Somnis - Kristopher Rodas
Somnis - Kristopher Rodas
Kristopher Rodas
Copyright © 2023 Kristopher Rodas
ISBN-13: 9781234567890
ISBN-10: 1477123456
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PRÓLOGO
1
PRIMERA PARTE: EDUARDO
2
3
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6
7
8
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10
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18
19
20
SEGUNDA PARTE:
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25
26
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28
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TERCERA PARTE:
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EPÍLOGO: SOMNIS
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Books By This Author
PRÓLOGO
1
Misty, la gata blanca de la anciana Marta, se perdió
accidentalmente entre las profundidades oscuras del
bosque mientras perseguía silenciosamente a un colibrí, el
animalito de colores llamativos cuando advirtió la presencia
de su cazadora subió a lo alto, desapareciendo entre hojas y
ramas.
A Misty no le preocupó en lo más mínimo que se escapara
su presa «Encontrare mejores pájaros, más grandes, más
jugosos, menos escurridizos», pensó. Al volver la mirada, se
percató de su verdadera situación, estaba perdida, sin un
camino el cual seguir, sin un olor el cual la guiara;
estremeció todo su pelaje, no encontró camino de regreso, a
donde mirara era todo arboles gigantes y lodo.
«Pronto vendrán a buscarme» pensó. Pero pasaron las horas
y nadie llegó. Misty se acurrucó dentro de un espacio vacío
que encontró en uno de los árboles, estaba muriendo de frio
y de hambre.
Un extraño sonido despertó a Misty en medio de la
madrugada, sonaba como si alguien estuviera revolviendo
el lodo. Misty es encantadora, sabía que con unos cuantos
maullidos y ronroneos el humano la llevaría fuera del
bosque, volvería a ver a su anciana dueña, a sus hermanos
y hermanas y a su caliente colcha que la esperaba cerca de
la chimenea.
Misty con su desesperante chillido comenzó a molestar al
que poco estaba interesado en ella.
«¿Un humano que no le gustan los gatos? ¡No puede ser!»
Pensó. Pero aquello no era humano, era... un ser, algo
diferente a lo que ella estaba acostumbrada.
El espantoso ser, estaba cubierto de lodo negro y pútrido,
se meneaba con lentitud, parecía no tener dirección, solo se
movía sin rumbo. Le extraño que un animal se le acercara y
le insistiera. Desde que llegó –La extraña creatura–, los
animales al percibir su presencia y su olor huían. No tenía
intenciones de hacerle daño a Misty, pero no tenía opción, el
maullido le causaba malestar.
Sin volver la mirada, de la espalda del ser salió un tentáculo
que rápidamente enrolló a Misty, la pobre gatita chillaba por
su vida, no merecía lo que le estaba sucediendo, intentó
morderlo, pero sus colmillos se atascaron en la concentrada
capa de lodo.
El tentáculo en breve cubrió a Misty dejando al descubierto
nada más sus ojos, que por la presión saltaban de sus
cuencas.
La gatita intento zafarse, de nada sirvió menearse de un
lado a otro, el tentáculo que la sujetaba con firmeza
comenzó a comprimirse. Misty por fin calmó su
desesperación. Ahora estaba en un lugar con una calientita
colcha en un rincón, disfrutando del tenue crepitar que
producía la madera en la chimenea.
PRIMERA PARTE:
EDUARDO
2
Era la una de la tarde, pero las nubes estaban teñidas de un
morado opaco y el sol apenas se divisaba.
Eduardo había decidido quedarse en casa, la implacable
lluvia fue la excusa perfecta para obtener la aprobación de
su madre. Se sentía deprimido.
Los recuerdos entraron en su cabeza como canicas
rebotando por todas partes de manera imparable. Eduardo
no podía evitar pensar en su mejor amigo. César murió en
un accidente, pero seguía siendo su mejor amigo.
Sin darse cuenta, Eduardo tenía dibujada una mueca triste
en el rostro. Lo extrañaba.
Vagando entre pensamientos, Eduardo se encontró con
dolor en todos las formas y colores. Todos y cada uno de sus
recuerdos felices ahora lo entristecían.
La mueca en el rostro de Ed se deformó aún más, las
lágrimas comenzaron a escurrirle por las mejillas, Eduardo
sintió tristeza, tristeza porque escuchaba a lo lejos la voz, la
risa y las bromas de su mejor amigo.
César resonaba dentro de él.
3
Todos los días eran alegrías porque él estaría allí. César, el
mejor amigo de Eduardo. En los meses continuos a su
desaparición fue el protagonista de su perpetuo insomnio.
Ed siempre pensaba en él y en su imagen relajada y
ecuánime. Muchos fueron los años en los que cultivaron su
solemne amistad.
Recordarlo hacía tanto bien como mal, pero daba igual,
pues en este preciso caso, el olvido era inevitable. ¿Cómo
olvidarlo? Si su presencia seguía tan viva como el color de
las flores en el verano; tan cercana como las gotas de lluvia
en la ventana que anuncian un radiante ocaso de tonos
morados y azulados.
Fue César quien calmo a Bety Cisneros cuando su gato
murió. Fue César el que le ofreció palabras de consuelo a
Jaime Pacheco cuando a este su amigo lo abandonó. Fue
César quien motivo Kenall Cilial a continuar la secundaria,
cuando por bipolaridades de la vida, está decidió que el
resto de sus días los pasaría en una silla de ruedas. Fue
César quien descubrió que el talento de Emil Velásquez era
las fotografías y la edición, y le regaló una Canon. Fue César
quien inspiraba a todo el que lo conocía, fue César quien
dejó un vacío enorme en todos cuando partió.
Fue César el que cambió la vida de Eduardo.
4
El bosque Ketter es el lugar perfecto para ir de aventura, los
árboles abren paso a senderos frondosos y complicados, sin
embargo, no era el bosque lo importante, sino lo que había
en sus profundidades. Había en especial un lugar oculto
entre la maleza y las ramas, un lugar descubierto por César:
«La arboleada especial», así de simple, así de fácil, lo
bautizó César.
Los árboles se extienden a alturas impresionantes,
cubriendo con sus hojas y ramas la entrada del sol. El viento
soplaba fuerte, arrojando pétalos y aromas. Los animales
eran tímidos, pues rara vez se asomaban, por no decir
nunca.
En espacio en el mundo en el que, por más diferencias que
tuvieran, podían estar en absoluta armonía, ya que, aquel
lugar estaba dotado de un aura intima, que los hacía gozar
de una conexión mística para con ellos y la naturaleza.
El mundo exterior se antojaba como un sueño lucido y
entrar en la arboleada especial era la espectacular realidad.
Un lugar mágico en donde podían compartir secretos.
Habitualmente permanecían recostados sobre las raíces
(que parecían deformaciones terrestres), del árbol más
grande de aquel lugar –Titán, su árbol favorito–, el árbol que
por razones desconocidas decidió crecer más de lo normal,
tal vez eran veinte metros o quizá treinta.
Cuando César guio por primera vez a Eduardo al lugar
especial, le confesó que había encontrado aquel lugar en un
sueño.
Eduardo fue escéptico al principio, pero César insistía en
que en sus sueños veía cosas increíbles, hablaba
constantemente de una capacidad para andar por los cielos,
mares y tierras con la simple condición de desear hacerlo.
Pero lo que entretenía a Eduardo realmente era cuando
César relataba sueños en los que visitaba un lugar, lejos,
muy lejos de todo lo que conocemos, donde hay dos lunas
en vez de una, donde hay animales capaces como las
personas de hablar, donde las flores cantan y el mar se
mezcla con el cielo.
El entorno cautivador de la arboleada daba un toque vivaz a
los relatos de César, era el escenario perfecto para un
increíble espectáculo…
5
La lluvia se había intensificado, el sonido de las gotas
colisionando ahora era ruido; lejos de dar paz solo aturdía y
perturbaba a Eduardo. Los buenos momentos que en un
pasado vivió solo le propiciaba depresiones a los latidos de
su torturado corazón.
Cansado de forzarse a dormir, se levantó de la cama y fue
directo a la cocina. Por su mente pasó la idea de que un
vaso de tibia agua refrescaría su estrés y podría así por fin
dormir.
De camino a la cocina escuchó ruidos desgarradores que
provenían del baño.
Su madre estaba vomitando (por cuarta vez en las últimas
veinticuatro horas). Desde que su padre los abandonó, su
madre poco a poco ha ido enfermando y empeorando. La
mujer es de alma fuerte, no se deja matar por el cáncer. Sin
embargo, estaba ya pagando las facturas de haber rotado
tantas veces en tantos trabajos. Ahora solo empeora más y
más con el avance de los días, Eduardo teme que pase lo
peor, que ella, lo único puro y bueno que le queda en la
vida, desaparezca de la misma manera en la que lo hizo su
mejor amigo.
6
Las vacaciones terminaron y ahora a Eduardo le tocaba
cursar el último año de secundaria. César y Ed habían
fantaseado con este año, en el que se decidiría lo que
harían con sus vidas.
César quería seguir la universidad, pero Eduardo estaba
ansioso por comenzar un trabajo, el que sea, para que su
madre pudiera descansar y quizá permitirse comprar
algunas de las medicinas que requería.
Todo mundo quedó perplejo cuando se enteraron de la
noticia. César, el niño prodigio estaba presuntamente
muerto.
Maestros y alumnos lloraron la desaparición de César, pero
¿cómo fue? ¿Qué ocurrió?
Hasta ahora lo único que se conoce es la incrédula historia
de Eduardo, quien se cree que fue el último en ver a César
con vida.
Eduardo le narró los hechos a la policía y estos le dieron
nula credibilidad. Les contó la situación a sus maestros,
vecinos, conocidos y todo el que estuviera dispuesto a
escucharlo y, gracias a eso, surgió una opinión unánime
entre todos: Eduardo enloqueció.
La historia de Eduardo era tan tonta que al poco tiempo
dejó de relatarla, ni siquiera el mismo estaba convencido de
lo que hablaba, ya que, a fin de cuentas, es una historia que
solo un loco contaría y solo un loco creería, ya que ha de
estar loca la persona que con certeza asegure que es capaz
de ver monstruos.
