El poder de coerción externa constituye, para Durk-
heim, el elemento decisivo para reconocer la existencia de
119
Obsérvese la formulación: «máximas puramente morales», en
atención a que para Durkheim el derecho forma parte también de la
moral social.
120
Les Règles, págs. 4-5. La versión alemana traduce de manera no
literal, pero probablemente más acertada en cuanto a lo que quiere
decir Durkheim: convenciones de la sociedad.
121
Por esa razón no se puede afirmar tajantemente, como hace
Giddens («Introduction: Durkheim’s writings in sociology and social
philosophy», en E. Durkheim: Selected Writings, 1972, págs. 1-50, pág. 33),
que la característica distintiva de los hechos sociales sea «su carácter
obligatorio». Esto cuadra con las normas, pero no con los hechos
sociales que no son normas. Sin embargo, sí es cierto que la sociología
de Durkheim se centra básicamente en la sociología de las normas.
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un hecho social122. A su vez, dicho poder es perceptible,
bien por la presencia de una sanción determinada, bien
por la resistencia que ofrece a la innovación individual123.
Sin embargo, Durkheim reconoce que hay hechos sociales
que no pueden caracterizarse adecuadamente tan sólo por
medio de la presencia de una presión social, sea ésta
directa o indirecta, por lo que hay que acudir al último de
los caracteres mencionados: la generalidad.
D) Generalidad. En este punto se muestra Durkheim
algo contradictorio. Por una parte, nos dice, que «no es su
generalidad lo que puede servir para caracterizar a los
fenómenos sociológicos», sino que «lo que los constituye,
son las creencias, las tendencias, las prácticas del gru-
po»124, esto es, su carácter colectivo. Si son generales se
debe a que son colectivos, y no al revés. Claro está que
decir que un hecho social es «colectivo» es lo mismo que
decir que es social, lo cual es volver al punto de partida.
Durkheim sugiere que la mera repetición de actos no
constituye un hecho social en sí mismo. «Un pensamiento
que se encuentra en todas las conciencias particulares, un
movimiento que repiten todos los individuos no son por
eso hechos sociales»125. Por ejemplo, el acto concreto de
matarse una persona a sí misma, no es un hecho social,
sino un hecho individual o particular. Pero, por otro lado,
admite que el suicidio aparece en las sociedades civiliza-
das y, en cuanto colectivo, se presentan como algo gene-
ral. Así, en la sociedad contemporánea que él estudia en
Le Suicide aparece el fenómeno general del suicidio, que
es mensurable, año tras año, mediante la estadística, que
establece tasas de suicidio. Los hechos individuales
adquieren carácter social cuando se presentan como gene-
122
Comenta Georges Davy, L’homme, le fait social et le fait politique,
París, Moutons Éditeur, 1973, pág. 27 que la coacción, más que la esen-
cia del hecho social, es el signo externo característico por el que se
reconoce la existencia de éste. No obstante, aunque es cierto que por la
coacción externa se reconoce el hecho social, no lo es menos que todo
fenómeno social conlleva, según Durkheim, la presencia más o menos
manifiesta de la presión o constricción social.
123
Les Règles, pág. 11.
124
Ibíd., pág. 8.
125
Ibíd., pág. 8.
—44—
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rales, esto es, como permanentes en un determinado tipo
de sociedad. Las tasa de natalidad, de nupcialidad, de sui-
cidio, representan otros tantos hechos sociales.
Si se tienen en cuenta las precisiones precedentes, creo
que se comprenderá bastante bien la fórmula que Durk-
heim da al final del capítulo I de Les Règles: «Es hecho
social toda manera de hacer (manière de faire), fijada o no,
susceptible de ejercer sobre el individuo una coacción
exterior; o también, que es general en el marco de una
sociedad dada, teniendo una existencia propia, indepen-
diente de sus manifestaciones individuales»126. La prime-
ra parte de la definición se acompasa perfectamente con
el concepto de normas sociales, que son las maneras de
hacer fijas, y las corrientes sociales, que son las maneras
de hacer no fijas; la segunda enlaza mejor con los fenó-
menos estadísticamente expresables en tasas o porcenta-
jes. No hay en Durkheim propiamente un concepto homo-
géneo de «hechos sociales», sino más bien dos.
13. Una vez delimitado el objeto de la sociología (los
hechos sociales), Durkheim pasa a exponer las que consi-
dera propiamente reglas del método sociológico.
El capítulo segundo de Les Règles lo dedica a las reglas
relativas a la observación de los hechos sociales. Se entien-
de que el sociólogo es el observador y los hechos sociales,
la materia observada. La cuestión entonces está en saber
cómo ha de conducirse dicha observación para que sea
auténticamente científica. Pues junto a la observación
científica, hay una vulgar, que es la que cualquier persona
puede realizar.
La regla fundamental para la observación sociológica
es «considerar los hechos sociales como cosas»127.
La palabra «cosa» tiene un amplia tradición filosófica,
y se la ha empleado en contextos y con sentidos muy dife-
rentes. Ya Lucrecio la empleó al referirse a la natura
126
Les Règles, pág. 14: «Est fait social toute manière de faire, fixée
ou non, susceptible d’exercer sur l’individu une contrainte extérieure;
ou bien encore, qui est genérale dans l’étendue d’une société donnée
tout en ayant une existence propre, indépendante de ses manifestations
individuelles.»
127
Ibíd., pág. 15: «comme des choses».
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rerum; Montesquieu habla de las leyes que se derivan de
la naturaleza de las cosas; y, en el siglo XX, el término hace
furor en la filosofía jurídica alemana de la posguerra, bajo
la expresión Natur der Sache (naturaleza de la cosa). Unas
veces ha tenido la palabra «cosa» una significación meta-
física, otras ética, y otras naturalista. No vamos a entrar
ahora en ello. Nuestra cuestión es: ¿qué quiere decir
Durkheim al emplearla, y además precisamente en la
regla fundamental del método que propone? Él mismo
nos da la solución.
Para Durkheim, tratar los hechos sociales como cosas
es lo mismo que tratarlos como datos, esto es, como reali-
dades dadas de antemano al observador y en las cuales éste
no interviene sino pasivamente, esto es, justo como obser-
vador: los hechos sociales, dice Durkheim, «son el único
datum ofrecido al sociólogo. Cosa es, en efecto, todo lo que
es dado, todo lo que se ofrece o, más bien, se impone a la
observación. Tratar los fenómenos como cosas, es tratarlos
en calidad de data que constituyen el punto de partida de
la ciencia»128. El observador sociólogo ha de situarse ante
los fenómenos sociales lo mismo que el entomólogo lo
hace ante los insectos que investiga, igual que el astróno-
mo que contempla el movimiento de los astros, o el médi-
co que examina el tejido canceroso. El hecho social es un
dato, algo dado de antemano al observador; éste ha de limi-
tarse a verlo como realmente es, sin introducir sus propias
opiniones, sus ideales o sus temores en la observación que
realiza. Tratar los hechos sociales como cosas es tratarlos
como objetos, es decir, objetivamente.
Ya en su tesis latina sobre Montesquieu (1892) había
expresado Durkheim esta regla metódica propia de cual-
quier ciencia: «Todo lo que es materia de ciencia consiste
en cosas que poseen una naturaleza propia y estable y son
capaces de resistir a la voluntad humana»129. O, dicho de
128
Les Règles, pág. 27.
129
E. Durkheim (N 89) pág. 41. Durkheim critica a Montesquieu
en razón de que su noción de «naturaleza de las cosas» todavía se
encuentra anclada en el método deductivo. Cfr. el comentario de Carlo
Montaleone, Biologia sociale e mutamento.Il pensiero de Durkheim,
Milán, Franco Angeli Editore, 1980, págs. 19 y sigs.
—46—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 47
otra forma, los hechos sociales no dependen de las nocio-
nes ni de la intención que tengan los sujetos que los con-
templan. Son realidades independientes de los sujetos. Por
eso hay que considerarlos como cosas u objetos «desvin-
culados de los sujetos conscientes que se los represen-
tan»130. Toda intromisión de representaciones enturbia la
observación objetiva y, por tanto, pudre ya en su comien-
zo el proceso de conocimiento científico.
De esta regla fundamental que impone considerar los
hechos sociales como cosas, extrae Durkheim importantes
consecuencias o «corolarios inmediatos»:
Primer corolario: «es preciso descartar sistemática-
mente todas las prenociones»131. A las cosas nos acerca-
mos con nociones previas. No puede ser de otra manera,
pues el ser humano necesita orientarse ante todo lo que le
rodea, y para ello se hace una idea, que podrá estar equi-
vocada, pero que es con la que se maneja a falta de otra
mejor. Esto es así tanto respecto del hombre individual,
como también respecto de los pueblos. Tener prenociones
es una necesidad vital para enfrentarnos al mundo que
nos rodea. Ahora bien, desde el momento en que un con-
junto de fenómenos se transforma en objeto de ciencia, se
ha de saber dejar de lado las prenociones, «los conceptos
groseramente formados»132. Pero no sólo eso, el sociólogo
ha de saber sustituir la reflexión que acompaña a las pre-
nociones, y que puede llegar a construir bellos edificios
especulativos, por el conocimiento verdaderamente cien-
tífico, basado en la observación objetiva, la descripción
del fenómeno observado y la explicación del mismo.
Observación, descripción y explicación son las tres funcio-
nes del método científico que rompe así con el «análisis
ideológico» (analyse idéologique), esto es, aquel que se
recrea en el juego de las ideas sin conexión rigurosa con la
realidad fáctica.
El método «ideológico» no puede conducir a resulta-
dos objetivos, sino que en el mejor de los casos sirve para
la práctica de la vida, para lo que en esa época se solía lla-
130
Les Règles, pág. 28.
131
Ibíd., pág. 31.
132
Ibíd., pág. 15.
—47—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 48
mar el «arte». Durkheim lo denomina así efectivamen-
te133. «Arte» y «ciencia» son dos formas de enfrentar la
realidad. El primero está basado en nociones comunes
dirigidas a la práctica que, aunque pueden estar en con-
traste con lo alcanzado por la ciencia, a veces siguen fun-
cionando en la vida real como algo útil134.
Si el método ideológico o especulativo se halla presen-
te en las ciencias de la naturaleza, cualquiera puede ima-
ginar lo que sucede en el campo de las ciencias sociales.
Al no ser las «cosas sociales» sino obra del propio hombre,
no parecen sino que sean la mera puesta en práctica de
determinadas ideas. Así, serían estas ideas, producto a su
vez de la voluntad del ser humano, las que constituirían la
materia de investigación, y no las cosas en sí mismas. «La
organización de la familia, del contrato, de la represión,
del Estado, de la sociedad aparecen así como un simple
desarrollo de las ideas que tenemos sobre la sociedad, el
Estado, la justicia, etc. En consecuencia, estos hechos y
sus análogos parecen no tener realidad más que en y por
las ideas (…)»135. Ésta es la razón de que la sociología se
encuentre ante dificultades tan grandes para constituirse
como una verdadera ciencia, y no como simplemente una
«filosofía social» de naturaleza especulativa.
Hay ramas de la sociología en las que ese carácter ideo-
lógico es especialmente acusado136. Según Durkheim,
éstas son la moral y la economía política. Hay que tener
en cuenta que Durkheim integra dentro de la sociología,
como ramas de la misma, todas las ciencias sociales, es
133
Les Règles, pág. 16.
134
Esta contraposición entre «arte» y «ciencia» puede verse también
en algunos juristas «sociologistas» de la época que oponen la jurispru-
dencia, que sería para ellos un arte, y la ciencia jurídica que, para serlo
de verdad, debe abandonar los métodos exegéticos de la jurisprudencia
y sustituirlos por el estudio de la realidad social del derecho. A pesar de
que nieguen carácter científico a la jurisprudencia, no por eso niegan su
utilidad. De hecho, el mundo jurídico apenas podría funcionar sin el apo-
yo del conocimiento exegético del derecho que los juristas ofrecen en sus
obras de dogmática jurídica o jurisprudencia. Sobre esto puede verse mi
Introducción a la Teoría del Derecho (1988), 6.ª ed., Barcelona, Debate-
Random House Mondadori, 2003, págs. 108 y sigs.
135
Les Règles, pág. 18.
136
Ibíd., pág. 23.
—48—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 49
decir, todas aquellas disciplinas cuyo objeto de estudio
son los hechos sociales. En su viaje a Alemania del curso
1885/86, percibió enseguida que las distintas ciencias
especiales investigaban hechos sociales de naturaleza
diversa siguiendo un mismo método. Durkheim se propu-
so entonces unificar el saber sociológico y crear así la nue-
va ciencia, que estaría a su vez integrada por ramas par-
ticulares. En un trabajo del año 1900 insistirá en ello: «En
realidad, todas estas ciencias especiales (…) hasta el pre-
sente han sido concebidas y aplicadas como si cada una
formara un todo independiente, cuando al contrario los
hechos de los que se ocupan no son sino las diversas
manifestaciones de una misma actividad, la actividad
colectiva»137. Por tanto, la ética tratada científicamente,
esto es, como la investigación de los hechos morales, es
una rama de la sociología. Y lo mismo sucede con la eco-
nomía política que, alejándose de las abstracciones de la
escuela de Manchester, se construye como la indagación
de los hechos económicos, que no son sino una modalidad
determinada de hechos sociales. Pues bien, tradicional-
mente ambas disciplinas habrían sido tratadas al modo
ideológico, hasta que los autores alemanes de los que
hemos hablado, y que Durkheim estudió a fondo, comen-
zaron una manera científica de abordarlas. Hasta enton-
ces predominó, tanto en la ética como en la economía
política, la reflexión sobre el «deber ser» (doit être) más
que sobre el «ser» de los hechos138.
La ética tradicional ha seguido este método ideológico
al hacer de las ideas el centro de su reflexión, ya sea la idea
del bien, ya sea la idea del derecho. No se ha centrado en
las «reglas morales y jurídicas»139 realmente existentes en
la sociedad, que son las que «forman la materia de la cien-
cia»140. Obsérvese de nuevo la tendencia normativista del
pensamiento de Durkheim, que tiende a identificar los
137
E. Durkheim, «La sociologia e il suo dominio científico», Rivis-
ta italiana di sociologia, 4, 1900; trad. francesa en Textes, 1, págs. 13 y
sigs., pág. 32.
138
Les Règles, pág. 26.
139
Ibíd., pág. 23.
140
Ibíd., pág. 24.
—49—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 50
hechos sociales con las normas sociales. Siguiendo los
pasos de los «moralistas alemanes», y especialmente de
Wilhelm Wundt, Durkheim concibe la ética como una
ciencia empírica. Va más allá que Wundt al no atribuir nin-
gún papel al «método especulativo»; pues, en definitiva,
para él la ética no es sino una parte de la sociología. Es
sociología de la moral y del derecho. De este último tam-
bién, habida cuenta de que bajo el término «moral» integra
tanto la moral social en sentido estricto como el derecho,
que no representa otra cosa que el grado más elevado de
cristalización de los hechos morales o, lo que viene a ser lo
mismo, de las normas sociales.
Al igual que la ética, la economía política se ha forjado
como una disciplina construida sobre ideas y no sobre rea-
lidades. El método ideológico o especulativo ha tenido en
ella un asiento confortable hasta que ha aparecido en la
escena la escuela histórica de la economía, que ha demos-
trado que ésta es una realidad históricosocial y, por tanto,
también moral, ya que según los principales representan-
tes de la economía alemana, todo lo social es moral. Esta
idea la incorpora Durkheim a su pensamiento como uno
de sus pilares centrales, y puede decirse que no se des-
prenderá nunca de ella. Lamentablemente, los economis-
tas británicos han forjado una disciplina alejada de la rea-
lidad, construida mediante «un simple análisis lógico»141.
Aunque no es éste el momento para extenderme en este
punto, sí creo conveniente llamar la atención del lector
sobre la posibilidad de que, junto a la sociología de la
moral, se desarrolle una disciplina «meramente especula-
tiva» que tenga por objeto los valores éticos y que se deno-
mine filosofía moral o simplemente ética; y de igual for-
ma, junto a la sociología económica, cabe un lugar para la
teoría económica cuyo objeto no sea la investigación de los
fenómenos socioeconómicos, sino lo que podemos llamar
las «leyes puras de la economía» dentro de un modelo teó-
rico construido, como es por ejemplo el modelo del mer-
cado. Mi idea es que una cosa es la ética y otra muy dis-
tinta la sociología de la moral, una cosa es la teoría
141
Les Règles, pág. 25.
—50—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 51
económica y algo muy diferente la sociología económica.
Este mismo dualismo es trasladable al mundo jurídico:
una cosa es la ciencia de los juristas, la tradicional juris-
prudencia, y otra bien diferente, la sociología del derecho.
Mas Durkheim no es dualista, sino monista: para él todo
es sociología; no es extraño que se le haya achacado un
extremo «sociologismo»142.
Este rasgo, que también puede calificarse de factualis-
mo, pues obliga a ver todo en términos fácticos, explica su
negación a aceptar el carácter convencional de muchas
realidades humanas. Dice taxativamente: «No se debe pre-
sumir jamás el carácter convencional de una práctica o de
una institución»143. ¿Llegaría Durkheim por ese camino a
negar carácter convencional incluso a los juegos?144.
Segundo corolario: Definir las cosas por sus caracteres
exteriores. Esta regla, para Durkheim, es aplicable a cual-
quier ciencia, y también debe observarse en la sociología.
El sociólogo ha de definir los hechos sociales atendiendo
a características que saltan a la vista, y por tanto pueden
ser observadas y comprobadas por cualquiera. Durkheim
establece al respecto la siguiente regla: «No tomar jamás
por objeto de investigación sino un grupo de fenómenos
definidos previamente por ciertos caracteres externos que
les son comunes y comprender en la misma investigación
a todos aquellos que respondan a esa definición»145. Reco-
noce, sin embargo, que en la práctica se parte del concep-
to vulgar, que sirve como indicador, pero es insuficiente
«ya que está groseramente formado», por lo que es nece-
sario llegar al concepto científico146. No aclara, sin embar-
go cómo se llega de aquel a éste, pues lo cierto es que tam-
bién el concepto «vulgar» suele partir de los caracteres
externos de la cosa.
142
George M. Marica, E. Durkheim. Soziologie und Soziologismus,
Jena, 1932.
143
Les Règles, pág. 28.
144
Véase G. Robles, Las Reglas del Derecho y las Reglas de los Jue-
gos. Ensayo de Teoría analítica del Derecho, Palma de Mallorca, 1984;
2.ª ed., México, UNAM, 1988. Hay edición en alemán: Rechtsregeln und
Spielregeln, Viena/Nueva York, Springer Verlag, 1987.
145
Les Règles, pág. 35.
146
Ibíd., pág. 37.
—51—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 52
«Definir» significa delimitar, marcar los límites (fines,
en latín) de algo. Consiste en acotar el fenómeno para, una
vez acotado y separado de otros fenómenos, investigarlo a
fondo. Durkheim parte del supuesto, muy propio de su
mentalidad positivista y ontologista, de que es posible
«definir» antes de comprender. En realidad, lo que sugie-
ren sus palabras es que para investigar hay que acotar pre-
viamente la materia, aunque sea de forma provisional, y
así poder avanzar en la búsqueda. Hablar de definiciones
es demasiado pomposo, algo exagerado para lo que pro-
pone. Claro es que ya la elección de esos caracteres exte-
riores implica un cierto convencionalismo.
Además, en esa regla hay otro pensamiento que con-
viene subrayar. Los caracteres externos de la cosa, del
fenómeno social, no agotan completamente el ser de éste.
La realidad social es compleja y profunda, y tiene algo así
como una superficie que se manifiesta al exterior y que es
fácilmente perceptible. Esa superficie es la que captamos
de una manera directa, la que es objeto de la observación.
Mas debajo de los caracteres «exteriores» están necesaria-
mente los «interiores», aquellos que no son observables de
una manera directa, sino que han de ser inferidos de los
primeros. Eso quiere decir, obviamente, que no todo en la
vida social puede ser objeto de estricta observación, sino
tan sólo lo exterior. Los «misterios» de los fenómenos
sociales se encuentran «dentro», en una zona de penum-
bra que no se ve y que hay que descubrir. Ahora bien, me
parece evidente que ese «descubrimiento» implica ya una
interpretación. De hecho, toda la sociología de Durkheim
no es una mera «descripción» de la realidad social, sino
una «interpretación». Toda la sociología de Durkheim, en
efecto, tiene como meta saber qué es lo que pasa dentro de
la sociedad. Cuando investiga el suicidio, por ejemplo, no
se queda en el mero dato, en la observación externa de las
estadísticas, sino que penetrando en las causas del fenó-
meno, intenta descubrir los sentimientos sociales que ani-
dan dentro de la sociedad y que escapan a la atenta obser-
vación del investigador.
Dicho de una forma rigurosa: Durkheim pasa por alto
que tanto la elección de los caracteres exteriores de las
«cosas» sociales, como también las inferencias que de
aquellos se derivan para conocer la realidad «interna» de la
—52—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 53
vida social no pueden ser, al menos en gran parte, sino
interpretaciones o, si se quiere, convenciones.
Pero hay algo de verdad en su propuesta, y es que el
punto de partida del análisis sociológico ha de ser, por
necesidad, la percepción de fenómenos externos, de
«cosas» que pasan en la sociedad.
Un ejemplo que, a este respecto, Durkheim propone
para volver una y otra vez a reflexionar sobre él, es el de
la relación del delito con la pena. Viene a decir que sólo
podemos saber cuáles son las acciones que en una deter-
minada sociedad se consideran delito gracias a la reacción
externa que contra él se manifiesta en la pena. Dice:
«constatamos la existencia de un cierto número de actos
que presentan todos este carácter exterior que, una vez
realizados, determinan por parte de la sociedad esta reac-
ción particular que se llama la pena»147. Así, para el soció-
logo la señal externa de la existencia del delito es la exis-
tencia de la pena, que en términos sociológicos no es sino
la reacción de la sociedad contra el agente del delito.
Vemos, pues, cómo los caracteres externos del delito los
reconduce Durkheim a una acción distinta del delito, a la
pena, y de esa forma da un «salto» en su razonamiento
que no justifica, pues si se atiende a la regla metódica que
propone y estamos comentando, los caracteres externos
que habría que delimitar deberían ser los del delito mis-
mo. Además, las penas también constituyen un género de
hechos sociales y, por tanto, la cuestión se traslada enton-
ces a averiguar cuáles son los caracteres externos de las
penas. El razonamiento de Durkheim tiene cierta forma
circular: los delitos los conocemos por sus caracteres
externos, y en concreto por la respuesta que contra ellos
constituyen las penas; pero éstas, a su vez, serían las
acciones sociales contra los delitos. Queda bastante claro
entonces que los delitos se definen en función de las
penas, y las penas en función de los delitos. Es delito lo
que se sanciona con una pena, y es pena la reacción con-
tra el delito. Cabe preguntarse: ¿acaso no nos encontra-
mos ante un circulus vitiosus? Además, un mismo acto,
considerado en sí mismo, esto es, en su realización física,
147
Les Règles, pág. 35.
—53—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 54
puede significar cosas muy diferentes, incluso contrarias.
Así, la acción de matar a una persona en un caso es un
delito, pero en otro es la ejecución de una pena de muer-
te. ¿Cómo será posible diferenciar entre ambos cuál de
ellos es el delito y cuál la pena?
Tercer corolario, que Durkheim sintetiza en la siguien-
te regla: «Cuando el sociólogo emprende la tarea de explo-
rar un orden cualquiera de hechos sociales, debe esfor-
zarse en considerarlos por el lado en el que se presenten
aislados de sus manifestaciones individuales»148.
Por un lado, el sociólogo que observa los elementos o
rasgos externos de un fenómeno tiene que hacerlo necesa-
riamente fijándose en hechos concretos, individuales. El
órgano de la observación es la «sensación» y ésta, además
de ser subjetiva, sólo puede pararse en sucesos o realida-
des concretas. Se corre entonces el peligro de tomar lo
individual por lo general, es decir, de suponer que el fenó-
meno general cuyas leyes se trata de descubrir posee exac-
tamente las mismas características que ese fenómeno
individual que se observa y que sólo constituye una indi-
vidualización del general. Al ser la sensación un instru-
mento cognoscitivo subjetivo, puede llevar con facilidad al
engaño149. Para eludir este escollo, Durkheim propone al
sociólogo que se fije en los caracteres más objetivos posi-
bles, esto es, en aquellos que presentan constancia, per-
manencia, desligándolos lo mejor que se pueda de los
hechos individuales que los manifiestan150. Lo fijo, lo
constante e idéntico151, debe de ser el lado por el que el
observador debe mirar el fenómeno. Obsérvese que Durk-
heim viene a identificar lo general con lo que es constan-
te o fijo.
Aplicando ese criterio a la vida social (la vie sociale), el
sociólogo ha de observar los fenómenos en que aparezca
como «vida social consolidada» (vie sociale consolidée) o
cristalizada, esto es, en «formas definidas, reglas jurídi-
cas, morales, dichos populares, hechos de estructura
148
Les Règles, pág. 45.
149
Ibíd., pág. 43.
150
Ibíd., pág. 44.
151
Ibíd., pág. 44: «constant et identique».
—54—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 55
social, etc.». Estas realidades existen de forma constante y
por ello constituyen un buen punto de partida para el
sociólogo. Durkheim se muestra en estos años del «dece-
nio dorado» muy aficionado al derecho, ya que en él se
encuentran en su forma cristalizada, escrita, de forma
permanente, las normas jurídicas. Dice con gran ingenui-
dad: «Una regla de derecho es lo que es y no hay dos
maneras de percibirla»152.
Si esto es así, si las normas jurídicas, por ejemplo,
constituyen un buen punto de arranque para la observa-
ción sociológica, al igual que otras normas que poseen
menos «objetividad» pero también tienen un cierto grado
de ella, como las morales, y otras formas de cristalización
que Durkheim no acaba de aclarar (¿qué son exactamen-
te los dichos populares y qué alcance «sociológico» hay
que darles?, ¿y qué son realmente los hechos de estructu-
ra social?), si en definitiva es el derecho el que proporcio-
na la mayor fijeza y constancia de la vida social, no tiene
nada de extraño que Durkheim lo tome como vehículo a
través del cual indagar en el interior de la sociedad. Así lo
hace, en efecto, en La division, donde sus tesis centrales
derivan de este principio. Los diversos sistemas jurídicos,
los distintos tipos de derecho constituyen un verdadero
símbolo y, a la vez, el punto de partida básico para cono-
cer lo que hay dentro de la vida social. De ahí que el dere-
cho en la sociología de Durkheim sea no sólo un elemen-
to o aspecto objetivo que el sociólogo debe explorar sino,
lo que es más importante, el medio a través del cual pode-
mos mirar para indagar los «sentimientos sociales». La
sociología jurídica se erige así en la puerta de entrada de
la sociología en general. Si alguien pretende investigar los
«enigmas» de una sociedad debe empezar por lo que en
ella aparece como más fijo: su derecho.
Esta manera de entender la relación del derecho con la
sociedad adolece, como ya he dicho, de una gran dosis de
ingenuidad. Primero, porque el derecho no es algo tan
simple como Durkheim supone. Y en segundo lugar, por-
que las relaciones entre lo que podemos llamar «superfi-
152
Les Règles, pág. 45: «Une règle de droit est ce qu’elle est et il n’y
a pas deux manières de la percevoir.»
—55—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 56
cie jurídica» de una sociedad y el fondo de ésta misma
son, además de dialécticas o recíprocas, bastante comple-
jas. Aquí no es el lugar para extenderse en este punto. Bas-
te señalar que Durkheim parece cautivo de una manera de
entender el derecho que suele estar extendida entre la gen-
te, sobre todo en su época, pero que pocos juristas, por no
decir ninguno, pueden compartir.
Y con esto concluimos el comentario a la regla socio-
lógica que Durkheim propone como fundamental: tratar
los hechos sociales como cosas.
14. El capítulo tercero de Les Règles lo dedica Durk-
heim a exponer las reglas para distinguir lo normal de lo
patológico. Un problema que, en palabras de König, cons-
tituye «la cruz de todos los ensayos sociológicos»153. En
esas páginas Durkheim muestra su proclividad a tratar las
cuestiones propias de la sociología asimilándolas a las de
la biología, siguiendo en ello los consejos de Comte, Spen-
cer, Schäffle, y de buena parte de los autores que le prece-
den (Lilienfeld, etc.).
El planteamiento inicial es sencillo: de la misma forma
que en los organismos animales se presentan estados
sanos y enfermos, así sucede en los organismos sociales.
Cuando un organismo animal está sano se dice que su
estado es normal, puesto que responde a la norma de estar
como se debe estar. «Normal» viene de norma, es normal
lo que se ajusta a la norma. Si, por el contrario, algo no
funciona correctamente, se dice que está enfermo o que su
estado es anormal o patológico. Ahora bien, lo que sea la
enfermedad y la salud no acaba de estar claro en la biolo-
gía ni, por supuesto, tampoco lo estaba en tiempos de
Durkheim. Hay, sin duda, situaciones en las que no se
plantea ningún problema. Pero en otras muchas el crite-
rio de distinción no está perfilado, e incluso varía depen-
diendo de la opinión subjetiva de quien emite el juicio.
Durkheim analiza algunos de los criterios que suelen
barajarse: la presencia de sufrimiento, como síntoma de
enfermedad; la adaptación al medio externo y las posibili-
153
R. König, ob. cit. (N 37), pág. 67. Luis Rodríguez Zúñiga, Para
una lectura crítica de Durkheim, Madrid, Akal, 1978, pág. 24, declara
ese «momento» del discurso de Durkheim como «decisivo».
—56—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 57
dades de sobrevivir, como indicios de salud. Pero llega a la
conclusión, con motivo fundado, de que ninguno de estos
criterios es contundente y definitivo, y mucho menos si
los trasladamos a los fenómenos sociales. Durkheim es
además consciente de que la analogía biológica no debe
llevarse nunca al extremo de creer que la sociedad sea un
organismo. Piensa que esta afirmación es una metáfora
que sirve como orientación, pero de ahí no pasa.
Por eso, recurre al «tipo medio» o «tipo general». Lo
que encaja en el tipo medio es lo normal; lo que no encaja,
lo excepcional, es lo patológico. Ahora bien, el tipo medio
es lo que abunda, es por tanto lo general. Lo que se pre-
senta en una sociedad como general es lo que define lo
normal. Tipo normal, tipo medio y tipo general son, pues,
expresiones equivalentes. Lo general no es sólo lo que esta-
dísticamente es comprobable como tal, lo que es «la nor-
ma» habitual154. Es también aquello que se corresponde
con las condiciones de una determinada sociedad, con su
naturaleza, con lo que Durkheim llega a llamar la «natura-
leza de las cosas». «El carácter normal del fenómeno será,
en efecto, más incontestable si se demuestra que el signo
exterior que primeramente lo había revelado no es pura-
mente aparente, sino que está fundado en la naturaleza de
las cosas; si, en una palabra, se puede erigir esta normali-
dad de hecho en una normalidad de derecho»155.
Durkheim se apresura a añadir que en esta ardua labor
de definir lo normal y lo patológico no se puede tomar a
la sociedad como referente, sino a las sociedades. La
sociedad no existe propiamente más que como una idea y
una manera de hablar. Lo realmente existente son las
sociedades, en plural. Lo que tiene que hacer la sociología
es establecer los diversos tipos o especies sociales, y deter-
minar entonces qué es lo normal y qué es lo patológico
para cada uno de estos tipos o de estas especies. En este
asunto la biología procede de igual manera: «a nadie se le
ha ocurrido jamás que lo que es normal para un molusco
lo sea también para un vertebrado»156. El símil, creo, es
154
Les Règles, pág. 49.
155
Ibíd., pág. 59. Cfr. C. Montaleone (N 129), págs. 36 y sigs.
156
Ibíd., pág. 56.
—57—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 58
algo exagerado y estoy casi seguro de que Durkheim lo
emplea más como un recurso retórico que como una con-
vicción. No creo que pudiera pensar seriamente que entre
los humanos haya diferentes «especies» tan distantes
entre sí como las hay entre un caracol y un gorila. Más
que con la letra conviene quedarse con la música, con lo
que es el mensaje de fondo de Durkheim: el sociólogo no
puede investigar empíricamente la sociedad en general,
sino sólo las sociedades y, puesto que a lo largo de la his-
toria y también en el presente, las hay que están dotadas
de distintos caracteres, es necesario que distinga sus
diversos tipos o especies. La razón es que cada tipo de
sociedad presenta su estado normal y, en consecuencia,
también sus situaciones patológicas. Normalidad y anor-
malidad no serían, pues, conceptos abstractos y absolutos,
sino relativos a esos tipos. Lo que es normal en un tipo
social, puede ser anormal en otro, y viceversa.
Además, cada especie social evoluciona, por lo que
cambia sus propias pautas de conducta generales. El tiem-
po tiene sus propias leyes que ni la biología ni la sociolo-
gía pueden desconocer. «La salud del anciano no es la del
adulto, lo mismo que ésta no es la del niño; sucede lo pro-
pio en las sociedades»157, que también tienen su edad. La
sociología tiene entonces no sólo que establecer los tipos
sociales diferenciados, sino también su «edad», o sea, el
grado de su evolución. Durkheim parece aludir, en esta
analogía biologista aplicada a la evolución histórica, lo
que sería un presupuesto básico de determinadas filosofías
de la historia, como la de Oswald Spengler158: que toda
sociedad también conoce el momento de la muerte. Se
muestra más bien evolucionista y optimista con respecto
a la sociedad occidental que, a lo largo de su evolución, ha
conocido etapas diferentes. El problema que no aclara es
si esas etapas constituyen tipos de sociedades completa-
mente diferentes o si es el mismo tipo de sociedad que se
va adaptando progresivamente a lo largo del tiempo.
157
Les Règles, pág. 57.
158
Oswald Spengler, La Decadencia de Occidente. Bosquejo de una
Morfología de la Historia Universal, 2 vols., trad. de Manuel García
Morente, 10.ª ed., Madrid, Espasa Calpe, 1958.
—58—
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Con estas explicaciones resultan claras, aunque quizás
no convincentes, las reglas que Durkheim ofrece para dis-
tinguir lo normal de lo patológico. Primera regla: «Un
hecho social es normal para un tipo social determinado,
considerado en una fase determinada de su desarrollo,
cuando se produce en el tipo medio de las sociedades de
esta especie, consideradas en la fase correspondiente de
su evolución.» Segunda regla: «Los resultados del método
anterior pueden verificarse haciendo ver que la generali-
dad del fenómeno se debe a las condiciones generales de
la vida colectiva en el tipo social considerado.». Tercera
regla: «Esta verificación es necesaria cuando ese hecho se
relaciona con una especie social que todavía no ha cum-
plido su evolución íntegra»159.
Dentro de este contexto de ideas Durkheim defiende su
tesis, quizás la más conocida de todas las que propuso, del
delito como fenómeno normal. En agudo contraste con lo
defendido por los criminólogos de su época, Durkheim
sostiene que si se aplican las reglas que sirven para distin-
guir lo normal de lo patológico hay que concluir que el
delito pertenece a la primera categoría. Es un fenómeno
que aparece en todas las sociedades y que no disminuye
con la civilización, sino que aumenta. No es, por tanto,
algo accidental, sino general. Reconoce, sin embargo, que
si las cifras porcentuales de delitos alcanzan una propor-
ción desmesurada, el fenómeno deja de ser normal para
convertirse en patológico. De lo que se deduce que lo que
es normal es el hecho de que haya delincuencia dentro de
un cierto nivel, traspasado el cual ya no podría hablarse
de normalidad. Formulado de otra manera: lo normal es
que en una sociedad determinada se produzca una crimi-
nalidad cuyos porcentajes o tasas no pasen de lo que es
habitual o general en ella160.
Pero Durkheim va más allá en sus tesis. No sólo es el
delito un fenómeno normal, sino que también tiene una
función social que cumplir, «es útil»161. Dicho así, la tesis
resulta algo más que sorprendente. De acuerdo que puede
159
Les Règles, pág. 64.
160
Cfr. Les Reglès, págs. 64 y sigs.
161
Les Règles, pág. 70.
—59—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 60
ser «normal» la existencia de un cierto nivel de delincuen-
cia. Pero ¿a quién puede ser útil? A la víctima no, desde
luego. Lo que Durkheim viene a decir, aunque su expre-
sión directa persigue epatar de alguna forma, es que al
generar el delito la reacción que es la pena, todo este fenó-
meno conjunto que componen el delito y la pena produce
un efecto saludable a la sociedad, pues reafirma los senti-
mientos y valores esenciales de la misma. No me voy a
extender aquí más en estos aspectos, a los que he dedica-
do una monografía específica, a la que me remito162.
15. El capítulo IV lo dedica Durkheim a las reglas rela-
tivas a la constitución de los tipos sociales. Al igual que en
la biología se distinguen unas especies de otras, y el estu-
dio y la investigación de las condiciones de salud y de
enfermedad de los seres vivos vienen precedidos por esa
tarea clasificatoria, así se ha de proceder también en la
sociología. Sólo es posible acometer la investigación de las
diferentes sociedades si se parte de una clasificación pre-
via, que permita establecer los distintos tipos. Durkheim
reconoce, no obstante, que la tarea es más dificultosa en
la sociología que en la biología, puesto que en esta última
el hecho de la generación permite que los mismos carac-
teres se trasvasen a la generación siguiente, mientras que
las sociedades al evolucionar cambian incluso de tipo163.
Durkheim propone en realidad dos tipologías diferen-
tes: una, que podemos llamar estática o morfológica, que
es sobre la que se extiende en el texto, y otra, que sería la
evolucionista o dinámica164. Sus explicaciones son, en
todo caso, escasamente convincentes. Este capítulo es el
más endeble de toda la obra165.
Alejándose del método «nominalista» de los historia-
dores, que contemplan en cada sociedad una realidad úni-
ca e irrepetible, y del de los filósofos, los cuales parten de
162
G. Robles, Crimen y castigo. Ensayo sobre Durkheim, Madrid,
Civitas, 2001, véase sobre todo págs. 63 y sigs.
163
Les Règles, pág. 87.
164
Esta segunda la introduce en una nota a pie de página en la
segunda edición de la obra (1901). Les Règles, pág. 88.
165
Un prueba de ello es la escasa atención que merece en los comen-
taristas. Cfr. R. König (N 37), pág. 69; R. A. Jones, ob. cit., pág. 68.
—60—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 61
la idea de que existe una sociedad global, la humanidad
entera, de la que las sociedades particulares no serían sino
aplicaciones concretas, propone Durkheim un camino
intermedio: establecer tipos sociales atendiendo a un cri-
terio de clasificación, que no puede ser otro que el «grado
de composición». Partiendo de la «sociedad más simple»,
que es la que se reduce a «un segmento único», se esta-
blecerían las demás especies166. Hasta aquí, todo bien.
Pero ¿cuál es la sociedad más simple? Durkheim respon-
de: la horda167, es decir, el grupo social compuesto exclu-
sivamente por individuos, sin la existencia de cuerpos
intermedios. Una respuesta que, siendo similar a otras168,
no deja de ser escasamente convincente y operativa. Durk-
heim omite definirla en Les Règles y se remite a La Divi-
sion, obra en la que más que una especie real de sociedad
constituye un «tipo ideal (…) cuya cohesión resultaría
exclusivamente de las semejanzas (…) una masa absoluta-
mente homogénea cuyas partes no se distinguirían unas
de otras (…) desprovista de toda forma definida y de toda
organización. Éste sería el verdadero protoplasma social,
el germen de donde habrían salido todos los tipos socia-
les»169. La horda se transforma en clan cuando deja de ser
independiente y forma parte de un grupo más extenso.
Los pueblos formados por asociación de clanes reciben el
nombre de «sociedades segmentarias a base de clanes»
(sociétés segmentaires à base de clans)170. A su vez, las
sociedades de este tipo, formando agregados por simple
repetición de hordas o de clanes, conforman las socieda-
des «polisegmentarias simples» (polysegmentaires sim-
ples), las cuales por su parte, uniéndose entre sí, darían
lugar a las «sociedades polisegmentarias simplemente
compuestas» (sociétés polysegmentaires simplement com-
posées); éstas a su vez, asociándose, generan las «socieda-
166
Les Règles, pág. 82.
167
Ibíd., pág. 82.
168
Véase por ejemplo, Wundt, Ethik (N 53). págs. 159 y sigs.
169
De la Division, pág. 149.
170
Durkheim explica esta extraña terminología: «Decimos que
estas sociedades son segmentarias para indicar que están formadas por
la repetición de agregados semejantes entre ellos, análogos a los anillos
del anillado (de l’annelé).» De la Division, pág. 150.
—61—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 62
des polisegmentarias doblemente compuestas» (sociétés
polysegmentaires doublement composées)171.
Esta sorprendente terminología172 parece ser abando-
nada posteriormente en la obra de Durkheim. En La Divi-
sion se limita a establecer la diferencia entre sociedades
homogéneas con escasa diferenciación social, que son las
sociedades primitivas o poco evolucionadas, y sociedades
heterogéneas con un alto nivel de diferenciación social,
que son los caracteres de las sociedades que han alcanza-
do un nivel de civilización superior. El criterio clasificador
de las sociedades se reduce, por tanto, al nivel de comple-
jidad de su estructura social173.
Constituidos los tipos sociales, habrá que distinguir
variedades dentro de cada uno «según que las sociedades
segmentarias que sirven para formar la sociedad resultante
guarden una cierta individualidad o bien al contrario sean
absorbidas en la masa total». Habrá que determinar el gra-
do de concentración o coalescencia de lo segmentos174.
De todo lo cual deriva la regla para constituir los tipos
sociales: «Se comenzará por clasificar las sociedades de
acuerdo con el grado de composición que presenten,
tomando por base la sociedad perfectamente simple o de
segmento único; en el interior de esas clases se distingui-
rá variedades diferentes según que se produzca o no una
coalescencia completa de los segmentos iniciales»175.
Ahora bien, ¿qué importancia tiene la clasificación de
los tipos sociales para el método sociológico? Para Durk-
heim tiene un significado propedéutico: señalar el contex-
to global que haga posible la explicación de los hechos
sociales.
171
Les Règles, pág. 84. Véanse los ejemplos que propone Durkheim
para cada tipo de los señalados.
172
L. Rodríguez Zúñiga (N), pág. 27: «con el término segmentos
Durkheim designa a un grupo social relativamente aislado de otros
grupos y con escasa extensión territorial que lleva una vida propia y en
que los individuos están totalmente integrados.»
173
Warren Schmaus, Durkheim’s Philosophy of Science and the
Sociology of Knowledge – Creating a Intellectual Niche, Chicago-Lon-
dres, The University of Chicago Press, 1994, pág. 104.
174
Les Règles, pág. 85.
175
Ibíd., pág. 86.
—62—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 63
16. Lo dice muy claramente al comienzo del capítulo V
de Les Règles: «la constitución de especies es ante todo un
medio de agrupar los hechos para facilitar la explicación
de los mismos; la morfología social es un camino que con-
duce a la parte verdaderamente explicativa de la cien-
cia»176. Varios son los aspectos que conviene destacar de
este importante párrafo. Primero, que en él se alude a las
dos partes fundamentales de la sociología: la morfológica
y la explicativa. La morfología social tiene por objeto la
«constitución» de especies sociales, mientras que la
segunda parte de la ciencia se centra en la «interpreta-
ción» y «explicación» de los hechos. Éste es el segundo
aspecto que apunta a algo que suele pasarse por alto cuan-
do se lee a Durkheim. Aunque el padre de la sociología
francesa no llegó a sobrepasar los límites del positivismo,
no puede dudarse de que en su obra se apunta en ocasio-
nes, y la señalada es una de ellas, a la idea de que la expli-
cación sociológica es interpretativa y no meramente des-
criptiva. Cierto que esta idea no sería desarrollada por
Durkheim de una manera consecuente, y por esa razón no
se puede encuadrar su pensamiento bajo el rótulo de
sociología comprensiva, que corresponde íntegramente a
Weber177; pero de ello no se puede desprender que la ten-
dencia inmanente del pensamiento durkheimiano sea
absolutamente adversa a tal concepción. Hoy no se puede
poner en duda que el conocimiento sociológico es inter-
pretativo, mas ese aspecto, aunque mencionado, no fue
subrayado lo suficiente por el autor que estudiamos.
Durkheim se mantiene dentro del modelo de explicación
característico de las ciencias naturales, género al que, para
él, también pertenece la sociología. Su afán por construir
sólidamente una ciencia social que se desprenda de los
métodos acientíficos de la vieja filosofía social pasa preci-
176
Les Règles, pág. 89.
177
En el comienzo de Wirtschaft und Gesellschaft. Grundriss der
verstehenden Soziologie, 5.ª ed. a cargo de J. Winckelmann, Tubinga,
J. C. B. Mohr, Paul Siebeck, 1976, pág. 1, da Weber su concepto de
sociología: «eine Wissenschaft, welche sociales Handeln deutend vers-
tehen und dadurch in seinem Ablauf und seinen Wirkungen ursächlich
erklären will».
—63—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 64
samente por asimilar la nueva ciencia a las ciencias natu-
rales, a la física y, sobre todo, a la biología. Esto supone
aceptar que los hechos sociales, que constituyen la mate-
ria de la sociología, son «fenómenos naturales» y como tal
deben ser tratados178. Para entender cabalmente la meto-
dología durkheimiana es preciso no perder de vista nunca
este horizonte epistemológico.
El principio básico de la explicación sociológica no
puede ser otro que éste: explicar lo social por medio de lo
social y tan sólo por medio de lo social. En ello insiste
König con razón179. La sociología actuará de este modo
como lo hacen las demás ciencias. La explicación mate-
mática de un teorema no puede darse sino dentro de la
matemática, al igual que sucede con la explicación bioló-
gica, que consiste en dar cuenta de un hecho biológico
conectándolo con otro u otros también de naturaleza bio-
lógica. La física procede exactamente igual, al desentrañar
las causas de los fenómenos físicos: dichas causas no pue-
den ser sino hechos físicos. La psicología, por su parte,
investiga los hechos psíquicos de similar manera, tratan-
do de averiguar las causas y los efectos de naturaleza psí-
quica. Toda ciencia muestra así su autonomía de objeto y
de método. Con la sociología sucede otro tanto. Sólo
podrá desarrollarse como una verdadera ciencia si es
capaz de acotar su objeto, los hechos sociales, y el méto-
do explicativo de los mismos, que nunca podrá coincidir
con el método de otra ciencia. La explicación sociológica
consiste, por tanto, en la averiguación de las causas y los
efectos de los hechos sociales, causas y efectos que no
pueden ser a su vez sino hechos sociales. Aquella consiste,
pues, en la aplicación del modelo causalista a los fenóme-
nos que tienen carácter social. Como ciencia de la natura-
leza que es, la sociología se guía también por este princi-
pio de explicación que contempla la realidad social como
un conjunto de hechos sociales relacionados entre sí
como causas y efectos. El concepto de causa, y su correla-
178
Les Règles, pág. 109.
179
König (N 37), pág. 70 y sigs. También R. König, Émile Durkheim
zur Diskussion – Jenseits von Dogmatismus und Skepsis, Múnich-Viena,
Carl Hauser Verlag, 1978, pág. 125.
—64—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 65
tivo de efecto, es el concepto central de la explicación
sociológica.
Durkheim subraya que la investigación causalista es
prioritaria en la sociología sobre cualquier otra y que no
debe de ser solapada por lo que considera un grave error
de «la mayor parte de los sociólogos», que «creen haber
dado cuenta de los fenómenos una vez que han hecho ver
para qué sirven, qué papel desempeñan», «a qué necesi-
dad social aportan satisfacción»180. Tal es el error de la
mentalidad teleológica de Comte y de Spencer, represen-
tantes según Durkheim de un finalismo individualista.
Los hechos sociales no dependen de la voluntad humana.
Son «fuerzas» con entidad propia capaces de generar
otras fuerzas. Una cosa es la existencia del hecho social y
otra cosa muy diferente es su utilidad objetiva. El teleolo-
gismo confunde ambas investigaciones y comete con ello
un grave error, pues lo cierto es que «un hecho puede exis-
tir sin que sirva para nada»181. Hay que separar el análisis
causalista y el análisis funcional. De ahí la regla que da
Durkheim: «Cuando se emprende la explicación de un
fenómeno social, es preciso investigar separadamente la
causa eficiente que lo produce y la función que cum-
ple»182. Pero la función, en todo caso, tiene un sentido
objetivo, esto es, social, y no utilitario o subjetivo. Durk-
heim incorpora el concepto de función como elemento
esencial de la explicación sociológica, pero a condición de
despojarle del subjetivismo y de colocarlo en segundo
lugar, después del concepto de causa. Su crítica del fina-
lismo subjetivista desemboca en el rechazo de concepcio-
nes filosóficas tan extendidas como el utilitarismo y el
contractualismo, así como en la oposición radical a con-
fundir la sociología con la psicología.
Al estar formada la sociedad por individuos y no haber
en ella otra cosa que individuos, es muy fácil caer en el
error de pensar que la explicación de los fenómenos socia-
les radica en los fenómenos individuales, o dicho de otra
forma: que lo social se explica a través de lo psíquico. Esta
180
Les Règles, pág. 89.
181
Ibíd., pág. 91.
182
Ibíd., pág. 93.
—65—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 66
manera de argumentar tan común hace de la sociedad
una mera suma de individuos, y no otorga un papel espe-
cialmente relevante al hecho de la asociación. Comete la
misma falacia de quien pensara que los fenómenos bioló-
gicos son explicables por medio de los fenómenos inorgá-
nicos. Del mismo modo que la célula es un ser distinto a
sus componentes moleculares, así «la sociedad no es una
simple suma de individuos, sino que el sistema formado
por la asociación de éstos representa una realidad especí-
fica que tiene sus caracteres propios»183. Cierto que no es
posible la existencia de sociedad sin los individuos que la
componen, pero lo que conforma aquélla no es la mera
coexistencia de éstos, sino su combinación asociada de
ciertas maneras. Por tanto, la sociología no se deja redu-
cir a psicología, entendiendo por ésta la ciencia que se
centra en la investigación de los hechos psíquicos indivi-
duales. Este modo de ver las cosas no quiere decir que
Durkheim rechace todo género de conexión entre la socio-
logía y la psicología, puesto que la sociedad constituye
para él «una individualidad psíquica de un nuevo géne-
ro»184. La sociedad es un nuevo ser, independiente de los
individuos que la componen, que piensa y siente de mane-
ra distinta de los individuos aisladamente considerados.
Ese ser distinto tiene su propio pensamiento, sus propios
sentimientos, su propia naturaleza, de modo tal que los
fenómenos sociales deben de ser explicados atendiendo a
ella, y no a la naturaleza de los individuos componentes.
Entre la sociología y la psicología individual «hay la mis-
ma solución de continuidad que entre la biología y las
ciencias fisicoquímicas», por lo que siempre que se pre-
tenda explicar un hecho social recurriendo a un fenóme-
no psíquico «podemos estar seguros de que la explicación
es falsa»185. ¿No tiene entonces nada que ver la naturaleza
humana con los fenómenos sociales, con la sociedad?
Durkheim responde: evidentemente sí, la naturaleza del
individuo hace posible la sociedad y sus diversas configu-
183
Les Règles, págs. 102-103.
184
Ibíd., pág. 103.
185
Ibíd., pág. 103.
—66—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 67
raciones, «es la materia indeterminada que el factor social
determina y transforma»186.
Durkheim no niega en absoluto que la sociedad tenga
su propia vida psíquica, es decir, que sea el sujeto de ideas
y sentimientos, de representaciones colectivas. Como
subrayan sus discípulos Paul Fauconnet y Marcel Mauss
(este último, además, sobrino de Durkheim) en un artícu-
lo del año 1901, titulado Sociologie187, «la vida psíquica de
la sociedad está hecha de una materia completamente
diferente de la del individuo». Teniendo esto en cuenta, la
sociología podría ser considerada como psicología sólo si
se la considera como «específicamente distinta de la psi-
cología individual»188. Sería una psicología de diferente
especie que ésta.
A la luz de las consideraciones anteriores son fáciles de
comprender las reglas que establece Durkheim para la
explicación sociológica, la primera de las cuales va referi-
da a las causas, y la segunda a las funciones. Dice la pri-
mera: «La causa determinante de un hecho social debe de
ser investigada entre los hechos sociales anteriores, y no
entre los hechos de la conciencia individual»; lo que viene
a ser lo mismo que decir que la causa de un hecho social
tiene que ser necesariamente un hecho o conjunto de
hechos sociales, y nunca un hecho o conjunto de hechos
psíquicos (individuales). Lo mismo ha de aplicarse a la
investigación de las funciones. «La función de un hecho
social debe ser siempre investigada en la relación que
dicho hecho mantiene con algún fin social»189. No se des-
precia, por tanto, el concepto de fin, tan sólo se critica el
finalismo subjetivo o psicologista. El fin o utilidad social
de un hecho es su función social, la cual sólo puede
hallarse en relación con el todo social, con el sistema
social. En suma, causas y funciones, que en otras ciencias
tendrán su carácter específico, en la biología serán causas
186
Les Règles, pág. 105.
187
Paul Fauconnet y Marcel Mauss, «Sociologie», Grande Encyclo-
pédie, vol. 30, París, 1901, recogido con el título «La sociologie: objet et
méthode», en M. Mauss, Essais de sociologie, París, Éditions de Minuit,
1969, págs. 6-41, pág. 27.
188
M. Mauss (N 187), pág. 26.
189
Les Règles, pág. 109.
—67—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 68
y funciones biológicas, y en la psicología, causas y funcio-
nes psíquicas, en la sociología tienen igualmente su idio-
sincrasia, que no es otra que la de ser causas y funciones
sociales, en ningún modo convertibles en cualquiera de los
dos anteriores tipos. Lo social se explica únicamente por
medio de lo social. De ahí la importancia, y al tiempo la
dificultad, de separar lo social de lo que no lo es.
Ahora bien, en esta explicación de las causas y las fun-
ciones sociales, ¿por dónde empezar? Durkheim respon-
de: por «el medio social interno», esto es, por la morfolo-
gía social190. De ahí la siguiente regla: «El origen primero
de todo proceso social de alguna importancia debe de ser
investigado en la constitución del medio social inter-
no»191. Este medio social interno está formado por aspec-
tos materiales y personales («las cosas y las personas»192,
dice Durkheim), pero tienen primacía estos últimos, los
cuales, a su vez, vienen representados, sobre todo, por dos
elementos: el volumen de la sociedad y la densidad diná-
mica o grado de coalescencia de los segmentos sociales.
