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Somnis - Kristopher Rodas

El libro 'Somnis' de Kristopher Rodas narra la historia de Eduardo, un joven que lidia con la pérdida de su mejor amigo César y la enfermedad de su madre. A través de recuerdos y reflexiones, Eduardo enfrenta su dolor y la soledad, mientras se siente incomprendido por su entorno. La narrativa entrelaza elementos de fantasía y realidad, explorando la conexión emocional entre los personajes y su lucha interna.

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Somnis - Kristopher Rodas

El libro 'Somnis' de Kristopher Rodas narra la historia de Eduardo, un joven que lidia con la pérdida de su mejor amigo César y la enfermedad de su madre. A través de recuerdos y reflexiones, Eduardo enfrenta su dolor y la soledad, mientras se siente incomprendido por su entorno. La narrativa entrelaza elementos de fantasía y realidad, explorando la conexión emocional entre los personajes y su lucha interna.

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SOMNIS

Kristopher Rodas
Copyright © 2023 Kristopher Rodas

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

Los personajes y acontecimientos descritos en este libro son ficticios. Cualquier


parecido con personas reales, vivas o muertas, es coincidencia y no intención
del autor.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, así como su


almacenamiento en un sistema de recuperación de datos o su transmisión de
cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por
fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso expreso y por escrito
de Kristopher Rodas.

ISBN-13: 9781234567890
ISBN-10: 1477123456

Printed in the United States of America


CONTENTS

Title Page
Copyright
PRÓLOGO
1
PRIMERA PARTE: EDUARDO
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
SEGUNDA PARTE:
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
TERCERA PARTE:
34
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EPÍLOGO: SOMNIS
63
Books By This Author
PRÓLOGO
1
Misty, la gata blanca de la anciana Marta, se perdió
accidentalmente entre las profundidades oscuras del
bosque mientras perseguía silenciosamente a un colibrí, el
animalito de colores llamativos cuando advirtió la presencia
de su cazadora subió a lo alto, desapareciendo entre hojas y
ramas.
A Misty no le preocupó en lo más mínimo que se escapara
su presa «Encontrare mejores pájaros, más grandes, más
jugosos, menos escurridizos», pensó. Al volver la mirada, se
percató de su verdadera situación, estaba perdida, sin un
camino el cual seguir, sin un olor el cual la guiara;
estremeció todo su pelaje, no encontró camino de regreso, a
donde mirara era todo arboles gigantes y lodo.
«Pronto vendrán a buscarme» pensó. Pero pasaron las horas
y nadie llegó. Misty se acurrucó dentro de un espacio vacío
que encontró en uno de los árboles, estaba muriendo de frio
y de hambre.
Un extraño sonido despertó a Misty en medio de la
madrugada, sonaba como si alguien estuviera revolviendo
el lodo. Misty es encantadora, sabía que con unos cuantos
maullidos y ronroneos el humano la llevaría fuera del
bosque, volvería a ver a su anciana dueña, a sus hermanos
y hermanas y a su caliente colcha que la esperaba cerca de
la chimenea.
Misty con su desesperante chillido comenzó a molestar al
que poco estaba interesado en ella.
«¿Un humano que no le gustan los gatos? ¡No puede ser!»
Pensó. Pero aquello no era humano, era... un ser, algo
diferente a lo que ella estaba acostumbrada.
El espantoso ser, estaba cubierto de lodo negro y pútrido,
se meneaba con lentitud, parecía no tener dirección, solo se
movía sin rumbo. Le extraño que un animal se le acercara y
le insistiera. Desde que llegó –La extraña creatura–, los
animales al percibir su presencia y su olor huían. No tenía
intenciones de hacerle daño a Misty, pero no tenía opción, el
maullido le causaba malestar.
Sin volver la mirada, de la espalda del ser salió un tentáculo
que rápidamente enrolló a Misty, la pobre gatita chillaba por
su vida, no merecía lo que le estaba sucediendo, intentó
morderlo, pero sus colmillos se atascaron en la concentrada
capa de lodo.
El tentáculo en breve cubrió a Misty dejando al descubierto
nada más sus ojos, que por la presión saltaban de sus
cuencas.
La gatita intento zafarse, de nada sirvió menearse de un
lado a otro, el tentáculo que la sujetaba con firmeza
comenzó a comprimirse. Misty por fin calmó su
desesperación. Ahora estaba en un lugar con una calientita
colcha en un rincón, disfrutando del tenue crepitar que
producía la madera en la chimenea.
PRIMERA PARTE:
EDUARDO
2
Era la una de la tarde, pero las nubes estaban teñidas de un
morado opaco y el sol apenas se divisaba.
Eduardo había decidido quedarse en casa, la implacable
lluvia fue la excusa perfecta para obtener la aprobación de
su madre. Se sentía deprimido.
Los recuerdos entraron en su cabeza como canicas
rebotando por todas partes de manera imparable. Eduardo
no podía evitar pensar en su mejor amigo. César murió en
un accidente, pero seguía siendo su mejor amigo.
Sin darse cuenta, Eduardo tenía dibujada una mueca triste
en el rostro. Lo extrañaba.
Vagando entre pensamientos, Eduardo se encontró con
dolor en todos las formas y colores. Todos y cada uno de sus
recuerdos felices ahora lo entristecían.
La mueca en el rostro de Ed se deformó aún más, las
lágrimas comenzaron a escurrirle por las mejillas, Eduardo
sintió tristeza, tristeza porque escuchaba a lo lejos la voz, la
risa y las bromas de su mejor amigo.
César resonaba dentro de él.
3
Todos los días eran alegrías porque él estaría allí. César, el
mejor amigo de Eduardo. En los meses continuos a su
desaparición fue el protagonista de su perpetuo insomnio.
Ed siempre pensaba en él y en su imagen relajada y
ecuánime. Muchos fueron los años en los que cultivaron su
solemne amistad.
Recordarlo hacía tanto bien como mal, pero daba igual,
pues en este preciso caso, el olvido era inevitable. ¿Cómo
olvidarlo? Si su presencia seguía tan viva como el color de
las flores en el verano; tan cercana como las gotas de lluvia
en la ventana que anuncian un radiante ocaso de tonos
morados y azulados.
Fue César quien calmo a Bety Cisneros cuando su gato
murió. Fue César el que le ofreció palabras de consuelo a
Jaime Pacheco cuando a este su amigo lo abandonó. Fue
César quien motivo Kenall Cilial a continuar la secundaria,
cuando por bipolaridades de la vida, está decidió que el
resto de sus días los pasaría en una silla de ruedas. Fue
César quien descubrió que el talento de Emil Velásquez era
las fotografías y la edición, y le regaló una Canon. Fue César
quien inspiraba a todo el que lo conocía, fue César quien
dejó un vacío enorme en todos cuando partió.
Fue César el que cambió la vida de Eduardo.
4
El bosque Ketter es el lugar perfecto para ir de aventura, los
árboles abren paso a senderos frondosos y complicados, sin
embargo, no era el bosque lo importante, sino lo que había
en sus profundidades. Había en especial un lugar oculto
entre la maleza y las ramas, un lugar descubierto por César:
«La arboleada especial», así de simple, así de fácil, lo
bautizó César.
Los árboles se extienden a alturas impresionantes,
cubriendo con sus hojas y ramas la entrada del sol. El viento
soplaba fuerte, arrojando pétalos y aromas. Los animales
eran tímidos, pues rara vez se asomaban, por no decir
nunca.
En espacio en el mundo en el que, por más diferencias que
tuvieran, podían estar en absoluta armonía, ya que, aquel
lugar estaba dotado de un aura intima, que los hacía gozar
de una conexión mística para con ellos y la naturaleza.
El mundo exterior se antojaba como un sueño lucido y
entrar en la arboleada especial era la espectacular realidad.
Un lugar mágico en donde podían compartir secretos.
Habitualmente permanecían recostados sobre las raíces
(que parecían deformaciones terrestres), del árbol más
grande de aquel lugar –Titán, su árbol favorito–, el árbol que
por razones desconocidas decidió crecer más de lo normal,
tal vez eran veinte metros o quizá treinta.
Cuando César guio por primera vez a Eduardo al lugar
especial, le confesó que había encontrado aquel lugar en un
sueño.
Eduardo fue escéptico al principio, pero César insistía en
que en sus sueños veía cosas increíbles, hablaba
constantemente de una capacidad para andar por los cielos,
mares y tierras con la simple condición de desear hacerlo.
Pero lo que entretenía a Eduardo realmente era cuando
César relataba sueños en los que visitaba un lugar, lejos,
muy lejos de todo lo que conocemos, donde hay dos lunas
en vez de una, donde hay animales capaces como las
personas de hablar, donde las flores cantan y el mar se
mezcla con el cielo.
El entorno cautivador de la arboleada daba un toque vivaz a
los relatos de César, era el escenario perfecto para un
increíble espectáculo…
5
La lluvia se había intensificado, el sonido de las gotas
colisionando ahora era ruido; lejos de dar paz solo aturdía y
perturbaba a Eduardo. Los buenos momentos que en un
pasado vivió solo le propiciaba depresiones a los latidos de
su torturado corazón.
Cansado de forzarse a dormir, se levantó de la cama y fue
directo a la cocina. Por su mente pasó la idea de que un
vaso de tibia agua refrescaría su estrés y podría así por fin
dormir.
De camino a la cocina escuchó ruidos desgarradores que
provenían del baño.
Su madre estaba vomitando (por cuarta vez en las últimas
veinticuatro horas). Desde que su padre los abandonó, su
madre poco a poco ha ido enfermando y empeorando. La
mujer es de alma fuerte, no se deja matar por el cáncer. Sin
embargo, estaba ya pagando las facturas de haber rotado
tantas veces en tantos trabajos. Ahora solo empeora más y
más con el avance de los días, Eduardo teme que pase lo
peor, que ella, lo único puro y bueno que le queda en la
vida, desaparezca de la misma manera en la que lo hizo su
mejor amigo.
6
Las vacaciones terminaron y ahora a Eduardo le tocaba
cursar el último año de secundaria. César y Ed habían
fantaseado con este año, en el que se decidiría lo que
harían con sus vidas.
César quería seguir la universidad, pero Eduardo estaba
ansioso por comenzar un trabajo, el que sea, para que su
madre pudiera descansar y quizá permitirse comprar
algunas de las medicinas que requería.
Todo mundo quedó perplejo cuando se enteraron de la
noticia. César, el niño prodigio estaba presuntamente
muerto.
Maestros y alumnos lloraron la desaparición de César, pero
¿cómo fue? ¿Qué ocurrió?
Hasta ahora lo único que se conoce es la incrédula historia
de Eduardo, quien se cree que fue el último en ver a César
con vida.
Eduardo le narró los hechos a la policía y estos le dieron
nula credibilidad. Les contó la situación a sus maestros,
vecinos, conocidos y todo el que estuviera dispuesto a
escucharlo y, gracias a eso, surgió una opinión unánime
entre todos: Eduardo enloqueció.
La historia de Eduardo era tan tonta que al poco tiempo
dejó de relatarla, ni siquiera el mismo estaba convencido de
lo que hablaba, ya que, a fin de cuentas, es una historia que
solo un loco contaría y solo un loco creería, ya que ha de
estar loca la persona que con certeza asegure que es capaz
de ver monstruos.
Todos los días sin César eran nublados, aunque el cielo
estuviera despejado y el sol, radiante.
Eduardo se vistió con su horrible uniforme gris y, con el
corazón apretado y la mirada pérdida se dirigió al instituto.
Eduardo estaba aprendiendo a vivir con su pesar; lo
aceptaba, pero no lo comprendía.
–Quítate, parasito –dijo un muchacho al tiempo que chocaba
a Eduardo con su hombro.
Era Charlie Pacheco, cabizbajo, sosteniendo sus libros
contra el pecho. Eduardo iba un grado adelante. Charlie era
raro, físicamente raro, no parecía un chico como los demás,
de hecho, resaltaba en él muchas características que solo
tienen las niñas.
Eduardo calló. Vio como Charlie se alejaba y empatizó con
él, por primera vez, después de muchos años, lo entendió.
Estaba solo.
Eduardo pensó seriamente en la posibilidad de hacerse su
amigo, pero concluyó que no era buena idea, la
personalidad de Charlie Pacheco es oscura como la noche.
“Quizá en otra vida podamos ser amigos”, pensó Eduardo
mientras Charlie cruzaba la calle por el camino de cebra.
Eduardo entró a la zona del instituto, las banderas de la
secundaría ondeaban dignamente sobre la llanura verde.
Algunos chicos estaban acurrucados bajo los árboles
leyendo, otros, dormitando, esperando a que sonaran las
campanas.
Alguien empujó a Eduardo.
–Cuéntanos de una vez, Emans, dinos ¿Cómo fue que lo
asesinaste?, ¿lo torturaste?, ¿lo amarraste?, ¿suplicó por su
vida? –Era Matías, pero más vale que le digan Matt, odia
cuando se pronuncia correctamente su nombre– ¡Vamos!
¡Confiesa, Emans! –Matt tenía acorralado a Eduardo, lo
sujetó del hombro y lo veía con furia a los ojos; con una
sonrisa macabra, como la de los asesinos seriales de los
thrillers policiacos.
Matías era el típico abusón de cabello castaño y ojos claros,
creía que era mejor que los demás y aprovechaba cualquier
situación para desatar caos. Antes del incidente de César,
Matías nunca había cruzado palabras con él, en ocasiones
llegó a observarle desde la lejanía, sentía cierta repulsión
hacia César pues no toleraba como a todos les caía bien,
creía que César era un impostor e hipócrita y por dentro
estaba feliz de que hubiera desaparecido. Su apuesta
apariencia le hacía ganar el favor de los menos avispados.
Pero si algo diferenciaba a Matías por sobre los otros
jóvenes son sus duros puños, a pesar de ser un adolescente
bien podría darle lucha a alguien mayor.
Matías volvió a empujar a Eduardo, un grupo
aproximadamente de diez o nueve chicos los rodeaban, la
mayoría vitoreaba a Matt, el resto simplemente sentían
pena por Eduardo, pero ninguno se acercó a ayudarlo.
–¡DINOS DE UNA VEZ POR QUÉ LO MATASTE! –Gritó Matt,
mientras se inclinaba hacia el suelo para quedar cara a cara
con Ed.
–¡Ya basta Matías! –Exigió la directora Rosales. El grito de
Matt alertó a medio instituto, todos dirigían sus miradas
hacia Eduardo y Matías, los pocos que no sabían de lo
ocurrido con César ahora se enteraban por el huracán de
chismosos y curiosos.
La directora se abrió paso entre la multitud de adolescentes
y agarró a Ed y Matt. Los llevó consigo a la dirección.
–¡Él comenzó! –Exclamó Matías. Tenía los brazos cruzados y
miraba con desprecio a Ed.
Eduardo no dijo palabra alguna, vio con indiferencia a Matt y
luego a la directora. Ed notó que ella también lo veía con
recelo.
La directora Rosales imputó los castigos a cada uno y les
pidió que se retiraran de su oficina y fueran a sus salones.
Mientras los jóvenes cruzaban el pasillo, Matt detuvo a Ed
poniéndole la mano en el hombro y le susurró al oído: «Esto
no ha terminado, imbécil, pagarás lo que me hiciste».
Cuando Matt retiró su mano Eduardo siguió su camino,
cabizbajo, con un rostro que no reflejaba emociones, parecía
un muñeco abandonado en una polvorienta estantería.
7
Lloviznaba, era al fin sábado, la única preocupación de
Eduardo en días como este era mantener la mente en
blanco. El joven se encontraba recostado en su cama,
viendo la débil luz atravesar las cortinas de su habitación.
El psicólogo de Eduardo le había dicho que, si seguía
pensando que su amigo vivía se haría daño a sí mismo, a su
madre y, la conducta se convertiría en un trastorno.
Un disturbio en las afueras interrumpió los delirios del joven.
Al echar un vistazo por la ventana observó una riña entre un
señor y un adolescente, fue con tal fuerza los golpes que
propició el hombre al joven, que eran escuchados con
claridad, a pesar de la llovizna. Cuando el hombre se alejó,
Eduardo salió a curiosear al adolorido que yacía en la lisa
banqueta.
–¿Qué estás mirando? –Dijo el joven– ¡Lárgate!
Eduardo volvió la mirada y giró en redondo en dirección a su
casa.
–No, ¡Por favor, ayúdame! –Imploró el joven–. Necesito…
necesito dinero, ¡tienes que ayudarme!
El joven le había robado al señor, que era el tendero de una
humilde tienda. Pero el atraco no sucedió como lo esperaba.
Su nombre era Isaac Vohemir, Eduardo lo auxilió con sus
ahorros y desde aquel día Isaac visita la casa de Eduardo y
con frecuencia platican en la acera, sobre sus penas y
pesares, consolándose a entre sí, eran como dos corazones
rotos que, desesperadamente, intentaban sanarse.
8
Desde hace un tiempo, por alguna extraña razón, la ciudad
de Okerke se inundó de felinos, cientos de gatos
comenzaron a llegar, adornando los parques, los prados
llanos y los vecindarios con sus hermosos pelajes que
parecen sacados de una caja de crayones por lo abstracta
que resulta la mezcla de colores.
Marta es la típica anciana viuda que llena sus vacíos
emocionales criando gatos en grandes cantidades, es la
dueña de casi todos los gatos de Okerke, pues vive en una
gran casa victoriana que por años ha pertenecido a su
familia.
Lo que nadie se imaginaba era que todo era una fachada
para cubrir su verdadera naturaleza, la vieja Martita es una
bruja, al igual que todos los que fueron sus familiares. Era la
última de una dinastía de ocultistas.
Misty, la gatita favorita de Marta tenía varios días sin llegar
a casa, a la bruja le extrañó esto. Misty, además de ser la
más bella era también la más inteligente de las jóvenes
hembras, capaz de seducir a cualquier humano con su
mirada y hacer de este su esclavo.
Los gatos de Marta se caracterizaban por ser los animales
más inteligentes de la ciudad. Con infusiones puestas en la
comida, la bruja logró estimular las neuronas y desarrollo
intelectual de sus felinos. En resumidas cuentas: Los gatos
de Marta eran súper gatos. Con conciencia similar a la
humana. Frente al público parecían ingenuos animales
caseros, pues habían sido advertidos por la bruja que
existen personas con la maldad como para encerrarlos,
atarlos y con sierras y pinzas examinar sus cerebros si
alguna vez salía a la luz que tenían cualidades superiores.
¿Cómo un animal tan inteligente podía perderse? Los gatos
siempre encontraban la manera de llegar a casa, incluso
cuando se perdían en alguna parte de la ciudad, tarde o
temprano regresaban con su amada cuidadora. La bruja se
comenzó a preocupar, evitaba de todas las maneras
posibles pensar en que Misty fue secuestrada, quería aliviar
su mente focalizándose en situaciones en las que esta se
pudo haber perdido, sí, debía ser así, Misty está perdida.
Marta encargó a sus felinos la tarea de buscar a Misty por
todos los rincones de la ciudad.
9
Eduardo no entendió en un principio como acabó
mezclándose con alguien como Isaac, el tipo era dos años
mayor y apenas tenía estudios. Pero en honor a la verdad,
algo en su mirada le recordaba a su mejor amigo.
Isaac invitó a Eduardo a una fiesta con la excusa de que le
presentaría a su gente. Eduardo desconfiaba, pero no se
negó, tenía cierta curiosidad. Había oscurecido y ambos
jóvenes se dirigían a la reunión.
–¿Qué pasa, Ed? – Isaac le dio una palmada en la espalda–,
te noto un poco apagado.
–No es nada –realmente la curiosidad se tornaba en temor
con cada paso que daban.
–No hay porque estar nervioso, son hermanos míos, tú eres
mi hermano y por lo tanto somos familia todos. Te tratarán
bien, ya verás.
Llegaron a su destino: un callejón oscuro, del cual se
percibía a distancia voces fogosas. Las paredes del callejón
estaban llenas de grafitis, algunos buenos, como uno que
retrataba el paisaje de Okerke visto desde las vías del tren
que cuelgan en la colina norte, las luces de la ciudad eran
como luciérnagas que se perdían en el ojo de un huracán,
los edificios y casas, vistos desde la allí parecían formar una
cara arrugada, como la de alguien viejo con surcos en las
comisuras de la boca. Eduardo se preguntó si vería eso si se
fuera de la ciudad en tren. Otros dibujos se limitaban a ser
una composición de eles y puntos.
–Es aquí. Vamos que ya estamos tarde.
Al final del callejón, Isaac trepó una reja, Eduardo lo siguió.
Aquel lugar estaba compuesto por una casa de dos niveles.
Las paredes eran de madera vieja y lúgubre. Alrededor
había un conjunto de apartamentos, todo color amarillo
canario. Isaac llamó a la puerta de la casa vieja, una sombra
corrió las cortinas de una ventana y la sombra que se
asomó preguntó por una contraseña, a lo cual Isaac
respondió: “cáncer”, entonces sonó la cerradura de la
puerta.
Para Eduardo fue… como entrar en un mundo distinto,
cuerpos sudados danzaban canciones de letras violentas y
autodestructiva. Luces fugases obstruyendo la visión de las
miradas vacías. Al poco tiempo la realidad empezó a
disolverse en coloridos amalgamas chispeantes.
–¿Qué opinas, Ed? –Isaac sonreía mientras sostenía una
bebida en un vaso rojo y blanco–. Te dije que te agradaría el
ambiente de aquí.
–Es… no sé, diferente a todo lo que conocía –reconoció
Eduardo mientras tocía.
Isaac le presentó a todos sus amigos, parecían agradables
en primera instancia. Pero más tarde se burlaron de Isaac
por llevar a un niño a la fiesta. Billy era blanco como la
nieve y estaba casi hasta los huesos, sus dientes eran
amarillos oro, tenía una bandana como la del resto. Joel era
un moreno robusto que llevaba pantalones rotos, resaltando
así sus calzoncillos blancos y arrugados. Chippi era el más
divertido, era enano y tenía una voz aguda, como la de una
ardilla, he allí la razón de su nombre.
Una chica de largos cabellos alborotados y rizados y piel
bronceada se acercó a ellos.
Tenía las pestañas levantadas como olas y un labial rojo
fosforescente. Una sensación extraña llenó a Ed de
adrenalina.
Isaac le dijo unas palabras al oído a la chica y se alejó,
desapareciendo entre los cuerpos sudorosos, Eduardo
intentó seguirlo, pero la chica le cortó el paso y le dijo:
–Tranquilo, chiquito, Isaac tiene algo muy importante que
hacer –a Eduardo le pareció rara la manera de hablar de la
chica.
La chica se presentó, su nombre era Amalia. Sus padres
viven en un pueblo a las afueras de Okerke, pero ella desde
que tiene edad para la escuela vive con su tía en la ciudad.
La música se detuvo, alguien al micrófono hizo un llamado a
todos los presentes, al parecer habría algún tipo de pugna
entre dos raperos y todos estaban invitados a admirar sus
rimas.
Fue imposible para Eduardo y Amalia contemplar el
espectáculo desde allí, pues el pasillo se amontonó de
jóvenes.
La chica guio a Eduardo por las escalares a la parte de
arriba, en el frágil piso de madera había un enorme agujero
carcomido, desde el cual tendrían una buena perspectiva de
la contienda, Amalia se recostó en el suelo e invitó a
Eduardo a hacer lo mismo.
El presentador hizo llamado al primer músico y tras unas
cortinas sucias y rotas, salió Isaac, con micrófono en mano,
rapeando velozmente, versando de manera majestuosa
Fue en ese instante en donde todo fue claro para Eduardo,
era eso, el aura de Isaac que irradiaba de su oscura poesía
era, en esencia, la misma con la que César narraba sus
sueños. Dos poetas, tan diferentes como iguales, un caso,
sin duda, extraordinario.
La actuación de Isaac terminó, cuando el otro chico
comenzó a rapear Eduardo perdió todo el interés, Amalia lo
percibió. Ed se volvió, quedando boca arriba, ella se volteó,
apoyándose con un brazo, quedando en una postura
interrogativa.
–¿Tú y Isaac son muy buenos amigos verdad?
–Eso creo, me cae bien.
El rostro de Ed adquirió apariencia de sombrío humor.
“Amigos”.
Cuando escuchaba eso la mente se le llenaba de los
recuerdos con César, era como desconectarse del mundo y
regresar en el tiempo.
Amalia comenzó a reír.
–Yo nunca he tenido un amigo. No uno sincero. Tienes
mucha suerte –comentó Amalia.
–Querer a las personas es complicado. Quizá quien tiene
suerte eres tú.
–Siempre he estado sola. No es bueno. Me siento vacía la
mayoría del tiempo –se sinceró Amalia.
–No es verdad. Eres bonita. Las mujeres bonitas siempre
tienen a muchos alrededor, como moscas en un pastel… sin
ofender.
–No me ofende. Es la verdad, pero son gente que no valora
lo que soy. Ninguno sabe cuál es mi color favorito, ni la
música que me gusta. Me dicen que me quieren, pero no
saben que me encantan las mariposas y me dan miedo los
conejos. No son mis amigos, no quieren ser mis amigos. No
tengo a nadie.
–Me encantan los conejos y me dan miedo las mariposas –
agregó Eduardo.
Ambos rieron.
–Supongo que tener amigos tampoco es lo mejor del
mundo, como dices.
–No es eso. El problema soy yo. Nací para ser el personaje
secundario de mi propia vida. Soy la porrista que le carga la
mochila a la popular. Soy el humo del cigarro. Soy una
simple ola en el infinito mar.
–No somos nada.
–Me caes bien, Amalia.
10
Cuando Eduardo comenzó a salir con Isaac, adoptaron el
mismo pasatiempo que tenía con su viejo amigo: vagar por
las noches por los callejones, trepar techos de casas
abandonadas, adentrarse en terrenos baldíos y zonas
inexploradas. La madre de Ed estaba contenta porque su
hijo al fin salía de casa, como en los viejos tiempos.
–Dios… la luna, desde aquí se ve perfecta –admiró Isaac con
los ojos iluminados de asombro mientras se incorporaba
junto a su amigo, en el techo de un autobús en
descomposición.
Los jóvenes se habían colado en la abandonada secundaria
Asturias.
–Creo que ya es hora de volver, Isaac –Eduardo tenía un
aspecto sombrío, como siempre.
–Lo estuve pensando, Ed. ¿Por qué no entramos a la
secundaria? O sea, ¿Qué es lo peor que puede pasar? Será
divertido.
–No tengo miedo, Isaac, no te hagas el valiente, sabes que
aceptaré, así que, si no quieres quedar como un imbécil,
más te vale no volver a mencionarlo –Ed tenía sonreía de
una manera extraña, algo se encendía dentro de él y se
proyectaba en su mirada.
–¿Qué te pasa? Soy mayor que tú –Isaac estaba dispuesto a
todo por demostrarle a su amigo que era alguien valiente.
Los amigos se deslizaron por las deformaciones del terreno
abandonado hasta las puertas del instituto. Los postes
posaban sobre en un mar de juncos marchitos. Donde
tiempo atrás ondeaban banderas escolares y nacionales,
ahora se agitaban trapos carcomidos. Las ventanas del
instituto parecían agujeros negros que conducen a
dimensiones paralelas donde gobiernan diablos de
pesadillas. Las paredes tenían un tono peculiar, como el gris
de las piedras mojadas, estaban quebradizas como si un
gigante las hubiera pateado, pero eso no se notaba mucho
pues la naturaleza reclamaba el complejo, extendiéndose
desde la tierra hasta el techo con líneas fangosas.
Isaac se sintió intimidado ante la enormidad de aquel lugar.
Se preguntó fugazmente como habría sido su vida su
hubiera podido estudiar.
Los jóvenes tantearon las puertas, pero no encontraron
manera de abrirlas; las forcejearon, pero estaban selladas
por dentro. Isaac tomó una enorme roca y la lanzó a una de
las ventanas del edificio, escaló por los ladrillos salidos y
entró.
Isaac debía abrir la puerta, pero pasó un largo rato y no
sucedió nada, Eduardo pensó que el tonto se habría perdido
entre los pasillos. No resistió la espera y se aventuró a subir
por los mismos ladrillos salidos. Cuando Isaac lo hizo se veía
como una tarea sencilla, sin embargo, Eduardo resbaló en
los primeros dos intentos. Sus brazos no eran tan fuertes.
Eduardo encendió la linterna de su celular, apenas
iluminaba unos metros al frente. Cucarachas grotescas en
masa cubrían el zócalo de las paredes como si de un horrido
adorno se tratase. Las arañas se concentraron en propagar
su tela de manera compulsiva por los rincones más oscuros
del lugar. Los débiles chillidos de las ratas sonaban
cercanos, probablemente porque tenían sus nidos en los
casilleros. La luz de la luna entraba tenue por las bocas de
las ventanas. Y a pesar de todos los componentes de la
macabra escena, lo que realmente hizo que el corazón de
Ed palpitara con la misma intensidad con la que los colibrís
baten sus alas, fueron unos dibujos en la pared malogrados,
hechos con tiza, crayón, sangre y lápiz. La luz de la linterna
de Ed alternaba entre varias partes de la obra, en un intento
inconsciente de revelar el mensaje oculto. Se alejó, con el
corazón en la garganta, precipitándose contra una de las
ventanas, fue en ese momento donde vio el maleficio
completo: Era una obra de arte católico. Niñas con faltas
grises y calcetas a las rodillas danzaban alrededor de una
hoguera donde ardía una cruz. Una fila de chicos con
antorchas caminaba en borde inferior y superior y, de los
extremos, un par de manos grisáceas de las cuales se
extendían garras agudas. Un mensaje estaba escrito sobre
aquella obra, con la caligrafía de un niño cuatro años,
rezaba: “Secundaría Asturias”
Sensaciones heladas subieron súbitamente por la espalda
de Eduardo, mientras su corazón comenzaba a latir con
pesadez, como si supiera que pronto la vida lo abandonaría.
El hedor a muerto le robó el protagonismo a la obra, pues
este sacó a Ed de su estado de petrificación y al fin pudo
despegar la mirada del arte diabólico y se concentró en
cubrirse la nariz y respirar por la boca.
Eduardo percibió una luz proveniente de las escaleras
conectadas a la planta baja, era el celular de Isaac con la
linterna igualmente encendida. El temor punzante le
acalambró la columna, estaba tensó, a punto de perder la
cordura.
Eduardo sentía el peso de una mirada siguiéndolo desde
varios ángulos. Desde algún punto detrás de las paredes
llegaron voces que transmitían sensaciones fóbicas que tan
solo la imaginación podría transliterar en sonido… risas,
risas nerviosas, algunas mezcladas con llanto, otras
frenéticas y descontroladas a tal punto que el sonido acaba
distorsionándose en voces guturales; se burlaban de él.
Los ruidos en su cabeza se silenciaron, pero lejos de sentir
mejoría, una depresión en el ambiente le inundo el pecho de
agonía. La linterna de su celular y el de Isaac parpadearon
un par de veces y se apagaron. Rayos de luna entraban en
hilos delgados por los enormes ventanales y agujeros en el
techo.
Eduardo Emans perdió la consciencia y se desplomó en el
suelo.