Todos los días sin César eran nublados, aunque el cielo
estuviera despejado y el sol, radiante.
Eduardo se vistió con su horrible uniforme gris y, con el
corazón apretado y la mirada pérdida se dirigió al instituto.
Eduardo estaba aprendiendo a vivir con su pesar; lo
aceptaba, pero no lo comprendía.
–Quítate, parasito –dijo un muchacho al tiempo que chocaba
a Eduardo con su hombro.
Era Charlie Pacheco, cabizbajo, sosteniendo sus libros
contra el pecho. Eduardo iba un grado adelante. Charlie era
raro, físicamente raro, no parecía un chico como los demás,
de hecho, resaltaba en él muchas características que solo
tienen las niñas.
Eduardo calló. Vio como Charlie se alejaba y empatizó con
él, por primera vez, después de muchos años, lo entendió.
Estaba solo.
Eduardo pensó seriamente en la posibilidad de hacerse su
amigo, pero concluyó que no era buena idea, la
personalidad de Charlie Pacheco es oscura como la noche.
“Quizá en otra vida podamos ser amigos”, pensó Eduardo
mientras Charlie cruzaba la calle por el camino de cebra.
Eduardo entró a la zona del instituto, las banderas de la
secundaría ondeaban dignamente sobre la llanura verde.
Algunos chicos estaban acurrucados bajo los árboles
leyendo, otros, dormitando, esperando a que sonaran las
campanas.
Alguien empujó a Eduardo.
–Cuéntanos de una vez, Emans, dinos ¿Cómo fue que lo
asesinaste?, ¿lo torturaste?, ¿lo amarraste?, ¿suplicó por su
vida? –Era Matías, pero más vale que le digan Matt, odia
cuando se pronuncia correctamente su nombre– ¡Vamos!
¡Confiesa, Emans! –Matt tenía acorralado a Eduardo, lo
sujetó del hombro y lo veía con furia a los ojos; con una
sonrisa macabra, como la de los asesinos seriales de los
thrillers policiacos.
Matías era el típico abusón de cabello castaño y ojos claros,
creía que era mejor que los demás y aprovechaba cualquier
situación para desatar caos. Antes del incidente de César,
Matías nunca había cruzado palabras con él, en ocasiones
llegó a observarle desde la lejanía, sentía cierta repulsión
hacia César pues no toleraba como a todos les caía bien,
creía que César era un impostor e hipócrita y por dentro
estaba feliz de que hubiera desaparecido. Su apuesta
apariencia le hacía ganar el favor de los menos avispados.
Pero si algo diferenciaba a Matías por sobre los otros
jóvenes son sus duros puños, a pesar de ser un adolescente
bien podría darle lucha a alguien mayor.
Matías volvió a empujar a Eduardo, un grupo
aproximadamente de diez o nueve chicos los rodeaban, la
mayoría vitoreaba a Matt, el resto simplemente sentían
pena por Eduardo, pero ninguno se acercó a ayudarlo.
–¡DINOS DE UNA VEZ POR QUÉ LO MATASTE! –Gritó Matt,
mientras se inclinaba hacia el suelo para quedar cara a cara
con Ed.
–¡Ya basta Matías! –Exigió la directora Rosales. El grito de
Matt alertó a medio instituto, todos dirigían sus miradas
hacia Eduardo y Matías, los pocos que no sabían de lo
ocurrido con César ahora se enteraban por el huracán de
chismosos y curiosos.
La directora se abrió paso entre la multitud de adolescentes
y agarró a Ed y Matt. Los llevó consigo a la dirección.
–¡Él comenzó! –Exclamó Matías. Tenía los brazos cruzados y
miraba con desprecio a Ed.
Eduardo no dijo palabra alguna, vio con indiferencia a Matt y
luego a la directora. Ed notó que ella también lo veía con
recelo.
La directora Rosales imputó los castigos a cada uno y les
pidió que se retiraran de su oficina y fueran a sus salones.
Mientras los jóvenes cruzaban el pasillo, Matt detuvo a Ed
poniéndole la mano en el hombro y le susurró al oído: «Esto
no ha terminado, imbécil, pagarás lo que me hiciste».
Cuando Matt retiró su mano Eduardo siguió su camino,
cabizbajo, con un rostro que no reflejaba emociones, parecía
un muñeco abandonado en una polvorienta estantería.
7
Lloviznaba, era al fin sábado, la única preocupación de
Eduardo en días como este era mantener la mente en
blanco. El joven se encontraba recostado en su cama,
viendo la débil luz atravesar las cortinas de su habitación.
El psicólogo de Eduardo le había dicho que, si seguía
pensando que su amigo vivía se haría daño a sí mismo, a su
madre y, la conducta se convertiría en un trastorno.
Un disturbio en las afueras interrumpió los delirios del joven.
Al echar un vistazo por la ventana observó una riña entre un
señor y un adolescente, fue con tal fuerza los golpes que
propició el hombre al joven, que eran escuchados con
claridad, a pesar de la llovizna. Cuando el hombre se alejó,
Eduardo salió a curiosear al adolorido que yacía en la lisa
banqueta.
–¿Qué estás mirando? –Dijo el joven– ¡Lárgate!
Eduardo volvió la mirada y giró en redondo en dirección a su
casa.
–No, ¡Por favor, ayúdame! –Imploró el joven–. Necesito…
necesito dinero, ¡tienes que ayudarme!
El joven le había robado al señor, que era el tendero de una
humilde tienda. Pero el atraco no sucedió como lo esperaba.
Su nombre era Isaac Vohemir, Eduardo lo auxilió con sus
ahorros y desde aquel día Isaac visita la casa de Eduardo y
con frecuencia platican en la acera, sobre sus penas y
pesares, consolándose a entre sí, eran como dos corazones
rotos que, desesperadamente, intentaban sanarse.
8
Desde hace un tiempo, por alguna extraña razón, la ciudad
de Okerke se inundó de felinos, cientos de gatos
comenzaron a llegar, adornando los parques, los prados
llanos y los vecindarios con sus hermosos pelajes que
parecen sacados de una caja de crayones por lo abstracta
que resulta la mezcla de colores.
Marta es la típica anciana viuda que llena sus vacíos
emocionales criando gatos en grandes cantidades, es la
dueña de casi todos los gatos de Okerke, pues vive en una
gran casa victoriana que por años ha pertenecido a su
familia.
Lo que nadie se imaginaba era que todo era una fachada
para cubrir su verdadera naturaleza, la vieja Martita es una
bruja, al igual que todos los que fueron sus familiares. Era la
última de una dinastía de ocultistas.
Misty, la gatita favorita de Marta tenía varios días sin llegar
a casa, a la bruja le extrañó esto. Misty, además de ser la
más bella era también la más inteligente de las jóvenes
hembras, capaz de seducir a cualquier humano con su
mirada y hacer de este su esclavo.
Los gatos de Marta se caracterizaban por ser los animales
más inteligentes de la ciudad. Con infusiones puestas en la
comida, la bruja logró estimular las neuronas y desarrollo
intelectual de sus felinos. En resumidas cuentas: Los gatos
de Marta eran súper gatos. Con conciencia similar a la
humana. Frente al público parecían ingenuos animales
caseros, pues habían sido advertidos por la bruja que
existen personas con la maldad como para encerrarlos,
atarlos y con sierras y pinzas examinar sus cerebros si
alguna vez salía a la luz que tenían cualidades superiores.
¿Cómo un animal tan inteligente podía perderse? Los gatos
siempre encontraban la manera de llegar a casa, incluso
cuando se perdían en alguna parte de la ciudad, tarde o
temprano regresaban con su amada cuidadora. La bruja se
comenzó a preocupar, evitaba de todas las maneras
posibles pensar en que Misty fue secuestrada, quería aliviar
su mente focalizándose en situaciones en las que esta se
pudo haber perdido, sí, debía ser así, Misty está perdida.
Marta encargó a sus felinos la tarea de buscar a Misty por
todos los rincones de la ciudad.
9
Eduardo no entendió en un principio como acabó
mezclándose con alguien como Isaac, el tipo era dos años
mayor y apenas tenía estudios. Pero en honor a la verdad,
algo en su mirada le recordaba a su mejor amigo.
Isaac invitó a Eduardo a una fiesta con la excusa de que le
presentaría a su gente. Eduardo desconfiaba, pero no se
negó, tenía cierta curiosidad. Había oscurecido y ambos
jóvenes se dirigían a la reunión.
–¿Qué pasa, Ed? – Isaac le dio una palmada en la espalda–,
te noto un poco apagado.
–No es nada –realmente la curiosidad se tornaba en temor
con cada paso que daban.
–No hay porque estar nervioso, son hermanos míos, tú eres
mi hermano y por lo tanto somos familia todos. Te tratarán
bien, ya verás.
Llegaron a su destino: un callejón oscuro, del cual se
percibía a distancia voces fogosas. Las paredes del callejón
estaban llenas de grafitis, algunos buenos, como uno que
retrataba el paisaje de Okerke visto desde las vías del tren
que cuelgan en la colina norte, las luces de la ciudad eran
como luciérnagas que se perdían en el ojo de un huracán,
los edificios y casas, vistos desde la allí parecían formar una
cara arrugada, como la de alguien viejo con surcos en las
comisuras de la boca. Eduardo se preguntó si vería eso si se
fuera de la ciudad en tren. Otros dibujos se limitaban a ser
una composición de eles y puntos.
–Es aquí. Vamos que ya estamos tarde.
Al final del callejón, Isaac trepó una reja, Eduardo lo siguió.
Aquel lugar estaba compuesto por una casa de dos niveles.
Las paredes eran de madera vieja y lúgubre. Alrededor
había un conjunto de apartamentos, todo color amarillo
canario. Isaac llamó a la puerta de la casa vieja, una sombra
corrió las cortinas de una ventana y la sombra que se
asomó preguntó por una contraseña, a lo cual Isaac
respondió: “cáncer”, entonces sonó la cerradura de la
puerta.
Para Eduardo fue… como entrar en un mundo distinto,
cuerpos sudados danzaban canciones de letras violentas y
autodestructiva. Luces fugases obstruyendo la visión de las
miradas vacías. Al poco tiempo la realidad empezó a
disolverse en coloridos amalgamas chispeantes.