Suelen ir unidos ambos, de tal modo que cuanto mayor es
190
Cfr. Howard F. Andrews, «Durkheim and Social Morphology»,
en S. Turner (ed.), Émile Durkheim – Sociologist and moralist, Londres-
Nueva York, Routledge, 1993, págs. 111-135. Señala Andrews que cuan-
do Durkheim abrió una nueva sección en el Année Sociologique titulada
«Morfología social» la definió de esta manera: «La vida social está basa-
da en un sustrato de tamaño y forma determinados. Está constituido
por la masa de individuos que constituyen la sociedad, la manera de su
distribución geográfica y la naturaleza y configuración del conjunto de
fenómenos que afectan a las relaciones colectivas. El sustrato social
varía en relación al tamaño o densidad de la población, a si está con-
centrada en ciudades o dispersa en zonas rurales, al diseño de las ciu-
dades y las casas, a si el espacio ocupado por la sociedad en cuestión es
amplio o pequeño, al tipo de fronteras que la limitan, a los enlaces de
transporte que la cruzan a lo largo y ancho, etc. (…) la constitución de
este sustrato afecta directa o indirectamente a todos los fenómenos
sociales, del mismo modo que todos los fenómenos psíquicos están en
una relación mediata o inmediata con el estado del cerebro.» Durkheim,
«Morphologie sociale», Année Sociologique, 1899, 2, pág. 250.
191
Les Règles, pág. 111.
192
Ibíd., pág. 112. «Entre las cosas, además de los objetos materia-
les que están incorporados a la sociedad, es preciso comprender los pro-
ductos de la actividad social anterior, el derecho constituido, las cos-
tumbres establecidas, los monumentos literarios, artísticos, etc.»
—68—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 69
el número de la población, más mezcla es frecuente que se
dé entre los diversos grupos sociales; pero no siempre
sucede así. Cada grupo tiene su propio medio social inter-
no, que constituye el «factor determinante de la evolución
colectiva». Si se prescinde de dicho medio social interno
entonces no será posible averiguar las «condiciones con-
comitantes de las que pueden depender los fenómenos
sociales». Menor relevancia tiene el «medio social exter-
no», cuya acción se deja notar sólo «sobre las funciones
que tienen por objeto el ataque y la defensa» y, en cual-
quier caso deja sentir su influencia sólo por intermedia-
ción del medio social interno193.
17. El quinto y último capítulo lo dedica Durkheim a la
administración o manejo de la prueba en la sociología. No
es lo mismo ilustrar que probar. La prueba requiere un
rigor y unas muestras de seguridad en cuanto al resultado
obtenido que no se exigen de la mera ilustración. Pueden
resumirse las reglas de este capítulo diciendo que lo que
propugna Durkheim es el método causalista-comparativo
mediante el análisis de las variaciones concomitantes.
Las ciencias naturales prueban sus verdades mediante
la experimentación. Ésta es su modo habitual de proceder.
Si el experimento prueba una y otra vez la verdad de la ley
descubierta, puede la comunidad científica estar segura
de que el conocimiento adquirido es correcto. Si, por el
contrario, mediante un experimento se demuestra que tal
ley no se cumple, entonces es que dicha ley es falsa. Aho-
ra bien, en sociología no es posible la experimentación
directa, esto es, la recreación artificial del fenómeno que
se pretende investigar. Pero sí es posible lo que Durkheim
llama «experimentación indirecta», que no es otra cosa
que el «método comparativo»194. La realidad social se
manifiesta en múltiples fenómenos que se pueden adscri-
193
Les Règles, págs. 115-116.
194
Ibíd., pág. 124. A la «experimentación indirecta» fundada en el
«método comparativo» se la puede llamar también «razonamiento
experimental». Cfr. Berthelot (N 83), págs. 20-21. Dice este autor que
«el razonamiento experimental no es un empirismo; no se contenta con
leer los hechos; retiene y trabaja las relaciones que pueden ser teórica-
mente significativas» (pág. 31).
—69—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 70
bir a tipos o especies sociales diferentes que, a su vez, varían
a lo largo del tiempo. La explicación sociológica consiste
en encontrar las relaciones de causalidad entre los hechos
sociales, y llegar a establecer leyes de carácter general,
igual que hace la física y las demás ciencias de la natura-
leza. El principio de causalidad es, para Durkheim, esen-
cial a toda auténtica ciencia. Aunque algunos filósofos lo
hayan puesto en entredicho, los científicos no hacen cues-
tión de él, antes bien, lo presuponen en sus respectivas
ciencias. La sociología, como ciencia natural que es, ha de
guiarse asimismo por este principio básico. El método
comparativo, única forma posible de experimentación
sociológica, ha de conjugarse con el principio causalista.
Se trata, en definitiva, de encontrar las causas y los efec-
tos de los fenómenos sociales atendiendo a la compara-
ción de los mismos, sabiendo que «a un mismo efecto
corresponde siempre una misma causa»195. Durkheim
añade que si un mismo efecto corresponde a varias causas
es que en realidad se trata de efectos diferentes que es pre-
ciso distinguir. Así sucede con el suicidio, tiene varias cau-
sas porque en realidad hay tipos distintos de suicidios. En
su obra Le suicide (1897) distingue Durkheim cuatro tipos
de suicidio: el egoísta, el altruista, el anómico y el fatalis-
ta. Aunque el fenómeno natural que se produce en todos
ellos es el mismo, la muerte del suicida, su significado
sociológico es diferente, como diferentes son sus respecti-
vas causas. Esto es una prueba más de que la sociología,
por encima de los hechos nudamente considerados, tiene
que ver con los significados sociales de dichos hechos.
La comparación sociológica ha de hacerse, según Durk-
heim, por medio del análisis de las variaciones concomi-
tantes196. Consiste éste en poner en relación dos fenómenos
195
Les Règles, pág. 127.
196
El método de las variaciones concomitantes es uno de los cinco
procedimientos que John Stuart Mill estudia en su Lógica, junto con el
método de concordancia, el de diferencia, el de combinación de con-
cordancia y diferencia, y el de residuos. Cfr. Mill, System of Logic Ratio-
cinative and Inductive (1843), Londres, Routledge, 2001, págs. 388 y
sigs.: capítulo octavo del libro tercero. Sigue el mismo esquema
A. Schäffle, en el Apéndice al cuarto volumen de su Bau und Leben des
sozialen Körpers (N 34), esp. págs. 483-486.
—70—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 71
y comprobar cómo las variaciones de uno de ellos conlleva
variaciones del otro, produciéndose entre ambos un parale-
lismo que es síntoma de una relación causal. La vinculación
y las variaciones correlativas entre los dos fenómenos se
pueden deber, sin embargo, a que los dos son efectos de la
misma causa o a que hay un fenómeno intercalado entre
ellos y que no se percibe con claridad, por lo que «los resul-
tados a los que conduce este método precisan ser interpre-
tados»197. La observación de las variaciones concomitantes
no es, por tanto, suficiente, para llegar a establecer conclu-
siones. Necesita ser interpretada desentrañando el signifi-
cado del paralelismo que se observa. No obstante, Durk-
heim, una vez más, no se preocupa de introducirse en el
tema de la interpretación sociológica. Se limita a decir que
la repetición de los fenómenos observados y su observación
permitirá verificar los resultados alcanzados. No sale de los
estrechos límites de la metodología positivista.
Del conjunto de las observaciones se comprueban
series de variaciones de los fenómenos contemplados. El
material que ofrecen las sociedades para establecer esas
series de variaciones es inmenso, y puede centrarse bien
en una sociedad concreta, bien en sociedades de la misma
especie o tipo, o bien en varias especies o tipos diferentes.
Hay fenómenos cuya investigación se puede hacer muy
bien respecto de una determinada sociedad. Así, por ejem-
plo, si se estudia el suicidio en Francia, las conclusiones
que se extraigan respecto a qué relaciones existen entre
las tasas de suicidio y el medio social (urbano o rural, reli-
gioso o agnóstico, católico o protestante, casados o solte-
ros, etc.), serán aplicables a otros países de la misma espe-
cie. Pero hay otras investigaciones que requieren un
análisis comparado e histórico, por tanto, una amplia
comparación198. Así sucede cuando se investiga una insti-
tución, una norma jurídica, una costumbre199. «Para dar
197
Les Règles, pág. 130.
198
Éste es el método empleado por Montesquieu y también por
Fustel de Coulanges. Véase Robert Alun Jones, «Durkheim and La Cité
antique – An Essay on the origins of Durkheim’s sociology of religion»,
en S. Turner (N 190), págs. 25-51, esp. 28-29 y 42.
199
Les Règles, págs. 134 y sigs.
—71—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 72
cuenta de una institución social perteneciente a una espe-
cie determinada, se compararán las diferentes formas que
presenta no sólo entre los pueblos de dicha especie, sino
en todas las especies anteriores». Es lo que llama Durk-
heim el método «genético», cuya regla fundamental es que
«no es posible explicar un hecho social de cierta comple-
jidad sino a condición de seguir su desarrollo integral a
través de todas las especies sociales»200. A esto lo llama
Durkheim «sociología comparada», ya que atraviesa todos
los tipos sociales. Pero no se acierta a entender por qué
razón no se la puede denominar «sociología histórica» o
«historia social». A Durkheim, en todo caso, no le intere-
sa prioritariamente la historia, sino el análisis comparado,
por lo que establece su última regla: para que la compara-
ción sea demostrativa «bastará considerar a las socieda-
des que se compara en el mismo período de su evolu-
ción»201. Lo cual requiere, en mi opinión, toda una teoría
de la historia y del establecimiento de períodos, aspecto
que en la obra de Durkheim no aparece sino de forma
demasiado rudimentaria.
18. Les Règles se cierra con una «conclusión» en la que
Durkheim sintetiza los caracteres básicos del nuevo méto-
do que él propone. Los enumera así: primero, el método
sociológico es independiente de todo planteamiento filo-
sófico o político; segundo, es objetivista (u objetivo); y ter-
cero, es autónomo o puramente sociológico. En cuanto
que el primero y el tercero tienen en común su tendencia
a la autonomía o independencia, pueden unirse en uno
solo, y entonces podemos decir que, para Durkheim, el
método sociológico se caracteriza por estos dos rasgos:
por su objetividad y por ser independiente de cualquier
otro planteamiento que no sea el estricta y puramente
sociológico.
La objetividad del método sociológico reside en que
trata los hechos sociales como cosas, esto es, como enti-
dades objetivas, como «fuerzas» engendradas por otras
fuerzas y que, a su vez, pueden engendrar otras fuerzas202.
200
Les Règles, pág. 137.
201
Ibíd., pág. 138.
202
Ibíd., pág. 142.
—72—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 73
Los hechos sociales son «cosas» o «fuerzas» independien-
tes de los individuos y que han de ser investigadas en sí
mismas. La sociedad y los fenómenos sociales no tienen
su explicación en los individuos sino en las cosas o fuer-
zas sociales. Esto, para Durkheim, significa ante todo una
actitud de objetividad por parte del investigador. El obje-
to de la sociología es un conjunto de «cosas» que se cono-
cen desde fuera por medio del método experimental o
positivista y no a través del método «introspectivo», cuyo
objeto no son las realidades exteriores, sino las ideas que
el investigador tiene. En el prólogo a la segunda edición
de Les Règles Durkheim se lamenta de que se le haya
malentendido lo que él dice respecto de esta regla. Recha-
za que se le califique de ontologista o materialista, e insis-
te en que esta regla metódica impone una actitud de obje-
tividad frente a los hechos sociales, los cuales no son
«cosas materiales», sino «cosas» que, siendo de distinto
género de las materiales, existen por sí mismas igual que
aquéllas203.
Además de objetivo, el método sociológico propuesto
se caracteriza por su independencia o autonomía, en pri-
mer lugar respecto de la filosofía y de las doctrinas políti-
cas, y en segundo término, respecto de las demás ciencias.
Cada ciencia tiene su propio objeto y su propio método,
que no pueden confundirse con los de las demás ciencias.
Tampoco es admisible el sincretismo metódico, esto es, la
mezcla de elementos provenientes de ciencias distintas.
Hacer sociología no es lo mismo que hacer filosofía o psi-
cología. La sociología como ciencia autónoma exige que
se expliquen socialmente los fenómenos sociales, sin mez-
cla alguna de elementos filosóficos, psicológicos o de cual-
quier otra ciencia. Aunque en campos científicos distin-
tos, es el mismo grito de exigencia en la pureza metódica
que esgrimió Kelsen para la ciencia jurídica.
Durkheim pone especial énfasis en separar la sociolo-
gía de la filosofía. Como demuestra la historia del pensa-
miento científico, todas las ciencias particulares se han
ido desprendiendo paulatinamente del seno materno de la
filosofía, y en ese sentido todas las ciencias han tenido su
203
Les Règles, pág. XII.
—73—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 74
momento de lucha y tensión para eliminar los vestigios
filosóficos de su seno. La sociología, al ser la ciencia más
compleja, ha sido la última en separarse del tronco filosó-
fico, y una de sus tareas más arduas es la de diferenciarla
claramente de la filosofía social. En especial, la sociología
se afirma como antagonista de la metafísica, precisamen-
te porque su objetivo es ser tan sólo una «física» de los
hechos sociales. Ello no quiere decir que Durkheim nie-
gue la filosofía, sino que afirma la necesidad de la auto-
nomía de la nueva ciencia sociológica, lo cual redundará
en beneficio de la filosofía, ya que todo cambio significa-
tivo en la ciencia abre nuevos caminos a la especulación
filosófica. Tanto independiza Durkheim la sociología de la
filosofía que en el prefacio a la segunda edición de Les
Règles (1901) sostiene que el método propuesto «no impli-
ca en absoluto ninguna concepción metafísica, ninguna
especulación sobre el fondo de los seres»204. Hay que pre-
guntarse, sin embargo, si el positivismo que subyace a
toda su concepción no es también una «metafísica»205.
La sociología también debe independizarse de las
«doctrinas prácticas» o ideológicas, cuyo objetivo no es
describir y explicar las realidades sociales, sino transfor-
marlas, reformarlas. Así, la sociología no es «ni individua-
lista, ni comunista, ni socialista»206, sino ciencia que,
como la física o la química, puede ser patrimonio de cual-
quiera que a ella se dedique, con independencia de cuál
sea su ideología personal. Igual que cualquier otra ciencia,
uno de sus frentes de batalla es la lucha contra la ideolo-
gía y la ideologización. Pero de este carácter de la socio-
logía no puede extraerse la consecuencia de que se desin-
terese por las «cuestiones prácticas»207. Del conocimiento
objetivo de las realidades, sean cuales sean éstas, se extraen
consecuencias prácticas. No otra cosa es la técnica. La
física es conocimiento teórico, pero de ella deriva la apli-
204
Les Règles, pág. XIV.
205
Cfr. G. Robles, «El origen de la sociología del conocimiento», en
Derecho, razón práctica e ideología, Anales de la Cátedra Francisco Suá-
rez, núm. 17, 1977, págs. 91-102.
206
Les Règles, pág. 140.
207
Ibíd., pág. 141.
—74—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 75
cación técnica. Lo mismo sucede con la química o la bio-
logía. La sociología no es menos. Su tarea es conocer
explicativamente los fenómenos sociales. Pero de ese
conocimiento objetivo de los hechos sociales se puede
derivar una especie de técnica social que permita aplica-
ciones prácticas, por ejemplo en el terreno de la política
legislativa.
Por último, la sociología ha de afirmarse a sí misma
también frente a las demás ciencias. Al ser la última en
constituirse, dado que es la más compleja de todas, es
natural que se apoye en las ya consolidadas. Incluso en la
terminología, al no disponer de un elenco de palabras que
sea exclusivo suyo, no le queda otro remedio que tomar
prestado las que son usuales en otras ciencias. La sociolo-
gía ha hecho esto con la física y la biología, pero, obvia-
mente, ni es física ni es biología. Las acusaciones de orga-
nicismo son injustas, ya que los sociólogos emplean
términos y comparaciones biológicas como metáforas.
Más ardua es la diferenciación entre psicología y sociolo-
gía. En los tiempos en que aparece esta última, aquélla
acaba apenas de encontrar su propio camino, puede decir-
se incluso que en cierto modo ambas transcurren casi
paralelas en su desarrollo. No es de extrañar, por tanto, que
los límites se muestren borrosos. De ahí que Durkheim
haga el esfuerzo continuo de distinguir la sociología de la
psicología, el método sociológico del psicológico. Son dos
ciencias «netamente distintas»208, ya que los hechos psí-
quicos individuales constituyen una materia diferente a los
hechos sociales. Aunque ambos tipos de hechos sean
representaciones y sentimientos, los unos son representa-
ciones y sentimientos individuales, mientras que los otros
son representaciones y sentimientos colectivos. Esto lo
expresa Durkheim de otra forma, al subrayar que la socio-
logía es «la ciencia de las instituciones, de su génesis y de
su funcionamiento»209.
208
Les Règles, pág. XVII.
209
Ibíd., pág. XXII.
—75—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 76
III
19. La primera valoración que suscita esta obra de
Durkheim sobre el método sociológico es que merece ser
leída y meditada. Es un libro imprescindible para todo
aquel que tenga la intención de saber qué es la sociología
y cómo se ha formado; y, en general, para toda persona
interesada en la filosofía de las ciencias y en su historia.
Escrita hace más de un siglo, mantiene una especie de
perenne actualidad por encima de escuelas y tendencias, y
más allá de que algunas de sus propuestas puedan estar
desfasadas e incluso de que los actuales métodos de inda-
gación sociológica muestren un pronunciado empirismo
en el desarrollo de técnicas concretas que esta obra senci-
llamente desconoce. En efecto, Les Règles no entra en la
descripción de los instrumentos concretos de investiga-
ción, pues se trata ante todo de una obra de teoría del
método sociológico, cuyas conexiones con la epistemolo-
gía general son evidentes. Durkheim se limita a propor-
cionar el marco teórico de dicho método y trata de justifi-
car sus rasgos fundamentales desde la perspectiva de la
filosofía positivista, la cual, como es bien sabido, predica
la «eutanasia» del pensamiento filosófico genuino y su
sustitución definitiva por la ciencia.
Ahora bien, a pesar de que Durkheim plantea su teoría
del método sociológico como una legitimación teórica del
método experimental, lo cierto es que si se exceptúa Le
Suicide, apenas puede afirmarse que aplique el menciona-
do método en el resto de sus obras. Tanto La Division
como Les Formes élémentaires y las Leçons de Sociologie
están construidas como panoramas teóricos generales en
los que es inútil buscar la conexión empirista y que, por
eso mismo, se asemejan más a tratados de teoría o de filo-
sofía social que a lo que pueda entenderse como una inda-
gación de hechos concretos. Durkheim, en efecto, elaboró
toda su sociología desde la soledad y el silencio de su gabi-
nete, lejos del mundanal ruido que se supone rodea siem-
pre al investigador «de campo». Por esa razón, su teoría
del método es aplicada a los problemas de los que trata en
las obras mencionadas más como un esquema de fondo
que sugiere una cierta disciplina mental y expositiva, que
—76—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 77
como reglas efectivas que hay que seguir de una manera
estricta en el camino investigador.
Desde la perspectiva de la diferenciación entre la socio-
logía teórica y la sociología empírica, no puede caber la
menor duda de que Durkheim se mueve como pez en el
agua dentro de la primera y que, por consiguiente, el
empirismo es, de hecho, un desideratum nunca alcanzado,
una propuesta para cuando los datos extraídos de la reali-
dad la hagan posible.
Les Règles cierra una fase, la de teorización del método
sociológico positivista, y abre otra, que apunta pero no
consuma: la de la necesidad de superar en la sociología los
estrechos límites del positivismo.
Las tesis fundamentales que defiende Durkheim en
esta obra son en general correctas, o casi correctas, pero
son también insuficientes.
Su concepto de ciencia es excesivamente naturalista,
no en vano pesa sobre él en demasía los aportes del fisi-
calismo y del biologismo. El dogma comtiano de la uni-
dad de la ciencia y los desarrollos positivistas de los auto-
res alemanes, si bien le permiten concretar sus «reglas»,
las lastran con el peso de sus carencias, que no son pocas.
Pretender que la sociología observa y describe sin más los
hechos sociales, y que éstos se dan a la observación como
al botánico las peras en los perales o al biólogo las arterias
en los animales, esto es, como una realidad que está ahí,
dada de antemano a quien pretenda observarla y descri-
birla, muestra una ingenuidad epistemológica sólo expli-
cable por las limitaciones que se supone al nacimiento de
una nueva ciencia.
Las diatribas de Durkheim contra todo género de cons-
trucción y convencionalismo hay que enmarcarlas preci-
samente en esa incomprensión que tiene hacia el carácter
ordenador del conocimiento humano.
La tesis descriptivista está demandando a gritos el
correctivo de la hermenéutica comprensiva, y por eso Durk-
heim es una buena antesala a Weber, quien, sin dejar la
referencia positivista de fondo, marca una línea metodoló-
gica que supera sus estrechos límites. Aunque Durkheim,
en determinados y escasos pasajes de su obra, apunta a la
necesidad de que la descripción de lo dado de antemano a
la observación se complete o desemboque en una tarea
—77—
02_Introducción* 30/11/05 11:25 Página 78
interpretativa, no llega nunca a tomar conciencia plena de
esa necesidad y, en consecuencia, su método sociológico no
acaba de presentar unos perfiles completamente acabados.
Si ya parece ingenua su concepción de la razón cientí-
fica, y por tanto también de la razón sociológica, no lo es
menos su idea de los conceptos básicos que maneja.
Así, y sin ir más lejos, la propia noción de hecho social
adolece de esa misma simplificación. Cada tipo de hecho
social (por ejemplo, el suicidio altruista, o el suicidio anó-
mico) es el resultado de una construcción hermenéutica
sobre un material bruto que proporciona la mera obser-
vación. Ésta, sin guía interpretativa, se pierde en la infini-
dad de lo empírico contingente, pues los hechos nudos
son todos distintos los unos de los otros. Sólo gracias a
una intervención de la razón constructiva y clasificadora
es posible introducir un cierto orden en el caos fenoméni-
co. El hecho social individual, la acción social concreta,
sólo es inteligible desde la construcción del tipo corres-
pondiente. Por esa razón, puede sostenerse que el hecho
social o la acción social constituyen significados que son
atribuidos a acontecimientos meramente externos desde
un marco de referencia hermenéutica previo, que no es
otra cosa que la teoría social. No podemos «leer» ni «com-
prender» lo que pasa en verdad en la realidad social sino
merced a una teoría de la sociedad que permita interpre-
tar a su luz lo fenoménico contingente.
En el fondo, es lo que hace Durkheim, acaso sin saber-
lo: construir una teoría social desde la cual se pueda inter-
pretar lo que se vislumbra en la vida social real. Pero en
Les Règles no se hace cargo del todo de esta conexión entre
teoría social, por un lado, y observación, descripción y
explicación de los hechos sociales, por el otro. Utiliza el
instrumental de las ciencias naturales sin traducirlo a los
términos más adecuados para una teoría social.
Por eso, Les Règles se queda a mitad del camino. No es
menos cierto, sin embargo, que esa mitad del camino tie-
ne que ser recorrida. Hacerlo no representa un esfuerzo
inútil, sino tan sólo insuficiente.
—78—
03_Nota* 30/11/05 11:25 Página 79
Nota sobre esta edición
Les règles de la méthode sociologique aparece por pri-
mera vez en el año 1894 en los tomos 37 (págs. 465-498,
577-607) y 38 (págs. 14-39, 168-182) de la Revue philoso-
phique (fundada en 1876 por el psicólogo Ribot y de ins-
piración positivista). La primera edición como libro, con
el mismo título, es de 1895 (editorial Alcan, VIII + 186
págs., Bibliothèque de philosophie contemporaine). Esta
edición manifiesta algunas diferencias respecto al texto de
la Revue philosophique. La segunda edición de la obra
aparece en 1901. Se distingue de la primera tan sólo en
que se añade el «Prefacio de la segunda edición», en el
cual Durkheim contesta a algunas críticas, así como dos
notas a pie de página. La obra ha conocido posteriormen-
te múltiples reimpresiones.
La presente edición en español es la traducción de la
segunda edición de la obra. En concreto, el texto de referen-
cia ha sido el de Presses Universitaires de France (París, 1937),
10.ª edición, Quadrige/PUF (París, 1999), XXIV + 149 págs.
Para salvar algunas erratas, ha sido contrastado con la octa-
va edición (Alcan, París, 1927). Sólo se ha variado el sistema
de numeración de las notas a pie de página.
—79—
This page intentionally left blank
04_port.Cronología* 30/11/05 11:24 Página 81
CRONOLOGÍA*
* Hasta la aparición de Les règles de la méthode sociologique se
mencionan todos los escritos de Durkheim. Después, sólo los más rele-
vantes. Por lo que respecta al «contexto cultural», se han tenido en
cuenta los autores relacionados con la sociología y, en especial, con el
pensamiento de Durkheim.
This page intentionally left blank
05-Cronol*
V D A C
— Nace Kant.
30/11/05
— Nace Saint-Simon.
11:24
— Nace Georg W. F. Hegel.
— Comienza la Revolución francesa.
Reunión de los Estados Generales. 14
Página 83
de julio: toma de la Bastilla.
—83—
— Nace Adolph Quételet.
— Nace Auguste Comte.
— Se promulga el Código Civil de Napoleón. — Muere Kant.
— Nace Alexis de Tocqueville.
— Nace John Stuart Mill.
05-Cronol*
V D A C
— Napoleón ordena la ocupación militar
de España.
30/11/05
— El 2 de mayo comienza en Madrid la
insurrección popular.
11:24
— Nace Charles Darwin.
Página 84
— Retirada de las tropas napoleónicas de
Rusia.
— En España se aprueba la Constitución
—84—
liberal de Cádiz.
— Los franceses se retiran de España. — Nace Claude Bernard.
— En España restauración absolutista;
regreso de Fernando VII.
— Batalla de Waterloo. Congreso de Viena. — Nace Charles Renouvier.
05-Cronol*
— Nace Rudolf von Ihering.
— Nace Karl Marx.
— Nace Lewis Henry Morgan.
30/11/05
— En España comienza el trienio consti- — Nace Herbert Spencer.
tucional. Pronunciamiento de Riego. — Nace Friedrich Engels.
11:24
— Muere Napoleón en Santa Elena.
— Nace Henry Maine.
Página 85
— Invasión francesa de los Cien Mil Hijos
de san Luis.
—85—
— En España da comienzo la Década
ominosa.
— Muere el rey de Francia Luis XVIII y le — Nace Moritz Lazarus.
sucede Carlos X. — Comte publica Système de politique
positive, tomo I.
— Muere Saint-Simon.
05-Cronol*
V D A C
— Monarquía de Luis Felipe (hasta 1848). — Nace Numas-Denis Fustel de Coulanges.
— Comte publica el primer volumen de
30/11/05
Cours de Philosophie positive. Los
demás vols. aparecerán en 1835, 1838,
1839, 1841 y 1842.
11:24
— Nace Albert Schäffle.
— Muere Georg W. F. Hegel.
— Nace Wilhelm Wundt.
Página 86
—86—
— Muere Fernando VII.
— Se inicia en el norte la rebelión carlista
contra Isabel II.
— Nace Adolf Wagner.
— Tocqueville publica los tomos I y II de
La démocratie en Amérique.
— Francia declara la guerra a México. — Nace Gustav Schmoller.
— Nace Ludwig Gumplowicz.
— Comte publica Cours de Philosophie
05-Cronol*
positive, tome quatrième contenant la
partie organique de la Philosophie
sociale.
30/11/05
— Guizot, primer ministro. — Tocqueville publica los tomos III y IV
de La démocratie en Amérique.
— En España Espartero es proclamado
11:24
Regente.
— Nace Gustav Ratzenhofer.
— Nace Gabriel Tarde.
Página 87
— John S. Mill publica A System of Logic,
Ratiocinative and Inductive.
—87—
— Narváez primer ministro. — Nace Alfred Espinas.
— Comte publica Discours sur l’esprit
positif, preámbulo del Traité philosophi-
que d’astronomie populaire.
— Nace Émile Boutroux.
— Nace Charles Gide.
— Revolución de Febrero en París. — Nace Vilfredo Pareto.
— Luis Felipe cesa a Guizot. — Publicación del Manifiesto comunista.
05-Cronol*
V D A C
— Abdicación de Luis Felipe.
— Proclamación de la Segunda República.
— Luis Napoleón es elegido Presidente de
30/11/05
la República.
— Golpe de Estado de Luis Napoleón. — Nace Georg Jellinek.
11:24
— En España, Gobierno de Bravo Muri- — Comte publica el primer volumen del
llo. Se firma el Concordato con el Vati- Système de politique positive ou Traité
cano. de Sociologie instituant la religión de
l’humanité. Los restantes vols. apare-
cerán en 1852, 1853 y 1854.
Página 88
— Luis Napoleón se proclama emperador — Nace Raffaele Garofalo.
—88—
con el nombre de Napoleón III. Co- — Comte publica Catéchisme positiviste.
mienza así el Segundo Imperio Fran-
cés, que durará hasta 1870.
-
— Los planes urbanísticos de Hausmann:
crecimiento de París.
— Napoleón III se casa con Eugenia de
Montijo.
— En España, pronunciamiento de los
generales Dulce y O’Donnell.
05-Cronol*
-
— Guerra de Crimea.
— Nace Ferdinand Tönnies.
30/11/05
— Exposición internacional de París.
/
— Se publica la primera edición de Das
11:24
Leben der Seele de M. Lazarus.
— Nace Sigmund Freud.
Página 89
— Nace Alfonso XII. — Muere Auguste Comte.
— Nace Lucien Lévy-Bruhl.
—89—
— 15 de abril: E. Durkheim nace en Épi- — Nace Georg Simmel.
nal (Lorena) en el seno de una familia
judía ortodoxa y de recursos modes-
tos. Su padre, Moïse Durkheim, fue
rabino superior de los Vosgos, y su
abuelo y su bisabuelo también fueron
rabinos. Su madre, Melanie (de solte-
ra, Isidor) era hija de un comerciante.
— Guerra de unificación italiana (o gue- — Se publica El origen de las especies de
rra franco-austriaca). Charles Darwin.
— Nace Jean Jaurès.
— Nace Edmund Husserl.
05-Cronol*
V D A C
— Nace Léon Duguit.
— Muere Alexis de Tocqueville.
— M. Lazarus y H. Steintahl fundan la
30/11/05
Zeitschrift für Völkerpsychologie und
Sprachwissenschaft.
- -
11:24
— Guerra de España con Marruecos. Vic- — Construcción del Canal de Suez con ca-
toria de Tetuán. pital francés por el ingeniero De Lesseps.
— Abraham Lincoln, presidente de EEUU.
Comienza la guerra de Secesión.
Página 90
—90—
— Expedición francesa a México. — Henry Maine publica Ancient Law.
— Lincoln decreta la abolición de la es- — Nace Eugen Ehrlich.
clavitud.
— Nace George Herbert Mead.
— Guerra de Austria y Prusia con Dina- — Fustel de Coulanges publica La cité antique.
marca. — Nace Max Weber.
05-Cronol*
— Claude Bernard publica Introduction à
l’étude de la médecine experiméntale.
30/11/05
— Guerra austro-prusiana. — Se publica la versión francesa del Sys-
tem of Logic de J.S. Mill.
— Nobel: invención de la dinamita.
11:24
— Las tropas francesas son forzadas a — Karl Marx publica el primer tomo de
abandonar México. Das Kapital.
— Charles Tellier: invención de la máqui-
na frigorífica.
Página 91
— Isabel II abandona España.
—91—
— Concilio Vaticano I.
— Guerra franco-prusiana. — Nace Célestin Bouglé.
— Derrota en Sedán de las tropas de Na-
poleón III.
— El pueblo proclama la III República
francesa, que durará hasta 1940, y se
instaura un Gobierno de Defensa Na-
cional, bajo el mando de Jules Favre y
Leon Gambetta.
— Sitio de París por las tropas prusianas;
rendición el 28-I-1871.
05-Cronol*
V D A C
— Amadeo I, Rey de España. Asesinato
del general Prim.
30/11/05
— Thiers, presidente de la República
Francesa.
— Paz preliminar de Versalles: Francia
11:24
pierde Alsacia-Lorena.
— (10 de mayo) Paz de Fráncfort del
Meno.
— Insurrección de la Comuna en París.
— En mayo, represión de la Comuna.
Página 92
— Comienza en España la segunda gue- — Marcel Mauss, sobrino de Durkheim,
—92—
rra carlista. nace en Épinal.
— Dimisión de Thiers. — Muere John S. Mill.
— Mac-Mahon, presidente de la R. F.
— Primera República Española.
— Baccalauréat en Letras. — Alfonso XII, Rey de España. — Muere Adolphe Quételet.
— Baccalauréat en Ciencias. — Leyes constitucionales de la III Repú- — Segunda edición de G. Schmoller, Über
blica Francesa. einige Grundfragen des Rechts und der
Volkswirtschaft.
05-Cronol*
/
— Albert Schäffle publica la primera edi-
ción en cuatro vols. de Bau und Leben
des socialen Körpers.
30/11/05
— Durkheim llega a París para preparar — Fin de la segunda guerra carlista en Es- — Graham Bell: invención del teléfono.
el ingreso a la École Normale Supérieu- paña.
re en el liceo Louis-le-Grand. Comien- — Constitución Española de 1876.
11:24
za su amistad con Jean Jaurès.
— Fracasa en su primer intento de entrar — Alfred Espinas publica Les sociétés ani-
en la École Normale Supérieure de males.
París. — Rudolf von Ihering publica el primer
Página 93
volumen de Der Zweck im Recht.
— Nace Maurice Halbwachs.
— L. H. Morgan publica Ancient Society.
—93—
— Edison: invención del micrófono y del
fonógrafo.
— Segundo intento frustrado de entrar — Alfonso XII se casa con María de las — Georg Jellinek publica Die sozialethi-
en la École. Mercedes. sche Bedeutung von Recht, Unrecht
— Muerte de María de las Mercedes. und Strafe.
— Comienza el Pontificado de León XIII — Muere Claude Bernard.
(hasta 1903).
— Es admitido en la École Normale Supé- — Renuncia de Mac-Mahon. Presidente
rieure. de la R.F.: Jules Grévy.
— Los profesores que más le influyen — En España se funda el PSOE.
son: Charles Renouvier, Émile Bou-
05-Cronol*
V D A C
troux y Numas-Denis Fustel de Cou-
langes.
30/11/05
— Segunda edición de A. Schäffle, Bau
und Leben des socialen Körpers (4 vols).
— Muere Lewis Henry Morgan.
11:24
— Nace Alfred R. Radcliffe-Brown.
— Comienza a enseñar filosofía como agre- — Escisión del Partido Obrero Socialista — Muere Charles Darwin.
gé en institutos de enseñanza secundaria. en el Congreso de Saint-Étienne.
— Durkheim enseña en Sens.
Página 94
—94—
— Enseña en el liceo de Sens. El de — Rudolf von Ihering publica el segundo
agosto pronuncia, como agregé más volumen de Der Zweck im Recht.
joven, en la ceremonia del reparto de — Muere Karl Marx.
premios el discurso «Le rôle des — Nace François Simiand.
grands hommes dans l’histoire». — Se publica la tercera edición de Das
Leben der Seele de M. Lazarus.
— Durkheim enseña en el liceo de Saint- — Nace Bronislaw Malinowski.
Quentin. — L. Lévy-Bruhl: L’idée de responsabilité.
— Recensión del libro de A. Fouillée, La — Muerte de Alfonso XII. — R. Garofalo publica Criminologia.
propriété sociale et la démocratie. — En España, nace póstumamente Alfon- — Se publica el segundo tomo de Das
— Recensión del libro de L. Gumplowicz, so XIII. Regencia de María Cristina. Kapital de Karl Marx.
Grundriss der Sociologie.
05-Cronol*
— Recensión del primer vol. de Schäffle, — Pasteur inocula la primera vacuna
Bau und Leben des socialen Körpers. contra la rabia.
— Estancia en Alemania.
30/11/05
— Estancia de Durkheim en Alemania. — Primer congreso de la federación de — Wilhelm Wundt publica Ethik. Eine Un-
— Vuelve a Francia y enseña en el liceo sindicatos en Lyon. tersuchung der Tatsachen und Gesetze
de Troyes. — Comienza la llamada «crisis boulangis- des sittlichen Lebens.
— Publica «Les études de science socia- ta» (que se cierra en 1889). — Heinrich Rudolph Hertz: descubri-
11:24
le». miento de las ondas electro-magnéti-
— Recensión del libro de G. de Greef, cas.
Introduction à la sociologie.
— Publicación de «La science de la mora- — Dimisión de Grévy. Presidente de la — F. Tönnies publica Gemeinschaft und
Página 95
le positive en Allemagne». R. F.: Sadi Carnot. Gesellschaft.
— Publicación de «La philosophie dans
les universités allemandes».
—95—
— Recensión de Durkheim del libro de
Guyau, L’irréligion de l’avenir. Étude de
sociologie.
— Durkheim es nombrado profesor en la
Universidad de Burdeos. Encargado
de un curso de ciencia social y peda-
gogía. Pronuncia la lección de apertu-
ra de dicho curso: «Cours de science
sociale: leçon d’ouverture».
— Contrae matrimonio con Louise Drey-
fus. Tuvieron dos hijos: Marie y André.
— Publica «Cours de science sociale. Leçon — Se funda en España la Unión General — G. Tarde publica La criminalité compa-
d’ouverture», «Suicide et natalité. Étude de Trabajadores (UGT). rée.
de statistique morale», «Introduction à — Muere Henry Maine.
05-Cronol*
V D A C
la sociologie de la famille» y «Le pro- — Inauguración del Instituto Pasteur.
gramme économique de Schäffle».
30/11/05
— Recensión del libro de W. Lutoslawski, — Muere Numas-Denis Fustel de Coulan-
Erhaltung und Untergang der Staatsver- ges.
fassungen nach Plato, Aristóteles und — Exposición universal de París: Torre
11:24
Macchiavelli (1888). Eiffel.
— Recensión del libro de F. Tönnies,
Gemeinschaft und Gesellschaft (1887).
— Comienza a dictar el curso titulado — Gustav Schmoller, Grundriss der allge-
Página 96
«Physique des moeurs et du droit», que meinen Volkswirtschaftslehre.
impartirá regularmente hasta 1900. — G. Simmel publica Über soziale Diffe-
—96—
— Recensión del libro de Th. Ferneuil, renzierung. Soziologische und psycho-
Les principes de 1789 et la Sociologie logische Untersuchungen.
(1889). — G. Tarde publica La philosophie pénale
y Les lois de l’imitation.
— Encíclica Rerum Novarum.
— Presenta su tesis latina sobre Montes- — Muerte de Rudolf von Ihering.
quieu, dedicada a Fustel de Coulanges, — G. Tarde publica Les transformatios du
titulada Quid Secundatus politicae droit y Études pénales et sociales.
scientiae instituendae contulerit.
05-Cronol*
/
— Simmel publica Einleitung in die Mo-
ralwissenschaft. Eine Kritik der ethi-
schen Grundbegriffe.
30/11/05
— Publica su tesis latina sobre Montes- — Nace Karl Mannheim.
quieu. — Gabriel Tarde publica La logique sociale.
— Presenta y publica su tesis en francés:
11:24
De la division du travail social. Étude sur
l’organisation des sociétés supérieures.
— Recensión del libro de G. Richard, Essais
sur l’origine de l’idée de Droit (1892).
Página 97
— Publicación de Les Règles de la métho- — Asesinato de S. Carnot. Presidente de — Arbert Hermann Post publica Grund-
de sociologique en la «Revue philosop- la R. F.: Jean Casimir-Perier. riss der ethnologischen Jurisprudenz
hique», tomos 37 y 38. — Estalla el asunto «Dreyfus». (vol. 1.º).
—97—
— En España, fundación del PNV. — Aparece el tercer tomo de Das Kapital
de Karl Marx.
— DPublica como libro Les Règles de la — Dimisión de Casimir-Perier. Presidente — Muere Friedrich Engels.
méthode sociologique. También el tra- de la R.F.: Félix Faure. — G. Tarde publica La logique sociale, «Cri-
bajo «Lo stato attuale degli studi socio- — Degradación de Dreyfus. minalité et santé sociale», «La sociologie
logici in Francia». — Comienza la guerra de independencia élémentaire» y Essais et mélanges socio-
— Inaugura un curso sobre historia del cubana. logiques.
socialismo. — Albert Hermann Post publica Grundriss
der ethnologischen Jurisprudenz (vol. 2.º).
— Marconi: invención de la telegrafía sin hilo.
— Primeros Juegos Olímpicos en Atenas.
05-Cronol*
V D A C
— Publica Le suicide. Étude de sociolo- — A. Espinas publica Les origines de la
gie. technologie.
30/11/05
— Clément Ader: primer vuelo en aero-
plano.
11:24
— Funda L’Année Sociologique, revista que — E. Zola: «J’accuse». — G.Tarde publica Études de psicologie
aparecerá regularmente hasta 1907. — Liga de los Derechos del Hombre. sociale y Les lois sociales.
— Publica «Représentations individuelles — Pierre y Marie Curie descubren el radio.
et répresentations collectives» y «La — Los Estados Unidos declaran la guerra
prohibition de l’inceste et ses origines». a España.
— Charles Maurras funda Action Fran-
Página 98
çaise.
—98—
— Aparecen «De la définition des phé- — Muere F.Faure. Presidente de la R. F.: — L. Lévy-Bruhl publica La philosophie
nomènes religieux» y «La sociologia e Émile Loubet. d’A. Comte.
il suo dominio cientifico». — G. Simmel publica Philosophie des Gel-
— Publica «La sociologie en France au des.
XIX siècle».
— Primeros fascículos de l´Histoire socia-
liste de la Révolution française.
— Primer dirigible de Ferdinand Zeppelin.
— Max Planck: teoría cuántica.
— Segunda edición de Les Règles de la
méthode sociologique.
05-Cronol*
— Publica «Deux lois de l’évolution péna-
le».
— Es nombrado chargé de cours de la — Formación en Tours del Partido Socia- — Nace Talcott Parsons.
30/11/05
Sorbona (París). lista Francés.
— Publica «Sur le totémisme». — Ruptura de Francia con el Vaticano. Ga-
— Segunda edición de De la división du binete Combes: supresión de órdenes y
travail social, que incorpora un segun- de colegios religiosos; incautación de
11:24
do prefacio y reduce considerable- bienes eclesiásticos (1902-1905).
mente el primero. — En España comienza a reinar Alfon-
so XIII.
— Publica «De quelques formes primiti- — Mueren Charles Renouvier, Herbert
Página 99
ves de classification», en colaboración Spencer, Albert Schäffle y Moritz Laza-
con Marcel Mauss y «Sociologie et rus.
sciences sociales», en colaboración — Eugen Ehrlich publica Freie Rechtsfin-
—99—
con Paul Fauconnet. dung und freie Rechtswissenschaft.
— L. Lévy-Bruhl publica La morale et la
science des moeurs.
— Primer Tour de France.
— Ley francesa sobre la separación Igle-
— «On the relation of sociology to the sia-Estado. — Muere Gustav Ratzenhofer.
social sciences and to philosophy». — Sale en abril el primer número de L’Hu-
manité.
— Curso de Durkheim sobre la historia
de la enseñanza en Francia.
— Max Weber publica Die protestantische
Ethik und der «Geist» des Kapitalismus.
05-Cronol*
V D A C
— Publica «Détermination du fait moral» — Encíclica Vehementer nos.
y es nombrado professeur titulaire en — Presidente de la R.F.: Armand Fallières
30/11/05
la Sorbona.
-
— Rehabilitación de Dreyfus.
11:24
— Curso de Durkheim sobre los orígenes — Encíclica Pascendi. — C. Bouglé publica Le solidarisme.
de la vida religiosa. — Auguste Lumière: invención de la foto-
grafía.
Página 100
— Simmel publica Soziologie. Untersuchun-
—100—
gen über die Formen der Vergesellschaftung.
— Publica «Sociologie religieuse et théo- — Acuerdo franco-alemán sobre Marrue- — Muere Ludwig Gumplowicz.
rie de la conaissance», «Sociologie et cos. — M. Mauss publica La prière.
sciences sociales» y «Examen critique — En España, la semana trágica de Bar- — Primera travesía del canal de la Man-
des systèmes classiques sur les origi- celona. cha en avión (L. Blériot).
nes de la pensée religieuse».
— Canalejas forma Gobierno en España. — Nace Robert K. Merton.
— Comienza la nueva serie de L’Année
Sociologique.
— L. Lévy-Bruhl publica Les fonctions men-
tales dans les sociétés inférieures.
05-Cronol*
— Simmel publica Hauptprobleme der
Philosophie.
— Publica «Jugements de valeur et juge- — Loa anarquistas españoles fundan la — Muere Georg Jellinek.
30/11/05
ments de realité». Confederación Nacional del Trabajo — Simmel publica Philosophische Kultur.
(CNT). Gesammelte Essays.
11:24
— Publica Les formes élémentaires de la — Protectorado de España sobre Marrue- — Léon Duguit publica Les transforma-
vie religieuse: le système totémique en cos. tions générales du droit privé depuis le
Australie. — Asesinato de Canalejas. Code Napoleón.
— F. Simiand publica La méthode positi-
ve en science économique.
Página 101
— Raymond Poincaré es elegido presi- — Eugen Ehrlich publica Grundlegung
dente de la República. der Soziologie des Rechts.
—101—
— En España, Dato. — M. Halbwachs publica La classe ouv-
rière et les niveaux de vie y La théorie de
l’homme moyen, essai sur Quetelet et la
Statistique morale.
— Publica «Le dualisme de la nature — Atentado en Sarajevo (28 de junio)
humaine et ses conditions sociales» e contra el heredero austriaco Francisco
imparte un curso sobre pragmatismo Fernando.
y sociología. — Estalla la Primera Guerra Mundial.
— Asesinato de Jaurès (31 de julio).
— Alemania declara la guerra a Francia
(3 de agosto).
05-Cronol*
V D A C
— André, hijo de Durkheim, es enviado al
frente de Bulgaria.
30/11/05
— Publica Qui a voulu la guerre. Les ori-
gines de la guerre d’après les documents
diplomatiques y «L’Allemagne au-des-
sus de tout». La mentalité allemande et
11:24
la guerre.
— Muerte de André Durkheim en el fren- — Simmel publica Das Problem der histo-
te. rischen Zeit.
Página 102
— 15 de noviembre: Émile Durkheim — Revolución rusa. Abdicación del zar. — Mueren Adolf Wagner y Gustav Sch-
—102—
muere en París a la edad de 59 años. moller.
— Se publica «Introduction a la morale». — Simmel publica Grundfragen der
Soziologie. Individuum und Gesell-
schaft y Der Krieg und die geistigen Ent-
scheidungen.
— Se publica «Le Contrat social de Rous- — Gobierno de Maura. — Eugen Ehrlich publica Die juristische Logik.
seau: histoire du livre». — Se publica Wissenschaft als Beruf de
Max Weber.
— Se publica Politik als Beruf de Max
Weber.
— Simmel publica Lebensanschauung.
Vier metaphysische Capitel, Der Kon-
flikt der modernen Kultur y Vom Wesen
des historischen Verstehens.
05-Cronol*
— Muere Georg Simmel.
— Atentado contra Clemenceau.
— Firma del Tratado de Versalles. Francia
recupera Alsacia y Lorena.
— Fundación en Moscú de la III Interna-
30/11/05
cional.
— Fundación en Múnich del Partido Na-
cional-Socialista Alemán de los Traba-
jadores.
11:24
— Se funda el Partido Comunista de Es-
paña (PCE). — Mueren Wilhelm Wundt y Max Weber.
— Presidente de la R.F.: Paul Deschanel. — L. Lévy-Bruhl publica La mentalité pri-
— Presidente de la R. F.: Alexandre Mille- mitive.
rand.
Página 103
—103—
— Primer congreso de PCF en Marsella.
— Desastre de Annual. — Muere Émile Boutroux.
— Se publica Education et sociologie.
— Se publica Schulpädagogik. — Mueren Eugen Ehrlich y A. Espinas.
— Se publica Wirtschaft und Gesellschaft
de Max Weber.
— En España, golpe de Estado del gene-
ral Primo de Rivera. — Muere Vilfredo Pareto.
— C. Bouglé publica La démocratie
devant la science.
05-Cronol*
V D A C
— Se publica Sociologie et philosophie. — Presidente de la R.F.: Gaston Doumer-
gue.
30/11/05
— Se publica L’éducation morale. — Adb el-Krim ataca puestos franceses en
Marruecos. — M. Halbwachs publica Les cadres
11:24
— Cooperación francoespañola y derrota sociaux de la mémoire.
de Abd el-Krim.
— Marcel Mauss publica Le don.
Página 104
—104—
— L.Lévy-Bruhl publica L’âme primitive.
— Se publica Le socialisme. — Firma del pacto Briand-Kellogg.
— Muere Léon Duguit.
— Crack de Wall-Street.
— Dimisión de Primo de Rivera. «Dicta-
blanda» de Berenguer. — M. Halbwachs publica Les causes du
suicide.
— F. Simiand publica Cours d’économie
politique, t. 2 (année 1928-1929).
05-Cronol*
— Proclamación de la Segunda Repúbli-
ca Española. — Muere George Herbert Mead.
— Alfonso XIII abandona España. — L. Lévy-Bruhl publica Le surnaturel et
— Presidente de la R.F.: Paul Daumer. la nature dans la mentalité primitive.
30/11/05
— Presidente de la R. F.: Albert Lebrun.
— F. Simiand publica Le salaire, l’évolu-
11:24
tion sociale et la monnaie y Cours d’éco-
nomie politique, t.1 (année 1930-1931).
— C. Bouglé publica Qu’est-ce que la so-
ciologie.
— Muere Charles Gide.
Página 105
— José Antonio Primo de Rivera funda
Falange Española. — M. Halbwachs publica L’évolution des
— Triunfo del nazismo en Alemania. besoins de la classes ouvrière.
—105—
— L. Lévy-Bruhl publica La mythologie
primitive.
— Movimiento revolucionario en Astu-
rias. — Muere Raffaele Garofalo.
— Muere François Simiand.
— C. Bouglé publica Bilan de la sociologie
française contemporaine.
— En España, victoria electoral del Fren-
te Popular.
— Comienza la Guerra Civil Española.
05-Cronol*
V D A C
— Publicación de la versión francesa de
la tesis latina de Durkheim (a cargo de
30/11/05
M.F. Alengry).
— Se publica L’évolution pédagogique en
11:24
France. — M. Halbwachs publica Morphologie
sociale.
— L. Lévy-Bruhl publica L’experience
mistique et les symboles chez les primi-
tives.
Página 106
— Final de la Guerra Civil Española. Es-
talla la Segunda Guerra Mundial. — Mueren Sigmund Freud y L. Lévy-
—106—
Bruhl.
— Régimen de Vichy. Jefe de Estado: Phi-
lippe Pétain. — M. Halbwachs publica Sociologie éco-
— La France Libre: General De Gaulle. nomique et démographie.
— Muere Célestin Bouglé.
— Muere Bronislaw Malinowski.
— IV República Francesa. Gobierno pro-
visional de Charles de Gaulle.
— Fin de la Segunda Guerra Mundial.
05-Cronol*
— Muere Maurice Halbwachs.
— Presidente de la R.F.: Vincent Auriol.
— Muere Karl Mannheim.
— M. Mauss publica Manuel d’ethnogra-
phie.
30/11/05
— Se publica Les Carnets de Lucien Lévy-
Bruhl.
11:24
— Se publica Leçons de sociologie: physi-
que des moeurs et du droit. — Se publica Sociologie et antropologie
de Marcel Mauss.
— Muere Marcel Mauss.
Página 107
— Tratado constitutivo de la CECA.
—107—
— Se publica Montesquieu et Rousseau,
précurseurs de la sociologie (a cargo de
Armand Cuvillier).
— Presidente de la R.F.: René Coty.
— Se publica Pragmatisme et sociologie. — Admisión de España en la ONU.
— Muere Alfred R. Radcliffe-Brown.
— Se publica Esquisse d’une psychologie
des classes sociales de M. Halbwachs.
— Declaración de independencia de Ma-
rruecos.
05-Cronol*
V D A C
— Tratados de Roma.
30/11/05
— V República Francesa. Presidente: Ch.
de Gaulle.
11:24
/
— Se publica Oeuvres, tres vols., de Mar-
cel Mauss.
— Se publica Journal sociologique, a car- — Dimisión de De Gaulle. Presidente: Geor-
Página 108
go de J. Duvignaud. ges Pompidou.
—108—
— Publicación de La science sociale et
l’action (ed. J.C. Filloux).
— Muere G. Pompidou. Presidente: Valè-
ry Giscard d´Estaing.
— Publicación de Textes, 3 vols. (a cargo — Muerte de Franco.
de Victor Karady). — Sube al trono Juan Carlos I.
— Muere Talcott Parsons.
05-Cronol*
— Presidente de la R. F.: François Mitterrand.
— Tratado de la Unión Europea.
30/11/05
— Muere Robert K. Merton.
11:24
Página 109
—109—
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07_Port. Obra* 30/11/05 11:23 Página 111
LAS REGLAS
DEL MÉTODO SOCIOLÓGICO
por Émile Durkheim
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08-Prefacio 1* 30/11/05 11:23 Página 113
Prefacio de la primera edición
Se está tan poco habituado a tratar los hechos sociales
científicamente, que algunas de las proposiciones conte-
nidas en esta obra corren el riesgo de sorprender al lector.
Sin embargo, si existe una ciencia de las sociedades,
habrá que esperar que no consista en una simple paráfra-
sis de prejuicios tradicionales, sino que nos haga ver las
cosas de otra manera a como le parecen al vulgo, ya que
el objeto de toda ciencia es hacer descubrimientos y todo
descubrimiento desconcierta más o menos las opiniones
recibidas. A menos, pues, que en sociología se conceda al
sentido común una autoridad que ya no tiene desde hace
mucho tiempo en las demás ciencias —y no vemos de
dónde le pudiera venir— es necesario que el investigador
se comprometa resueltamente a no dejarse intimidar por
los resultados en que desemboquen sus investigaciones, si
éstas han sido metódicamente conducidas. Si buscar la
paradoja es propio de un sofista, huir de ella, cuando está
impuesta por los hechos, es de un espíritu sin coraje o sin
fe en la ciencia.
Desgraciadamente, es más fácil admitir esta regla por
principio y teóricamente que aplicarla con perseverancia.