Eduardo se encontraba en las inmediaciones de un túnel A
lo lejos logró divisar un poco de luz al final. Caminó hacia la
luz, y se encontró con…
–César, ¿crees que algún día podré acompañarte en tus
sueños? –Eduardo y su mejor amigo estaban en la arboleada
especial, sentados en las faldas de su árbol favorito.
–¿Quién sabe? La vida no es para pararte a pensar en lo que
le ocurre a los demás, un día vivirás tu propia aventura y
vendremos aquí, bajo este hermoso árbol, teniendo de
testigos a estas bellas flores, para escucharte –El aire fresco
batía la cabellera de ambos.
–Bueno, quiero que estés en mi aventura, ¡seremos tú y yo
contra el mundo!
–Y si no estoy yo, procura igualmente divertirte.
–¿Por qué no estarías en mi aventura? –Inquirió Ed
entristecido.
–Porque te esperaré soñando en la oscuridad –César volvió
la mirada hacia su amigo. El orificio de sus ojos estaba vacío
y y una enorme sonrisa intranquila se dibujaba en sus
labios.
“Soñando en la oscuridad”.
“Soñando en la oscuridad”.
“Soñando en la oscuridad…”.

–¡Despierta!
Cuando Eduardo recobró la conciencia lo primero que
percibió fue el frío de la sólida banqueta. Un dolor agudo en
su cabeza lo perturbó por unos segundos en los que
intentaba recordar lo sucedido. Isaac estaba sudando a
chorros, agitado como si le hubieran dicho que en un par de
meses se volvería padre.
–¿Qué sucedió? –Pregunto Eduardo mientras sobaba su
cabeza.
–¡Dios, Ed, todo volaba! Era un maldito apocalipsis ¿En serio
no lo recuerdas? Tuve que sacarte a rastras porque te
habías desmayado. ¡Dime, por favor que no estoy loco! ¡Fue
una jodida locura! ¿Cómo fue que se te ocurrió que era
buena idea entrar, Ed? Recuérdame nunca volver a hacerte
caso… y, ¿Qué te ocurre? ¿Por qué estas sonriendo?
11
Era increíble contemplar los desfiles felinos, en manadas
deambulaban por todos lados. Eduardo y Isaac los
estuvieron observando durante un par de semanas, era
como si estuvieran en busca de algo. No había lugar que
escapara de su presencia y ya estaban comenzando a
acumular detractores radicales.
Isaac tuvo la intención de tomar a un gato, pero estos
cuando un humano se les acercaba adoptaban una actitud
agresiva, como fieras endemoniadas desenvainaban sus
garras y se lanzaban a la guerra mientras bufan
violentamente.

–¿A dónde iremos hoy? –inquirió Isaac.
–Esta vez yo te guiaré –Ed tenía una curiosa sonrisa, entre
nerviosa y expectante.
–¿No te importa si pasamos por la guarida antes? Hace frio,
y necesito un suéter, creo que podría prestarte uno
también.
Isaac vivía en un suburbio decadente. En un edificio que
antiguamente fue una prestigiosa tienda de muebles, pero
que fue abandonada y reclamada por los vagos de la
ciudad.
Los jóvenes marcharon hacia aquel lugar. Eduardo sentía un
profundo afecto por las personas que vivían con Isaac,
empatizaba con sus vivencias y suspiraba por sus historias
desgarradoras que, por dentro, muy por dentro, le
complacían; le hacían sentirse cálido, en compañía de gente
que podía entender el dolor de estar solo.
Aquella estancia era conocida como “el hogar familiar”.
Algunos de los jóvenes que viven en aquel lugar tienen
empleos como ayudantes de mecánicos o vendedores de
dulces. Isaac era de los que hacían un poco de todo: lustrar,
lavar autos en los semáforos, robar, entre otras cosas.
El hogar familiar estaba siendo devorado por la naturaleza,
nadie se dignaba en limpiar los exteriores del edificio,
aunque, por otro lado, eso le daba un toque intimidante. De
la humedad brotaba hongos y extrañas especies verdosas y
mohosas. La puerta principal no podía ser abierta, así que
Isaac y Ed entraban en el callejón, para llegar a la puerta de
salida de emergencia.
En los adentros se encontraron con chicos que tenían desde
once hasta veinticinco, más o menos. Estaban afilando
cuchillos, planchando ropa y lustrando sus zapatos. Los
jóvenes subieron las escaleras, era en el segundo piso
donde se encontraba la habitación improvisada de Isaac. El
segundo nivel estaba lleno de corredores torcidos y grises –
cuya estructura parecía ser de cartón duro–, las puertas de
todas las habitaciones eran cortinas.
Ed se impresionó con el desorden en el que vivía su amigo;
posters arrugados de mujeres en bikini mal colocados en la
frágil pared, una bombilla amarilla colgando de un cable y
meciéndose como si tuviera frío, un catre con los tubos
oxidados, muebles viejos y pilas de ropa desdobladas y
malolientes.
–¡Aquí está! –exclamó Isaac al encontrar entre un tumulto
de ropa su chaqueta de cuero favorita– ¿Cómo me veo?
–Te queda genial, Isaac, pero más genial sería que
ordenaras de vez en cuando. ¿No crees? –respondió Ed con
tono petulante– Podría ayudarte si me lo pides.
Isaac ignoró el comentario y salió de la habitación con una
sonrisa sarcástica, Ed estaba con los brazos en jarras y los
ojos torcidos de resignación.
Mientras caminaban vieron que por las escaleras venia
subiendo un señor con el cabello emblanquecido, camisa
manga larga de color sangre, con tirantes y corbata y unos
pantalones flojos color caqui. El viejo señor Tannea “lider”
del hogar familiar.
Tannea era un vagabundo, pero no como cualquier otro,
este vestía elegante y tenía muchas historias que contar,
por consecuencia, la oscuridad de su pasado llamó la
atención de Eduardo. Todo cambió entre los vagos cuando
Tannea llegó al callejón, hizo que los vagos sin esperanza se
sintieran como en una verdadera familia, motivándolos con
consejos y anécdotas, siempre decía que un día encontraría
un lugar al cual podrían mudarse, también los llenaba de
ilusiones diciéndoles que formarían una empresa y ¡Todos
formarían parte de ella!
Era por su manera de hablar y de vestir por lo que le daban
credibilidad, se reconocía que el viejo no tenía ni un pelo de
tonto, pero si era tan inteligente ¿por qué es vagabundo?
Nadie lo sabía, lo poco que decía respecto al origen de su
miseria era que en un pasado distante estuvo casado y que,
de su prosperidad y amor, nació una hermosa niña, pero lo
perdió todo en un accidente del cual, afirma, no recuerda
mucho, sus visiones del pasado se anclan como fragmentos
rotos que no le suponen nada más que lamentos.
El callejón comenzó a llenarse, principalmente de
adolescentes y niños. Esto no podía seguir así, esta gente
estaba condenada a la muerte sin un techo el cual los
protegiera de la merced de la madre naturaleza. Inició sus
indagaciones por todo Okerke y encontró un lugar
abandonado en el cual todos podrían vivir como una gran
familia. Sí, estaba completamente sucio y con insectos y
telas de arañas, pero no era nada que una familia no
pudiese resolver.
Los niños y adolescentes que no tenían a donde ir sabían
perfectamente bien que podían acudir a el edificio familiar y
serían recibidos por Tannea y el grupo, claro, media vez
retribuyan en servicios y encargos a la pseudo institución.
Todos debían pagar un impuesto honorifico al final de mes,
una cantidad que minúscula, que no supusiera un problema,
pero que sirviera para mantener el interior del lugar en
condiciones medianamente aceptables.
Podían trabajar vendiendo caramelos en el mercado,
lustrando zapatos o vendiendo periódicos, no importaba.
Todos tenían derecho a elegir su oficio, legal o no.
Como padre cuidando a sus hijos.
Como hijos cuidando a su padre.
–¡Señor Tannea! –exclamó Isaac mientras corría hacia el
señor para darle un cálido abrazo.
–Hola, señor –saludó Ed.
–¿A dónde se dirigen, chicos? –preguntó el anciano Tannea
mientras Abrazaba a Isaac y sobijaba cariñosamente el
cabello de Eduardo.
Los jóvenes le explicaron sobre los recorridos habituales que
daban por la ciudad. Hablaron sobre las zonas favoritas de
cada uno, sobre en donde vendían los mejores helados y en
donde se encontraban más gatos.
El viejo Tannea vaciló un rato y luego fingió estar ocupado.
Se despidió amablemente de ellos.
–-¿Y bien? ¿ahora a donde vamos, Ed?
–Solo sígueme… te enseñare un lugar muy especial.
El frio comenzó a perturbar a Isaac a pesar de que este traía
puesto una chaqueta de gruesa; Eduardo se complacido con
el clima.
Se aproximaron al parque Ketter.
Ed dobló hacia la derecha, saliendo del pavimento y
sumergiéndose en el camino serpenteante del parque.
Hombres y mujeres hacían su rutina nocturna de ejercicios,
algunos a solas y otros con sus perros. La luna llena estaba
a flor de piel, deslumbrando las distancias del extenso
parque.
Las miradas brillantes de los felinos ocultos entre las ramas
de los árboles daban la impresión de que vigilaban todo
cuanto los jóvenes hacían.
Ed y Isaac caminaron por un sendero que conectaba con el
bosque.
A Isaac le invadió un sentimiento de insufrible tristeza. De
noche los árboles parecían enormes monstruos, con sus
ramas agudas como dedos cadavéricos. De las
profundidades del bosque exhalaba un viento escalofriante,
a pesar de que ya habían estado en aquel lugar en múltiples
ocasiones, había algo de diferente en el ambiente, era como
si los mismos arboles sintieran miedo.
Ed le pidió a su amigo que encendiera su linterna. Los
sonidos del bosque eran como una combinación lúgubre del
sonar de los grillos y un silbido único, que el viento hacía y
nada más se escuchaba en este bosque como un canto. Ed
justificaba aquel silbido pensando que la corriente de viento
lo producía al pasar por los lugares huecos de los árboles.
–¿Y qué tal las cosas con Matt? –inquirió Isaac, intentando
tener algo de qué hablar, hablar haría menos terrorífica la
escena.
–Como siempre –respondió Ed por encima del hombro–. No
me dejará nunca en paz, me molesta porque es su manera
de entretenerse y, todos creen que lo que él hace es bueno
ya que me ven culpable. En fin.
–Qué borde, deberíamos de darle una lección –Insinuó Isaac.
Ed no respondió y permanecieron un rato en silencio.
–¿Sabías que Amalia está embarazada? –comentó Isaac.
–¿En serio? –Eduardo se sorprendió.
–El padre es el gorila con el que tuve la pelea de rap aquel
día, ¿recuerdas? Es novio de Amalia desde hace más de dos
años.
–Ojalá sean muy felices.
–Sí, viejo. Se mudaron a Occlen. Sé que estarán bien.
Un colibrí salió de entre unas ramas. Isaac se sobresaltó,
jamás había visto a uno, ni siquiera sabía que existían. El
animalito daba indicios de querer guiarlos a algún lugar,
Eduardo sintió curiosidad, pero Isaac le hizo reflexionar,
estaban ahí por algo en específico y no podían perder el
tiempo con animalejos horrorosos.
De pronto comenzaron a escuchar el sonido de una
corriente de agua, el rio estaba cerca.
–Es aquí donde ocurrió… –susurró Eduardo con terrible
intensidad, reviviendo en su memoria los hechos
surrealistas.
–Ed… podemos irnos si quieres.
–Ya estamos más que cerca –objetó Ed con serenidad,
intentando recobrar la compostura–. Eres una gran persona
Isaac y necesito que sepas mi verdad, que no solo me creas,
que me entiendas.
–¿Cerca de qué? –inquirió el desconcertado Isaac.
Ed sonrió y volvió la mirada hacia el puente al que se
estaban acercando. Los amigos comenzaron a rodear el rio.
Tras cruzar el puente, caminaron colina abajo por varios
minutos.
–¿Esto era lo que me querías mostrar? ¿Un montón de
ramas? –Isaac estaba molesto, fruncia el ceño mientras
mantenía los brazos cruzados.
–Sip –Dijo Ed en tono burlón–. La verdad me alegra que no lo
entiendas, creo que no podrías si no estuviera yo aquí…
Ed escarbo entre las ramas hasta llegar a hacer un hueco lo
suficiente grande para que ambos pudieran pasar
arrastrándose. Ed entró primero, Isaac le siguió.
12
Isaac, boquiabierto, no podía creer lo que estaba
observando: luces multicolor teñían la grama, pues las hojas
coloridas y traslucidas de los árboles proyectaban la luz de
la luna. Hasta donde le alcanzaba la vista había arboles
gigantescos, flores de todos los tipos y todos los colores.
Una sensación fría invadió el cuerpo de Isaac, se
estremeció. Los árboles creaban enormes sombras en las
que las luciérnagas disipaban la oscuridad.
–Mira, Isaac –dijo Ed mientras tomaba una luciérnaga entre
sus manos. El brillo del pequeño animalito sobresalía entre
los dedos de Ed, como si una pequeña vela tuviese en las
manos.
Isaac lo observó, luego volvió la mirada hacia los árboles,
nunca había visto algo tan majestuoso.
–¿Qué es este lugar? –inquirió Isaac.
–Es nuestro lugar especial. De César y mío.
13
Copito era un gato de raza Angora, lideraba un grupo de
rescate, y era responsable de cuatro gatos: Alpha, Un gato
marrón, viejo y tremendamente peludo, de raza somalí.
Perezoso: el más joven del grupo, gris y con orejas de ratón,
su raza es Curl americano. Mavello, un gato gris con rayas
llama la atención que es de los pocos que nació sin cola, es
de raza Manes. Y Botones, gato color crema, tiene un
carácter amistoso si no te metes con él, es de raza burmés.
Phillip, el líder de todos los gatos, le encargó a Copito y su
grupo la búsqueda de Misty en el bosque Ketter.
Cuando llegaron al bosque, Copito, el hermano de Misty,
optó por separar al grupo, él iría solo y se adentraría aún
más que el resto en el bosque.
–Te lo digo, Mav, el viejo Phillip no debería ser el encargado,
necesitamos ideas de mentes frescas al mando y él está
más que obsoleto –comentó Perezoso mientras se
deslizaban por los arbustos. El gato no dejaba de quejarse
en contra de contra de Phillip, pero no era esa su molestia,
sino que lo que realmente odiaba es que no fue elegido ni
siquiera como líder de grupo de rescate, se sentía capaz y
solo se le dio el lugar de subordinado.
–¡Ya cállate y déjame trabajar! –bufó Mavello.
Percibieron un hedor a mil tumbas que les resultaba
extrañamente familiar. Mavello comenzó a emitir un sonido
agudo, parecido a un cacareo, algo que solo los gatos
podían escuchar, con el cual trataba de alertar al resto del
grupo que la misión había concluido…
–Parece ser que será cosa nuestra.
–No perdamos el tiempo, en marcha.
Los pequeños ojos de ambos se dilataron hasta ocupar todo
el ojo, su pelaje se ruborizó como si hubieran escuchado un
disparo a medio metro. Entre los arbustos estaba el
cascabel de Misty, acompañado de su pelaje quemado y
estrujado, como si una serpiente la hubiese comprimido
hasta desvanecerla.
¿Qué fue lo que sucedió? ¿Como? ¿Por qué?
Mavello comenzó a olfatear el cadáver de Misty, mientras
Perezoso la examinaba con la mirada.
–No apesta a humano–observó Perezoso–. Tuvo que haber
sido una serpiente.
–Te equivocas –respondió Mavello, que no dejaba de
olfatearla–. No fue una serpiente, no huele a eso. ¿Crees
que no conozco a las jodidas serpientes? Fue otra cosa. La
verdad nunca antes olí algo similar, no tengo ni idea de qué
fue.
–Ve a buscar al jefe y al resto del equipo y yo la sacaré fuera
de este maldito bosque –refunfuñó Mavello mientras
sujetaba las patas de Misty con sus colmillos y la arrastraba.
–Oh Mis…
Perezoso se sumergió a las profundidades del bosque, cada
poco paraba y comenzaba a emitir un sonido agudo, el
cacareo que solo gatos pueden escuchar, después de un
rato de no obtener respuesta a la llamada dejó de hacerlo.
Cruzó con rapidez el puente, vigilando a diestra y siniestra
que algún desconocido humano o animal no lo acechara.
Copito seguía el rastro de un par de humanos. Los humanos
hicieron un hueco en un montón de ramas que había al
fondo del bosque ¿Qué habrá en ese lugar?, estaba a punto
de averiguarlo.
El gato blanco se posicionó frente al hueco, estaba a punto
de entrar cuando…
–¡COP! ¡COP, LA ENCON...!
Era perezoso, lo había encontrado, pero Copito no tenía
ningún interés en atender a su subordinado, rápidamente se
deslizó por el hueco de los humanos.
–¿No me escuchó? –se preguntó el Curl– Ah… Creo que no
tengo opción.
Perezoso siguió a Copito por un túnel de ramas.
Perezoso observó lentamente y con mucha atención y
curiosidad a su alrededor. Una arboleada de gigantes y
frondosos que se meneaban con el intenso viento frío,
luciérnagas brillantes, flores despampanantes, senderos
serpenteantes de caminos a los cuales no se les podía
observar un final.
Y allí estaba el jefe. Copito con la vista pérdida hacia el
cielo, iluminado por un rayo de luna que entraba por una de
las hendiduras del techo de hojas, se encontraba sobre un
lecho de flores de flores de cerezo.
–¿Alguna vez viste algo tan hermoso? –suspiró Copito.
Perezoso observó el techo de hojas, tenía cierta similitud
con las mantas que tejía su anciana Madre, pues había
muchos, muchos colores.
–Siento que estoy en casa –dijo Perezoso de manera
inconsciente, como si las palabras hubieran salido de su
hocico por acción propia.
–Siento lo mismo.
–Cop, hay algo que tienes que saber. Encontramos a Misty,
pero…
–No lo digas, Perezoso, yo lo sabía incluso antes de haber
comenzado la expedición. Nosotros siempre tuvimos una
conexión especial y, desde hace un tiempo me siento
derrotado, deprimido y muerto.
–Siento su perdida, Jefe –Perezoso odiaba decirle Jefe, pero
en un momento como este decidió prescindir de su
desagradable humor–. Mavello y yo estuvimos investigando,
parece que no fue un humano, pero tampoco hay indicios de
que haya sido atacada por otro animal. No sabemos qué fue
lo que paso.
–Los humanos que estuve siguiendo. Uno de ellos vio al
demonio que asesino a Misty. Lo sé, yo lo vi hace un tiempo
en el rio, temblando, encima de un túmulo de ramas.
Advertí aquello a madre. Ella no dudo en alertar a las
autoridades el paradero de él. Así que cállate y escucha,
está a punto de contar lo que sucedió.
14
Estaba a punto de anochecer, cuando Eduardo se despidió
de su madre y se dirigió a casa de su amigo. A paso lento y
relajado. La ciudad permanecía en un perturbador silencio.
El soplido del viento infundía sensaciones intimidantes.
Eduardo volvió la mirada. La antigua secundaria Asturias
rodeada de juncos marchitados que cabeceaban entre sí y
arboles débiles. Cuando se paseaba por aquel lugar,
entraba en él una sensación nerviosa, como si el mundo
entero se apagara. La desteñida y desgarrada bandera de la
que un día fue la casa de estudio más prestigiosa de la
ciudad se batía con fragilidad bajo un cielo lleno de
estrellas.

–Hola, Eduardo ¿Cómo estás? Pasa, pasa, César te espera
arriba –saludó cálidamente la señora Ammuni, madre de
César.
Eduardo subió las escaleras, a cada paso que daba se
encontraba con las fotos familiares de los Ammuni, le
hubiera gustado ser hermano de César, o cuanto menos,
tener un padre que de vez en cuando estuviera presente,
como el respetable señor Ammuni.
–Tardaste mucho, Ed, ¿otra vez te quedaste viendo el
césped crecer? –vaciló César–. Pasa.
César trancó la puerta y corrió las cortinas.
-–¿Adivina que haremos el fin de semana que viene? –a
César le brillaban los ojos y esbozaba una sonrisa inocente
–Pues, no sé –dijo Ed mientras acomodaba su mochila cerca
de la cama de César– ¿Celebrar el fin de curso? supongo
que lo de siempre, ir con tus padres al parque acuático ¿o
ya cambiaron de idea? No se les ocurra irse sin mí.
–¡No, tonto! Iremos a esto, mira –César puso en las manos
de su amigo una carta color turquesa, con diamantina y
pegatinas de unicornios y corazones.
“¡Ven a celebrar el fin de curso conmigo!
Fiesta en mi casa ¡No te la pierdas!
Domingo 15 de septiembre a las 7:00 PM
*Puedes llevar un acompañante*
1ª calle “Colina Alta” Residencia Valdemar.
Atte. Tu amiga, Sunny”
–Oh, te invitaron, eso es muy genial –dijo Eduardo con
fingida alegría, sin quitarle la vista a la invitación.
Eduardo no se lo había comentado, pero le gustaba Sunny
Valdemar, no de una manera amorosa, sino que, le gustaba
su forma de ser: tan soltada en ocasiones y tan tímida en
otras. Es una chica que, a pesar de tener todo en el mundo,
es temeraria y astuta. No acepta ordenes de nadie, pero
tampoco se impone. Es cool, la clase de mujer que se
casará con un teen model y se mudará al extranjero para
vivir en una enorme casa de tres plantas, con un radiante
jardín y unos hermosos hijos blancos.
–Pensaba que no te gustaban este tipo de cosas –prosiguió
Eduardo–, además ¿desde cuándo te llevas con la
Valdemar?
–Ya tenemos dieciséis, Eduardo, tenemos que probar nuevas
experiencias, vamos de camino a la universidad, hombre –
César le arrebató la carta y la resguardó en una gaveta–. Ya
hemos hablado, no mucho, pero ya… es loco, pero, me
invitó ¡Hombre, quizá le gusto!
–Ya, quizá sea divertido –agregó Eduardo con inseguridad y
fracaso.
César apagó las luces, pero las paredes y el cielo falso se
encendieron en constelaciones, eran figuritas
fosforescentes. Los jóvenes se acomodaron en la colcha y
apreciaron las pegatinas como si ante un universo perfecto
estuviesen.
–Anoche volví a tener un sueño extraño, Ed –suspiró César
intranquilo.
–Cuéntame.
–No recuerdo mucho… fue… ya sabes, surrealista, intenso y
me da mucho miedo. Estos sueños… no se los deseo a
nadie. Se sienten como si viviera otra vida, y cuando
despierto todo termina, y me deja un enorme vacío. No sé
como explicarlo, supongo que no hay manera de
encontrarle el sentido. Pero me gusta contártelo.
–Suena interesante, sigue.
–Ed, tengo un mal presentimiento. En mi sueño escuché
algo sobre una profecía. Y me involucra, no sé. No sé nada.
–¿Tus padres ya lo saben?
–Solo les he dicho que tengo pesadillas… Mamá piensa que
necesito ir al psicólogo…
15
El viento sopló fuerte en los rostros de ambos y los rizos de
César se alborotaron.
Ed y César llegaron a la arboleada especial, donde todos los
senderos desembocan en ningún lugar, solo arboles hasta
donde alcanza la vista. Todavía no reunían el valor de ir
hasta el fondo del denso conjunto –si es que tiene alguno–,
se sentaron en una enorme raíz que salía de la tierra y
apoyaron las espaldas contra titán, su árbol favorito.
–César, ¿crees que algún día podre acompañarte en tus
sueños? –Eduardo aun no comprendía por completo el poder
de su amigo.
–Ed, no tengo idea. La vida no es para pararte a pensar en
lo que le ocurre a los demás. Un día, vivirás tu propia
aventura y vendremos aquí y te escucharé.
–Bueno, quiero que estés en mi aventura, seremos, tú y yo,
en una odisea digna de ser contada…
–Y si no estoy yo, procura igualmente divertirte.
–¿Por qué no estarías en mi aventura? –preguntó
entristecido.
–Porque te esperaré soñando en la oscuridad –la mirada de
César se perdía en el descenso de las hojas secas.
Después de un rato de apreciación silenciosa, decidieron
que ya era hora de ponerse en marcha para al ultimo día de
la secundaria.

Los exámenes fueron muy agotadores. A Ed le resultó difícil
memorizar cada tema de los libros. Los días se le hacían
largos y aburridos, pero no tenía opción, si no se sacrificaba
perdería y César lo rebasaría. Por otro lado, César apenas
tocó sus apuntes y terminó sacando las mejores notas.
¿Cómo lo hace? Nadie sabe.
Mientras los amigos cruzaban los portones del IEPO varios
chicos se acercaron a saludar a César –Y algunos le dirigían
un gesto de educación a Eduardo–, para preguntarle si iría a
la fiesta de Sunny. A César le brillaban los ojos, es más,
Eduardo podría asegurar que nunca antes nada lo había
puesto tan contento.
–¿Crees que deberíamos buscar a Sunny para agradecerle?
–preguntó César mientras subían las escaleras.
“¡Pero a mí no me invito!”, pensó Ed mientras apretaba los
labios y asentía.
César –Con Ed a la espalda– se acercó a un grupo de chicas
que estaban paradas junto a las ventanas, posiblemente
estaban chismorreando sobre los chicos que asistirán a la
fiesta.
Las niñas fueron muy amables con César, al parecer todas
se llevaban bien con Sunny. Le contaron que no asistiría al
insti por estar dirigiendo los preparativos de su fiesta,
faltaba poco y ella se tomaba muy en serio estas cosas.
Eduardo y César entraron a clases, les tocaría matemática,
pero como ya habían pasado los exámenes, el profesor
Baltazar tardó en llegar al salón y, para cuando estaba allí
solamente circuló la lista de asistencia. La única razón por la
que había que asistir a clases era nada más porque se
mencionaría a los que tenían que asistir a la escuela
vacacional. Ed estaba convencido de que ganó, apenas,
pero ganó. A César mostraba poco interés en los resultados,
tal era su indiferencia que para quemar el tiempo comenzó
a hacer aviones de papel y, cuando estaba fuera del alcance
de la mirada del profesor, los lanzaba por la ventana.
Eduardo se llevó las manos a la boca para ahogar esas risas
frenéticas cuando el avión se le atoraba en la melena a
alguien.
Después de las menciones, el profesor escribió un mensaje
reflexivo en la pizarra:
“Que el arcoíris brille más que la tormenta dependerá de ti”.
Acto seguido se despidió emotivamente y les deseó a todas
unas lindas vacaciones. Los alumnos comenzaron a vitorear,
el profesor creía que su discurso había sido perfecto, pero
era por el anhelante sonar de la campanilla.
Habiéndose despedido de César, caminó por la 10ª calle,
desapareciendo en la curva cuesta arriba. Ed dirigió su
marcha solitaria sobre la avenida 12. Comenzó a lloviznar y
el frío le puso la piel de gallina.
16
Era una mañana fría y nublada, el viento soplaba con fervor,
haciendo bailar las cortinas y vibrar el vidrio de las
ventanas. Al fin había llegado el día, la fiesta, todos estarían
allí pasándola bien, con música llevadera, y buenas vibras
en el ambiente.
Eduardo no tenía ganas de levantarse, el día anterior, lo
había pasado en el hospital. A su madre le hicieron unas
pruebas y, al parecer no eran buenas noticias. Había algo
que mamá le ocultaba, algo grave, no por nada en la noche
lo llevó a comer costillas a Berklein Barbacoas… hizo
extraños comentarios del padre de Ed. Le trató de explicar
que el motivo por el cual se fue era porque no se sentía
preparado para liderar una familia, una familia en la cual el
amor se había apagado, ella insistió en que él en realidad
era una buena persona y finalmente le preguntó a Eduardo
si le gustaría volver a verlo, cosa que le heló la sangre al
joven y encendió en él un rencor que creía haber dejado
atrás.
–¡No quiero saber nada de él! –exclamó con los labios
arrugados–. No quiero que toques el tema de nuevo, má, no
quiero, vamos a estar bien, como siempre, y no lo vamos a
necesitar.
–Soldadito, era solo una pregunta –dijo su madre al tiempo
que le pellizcaba una mejilla–. Me gusta que tengas carácter
fuerte, Ed, en esta vida, tendrás que ser duro para
sobrevivir.
–No necesito sobrevivir si te tengo a ti y a mi mejor amigo –
Eduardo puso sus manos sobre las de su madre–. Ya verás
que cuando consiga un trabajo te compraré una enorme
casa má, nada te faltará.
–Mi niño… –musitó su madre lo suficientemente fuerte para
ser escuchada, mientras líneas de lágrimas corrían por su
cara.
17
Eduardo revisó su celular. Había un SMS de César:
“Levántate Eduardo Emans, llámame cuando leas esto”.
–¡Hola, Ed! –saludó César al tomar la llamada.
–Qué onda.
–Payaso, ¿A qué hora vamos?
–Vente ya si quieres, no estoy haciendo nada.
En cuestión de minutos César estaba en la puerta de la casa
de Ed, tuvo la suerte de haberse topado con Edwin, quien se
ofreció a llevarlo en su motocicleta.
–¿Cómo está tu madre, Ed? Cuando me contaste lo del
hospital me preocupé, además, cuando la saludé se veía
cansada.
–Esta bien, solo no durmió muy bien por la lluvia –Eduardo
recordó que, por la madrugada, a pesar del tormentoso
ruido de la lluvia, sobre salían sonidos desgarradores que
salían de la garganta de su madre mientras vomitaba en el
baño, ella ya no tenía nada que expulsar y lo único que salía
eran sus ganas de vivir.
–Ya, pero me parece que necesita cuidado, sabes que
siempre cuentas conmigo y mi familia para lo que sea.
Eduardo ignoro la gentileza de su amigo mientras abría la
ventana para que entrase aire fresco, lo necesitaba, se
estaba ahogando en lastimas empalagosas de las cuales no
precisaba.
–¿Has hablado con Sunny?
–Solo me envió un SMS, pero me parece más una copia y
pega de recordatorio de la fiesta, le respondí, pero ella no
me contestó, quien sabe, estará hoy muy ocupada.
–Ya te dije que no le interesas, no te esfuerces mucho.
El resto de la tarde los jóvenes se la pasaron jugando en el
ordenador de Eduardo, se les daba bien a ambos el ajedrez
virtual, en el cual César había acumulado un récord de
victorias por sobre su amigo, sin embargo, la emoción le
traicionó y Eduardo en un día casi empata su gloriosa racha,
estaban a nada de llegar a la partida decisiva cuando el sol
se ocultó.