–¿Qué opinas, Ed? –Isaac sonreía mientras sostenía una
bebida en un vaso rojo y blanco–. Te dije que te agradaría el
ambiente de aquí.
–Es… no sé, diferente a todo lo que conocía –reconoció
Eduardo mientras tocía.
Isaac le presentó a todos sus amigos, parecían agradables
en primera instancia. Pero más tarde se burlaron de Isaac
por llevar a un niño a la fiesta. Billy era blanco como la
nieve y estaba casi hasta los huesos, sus dientes eran
amarillos oro, tenía una bandana como la del resto. Joel era
un moreno robusto que llevaba pantalones rotos, resaltando
así sus calzoncillos blancos y arrugados. Chippi era el más
divertido, era enano y tenía una voz aguda, como la de una
ardilla, he allí la razón de su nombre.
Una chica de largos cabellos alborotados y rizados y piel
bronceada se acercó a ellos.
Tenía las pestañas levantadas como olas y un labial rojo
fosforescente. Una sensación extraña llenó a Ed de
adrenalina.
Isaac le dijo unas palabras al oído a la chica y se alejó,
desapareciendo entre los cuerpos sudorosos, Eduardo
intentó seguirlo, pero la chica le cortó el paso y le dijo:
–Tranquilo, chiquito, Isaac tiene algo muy importante que
hacer –a Eduardo le pareció rara la manera de hablar de la
chica.
La chica se presentó, su nombre era Amalia. Sus padres
viven en un pueblo a las afueras de Okerke, pero ella desde
que tiene edad para la escuela vive con su tía en la ciudad.
La música se detuvo, alguien al micrófono hizo un llamado a
todos los presentes, al parecer habría algún tipo de pugna
entre dos raperos y todos estaban invitados a admirar sus
rimas.
Fue imposible para Eduardo y Amalia contemplar el
espectáculo desde allí, pues el pasillo se amontonó de
jóvenes.
La chica guio a Eduardo por las escalares a la parte de
arriba, en el frágil piso de madera había un enorme agujero
carcomido, desde el cual tendrían una buena perspectiva de
la contienda, Amalia se recostó en el suelo e invitó a
Eduardo a hacer lo mismo.
El presentador hizo llamado al primer músico y tras unas
cortinas sucias y rotas, salió Isaac, con micrófono en mano,
rapeando velozmente, versando de manera majestuosa
Fue en ese instante en donde todo fue claro para Eduardo,
era eso, el aura de Isaac que irradiaba de su oscura poesía
era, en esencia, la misma con la que César narraba sus
sueños. Dos poetas, tan diferentes como iguales, un caso,
sin duda, extraordinario.
La actuación de Isaac terminó, cuando el otro chico
comenzó a rapear Eduardo perdió todo el interés, Amalia lo
percibió. Ed se volvió, quedando boca arriba, ella se volteó,
apoyándose con un brazo, quedando en una postura
interrogativa.
–¿Tú y Isaac son muy buenos amigos verdad?
–Eso creo, me cae bien.
El rostro de Ed adquirió apariencia de sombrío humor.
“Amigos”.
Cuando escuchaba eso la mente se le llenaba de los
recuerdos con César, era como desconectarse del mundo y
regresar en el tiempo.
Amalia comenzó a reír.
–Yo nunca he tenido un amigo. No uno sincero. Tienes
mucha suerte –comentó Amalia.
–Querer a las personas es complicado. Quizá quien tiene
suerte eres tú.
–Siempre he estado sola. No es bueno. Me siento vacía la
mayoría del tiempo –se sinceró Amalia.
–No es verdad. Eres bonita. Las mujeres bonitas siempre
tienen a muchos alrededor, como moscas en un pastel… sin
ofender.
–No me ofende. Es la verdad, pero son gente que no valora
lo que soy. Ninguno sabe cuál es mi color favorito, ni la
música que me gusta. Me dicen que me quieren, pero no
saben que me encantan las mariposas y me dan miedo los
conejos. No son mis amigos, no quieren ser mis amigos. No
tengo a nadie.
–Me encantan los conejos y me dan miedo las mariposas –
agregó Eduardo.
Ambos rieron.
–Supongo que tener amigos tampoco es lo mejor del
mundo, como dices.
–No es eso. El problema soy yo. Nací para ser el personaje
secundario de mi propia vida. Soy la porrista que le carga la
mochila a la popular. Soy el humo del cigarro. Soy una
simple ola en el infinito mar.
–No somos nada.
–Me caes bien, Amalia.
10
Cuando Eduardo comenzó a salir con Isaac, adoptaron el
mismo pasatiempo que tenía con su viejo amigo: vagar por
las noches por los callejones, trepar techos de casas
abandonadas, adentrarse en terrenos baldíos y zonas
inexploradas. La madre de Ed estaba contenta porque su
hijo al fin salía de casa, como en los viejos tiempos.
–Dios… la luna, desde aquí se ve perfecta –admiró Isaac con
los ojos iluminados de asombro mientras se incorporaba
junto a su amigo, en el techo de un autobús en
descomposición.
Los jóvenes se habían colado en la abandonada secundaria
Asturias.
–Creo que ya es hora de volver, Isaac –Eduardo tenía un
aspecto sombrío, como siempre.
–Lo estuve pensando, Ed. ¿Por qué no entramos a la
secundaria? O sea, ¿Qué es lo peor que puede pasar? Será
divertido.
–No tengo miedo, Isaac, no te hagas el valiente, sabes que
aceptaré, así que, si no quieres quedar como un imbécil,
más te vale no volver a mencionarlo –Ed tenía sonreía de
una manera extraña, algo se encendía dentro de él y se
proyectaba en su mirada.
–¿Qué te pasa? Soy mayor que tú –Isaac estaba dispuesto a
todo por demostrarle a su amigo que era alguien valiente.
Los amigos se deslizaron por las deformaciones del terreno
abandonado hasta las puertas del instituto. Los postes
posaban sobre en un mar de juncos marchitos. Donde
tiempo atrás ondeaban banderas escolares y nacionales,
ahora se agitaban trapos carcomidos. Las ventanas del
instituto parecían agujeros negros que conducen a
dimensiones paralelas donde gobiernan diablos de
pesadillas. Las paredes tenían un tono peculiar, como el gris
de las piedras mojadas, estaban quebradizas como si un
gigante las hubiera pateado, pero eso no se notaba mucho
pues la naturaleza reclamaba el complejo, extendiéndose
desde la tierra hasta el techo con líneas fangosas.
Isaac se sintió intimidado ante la enormidad de aquel lugar.
Se preguntó fugazmente como habría sido su vida su
hubiera podido estudiar.
Los jóvenes tantearon las puertas, pero no encontraron
manera de abrirlas; las forcejearon, pero estaban selladas
por dentro. Isaac tomó una enorme roca y la lanzó a una de
las ventanas del edificio, escaló por los ladrillos salidos y
entró.
Isaac debía abrir la puerta, pero pasó un largo rato y no
sucedió nada, Eduardo pensó que el tonto se habría perdido
entre los pasillos. No resistió la espera y se aventuró a subir
por los mismos ladrillos salidos. Cuando Isaac lo hizo se veía
como una tarea sencilla, sin embargo, Eduardo resbaló en
los primeros dos intentos. Sus brazos no eran tan fuertes.
Eduardo encendió la linterna de su celular, apenas
iluminaba unos metros al frente. Cucarachas grotescas en
masa cubrían el zócalo de las paredes como si de un horrido
adorno se tratase. Las arañas se concentraron en propagar
su tela de manera compulsiva por los rincones más oscuros
del lugar. Los débiles chillidos de las ratas sonaban
cercanos, probablemente porque tenían sus nidos en los
casilleros. La luz de la luna entraba tenue por las bocas de
las ventanas. Y a pesar de todos los componentes de la
macabra escena, lo que realmente hizo que el corazón de
Ed palpitara con la misma intensidad con la que los colibrís
baten sus alas, fueron unos dibujos en la pared malogrados,
hechos con tiza, crayón, sangre y lápiz. La luz de la linterna
de Ed alternaba entre varias partes de la obra, en un intento
inconsciente de revelar el mensaje oculto. Se alejó, con el
corazón en la garganta, precipitándose contra una de las
ventanas, fue en ese momento donde vio el maleficio
completo: Era una obra de arte católico. Niñas con faltas
grises y calcetas a las rodillas danzaban alrededor de una
hoguera donde ardía una cruz. Una fila de chicos con
antorchas caminaba en borde inferior y superior y, de los
extremos, un par de manos grisáceas de las cuales se
extendían garras agudas. Un mensaje estaba escrito sobre
aquella obra, con la caligrafía de un niño cuatro años,
rezaba: “Secundaría Asturias”
Sensaciones heladas subieron súbitamente por la espalda
de Eduardo, mientras su corazón comenzaba a latir con
pesadez, como si supiera que pronto la vida lo abandonaría.
El hedor a muerto le robó el protagonismo a la obra, pues
este sacó a Ed de su estado de petrificación y al fin pudo
despegar la mirada del arte diabólico y se concentró en
cubrirse la nariz y respirar por la boca.
Eduardo percibió una luz proveniente de las escaleras
conectadas a la planta baja, era el celular de Isaac con la
linterna igualmente encendida. El temor punzante le
acalambró la columna, estaba tensó, a punto de perder la
cordura.
Eduardo sentía el peso de una mirada siguiéndolo desde
varios ángulos. Desde algún punto detrás de las paredes
llegaron voces que transmitían sensaciones fóbicas que tan
solo la imaginación podría transliterar en sonido… risas,
risas nerviosas, algunas mezcladas con llanto, otras
frenéticas y descontroladas a tal punto que el sonido acaba
distorsionándose en voces guturales; se burlaban de él.
Los ruidos en su cabeza se silenciaron, pero lejos de sentir
mejoría, una depresión en el ambiente le inundo el pecho de
agonía. La linterna de su celular y el de Isaac parpadearon
un par de veces y se apagaron. Rayos de luna entraban en
hilos delgados por los enormes ventanales y agujeros en el
techo.
Eduardo Emans perdió la consciencia y se desplomó en el
suelo.