Todavía estamos demasiado acostumbrados a resolver
todas estas cuestiones de acuerdo con las sugestiones del
sentido común como para que fácilmente podamos man-
tenerle a distancia en las discusiones sociológicas. Cuando
nos creemos liberados de él, nos impone sus criterios sin
que estemos en guardia. Sólo una larga y especial práctica
puede prevenir semejantes fallos. Esto es lo que pedimos al
lector que tenga a bien no perder de vista. Que tenga siem-
pre presente en la mente que las maneras de pensar a las
que está más acostumbrado son más bien contrarias que
favorables para el estudio científico de los fenómenos
—113—
08-Prefacio 1* 30/11/05 11:23 Página 114
sociales, y, en consecuencia, que se ponga en guardia res-
pecto a sus primeras impresiones. Si se deja llevar sin opo-
ner resistencia, corre el riesgo de juzgarnos sin habernos
comprendido. Así, podría suceder que se nos acusara de
haber querido exculpar el crimen, bajo el pretexto de que
le consideramos un fenómeno normal en la sociología. La
objeción, sin embargo, sería pueril. Pues si es normal que
en toda sociedad haya crímenes, no es menos normal que
sean castigados. La institución de un sistema represivo no
es un hecho menos universal que la existencia de crimina-
lidad, ni menos indispensable para la salud colectiva. Para
que no hubiera crímenes, sería necesario una nivelación de
las conciencias individuales, que por razones que se encon-
trarán más adelante, no es ni posible ni deseable; pero para
que no hubiera represión, sería necesaria una ausencia de
homogeneidad moral que es inconciliable con la existencia
de sociedad. Partiendo del hecho de que el crimen es detes-
tado y detestable, el sentido común concluye erróneamen-
te que no llegará a desaparecer lo suficiente. Con su habi-
tual simplismo, no concibe que una cosa repugnante
pueda tener alguna razón de ser útil, y sin embargo, en ello
no hay ninguna contradicción. ¿No hay en el organismo
funciones repugnantes cuya actuación regular es necesaria
para la salud individual? ¿Es que no detestamos el sufri-
miento? Y sin embargo, un ser que no lo conociera sería un
monstruo. El carácter normal de una cosa y los sentimien-
tos de repudio que inspira pueden incluso ser solidarios. Si
el dolor es un hecho normal, es a condición de que no es
deseado; si el crimen es normal, es a condición de ser odia-
do1. Nuestro método, por tanto, no tiene nada de revolu-
1
Pero, se nos objeta, si la salud contiene elementos detestables
¿cómo es que la presentamos, tal como hacemos más adelante, como
el objetivo inmediato de la conducta? En esto no hay ninguna contra-
dicción. Ocurre sin cesar que una cosa, siendo perjudicial por algunas
de sus consecuencias, sea por otras útil e incluso necesaria para la vida;
ahora bien, si los efectos nocivos que tiene son neutralizados regular-
mente por una influencia contraria, resulta de hecho que sirve sin per-
judicar, y sin embargo sigue siendo detestable, pues no deja de consti-
tuir por ella misma un peligro eventual, que sólo es contrarrestado por
la acción de una fuerza antagonista. Este es el caso del crimen; el daño
que hace a la sociedad es anulado por la pena, si ésta funciona regu-
—114—
08-Prefacio 1* 30/11/05 11:23 Página 115
cionario. Incluso en un sentido es esencialmente conserva-
dor, porque considera los hechos sociales como cosas, cuya
naturaleza, por dúctil y maleable que sea, no es sin embar-
go modificable a voluntad. ¡Cuánto más peligrosa es la
doctrina que no ve en ellos más que el producto de combi-
naciones mentales, que un simple artificio dialéctico pue-
de, en un instante, trastornar completamente!
Igualmente, debido a que se está acostumbrado a
representarse la vida social como el desarrollo lógico de
conceptos ideales, puede ser que se juzgue tosco un méto-
do que hace depender la evolución colectiva de condicio-
nes objetivas, definidas en el espacio, y no es imposible
que se nos considere materialistas. Sin embargo, podría-
mos reivindicar más justamente la calificación contraria.
En efecto, ¿no mantiene la esencia del espiritualismo en
este aspecto, que los fenómenos psíquicos no pueden deri-
varse inmediatamente de los fenómenos orgánicos? Aho-
ra bien, nuestro método no es en parte más que una apli-
cación de este principio a los hechos sociales. Así como
los espiritualistas separan el reino psicológico del reino
biológico, nosotros separamos el primero del reino social;
como ellos, nos oponemos a explicar lo más complejo a
través de lo más simple. Sin embargo, a decir verdad, ni
una ni otra apelación se nos adapta exactamente; la única
que aceptamos es la de racionalista. En efecto, nuestro
principal objetivo es aplicar a la conducta humana el
racionalismo científico, haciendo ver que, considerada en
el pasado es reducible a relaciones de causa y efecto, que
una operación no menos racional puede transformar en
reglas de acción para el futuro. Lo que se ha llamado
nuestro positivismo no es más que una consecuencia de
este racionalismo2. No se puede sentir la tentación de
prescindir de los hechos, bien sea para dar cuenta de ellos,
larmente. Sucede, pues, que sin producir el mal que implica, mantie-
ne con las condiciones fundamentales de la vida social las relaciones
positivas que veremos a continuación. Sólo que, como se hace inofen-
sivo a pesar suyo, por decirlo así, los sentimientos de aversión de los
que es objeto, no dejan de estar fundamentados.
2
Lo que quiere decir que no debe de ser confundido con la meta-
física positivista de Comte y de Spencer.
—115—
08-Prefacio 1* 30/11/05 11:23 Página 116
bien sea para dirigir su trayecto, más que en la medida en
que se los crea irracionales. Si son completamente inteli-
gibles, bastan tanto a la ciencia como a la práctica: a la
ciencia, porque no hay entonces motivo para buscar fuera
de ellos su razón de ser; a la práctica, porque su valor útil
es una de estas razones. Así pues, nos parece que, sobre
todo en estos tiempos de misticismo renaciente, tal pro-
pósito puede y debe ser acogido sin inquietud e incluso
con simpatía por todos aquellos que, aunque se separen
de nosotros en algunos puntos, comparten nuestra fe en el
porvenir de la razón.
—116—
09-Prefacio 2* 30/11/05 11:22 Página 117
Prefacio de la segunda edición
Cuando apareció por primera vez este libro suscitó con-
troversias bastante vivas. Las ideas corrientes, algo des-
concertadas, resistieron al principio con tal energía que
durante un tiempo nos fue casi imposible hacernos enten-
der. Sobre los mismos puntos en que nos habíamos expre-
sado más explícitamente, se nos atribuyeron de modo gra-
tuito opiniones que no tenían nada en común con las
nuestras, y se creyó refutarnos al refutarlas. Aun cuando
habíamos declarado en muchas ocasiones que la concien-
cia, tanto individual como social, no era para nosotros
nada sustancial, sino simplemente un conjunto, más o
menos sistematizado, de fenómenos sui generis, se nos
tachó de realismo y ontologismo. A pesar de que había-
mos dicho expresamente, y repetido de todas las maneras,
que la vida social está hecha de representaciones, se nos
acusó de eliminar el elemento mental de la sociología.
Incluso se llegó a restablecer contra nosotros procedi-
mientos de discusión que se podían creer definitivamente
desaparecidos. Se nos imputó, en efecto, algunas opinio-
nes que no habíamos mantenido, bajo el pretexto de que
eran «conformes con nuestros principios». La experien-
cia, sin embargo, había probado todos los peligros de este
método que, al permitir construir arbitrariamente los sis-
temas que se discuten, permite también triunfar sobre
ellos sin dificultad.
No creemos exagerar diciendo que después las resis-
tencias se han debilitado progresivamente. Sin duda,
todavía se nos rechaza más de una afirmación. Pero no
podemos ni extrañarnos ni quejarnos de estas críticas
saludables; en efecto, está muy claro que nuestras fórmu-
las están destinadas a ser reformadas en el futuro. Com-
pendio de una práctica personal y forzosamente limitada,
—117—
09-Prefacio 2* 30/11/05 11:22 Página 118
deberán necesariamente evolucionar a medida que se
vaya adquiriendo una experiencia más extensa y más pro-
funda de la realidad social. Además, en materia de méto-
do, no se puede actuar más que provisionalmente; pues
los métodos cambian a medida que la ciencia avanza. No
es menos cierto que, durante los últimos años, a pesar de
las oposiciones que hemos tenido, la causa de la sociolo-
gía objetiva, específica y metódica ha ido ganando terreno
sin interrupción. La fundación de L’Année sociologique ha
influido mucho en este resultado. Al abarcar todo el ámbi-
to de la ciencia L’Année ha podido, mejor que ninguna
obra especial, provocar el sentimiento de lo que la socio-
logía debe y puede llegar a ser. Así se ha podido ver que no
estaba condenada a seguir siendo una rama de la filosofía
general, y que, por otra parte, podía entrar en contacto
con lo concreto de los hechos sin degenerar en pura eru-
dición. No sabríamos rendir el merecido homenaje al
ardor y al desvelo de nuestros colaboradores; gracias a
ellos esta demostración a través del hecho ha podido ser
llevada a cabo y puede proseguirse.
Sin embargo, por reales que sean esos progresos, es
incuestionable que las equivocaciones y las confusiones
pasadas no se han disipado completamente. Por ello que-
remos aprovechar esta segunda edición para añadir algu-
nas explicaciones a todas las que ya hemos dado, respon-
der a algunas críticas y aportar precisiones nuevas sobre
algunos puntos.
La proposición según la cual los hechos sociales deben
ser tratados como cosas —proposición que está en la base
misma de nuestro método— es de las que han provocado
más contradicciones. Se ha encontrado paradójico y
escandaloso que asimilemos las realidades del mundo
social a las del mundo exterior. Esto suponía confundirse
singularmente sobre el sentido y el alcance de esta asimi-
lación, cuyo objeto no es rebajar las formas superiores del
ser a sus formas inferiores, sino al contrario, reivindicar
para las primeras un grado de realidad al menos igual al
que todo el mundo reconoce a las segundas. En efecto, no
—118—
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decimos que los hechos sociales sean cosas materiales,
sino que son cosas con el mismo título que las cosas mate-
riales, aunque de otra manera.
¿Qué es, en efecto, una cosa? La cosa se opone a la idea
como lo que se conoce desde fuera a lo que se conoce des-
de dentro. Cosa es todo objeto de conocimiento que no es
naturalmente captable por la inteligencia, todo aquello de
lo que no nos podemos hacer una noción adecuada por un
simple procedimiento de análisis mental, todo lo que el
espíritu no puede llegar a comprender más que a condi-
ción de salir de sí mismo, por vía de observaciones y de
experimentaciones, pasando progresivamente de los
caracteres más externos y los más inmediatamente acce-
sibles a los menos visibles y a los más profundos. Tratar
los hechos de un determinado orden como cosas no es,
por tanto, clasificarlos en tal y cual categoría de lo real, es
observar frente a ellos una cierta actitud mental. Es abor-
dar su estudio partiendo del principio de que se ignora
absolutamente lo que son, y que sus propiedades caracte-
rísticas, así como las causas desconocidas de las que
dependen, no pueden ser descubiertas ni siquiera por la
más atenta introspección.
Definidos así los términos, nuestra afirmación, lejos de
ser una paradoja, puede casi pasar por una perogrullada,
si no fuera todavía desconocida con demasiada frecuencia
en las ciencias que tratan del hombre, y sobre todo en
sociología. En efecto, se puede decir en este sentido que
todo objeto de ciencia es una cosa, salvo quizás los obje-
tos matemáticos, pues, en lo que concierne a estos últi-
mos, como los construimos nosotros mismos desde los
más simples a los más complejos, basta, para saber lo que
son, mirar dentro de nosotros y analizar interiormente el
proceso mental de donde resultan. Pero si se trata de
hechos propiamente dichos, estos son necesariamente
para nosotros, en el momento en que intentamos hacer
ciencia sobre ellos, desconocidos, cosas ignoradas, ya que
las representaciones que nos hemos podido hacer a lo lar-
go de la vida, habiendo sido hechas sin método y sin críti-
ca, están desprovistas de valor científico y deben ser des-
cartadas. Los hechos de la psicología individual en sí
mismos presentan este carácter y deben de ser considera-
dos bajo este aspecto. En efecto, aunque por definición
—119—
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nos sean interiores, la conciencia que tenemos de ellos no
nos revela ni su naturaleza interna ni su génesis. Nos los
da a conocer hasta cierto punto, pero sólo como las sen-
saciones nos dan a conocer el calor o la luz, el sonido o la
electricidad. Nos proporciona impresiones confusas,
pasajeras, subjetivas, pero no nociones claras y distintas,
conceptos explicativos. Y es precisamente por esta razón
por la que se ha fundado a lo largo de este siglo una psi-
cología objetiva, cuya regla fundamental es estudiar los
hechos mentales desde fuera, es decir como cosas. Con
más razón debe ocurrir así con los hechos sociales; pues
la conciencia no puede ser más competente para conocer
estos hechos que para conocer su propia vida1. —Se obje-
tará que, como son obra nuestra, sólo tenemos que tomar
conciencia de nosotros mismos para saber lo que en ella
hemos puesto y cómo los hemos formado. Pero, en primer
lugar, la mayor parte de las instituciones sociales nos han
sido legadas ya acabadas por las generaciones anteriores;
no hemos tenido parte alguna en su formación, y en con-
secuencia, no es interrogándonos como podremos descu-
brir las causas que las han originado. Además, incluso si
hemos colaborado en su genesis, apenas vislumbramos de
la manera más confusa, y con frecuencia incluso la más
inexacta, las verdaderas razones que nos han determinado
a actuar y la naturaleza de nuestra acción. Hasta cuando
se trata simplemente de nuestras cuestiones privadas,
sabemos bastante mal los móviles relativamente simples
que nos guían: nos creemos desinteresados, cuando
actuamos egoístamente; creemos obedecer al odio, cuan-
do cedemos al amor; a la razón, cuando somos esclavos de
prejuicios irracionales, etc. ¿Cómo podríamos adquirir la
facultad de discernir con más claridad las causas, mucho
más complejas, de las que proceden las actuaciones de la
colectividad? Pues, en lo colectivo, cada uno participa sólo
en una ínfima parte; tenemos una multitud de colabora-
1
Se comprende que, para admitir esta proposición, no es necesa-
rio sostener que la vida social esté hecha de otra cosa que de represen-
taciones; basta sostener que las representaciones, individuales o colec-
tivas, no pueden ser científicamente estudiadas más que a condición de
ser objetivamente estudiadas.
—120—
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dores, y lo que ocurre en las demás conciencias se nos
escapa.
Nuestra regla no implica, por lo tanto, ninguna con-
cepción metafísica, ninguna especulación sobre el fondo
de los seres. Lo que reclama, es que el sociólogo se colo-
que en el estado mental de los físicos, los químicos, los
fisiólogos, cuando se aventuran en una región, todavía
inexplorada, de su dominio científico. Al penetrar en el
mundo social es necesario que tenga conciencia de que
penetra en lo desconocido; es necesario que se sienta en
presencia de hechos cuyas leyes son tan insospechadas
como podrían serlo las de la vida cuando la biología no
estaba constituida; es preciso que esté dispuesto a hacer
descubrimientos que le sorprenderán y desconcertarán.
Ahora bien, falta mucho para que la sociología llegue a ese
grado de madurez intelectual. Mientras que el investiga-
dor que estudia la naturaleza física tiene el sentimiento
muy vivo de las resistencias que ella le opone y que tanto
le cuesta vencer, parece en verdad que el sociólogo se
mueve en medio de cosas inmediatamente transparentes
para el espíritu, tan grande es la facilidad con la que se le
ve resolver las cuestiones más oscuras. En la situación
actual de la ciencia, no sabemos verdaderamente ni
siquiera lo que son las principales instituciones sociales,
como el Estado o la familia, el derecho de propiedad o el
contrato, la pena y la responsabilidad; ignoramos casi
completamente las causas de las que dependen, las fun-
ciones que cumplen, las leyes de su evolución; con difi-
cultad comenzamos a entrever alguna luz sobre ciertos
puntos. Y sin embargo, basta con ojear las obras de socio-
logía para ver lo raro que es el sentimiento de esta igno-
rancia y de esas dificultades. No sólo se considera como
obligado a dogmatizar sobre todos los problemas a la vez,
sino que se cree poder alcanzar la misma esencia de los
fenómenos más complejos en algunas páginas o en algu-
nas frases. Esto quiere decir que semejantes teorías expre-
san, no los hechos, que no pueden ser tratados de forma
exhaustiva con tal rapidez, sino la prenoción que el autor
tenía antes de la investigación. Y sin duda, la idea que nos
hacemos de las prácticas colectivas, de lo que son o de lo
que deben ser, es un factor de su desarrollo. Pero esta mis-
ma idea es un hecho que, para ser convenientemente
—121—
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determinado, debe, él también, ser estudiado desde fuera.
Pues lo que importa saber, no es la manera en que tal pen-
sador individualmente se representa tal institución, sino
la concepción que de ella tiene el grupo pues, en efecto,
sólo esta concepción es socialmente eficaz. Ahora bien, no
puede ser conocida por la simple observación interna,
porque no está toda entera en ninguno de nosotros. Hay
por tanto que encontrar algunos signos externos que la
hagan sensible. Además, no ha salido de la nada; ella mis-
ma es un efecto de causas externas que es necesario cono-
cer para poder apreciar su papel en el futuro. Se haga lo
que se haga, siempre hay que acudir al mismo método.
II
Otra proposición no ha sido menos vivamente discuti-
da que la anterior: es la que presenta los fenómenos socia-
les como exteriores a los individuos. Hoy día se nos con-
cede bastante naturalmente que los hechos de la vida
individual y los de la vida colectiva son heterogéneos en
cierto grado: incluso se puede decir que se está produ-
ciendo sobre este punto un acuerdo, si no unánime, al
menos muy general. Ya casi no hay sociólogos que nie-
guen a la sociología todo tipo de especificidad. Pero como
la sociedad sólo está compuesta por individuos2, al senti-
do común le parece que la vida social no puede tener otro
sustrato que la conciencia individual, de otro modo pare-
ce que está en el aire y planea en el vacío.
Sin embargo, lo que se considera tan fácilmente inad-
misible cuando se trata de los hechos sociales, es fácil-
mente admitido en otros reinos de la naturaleza. Todas las
veces que cualesquiera elementos combinándose generen,
por el hecho de su combinación, fenómenos nuevos, hay
que concebir que estos fenómenos están situados, no en
los elementos, sino en el todo formado por su unión. La
2
Además, esta proposición sólo es parcialmente exacta. Junto a los
individuos están las cosas que son elementos integrantes de la socie-
dad. Lo que sí es verdad es que los individuos son los únicos elementos
activos.
—122—
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célula viva no contiene nada más que partículas minera-
les, como la sociedad no contiene nada más que indivi-
duos; y sin embargo, es evidentemente imposible que los
fenómenos característicos de la vida residan en los áto-
mos de hidrógeno, de oxígeno, de carbono y de nitrógeno.
Pues, ¿cómo podrían producirse los movimientos vitales
en el seno de elementos no vivos? ¿Cómo, además, se
repartirían las propiedades biológicas entre esos elemen-
tos? No podrían encontrarse igualmente en todos, porque
no son de la misma naturaleza; el carbono no es el nitró-
geno y, por consiguiente, no puede revestir las mismas
propiedades ni desempeñar el mismo papel. No es menos
inadmisible que cada aspecto de la vida, cada uno de sus
caracteres principales se encarne en un grupo diferente de
átomos. La vida no puede descomponerse así; es una y, en
consecuencia, no puede tener por sede más que la sustan-
cia viva en su totalidad. Está en el todo, no en las partes.
No son las partículas no-vivas de la célula las que se ali-
mentan, se reproducen, en una palabra, las que viven; es
la misma célula y sólo ella. Y lo que decimos de la vida
puede repetirse de todas las síntesis posibles. La dureza
del bronce no está ni en el cobre, ni en el estaño, ni en el
plomo que han servido para formarlo y que son cuerpos
blandos o flexibles; está en su mezcla. La fluidez del agua,
sus propiedades alimentarias y las demás que posee, no
están en los dos gases de los que está compuesta, sino en
la sustancia compleja que forman por su asociación.
Apliquemos este principio a la sociología. Si, como se
admite, esta síntesis sui generis que constituye toda socie-
dad, da lugar a fenómenos nuevos, diferentes de los que
ocurren en las conciencias solitarias, hay que admitir que
estos hechos específicos residen en la misma sociedad que
los produce y no en sus partes, es decir, en sus miembros.
Así pues, en este sentido, son exteriores a las conciencias
individuales consideradas como tales, al igual que los
caracteres distintivos de la vida son exteriores a las sus-
tancias minerales que componen el ser vivo. No se les pue-
de reabsorber en los elementos sin contradecirse, pues,
por definición, suponen algo diferente de lo que contienen
esos elementos. Así se encuentra justificada, por una nue-
va razón, la separación que hemos establecido entre la
psicología propiamente dicha, o ciencia de lo psíquico
—123—
09-Prefacio 2* 30/11/05 11:22 Página 124
indiviaual, y la sociología. Los hechos sociales no difieren
sólo en calidad de los hechos psíquicos; tienen otro subs-
trato, no evolucionan en el mismo medio, no dependen de
las mismas condiciones. Esto no quiere decir que no sean,
ellos también psíquicos de algún modo, ya que consisten
todos en maneras de pensar o de actuar. Pero los estados
de la conciencia colectiva son de distinta naturaleza que
los estados de la conciencia individual; son representacio-
nes de otra clase. La mentalidad de los grupos no es la de
los particulares; tiene sus leyes propias. Las dos ciencias
son, por tanto, tan netamente distintas como pueden ser-
lo dos ciencias, cualesquiera que sean las relaciones que,
por otra parte, pueda haber entre ellas.
Sin embargo, en este punto hay lugar para hacer una
distinción que quizás arroje cierta luz en el debate.
Que la materia de la vida social no pueda explicarse por
factores puramente psicológicos, es decir, por estados de
la conciencia individual, nos parece una completa eviden-
cia. En efecto, lo que las representaciones colectivas tra-
ducen es la manera en que el grupo se piensa a sí mismo
en las relaciones con los objetos que le afectan. Ahora
bien, el grupo está constituido de forma diferente que el
individuo, y las cosas que le afectan son de otra naturale-
za. Representaciones que no expresen ni los mismos suje-
tos ni los mismos objetos no pueden depender de las mismas
causas. Para comprender la manera en que la sociedad
se representa a sí misma y al mundo que la rodea, es la
naturaleza de la sociedad y no la de los particulares lo que
hay que considerar. Los símbolos con los que se piensa a
sí misma cambian según como esa sociedad sea. Si, por
ejemplo, se concibe como salida de un animal epónimo es
porque forma uno de los grupos especiales que se llaman
clanes. Allí donde el animal es reemplazado por un ances-
tro humano, pero igualmente mítico, es que el clan ha
cambiado de naturaleza. Si, por encima de las divinidades
locales o familiares se imagina otras, de las que cree
depender, es porque los grupos locales y familiares de los
que está compuesta tienden a concentrarse y a unificarse,
y el grado de unidad que presenta un panteón religioso
corresponde al grado de unidad alcanzado por la sociedad
en ese momento. Si condena ciertos modos de conducta,
es porque ofenden a algunos de sus sentimientos funda-
—124—
09-Prefacio 2* 30/11/05 11:22 Página 125
mentales; y estos sentimientos dependen de su constitu-
ción, como los del individuo dependen de su tempera-
mento físico y de su organización mental. Así pues, inclu-
so si la psicología individual no tuviera secretos para
nosotros, no podría darnos la solución de ninguno de
estos problemas, porque se refieren a órdenes de hechos
que ignora.
Pero una vez reconocida esta heterogeneidad, nos
podemos preguntar si las representaciones individuales y
las representaciones colectivas no dejan de parecerse ya
que las unas y las otras son igualmente representaciones;
y si, a causa de estos parecidos, algunas leyes abstractas
no serían comunes a los dos reinos. Los mitos, las leyen-
das populares, las concepciones religiosas de toda clase,
las creencias morales, etc., expresan una realidad diferen-
te a la realidad individual; sin embargo, podría suceder
que la manera en la que se atraen o se repelen, se unen o
se separan, sea independiente de su contenido y dependa
únicamente de su cualidad general de representaciones.
A pesar de estar hechas de materia diferente, se compor-
tarían en sus relaciones mutuas como lo hacen las sensa-
ciones, las imágenes, o las ideas en el individuo. ¿No se
puede creer, por ejemplo, que la contigüidad y la seme-
janza, los contrastes y los antagonismos lógicos actúen de
la misma forma, cualesquiera que sean las cosas repre-
sentadas? Así se llega a concebir la posibilidad de una psi-
cología completamente formal, que sería una especie de
terreno común a la psicología individual y a la sociología;
y quizás sea esto lo que constituye el escrúpulo que sien-
ten algunos espíritus para distinguir tajantemente estas
dos ciencias.
Hablando con rigor, en el estado actual de nuestros
conocimientos, la cuestión así planteada no puede recibir
una solución categórica. En efecto, de una parte, todo lo
que sabemos sobre la manera en la cual se combinan las
ideas individuales se reduce a algunas proposiciones, muy
generales y muy vagas, que generalmente se llaman leyes
de la asociación de ideas. Y en cuanto a las leyes de la idea-
ción colectiva, éstas son incluso más completamente
ignoradas. La psicología social, que debería tener el come-
tido de determinarlas, no es más que una palabra que
designa todo tipo de generalidades, variadas e imprecisas,
—125—
09-Prefacio 2* 30/11/05 11:22 Página 126
sin objeto definido. Lo que hay que hacer es buscar, a tra-
vés de la comparación de los temas míticos, de las leyen-
das y de las tradiciones populares, de las lenguas, de qué
manera las representaciones sociales se atraen y se exclu-
yen, se fusionan las unas en las otras o se distinguen, etc.
Ahora bien, aunque el problema merece la curiosidad de
los investigadores, se puede decir que apenas se ha abor-
dado; y hasta que no se hayan encontrado algunas de estas
leyes, será evidentemente imposible saber con exactitud si
repiten o no las de la psicología individual.
Sin embargo, a falta de certeza, al menos es probable
que si existen parecidos entre estas dos clases de leyes, las
diferencias no deben ser menos marcadas. Parece inad-
misible que la materia de la que están hechas las repre-
sentaciones no afecte a sus maneras de combinarse. Es
cierto que los psicólogos hablan a veces de las leyes de la
asociación de ideas como si fueran las mismas para todas
las especies de representaciones individuales. Sin embar-
go, nada es menos verosímil: las imágenes no se compo-
nen entre sí como las sensaciones, ni los conceptos como
las imágenes. Si la psicología estuviera más avanzada,
constataría, sin duda, que cada categoría de estados men-
tales tiene sus leyes formales que le son propias. Si ocurre
así, se debe a fortiori esperar que las leyes correspondien-
tes del pensamiento social sean específicas, como lo es
este mismo pensamiento. En efecto, por poco que se haya
tratado este orden de hechos, es difícil no captar esta
especificidad. Es ella la que nos hace parecer tan extraña
la manera tan especial en que las concepciones religiosas
(que son colectivas antes que nada) se mezclan, o se sepa-
ran, se transforman unas en otras, dando origen a com-
puestos contradictorios que contrastan con los productos
ordinarios de nuestro pensamiento privado. Si, como es
presumible, algunas leyes de la mentalidad social recuer-
dan efectivamente a algunas de las que establecen los psi-
cólogos, eso no significa que las primeras sean un simple
caso particular de las segundas, sino que entre unas y
otras, junto a diferencias ciertamente importantes, hay
similitudes que la abstracción podrá aclarar, y que además
todavía son ignoradas. Es decir, que en ningún caso la
sociología podrá tomar pura y simplemente de la psicolo-
gía ésta u otra de sus proposiciones para aplicarlas tal
—126—
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cual a los hechos sociales. Todo el pensamiento colectivo,
tanto en su forma como en su materia, debe ser estudiado
en sí mismo, por sí mismo, con el sentimiento de lo que
tiene de especial, y hay que dejar al futuro el cuidado de
investigar en qué medida se parece al pensamiento de los
individuos. Éste es un problema que atañe más a la filo-
sofía general y a la lógica abstracta que al estudio científi-
co de los hechos sociales3.
III
Nos quedan por decir algunas palabras de la definición
que hemos dado de los hechos sociales en nuestro primer
capítulo. Les hacemos consistir en maneras de hacer o de
pensar, reconocibles por la particularidad de que son sus-
ceptibles de ejercer sobre las consciencias particulares
una influencia coercitiva. —Se ha producido a este res-
pecto una confusión que merece ser apuntada.
Se tiene tal costumbre de aplicar a las cosas sociológi-
cas las formas del pensamiento filosófico, que se ha visto
con frecuencia en esta definición preliminar una especie
de filosofía del hecho social. Se ha dicho que explicábamos
los fenómenos sociales a través de la coacción, como Tar-
de los explica a través de la imitación. No hemos tenido en
absoluto esa ambición, y ni siquiera se nos ocurrió que
nos la pudieran imputar, al ser tan contraria a todo méto-
do. Lo que nos propusimos fue, no anticipar por la vía
filosófica las conclusiones de la ciencia, sino simplemente
indicar por qué signos exteriores es posible reconocer los
hechos de los que debe tratar, con el fin de que el investi-
gador sepa percibirlos allí donde estén y no los confunda
con otros. Se trataba de delimitar el campo de la investi-
gación tanto como fuera posible, no de lanzarse a una
especie de intuición exhaustiva. También aceptamos de
3
Es inútil mostrar cómo, desde este punto de vista, la necesidad de
estudiar los hechos desde fuera aparece más evidente todavía, ya que
resultan de síntesis que tienen lugar fuera de nosotros y de las que no
tenemos ni siquiera la confusa percepción que la conciencia puede dar-
nos de los fenómenos interiores.
—127—
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buen grado el reproche que se ha hecho a esta definición
de no expresar todos los caracteres del hecho social, y por
consiguiente, de no ser la única posible. En efecto, no es en
absoluto inconcebible que el hecho social pueda ser carac-
terizado de varias maneras diferentes; pues no hay razón
para que sólo tenga una propiedad distintiva4. Todo lo que
importa es elegir la que parezca la mejor para el fin que
nos proponemos. Incluso es muy posible emplear conjun-
tamente varios criterios, según las circunstancias. Noso-
tros mismos hemos reconocido que esto es a veces necesa-
rio en la sociología; ya que hay casos en los que el carácter
coactivo no es fácilmente reconocible (véase pág. 145).
Como se trata de una definición inicial, lo que se necesita
es que las características de las que nos servimos sean dis-
tinguidas inmediatamente y puedan ser percibidas antes
de la investigación. Ahora bien, las definiciones que a veces
se han opuesto a la nuestra no cumplen esta condición. Se
dice, por ejemplo, que el hecho social es «todo lo que se
produce en y por la sociedad», o incluso «lo que interesa y
afecta al grupo en alguna manera». Pero no se puede saber
si la sociedad es o no la causa de un hecho, o si ese hecho
tiene efectos sociales sino cuando la ciencia está ya avan-
zada. Tales definiciones no pueden, por tanto, servir para
determinar el objeto de la investigación que comienza.
Para poder utilizarlas es necesario que el estudio de los
hechos sociales esté ya bastante avanzado, y, por consi-
guiente, que se haya descubierto previamente algún otro
medio para reconocerlos allí donde estén.
4
El poder coercitivo que le atribuimos no agota la esencia del
hecho social, ya que igualmente puede presentar el caracter opuesto.
Pues, al mismo tiempo que se nos imponen las instituciones, las acep-
tamos; nos obligan y las amamos; nos constriñen y encontramos nues-
tro beneficio en su funcionamiento y en esta misma coacción. Esta
antítesis es la que a menudo han señalado los moralistas entre las dos
nociones del bien y del deber, que expresan dos aspectos diferentes,
pero igualmente reales de la vida moral. Ahora bien, posiblemente no
hay prácticas colectivas que no ejerzan sobre nosotros esta doble
acción, que no es contradictoria sino en apariencia. Si no las hemos
definido por este vínculo especial, a la vez interesado y desinteresado,
es simplemente porque no se manifiesta por signos exteriores, fácil-
mente perceptibles. El bien tiene algo de más interno, de más intimo
que el deber, por tanto de menos aprehensible.
—128—
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Mientras algunos han encontrado nuestra definición
demasiado estrecha, otros la han acusado de ser excesiva-
mente amplia y de abarcar casi todo lo real. En efecto, se
ha dicho, todo medio físico ejerce una coacción sobre los
seres que sufren su acción, pues están obligados, en cier-
ta medida, a adaptarse a él. —Sin embargo hay entre estos
dos modos de coerción toda la diferencia que separa un
medio físico de un medio moral. La presión ejercida por
uno o varios cuerpos sobre otros cuerpos, o incluso sobre
voluntades, no debe ser confundida con la que ejerce la
conciencia de un grupo sobre la conciencia de sus miem-
bros. Lo que hace especial a la coacción social es que se
debe, no a la rigidez de ciertas organizaciones moleculares,
sino al prestigio de que están investidas ciertas represen-
taciones. Es cierto que los hábitos, individuales o heredi-
tarios, tienen en algunos aspectos, esta misma propiedad.
Nos dominan, nos imponen creencias o prácticas. Pero
sólo nos dominan desde dentro; ya que están por entero
en cada uno de nosotros. Al contrario, las creencias y las
prácticas sociales actúan sobre nosotros desde fuera: el
ascendiente ejercido por las unas y las otras es, en el fon-
do, también muy diferente.
Por lo demás, no hay que extrañarse de que otros fenó-
menos de la naturaleza presenten, bajo otras formas, el
mismo carácter por el que hemos definido los fenómenos
sociales. Esta similitud viene simplemente de que los unos
y los otros son cosas reales. Ya que todo lo que es real tie-
ne una naturaleza definida, que se impone, con la que hay
que contar y que, incluso cuando se consigue neutralizar-
la, no se la vence completamente jamás. Y, en el fondo,
esto es lo que tiene de esencial la noción de coacción
social. Pues todo lo que implica, es que las maneras colec-
tivas de actuar o de pensar tienen una realidad fuera de
los individuos, a la que en cada momento temporal se
adaptan. Son cosas que tienen su propia existencia. El
individuo las encuentra completamente formadas y no
puede hacer que no sean o que sean de otra forma dife-
rente de como son, está por tanto obligado a tenerlas en
cuenta y le es tanto más difícil (no decimos imposible)
modificarlas cuanto que, en diferentes grados, participan
de la supremacía material y moral que la sociedad tiene
sobre sus miembros. Sin duda el individuo tiene un papel
—129—
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en su génesis. Pero para que se dé un hecho social, es
necesario que al menos varios individuos hayan mezclado
su acción, y que esta combinación haya producido algún
producto nuevo. Y como esta síntesis tiene lugar fuera de
cada uno de nosotros (porque intervienen una pluralidad
de conciencias), tiene necesariamente por efecto el fijar, el
instituir fuera de nosotros ciertas maneras de actuar y
ciertas valoraciones que no dependen de cada voluntad
particular tomada aisladamente. Como se ha señalado5,
hay una palabra que, siempre y cuando se amplíe un poco
su acepción ordinaria, expresa bastante bien esta manera
de ser muy especial: es la de institución. En efecto, sin
desnaturalizar el sentido de esta expresión, se puede lla-
mar institución a todas las creencias y a todos los modos
de conducta instituidos por la colectividad; la sociología
puede entonces ser definida como la ciencia de las insti-
tuciones, de su génesis y de su funcionamiento6.
Respecto a las otras controversias que ha suscitado
esta obra nos parece inútil volver sobre ellas, pues no afec-
tan a nada esencial. La orientación general del método no
depende de los procedimientos que se prefiera emplear,
sea para clasificar los tipos sociales, sea para distinguir lo
normal de lo patológico. Además, estas críticas han surgi-
do con frecuencia de que se negaba o no se admitía sin
reserva nuestro principio fundamental: la realidad objeti-
va de los hechos sociales. Así pues, finalmente todo des-
5
Véase art. «Sociologie» de la Grande Encyclopédie, de Fauconnet
y Mauss.
6
Del hecho de que las creencias y las prácticas sociales penetren
en nosotros del exterior, no se deduce que las recibamos pasivamente y
sin hacerlas sufrir cambios. Al pensar las instituciones colectivas, al
asimilarlas, las individualizamos, las damos en mayor o menor grado
nuestra marca personal, es así como pensando en el mundo sensible
cada uno de nosotros lo colorea a su manera, y como los diferentes
sujetos se adaptan de forma diferente a un mismo medio físico. Por eso
cada uno de nosotros se hace, en cierta medida, su moral, su religión,
su técnica. No hay conformismo social que no comporte toda una gana
de matices individuales. No es por ello menos cierto que el campo de
las variaciones permitidas es limitado. Es nulo o muy débil en el círcu-
lo de los fenómenos religiosos y morales, donde la variación se con-
vierte fácilmente en crimen; es más amplio en todo lo que concierne a
la vida económica. Pero tarde o temprano, incluso en este último caso,
se encuentra un límite que no puede ser franqueado.
—130—
09-Prefacio 2* 30/11/05 11:22 Página 131
cansa sobre ese principio y todo nos lleva a él. Es por ello
que nos ha parecido útil ponerle una vez más de relieve,
liberándole de toda cuestión secundaria. Y estamos segu-
ros de que al atribuirle tal preponderancia permanecemos
fieles a la tradición sociológica; pues, en el fondo, es de
esta concepción de donde ha salido toda la sociología. En
efecto, esta ciencia no podía nacer más que el día en que
se tuvo el presentimiento de que los fenómenos sociales,
por el hecho de no ser materiales, no dejan de ser cosas
reales susceptibles de estudio. Para llegar a pensar que era
posible investigar lo que son, fue preciso haber compren-
dido que son de una manera definida, que tienen una
manera de ser constante, una naturaleza que no depende
de la arbitrariedad individual y de la que derivan relacio-
nes necesarias. La historia de la sociología no es más que
un largo esfuerzo para precisar este sentimiento, profun-
dizarle, desarrollar todas las consecuencias que implica.
Sin embargo, a pesar de los grandes progresos que se han
hecho en este sentido, se verá, siguiendo este trabajo, que
todavía quedan muchos puntos vivos del postulado antro-
pocéntrico, que, tanto aquí como en otras partes, inter-
ceptan el camino a la ciencia. Al hombre le desagrada
renunciar al poder ilimitado que él se ha atribuido duran-
te mucho tiempo sobre el orden social, y por otro lado, le
parece que si existen de verdad fuerzas colectivas, está
necesariamente condenado a sufrirlas sin poderlas modi-
ficar. Esto es lo que le inclina a negarlas. En vano las expe-
riencias repetidas le han enseñado que esta omnipotencia,
en cuya ilusión se entretiene con complacencia, ha sido
siempre para él una causa de debilidad; que su imperio
sobre las cosas no comenzó realmente más que a partir
del momento en que reconoció que tienen una naturaleza
propia y se resignó a aprender de ellas lo que son. Expul-
sado de todas las demás ciencias, este deplorable prejuicio
se mantiene pertinazmente en sociología. No hay, pues,
nada más urgente que intentar independizar definitiva-
mente nuestra ciencia de él, y tal es el fin principal de
nuestros esfuerzos.
—131—
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10-Intro* 30/11/05 11:21 Página 133
Introducción
Hasta el presente, los sociólogos se han preocupado
poco de caracterizar y definir el método que aplican al
estudio de los hechos sociales. Tal es así, que en toda la
obra de Spencer el problema metodológico no ocupa
lugar alguno; pues la Introducción a la ciencia social, cuyo
título puede confundir, está consagrada a demostrar las
dificultades y la posibilidad de la sociología, no a exponer
los procedimientos de los que debe servirse. Mill, es ver-
dad, se ha ocupado extensamente de esta cuestión1; pero
no hace más que pasar por la criba de su dialéctica lo que
Comte había dicho, sin añadir nada verdaderamente per-
sonal. Un capítulo del Cours de philosophie positive es,
poco más o menos, el único estudio original e importante
que poseemos sobre la materia2. Esta despreocupación
aparente no tiene, por lo demás, nada que deba sorpren-
der. En efecto, los grandes sociólogos cuyos nombres aca-
bamos de recordar, no han salido apenas de las generali-
dades sobre la naturaleza de las sociedades, sobre las
relaciones entre el reino social y el reino biológico, sobre
la marcha general del progreso; incluso la voluminosa
sociología de Spencer no tiene casi otro objeto que ense-
ñar cómo la ley de la evolución universal se aplica a las
sociedades. Ahora bien, para tratar estas cuestiones filo-
sóficas no son necesarios procedimientos especiales y
complejos. Así pues, se contentaban con ponderar los
méritos comparados de la deducción y la inducción y de
hacer una somera indagación sobre los recursos más
generales de que dispone la investigación sociológica.
1
Sistème de Logique, I.VI, cap. VII-XII.
2
Véase 2.ª ed., págs. 294-336.
—133—
10-Intro* 30/11/05 11:21 Página 134
Pero las precauciones que hay que tomar en la observa-
ción de los hechos, la manera en que deben ser planteados
los principales problemas, el sentido en el que las investi-
gaciones deben de ser dirigidas, las prácticas especiales
que pueden permitirles llegar a un resultado, las reglas
que deben presidir la administración de las pruebas, que-
daban indeterminadas.
Un feliz concurso de circunstancias, donde es justo
colocar en primer lugar la iniciativa de haber creado, en
favor nuestro, un curso regular de sociología en la Facul-
tad de Letras de Burdeos, nos ha permitido consagrarnos
felizmente al estudio de la ciencia social e, incluso, hacer
de ella materia de nuestras ocupaciones profesionales;
hemos podido salir de las cuestiones demasiado generales
y abordar cierto número de problemas particulares.
Hemos sido conducidos por la fuerza misma de las cosas
a procurarnos un método más definido, así lo creemos,
más exactamente adaptado a la naturaleza particular de
los fenómenos sociales. Son los resultados de nuestra acti-
vidad los que queremos exponer aquí en su conjunto y
someterlos a discusión. Sin duda están implícitamente
contenidos en el libro que hemos publicado recientemen-
te sobre La Division du travail social. Pero nos parece que
tiene cierto interés extraerlos de él, formularlos aparte,
acompañándolos de sus pruebas e ilustrándolos de ejem-
plos tomados sea de esta obra, sea de trabajos todavía iné-
ditos. Así se podrá juzgar mejor la orientación que inten-
tamos dar a los estudios de sociología.
—134—
11-01* 30/11/05 11:21 Página 135
C
¿Qué es un hecho social?
Antes de investigar cuál es el método que conviene al
estudio de los hechos sociales es importante saber cuáles
son los hechos que llamamos así.
La cuestión es tanto más necesaria pues esta califica-
ción se utiliza sin mucha precisión. Se la emplea corrien-
temente para designar, más o menos, todos los fenómenos
que ocurren en el interior de la sociedad, por poco que
presenten, junto con una cierta generalidad, algún interés
social. Pero a este respecto, no hay, por decirlo así, acon-
tecimientos humanos que no puedan ser llamados socia-
les. Todo individuo bebe, duerme, come, razona y la socie-
dad está muy interesada en que estas funciones se ejerzan
regularmente. Así pues, si estos hechos fuesen sociales, la
sociología no tendría un objeto propio, y su ámbito se
confundiría con el de la biología y el de la psicología.
Pero, en realidad, hay en toda sociedad un grupo deter-
minado de fenómenos que se distinguen por caracteres
que contrastan con fenómenos que estudian las otras
ciencias de la naturaleza.
Cuando llevo a cabo mi tarea de hermano, de esposo o
de ciudadano, cuando realizo los compromisos que he con-
traído, cumplo deberes que están definidos, fuera de mí y
de mis actos, en el derecho y en las costumbres. Aunque
también estén de acuerdo con mis propios sentimientos y
yo sienta interiormente su realidad, ésta no deja de ser obje-
tiva; pues no soy yo quien los ha hecho, sino que los he reci-
bido a través de la educación. ¡Cuántas veces, además, suce-
de que ignoramos el detalle de las obligaciones que nos
incumben, y que para conocerlas nos es preciso consultar
el Código y sus intérpretes autorizados! Asimismo el fiel, al
nacer, ha encontrado completamente formadas las creen-
—135—
11-01* 30/11/05 11:21 Página 136
cias y las prácticas de su vida religiosa; si ya existían antes
que él, es que existen fuera de él. El sistema de signos del
que me sirvo para expresar mi pensamiento, el sistema de
monedas que empleo para pagar mis deudas, los instru-
mentos de crédito que utilizo en mis relaciones comerciales,
las prácticas seguidas en mi profesión etc. etc. funcionan
con independencia de los usos que yo hago de todos ellos. Si
se toma a todos los miembros que componen la sociedad,
unos tras otros, lo dicho anteriormente podrá ser repetido a
propósito de cada uno. He ahí, pues, maneras de actuar, de
pensar y de sentir que presentan esta llamativa propiedad de
existir fuera de las conciencias individuales.
Estos tipos de conducta o de pensamiento no sólo son
exteriores al individuo, sino que también están dotados de
una potencia imperativa y coercitiva en virtud de la cual se
le imponen, lo quiera o no. Sin duda, cuando me conformo
a ellos de buen grado, esta coerción no se nota o se nota
muy poco, resultando inútil. Pero no es por eso un carácter
menos intrínseco de estos hechos, y la prueba es que se afir-
ma en cuanto intento resistirme. Si intento violar las reglas
del derecho, éstas reaccionan contra mí de manera que
impiden mi acto si aún es tiempo, o lo anulan y lo restable-
cen en su forma normal si está consumado y es reparable,
o me hacen expiarlo si no puede ser reparado de otra mane-
ra. ¿Se trata de máximas puramente morales? La concien-
cia pública reprime todo acto que las ofenda a través de la
vigilancia que ejerce sobre la conducta de los ciudadanos y
de las penas especiales de que dispone. En otros casos la
coacción es menos violenta, pero no deja de existir. Si yo no
me someto a las convenciones de la gente, si al vestirme no
tengo en cuenta los usos seguidos en mi país y en mi clase
social, la risa que provoco, el alejamiento en que me tengan,
producen, aunque de una manera más atenuada, los mis-
mos efectos que una pena propiamente dicha. Además, la
coerción no es menos eficaz por ser indirecta. Yo no estoy
obligado a hablar francés con mis compatriotas, ni a usar
las monedas de curso legal; pero es imposible que me com-
porte de otra manera. Si intentara escapar de esta necesi-
dad, mi intento fracasaría miserablemente. Como empresa-
rio nada me prohíbe trabajar con los procedimientos y los
métodos de otro siglo; pero si lo hago, seguro que me arrui-
naré. Aun cuando de hecho me pueda liberar de esas reglas
—136—
11-01* 30/11/05 11:21 Página 137
y violarlas con éxito, esto no sucede jamás sin verme obli-
gado a luchar contra ellas. Incluso cuando están por fin
vencidas, hacen sentir suficientemente su potencia coactiva
por la resistencia que oponen. No hay innovador, aun el que
triunfa, cuyas acciones no acaben chocando con oposicio-
nes de este género.
He aquí pues, un orden de hechos que presentan carac-
teres muy especiales; consisten en maneras de actuar, de
pensar y de sentir, externas al individuo, y que están dotadas
de un poder de coerción en virtud del cual se le imponen.
Por consiguiente, no pueden confundirse con los fenómenos
orgánicos, ya que consisten en representaciones y en accio-
nes; ni con los fenómenos psíquicos, que no tienen más exis-
tencia que por y en la conciencia individual. Constituyen por
tanto una especie nueva, y es a ellos a los que debe ser dada
y reservada la calificación de sociales. Ésta les es adecuada,
pues está claro que no teniendo al individuo como sustrato,
no pueden tener otro que la sociedad, ya sea la sociedad
política en su integridad, ya sea alguno de los grupos par-
ciales que contiene, confesiones religiosas, escuelas políti-
cas, literarias, corporaciones profesionales, etc. Por otro
lado, es sólo a ellos a los que se adapta, pues la palabra
social no tiene el significado definido más que a condición
de designar únicamente los fenómenos que no entran en
alguna de las categorías de hechos ya constituidos y deno-
minados. Ellos son, pues, el ámbito propio de la sociología.
Es verdad que la palabra coacción, con la que los definimos,
corre el riesgo de alarmar a los celosos partidarios de un
individualismo absoluto. Como éstos defienden que el indi-
viduo es perfectamente autónomo, les parece que se le reba-
ja cada vez que se le hace sentir que no depende sólo de sí
mismo. Pero como hoy día es incuestionable que la mayoría
de nuestras ideas y de nuestras tendencias no son elabora-
das por nosotros mismos, sino que nos vienen de fuera, no
pueden penetrar en nosotros más que imponiéndose: esto es
todo lo que significa nuestra definición. Es sabido, además,
que la coacción social no necesariamente excluye la perso-
nalidad individual1.
1
Esto no quiere decir, por lo demás, que toda coacción sea normal.
Volveremos más adelante sobre este punto.
—137—
11-01* 30/11/05 11:21 Página 138
Sin embargo, como los ejemplos que acabamos de
citar (reglas jurídicas, morales, dogmas religiosos, siste-
mas financieros, etc.) consisten todos en creencias y en
prácticas constituidas, se podría creer, visto lo que prece-
de, que no hay hecho social sino donde hay organización
definida. Mas existen otros hechos que, sin presentar esas
formas cristalizadas, tienen la misma objetividad y el mis-
mo ascendiente sobre el individuo. Son lo que se llama las
corrientes sociales. Así, en una asamblea, los grandes
movimientos de entusiasmo, de indignación, de piedad
que se producen no se originan en ninguna conciencia
particular. Nos vienen a cada uno de nosotros de fuera y
son capaces de arrastrarnos a pesar nuestro. Sin duda,
puede suceder que, abandonándome sin reserva, yo no
sienta la presión que ejercen sobre mí. Pero ésta se acusa
en el momento en que trato de luchar contra ellos. Que un
individuo intente oponerse a una de estas manifestaciones
colectivas, y los sentimientos que él niega se volverán con-
tra él. Ahora bien, si este poder de coacción externa se
afirma con esta claridad en los casos de resistencia, es
porque existe, aunque sea inconsciente, en los casos con-
trarios. Entonces somos víctimas de una ilusión que nos
hace creer que nosotros mismos hemos elaborado lo que
se nos ha impuesto desde fuera. Sin embargo, aunque la
complacencia con la que nos dejamos llevar oculta la pre-
sión sufrida, no la suprime. Por lo mismo el aire no deja
de ser pesado aunque nosotros no sintamos su peso. Aun
cuando hayamos colaborado por nuestra parte espontá-
neamente en la emoción común, la impresión que hemos
percibido es totalmente diferente de la que habríamos
experimentado si hubiésemos estado solos. Así, una vez
que la asamblea se disgrega, y sus influencias sociales
dejan de actuar sobre nosotros, nos encontramos solos
con nosotros mismos y los sentimientos que hemos expe-
rimentado nos parecen algo extraño y no nos reconoce-
mos en ellos. Nos damos cuenta, entonces, de que los
hemos padecido mucho más que creado. Puede suceder
incluso que nos horroricen, por ser tan contrarios a nues-
tra naturaleza. Así ocurre con individuos que, siendo total-
mente inofensivos pueden, reunidos en masa, ser arras-
trados a la comisión de actos atroces. Ahora bien, lo que
decimos sobre estas explosiones pasajeras se aplica idén-
—138—
11-01* 30/11/05 11:21 Página 139
ticamente a los movimientos de opinión más duraderos
que sin cesar se producen a nuestro alrededor, ya sea en
toda la sociedad, ya sea en círculos más restringidos,
sobre materias religiosas, políticas, literarias, artísticas, etc.
Por lo demás, esta definición del hecho social se pue-
de confirmar a través de una experiencia característica,
para ello basta observar la manera en que son educados
los niños. Cuando se mira los hechos tal como son y tal
como han sido siempre, salta a la vista que toda educa-
ción consiste en un esfuerzo continuo para imponer al
niño las maneras de ver, de sentir y de actuar a las que él
no habría llegado espontáneamente. En los primeros
momentos de su vida, le obligamos a comer, a beber, a
dormir a horas regulares, le obligamos a la limpieza, al
silencio, a la obediencia; más tarde le obligamos a que
aprenda a tener en cuenta al prójimo, a respetar las cos-
tumbres, las conveniencias, le obligamos al trabajo, etcé-
tera etc. Si con el tiempo esta coerción deja de ser senti-
da, es porque da poco a poco nacimiento a hábitos, a
tendencias internas que la vuelven inútil, pero que sólo la
reemplazan porque derivan de ella. Es cierto que, según
Spencer, una educación racional debería rechazar tales
procedimientos y dejar al niño actuar con toda libertad,
pero como esta teoría pedagógica no ha sido jamás prac-
ticada por ningún pueblo conocido, sólo constituye un
desideratum personal, no un hecho que pueda ser contra-
puesto a los hechos mencionados. Ahora bien, lo que
hace a estos últimos particularmente instructivos, es que
la educación tiene concretamente por objeto formar el
ser social; en ella se puede ver, como en resumen, de qué
manera este ser se ha constituido a lo largo de la historia.
Esta presión que sufre el niño en todo instante, es la pre-
sión propia del medio social que tiende a formarle a su
imagen y de la que los padres y los maestros no son más
que representantes e intermediarios.
Así pues, no es su generalidad lo que puede servir para
caracterizar los fenómenos sociológicos. Un pensamiento
que se encuentre en todas las conciencias particulares, un
movimiento que repitan todos los individuos no son sólo
por ello hechos sociales. Si hay quien se ha contentado
con este carácter para definirlos, es porque se les ha con-
fundido erróneamente con lo que podríamos llamar sus
—139—
11-01* 30/11/05 11:21 Página 140
encarnaciones individuales. Lo que los constituye son las
creencias, las tendencias, las prácticas del grupo conside-
rado colectivamente, mientras que las formas que revisten
los estados colectivos al refractarse en los individuos son
realidades de otra especie. Lo que demuestra categórica-
mente esta dualidad de naturaleza es que estos dos órde-
nes de hechos se presentan a menudo disociados. En efecto,
algunas de estas maneras de actuar o de pensar adquie-
ren, a consecuencia de la repetición, una especie de con-
sistencia que, por decirlo así, las solidifica y las aísla de los
acontecimientos particulares que las reflejan. Así adquie-
ren un cuerpo, una forma sensible que les es propia, y
constituyen una realidad sui generis, muy distinta de los
hechos individuales que la manifiestan. El hábito colecti-
vo no existe solamente en estado de inmanencia en los
actos sucesivos que determina, sino que, por un privilegio
del que no encontramos ejemplos en el reino biológico, se
expresa de una vez por todas en una fórmula que se repi-
te de boca en boca, que se transmite por la educación, que
incluso se fija por escrito. Tales son el origen y la natura-
leza de las normas jurídicas, morales, de los aforismos y
los refranes populares, de los artículos de fe en los que las
sectas religiosas o políticas condensan sus creencias, de
los códigos del gusto que erigen las escuelas literarias, etc.
Ninguna de ellas se encuentra por completo en las aplica-
ciones que hacen los particulares, pues incluso pueden
existir sin ser actualmente aplicadas.