El ambiente era fresco. Las calles mojadas reflejaban las
luces de los postes y semáforos en charcos fluorescentes;
las personas vestían sacos con tonalidades marrones; Las
flores lloraban rocío sobre jardines coloridos. Las nubes se
arremolinaban, tornándose de un morado oscuro que, sin
saberlo, anunciaba una larga noche.
–Me gusta –dijo César sin quitar la vista del frente.
–¿Eh?
–Sunny, ella me gusta, en serio me gusta. Quisiera, ya
sabes, impresionarla.
–Solo sé tú mismo, si le gusta, genial y si no, pues tienes
más opciones. Sara, la del cabello raro ¿la recuerdas? Creo
que encajarías mejor con ella –ambos rieron y luego hubo
una pausa de unos minutos mientras rodeaban el mercado
Saint.
–No me gusta Sara, dicen que se come los mocos, no me
creo esa idiotez, pero si me hablase con ella dirían que
también lo hago.
–Entonces lo mejor sería que yo caminara al otro lado de la
acera, mi rey.
–No, Ed, no seas tonto, tú eres mi mejor amigo, eres el
mejor, en serio que sí.
Después de tantos años, hasta ese preciso instante Eduardo
no se había preguntado por qué César, pudiendo estar con
quien se le diera la gana, estaba con él, a su lado, al lado
del triste y marginado Eduardo Emans, cuyo padre lo
abandonó, cuya madre se paraba en dos pies no con fuerza
vital, sino por pura voluntad; ese Eduardo, que todos
ignoran, que todos saludan por cortesía cuando se acercan
a César. Ed el miserable, sí señor, hay que ser miserable
para tener como mayor mérito ser amigo del chico que
todos quieren.
–César… –Eduardo abrió la boca para hablar, iba a hacer
preguntas sobre las razones que los habían hecho buenos
amigos, pero se contuvo, no podía hacer eso, era raro, tuvo
miedo de que César no lo interpretara de la mejor manera –
¿Por qué te gusta Sunny?
–Es bonita, supongo que solo por eso.
Colina Alta era la única colonia para gente opulenta en
Okerke. En dicho lugar fue donde se fundó la ciudad.
Antiguamente, la residencia Valdemar era la casa municipal,
donde Vivian los funcionarios públicos discretamente
asignados (siempre Valdemar), pasaron los años y después
de algunas revoluciones y muertes en todo el país, los
descendientes de los Valdemar (entre otras familias) se
limitaron solo a disfrutar las cosechas de sus antepasados,
algunos mudándose a lugares donde impera la vanidad y
lujuria y otros acumulando propiedades de manera
obsesiva.
Las oscuras nubes paseaban bajas por el cielo como si
quisieran guiarlos en otra dirección. El viento soplaba con
calma. Parecía que pronto comenzaría una tormenta, una de
las buenas. Agosto era de vientos fríos y septiembre de
lluvias incesantes; era esa la época más oscura del año, la
abuela de César un día le dijo que, si algo malo pasaba en la
ciudad, sería en esos días: los días oscuros de septiembre.
Finalmente, después de atravesar gran extensión de la
ciudad, llegaron a la colonia. Saludaron al portero y cruzaron
los enormes portones corredizos. La calle era de adoquín,
los bordes de la acera estaban perfectamente pintados de
rojo. Los jardines de la colina parecían sacados de la
televisión, frondosos y llenos de vida; cruzaron un pequeño
parque el cual tenía divertidos arbustos con formas de
animales y personas. Finalmente llegaron al barrio Valdemar
y se alzó ante ellos la melancólica casa de Sunny.
En sus enormes ventanas se reflejaban sombras volátiles,
por el sonido que se percibía desde el exterior se
interpretaba que la fiesta ya había comenzado. La
excitación movía a César, pero Eduardo quería retroceder.
Los rosales y claveles cubrían los extremos, envolviendo un
conjunto de árboles un tanto marchitados (quizá ahogados
por la lluvia), de los cuales colgaban diversos adornos
brillantes en coloretes lila y celeste.
César se fijó en un árbol en particular, del cual un columpio
metálico colgaba. Se imaginó a sí mismo meciendo a Sunny
durante un día cálido, deslumbrándose con sus cabellos
carmesíes.
18
La calle estaba a tope de bicis y motocicletas, también
había algunos autos de humildes recursos y unos pocos
deportivos. César fue el primero en llegar a la puerta.
Permaneció sobre el deck de madera unos segundos, quizá
pensando en que decir, luego se acercó al umbral.
Toc-toc.
La puerta se deslizó con un chirrido agudo, dejando salir
luces y melodías desde sus adentros.
Era Sunny, su sonrisa rosa y postura aristocrática
impresionaba por su sutileza. Vestía unas sandalias griegas,
una camisa sencilla de tirantes y una falda corta que dejaba
ver sus delicadas piernas arias.
–¡Hola! Que gusto que hayan venido –dijo Sunny con su voz
aguda, como de niña pequeña–. ¡Oye, me gusta tu cabello!
–exclamó alternando la mirada en Eduardo–. Tú debes ser
nuevo en la ciudad ¿Cómo te llamas?
–Ed… Bueno, Eduardo, pero prefiero Ed, Ed Emans. Y no soy
nuevo, estoy en la misma clase de César y, el gusto es mío,
bueno… de no-nosotros.
–Oh bueno, Ed Emans, soy Sunny Valdemar –Sunny extendió
su mano para saludarlo y Ed correspondió–. ¡Espero que te
diviertas mucho!
–César… –La mirada y el tono de Sunny cambió al alternar
en César, Eduardo interpretó el saludo que le hizo a él como
mera formalidad. Eso lo desanimó un poco, pero no, no le
afectaría, no hoy–. ¡Qué gusto! Se habla mucho de ti, y
bueno… –Sunny alternó en Ed con una sonrisa falsa y luego
volvió la vista hacia César–, ya hablaremos más
tranquilamente en otro momento.
–Sí, Sunny, me parece perfecto, ¿sabes? He estado
pensando mucho en esta noche –César cambió su tono de
voz, como forzándola para parecer más ruda, más
masculina, no mucho, no era un cambio drástico, pero lo
estaba haciendo, se notaba, quizá había logrado engañar a
Sunny, pero a Eduardo le pareció patético.
–¡Vamos! Todos nos están esperando… –dijo Sunny mientras
tomaba de la mano a César y lo arrastraba hacia adentro.
Ed no tuvo más opción que quedarse atrás y seguirlos de
lejos.
Al posarse frente al umbral percibió la antigüedad de dicha
vivienda. Los tapices eran elegantes y emanaban un aura
de cultura e historia. La madera se miraba fuerte y daba la
impresión que duraría mil años más de pie.
“¿Cómo fue que terminé aquí…?”, se preguntó, “¿Por qué un
Valdemar estudia en el IEPO? ¿Qué sentido tiene eso…?”
Fue tanto el interés que poca atención le dio al chirrido que
hizo la puerta, cuando Sunny y César lo dejaron atrás para
pasar a la siguiente habitación.
Eduardo desvió su atención hacia un cuadro. Era un retrato
de la ciudad, cientos de años atrás, cuando todo era arboles
y césped. Los Valdemar sonreían y lucían sus melenas de
juglares.
–La fiesta por allá, muchacho… –Resopló una voz lúgubre
por encima de su hombro.
Eduardo saltó de un brinco al escuchar aquella voz grave y
profunda. Era un guardaespaldas de los Valdemar, se les
veía por toda la ciudad detrás de cada miembro de la
familia, Eduardo creía que los guardaespaldas Valdemar
eran mudos, por su carácter indiferente y estático.
El tipo con saco negro y cabellos largos señaló hacia la
izquierda. Eduardo no tuvo más remedio que seguir
caminando.
Al cruzar la puerta, un destello de luz lo cegó.
El Dj tenía a todos embobados con su música. Los ruidos
electrónicos combinados con el alcohol en las mesas
evocaban sensaciones ocultas en los atolondrados, aquello
destapó su verdadera naturaleza y dejó salir la fiera que
todos tenían dentro, podían ser ellos mismos, aunque sea
una noche.
La luz corrió y Eduardo pudo observar lo que le rodeaba. De
cincuenta a setenta jóvenes de su edad estaban en aquel
vestíbulo, la mayoría saltando y gritando. Ed reconoció
algunas caras: Matt, el abusón del IEPO estaba por allí,
hartándose de banderillas y ponche, Ed jamás había
hablado con él y estaba complacido con por ello. También
estaba Maritza, su compañera de clases, que fue muy
amable al acercarse a abrazarlo.
–¿Has visto a César, Mari?, ¿Sabes en dónde está? –
preguntó Eduardo mientras se tapaba las orejas con los
índices.
–¿Qui…en? ¿Césaar? –La chica comenzó a reír–¡Ah! ¡César!
No sé quieeen ees…
–Dios, Mari, estás borracha –dijo Ed mientras la tomaba de
las manos–. Volveré en un rato con César y te llevaremos a
casa.
“Su madre se pondrá furiosa, pero estará más segura que
aquí”, pensó Ed.
El joven llegó a las escaleras que daban al segundo nivel,
pero se encontró con uno de los hombres de saco negro al
final de los peldaños. Antes se cruzó con uno y no quería
repetir la experiencia.
Del lado izquierdo se fijó en un par de tortolos que buscaban
de privacidad. Cruzaron una puerta, una puerta que no
estaba custodiada por perros de los Valdemar. Dentro del
corredor, la pareja entró por la primera puerta que
encontraron abierta. Ed estaba atrás de ellos, aunque no se
dieron cuenta.
Ed agudizó su oído, tratando de alejar el ruido de la música
de su mente. Comenzó a girar lentamente los picaportes de
las puertas, esperando tener suerte, que alguna se abriera y
ver a César y a la otra allí.
Un grito espantoso llegó a sus oídos. Aquella voz agónica le
era familiar. Corrió hasta el final del corredor, sin querer tiró
un florero de aspecto clásico, en otra situación se habría
echado a llorar por no saber cuánto tendría que pagar su
madre por el objeto, pero dadas las circunstancias no le
presto ni la mínima atención. A la derecha había otro
corredor, con tres puertas, Ed no tuvo que tantear ningún
pomo, sabia de donde vino aquel grito.
Y allí estaban, César y Sunny.
–¿Qué fue lo que rompiste? –dijo Sunny, irguiéndose, con los
brazos en jarras y el ceño fruncido.
Eduardo ignoró la pregunta y se acercó a César Su mejor
amigo estaba sudando frío y tenía un aspecto tenso.
–Ed, no te lo creerás, no pensé que esto funcionara, en se-
se-serio e-es terrorífico, te lo digo de verdad –a César le
temblaban los dedos y su voz se entrecortaba.
–Verás –dijo Sunny–. Estábamos jugando, ya casi
terminábamos, si vas abajo y nos esperas estari…
–¡Oye, espera! –abogó César–. Creo que podría quedarse, es
mi amigo.
–Bien, supongo que puedes observar –Sunny torció los ojos
y refunfuño en silencio. Había dejado de ser la chica gentil,
tal parece, olvidó en aquel momento ponerse su máscara de
chica perfecta y afloró su naturaleza, típica de un Valdemar
afortunado, llena gestos desagradables y carácter digno de
un mimado.
Sunny volvió a sentarse en la alfombra. Eduardo observó a
su alrededor, era un espacio reducido, parecía un almacén,
había varias estanterías de metal que sostenían objetos
poco visibles, pues estaban a tope de polvo y tela de
arañas. Un bombillo pendía solemne sobre de un cable
sobre sus cabezas.
Entre César y Sunny había un tablero de madera, se veía
viejo, pero a comparación del resto de objetos, éste estaba
bien cuidado.
–No me lo creía, Ed, esta cosa rara funciona, te lo digo en
serio, se movió, fue una se-se-sensación espeluznante, hici-
ci-cimos una pregunta y comenzó a moverse el triángulo
sobre el abecedario. Una persona muerta… una persona
muerta responde nuestras preguntas con esto.
Sunny dejó escapar una risita, le parecía cómico el
tartamudeo de César, por otro lado, estaba Eduardo, que no
reconocía a este nuevo César, inmerso en irracionalidad.
“Ya he visto esta cosa por la televisión, me parece que tiene
un truco con imanes dentro del tablero”, pensó Ed. No quiso
decírselo a César para no arruinarle el momento. César y
Sunny sostenían un triángulo que estaba sobre un
abecedario, el puntero se movía sobre cada letra, para
formar la contestación del “espíritu”.
–¿Qué habían preguntado antes de que yo llegara? –inquirió
Ed.
César abrió la boca para responder, pero Sunny lo detuvo.
Con un gesto de labios apretados y ceño fruncido, le indicó
que se callara.
–Nada –respondió Sunny–. Ahora bien, hay algo que tenía
ganas de preguntar: Querido ser ¿Moriste en esta casa?
N…O –señaló el tablero mediante los movimientos del
triángulo.
–¡VES! ¡YA VES! ¡ED, SI FUNCIONA! –César no podía
contener la emoción, se le notaba impresionado y nervioso.
Eduardo no hizo comentarios al respecto, se limitó a
guardar silencio, temía que Sunny lo callara, pero estaba
comenzando a sentir escalofríos.
Sunny tenía una enorme sonrisa, y los pómulos colorados,
era una expresión similar a la que hacen las chicas cuando
les dan un ramo de flores y una caja con chocolates. Estaba
contenta. Era evidente que no era la primera vez que
jugaba con ese tablero.
–Haz una pregunta tú –le dijo Sunny a César.
–No sé qué preguntar, yo…
–¡Rápido! Pregunta lo que sea.
–Bueno … ¿Hace cuánto moriste?
A Ed se le erizó la piel.
N…O…L…O…R…E…C…U…E…R…D…O –Respondió el
tablero al tiempo que a todos les recorrió por la espalda una
sensación pesada, como si una mirada, proveniente de los
fondos oscuros del almacén estuvieran vigilando sus actos.
No se dieron cuenta, pero el bombillo se tambaleó
levemente.
–Pregunta algo tú –Sunny veía a Ed, ya que estaba allí,
quería que formara parte del juego.
–Yo no… Estas cosas no me agradan… Ni si quiera creo en
los fantasmas.
–Ed es ateo –esclareció César.
No por mucho tiempo, dijo Sunny en voz baja. Ninguno de
los dos entendió lo que ella recitó entre labios.
–¿Cómo te llamas? –preguntó Sunny mientras veía hacia el
fondo de la habitación.
El triángulo se volvió a mover, pero dijo lo mismo: “No lo
recuerdo”.
–Quiero hacer una pregunta –Eduardo estaba abierto a
despejar sus nuevas dudas.
–¿No que muy ateo?
–Solo quiero hacer una pregunta.
–Nada te detiene.
–Señor…bueno, no sé si eres hombre –Ed creía estar
preparado para lanzar su pregunta, pero le ganaron los
nervios–. Si no sabes tu nombre ni cuando moriste, imagino
que es porque te fuiste de este mundo hace mucho, ¿No?
Pero lo que quería preguntarle y, espero que no te moleste,
es: ¿Recuerdas como moriste?, ¿Tienes algún recuerdo del
último momento de tu vida?
El triángulo comenzó a moverse por el abecedario, pero
lentamente comenzó a subir, hasta llegar su parte superior
izquierda, y se quedó quieto sobre la palabra si (en la parte
superior derecha decía no).
–¿Aja? Dinos como moriste. –Sunny tenía los ojos abiertos
como grandes platos y la respiración agitada y
entrecortada.
–Ten un poco de respeto por los muertos, Sunny. –alegó
César–. Si se enoja ya no podremos seguir jugando.
–Querido fantasma –Corrigió con sarcasmo–. ¿Podrías, por
favor, decirnos cómo fue que moriste? Gracias.
Cuando el triángulo comenzó a moverse, todos contuvieron
la respiración. Olvidaron completamente que estaban en
una fiesta, pues no se escuchaba ni el murmullo de las
voces del piso de abajo.
A…S…E…
Ed y César estaban atónitos, ya sabían la respuesta.
–Asesinado… –confirmó Sunny, sonriente.
El puntero se movió hacia la parte superior izquierda.
–¿Moriste a manos de un Valdemar? –Preguntó Eduardo en
un impulso inconsciente.
El puntero se movió y regresó al lugar en el que estaba
anteriormente, marcando nuevamente “Sí”.
Los tres se vieron a las caras. No podían creérselo, el
espíritu merodeaba por la casa Valdemar porque estos lo
mataron quién sabe hace cuánto.
Sunny casi se reía frente a los bobos, se le había ocurrido
una buena broma que aprovechaba toda la tensión ya
generada, era evidente que los muchachos estaban muy
tocados con el tema.
–¿Cuándo morirá mi acompañante, César Ammuni?
César se levantó de un brinco y gritó el nombre de Sunny,
estaba tan molesto como asustado.
Pero Sunny no se movió de su lugar, y el puntero comenzó a
moverse, lo cual dejó a César en shock.
Eduardo le dijo a Sunny que el juego había terminado, que
volvieran abajo, pero ella lo ignoró.
César, perplejo miraba como el puntero señalaba palabra
tras palabras. Después de un buen rato el puntero terminó
de señalar letras. El tablero había dicho que César moriría
esa misma noche.
César comenzó a temblar. Era la primera vez que Ed veía a
su amigo tan acobardado, pero lo cierto es que César
siempre sintió pavor ante cosas vinculadas al mundo del
ocultismo… Pero eso nunca lo mencionó.
–Parece que vas a morir, César –Sunny miraba a César
expresión de preocupación, muy fingida, pero César tenía
tanto miedo que no se dio cuenta que estaba siendo víctima
de una broma.
–¡No le creas, César! Se está riendo de ti… ¡Vámonos de
aquí!
Sunny se cubrió la boca con una mano, y comenzó a
morderse los labios, quería retorcerse en el suelo y morir a
carcajadas, pero tenía la esperanza de ver como uno de los
chicos más populares y valientes se cagaba encima.
–¡Dile que no es cierto!
–Pero si lo es… Eduardo.
César comenzó a experimentar una sensación extraña. De
las profundidades de su subconsciente algo oscuro comenzó
a manchar toda su racionalidad. En aquel momento de
locura le pareció las paredes del almacén se desprendían de
su lugar, siendo tragadas por un remolino espectral
conectado a los abismos del mismísimo infierno. Las llamas
se tragaron a sus amigos entre gritos de desesperación y
agonía que, en un esfuerzo tortuoso por repeler el fuego,
fueron consumidos hasta llegar a las cenizas, monstruos
escamosos y amorfos emergían del torbellino diabólico que
se alzaba sobre su cabeza. Con sus dientes afilados y
miradas enfermizas intentaron tomar su alma. En su pecho
sintió como se formaba un vacío en el cual poco a poco se
hundía hasta ahogar por completo su existencia.
César no resistió, y salió de la habitación a la velocidad de
un rayo. Sunny por fin pudo reírse como una loca. Eduardo
corrió detrás de su amigo.
19
La lluvia había intensificado sus fuerzas de una manera
irracional. El viento soplaba con fervor, era como si la
naturaleza cobrara vida y le escupiera en la cara, como una
señal extraída de la condensada espiral del cruel destino,
forzándolo a una lección que si o si aprendería.
La vista de Eduardo estaba opacada, si no fuera por el
ruidoso chapoteo de los tenis de César le hubiera sido
imposible seguir su rastro. Estaba tan cerca de él, pero a la
vez, tan lejos.
Los jóvenes cruzaron el portoncillo oxidado y enmohecido
del parque Ketter.
–¡Detente! –gritó Eduardo en acto de desesperación
absoluta, pero fue ignorado, César ya no escuchaba, su
cerebro ya no funcionaba con coherencia, era como si sus
ojos vieran otra cosa, como si su cuerpo se encontrara
atrapado entre dos mundos, dos mundos que lo estaban
consumiendo mentalmente.
Eduardo sabia a donde iba su amigo, su mejor amigo, su
único amigo en este desértico planeta, sin embargo, no
entendía las razones. ¿Por qué iría al lugar especial? ¿acaso
las flores lo protegerían del descenso a la locura? ¿los
árboles extraerían del suelo sus raíces y caminarían como
hombres para luchar en su bando contra el ejército
demoniaco que lo acechaba?
Se adentraron en el bosque. Eduardo siguió llamándolo al
tiempo que apartaba de su cara las ramas de los árboles e
intentaba con furia mantener el ritmo de su marcha a pesar
del lodo que había por todos lados donde pisara.
César no logró su cometido, por el impulso, por la emoción,
por la distorsión de una realidad, resbaló en la orilla del rio y
cayó en este.
Eduardo contempló aquello con intenso temor, en aquel
momento dio retroceso su vida, volviendo atrás, muy atrás,
encontrándose a sí mismo como un niño viendo a su madre
luchando por llevar el pan a la mesa, muriendo poco a poco
y sin que él nada pudiese hacer para evitarlo.
No, no sería como aquellas veces, estaba listo. Esta vez no
se quedaría con los brazos cruzados a ver como todo se iba
al carajo una vez más. Se lanzó con torpeza al agua.
Los jóvenes viraron y giraron en la corriente, como un
manto en el aire, como muñecos de trapo en las manos de
un malcriado chiquillo consentido.
Chocaron con rocas redondas y ramas desprendidas,
ahogándose, aleteaban los brazos como si de alguna
manera fuera posible alcanzar la orilla. En medio del
descontrol, Eduardo apenas pudo ver a su amigo,
escuchaba que tragaba y escupía agua, que forcejeaba
contra la corriente, tratando de evadir el destino. Gracias a
la radiante luna, que, a pesar de las pesadas nubes, brillaba
con fuerzas como si de alguna manera los estuviera
ayudando, el joven logró vislumbrar que en sus
proximidades había una caída, una cascada. Entendió en
aquel momento que era el fin, morirían. Algo hizo clic en su
mente y entonces su conciencia comenzó a difuminarse, los
sentidos perdían su dirección y el matiz de los colores se
ennegrecía junto a su mirada y esperanzas. Sus ojos se
cerraron.
20
Cuando Eduardo despertó, se encontró con las ropas
rasgadas, mallugado sobre un cumulo de ramas atascadas a
la derecha del rio. Suspiro con alegría y dio gracias al cielo
por la nueva oportunidad, pero al primer movimiento que
hizo sus huesos lo traicionaron, algo crujió dentro de él y un
inmenso dolor le hizo temblar y gritar. Después de unos
minutos de insufrible calvario forzó su torso para girarse, y
César, su mejor amigo, estaba allí, a unos metros de él, al
otro lado del rio.
“Que putada”, dijo entre dientes con cierta consolación de
saber que su amigo estaba cerca.
De pronto, Ed comenzó a sentir un extraño calor, algo se
acercaba, algo que calentaba el agua y el ambiente. En el
rio se produjo un borboteo.
Emergió de las aguas un ser, sin embargo, por sus
movimientos tan extravagantes, resaltó que su constitución
era similar a la plastilina, pues podía moldearse sin tener
que acomodarse a una forma determinada por huesos. La
forma que gradualmente tomaba era como la de un cilindro,
con una espesa y viscosa masa negra fluyéndole.
La neblina brotó, estorbando la mirada de Ed, pero gracias a
la luna, las sombras reflejaban aquella maldad condensada.
Un recuerdo fugaz llegó a Eduardo: César, su mejor amigo,
le había contado que, en uno de sus sueños, había una
bestia similar a la que hoy profana su mundo.
Un tentáculo emanó del ser viscoso. Envolvió a César con
cuidado, el pobre aún no despertaba de su desmayo. Un
enorme ojo con las venas remarcadas y aspecto enfermizo
salió del engendro cilíndrico, lo asomó para examinar con
cautela al muchacho, meneándolo como un juguete,
estudiando cada una de sus partes. Finalmente lo introdujo
en sus fauces y volvió al agua, desapareciendo en solo unos
segundos, como si nunca hubiere sucedido.
Se tragó a César y se esfumó de la realidad.
Eduardo que en aquel momento estaba perplejo por lo que
había visto, comenzó a convulsionar, una reacción normal
para el contexto en el que se encontraba, después de
aquello, el joven no recuerda nada más de la noche, ni una
imagen ni un sonido. Nada.
Despertó en una cama con una colcha tiesa, en una
habitación despintada y con una ventana que necesitaba
ser cerrada pues la tormenta estaba entrando.
SEGUNDA PARTE:
¿AMIGOS POR SIEMPRE?
21
Isaac sacó un cigarro de su bolsillo y lo fumó de manera
ansiosa a medida que Ed relataba los hechos de César,
quizá necesitaba de las virtudes neuronales que solo un
cacho de humo podía darle para comprender tales
disparates.
–Dios, Ed –Dijo Isaac con suma pasividad, mientras exhalaba
humo por su boca y nariz– Esto es muy fuerte, en serio que
entiendo porque muchos dicen que estás loco.
–¿Quiénes dicen eso?
–Todo mundo que alguna vez escuchó tu nombre, de hecho,
me han aconsejado no juntarme contigo, dicen que me
puedo volver imbécil, y sinceramente creo que tienen razón
–dijo en tono jocoso–, después de todo, desde que te conocí
me he empapado de pensamientos extraños, eres muy raro.
–Sí, soy yo la mala influencia –respondió Eduardo entre
risas–, dame un poco de eso, creo que lo necesito.
Isaac lo miró fijamente con una sonrisa descarada, sacó de
su bolsillo otro cigarrillo, lo encendió con su encendedor
plateado y se lo dio a su amigo, probablemente, su único
verdadero amigo. En otras circunstancias, Eduardo no
hubiera dejado que nadie fumara en un lugar que
consideraba el más sagrado del planeta, pero dado lo
sucedido, carecía de importancia.
Desde que César se fue solo visitó el lugar especial un par
de veces para lamentarse y llorar sin que nadie lo pudiera
juzgar.
–¿Qué tal? La primera vez siempre sienta un tanto pesado,
pero cuando sientas que el pecho se te duerme, te vuelvas
más ligero que una pluma y tus pies se despegan de la
tierra, te abras acostumbrado.
–¿Cuándo sucede eso…? –tosió el joven novato–. Esto sabe
horrible ¿Por qué todos lo usan?
–Cuando la vida es una mierda acida le pierdes valor a tu
propia existencia, no sientes ningún gusto a las cosas
cotidianas, Ed –Isaac resopló el humo en la cara de su
colega–. Entonces buscas placer en donde sea, de cualquier
tipo, no importa, la cosa es sentir algo, para recordarte a ti
mismo que estas vivo…
–Interesante filosofía –admitió Eduardo mientras le daba una
segunda oportunidad al porro, esta vez aguantándose las
ganas de toser, detuvo en su pecho el humo unos
momentos e intentó imitar la postura de Isaac–. Al final, me
parece que si te he influenciado ¡Mírate! Usando la cabeza
para reflexionar, aunque solo sea para justificar tus vicios.
–Ese, el amigo tuyo, no me parece tan inteligente como me
lo habías planteado, no entiendo, realmente no entiendo.
–Cambió mucho, pero te aseguro que él era la persona
analítica y virtuosa que te conté. Todo sucedió sin darme
cuenta, vivía a su sombra, acostumbrado a su palabra y a
seguirle, jamás lo cuestioné, no hasta que desapareció, no
sé si estoy actuando como una marioneta que aprendió bien
de su titiritero, o si por fin he comenzado a ser lo que
siempre debí ser. Quizá… por primera vez en mi vida…
estoy viviendo.
Isaac rápidamente se percató de que Eduardo una vez más
comenzaba a sumergirse en los terrenos montañosos de su
mente atormentada.
–Cuéntame, Ed, ¿Qué sucedió en el hospital? ¿Tu mamá
mejoró? ¿Cómo acabó tu relación con Sunny? ¿Piensas que
César vive?
–Bueno, ponte cómodo que seguiré entreteniéndote.
22
La vida no dejaba de sorprender a Ed, siendo que, la
primera visita aquella mañana en el hospital fue nada más y
nada menos que su queridísima amiga, Sunny Valdemar.
–¡Oh! Despertaste… –Sunny sostenía en la mano izquierda
un girasol, después de trancar la puerta se acercó a la
mesita. Puso la flor en esta y al acercarse a la cama,
agregó–: Eduardo, me alegro mucho de ver que estás… iba
a decir bien, pero veo que no, ¿Te ofendería si digo “vivo”? –
Sunny esbozó una sonrisa que parecía sincera. Es una
buena actriz.
–Tú… ¿Dónde está él? –Ed estaba confuso, debatiéndose en
su mente si aquellos recuerdos que lo atormentaban
formaban parte de una pesadilla.
–Si tú no lo sabes, entonces no lo sabe nadie. ¿Qué ocurrió
con ustedes?
–Caímos… en el agua… Él, lo vi, estaba a unos metros de
mí, pero, algo… algo se lo llevó. César fue secuestrado… un
monstruo se lo llevó…
El semblante de Sunny cambió considerablemente, era
evidente que el testimonio de Eduardo la estaba poniendo
nerviosa.
–Creo que debes descansar un poco más, Eduardo. Te
recomiendo pensar antes de hablar, afuera están unos
hombres que quieren hablar contigo, a lo que voy, es que
no quiero que me involucres, no quiero tener nada que ver
en esta mierda, nunca pensé que tu amigo se iba a cagar en
los pantalones por una broma tan tonta.
–¿Llamas tonto a jugar con los muertos? No… no conoces a
César, él vive con una tensión increíble en su día a día, por
las noches, tiene extraños sueños, no es como tú y yo…
–El tablero estaba trucado, Eduardo, en los muebles del
fondo, estaba escondido un micrófono, así mi amigo
escuchaba todo lo que preguntábamos y enviaba las
respuestas al tablero con esto –Sunny sacó de su bolsillo un
dispositivo muy similar a un tamagotchi–. El puntero tiene
un sensor que al detectar los dedos de las personas que
hacen las preguntas. Mi amigo envía las respuestas al
punteo y este las marca en el tablero. Es sencillo. Solo un
idiota se lo creería.
–¿Amigo…?
–Sí, Matti y yo lo llevábamos planeando un tiempo… –Sunny
bajó la mirada como muestra de su vergüenza, realmente
se le notaba que sus intenciones no eran tan destructivas. A
pesar de que es una descarada, Eduardo quiso pensar que
tal vez sus intenciones no eran tan destructivas, a fin de
cuentas, ella no conocía a César a fondo, nadie lo conocía
más que Ed.
–¿Matías…? Matt es un hijo de perra y tú también…
–Eduardo, no nos vamos a hacer responsables –Sunny se
acercó a Ed tanto que parecía que le iba a dar un beso–,
quedarás peor si nos mencionas, lo negaremos todo y te
tacharemos de lunático, nadie creerá eso que me acabas de
contar, así que más te vale contar algo... no sé, algo menos
estúpido, supongo.
Así fue como salió a flote la verdadera Sunny Valdemar, la
adolescente rica, sin escrúpulos e infeliz. En este caso
Eduardo no tenía opción, por el lado de Matías podía
evidenciarlo porque todos saben que es un desgraciado,
pero Sunny, a ella todos la aman, nunca nadie dudaría de su
inocencia, sería peor para Eduardo ligar el nombre de ella
con el incidente, así que sencillamente, se aferró a la
verdad, excluyéndola a ella y a su jodido amigo, el cual
estaba estrictamente ligado a ella. Eduardo aceptó
amargamente que Sunny tenía razón, nadie creería aquellos
hechos tan surrealistas.
Alguien llamó a la puerta, Sunny rápidamente se irguió y se
dirigió a abrirla, justificó haber trancado con llave
argumentando que no se había fijado. Con una dulce sonrisa
y mirada angelical, se despidió de los agentes del ministerio
público.
–Buenos días, jovencito –El hombre de saco negro,
encorvado y con unos enormes anteojos que posiblemente
usaba para disimular el gran tamaño de su nariz, levantó su
mano a la altura de sus ojos y leyó un documento, como si
estuviera confirmando si había dicho correctamente el
nombre de Ed.
–Mucho gusto, joven, mi nombre es Carlos Landeras, y este
es mi compañero, Frederick Valenzuela –El otro agente tenía
un bigote blanco, con rayos negros, como si se lo hubiera
pintado y el tinte estuviese perdiendo el color. Regordete y
con entusiasmo en sus palabras, transmitía una sensación
de seguridad.
–Hola… –Eduardo estaba cansado y adolorido.
–Señor Emans –dijo Frederick, el de los enormes anteojos y
nariz nauseabunda– Necesitamos, cuando se recupere claro,
hacerle unas preguntas sobre el paradero de… –Volvió a
echar una ojeada al documento que traía entre las manos–:
César Ammuni. No se sabe nada de él, y se cree que fue
usted el último en verle, ¿me equivoco?
–Eso creo…
–¿Ah? ¿Y en dónde está?
–Dijo que… puedo responder cuando me sintiera mejor…
El agente apretó los dientes y con el ceño fruncido le dirigió
a Ed una mirada fulminante.
–Dejaré esta tarjeta aquí y comuníquese con nosotros
cuando mejore –Valenzuela se volvió hacia la mesita de
caoba y dejó una tarjeta al lado del girasol–. Que tenga un
buen día y una pronta recuperación, joven.
–Que le vaya bien, jovencito, llámenos cuando pueda, le
prometo que no se ha metido en ningún problema, solo
necesitamos esclarecer algunas cuestiones. Queremos
ayudarlo a usted y a su amigo.
23
Eduardo se recuperó en cuestión de semanas. En su
estancia en el hospital, las únicas visitas que recibió fueron
las de su madre, algunos conocidos con deseos de
comprobar los chismorreos y los padres de César, que es lo
que más lo desalentó… Inicialmente lo culparon, pero
después de una larga entrevista, podría decirse que
empatizaron con Eduardo, no le creían, pero no podían
asegurar que mentía, pues, su hijo, César, era demasiado
raro, ellos sabían que él necesitaba atención psicológica y
quedaron profundamente arrepentidos por no haberlo
sometido a ello.
Pasó el tiempo y tuvo que enfrentarse a sus demonios: los
agentes del ministerio público y el psicólogo del cual era
necesario su diagnóstico, para comprobar el grado de
lucidez de sus relatos.
Y por requisito legal, tenía que ir al psicólogo, se le asignó el
peor de todos: Damián Bermejo un anciano gordo y
perezoso que ha trabajado la mayor parte de su vida en
entidades públicas. Acostumbrado a mamar del pobre
sueldo que le daba el Estado, atendía a personas dándoles a
todos las mismas respuestas, sin importarle en lo más
mínimo la repercusión que podía tener para el futuro lo que
determinaba en ellos, pero era a lo que tenían que
someterse todos los que no pudieran permitirse un
profesional privado.
Diagnosticó a Eduardo con el Trastorno de estrés post
traumático.
El psicólogo le explicó a la madre de Ed que el tratamiento
duraría un tiempo y se basaría en la combinación de
diversos fármacos y psicoterapia. Después un mes Eduardo
y su madre decidieron que no seguirían con el tratamiento
ya que no eran razonables los precios del medicamento. Por
otro lado, los agentes se tomaron de chiste las deGrisciones
de Eduardo, incluso Carlos que se notaba que era un pan de
dios por su carácter pasivo y amable, lo sacó de sus casillas
aquel relato, pero no encontraron ninguna prueba para
incriminarlo, y siendo que era todavía un adolescente poco
podían hacer. Lo sermonearon en todas las visitas que fue a
deGrisr con ellos y luego lo dejaron en paz.
La madre de Ed cada día estaba peor… A medida que
pasaban los días, lo que sea que la estaba matando se
acercaba cada vez más a su objetivo, pero ella era fuerte,
podría soportar cualquier tempestad si su pequeño soldado
estaba a su lado, era capaz de irse a los golpes con la parca
con tal de permanecer con vida, acompañando a su niño en
su tristeza, acariciándolo, consintiéndolo, abrazándolo,
haciendo que sienta, aunque sea por solo un instante, que
todo estaría bien.
César Ammuni. ¿Quién sabe dónde pueda estar? De
momento, lo único que se sabe es que fue raptado por un
monstruo. Pero ¿Eso significa que está muerto? Imposible
saberlo.
24
–Creo que necesito otro, Isaac… –Eduardo estaba recostado
sobre un lecho de hojas secas, con la luna proyectada en
sus ojos.
–¡Dios, Ed! –Exclamó Isaac– Es el quinto ya, ¡Estoy tan
orgulloso! Lo haces incluso mejor que yo en mi primera vez.
El viento frío ahora batía el humo que despedían los cigarros
de ambos jóvenes, creando remolinos apenas visibles que
se esparcían entre los árboles llevando consigo la esencia
de la decadencia, formando una atmosfera perfecta para
una charla entre dos desilusionados.
–Ya he hablado mucho esta noche, Isaac, y estoy seguro de
que tambien tienes una historia triste. Por eso somos
amigos. Ese es el lazo que nos une. Cuentame, amigo, qué
es lo que nos hace amigos…
25
Isaac creció en el Orfanato “Los ojos de Dios”.
Dicha institución estaba establecida en la ciudad de Occlen,
a más de cuatrocientos kilómetros de Okerke.
Desde que tiene memoria, Isaac ha lidiado con el racismo,
pues todas las familias a las que fue presentado lo
rechazaron instantáneamente, pero en vez de deprimirse,
abrazó con los brazos abiertos el desprecio, el ser de un
color distinto al del resto siempre le pareció algo original,
estaba orgulloso de sí mismo.
Esto forjó en el pequeño un carácter distinto al de los otros
niños, fue creciendo y al mismo tiempo haciéndose fuerte,
entrenándose para dificultades de las cuales aún no tenía
idea que debía soportar y superar.
Su vida cobró sentido en una helada mañana de octubre,
tenía para entonces once años. Las aves que adornaban los
alrededores del edificio, recitaban cantos dulces, alegres,
encendidos como si anunciaran que algo bueno estaba por
llegar. El sonido rechinante del portón advirtió a Isaac de la
llegada de las monjas, esas viejas regañonas que solo vivían
para atormentarlo. Cruzaron el vestíbulo y subieron por la
escalera de caracol hasta el segundo piso, donde se
encontraba Isaac aburrido, recostado en un cojín, rebotando
una pelota de béisbol en la pared.
–¡Niños, reúnanse, hay algo que queremos mostrarles! –
anunció la monja más vieja y arrugada de todas, con un
tono tan débil como si se fuera a morir en unas pocas horas.
Isaac acudió al llamado, pues no tenía nada mejor que
hacer.
Isaac iba con las manos en los bolsillos, contemplando el
horizonte de las fincas de Occlen a través de los enormes
ventanales. Su expresión cambió cuando vio que las
acompañantes de las monjas eran un grupo de jovencitas.
–Ellas son las chicas de la Secundaria “Palabra de Dios”,
forman parte de nuestra comunidad eclesiástica y vienen a
cumplir su servicio cristiano. Desde ahora en adelante las
verán por todas partes, todos los sábados de la una a las
cinco de la tarde y los domingos de nueve de la mañana a
tres de la tarde. –La monja (la más vieja de todas), puso en
fila a las chicas y prosiguió a presentarlas–: Ella es Sara
Partier, ella Vinnila Romo, esta es Eldira Capote, ella es Gris
Quevedo… Y así siguió hasta presentar al grupo de trece
damitas.
“Gris…” Musitó Isaac involuntariamente, mientras se abría
paso entre los otros niños para ver a la chica. Entre todas
las mujercitas blancas estaba ella, con un tono de piel
fresco, bronceado, unos mechones marrones ondulados que
caían apenas por debajo de sus hombros, un vestido floral
glauco que, hacía juego con el gris de sus ojos, era la
primera vez que Isaac veía a alguien con tales rasgos. Se
sintió identificado instantáneamente, debía hacer algo para
llamar su atención.
La presentación terminó y rápidamente las monjas pusieron
tareas a las jóvenes, unas estaban encargadas de limpiar
los baños, otras de limpiar las terrazas, pues los intestinos
de los pájaros no eran tan misericordiosos como Dios, y, la
que interesaba, Gris, ella tenía que fregar el jardín del patio
trasero.
Isaac la observó durante un buen rato por la ventana, no
sabía si eran minutos o horas, los nervios le estaban
nublando la percepción. Cuando se dispuso a acercarse,
estando ya en el jardín, se percató que la chica desapareció.
No había nadie. Solo el silbido del viento y el batir incesante
de las hojas de los árboles.
–¿Por qué me espías? –susurró una voz a la altura del
hombro de Isaac–. Sea lo que sea, quiero que te detengas.
Isaac sintió por un momento que el corazón se le paró.
–No, no, yo… –Isaac giró en redondo, estaba completamente
ruborizado sin poder levantar la mirada– no quería molestar,
solo quería, bueno, no lo sé, no quería molestar…
–Tranquilo hombre, solo bromeo –dijo Gris mientras le daba
un golpecito a Isaac en el hombro–, pero hablando en serio,
hiciste que me sintiera rara, estabas ahí plantado viéndome
como si fuera no sé qué.
–Me llamo Isaac… –dijo el pequeño, sin nada más que se le
viniera a la mente.
–Y yo Gris Quevedo. Mis padres no son muy creativos, ya lo
sé. Me pusieron mi nombre por el color de mis ojos, en fin –
Gris esbozó una sonrisa, notó que el joven que tenía en
frente no estaba muy acostumbrado a charlar y aun así se
acercó a hablarle, le pareció tierno–. ¿Isaac? Es un nombre
aburrido, te lo pusieron esas viejas por el simple hecho de
estar en la biblia, supongo.
–Claro… a mí me gusta, me parece un bonito nombre… –
Isaac aun no podía levantar la mirada, no se sentía listo, ni
cómodo, estaba enteramente arrepentido por haberse
aventado a aquello, nunca había hablado directamente con
una chica, normalmente las del orfanato, como casi todos
cuando no lo estaban molestando, lo ignoraban.
–No, no, no es bonito, es aburrido –Gris cruzó los brazos y
apretó los labios–. Tengo una idea, te diré de otra forma,
una forma más divertida, serás desde ahora…–hizo una
pausa mientras pensaba bien lo que iba a decir–. ¡Bonemirs!
Suena mejor ¿no? ¿Te gusta?
–Eh… no sé… –dijo Isaac riendo.
–¡Vohemir! Es mejor, ¿no? Igual no dejaré que te lo cambies.
¡Eres Vohemir aunque no te guste!
–Me gusta, es cool.
26
Aquel día fue un giro de tuercas para el pequeño “Vohemir”,
la vida nunca había tenido tanto sentido; era apasionante
despertar por las mañanas y que en su mente la presencia
de la chica Bohemia de ojos gatunos nublara por completo
su juicio y lo encaminase hacia direcciones desconocidas,
hacia lo salvaje, allá en el centro de la tierra y por allá, en
las estrellas. Su corazón latía y ahora no solo por bombear
sangre, tenía un motivo, una razón, algo preciado por lo que
valía la pena perder la cabeza, atreverse, arriesgarse.
Algo puro y bueno.
Gris.
27
Gris estaba ahí, en la biblioteca del Orfanato, sentada frente
a una mesa redonda llena de libros y cuadernos, leyendo
“La divina comedia”, de Dante Alighieri. La puerta corrediza
se desplazó con tropiezos. Isaac se asomó a la vista,
aliviado de por fin haberla encontrado.
–¡Gris, te estuve buscando por todas partes!
–¡Silencio! –exclamó Gris con molestia. Isaac se incorporó
junto a ella frente a la mesa y observó detenidamente el
grueso libro que su amiga tenía entre sus manos.
–Vohemir… ¿alguna vez te has preguntado cómo es el
infierno? –ella rompió el silencio.
–Las monjas dicen que es un lugar tenebroso, oscuro, en
donde la agonía y el tormento es lo único que se puede
sentir.
–Ya, entiendo, un lugar maquiavélico. Yo siempre he
pensado que el infierno está en los dormitorios de las
monjas, también allá, en las aceras en donde circulan todo
tipo de gentes y aquí –Gris puso su dedo índice en el
costado izquierdo de su cabeza–, donde nacen las ideas, la
codicia, el deseo de poderes que no somos capaces de
controlar, los sueños que no son más que el reflejo de lo que
en realidad somos, eso que queremos ocultar, eso que no
queremos que nadie sepa, el secreto que nos controla y
reprime, porque solo nosotros lo conocemos, pero no lo
podemos explicar.
–Creo que todos esos libros te están dañando la cabeza –
ambos rieron. Gris cerró el libro y lo dejó sobre la mesa.
–¿Alguna vez te ha gustado alguien? –preguntó Gris
dirigiendo hacia su amigo una mirada cansada, apagada,
pero al mismo tiempo cálida, templada, como si su pregunta
tuviera doble intención, como si su lengua no estuviera en
la misma entonación de sus gatunos ojos.
–Quizá –La tensión del pequeño comenzó a subirle de la
espalda a la cabeza, no podía verla a los ojos, como en su
primer encuentro.
–Anda que quizá. Sé que sí, a todos los hombres les gustan
todas las mujeres. Es parte de tu naturaleza, Vohemir, no
puedes escapar a ello.
–No lo sé, nunca… nunca he tenido mucho contacto con la
gente… Pero, siendo sincero contigo, porque te lo mereces –
tragó saliva tan pesadamente como si fuera un puñado de
pólvora–, sí, creo que hay alguien…
–¿Irías por ella al infierno?
–Estamos en él, ¿no? –Isaac levantó la mirada y,
desenfundando, listo para el disparo, dijo–, Así que no iría
por ella, caminaría con ella en el infierno…
Hubo un despertar en Gris, algo dentro de ella comenzó a
florecer, una sensación extraña que nunca había sentido
antes en su cuerpo, un cosquilleo alegre, un temor sin
comparación; una amalgama emocional de placeres y
miedos.
28
En diversos noticieros del Hexágono (Estado en que se
ubicaban las ciudades de Occlen y Okerke) estuvieron
advirtiendo sobre la venida de una fuerte tormenta, que
azotaría principalmente a la ciudad de Occlen.
Las monjas tomaron precauciones, pues en el transcurso de
aquella semana las nubes estaban tan negras como el
carbón. Se habían acabado los paseos del sábado por la
tarde, «Una jodida basura», pensó Isaac cuando se lo
informaron, se había arruinado por completo su actividad
favorita con Gris.
Perderse en la inmensidad del parque de Occlen era fácil.
Los árboles eran tan abundantes que, mientras se caminaba
por el sendero, camino a las casetas donde normalmente
pasa el día el grupo, con el simple hecho de meterse un
poquito por los costados uno ya se hace invisible entre la
maleza; estaban tan pegados uno de otro que formaban una
especie de cerca.