…
Eduardo se encontraba en las inmediaciones de un túnel A
lo lejos logró divisar un poco de luz al final. Caminó hacia la
luz, y se encontró con…
–César, ¿crees que algún día podré acompañarte en tus
sueños? –Eduardo y su mejor amigo estaban en la arboleada
especial, sentados en las faldas de su árbol favorito.
–¿Quién sabe? La vida no es para pararte a pensar en lo que
le ocurre a los demás, un día vivirás tu propia aventura y
vendremos aquí, bajo este hermoso árbol, teniendo de
testigos a estas bellas flores, para escucharte –El aire fresco
batía la cabellera de ambos.
–Bueno, quiero que estés en mi aventura, ¡seremos tú y yo
contra el mundo!
–Y si no estoy yo, procura igualmente divertirte.
–¿Por qué no estarías en mi aventura? –Inquirió Ed
entristecido.
–Porque te esperaré soñando en la oscuridad –César volvió
la mirada hacia su amigo. El orificio de sus ojos estaba vacío
y y una enorme sonrisa intranquila se dibujaba en sus
labios.
“Soñando en la oscuridad”.
“Soñando en la oscuridad”.
“Soñando en la oscuridad…”.
…
–¡Despierta!
Cuando Eduardo recobró la conciencia lo primero que
percibió fue el frío de la sólida banqueta. Un dolor agudo en
su cabeza lo perturbó por unos segundos en los que
intentaba recordar lo sucedido. Isaac estaba sudando a
chorros, agitado como si le hubieran dicho que en un par de
meses se volvería padre.
–¿Qué sucedió? –Pregunto Eduardo mientras sobaba su
cabeza.
–¡Dios, Ed, todo volaba! Era un maldito apocalipsis ¿En serio
no lo recuerdas? Tuve que sacarte a rastras porque te
habías desmayado. ¡Dime, por favor que no estoy loco! ¡Fue
una jodida locura! ¿Cómo fue que se te ocurrió que era
buena idea entrar, Ed? Recuérdame nunca volver a hacerte
caso… y, ¿Qué te ocurre? ¿Por qué estas sonriendo?
11
Era increíble contemplar los desfiles felinos, en manadas
deambulaban por todos lados. Eduardo y Isaac los
estuvieron observando durante un par de semanas, era
como si estuvieran en busca de algo. No había lugar que
escapara de su presencia y ya estaban comenzando a
acumular detractores radicales.
Isaac tuvo la intención de tomar a un gato, pero estos
cuando un humano se les acercaba adoptaban una actitud
agresiva, como fieras endemoniadas desenvainaban sus
garras y se lanzaban a la guerra mientras bufan
violentamente.
…
–¿A dónde iremos hoy? –inquirió Isaac.
–Esta vez yo te guiaré –Ed tenía una curiosa sonrisa, entre
nerviosa y expectante.
–¿No te importa si pasamos por la guarida antes? Hace frio,
y necesito un suéter, creo que podría prestarte uno
también.
Isaac vivía en un suburbio decadente. En un edificio que
antiguamente fue una prestigiosa tienda de muebles, pero
que fue abandonada y reclamada por los vagos de la
ciudad.
Los jóvenes marcharon hacia aquel lugar. Eduardo sentía un
profundo afecto por las personas que vivían con Isaac,
empatizaba con sus vivencias y suspiraba por sus historias
desgarradoras que, por dentro, muy por dentro, le
complacían; le hacían sentirse cálido, en compañía de gente
que podía entender el dolor de estar solo.
Aquella estancia era conocida como “el hogar familiar”.
Algunos de los jóvenes que viven en aquel lugar tienen
empleos como ayudantes de mecánicos o vendedores de
dulces. Isaac era de los que hacían un poco de todo: lustrar,
lavar autos en los semáforos, robar, entre otras cosas.
El hogar familiar estaba siendo devorado por la naturaleza,
nadie se dignaba en limpiar los exteriores del edificio,
aunque, por otro lado, eso le daba un toque intimidante. De
la humedad brotaba hongos y extrañas especies verdosas y
mohosas. La puerta principal no podía ser abierta, así que
Isaac y Ed entraban en el callejón, para llegar a la puerta de
salida de emergencia.
En los adentros se encontraron con chicos que tenían desde
once hasta veinticinco, más o menos. Estaban afilando
cuchillos, planchando ropa y lustrando sus zapatos. Los
jóvenes subieron las escaleras, era en el segundo piso
donde se encontraba la habitación improvisada de Isaac. El
segundo nivel estaba lleno de corredores torcidos y grises –
cuya estructura parecía ser de cartón duro–, las puertas de
todas las habitaciones eran cortinas.
Ed se impresionó con el desorden en el que vivía su amigo;
posters arrugados de mujeres en bikini mal colocados en la
frágil pared, una bombilla amarilla colgando de un cable y
meciéndose como si tuviera frío, un catre con los tubos
oxidados, muebles viejos y pilas de ropa desdobladas y
malolientes.
–¡Aquí está! –exclamó Isaac al encontrar entre un tumulto
de ropa su chaqueta de cuero favorita– ¿Cómo me veo?
–Te queda genial, Isaac, pero más genial sería que
ordenaras de vez en cuando. ¿No crees? –respondió Ed con
tono petulante– Podría ayudarte si me lo pides.
Isaac ignoró el comentario y salió de la habitación con una
sonrisa sarcástica, Ed estaba con los brazos en jarras y los
ojos torcidos de resignación.
Mientras caminaban vieron que por las escaleras venia
subiendo un señor con el cabello emblanquecido, camisa
manga larga de color sangre, con tirantes y corbata y unos
pantalones flojos color caqui. El viejo señor Tannea “lider”
del hogar familiar.
Tannea era un vagabundo, pero no como cualquier otro,
este vestía elegante y tenía muchas historias que contar,
por consecuencia, la oscuridad de su pasado llamó la
atención de Eduardo. Todo cambió entre los vagos cuando
Tannea llegó al callejón, hizo que los vagos sin esperanza se
sintieran como en una verdadera familia, motivándolos con
consejos y anécdotas, siempre decía que un día encontraría
un lugar al cual podrían mudarse, también los llenaba de
ilusiones diciéndoles que formarían una empresa y ¡Todos
formarían parte de ella!
Era por su manera de hablar y de vestir por lo que le daban
credibilidad, se reconocía que el viejo no tenía ni un pelo de
tonto, pero si era tan inteligente ¿por qué es vagabundo?
Nadie lo sabía, lo poco que decía respecto al origen de su
miseria era que en un pasado distante estuvo casado y que,
de su prosperidad y amor, nació una hermosa niña, pero lo
perdió todo en un accidente del cual, afirma, no recuerda
mucho, sus visiones del pasado se anclan como fragmentos
rotos que no le suponen nada más que lamentos.
El callejón comenzó a llenarse, principalmente de
adolescentes y niños. Esto no podía seguir así, esta gente
estaba condenada a la muerte sin un techo el cual los
protegiera de la merced de la madre naturaleza. Inició sus
indagaciones por todo Okerke y encontró un lugar
abandonado en el cual todos podrían vivir como una gran
familia. Sí, estaba completamente sucio y con insectos y
telas de arañas, pero no era nada que una familia no
pudiese resolver.
Los niños y adolescentes que no tenían a donde ir sabían
perfectamente bien que podían acudir a el edificio familiar y
serían recibidos por Tannea y el grupo, claro, media vez
retribuyan en servicios y encargos a la pseudo institución.
Todos debían pagar un impuesto honorifico al final de mes,
una cantidad que minúscula, que no supusiera un problema,
pero que sirviera para mantener el interior del lugar en
condiciones medianamente aceptables.
Podían trabajar vendiendo caramelos en el mercado,
lustrando zapatos o vendiendo periódicos, no importaba.
Todos tenían derecho a elegir su oficio, legal o no.
Como padre cuidando a sus hijos.
Como hijos cuidando a su padre.
–¡Señor Tannea! –exclamó Isaac mientras corría hacia el
señor para darle un cálido abrazo.
–Hola, señor –saludó Ed.
–¿A dónde se dirigen, chicos? –preguntó el anciano Tannea
mientras Abrazaba a Isaac y sobijaba cariñosamente el
cabello de Eduardo.
Los jóvenes le explicaron sobre los recorridos habituales que
daban por la ciudad. Hablaron sobre las zonas favoritas de
cada uno, sobre en donde vendían los mejores helados y en
donde se encontraban más gatos.
El viejo Tannea vaciló un rato y luego fingió estar ocupado.
Se despidió amablemente de ellos.
–-¿Y bien? ¿ahora a donde vamos, Ed?
–Solo sígueme… te enseñare un lugar muy especial.
El frio comenzó a perturbar a Isaac a pesar de que este traía
puesto una chaqueta de gruesa; Eduardo se complacido con
el clima.
Se aproximaron al parque Ketter.
Ed dobló hacia la derecha, saliendo del pavimento y
sumergiéndose en el camino serpenteante del parque.
Hombres y mujeres hacían su rutina nocturna de ejercicios,
algunos a solas y otros con sus perros. La luna llena estaba
a flor de piel, deslumbrando las distancias del extenso
parque.
Las miradas brillantes de los felinos ocultos entre las ramas
de los árboles daban la impresión de que vigilaban todo
cuanto los jóvenes hacían.
Ed y Isaac caminaron por un sendero que conectaba con el
bosque.
A Isaac le invadió un sentimiento de insufrible tristeza. De
noche los árboles parecían enormes monstruos, con sus
ramas agudas como dedos cadavéricos. De las
profundidades del bosque exhalaba un viento escalofriante,
a pesar de que ya habían estado en aquel lugar en múltiples
ocasiones, había algo de diferente en el ambiente, era como
si los mismos arboles sintieran miedo.
Ed le pidió a su amigo que encendiera su linterna. Los
sonidos del bosque eran como una combinación lúgubre del
sonar de los grillos y un silbido único, que el viento hacía y
nada más se escuchaba en este bosque como un canto. Ed
justificaba aquel silbido pensando que la corriente de viento
lo producía al pasar por los lugares huecos de los árboles.
–¿Y qué tal las cosas con Matt? –inquirió Isaac, intentando
tener algo de qué hablar, hablar haría menos terrorífica la
escena.