Sin duda esta disociación no se presenta siempre con
la misma claridad. Pero basta con que exista de una
manera indudable en los importantes y numerosos casos
que acabamos de recordar para probar que el hecho social
es distinto de sus repercusiones individuales. Incluso en
los casos en que la disociación no es dada inmediatamen-
te a la observación, se la puede realizar con frecuencia con
la ayuda de algunos artificios metódicos; es incluso indis-
pensable proceder a esta operación si se quiere despren-
der el hecho social de toda mezcla para observarlo en esta-
do puro. Así, hay ciertas corrientes de opinión que nos
empujan, con desigual intensidad, según las épocas y los
países, una al matrimonio, por ejemplo, otra al suicidio o
a una natalidad más o menos fuerte, etc. Éstos son, evi-
dentemente, hechos sociales. A primera vista, parecen
—140—
11-01* 30/11/05 11:21 Página 141
inseparables de las formas que toman en los casos particu-
lares. Sin embargo la estadística nos proporciona el medio
de aislarlos. En efecto, están representados, y no sin exac-
titud, en las tasas de natalidad, de nupcialidad, de suici-
dios, es decir por el número que se obtiene dividiendo el
total medio anual de casamientos, nacimientos, o muertes
voluntarias por el de personas en edad núbil, de procrear,
de suicidarse2. Y como cada una de estas cifras compren-
de todos los casos particulares indistintamente, las cir-
cunstancias individuales que puedan tener cierta partici-
pación en la producción del fenómeno se neutralizan
mutuamente y, por lo tanto, no contribuyen a determinar-
lo. Lo que expresan es determinado estado del alma colec-
tiva.
Esto es lo que son los fenómenos sociales desembara-
zados de todo elemento extraño. Desde luego sus manifes-
taciones privadas tienen algo de social, pues reproducen
en parte un modelo colectivo, pero cada una de ellas
depende también, y en gran parte, de la constitución órga-
nico-psíquica del individuo, de las circunstancias particu-
lares en las que se encuentra. Por lo tanto, no son fenóme-
nos propiamente sociológicos, ya que pertenecen a la vez a
dos reinos; se les podría llamar socio-psíquicas. Interesan
al sociólogo sin constituir la materia inmediata de la socio-
logía. De la misma forma encontramos en el interior del
organismo fenómenos de naturaleza mixta, que son estu-
diados por ciencias mixtas, como la química biológica.
Sin embargo se dirá, que un fenómeno no puede ser
colectivo más que si es común a todos los miembros de la
sociedad, o, por lo menos, a la mayoría de ellos, por lo tan-
to si es general. Sin duda, pero si es general, es porque es
colectivo (es decir, más o menos obligatorio), lo que dista
mucho de que sea colectivo por ser general. Es un estado
del grupo que se repite en los individuos porque se impo-
ne a ellos. Está en cada parte porque está en el todo, lo que
es distinto de que esté en el todo porque está en las partes.
Esto es evidente sobre todo en las creencias y en las prác-
ticas que nos son transmitidas ya completamente acaba-
2
No hay la misma intensidad de suicidios a cualquier edad ni en
cualquier época.
—141—
11-01* 30/11/05 11:21 Página 142
das por las generaciones anteriores; nosotros las recibi-
mos y las adoptamos porque, siendo a la vez una obra
colectiva y una obra producto de siglos, están investidas
de una autoridad particular que la educación nos ha ense-
ñado a reconocer y a respetar. Ahora bien, hay que resal-
tar que la inmensa mayoría de fenómenos sociales nos lle-
gan por esa vía. Incluso cuando el hecho social es debido,
en parte, a nuestra colaboración directa, tampoco es de
otra naturaleza. Un sentimiento colectivo que surge en
una asamblea no expresa simplemente lo que hay en
común entre todos los sentimientos individuales. Es algo
completamente diferente, como ya hemos visto. Es la
resultante de la vida común, un producto de acciones y
reacciones que se entablan entre las conciencias indivi-
duales y, si repercute en cada una de ellas, es en virtud de
la energía especial que debe precisamente a su origen
colectivo. Si todos los corazones vibran al unísono, no es
por efecto de una concordancia espontánea y preestable-
cida, es porque una misma fuerza les mueve en el mismo
sentido. Cada uno es arrastrado por todos.
Llegamos, pues, a representarnos de una manera pre-
cisa el ámbito de la sociología. Comprende sólo un grupo
determinado de fenómenos. Un hecho social se reconoce
por el poder de coerción externa que ejerce, o es suscepti-
ble de ejercer, sobre los individuos; y la presencia de este
poder se reconoce a su vez ya sea por la existencia de algu-
na sanción determinada, ya sea por la resistencia que el
hecho opone a toda empresa individual que tienda a resis-
tírsele. Sin embargo, se le puede definir también por la
difusión que presenta en el interior del grupo, siempre y
cuando, y siguiendo las observaciones precedentes, se ten-
ga la precaución de añadir, como segunda y esencial
característica, que existe independientemente de las for-
mas individuales que toma al propagarse. Este último cri-
terio es, incluso, en ciertos casos, más fácil de aplicar que
el anterior. En efecto, la coacción es fácil de constatar
cuando se traduce hacia afuera, por alguna reacción
directa de la sociedad, como es el caso del derecho, de la
moral, las creencias, los usos, e includo las modas. Pero
cuando sólo es indirecta, como la que ejerce una organi-
zación económica, no siempre se deja notar claramente.
La generalidad, combinada con la objetividad, pueden ser
—142—
11-01* 30/11/05 11:21 Página 143
entonces más fáciles de establecer. Por otra parte, esta
segunda definición no es más que otra forma de expresión
de la primera, pues si una manera de conducirse que exis-
te fuera de las conciencias individuales se generaliza, sólo
puede hacerlo imponiéndose3.
Sin embargo, cabría preguntarse si esta definición es
completa. En efecto, los hechos que nos han servido de
base son todos maneras de hacer, son de orden fisiológico.
Ahora bien, hay también maneras de ser colectivas, es
decir, hechos sociales de orden anatómico o morfológico.
La sociología no puede desinteresarse de lo que concierne
al sustrato de la vida colectiva. Sin embargo, el número y
la naturaleza de las partes elementales de las que está
compuesta la sociedad, la manera en que están dispues-
tas, el grado de coalescencia que han alcanzado, la distri-
bución de la población sobre la superficie del territorio, el
número y la naturaleza de las vías de comunicación, la
forma de las viviendas, etc., no parecen, en un primer exa-
men, poder reducirse a formas de actuar, de sentir o de
pensar.
Pero, en primer lugar, estos diversos fenómenos pre-
sentan la misma característica que nos ha servido para
definir a los otros. Estas maneras de ser se imponen al
individuo igual que las maneras de hacer de las que hemos
3
Vemos cómo esta definición del hecho social se aleja de la que
sirve de base al ingenioso sistema de Tarde. En primer lugar, debemos
decir que nuestras investigaciones no nos han hecho constatar en nin-
gún sitio esta influencia preponderante que Tarde atribuye a la imita-
ción en la génesis de los hechos colectivos. Además, de la definición
precedente, que no es una teoría sino un simple resumen de los datos
inmediatos de la observación, parece resultar que la imitación, no sola-
mente no expresa siempre, sino que incluso no expresa jamás lo que
hay de esencial y de característico en el hecho social. Sin duda todo
hecho social es imitado, tiene, como acabamos de mostrar, una ten-
dencia a generalizarse, pero esto es porque es social, es decir obligato-
rio. Su poder de expansión es, no la causa, sino la consecuencia de su
carácter sociológico. Si todavía los hechos sociales solos pudieran pro-
ducir esta consecuencia, la imitación podría servir si no para explicar-
los al menos para definirlos. Pero un estado individual que se repite no
deja por ello de ser individual. Además cabe preguntarse si la palabra
imitación es la correcta para designar una propagación debida a una
influencia coercitiva. Bajo esta única expresión se confunden fenóme-
nos muy diferentes y que tendrían necesidad de ser distinguidos.
—143—
11-01* 30/11/05 11:21 Página 144
hablado. En efecto, cuando queremos conocer la forma en
que una sociedad está dividida políticamente, de qué divi-
siones está compuesta, la fusión más o menos completa
que existe entre ellas, no es con la ayuda de una inspec-
ción material y por observaciones geográficas como se
puede averiguar, pues estas divisiones son morales, inclu-
so aunque tengan alguna base en la naturaleza física.
Solamente a través del derecho público es posible estudiar
esta organización, pues es ese derecho el que la determi-
na, al igual que determina nuestras relaciones domésticas
y cívicas. Dicha organización no es pues menos obligato-
ria. Si la población se apiña en nuestras ciudades en lugar
de dispersarse en el campo, es que hay una corriente de
opinión, un empuje colectivo que impone a los individuos
esta concentración. Ya no podemos elegir la forma de
nuestras casas, como tampoco la de nuestros vestidos, al
menos la una es tan obligatoria como la otra. Las vías de
comunicación determinan de manera imperiosa el senti-
do en el que se hacen las migraciones interiores y los
intercambios, e incluso la intensidad de estos intercam-
bios y estas migraciones, etc. etc. Por consiguiente, habría
lugar, todo lo más, para añadir a la lista de fenómenos que
hemos enumerado como portadores del signo distintivo
del hecho social, una categoría más; y como esta enume-
ración no pretendía ser rigurosamente exhaustiva, la
suma no sería indispensable.
Pero ni siquiera es útil, pues esas maneras de ser no
son más que maneras de hacer consolidadas. La estructu-
ra política de una sociedad no es más que la manera en
que los diferentes segmentos que la componen han adqui-
rido el hábito de vivir los unos con los otros. Si sus rela-
ciones son tradicionalmente estrechas, los segmentos
tienden a confundirse, o a distinguirse en el caso contra-
rio. El tipo de vivienda que se nos impone, no es más que
la manera en que todo el mundo alrededor nuestro y, en
particular las generaciones anteriores, se han acostum-
brado a construir las casas. Las vías de comunicación no
son más que el cauce que se ha ido ahondando a sí mismo,
fluyendo en la misma dirección la corriente regular de los
intercambios y de las migraciones, etc. Sin duda, si los
fenómenos de orden morfológico fueran los únicos en pre-
sentar esta fijación, se podría pensar que constituyen una
—144—
11-01* 30/11/05 11:21 Página 145
especie diferente. Pero una regla jurídica es una ordena-
ción no menos permanente que un tipo de arquitectura, y
sin embargo, es un hecho fisiológico. Una simple máxima
moral es seguramente más maleable, pero tiene formas
mucho más rígidas que un simple uso profesional o que
una moda. Hay así toda una gama de matices que, sin
solución de continuidad, une los hechos de estructura
más caracterizados con esas corrientes libres de la vida
social que aún no han tomado ningún molde definido. Por
eso no hay entre ellos más que diferencias en el grado de
consolidación que presentan. Los unos y los otros no son
otra cosa que la vida más o menos cristalizada. Sin duda,
puede haber interés en reservar el nombre de morfológi-
cos a los hechos sociales que conciernen al sustrato social,
pero a condición de no perder de vista que son de la mis-
ma naturaleza que los otros. Nuestra definición abarcará,
pues, todo lo definido si decimos: Es hecho social toda
manera de hacer, fijada o no, susceptible de ejercer sobre el
individuo una coacción externa, o también, que es general
en el conjunto de una sociedad dada, manteniendo una
existencia propia, independiente de sus manifestaciones
individuales4.
4
Este estrecho parentesco de la vida y de la estructura, del órgano
y la función, puede ser fácilmente establecido en sociología porque
entre estos dos términos extremos existe toda una serie de intermedia-
rios inmediatamente observables y que muestra la vinculación entre
ellos. La biología no tiene el mismo recurso. Pero se permite creer que
las inducciones de la primera de estas ciencias sobre este tema son
aplicables a la otra y que tanto en los organismos como en las socieda-
des no hay más que diferencias de grado entre estos dos órdenes de
hechos.
—145—
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12-02* 30/11/05 11:20 Página 147
C II
Reglas relativas a la observación
de los hechos sociales
La primera regla y las más fundamental es considerar
los hechos sociales como cosas.
En el momento en que un nuevo género de fenómenos
se convierte en objeto de ciencia, éstos se encuentran ya
representados en la mente, no solamente por imágenes
sensibles, sino también por series de conceptos tosca-
mente formados. Antes de los primeros rudimentos de la
física y la química, los hombres tenían ya nociones sobre
los fenómenos físicos y químicos que sobrepasaban la
pura percepción; tales son, por ejemplo, las que encon-
tramos mezcladas en todas las religiones. Y es que, en
efecto, la reflexión es anterior a la ciencia, que no hace
sino servirse de ella con más método. El hombre no pue-
de vivir en medio de las cosas sin forjarse ideas acerca de
ellas, a partir de las cuales regula su conducta. Sólo que
debido a que estas nociones nos son más próximas y
están más a nuestro alcance que las realidades con las
que se corresponden, tendemos naturalmente a sustituir
éstas por aquéllas y a hacer de ellas la materia propia de
nuestras especulaciones. En lugar de observar las cosas,
de describirlas, de compararlas, nos contentamos enton-
ces con tomar conciencia de nuestras ideas, de analizar-
las y de combinarlas. En lugar de una ciencia de realida-
des, no hacemos más que un análisis ideológico. Sin
duda, este análisis no excluye necesariamente toda obser-
—147—
12-02* 30/11/05 11:20 Página 148
vación. Se puede apelar a los hechos para confirmar estas
nociones o las conclusiones que derivan de ellas. Pero los
hechos entonces sólo intervienen secundariamente, a
título de ejemplos o de pruebas confirmatorias; no son el
objeto de la ciencia. Ésta va de las ideas a las cosas, no de
las cosas a las ideas.
Resulta claro que este método no puede dar resultados
objetivos. En efecto, estas nociones o conceptos, con cual-
quier nombre que se les quiera dar, no son los sustitutos
legítimos de las cosas. Productos de la experiencia vulgar,
tienen por objeto, antes que nada, armonizar nuestras
acciones con el mundo que nos rodea; están formados por
y para la práctica. Ahora bien, una representación puede
estar en situación de desempeñar útilmente ese papel
siendo teóricamente falsa. Copérnico ha disipado, desde
hace varios siglos, las ilusiones de nuestros sentidos en lo
concerniente a los movimientos de los astros; y, sin
embargo, todavía regulamos la distribución de nuestro
tiempo de acuerdo con esas ilusiones. Para que una idea
suscite correctamente los movimientos que reclama la
naturaleza de una cosa no es necesario que exprese fiel-
mente esa naturaleza, basta con que nos haga sentir lo que
la cosa tiene de útil o de desfavorable, en lo que nos pue-
de servir o perjudicar. Además, las nociones así formadas
no presentan esa precisión práctica más que de una mane-
ra aproximada y sólo en la generalidad de los casos.
¡Cuántas veces son tan peligrosas como inadecuadas! No
es elaborándolas de cualquier manera en que se haga,
como se llegará a descubrir las leyes de la realidad. Al con-
trario, son como un velo que se interpone entre las cosas
y nosotros, y que nos las disfraza tanto mejor, cuanto más
transparente se le cree.
Una ciencia semejante no sólo está mutilada, sino que,
además, carece de la materia de la que puede alimentarse.
Se puede decir que nada más existir desaparece, y se
transforma en arte. En efecto, esas nociones se supone
que contienen todo lo que de esencial hay en lo real, pues-
to que se las confunde con lo real mismo. Por eso parecen
tener todo lo necesario para ponernos en situación no sólo
de comprender lo que es, sino de prescribir lo que debe ser
y los medios de ejecutarlo. Pues lo que es bueno, es lo que
es conforme a la naturaleza de las cosas, lo que es contra-
—148—
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rio a ella es malo, y los medios para alcanzar lo uno y evi-
tar lo otro derivan de esta misma naturaleza. Si la domi-
namos de golpe, el estudio de la realidad presente no tie-
ne más interés práctico, y como es este interés la razón de
ser de este estudio, éste en lo sucesivo se encuentra sin
finalidad. La reflexión se ve así abocada a apartarse de lo
que es el propio objeto de la ciencia, a saber, el presente y
el pasado, para lanzarse de un solo brinco hacia el futuro.
En lugar de buscar comprender los hechos sucedidos y
realizados, intenta inmediatamente realizar otros nuevos,
más conformes con los fines perseguidos por los hombres.
Cuando cree saber en qué consiste la esencia de la mate-
ria, de pronto se encuentra buscando la piedra filosofal.
Esta intrusión del arte en la ciencia, que impide a ésta
desarrollarse, se ve además facilitada por las circunstan-
cias mismas que determinan el despertar de la reflexión
científica. Pues como no nace sino para satisfacer necesi-
dades vitales, se encuentra orientada hacia la práctica de
forma totalmente natural. Las necesidades que está lla-
mada a aliviar son siempre acuciantes y, por consiguiente,
la apremian a dar soluciones, no reclaman explicaciones
sino remedios.
Esta manera de proceder es tan conforme a la inclina-
ción natural de nuestro espíritu, que la encontramos
incluso en el origen de las ciencias físicas. Es la que dife-
rencia la alquimia de la química, así como la astrología de
la astronomía. Por ella Bacon caracteriza el método que
seguían los sabios de su época y que él combate. Las
nociones a las que acabamos de referirnos son esas nocio-
nes vulgares o prenotiones1 que él ubica en la base de todas
las ciencias2 donde toman el lugar de los hechos3. Son
esos idola, especies de fantasmas que nos desfiguran el
verdadero aspecto de las cosas y que tomamos sin embar-
go por las cosas mismas. Y sucede así porque ese medio
imaginario no ofrece al espíritu resistencia alguna, no sin-
tiéndose contenido por nada, se abandona a ambiciones
sin límites y cree posible construir, o más bien reconstruir,
1
Novum organum, I, 26.
2
Ibíd., I, 17.
3
Ibíd., I, 36.
—149—
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el mundo con sus propias fuerzas y al capricho de sus
deseos.
Si así ha sucedido en las ciencias naturales, con más
razón ocurriría lo mismo en la sociología. Los hombres no
han esperado a la llegada de la ciencia social para forjar-
se ideas sobre el derecho, la moral, la familia, el Estado, la
misma sociedad; pues no podían prescindir de ellas para
vivir. Ahora bien, es sobre todo en la sociología donde
estas prenociones, para retomar la expresión de Bacon,
están en situación de dominar las mentes y de ponerse en
el lugar de las cosas. En efecto, las cosas sociales no se
realizan sino a través de los hombres, son producto de la
actividad humana. No parecen ser otra cosa sino la ejecu-
ción de ideas, innatas o no, que llevamos dentro de noso-
tros, su aplicación a las diversas circunstancias que acom-
pañan las relaciones de los hombres entre sí. La
organización de la familia, del contrato, de la represión,
del Estado, de la sociedad, aparece así como un simple
desarrollo de ideas que tenemos sobre la sociedad, el Esta-
do, la justicia, etc. En consecuencia, estos hechos y sus
análogos parecen no tener realidad más que en y por las
ideas, las cuales son su germen y se convierten, desde ese
momento, en la materia propia de la sociología.
Lo que termina de acreditar esta manera de ver es que
el detalle de la vida social, al desbordar por todos los lados
la conciencia, hace que ésta no tenga una percepción sufi-
cientemente fuerte como para sentir la realidad. No
teniendo en nosotros vínculos suficientemente sólidos ni
próximos, todo nos hace fácilmente el efecto de no depen-
der de nada y de flotar en el vacío, ser materia medio irreal
e indefinidamente plástica. Por eso, tantos pensadores no
han visto en los ordenamientos sociales más que combi-
naciones artificiales más o menos arbitrarias. Pero si el
detalle, si las formas concretas y particulares se nos esca-
pan, al menos nos representamos los aspectos más gene-
rales de la existencia colectiva en líneas generales y de
modo aproximado, y son precisamente estas representa-
ciones esquemáticas y sumarias las que constituyen esas
prenociones de las que nos servimos para los usos corrien-
tes de la vida. Por lo tanto, no podemos soñar en poner en
duda su existencia, ya que la percibimos al mismo tiempo
que la nuestra. No solamente están en nosotros, sino que,
—150—
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como son un producto de experiencias repetidas, reciben
de la repetición y del hábito que engendran una especie de
ascendiente y de autoridad. Las sentimos resistírsenos
cuando intentamos eludirlas. Ahora bien, no podemos
dejar de considerar como real lo que se opone a nosotros.
Todo contribuye, pues, a hacernos ver en ellas la verdade-
ra realidad social.
Y en efecto, hasta el presente, la sociología ha tratado
más o menos exclusivamente no de cosas, sino de concep-
tos. Es cierto que Comte ha proclamado que los fenóme-
nos sociales son hechos naturales, sometidos a leyes natu-
rales. De ese modo, ha reconocido implícitamente su
carácter de cosas, pues no hay más que cosas en la natu-
raleza. Sin embargo, cuando saliendo de estas generalida-
des filosóficas, intenta aplicar su principio y extraer la
ciencia en él contenida, son ideas lo que toma como obje-
tos de estudio. En efecto, lo que constituye la materia prin-
cipal de su sociología es el progreso de la humanidad a tra-
vés del tiempo. Parte de la idea de que hay una evolución
continua del género humano, que consiste en una realiza-
ción cada vez más completa de la naturaleza humana y el
problema que trata es encontrar el orden de esta evolución.
Ahora bien, suponiendo que esta evolución exista, su reali-
dad no puede ser establecida hasta que la ciencia haya sido
constituida; no se la puede, pues, hacer objeto de la inves-
tigación más que si se la plantea como una concepción del
espíritu, no como una cosa. Y en efecto, se trata de una
representación tan subjetiva que, de hecho, este progreso
de la humanidad no existe. Lo que existe, lo único que es
dado a la observación, son las sociedades particulares, que
nacen, se desarrollan, mueren independientemente unas
de otras. Si fuera el caso de que las más recientes conti-
nuaran a las que les han precedido, cada tipo superior
podría ser considerado como la simple repetición del tipo
inmediatamente inferior con alguna cosa de más, se las
podría colocar una a continuación de otra, confundiéndo-
se las que se hallan en el mismo grado de desarrollo, y la
serie así considerada podría ser vista como representativa
de la humanidad. Pero los hechos no se presentan con esta
extrema simplicidad. Un pueblo que reemplaza a otro no
es simplemente una prolongación de este último con algu-
—151—
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nos caracteres nuevos, es otro, adquiere unas propiedades
nuevas, pierde otras, constituye una individualidad nueva y
todas esas individualidades distintas, siendo heterogéneas,
no pueden fundirse en una misma serie continua y menos
en una serie única. Pues la sucesión de sociedades no puede
ser representada por una línea geométrica, se parece más
bien a un árbol cuyas ramas se dirigen en sentidos diver-
gentes. En resumen, Comte ha tomado por desarrollo histó-
rico la noción que tenía de él y que no difiere mucho de la
noción vulgar. Visto de lejos, la historia se adapta bastante
bien a este aspecto secuencial y simple. No se percibe más
que individuos que se suceden los unos a los otros y andan
todos en la misma dirección, porque tienen todos la misma
naturaleza. Por lo demás, debido a que no se concibe que la
evolución social pueda ser otra cosa que el desarrollo de
alguna idea humana, parece muy natural definirla a través
de la idea que se hacen de ella los hombres. Ahora bien, pro-
cediendo así, no solamente se permanece en la ideología,
sino que se da como objeto a la sociología un concepto que
no tiene nada de propiamente sociológico.
Spencer deja de lado este concepto, pero es para reem-
plazarlo por otro que no se ha formado de otra manera. Él
hace de las sociedades y no de la humanidad el objeto de
la ciencia; pero da de inmediato de las primeras una defi-
nición, que hace desaparecer la cosa de la que habla, para
poner en su lugar la prenoción que él tiene. En efecto,
mantiene como una proposición evidente que «una socie-
dad sólo existe si a la yuxtaposición se añade la coopera-
ción», y es así únicamente como la unión de los individuos
se convierte en una sociedad propiamente dicha4. Des-
pués, partiendo del principio de que la cooperación es la
esencia de la vida social, distingue las sociedades en dos
clases según la naturaleza de la cooperación que domina
en cada una. «Hay, dice, una cooperación espontánea, que
se efectúa sin premeditación durante la consecución de
los fines de carácter privado; hay también una coopera-
ción conscientemente instituida, que supone fines de inte-
rés público netamente reconocidos»5. A las primeras las
4
Sociol., Tr. fr., III, 331, 332.
5
Sociol., III, 332
—152—
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da el nombre de sociedades industriales; a las segundas, el
de sociedades militares, y se puede decir de esta distinción
que es la idea madre de su sociología.
Pero esta definición inicial enuncia como una cosa lo
que no es sino una visión del espíritu. Se presenta, en efec-
to, como la expresión de un hecho inmediatamente visible
y que basta la observación para constatarlo, ya que está
formulado desde el comienzo de la ciencia como un axio-
ma. Y, sin embargo, es imposible saber con una simple
inspección, si realmente la cooperación es el todo de la
vida social. Tal afirmación no es científicamente legítima
si no se ha comenzado por pasar revista a todas las mani-
festaciones de la existencia colectiva y se ha hecho ver que
todas son formas diversas de cooperación. Es, por tanto,
una cierta manera de concebir la realidad social, que sus-
tituye a esa realidad6. Lo que así es definido, no es la
sociedad, sino la idea que de ella tiene Spencer. Y si él no
encuentra ningún escrúpulo en proceder así, es porque
para él también la sociedad no es ni puede ser más que la
realización de una idea, es decir, de esta idea de coopera-
ción a través de la que la define7. Sería fácil demostrar
que, en cada uno de los problemas particulares que abor-
da, su método es el mismo. De este modo, aunque parez-
ca que procede empíricamente, como los hechos acumu-
lados en su sociología se emplean para ilustrar más los
análisis de las nociones que para describir y explicar las
cosas, parece que no tienen otra función que la de figurar
como argumentos. En realidad, todo lo que hay de esen-
cial en su doctrina puede ser deducido inmediatamente de
su definición de la sociedad y de las diferentes formas de
cooperación. Pues si sólo podemos escoger entre una coo-
peración tiránicamente impuesta y una cooperación libre
y espontánea, es evidente que es esta última el ideal hacia
el que la humanidad tiende y debe tender.
No solamente es en la base de la ciencia donde se en-
cuentran estas nociones vulgares, sino que se las encuen-
6
Concepción, por lo demás, controvertible. (Véase Division du tra-
vail social, II, 2, § 4.)
7
«La cooperación no podría existir sin sociedad, y es el fin por el
que una sociedad existe». (Principes de Sociologie, III, 332).
—153—
12-02* 30/11/05 11:20 Página 154
tra a cada instante en la trama de los razonamientos. En
el estado actual de nuestros conocimientos no sabemos
con certeza lo que es el Estado, la soberanía, la libertad
política, la democracia, el socialismo, el comunismo,
etc. El método exigiría que se prohibiera el uso de estos
conceptos hasta que no fuesen científicamente consti-
tuidos. Y sin embargo, las palabras que los expresan se
repiten sin cesar en las discusiones de los sociólogos. Se
las emplea corrientemente y con seguridad como si
correspondiesen a cosas bien conocidas y definidas,
cuando sólo despiertan en nosotros nociones confusas,
mezclas indistintas de impresiones vagas, de prejuicios
y de pasiones. Hoy nos burlamos de los singulares razo-
namientos que los médicos de la Edad Media construí-
an con las nociones de lo caliente, de lo frío, de lo húmedo,
de lo seco, etc. y no nos damos cuenta de que continua-
mos aplicando este mismo método al tipo de fenómenos
que menos lo admite a causa de su extrema compleji-
dad.
En las ramas especiales de la sociología este carácter
ideológico es aún más acusado.
Esto ocurre sobre todo en el caso de la moral. Se pue-
de decir, en efecto, que no hay en la moral un solo sistema
donde no sea pensada como el simple desarrollo de una
idea inicial que en potencia la contendría completa. Esta
idea, unos creen que el hombre la encuentra ya hecha en
él desde su nacimiento, otros, al contrario, creen que se
forma más o menos lentamente a lo largo de la historia.
Pero tanto para los unos, como para los otros, para los
empiristas como para los racionalistas, constituye todo lo
que hay de verdaderamente real en la moral. En cuanto al
detalle de las reglas jurídicas y morales, éstas no tendrían,
por decirlo así, existencia por sí mismas, no serían más
que esa noción fundamental aplicada a las circunstancias
particulares de la vida y diversificada según los casos. Por
lo tanto, el objeto de la moral no puede ser este sistema de
preceptos sin realidad, sino la idea de la que derivan y de
la que no son más que aplicaciones variadas. Asimismo
todas las preguntas que se plantea de ordinario la ética se
refieren, no a cosas, sino a ideas; lo que se trata de saber,
es en qué consiste la idea del derecho, la idea de la moral,
no cuál es la naturaleza de la moral y del derecho consi-
—154—
12-02* 30/11/05 11:20 Página 155
derados en sí mismos. Los moralistas aún no han llegado
a esta concepción muy sencilla de que igual que nuestra
representación de las cosas sensibles viene de las mismas
cosas y las expresa más o menos exactamente, nuestra
representación de la moral proviene del propio espectá-
culo de las reglas que funcionan ante nuestros ojos y las
representa esquemáticamente; por consiguiente, son
esas reglas y no la visión sumaria que tenemos de ellas
las que forman la materia de la ciencia, lo mismo que la
física tiene por objeto los cuerpos tal y como existen, no
la idea que se hace el vulgo. De ello resulta que se toma
como base de la moral lo que sólo es la cúspide, es decir,
la manera en que se prolonga en las conciencias indivi-
duales y las influye. Y no es solamente en los problemas
más generales de la ciencia donde este método se sigue,
se aplica también en las cuestiones especiales. De las ideas
esenciales que el moralista estudia al principio, pasa a
las ideas secundarias de familia, patria, responsabilidad,
caridad, justicia; pero siempre su reflexión se aplica a
ideas.
No ocurre de otro modo en la economía política. Ésta
tiene por objeto, dice Stuart Mill, los hechos sociales que
se producen principal o exclusivamente con la perspectiva
de la adquisición de riquezas8. Pero para que los hechos
así definidos puedan ser asignados en cuanto cosas a la
observación del científico, sería preciso que al menos se
pudiera indicar con qué signo es posible reconocer los que
cumplen esta condición. Ahora bien, en los inicios de la
ciencia, no se está en condiciones de afirmar que existen
y mucho menos, de saber cuáles son. En todo tipo de
investigaciones, en efecto, solamente cuando la explica-
ción de los hechos está bastante avanzada, es cuando es
posible establecer que tienen un fin y cuál es. No existe un
problema más complejo ni menos susceptible de ser
resuelto de golpe. Nada por tanto nos asegura de antema-
no que exista una esfera de la actividad social donde el
deseo de riqueza juegue realmente este papel preponde-
rante. En consecuencia, la materia de la economía políti-
ca, así entendida, no está constituida por realidades que
8
Sistème de Logique, III, pág. 496.
—155—
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se puedan señalar con el dedo, sino de simples posibilida-
des, de puras concepciones del espíritu, a saber, hechos
que el economista concibe en relación con el fin conside-
rado y tales como los concibe. ¿Se propone, por ejemplo,
estudiar lo que llama producción? De entrada cree poder
enumerar los principales agentes con ayuda de los cuales
tiene lugar la producción, y pasarlos revista. Por lo tanto,
no ha reconocido su existencia observando de qué condi-
ciones depende la cosa que estudia, pues entonces habría
comenzado por exponer las experiencias de las que ha
sacado esta conclusión. Si desde el comienzo de la inves-
tigación y en pocas palabras hace esta clasificación, es
porque la ha obtenido por un simple análisis lógico. Toma
como punto de partida la idea de producción; descompo-
niéndola, encuentra que implica lógicamente las ideas de
fuerzas de la naturaleza, de trabajo, de instrumento o de
capital y acto seguido trata de la misma manera estas ideas
derivadas9.
La más fundamental de todas las teorías económicas,
la del valor, está manifiestamente construida según este
mismo método. Si el valor hubiera sido estudiado como
debe serlo una realidad, el economista habría tenido que
indicar en qué se puede reconocer la cosa llamada con
este nombre, luego clasificar las especies, indagar por
inducciones metódicas en función de qué causas varían, y
finalmente comparar los diversos resultados para obtener
una fórmula general. Así pues, la teoría sólo podría apa-
recer cuando la ciencia hubiera llegado bastante lejos. En
lugar de esto, nos la encontramos desde el comienzo. Pues
para hacerla, el economista se conforma con concentrar-
se, tomar conciencia de la idea que tiene del valor, es decir,
de un objeto susceptible de intercambiarse, encuentra que
ella implica la idea de lo útil, de lo raro, etc., y es con estos
productos de su análisis con lo que construye su defini-
ción. Sin duda, la confirma a través de algunos ejemplos.
Pero cuando se piensa en los innumerables hechos que tal
9
Este carácter se deduce de las propias expresiones empleadas por
los economistas. Se trata sin cesar de cuestión de ideas, de la idea de lo
útil, de la idea de ahorro, de inversión, de gasto (véase Gide Principes
d’économie politique, lib. III, cap.I §1; cap. II, §1; cap. III, §1.)
—156—
12-02* 30/11/05 11:20 Página 157
teoría debe demostrar ¿cómo conceder el menor valor
demostrativo a hechos, necesariamente muy escasos, que
son así citados al azar de la sugestión?
Tanto en economía política como en moral la parte de
la investigación científica es muy restringida; la del arte,
preponderante. En la moral, la parte teórica se reduce a
algunas discusiones sobre la idea del deber, del bien y del
derecho. Todavía esas especulaciones abstractas no cons-
tituyen una ciencia, por hablar con rigor, ya que tienen
por objeto determinar no lo que es de hecho la regla
suprema de la moralidad, sino lo que debe ser. Por eso
mismo, lo más importante en las investigaciones de los eco-
nomistas es saber, por ejemplo, si la sociedad debe ser orga-
nizada según las concepciones de los individualistas o según
las de los socialistas; si es mejor que el Estado intervenga en
las relaciones industriales y comerciales o las abandone
enteramente a la iniciativa privada, si el sistema monetario
debe ser el monometalismo o el bimetalismo, etc., etc. Las
leyes propiamente dichas son poco numerosas, incluso
las que por costumbre se las llama así no merecen gene-
ralmente esta calificación, pues son sólo máximas de
acción, preceptos prácticos disfrazados. Tomemos, por
ejemplo, la famosa ley de la oferta y la demanda. Jamás ha
sido establecida inductivamente, como expresión de la
realidad económica. Jamás ninguna experiencia, ninguna
comparación metódica ha sido instituida para establecer
que, de hecho, las relaciones económicas tienen lugar
siguiendo esta ley. Lo más que se ha podido hacer, y lo que
se ha hecho, es demostrar dialécticamente que los indivi-
duos deben proceder así si entienden bien sus intereses; y
que cualquier otra forma de actuar les sería perjudicial e
implicaría una verdadera aberración lógica por parte de
los que así lo hicieran. Es lógico que las empresas más
productivas sean las más buscadas, que los poseedores de
los productos más demandados y más raros los vendan al
más alto precio. Pero esta necesidad, totalmente lógica, no
se parece en nada a la que presentan las verdaderas leyes
de la naturaleza. Éstas expresan las relaciones según las
cuales los hechos se encadenan realmente, no la manera
en que es bueno que se encadenen.
Lo que decimos de esta ley puede ser repetido de todas
las que la escuela económica ortodoxa califica de natura-
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les y que, por otra parte, no son más que casos particula-
res de la precedente. Son naturales, si se quiere, en el sen-
tido de que enuncian los medios que es, o que puede pare-
cer natural emplear para conseguir el fin supuesto; pero
no se les debe llamar por este nombre, si por ley natural
se entiende toda manera de ser de la naturaleza inducti-
vamente constatada. En suma, estas leyes no son más que
consejos de sabiduría práctica, y si se ha podido, más o
menos especiosamente, presentarlas como la propia
expresión de la realidad es porque, con razón o sin ella, se
ha llegado a suponer que estos consejos eran efectiva-
mente seguidos por la generalidad de los hombres y en la
generalidad de los casos.
Y sin embargo, los fenómenos sociales son cosas y
deben ser tratados como cosas. Para demostrar esta pro-
posición no es necesario filosofar sobre su naturaleza, ni
discutir las analogías que presentan con los fenómenos de
los reinos inferiores. Basta con constatar que son el único
datum ofrecido al sociólogo. Es cosa, en efecto, todo lo que
es dado, todo lo que se ofrece o, más bien, se impone a la
observación. Tratar los fenómenos como cosas, es tratarlos
en calidad de data que constituyen el punto de partida de
la ciencia. Los fenómenos sociales presentan incontesta-
blemente este carácter. Lo que nos es dado, no es la idea
que los hombres se hacen del valor, pues ésta es inaccesi-
ble: son los valores que se intercambian realmente en el
curso de las relaciones económicas. No es ésta o aquella
concepción del ideal moral, es el conjunto de reglas que
determinan efectivamente la conducta. No es la idea de lo
útil o de la riqueza, es todo el detalle de la organización
económica. Es posible que la vida social no sea más que el
desarrollo de ciertas nociones, pero suponiendo que así
sea, estas nociones no son dadas de forma inmediata. No
se las puede alcanzar directamente, sino sólo a través de la
realidad fenoménica que las expresa. No sabemos a priori
qué ideas están en el origen de las diversas corrientes entre
las que se divide la vida social, ni siquiera si éstas existen;
sólo después de habernos remontado hasta sus fuentes
sabremos de dónde provienen.
Así pues, tendremos que considerar los fenómenos
sociales en sí mismos, independientes de los sujetos cons-
—158—
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cientes que se los representan; hay que estudiarlos desde
fuera, como cosas exteriores, pues es en esta cualidad como
se nos presentan. Si esta exterioridad no es más que apa-
rente, la ilusión se disipará a medida que la ciencia avance
y se verá, por decirlo de algún modo, lo exterior penetrar en
lo interior. Pero la solución no puede ser prejuzgada, e
incluso si al final no tuvieran todos los caracteres intrínse-
cos de la cosa, al principio se les debe tratar como si los
tuvieran. Esta regla se aplica, pues, a toda la realidad social,
sin que haya lugar para hacer excepción alguna. Incluso
deben ser considerados desde este punto de vista los fenó-
menos que más aparenten ser ordenaciones artificiales.
Jamás debe presuponerse el carácter convencional de una
práctica o de una institución. Si, además, se nos permite
invocar nuestra experiencia personal, creemos poder ase-
gurar que, procediendo así, se tendrá con frecuencia la
satisfacción de ver los hechos en apariencia más arbitrarios
presentar a la observación más atenta, caracteres de cons-
tancia y de regularidad, síntomas de su objetividad.
Por lo demás, y de una manera general, lo que se ha
dicho anteriormente sobre los caracteres distintivos del
hecho social, basta para confirmarnos la naturaleza de
esta objetividad y para demostrar que no es ilusoria. En
efecto, se reconoce principalmente una cosa por el signo
de que no puede ser modificada por un simple decreto de
la voluntad. Esto no significa que sea refractaria a toda
modificación, pero que para que se produzca en ella un
cambio no basta con quererlo, es preciso aún un esfuerzo
más o menos laborioso debido a la resistencia que nos
opone y que además no siempre puede ser vencida. Ya
hemos visto que los hechos sociales tienen esta propiedad.
Lejos de ser un producto de nuestra voluntad, la determi-
nan desde fuera; vienen a ser como moldes en los que
estamos forzados a verter nuestras acciones. Con frecuen-
cia esta necesidad es tal, que no podemos eludirla. Pero
incluso si llegamos a triunfar sobre ella, la oposición que
encontramos basta para advertirnos de que estamos en
presencia de alguna cosa que no depende de nosotros. Así
pues, considerando los fenómenos sociales como cosas,
no haremos más que conformarnos a su naturaleza.
En definitiva, la reforma que se trata de introducir en
la sociología es desde todos los puntos de vista idéntica a
—159—
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la que ha trasformado la psicología en los últimos treinta
años. Al igual que Comte y Spencer declaran que los
hechos sociales son hechos de la naturaleza, sin tratarlos
sin embargo como cosas, las diferentes escuelas empíri-
cas habían reconocido desde hace mucho el carácter
natural de los fenómenos psicológicos para, a continua-
ción, aplicarles un método puramente ideológico. En
efecto, los empiristas, no menos que sus adversarios, pro-
cedían exclusivamente por introspección. Ahora bien, los
hechos que sólo se observan en uno mismo son demasia-
do raros, demasiado huidizos, demasiado maleables para
poder imponerse y dominar a las nociones correspon-
dientes que la costumbre ha fijado en nosotros. Cuando
estas últimas no están sometidas a otro control nada se
les opone; por consiguiente toman el lugar de los hechos
y constituyen la materia de la ciencia. Así, ni Locke ni
Condillac han considerado los fenómenos psíquicos obje-
tivamente. No estudian la sensación, sino cierta idea de la
sensación. Por esto, aunque en ciertos aspectos hayan
preparado el inicio de la psicología científica, ésta no ha
nacido en verdad hasta mucho después, cuando al fin se
llegó a la concepción de que los estados de conciencia
pueden y deben ser considerados desde fuera, y no desde
el punto de vista de la conciencia que los experimenta. Tal
es la gran revolución que ha tenido lugar en este tipo de
estudios. Todos los procedimientos particulares, todos los
nuevos métodos con los que se ha enriquecido esta cien-
cia, no son más que diversos medios para realizar de for-
ma más completa esta idea fundamental. Este mismo
progreso le queda por realizar a la sociología. Tiene que
pasar del estadio subjetivo, que todavía no ha superado,
a la fase objetiva.
Este tránsito es, además, menos difícil de efectuar que
en la psicología. En efecto, los hechos psíquicos son dados
naturalmente como estados del sujeto, del que no parecen
separables. Interiores, por definición, parece que no se les
puede tratar como exteriores más que violentando su
naturaleza. Es necesario no solamente un esfuerzo de abs-
tracción, sino todo un conjunto de procedimientos y de
artificios para llegar a considerarlos desde esta perspecti-
va. Por el contrario, los hechos sociales tienen de manera
más natural e inmediata todos los caracteres de la cosa. El
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derecho existe en los códigos, los movimientos de la vida
cotidiana se inscriben en las cifras de la estadística, en los
monumentos de la historia, las modas en los vestidos, los
gustos en las obras de arte. Tienden en virtud de su propia
naturaleza a constituirse fuera de las conciencias indivi-
duales, puesto que las dominan. Para verlos bajo su aspec-
to de cosas no es pues necesario torturarlos con ingenio-
sidad. Desde este punto de vista, la sociología tiene sobre
la psicología una seria ventaja, que no ha sido notada has-
ta ahora, y que debe apresurar su desarrollo. Los hechos
son, quizás, más difíciles de interpretar porque son más
complejos, pero es más fácil acceder a ellos. La psicología,
al contrario, no sólo tiene difícil el elaborarlos, sino tam-
bién el captarlos. Por consiguiente, está permitido creer
que el día en que este principio del método sociológico sea
unánimemente reconocido y aplicado se verá progresar a
la sociología con una rapidez que la lentitud actual de su
desarrollo apenas hace suponer, y recuperar incluso el
adelanto que la psicología debe únicamente a su anterio-
ridad histórica10.
II
Pero la experiencia de nuestros predecesores nos ha
enseñado que, para asegurar la realización práctica de la
verdad que acaba de ser establecida, no basta con ofrecer
una demostración teórica, ni tampoco con estar convenci-
do de su verdad. El espíritu está tan naturalmente inclinado
a ignorarla, que se recaerá inevitablemente en los antiguos
errores si no nos sometemos a una disciplina rigurosa, de
la que vamos a formular las reglas principales, corolarios
de la precedente.
1.º El primero de estos corolarios es que : Hay que des-
echar sistemáticamente todas las prenociones. No es nece-
saria una demostración especial de esta regla, resulta de
10
Es cierto que la mayor complejidad de los hechos sociales hace
la ciencia más ardua. Pero, en compensación, precisamente porque la
sociología es la última en aparecer, está en situación de aprovechar los
progresos realizados por las ciencias inferiores y de aprender de ellas.
Esta utilización de las experiencias anteriores no puede dejar de acele-
rar su desarrollo.
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todo lo que hemos dicho anteriormente. Además es la
base de todo método científico. La duda metódica de Des-
cartes no es, en el fondo, más que una aplicación de ella.
Si Descartes, en el momento en que va a fundar la ciencia,
aplica una ley que consiste en poner en duda todas las ideas
que ha recibido previamente, es porque no quiere emple-
ar más que conceptos científicamente elaborados, es decir,
construidos según el método que él instituye; todos los
que provienen de otro origen deben ser rechazados, al
menos provisionalmente. Ya hemos visto que la teoría de
los Ídolos, en Bacon, no tiene otro sentido. Las dos gran-
des doctrinas que con frecuencia han sido contrapuestas
la una a la otra, concuerdan en este punto esencial. Por lo
tanto, es necesario que el sociólogo, ya sea en el momen-
to en que determina el objeto de sus investigaciones, ya
sea en el curso de sus demostraciones, se prohíba resuel-
tamente el empleo de esos conceptos que se han formado
al margen de la ciencia y para necesidades que no tienen
nada de científicas. Es preciso que se libere de esas falsas
evidencias que dominan el espíritu del vulgo, que de una
vez por todas sacuda el yugo de esas categorías empíricas
que una larga costumbre termina con frecuencia por vol-
verlas tiránicas. Al menos, si a veces la necesidad obliga a
recurrir a ellas, que lo haga teniendo conciencia de su
poco valor, a fin de no llamarlas a desempeñar en la doc-
trina un papel del que no son dignas.
Lo que hace particularmente difícil esta liberación en
la sociología es que el sentimiento con frecuencia toma
partido. Nos apasionamos, en efecto, por nuestras creen-
cias políticas y religiosas, por nuestras prácticas morales
de manera muy diferente a como lo hacemos por las cosas
del mundo físico; como consecuencia este carácter pasio-
nal se comunica a la manera en que concebimos y como
nos explicamos las primeras. Las ideas que nos hacemos
de ello nos afectan, así como sus objetos, y así adquieren
tal autoridad que no soportan la contradicción. Cualquier
opinión que les moleste es tratada como enemiga. ¿Qué
ocurre, por ejemplo, con una proposición que no esté de
acuerdo con la idea que nos hacemos del patriotismo o de
la dignidad individual? Se la niega, cualesquiera que sean
las pruebas sobre las que repose. No se puede admitir que
sea verdadera, se le opone un no radical, y la pasión para
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justificarse no se inmuta al sugerir razones que se encuen-
tra fácilmente decisivas. Estas nociones pueden incluso
tener tal prestigio que ni siquiera toleran el examen cien-
tífico. El solo hecho de someterlas, igual que a los fenó-
menos que explican, a un frío y seco análisis, revoluciona
a ciertos espíritus. Cualquiera que intente estudiar la
moral desde fuera y como una realidad exterior, parece a
estas mentes delicadas desprovisto de sentido moral,
como el viviseccionista parece al vulgo desprovisto de la
sensibilidad común. Muy lejos de admitir que esos senti-
mientos competen a la ciencia, es a ellos a los que se cree
deber dirigirse para hacer la ciencia de las cosas a las que
se refieren. «¡Maldito, escribe un elocuente historiador de
las religiones, maldito sea el sabio que aborde las cosas de
Dios sin tener en el fondo de su conciencia, en la última
capa indestructible de su ser, allí donde duerme el alma de
los ancestros, un santuario desconocido desde el que se
eleve por instantes un perfume de incienso, un verso del
salmo, un grito doloroso o triunfal que de niño lanzó
hacia el cielo junto con sus hermanos y que le sitúa en
comunicación pronta con los profetas de antaño!»11.
Nunca nos enfrentaremos con bastante fuerza a esta
doctrina mística que —como todo misticismo, por otra
parte— no es, en el fondo más que un empirismo disfra-
zado, negador de toda ciencia. Los sentimientos que tie-
nen por objeto las cosas sociales no tienen ningún privile-
gio sobre los demás, ya que no tienen un origen diferente.
Se han formado, ellos también, históricamente; son un
producto de la experiencia humana, pero de una expe-
riencia confusa y desorganizada. No son debidos a una
supuesta anticipación trascendental de la realidad, sino
que son la resultante de toda clase de impresiones y de
emociones acumuladas sin orden, al azar de las circuns-
tancias, sin interpretación metódica. Muy lejos de apor-
tarnos claridades superiores a las racionales, están hechos
exclusivamente de estados fuertes, es verdad, pero confu-
sos. Concederles tal preponderancia, es dar a las faculta-
des inferiores de la inteligencia la supremacía sobre las
más elevadas, es condenarse a una logomaquia más o
11
J. Darmesteter, Les prophètes d’Israèl, pág. 9.
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menos oratoria. Una ciencia así hecha sólo puede satisfa-
cer a los espíritus que prefieren pensar con su sensibilidad
en lugar de con su entendimiento, que prefieren las sínte-
sis inmediatas y confusas de la sensación a los análisis
pacientes y luminosos de la razón. El sentimiento es un
objeto de ciencia, no el criterio de la verdad científica. Por
lo demás, no existe ciencia que a sus comienzos no haya
encontrado resistencias análogas. Hubo un tiempo en que
los sentimientos relativos a las cosas del mundo físico,
teniendo ellos mismos un carácter religioso o moral, se
oponían con no menos fuerza al establecimiento de las
ciencias físicas. Se puede por tanto creer que, perseguido
de ciencia en ciencia, ese prejuicio acabará por desapare-
cer de la propia sociología, su último reducto, para dejar
el terreno libre al científico.
2.º Ahora bien, la regla precedente es enteramente
negativa. Enseña al sociólogo a escapar del imperio de las
nociones vulgares, para volver su atención hacia los
hechos, pero no indica la manera en que debe considerar
a estos últimos para hacer un estudio objetivo.
Toda investigación científica versa sobre un grupo
determinado de fenómenos que responden a una misma
definición. El primer paso del sociólogo debe ser, por lo
tanto, definir las cosas de las que trata, a fin de que se
sepa y que él mismo sepa bien de qué se trata. Es la pri-
mera y la más indispensable condición de toda prueba y
de toda verificación; una teoría, en efecto, no puede ser
controlada, más que en el caso de que se sepa reconocer
los hechos de los que debe rendir cuenta. Además, como
es a través de esta definición inicial como se constituye el
propio objeto de la ciencia, éste será o no será una cosa,
según la manera en que esté elaborada esta definición.
Para que sea objetiva, es necesario, evidentemente, que
exprese los fenómenos, no en función de una idea del espí-
ritu, sino de propiedades que le son inherentes. Es nece-
sario que las caracterice por un elemento integrante de su
naturaleza, no por su conformidad con una noción más o
menos ideal. Ahora bien, en el momento en que la investi-
gación acaba de comenzar, mientras los hechos no han
sido todavía sometidos a ninguna elaboración, los únicos
rasgos que pueden ser captados son los que se encuentran
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lo suficientemente exteriores como para ser visibles inme-
diatamente. Los que están situados más profundamente
son, sin duda, más esenciales, su valor explicativo es más
alto, pero son desconocidos en esta fase de la ciencia y no
pueden ser anticipados a no ser que se sustituya la reali-
dad por alguna concepción del espíritu. Por lo tanto, es
entre los primeros donde debe ser buscada la materia de
esta definición fundamental. Por otra parte, está claro que esta
definición deberá comprender, sin excepción ni distin-
ción, todos los fenómenos que presenten igualmente estos
mismos caracteres, pues no tenemos ninguna razón ni
ningún medio para elegir entre ellos. Estas propiedades
son por el momento todo lo que sabemos de lo real, por
consiguiente, deben de determinar soberanamente la
manera en que los hechos deben ser agrupados. No posee-
mos ningún otro criterio que pueda, ni siquiera parcial-
mente, suspender los efectos de lo precedente. De donde
se deriva la regla siguiente: No tomar jamás por objeto de
las investigaciones más que un grupo de fenómenos previa-
mente definidos a través de algunos caracteres exteriores
que les son comunes, e integrar en la misma investigación a
todos los que respondan a esta definición. Por ejemplo,
constatamos la existencia de un cierto número de actos
que presentan todos ellos este carácter exterior: que, una
vez realizados, determinan por parte de la sociedad esa
reacción particular que denominamos pena. Formamos
un grupo sui generis, al que aplicamos una rúbrica común;
llamamos crimen a todo acto castigado y hacemos del cri-
men, así considerado, el objeto de una ciencia especial, la
criminología. De igual manera, observamos en el interior
de todas las sociedades conocidas la existencia de una
sociedad parcial, reconocible por este signo exterior: que
está formada por individuos consanguíneos en su mayoría
los unos de los otros, y que están unidos entre sí por lazos
jurídicos. Formamos un grupo particular con los hechos
referidos, al que damos un nombre particular; son los
fenómenos de la vida doméstica. Llamamos familia a todo
agregado de este género y hacemos de la familia así defi-
nida el objeto de una investigación especial que aún no ha
recibido una denominación determinada en la terminolo-
gía sociológica. Cuando, más adelante, se pase de la fami-
lia en general a los diferentes tipos familiares, se aplicará
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la misma regla. Cuando se aborde, por ejemplo, el estudio
del clan, o de la familia matriarcal o de la familia patriar-
cal, se empezará por definirlas según el mismo método. El
objeto de cada problema, ya sea general o particular, debe
ser constituido conforme al mismo principio.
Procediendo de este modo, el sociólogo se asienta en la
realidad desde su primer paso. En efecto, la manera según
la cual los hechos se clasifican no dependerá ya de él, del
talante particular de su espíritu, sino de la naturaleza de
las cosas. El signo que hace que se incluyan en esta u otra
categoría puede ser mostrado a todo el mundo, reconocido
por todos, y las afirmaciones de un observador pueden ser
controladas por los demás. Es cierto que la noción así
constituida no cuadra siempre, o al menos no cuadra gene-
ralmente, con la noción común. Por ejemplo, es evidente
que, por sentido común, los hechos del pensamiento libre
o las faltas a las reglas de la etiqueta, tan regular y tan seve-
ramente castigados en multitud de sociedades, no son con-
siderados como crímenes ni siquiera en esas sociedades.
Asimismo, un clan no es una familia en la acepción usual
de la palabra. Pero esto no importa, pues no se trata sim-
plemente de descubrir un medio que nos permita encon-
trar, con bastante seguridad, los hechos a los cuales se apli-
can las palabras del lenguaje corriente y las ideas que
traducen. Lo que se necesita, es constituir con todas sus
piezas nuevos conceptos, adecuados a las necesidades de la
ciencia y expresados con ayuda de una terminología espe-
cial. Esto no significa, sin duda, que el concepto vulgar sea
inútil al científico; sirve de indicador. Por él estamos infor-
mados de que existe en algún lugar un conjunto de fenó-
menos que son reunidos bajo una misma denominación y
que, en consecuencia, deben verosímilmente tener carac-
teres comunes, incluso, como no ha existido jamás sin
haber tenido algún contacto con los fenómenos, nos indi-
ca a veces, aunque con imprecisión, en qué dirección
deben de ser buscados. Pero como ha sido formado tosca-
mente, es del todo natural que no coincida exactamente
con el concepto científico establecido en relación con él12.