Las monjas estaban tan ocupadas viendo los barriletes y
disfrutando de la tranquilidad y armonía del ambiente que
jamás les prestaban atención a Isaac y Gris. Ellos estaban
por allí, metidos entre los árboles, trepándolos y bajando
frutas, atascándose hasta quedar exhaustos. Isaac lo
recordaría como los mejores momentos de su vida si no
fuera por un pequeño detalle…
–¿Oye, y a ti te gusta alguien? –Preguntó Isaac mientras
engullía una jugosa manzana orecra (famosas en Occlen por
su dulzor y sabor muy semejante al de las peras). Se
encontraban sentados bajo un árbol, sin cielo arriba, solo
hojas que se mecían cada dos por tres por los intensos
soplidos fríos del viento–. Tú me hiciste la misma pregunta
el otro día, así que merezco que me digas la verdad.
–No sé, todo es tan diferente ahora.
–¿Qué es diferente? O sea, ¿quieres decir que no te trata
bien?
–No, sí es muy lindo, pero igual, no se puede, es… bueno,
no sé si contártelo –Gris se veía preocupada, pero confiaba
en Isaac así que prosiguió–: Él es mayor que yo, o sea, es
mucho, mucho mayor.
–Eso suena raro, Gris… –Isaac instantáneamente perdió el
apetito–, ¿te refieres a un adulto?
–¿Y me lo dices a mí? Dios, soy la primera en saber que es
algo poco común… Es mayor, creo que veintitrés o veintidós
años. Pero no pienses cosas raras. Solo me gusta y ya. Es mi
amigo. O lo era, mejor dicho.
–¡Joder Gris! Es un anciano.
–Baja la voz, tonto, nadie lo sabe, eres el único en el que
confió para estas cosas. Deja que te cuente. Lo conocí en la
escuela, él era el conserje en ese entonces. En los recreos
pasábamos juntos, se sorprendió al darse cuenta de mi
amor por la lectura y la música, y a mí me gustó porque
también le gustaban las mismas cosas que a mí. Dios, me
regalaba libros, y me invitaba a chucherías, era lindo y me
sentía bien estando con él, pero hace tiempo renunció y no
lo he vuelto a ver…
–Aja, ¿y el pero? –inquirió Isaac mientras se le escocían las
tripas por dentro.
–Sí, hay un pero, no estoy lista para esas cosas. El amor me
aturde. Siento que las cosas románticas arruinan las
amistades. Cuando se habla de amor las cosas se ponen
serias y complicadas. Hay compromiso. Y yo odio los
compromisos. ¿Me entiendes?
–Sí… entiendo –Dijo Isaac levantando la ceja y asintiendo
lentamente, sin tener ni idea de lo que su amiga hablaba.
–Por eso me alegra que hayas llegado a mi vida, Voh, con tu
tonta cara, tu tonta sonrisa, tu boba manera de caminar, y
las muchas cosas más de ti que me hacen reír, evitaste que
me quedara sola. Me salvaste.
Isaac estaba nervioso por aquella confesión, no sabía lo qué
responder.
–Sé que piensas que soy rara por esto, pero así es, espero
que puedas guardar el secreto, en serio confió en ti, más
que en nadie, te quiero y demasiado.
“Te quiero”, esa fue la primera vez en su vida que escuchó
esas palabras. Sin embargo, Isaac hubiera preferido que ella
se lo guardara.
29
Era una tarde oscura y lluviosa. Pasaron las horas, en nada
ya eran las tres, las cinco, las siete y la lluvia no se detenía.
El jardín ya no se veía pues se había formado una pequeña
laguna entre las flores. Las chicas no pudieron volver a sus
casas, los padres de todas llegaron al acuerdo con las
monjas de que se quedaran esa noche a dormir en el
orfanato, con la única condición de que se mantuvieran
todas en grupo en la habitación de las niñas. Las monjas
dieron cena y pijamas a las chicas, estas se lo tomaban
como un campamento, se les veía emocionadas a pesar del
constante ruido de los rayos.
En la habitación de los chicos, entre las hileras de literas, en
una de ellas estaba Isaac, con linterna en mano, metido
entre sus sabanas leyendo uno de los libros que su amiga le
había prestado: “El Alquimista” de Paulo Coelho. Isaac iba
por la parte en la que el protagonista conocía a una
encantadora mujer que, al parecer estaba destinado a
conocer, no sin antes haber viajado, sufrido, trabajado y
nunca haber perdido la esperanza ni la determinación. Por
un momento pensó en que era algún tipo de indirecta de
Gris, para que se atreviese a dar el siguiente paso, a
confesarle que a él también le parecía linda, que le gustaba
compartir tiempo con ella, que estaba loco por su extraña
mirada grisácea de gato…

–¡Bu! –alguien le quitó las sábanas de encima a Isaac.