–Como siempre –respondió Ed por encima del hombro–. No
me dejará nunca en paz, me molesta porque es su manera
de entretenerse y, todos creen que lo que él hace es bueno
ya que me ven culpable. En fin.
–Qué borde, deberíamos de darle una lección –Insinuó Isaac.
Ed no respondió y permanecieron un rato en silencio.
–¿Sabías que Amalia está embarazada? –comentó Isaac.
–¿En serio? –Eduardo se sorprendió.
–El padre es el gorila con el que tuve la pelea de rap aquel
día, ¿recuerdas? Es novio de Amalia desde hace más de dos
años.
–Ojalá sean muy felices.
–Sí, viejo. Se mudaron a Occlen. Sé que estarán bien.
Un colibrí salió de entre unas ramas. Isaac se sobresaltó,
jamás había visto a uno, ni siquiera sabía que existían. El
animalito daba indicios de querer guiarlos a algún lugar,
Eduardo sintió curiosidad, pero Isaac le hizo reflexionar,
estaban ahí por algo en específico y no podían perder el
tiempo con animalejos horrorosos.
De pronto comenzaron a escuchar el sonido de una
corriente de agua, el rio estaba cerca.
–Es aquí donde ocurrió… –susurró Eduardo con terrible
intensidad, reviviendo en su memoria los hechos
surrealistas.
–Ed… podemos irnos si quieres.
–Ya estamos más que cerca –objetó Ed con serenidad,
intentando recobrar la compostura–. Eres una gran persona
Isaac y necesito que sepas mi verdad, que no solo me creas,
que me entiendas.
–¿Cerca de qué? –inquirió el desconcertado Isaac.
Ed sonrió y volvió la mirada hacia el puente al que se
estaban acercando. Los amigos comenzaron a rodear el rio.
Tras cruzar el puente, caminaron colina abajo por varios
minutos.
–¿Esto era lo que me querías mostrar? ¿Un montón de
ramas? –Isaac estaba molesto, fruncia el ceño mientras
mantenía los brazos cruzados.
–Sip –Dijo Ed en tono burlón–. La verdad me alegra que no lo
entiendas, creo que no podrías si no estuviera yo aquí…
Ed escarbo entre las ramas hasta llegar a hacer un hueco lo
suficiente grande para que ambos pudieran pasar
arrastrándose. Ed entró primero, Isaac le siguió.
12
Isaac, boquiabierto, no podía creer lo que estaba
observando: luces multicolor teñían la grama, pues las hojas
coloridas y traslucidas de los árboles proyectaban la luz de
la luna. Hasta donde le alcanzaba la vista había arboles
gigantescos, flores de todos los tipos y todos los colores.
Una sensación fría invadió el cuerpo de Isaac, se
estremeció. Los árboles creaban enormes sombras en las
que las luciérnagas disipaban la oscuridad.
–Mira, Isaac –dijo Ed mientras tomaba una luciérnaga entre
sus manos. El brillo del pequeño animalito sobresalía entre
los dedos de Ed, como si una pequeña vela tuviese en las
manos.
Isaac lo observó, luego volvió la mirada hacia los árboles,
nunca había visto algo tan majestuoso.
–¿Qué es este lugar? –inquirió Isaac.
–Es nuestro lugar especial. De César y mío.
13
Copito era un gato de raza Angora, lideraba un grupo de
rescate, y era responsable de cuatro gatos: Alpha, Un gato
marrón, viejo y tremendamente peludo, de raza somalí.
Perezoso: el más joven del grupo, gris y con orejas de ratón,
su raza es Curl americano. Mavello, un gato gris con rayas
llama la atención que es de los pocos que nació sin cola, es
de raza Manes. Y Botones, gato color crema, tiene un
carácter amistoso si no te metes con él, es de raza burmés.
Phillip, el líder de todos los gatos, le encargó a Copito y su
grupo la búsqueda de Misty en el bosque Ketter.
Cuando llegaron al bosque, Copito, el hermano de Misty,
optó por separar al grupo, él iría solo y se adentraría aún
más que el resto en el bosque.
–Te lo digo, Mav, el viejo Phillip no debería ser el encargado,
necesitamos ideas de mentes frescas al mando y él está
más que obsoleto –comentó Perezoso mientras se
deslizaban por los arbustos. El gato no dejaba de quejarse
en contra de contra de Phillip, pero no era esa su molestia,
sino que lo que realmente odiaba es que no fue elegido ni
siquiera como líder de grupo de rescate, se sentía capaz y
solo se le dio el lugar de subordinado.
–¡Ya cállate y déjame trabajar! –bufó Mavello.
Percibieron un hedor a mil tumbas que les resultaba
extrañamente familiar. Mavello comenzó a emitir un sonido
agudo, parecido a un cacareo, algo que solo los gatos
podían escuchar, con el cual trataba de alertar al resto del
grupo que la misión había concluido…
–Parece ser que será cosa nuestra.
–No perdamos el tiempo, en marcha.
Los pequeños ojos de ambos se dilataron hasta ocupar todo
el ojo, su pelaje se ruborizó como si hubieran escuchado un
disparo a medio metro. Entre los arbustos estaba el
cascabel de Misty, acompañado de su pelaje quemado y
estrujado, como si una serpiente la hubiese comprimido
hasta desvanecerla.
¿Qué fue lo que sucedió? ¿Como? ¿Por qué?
Mavello comenzó a olfatear el cadáver de Misty, mientras
Perezoso la examinaba con la mirada.
–No apesta a humano–observó Perezoso–. Tuvo que haber
sido una serpiente.
–Te equivocas –respondió Mavello, que no dejaba de
olfatearla–. No fue una serpiente, no huele a eso. ¿Crees
que no conozco a las jodidas serpientes? Fue otra cosa. La
verdad nunca antes olí algo similar, no tengo ni idea de qué
fue.
–Ve a buscar al jefe y al resto del equipo y yo la sacaré fuera
de este maldito bosque –refunfuñó Mavello mientras
sujetaba las patas de Misty con sus colmillos y la arrastraba.
–Oh Mis…
Perezoso se sumergió a las profundidades del bosque, cada
poco paraba y comenzaba a emitir un sonido agudo, el
cacareo que solo gatos pueden escuchar, después de un
rato de no obtener respuesta a la llamada dejó de hacerlo.
Cruzó con rapidez el puente, vigilando a diestra y siniestra
que algún desconocido humano o animal no lo acechara.
Copito seguía el rastro de un par de humanos. Los humanos
hicieron un hueco en un montón de ramas que había al
fondo del bosque ¿Qué habrá en ese lugar?, estaba a punto
de averiguarlo.
El gato blanco se posicionó frente al hueco, estaba a punto
de entrar cuando…
–¡COP! ¡COP, LA ENCON...!
Era perezoso, lo había encontrado, pero Copito no tenía
ningún interés en atender a su subordinado, rápidamente se
deslizó por el hueco de los humanos.
–¿No me escuchó? –se preguntó el Curl– Ah… Creo que no
tengo opción.
Perezoso siguió a Copito por un túnel de ramas.
Perezoso observó lentamente y con mucha atención y
curiosidad a su alrededor. Una arboleada de gigantes y
frondosos que se meneaban con el intenso viento frío,
luciérnagas brillantes, flores despampanantes, senderos
serpenteantes de caminos a los cuales no se les podía
observar un final.
Y allí estaba el jefe. Copito con la vista pérdida hacia el
cielo, iluminado por un rayo de luna que entraba por una de
las hendiduras del techo de hojas, se encontraba sobre un
lecho de flores de flores de cerezo.
–¿Alguna vez viste algo tan hermoso? –suspiró Copito.
Perezoso observó el techo de hojas, tenía cierta similitud
con las mantas que tejía su anciana Madre, pues había
muchos, muchos colores.
–Siento que estoy en casa –dijo Perezoso de manera
inconsciente, como si las palabras hubieran salido de su
hocico por acción propia.
–Siento lo mismo.
–Cop, hay algo que tienes que saber. Encontramos a Misty,
pero…
–No lo digas, Perezoso, yo lo sabía incluso antes de haber
comenzado la expedición. Nosotros siempre tuvimos una
conexión especial y, desde hace un tiempo me siento
derrotado, deprimido y muerto.
–Siento su perdida, Jefe –Perezoso odiaba decirle Jefe, pero
en un momento como este decidió prescindir de su
desagradable humor–. Mavello y yo estuvimos investigando,
parece que no fue un humano, pero tampoco hay indicios de
que haya sido atacada por otro animal. No sabemos qué fue
lo que paso.
–Los humanos que estuve siguiendo. Uno de ellos vio al
demonio que asesino a Misty. Lo sé, yo lo vi hace un tiempo
en el rio, temblando, encima de un túmulo de ramas.
Advertí aquello a madre. Ella no dudo en alertar a las
autoridades el paradero de él. Así que cállate y escucha,
está a punto de contar lo que sucedió.
14
Estaba a punto de anochecer, cuando Eduardo se despidió
de su madre y se dirigió a casa de su amigo. A paso lento y
relajado. La ciudad permanecía en un perturbador silencio.
El soplido del viento infundía sensaciones intimidantes.
Eduardo volvió la mirada. La antigua secundaria Asturias
rodeada de juncos marchitados que cabeceaban entre sí y
arboles débiles. Cuando se paseaba por aquel lugar,
entraba en él una sensación nerviosa, como si el mundo
entero se apagara. La desteñida y desgarrada bandera de la
que un día fue la casa de estudio más prestigiosa de la
ciudad se batía con fragilidad bajo un cielo lleno de
estrellas.
…
–Hola, Eduardo ¿Cómo estás? Pasa, pasa, César te espera
arriba –saludó cálidamente la señora Ammuni, madre de
César.
Eduardo subió las escaleras, a cada paso que daba se
encontraba con las fotos familiares de los Ammuni, le
hubiera gustado ser hermano de César, o cuanto menos,
tener un padre que de vez en cuando estuviera presente,
como el respetable señor Ammuni.
–Tardaste mucho, Ed, ¿otra vez te quedaste viendo el
césped crecer? –vaciló César–. Pasa.
César trancó la puerta y corrió las cortinas.