12
En la práctica siempre se parte del concepto vulgar y de la pala-
bra vulgar. Se busca si entre las cosas que señala confusamente esta
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Por muy evidente e importante que sea esta regla, ape-
nas es observada en sociología. Precisamente porque se
trata de cosas de las que hablamos sin cesar, como la fami-
lia, la propiedad, el crimen, etc., con frecuencia al soció-
logo le parece inútil dar una definición previa y rigurosa
de ellas. Estamos tan acostumbrados a servirnos de estas
palabras, que se pronuncian constantemente en el curso
de las conversaciones, que parece inútil precisar el senti-
do en el que las tomamos. Se refieren simplemente a la
noción común. Ahora bien, ésta es con frecuencia ambi-
gua. Esta ambigüedad hace que se reúna bajo el mismo
nombre y en una misma explicación cosas, en realidad,
muy diferentes. De ahí provienen confusiones inextrica-
bles. Así, existen dos clases de uniones monogámicas: las
unas lo son de hecho, las otras de derecho. En las prime-
ras el marido sólo tiene una mujer, aunque jurídicamente
pueda tener varias; en las segundas, le está legalmente
prohibido ser polígamo. La monogamia de hecho se
encuentra en varias especies animales, y en algunas socie-
dades inferiores, no en estado esporádico, sino con la mis-
ma generalidad que si estuviera impuesta por ley. Cuando
una tribu primitiva se encuentra dispersa sobre una vasta
superficie, la trama social es muy laxa y por consiguiente,
los individuos viven aislados unos de otros. Por eso, cada
hombre intenta de forma natural buscarse una mujer, y
sólo una, porque en ese estado de aislamiento, le es difícil
tener varias. La monogamia obligatoria, al contrario, sólo
se observa en sociedades más desarrolladas. Estas dos cla-
ses de sociedades conyugales tienen, pues, una significa-
ción muy diferente, y sin embargo, la misma palabra sir-
ve para designarlas; pues se dice corrientemente de
algunos animales que son monógamos, aunque en ellos
no exista nada que se parezca a una obligación jurídica.
palabra, las hay que presenten caracteres externos comunes. Si las hay
y si el concepto formado por el grupo de hechos así acotados coincide,
si no totalmente (lo que es raro), al menos en su mayor parte con el
concepto vulgar, se podrá continuar designando al primero con la mis-
ma palabra que al segundo y conservar en la ciencia la expresión usual
en el lenguaje corriente. Pero si la diferencia es demasiado considera-
ble, si la noción común confunde una pluralidad de nociones distintas,
se impone la creación de términos nuevos y especiales.
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Así, Spencer, al abordar el estudio del matrimonio, emplea
la palabra monogamia, sin definirla, con su significado
usual y equívoco. Resulta que la evolución del matrimonio
le parece que presenta una anomalía incomprensible, ya
que cree observar la forma superior de la unión sexual
desde las primeras fases del desarrollo histórico, y luego
se diría que desaparece durante un período intermedio,
para reaparecer después. Concluye admitiendo que no hay
una relación regular entre el progreso social en general y
el avance progresivo hacia un tipo perfecto de vida fami-
liar. Una definición dada oportunamente habría evitado
este error13.
En otros casos, se tiene mucho cuidado en definir el
objeto sobre el que va a versar la investigación; pero, en
lugar de incluir en la definición todos los fenómenos que
tienen las mismas propiedades exteriores y de agruparlos
bajo la misma rúbrica, se hace entre ellos una selección. Se
elige a algunos, una especie de elite, a la que se observa
como si fuera la única que tuviera derecho a tener esos
caracteres. Respecto a los demás, se los considera como si
hubieran usurpado esos signos distintivos y no se les tiene
en cuenta. Pero es fácil prever que de esta manera no se
puede obtener más que una noción subjetiva y mutilada.
Esta eliminación, en efecto, no puede estar hecha sino
según una idea preconcebida, ya que en los inicios de la
ciencia, ninguna investigación ha podido todavía establecer
la realidad de esta usurpación, suponiendo que fuera posi-
ble. Los fenómenos elegidos no pueden haber sido selec-
cionados más que por ser más conformes que los demás
con la concepción ideal que el investigador se hizo de esta
especie de realidad. Por ejemplo, Garofalo, al comienzo de
su Criminología, demuestra muy bien que el punto de par-
tida de esta ciencia debe ser «la noción sociológica del cri-
men14». Solamente que, para constituir esta noción, no
compara indistintamente todos los actos que, en los dife-
rentes tipos sociales, han sido reprimidos por penas regula-
13
Esta misma ausencia de definición es la que ha hecho decir a
veces que la democracia se encontraría igualmente al comienzo y al
final de la historia. La verdad es que la democracia primitiva y la de
hoy en día son muy diferentes la una de la otra.
14
Criminologie, pág. 2.
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res, sino sólo algunos de ellos, a saber, los que ofenden al
término medio e inmutable del sentido moral. Los senti-
mientos morales que han desaparecido a lo largo de la evo-
lución, no le parece que estén fundados en la naturaleza de
las cosas y, por esta razón, no han logrado mantenerse; por
consiguiente, los actos que han sido considerados crimina-
les, porque los violaban, le parece que deben esta denomi-
nación a circunstancias accidentales y más o menos pato-
lógicas. Pero es en virtud de una concepción totalmente
personal de la moralidad por lo que el autor mencionado
procede a esta eliminación. Parte de la idea de que la evo-
lución moral, tomada en su fuente o en los alrededores de
la misma, arrastra toda clase de escorias e impurezas que
va eliminando progresivamente, y que solamente hoy en
día ha conseguido liberarse de todos los elementos adventi-
cios, que primitivamente enturbiaban su curso. Sin embar-
go, este principio no es ni un axioma evidente, ni una verdad
demostrada, no es más que una hipótesis que nada justifica.
Las partes variables del sentido moral no están menos fun-
damentadas en la naturaleza de las cosas que las partes
inmutables; las variaciones por las que han pasado las pri-
meras testimonian solamente que las cosas mismas han
variado. En zoología, las formas especiales de las especies
inferiores no son consideradas como menos naturales que
las que se repiten en todos los grados de la escala animal.
Asimismo, los actos considerados crímenes por las socieda-
des primitivas, y que han perdido esta calificación, son real-
mente criminales respecto a esas sociedades, al igual que lo
son los actos que continuamos reprimiendo hoy en día. Los
primeros corresponden a las condiciones cambiantes de la
vida social, los segundos a las condiciones constantes, pero
los unos no son más artificiales que los otros.
Y además, incluso si estos actos hubieran indebida-
mente revestido el carácter criminológico, no deberían ser
separados radicalmente de los demás; pues las formas
mórbidas de un fenómeno no son de una naturaleza dis-
tinta de la de las formas normales, y, en consecuencia, es
necesario observar tanto las primeras como las segundas
para determinar esta naturaleza. La enfermedad no se opo-
ne a la salud, son dos variedades del mismo género y que
se aclaran mutuamente. Es ésta una regla reconocida y
practicada desde hace mucho tiempo tanto en biología
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como en psicología y que el sociólogo también está obliga-
do a respetar. A menos que se admita que un mismo fenó-
meno pueda ser debido tanto a una causa como a otra dis-
tinta, es decir, a menos que se niegue el principio de
causalidad, las causas que imprimen a un acto, incluso de
una manera anormal, el signo distintivo del crimen, no pue-
den diferir en naturaleza de aquellas que producen normal-
mente el mismo efecto. Se distinguen solamente en el grado
o porque no actúan en el mismo marco de circunstancias. El
crimen anormal es por lo tanto todavía un crimen y debe,
por consiguiente, entrar en la definición de crimen. ¿Qué
sucede entonces? Que Garofalo toma por el género lo que no
es más que la especie, o incluso una simple variedad. Los
hechos a los cuales se aplica su fórmula de la criminalidad
no representan más que una ínfima minoría de los que
debería comprender; pues dicha fórmula no conviene ni a
los crímenes religiosos, ni a los contra la etiqueta, el cere-
monial, la tradición, etc., que si han desaparecido de nues-
tros códigos modernos, forman, por el contrario, casi la
totalidad el derecho penal de las sociedades anteriores.
Es esta misma falta de método lo que hace que algunos
observadores nieguen a los salvajes todo tipo de morali-
dad15. Parten de la idea de que nuestra moral es la moral;
ahora bien, es evidente que ésta es desconocida en los
pueblos primitivos, o no existe más que en estado rudi-
mentario. Sin embargo, esta definición es arbitraria. Apli-
quemos nuestra regla y todo cambia. Para decidir si un
precepto es moral o no, debemos examinar si presenta o
no el signo exterior de la moralidad; este signo consiste en
una sanción represiva difusa, es decir, en una censura de
la opinión pública, que vengue cualquier violación del
precepto. Siempre que estemos en presencia de un hecho
que presente este carácter, no tendremos derecho a negar-
le la calificación de moral, pues es la prueba de que es de
la misma naturaleza que los demás hechos morales. Aho-
ra bien, no solamente se encuentran reglas de este género
en las sociedades inferiores, sino que en ellas son más
15
Véase Lubbock, Les origines de la civilisation, cap. VIII. Con mayor
generalidad, y no menos falsamente, se dice que las antiguas religiones
son amorales o inmorales. La verdad es que tienen su propia moral.
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numerosas que en las civilizadas. Multitud de actos que
actualmente se dejan a la libre apreciación de los indivi-
duos eran entonces impuestos obligatoriamente. Vemos a
qué errores estamos abocados, ya sea cuando no se define
en absoluto, ya sea cuando se define mal.
Sin embargo, se dirá: definir los fenómenos por sus
caracteres aparentes, ¿no es atribuir a las propiedades
superficiales una especie de preponderancia sobre los atri-
butos fundamentales?; ¿no supone, por una verdadera
inversión del orden lógico, hacer reposar las cosas sobre sus
cúspides y no sobre sus bases? Así ocurre que cuando se
define el delito por la pena, nos exponemos casi inevitable-
mente a ser acusados de querer derivar el delito de la pena,
o siguiendo una cita muy conocida, de ver en el cadalso la
fuente de la vergüenza y no en el acto expiado. Mas el repro-
che descansa sobre una confusión. Puesto que la definición
de la que venimos de extraer la regla está colocada al
comienzo de la ciencia, no puede tener por objeto expresar
la esencia de la realidad, sino simplemente ponernos en
situación de actuar posteriormente. Tiene por única función
hacernos tomar contacto con las cosas, y como éstas no pue-
den ser captadas por el espíritu más que desde su exterior,
es por su exterior como las expresa. Pero la definición no las
explica, suministra solamente el primer punto de apoyo
necesario para nuestras explicaciones. En verdad, no es la
pena la que hace el delito, pero es a través de ella como se
nos manifiesta exteriormente, y es de ella, en consecuencia,
de donde hay que partir si queremos llegar a comprenderlo.
La objeción no estaría fundada más que si estos carac-
teres externos fueran a la vez accidentales, es decir, si no
estuvieran vinculados a las propiedades fundamentales. En
esas condiciones, en efecto, la ciencia, después de haberlos
señalado, no tendría ningún medio de ir más lejos, no
podría descender más en la realidad, ya que no existiría
ninguna relación entre la superficie y el fondo. Pero, a
menos que el principio de causalidad sea una expresión
vana, cuando unos caracteres determinados se encuentran
idénticamente y sin ninguna excepción en todos los fenó-
menos de un orden determinado, se puede estar seguro de
que dependen estrechamente de la naturaleza de estos últi-
mos y que son con ellos solidarios. Si un determinado gru-
po de actos presenta igualmente esta particularidad de que
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una sanción penal les está vinculada, es que existe una
conexión íntima entre la pena y los atributos constitutivos
de estos actos. En consecuencia, por muy superficiales que
sean, estas propiedades, con tal de que hayan sido metódi-
camente observadas, muestran bien al científico la vía que
debe seguir para penetrar en el fondo de las cosas; son el
primer e indispensable eslabón de la cadena que la ciencia
desarrollará seguidamente en el curso de sus explicaciones.
Ya que el exterior de las cosas se nos manifiesta por la
sensación, se puede decir resumiendo: la ciencia, para ser
objetiva, debe partir no de conceptos que se han formado sin
ella, sino de la sensación. Debe tomar directamente de los
datos sensibles los elementos de sus definiciones iniciales. Y
en efecto, es suficiente con representarse en qué consiste la
obra de la ciencia para comprender que no puede proceder
de otra manera. Necesita conceptos que expresen adecuada-
mente las cosas, tal cual son, no tal como es útil a la práctica
concebirlas. Los que se han constituido fuera de su acción no
responden a esta condición. Es necesario pues, que cree
otros nuevos, y para ello, dejando de lado las nociones vul-
gares y las palabras que las expresan, retorne a la sensación,
materia primera y necesaria de todos los conceptos. Es de la
sensación de donde se desprenden todas las ideas generales,
verdaderas o falsas, científicas o no. El punto de partida de
la ciencia o conocimiento especulativo no puede haber sido
otro que el del conocimiento vulgar o práctico. Es sólo más
adelante, por el modo en que es elaborada después esta
materia común, cuando comienzan las divergencias.
3.º Pero la sensación es fácilmente subjetiva. También
constituye una regla en las ciencias de la naturaleza apartar
aquellos datos sensibles que corren el riesgo de ser dema-
siado personales del observador, para retener exclusivamen-
te los que presenten un grado suficiente de objetividad. Así
es como el físico sustituye las vagas impresiones que produ-
cen la temperatura o la electricidad por la representación
visual de las oscilaciones del termómetro o del electrómetro.
El sociólogo debe tener las mismas precauciones. Los carac-
teres exteriores en función de los que define el objeto de sus
investigaciones deben ser tan objetivos como sea posible.
Se puede establecer en principio que los hechos socia-
les son tanto más susceptibles de ser objetivamente repre-
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sentados cuanto más desprendidos estén de los hechos
individuales que los manifiestan.
En efecto, una sensación es tanto más objetiva cuanto
mayor fijeza tenga el objeto al que se refiere, pues la con-
dición de toda objetividad es la existencia de un punto de
referencia, constante e idéntico, al que la representación
pueda ser referida y que permita eliminar todo lo que ten-
ga de variable, y por tanto de subjetivo. Si los únicos pun-
tos de referencia que son dados son ellos mismos varia-
bles, si son perpetuamente cambiantes por relación a ellos
mismos, toda medida común falta y no tenemos ningún
medio de distinguir en nuestras impresiones lo que depen-
de del exterior y lo que les viene de nosotros. Ahora bien,
la vida social, mientras no haya llegado a aislarse de los
acontecimientos particulares que la encarnan para consti-
tuirse aparte, tiene precisamente esta propiedad, pues
como esos acontecimientos no tienen la misma fisonomía
de una vez a otra, ni de un instante a otro, y es insepara-
ble de ellos, le comunican su movilidad. La vida social
consiste entonces en corrientes libres que están perpetua-
mente en vías de transformación y que la mirada del
observador no consigue fijar. No es éste el lado por donde
el científico puede abordar el estudio de la realidad social.
Pero también sabemos que presenta la particularidad de
que es susceptible de cristalizarse sin dejar de ser ella mis-
ma. Al margen de los actos individuales que suscitan, los
hábitos colectivos se expresan en formas definidas, reglas
jurídicas, morales, dichos populares, hechos de estructura
social etc. Como estas formas existen de manera perma-
nente, ya que no cambian con las diversas aplicaciones
que de ellas se hace, constituyen un objeto fijo, un patrón
constante que está siempre al alcance del observador y
que no deja sitio a las impresiones subjetivas y a las obser-
vaciones personales. Una regla de derecho es lo que es, y
no hay dos maneras de percibirla. Ya que, por otro lado,
estas prácticas no son más que vida social consolidada, es
legítimo, salvo indicaciones contrarias16, estudiar ésta a
través de aquéllas.
16
Hay que tener razones, por ejemplo, para creer que en un
momento dado el derecho no expresa ya el estado verdadero de las rela-
ciones sociales, para que esta sustitución no sea legítima.
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Así pues, cuando el sociólogo se propone explorar un
orden cualquiera de hechos sociales debe esforzarse en con-
siderarlos desde un lado en que se presenten aislados de sus
manifestaciones individuales. Es en virtud de este princi-
pio como hemos estudiado la solidaridad social, sus diver-
sas formas y su evolución a través del sistema de reglas
jurídicas que las expresan17. Si tratamos de distinguir y de
clasificar los diferentes tipos familiares según las descrip-
ciones literarias que nos proporcionan los viajeros, y a
veces, los historiadores, nos exponemos a confundir las
especies más diferentes, a aproximar los tipos más aleja-
dos. Por contra, si se toma como base de esta clasificación
la constitución jurídica de la familia y, más especialmen-
te, el derecho sucesorio, se tendrá un criterio objetivo, que
sin ser infalible, evitará muchos errores18. ¿Queremos cla-
sificar los diferentes tipos de delitos? Entonces hay que
esforzarse en reconstituir las maneras de vivir, las cos-
tumbres profesionales usadas en los diferentes mundos
del crimen, y se reconocerá tantos tipos criminológicos
como formas diferentes presente esta organización. Para
captar las costumbres, las creencias populares, nos dirigi-
remos a los proverbios, a los dichos que las expresan. Sin
duda, procediendo así, se deja provisionalmente fuera de
la ciencia la materia concreta de la vida colectiva, y sin
embargo, por cambiante que sea, no tenemos derecho a
postular a priori su ininteligibilidad. Pero si queremos
seguir una vía metódica, hay que establecer los primeros
cimientos de la ciencia sobre un terreno firme y no sobre
arenas movedizas. Hay que abordar el reino social por los
lugares que ofrezca mejor acceso a la investigación cientí-
fica. Sólo después será posible llevar más lejos la investi-
gación, y por medio de progresivos trabajos de aproxima-
ción, circundar poco a poco esta realidad huidiza, de la
que quizás el espíritu humano no pueda jamás apoderar-
se por completo.
17
Véase Division du travail social, 1. I.
18
Cfr. nuestra Introduction à la Sociologie de la famille, en Annales
de la Faculté des lettres de Bordeaux, año 1889.
—174—
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C III
Reglas relativas a la distinción
entre lo normal y lo patológico
La observación, dirigida según las reglas precedentes,
confunde dos órdenes de hechos muy diferentes en ciertos
aspectos: los que son todo lo que deben ser, y los que debe-
rían ser diferentes a como son; los fenómenos normales y
los fenómenos patológicos. Hemos visto incluso que era
necesario integrarlos a ambos en la definición por la que
debe comenzar toda investigación. Pero si, en ciertos
aspectos, son de la misma naturaleza, no dejan de consti-
tuir dos variedades diferentes y que importa distinguir.
¿Dispone la ciencia de los medios que permiten hacer esta
distinción?
La cuestión es de la mayor importancia, pues de la
solución que se dé depende la idea que nos hacemos del
papel que corresponde a la ciencia, sobre todo a la ciencia
del hombre. Según una teoría, cuyos partidarios se
encuentran en las más diversas escuelas, la ciencia no nos
enseñaría nada sobre lo que debemos querer. No conoce,
dicen, más que hechos que tienen todos el mismo valor y
el mismo interés; los observa, los explica, pero no los juz-
ga; para ella no hay nada por lo que sean censurables. El
bien y el mal no existen a sus ojos. Puede decirnos cómo
las causas producen sus efectos, no qué fines deben ser
perseguidos. Para saber, no lo que es, sino lo que es desea-
ble, hay que recurrir a las sugestiones del inconsciente,
llámese como se llame, sentimiento, instinto, empuje
vital, etc. La ciencia, dice un autor ya mencionado, puede
muy bien iluminar el mundo, pero deja la noche en los
corazones; es el mismo corazón quien tiene que alumbrar
su propia luz. Por tanto, la ciencia se encuentra despro-
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vista, o poco menos, de toda eficacia práctica, y por con-
siguiente, sin una sólida razón de ser; pues ¿para qué obs-
tinarse en conocer lo real, si el conocimiento que adquiri-
mos no puede servirnos en la vida? ¿Se dirá, que
revelándonos las causas de los fenómenos, nos proporcio-
na los medios de producirlos a nuestro gusto, y por consi-
guiente, de realizar los fines que nuestra voluntad persi-
gue por razones supracientíficas? Pero, por un lado, todo
medio es en sí mismo un fin, pues para realizarlo, hay que
quererlo igual que al fin cuya realización prepara. Siem-
pre hay varias vías que conducen a una determinada
meta, por lo tanto hay que elegir entre ellas. Ahora bien,
si la ciencia no puede ayudarnos en la elección del mejor
fin, ¿cómo podrá enseñarnos cuál es la mejor vía para
alcanzarle? ¿Por qué habría de recomendarnos la más
rápida frente a la más económica, la más segura frente a
la más sencilla, o al revés? Si no puede guiarnos en la
determinación de los fines superiores, no es menos impo-
tente cuando se trata de fines secundarios y subordinados
a los que llamamos medios.
Es cierto que el método ideológico permite escapar de
este misticismo, y es además el deseo de escapar de él lo
que ha procurado, en parte, la persistencia de dicho méto-
do. En efecto, los que lo han practicado, eran demasiado
racionalistas para admitir que la conducta humana no
tuviera necesidad de estar dirigida por la reflexión; y sin
embargo no veían en los fenómenos, en ellos mismos con-
siderados e independientemente de todo dato subjetivo,
nada que permitiese clasificarlos según su valor práctico.
Parecía, pues, que el único medio de juzgarlos era referir-
los a algún concepto que los dominase; de este modo, el
uso de nociones que rigiesen el cotejo de los hechos, en
lugar de derivar de ellos, se convertía en indispensable en
toda sociología racional. Pero sabemos que si, en estas
condiciones, la práctica se vuelve reflexiva, la reflexión así
empleada no es científica.
El problema que acabamos de plantear va a permitir-
nos reivindicar los derechos de la razón sin recaer en la
ideología. En efecto, tanto para las sociedades como para
los individuos, la salud es buena y deseable, la enferme-
dad, por el contrario, es algo malo que debe ser evitado. Si
encontramos un criterio objetivo, inherente a los mismos
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hechos, que nos permita distinguir científicamente la
salud de la enfermedad en los diversos órdenes de fenó-
menos sociales, la ciencia estará en situación de aclarar la
práctica siguiendo a la vez fiel a su propio método. Sin
duda, como actualmente la ciencia no llega a dar cuenta
del individuo, sólo puede proporcionarnos indicaciones
generales que no pueden ser diversificadas conveniente-
mente más que si se entra directamente en contacto con
lo particular a través de la sensación. El estado de salud,
tal como puede definirlo, no se adecua exactamente a nin-
gún sujeto individual, porque sólo puede ser establecido
en relación a las circunstancias más comunes, de las que
todo el mundo se aparta más o menos; esto, empero, no
deja de ser un punto de referencia precioso para orientar
la conducta. De que a continuación haya que ajustarlo a
cada caso especial, no se sigue que no haya ningún interés
por conocerlo. Al contrario, es la norma la que debe servir
de base a todos nuestros razonamientos prácticos. En
estas condiciones, ya no se tiene derecho a decir que el
pensamiento es inútil a la acción. Entre la ciencia y el arte
ya no se extiende un abismo, sino que se pasa de la una al
otro sin solución de continuidad. La ciencia, es verdad, no
puede descender a los hechos más que por mediación del
arte, pero el arte no es más que la prolongación de la cien-
cia. Todavía podemos preguntarnos si la insuficiencia
práctica de esta última no debe ir disminuyendo a medida
que las leyes que establece expresen de forma cada vez
más completa la realidad individual.
Comúnmente, el sufrimiento está considerado como
indicio de la enfermedad y es cierto que, en general, exis-
te entre estos dos hechos una relación, pero ésta carece de
constancia y de precisión. Hay graves diátesis que son
indoloras, mientras que trastornos sin importancia, como
el que resulta de la introducción de una arenilla en un ojo,
causan un verdadero suplicio. Incluso en algunos casos, es
la ausencia de dolor o hasta el placer los que constituyen
síntomas de la enfermedad. Hay una cierta invulnerabili-
dad que es patológica. En circunstancias en que un hom-
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bre sano sufriría, un neurasténico puede llegar a experi-
mentar una sensación de gozo, cuya naturaleza mórbida
es incontestable. Inversamente, el dolor acompaña a muchas
situaciones como el hambre, el cansancio, o el parto, que
son fenómenos puramente fisiológicos.
¿Diremos que la salud, consistiendo en un feliz desa-
rrollo de las fuerzas vitales, se reconoce en la perfecta
adaptación del organismo con su medio, y llamaríamos,
por el contrario, enfermedad a todo lo que turbe esta
adaptación? En primer lugar —después volveremos sobre
este punto—, no está demostrado del todo que cada esta-
do del organismo esté en correspondencia con algún estado
externo. Además, aun cuando este criterio fuera verdade-
ramente distintivo del estado de salud, necesitaría él mis-
mo de otro criterio para poder ser reconocido; pues sería
preciso, en todo caso, decirnos según qué principio se
puede decidir que tal modo de adaptarse es más perfecto
que tal otro.
¿Es según la manera en que uno u otro afecten a nues-
tras posibilidades de supervivencia? La salud sería el esta-
do de un organismo donde estas posibilidades están al
máximo, y la enfermedad, al contrario, consistiría en todo
lo que tiene por efecto disminuirlas. No se puede dudar en
efecto que, en general, la enfermedad tiene realmente
como consecuencia un debilitamiento del organismo.
Pero no es la única que produce ese resultado. Las fun-
ciones de reproducción, en ciertas especies inferiores,
acarrean fatalmente la muerte, e incluso, en las especies
superiores, originan riesgos. Sin embargo son normales.
La vejez y la infancia tienen los mismos efectos; ya que el
anciano y el niño son más vulnerables a las causas de des-
trucción. ¿Son, por lo tanto, enfermos y no hay que admi-
tir más tipología de sano que la del adulto? ¡He ahí el
ámbito de la salud y de la fisiología singularmente reduci-
do! Si, además, la ancianidad es ya en sí misma una enfer-
medad ¿cómo distinguir al anciano sano del anciano
enfermo? Desde el mismo punto de vista, habría que cla-
sificar la menstruación entre los fenómenos mórbidos,
pues por los trastornos que causa incrementa la receptivi-
dad de la enfermedad en la mujer. ¿Cómo, entonces, cali-
ficar de enfermedad una situación en la que su ausencia o
su desaparición prematura constituyen incontestablemen-
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te un fenómeno patológico? Se razona sobre esta cuestión
como si en un organismo sano, cada detalle, por así decir-
lo, tuviera que desempeñar un papel útil, como si cada
estado interno respondiera exactamente a alguna condi-
ción externa y, por consiguiente, contribuyera a asegurar,
por su parte, el equilibrio vital y a disminuir las posibili-
dades de la muerte. Al contrario, es legítimo suponer que
ciertas disposiciones anatómicas o funcionales no sirven
directamente para nada, sino que existen simplemente
porque existen, porque no pueden dejar de existir, una vez
establecidas las condiciones generales de la vida. No se las
puede tachar sin embargo, de mórbidas, pues la enferme-
dad es, antes que nada, algo evitable que no está implica-
do en la constitución regular del ser vivo. Ahora bien, puede
ocurrir que, en lugar de fortificar el organismo, disminu-
yan su fuerza de resistencia y, en consecuencia, incremen-
ten los riesgos mortales.
Por otro lado, no es seguro que la enfermedad tenga
siempre el resultado en función del cual se la quiere definir.
¿No hay numerosas afecciones demasiado ligeras para que
podamos atribuirles una influencia sensible sobre las bases
vitales del organismo? Incluso entre las más graves, las hay
cuyas consecuencias no tienen nada de perjudicial, si sabe-
mos luchar contra ellas con las armas de que disponemos.
El enfermo de gastritis que sigue una buena higiene puede
vivir y llegar a tan viejo como el hombre sano. Sin duda está
obligado a cuidarse, pero ¿no estamos todos igualmente o-
bligados? y la vida ¿puede conservarse de otra manera?
Cada uno de nosotros tiene su higiene, la del enfermo no es
parecida a la que practica la media de los hombres de su
época y de su entorno, pero ésta es la única diferencia que
hay entre ellos desde ese punto de vista. La enfermedad no
nos deja siempre desamparados, en un estado de desadap-
tación irremediable; solamente nos constriñe a adaptarnos
de forma diferente a la de la mayoría de nuestros semejan-
tes. ¿Quién nos dice incluso que no existan enfermedades
que finalmente puedan resultar útiles? La viruela que nos
inoculamos en la vacuna es una enfermedad que nos damos
voluntariamente, y sin embargo incrementa nuestras posi-
bilidades de supervivencia. Seguro que existen otros muchos
casos en los que el trastorno causado por la enfermedad es
insignificante al lado de las inmunidades que proporciona.
—179—
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En fin, este criterio es casi siempe inaplicable. Se pue-
de establecer, con todo rigor, que la mortalidad más baja
que se conoce se encuentra en un grupo determinado de
individuos, pero no se puede demostrar que no pueda
existir en él otra más baja. ¿Quién nos asegura que no son
posibles otras coordenadas que pudieran tener el efecto de
disminuirla más aún? Este minimum de hecho no es la
prueba de una adaptación perfecta, ni por consiguiente, el
índice seguro del estado de salud si nos referimos a la defi-
nición precedente. Además, es muy difícil constituir un
grupo de esta naturaleza y aislarlo de todos los demás,
como sería necesario para poder observar la constitución
orgánica a la que tiene el privilegio de pertenecer y que es
la supuesta causa de esta superioridad. Inversamente, si
cuando se trata de una enfermedad cuyo desenlace gene-
ralmente es mortal, es evidente que las probabilidades que
el ser tiene de sobrevivir han disminuido, la prueba es sin-
gularmente difícil cuando la afección no tiene la naturale-
za de acarrear directamente la muerte. No hay, en efecto,
más que una manera objetiva de probar que unos seres,
colocados en unas condiciones definidas, tienen menos
probabilidades de sobrevivir que otros, y consiste en hacer
ver que, de hecho, la mayoría de ellos viven menos tiem-
po. Ahora bien, si en los casos de enfermedades puramen-
te individuales, esta demostración es con frecuencia posi-
ble, en sociología es totalmente impracticable, ya que no
tenemos el punto de referencia del que dispone el biólogo,
esto es, la cifra de la mortalidad media. Ni siquiera sabe-
mos distinguir, con una exactitud simplemente aproxima-
da, en qué momento nace una sociedad y en qué momen-
to muere. Todos estos problemas, que, incluso en la
biología, están lejos de ser claramente resueltos, para el
sociólogo permanecen todavía envueltos de misterio. Ade-
más, los acontecimientos que se producen a lo largo de la
vida social y que se repiten más o menos idénticamente en
todas las sociedades del mismo tipo son mucho más varia-
dos para que sea posible determinar en qué medida uno
de ellos puede haber contribuido a acelerar el desenlace
final. Cuando se trata de individuos, como son muy nume-
rosos, se puede elegir los que se compara de manera que
no tengan en común más que una sola y misma anomalía;
ésta se encuentra así aislada de todos los fenómenos con-
—180—
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comitantes, y se puede, por consiguiente, estudiar la natu-
raleza de su influencia sobre el organismo. Si, por ejem-
plo, un millar de reumáticos, tomados al azar, presentan
una mortalidad sensiblemente superior a la media, se tie-
ne buenas razones para atribuir este resultado a la diáte-
sis reumática. Pero en sociología, como cada especie
social no posee más que un pequeño número de represen-
tantes, el campo de las comparaciones es demasiado res-
tringido como para que los agrupamientos de este género
sean demostrativos.
Ahora bien, a falta de esta prueba fáctica, no nos que-
da más que razonamientos deductivos, cuyas conclusio-
nes no pueden tener más valor que el de presunciones
subjetivas. Se demostrará no que tal acontecimiento
debilita efectivamente el organismo social, sino que debe
tener ese efecto. Para ello, se hará ver que no puede dejar
de tener tal o cual consecuencia que se considera perju-
dicial para la sociedad y, en razón de ello, se le declarará
mórbido. Pero, incluso suponiendo que engendre en efec-
to esta consecuencia, se puede lograr que los inconve-
nientes que presenta sean compensados, y ampliamente,
por ventajas que no captamos. Además, no hay más que
una razón que pueda permitir considerarla funesta, que
es que entorpezca el juego normal de las funciones. Pero
tal prueba supone el problema ya resuelto, pues sólo es
posible si se ha determinado de antemano en qué consis-
te el estado normal, y en consecuencia, si se sabe con qué
signo puede ser reconocido. ¿Intentaremos construirlo
con todas sus piezas y a priori? No es necesario enseñar
el valor que puede tener tal construcción. He aquí cómo
ocurre que, tanto en sociología como en historia, los mis-
mos acontecimientos son calificados, según los senti-
mientos personales del científico, de saludables o desas-
trosos. Así, ocurre sin cesar que un teórico incrédulo
señale un fenómeno mórbido en los restos de fe que
sobreviven en medio del quebrantamiento general de las
creencias religiosas, mientras que para el creyente es la
propia incredulidad la que es hoy día la gran enfermedad
social. De igual modo, para el socialista la organización
económica actual es un hecho de teratología social, mien-
tras que para el economista ortodoxo son las tendencias
socialistas las que son patológicas por excelencia. Y cada
—181—
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uno encuentra en apoyo de su opinión silogismos que
considera correctos.
El defecto común de estas definiciones está en querer
alcanzar prematuramente la esencia de los fenómenos.
También suponen establecidas proposiciones que, verda-
deras o no, sólo pueden ser probadas si la ciencia está ya
suficientemente avanzada. Ésta es, sin embargo, la situa-
ción que exige atenernos a la regla que hemos establecido
previamente. En lugar de pretender determinar de golpe las
relaciones del estado normal, y de su contrario, con las
fuerzas vitales, busquemos simplemente algún signo exter-
no, perceptible inmediatamente, pero objetivo, que nos per-
mita distinguir estos dos órdenes de hechos el uno del otro.
Todo fenómeno sociológico, como también todo fenó-
meno biológico, es susceptible de revestir formas diferen-
tes según los casos, permaneciendo igual esencialmente.
Ahora bien, dentro de esas formas hay dos clases. Las
unas son generales en toda la extensión de la especie; se
encuentran, si no en todos los individuos, al menos en la
mayoría de ellos y, si no se repiten idénticamente en todos
los casos donde se observan, sino que varían de un sujeto
a otro, estas variaciones están comprendidas entre límites
muy cercanos. Hay otras, al contrario, que son excepcio-
nales; no sólo las encontramos entre la minoría, sino que
incluso donde se producen, sucede con frecuencia que no
duran toda la vida del individuo. Son una excepción, tan-
to en el tiempo como en el espacio1. Así pues, estamos en
presencia de dos variedades distintas de fenómenos que
deben ser designados por términos diferentes. Llamare-
1
Se puede distinguir en este sentido la enfermedad de la mons-
truosidad. La segunda sólo es una excepción en el espacio, no se
encuentra en la media de la especie, pero dura toda la vida de los indi-
viduos que la sufren. Por lo demás, se ve que estos dos órdenes de
hechos no difieren más que en grado y son en el fondo de la misma
naturaleza; las fronteras entre ellos son muy indecisas, pues ni la enfer-
medad es incapaz de toda fijación, ni la monstruosidad de todo deve-
nir. No se las puede separar radicalmente cuando se las define. La dis-
tinción entre ellas no puede ser más categórica que la que hay entre lo
morfológico y lo fisiológico, puesto que, en suma, lo mórbido es lo
anormal en el ámbito fisiológico, así como lo teratológico es lo anor-
mal en el ámbito anatómico.
—182—
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mos normales a los hechos que presentan las formas más
generales, y daremos a los demás el nombre de mórbidos
o de patológicos. Si convenimos llamar tipo medio al ser
esquemático que se constituiría reuniendo en una misma
entidad, en una especie de individualidad abstracta, los
caracteres más frecuentes en la especie, con sus formas
más frecuentes, se podrá decir que el tipo normal se con-
funde con el tipo medio, y que toda desviación en relación
con este patrón de la salud es un fenómeno mórbido. Es
cierto que el tipo medio no podría ser determinado con la
misma claridad que un tipo individual, porque sus atribu-
tos constitutivos no están absolutamente fijados, pues son
susceptibles de variar. Sin embargo, lo que no se puede
poner en duda, es que pueda ser constituido, porque es la
materia inmediata de la ciencia; pues se confunde con el
tipo genérico. Lo que el fisiólogo estudia, son las funcio-
nes del organismo medio y no es diferente lo que hace el
sociólogo. Una vez que se sabe distinguir las especies
sociales unas de otras —abordaremos el tema más ade-
lante— es siempre posible encontrar cuál es la forma más
general que presenta un fenómeno en una especie deter-
minada.
Vemos que un hecho no puede ser calificado de patoló-
gico más que en relación a una especie dada. Las condi-
ciones de la salud y de la enfermedad no pueden ser defi-
nidas in abstracto y de una manera absoluta. La regla no se
pone en duda en biología; nunca a nadie se le ha ocurrido
que lo que es normal para un molusco lo sea también para
un vertebrado. Cada especie tiene su salud, porque tiene su
propio tipo medio, y la salud de las especies más sencillas
no es menor que la de las más desarrolladas. El mismo
principio se aplica a la sociología, aunque con frecuencia
sea ignorado. Hay que renunciar a esta costumbre, todavía
demasiado extendida, de juzgar una institución, una prác-
tica, una máxima moral, como si fueran buenas o malas en
sí mismas y por sí mismas, para todos los tipos sociales
indistintamente.
Como el punto de referencia respecto al cual se puede
juzgar sobre el estado de salud o de enfermedad varía con
las especies, puede variar también, para una sola y única
especie, si ésta cambia. Por eso, desde el punto de vista
puramente biológico, lo que es normal para el salvaje no
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lo es siempre para el hombre civilizado y recíprocamente2.
Existe sobre todo un orden de variaciones que es impor-
tante tener en cuenta, porque se producen regularmente
en todas las especies; nos referimos a las que se refieren a
la edad. La salud del anciano no es la del adulto, igual que la
de éste no es la del niño; y lo mismo sucede con las socie-
dades3. Un hecho social no puede ser pues calificado de
normal para una especie social determinada más que en
relación a una fase, igualmente determinada, de su desarro-
llo; en consecuencia, para saber si tiene derecho a esta
denominación, no basta con observar bajo qué forma se
presenta en la generalidad de las sociedades que pertene-
cen a esta especie, hay además que ocuparse de conside-
rarlos en la fase correspondiente de su evolución.
En una primera impresión parecería que simplemente
hemos elaborado una definición de palabras, pues no
hemos hecho más que agrupar los fenómenos según sus
semejanzas y diferencias e imponer nombres a los grupos
así formados. Pero en realidad, los conceptos que hemos
constituido, teniendo la gran ventaja de ser reconocibles
por sus caracteres objetivos y fácilmente perceptibles, no
se alejan de la noción que tenemos comúnmente de la
salud y de la enfermedad. La enfermedad, en efecto, ¿aca-
so no es considerada por todo el mundo como un acci-
dente, que la naturaleza del ser vivo sufre sin duda, aun-
que de ordinario no la engendra? Es lo que los filósofos
antiguos expresaban diciendo que no deriva de la natura-
leza de las cosas, que es el producto de un tipo de contin-
gencia inmanente a los organismos. Tal concepción es,
seguramente, la negación de toda ciencia; pues la enfer-
medad no tiene nada de más milagroso que la salud; está
igualmente fundada en la naturaleza de los seres. Única-
mente que no está fundada en la naturaleza normal, no
2
Por ejemplo, el salvaje que tuviera el tubo digestivo reducido y el
sistema nervioso desarrollado, que son propios del hombre civilizado
sano, sería un enfermo en relación a su medio.
3
Abreviaremos esta parte de nuestro desarrollo, pues no podemos
más que repetir aquí, a propósito de los hechos sociales en general, lo
que hemos dicho en otro lugar a propósito de la distinción de los
hechos morales en normales y anormales (véase Division du travail
social, págs. 33-39).
—184—
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está implicada en su temperamento ordinario, ni ligada a
las condiciones de existencia de las que depende general-
mente. Al contrario, para todo el mundo, el tipo de salud
se confunde con el de la especie. No se puede concebir sin
contradicción, una especie que, por ella misma y en virtud
de su constitución fundamental, estuviera irremediable-
mente enferma. La especie es la norma por excelencia, y
por consiguiente, no podría contener nada de anormal.
Es verdad que, corrientemente, se entiende también
por salud un estado generalmente preferible a la enferme-
dad. Sin embargo, esta definición está contenida en la pre-
cedente. Si, en efecto, los caracteres cuya reunión forma
el tipo normal han podido generalizarse en una especie,
esto no ha ocurrido sin una razón. Esta generalidad es en
sí misma un hecho que necesita ser explicado y que, por
eso, reclama una causa. Ahora bien, sería inexplicable si
las formas de organización más extendidas no fueran tam-
bién, al menos en su conjunto, las más ventajosas. ¿Cómo
habrían podido mantenerse en tan gran variedad de cir-
cunstancias si no colocaran a los individuos en estado de
resistir mejor las causas de destrucción? Al contrario, si
las otras son más raras, es evidente que, en la media de los
casos, los sujetos que las presentan tienen más dificulta-
des para sobrevivir. La mayor frecuencia de las primeras
es, por tanto, la prueba de su superioridad4.
4
Es cierto que Garofalo ha intentado distinguir lo mórbido de lo
anormal (Criminologie, págs. 109, 110). Pero los dos únicos argumen-
tos sobre los cuales apoya esta distinción son los siguientes: 1.º La pala-
bra enfermedad significa siempre algo que tiende a la destrucción total
o parcial del organismo; si no hay destrucción, hay curación, jamás
estabilidad como en algunas anomalías. Pero acabamos de ver que lo
anormal es también una amenaza para el ser vivo en la media de los
casos. Es cierto que no siempre sucede así, mas los peligros que impli-
ca la enfermedad no existen igualmente en la generalidad de circuns-
tancias. En cuanto a la ausencia de estabilidad que distinguiría lo mór-
bido, es olvidar las enfermedades crónicas y separar radicalmente lo
teratológico de lo patológico. Las monstruosidades son fijas. 2.º Se afir-
ma que lo normal y lo anormal varían con las razas, mientras que la
distinción entre lo fisiológico y lo patológico es válida para todo el
genus homo. Acabamos de demostrar, al contrario, que a menudo lo
que es mórbido para el salvaje no lo es para el hombre civilizado. Las
condiciones de la salud física varían con los medios.
—185—
13-03* 30/11/05 11:19 Página 186
II
Esta última observación proporciona un medio de con-
trolar los resultados del método precedente.
Ya que la generalidad, que caracteriza exteriormente
los fenómenos normales, es ella misma un fenómeno
explicable, hay que intentar explicarla después de haber
sido establecida directamente por la observación. Sin
duda, podemos estar seguros de antemano de que no exis-
te sin causa, pero es mejor saber exactamente cuál es esta
causa. El carácter normal del fenómeno será, en efecto,
más incontestable, si se demuestra que el signo externo
que lo había manifestado primero no es puramente apa-
rente, sino que está basado en la naturaleza de las cosas;
si, en una palabra, se puede convertir esta normalidad de
hecho en una normalidad de derecho. Por lo demás, esta
demostración no consistirá siempre en hacer ver que el
fenómeno es útil al organismo, aunque ese sea el caso más
frecuente, por las razones que acabamos de exponer; pues
se puede dar también, como hemos dicho anteriormente,
que una disposición sea normal sin que sirva para nada,
simplemente porque está necesariamente implicada en la
naturaleza del ser. Así, sería quizás útil que el parto no
produjera trastornos tan violentos en el organismo feme-
nino, pero eso es imposible. En consecuencia, la normali-
dad del fenómeno será explicada sólo al conectarla con las
condiciones de la existencia de la especie considerada, sea
como un efecto mecánicamente necesario de estas condi-
ciones, sea como un medio que permite a los organismos
adaptarse a ellas5.
Esta prueba no es simplemente útil a título de control.
En efecto, no hay que olvidar que, si hay interés por dis-
tinguir lo normal de lo anormal, es sobre todo con vista a
aclarar la práctica. Ahora bien, para actuar con conoci-
miento de causa, no basta con saber lo que debemos que-
rer, sino también por qué debemos quererlo. Las proposi-
5
Es verdad que nos podemos preguntar si cuando un fenómeno
deriva necesariamente de las condiciones generales de la vida, no es
útil sólo por eso. No podemos tratar ahora esta cuestión filosófica,
pero la abordaremos más adelante.
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ciones científicas, relativas al estado normal, serán más
inmediatamente aplicables a los casos particulares cuan-
do ellas vayan acompañadas de sus razones, pues enton-
ces sabremos reconocer mejor en qué casos conviene
modificarlas al aplicarlas y en qué sentido.
Hay circunstancias en las que esta verificación es rigu-
rosamente necesaria, ya que si únicamente se utiliza el
primer método, podría inducir a error. Esto es lo que suce-
de en los períodos de transición en los que la especie ente-
ra está evolucionando sin estar todavía definitivamente
fijada bajo una forma nueva. En este caso, el único tipo
normal que se ha realizado y se ha dado en los hechos has-
ta el presente es el del pasado, y sin embargo ya no está
adaptado a las nuevas condiciones de existencia. Un
hecho puede persistir así en el conjunto de una especie,
sin responder en absoluto a las exigencias de la situación.
No tiene entonces más que las apariencias de la normali-
dad, pues la generalidad que presenta no es más que una
etiqueta engañosa, pues no manteniéndose más que por la
fuerza ciega de la costumbre, ya no es indicio de que el
fenómeno observado está estrechamente vinculado a las
condiciones generales de la existencia colectiva. Esta difi-
cultad es, además, especial en la sociología. No existe, por
decirlo así, para el biólogo. Es, en efecto, muy raro que las
especies animales tengan la necesidad de tomar formas
imprevistas. Las únicas modificaciones normales por las
que pasan son las que se reproducen regularmente en
cada individuo, principalmente por influencia de la edad.
Por lo tanto son conocidas, o pueden serlo, porque ya se
han realizado en multitud de casos; por consiguiente se
puede saber en cualquier momento del desarrollo del ani-
mal, incluso en los períodos de crisis, en qué consiste el
estado normal. Todavía ocurre así en sociología para las
sociedades que pertenecen a las especies inferiores. Pues,
como muchas de ellas ya han realizado todo su curso, la
ley de su evolución normal está ya establecida, o al menos
puede establecerse. Pero cuando se trata de las sociedades
más evolucionadas y más recientes, esta ley es desconoci-
da por definición, ya que no han recorrido todavía toda su
historia. El sociólogo puede, así, sentirse turbado por
saber si un fenómeno es normal o no, al carecer de todo
punto de referencia.
—187—
13-03* 30/11/05 11:19 Página 188
Saldrá de la dificultad procediendo como acabamos de
decir. Después de haber establecido por observación que el
hecho es general, se remontará a las condiciones que han
determinado esta generalidad en el pasado e indagará a
continuación si estas condiciones todavía se dan en el pre-
sente o si, por el contrario, han cambiado. En el primer
caso tendrá derecho a considerar el fenómeno como nor-
mal, y, en el segundo, a negarle este carácter. Por ejemplo,
para saber si la situación económica actual de los pueblos
europeos, con la ausencia de organización6 que les carac-
teriza, es normal o no, se buscará lo que la ha originado en
el pasado. Si esas condiciones son todavía las mismas que
se dan en nuestras sociedades, es que esta situación es nor-
mal a pesar de las protestas que provoca. Pero si por el
contrario, se encuentra que está vinculada a la vieja estruc-
tura social, que hemos calificado en otro lugar de segmen-
taria7 y que, después de haber sido el esqueleto esencial de
las sociedades, va sucesivamente borrándose, se deberá
concluir que en el presente constituye un estado mórbi-
do, por universal que sea. Según el mismo método es
como deberán ser resueltas todas las cuestiones contro-
vertidas de este género, como saber si el debilitamiento
de las creencias religiosas, o si el desarrollo de los pode-
res del Estado son fenómenos normales o no8.
6
Véase en este punto una nota que hemos publicado en la Revue
philosophique (núm. de noviembre de 1893) sobre «La definición del
socialismo».
7
Las sociedades segmentarias, y en especial las sociedades seg-
mentarias de base territorial, son aquellas cuyas articulaciones esen-
ciales corresponden a las divisiones territoriales (véase Division du tra-
vail social, pág. 189-210).
8
En algunos casos se puede proceder de forma un poco diferente
y demostrar que un hecho, cuyo carácter normal es dudoso merece o
no esta sospecha, haciendo ver que se relaciona estrechamente con el
desarrollo anterior del tipo social considerado, e incluso con el con-
junto de la evolución social en general, o bien al contrario, que contra-
dice el uno y la otra. Es de esta manera como hemos podido demostrar
que el debilitamiento actual de las creencias religiosas o, expresado de
una forma más general, de los sentimientos colectivos ligados a obje-
tos colectivos, son normales; hemos probado que este debilitamiento se
muestra más acusado a medida que las sociedades se acercan a nues-
tro tipo actual y que éste, a su vez, está más desarrollado (Division du
travail social, pág. 73-182). Pero, en el fondo, este método no es más
—188—
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Sin embargo, este método en ningún caso puede susti-
tuir al precedente, ni tampoco ser utilizado antes. En pri-
mer lugar, suscita cuestiones de las que tendremos que
hablar más adelante, y que sólo pueden ser abordadas
cuando ya se haya avanzado bastante en la ciencia, pues
implica, en suma, una explicación casi completa de los
fenómenos, ya que supone determinadas o sus causas o
sus funciones. Ahora bien, es importante que desde el
comienzo de la investigación, se pueda clasificar los
hechos en normales y anormales, con la reserva de algu-
nos casos excepcionales, a fin de poder asignar su domi-
nio a la fisiología y a la patología el suyo. Además, es en
relación con el tipo normal que un hecho debe ser consi-
derado útil o necesario, para poder ser calificado de nor-
mal. De lo contrario, se podría demostrar que la enfermedad
se confunde con la salud, porque deriva necesariamente
del organismo que la padece; sólo con el organismo medio
no sostiene la misma relación. Del mismo modo, la apli-
cación de un remedio, siendo útil al enfermo, podría pasar
por un fenómeno normal, mientras es evidentemente
anormal, ya que es sólo en las circunstancias anormales
cuando tiene esta utilidad. Por lo tanto, sólo se puede uti-
lizar este método si el tipo normal ha sido anteriormente
constituido, y solamente ha podido serlo a través de otro
procedimiento. En fin y sobre todo, si es verdad que todo
lo que es normal es útil, si no simplemente necesario, es
falso que todo lo que es útil sea normal. Podemos estar
muy seguros de que los estados que se han generalizado
que un caso particular del método precedente. Pues si la normalidad de
este fenómeno ha podido ser establecida de esta forma, es porque, a la
vez, ha estado relacionado con las condiciones más generales de nues-
tra existencia colectiva. En efecto, por un lado, si esta regresión de la
conciencia religiosa es tanto más marcada cuanto más determinada
está la estructura de nuestras sociedades, es porque depende, no de
cualquier causa accidental, sino de la constitución misma de nuestro
medio social, y como, por otro lado, las características particulares de
esta última están ciertamente más desarrolladas hoy que nunca, es
totalmente normal que los fenómenos de que dependen sean ellos mis-
mos amplificados. Este método difiere solamente del anterior en que
las condiciones que explican y justifican la generalidad del fenómeno
son inducidas y no directamente observadas. Se sabe que depende de
la naturaleza del medio social, sin saber en qué ni cómo.
—189—
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en una especie son más útiles que los que han permaneci-
do como excepcionales; no que sean los más útiles que
existan o que puedan existir. No tenemos ninguna razón
para creer que todas las combinaciones posibles hayan
sido ensayadas a lo largo de la experiencia y, entre aque-
llas que jamás han sido realizadas pero son concebibles,
podría haberlas mucho más ventajosas que las que cono-
cemos. La noción de lo útil desborda a la de lo normal. Es
a ésta, lo que el género es a la especie. Ahora bien, es
imposible deducir lo más de lo menos, la especie del géne-
ro. Pero se puede encontrar el género en la especie puesto
que lo contiene. Por esto, una vez que la generalidad del
fenómeno ha sido constatada, se puede, haciendo ver
cómo es útil, confirmar los resultados del primer método9.
Podemos, pues, formular las tres reglas siguientes:
1.º Un hecho social es normal para un tipo social deter-
minado, considerado en una fase determinada de su de-
sarrollo, cuando se produce en la media de las sociedades de
esta especie, consideradas en la fase correspondiente de su
evolución.
2.º Se pueden verificar los resultados del método prece-
dente haciendo ver que la generalidad del fenómeno depen-
de de las condiciones generales de la vida colectiva en el tipo
social considerado.
3.º Esta verificación es necesaria cuando ese hecho se
refiere a una especie social que todavía no ha realizado su
evolución íntegra.
9
Pero entonces, se dirá, la realización del tipo normal no es el obje-
tivo más alto que podemos proponernos, y para sobrepasarle, hay tam-
bién que sobrepasar la ciencia. No vamos a tratar aquí ex professo esta
cuestión, respondemos solamente: 1.º que es totalmente teórica, pues
de hecho, el tipo normal, el estado de salud es ya de por sí bastante
difícil de darse y tan raramente alcanzado como para que no hagamos
trabajar a la imaginación en buscar algo mejor; 2.º que estas mejoras,
objetivamente más ventajosas, no son por ello mismo deseables objeti-
vamente, pues si no responden a ninguna tendencia latente o en acto,
no añadirán nada a la felicidad, y si responden a alguna tendencia es
porque el tipo normal no se ha realizado; 3.º y por fin, para mejorar el
tipo normal hay que conocerle. Y en todo caso no se puede superar la
ciencia más que apoyándose en ella.
—190—
13-03* 30/11/05 11:19 Página 191
III
Estamos tan acostumbrados a solucionar con una pala-
bra las cuestiones difíciles y a decidir rápidamente, de
acuerdo a observaciones sumarias y a golpe de silogismos,
si un hecho social es normal o no, que quizás se juzgue este
procedimiento inútilmente complicado. No parece que sea
necesario tomarse tantas molestias para distinguir la
enfermedad de la salud. ¿No hacemos estas distinciones
todos los días? —Es verdad; pero queda saber si las hace-
mos oportunamente. Lo que nos enmascara las dificulta-
des de estos problemas es que vemos cómo el biólogo las
resuelve con relativa facilidad. Pero olvidamos que para él
es mucho más fácil que para el sociólogo advertir la mane-
ra en que cada fenómeno afecta a la fuerza de resistencia
del organismo y de determinar por ello el carácter normal
o anormal con una exactitud prácticamente suficiente. En
sociología la mayor complejidad y movilidad de los hechos
obligan a tomar muchas más precauciones, como lo prue-
ban los juicios contradictorios de los que el mismo fenó-
meno es objeto por parte de las diferentes concepciones.