–Gris, baja la voz. Todos están dormidos… ¿Qué haces aquí?
Pensaba que estabas con las aburridas –murmuró Isaac.
–Tú lo has dicho, Voh, son aburridas –dijo Gris mientras se
recostaba junto a su amigo en la cama–, son buena gente,
eso sí, pero rápidamente pierdo el interés, hablan de lo
mismo siempre, de si se besaron con tal, de si le hablan a
zutano o mengano. Bah, lo hacen porque se creen reinas del
mundo y eso me irrita.
–¿Tú no decías que eras una princesa?
–Sí, pero una con espada, no me gustan los vestidos largos.
Es diferente, Voh, a mí no me vas a salvar, yo te salvaré a ti.
En fin, ¿Qué haremos esta noche?
–Dormir, Gris, no necesitamos más problemas con las
monjas, las viejas pende… ya me dejaron sin cenar por una
semana gracias a que me encontraron dibujando en las
paredes del baño.
–¿Qué dibujaste?
–Nada malo, eran manos nada más, manos con un dedo
alzado.
–Eres muy malo, Isaac Vohemir –Gris se echó a reír, pero se
llevó las manos a la boca pues si despertaba a los demás
con su chillona risa todo se habría arruinado. Tomó a Isaac
de la mano y lo sacó de la cama, Isaac llevó su linterna,
pero la apagó mientras corrían por la habitación, entre las
enormes filas de literas. El sonido de los rayos opacó el
ruido que hacían.
–¡Agáchate! –susurró Gris en el oído de Isaac.
Había una monja haciendo vigilancia en el pasillo de afuera
con vela en mano, así que se escondieron tras un mueble,
en el cual guardaban la mayoría de los pijamas de los
varones. Una vez burlada la seguridad, se dirigieron a la
biblioteca, nadie los encontraría. Gris tenía guardados
algunas latas con pintura de aerosol, le enseñaría a Isaac
como era el verdadero arte, el arte de calle, algo que le
había enseñado un chico de su barrio, antes de que a este
lo encarcelaran.
–¿En serio quieres que hagamos esto? ¿Sabes que es como
firmar un trato con el diablo? Nos van a joder bien esas
viejas, especialmente a mí.
–Volveremos a la cama antes de que amanezca. Y se
sorprenderán cuando vean el arte que no comprenden sus
ambiguas mentes.
Isaac admiraba a Gris, más que nada por su valentía, la
chiquilla no le temía a nada ¡A nada! Era como si no le
importará, como si no tuviera nada que perder, lo hacía
todo con amor y pasión, como si evadir problemas de los
cuales merecía castigo fuera un deporte, algo que la llenará
de adrenalina.
En una de las paredes cerca de la puerta de entrada de la
biblioteca Gris escribió con el aerosol “Bienaventurados los
que entréis aquí, pues una vez dentro, perderéis toda
esperanza de regresar”, cuando Isaac le preguntó a qué se
refería, Gris le explicó que estaba basado en el libro que
leyó el otro día, “La divina comedia”.
Isaac no lo pensó en aquel momento, pero era extraño que
una chica tan joven tuviera gustos tan oscuros, pero es el
riesgo.
–Ahora quiero que lo intentes tú, Voh –Gris extendió la mano
para ofrecerle a su amigo el spray.
–Gris, estoy nervioso, creo que saldrá un disparate horrible
y te vas a burlar ¡Y no quiero eso!
–Yo te ayudaré, tranquilo, chiquitín –Gris tomó su mano y lo
guio en cada trazo. Aplicaron diferentes colores.
–Ves, eres todo un artista. Estoy orgullosa –Isaac junto a su
amiga hicieron un retrato de ambos, pero con los ojos
blancos, perdidos, con cuernos, con la piel desteñida como
si fueran un par de zombis.
–Cuando vean esto se les van a saltar los ojos de la cara –
dijo Isaac riendo–. ¿Ahora qué? –Gris tomó de la mano a su
amigo, fueron por las demás latas de spray, las metieron en
una mochila de cuero y Isaac recogió su linterna. Salieron de
la biblioteca y, escabulléndose de las viejas que hacían
guardia por los pasillos
Llegaron al vestíbulo. Mientras bajaban las escaleras de
caracol, Isaac encendió su linterna ya que no había nadie
aparte de ellos en ese lugar. Todo tipo de pinturas cristianas
adornaban la sala. Tres estatuas, una de Jesús en el extremo
derecho de la sala, otra de la virgen en el extremo
izquierdo.
–Mira esta estatua, Isaac, ¿no crees que se merece unos
arreglos? ¡La puedo dejar chula! –Gris sacó una de las latas
y la comenzó a agitar. Unos minutos después, la obra
maestra de Gris había terminado, el color gris de su piel
descubierta ahora era marrón, sus labios eran de color rosa
y morado, notablemente más anchos y sus ojos eran
completamente negros–. Ahora si es guapo.
–Já. Se parece a mí –dijo Isaac entre risas.
Gris editó todas las pinturas del vestíbulo, haciéndoles
tantos bigotes como cuernos, pintándoles los labios y
agregando descripciones como “Aquí estuvo el diablo”.
Advirtieron el sonido de alguien bajando por las escaleras y
rápidamente se escondieron, Gris estaba cerca de una
puerta ubicada bajo las escaleras, así que discretamente se
metió dentro. Para su mala suerte, Isaac estaba aún más
cerca de las escaleras y fue descubierto sin tener apenas
tiempo de reaccionar.
La Sor Marielena llevaba una linterna de gasolina. Percibió
un extraño olor, apartó a Isaac de su camino.
Involuntariamente dejó caer la linterna, rompiéndose esta
en pedazos y esparciendo el líquido por el piso, al tiempo
que se llevaba las manos a la cabeza. El grito ahogado de la
mujer casi hace llorar a Isaac, sabía que por esto tendría
que responder. La mujer se deshacía en el suelo, lloraba
inconsolable y dolorosamente como si le hubieran
arrancado una pierna.
–Señora… yo lo si-en..ento… –Isaac tenía los ojos
humedecidos y no podía mantener fija la mirada en un solo
lado.
–¡Maldito niño, siempre supe que hablabas con satanás,
sabía que dentro de ti había algo más oscuro que tu piel,
haré que te echen de aquí, no mereces las comodidades de
este hermoso palacio, reservado solo para los hijos del
señor! –exclamó la monja mientras se erguía y se acercaba
a Isaac.
–¡Fui yo, hermana! –exclamó Gris mientras dejaba caer la
mochila con los aerosoles–. Le pedí a Isaac que me
acompañara, él me ofreció prestarme su linterna, pero lo
forcé a que me siguiera.
–Ya veo, por Dios, ¿cómo una niña como tú puede tener
tanta maldad? Espero que Dios te perdoné, porque nosotros
no lo haremos, señorita, ¡su padre tendrá que hacerse
responsable de pagar todo lo que usted dañó…! Sígame,
señorita, tenemos que discutir ciertos términos con las
demás.
Isaac había dejado caer su linterna y esta quedó apuntando
a las escaleras. Mientras la señora y Gris subían, ella volvió
la mirada hacia Isaac y le guiño, pero lejos de relajar a su
amigo solo intensificó su ansiedad.
Gris estuvo más de dos horas en la oficina de la Madre
Inela, directora del orfanato. Cuando salió de la oficina y se
dirigía hacia el dormitorio de chicas, Isaac, escondido detrás
de una pared, le hizo una señal (apagó y encendió su
linterna repetidas veces).
Cuando se reunieron, Isaac le dio un fuerte abrazo y le
agradeció lo que hizo por él. Gris, con la voz vidriosa le dijo
que tenían que hablar sobre algo importante.
Ambos se sentaron recostados en la pared, frente a unos
ventanales ojivales con imágenes de querubines. La
tormenta perdió su fuerza y ahora era solo una leve llovizna
La luna se alzaba con fuerza, triunfando sobre las sombras e
iluminando aquel pasillo.
–No volveré, Voh, después de esta noche, no podré volver,
la Madre Inela perdonó la deuda millonaria en la que había
metido a mi padre, con la condición de que yo debo dejar de
participar con esta institución. Además, le dirá todo a mi
familia. Me van a matar, pero al menos no tendré que
vender mis para pagar la deuda –aquellas palabras hicieron
que a Isaac se le oprimiera el corazón.
–¿Qué tal si habló con ellas? Puede que te den otra
oportunidad ¡todos merecemos otra oportunidad!
–Nada de eso. ¿Qué crees que va a hacer mi padre cuando
sepa lo que hice? Nunca me dejará volver, aunque consiga
que me vuelvan a aceptar…
–¿Y vas a permitir que acabe esto tan rápido? ¿Me vas a
dejar y tengo que aceptar que ya nunca volverás? ¿Eres
igual que mis padres acaso?
–No digas eso, tontín, trataré de escribirte cartas, las dejaré
en el buzón de este horrible lugar.
–No quiero que te vayas… –las lágrimas que estuvo
reteniendo toda su vida fluyeron por sus mejillas– ¿Cómo
será mi vida sin ti? Ya nada tendría sentido.
–Será, como cuando yo no estaba –Gris lo tomó de las
manos–. No me necesitas, Voh, encontraras la manera de
sobrellevarlo.
–Nunca he sido querido por nadie más que tú y lo sabes,
nunca había sido feliz… –Isaac no dejaba de ver los
querubines brillantes de los ventanales.
–¿Quién te dijo que naciste para ser feliz? –Gris como
siempre, tan firme como un soldado, fue tan punzante con
sus palabras que dejó helado a su amigo.
–Es… de eso de trata la vida…
–No, la felicidad es solo una emoción, Voh, y si dejas que te
domine, si te vuelves adicto a sentir, serás por siempre
esclavo, será una condena eterna la que vivirás en un
infierno donde deberías ser rey –su amigo le soltó la mano,
se puso de pie y se dirigió hacia los ventanales.
–Tienes razón –comentó Isaac–. ¿Sabes? Yo sabía que esto
acabaría así. Ahora todo es claro para mí, Dios te envió para
destruirme y que de las cenizas pudiese reconstruirme, más
fuerte y preparado, desde cero, porque solo lo que muere
puede revivir, y para vivir, o mejor dicho sobrevivir, debo
antes superar esta prueba, mi muerte, tu partida, y lo haré
con una sonrisa.
–Vohemir… –Gris observó a su amigo y fue como colocarse
frente a un espejo, aquellas filosofías sobre la decadencia
emocional y depresión fueron impresas en el corazón de
aquel joven niño que las recitaba con madurez.
–No, no lloraré más, tienes razón, siempre la tienes; igual te
vas a ir, igual me vas a dejar atrás, igual te vas a olvidar de
mí.
–¡Eso nunca pasará! –Gris se levantó y tomó a Isaac por los
hombros–. No sigas…
Isaac se volvió frente a ella y se miraron a los ojos, ambos
sintieron una conexión. La luz poco a poco se intensificaba.
Para Gris lo único que existía en ese momento era la sonrisa
de Isaac, y para Isaac ya nada importaba. Los querubines se
desprendieron de las ventanas. Danzaron y rieron alrededor
de ellos.
–Siempre, todo lo que te he dicho, todo lo que he tratado de
enseñarte, ha sido porque conozco el mal que está fuera de
estas paredes.
–Conozco la maldad sin necesidad de salir de aquí.
–Lo sé, lo sé, ¿hice un buen trabajo? Yo diría que sí, solo
mírate, hablas como todo un hombre.
–Gracias… –Susurró Isaac, y sin despedirse ni mirar hacia
atrás, se dirigió hacia un umbral oscuro.
30
–¿Es aquí? ¡Sí, tiene que ser aquí! –exclamó Isaac para sí
mismo mientras comparaba la dirección que tenía anotada
en un papel con un letrero que había en la esquina de la
calle.
Isaac escapó del Orfanato. Lo planeó por muchos meses y
finalmente llevó a cabo su plan maestro: por la madrugada
entró a la oficina de la directora y robó de los registros los
datos de Gris, empacó sus cosas y salió con la frente en alto
por la puerta principal. Fue realmente fácil y hasta daba la
impresión de que las monjas dejaron que hiciera aquello. A
fin de cuentas, siempre lo vieron distinto, ninguna dijo nada.
Cuando Isaac estaba afuera del instituto para niños sin
hogar, inevitablemente lo invadió un sentimiento de
arrepentimiento, quería dar vuelta atrás, disculparse por su
comportamiento, hacer un intento más por encajar…
Pero no, no era eso por lo que su corazón le decía, no era
eso lo que había aprendido.
Gris le enseñó que dejar atrás era sano y en ocasiones
podía ser terapéutico.
Lo único que sabía era que todo estaría bien si así lo quería,
que el mundo conspiraría a su favor, porque de esa mentira
puede nacer una verdad, si uno lo desea lo suficiente.
Isaac Vohemir quería comenzar desde cero en una ciudad, a
unas horas de Occlen, Okerke. Escuchó a las monjas
comentando sobre que, en aquel lugar había negros,
bastantes, y que eso era un peligro, una señal del fin de los
buenos tiempos, pero para Isaac fue una revelación. Sin
embargo, no podía irse sin antes despedirse, necesitaba un
sorbo de esa mirada de gato y esa sonrisa brillante para
tener fuerzas de adentrarse en la vida.
Un silencio desconsolador rodeaba el vecindario de Gris, era
como si nadie viviera allí, no había niños jugando en los
columpios ni gente en las aceras ni luces que se percibieran
por las ventanas; no había risas, ni susurros.
Isaac encontró la casa de Gris. El complejo era modesto,
había un columpio de cuerda y llanta y extrañamente el
césped del jardín era tan alto que le llegaba a las rodillas.
¡HEY! –gritó un señor por la ventana– ¡Lárgate de aquí, niño!
–Ho-hola, señor, busco a Gris Quevedo ¿Vive aquí? ¿Puede
decirle que necesito hablar con ella?
–Tú eres el chico del orfanato –su voz paso de la furia a la
melancolía–, ¿verdad? Ella habló mucho de ti ¿Recibiste sus
cartas?
–Si señor, pero hay algo que no podía decírselo por carta,
necesito hablar con ella en persona.
El padre de Gris abrió la puerta y le hizo un gesto con las
manos a Isaac para que entrara. Las paredes del pasillo que
conectaba con la sala de estar estaban repletas de
fotografías y adornación militar. Fueron muchas las
aventuras del señor Quevedo, tantas historias, tanto por lo
cual estar orgulloso. Pero de todo, el retrato más hermoso
era el de Gris, junto a su madre y su padre. El señor
Quevedo la abrazaba a su hija tiernamente, la señora
Quevedo posaba su mano derecha sobre el hombro de su
marido y la izquierda agarrada a su pequeña Gris.
–Así que no lo sabes –Dijo el señor Quevedo mientras se
acomodaba en su silla reclinable y encendía un puro–. Bien,
es mejor para ti, es momento de que te vayas y seas feliz,
porque si te quedas no tendré compasión, ni siquiera por tu
edad me limitaré.
–Señor ¿de qué está hablando? Solo quiero charlar con su
hija, nada más.
–Te lo advertí –El padre de Gris lanzó a los pies de Isaac un
periódico.
Isaac lo levantó y por Dios que no estaba preparado para lo
que vería al pasar las páginas.
“ALLANAMIENTO EN LA MORADA DEL ASESINO EN SERIE,
CONOCIDO COMO FANTASMA”, decía el titular.
“Rich Richards, Marcus Balonher, Danthe Aguri, Manuel
Zampala, entre otros nombres eran con los que se hacía
llamar el asesino, según testimonio del oficial Naulet, del
departamento de inteligencia contra la criminalidad de
Occlen, por sus siglas “DICCO”, Fantasma había aplicado en
diversos trabajos a lo largo de cinco años en la ciudad,
cambiando su apariencia con tintes de cabello y cortes
siempre diferentes, su objetivo: ubicar a jovencitas con
ciertos rasgos en particular, seducirlas pues se cree que su
apariencia resulta atractiva y ecuánime para las jóvenes,
para tomarlas ya sea por voluntad o por la fuerza, sin
embargo toda la que alguna vez se cruzaba en su camino
terminaba con su rostro en establecimientos comerciales,
postes, y cualquier lugar en donde pudiesen ser colocados
los carteles, con la inscripción de “desaparecida” o “¿Me
has visto?”. Pero el asesino cometió un grave error, una de
las chicas con las que recientemente había contactado le
siguió la corriente hasta el punto de sacarle información
importante, la joven alertó a la policía que un hombre de
aproximadamente veinticinco años, la estaba invitando a su
pasar la noche juntos, ella aceptó la invitación, pero
finalmente quien llegó a la puerta del Fantasma fue un
cuerpo de policía. No se encontró a su persona, pero si todo
por lo que deberá responder en tribunales. A simple vista
parecía una casa normal, pero al adentrarse en las
profundidades de aquel lugar se encontraron con una puerta
que conectaba el mundo real con el infierno, sellada con
decenas de candados y cadenas, después de múltiples
esfuerzos lograron entrar, la sorpresa fue infinita cuando
bajaron por las escaleras. Algunos no soportaron el horror
de lo que presenciaron…

Unas fotos salieron del periódico y cayeron al piso,
probablemente porque Isaac estaba temblando. Al
levantarlas observó detenidamente. Era un rostro con una
sonrisa diabólica, labios mal pintados de rosa y la mirada
gris de un gato. Una adolescente muerta. Gris.
31
Isaac… –Eduardo estaba obnubilado.
–Tranquilo, no importa –dijo Isaac mientras aspiraba la
toxicidad que de él mismo emanaba.
–Lo siento tanto… –A Eduardo se le salieron unas lágrimas.
–No, yo lo sentí, yo, yo tuve que aprender a vivir con ello. Mi
mejor amiga se fue y no hay nada que la vaya a traer de
vuelta, nada. Ojalá se la hubiera llevado un monstruo como
el tuyo y aun tuviera yo la esperanza de traerla de vuelta o
de al menos de morir en el intento. Tienes suerte, más que
yo, tienes una oportunidad de salir de este infierno y
encontrar la paz o tendrás que aprender a callar a los
demonios.
–¿Qué fue ese ruido? –Preguntó Eduardo mientras se secaba
las lágrimas.
–Pues, vamos a averiguarlo, ¿no? –Isaac se irguió y fue
inmediatamente a inspeccionar el área a pesar de que su
amigo le advirtió que no lo hiciera solo.
Después de un rato, Eduardo se cansó de esperar y fue en
la búsqueda de Isaac, llamó a su nombre incontables veces,
pero no fue su quien respondió…
“Cállate, estas estropeando la harmonía del silencio”, dijo
una voz en el interior de la cabeza de Ed.
–¿¡Isaac!? ¿Dónde estás? No te veo…
“No, no, Isaac no. Y tampoco me vas a encontrar si yo no
deseo salir, antes tengo unas preguntas”. Eduardo dedujo
rápidamente que eran los efectos de la mariguana, así que
intentó guardar la calma y evitar hacer cosas estúpidas. Se
sentó bajo un árbol.
“Veras Eduard, te he estado observando por un tiempo, sé
que tu historia es verdadera y quiero ayudarte, ese
monstruo me quitó al igual que a ti, a alguien especial. Sí,
sé cómo te sientes con eso”, Eduardo comenzó a sentir
escalofríos.
“No temas, no haré nada que te dañe, quiero, deseo, anhelo
lo mismo que tú, con diferencia de que lo que me mueve es
la venganza y lo tuyo es más un rescate, porque sí, Eduard,
tu amigo, ese César, vive”, A Eduardo se le detuvo el
corazón por unos segundos.
–Estas en mi cabeza… estoy escuchando disparates… Y yo
sé que eso no es cierto, sé que es por esto que estoy
fumando… ¿Verdad?
“Estoy en tu cabeza, estoy conectado a ti, hablándole
directamente a tu conciencia ya que no eres lo
suficientemente virtuoso como para entender mi lenguaje”.
–¿Qué eres…? –preguntó Eduardo con la voz temblorosa
“Un gato”, mencionó la voz al tiempo que de unos arbustos
salió una sombra blanca. Al posarse bajo un rayo de luna,
hizo presencia su verdadera forma, un gato fornido, joven y
de pelaje plateado.
“¿Ves, Eduard? Soy solo un gato, nada del otro mundo”, El
animal no movía su hocico, pero mantenía la conexión
visual con Eduardo.
–Un gato… –Eduardo gateó hasta el animal y le acarició la
cabeza, pero el gato rechazó el gesto y le propició una leve
mordida.
–¡Au! –Exclamó Ed–. ¿Cómo puede esto ser real? Se siente
como si lo fuera, pero es imposible, los gatos no
hablan.
“No quiero entrar en detalles y lo explicaré lo más breve
posible, los gatos de esta ciudad tenemos habilidades de las
cuales ustedes los humanos no tienen ni idea. Hace un
tiempo mi hermana desapareció, murió y fue por el mismo
engendro que se llevó a tu amigo, lo sé porque estuve allí,
yo alerté a madre, ella llamó a las autoridades y gracias a
ello no moriste de hipotermia en el río, así que, de nada”.
–Fascinante, pero como es qué…
“!NO! No tengo tiempo para preguntas, solo concéntrate y
presta atención, ese maldito ser un día se aparecerá,
siempre lo hace, lo he visto moverse de aquí a allá, hemos
estado preparándonos para enfrentarlo, pero también
necesitamos la ayuda de los humanos, por obvias razones
no podemos pedirlas, es por eso que te escogí a ti, porque
tenemos una motivación en común, algo que de alguna
manera nos une en esta guerra contra ese demonio, así
que, cuando el momento llegue, deberás de reunir a los
tuyos y yo a los míos y quizá de alguna manera logremos
vencerlo”.
–Solo dime como sabes que él aún vive…
“Porque… el monstruo se alimenta de las personas, pero no
lo hace de una manera instantánea, los usa como si fueran
baterías, baterías que pueden durar mucho tiempo. En
realidad, no entiendo cómo funciona, pero sé que hay que
detenerlo, sé que esas baterías que utiliza viven, pero están
en un estado de suspenso, dormidos dentro de él, en una
pesadilla eterna”.
–¡Oye, Ed!, ¿y ese gato qué? Pensé que no llegaban hasta
este lugar los gatos –Isaac se aproximaba.
“Mantente alerta, Eduard, y no olvides que César te
necesita…”, El gato al ver a Isaac salió corriendo,
desapareciendo entre los arbustos.
–¿Qué te ocurre, Ed? Está comenzando a asustarme esa
sonrisa tuya.
32
Isaac no podía dormir, el ruido que provenía de afuera era
constante, daba la impresión de ser un coro de lamentos;
una sucesión desentonada de… ¿maullidos?
Cuando salió de su habitación, se percató de que todos
estaban despiertos, pero en silencio, aterrados por lo que
sea que estuviera ocurriendo afuera. Isaac no sentía miedo,
solo quería que aquello terminara.
La calle estaba vacía, con una leve neblina, los postes de luz
parpadeaban cada ocho segundos, y hacía tanto frío que le
puso los pelos de punta a Isaac.
La atmosfera lo intranquilizaba, pero no se dejó intimidar,
tenía que llegar al fondo del asunto. A unas cuantas calles
de distancia, divisó las luces de algo que parecía una
ambulancia desapareció en la lejanía.
Se encontró frente al lugar del cual la ambulancia salía y de
donde el ruido se producía: eran gatos, de todos los colores
y tamaños, como sacados de una caja de crayones,
maullando despechadamente
Dos hombres con sacos largos y mascarillas estaban frente
a la casa, uno estaba cerrando el lugar con una cinta
amarilla. El otro tenía una libreta en mano. Isaac le preguntó
casi gritando al de la libreta: “¿Qué sucede?”, a lo cual, el
señor le respondió: “La señora que vivía aquí, la dueña de
todos los gatos está muerta”.
33
–¡No, mamá! Por favor dime que no es cierto… lo estas
inventando todo, te lo pido por favor… –la sonrisa de
Eduardo decayó por la noticia. Resulta que su madre le
ocultó que el padre de Ed desde hace tiempo había
contactado con ella y le ha estaba ayudando
económicamente, y ahora se siente preparado para
reencontrarse con su hijo.
–Es tu padre y él nos salvó, Ed, estábamos a punto de
quedarnos en la calle, sabes que gano muy poco y sabes
que estoy enferma y cansada, por favor, no seas así, si no lo
quieres hacer por ti, al menos hazlo por mí… –la madre de
Ed, cabizbaja, suspiró desconsoladamente– porque estoy
muriendo, mi niño…
–No puedes estar hablando en serio –tal confesión dejó a
Eduardo rígido como una estatua, con la voz seca y a la vez
agrietándose, sus ojos parpadearon con cierto descontrol
como si algo dentro de él hubiese hecho cortocircuito–. No,
no mamá, no puedes estar hablando en serio… te ves
mejor, más viva que cualquiera, mamá no me mientas.
–No miento mi niño, no quería preocuparte, pero las
medicinas que necesito cada vez son más y tomé la
iniciativa de intentar llevar un tratamiento a base de
medicina natural, y como dices, me veo mejor, pero no es
así, no es lo que mi cuerpo en estos momentos necesita, y
créeme, si tu padre no me ayuda entonces no estaremos
mucho tiempo juntos.
Eduardo no podía creer lo que escuchaba y, sin más
alternativa que salir corriendo, se lanzó contra la puerta
principal de su casa. Su mente estaba tan obtusa que no se
había percatado que sobre él caía una fuerte lluvia. Resbaló
varias veces, chocando la frente en la acera, cuando por fin
sus fuerzas abandonaban su cuerpo, pasivamente se dejó
tendido sobre la acera, la sangre que salía de su nariz
comenzó a lavarse en un rio lluvia que pasaba bajo él, se
dio cuenta por fin de su situación. Inconscientemente, como
si sus piernas estuvieran trabajando de alguna forma en
modo automático, se había dirigido hacia el barrio de Isaac,
los suburbios de la ciudad. Los letreros de neón se
reflejaban en su húmedo y golpeado rostro: “El Rincón: Bar
& striptease”, “Sandy 18+”, “Heaven & Fun”…
Mientras caminaba por el sendero de los pecados, Eduardo
meditó tranquilamente las palabras de su madre… Su
padre, aquel que por mucho tiempo trató de bloquear
mentalmente, alejándolo de sus pensamientos,
encarcelándolo en el lugar más recóndito y lúgubre de sus
recuerdos, ahora estaba allí, tan cercano que hasta podía
escuchar su voz, esa voz que tanto le chirriaba, diciéndole:
“Hijo”, como si en algún momento se hubiera comportado
como su padre, como si tuviera el derecho de poder recitar
eso, como si no lo hubiera abandonado…
–No es tan malo como lo estás pensando –dijo una voz, de
alguien que se reflejaba en la vitrina de un comercio, era
César, su amigo, su mejor amigo–; Ed, vamos hombre, dale
la oportunidad al viejo de redimirse, se cagó en todo lo que
pudo cagarse, pero ¿importa eso ahora? No, Ed, lo único
que importa es tu madre, que dios, tú y yo sabemos que esa
señora se arrancaría el corazón si se lo pidieras.
–Pero… No sé qué decirle, realmente no le tengo apreció, lo
sabes, sabes lo que siento por él…
–Lo que siempre percibí era a un niño solitario, dolido por la
partida de su padre, pero no lo odias, no es eso lo que tu
mirada reflejaba.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Digo que en realidad solo no quieres aceptar que lo adoras.
A pesar de que finges indiferencia, no puedes ocultar el
animó de tus expresiones al relatar aquellos recuerdos que
tienes con él, que si tocaba la guitarra dulce y te cantaba
una canción especial, que si te enseño a andar en bici, que
si se desvelaba contigo leyendo los comics del predicador…
Te estas torturando a ti mismo por nada más que orgullo, no
mi amigo, no vale la pena, no pretendas aparentar algo que
no eres o acabaras dañando a los que más quieres, si no,
solo mírame, todo lo que ocasioné por tratar de impresionar
a una chica. En fin, vuelve a casa o te vas a resfriar.
–¡César espera! –exclamó Eduardo mientras se inclinaba
hacia la vitrina, pero su amigo ya se había ido quien sabe a
dónde–: Gracias… –murmuró al tiempo que daba marcha
atrás, hacia su hogar.
Eduardo aceptó el encuentro con su padre y a los pocos días
él llego a la ciudad. Salieron un par de veces.
Después de una extensa explicación, su padre le confesó
que, actuó sin pensar, pues era muy joven (con mucha
diferencia de la madre de Ed) y ya estaba viviendo una vida
de responsabilidades, una vida que no le estaba agradando
ya que no era lo que tenía planeado, sus ambiciones, sus
deseos, todo lo encaminaba a salir de esa casa, a huir como
un cobarde y comenzar desde cero, pero más tarde que
temprano descubrió su grave error. Sin embargo, lo hecho,
hecho estaba y no podía dar vuelta atrás así de golpe, así
que contacto con su madre…
No importaba para Eduardo ninguna de aquellas
justificaciones, ya lo había perdonado del todo, desde aquel
día, en el que se encontró con un César imaginario, decidió
abrir por fin su corazón, cambiar (o tan si quiera intentarlo),
tornarse en alguien mejor, sin resentimientos.
Su padre insistió varias veces en que el parecido entre
ambos era exacto “¡Como si me viera a mí, años atrás en un
espejo!”, pero Eduardo no lo veía así, se preguntaba así
mismo: “¿Así de feo seré? Le hacía gracia pensar en lo difícil
que se le iba a hacer conseguir novia.
Llegado el domingo, el padre de Ed le entregó dos tiquetes,
según él, podrían ir al nuevo parque de diversiones, el cual
pronto abriría sus puertas, sin embargo, del trabajo ya lo
estaban llamando y su presencia no podía prolongarse más.
–No te preocupes, sé con quién ir.
TERCERA PARTE:
CÉSAR
34
Años atrás… cuando eran buenos tiempos.
César y yo estábamos en un viaje, íbamos al zoológico de
Occlen. Aquellos animales eran aburridos y apestosos, lo
realmente especial de ese viaje fue el transcurso en el
autobús.
Durante la madrugada mi amigo me despertó.
–Ed, eh, Ed, despierta.
Yo estaba envuelto en abultadas sabanas, acurrucado en mi
asiento. César a mi lado, cubierto por un suéter ligero. No lo
traía puesto, solo se cubría con este. Estábamos en los
últimos asientos del bus, de espaldas a la puerta del baño
(no había riesgos de malos olores, nadie tenía la suficiente
valentía como para entrar al baño de un bus).
–¿Qué pasa? –le dije, somnoliento.
–Hombre, no puede ser que estés durmiendo, ¿ya viste eso?
–su dedo índice apuntaba hacia la ventana, en dirección a la
luna.
El cielo estaba lleno de estrellas.
Las nubes estaban bañadas con diversas tonalidades de
azul y morado.
La inmensidad del espacio me hizo estremecer, era como un
árbol de navidad, infinito y solemne. Me sentí raro,
pequeño, como una ardilla o un chihuahua.
Hacía mucho frío. Pero aquello me hizo entrar en calor. Creo
que me puse nervioso.
–Ed, ¿ves eso? ¿es lo que yo creo?
No sé si fue una alucinación compartida o una simple
casualidad, pero estaba ahí, surcando el cielo, una estrella
fugaz.
–Pide un deseo, rápido, hazlo antes de que yo pida uno –dijo
César mientras me presionaba el hombro.
“Se está sacrificando por mí”, pensé.
Un pensamiento cruzó por mi mente, fugaz como la estrella.
–¿Qué pediste? –inquirió César, con los ojos abiertos como
platos.
–Un monopatín.
–Hombre, lo desperdiciaste, a la otra lo tomo yo, pensé que
harías algo importante, algo que cambiase el mundo –César
cruzó los brazos y se recostó en su asiento.
“Y lo hice”, pensé, “pedí que siempre seamos mejores
amigos. Que nunca me abandones. Que los lazos que nos
unen nunca se rompan”.
35
Mi perrito Chispas murió. Y por Dios que me dolió. Fue como
si me metieran cien alfileres en el corazón o peor aún, cien
alfileres envenenados. No dejaba de pensar en su carita
peluda, como sacaba la lengua al verme cruzar la puerta, su
graciosa nariz que siempre estaba húmeda, sus patitas
acolchadas.
Chispas…
César me acompañó al bosque Ketter para enterrar a mi
perro. Hacía mucho frío, los árboles parecían susurrarnos. El
silbido estaba tan bien articulado que bien podían
confundirse con palabras. O quizá, si eran palabras, quizá
alguien desde otro mundo nos estaba acechando o
cuidando ¿ángel o demonio? Quien sabe. Solo estaba allí,
junto a nosotros, como una encarnación del viento, una
silueta sin figura.
Yo llevaba una mochila de viaje, en ella traía una caja con
Chispas dentro.
Llegamos a un lugar con tierra blanda y flores marchitas en
su al rededor. Los pétalos estaban medio frescos, todavía no
perdían el color, pero estaban por hacerlo.
Saqué de mi mochila dos palas pequeñas y la caja de mi
perro.
–Lo siento mucho, Ed –César sacó el primer poco de tierra.
–No es nada –en realidad si lo era, lo era todo.
Cavamos hasta haber hecho una abertura lo
suficientemente profunda para la caja, quizás unos diez o
quince centímetros.
Cuando mi amigo estuvo por fin bajo tierra, César me ayudó
a colocar una cruz. Tallé con un cuchillo una inscripción en
la cruz, decía: “Nunca te olvidaré”.
–Fue un gran perro –César trataba de consolarme.
–Todo lo que rodea se va. Algo anda mal en mí.
Cuando dije eso, instantáneamente una idea nubló mi
mente, ¿César moriría o desaparecería? Aquella pregunta
que se repitió mil veces en un segundo, dentro de mi
cabeza, me hizo estremecer.
–Tranquilo, todo está bien. Todos moriremos algún día, Ed.
Es normal. Disfrutemos cada momento –César puso su
mano en la espalda de Ed.
–Tienes razón... –la tenía, odiaba que siempre tuviese razón.
–Yo no me iré, quizás muera mañana, pero te prometo que
no me iré. Porque eres mi mejor amigo y estaremos juntos
por siempre. Encontraremos la manera. Siempre
encontraremos la manera.
36
César y yo habíamos hecho una apuesta. Quien llegara
antes a Okerke, ganaba.
Nos encontrábamos fuera de la ciudad, manejando nuestras
bicis.
Era divertido. Casi nadie entraba o salía de Okerke.
Eran carreteras fantasmas, solo para nuestro juego. A las
horas, cayó sobre nosotros una tormenta implacable. No nos
lo esperábamos.
Nos dirigimos por la carretera, y atravesamos el túnel que
conecta a Okerke con el exterior. La vía en cierto punto
declinaba hacia un descenso que parecía infinito y nos daba
una velocidad de cohetes.
Mientras descendíamos, perdí el control y me deslicé fuera
de la curva. A velocidad de la luz, me vi sumergido en una
caída sin fondo. Rodé por la cuesta hasta caer en un mar de
arbustos. César frenó, y se deslizó por la cuesta, sin rodar,
sentado, como Aladdín en su alfombra mágica.
Cuando retomé la conciencia sentí una enorme punzada en
el pecho, como si me hubiese arrollado un bus escolar. Mis
brazos tenían raspones, pero conservaban su fuerza. A
tientas intenté incorporarme, pero rápidamente cedió mi
pierna derecha. Algo estaba roto. Elevé un grito que
retumbó por todo aquel bosque que me envolvía. En
primera instancia era indoloro, eran alaridos de sorpresa
causado por ver que tan flexible era mi pie. Luego comenzó
el dolor, mi pie latía como corazón de colibrí, estaba
colorado y morado, sentí que el alma se me escapaba por
los ojos. Fruncí todas las expresiones de mi cuerpo.
–¡Ed! Dios mío…
No pude hacer más que verlo con fuego en mi mirada.
–Creo que tendré que salvar el día… iré a buscar una
ambulancia, espérame aquí, volveré en dos o tres días.
–¡No me dejes, tonto!
César comenzó a reír.
–Claro que no te iba a dejar –César se puso de espalda y se
inclinó– vamos, sube.
–¡Que no puedo! ¿No ves cómo estoy?
–Vamos, hombre, no podemos dormirnos bajo la lluvia, yo
seré la mula de carga, tú solo disfruta del viaje gratis.
Nos adentramos en las fauces de aquella bestia natural. No
valoramos las proporciones del bosque hasta que ya
estuvimos inmersos. El territorio se componía por cipreses y
arbustos, había unos cuantos arboles de flores amarillas
que, marchitas, lloraban incesantemente como goteras,
también había un par de flores, pero no recuerdo la especie,
sé que eran moradas y rojas.
Cinco jodidas horas después, salimos del bosque y tuvimos
nuestro primer golpe de suerte cuando una anciana nos vio
desde la carretera y se apiadó de nosotros, llevandonos
hacia el hospital de Okerke.
César estaba exhausto.
Pero feliz, porque salvó mi vida.
37
Eduardo invitó a Isaac al primer día del parque de
diversiones.
Eduardo llegó al hogar familiar, algunos chicos lo saludaron
en la entrada. El ruido era constante, todos hacían algo:
tejer, preparar sándwiches, pintar sobre lienzos hermosos
paisajes o encargos, preparar cohetes y otras cosas
relativas a la pirotecnia, juguetes de madera, etcétera.
–¡Hola, señor! –Saludó Ed al buen señor Tannea–. ¿Sabe
dónde está metido Isaac? Es que iremos a la inauguración
del parque.
–¿Ah, sí? Yo pensaba acompañar a los chicos, quizá nos
encontremos allá más tarde. Mientras tanto, espero que se
diviertan, Ed. Creo que Isaac está en su habitación.
–Claro, señor, apropósito ¿Qué son esas cosas que están
armando los chicos?
–Son un nuevo diseño de fuegos artificiales, los llamo
granadas Ursula –dijo el viejo Tannea con aires de grandeza,
mientras ambos, observaban aquel objeto con forma de
bellota y del tamaño de una pelota de tenis–. Pero son un
poco peligrosas, deben ser detonadas por adultos, al
estallar llenan el entorno de colores, por eso deben de
lanzarse lejos una vez se active el mecanismo. Interesante,
¿verdad?
–Si señor, me gusta, lo mejor es que no se ven tan grandes.
–Ah, que el tamaño no te engañe, como te dije, son un poco
peligrosas –dijo Tannea mientras se acercaba a uno de los
chicos y tomaba una de las granadas Ursula terminadas–.
¿Pero sabes, Ed? Confió en tu madurez y si quieres puedes
llevarte una.
–Está bien, señor, muchas gracias, nos vemos.
Ed subió las escaleras, y rápidamente llegó a la habitación
de Isaac.
–Hola, amigo. ¿Por qué esa cara? –Preguntó Ed al ver a Isaac
sobre su cama con la mirada pérdida.
–Nada, estoy bien. ¿Estás listo?
Isaac guío a Eduardo hasta el callejón de al lado.
–Mira, Ed ¿Qué te parece? Es una Gen…
–Gen 125. Guau. Claro que la conozco. ¿Quién no? Es la
motocicleta de moda, todos los hijos de ricos de la ciudad
tienen una. Me sorprende que tengas una motocicleta tan
cara.
–Fue… un regalo que me hizo el señor Tannea –dijo Isaac
sin mucho ánimo–. Vamos, subamos, en serio necesito
distraerme un rato.
38
¡Que emoción!
Las luces, los colores, el olor a palomitas y a caramelos… es
lo más próximo a la perfección. Eduardo admiraba con
incredulidad las maquinas que giraban en el aire. Por otro
lado, Isaac pensaba más en los juegos tradicionales, como
el tiro al blanco o los árcades.
–¡Sonríe!
No, Emil, no molestes –refunfuñó Ed mientras se cubría del
flash de la cámara.
–Vaya amargado estás hecho. A César le encantaba que le
tomara fotos… –replicó Emil con tristeza.
–Ya lo sé, pero que sea en otra ocasión, ¿sí?, no vinimos a
eso.
Eran montones las personas que esperaban a las afueras
del parque, en los portones. La chica Valdemar, estaba junto
a tres de sus gorilas.
¿Matías? Si, también. Lamentablemente.
–Miren quien anda aquí –dijo Matías con tono burlón–. El duo
dinámico: un ratero y un asesino, linda pareja de
desgraciados están hechos. Dios los hace y ellos se juntan
en la alcantarilla.
–No sabes con quien te estás metiendo, descerebrado –
refunfuñó Isaac mientras tomaba a Matías por el cuello de la
camisa.
–Suéltame, asqueroso –murmuró Matías, observando
fijamente a Isaac.
Los cuatro secuaces de Matías rápidamente rodearon a
Isaac, y todos los que estaban alrededor esperando que a
que se abrieran los portones hicieron un círculo, dejando a
estos dos en medio. Eduardo intentó meterse para
separarlos, pero uno de los secuaces de Matt le cortó el
paso.
Los portones comenzaron a abrirse, un payaso con un
megáfono dio la bienvenida a la gente, todos hicieron caso
omiso del asunto entre los jóvenes y corrieron hacia los
juegos.
–Es tu día de suerte, idiota. Tengo cosas más importantes
que hacer que perder mi tiempo contigo –dijo Matías
mientras se zafaba de Isaac, y les indicaba a sus amigos
que lo siguieran.
–Ese hijo de… necesita que alguien le enseñe respeto –dijo
Isaac mientras se acomodaba la sudadera–. Tengo un par de
ideas.
–Isaac, no quiero que te metas en problemas, deberíamos
de irnos y regresar mañana, el parque abrirá a la misma
hora y podremos hacer las mismas cosas.
–¿Estás bromeando? Anda, vamos. Tenemos que entrar ya.
Después de un rato de risas y juegos el mal trago se les
pasó. El parque era muy extenso en posibilidades. Eduardo
se enamoró a primera vista cuando vio el rotulo de neón del
juego “Viaje a las estrellas”, Era una cabina en la que
entrabas, luego un brazo mecánico la levantaba y la metía
dentro de una plataforma que estaba a muchos metros del
suelo, al conectarse la cabina a los rieles, de izquierda a
derecha se observaban muñecos animatrónicos.
El tendero de uno de los juegos del tiro al blanco llevaba
toda la noche burlándose de los clientes, al parecer nadie
podía darle al blanco… hasta que llegó Isaac, que pagó
cinco turnos, y cinco turnos ganó, el tendero lo recompensó
con un enorme peluche de un zorro, pero Isaac decidió
tomar unas golosinas.
39
Mira, Ed –dijo Isaac con la boca llena de palomitas de maíz–
¿Estás pensando lo mismo que yo?
–Isaac… No deberíamos meternos con ellos… no va a salir
nada bueno de eso… –replicó Ed mientras se atragantaba
con unos dulces.
Isaac se refería a la casa de los espejos. Y en la cola estaban
Matías y sus amigos… y como cereza del pastel, Sunny
Valdemar junto a sus porteros.
–Ese hijo de… tiene que aprender una lección, Ed, no puedo
dejar que se salga con la suya –Isaac estaba decidido a
vengarse de Matías.
–Sabes que sin importar lo que quieras hacer te seguiré,
pero no es buena idea, Isaac, ya te digo yo, he adquirido
una especie de instinto… percibo cuando algo va a salir mal
y créeme, esto va a salir de lo peor.
–Tonteras. Sígueme.
Eduardo y Isaac se metieron en la cola, no había mucha
gente. Matías y Sunny ya estaban dentro.
40
La casa de los espejos era una atracción solo para valientes,
no era cosa divertida pasar por los pasillos silenciosos
rodeados de espejos ubicados en la parte superior de las
paredes, apuntando en distintos ángulos.
–Te dije que no era buena idea –susurró Ed.
El pasillo estaba apenas iluminado por un bombillo amarillo,
que no dejaba de parpadear y dejarlos a oscuras. Los
tapices de las paredes que se veían viejos, desteñidos y
polvorientos, como el de una casa abandonada.
Una enorme rata botó uno de los jarrones que estaba en
una mesa al final del pasillo. Eduardo saltó del susto, Isaac
ni se inmutó.
–Andando… No debe estar lejos.
–Isaac, no tenemos ningún plan, o al menos no me has
dicho nada ¿Qué se supone que deba hacer?
–Distrae a Sunny, no quiero que sus estúpidos guardias
estén presentes cuando esté hablando con Matías… Sé que
se meterían.
–¡No! No quiero hablar con esa... sabes lo que me hizo,
sabes que por ella César sigue… ¡Ella es una sinvergüenza!
–Confía en mí, es para que ese imbécil no se vuelva a meter
nosotros.
–Sabes que no quiero, Isaac.
Eduardo y Isaac siguieron por el pasillo, quedaron
confundidos al ver que tanto en izquierda como en derecha
no había puertas, sino espejos. Isaac se paró frente al
espejo que estaba en el camino de la izquierda, y este
misteriosamente comenzó a abrirse. Isaac cruzó sin
pensarlo dos veces y cuando ya se encontraba del otro lado
el espejo cerró el camino nuevamente, sin darle ni siquiera
el tiempo a Eduardo de reaccionar.
–No te asustes Ed, seguro es parte del juego, recuerda que
las casas de los espejos siempre tienen trampas –dijo Isaac
tras el espejo–. Intentaré rodearlo, quédate donde estas… Y
si ves a Sunny, ¡Distráela!
Eduardo no respondió, se limitó a escuchar y ver su solitario
reflejo en el espejo.
“No te muevas” “Distrae a Sunny” … Si claro.
Eduardo siguió el camino contrario a su amigo, el camino de
la derecha. Este se abrió al pararse frente al espejo.
41
El pasillo apenas era visible. Eduardo se guiaba por los
sonidos que escuchaba, los murmullos que salían de las
paredes parecían platicas.
Es tal vez la gracia, perderse y encontrarse con gente,
deambular y salir juntos, viéndolo así, hasta sonaba
divertido.
Eduardo se encontró con dos vías para seguir adelante, en
línea recta, y la otra era doblar hacia la izquierda.
Eduardo recordó haber leído en algún letrero del parque una
frase que decía: “Caminando en línea recta no puede uno
llegar muy lejos”, tras un momento de reflexión decidió
tomarse aquello de manera literal, y escogió seguir a la
izquierda. La voz que seguía se había perdido, pero fue
reemplazada por otra… una voz familiar… dos voces
familiares.