-–¿Adivina que haremos el fin de semana que viene? –a
César le brillaban los ojos y esbozaba una sonrisa inocente
–Pues, no sé –dijo Ed mientras acomodaba su mochila cerca
de la cama de César– ¿Celebrar el fin de curso? supongo
que lo de siempre, ir con tus padres al parque acuático ¿o
ya cambiaron de idea? No se les ocurra irse sin mí.
–¡No, tonto! Iremos a esto, mira –César puso en las manos
de su amigo una carta color turquesa, con diamantina y
pegatinas de unicornios y corazones.
“¡Ven a celebrar el fin de curso conmigo!
Fiesta en mi casa ¡No te la pierdas!
Domingo 15 de septiembre a las 7:00 PM
*Puedes llevar un acompañante*
1ª calle “Colina Alta” Residencia Valdemar.
Atte. Tu amiga, Sunny”
–Oh, te invitaron, eso es muy genial –dijo Eduardo con
fingida alegría, sin quitarle la vista a la invitación.
Eduardo no se lo había comentado, pero le gustaba Sunny
Valdemar, no de una manera amorosa, sino que, le gustaba
su forma de ser: tan soltada en ocasiones y tan tímida en
otras. Es una chica que, a pesar de tener todo en el mundo,
es temeraria y astuta. No acepta ordenes de nadie, pero
tampoco se impone. Es cool, la clase de mujer que se
casará con un teen model y se mudará al extranjero para
vivir en una enorme casa de tres plantas, con un radiante
jardín y unos hermosos hijos blancos.
–Pensaba que no te gustaban este tipo de cosas –prosiguió
Eduardo–, además ¿desde cuándo te llevas con la
Valdemar?
–Ya tenemos dieciséis, Eduardo, tenemos que probar nuevas
experiencias, vamos de camino a la universidad, hombre –
César le arrebató la carta y la resguardó en una gaveta–. Ya
hemos hablado, no mucho, pero ya… es loco, pero, me
invitó ¡Hombre, quizá le gusto!
–Ya, quizá sea divertido –agregó Eduardo con inseguridad y
fracaso.
César apagó las luces, pero las paredes y el cielo falso se
encendieron en constelaciones, eran figuritas
fosforescentes. Los jóvenes se acomodaron en la colcha y
apreciaron las pegatinas como si ante un universo perfecto
estuviesen.
–Anoche volví a tener un sueño extraño, Ed –suspiró César
intranquilo.
–Cuéntame.
–No recuerdo mucho… fue… ya sabes, surrealista, intenso y
me da mucho miedo. Estos sueños… no se los deseo a
nadie. Se sienten como si viviera otra vida, y cuando
despierto todo termina, y me deja un enorme vacío. No sé
como explicarlo, supongo que no hay manera de
encontrarle el sentido. Pero me gusta contártelo.
–Suena interesante, sigue.
–Ed, tengo un mal presentimiento. En mi sueño escuché
algo sobre una profecía. Y me involucra, no sé. No sé nada.
–¿Tus padres ya lo saben?
–Solo les he dicho que tengo pesadillas… Mamá piensa que
necesito ir al psicólogo…
15
El viento sopló fuerte en los rostros de ambos y los rizos de
César se alborotaron.
Ed y César llegaron a la arboleada especial, donde todos los
senderos desembocan en ningún lugar, solo arboles hasta
donde alcanza la vista. Todavía no reunían el valor de ir
hasta el fondo del denso conjunto –si es que tiene alguno–,
se sentaron en una enorme raíz que salía de la tierra y
apoyaron las espaldas contra titán, su árbol favorito.
–César, ¿crees que algún día podre acompañarte en tus
sueños? –Eduardo aun no comprendía por completo el poder
de su amigo.
–Ed, no tengo idea. La vida no es para pararte a pensar en
lo que le ocurre a los demás. Un día, vivirás tu propia
aventura y vendremos aquí y te escucharé.
–Bueno, quiero que estés en mi aventura, seremos, tú y yo,
en una odisea digna de ser contada…
–Y si no estoy yo, procura igualmente divertirte.
–¿Por qué no estarías en mi aventura? –preguntó
entristecido.
–Porque te esperaré soñando en la oscuridad –la mirada de
César se perdía en el descenso de las hojas secas.
Después de un rato de apreciación silenciosa, decidieron
que ya era hora de ponerse en marcha para al ultimo día de
la secundaria.
…
Los exámenes fueron muy agotadores. A Ed le resultó difícil
memorizar cada tema de los libros. Los días se le hacían
largos y aburridos, pero no tenía opción, si no se sacrificaba
perdería y César lo rebasaría. Por otro lado, César apenas
tocó sus apuntes y terminó sacando las mejores notas.
¿Cómo lo hace? Nadie sabe.
Mientras los amigos cruzaban los portones del IEPO varios
chicos se acercaron a saludar a César –Y algunos le dirigían
un gesto de educación a Eduardo–, para preguntarle si iría a
la fiesta de Sunny. A César le brillaban los ojos, es más,
Eduardo podría asegurar que nunca antes nada lo había
puesto tan contento.
–¿Crees que deberíamos buscar a Sunny para agradecerle?
–preguntó César mientras subían las escaleras.
“¡Pero a mí no me invito!”, pensó Ed mientras apretaba los
labios y asentía.
César –Con Ed a la espalda– se acercó a un grupo de chicas
que estaban paradas junto a las ventanas, posiblemente
estaban chismorreando sobre los chicos que asistirán a la
fiesta.
Las niñas fueron muy amables con César, al parecer todas
se llevaban bien con Sunny. Le contaron que no asistiría al
insti por estar dirigiendo los preparativos de su fiesta,
faltaba poco y ella se tomaba muy en serio estas cosas.
Eduardo y César entraron a clases, les tocaría matemática,
pero como ya habían pasado los exámenes, el profesor
Baltazar tardó en llegar al salón y, para cuando estaba allí
solamente circuló la lista de asistencia. La única razón por la
que había que asistir a clases era nada más porque se
mencionaría a los que tenían que asistir a la escuela
vacacional. Ed estaba convencido de que ganó, apenas,
pero ganó. A César mostraba poco interés en los resultados,
tal era su indiferencia que para quemar el tiempo comenzó
a hacer aviones de papel y, cuando estaba fuera del alcance
de la mirada del profesor, los lanzaba por la ventana.
Eduardo se llevó las manos a la boca para ahogar esas risas
frenéticas cuando el avión se le atoraba en la melena a
alguien.
Después de las menciones, el profesor escribió un mensaje
reflexivo en la pizarra:
“Que el arcoíris brille más que la tormenta dependerá de ti”.
Acto seguido se despidió emotivamente y les deseó a todas
unas lindas vacaciones. Los alumnos comenzaron a vitorear,
el profesor creía que su discurso había sido perfecto, pero
era por el anhelante sonar de la campanilla.
Habiéndose despedido de César, caminó por la 10ª calle,
desapareciendo en la curva cuesta arriba. Ed dirigió su
marcha solitaria sobre la avenida 12. Comenzó a lloviznar y
el frío le puso la piel de gallina.
16
Era una mañana fría y nublada, el viento soplaba con fervor,
haciendo bailar las cortinas y vibrar el vidrio de las
ventanas. Al fin había llegado el día, la fiesta, todos estarían
allí pasándola bien, con música llevadera, y buenas vibras
en el ambiente.
Eduardo no tenía ganas de levantarse, el día anterior, lo
había pasado en el hospital. A su madre le hicieron unas
pruebas y, al parecer no eran buenas noticias. Había algo
que mamá le ocultaba, algo grave, no por nada en la noche
lo llevó a comer costillas a Berklein Barbacoas… hizo
extraños comentarios del padre de Ed. Le trató de explicar
que el motivo por el cual se fue era porque no se sentía
preparado para liderar una familia, una familia en la cual el
amor se había apagado, ella insistió en que él en realidad
era una buena persona y finalmente le preguntó a Eduardo
si le gustaría volver a verlo, cosa que le heló la sangre al
joven y encendió en él un rencor que creía haber dejado
atrás.
–¡No quiero saber nada de él! –exclamó con los labios
arrugados–. No quiero que toques el tema de nuevo, má, no
quiero, vamos a estar bien, como siempre, y no lo vamos a
necesitar.
–Soldadito, era solo una pregunta –dijo su madre al tiempo
que le pellizcaba una mejilla–. Me gusta que tengas carácter
fuerte, Ed, en esta vida, tendrás que ser duro para
sobrevivir.
–No necesito sobrevivir si te tengo a ti y a mi mejor amigo –
Eduardo puso sus manos sobre las de su madre–. Ya verás
que cuando consiga un trabajo te compraré una enorme
casa má, nada te faltará.
–Mi niño… –musitó su madre lo suficientemente fuerte para
ser escuchada, mientras líneas de lágrimas corrían por su
cara.
17
Eduardo revisó su celular. Había un SMS de César:
“Levántate Eduardo Emans, llámame cuando leas esto”.
–¡Hola, Ed! –saludó César al tomar la llamada.
–Qué onda.
–Payaso, ¿A qué hora vamos?
–Vente ya si quieres, no estoy haciendo nada.
En cuestión de minutos César estaba en la puerta de la casa
de Ed, tuvo la suerte de haberse topado con Edwin, quien se
ofreció a llevarlo en su motocicleta.
–¿Cómo está tu madre, Ed? Cuando me contaste lo del
hospital me preocupé, además, cuando la saludé se veía
cansada.
–Esta bien, solo no durmió muy bien por la lluvia –Eduardo
recordó que, por la madrugada, a pesar del tormentoso
ruido de la lluvia, sobre salían sonidos desgarradores que
salían de la garganta de su madre mientras vomitaba en el
baño, ella ya no tenía nada que expulsar y lo único que salía
eran sus ganas de vivir.
–Ya, pero me parece que necesita cuidado, sabes que
siempre cuentas conmigo y mi familia para lo que sea.
Eduardo ignoro la gentileza de su amigo mientras abría la
ventana para que entrase aire fresco, lo necesitaba, se
estaba ahogando en lastimas empalagosas de las cuales no
precisaba.
–¿Has hablado con Sunny?
–Solo me envió un SMS, pero me parece más una copia y
pega de recordatorio de la fiesta, le respondí, pero ella no
me contestó, quien sabe, estará hoy muy ocupada.