Para demostrar hasta qué punto es necesaria esta circuns-
pección, hagamos ver a través de algunos ejemplos a qué
errores nos exponemos cuando no nos ceñimos a ella, y
bajo qué nueva luz aparecen los fenómenos más esenciales
si se les trata metódicamente.
Si hay un hecho cuyo carácter patológico parece
incontestable, es el crimen. Todos los criminólogos están
de acuerdo en este punto. Aunque explican esta patología
de maneras diferentes, son unánimes en reconocerla. Sin
embargo, el problema exigía ser tratado con menos lige-
reza.
Apliquemos, en efecto, las reglas precedentes. El cri-
men no se observa solamente en la mayoría de las socie-
dades de tal o cual especie, sino en todos los tipos de
sociedad. No existe un tipo social donde no haya crimina-
lidad. Cambia de forma, los actos así calificados no son en
todas partes los mismos; pero en todas partes y siempre
ha habido hombres que se condujeron de tal manera que
atrajeron sobre ellos la represión penal. Si, al menos, en la
medida en que las sociedades pasan de los tipos inferiores
—191—
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a los más elevados, tendiera a bajar la tasa de criminali-
dad, es decir la relación entre la cifra anual de crímenes y
la de población, se podría creer que, sin dejar de ser un
fenómeno normal, el crimen sin embargo, tiende a perder
este carácter. Pero no tenemos ninguna razón que nos per-
mita creer en la realidad de esta regresión. Muchos
hechos parecen demostrar más bien la existencia de un
movimiento en sentido inverso. Desde comienzos de siglo,
la estadística nos proporciona el medio de seguir la mar-
cha de la criminalidad; y ha aumentado en todas partes.
En Francia el aumento es de cerca del 300 por 100. No hay
otro fenómeno que presente de manera más irrefutable
todos los síntomas de la normalidad, ya que aparece estre-
chamente ligado a las condiciones de toda vida colectiva.
Hacer del crimen una enfermedad social sería admitir que
la enfermedad no es algo accidental; sino, al contrario,
derivado, en algunos casos, de la constitución fundamen-
tal del ser vivo; sería borrar toda distinción entre lo fisio-
lógico y lo patológico. Sin duda puede suceder que el cri-
men mismo tenga formas anormales; esto sucede cuando,
por ejemplo, alcanza una tasa exagerada. No hay duda, en
efecto, de que este exceso no sea de naturaleza patológica.
Lo que es normal, es simplemente que haya criminalidad,
siempre que ésta alcance y no supere en cada tipo social
un cierto nivel, que no es quizás, imposible de fijar de
acuerdo con las reglas precedentes10.
Henos aquí en presencia de una conclusión, en apa-
riencia, bastante paradójica. Pero no hay que engañarse.
Clasificar el crimen entre los fenómenos sociológicos nor-
males no es solamente decir que es un fenómeno inevita-
ble, aunque lamentable, debido a la incorregible maldad
de los hombres; es afirmar que es un factor de salud públi-
ca, una parte integrante de toda sociedad sana. Este resul-
tado es, a primera vista, tan sorprendente que a nosotros
mismos nos ha desconcertado durante bastante tiempo.
10
De que el crimen es un fenómeno sociológico normal no se
deduce que el criminal sea un individuo normalmente constituido des-
de el punto de vista biológico y psicológico. Las dos cuestiones son
independientes la una de la otra. Se entenderá mejor esta independen-
cia cuando mostremos más adelante la diferencia que hay entre los
hechos psíquicos y los hechos sociológicos.
—192—
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Sin embargo, una vez dominada esta primera impresión
de sorpresa, no es difícil encontrar las razones que expli-
can esta normalidad y, a la vez, la confirman.
En primer lugar el crimen es normal, porque una
sociedad que estuviera exenta de él, es del todo imposible.
El crimen, como dijimos en otro lugar, consiste en un
acto que ofende ciertos sentimientos colectivos dotados de
una energía y una claridad particulares. Para que, en una
sociedad dada, los actos reputados como criminales deja-
sen de ser cometidos, sería necesario que los sentimientos
que hieren se encontraran en todas las conciencias indivi-
duales sin excepción y con el grado de fuerza necesario
como para contener los sentimientos contrarios. Ahora
bien, suponiendo que esta condición pudiera ser efectiva-
mente realizada, el crimen no desaparecería por ello, cam-
biaría de forma solamente, ya que la propia causa que
secara las fuentes de la criminalidad abriría inmediata-
mente otras nuevas.
En efecto, para que los sentimientos colectivos que
protege el derecho penal de un pueblo, en un momento
determinado de su historia, lleguen a penetrar en las con-
ciencias que hasta entonces les estaban cerradas o a
tomar más fuerza allí donde no tenían suficiente, es nece-
sario que adquieran una intensidad superior a la que tenían
hasta entonces. Es necesario que la comunidad en su con-
junto los sienta con más vivacidad; pues no pueden sacar
de otra fuente una fuerza mayor que les permita impo-
nerse a los individuos que, no hace mucho, les eran más
refractarios. Para que los asesinos desaparezcan es nece-
sario que el horror a la sangre derramada sea mayor en los
estratos sociales donde aquellos se reclutan, pero para
ello, es preciso que dicho horror se agrande en todo el
conjunto de la sociedad. Por otro lado, la propia ausencia
del crimen contribuiría directamente a producir este
resultado, pues un sentimiento parece mucho más respe-
table cuando es siempre y uniformemente respetado. Pero
no se presta atención al hecho de que los estados fuertes
de la conciencia común no pueden ser reforzados así sin
que los estados más débiles, cuya violación antes no daba
lugar más que al nacimiento de faltas puramente morales,
no sean reforzados al mismo tiempo, pues los segundos
no son más que la prolongación, la forma atenuada de los
—193—
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primeros. Así, el robo y la simple falta de honradez no
ofenden más que a un solo y mismo sentimiento altruista,
el respeto a la propiedad ajena. Solamente que este mismo
sentimiento es ofendido de forma más débil por uno de estos
actos que por el otro, y como por otro lado no hay en el
promedio de las conciencias una intensidad suficiente
para experimentar vivamente la más ligera de estas dos
ofensas, ésta es objeto de una mayor tolerancia. Esa es la
razón por la que se censura simplemente a quien comete
una transgresión leve, mientras que se penaliza al ladrón.
Pero si el mismo sentimiento se refuerza hasta el punto de
hacer callar en todas las conciencias la inclinación que lle-
va al hombre al robo, se volvería más sensible a las infrac-
ciones que hasta ahora no le afectaban más que ligera-
mente; reaccionará así contra ellas con más vivacidad;
serán objeto de una reprobación más enérgica, que hará
pasar a algunas de ellas de simples faltas morales que
eran, a la consideración de crímenes. Por ejemplo, los
contratos que lleven aparejada una transgresión leve, ya
en su celebración, ya en su ejecución, y que no generan
más que una censura pública o reparaciones civiles, se
convertirán en delitos. Imaginemos una sociedad de san-
tos, un monasterio ejemplar y perfecto, en él los crímenes
propiamente dichos serán desconocidos, pero las faltas
que parecen veniales a la gente provocarán el mismo
escándalo que genera el delito ordinario en las concien-
cias corrientes. Si esta sociedad tiene el poder de juzgar y
de castigar, calificará dichos actos de criminales y los tra-
tará como tales. Es por la misma razón que el hombre
escrupulosamente honrado juzga sus pequeños fallos
morales con una severidad que la gente reserva para los
actos verdaderamente delictivos. En otro tiempo, la vio-
lencia contra las personas era más frecuente que hoy por-
que el respeto hacia la dignidad individual era más débil.
Como dicho respeto ha aumentado, estos delitos son más
escasos, pero además, muchos de los actos que dañaban
este sentimiento han entrado en el derecho penal, donde
primitivamente no se recogían11.
11
Calumnias, injurias, difamación, fraude, etc.
—194—
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Quizás alguien se pregunte, agotando todas las hipóte-
sis lógicamente posibles, por qué esta unanimidad no se
podría extender a todos los sentimientos colectivos sin
excepción, por qué incluso los más débiles no podrían
tomar la suficiente energía como para prevenir toda disi-
dencia. La conciencia moral de la sociedad se encontraría
toda entera dentro de todos los individuos y con una vita-
lidad suficiente como para impedir cualquier acto que la
ofenda, tanto las faltas puramente morales como los crí-
menes. Sin embargo, una uniformidad tan universal y
absoluta es radicalmente imposible, pues el medio físico
inmediato en el que cada uno de nosotros está situado, los
antecedentes hereditarios, las influencias sociales de las
que dependemos varían de un individuo a otro y, por con-
siguiente, diversifican las conciencias. No es posible que
todo el mundo se parezca en este punto, por la simple
razón de que cada uno tiene su propio organismo, y que
estos organismos ocupan porciones diferentes del espacio.
Por esto, incluso en los pueblos inferiores, donde la origi-
nalidad individual está muy poco desarrollada, ésta, sin
embargo, no es nula. Así pues, ya que no puede haber
sociedades en las que los individuos no difieran en más o
en menos del tipo colectivo, es también inevitable que
entre esas divergencias haya algunas que presenten un
carácter criminal. Pues lo que les confiere ese carácter no
es su importancia intrínseca, sino la que les otorga la con-
ciencia común. Por lo tanto si ésta es muy fuerte, si tiene
suficiente autoridad como para convertir estas divergen-
cias muy débiles en valor absoluto, ella será también más
sensible, más exigente, y reaccionando contra las menores
desviaciones con la energía que sólo desplegaba antes
contra las disidencias más considerables, las atribuirá la
misma gravedad, es decir, que las considerará criminales.
El crimen es, por tanto, necesario. Está vinculado a las
condiciones fundamentales de toda vida social, y por eso
mismo, es útil; pues esas condiciones de las que es solida-
rio, son a su vez indispensables para la evolución normal
de la moral y del derecho.
En efecto, ya no es posible, hoy en día, poner en duda
que no solamente el derecho y la moral varían de un tipo
social a otro, sino que incluso cambian dentro del mismo
tipo si las condiciones de la existencia colectiva se modifi-
—195—
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can. Sin embargo, para que estas transformaciones sean
posibles, es necesario que los sentimientos colectivos que
están en la base de la moral no sean refractarios al cam-
bio y, en consecuencia, que no posean más que una ener-
gía moderada. Si fueran demasiado fuertes, ya no serían
moldeables. Toda ordenación, es, en efecto, un obstáculo
para una reordenación, y esto se da más, cuanto más sóli-
da es la ordenación primitiva. Cuanto más articulada está
una estructura, más resistencia opone a toda modifica-
ción y esto funciona tanto en las ordenaciones funcionales
como en las anatómicas. Ahora bien, si no hubiera críme-
nes, esta condición no se cumpliría, pues tal hipótesis
supone que los sentimientos colectivos habrían llegado a
un grado de intensidad sin parangón en la historia. Nada
es bueno indefinidamente y sin medida. Es preciso que la
autoridad de que goza la conciencia moral no sea excesiva,
de otra forma nadie osará levantar la mano contra ella y se
petrificará muy fácilmente bajo una forma inmutable.
Para que pueda evolucionar, es necesario que la originali-
dad individual pueda realizarse, ahora bien, para que la del
idealista que sueña con sobrepasar su siglo pueda mani-
festarse, es preciso que la del criminal, que está por deba-
jo de su tiempo, sea posible. La una no va sin la otra.
Esto no es todo. Además de esta utilidad indirecta,
ocurre que el crimen desempeña un papel útil en esta
evolución. No sólo implica que el camino sigue expedito
a los cambios necesarios, sino también, que en ciertos
casos prepara directamente esos cambios. No sólo allí
donde existe los sentimientos colectivos están en el esta-
do de maleabilidad necesaria para tomar una nueva for-
ma, sino que también contribuye a veces a predeterminar
la forma que adoptarán. ¡Cuantas veces, en efecto, no es
más que una anticipación de la moral futura, un camino
hacia lo que será! Según el derecho ateniense Sócrates
era un criminal y su condena fue justa. Sin embargo su
crimen, a saber, la independencia del pensamiento, fue
útil, no sólo a la humanidad, sino también a su patria.
Pues sirvió para preparar una moral y una fe nuevas de
que los atenienses tenían necesidad, ya que las tradicio-
nes de las que habían vivido hasta entonces no estaban en
armonía con sus condiciones de existencia. Sin embargo
el caso de Sócrates no es un caso aislado, se reproduce
—196—
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periódicamente en la historia. La libertad de pensamien-
to que disfrutamos actualmente no habría sido procla-
mada jamás si las reglas que la prohibían no hubieran
sido violadas antes de ser solemnemente abrogadas. Sin
embargo, en aquel momento, esta violación era un delito,
ya que constituía una ofensa a sentimientos todavía muy
vivos en la generalidad de las conciencias. Y no obstante,
este crimen fue útil porque anunciaba transformaciones
que, de día en día, se hacían más necesarias. La filosofía
libre ha tenido como precursores a herejes de todas cla-
ses, que el brazo secular ha golpeado justamente durante
todo el curso de la Edad Media y hasta el despertar de los
tiempos contemporáneos.
Desde este punto de vista, los hechos fundamentales de
la criminología se nos presentan bajo un aspecto entera-
mente nuevo. Contrariamente a las ideas aceptadas, el cri-
minal no aparece ya como un ser radicalmente insociable,
como una especie de elemento parasitario, como un cuer-
po extraño e inasimilable, introducido en el seno de la
sociedad12; es un agente regulador de la vida social. El
delito, por su lado, no debe ser ya concebido como un mal
que nunca estará contenido por límites demasiado estre-
chos, sino muy lejos de que haya lugar para felicitarse,
cuando llega a descender demasiado sensiblemente por
debajo de su nivel ordinario, podemos estar seguros de
que ese progreso aparente es a la vez contemporáneo y
solidario con alguna perturbación social. Tal es así, que
jamás la cifra de delitos violentos cae tan bajo como en los
tiempos de escasez13. Al mismo tiempo, y en contraparti-
12
Nosotros mismos hemos cometido el error de hablar de este
modo del criminal, por culpa de no haber aplicado nuestra regla (Divi-
sion du travail social, pág. 395-396).
13
Por otra parte, de que el crimen es un hecho sociológico normal
no se deduce que no haya que detestarle. Tampoco el dolor tiene nada
de deseable; el individuo lo detesta como la sociedad detesta el crimen
y, sin embargo, proviene de la fisiología normal. No sólo deriva nece-
sariamente de la propia constitución de todo ser vivo, sino que juega
un papel útil en la vida y para el cual no puede ser reemplazado. Sería
por tanto desnaturalizar nuestro pensamiento si se le presentara como
una apología del crimen. Ni siquiera nos atreveríamos a protestar con-
tra tal interpretación, si no supiéramos a qué extrañas acusaciones nos
exponemos y a qué malentendidos, cuando se intenta estudiar los
—197—
13-03* 30/11/05 11:19 Página 198
da, la teoría de la pena se encuentra renovada o, mejor
dicho hay que renovarla. Si, en efecto, el crimen es una
enfermedad, la pena es el remedio y no puede ser conce-
bida de otro modo; asimismo, todas las discusiones que
suscita conducen a la cuestión de saber lo que debe ser
para desempeñar su papel de remedio. Pero si el crimen
no tiene nada de mórbido, la pena no puede tener por
objeto curarlo, y su verdadera función debe ser buscada
en otra parte.
No se puede decir, por lo tanto, que las reglas prece-
dentemente enunciadas no tengan otra razón de ser que la
de satisfacer un formalismo lógico sin gran utilidad, por-
que, al contrario, según que se apliquen o no, los hechos
sociales más importantes cambian totalmente de carácter.
Si este ejemplo es particularmente demostrativo —y es
por lo que hemos creído que debíamos detenernos en él—
hay muchos otros que podrían ser útilmente citados. No
hay sociedad en la que no exista la regla de que la pena
debe ser proporcional al delito; sin embargo, para la
escuela italiana, este principio no es más que una inven-
ción de los juristas, desprovista de toda solidez14. Incluso
para estos criminólogos es la institución penal en su tota-
lidad, tal como ha funcionado hasta el presente en todos
los pueblos conocidos, lo que es un fenómeno contra
natura. Ya hemos visto que para Garofalo la criminalidad
propia de las sociedades inferiores no tiene nada de natu-
ral. Para los socialistas, es la organización capitalista, a
pesar de su generalidad, lo que constituye una desviación
del estado normal, producida por la violencia y el artificio.
Al contrario, para Spencer, es nuestra centralización
administrativa, es la extensión de los poderes guberna-
mentales lo que constituye el vicio radical de nuestras
sociedades, y esto sucede aunque la una y la otra progre-
sen de la manera más regular y más universal a medida
que se avanza en la historia. No creemos que el carácter
normal o anormal de los hechos sociales se haya decidido
sistemáticamente a tenor de su grado de generalidad.
hechos morales objetivamente y hablar de ellos en un lenguaje que no
sea el del vulgo.
14
Véase Garofalo, Criminologie, pág. 299.
—198—
13-03* 30/11/05 11:19 Página 199
Estas cuestiones se zanjan siempre con gran despliegue
dialéctico.
Sin embargo, apartado este criterio, no solamente nos
exponemos a confusiones y a errores parciales, como los
que acabamos de recordar, sino que se hace imposible la
propia ciencia. En efecto, ésta tiene por objeto inmediato
el estudio del tipo normal; ahora bien, si los hechos más
generales pueden ser patológicos, puede suceder que el
tipo normal no haya existido jamás en los hechos.
Y entonces ¿de qué sirve estudiarlos? Sólo pueden confir-
mar nuestros prejuicios y arraigar nuestros errores, pues-
to que de ellos derivan. Si la pena, si la responsabilidad,
tal como existen en la historia, no son más que un pro-
ducto de la ignorancia y la barbarie, ¿qué tiene de bueno
interesarse en conocerlas para determinar sus formas nor-
males? Por eso, el espíritu está avocado a volverse desde
una realidad ahora sin interés, para replegarse sobre sí
mismo y buscar dentro de sí los materiales necesarios
para reconstruirla. Para que la sociología trate los hechos
como cosas es preciso que el sociólogo sienta la necesidad
de dejarse enseñar por ellas. Ahora bien, como el objeto
principal de toda ciencia de la vida, ya sea individual ya
social, es, en suma, definir el estado normal, explicarlo y
distinguirlo de su contrario, si la normalidad no viene
dada en las cosas mismas, si, por el contrario, es un carác-
ter que les imprimimos desde fuera, o que les negamos
por cualesquiera razones, se acaba con esta saludable
dependencia. El espíritu se encuentra cómodo enfrente de
lo real que no tiene gran cosa que enseñarle, ya no está
limitado por la materia a la que se aplica, porque es él, en
cierto modo, quien la determina. Las diferentes reglas que
hemos establecido hasta ahora son, por tanto, estrecha-
mente solidarias. Para que la sociología sea verdadera-
mente una ciencia de cosas es necesario que la generali-
dad de los fenómenos sea tomada como criterio de su
normalidad.
Nuestro método tiene, además, la ventaja de regular la
acción al mismo tiempo que el pensamiento. Si lo desea-
ble no es objeto de observación, pero puede y debe ser
determinado por una especie de cálculo mental, no puede
ponerse ningún límite, por decirlo así, a las invenciones
libres de la imaginación para la búsqueda de lo mejor.
—199—
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Porque ¿cómo asignar a la perfección un término que no
pueda superar? Ésta escapa por definición a toda limita-
ción. La meta de la humanidad retrocede pues hasta el
infinito, desanimando a los unos por su propio alejamien-
to,y al contrario, excitando y enardeciendo a los otros,
que, para acercarse un poco, apresuran el paso y se preci-
pitan en las revoluciones. Se escapa a este dilema prácti-
co si lo deseable es la salud, y si la salud es algo definido
y dado en las cosas, pues el término del esfuerzo está dado y
definido a la vez. Ya no se trata de perseguir desesperada-
mente un fin que huye a medida que se avanza, sino de
trabajar con una perseverancia regular para mantener el
estado normal, de restablecerle si está alterado, de reen-
contrar las condiciones si cambian. El deber del hombre
de Estado ya no es empujar violentamente a las socieda-
des hacia un ideal que le parezca seductor, sino que su
papel es el del médico: prevenir el brote de las enferme-
dades a través de una buena higiene y, cuando ya están
declaradas, buscar curarlas15.
15
De la teoría desarrollada en este capítulo se ha concluído algu-
nas veces que, en nuestra opinión, la marcha ascendente de la crimi-
nalidad a lo largo del siglo era un fenómeno normal. Nada más ale-
jado de nuestro pensamiento. Varios hechos que hemos indicado a
propósito del suicidio (véase Le Suicide, págs. 420 y sigs.) tienden, por
el contrario, a hacernos creer que este desarrollo es, en general, mórbi-
do. No obstante, podría suceder que cierto incremento de algunas for-
mas de criminalidad fuese normal, pues cada estado de civilización tie-
ne su propia criminalidad. Pero sobre esto sólo se pueden formular
hipótesis.
—200—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 201
C IV
Reglas relativas a la constitución
de los tipos sociales
Ya que un hecho social no puede ser calificado de nor-
mal o anormal más que en relación a una especie social
determinada, lo que precede implica que una rama de la
sociología está consagrada a la constitución de estas espe-
cies y a su clasificación.
Esta noción de la especie social tiene, además, la gran
ventaja de proporcionarnos un término medio entre las dos
concepciones contrarias de la vida colectiva que han domi-
nado desde hace mucho; me refiero al nominalismo de los
historiadores1 y al realismo extremo de los filósofos. Para el
historiador, las sociedades constituyen otras tantas indivi-
dualidades heterogéneas, incomparables entre sí. Cada pue-
blo tiene su fisonomía, su constitución especial, su derecho,
su moral, su organización económica que sólo a él le corres-
ponden, y toda generalización es casi imposible. Para el filó-
sofo, al contrario, todos estos agrupamientos particulares,
llámense tribus, ciudades, naciones, no son más que combi-
naciones contingentes y provisionales sin realidad propia.
No hay nada que sea real sino la humanidad y toda la evo-
lución social deriva de los atributos generales de la natura-
leza humana. Para los primeros, en consecuencia, la histo-
ria no es más que una serie de acontecimientos que se
encadenan sin reproducirse; para los segundos, estos mis-
mos acontecimientos no tienen más valor e interés que
como ilustración de las leyes generales que están inscritas
en la constitución del hombre y que dominan todo el de-
1
Lo llamo así porque ha sido frecuente en los historiadores, pero
no quiero decir que se encuentre en todos.
—201—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 202
sarrollo histórico. Para unos, lo que es bueno para una socie-
dad no podría aplicarse a las demás. Las condiciones del
estado de salud varían de un pueblo a otro y no pueden ser
determinadas teóricamente; es una cuestión de práctica, de
experiencia, de tanteos. Para los otros, pueden ser calcula-
das de una vez por todas y para todo el género humano.
Parecía así que la realidad social no podía ser objeto más
que de una filosofía abstracta y vaga o de monografías pura-
mente descriptivas. Pero se elude esta alternativa una vez
que se ha reconocido que entre la multitud confusa de socie-
dades históricas y el concepto único, pero ideal, de la huma-
nidad, hay términos medios: éstos son las especies sociales.
En efecto, en la idea de especie se encuentran reunidas tan-
to la unidad que exige toda investigación verdaderamente
científica como la diversidad que se da en los hechos, ya que
la misma especie se encuentra en todos los individuos que la
forman y además, las especies difieren entre ellas. Sigue
siendo cierto que las instituciones morales, jurídicas, econó-
micas, etc., son infinitamente variables, pero estas variacio-
nes no son de tal naturaleza que no ofrezcan ningún aside-
ro al pensamiento científico.
Por haber ignorado la existencia de especies sociales es
por lo que Comte creyó poder representar el progreso de las
sociedades humanas como idéntico al de un pueblo único
«con el que estarían idealmente relacionadas todas las
modificaciones consecutivas observadas en distintas pobla-
ciones2». En efecto, si no existe más que una sola especie
social, las sociedades particulares no pueden diferir entre
ellas más que en grados, según presenten más o menos
completamente los trazos constitutivos de esta especie úni-
ca, según expresen más o menos perfectamente la humani-
dad. Si, al contrario, existen tipos sociales cualitativamente
distintos los unos de los otros, por mucho que se les acer-
que, no se podrá conseguir que se unan exactamente como
las secciones homogéneas de una recta geométrica. La evo-
lución histórica pierde así la unidad ideal y simplista que se
le atribuía; se fragmenta, por decirlo así, en una multitud
de ramales que, puesto que difieren específicamente los
unos de los otros, no pueden unirse de una forma continua.
2
Cours de philos. pos., IV, 263.
—202—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 203
La famosa metáfora de Pascal, retomada después por Com-
te, deja a partir de ahora de ser verdad.
Pero ¿qué hay que hacer para constituir esas especies?
A primera vista puede parecer que no hay otra manera
de proceder sino estudiar cada sociedad en particular,
haciendo una monografía tan exacta y completa como sea
posible y después comparar todas estas monografías entre
sí, ver en qué concuerdan, o en qué divergen, y entonces,
según la importancia relativa de estas similitudes y diver-
gencias, clasificar los pueblos en grupos parecidos o dife-
rentes. En apoyo de este método se hace notar que es el
único admisible en una ciencia de observación. La espe-
cie, en efecto, no es más que el compendio de los indivi-
duos; ¿cómo entonces construirla si no se comienza por
describir a cada uno de ellos y hacerlo exhaustivamente?
¿No existe la regla de no elevarse a lo general más que des-
pués de haber observado lo particular y todo lo particular?
Por esta razón, a veces se ha querido situar a la sociología
en una época indefinidamente alejada, donde la historia,
en el estudio que hace de las sociedades particulares, con-
seguiría resultados bastante objetivos y definidos como
para poder ser comparados con provecho.
Pero, en realidad, esta circunspección no tiene de cien-
tífica más que la apariencia. En efecto, es inexacto decir
que la ciencia no puede establecer las leyes más que des-
pués de haber pasado revista a todos los hechos que expre-
san, ni establecer los géneros más que después de haber
descrito, en su integridad, los individuos que los integran.
El verdadero método experimental tiende más bien a sus-
tituir los hechos vulgares, que no son demostrativos más
que a condición de ser muy numerosos, y que, por consi-
guiente, no permiten más que conclusiones siempre sospe-
chosas, por los hechos decisivos o cruciales, como decía
Bacon3, que por sí mismos e independientemente de su
número, tienen un valor y un interés científicos. Sobre
3
Novum Organum, II, § 36
—203—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 204
todo es necesario proceder así cuando se trata de consti-
tuir los géneros y las especies, pues hacer el inventario de
todos los caracteres que pertenecen a un individuo es un
problema insoluble. Todo individuo es un infinito y el infi-
nito no puede ser agotado. ¿Se atenderá sólo a las propie-
dades más esenciales? Entonces ¿respecto a qué principio
se hará la selección? Para ello se precisa de un criterio que
sobrepase al individuo y que las monografías mejor hechas
no podrían, por consiguiente, proporcionarnos. Sin llevar
las cosas a este extremo, se puede prever que cuanto más
numerosos sean los caracteres que sirvan de base a la cla-
sificación, tanto más difícil será que las diversas maneras
en que se combinan en los casos particulares presenten
similitudes suficientemente claras y diferencias suficiente-
mente marcadas como para permitir la constitución de
grupos y de subgrupos definidos.
Pero incluso si fuera posible una clasificación según
este método, tendría el grandísimo defecto de no conse-
guir los objetivos que son su razón de ser. En efecto, debe,
antes que nada, tener por objeto compendiar el trabajo
científico sustituyendo la multiplicidad indefinida de indi-
viduos por un número restringido de tipos. Sin embargo,
pierde esta ventaja si estos tipos no han sido constituidos
más que después de que todos los individuos hayan sido
revisados y analizados completamente. Apenas puede
facilitar la investigación, si no hace más que resumir las
investigaciones ya hechas. No será verdaderamente útil,
más que si nos permite clasificar otros caracteres diferen-
tes de los que le sirven de base, más que si nos proporcio-
na los marcos para los hechos venideros. Su papel es pro-
porcionarnos puntos de referencia a los que podamos
conectar otras observaciones además de las que nos han
proporcionado esos mismos puntos de referencia. Pero,
para esto, es necesario que esté hecha, no según un inven-
tario completo de todos los caracteres individuales, sino
según un pequeño número de ellos cuidadosamente elegi-
dos. En estas condiciones, no servirá sólo para poner un
poco de orden en los conocimientos ya obtenidos, servirá
para obtenerlos. Ahorrará al observador muchos esfuer-
zos porque le guiará. Así, una vez establecida la clasifica-
ción en base a este principio, para saber si un hecho es
general en una especie, no será necesario haber observa-
—204—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 205
do todas las sociedades de esta especie, con algunas será
suficiente. Incluso en muchos casos bastará con una obser-
vación bien hecha, al igual que a menudo un experimento
bien realizado basta para el establecimiento de una ley.
Por lo tanto, debemos elegir para nuestra clasificación
los caracteres particularmente esenciales. Es cierto que no
se les puede conocer más que cuando la explicación de los
hechos está suficientemente avanzada. Estas dos partes de
la ciencia son indisociables y progresan apoyándose una a
la otra. Sin embargo, sin adentrarnos mucho en el estudio
de los hechos, no es difícil conjeturar de qué lado hay que
buscar las propiedades características de los tipos socia-
les. En efecto, sabemos que las sociedades están com-
puestas por partes añadidas unas a otras. Ya que la natu-
raleza de toda resultante depende necesariamente de la
naturaleza, del número de elementos que la componen y
de su modo de combinación, evidentemente estos carac-
teres son los que debemos tomar como base, y veremos,
en efecto, a continuación que es de ellos de los que depen-
den los hechos generales de la vida social. Por otra parte,
como son de orden morfológico, se podría llamar Morfo-
logía social a la parte de la sociología que tiene como
cometido constituir y clasificar los tipos sociales.
Se puede incluso precisar más el principio de esta clasi-
ficación. Se sabe, en efecto, que las partes constitutivas de
las que está formada toda sociedad son sociedades más sim-
ples que ella. Un pueblo está formado por la reunión de dos
o más pueblos que le han precedido. Si, por tanto, conocié-
ramos la sociedad más simple que haya jamás existido, para
hacer nuestra clasificación no tendríamos más que seguir la
manera en que esta sociedad se combina consigo misma y
cómo sus compuestos se combinan entre ellos.
II
Spencer ha comprendido muy bien que la clasificación
metódica de los tipos sociales no podía tener otro fundamento.
«Hemos visto, dice, que la evolución social comienza por
pequeños agregados simples; progresa por la unión de algu-
nos de estos agregados en agregados más grandes, y después
de haberse consolidado, estos grupos se unen con otros
—205—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 206
parecidos a ellos, para formar agregados todavía mayores.
Nuestra clasificación debe, por lo tanto, comenzar por
sociedades de primer orden, es decir, de lo más simple4».
Desgraciadamente, para poner en práctica este princi-
pio, habría que comenzar por definir con precisión lo que
se entiende por sociedad simple. Ahora bien, esta defini-
ción, no sólo no la da Spencer, sino que la considera poco
menos que imposible5. Pues, en efecto, la simplicidad,
como él la entiende, consiste esencialmente en una organi-
zación bastante tosca. Ahora bien, no es fácil decir en qué
momento la organización social es suficientemente rudi-
mentaria para ser calificada de simple, eso depende de la
apreciación. Así, la fórmula que ofrece es tan imprecisa que
se adapta a todo tipo de sociedades. «No podemos hacer
nada mejor, dice, que considerar como una sociedad simple
a la que forma un todo no sometido a otro y cuyas partes
cooperan, con o sin centro regulador, con vistas a ciertos
fines de interés público6». Pero hay muchos pueblos que
satisfacen esta condición. De ello resulta que Spencer con-
funde, un poco al azar, bajo esta misma rúbrica, a las socie-
dades menos civilizadas. Es imaginable lo que puede resul-
tar, con un punto de partida semejante, el resto de su
clasificación. Vemos asimilados, con la más asombrosa
confusión, las sociedades más dispares, los griegos homéri-
cos puestos al lado de los feudos del siglo y por debajo de
los bechuanas, los zulúes y los nativos de las islas Fidjis; la
confederación ateniense al lado de los feudos franceses del
siglo y debajo de los iroquis y los araucanos.
La palabra simplicidad no tiene el significado definido
más que si significa una ausencia completa de partes. Por
sociedad simple hay que entender, por lo tanto, toda socie-
dad que no encierre dentro de sí otras más simples que
ella; que no solamente esté en la actualidad reducida a un
segmento único, sino incluso que no presente ningún sig-
no de segmentación anterior. La horda, tal como la hemos
definido en otra obra7, responde exactamente a esta defi-
4
Sociologie, II, 135.
5
«No podemos siempre decir con precisión lo que constituye una
sociedad simple» (ibíd., 135, 136).
6
Ibíd., 136.
7
Division du travail social, pág. 189.
—206—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 207
nición. Es un agregado social que no comprende y no ha
comprendido jamás en su seno ningún otro agregado más
elemental, sino que se divide inmediatamente en indivi-
duos. Éstos no forman, en el interior del grupo completo,
grupos especiales y diferentes del anterior; están atómica-
mente yuxtapuestos. Se concibe que no pueda existir una
sociedad más simple; es el protoplasma del reino social, y
en consecuencia, la base natural de toda clasificación.
Es verdad que puede no existir una sociedad histórica
que responda exactamente a esta descripción; pero tal
como lo hemos señalado en el libro ya citado, conocemos
una multitud de ellas que se han formado, inmediatamen-
te y sin otro intermediario, por la repetición de hordas.
Cuando la horda se convierte así en un segmento social, en
lugar de ser la sociedad entera, cambia de nombre, se deno-
mina clan; pero guarda los mismos rasgos constitutivos. El
clan es, en efecto, un agregado social que no se descompo-
ne en ningún otro más restringido. Sería posible señalar
que, generalmente, allí donde lo observamos hoy, encierra
una pluralidad de familias particulares. Pero antes, por
razones que no podemos desarrollar aquí, creemos que la
formación de estos pequeños grupos familiares es posterior
al clan; ya que no constituyen, si hablamos con exactitud,
segmentos sociales, pues no constituyen divisiones políti-
cas. Allá donde se le encuentre, el clan constituye la última
división de este género. En consecuencia, incluso si no
tuviéramos otros hechos para postular la existencia de la
horda —y los hay, como tendremos algún día ocasión de
exponer— la existencia del clan, es decir, de sociedades for-
madas por una reunión de hordas, nos autoriza a suponer
que ha habido primero sociedades muy simples, que se
reducían a la horda propiamente dicha, y a hacer de ésta la
cepa de la que han salido todas las especies sociales.
Una vez planteada esta noción de la horda o sociedad de
segmento único —ya sea concebida como una realidad his-
tórica o como un postulado de la ciencia— tenemos el pun-
to de apoyo necesario para construir la escala completa de
los tipos sociales. Se distinguirán tantos tipos fundamenta-
les como maneras de combinarse consigo misma existen
para la horda, dando nacimiento a nuevas sociedades y
para que éstas se combinen entre sí. Primero encontrare-
mos agregados formados por una simple repetición de hor-
—207—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 208
das o de clanes (para darles su nuevo nombre), sin que
estos clanes estén asociados entre ellos para formar grupos
intermedios dentro del grupo total que les comprende a
todos y a cada uno de ellos. Están simplemente yuxtapues-
tos como los individuos de la horda. Se encuentran ejem-
plos de estas sociedades que podríamos llamar polisegmen-
tarias simples en ciertas tribus iroquesas y australianas. El
arch o tribu cabila tiene el mismo carácter; es una reunión
de clanes fijados en forma de aldeas. Probablemente hubo
un momento en la historia donde la curia romana, la fratria
ateniense fueron sociedades de este género. Por encima
estarían las sociedades formadas por un conjunto de socie-
dades de la especie precedente, es decir, las sociedades poli-
segmentarias simplemente compuestas. Tal es el carácter de
la confederación iroquesa, de la formada por la reunión de
las tribus cabilas, lo mismo sucedió en el origen de cada
una de las tres tribus primitivas cuya asociación dio más
tarde nacimiento a la ciudad romana. A continuación
encontraremos las sociedades polisegmentarias doblemente
compuestas que resultan de la yuxtaposición o fusión de
varias sociedades polisegmentarias simplemente compues-
tas. Tales son la ciudad, agregado de tribus, que son en sí
mismas agregados de curias, que a su vez se dividen en gen-
tes o clanes, y la tribu germánica, con sus condados, que se
subdividen en centenas, las cuales a su vez, tienen por uni-
dad última el clan convertido en aldea.
No nos proponemos desarrollar más ni profundizar en
estas indicaciones, ya que no hay que hacer aquí una clasi-
ficación de las sociedades. Es un problema demasiado com-
plejo como para tratarle así, como de paso; supone, por el
contrario todo un conjunto de largas y especiales investiga-
ciones. Sólo hemos querido, a través de algunos ejemplos,
precisar las ideas y mostrar cómo debe ser aplicado el prin-
cipio del método. Incluso no hay que considerar lo prece-
dente como si constituyera una clasificación completa de
las sociedades inferiores. Hemos simplificado un poco las
cosas para aclararlas. Hemos supuesto, en efecto, que cada
tipo superior estaba formado por una repetición de socie-
dades del mismo tipo, a saber, del tipo inmediatamente
inferior. Ahora bien, no tiene nada de imposible que socie-
dades de especies diferentes, situadas a diferente altura en
el árbol genealógico de los tipos sociales, se reúnan de
—208—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 209
manera que formen una especie nueva. Por lo menos cono-
cemos un caso: el Imperio romano, que comprendía en su
seno a pueblos de la más diversa naturaleza8.
Pero una vez constituidos esos tipos, habrá lugar para
distinguir en cada uno de ellos las diferentes variedades
según que las sociedades segmentarias, que sirven para
formar la sociedad resultante, guarden cierta individuali-
dad, o bien, por el contrario sean absorbidas en la masa
total. En efecto, se comprende que los fenómenos sociales
deben variar, no solamente según la naturaleza de los ele-
mentos componentes, sino siguiendo su modo de compo-
sición; sobre todo deben ser muy diferentes según que
cada uno de los grupos parciales conserve su vida local o
que todos sean absorbidos en la vida general, es decir,
según estén más o menos estrechamente concentrados.
Por consiguiente, se deberá investigar si en cualquier
momento se produce una coalescencia completa de estos
segmentos. Se reconocerá que existe por la señal de que
esta composición original de la sociedad ya no afecte a su
organización administrativa y política. Desde este punto
de vista, la ciudad se distingue netamente de las tribus
germánicas. En estas últimas la organización en base a los
clanes se ha mantenido, algo borrada, hasta el término de
su historia, mientras que en Roma, en Atenas las gentes y
las γνη dejarían muy pronto de ser divisiones políticas
para convertirse en agrupaciones privadas.
En el seno de los marcos así establecidos se puede inten-
tar introducir nuevas distinciones de acuerdo con caracteres
morfológicos secundarios. Sin embargo, por razones que
daremos más adelante, no creemos en absoluto posible
sobrepasar útilmente las divisiones generales que acaban de
ser indicadas. Y sobre todo, no tenemos que entrar en esos
detalles, nos basta con haber expuesto el principio de clasi-
ficación que puede ser enunciado así: Se comenzará por cla-
sificar las sociedades según el grado de composición que pre-
senten, tomando como base la sociedad perfectamente simple
o de segmento único; en el interior de estas clases se distingui-
8
De todas formas es probable que, en general, la distancia entre
las sociedades que lo componían no fuera muy grande; de otra mane-
ra no podría haber entre ellas ninguna comunidad moral.
—209—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 210
rán las variedades diferentes según se produzca o no una coa-
lescencia completa de los segmentos iniciales.
III
Estas reglas responden implícitamente a una cuestión
que el lector puede estar planteándose al vernos hablar de
especies sociales como si existiesen, sin haber establecido
directamente su existencia. Esta prueba está contenida en
el mismo principio del método que acaba de ser expuesto.
Acabamos de ver, en efecto, que las sociedades no eran
más que combinaciones diferentes de una sola y misma
sociedad original. Ahora bien, un mismo elemento no pue-
de combinarse consigo mismo y las composiciones que
resultan no pueden, a su vez, combinarse entre ellas más
que siguiendo un número limitado de maneras, sobre todo
cuando los elementos componentes son poco numerosos;
que es el caso de los segmentos sociales. La gama de com-
binaciones posibles es, por lo tanto, limitada y, por consi-
guiente, al menos la mayoría de ellas deberán repetirse. De
esta manera es como hay especies sociales. Por lo demás, es
posible que algunas de estas combinaciones no se produz-
can más que una sola vez. Esto no impide que haya espe-
cies. Se dirá solamente en los casos de este género que la
especie cuenta con un solo individuo9.
Hay pues especies sociales por la misma razón que hay
especies en biología. Éstas, en efecto, son debidas al
hecho de que los organismos no son más que combina-
ciones variadas de una sola y misma unidad anatómica.
Sin embargo, hay en este punto de vista, una gran dife-
rencia entre los dos reinos. En los animales, en efecto, un
factor especial atribuye a los caracteres específicos una
fuerza de resistencia que no tienen los demás; se trata de
la generación. Esos caracteres, al ser comunes a toda la
línea de ascendientes, están profundamente enraizados en
el organismo. No se dejan fácilmente atacar por la acción
9
¿No es este el caso del Imperio romano, que parece existir sin
análogo en la historia?
—210—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 211
de los contextos individuales, sino que se mantienen idén-
ticos a sí mismos, a pesar de la diversidad de las circuns-
tancias exteriores. Hay una fuerza interna que les fija en
contra de los estímulos de variación que puedan venir del
exterior; es la fuerza de los hábitos hereditarios. Por eso
están netamente definidos y pueden ser determinados con
precisión. En el reino social esta causa interna les falta.
No pueden ser reforzados por actos generativos porque no
duran más que una generación. Es una regla general, en
efecto, que las sociedades engendradas son de una especie
diferente de la de las sociedades generadoras, porque
éstas últimas, combinándose, dan nacimiento a estructu-
ras totalmente nuevas. Solamente la colonización podría
ser comparada a una generación por germinación; pero
incluso para que la asimilación sea exacta, es necesario
que el grupo de colonos no se mezcle con una sociedad de
otra especie o de otra variedad. Los atributos distintivos
de la especie no reciben por herencia un aumento de fuer-
za que le permita resistir a las variaciones individuales. Se
modifican y presentan infinitos matices bajo la acción de
las circunstancias; y cuando quiere concretar dichos atri-
butos, una vez que ya se han apartado todas las variantes
que les ocultan, a menudo no se obtiene más que un resi-
duo bastante indeterminado. Esta indeterminación
aumenta de forma natural cuanto mayor es la complejidad
de los caracteres, pues cuanto más compleja es una cosa,
más combinaciones diferentes pueden formar las partes
que la componen. Así resulta que el tipo específico, aparte
de los caracteres más generales y más simples, no presen-
ta unos contornos tan definidos como en la biología10.
10
Al redactar este capítulo para la primera edición de esta obra, no
hemos dicho nada del método que consiste en clasificar las sociedades
según su estado de civilización. En aquel momento, en efecto, no existí-
an clasificaciones de ese género propuestas por sociólogos autorizados,
salvo, quizás, la de Comte, evidentemente demasiado arcaica. Más tarde
se han hecho varios intentos en este sentido, principalmente por Vier-
kandt (Die Kulturtypen der Menscheit, en Archiv f. Anthropologie, 1898),
por Sutherland (The Origin and the Growth of the Moral Instinct) y por
Steinmetz (Classification des types sociaux, en Année sociologique, III,
págs. 43-147). Sin embargo no nos detendremos a discutirlas, pues no
responden al problema planteado en este capítulo. Lo que encontra-
—211—
14-04* 30/11/05 11:18 Página 212
mos clasificado no son las especies sociales sino, lo que es muy dife-
rente, las fases históricas. Francia, desde sus orígenes, ha pasado por
formas de civilización muy diferentes; ha comenzado por ser agrícola,
para pasar a continuación a la industria de los oficios y al pequeño
comercio, luego a la manufactura y por fin a la gran industria. Ahora
bien, es imposible admitir que una misma individualidad colectiva
pueda cambiar de especie tres o cuatro veces. Una especie debe defi-
nirse por caracteres más constantes. El estado económico, tecnológico, etc.,
presenta fenómenos demasiado inestables y demasiado complejos para
suministrar la base de una clasificación Es incluso muy posible que
una misma civilización industrial, científica, artística, pueda encon-
trarse en sociedades cuya constitución congénita sea muy diferente.
Japón podrá importar nuestras artes, nuestra industria, incluso nues-
tra organización política, pero no dejará de pertenecer a una especie
social diferente de la de Francia y Alemania. Añadamos que estos
intentos, aunque conducidos por valiosos sociólogos, no han dado más
que resultados vagos, discutibles y poco útiles.
—212—
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C V
Reglas relativas a la explicación
de los hechos sociales
La constitución de las especies es, antes que nada, un
medio de agrupar los hechos para facilitar su interpreta-
ción; la morfología social es un camino hacia la parte ver-
daderamente explicativa de la ciencia. ¿Cuál es el método
propio de esta última?
La mayoría de los sociólogos creen haber rendido
cuenta de los fenómenos una vez que han hecho ver para
qué sirven, qué papel juegan. Se razona como si no exis-
tieran más que en relación a ese papel y no tuvieran más
causa determinante que el sentimiento, claro o confuso,
de los servicios que están llamados a rendir. Por esto se
cree haber dicho todo lo necesario para hacerlos inteligi-
bles, cuando se ha establecido la realidad de esos servicios
y mostrado a qué necesidad social satisfacen. Así Comte
reduce toda la fuerza progresiva de la especie humana a la
tendencia fundamental «que impele directamente al hom-
bre a mejorar sin cesar su condición en todos los aspec-
tos1», y Spencer, a la necesidad de mayor felicidad. Es en
virtud de este principio como explica la formación de la
sociedad por las ventajas que resultan de la cooperación,
la institución del gobierno por la utilidad que hay de regu-
larizar la cooperación militar2, las transformaciones por
1
Cours de philos. pos., IV, 262.
2
Sociologie, III, 336.
—213—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 214
las que ha pasado la familia por la necesidad de conciliar
cada vez mejor el interés de los padres, de los hijos y de la
sociedad.
Pero este método confunde dos cuestiones muy dife-
rentes. Mostrar para qué sirve un hecho no consiste en
explicar cómo ha nacido ni cómo es lo que es, pues los
empleos para los que sirve suponen las propiedades espe-
cíficas que lo caracterizan, pero no lo crean. La necesidad
que tenemos de las cosas no puede hacer que éstas sean
de una forma u otra, y, en consecuencia, no es esa nece-
sidad la que puede hacerlas nacer de la nada y conferir-
las el ser. Es a otro género de causas a lo que deben su
existencia. El sentimiento que tenemos de la utilidad que
presentan puede incitarnos a poner en marcha esas cau-
sas y a obtener los efectos que implican, no a sacar esos
efectos de la nada. Esta proposición es evidente mientras
no se trate más que de fenómenos materiales o incluso
psicológicos. No sería cuestionada en sociología si los
hechos sociales, a causa de su extrema inmaterialidad, no
nos parecieran erróneamente desprovistos de toda reali-
dad intrínseca. Como sólo se ve en ellos combinaciones
puramente mentales, parece que deben producirse desde
sí mismos, desde que se tiene la idea, si, al menos, se les
encuentra útiles. Puesto que cada uno de ellos constituye
una fuerza, que domina a la nuestra, ya que tiene una
naturaleza que le es propia, no es suficiente para darle el
ser con tener el deseo o la voluntad de que existan. Es
necesario que tengan lugar las fuerzas capaces de produ-
cir esta fuerza determinada, las naturalezas capaces de
producir esta naturaleza especial. Sólo con esta condi-
ción será posible. Para revitalizar el espíritu de familia
allí donde está debilitado, no basta que todo el mundo
comprenda sus ventajas; hay que hacer actuar directa-
mente las causas que, sólo ellas, son susceptibles de
engendrarlo. Para investir a un gobierno de la autoridad
que le es necesaria, no basta con sentir su necesidad, sino
que hay que acudir a las únicas fuentes de las que deriva
toda autoridad, es decir, crear tradiciones, un espíritu
común, etc., etc.; para ello habrá que remontarse más
arriba en la cadena de las causas y los efectos, hasta que
se encuentre un punto donde la acción del hombre pueda
insertarse eficazmente.
—214—
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Lo que muestra bien la dualidad de estos dos tipos de
investigaciones es que un hecho puede existir sin servir
para nada, sea porque jamás se ha ajustado a ningún fin
vital, sea porque después de haber sido útil, ha perdido
toda utilidad, continuando su existencia por la sola fuerza
de la costumbre. En efecto, todavía hay más casos de
supervivencias en la sociedad que en el organismo. Inclu-
so hay casos en los que ya una práctica, ya una institución
social, cambian de funciones sin, por ello, cambiar de
naturaleza. La regla is pater est quem justae nuptiae decla-
rant ha permanecido materialmente en nuestro código tal
como estaba en el viejo derecho romano. Pero, mientras
que entonces tenía por objeto salvaguardar los derechos
de propiedad del padre sobre los hijos nacidos de la mujer
legítima, es más bien el derecho de los hijos lo que hoy día
protege. El juramento comenzó por ser una especie de
prueba judicial, para convertirse simplemente en una for-
ma solemne e impresionante de testimonio. Los dogmas
religiosos del cristianismo no han cambiado desde hace
siglos; pero el papel que juegan en nuestras sociedades
modernas no es el mismo que en la Edad Media. También
ocurre así con las palabras que sirven para expresar ideas
nuevas sin que su contextura cambie. Por lo demás, que el
órgano es independiente de la función, es una proposición
verdadera tanto en sociología como en biología, es decir
que siendo el mismo, puede servir a fines diferentes. Pues
las causas que le hacen ser son independientes de los fines
a los que sirve.
No pretendemos decir, por otro lado, que las tendencias,
las necesidades y los deseos de los hombres no intervengan
jamás de una manera activa en la evolución social. Al con-
trario, es evidente que les es posible, según la manera en
que se comporten respecto a las condiciones de las que
depende un hecho, acelerar o retrasar su desarrollo. Sólo
que, además de que no pueden en ningún caso crear algo de
la nada, su propia intervención, cualquiera que sean los
efectos, no puede tener lugar más que en virtud de causas
eficientes. En efecto, una tendencia no puede concurrir,
incluso en esta medida restringida, a la producción de un
fenómeno nuevo a no ser que ella misma sea nueva, ya se
haya constituido completamente o ya se deba a alguna trans-
formación de una tendencia anterior. Pues, a menos que se
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postule una armonía preestablecida verdaderamente provi-
dencial, no se puede admitir que, desde el origen, el hom-
bre lleve en sí mismo en estado virtual, dispuestas a desper-
tarse a la llamada de las circunstancias, todas las tendencias
cuya oportunidad debían hacerse sentir a lo largo de la evo-
lución. Ahora bien, una tendencia es, ella también, una cosa,
no puede por lo tanto ni constituirse ni modificarse por el
mero hecho de que la juzguemos útil. Es una fuerza que
tiene su propia naturaleza; para que esta naturaleza sea
suscitada o alterada no basta que encontremos en ella
alguna ventaja. Para determinar tales cambios, es preciso
que actúen causas que los impliquen físicamente.
Por ejemplo, hemos explicado los progresos constantes
de la división del trabajo social mostrando que son nece-
sarios para que el hombre pueda mantenerse en las nue-
vas condiciones de existencia en que se encuentra coloca-
do a medida que avanza en la historia; hemos atribuido,
por tanto, a esta tendencia, que se llama bastante impro-
piamente instinto de conservación, un papel importante
en nuestra explicación. Pero, en primer lugar, no puede
rendir cuenta por sí sola de la especialización, incluso de
la más rudimentaria. Pues no puede hacer nada si las con-
diciones de las que depende este fenómeno no están ya
realizadas, es decir, si las diferencias individuales no han
aumentado suficientemente como consecuencia de la
indeterminación progresiva de la conciencia común y de
las influencias hereditarias3. Incluso era preciso que la
división del trabajo hubiera ya comenzado a existir para
que su utilidad se hubiera notado y que su necesidad se
hiciera sentir; y el mero desarrollo de las divergencias
individuales, que implican una mayor diversidad de gus-
tos y de aptitudes, debía necesariamente producir este pri-
mer resultado. Pero además, no es en sí mismo y sin cau-
sa como el instinto de conservación ha venido a fecundar
el primer germen de especialización. Si está orientado y
nos ha orientado en esta nueva vía, es porque, en primer
lugar, la vía que seguía y nos hacía seguir anteriormente
se encuentra como cortada, porque la mayor intensidad
de la lucha, debida a la mayor condensación de las socie-
3
Division du travail, l. II, cap. III y IV.
—216—
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dades, ha hecho cada vez más difícil la supervivencia de
individuos que continuaban dedicándose a tareas genera-
les. Es así como se ha sentido la necesidad de cambiar de
dirección. Por otro lado, si se ha cambiado de orientación,
y nuestra actividad ha cambiado de preferencia en el sen-
tido de una división del trabajo siempre más desarrollada,
esto se explica porque era también el sentido en que había
menor resistencia. Las otras soluciones posibles eran la
emigración, el suicidio, el crimen. Ahora bien, en el térmi-
no medio de los casos, los lazos que nos atan a nuestro
país, a la vida, la simpatía que sentimos por nuestros seme-
jantes, son sentimientos más fuertes y más resistentes que
los hábitos que pueden apartarnos de una especialización
más estrecha. Y por tanto, son estos últimos los que han
debido inevitablemente ceder a cada presión que se ha pro-
ducido. Así no se recae, ni siquiera parcialmente, en el
finalismo porque no se rechaza el hacer un lugar a las
necesidades humanas en las explicaciones sociológicas.
Pues no pueden tener influencia sobre la evolución social
más que a condición de que ellas mismas evolucionen, y
los cambios por los que pasen no puedan ser explicados
más que por causas que no tienen nada de finalistas.
Pero lo que es todavía más convincente que las consi-
deraciones que preceden, es la práctica misma de los
hechos sociales. Allí donde reina el finalismo, reina tam-
bién una contingencia más o menos amplia; pues no son
los fines, y menos aún los medios, lo que se impone nece-
sariamente a todos los hombres, incluso cuando se les
supone colocados en las mismas circunstancias. En un
medio concreto dado, cada individuo, según su humor, se
adapta a su manera, con preferencia de cualquier otra.