–Te crees muy fuerte –alegó Isaac mientras presionaba a
Matías contra la pared–. No eres nada más que escoria.
–Era de broma, hombre, tranquilo –afirmó Matías con la voz
temblorosa y lágrimas asomándose en sus ojos.
Al parecer al igual que Eduardo y Isaac, Matías terminó
siendo separado de su pandilla, por suerte Sunny no estaba
cerca y Eduardo se había perdido, ya nadie podía detener a
Isaac.
Isaac sacó de su bóxer una revolver compacta…
Los ojos de Matías se abrieron como platos. Aquella
pequeña arma se reflejaba en su mirada. Antes de que diera
un grito Isaac le cerró la boca con la mano izquierda, siguió
presionándolo contra la pared, pero esta vez Matías estaba
más eufórico, quería zafarse como fuera.
Isaac le dio una buena en la cabeza con la cacha de la
revolver, dejándolo aturdido, al borde de un desmayo.
–Llegó la hora –anunció Isaac mientras caminaba hacia
atrás, con la pistola apuntando a Matt.
–No… por favor… –balbuceó Matías.
Isaac no pretendía hacerle daño realmente, quería asustarlo
y que cada vez que escuchara el nombre de Isaac Vohemir,
saliera corriendo como un coyote.
La pared, contra la que estaba presionado Matías comenzó
a tornarse negra, una viscosidad espesa se esparcía
lentamente. Isaac apartó a Matías antes que lo cubriera a él
también.
–Pero qué…
La pared entera de repente estaba cubierta. Aquella cosa
negra se movía como si tuviera vida propia, de pronto
comenzó a expandirse por el suelo. Era evidente que estaba
persiguiéndolos. Isaac tomó al desconcertado Matías por los
hombros y se dirigieron a la puerta.
Eduardo abrió la puerta del salón con esperanza de
encontrar a su amigo. Isaac y Matías rápidamente cruzaron
la puerta y, cruzaron por el pasillo hacia la izquierda, Isaac
le pidió a Eduardo que cerrara la puerta y los siguiera,
pero…
–El monstruo... –susurró atónito Eduardo para sí mismo.
Eduardo dio dos pasos hacia atrás. El extraño ser se levantó
del suelo lentamente formando una especie de grumo
grotesco, del cual emanó algo que al parecer era su cabeza.
Sus ojos parecían agujas por lo agudos que eran, su hocico
retorcido y sin sentido casi parecía una sonrisa. Su torso era
un grumo estirado que disminuía su volumen hacia abajo.
El monstruo se arrastraba –pues no tenía patas, su cuerpo
parecía un vestido flojo– en dirección a Eduardo. El joven
estaba en shock. Del demonio se desenrolló una especie de
tentáculo que lentamente comenzó a rodear el cuerpo de
Eduardo.
¡BAM!, y la cabeza del monstruo explotó y cada centímetro
de su cuerpo comenzó a vibrar mientras se recomponía.
Después de haber disparado, Isaac corrió hacia Ed y lo
empujó para que siguieran adelante, olvidándose por
completo de Matías y dejándolo expuesto a la merced del
demonio negro.
–¿Qué diablos te pasó allá, Ed? Nos pusiste en peligro, no
puedo creer que seas tan estúpido –inquirió Isaac, cuando
por fin considero que estaban fuera de peligro.
–Es ese, Isaac… Eso se llevó a César… –explicó Eduardo con
la respiración entrecortada.
–Diablos, Ed, pero dejamos al otro imbécil solo por tu
incompetencia… No lo vuelvas a hacer.
–No entiendo… ¿Qué hace esa cosa aquí?
–No lo sé –Dijo Isaac mientras nerviosamente revisaba las
balas en el cilindro–. Lo que sí sé, es que si vuelve tragará
fuego.
–¿De dónde sacaste eso? ¿Otro de los regalos que te dieron
junto a la motocicleta?
–No es tu asunto.
42
La puerta de la sala en la que se encontraban comenzó a
abrirse, Eduardo apagó las velas que estaban en la mesa,
pensando que el monstruo no los vería en la oscuridad.
Estaba completamente oscuro, la única luz era la que
provenía de debajo de la puerta que lentamente se abría.
“Vamos, señorita, aquí estará a salvo”, dijo una voz. La
persona que habló no tenía ni la menor de idea de que, si
no hubiera dicho aquello, Isaac sin pensarlo le hubiera
volado los sesos.
El tipo metió a Sunny en la habitación y se fue.
“Desgraciada…”, dijo la oscuridad que rodeaba a Sunny.
–Quien sea que seas… mis padres tienen mucho dinero… no
me hagas daño y cuando salgamos de esto yo…
Sunny fue interrumpida por el chasquido del encendedor de
Isaac, que tranquilamente encendió las velas que apagó Ed.
–Hola, Valdemar, es un gusto –saludó Isaac–. He escuchado
hablar mucho sobre usted.
–No la trates con tanto respeto, Isaac, no se lo merece, es
una sucia arpía.
–¡¿Quiénes son ustedes?! –Exclamó la asustada Sunny.
–Soy Isaac Vohemir.
Eduardo mantuvo distancia y se limitó a ver que teatro
armaba su amigo.
–Señor Vohemir… No me haga daño y le juro que le
recompensaré, yo… –hizo una pausa para tomar aire– uno
de mis sirvientes fue… Dios, todo es tan raro… Por favor no
me lastime.
–Cálmese, señorita –dijo Isaac mientras trancaba la puerta–.
No pretendemos hacerle daño.
Isaac se acercó tanto a Sunny que esta podía percibir el
calor de la respiración de él. Isaac acarició las mejillas de
Sunny con el cañón de su revólver, la chica se ruborizó y
comenzó a temblar.
–¡PAM! –gritó Isaac.
Sunny se cubrió la cara con ambas manos para que no
escucharan su llanto.
–Isaac, ya, déjala y vámonos de aquí.
–¡NO ME DEJE SOLA, POR FAVOR! –Imploró Sunny,
irguiéndose de pie–. Hay algo afuera, esa cosa literalmente
se tragó a uno de mis guardias y no sé qué ha pasado con el
resto, probablemente estén muertos todos.
–Hola, Valdemar…
–Ed… –Susurró Sunny mientras dejaba caer la mirada al
suelo.
–Puedes venir, Sunny, no te preocupes –dijo Eduardo casi
contra su propia voluntad. Sin embargo, tenía fresco el
recuerdo de su encuentro con César y aquella promesa que
se hizo a sí mismo sobre cambiar.
–¿Estás seguro? Ed, es obvio que le guardas rencor, además
si la dejamos atrás prometo no decir nada.
–¡Oye ya dijo que si! Respete sus decisiones –replicó Sunny.
–Es lo que César haría, Isaac.
Isaac asintió y abrió la puerta. Había tres caminos, línea
recta, izquierda o derecha.
–¿Hacia a donde, jefe? –preguntó Isaac con sarcasmo.
–Creo que deberíamos ir hacia adelante, Ed –comentó
Sunny– Yo vengo del camino de la izquierda, y creo que no
sería buena idea ir para allá.
–Pues yo digo que vayamos por la derecha, es el camino
que se ve más iluminado –dijo Isaac–. No sería bueno
encontrarnos con el monstruo de nuevo, tengo ya pocas
balas.
–Creo que sería buena idea ir por…bueno, no tan extraño.
Eduardo fue interrumpido una extraña risa…
–Hola, Ed –dijo un chico de entre las sombras del pasillo
izquierdo.
Sunny casi se desmaya al percatarse de quien era el
individuo, Isaac no entendía nada.
–César… –murmuró Eduardo mientras caía de rodillas.
43
“Detente, Ed! ¡NO! ¡Estúpido! ¡Es una trampa!...”, gritaron
Sunny y Isaac, pero Eduardo no se detuvo.
El supuesto César después de haberse presentado ante
ellos, corrió, escabulléndose en las profundas sombras del
pasillo izquierdo. Eduardo lo siguió sin mirar atrás, casi
hipnotizado, Isaac y Sunny lo siguieron hasta el cansancio,
pero más pronto que tarde le perdieron el rastro.
–Dios, lo perdimos, que tonto es, en serio que lo es –bramó
Isaac.
“NO PUEDO CREER QUE AHORA DEPENDO DE ESTE
IMBECIL PARA SALIR DE AQUÍ, POR DIOS, ODIO ESTE
MALDITO LUGAR, ODIO ESTA MALDITA NOCHE Y,
SOBRE TODO, ODIO A EMANS POR DEJARME SOLA
CON ESTE ODIOSO”, pensó Sunny.
–¿Ahora qué? –inquirió Sunny.
–Siempre hace lo que se le da la gana –dijo entre dientes–,
ya es la segunda vez en la noche que me pongo en peligro
por él. No tengo ni idea de dónde estamos, creo que no
había pasado por aquí antes, está demasiado oscuro. Anda,
intentemos regresar de dónde venimos.
–Présteme su encendedor –pidió Sunny–, Puede que
encontremos un candelabro por aquí.
Sunny se hizo daño al accionar el mecanismo del
encendedor. Encontró una vela en una polvorienta cómoda,
al encenderla la posó frente al rostro de Isaac, quería verlo
bien pues apenas lo distinguía como una sombra; ella
juraría que nunca nadie en su vida le había parecido tan feo.
Isaac la observó. Le pareció una de las chicas más bellas
que había visto, una chica que solo podría comparar con
aquella que una vez marco su corazón, así de hermosa.
Sintió pena por haber tratado tan descortésmente a un ser
tan frágil como el que tenía al frente, alguien que rebosa
tanta ternura, con brazos delgados y un cabello suave y
brillante, para nada como la desgraciada que Eduardo
describía. “De lo que se perdió ese César”, pensó Isaac
mientras esbozaba una sonrisa.
Isaac no tenía nada para sacarle platica a la chica, así que
comenzó a desviar su mirada por su alrededor, encontró
algo de interés, un candelabro medio sujeto a la pared:
–Mira, lo que hay allí, vamos, podríamos encenderlo y tener
un tanto más de claridad.
Isaac se puso de rodillas y le indicó a Sunny que usara las
manos de él como grada para llegar hacia la vela del
candelabro. En el movimiento que Sunny hizo para alcanzar
la candela, unas gotas de cera caliente cayeron sobre la
cabeza de Isaac, aguantó el dolor pues no quería dar la
impresión de un cobarde frente a un bombón como Sunny.
Ninguno tenía ganas de seguir yendo tras Ed, si él quería,
que los buscara. No tenían una verdadera noción del tiempo
¿ya era de madrugada? ¿cerraron el parque de diversiones?
¿Por qué nadie había ido a buscarlos? ¿Cómo es que en un
juego de feria podía desaparecer gente de esta manera?
¿De alguna manera los encargados estaban compinchados
con el monstruo?
La candela ya estaba terminándose y pronto quedarían a
oscuras de nuevo. Lo mejor que podían hacer en ese caso
sería poner la candela en el suelo y que se derritiera allí, al
menos así duraría un buen rato.
–Isaac, ¿usted tiene alguna idea de que era esa cosa y que
deberíamos hacer ahora?
–Tranquila, no nos hará daño, no mientras tenga esto
conmigo –Isaac mostró con orgullo su revólver compacto–.
Deberíamos… no sé, si seguimos caminando nos
quedaríamos sin la luz del candelabro, sería más difícil para
mí apuntarle a la bestia esa, pero si nos quedamos aquí y se
acerca, fijo lo vuelo en mil pedazos.
“Sí, claro, nos vas a salvar, mi héroe, Dios, claro que
sí. Eres patético, muy patético si crees que podrías
plantarle frente a eso, estamos literalmente
muertos”, pensó Sunny.
Isaac se apoyó en la pared y se sentó en el suelo, invito a
Sunny a hacer lo mismo, a pesar de que ella lo rechazó,
minutos después se incorporó.
“Como que si tuviera algo mejor que hacer…”, pensó
Sunny.
–-¿Cómo conoció a Eduardo? –inquirió la pelirroja.
–Pues… Larga historia, un señor me perseguía, no recuerdo
las razones, y, a ver… Eduardo me salvó de un apuro. Sí. El
enano tiene un gran corazón, de verás. Me ayudó y me
ofreció su amistad… no lo había pensado antes, pero yo
estaba tan solo. Y él llegó.
–Oh… interesante, se ve que son buenos amigos –dijo
Sunny, acompañado su respuesta con una dulce risita.
–Claro… no te hago la misma pregunta porque Ed me contó
cómo te conoció. Te odia, en serio, ya sabes, por lo de
César. Tengo que admitir que por la imagen mental que me
hice de ti me parecías una sucia arpía, como un tipo de
medusa horripilante, pero ahora que te conozco me resultas
simpática y agradable, eres de las pocas personas que
conozco que se dirigen a alguien que no conocen con
respeto.
“Vaya… yo que pensaba que todos los ignorantes
eran completamente obtusos, pero este es de los que
tienen la capacidad de tan siquiera razonar, el mundo
sería un mejor lugar con más como él”, pensó Sunny.
–Gracias, Isaac, es muy lindo de su parte reconocerlo. Ojalá
más gente pensará como usted.
–Y… oye ¿alguna vez le preguntaste a tus padres la razón
por la cual te pusieron “Sunny”?
“¿En serio me está preguntando esto? Tiene que ser
una broma, una sin gracia y de muy mal gusto”, pensó
Sunny.
–Pues, lo único que sé es que mi padre no quería que
tuviera este nombre, dice que es ridículo… Pero a mamá le
gustaba mucho. ¿A usted por qué le pusieron Isaac?
–No lo sé, creo que así me nombró una de las monjas, tal
vez por un personaje bíblico.
–¿Monjas? –inquirió Sunny con curiosidad
–Me críe en un orfanato en Occlen, administrado por la
iglesia católica.
“¿Orfanato?... Es… Yo… También estuve en un lugar
así”, pensó Sunny.
Entre los vagos recuerdos de Sunny, recordó al instituto
Abrazo evangélico, donde pasó los primeros seis años de su
vida, apenas recuerda a la que una vez fue su madre
adoptiva. Cuando piensa en ella la piel se le eriza y una
sensación caliente arropa su cuerpo.
La señora Valz Valdemar no podía tener hijos, y por ende
recurrieron con discreción al instituto Abrazo evangélico, en
busca de una chica que tuviera rasgos similares a los de
cualquier Valdemar. Sorpresa, se encontraron con una
hermosa niña de la que nadie discutiría sobre su
procedencia.
Los primeros años de Sunny con los Valdemar son hasta
donde recuerda los mejores de su vida. Viajes, vestidos,
comidas… amor, lo tenía todo. Hasta que un día la señora
Valz contrajo una extraña enfermedad que la obligó a
quedarse en cama por varios meses, todos creían que
saldría de esa, ella jamás perdió la esperanza, y su hermosa
niña, el sol de sus ojos, Sunny, ella siempre estaba allí para
darle ánimos, un motivo para levantarse y vivir muchos
años más.
En un día cualquiera, cuando Sunny bajó las escaleras
apurada, para contarle a su madre sobre un sueño que tuvo,
un sueño en el que la vio de pie, hablándole y pidiéndole
que nunca dejara de ser fuerte, como toda una Valdemar, se
encontró con su madre, con una sonrisa tiesa, con la piel
fría como el hielo: Valz estaba muerta. Los doctores dijeron
que murió de manera pacífica, no sintió ningún dolor, todo
ocurrió mientras dormía.
“Pasó de un sueño a otro”.
Fabio Valdemar, su padre, se distanció demasiado de su
hija, siempre estaba atareado en asuntos de política, tal
vez, era su manera de olvidar el dolor y dejarlo todo atrás…
la pequeña ni siquiera recuerda la última vez en la que cenó
junto a él. En las pocas ocasiones que se miraban se la
pasaba replicándole, sobre todo, sin darse cuenta de que su
hija lo único que quería era impresionarlo, que él notara que
ella si valía para algo, que era más que una sonrisa bonita,
que lo amaba por sobre todas las cosas, ya que es lo único
que le quedaba en la vida.
Fabio se convirtió en una persona rencorosa y llena de odio.
Quería desquitarse con todo el mundo. Por eso obligó a
Sunny a asistir a la escuela publica de la ciudad.
44
Isaac había impresionado a Sunny, él le contó su historia y
ella no pudo evitar pensar que, después de todo, no eran
tan diferentes… le hizo revivir su pasado, una época perdida
en el tiempo, como si formara parte de algo que vivió en
otra vida, un momento en el que sonreía con felicidad y
plenitud.
Sunny estuvo tentada a contarle su historia a Isaac, pero no,
algo dentro de ella le decía que aquello no era correcto, que
no podía exponer en riesgo la imagen pública de su familia
solo porque sentía pena por un extraño.
No traicionaría a su familia por un momento de
sentimentalismo, después de todo, como Valz se lo pidió en
aquel sueño que en realidad era despedida “Se fuerte”, le
dijo, y, fuerte se hizo.
“Que extraño, de pronto, me siento muy rara…”,
pensó Sunny mientras suspiraba.
45
Eduardo no dejaría que su amigo se fuese otra vez, no
importaba el precio a pagar, no dejaría ir esta oportunidad.
En medio de la persecución, César cruzó una puerta y la
cerró. Eduardo, sin pensarlo, concentró toda la fuerza de su
cuerpo en su hombro y arremetió contra la puerta.
Se encontró con un oscuro pasadizo con escaleras
conectado con un sótano. Se escuchaban murmullos
provenientes de las sombras, al agudizar su oído, Eduardo
notó que alguien forcejeaba, como si quisiera soltarse de
algo. Pasaban los segundos y no sabía si en serio era
correcto bajar, pero recordó aquel momento en el que
estuvo frente a César, y pudiendo haber ido, aunque sea
muriendo en el intento, se quedó allí, viendo cómo se
alejaba. Y entonces la muerte se le hizo una especie de
resultado más satisfactorio que la calamidad de pasar más
madrugadas replicándose: “¿Por qué no hice algo?”
Un paso adelante, y ya no había vuelta atrás.
Eduardo dejó la puerta abierta para que la poca luz del
exterior evitara que se quedara completamente a oscuras.
Para su sorpresa, el piso de abajo tenía la suficiente luz para
ver el entorno.
Al observar a su alrededor, le pareció curioso lo bien tratado
que estaban los adornos en las paredes. El suelo era de
madera y rechinaba a cada paso que daba. Había repisas
que cubrían todo el ancho de la pared, en estas estaban
puestos todo tipo de juguetes de niño y niña.
–Eduardo… ¿Por qué tardaste tanto? –Dijo César.
El corazón de Ed se detuvo por unos instantes, era su
amigo, su mejor amigo.
Se lanzó a él con los brazos abiertos y mientras titubeaba
en voz baja.
El cuerpo de César estaba frío como el hielo. Cuando
Eduardo alzó la vista se encontró con una división de la sala,
al fondo de esta, había una espesa masa negra y asquerosa
cubriendo toda una pared, esta se movía, o mejor dicho,
fluctuaba. A un costado, un chico revolcándose en contra la
pared. Era Matías, que estaba envuelto en una especie de
tentáculo, que le cubría la boca, los pies y mantenía sus
brazos atados a su torso. A un lado de Matías estaban sus
amigos, pero estos estaban inconscientes. Pero nada
comparado con los guardias Valdemar… que estaban
apilados, pálidos y sin vida.
Eduardo se apartó de César con el corazón en la garganta,
estaba atónito, no sabía cómo reaccionar. En aquella lluvia
de emociones, su corazón latía como el de un colibrí.
–Ed… –dijo César, pero con cierto toque diferente, un toque
más tétrico y lúgubre, con una pronunciación más lenta y
profunda–. Mi amigo, mi mejor amigo ¿Qué sucedió contigo?
No has venido a verme ¿Qué no me extrañas?
–César... ¿Qué está pasando aquí? –Eduardo dio dos pasos
hacia atrás, nada tenía sentido para él.
¿En serio se trataba de su mejor amigo? Llevaba las mismas
ropas que tenía puestas el día de su desaparición, aunque, a
decir verdad, examinándolo fríamente, había detalles que
bien podían marcar diferencias: su piel estaba decolorada,
como si algo hubiera succionado la sustancia de su ser, sus
cabellos ya no tenían el brillo de antes, pues si bien podría
decirse que esto no se podría percibir correctamente por la
oscuridad de la habitación, lo cierto es que aquella nueva
cabellera estaba constituida en un negro profundo, que
hacía a su vez juego con sus ojos, que entrecerraba dándole
un aspecto aterrador, como cuencas vacías.
–No entiendo nada. ¿Dónde estuviste todo este tiempo?
–Es difícil de explicar, Ed, tuve que pasar por muchas cosas
para entenderlo, pero ahora es todo tan claro, ¡Un futuro
brillante nos aguarda! He sido iluminado.
–No estoy entendiendo nada y realmente me das escalofríos
–razonó Eduardo, mientras que retrocedía nuevamente dos
pasos.
–Hemos trascendido, no debes temerle al cambio, pues al
igual que a mí, te depara un destino brillante –respondió
César al tiempo que se volvía para acercarse a la masa
oscura de la pared, esta se abrió como si fuera el hocico de
un monstruo, la acarició con delicadeza–. Sprouth, el gran
maestro te lo mostrará, ya verás…
César le dio a aquella negra composición de la pared, un
beso con ternura después volvió nuevamente.
–¡No puedes estar hablando en serio! Te ves tan… –inspiró
una gran bocanada de aire antes de continuar–, tan distinto,
y no, no eres el mismo de antes, no puede ser, no... Estás
diciendo cosas sin sentido, César, por favor, no sigas con
esto.
–Él tiene un plan para nosotros, es magnífico, solo busca el
bien para nuestra especie.
–César, entra en razón, escucha lo que estás diciendo… ¡No
tiene sentido!
–Unidad, Eduardo, unidad –el semblante de César se
tornaba cada vez más macabro, y su voz se parecía más a
la de un señor de avanzada edad–. Cuando todos estén
reunidos, por fin, solo así, se alcanzará eso que tanto hemos
anhelado por mucho tiempo… La felicidad, solo como un
solo ser, este es el comienzo de una nueva era de trabajo y
lucha.
–¿Y cómo se supone que seremos felices? ¿Dejándonos
engañar por esa cosa?
–Hablas como todo un ignorante, Eduardo, pero no te culpo,
sé la educación con la que te han formado. ¡Conozco tus
miedos! Siempre has estado solo, tu padre, las mujeres, tu
madre está muriendo de cáncer, el mundo te ha
abandonado, eres el personaje secundario en la odisea de
César… Como a mí, te mostraron un mundo distorsionado,
sumido en el caos del poder –César comenzó a acercarse a
Eduardo–. Por eso está aquí el maestro, vino a traer orden y
paz al mundo. Pero para llegar al orden y paz primero tiene
que haber transición –César hablaba en voz baja, como si
contara un secreto–: Tenemos que volver a nacer, volver a
la tierra para formarnos más fuertes, es la única manera
existente de evolución… Darlo todo, con el corazón en la
mano.
–César…
–Confía en mi –César se había acercado tanto, que solo le
bastaba susurrar para ser escuchado. Puso sus manos sobre
los hombros de Ed–. Una vez que el maestro te haga suyo,
estarás listo para el futuro, tu corazón y el mío, latirían
como uno solo, y así, fusionados, renaceremos.
–Yo… –la mente de Eduardo estaba a oscuras.
–La vida ya nos separó una vez, amigo. Si das el paso a la
evolución, estaremos juntos para toda la eternidad.
¡Viviremos un sueño! Cumplamos el sueño del maestro, que
fluya en tus venas el impulso, que nazca la voluntad del
cambio, que crezca y que se una a nosotros… – vociferó
César–. Seamos uno.
César tomó la mano de Eduardo y lo dirigió hasta el ser de
la pared.
La pesadumbre oscura se abrió en dos de manera lateral,
dejando ver sus agudos dientes de aguja, repartidos en
varias filas.
Los otros tres entraron en las fauces.
El olor a podredumbre se impregnó en todos los rincones de
la sala. Un par de tentáculos negros comenzaron a rodear
con suavidad a Eduardo, César lo soltó y los tentáculos lo
llevaban hacia el interior. Matías gimió a la vez que
comenzó a retorcerse, pero cuando César lo miró, los
tentáculos que lo cubrían comenzaron a comprimirle el
cuerpo, entendió que solo si se callaba alargaría un poco
más su vida.
Los dientes filosos se hicieron a un lado, dándole paso a
Eduardo, dando a entender que el objetivo no era
lastimarlo, el olor a podrido comenzó a parecerle algo
agradable y el calor que emanaba las fauces del ser le hacía
sentir paz y tranquilidad.
“Déjate llevar”.
–¡No! –vociferó Eduardo al tiempo que hurgaba en su
bolsillo. Sacó la granada Úrsula que le dio el señor Tannea y
la accionaba–. Tú no eres César.
Eduardo se zafó de los tentáculos y se abatió fuera del
monstruo. César rápidamente se acercó para lanzarlo
dentro, pero…
“¡PAM!”, estalló la granada. Un chillido estruendoso dejó
sordo a Eduardo por un par de segundos, la mugrienta piel
negra del monstruo liquido comenzó a vibrar, y poco a poco
intentaba volver a formarse, a recomponerse.
La piel de César comenzó a ennegrecerse, mientras
maldecía a Eduardo con voz gutural, su cuerpo se
descompuso y como hielo derritiéndose, quedó tendido en
el suelo.
Eduardo ayudó a Matías a quitarle la tela negra, no fue una
tarea difícil, pues mientras esta vibraba se ponía tensa y
débil. Entre Eduardo y Matías soltaron a los amigos de este,
y después de darles un par de cachetadas, despertaron
desconcertados. Matías les pidió que corrieran, después
habría tiempo de explicaciones.
46
¡Sonrían!
Isaac y Sunny se taparon los rostros, desconcertados por el
incandescente flash de la cámara de Emil.
–Oh mi dios, a esto le llamo “la foto del millón” –dijo Emil
con orgullo mientras observaba desde la interfaz de su
cámara la foto que les había tomado–. ¿Quién lo diría?
¡Sunny Valdemar besándose con Isaac Vohemir!
–¡CALLATE Y DAME ESA COSA! –gritó Sunny mientras se
abalanzaba hacia Emil.
“DIOS MÍO, QUÉ HE HECHO, POR DIOS, CÓMO LLEGUÉ
A ESTO, ¿ACASO ESTOY LOCA? EN SERIO, ODIO ESTA
NOCHE, ODIO…”, pensó Sunny; “No se ha portado tan mal
y puede que sea una buena persona después de todo, pero
aun así, no puedo arriesgar mi reputación ni la de mi
familia”.
–Anda amigo, no vayas a mostrar esa foto –dijo Isaac
mientras se incorporaba.
–Prometo guardar el secreto Sunny ¡pero solo si me sueltas!
–Advirtió Emil mientras forcejeaba contra Sunny–: ¡Sunny
Suéltame!
–Si alguien ve eso te juro que te mato, mocoso –amenazó
Sunny– Es en serio, te mato.
–Ya, ya ¿Qué hacen aquí? Se está haciendo tarde, deberían
estar yendo camino a la salida.
–¿Y cómo haremos eso, genio? –objetó Isaac, a sabiendas de
que no había forma de salir–. Este lugar es un revoltijo de
pasillos, salas y nada más.
–¿O sea que no leyeron las advertencias que están en la
entrada? Que tontos son en serio –dijo Emil en tono
burlesco–. Miren, solo tienen que encender su linterna y
apuntarla a los espejos que están arriba, en la parte
superior de la pared.
Emil sacó su linterna e hizo lo que dijo, al parecer los
espejos estaban trucados y al apuntarles con un rayo de luz
está rebota en los demás, creando líneas dispersas de luz
en todos los corredores, sin embargo, si se sigue el rastro de
la primera línea de luz, se llegará a la salida. Simple, como
lo advertía en las instrucciones de la casa de los espejos.
Además, también se menciona que esto solo debía hacerse
en caso de perderse ya que si se hace a la ligera se pierda
la gracia del juego.
Sunny y Isaac no pudieron evitar sentirse como completos
idiotas.
–Bueno, lo único que hay que hacer es caminar y apuntar a
otro espejo cuando se pierda el rastro o cuando se pase por
un pasillo demasiado oscuro –explicó Emil– En marcha, mi
mamá me dijo que llegará a las nueve a casa, estoy a buen
tiempo.
–¿Qué hora es, Emil? –preguntó Sunny con intriga ya que
estaba segura de que corrían las horas de la madrugada.
–Son las siete y cuarenta y cinco, pero aún tengo que comer
algo y sumado el tiempo que me hago en llegar a casa
probablemente llegue a las ocho y media, más o menos.
Oigan, ahora que lo pienso, aquí falta alguien. ¿En dónde
está el amigo Ed?
Sunny y Isaac se vieron a las caras sin mediar palabra,
quedaron en que no le contarían nada a Emil.
–Eh… pues, no lo sé, si no lo encontramos en el camino le
pediré a alguno de los encargados de este lugar que me
ayude a encontrarlo.
“Solo han pasado un par de horas… Con Isaac el
tiempo se me fue de las manos, jamás, eso jamás me
había ocurrido con nadie…” pensó Sunny mientras
examinaba a Isaac de pies a cabeza y se mordía el labio
inferior; “Y bueno, tampoco estuvo tan mal…”.
Anduvieron por los pasillos, aclarándolos y señalando el
camino cuando de pronto…
–¿Escuchan eso? –inquiríó Emil.
–Debe ser un grupo de gente que está siguiendo el rastro de
la luz –afirmó Sunny.
¡Corraaan! –gritó Matías con todas sus fuerzas, mientras sus
amigos y Eduardo le seguían el paso.
47
Atrás de Eduardo y compañía se expandía un cumulo del
musgo negro que cubría paredes y pisos, estaba
consumiendo todo por donde se arrastraba.
Como si fueran olas del mar, comenzó a levantarse una
figura, un grumo vomitivo que a poco tomaba la forma de
una enorme cara. No se le escaparían tan fácil.
La enorme cara comenzó a abrir su hocico con un rugido
gutural hizo que todos se taparan los oídos. La peste que se
sentía era indescriptible, era lo más nauseabundo y nocivo
que podría existir. Pero Eduardo y compañía no cesaron el
trote, no se dejarían engullir por aquellos dientes enormes
que se movían como si tuvieran independencia del
monstruo. Del hocico del monstro emergió un tentáculo,
quería tomar a Eduardo, terminar lo que César había
prometido: “la unidad”.
Isaac y su revolver no dejarían que Eduardo fuera engullido,
cuando se acercaron lo suficiente a él, este le ordenó a
Eduardo apartarse; con maestría apuntó al hocico del
monstruo.
¡BAM!
Dio el primer tiro de manera certera, el monstruo hizo un
gesto de dolor y el tentáculo se contrajo.
Alcanzaron al grupo. Todos huían por sus vidas, Isaac
disparó un par de veces, sabiendo que pronto se quedaría
sin munición, Isaac decidió guardar el ultimo tiro. Reconoció
el corredor en el que habían entrado, estaban cerca de la
salida. Cesó su marcha y se quedó atrás, Sunny volvió la
cabeza y le pidió que no parara.
“Está sacrificándose”, pensó Sunny
–¡Vamos tonto!… ¿En serio quieres morir así? –alegó Sunny,
mientras tomaba por la espalda a Isaac.
El monstruo estaba a unos metros de ellos, su hocico se
abrió tanto que comenzó a desgarrar el piso. Isaac apuntó
su revolver a un mecanismo que había en la pared.
–Ya casi…ya…casi…
¡BAM! Disparó y un enorme vidrio se levantó del suelo.
El vidrio que antes había separado a Isaac y Eduardo ahora
distanciaba al monstruo de los chicos. La bestia pútrida al
colisionar con el vidrio le hizo una enorme fisura, ejerció
presión para romper el vidrio, pero este era demasiado
sólido, incluso para un monstruo.
–Ahora sí, señorita, hora de irnos de aquí –dijo Isaac,
correspondiendo al abrazo de Sunny.
48
El ser abatió el vidrio que lo separaba de su venganza,
siguió el asqueroso olor a adolescente que lo condujo a la
salida.
“¡ALGUIEN HAGA ALGO!”, “¡Un monstruo, un verdadero
monstruo!”, “¡Ayuda, llamen al ejército!”, “¡CORRAN!”,
gritaron algunas voces en coro, estupefactas de los
ciudadanos de Okerke al ver con sus propios ojos como la
realidad se distorsionaba, como los monstruos de cuentos
traspasaban las barreras del papel.
El monstruo, el maestro Sprouth, como lo llamó el falso
César, adquirió una forma parecida a la humana Se irguió
como hombre y observo al público que lo perturbaba.
Sprouth sintió malestar a causa del ruido, las luces
coloridas, los señalamientos. Estiró su brazo hacia una de
las ruedas de la fortuna, al contraer su cuerpo, desapareció
sin dejar rastro… o eso es lo que pensó errantemente, pues
muchas cámaras ya lo habían fotografiado, entre ellas, la de
Emil, que hasta video le había sacado mientras los estuvo
correteando dentro de la casa de los espejos.
Una sombra blanca se asomó de entre la muchedumbre…
“Tienes que convencerlos a todos de ir por él, Eduard”,
Eduardo escuchó una voz dentro de su mente; “Tienes que
aprovechar que todos ya lo vieron, si esperas, seguro que
desaparecerá por mucho tiempo y cuando vuelva, será
mucho más fuerte”.
“Yo… ¿Cómo haré eso?” Pensó Eduardo, con la esperanza
que la voz lo escuchara.
“Esa cosa se llevó a tu amigo, ninguna de estas personas te
creyó, ahora ven de lo que tanto hablaste. Tienes que hacer
que tomen valor y te sigan, tienen que enfrentarlo y solo así
evitaras que siga llevándose a los jóvenes”, respondió la
voz.
Eduardo subió a las gradas, que conectaban a la tarima
donde iniciaba el recorrido de la casa de los espejos. El
joven tan nervioso como determinado pensó sus palabras
antes de decir algo.
–¡Ciudadanos de Okerke! –comenzó Eduardo y todas las
miradas se posaron sobre él–. ¡Lo que vieron hace unos
momentos fue por lo que me tildaron de loco! –hizo una
pausa para tomar aire y pensar sus siguientes palabras al
tiempo que observaba a cada uno de los presentes, que
eran la gran mayoría alumnos del IEPO–. ¡Es la hora de
actuar, de hacer algo para evitar que esa cosa no nos
atormente, estamos bajo peligro, todos y cada uno de
nosotros!
Las personas murmuraron, el flash de la cámara de Emil
estaba disparando sin parar.
–¡Si no vamos tras esa cosa, volverá, tenemos que
aprovechar su momento de debilidad!
“Lo correcto es esperar a las fuerzas armadas, niño”, dijo
una voz de entre el público. Varios estuvieron de acuerdo
con el razonable comentario.
–¡Para cuando eso ocurra, ya se habrá ido, con el paso de
las horas se aumentará la seguridad y a los días esto
quedara como un simple mito, muchos afirmaran que esto
jamás ocurrió, que todos ustedes son parte de un teatro, y
que las pruebas son falsas, créanme cuando les digo que
eso sucederá… ¡Pero lo más importante es que un día
volverá, cuando menos lo esperemos, lo hará! –replicó
Eduardo.
“Yo solo quiero irme a casa”, “Deberíamos ir a nuestras
casas y esperar a que las autoridades resuelvan todo, para
eso pagamos impuestos”, algunos ciudadanos compartieron
su opinión.
Las personas comenzaron a dispersarse en dirección a la
salida. Eduardo se culpó a sí mismo, el fin del mundo
llegaría sin que él nada pudiera hacer.
Cuando ya casi todos estaban apartados, Isaac y Sunny se
acercaron a Eduardo. Isaac le pidió a Sunny que se fuera a
casa, que no era asunto para una chica, aunque ella insistió
en que este asunto era personal ya que el monstruo arrasó
con sus mejores guardias. Finalmente cedió a la petición de
Isaac.
Eduardo contemplo aquella escena boquiabierto. Sunny y
Isaac era la combinación más extraña del mundo. Más
extraño incluso que la aparición del monstruo.
“Ahora si lo he visto todo en esta vida”, pensó Eduardo
mientras se reía de la ironía de la situación.
–¿Que? Después de todo, no es tan mala como me la
planteaste –comentó Isaac entre risas.
–Eso no importa ahora, Isaac, tenemos que detener a esa
cosa.
–Ni siquiera sabemos en dónde está, genio.
“Creo que en esto puedo ayudar yo”, dijo una voz en la
mente de Isaac y Eduardo.
Un gato blanco se exhibió, saltando de una barandilla de
metal hacia ellos.
“Puedo percibir el olor del engendro... Me parece que se
dirige hacia el parque central…, prepárense, habrá que
cortarle el paso e intentar derribarlo, puedo convocar a los
gatos de la ciudad, pero necesito tiempo”.
–No sé en qué momento el mundo se fue al carajo, pero me
gusta esto de los monstruos, las chicas guapetonas y los
gatos que hablan, quizá un día se aparezca un duende, lo
adoptaría y le ordenaría que limpie mi habitación. –añadió
Isaac.
–Después habrá tiempo para bromas, Isaac –replicó
Eduardo.
–Tengo una idea, Ed, vamos a mi moto…
49
–Oh… ¿Esto es...?
–Otra revolver –interrumpió Isaac–. ¿Qué? Las necesitamos,
ya has visto que surten efecto en ese maldito –Isaac cerró el
baúl de su motocicleta y puso el arma en manos de
Eduardo.
–Sabes que no sé cómo se dispara esta cosa, jamás había
tenido una pistola en las manos.
–Mira, sostenla así, apunta así y dispara presionando aquí –
explicó Isaac.
Isaac encendió la moto. Se dirigieron hacia el parque Ketter.
–¿Qué habrá pasado con Matías y su grupo de idiotas? –
preguntó Isaac.
–No lo sé, creo que se fueron a la primera oportunidad que
tuvieron, no les culpo, estuvieron a punto de morir…
Cuando salimos de la casa de los espejos, solo me dijo
“Emans, lo siento por lo de César y tal”, y luego ya no lo vi –
relató Eduardo.
Los jóvenes estaban a pocas calles de llegar al parque,
Isaac aceleró, cuando pararon en un semáforo, Eduardo
preguntó:
–¿Cómo diablos fue que llegaste a ligarte a la chica más
fresa del planeta tierra?
50
Llegaron a la entrada del parque, Isaac decidió no
estacionar su motocicleta y le pidió a Eduardo que abriera el
portoncillo.
Cuando Eduardo lo tanteó, no pudo abrirlo, estaba
atascado, Isaac le indicó que se apartara. Encendió la moto
y se dejó llevar, tirando la puerta del parque, ya dentro
frenó y destapó el baúl de la moto, sacó munición suficiente
para su revólver y la de Ed.
–¿Dónde se habrá metido esa maldita cosa? –dijo Isaac,
después de un rato de estar dando vueltas por el inmenso
parque.
La tierra comenzó a vibrar y enormes grietas se formaron en
la tierra, dejando largas fisuras, cosa que dificultó la
conducción de Isaac.
El sonido sísmico puso de nervios a Eduardo. A Isaac solo le
molesto el hecho de que dicho terreno arruinaría las llantas
de su vehículo.
Oculto bajo un cedro, se dejó ver por fin un chico cuyo
aspecto era lejanamente conocido, singularmente familiar,
vestía ropas rotas, pantalón corto descocido y camiseta
blanca rayada.
Su mirada era profundamente oscura, como si dentro de él
no hubiera alma que sostenga su cuerpo.
Isaac bajó la marcha de su motocicleta y se acercó
lentamente al individuo. Desenfundó su revólver y le apunto
a la cara al falso César.
–Siempre haciendo todo mal, Eduardo –dijo el joven pálido,
mostrándose fuera del lecho del árbol–. En serio eres un
completo inútil, por eso tu madre morirá, por eso tu padre
te abandonó.
Ondeando su cabellera blanca, el siniestro César estiró su
brazo izquierdo, al cerrar el puño se produjo otra vez un
movimiento sísmico. Eduardo se bajó de la motocicleta.
–El gran maestro tiene un gran propósito para todos,
Eduardo –afirmó César–. Un propósito del cual no puedes
huir, nadie tiene opción, nadie puede negarse a evolucionar,
es la naturaleza del ser, trascender a algo más grande.
–Lo único grande será el agujero que quedará en tu nuca si
no te callas –amenazó Isaac.
–Contemplen, al gran maestro Sprouth –recitó el joven bajo
el árbol con una sonrisa de oreja a oreja–, el regalo de la
Diosa.
César y sus aliados retrocedieron hasta estar de nuevo
sumergidos entre las sombras. Se produjo nuevamente un
movimiento sísmico que estremeció a ambos jóvenes, era
notablemente más fuerte que el anterior, tanto que el cedro
comenzó a colapsar. Las ramas del árbol se desprendían con
violencia, las hojas bailoteaban en las corrientes del aire frio
que los envolvía.
Un rugido opacó toda sensación de esperanza que habitaba
en nuestros protagonistas y la reemplazó por la más lúgubre
angustia.
El árbol comenzó a sangrar un fluido renegrido, que soltaba
vapor, nubes de humo cubrían el entorno dando un aspecto
de neblina.
El líquido vomitivo lentamente iba cubriéndole cada
depresión a la madera. La vibración terminó, pero el silencio
era aún peor.
Ante ellos había una exageración de lo absurdo. Lo que
antes embestía la adornación natural ahora era un cumulo
mugriento y podrido de diez metros. Tentáculos alargados
tomaban forma y se levantaban de la anchura del conjunto.
El grumo comenzó a tornarse con postura física. Comenzaba
a distinguirse la apariencia final de aquel ser. Dos alargadas
y esbeltas patas que concluían en cuatro pesuños, un
abdomen fornido como el de un luchador en sus mejores
días. El grosor de sus brazos era aún más exagerado que la
pestilencia que desprendía su maldecida formación. Sus
alargadas y finas garras se repartían en tres para cada
mano. A medida que se formaba, los tentáculos se
enderezaban a su espalda. Su rostro… Deforme, infringía un
miedo que se metía en la piel y escarbaba hasta forzar en
las lágrimas del corazón; Su hocico enorme se veía tan
retorcido como una sonrisa demoniaca.
Su cabeza que –apenas se distinguía desde el suelo–, era un
coagulo desfigurado y cancerígeno de grumos. Carecía de
orejas y en vez le reemplazaba un par de agudos orificios,
exactamente igual al de sus ojos y lo que parecía su nariz.
Su cabeza en conjunto se veía como una deforme y
cadavérica confusión malévola de la alucinación más fugaz,
de la mente más perversa. La viscosidad negra poco a poco
se disipaba y era consumida por el pelaje externo del… dios,
porque solo un dios podía poseer una figura tan intimidante,
que emitiera tanto respeto.
El dios inclinó su cabeza hacia el cielo y gruñó a la luna. Tal
fue la fuerza del bramido que una violenta ráfaga de viento
que se extendió de sus fauces hizo que Eduardo se
desprendiera de la tierra, siendo arrastrado hacia atrás. La
moto de Isaac tambaleó.
–¡Sube, nos vamos de aquí! –gritó Isaac a Eduardo mientras
arrancaba su motocicleta.
51
El miedo los cegó, ni siquiera intentaron hacerle frente con
las armas. Sin decir palabra alguna, ambos estuvieron de
acuerdo en que una bala no le haría ni un cosquilleo.
La bestia no se iba a quedar a ver como se le escapaban los
que minutos atrás le subestimaron y tuvieron el
atrevimiento de seguirlo.
La motocicleta no daba a más, Eduardo se sujetaba con
firmeza, temeroso de girar la mirada, los pasos de la bestia
hacían retumbar todo el sitio, Isaac apenas podía mantener
el control del volante. El ser estiró su alargado brazo y
sumergió en la tierra sus garras, causando un movimiento
sísmico que casi hacía que los jóvenes cayeran a la tierra.
Isaac derrapó en dirección a la salida, pensaba burlarse de
la bestia escabulléndose.
No, eso no pasaría. Nadie escaparía. El monstruo intuyó lo
que trataban de hacer y saltó, creando una sombra enorme
sobre ellos, dejándolos en absoluta oscuridad por unos
segundos, ambos pensaron por un momento que ya estaban
muertos.
Al caer frente a ellos, la tierra se zarandeó tan fuerte que
enormes fisuras se crearon en todo el entorno, cayendo
ambos en de la motocicleta.
Los parpados de Eduardo se movieron lentamente, cuando
recuperó la conciencia, lo primero que sus ojos percibieron
fueron unas líneas de sangre en una pared de tierra. Al
examinar la procedencia de la sangre se encontró a Isaac,
su amigo, colgado de una de las porciones de tierra salida,
que se había formado por culpa del colosal impacto que
esta recibió. Del brazo derecho de Isaac brotaban las líneas
de sangre. Su cuerpo (El de Isaac) estaba totalmente blando
y maltratado, Eduardo esperó lo peor. Sucumbió, una vez
más, a la resignación de perderlo todo.
La nube de polvo se disipó.
La mirada vacía del monstruo estaba clavada sobre
Eduardo.
Su semblante oscuro lo hizo estremecer.
El monstruo no estaba satisfecho con haberle quitado todo,
aun podía ponerle la cereza al pastel.
Hizo un movimiento con su enorme pata, dejando sus
pesuños por encima de Isaac.
52
–Te lo digo en serio –reafirmó Copito–. ¡Es un peligro para
todos! ¡Debemos colaborar!
–No –se opuso Phillip–. Sabes perfectamente bien que no
podemos intervenir en asuntos humanos. Hay cosas más
importantes, Copito, entiende, sin nuestra madre tendremos
que ver cómo sobrevivir, somos muchos y no tenemos
comida para todos y son pocas las hembras capaces de
criar a los más pequeños. Atiende problemas de nosotros,
no de humanos.
–Este es problema de todos los seres vivos –explicó Copito–.
En secreto he observado a esa cosa y, créeme cuando te
digo que irá por todo lo que se mueva, no discrimina
especie, consume todo lo que se ponga en su camino.
Phillip lo meditó durante unos segundos, no quería poner en
riesgo su comunidad que estaba al borde de la
desestabilización. Realmente creía en la palabra de Copito,
pero…
–Enfrentarnos a un ser del cual no conocemos nada…
muchos morirán, Cop… –teorizó Phillip con melancolía.
–Estoy seguro de que todos darían su vida por garantizar la
supervivencia de los más pequeños, para darles un mundo
en el cual puedan vivir sin miedo.
–Es una guerra, Copito, solo quiero saber si en serio crees
que valga la pena.
–Sí. Si madre viviera ella se encargaría de este asunto…
debemos seguir su ejemplo de valentía que siempre
representó para nosotros.
–Mira allí abajo, Copito, todos nuestros hermanos. Sin duda,
los extrañaré. Nada volverá a ser como antes después de
esta noche. Que feliz he sido al lado de todos ustedes –
suspiró Phillip.
Bajo el techo en el que charlaban se encontraban una
enorme cantidad de gatos, unos aprovechaban la amplitud
del jardín para corretear, otros la suavidad del césped para
descansar y otros que rayaban las sillas de madera con sus
garras, para afilarlas.
–¡ATENCION! –Gritó Phillip.
Los que dormían, se pusieron en cuatro patas de un brinco,
confusos y nerviosos, los que correteaban giraron sus
miradas desconcertadas y los que se afilaban las garras
sintieron una creciente excitación.
53
–¿A dónde vas con tanta prisa? –Preguntó un anciano a
Matías–. ¿Acaso no te conmovió el discurso de tu amigo?
Acabas de escapar de esa cosa junto a él.
Matías se estaba escabullendo entre la gente, no quería
saber nada de monstruos.
–No es su problema, viejo –dijo Matías mientras soltaba su
hombro de las manos del anciano–. No sabe lo que viví allí
dentro, no tiene derecho a decirme nada. Ya tuve suficiente
por esta noche.
–Pues no lo sé si no me lo cuentas
–Esa cosa… –dijo Matt al tiempo que bajaba la mirada,
indeciso de sus palabras, verdaderamente perturbado–. Esa
cosa… recuerdo cómo se acercó a mí, recuerdo cómo me
envolvía en una especie de látigos, recuerdo que el calor de
estos me estaba cociendo la piel, pero cuando me examiné
me di cuenta de que no tenía ninguna marca de eso, es
como, como si se hubiera metido a mi mente. No quiero
nunca volver a verlo, quiero ir a casa, dormir, pasar de esto
y olvidarlo.
–Oh… Claro que te entiendo, sin embargo, estoy seguro de
que Eduardo y Isaac se sienten igual que tú –afirmó el viejo
levantando la ceja–. ¿Sabes por qué van a luchar, sin
importar que suceda? Porque ambos saben lo que es
quedarse completamente solos. Lucharán por lo poco que
todavía les queda.
–No me importa ninguno de ellos –reflexionó Matías
mientras se alejaba del anciano.
–Lucharán por ti. Por toda tu familia. Por todo lo que amas.
–No deberían, no son rivales para esa cosa, van a morir.
–También vas a morir, con diferencia que antes vivirías para
arrepentirte –concluyó el anciano.
Matías no iba a participar en un sinsentido tan grande. ¿Para
qué? No ganarían nada y, de todos modos, si al final de
casualidad quedasen victoriosos… La mayor recompensa,
en el caso de no morir seria quedar cuadripléjicos por un
golpe de esa cosa.
La luna estaba llena, y, hasta donde Matías recuerda nunca
había estado tan resplandeciente, por eso se sentó en la
orilla de la banqueta, a las afueras del parque a contemplar
tal belleza y pensar con intriga en cuál sería el futuro de
Okerke… ¿Era real esa cosa? Aun se debatía mentalmente si
su cerebro no le estaba jugando una especie de broma,
como tener una pesadilla despierto o algún disparate
similar.
Eduardo y Isaac estaban en el estacionamiento, a unos
metros de Matías, pero estaban tan apurados que ni
siquiera se fijaron que él atentamente escuchaba su
conversación: “Hacia Ketter”, Escuchó Matías… ¿Cómo
sabían que el ser estaría exactamente en ese lugar? Y, más
importante aún: ¿Por qué están cometiendo esa especie de
suicidio? ¿No es más fácil tirarse de cabeza de un barranco?
Matías sacó las llaves del Hyundai Accent de su padre,
jugueteó con ellas unos minutos mientras se dejaba llevar
por la confusión. Su conciencia le invitaba al dialogo, su
moral no lograba discernir entre la decisión acorde a la
situación que estaba viviendo. “Vas a morir”, tanta certeza
en tan pocas palabras, en el momento que nacemos, ya
hemos perdido la batalla, porque al final del sendero, una
sentencia ya nos aguarda, escondida en el silencio de la
indolencia. }
Aferrado a la visión de no querer entrometerse, Matías cayó
en llanto. Su corazón sentía vergüenza de la cobardía que lo
abalanzaba.
–¿Qué estás haciendo, idiota? –alegó Sunny–. lamentándote
no lograrás nada.
Matías rápidamente se levantó y limpio sus lágrimas.
–Sunny… ¿qué haces aquí? –preguntó bastante
desconcertado al ver la silueta de Sunny Valdemar cruzada
de brazos, observándolo con impaciencia.
–Tenemos que ir tras ellos. ¿Qué estás esperando? Iré
contigo –dijo Sunny, dando por hecho que Matías tenía la
misma determinación por ir a cazar el monstruo.
–Ellos se han ido al parque central… escuché que es ahí
donde tendrán el encuentro…
Matías concentró por fin su mirada y observó como atrás de
Sunny había gran parte de los chicos del instituto.
“¡Vamos al parque entonces!”, “¡Ed siempre tuvo razón!”,
“¡Esa cosa no podrá con todos!”, Exclamaron algunas voces
entre la multitud de jóvenes.
Matías sonrió, seguía firme a su postura de no querer ir
hacia la muerte, pero ahora no tenía opción, si algo le
molestase más que morir era quedar como una gallina ante
todo el instituto.
Por alguna razón aquello lo tranquilizó.
54
Toda la esperanza había abandonado por primera vez su
cuerpo, bien pudo Eduardo sentir como su corazón segundo
a segundo se arrugaba, se agrietaba. No había lugar para
misericordia, la respuesta era clara, el monstruo, el dios, se
complacía de aquellos sentimientos dolorosos. En ese
momento, no hubiera habido para Eduardo regalo más
precioso que la muerte. Un regalo que estaba cerca, pronto
todo acabaría, abandonaría este mundo que por muy poco
que le dio, valió cada lagrima.
La enorme pata de Sprouth colgaba sobre el cuerpo de
Isaac, bastaba un movimiento para que su amigo quedara
reducido a una porción desfigurada de un reflejo pasado. No
importaba cuanto gritara Eduardo, no sucedía nada, el
tiempo parecía estar pausado. La calma del ambiente daba
protagonismo al tormento. Ya no había ganas, ya no había
fuerza, ya no había nada en el mundo que pudiera hacer
para cambiar el panorama.
Un agudo sonar hizo vibrar la tierra levemente, de pronto
aquello se convirtió en turbulencia, al monstruo poco le
interesó. La escena de Eduardo lo tenía hipnotizado, como si
en el mundo no hubiera cosa que emanara más dulzura que
la pureza de sus lágrimas.
Era aquel sonido, lo que la gente comúnmente define como
milagro.
Una mancha multicolor comenzó a trepar el monstruo. ¿Qué
es eso que desbalancea a la gran bestia? Por un segundo
Eduardo pensó que por fin su cerebro había estallado, que
estaba muerto y su mente se disolvía con la naturaleza y se
manifestaba reproduciendo imágenes falsas de fortunas
imposibles.
Son… ¿Gatos? Gatos, sí. Los gatos de Okerke, los gatos de
la fallecida Marta.
Los felinos llenos de rabia intentaban desesperadamente
cubrir al ser, algunos quedaron atrapados en el enredado
pelaje del monstruo, pelaje que absorbía a los gatos, los
devoraba como si no fueran nada, pero como era de
esperarse, no podría con todos, los sacrificios fueron
necesarios para por fin hacer caer a la bestia.
En el alboroto Eduardo aprovechó para llevarse a rastras a
su amigo.
Escondió a su amigo entre arbustos, por suerte sus heridas
no eran tan profundas y ya había parado de sangrar,
Eduardo sabía que estaba desmayado, o al menos es lo que
se decía a sí mismo para tranquilizarse. Estaba vivo y era lo
único que importaba.
55
De la espalda del monstruo emanaron enormes tentáculos
que latigaban a los felinos, cumplían su función, pero eran
tantos que era imposible apartarlos a todos, por más que
agitaba sus brazos, por más que se golpeara a sí mismo,
simplemente caían y volvían a subir. Eran gatos fuertes,
quizás, los más fuertes del mundo, pero habían tentado al
diablo, y este los castigaría.
El monstruo cubrió a todos los que pudo con la fétida
mucosa de la que estaba compuesto. Una vez estos estaban
completamente atrapados, los destripaba.
La temperatura de la bestia subió a niveles tan altos que los
gatos morían por haber sido atrapados o quedaban
calcinados en el acto.
56
Uno de los gatos llegó hasta la cabeza del monstruo, sin
dejarse envolver, sin doblegarse a las altas temperaturas,
una sombra blanca cuyo objeto era introducirle algo.
El gato llevaba en la boca una especie de bola gris, con
hendiduras en toda la estructura y un interruptor.
Copito, el gato blanco, como pudo se arrastró por el
grumoso cráneo de la bestia, esta estaba tan concentrada
en los que intentaban subir que no se percató de las
intenciones de dicho animal.
Llegado al borde, entre la cabeza y la frente, sacó sus
garras y las incrustó en el monstruo ejerciendo tanta
presión sus blandas patitas comenzaron a sangrar, solo
tenía una oportunidad, y si caía, su propósito de vida habría
sido poco más que una broma de la vida.
Cuando llegó a la cuenca del ojo izquierdo, se introdujo en el
monstruo rápidamente, el monstruo estiró su mano para
aplastar al felino, pero el gato, Copito, mordió el interruptor
activando el mecanismo de aquel aparto.
“Ahora todo depende ti, Eduard, mucha suerte”, pensó
Copito, justo antes de que…
¡BAM! El cráneo del monstruo y parte de su pecho estalló,
aquel estruendo resonó a lo ancho de todo el sitio, y una
nube de polvo se levantó cubriendo por completo la escena.
Centenares de felinos corrían por sus vidas, otros, que
apenas podían abrir los ojos pues el dolor del latigazo los
había abatido, presenciaron como este se desmoronaba
encima de ellos, cayendo en pedazos, y desasiéndose en su
propia viscosidad.
Copito se sacrificó.
57
–Que está pasando Ed… –murmuró Isaac.
–¡Los gatos están locos! Nos salvaron la vida, Isaac ¡Mataron
al…!
Un extraño sonido emergió de los escombros de la bestia.
Un quejido adolorido y desgarrador, tal era su agudeza que
los jóvenes tuvieron que taparse las orejas, sentían que sus
tímpanos explotarían. Nuevamente comenzó a formarse.
El nacimiento de un nuevo dios.
El advenimiento del caos. Era sin lugar a duda, una muestra
de la bipolaridad de la naturaleza.
–¡Emans! ¡Vohemir! –Exclamó Matt mientras se acercaba–.
Menos mal que los encontré, todo el mundo está
preocupado por ustedes.
–Rápido, Matt, tienes que ayudarme, Isaac necesita atención
médica.
–Voy a estar bien –replicó Isaac al tiempo que, con esfuerzo
intentaba sentarse, sin embargo, cayó, sus brazos no
soportaron su propio peso–. ¿Sabes? Creo que este
renacuajo tiene razón. Ayúdenme.
Eduardo y Matías llevaron a Isaac como pudieron hacia la
salida. La sorpresa de Eduardo fue enorme, no se esperaba
ver a sus compañeros de instituto allí, aplaudiéndole,
dándole palmadas en los hombros y algunos, pidiendo
perdón de rodillas.
El señor Tannea saludó desde lejos a Eduardo.
Cuando se acercaron al auto de Matías, Sunny salió de la
puerta del copiloto. Parecía preocupada por Isaac.
–¡Isaac! ¿Qué sucedió? ¿Estás bien? –preguntó Sunny.
–Pudo haber sido peor, al menos ambos estamos con vida –
respondió Isaac, forzosamente intentó reír, pero tosió en
seco.
–Sí. Estamos bien, Sunny, gracias por preocuparte –agregó
Eduardo mientras ayudaba a acomodar a Isaac en el asiento
trasero del auto–. Hazme un favor, Valdemar, cuida de
Isaac.
–No tienes que pedirlo, Ed –afirmó la chica–. Isaac… Él…
¿Sabes? De alguna manera siento que se parece mucho a
mí, es de esas personas que desde el primer instante sabes
que necesitas.
–Créeme, no se parecen en nada, Sunny, y por favor, no
hagas nada raro con él. Ya tuve suficiente de tus sorpresas
por toda una vida –advirtió Eduardo.
–Está en buenas manos, Emans –comentó Matías–. Yo la
estaré vigilando.
“Peor es nada…”, pensó Eduardo al reflexionar sobre lo rara
que le parecía la situación. Las dos personas que más
odiaba ahora eran su salvación.
Cuando estuvieron a punto de irse, Isaac detuvo a Eduardo
cuando este estaba cerrando la puerta.
–Tienes que presentarme a César, Ed, no lo olvides –dijo
Isaac mientras veía a su amigo fijamente a los ojos–.
Seremos mejores amigos los tres, ya sabes, si no te molesta
agregarme a la lista.
–¡Yo también seré su amiga! –interrumpió Sunny.
–Eres una gran persona, Isaac, jamás había conocido a
alguien como tú. Gracias por hacer de mi soledad algo
soportable, sé que nunca te lo había dicho y, también sé
que suena raro, pero por alguna razón, siento que lo debo
decírtelo en este momento y no en otro, te quiero amigo,
yo…
–No se te ocurra despedirte. Estarás bien, tienes la
herramienta, ¿no? –Eduardo sabía que Isaac se refería al
revolver.
–Si, aquí la tengo –dijo Eduardo al tiempo que agarraba un
bulto del lado izquierdo de su pantalón.
Eduardo cerró la puerta y el auto desapareció en la oscura
calle.
Un extraño sentimiento penetró en su cuerpo. A pesar de
que Isaac insistió, para Eduardo si era una despedida
58
El señor Tannea estaba allí, dando órdenes a miembros de la
familia y a algunos de los chicos del instituto. Les decía
dónde ubicarse, desde que ángulos atacar y la manera en la
que debían de hacerlo. El viejo señor había concedido a los
chicos el privilegio de ser los primeros en usar la artillería en
la que estuvo trabajando por meses con los miembros de la
familia, “pirotecnia de alta intensidad”, la cual debía estar
lista para la próxima navidad. Sin embargo, los tiempos
ameritaban su uso premeditado.
Pero esta vez no bastaría con una simple detonación para
hacer volar al monstruo, cuando nuevamente se formó de
entre sus propios escombros se erigió como un ser del
mismo tamaño, pero más corpulento, con casco acorazado
en partes puntuales de su cuerpo, como en sus patas,
brazos, cabeza y abdomen. El daño que le provocaban los
fuegos artificiales si bien retrasaban sus ataques y la
explosión de colores se obstruía su visión, pocas eran las
sensaciones que le causaban.
El monstruo se colocó en pose defensiva, y agitando sus
brazos contra la tierra desprendió una porción de ésta, con
el objetivo de dejar enterrados a los que entre sombras lo
atacaban.
Los chicos, que muchos no eran ni mayores de diecisiete, se
apartaron del lugar, si bien el monstruo no cumplió su
objetivo, estuvo muy cerca de hacerlo, no se iban a quedar
en ese lugar, simplemente a morir.
Cuando el monstruo hizo eso, Eduardo estaba cerca del
acto, muchos de sus conocidos corrían, dejando todo, al
parecer había caducado el efecto de la inyección de
valentía.
Una luz perturbó la vista de Eduardo.
–¡Emil! ¡Es el momento menos indicado para tus tonterías! –
exclamó furioso Eduardo al ver a Emil fotografiándolo.
–Es necesario, Ed, es la única manera en la que el mundo
verá la verdad –respondió apenado, pero con firmeza–.
Muchos no creerán esto, por eso me encargué de tomarle
fotos a todo: al monstruo, a los gatos que se le están
colgando y a los chicos que le disparan con véngalas y
cohetes.
Eduardo no tenía ganas de discutir el asunto, dejó atrás a
Emil, pero el sonido del flash aun lo perseguía.
“La motocicleta de Isaac”, se dijo así mismo Eduardo, al ver
parte del timón y la llanta delantera enterrada en un cumulo
de tierra. Eduardo rápidamente la logró sacar, el motor aún
estaba caliente y las llaves en su lugar, Eduardo sabía qué
hacer.
Arrancó la motocicleta, el rugido del motor le erizó la piel.
Cuando la motocicleta se puso en marcha y se acercó a la
escena pudo ver escondido en las ramas de los árboles a
algunos de los chicos, que, con valor decidieron quedarse,
estos, al ver a Eduardo, lo vitorearon con tanta fuerza que el
nombre de Ed resonó en todas las extensiones del parque.
Gracias a eso el monstruo se percató de su presencia.
59
El monstruo veía fijamente a Ed, lo tenía en su mira y esta
vez el chico no saldría con suerte.
Lo aplastaría.
Sprouth metió sus largos brazos en la tierra, cuando sintió
que era el momento indicado, los sacó, provocando una
enorme turbulencia que casi hacia a Eduardo perder el
control de la motocicleta. El monstruo arrojó la porción de
tierra. Los jóvenes que quedaban se fueron corriendo, para
evitar quedar enterrados.
Solo quedaba Eduardo, quien manejaba torpemente la
motocicleta entre las fisuras de tierra, zigzagueando,
parecía que en cualquier momento se caería.
Ed se metió en un camino extenso de árboles. Las piedras
del sendero hacían agitar el timón, pero aplicando todas sus
fuerzas logró mantener el rumbo medianamente derecho.
Sprouth perdió de vista a Eduardo por intentar aplastar con
sus pezuñas a algunos gatos desesperados que
nuevamente se agruparon e intentaron subirse en él.
Fue en ese momento en el cual Eduardo por fin tuvo las
cosas claras.
Meditó unos segundos la locura que se le pasó fugazmente
por la cabeza.
Frente al monstruo había un desbalance de tierra que
Eduardo podía usar como rampa.
Él estaba seguro de que moriría. Pero eso ya no importaba.
Ed salió del camino.
“No lo lograré”, se dijo a sí mismo, mientras bajaba la
marcha de la motocicleta.
Al igual que no logró salvar a César aquella noche.
Y allí estaban, cara a cara.
El niño y el dios.
Eduardo aceleró.
El brazo de Sprouth tomó otra forma, agudizándose en la
punta, preparándose para dar la estocada final.
Eduardo sabía que no se movería, sabía que cuando se
acercara, el monstruo blandiría su brazo y lo partiría en dos.
Dos, tal vez tres o cuatro cohetes estallaron en la espalda y
a los costados de Sprouth, pero no le hizo ningún daño.
Pero se levantó una espesa nube de humo y colores
chispeantes que bloquearon la vista del monstruo.
Y cuando reaccionó, algo había atravesado su pecho,
causándole un dolor incesante, creciente, similar a un
infarto.
Eduardo saltó. Atravesó al monstruo con la motocicleta.
60
Eduardo nunca había experimentado mayor satisfacción.
Se sentía desconectado, flotando en un mar apaciguado de
constante armonía y tranquilidad.
No sentía sus brazos y piernas, no sentía si quiera su
cuerpo.
“Se siente tan bien, que no podría ser el infierno”, pensó
Eduardo. “¿Eso significa que yo me gané el cielo?”
–Eres muy valiente. Realmente valiente –resopló una voz sin
cuerpo, sin lugar de procedencia–. Desearía haber sido tan
valiente como tú.
–¿Qué eres? –inquirió Eduardo.
–Cometí un enorme error –explicó la voz–. Deberías dar
vuelta atrás, eres joven y hay muchas cosas que puedes
hacer con tu vida.
–¿En dónde estamos?
–Estamos en la oscuridad. Dentro del corazón de Sprouth.
Dentro de mi corazón.
–No estoy entendiendo nada.
–Hace mucho tiempo fui engañado por una bruja. Ella
envenenó mi mente y conectó mi cuerpo a su bestia
experimental. Sprouth me necesita para vivir. Y hay muchos
engendros como él vagando por el mundo, recolectando
gente para crear más de ellos. Si insistes en luchar contra
esto, terminarás mal, igual que yo. En una infinita
oscuridad.
–César… ¿en dónde está?
–En el otro mundo.