–Ya te dije que no le interesas, no te esfuerces mucho.
El resto de la tarde los jóvenes se la pasaron jugando en el
ordenador de Eduardo, se les daba bien a ambos el ajedrez
virtual, en el cual César había acumulado un récord de
victorias por sobre su amigo, sin embargo, la emoción le
traicionó y Eduardo en un día casi empata su gloriosa racha,
estaban a nada de llegar a la partida decisiva cuando el sol
se ocultó.
…
El ambiente era fresco. Las calles mojadas reflejaban las
luces de los postes y semáforos en charcos fluorescentes;
las personas vestían sacos con tonalidades marrones; Las
flores lloraban rocío sobre jardines coloridos. Las nubes se
arremolinaban, tornándose de un morado oscuro que, sin
saberlo, anunciaba una larga noche.
–Me gusta –dijo César sin quitar la vista del frente.
–¿Eh?
–Sunny, ella me gusta, en serio me gusta. Quisiera, ya
sabes, impresionarla.
–Solo sé tú mismo, si le gusta, genial y si no, pues tienes
más opciones. Sara, la del cabello raro ¿la recuerdas? Creo
que encajarías mejor con ella –ambos rieron y luego hubo
una pausa de unos minutos mientras rodeaban el mercado
Saint.
–No me gusta Sara, dicen que se come los mocos, no me
creo esa idiotez, pero si me hablase con ella dirían que
también lo hago.
–Entonces lo mejor sería que yo caminara al otro lado de la
acera, mi rey.
–No, Ed, no seas tonto, tú eres mi mejor amigo, eres el
mejor, en serio que sí.
Después de tantos años, hasta ese preciso instante Eduardo
no se había preguntado por qué César, pudiendo estar con
quien se le diera la gana, estaba con él, a su lado, al lado
del triste y marginado Eduardo Emans, cuyo padre lo
abandonó, cuya madre se paraba en dos pies no con fuerza
vital, sino por pura voluntad; ese Eduardo, que todos
ignoran, que todos saludan por cortesía cuando se acercan
a César. Ed el miserable, sí señor, hay que ser miserable
para tener como mayor mérito ser amigo del chico que
todos quieren.
–César… –Eduardo abrió la boca para hablar, iba a hacer
preguntas sobre las razones que los habían hecho buenos
amigos, pero se contuvo, no podía hacer eso, era raro, tuvo
miedo de que César no lo interpretara de la mejor manera –
¿Por qué te gusta Sunny?
–Es bonita, supongo que solo por eso.
Colina Alta era la única colonia para gente opulenta en
Okerke. En dicho lugar fue donde se fundó la ciudad.
Antiguamente, la residencia Valdemar era la casa municipal,
donde Vivian los funcionarios públicos discretamente
asignados (siempre Valdemar), pasaron los años y después
de algunas revoluciones y muertes en todo el país, los
descendientes de los Valdemar (entre otras familias) se
limitaron solo a disfrutar las cosechas de sus antepasados,
algunos mudándose a lugares donde impera la vanidad y
lujuria y otros acumulando propiedades de manera
obsesiva.
Las oscuras nubes paseaban bajas por el cielo como si
quisieran guiarlos en otra dirección. El viento soplaba con
calma. Parecía que pronto comenzaría una tormenta, una de
las buenas. Agosto era de vientos fríos y septiembre de
lluvias incesantes; era esa la época más oscura del año, la
abuela de César un día le dijo que, si algo malo pasaba en la
ciudad, sería en esos días: los días oscuros de septiembre.
Finalmente, después de atravesar gran extensión de la
ciudad, llegaron a la colonia. Saludaron al portero y cruzaron
los enormes portones corredizos. La calle era de adoquín,
los bordes de la acera estaban perfectamente pintados de
rojo. Los jardines de la colina parecían sacados de la
televisión, frondosos y llenos de vida; cruzaron un pequeño
parque el cual tenía divertidos arbustos con formas de
animales y personas. Finalmente llegaron al barrio Valdemar
y se alzó ante ellos la melancólica casa de Sunny.
En sus enormes ventanas se reflejaban sombras volátiles,
por el sonido que se percibía desde el exterior se
interpretaba que la fiesta ya había comenzado. La
excitación movía a César, pero Eduardo quería retroceder.
Los rosales y claveles cubrían los extremos, envolviendo un
conjunto de árboles un tanto marchitados (quizá ahogados
por la lluvia), de los cuales colgaban diversos adornos
brillantes en coloretes lila y celeste.
César se fijó en un árbol en particular, del cual un columpio
metálico colgaba. Se imaginó a sí mismo meciendo a Sunny
durante un día cálido, deslumbrándose con sus cabellos
carmesíes.
18
La calle estaba a tope de bicis y motocicletas, también
había algunos autos de humildes recursos y unos pocos
deportivos. César fue el primero en llegar a la puerta.
Permaneció sobre el deck de madera unos segundos, quizá
pensando en que decir, luego se acercó al umbral.
Toc-toc.
La puerta se deslizó con un chirrido agudo, dejando salir
luces y melodías desde sus adentros.
Era Sunny, su sonrisa rosa y postura aristocrática
impresionaba por su sutileza. Vestía unas sandalias griegas,
una camisa sencilla de tirantes y una falda corta que dejaba
ver sus delicadas piernas arias.
–¡Hola! Que gusto que hayan venido –dijo Sunny con su voz
aguda, como de niña pequeña–. ¡Oye, me gusta tu cabello!
–exclamó alternando la mirada en Eduardo–. Tú debes ser
nuevo en la ciudad ¿Cómo te llamas?
–Ed… Bueno, Eduardo, pero prefiero Ed, Ed Emans. Y no soy
nuevo, estoy en la misma clase de César y, el gusto es mío,
bueno… de no-nosotros.
–Oh bueno, Ed Emans, soy Sunny Valdemar –Sunny extendió
su mano para saludarlo y Ed correspondió–. ¡Espero que te
diviertas mucho!
–César… –La mirada y el tono de Sunny cambió al alternar
en César, Eduardo interpretó el saludo que le hizo a él como
mera formalidad. Eso lo desanimó un poco, pero no, no le
afectaría, no hoy–. ¡Qué gusto! Se habla mucho de ti, y
bueno… –Sunny alternó en Ed con una sonrisa falsa y luego
volvió la vista hacia César–, ya hablaremos más
tranquilamente en otro momento.
–Sí, Sunny, me parece perfecto, ¿sabes? He estado
pensando mucho en esta noche –César cambió su tono de
voz, como forzándola para parecer más ruda, más
masculina, no mucho, no era un cambio drástico, pero lo
estaba haciendo, se notaba, quizá había logrado engañar a
Sunny, pero a Eduardo le pareció patético.
–¡Vamos! Todos nos están esperando… –dijo Sunny mientras
tomaba de la mano a César y lo arrastraba hacia adentro.
Ed no tuvo más opción que quedarse atrás y seguirlos de
lejos.
Al posarse frente al umbral percibió la antigüedad de dicha
vivienda. Los tapices eran elegantes y emanaban un aura
de cultura e historia. La madera se miraba fuerte y daba la
impresión que duraría mil años más de pie.
“¿Cómo fue que terminé aquí…?”, se preguntó, “¿Por qué un
Valdemar estudia en el IEPO? ¿Qué sentido tiene eso…?”
Fue tanto el interés que poca atención le dio al chirrido que
hizo la puerta, cuando Sunny y César lo dejaron atrás para
pasar a la siguiente habitación.
Eduardo desvió su atención hacia un cuadro. Era un retrato
de la ciudad, cientos de años atrás, cuando todo era arboles
y césped. Los Valdemar sonreían y lucían sus melenas de
juglares.
–La fiesta por allá, muchacho… –Resopló una voz lúgubre
por encima de su hombro.
Eduardo saltó de un brinco al escuchar aquella voz grave y
profunda. Era un guardaespaldas de los Valdemar, se les
veía por toda la ciudad detrás de cada miembro de la
familia, Eduardo creía que los guardaespaldas Valdemar
eran mudos, por su carácter indiferente y estático.
El tipo con saco negro y cabellos largos señaló hacia la
izquierda. Eduardo no tuvo más remedio que seguir
caminando.
Al cruzar la puerta, un destello de luz lo cegó.
El Dj tenía a todos embobados con su música. Los ruidos
electrónicos combinados con el alcohol en las mesas
evocaban sensaciones ocultas en los atolondrados, aquello
destapó su verdadera naturaleza y dejó salir la fiera que
todos tenían dentro, podían ser ellos mismos, aunque sea
una noche.
La luz corrió y Eduardo pudo observar lo que le rodeaba. De
cincuenta a setenta jóvenes de su edad estaban en aquel
vestíbulo, la mayoría saltando y gritando. Ed reconoció
algunas caras: Matt, el abusón del IEPO estaba por allí,
hartándose de banderillas y ponche, Ed jamás había
hablado con él y estaba complacido con por ello. También
estaba Maritza, su compañera de clases, que fue muy
amable al acercarse a abrazarlo.
–¿Has visto a César, Mari?, ¿Sabes en dónde está? –
preguntó Eduardo mientras se tapaba las orejas con los
índices.
–¿Qui…en? ¿Césaar? –La chica comenzó a reír–¡Ah! ¡César!
No sé quieeen ees…
–Dios, Mari, estás borracha –dijo Ed mientras la tomaba de
las manos–. Volveré en un rato con César y te llevaremos a
casa.
“Su madre se pondrá furiosa, pero estará más segura que
aquí”, pensó Ed.
El joven llegó a las escaleras que daban al segundo nivel,
pero se encontró con uno de los hombres de saco negro al
final de los peldaños. Antes se cruzó con uno y no quería
repetir la experiencia.
Del lado izquierdo se fijó en un par de tortolos que buscaban
de privacidad. Cruzaron una puerta, una puerta que no
estaba custodiada por perros de los Valdemar. Dentro del
corredor, la pareja entró por la primera puerta que
encontraron abierta. Ed estaba atrás de ellos, aunque no se
dieron cuenta.