Uno intentará cambiarle para ponerle en armonía con sus
necesidades, otro preferirá cambiarse a sí mismo y mode-
rar sus deseos, y, para llegar a un mismo fin, ¡qué de vías
diferentes pueden ser y son efectivamente seguidas! Si
fuera cierto que el desarrollo histórico se hizo con vistas a
fines clara u oscuramente sentidos, los hechos sociales
deberían presentar la más infinita diversidad y toda com-
paración casi debería tornarse imposible. Ahora bien, la
verdad es lo contrario. Sin duda, los acontecimientos exte-
riores cuya trama constituye la parte superficial de la vida
social varían de un pueblo a otro. También cada individuo
—217—
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tiene su historia a pesar de que las bases de la organiza-
ción física y moral sean las mismas para todos. De hecho,
cuando se entra algo en contacto con los fenómenos socia-
les, nos sorprendemos, por el contrario, de la llamativa
regularidad con la que se reproducen en las mismas cir-
cunstancias. Incluso las prácticas más minuciosas y en
apariencia las más pueriles se repiten con la más llamati-
va uniformidad. Determinada ceremonia nupcial, que
parece puramente simbólica, como el rapto de la novia, se
encuentra exactamente en todas partes donde existe deter-
minado tipo de familia, ligado él mismo a una organiza-
ción política. Los usos más extraños, como la covada, el
levirato, la exogamia, etc., se observan en los pueblos más
distintos y son sintomáticos de un cierto estado social. El
derecho de testar aparece en una fase determinada de la
historia y, según las restricciones más o menos importan-
tes que lo limiten, se puede decir en qué momento de la
evolución social se encuentra. Sería fácil multiplicar los
ejemplos. Ahora bien, esta generalidad de las formas
colectivas sería inexplicable si las causas finales tuvieran
en la sociología la preponderancia que se les atribuye.
Por tanto, cuando se pretende explicar un fenómeno
social, hay que buscar separadamente la causa eficiente que
lo produce y la función que cumple. Nos servimos de la
palabra función con preferencia a la de fin o de meta, pre-
cisamente porque los fenómenos sociales no existen gene-
ralmente en función de los resultados útiles que producen.
Lo que hay que determinar es si hay correspondencia
entre el hecho considerado y las necesidades generales del
organismo social y en qué consiste esta correspondencia,
sin preocuparse de saber si ha sido intencionada o no.
Todas las cuestiones de intención son, además, demasiado
subjetivas para poder ser tratadas científicamente.
No solamente estos dos tipos de problemas deben ser
disociados sino que, en general, conviene tratar el primero
antes que el segundo. En efecto, este orden corresponde al
de los hechos. Es natural buscar la causa de un fenómeno
antes de intentar determinar sus efectos. Este método es
tanto más lógico, cuanto que la primera cuestión, una vez
resuelta, ayudará con frecuencia a resolver la segunda. En
efecto, el lazo de solidaridad que une la causa al efecto
tiene un carácter de reciprocidad que no se ha reconocido
—218—
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bastante. Sin duda, el efecto no puede existir sin su causa,
pero ésta, a su vez, tiene necesidad de su efecto. Es de ella
de donde saca su energía, pero también se la restituye en
ocasiones y, por consiguiente, no puede desaparecer sin
que ella se resienta4. Por ejemplo, la reacción social que
constituye la pena es debida a la intensidad de los senti-
mientos colectivos que el crimen ofende, pero de otro
lado, tiene la útil función de mantener esos sentimientos
en el mismo grado de intensidad, pues no tardarían en
debilitarse si las ofensas que sufrieran no fueran castiga-
das5. Del mismo modo, a medida que el medio social se
vuelve más complejo y más cambiante, las tradiciones, las
creencias fijadas, se tambalean, van tomando un aspecto
más indeterminado y más flexible y las facultades de refle-
xión se desarrollan; pero estas mismas facultades son
indispensables a las sociedades y a los individuos para
adaptarse a un medio más dinámico y más complejo6.
A medida que los hombres están obligados a realizar un
trabajo más intenso, los productos de ese trabajo son más
numerosos y de mejor calidad; pero estos productos más
abundantes y mejores son necesarios para reparar los gas-
tos que conlleva este trabajo más considerable7. Así, bien
lejos de que la causa de los fenómenos sociales consista en
una anticipación mental de la función que están llamados
a cumplir, esta función consiste, por el contrario, al menos
en numerosos casos, en mantener la causa preexistente de
la que derivan; se encontrará, pues, más fácilmente la pri-
mera, si la segunda ya es conocida.
Sin embargo, si sólo hay que proceder en segundo lugar
a la determinación de la función, ésta no deja de ser nece-
saria para que la explicación del fenómeno sea completo.
En efecto, si la utilidad del hecho no es lo que le hace ser,
4
No querríamos plantear aquí cuestiones de filosofía general cuyo
lugar no es éste. Observemos sin embargo que, mejor estudiada esta
reciprocidad de la causa y el efecto podría proporcionar un medio para
reconciliar el mecanismo científico con el finalismo que implican la
existencia y sobre todo la persistencia de la vida.
5
Division du travail social, l. II, cap. II, y especialmente págs. 105
y sigs.
6
Division du travail social, 52, 53.
7
Ibíd., págs. 301 y sigs.
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es necesario generalmente que sea útil para poder seguir
existiendo. Pues basta con que no sirva para nada para ser
perjudicial por eso mismo, puesto que en ese caso, cuesta
algo sin aportar nada. Por tanto, si la generalidad de los
fenómenos sociales tuviera ese carácter parasitario, el pre-
supuesto del organismo estaría en déficit, la vida social
sería imposible. En consecuencia, para dar de ésta una
comprensión satisfactoria, es necesario mostrar cómo los
fenómenos que constituyen su materia concurren conjun-
tamente para armonizar la sociedad consigo misma y con
el exterior. Sin duda, la fórmula usual que define la vida
como una correspondencia entre el medio interno y el
externo no es más que una aproximación, sin embargo, es
cierta en general, y por consiguiente, para explicar un
hecho de orden vital no basta con mostrar la causa de la
que depende, es necesario además, al menos en la mayoría
de los casos, encontrar la parte que le corresponde en el
establecimiento de esta armonía general.
II
Distinguidas estas dos cuestiones, nos es preciso deter-
minar el método conforme al que deben ser resueltas.
El método de explicación generalmente seguido por los
sociólogos, a la vez que es finalista, es esencialmente psi-
cológico. Estas dos tendencias son solidarias entre sí. En
efecto, si la sociedad no es más que un sistema de medios
instituidos por los hombres a la vista de determinados
fines, estos fines sólo pueden ser individuales, ya que
antes de la sociedad no podían existir sino individuos. Es,
por tanto, del individuo de donde emanan las ideas y las
necesidades que han determinado la formación de las
sociedades, y si es de él de donde todo procede, es nece-
sariamente a través de él como todo debe de explicarse.
Además, en la sociedad no hay nada más que conciencias
particulares; es, por tanto, en estas últimas donde se
encontrará la fuente de toda la evolución social. En con-
secuencia, las leyes sociológicas no podrán ser más que un
corolario de las leyes más generales de la psicología; la
suprema explicación de la vida colectiva consistirá en
hacer ver cómo deriva de la naturaleza humana en gene-
—220—
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ral, sea que se la deduzca directamente de ella y sin obser-
vación previa, sea que se la conecte con ella después de
haberla observado.
Estos términos son, más o menos textualmente, de los
que se sirve Auguste Comte para caracterizar su método.
«Ya que, dice, el fenómeno social, concebido en conjunto,
no es en el fondo, más que un simple desarrollo de la huma-
nidad, sin creación de nuevas facultades, tal como lo he
establecido anteriormente, todas las disposiciones efecti-
vas que la observación sociológica podrá sucesivamente
descubrir deberán, por tanto, encontrarse al menos en
germen en el tipo primordial que la biología ha construi-
do de antemano para la sociología8». Es que, según él, el
hecho dominante de la vida social es el progreso y, por
otra parte, el progreso depende de un factor exclusiva-
mente psíquico, a saber, la tendencia que empuja al hom-
bre a desarrollar cada vez más su naturaleza. Los hechos
sociales derivarían tan inmediatamente de la naturaleza
humana, que durante las primeras fases de la historia,
podrían ser deducidos directamente de ella sin recurrir a
la observación9. Es cierto que, según declaración de Com-
te, es imposible aplicar este método deductivo a los perío-
dos más avanzados de la evolución. Esta imposibilidad es
puramente práctica. Se debe a que la distancia entre el
punto de partida y el de llegada se convierte en demasia-
do considerable para que el espíritu humano, si preten-
diera recorrerla sin guía, no corriera el riesgo de extra-
viarse10. Pero la relación entre las leyes fundamentales de
la naturaleza humana y los últimos resultados del progre-
so no deja de ser analítica. Las formas más complejas de
la civilización no son más que la vida psíquica desarrolla-
da. Aun cuando las teorías de la psicología no puedan bas-
tarse a sí mismas como premisas del razonamiento socio-
lógico, son la piedra de toque que permite poner a prueba
la validez de las proposiciones establecidas inductivamen-
te. «Ninguna ley de sucesión social, dice Comte, indicada
incluso por el método histórico, con toda la autoridad
8
Cours de philos. pos., IV, 333.
9
Ibíd., 345.
10
Cours de philos. pos., 346.
—221—
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posible, deberá ser finalmente admitida más que después
de haber sido racionalmente vinculada a la teoría positiva
de la naturaleza humana, de una manera directa o indi-
recta, pero siempre incontestable11». Es, por tanto, siem-
pre la psicología la que tendrá la última palabra.
Así es igualmente el método seguido por Spencer.
Según él, en efecto, los dos factores primarios de los fenó-
menos sociales son el medio cósmico y la constitución
física y moral del individuo12. Ahora bien, el primero no
puede tener influencia en la sociedad más que a través del
segundo, que se convierte así en el motor esencial de la
evolución social. Si la sociedad se forma, es para permitir
al individuo realizar su naturaleza, y todas las transfor-
maciones por las que ha pasado no tienen más objeto que
hacer esta realización más fácil y más completa. Es en vir-
tud de este principio como, antes de proceder a ninguna
investigación sobre la organización social, Spencer ha creí-
do que debía consagrar casi todo el primer tomo de sus
Principes de sociologie al estudio del hombre primitivo físi-
ca, emocional e intelectualmente. «La ciencia de la socio-
logía, dice, parte de las unidades sociales, sometidas a las
condiciones que hemos visto, constituidas física, emocio-
nal e intelectualmente, y en posesión de ciertas ideas
adquiridas tempranamente y de sus sentimientos corres-
pondientes13». Y es en dos de estos sentimientos, el temor
a los vivos y el temor a los muertos, donde encuentra el
origen del gobierno político y del gobierno religioso14. Es
cierto que admite que una vez formada la sociedad reac-
ciona sobre los individuos15. Pero de ello no se deduce que
tenga el poder de engendrar directamente el menor hecho
social; desde este punto de vista sólo tiene eficacia causal
a través de la mediación de los cambios que determina en
cada individuo. Por lo tanto, es siempre a partir de la
naturaleza humana, sea primitiva, sea derivada, de donde
todo se origina. Además, esta acción que el cuerpo social
11
Ibíd., 335.
12
Principes de sociologie, I, 14, 15.
13
Ob. cit., I, 583.
14
Ibíd., 582.
15
Ibíd., 18.
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ejerce sobre sus miembros no puede tener nada de espe-
cífica, ya que los fines políticos no son nada en sí mismos,
sino una mera expresión resumida de los fines individua-
les16. No puede ser, por lo tanto, más que una especie de
retorno de la actividad privada sobre sí misma. Sobre todo
no se ve en qué pueda consistir en las sociedades indus-
triales, que precisamente tienen por objeto restituir el
individuo a sí mismo y a sus impulsos naturales, desem-
barazándole de toda presión social.
Este principio no está solamente en la base de las gran-
des doctrinas de sociología general; inspira igualmente un
gran número de teorías particulares. Así se explica habi-
tualmente la organización doméstica por los sentimientos
que los padres tienen hacia sus hijos y los segundos res-
pecto a los primeros; la institución del matrimonio, por
las ventajas que presenta para los esposos y su descen-
dencia; la pena, por la rabia que ocasiona en el individuo
toda lesión grave de sus intereses. Toda la vida económi-
ca, tal como la conciben y explican los economistas, sobre
todo los de la escuela ortodoxa, es, en definitiva, depen-
diente de ese factor puramente individual, que es el deseo
de riqueza. ¿Qué decir de la moral? Se hace de los deberes
del individuo hacia sí mismo la base de la ética. ¿Y de la
religión? Se ve en ella un producto de las impresiones que
las grandes fuerzas de la naturaleza o algunas personali-
dades eminentes despiertan en el hombre, etc., etc.
Pero este método no es aplicable a los fenómenos
sociológicos más que a condición de desnaturalizarlos.
Para tener la prueba basta con remitirse a la definición
que de ellos hemos dado. Puesto que su característica
esencial consiste en el poder que ejercen desde el exterior,
en la presión sobre las conciencias individuales, esto es así
porque no derivan de ellas, y en consecuencia, la sociolo-
gía no es un corolario de la psicología. Pues este poder
coactivo testimonia que expresan una naturaleza diferen-
16
«La sociedad existe para el provecho de sus miembros, los
miembros no existen para el provecho de la sociedad...»: los derechos
del cuerpo político no son nada en sí mismos, sólo se convierten en
algo a condición de encarnar los derechos de los individuos que lo
componen» (ob. cit., II, 20).
—223—
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te de la nuestra, ya que no penetran en nosotros más que
a la fuerza o, al menos ejerciendo sobre nosotros un peso
más o menos pesado. Si la vida social no fuera más que
una prolongación del ser individual, no se la vería remon-
tar así hacia su fuente e invadirla impetuosamente. Ya que
la autoridad ante la que se inclina el individuo cuando
actúa, siente o piensa socialmente le domina hasta ese
punto, es porque es un producto de fuerzas que le superan
y de las que, en consecuencia, él no puede rendir cuenta.
No es de él de donde puede venir esta presión exterior que
sufre; y no es lo que pasa en él lo que la puede explicar. Es
cierto que no somos incapaces de presionarnos a nosotros
mismos; podemos contener nuestras tendencias, nuestras
costumbres, incluso nuestros instintos y parar su desarro-
llo por un acto de inhibición. Pero los movimientos inhi-
bitorios no deberían ser confundidos con los que consti-
tuyen la coerción social. El processus de los primeros es
centrífugo; el de los segundos, centrípeto. Los unos se ela-
boran en la conciencia individual y tienden de inmediato
a exteriorizarse; los otros son primero externos al indivi-
duo, al que de inmediato tienden a conformar desde fue-
ra a imagen de esos hechos. La inhibición es, si se quiere,
el medio por el que la coacción social produce sus efectos
psíquicos; pero no es la coacción misma.
Ahora bien, descartado el individuo, sólo queda la
sociedad; es, por tanto, en la naturaleza de la sociedad
misma donde hay que ir a buscar la explicación de la vida
social. Se concibe, en efecto, que, puesto que sobrepasa
infinitamente al individuo en el tiempo y en el espacio,
esté en posición de imponerle las maneras de actuar y de
pensar que ha consagrado con su autoridad. Esta presión,
que es el signo distintivo de los hechos sociales, es la que
ejercen todos sobre cada uno.
Pero, se dirá, puesto que los únicos elementos de los
que está formada la sociedad son los individuos, el origen
primero de los fenómenos sociológicos sólo puede ser psi-
cológico. Razonando así, se puede también establecer
fácilmente que los fenómenos biológicos se explican ana-
líticamente a través de los fenómenos inorgánicos. En
efecto, es cierto que no hay en la célula viva más que molé-
culas de materia bruta. Simplemente se han asociado, y es
esta asociación la causa de esos fenómenos nuevos que
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caracterizan la vida y en los que es imposible encontrar
siquiera el germen en cada uno de los elementos asocia-
dos. El todo no es idéntico a la suma de sus partes, es otra
cosa diferente, y cuyas propiedades difieren de las que
presentan las partes que lo componen. La asociación no
es, como se ha creído algunas veces, un fenómeno en sí
mismo infecundo, que consistiría simplemente en estable-
cer relaciones externas entre los hechos ya dados y las
propiedades constituidas. ¿No es, al contrario, la fuente
de todas las novedades que se han producido sucesiva-
mente en el curso de la evolución general de las cosas?
¿Qué diferencias hay entre los organismos inferiores y los
demás, entre el ser vivo organizado y el simple protoplas-
ma, entre éste y las moléculas inorgánicas que le compo-
nen, sino diferencias de asociación? Todos estos seres, en
última instancia, se resuelven en elementos de la misma
naturaleza; pero esos elementos están aquí yuxtapuestos,
allá asociados, aquí asociados de una manera, allá de otra.
Tenemos derecho a preguntarnos si esta ley no penetra en
el mundo mineral y si las diferencias que separan los
cuerpos inorgánicos no tienen el mismo origen.
En virtud de este principio, la sociedad no es una sim-
ple suma de individuos, sino que el sistema formado por
su asociación representa una realidad específica que tiene
sus caracteres propios. Sin duda, no puede producirse
nada colectivo si no están dadas las conciencias particula-
res, pero esta condición necesaria no es suficiente. Es
necesario, además, que estas conciencias estén asociadas,
combinadas, y combinadas de una determinada manera;
de esta combinación resulta la vida social y, por consi-
guiente, es esta combinación la que la explica. Al agregar-
se, al penetrarse, al fusionarse, las almas individuales dan
nacimiento a un ser, psíquico si se quiere, pero que cons-
tituye una individualidad psíquica de un género nuevo17.
Es, por tanto, en la naturaleza de esta individualidad, no
17
He aquí en qué sentido y por qué razones se puede y se debe
hablar de una conciencia colectiva distinta de las conciencias indivi-
duales. Para justificar esta distinción no es necesario hipostasiar la pri-
mera; es una cosa especial y debe ser designada por un término espe-
cial, simplemente porque los estados que la constituyen difieren
—225—
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en la de las unidades que la componen, donde hay que ir
a buscar las causas próximas y determinantes de los
hechos que se producen en ella. El grupo piensa, siente,
actúa de forma completamente diferente a como lo harían
sus miembros si estuvieran aislados. Si se parte de estos
últimos, no se podrá comprender nada de lo que pasa en
el grupo. En una palabra, hay entre la psicología y la
sociología la misma solución de continuidad que entre la
biología y las ciencias físico-químicas. En consecuencia,
siempre que se explique un fenómeno social directamente
por un fenómeno psíquico, podemos estar seguros de que
la explicación es falsa.
Quizás se responda que si la sociedad, una vez consti-
tuida es, en efecto, la causa próxima de los fenómenos
sociales, las causas que han determinado su formación
son de naturaleza psicológica. Se admite que cuando los
individuos están asociados, su asociación pueda originar
el nacimiento de una vida nueva, pero se pretende que
aquella no tiene lugar más que por causas individua-
les. — Pero en realidad, por mucho que nos remontemos
en la historia, el hecho de la asociación es el más obliga-
torio de todos; pues es la fuente de todas las demás obli-
gaciones. A consecuencia de mi nacimiento, estoy obliga-
toriamente ligado a un pueblo determinado. Se dice que a
continuación, una vez adulto, consiento en esta obliga-
ción por el simple hecho de que continúo viviendo en mi
país. Pero ¿qué importa? Este consentimiento no le quita
su carácter imperativo. Una presión aceptada y asumida
de buen grado no deja de ser una presión. Además ¿cuál
puede ser el alcance de tal adhesión? En primer lugar es
forzada, ya que en la inmensa mayoría de los casos nos es
material y moralmente imposible despojarnos de nuestra
nacionalidad; tal tipo de cambio se considera general-
específicamente de los que constituyen las conciencias particulares.
Esta especificidad les viene de que no están formados por los mismos
elementos. Los unos, en efecto, resultan de la naturaleza del ser orgá-
nico-psíquico tomado aisladamente, los otros de la combinación de
una pluralidad de seres de este género. Las resultantes no pueden dejar
de diferir, ya que los componentes difieren en ese punto. Por lo demás,
nuestra definición de hecho social no hacía más que señalar, de otra
manera, esta línea de demarcación.
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mente como una apostasía. Además, no puede referirse al
pasado, que no ha podido ser consentido y que, sin embar-
go, determina el presente: yo no he querido la educación
que he recibido, y sin embargo, es ella la que me une al
suelo natal más que cualquier otra causa. Por último, no
podría tener valor moral para el futuro en la medida en
que es desconocido. Yo no conozco todos los deberes que
puedan afectarme un día u otro en mi calidad de ciuda-
dano, ¿cómo podré aceptarlos de antemano? Ahora bien,
todo lo que es obligatorio, ya lo hemos demostrado, tiene
su origen fuera del individuo. A lo largo de la historia el
hecho de la asociación presenta el mismo carácter que los
demás, y por consiguiente, se explica de la misma mane-
ra. Por otro lado, como todas las sociedades han nacido de
otras sociedades sin solución de continuidad, se puede
asegurar que, en todo el curso de la evolución social, no
ha habido un momento en el que los individuos hayan
tenido verdaderamente que deliberar para saber si entra-
rían o no en la vida colectiva, y si entrarían en ésta mejor
que en aquélla. Para que esta cuestión pudiera plantearse,
sería necesario remontarse hasta los orígenes primeros de
toda sociedad. Sin embargo, las soluciones, siempre
inciertas, que pueden darse a tales problemas no podrían
en ningún caso afectar al método según el cual deben ser
tratados los hechos dados en la historia. Por lo tanto no
entraremos a discutirlos.
Pero se confundiría singularmente respecto de nuestro
pensamiento, quien de lo que precede sacara la conclu-
sión de que la sociología, según nosotros, debe o incluso
puede hacer abstracción del hombre y de sus facultades.
Al contrario, está claro que los caracteres generales de la
naturaleza humana entran en el trabajo de elaboración de
donde resulta la vida social. Solamente que no son ellos
quienes la suscitan ni quienes le dan su forma especial, no
hacen más que posibilitarla. Las representaciones, las
emociones, las tendencias colectivas no tienen como cau-
sas generadoras ciertos estados de la conciencia de los
particulares, sino las condiciones en las que se encuentra
el cuerpo social en su conjunto. Sin duda, no pueden rea-
lizarse más que si las naturalezas individuales no son
refractarias; pero éstas no son más que la materia inde-
terminada que el factor social determina y transforma. Su
—227—
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contribución consiste exclusivamente en estados muy
generales, en predisposiciones vagas, y, por consiguiente,
plásticas que, por sí mismas, no podrían tomar las formas
definidas y complejas que caracterizan los fenómenos
sociales si no interviniesen otros agentes.
¡Qué abismo, por ejemplo, entre los sentimientos que
el hombre siente ante fuerzas superiores a la suya y la ins-
titución religiosa con sus creencias, sus prácticas tan
abundantes y complicadas, su organización material y
moral; entre las condiciones psíquicas de simpatía que
dos seres de la misma sangre sienten el uno por el otro18
y este conjunto tupido de reglas jurídicas y morales que
determinan la estructura de la familia, las relaciones de las
personas entre sí, de las cosas con las personas, etc.! Hemos
visto que incluso cuando la sociedad se reduce a un gentío
desorganizado, los sentimientos colectivos que se forman
pueden, no solamente no parecerse, sino ser opuestos a la
media de los sentimientos individuales. ¡Cuánto más consi-
derable aún debe ser la diferencia cuando la presión que
experimenta el individuo es la de una sociedad regular en
donde a la acción de los contemporáneos se añade la de las
generaciones anteriores y la de la tradición! Por tanto, una
explicación puramente psicológica de los hechos sociales
no puede por menos que dejar escapar todo lo que tienen
de específico, es decir, de social.
Lo que ha ocultado a los ojos de tantos sociólogos la
insuficiencia de este método es que tomando el efecto por la
causa, les ha sucedido con frecuencia el asignar como con-
diciones determinantes de los fenómenos sociales determi-
nados estados psíquicos, relativamente definidos y especia-
les, pero que de hecho constituyen su consecuencia. Así se
ha considerado como innato al hombre cierto sentimiento
de religiosidad, un minimum de celos sexuales, de piedad
filial, de amor paternal, etc., y a través de esto se ha querido
explicar la religión, el matrimonio, la familia. Sin embargo,
la historia demuestra que estas inclinaciones, lejos de ser
inherentes a la naturaleza humana, o bien están totalmente
ausentes en algunas circunstancias sociales, o presentan
18
En la medida en que tal simpatía exista antes de toda vida social.
Véase sobre este punto Espinas, Societés animales, 474.
—228—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 229
tales variaciones de una sociedad a otra, que el residuo que
se obtiene eliminando todas esas diferencias, y que sólo pue-
de ser considerado como de origen psicológico, se reduce a
algo tan vago y esquemático que deja a una distancia infini-
ta los hechos que trata de explicar. Por lo tanto, estos senti-
mientos provienen de la organización colectiva, lejos de ser
su fundamento. Incluso no está probado del todo que la ten-
dencia a la sociabilidad haya sido, desde el origen, un ins-
tinto congénito del género humano. Es mucho más natural
ver en ella un producto de la vida social, que se ha organi-
zado lentamente en nosotros, pues es un hecho observado
que los animales son o no son sociables según que las dis-
posiciones de sus hábitats les obliguen a la vida común, o les
aparten de ella. —Y todavía hay que añadir que incluso
entre las inclinaciones más determinadas y la realidad social
la diferencia sigue siendo considerable.
Además hay un medio de aislar casi completamente el
factor psicológico de manera que se pueda precisar la
extensión de su acción; consiste en investigar de qué mane-
ra la raza afecta a la evolución social. En efecto, las carac-
terísticas étnicas son de tipo orgánico-psíquico. La vida
social debe, por tanto, variar cuando éstas varían, si los
fenómenos psicológicos tienen la eficacia causal que se les
atribuye sobre la sociedad. Ahora bien, no conocemos nin-
gún fenómeno social que dependa indiscutiblemente de la
raza. Sin duda, no podríamos atribuir el valor de ley a esta
proposición, pero al menos podemos afirmarla como un
hecho constante de nuestra práctica. Las formas de orga-
nización más diversas se encuentran en sociedades de la
misma raza, mientras que similitudes llamativas se obser-
van en sociedades de razas diferentes. La ciudad existió
entre los fenicios, igual que entre los romanos y los grie-
gos; se la encuentra en vías de formación entre los cabile-
ños. La familia patriarcal estaba casi tan desarrollada en
los judíos como en los hindúes, pero no se encuentra en los
eslavos, que sin embargo son de raza aria. En cambio, el
tipo familiar que se encuentra en ellos existe también entre
los árabes. La familia matriarcal y el clan se dan en todas
partes. Los pormenores de las pruebas judiciales, de las
ceremonias nupciales son los mismos en los pueblos más
diferentes desde el punto de vista étnico. Si esto es así, es
porque la aportación psíquica es demasiado general para
—229—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 230
predeterminar el curso de los fenómenos sociales. Como
esa aportación no implica una forma social antes que otra,
no puede explicar ninguna. Hay, es verdad, cierto número
de hechos a los que es usual atribuirles la influencia de la
raza. Así se explica particularmente cómo el desarrollo de
las letras y de las artes ha sido tan rápido y tan intenso en
Atenas, y tan lento y mediocre en Roma. Pero esta inter-
pretación de los hechos, por ser clásica, no ha sido jamás
metódicamente demostrada y parece que obtiene casi toda
su autoridad de la tradición. Ni siquiera se ha intentado
ver si una explicación sociológica de los mismos fenóme-
nos es posible; estamos convencidos de que podría ser
intentada con éxito. En suma, cuando atribuimos con tal
rapidez a las facultades estéticas congénitas el carácter
artístico de la civilización ateniense, se procede más o
menos como hacía la Edad Media cuando explicaba el fue-
go a través del flogisto y los efectos del opio por su virtud
dormitiva.
En fin, si verdaderamente la evolución social tuviera su
origen en la constitución psicológica del hombre, no
vemos cómo habría podido producirse. Ya que entonces
habría que admitir que tiene como motor algún resorte
interior de la naturaleza humana. Pero ¿cuál podría ser
este resorte? ¿Sería esa especie de instinto del que habla
Comte y que empuja al hombre a realizar cada vez más su
naturaleza? Pero esto es contestar a la pregunta con la
pregunta y explicar el progreso a través de una tendencia
innata al progreso, verdadera entidad metafísica de la
que, por lo demás, nada demuestra su existencia; pues las
especies animales, incluso las más avanzadas, no están
estimuladas por la necesidad de progresar y, entre las
sociedades humanas, hay muchas que se complacen en
permanecer indefinidamente estacionarias. ¿Será, como
parece creer Spencer, la necesidad de una felicidad mayor
que las formas cada vez más complejas de la civilización
estarían destinadas a conseguir de manera cada vez más
completa? Entonces habría que aceptar que la felicidad
crece con la civilización, pero ya hemos expuesto en otra
parte todas las dificultades que plantea esta hipótesis19.
19
Division du travail social, l. II, cap. I.
—230—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 231
Pero hay más; incluso si uno u otro de estos dos postula-
dos pudiera admitirse, el desarrollo histórico no se habría
vuelto, por ello, inteligible. Pues la explicación que de ello
resultara sería puramente finalista y hemos demostrado
antes que los hechos sociales, como todos los fenómenos
naturales, no pueden explicarse por el solo hecho de hacer
ver que sirven para algún fin. Cuando se ha probado clara-
mente que las organizaciones sociales, cada vez más sabias,
que se han sucedido a lo largo de la historia han tenido por
efecto satisfacer con mayor perfección tal o cual de nues-
tras inclinaciones fundamentales, no por ello se ha hecho
comprender cómo se han generado. El hecho de que fueran
útiles no nos explica lo que les ha hecho ser. Incluso si se
explicara cómo hemos llegado a imaginarlas y a hacer de
antemano el plan para representarnos los servicios que
podríamos esperar de ellas —y el problema ya es difícil—
los deseos de que así podrían ser objeto no tendrían la vir-
tud de sacarlas de la nada. En una palabra, admitiendo que
son los medios necesarios para conseguir el fin perseguido,
la cuestión sigue siendo la misma: ¿Cómo, es decir, de qué
y por qué estos medios han sido constituidos?
Llegamos, pues, a la siguiente regla: La causa determi-
nante de un hecho social debe ser buscada entre los hechos
sociales antecedentes, y no entre los estados de la concien-
cia individual. Por otra parte, se concibe fácilmente que
todo lo que precede se aplica a la determinación de la fun-
ción, al igual que a la de la causa. La función de un hecho
social no puede ser más que social, es decir, consiste en la
producción de efectos socialmente útiles. Sin duda, puede
suceder, y en efecto sucede, que de rechazo sirva también
al individuo. Pero este feliz resultado no es su razón de ser
inmediata. Podemos, por tanto, completar la proposición
precedente diciendo: La función de un hecho social debe
buscarse siempre en la relación que mantiene con algún fin
social.
Los sociólogos han ignorado con frecuencia esta regla
y han considerado los fenómenos sociales desde un punto
de vista demasiado psicológico; por eso, sus teorías a
muchos les parecen demasiado vagas, demasiado flotan-
tes, demasiado alejadas de la naturaleza especial de las
cosas que creen explicar. El historiador, en particular, que
vive en la intimidad de la realidad social, no puede dejar
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15-05* 30/11/05 11:18 Página 232
de sentir con fuerza hasta qué punto esas interpretaciones
demasiado generales son impotentes para conjuntarse
con los hechos; y esto es sin duda lo que ha producido, en
parte, el recelo que la historia con frecuencia ha manifes-
tado respecto de la sociología. Esto no quiere decir, desde
luego, que el estudio de los hechos psíquicos no sea indis-
pensable al sociólogo. Si la vida colectiva no deriva de la
vida individual, la una y la otra están estrechamente relacio-
nadas; si la segunda no puede explicar la primera, puede,
al menos, facilitar su explicación. Primero, como hemos
demostrado, es incuestionable que los hechos sociales son
producidos por una elaboración sui generis de hechos psí-
quicos. Pero, además, esta misma elaboración no dejar de
tener analogías con la que se produce en cada conciencia
individual y que transforma progresivamente los elemen-
tos primarios (sensaciones, reflejos, instintos) de que está
originariamente constituida. No sin razón se ha podido
decir del yo que era él mismo una sociedad, con el mismo
título que el organismo, aunque de otra manera, y hace ya
mucho tiempo que los psicólogos han señalado toda la
importancia del factor asociación para la explicación de la
vida del espíritu. Una cultura psicológica, aún más que
una cultura biológica, constituye, pues, para el sociólogo
una propedéutica necesaria; pero sólo le será útil a condi-
ción de que se libere de ella después de haberla adquirido
y que la sobrepase completándola con una cultura espe-
cialmente sociológica. Es preciso que renuncie a hacer de
la psicología, de alguna forma, el centro de sus operacio-
nes, el punto del que deben partir y al que deben volver las
incursiones que emprenda en el mundo social y que se
establezca en el corazón mismo de los hechos sociales,
para observarlos de frente y sin intermediarios, sin pedir
a la ciencia del individuo más que una preparación gene-
ral y, llegado el caso, unas útiles sugerencias20.
20
Los fenómenos psíquicos no pueden tener consecuencias socia-
les más que cuando están tan íntimamente unidos a los fenómenos
sociales que la acción de unos y otros se confunda necesariamente.
Éste es el caso de algunos hechos socio-psíquicos. Así, un funcionario
es una fuerza social, pero al mismo tiempo es un individuo. Resulta de
ello que puede servirse de la energía social que detenta en un sentido
determinado por su naturaleza individual, y por eso, puede tener una
—232—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 233
III
Como los hechos de la morfología social son de la mis-
ma naturaleza que los fenómenos fisiológicos, deben
explicarse según esta misma regla que acabamos de enun-
ciar. Sin embargo, de todo lo precedente resulta que jue-
gan un papel preponderante en la vida colectiva, y por
consiguiente, en las explicaciones sociológicas.
En efecto, si la condición determinante de los fenóme-
nos sociales consiste, como hemos demostrado, en el mis-
mo hecho de la asociación, aquéllos deben variar con las
formas de esta asociación, es decir, siguiendo las maneras
según estén agrupadas las partes constitutivas de la socie-
dad. Puesto que, por otro lado, el conjunto determinado
que forman por su reunión los elementos de toda natura-
leza que entran en la composición de una sociedad cons-
tituye su medio interno, del mismo modo que el conjunto
de elementos anatómicos, con la manera en que están dis-
puestos en el espacio, constituye el medio interno de los
organismos se podrá decir: El origen primero de todo pro-
ceso social de alguna importancia debe buscarse en la cons-
titución del medio social interno.
Es incluso posible precisar más. En efecto, los elemen-
tos que componen este medio son de dos clases: las cosas
y las personas. Entre las cosas hay que comprender, ade-
más de los objetos materiales que están incorporados a la
sociedad, los productos de la actividad social anterior, el
derecho constituido, las costumbres establecidas, los
monumentos literarios, artísticos, etc. Pero está claro que
no es ni de los unos ni de los otros de donde puede venir
influencia sobre la constitución de la sociedad. Esto ocurre con los
hombres de Estado, y más generalmente con los genios. Incluso cuan-
do éstos no desempeñen una función social, obtienen de los senti-
mientos colectivos de que son objeto una autoridad que es también una
fuerza social y que pueden, en cierta medida, poner al servicio de ideas
personales. Pero se ve que estos casos se deben a accidentes individua-
les y, por consiguiente, no pueden afectar a los rasgos constitutivos de
la especie social, que es el único objeto de ciencia. La restricción al
principio enunciado más arriba no es, por lo tanto, de gran importan-
cia para el sociólogo.
—233—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 234
el impulso que determine las transformaciones sociales;
pues no encierran ninguna fuerza motriz. Hay, segura-
mente, motivo para tenerlos en cuenta en las explicacio-
nes que se intenten. Ejercen cierto peso en la evolución
social cuya velocidad y dirección varían a tenor de lo que
ellos sean; pero no tienen nada de lo que es necesario para
ponerla en marcha. Son la materia a la que se aplican las
fuerzas vivas de la sociedad, pero no generan por sí mis-
mas ninguna fuerza viva. Lo único que queda, pues, como
factor activo es el medio propiamente humano.
El esfuerzo principal del sociólogo deberá, por lo tan-
to, tender a descubrir las diferentes propiedades de este
medio que son susceptibles de ejercer una acción sobre el
curso de los fenómenos sociales. Hasta el presente, hemos
encontrado dos series de caracteres que responden de
manera eminente a esta condición: el número de unidades
sociales o, como también hemos dicho, el volumen de la
sociedad, y el grado de concentración de la masa o lo que
hemos llamado la densidad dinámica. Por esta última
expresión hay que entender, no el agrupamiento pura-
mente material del agregado, que no puede tener efecto si
los individuos o más bien los grupos de individuos per-
manecen separados por vacíos morales, sino el agrupa-
miento moral, del cual el precedente no es más que el
auxiliar, y con bastante frecuencia, la consecuencia. La
densidad dinámica puede definirse, a igual volumen, en
función del número de individuos que efectivamente están
en relaciones, no sólo comerciales, sino también morales;
es decir que no solamente intercambian servicios o se
hacen la competencia, sino que viven una vida común.
Porque como las relaciones puramente económicas sepa-
ran a los hombres unos de otros, se las puede tener de for-
ma continuada sin por ello participar de la misma exis-
tencia colectiva. Los negocios que se entablan por encima
de las fronteras que separan a los pueblos no hacen desa-
parecer esas fronteras. Ahora bien, la vida común sólo
puede ser influida por el número de los que colaboran efi-
cazmente en ella. Por esto, lo que mejor expresa la densi-
dad dinámica de un pueblo es el grado de coalescencia de
los segmentos sociales. Pues si cada agregado parcial for-
ma un todo, una individualidad distinta, separada de las
otras por una barrera, es porque la acción de sus miem-
—234—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 235
bros en general queda localizada en ella; si, al contrario,
esas sociedades parciales están todas confundidas en el
seno de la sociedad total, o tienden a confundirse en ella,
es porque, en la misma medida, el círculo de la vida social
se ha ampliado.
Respecto a la densidad material —si al menos se entien-
de por esto no solamente el número de habitantes por uni-
dad de superficie, sino el desarrollo de las vías de comuni-
cación y de transmisión— marcha de ordinario al mismo
paso que la densidad dinámica, y, en general, puede servir
para medirla. Pues si las diferentes partes de la población
tienden a aproximarse, es inevitable que abran vías que per-
mitan esta aproximación, y, por otro lado, las relaciones no
pueden establecerse entre puntos distantes de la masa
social más que si esta distancia no es un obstáculo, es decir,
si de hecho se suprime. Sin embargo, hay excepciones21 y
nos expondríamos a serios errores si se juzgara siempre la
concentración moral de una sociedad según el grado de
concentración material que presenta. Las carreteras, las
líneas férreas, etc., pueden servir más al movimiento de los
negocios que a la fusión de las poblaciones, que no expre-
san en tal caso más que muy imperfectamente. Es el caso
de Inglaterra, cuya densidad material es superior a la de
Francia, y donde, sin embargo la coalescencia de segmen-
tos está mucho menos avanzada, como lo prueba la persis-
tencia del espíritu local y de la vida regional.
Hemos mostrado en otro lugar cómo todo incremento
en el volumen y en la densidad dinámica de las socieda-
des, haciendo la vida social más intensa, extendiendo el
horizonte que cada individuo alcanza con su pensamien-
to y llena con su acción, modifica profundamente las con-
diciones fundamentales de la existencia colectiva. No
tenemos que volver sobre la aplicación que hemos hecho
entonces de este principio. Añadamos solamente que nos
21
Hemos cometido el error, en nuestra obra Division du travail, de
presentar con demasiada contendencia la densidad material como la
expresión exacta de la densidad dinámica. Sin embargo la sustitución
de la segunda por la primera, es absolutamente legítima en todo lo que
concierne a los efectos económicos de la densidad dinámica, por ejem-
plo la división del trabajo como hecho puramente económico.
—235—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 236
ha servido para tratar no sólo la cuestión, todavía muy
general, que constituye el objeto de este estudio, sino
muchos otros problemas más especiales y que hemos
podido verificar así su exactitud por un número ya respe-
table de experiencias. De todos modos, no podemos creer
que hayamos encontrado todas las particularidades del
medio social que son susceptibles de interpretar un papel
en la explicación de los hechos sociales. Todo lo que pode-
mos decir es que son las únicas que hemos percibido y que
no nos hemos visto llevados a investigar otras.
Pero esta especie de preponderancia que atribuimos al
medio social, y más particularmente al medio humano, no
implica que se tenga que ver en ella una especie de hecho
último y absoluto más allá del cual no es posible remon-
tarse. Es evidente, al contrario, que el estado en que se
encuentra en cada momento histórico depende de causas
sociales, algunas de las cuales son inherentes a la propia
sociedad, mientras que otras se deben a las acciones y a
las reacciones que se intercambian entre esta sociedad y
sus vecinas. Además, la ciencia no admite causas primeras
en el sentido absoluto de la palabra. Para ella un hecho es
primario simplemente cuando es lo suficientemente gene-
ral como para explicar gran número de otros hechos. Aho-
ra bien, el medio social es desde luego un factor de este
género; pues los cambios que se producen en él, cuales-
quiera que sean las causas, repercuten en todas las direc-
ciones del organismo social y no pueden dejar de afectar
más o menos a todas sus funciones.
Lo que acabamos de decir del medio general de la
sociedad puede repetirse de los medios especiales de cada
uno de los grupos particulares que encierra. Por ejemplo,
según sea más o menos voluminosa la familia, o esté más
o menos replegada sobre sí misma, la vida doméstica será
totalmente diferente. Del mismo modo, si las corporacio-
nes profesionales se reestablecen de manera que cada una
de ellas se ramifique por toda la extensión del territorio en
lugar de permanecer cerrada, como antaño, en los límites
de una ciudad, la acción que ejercerán será muy diferente
a la que ejercieron en otros tiempos. En términos más
generales, la vida profesional será totalmente diferente
según que el medio propio de cada profesión esté fuerte-
mente constituido o que su trama sea débil, como es hoy
—236—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 237
en día. Sin embargo, la acción de estos medios particula-
res no puede tener la importancia del medio general; pues
ellos mismos están sometidos a la influencia de este últi-
mo. A la postre, siempre hay que volver a éste. La presión
que ejerce sobre estos grupos parciales es lo que hace
variar su constitución.
Esta concepción del medio social como factor deter-
minante de la evolución colectiva es de la mayor impor-
tancia. Pues, si se la rechaza, la sociología estará imposi-
bilitada para establecer cualquier relación de causalidad.
En efecto, descartado este orden de causas, no existen
condiciones concomitantes de las que puedan depender
los fenómenos sociales; pues si el medio social externo, es
decir, el que está formado por las sociedades circundan-
tes, es capaz de tener alguna influencia, casi sólo puede
hacerlo sobre las funciones que tienen por objeto el ata-
que y la defensa y, además, casi sólo puede hacer sentir su
influencia a través de la intermediación del medio social
interno. Las principales causas del desarrollo histórico no
se encontrarían, por tanto, entre los circumfusa, sino en el
pasado. Formarían ellas mismas parte de este desarrollo,
del que constituirían simplemente las fases más antiguas.
Los acontecimientos actuales de la vida social derivarán
no del estado actual de la sociedad, sino de los aconteci-
mientos anteriores, de los precedentes históricos, y las
explicaciones sociológicas consistirían exclusivamente en
vincular el presente con el pasado.
Puede parecer, es cierto, que esto es suficiente. ¿No se
dice corrientemente que la historia tiene precisamente el
objeto de encadenar los acontecimientos según su orden
de sucesión? Pero es imposible concebir cómo el estado
en que la civilización se encuentra desarrollada en un
momento dado, puede ser la causa determinante del esta-
do siguiente. Las etapas que recorre sucesivamente la
humanidad no se engendran las unas a las otras. Se
entiende bien que los progresos realizados en una época
determinada en el orden jurídico, económico, político,
etc., hacen posibles nuevos progresos, pero ¿en qué los
predeterminan? Son un punto de partida que permite ir
más lejos; pero ¿qué es lo que nos incita a ir más lejos?
Habría que admitir, entonces, una tendencia interna que
empuja a la humanidad a superar sin cesar los resultados
—237—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 238
adquiridos, sea para realizarse completamente, sea para
acrecentar su felicidad, y el objeto de la sociología sería
encontrar el orden según el cual se ha desarrollado esta
tendencia. Pero, sin volver sobre las dificultades que
implica tal hipótesis, en todo caso la ley que expresa ese
desarrollo no puede tener nada de causal. Una relación de
causalidad, en efecto, sólo puede establecerse entre dos
hechos dados; ahora bien, esta tendencia, que es conside-
rada la causa de este desarrollo, no está dada; sólo está
postulada y construida por el intelecto según los efectos
que se le atribuyan. Es una especie de facultad motriz que
imaginamos bajo el movimiento, para dar cuenta del mis-
mo, pero la causa eficiente de un movimiento no puede ser
más que otro movimiento, no una virtualidad de ese géne-
ro. Todo lo que alcanzamos experimentalmente en este
caso es una serie de cambios entre los cuales no existe nin-
gún lazo causal. El estado antecedente no produce el con-
secuente, sino que la relación entre ellos es exclusivamen-
te cronológica. Por tanto, en estas condiciones, toda
previsión científica es imposible. Podemos decir cómo las
cosas se han sucedido hasta el presente, no en qué orden
se sucederán en lo sucesivo, porque la causa de la que se
supone dependen no está científicamente determinada, ni
es determinable. Es cierto que de ordinario se admite que
la evolución proseguirá en el mismo sentido que en el
pasado, pero esto se piensa en virtud de un simple postu-
lado. Nada nos asegura que los hechos realizados expresen
tan completamente la naturaleza de esta tendencia como
para que podamos prejuzgar la meta a la que aspira según
aquellos por los que ha pasado sucesivamente. ¿Por qué la
dirección que sigue y que imprime ha de ser rectilínea?
He aquí por qué, de hecho, el número de las relaciones
causales establecidas por los sociólogos resulta ser tan res-
tringido. Con algunas excepciones, de las que Montesquieu
es el más ilustre ejemplo, la antigua filosofía de la historia
únicamente se ha comprometido a descubrir el sentido
general en el que se orienta la humanidad, sin intentar
conectar las fases de esta evolución con ninguna condición
concomitante. Por grandes que sean los servicios que Com-
te haya prestado a la filosofía social, los términos en los
que plantea el problema sociológico no difieren de los
anteriores. Así, su famosa ley de los tres estados no tiene
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15-05* 30/11/05 11:18 Página 239
nada de relación de causalidad; aunque fuera exacta, ni es
ni puede ser más que empírica. Constituye una mirada
sumaria sobre la historia transcurrida del género humano.
Es completamente arbitrario que Comte considere al tercer
estado como el estado definitivo de la humanidad. ¿Quién
nos dice que no surgirá otro en el futuro? En fin, la ley que
domina la sociología de Spencer no parece tener diferente
naturaleza. Aunque fuera cierto que tendemos actualmente
a buscar nuestra felicidad en una civilización industrial,
nada nos asegura que más adelante no la busquemos en
otro lugar. Ahora bien, lo que constituye la generalidad y la
persistencia de este método es que casi siempre se ha visto
en el medio social un intermediario a través del que se rea-
liza el progreso, no la causa que lo determina.
Por otro lado, es igualmente en relación a este mismo
medio como debe medirse el valor útil o, como hemos
dicho, la función de los fenómenos sociales. Entre los cam-
bios de los que el medio es causa, son útiles aquellos que
están en relación con el estado en que se encuentra, ya que
es la condición esencial de la existencia colectiva. Todavía
desde este punto de vista la concepción que acabamos de
exponer es, creemos, fundamental; pues sólo ella permite
explicar cómo el carácter útil de los fenómenos sociales
puede variar sin depender, sin embargo, de disposiciones
arbitrarias. Si, en efecto, se representa la evolución histó-
rica como movida por una especie de vis a tergo que empu-
ja a los hombres hacia adelante, ya que una tendencia
motriz no puede tener más que un fin, y uno sólo, no pue-
de existir más que un punto de referencia en relación al
cual se calcule la utilidad o la nocividad de los fenómenos
sociales. De esto resulta que no existe ni puede existir más
que un solo tipo de organización social que se adapte per-
fectamente a la humanidad, y que las diferentes sociedades
históricas no son más que aproximaciones sucesivas a este
único modelo. No es necesario mostrar hasta qué punto tal
simplicidad es hoy día inconciliable con la variedad y la
complejidad reconocidas de las formas sociales. Si, al con-
trario, la conveniencia o la falta de conveniencia de las ins-
tituciones no puede establecerse más que en relación a un
medio dado, como estos medios son diferentes, habrá por
lo tanto una diversidad de puntos de referencia, y por con-
siguiente de tipos que, siendo cualitativamente distintos
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15-05* 30/11/05 11:18 Página 240
unos de otros, estarán igualmente basados en la naturale-
za de los medios sociales.
La cuestión que acabamos de tratar está, por tanto,
estrechamente vinculada con la que trata de la constitu-
ción de los tipos sociales. Si hay especies sociales es por-
que la vida colectiva depende antes que nada de las con-
diciones concomitantes que presentan cierta diversidad. Si,
por el contrario, las principales causas de los aconteci-
mientos sociales estuvieran todas en el pasado, cada pueblo
no sería más que la prolongación del que le ha precedido y
las diferentes sociedades perderían su individualidad para
no ser más que momentos diversos de un solo y mismo
desarrollo. Puesto que, por otro lado, la constitución del
medio social resulta del modo de combinación de los
agregados sociales, hasta el punto de que estas dos expre-
siones son en el fondo sinónimas, tenemos ahora la prue-
ba de que no hay caracteres más esenciales que los que
hemos señalado como base de la clasificación sociológica.
En fin, se debe comprender ahora mejor que antes lo
injusto que sería apoyarse sobre esas palabras de condi-
ciones exteriores y de medio, para acusar a nuestro méto-
do de buscar las fuentes de la vida fuera de lo vivo. Al con-
trario, las consideraciones que se acaban de leer se
reducen a la idea de que las causas de los fenómenos
sociales son internas a la sociedad. Es más bien a la teoría
que hace derivar la sociedad del individuo a la que se pue-
de justamente reprochar el buscar extraer lo interior de lo
exterior, ya que explica el ser social a través de algo dis-
tinto de sí mismo, y lo más de lo menos, puesto que pre-
tende deducir el todo de la parte. Los principios prece-
dentes desconocen tan poco el carácter espontáneo de
todo lo vivo, que si se les aplica a la biología y a la psico-
logía se deberá admitir que también la vida individual se
elabora completamente en el interior del individuo.
IV
Del grupo de reglas que acaban de ser establecidas se
desprende una cierta concepción de la sociedad y de la
vida colectiva.
Hay dos teorías contrarias respecto a este punto.
—240—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 241
Para unos, como Hobbes y Rousseau, hay una solución
de continuidad entre el individuo y la sociedad. El hom-
bre es por naturaleza refractario a la vida en común, y no
puede resignarse a ésta sino a la fuerza. Los fines sociales
no son simplemente el punto de encuentro de los fines
individuales; les son más bien contrarios. Por tanto, para
llevar al individuo a perseguirlos es necesario ejercer
sobre él una coacción, y la labor social consiste sobre todo
en la institución y organización de esta coacción. Pero en
atención a que el individuo es considerado como la espe-
cífica y única realidad del reino humano, esta organiza-
ción, que tiene por objeto contrariarle y contenerle, no
puede ser concebida sino como artificial. No se funda en
la naturaleza, ya que está destinada a violentarla impi-
diéndola producir sus consecuencias antisociales. Es una
obra de arte, una máquina construida enteramente por los
hombres y que, como todos los productos de este género,
no es sino lo que es porque los hombres lo han querido
así; un decreto de la voluntad la ha creado, otro decreto
puede transformarla. Ni Hobbes ni Rousseau parecen
haber advertido todo lo que hay de contradictorio en
admitir que sea el propio individuo el autor de una máqui-
na que tiene como papel esencial dominarle y coaccionar-
le, o al menos les ha parecido que para hacer desaparecer
esta contradicción bastaba con disimularla a los ojos de
los que son sus víctimas mediante el hábil artificio del
pacto social.
Es en la idea opuesta en la que se han inspirado la
mayoría de los teóricos del derecho natural y los econo-
mistas, y más recientemente Spencer22. Para ellos la vida
social es esencialmente espontánea y la sociedad una cosa
natural. Pero si le confieren ese carácter, no es en razón de
que le reconozcan una naturaleza específica; es porque le
encuentran una base en la naturaleza del individuo. Al
igual que los pensadores mencionados antes, no ven en
ella un sistema de cosas que existe por sí mismo, en virtud
de causas que le son especiales. Pero mientras que aque-
llos no la conciben más que como un acuerdo convencio-
22
La posición de Comte sobre este asunto es de un eclecticismo
bastante ambiguo.
—241—
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nal que ningún lazo ata a la realidad y que se mantiene en
el aire, por decirlo así, éstos le dan por cimiento los ins-
tintos fundamentales del corazón humano. El hombre
está naturalmente inclinado a la vida política, doméstica,
religiosa, a los intercambios, etc., y es de estas inclina-
ciones naturales de donde deriva la organización social.
En consecuencia, donde sea normal no necesita impo-
nerse. Cuando recurre a la coacción, es porque no es lo
que debe de ser o que las circunstancias son anormales.
En principio, no hay más que dejar a las fuerzas indivi-
duales desarrollarse en libertad para que se organicen
socialmente.
Ninguna de estas doctrinas es la nuestra.
Sin duda hacemos de la coacción la característica de
todo hecho social. Sólo que esta coacción no resulta de
una maquinaria más o menos ingeniosa, destinada a ocul-
tar a los hombres las trampas en que se han atrapado ellos
mismos. Es simplemente debida a que el individuo se
encuentra en presencia de una fuerza que le domina y
ante la cual se inclina; pero esta fuerza es natural. No deri-
va de un arreglo convencional que la voluntad humana
haya sobreañadido completo a la realidad; sale de las
entrañas mismas de la realidad; es el producto necesario
de causas dadas. Además, para hacer que el individuo se
someta a ella con plena conformidad, no es necesario
recurrir a ningún artificio, basta con hacerle tomar con-
ciencia de su estado de dependencia y de inferioridad
naturales —sea que él se cree una representación sensible
y simbólica a través de la religión o que a través de la cien-
cia se llegue a formar una noción adecuada y definida.
Como la superioridad que la sociedad tiene sobre él no es
simplemente física, sino intelectual y moral, no tiene nada
que temer del libre examen, siempre que se haga de él un
uso correcto. La reflexión, haciendo comprender al hom-
bre hasta qué punto el ser social es más rico, más com-
plejo y más duradero que el ser individual, no puede sino
revelarle las razones inteligibles de la subordinación que
se le exige y los sentimientos de afecto y de respeto que la
costumbre ha fijado en su corazón23.
23
He aquí por qué no toda coacción es normal. Sólo merece este
—242—
15-05* 30/11/05 11:18 Página 243
Así pues, sólo una crítica singularmente superficial
podría reprochar a nuestra concepción de la coacción
social el reeditar las teorías de Hobbes y de Maquiavelo.