61
Eduardo comenzó a percibir una luz, un llamado.
Los parpados de Eduardo se menearon, el brillo intenso de
la cámara de Emil interrumpía su desmayo.
–¡Te dije que dejes de tomar fotos, niño! –regañó Tannea a
Emil.
–Mire señor, se está despertando… –respondió Emil para
desviar la atención y poder seguir sacando fotos.
Lo primero que vio Eduardo al despertar fue al señor Tannea
salpicado de lodo negro.
–Pensé que nos habías abandonado, Ed, me alegra que
estés bien, fue bastante temerario lo que hiciste, Isaac
estaría orgulloso.
–¿Qué sucedió? –inquirió Eduardo con somnolencia mientras
se palmaba la cabeza para apaciguar el dolor.
–Sucede que entraste en esa cosa, luego cayó de espaldas y
comenzó a tener espasmos mientras se derretía, luego se
desprendió de los escombros una parte de él, como si fuera
un charco movible, y se arrastró hacia el bosque.
–¿Eso hace cuánto fue?
–Hace un minuto, pero no te preocupes, los chicos están en
el bosque buscándolo, cuando lo encuentren, lo rematarán.
–¡No! Debo ir yo.
Eduardo se limpió rápidamente los brazos y sus pantalones
del asqueroso lodo.
“Aquella voz”, se preguntó mientras se deslizaba por el
bosque, “Era una voz humana, de alguien joven, pero
¿Cómo? No entendí nada de lo que dijo… ¿el otro mundo?”.
Un chapoteo llamó la atención de Eduardo.
El río
La viscosidad negra que se movía entre las aguas estaba
débil y, huía por su vida. Eduardo pudo sentir su miedo.
El joven caminó por la orilla del río, persiguiendo el rastro
de la sombra que a duras penas era visible, pues las
enormes ramas de los árboles estorbaban la iluminación
lunar.
Las voces de los otros resonaban en todo el bosque, se
llamaban entre sí, algunos creían casi haberlo atrapado.
Pero todos estaban siguiendo rastros falsos.
De pronto el rastro del monstruo se diluyó entre las aguas.
Eduardo no se lo podía creer. Estaba perdiendo su única
oportunidad. Todo se le escapaba de las manos.
62
Hace un año, en este mismo lugar, Eduardo Emans murió, y
siguió muriendo el resto de sus días, lamentándose,
reviviendo el momento, odiando la vida, deseando que sus
parpados no reaccionaran, que su mirada se perdiera en el
infinito espacio.
No lo pensó, pues pensar lleva a reflexión y esta lleva al
miedo.
La coherencia lo detendría, su conciencia activaría su
instinto de supervivencia, así que no le iba a dar tiempo de
oponerse a su voluntad.
Saltó al agua, y directamente se sumergió, agudizando su
mirada logró distinguir como Sproth ingresaba en un orificio.
No lo dejaría ir, Eduardo se sujetó a las piedras y con
esfuerzo logró alcanzar la entrada a la extraña cueva
sumergida. Sostuvo con sus manos las orillas de esta, y
examinó el hoyo.
No podía ver más allá de sus propios brazos, estaba
completamente oscuro, no sabía que se encontraría ahí
adentro, así que comenzó introduciendo su cabeza.
El orificio era lo suficientemente ancho para que su cuerpo
pudiese entrar, así que lo hizo, se arrastró hasta quedar
completamente metido.
La luz fue adsorbida por la oscuridad.
Sus pulmones se quedaron sin aire.
La agonía afloró.
Eduardo intento desesperadamente ir hacia atrás, pero la
corriente de agua lo empujó hacia el fondo del agujero.
Eduardo pensó.
Pensó en César.
No pudo salvar a ninguno.
Sus ilusiones se esfumaron como las estrellas al amanecer.
Sus momentos felices fueron borrados de su mente como el
castillo de arena construido a la orilla de la playa, arrastrado
por una ola.
Eduardo sonrió.
Lo intentó.
Hizo todo lo humanamente posible, y más.
Era un héroe.
Y sería recordado como tal.
EPÍLOGO: SOMNIS
63
Cuando Eduardo recuperó la conciencia se encontró a sí
mismo, flotando sobre un pedazo de tronco en Un río.
–!Ahh! –reaccionó al notar que las aguas de aquel río en el
que se mecía lentamente eran negras, tan negras como el
monstruo.
Con un brazo nadó hasta llegar a la orilla y poder
desprenderse del pedazo de madera.
Estaba asqueroso. Apoyó la espalda en un árbol, pero
instantáneamente se apartó. El árbol tenía una especie de
pelos que penetraban como agujas, a Eduardo se le hizo
extrañamente familiar. La ciénaga era profunda, pero la luz
entraba por las hendiduras en las copas de los árboles.
Cansado, con apenas fuerzas que impulsaran su
cuerpo a través de los arbustos y el lodo, encontró una
salida, o bueno, eso creía Ed. Un sendero que iba hacia
algún lugar. De pronto, sintió como algo lo acechaba. En el
silencio de la ciénaga hubo una pequeña turbulencia.
El crujir de las ramas, el recelo de miradas y el sonido de
una respiración profunda y cautelosa.
–¿Quién ahí? –quiso decir: “Quien anda ahí”, pero los nervios
le ganaron.
Desde unos arbustos se asomaron los que lo asechaban.
Eran tres animales con características felinas, a Eduardo le
parecieron gigantes.
Aquellos animales parecían no tener ojos, eso o eran
completamente negros al igual que su pelaje, dichas
características no podían distinguirse a la perfección por la
oscuridad, lo que si es que tenían unos enormes colmillos
plateados tan largos que se les salían del hocico.
Lentamente se acercaron a Ed, lo rodeaban mientras
emitían un ruido extraño, como un silbido.
Eduardo sacó fuerzas de su interior, y se echó a correr como
una gallina correteada por un coyote.
Los felinos treparon los árboles y siguieron el rastro de su
presa desde las alturas.
En cualquier momento pudieron caerle encima y destazarlo,
pero no, se estaban divirtiendo con él.
Eduardo siguió por el sendero, intentó ver por sobre el
hombro a sus persecutores, pero estos se habían ocultado
entre las sombras.
Hojas caían y ramas se rompían detrás de él. Se encontró
con el final del camino.
Un risco sobre el abismo.
Sobre Eduardo, el fulgor de dos lunas lo bañaron con su luz.
“El otro mundo”, pensó.
Los felinos se abalanzaron sobre Eduardo, dejándolo sin otra
alternativa que la de saltar al abismo, sumergiéndose en
una caída tan profunda como oscura.