Pero, si contrariamente a estos filósofos, decimos que la
vida social es natural, esto no significa que encontremos
su fuente en la naturaleza del individuo; sino que deriva
directamente del ser colectivo, que es por sí mismo una
naturaleza sui generis; resulta de esa elaboración especial
a la que están sometidas las conciencias particulares por
el hecho de su asociación y de la que se desprende una
nueva forma de existencia24. Si, por tanto, reconocemos
con los unos que se presenta al individuo bajo el aspecto
de la coacción, admitimos con los otros que es un pro-
ducto espontáneo de la realidad; y lo que vincula lógica-
mente estos dos elementos, contradictorios en apariencia,
es que esta realidad de la que emana es superior al indivi-
duo. Es decir, que las palabras de coacción y de esponta-
neidad no tienen en nuestra terminología el sentido que
Hobbes da a la primera y Spencer a la segunda.
En resumen, a la mayoría de las tentativas que se han
hecho para explicar racionalmente los hechos sociales, se
les ha podido objetar o que hacían desvanecer toda idea
de disciplina social o que sólo conseguían mantenerla con
ayuda de subterfugios engañosos. Las reglas que acaba-
mos de exponer permitirían, por el contrario, hacer una
sociología que viese en el espíritu de disciplina la condi-
ción esencial de toda vida en común, fundamentando todo
esto en la razón y en la verdad.
nombre la que corresponde a alguna superioridad social, es decir, inte-
lectual o moral. Pero la que un individuo ejerce sobre otro porque es
más fuerte o más rico, sobre todo si esa riqueza no expresa su valor
social, es anormal y no puede mantenerse más que por la violencia.
24
Nuestra teoría es incluso más contraria a la de Hobbes que la del
derecho natural. En efecto para los partidarios de esta última doctrina,
la vida colectiva no es natural más que en la medida en que puede ser
deducida de la naturaleza individual. Ahora bien, sólo las formas más
generales de la organización social pueden, en rigor, ser derivadas de
este origen. En cuanto al detalle, está demasiado alejado de la extrema
generalidad de las propiedades psíquicas para poder ser relacionado
con ella; a los discípulos de esta escuela les parece tan artificial como
a sus detractores. Para nosotros, al contrario, todo es natural, incluso
las organizaciones más especiales, pues todo está fundado en la natu-
raleza de la sociedad.
—243—
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C VI
Reglas relativas a la administración de la prueba
No tenemos más que un medio de demostrar que un
fenómeno es causa de otro, que es comparar los casos en
que están simultáneamente presentes o ausentes y buscar
si las variaciones que presentan en estas diferentes com-
binaciones de circunstancias testimonian que el uno
depende del otro. Cuando pueden ser artificialmente pro-
ducidos a voluntad del observador, el método es la experi-
mentación propiamente dicha. Cuando, al contrario, la
producción de los hechos no está a nuestra disposición y
no podemos más que compararlos tal y como se han pro-
ducido espontáneamente, el método que se emplea es el
de la experimentación indirecta o método comparativo.
Hemos visto que la explicación sociológica consiste
exclusivamente en establecer relaciones de causalidad, ya
se trate de conectar un fenómeno con su causa, o al con-
trario, una causa con sus efectos útiles. Como, por otra
parte, los fenómenos sociales escapan evidentemente a la
acción del experimento, el método comparativo es el úni-
co que se adapta a la sociología. Comte, es cierto, no lo
consideró suficiente; creyó necesario completarlo con lo que
llama el método histórico; pero la causa de ello está en su
concepción particular de las leyes sociológicas. Según él,
éstas deben expresar principalmente no relaciones defini-
das de causalidad, sino el sentido en que se dirige la evo-
lución humana en general; no pueden por lo tanto ser des-
cubiertas con la ayuda de comparaciones, pues para
poder comparar las diferentes formas que toma un fenó-
meno social en los diferentes pueblos es necesario ha-
berlo separado de las series temporales a que pertenece.
—245—
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Ahora bien, si se comienza por fragmentar así el desarro-
llo humano, se estará en la imposibilidad de volver a
encontrar su continuación. Para lograrlo no conviene pro-
ceder a través del análisis, sino a través de largas síntesis.
Lo que hay que hacer es comparar los unos con los otros
y reunir en una misma intuición, de alguna manera, los
estados sucesivos de la humanidad de modo que se perci-
ba «el crecimiento continuo de cada disposición física,
intelectual, moral y política»1. Tal es la razón de ser de
este método que Comte llama histórico y que, por consi-
guiente, está desprovisto de todo objeto desde el momen-
to que se ha rechazado la concepción fundamental de la
sociología comtista.
Es cierto que Mill declara que la experimentación,
incluso la indirecta, es inaplicable a la sociología. Pero lo
que basta para quitar a su argumentación gran parte de su
autoridad es que la aplicaba también a los fenómenos bio-
lógicos e incluso a los hechos físico-químicos más com-
plejos2; ahora bien, hoy en día ya no hay que demostrar
que la química y la biología no pueden ser sino ciencias
experimentales. No hay, pues, razón para que sus críticas
estén mejor fundadas en lo que concierne a la sociología,
ya que los fenómenos sociales sólo se distinguen de los
precedentes por su mayor complejidad. Esta diferencia
puede bien implicar que el empleo del razonamiento expe-
rimental en sociología ofrece aún más dificultades que en
las demás ciencias, pero no se ve por qué sería radical-
mente imposible.
Por lo demás, toda esta teoría de Mill descansa sobre
un postulado que, sin duda, está conectado con los prin-
cipios fundamentales de su lógica, pero que se contradice
con todos los resultados de la ciencia. Admite, en efecto,
que un mismo consecuente no resulta siempre de un mis-
mo antecedente, sino que puede deberse tanto a una cau-
sa como a otra. Esta concepción de la conexión causal,
privándola de toda determinación, lo convierte en casi
inaccesible para el análisis científico; pues introduce tal
complicación en el enmarañamiento de las causas y los
1
Cours de philosophie positive, IV, 328.
2
Systeme de Logique, II, 478.
—246—
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efectos que el espíritu se pierde sin remedio. Si un efecto
puede derivar de causas diferentes, para saber lo que lo
determina en un conjunto de circunstancias dadas, sería
necesario que la experiencia se hiciera en condiciones de
aislamiento prácticamente irrealizables, sobre todo en
sociología.
Mas este pretendido axioma de la pluralidad de causas
es una negación del principio de causalidad. Sin duda, si
se cree, con Mill, que la causa y el efecto son absoluta-
mente heterogéneos, que no hay entre ellos ninguna rela-
ción lógica, no hay nada de contradictorio en admitir que
un efecto pueda seguir tanto a una causa como a otra. Si
la relación que une C con A es puramente cronológica, no
se excluye otra relación del mismo género que uniera C a
B, por ejemplo. Pero si, por el contrario, el vínculo causal
tiene algo de inteligible, no puede estar indeterminado
hasta ese punto. Si consiste en una relación que resulta de
la naturaleza de las cosas, un mismo efecto no puede sos-
tener esta relación más que con una sola causa, pues no
puede expresar más que una sola naturaleza. Ahora bien,
tan sólo los filósofos han puesto en duda la inteligibilidad
de la relación causal. Para el científico, es incuestionable,
se la supone por el método de la ciencia. ¿Cómo explicar
si no el papel tan importante de la deducción en el razo-
namiento experimental y el principio fundamental de la
proporcionalidad entre la causa y el efecto? En cuanto a
los casos citados en los que se pretende observar una plu-
ralidad de causas, para que fuesen demostrativos sería
preciso haber establecido de antemano, o que esta plura-
lidad no es simplemente aparente, o que la unidad exter-
na del efecto no oculta una pluralidad real. ¡Cuántas veces
ha llegado la ciencia a reducir a la unidad causas cuya
diversidad, a primera vista, parecía irreductible! El propio
Stuart Mill da un ejemplo de ello recordando que según
las teorías modernas la producción del calor por el frota-
miento, la percusión, la acción química, etc., derivan de
una sola y misma causa. Inversamente, cuando se trata
del efecto, el científico distingue con frecuencia lo que el
vulgo confunde. Para el sentido común la palabra fiebre
designa una única entidad mórbida; para la ciencia, exis-
ten multitud de fiebres específicamente diferentes, y la
pluralidad de las causas se encuentra en relación con la de
—247—
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los efectos; y si entre todas estas especies de enfermedad
hay algo en común, es que las causas igualmente se con-
funden por algunos de sus caracteres.
Importa tanto más exorcizar este principio de la socio-
logía cuanto numerosos sociólogos sufren todavía su
influencia, y esto es así aunque no hagan una objeción con-
tra el uso del método comparativo. Así, se dice corriente-
mente que el crimen puede ser producido por causas muy
diferentes; lo mismo sucede con el suicidio, la pena, etc.
Practicando con este espíritu el razonamiento experimen-
tal, por más que se reuniera un número considerable de
hechos, no se podrá jamás obtener leyes precisas ni rela-
ciones de causalidad determinadas. Sólo se podrá asignar
vagamente un consecuente mal definido a un grupo con-
fuso e indefinido de antecedentes. Si, por lo tanto, se quie-
re emplear el método comparativo de una manera científi-
ca, es decir, en conformidad con el principio de causalidad
tal y como se desprende de la ciencia misma, se deberá
tomar como base de las comparaciones que se establezcan
la siguiente proposición: A un mismo efecto corresponde
siempre una misma causa. Así, para retomar los ejemplos
citados más arriba, si el suicidio depende de más de una
causa, es que en realidad hay varias especies de suicidios.
Lo mismo ocurre con el crimen. Para la pena, al contrario,
si se ha creído que se explicaba igual de bien por causas
diferentes, es que no se ha percibido el elemento común
que se encuentra en todos esos antecedentes y en virtud del
cual producen su efecto común3.
II
Aunque los diversos procedimientos del método com-
parativo no son inaplicables a la sociología, no todos tie-
nen la misma fuerza demostrativa.
El llamado método de los residuos, si bien constituye
una forma de razonamiento experimental, no es, por
decirlo así, de aplicación en el estudio de los fenómenos
sociales. Dejando de lado que sólo puede servir a las cien-
3
Division du travail social, pág. 87.
—248—
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cias sociales bastante avanzadas, ya que supone que se
conozcan un número importante de leyes, los fenómenos
sociales son demasiado complejos como para que, en un
caso dado, se pueda suprimir exactamente el efecto de
todas las causas menos de una.
La misma razón hace difícilmente utilizables tanto el
método de concordancia como el de diferencia. Suponen,
en efecto, que los casos comparados o concuerdan en un
solo punto o difieren también en un solo punto. Sin duda
no existe una ciencia que haya podido instituir jamás
experiencias donde el carácter rigurosamente único de
una concordancia o de una diferencia fuese establecido de
una manera irrefutable. Nunca se está seguro de no haber
dejado escapar algún antecedente que concuerde o que
difiera como el consecuente, al mismo tiempo y de la mis-
ma manera que el único antecedente conocido. Sin
embargo, aunque la eliminación absoluta de todo elemen-
to adventicio sea un límite ideal que no puede ser real-
mente alcanzado, de hecho las ciencias físico-químicas e
incluso las ciencias biológicas se aproximan lo bastante a
dicho límite para que en un gran número de casos la
demostración pueda ser considerada como prácticamente
suficiente. Pero no ocurre lo mismo en sociología a con-
secuencia de la complejidad demasiado grande de los
fenómenos, unida a la imposibilidad de todo experimento
artificial. Como es imposible hacer un inventario, ni
siquiera aproximado, de todos los hechos que coexisten en
el seno de una misma sociedad o que se han sucedido a lo
largo de la historia, no se puede jamás estar seguro, ni
siquiera de forma aproximada, de que dos pueblos con-
cuerden o difieran en todas las relaciones menos en una.
Las probabilidades de pasar por alto un fenómeno son
muy superiores a las de no dejar de lado ninguno. En con-
secuencia, tal método de demostración no puede alimen-
tar más que conjeturas que, reducidas a sí mismas, están
casi despojadas de todo carácter científico.
Sin embargo, ocurre algo totalmente distinto con el
método de las variaciones concomitantes. En efecto, para
que sea demostrativo, no es necesario que todas las varia-
ciones diferentes de las que se comparan hayan sido rigu-
rosamente excluídas. El simple paralelismo de los valores
por los que pasan los dos fenómenos, siempre que haya
—249—
16-06* 30/11/05 11:11 Página 250
sido establecido en un número bastante de casos suficien-
temente variados, es la prueba de que entre ellos existe
una relación. Este método debe este privilegio a que atien-
de a la relación causal, no desde fuera como los prece-
dentes, sino desde dentro. No nos muestra simplemente
dos hechos que se acompañan o que se excluyen externa-
mente4, de suerte que nada pruebe directamente que estén
unidos por un vínculo interno; al contrario, nos los mues-
tra participando el uno del otro y de una manera conti-
nua, al menos en lo que respecta a su cantidad. Ahora
bien, esta participación, en sí misma, es suficiente para
demostrar que no son extraños entre sí. La manera en que
un fenómeno se desarrolla expresa su naturaleza; para
que dos desarrollos se correspondan, es necesario que
haya también una correspondencia en las naturalezas que
manifiestan. La concomitancia constante es, por tanto, en
sí misma, una ley, cualquiera que sea el estado de los fenó-
menos que quedan fuera de la comparación. Además,
para invalidarla no basta con demostrar que ha fracasado
en algunas aplicaciones particulares del método de con-
cordancia o de diferencia, esto sería atribuir a este género
de pruebas una autoridad que no puede tener en sociolo-
gía. Cuando dos fenómenos varían regularmente tanto el
uno como el otro, hay que mantener esa relación incluso
cuando, en algunos casos, uno de los fenómenos se pre-
sente sin el otro. Pues puede pasar que o bien la causa
haya sido impedida de producir su efecto por la acción de
otra causa contraria, o bien que se encuentre presente,
pero bajo una forma diferente de la que anteriormente se
ha observado. Sin duda, es oportuno intentar examinar
los hechos de nuevo, como se dice, pero no abandonar de
inmediato los resultados de una demostración regular-
mente hecha.
Es cierto que las leyes establecidas por este procedi-
miento no se presentan siempre sin más bajo la forma de
relaciones de causalidad. La concomitancia puede deber-
se, no a que uno de los fenómenos sea la causa del otro,
sino a que los dos sean efectos de una misma causa, o
4
En el caso del método de diferencia, la ausencia de la causa
excluye la presencia del efecto.
—250—
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incluso a que exista entre ellos un tercer fenómeno, inter-
calado, pero inadvertido, que sea el efecto del primero y la
causa del segundo. Por lo tanto, los resultados a los que
conduce este método tienen necesidad de ser interpreta-
dos. Pero ¿cuál es el método experimental que permite
obtener mecánicamente una relación de causalidad sin
que los hechos que establece tengan necesidad de estar
elaborados por el espíritu? Lo que importa es que esta ela-
boración sea conducida metódicamente. Veamos de qué
manera se puede proceder para ello. Primero se investiga-
rá, con ayuda de la deducción cómo uno de los dos térmi-
nos ha podido producir el otro, luego nos esforzaremos en
verificar el resultado de esta deducción con ayuda de
experiencias, es decir, de nuevas comparaciones. Si la
deducción es posible y si la verificación tiene éxito, se
podrá considerar la prueba como realizada. Si, por el con-
trario, no se percibe entre esos hechos ningún vínculo
directo, sobre todo si la hipótesis de semejante vínculo
contradice leyes ya demostradas, nos pondremos a inves-
tigar un tercer fenómeno del que igualmente dependan los
otros dos, o que haya podido servir de intermediario entre
ellos. Por ejemplo, se puede establecer con la mayor cer-
teza que la tendencia al suicidio varía de igual manera que
la tendencia a la instrucción escolar. Pero es imposible
comprender cómo la instrucción puede conducir al suici-
dio; tal explicación es contradictoria con las leyes de la
psicología. La instrucción, sobre todo reducida a los cono-
cimientos elementales, sólo llega a las regiones más super-
ficiales de la conciencia; por el contrario, el instinto de
conservación es una de nuestras tendencias fundamenta-
les. Por tanto, no puede ser afectado sensiblemente por un
fenómeno tan alejado y de tan débil resonancia. Así llega-
mos a preguntarnos si uno y otro hecho no serán la con-
secuencia de un mismo estado. Esta causa común es el
debilitamiento del tradicionalismo religioso, que refuerza
a la vez la necesidad de saber y la inclinación al suicidio.
Pero hay otra razón que hace del método de variacio-
nes concomitantes el instrumento por excelencia de las
investigaciones sociológicas. En efecto, aun cuando las
circunstancias les sean muy favorables, los demás méto-
dos no pueden ser empleados útilmente más que si el
número de hechos comparados es muy considerable. Si es
—251—
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imposible encontrar dos sociedades que sólo difieran o que
sólo se parezcan en un punto, al menos se puede consta-
tar que muy generalmente dos hechos se acompañan o se
excluyen. Pero para que esta constatación tenga un valor
científico, es necesario que haya sido hecha un gran
número de veces, sería preciso estar casi seguro de que
todos los hechos han sido revisados. Ahora bien, no sólo
un inventario así de completo no es posible, sino que
incluso los hechos que se acumulan así, no pueden jamás
ser establecidos con una precisión suficiente, justamente
porque son demasiado numerosos. No sólo se corre el
riesgo de omitir algunos que son esenciales, y que contra-
dicen a los ya conocidos, sino que tampoco se está seguro
de conocer bien estos últimos. De hecho, lo que ha desa-
creditado a menudo los razonamientos de los sociólogos
es que, como han usado preferentemente el método de
concordancia o el de diferencia, y sobre todo el primero,
se han preocupado más de apilar documentos que de cri-
ticarlos y seleccionarlos. Por eso, les ocurre continuamen-
te que ponen en el mismo plano las observaciones confu-
sas y hechas rápidamente por los viajeros y los textos
precisos de la historia. Viendo estas demostraciones no
solamente se puede uno empeñar en decirse que un solo
hecho podría bastar para invalidarlas, sino que los pro-
pios hechos sobre los que se establecen no siempre inspi-
ran confianza.
El método de las variaciones concomitantes no nos
obliga ni a esas enumeraciones incompletas, ni a esas
observaciones superficiales. Para que dé resultados bastan
algunos hechos. Desde el momento en que se ha probado
que, en un cierto número de casos, dos fenómenos varían
al compás uno de otro, se puede estar seguro de que nos
encontramos en presencia de una ley. No teniendo necesi-
dad de ser numerosos, los documentos pueden ser elegi-
dos y, además, estudiados de cerca por el sociólogo que los
emplea. Por lo tanto, podrá y deberá tomar como materia
principal de sus inducciones las sociedades en las que las
creencias, las tradiciones, las costumbres y el derecho han
tomado cuerpo en monumentos escritos y auténticos. Sin
duda, no despreciará las aportaciones de la etnografía (no
hay hechos que puedan ser despreciados por el investiga-
dor), pero los colocará en su verdadero lugar. En vez de
—252—
16-06* 30/11/05 11:11 Página 253
hacer de ellos el centro de gravedad de sus investigacio-
nes, en general no los utilizará sino como complemento
de los que ha extraído de la historia o, al menos, se esfor-
zará en confirmarlos por estos últimos. No sólo circuns-
cribirá así, con más discernimiento, la extensión de sus
comparaciones, sino que las llevará a cabo más crítica-
mente; por lo mismo que se sujetará a un orden restricti-
vo de hechos, los podrá controlar con más cuidado. Sin
duda, aunque no tenga que repetir el trabajo de los histo-
riadores, tampoco puede recibir pasivamente y de cual-
quier mano las informaciones de las que se sirve.
Sin embargo, no hay que creer que la sociología esté en
un estado de sensible inferioridad respecto a las demás
ciencias, debido a que no pueda servirse más que de un
único procedimiento experimental. Este inconveniente es,
en efecto, compensado por la riqueza de las variaciones
que se ofrecen espontáneamente a las comparaciones del
sociólogo y de las que no se encuentra ningún otro ejem-
plo en los demás reinos de la naturaleza. Los cambios que
tienen lugar en un organismo a lo largo de una existencia
individual son poco numerosos y muy limitados; los que
se pueden provocar artificialmente sin destruir la vida
están comprendidos dentro de estrechos límites. Es cierto
que cambios muy importantes se han producido a lo lar-
go de la evolución zoológica, pero no han dejado de sí mis-
mos más que raros y oscuros vestigios, y resulta todavía
más difícil encontrar las condiciones que los han determina-
do. Por el contrario, la vida social es una serie ininterrumpi-
da de transformaciones, paralelas a otras transformacio-
nes en las condiciones de la existencia colectiva; y no
tenemos sólo a nuestra disposición las que se refieren a
una época reciente, sino que han llegado hasta nosotros
un gran número de ellas por las que han pasado pueblos
desaparecidos. A pesar de sus lagunas, la historia de la
humanidad es mucho más clara y completa que la de las
especies animales. Además, existe una multitud de fenó-
menos sociales que se producen en todo el ámbito de la
sociedad, pero que adquieren formas diversas según las
regiones, las profesiones, las confesiones, etc. Tales son
por ejemplo, el crimen, el suicidio, la natalidad, la nup-
cialidad, el ahorro etc. De la diversidad de estos medios
especiales resultan, para cada uno de estos órdenes de
—253—
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hechos, nuevas series de variaciones, además de las que
produce la evolución histórica. Si el sociólogo no puede
emplear con igual eficacia todos los procedimientos de la
investigación experimental, el único método del que debe
servirse, casi con exclusión de los demás, puede ser muy
fecundo en sus manos, ya que tiene incomparables recur-
sos para ponerlo en práctica.
Pero no produce los resultados que comporta más que
si es practicado con rigor. No se prueba nada cuando,
como ocurre con frecuencia, se contenta uno con hacer
ver a través de ejemplos, más o menos numerosos, que en
casos dispersos los hechos han variado como pretende la
hipótesis. De estas concordancias esporádicas y fragmen-
tarias, no se puede sacar ninguna conclusión general. Ilus-
trar una idea no es demostrarla. Lo que hay que hacer es
comparar, no variaciones aisladas, sino series de variacio-
nes, regularmente constituidas, cuyos términos se relacio-
nen unos con otros, a través de una graduación tan conti-
nua como posible y que, además, sean de una extensión
suficiente. Pues las variaciones de un fenómeno no per-
miten inducir de ellas la ley más que si expresan clara-
mente la manera en que se desarrolla en las circunstan-
cias dadas. Ahora bien, para esto, es necesario que haya
entre ellas la misma continuidad que la que hay entre los
diversos momentos de una misma evolución natural, y
además, que esta evolución que presentan sea lo suficien-
temente prolongada para que su sentido no sea dudoso.
III
Pero la manera en que deben estar formadas estas
series difiere según los casos. Pueden comprender hechos
tomados de una sola y única sociedad —o de varias socie-
dades de la misma especie— o de varias especies sociales
distintas.
El primer procedimiento puede en rigor bastar cuando
se trata de hechos de gran generalidad y sobre los que
poseemos informaciones estadísticas bastante amplias y
variadas. Por ejemplo, al comparar la curva que expresa la
evolución del suicidio durante un período de tiempo sufi-
cientemente largo, con las variaciones que presenta el
—254—
16-06* 30/11/05 11:11 Página 255
mismo fenómeno según las provincias, las clases, los habi-
tantes rurales o urbanos, el sexo, las edades, el estado
civil, etc., se puede llegar, incluso sin extender las investi-
gaciones más allá de un solo país, a establecer verdaderas
leyes, aunque siempre será preferible confirmar estos
resultados con otras observaciones hechas sobre otros
pueblos de la misma especie. Pero no podemos contentar-
nos con comparaciones tan limitadas más que cuando se
estudia alguna de estas corrientes sociales que están
extendidas en toda la sociedad, aunque varíen de un pun-
to a otro. Cuando, por el contrario, se trata de una insti-
tución, de una regla jurídica o moral, de una costumbre
organizada, que es idéntica y funciona de la misma mane-
ra en toda la extensión del país y que no cambia sino con
el tiempo, no podemos limitarnos al estudio de un solo
pueblo, pues entonces no tendríamos como materia de la
prueba más que un par de curvas paralelas, a saber, las
que expresan la evolución histórica del fenómeno consi-
derado y la supuesta causa conjeturada, pero en esta sola
y única sociedad. Sin duda, incluso este solo paralelismo,
si es constante, es ya un hecho considerable, pero no pue-
de por sí solo constituir una demostración.
Teniendo en cuenta varios pueblos de la misma especie
ya se dispone de un campo de comparación más extenso.
En primer lugar, se puede confrontar la historia de uno
con la de los demás y ver si en cada uno de ellos, tomado
aparte, el mismo fenómeno evoluciona en el tiempo en
función de las mismas condiciones. Después, se pueden
establecer comparaciones entre estos diversos desarrollos.
Por ejemplo, se determinará la forma que el hecho estu-
diado toma en las diferentes sociedades en el momento en
que alcanza su apogeo. Como son individualidades distin-
tas aunque pertenezcan al mismo tipo, esta forma no es
siempre la misma, es más o menos acusada, según los
casos. Se tendrá así una nueva serie de variaciones, que
compararemos con las que presenta, en el mismo momen-
to y en cada uno de estos países, la condición presupues-
ta. Así, después de haber seguido la evolución de la fami-
lia patriarcal a través de la historia de Roma, de Atenas,
de Esparta, se clasificarán estas mismas ciudades según el
grado máximo de desarrollo que obtiene en cada una de
ellas este tipo familiar y se verá a continuación si, en rela-
—255—
16-06* 30/11/05 11:11 Página 256
ción al estado del medio social del que parece depender
según la primera experiencia, se clasifican todavía de la
misma manera.
No obstante, este método en sí mismo no es suficiente.
En efecto, sólo se aplica a los fenómenos que han surgido
durante la vida de los pueblos que se comparan. Ahora
bien, una sociedad no crea totalmente su organización; la
recibe, en parte, hecha por las que la han precedido. Lo
que le es así transmitido no es, en el discurso de su histo-
ria, el producto de una evolución, y en consecuencia no
puede ser explicada si no se sale de los límites de la espe-
cie de la que forma parte. Aisladas, las adiciones que se
añaden a ese fondo primitivo y lo transforman pueden ser
tratadas de esta manera. Pero, cuanto más nos elevamos
en la escala social, tanto menos importantes son los carac-
teres adquiridos por cada pueblo en comparación con los
caracteres transmitidos. Ésta es, por lo demás, la condi-
ción de todo progreso. De este modo, los nuevos elemen-
tos que hemos introducido en el derecho doméstico, en el
derecho de propiedad, en la moral, desde el comienzo de
nuestra historia, son relativamente poco numerosos y
poco importantes comparados con los que el pasado nos
ha legado. Las novedades que así se producen no pueden
comprenderse si no se han estudiado antes estos fenóme-
nos más fundamentales, que son sus raíces y sólo pueden
ser estudiados con la ayuda de comparaciones mucho más
extensas. Para poder explicar el estado actual de la fami-
lia, del matrimonio, de la propiedad, etc., habría que
conocer cuáles son sus orígenes, cuáles son los elementos
simples de que estas instituciones se componen y, sobre
estos puntos, la historia comparada de las grandes socie-
dades europeas no puede aportarnos grandes luces. Es
necesario remontarse más alto.
En consecuencia, para rendir cuenta de una institu-
ción social perteneciente a una especie determinada, se
comparará las formas diferentes que presenta, no sólo en
los pueblos de esta especie, sino en todas las especies ante-
riores. ¿Tratamos, por ejemplo, de la organización domés-
tica? Se constituirá primero el tipo más rudimentario que
haya existido jamás, para seguir a continuación paso a
paso la manera como se ha complicado progresivamente.
Este método, que se puede llamar genético, daría de un
—256—
16-06* 30/11/05 11:11 Página 257
solo golpe el análisis y la síntesis del fenómeno. Pues, por
un lado, nos mostraría en estado disociado los elementos
que lo componen, por el mero hecho de hacernos verles
añadiéndose sucesivamente los unos a los otros, y al mis-
mo tiempo, gracias a ese gran campo de comparación,
estaría en una situación mucho mejor para determinar las
condiciones de las que dependen su formación y su aso-
ciación. En consecuencia, no se puede explicar un hecho
social de cierta complejidad más que a condición de seguir
su desarrollo integral a través de todas las especies sociales.
La sociología comparada no es una rama particular de la
sociología; es la sociología misma, en tanto que deja de ser
puramente descriptiva y aspira a rendir cuenta de los
hechos.
En el curso de estas extensas comparaciones se come-
te con frecuencia un error que falsea los resultados. A
veces, para juzgar el sentido en que se desarrollan los
acontecimientos sociales, ocurre que se compara simple-
mente lo que pasa en el declive de cada especie con lo que
ocurre al comienzo de la especie siguiente. Procediendo
así, se ha creído poder afirmar, por ejemplo, que el debili-
tamiento de las creencias religiosas y de todo tradiciona-
lismo no puede ser sino un fenómeno pasajero en la vida
de los pueblos, porque no aparece más que durante el últi-
mo período de su existencia para cesar en cuanto empie-
za una nueva evolución. Pero con tal método se está
expuesto a tomar como la marcha regular y necesaria del
progreso lo que es el efecto de otra causa completamente
diferente. En efecto, el estado en que se encuentra una
sociedad joven no es la simple prolongación del estado
que habían alcanzado al final de su existencia las socieda-
des que reemplaza, sino que proviene en parte de esta
juventud misma, que impide que sean inmediatamente
asimilables y utilizables los productos de las experiencias
hechas por los pueblos anteriores. Así, el niño recibe de
sus padres facultades y predisposiciones que sólo tardía-
mente entran en juego en su vida. Es por tanto posible,
para tomar el mismo ejemplo, que esta vuelta al tradicio-
nalismo que se observa al principio de cada historia sea
debido no al hecho de que un retroceso del mismo fenó-
meno no pueda ser más que transitorio, sino a las condi-
ciones especiales en las que se encuentra situada toda
—257—
16-06* 30/11/05 11:11 Página 258
sociedad que comienza. La comparación sólo puede ser
demostrativa si se elimina el factor de la edad que la oscu-
rece; para lograrlo, será suficiente considerar las sociedades
que se comparan en el mismo período de su desarrollo. Así,
para saber en qué sentido evoluciona un fenómeno social,
se comparará lo que es durante la época de juventud de
cada especie, con aquello en que se convierte durante la
juventud de la especie siguiente, y según presente desde
una de estas etapas a la otra más, menos o tanta intensi-
dad, se dirá que progresa, que retrocede o que se mantiene.
—258—
17-Conclusion* 30/11/05 11:10 Página 259
Conclusión
En resumen, los caracteres de este método son los
siguientes.
En primer lugar, es independiente de toda filosofía.
Como la sociología ha nacido de las grandes doctrinas filo-
sóficas, ha conservado la costumbre de apoyarse en algún
sistema con el que se encuentra solidaria. Por eso ha sido
sucesivamente positivista, evolucionista, espiritualista,
cuando debe contentarse con ser simplemente sociología.
Incluso dudaríamos en calificarla de naturalista a menos
que sólo se quiera indicar con ello que considera los hechos
sociales como explicables naturalmente, y, en este caso, el
epíteto es bastante inútil, porque significa simplemente que
el sociólogo hace una obra científica y no es un místico. Pero
repudiamos la palabra, si se le da un significado doctrinal
sobre la esencia de las cosas sociales, si por ejemplo se las
considera que son reducibles a las demás fuerzas cósmicas.
La sociología no debe tomar partido por ninguna de las
grandes hipótesis que dividen a los metafísicos. No tiene por
qué afirmar más la libertad que el determinismo. Todo lo
que pide que se le reconozca, es que el principio de causali-
dad se aplica a los fenómenos sociales. Además, este princi-
pio ella lo plantea no como una necesidad racional, sino sólo
como un postulado empírico, producto de una inducción
legítima. Como la ley de causalidad ha sido verificada en los
demás reinos de la naturaleza, que progresivamente ha
extendido su imperio desde el mundo fisico-químico al
mundo biológico, y desde éste al mundo psicológico, tene-
mos derecho a admitir que es igualmente verdadera en el
mundo social; y es posible añadir hoy que las investigacio-
nes hechas sobre la base de este postulado tienden a confir-
marlo. Pero no por ello se ha resuelto la cuestión de saber si
la naturaleza del vínculo causal excluye toda contingencia.
—259—
17-Conclusion* 30/11/05 11:10 Página 260
Por lo demás, la propia filosofía tiene mucho interés en
esta emancipación de la sociología. Pues, en tanto el
sociólogo no se haya despojado suficientemente de la
manera de pensar del filósofo, no considerará las cosas
sociales más que por el lado más general, aquél en el que
éstas se parecen más a otras cosas del universo. Ahora
bien, si la sociología así concebida puede servir para ilus-
trar una filosofía de hechos curiosos, no podrá enrique-
cerla con nuevas perspectivas, ya que no señala nada nue-
vo en el objeto que estudia. Pero, en realidad, si los hechos
fundamentales de los demás reinos se vuelven a encontrar
en el reino social, es bajo formas especiales que permiten
que se comprenda mejor su naturaleza, porque son su
expresión más alta. Solamente, que para percibirlas bajo
este aspecto, es necesario abandonar las generalidades y
entrar en el detalle de los hechos. Es así como la sociolo-
gía, a medida que vaya especializándose, proporcionará
materiales más originales a la reflexión filosófica. Ya lo
expuesto precedentemente ha podido hacer entrever
cómo nociones esenciales, tales como las de especie, órga-
no, función, salud y enfermedad, causa y fin, se presentan
bajo aspectos totalmente nuevos. Además, ¿no es la socio-
logía la que está destinada a colocar con todo su relieve la
idea de asociación, que bien podría ser la base no sólo de
una psicología, sino de toda una filosofía?
Frente a las doctrinas prácticas nuestro método permi-
te e impone la misma independencia. La sociología así
entendida no será ni individualista, ni comunista, ni
socialista, en el sentido que se da vulgarmente a estas
palabras. Por principio, ignorará esas teorías a las que no
puede reconocer valor científico, ya que tienden directa-
mente, no a expresar los hechos, sino a reformarlos. Si se
interesa por ellas es en la medida en que las ve como
hechos sociales que pueden ayudarla a comprender la rea-
lidad social manifestando las necesidades que preocupan
a la sociedad. No debe nunca desinteresarse de las cues-
tiones prácticas. Se ha podido ver, por el contrario, que
nuestra preocupación constante era orientarla de manera
que pueda llegar a resultados prácticos. Encuentra nece-
sariamente estos problemas al término de sus investiga-
ciones. Pero, precisamente porque no se le presentan has-
ta ese momento y que, por consiguiente, se desprenden de
—260—
17-Conclusion* 30/11/05 11:10 Página 261
los hechos y no de las pasiones, se puede prever que
deben plantearse para el sociólogo en términos totalmen-
te diferentes que para la masa, y que las soluciones, por lo
demás parciales que puede aportar no pueden coincidir
exactamente con ninguna de aquellas en las que se sostie-
nen los partidos. Pero el papel de la sociología desde este
punto de vista debe consistir justamente en liberarnos de
todos los partidos, no tanto oponiendo una doctrina a
otras doctrinas, sino haciendo contraer a los espíritus,
frente a estas cuestiones, una actitud especial que sólo la
ciencia puede dar por el contacto directo con las cosas. En
efecto, sólo la ciencia puede enseñar a tratar con respeto,
pero sin fetichismo, a las instituciones históricas cuales-
quiera que sean, haciéndonos sentir lo que tienen a la vez
de necesario y de provisorio, su fuerza de resistencia y su
infinita variabilidad.
En segundo lugar, nuestro método es objetivo. Está
dominado completamente por la idea de que los hechos
sociales son cosas y deben ser tratados como tales. Sin
duda este principio se encuentra, bajo una forma un poco
diferente, en la base de las doctrinas de Comte y de Spen-
cer. Pero estos grandes pensadores han proporcionado la
fórmula teórica, sin que la hayan puesto en práctica. Para
que no quedara en letra muerta, no era suficiente con pro-
mulgarla; había que hacer de ella la base de toda una dis-
ciplina que dominara al investigador en el momento mis-
mo en que aborda el objeto de sus investigaciones y que le
acompañase paso a paso en todas sus actividades. Noso-
tros nos hemos dedicado a instituir esta disciplina. Hemos
mostrado cómo el sociólogo debe descartar las nociones
previas que tenga de los hechos, para colocarse frente a
los hechos mismos; cómo debe contemplarlos por sus
caracteres más objetivos; cómo debe buscar en ellos mis-
mos el medio de clasificarlos en sanos y en enfermos;
cómo, por fin, debe inspirarse por el mismo principio en
las explicaciones que intenta y en la manera en que prue-
ba dichas explicaciones. Pues una vez que se tiene el sen-
timiento de que uno se encuentra en presencia de cosas,
ya no se piensa más en explicarlas por medio de cálculos
utilitarios ni por razonamientos de cualquier clase. Se
comprende muy bien la separación que hay entre tales
causas y tales efectos. Una cosa es una fuerza que sólo
—261—
17-Conclusion* 30/11/05 11:10 Página 262
puede ser engendrada por otra fuerza. Por tanto, para ren-
dir cuenta de los hechos sociales se buscan energías capa-
ces de producirlos. No sólo las explicaciones son distintas,
sino que son demostradas de otra manera, o, más bien, es
solamente entonces cuando se siente la necesidad de
demostrarlas. Si los fenómenos sociológicos no son más
que sistemas de ideas objetivadas, explicarlos es repensar-
los en su orden lógico y esta explicación es en sí misma su
propia prueba; todo lo más, se la puede confirmar a través
de algunos ejemplos. Por el contrario, sólo las experien-
cias metódicas pueden arrancar su secreto a las cosas.
Pero si consideramos los hechos sociales como cosas,
es como cosas sociales. El ser exclusivamente sociológico
es el tercer rasgo característico de nuestro método. Se ha
creído con frecuencia que estos fenómenos, a causa de su
extrema complejidad, o bien eran refractarios a la ciencia,
o bien no podían entrar en ella más que reducidos a sus
condiciones elementales, sean psíquicas, sean orgánicas,
es decir, desprovistos de su propia naturaleza. Por el con-
trario, nosotros nos hemos propuesto establecer que es
posible tratarlos científicamente sin quitarles nada de sus
caracteres específicos. Incluso nos hemos negado a redu-
cir esta inmaterialidad sui generis que les caracteriza a la
de fenómenos psicológicos, ya suficientemente complejos.
Con mayor motivo nos hemos prohibido reabsorberla en
las propiedades generales de la materia organizada1,
como hace la escuela italiana. Hemos puesto de manifies-
to que un hecho social no puede ser explicado más que
por otro hecho social, y a la vez, hemos demostrado cómo
esta especie de explicación es posible al señalar en el
medio social interno el motor principal de la evolución
colectiva. La sociología no es, por lo tanto, el anexo de
ninguna otra ciencia, ella misma es una ciencia distinta y
autónoma, y el sentimiento de lo que tiene de especial la
realidad social es tan necesario al sociólogo, que sola-
mente una formación especialmente sociológica puede
prepararle para la intelección de los hechos sociales.
Estimamos que este progreso es el más importante de
los que le quedan por hacer a la sociología. Sin duda, cuan-
1
Así pues, es incorrecto calificar nuestro método de materialista.
—262—
17-Conclusion* 30/11/05 11:10 Página 263
do una ciencia está naciendo, es obligado, para hacerla,
referirse a los únicos modelos que existen, es decir, a las
ciencias ya formadas. Hay ahí un tesoro de experiencias ya
realizadas que sería insensato no aprovechar. Sin embargo,
una ciencia no puede considerarse como definitivamente
constituida más que cuando ha llegado a hacerse una per-
sonalidad independiente. Pues no tiene razón de ser más
que si tiene por materia un orden de hechos que no estu-
dian las demás ciencias. Ahora bien, es imposible que las
mismas nociones puedan convenir idénticamente a cosas
de naturaleza diferente.
Tales nos parecen ser los principios del método socio-
lógico.
Este conjunto de reglas puede parecer inútilmente
complicado si se le compara con los procedimientos que
corrientemente se usan. Todo este aparato de precaucio-
nes puede parecer muy laborioso para una ciencia que,
hasta ahora, casi no reclamaba a los que se dedicaban a
ella más que una cultura general y filosófica; y es cierto,
en efecto, que la puesta en práctica de semejante método
no puede tener como resultado vulgarizar la curiosidad de
las cosas sociológicas. Cuando como condición previa de
iniciación se pide a las personas deshacerse de conceptos
que tienen la costumbre de aplicar a un orden de cosas,
para repensarlas como algo nuevo, no se puede aspirar a
reclutar una clientela numerosa. Pero esa no es la meta
que nos proponemos. Creemos, por el contrario, que para
la sociología ha llegado el momento de renunciar a los éxi-
tos mundanos, por decirlo así, y de tomar el carácter eso-
térico que conviene a toda ciencia. Así ganará en dignidad
y en autoridad lo que quizás pierda en popularidad. Pues
mientras siga mezclada en las luchas de partidos, mien-
tras se contente con elaborar, con mayor lógica que el vul-
go, las ideas comunes, y por consiguiente, no suponga
ninguna competencia especial, no tiene derecho a hablar
muy alto para hacer callar las pasiones y los prejuicios.
Seguramente todavía está lejano el tiempo en el que pue-
da desempeñar eficazmente este papel, sin embargo debe-
mos trabajar desde ahora para ponerla en situación de
que un día lo consiga.
—263—
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18_Indice final* 30/11/05 11:09 Página 265
Índice
P
P
I
Situación rudimentaria de la metodología en las ciencias
sociales. Objeto de la obra.
C .— ¿Q ?
El hecho social no puede definirse por su generalidad en el
interior de la sociedad. Caracteres distintivos del hecho
social: 1.º su exterioridad con respecto a las conciencias indi-
viduales; 2.º la acción coercitiva que ejerce o es capaz de ejer-
cer sobre esas mismas conciencias. Aplicación de esta defini-
ción a las prácticas constituidas y a las corrientes sociales.
Verificación de esta definición.
Otra manera de caracterizar el hecho social: el estado de
independencia en que se encuentra en relación a sus mani-
festaciones individuales. Aplicación de esta característica a
las prácticas constituidas y a las corrientes sociales. El hecho
social se generaliza porque es social, lejos de que sea social
porque es general. Cómo esta segunda definición entra en la
primera.
Cómo los hechos de morfología social entran en esta defi-
nición. Fórmula general del hecho social.
Capítulo II.— R -
Regla fundamental: Tratar los hechos sociales como cosas.
I. Fase ideológica que atraviesan todas las ciencias y en el
curso de la cual elaboran nociones vulgares y prácticas, en
lugar de describir y de explicar cosas. Por qué esta fase debía
prolongarse todavía más en sociología que en las demás cien-
cias. Hechos tomados de la sociología de Comte, de la de
Spencer, del estado actual de la moral y de la economía polí-
tica y que muestran que este estadio no ha sido superado
todavía.
—265—
18_Indice final* 30/11/05 11:09 Página 266
Razones para superarlo: 1.º Los hechos sociales deben ser
tratados como cosas porque son los data inmediatos de la
ciencia, mientras que las ideas, de las que se supone son el
desarrollo, no son dadas directamente. 2.º Tienen todos los
caracteres de la cosa.
Analogías de esta reforma con la que recientemente ha
transformado la psicología. Razones para esperar en el futu-
ro un progreso rápido de la sociología.
II.— Corolarios inmediatos de la regla precedente:
1.º Descartar de la ciencia todas las prenociones. Del punto
de vista místico que se opone a la aplicación de esta regla.
2.º Manera de constituir el objeto positivo de la investiga-
ción: agrupar los hechos según sus caracteres exteriores
comunes. Relaciones del concepto así formado con el con-
cepto vulgar. Ejemplos de errores a los que se está expuesto al
ignorar esta regla o al aplicarla mal: Spencer y su teoría sobre
la evolución del matrimonio; Garofalo y su definición del cri-
men; el error común que rechaza la existencia de una moral
en las sociedades inferiores. Que la exterioridad de los carac-
teres que entran en estas definiciones iniciales no constituye
un obstáculo para las explicaciones científicas.
3.º Estos caracteres exteriores deben, además, ser lo más
objetivos que sea posible. Medio para conseguirlo: aprehen-
der los hechos sociales por el lado en que se presentan aisla-
dos de sus manifestaciones individuales.
C III.— R
Utilidad teórica y práctica de esta distinción. Es preciso
que sea científicamente posible para que la ciencia pueda ser-
vir a la dirección de la conducta.
I.— Examen de los criterios empleados corrientemente: el
dolor no es el signo distintivo de la enfermedad, pues forma
parte del estado de salud; ni la disminución de las probabili-
dades de supervivencia, pues se produce, a veces, por hechos
normales (vejez, parto, etc.) y no resulta necesariamente de la
enfermedad; además, este criterio es con frecuencia inaplica-
ble, sobre todo en sociología.
La enfermedad se distingue del estado de salud como lo anor-
mal de lo normal. El tipo medio o específico. Necesidad de tener
en cuenta la edad para determinar si el hecho es normal o no.
Cómo esta definición de lo patalógico coincide, en general,
con el concepto corriente de enfermedad: lo anormal es lo
accidental; por qué lo anormal, en general, hace que el ser
esté en estado de inferioridad.
—266—
18_Indice final* 30/11/05 11:09 Página 267
II.— Utilidad que se obtiene al verificar los resultados del
método precedente buscando las causas de la normalidad del
hecho, es decir, de su generalidad. Necesidad que hay de pro-
ceder a esta verificación cuando se trata de hechos referidos
a sociedades que no han concluido su historia. Por qué este
segundo criterio no puede emplearse más que a título com-
plementario y en segundo lugar.
Enunciado de las reglas
III.— Aplicación de estas reglas a ciertos casos, principal-
mente a la cuestión del crimen. Por qué la existencia de cri-
minalidad es un fenómeno normal. Ejemplos de errores en
los que se cae cuando no se siguen estas reglas. La propia
ciencia se hace imposible.
C IV.— R
La distinción de lo normal y de lo anormal implica la cons-
titución de especies sociales. Utlilidad de este concepto de
especie, intermediario entre la noción de genus homo y la de
sociedades particulares.
I.— El medio de constituirlas no es proceder por monogra-
fías. Imposibilidad de encontrar salida por esta vía. Inutilidad
de la clasificación que así fuese construída. Principio del
método que hay que aplicar: Distinguir las sociedades por su
grado de composición
II.— Definición de la sociedad simple: la horda. Ejemplos
de algunas de las maneras en las que la sociedad simple se
compone consigo misma y sus composiciones entre ellas.
Distinguir las variedades en el interior de las especies así
constituidas según que los segmentos componentes sean coa-
lescentes o no.
Enunciado de la regla.
III.— Cómo lo que precede demuestra que hay especies
sociales. Diferencias en la naturaleza de la especie en biología
y en sociología.
C V.— R -
I.— Carácter finalista de las explicaciones usuales. La utili-
dad de un hecho no explica su existencia. Dualidad de las dos
cuestiones, establecida por los hechos de supervivencia, por
la independencia del órgano y de la función y la diversidad de
servicios que puede prestar sucesivamente una misma insti-
tución. Necesidad de la investigación de las causas eficientes
—267—
18_Indice final* 30/11/05 11:09 Página 268
de los hechos sociales. Preponderante importancia de esas
causas en sociología, demostrada por la generalidad de las
prácticas sociales, incluso las más minuciosas.
La causa eficiente debe, por tanto, ser determinada inde-
pendientemente de la función. Por qué la primera investiga-
ción debe preceder a la segunda. Utilidad de esta última.
II.— Carácter psicológico del método de explicación gene-
ralmente seguido. Este método desconoce la naturaleza del
hecho social que es irreductible, en virtud de su definición, a
los hechos puramente psíquicos. Los hechos sociales no pue-
den ser explicados más que por hechos sociales.
Qué ocurre para que así sea, aunque la sociedad no tenga
por materia más que conciencias individuales. Importancia
del hecho de la asociación que da nacimiento a un ser nuevo
y a un orden nuevo de realidades. Solución de continuidad
entre la sociología y la psicología, análoga a la que separa la
biología de las ciencias físico-químicas.
Si esta proposición se aplica al hecho de la formación de la
sociedad.
Relación positiva entre los hechos psíquicos y los hechos
sociales. Los primeros son la materia indeterminada que el
factor social transforma; ejemplos. Si los sociólogos les han
atribuido un papel más directo en la génesis de la vida social,
es porque han tomado por hechos puramente psíquicos esta-
dos de conciencia que no son más que fenómenos sociales
transformados.
Otras pruebas en apoyo de la misma proposición: 1.º
Independencia de los hechos sociales en relación al factor
étnico, el cual es de orden organico-psíquico; 2.º la evolución
social no es explicable por causas puramente psíquicas.
Enunciado de las reglas a este respecto. Debido a que estas
reglas son desconocidas las explicaciones sociológicas tienen
un carácter demasiado general que las desacredita. Necesidad
de una cultura propiamente sociológica.
III.— Importancia primaria de los hechos de morfología
social en las explicaciones sociológicas: el medio interno es el
origen de todo proceso social de alguna importancia. Papel
particularmente preponderante del elemento humano de este
medio. El problema sociológico consiste por tanto, sobre
todo, en encontrar las propiedades de este medio que tengan
mayor efecto sobre los fenómenos sociales. Dos clases de
caracteres responden en particular a esta condición: el volu-
men de la sociedad y la densidad dinámica medida por el
grado de coalescencia de los segmentos. Los medios internos
secundarios; su relación con el medio general y el detalle de
la vida colectiva.
—268—
18_Indice final* 30/11/05 11:09 Página 269
Importancia de esta noción del medio social. Si se la recha-
za, la sociología no puede establecer relaciones de causalidad,
sino solamente relaciones de sucesión que no permiten la pre-
visión científica: ejemplos tomados de Comte, de Spencer. —
Importancia de esta misma noción para explicar cómo el
valor útil de las prácticas sociales puede variar sin depender
de disposiciones arbitrarias. Relación de esta cuestión con la
de los tipos sociales.
Que la vida social así concebida depende de causas inter-
nas.
IV.— Carácter general de esta concepción sociológica. Para
Hobbes el vínculo entre lo psíquico y lo social es sintético y
artificial; para Spencer y los economistas, es natural, pero
analítico; para nosotros es natural y sintético. Cómo son con-
ciliables estos dos caracteres. Consecuencias generales que
resultan de ello.
C VI.—R
I.— El método comparativo o experimentación indirecta es
el método de la prueba en sociología. Inutilidad del método
llamado por Comte histórico. Respuesta a las objeciones de
Mill relativas a la aplicación del método comparativo a la
sociología. Importancia del principio: a un mismo efecto
corresponde siempre una misma causa.
II.— Por qué, de los diversos procedimientos del método
comparativo, es el método de las variaciones concomitantes
el que constituye el instrumento por excelencia de la investi-
gación en sociología; su superioridad: 1.º en tanto que llega al
lazo causal desde dentro; 2.º en tanto que permite el uso de
documentos más escogidos y mejor criticados. Que la socio-
logía, aunque reducida a un solo procedimiento, no se
encuentra, respecto de las otras ciencias, en un estado de infe-
rioridad a causa de la riqueza de variaciones de las que dis-
pone el sociólogo. Pero hay necesidad de no comparar más
que series continuas y extensas de variaciones, y no variacio-
nes aisladas.
III.— Diferentes maneras de componer estas series. Casos
en los que los términos de la serie pueden estar tomados de
una sola sociedad. Casos en donde hay que tomarlos de socie-
dades diferentes, pero de la misma especie. Casos donde hay
que comparar especies diferentes. Por qué este caso es el más
general. La sociología comparada es la sociología misma.
Precauciones que hay que tomar para evitar ciertos errores
a lo largo de estas comparaciones.
—269—
18_Indice final* 30/11/05 11:09 Página 270
C
Caracteres generales de este método:
1.º Su independencia frente a toda filosofía (independencia
que es útil a la propia filosofía) y frente a las doctrinas prác-
ticas. Relaciones de la sociología con estas doctrinas. Cómo
posibilita dominar a los partidos.
2.º Su objetividad. Los hechos sociales considerados como
cosas. Cómo este principio domina todo el método.
3.º Su caracter sociológico: los hechos sociales explicados
conservando toda su especificidad; la sociología como ciencia
autónoma. La conquista de esta autonomía es el progreso
más importante que le queda por hacer a la sociología.
Mayor autoridad de la sociología así practicada.
—270—
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CLÁSICOS DEL PENSAMIENTO
Colección dirigida por
Jacobo Muñoz
Ú
Del sentimiento trágico de la vida, M. de Unamuno. Edición de Antonio M.
López Molina.
Segundo tratado sobre el gobierno, J. Locke. Edición de Pablo López Álvarez.
Fe y Saber. O la filosofía de la reflexión de la subjetividad en la totalidad de sus
formas como filosofía de Kant, Jacobi y Fichte, G. W. F. Hegel. Edición de Vi-
cente Serrano.
La miseria de la epistemología. Ensayos de pragmatismo, J. Dewey. Edición de
Ángel Manuel Faerna.
Poética, Aristóteles. Edición de Salvador Mas.
La metamorfosis, F. Kafka. Edición de José M.ª González García.
Manifiesto del partido comunista, K. Marx y F. Engels. Edición de Jacobo Mu-
ñoz.
Historia como sistema, José Ortega y Gasset. Edición de Jorge Novella Suárez.
Monadología. Principios de Filosofía, G. W. Leibniz. Edición de Julián Velar-
de Lombraña.
La nueva mecánica ondulatoria y otros escritos, Erwin Schrödinger. Edición de
Juan Arana.
Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, K. Marx. Edición de Ángel Prior
Olmos.
Ensayo de una crítica de toda revelación, J. G. Fichte. Edición de Vicente Serrano.
España invertebrada, José Ortega y Gasset. Edición de Francisco José Martín.
Contrato social, Jean-Jacques Rousseau. Edición de Sergio Sevilla.
Investigación sobre el conocimiento humano, precedida de la autobiografía titulada
«Mi vida», David Hume. Edición de Antonio Sánchez Fernández.
De los delitos contra uno mismo, Jeremy Bentham. Edición de Francisco Váz-
quez García y José Luis Tasset Carmona.
Emilio y Sofía o los Solitarios, J. J. Rousseau. Edición de Julio Seoane Pinilla..
Sobre la verdad, Santo Tomás de Aquino. Edición de Julián Velarde.
El «Discurso de la Academia». Sobre la relación de las artes plásticas con la natura-
leza (1807), F. W. J. Schelling. Edición de Arturo Leyte y Hlene Cortés.
Provocaciones filosóficas, Paul K. Feyerabend. Edición de Ana P. Esteve Fernández.
Teeteto, Platón. Edición de Serafín Vegas González.
Pensamiento y poesía en la vida española, María Zambrano. Edición de Mercedes
Gómez Blesa.
El príncipe, Nicolás Maquiavelo. Edición de Ángeles J. Perona.
Las reglas del método sociológico, Émile Durkheim. Edición de Gregorio Robles
Morchón.