–¿Dónde estuviste todo este tiempo? –preguntó César–. Me
he aburrido como no te haces idea.
Eduardo se incorporó al lado de César, sobre las enormes
raíces del gran secuoya, su lugar favorito de la arboleada
especial.
–Yo… Creo que no había encontrado el camino, en algún
punto del sendero me perdí –respondió Eduardo, con
inseguridad–. Pero ya estoy aquí y, ¡Prometo no volver a
irme!
–Oh, Ed, no hagas promesas que sabes que no podrás
cumplir. Ambos sabemos que te volverás a perder, quedarás
nuevamente atrás y me dejarás solo, y por consecuencia,
también estarás solo.
–Nunca quise dejarte atrás…–lágrimas se asomaron en sus
ojos, pero resistió su salida–. ¡Tú! Tú te fuiste…
–Lo siento, no quería sonar de esa manera, eres mi mejor
amigo es lo único que sé.
–César…
–Ed, tienes que irte.
–No vine hasta aquí para regresar, César.
César apoyó sus brazos contra el tronco y se incorporó, dio
unos pasos hacia el frente, dándole la espalda a Eduardo.
–Estás actuando igual que yo, Ed y sabes lo que sucederá.
Me gustaría que fueras diferente.
–Y así lo hice, el Eduardo de antes nunca hubiera llegado
tan lejos, César. Soy otra cosa, y no, no estoy actuando
como tú, porque a diferencia, yo si conseguiré lo que mi
corazón desea.
–No te haces una idea de lo orgulloso que estoy –susurró
César mientras el viento batía su cabellera.

CONTINUARÁ…
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IMAGINARIA
Imaginaria es un viaje al interior de la mente de un niño que
trata de escapar de su realidad. Cansado de estar triste
todo el tiempo, decide olvidar. Sin embargo, sus amigos
imaginarios le harán recordar su camino hacia la oscuridad.

NACIDA DE UN DESEO
NACIDA DE UN DESEO cuenta la historia de una adolescente
psicótica que quedó atrapada en sus recuerdos después de
haber sufrido un acontecimiento que cambió su vida para
siempre. Con sus traumas consumiéndola, la línea entre
realidad e imaginación se desdibuja a medida que se
sumerge en un mundo que parece estar desmoronándose a
su alrededor.

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