Ed agudizó su oído, tratando de alejar el ruido de la música
de su mente. Comenzó a girar lentamente los picaportes de
las puertas, esperando tener suerte, que alguna se abriera y
ver a César y a la otra allí.
Un grito espantoso llegó a sus oídos. Aquella voz agónica le
era familiar. Corrió hasta el final del corredor, sin querer tiró
un florero de aspecto clásico, en otra situación se habría
echado a llorar por no saber cuánto tendría que pagar su
madre por el objeto, pero dadas las circunstancias no le
presto ni la mínima atención. A la derecha había otro
corredor, con tres puertas, Ed no tuvo que tantear ningún
pomo, sabia de donde vino aquel grito.
Y allí estaban, César y Sunny.
–¿Qué fue lo que rompiste? –dijo Sunny, irguiéndose, con los
brazos en jarras y el ceño fruncido.
Eduardo ignoró la pregunta y se acercó a César Su mejor
amigo estaba sudando frío y tenía un aspecto tenso.
–Ed, no te lo creerás, no pensé que esto funcionara, en se-
se-serio e-es terrorífico, te lo digo de verdad –a César le
temblaban los dedos y su voz se entrecortaba.
–Verás –dijo Sunny–. Estábamos jugando, ya casi
terminábamos, si vas abajo y nos esperas estari…
–¡Oye, espera! –abogó César–. Creo que podría quedarse, es
mi amigo.
–Bien, supongo que puedes observar –Sunny torció los ojos
y refunfuño en silencio. Había dejado de ser la chica gentil,
tal parece, olvidó en aquel momento ponerse su máscara de
chica perfecta y afloró su naturaleza, típica de un Valdemar
afortunado, llena gestos desagradables y carácter digno de
un mimado.
Sunny volvió a sentarse en la alfombra. Eduardo observó a
su alrededor, era un espacio reducido, parecía un almacén,
había varias estanterías de metal que sostenían objetos
poco visibles, pues estaban a tope de polvo y tela de
arañas. Un bombillo pendía solemne sobre de un cable
sobre sus cabezas.
Entre César y Sunny había un tablero de madera, se veía
viejo, pero a comparación del resto de objetos, éste estaba
bien cuidado.
–No me lo creía, Ed, esta cosa rara funciona, te lo digo en
serio, se movió, fue una se-se-sensación espeluznante, hici-
ci-cimos una pregunta y comenzó a moverse el triángulo
sobre el abecedario. Una persona muerta… una persona
muerta responde nuestras preguntas con esto.
Sunny dejó escapar una risita, le parecía cómico el
tartamudeo de César, por otro lado, estaba Eduardo, que no
reconocía a este nuevo César, inmerso en irracionalidad.
“Ya he visto esta cosa por la televisión, me parece que tiene
un truco con imanes dentro del tablero”, pensó Ed. No quiso
decírselo a César para no arruinarle el momento. César y
Sunny sostenían un triángulo que estaba sobre un
abecedario, el puntero se movía sobre cada letra, para
formar la contestación del “espíritu”.
–¿Qué habían preguntado antes de que yo llegara? –inquirió
Ed.
César abrió la boca para responder, pero Sunny lo detuvo.
Con un gesto de labios apretados y ceño fruncido, le indicó
que se callara.
–Nada –respondió Sunny–. Ahora bien, hay algo que tenía
ganas de preguntar: Querido ser ¿Moriste en esta casa?
N…O –señaló el tablero mediante los movimientos del
triángulo.
–¡VES! ¡YA VES! ¡ED, SI FUNCIONA! –César no podía
contener la emoción, se le notaba impresionado y nervioso.
Eduardo no hizo comentarios al respecto, se limitó a
guardar silencio, temía que Sunny lo callara, pero estaba
comenzando a sentir escalofríos.
Sunny tenía una enorme sonrisa, y los pómulos colorados,
era una expresión similar a la que hacen las chicas cuando
les dan un ramo de flores y una caja con chocolates. Estaba
contenta. Era evidente que no era la primera vez que
jugaba con ese tablero.
–Haz una pregunta tú –le dijo Sunny a César.
–No sé qué preguntar, yo…
–¡Rápido! Pregunta lo que sea.
–Bueno … ¿Hace cuánto moriste?
A Ed se le erizó la piel.
N…O…L…O…R…E…C…U…E…R…D…O –Respondió el
tablero al tiempo que a todos les recorrió por la espalda una
sensación pesada, como si una mirada, proveniente de los
fondos oscuros del almacén estuvieran vigilando sus actos.
No se dieron cuenta, pero el bombillo se tambaleó
levemente.
–Pregunta algo tú –Sunny veía a Ed, ya que estaba allí,
quería que formara parte del juego.
–Yo no… Estas cosas no me agradan… Ni si quiera creo en
los fantasmas.
–Ed es ateo –esclareció César.
No por mucho tiempo, dijo Sunny en voz baja. Ninguno de
los dos entendió lo que ella recitó entre labios.
–¿Cómo te llamas? –preguntó Sunny mientras veía hacia el
fondo de la habitación.
El triángulo se volvió a mover, pero dijo lo mismo: “No lo
recuerdo”.
–Quiero hacer una pregunta –Eduardo estaba abierto a
despejar sus nuevas dudas.
–¿No que muy ateo?
–Solo quiero hacer una pregunta.
–Nada te detiene.
–Señor…bueno, no sé si eres hombre –Ed creía estar
preparado para lanzar su pregunta, pero le ganaron los
nervios–. Si no sabes tu nombre ni cuando moriste, imagino
que es porque te fuiste de este mundo hace mucho, ¿No?
Pero lo que quería preguntarle y, espero que no te moleste,
es: ¿Recuerdas como moriste?, ¿Tienes algún recuerdo del
último momento de tu vida?
El triángulo comenzó a moverse por el abecedario, pero
lentamente comenzó a subir, hasta llegar su parte superior
izquierda, y se quedó quieto sobre la palabra si (en la parte
superior derecha decía no).
–¿Aja? Dinos como moriste. –Sunny tenía los ojos abiertos
como grandes platos y la respiración agitada y
entrecortada.
–Ten un poco de respeto por los muertos, Sunny. –alegó
César–. Si se enoja ya no podremos seguir jugando.
–Querido fantasma –Corrigió con sarcasmo–. ¿Podrías, por
favor, decirnos cómo fue que moriste? Gracias.
Cuando el triángulo comenzó a moverse, todos contuvieron
la respiración. Olvidaron completamente que estaban en
una fiesta, pues no se escuchaba ni el murmullo de las
voces del piso de abajo.
A…S…E…
Ed y César estaban atónitos, ya sabían la respuesta.
–Asesinado… –confirmó Sunny, sonriente.
El puntero se movió hacia la parte superior izquierda.
–¿Moriste a manos de un Valdemar? –Preguntó Eduardo en
un impulso inconsciente.
El puntero se movió y regresó al lugar en el que estaba
anteriormente, marcando nuevamente “Sí”.
Los tres se vieron a las caras. No podían creérselo, el
espíritu merodeaba por la casa Valdemar porque estos lo
mataron quién sabe hace cuánto.
Sunny casi se reía frente a los bobos, se le había ocurrido
una buena broma que aprovechaba toda la tensión ya
generada, era evidente que los muchachos estaban muy
tocados con el tema.
–¿Cuándo morirá mi acompañante, César Ammuni?
César se levantó de un brinco y gritó el nombre de Sunny,
estaba tan molesto como asustado.
Pero Sunny no se movió de su lugar, y el puntero comenzó a
moverse, lo cual dejó a César en shock.
Eduardo le dijo a Sunny que el juego había terminado, que
volvieran abajo, pero ella lo ignoró.
César, perplejo miraba como el puntero señalaba palabra
tras palabras. Después de un buen rato el puntero terminó
de señalar letras. El tablero había dicho que César moriría
esa misma noche.
César comenzó a temblar. Era la primera vez que Ed veía a
su amigo tan acobardado, pero lo cierto es que César
siempre sintió pavor ante cosas vinculadas al mundo del
ocultismo… Pero eso nunca lo mencionó.
–Parece que vas a morir, César –Sunny miraba a César
expresión de preocupación, muy fingida, pero César tenía
tanto miedo que no se dio cuenta que estaba siendo víctima
de una broma.
–¡No le creas, César! Se está riendo de ti… ¡Vámonos de
aquí!
Sunny se cubrió la boca con una mano, y comenzó a
morderse los labios, quería retorcerse en el suelo y morir a
carcajadas, pero tenía la esperanza de ver como uno de los
chicos más populares y valientes se cagaba encima.
–¡Dile que no es cierto!
–Pero si lo es… Eduardo.
César comenzó a experimentar una sensación extraña. De
las profundidades de su subconsciente algo oscuro comenzó
a manchar toda su racionalidad. En aquel momento de
locura le pareció las paredes del almacén se desprendían de
su lugar, siendo tragadas por un remolino espectral
conectado a los abismos del mismísimo infierno. Las llamas
se tragaron a sus amigos entre gritos de desesperación y
agonía que, en un esfuerzo tortuoso por repeler el fuego,
fueron consumidos hasta llegar a las cenizas, monstruos
escamosos y amorfos emergían del torbellino diabólico que
se alzaba sobre su cabeza. Con sus dientes afilados y
miradas enfermizas intentaron tomar su alma. En su pecho
sintió como se formaba un vacío en el cual poco a poco se
hundía hasta ahogar por completo su existencia.
César no resistió, y salió de la habitación a la velocidad de
un rayo. Sunny por fin pudo reírse como una loca. Eduardo
corrió detrás de su amigo.
19
La lluvia había intensificado sus fuerzas de una manera
irracional. El viento soplaba con fervor, era como si la
naturaleza cobrara vida y le escupiera en la cara, como una
señal extraída de la condensada espiral del cruel destino,
forzándolo a una lección que si o si aprendería.
La vista de Eduardo estaba opacada, si no fuera por el
ruidoso chapoteo de los tenis de César le hubiera sido
imposible seguir su rastro. Estaba tan cerca de él, pero a la
vez, tan lejos.
Los jóvenes cruzaron el portoncillo oxidado y enmohecido
del parque Ketter.
–¡Detente! –gritó Eduardo en acto de desesperación
absoluta, pero fue ignorado, César ya no escuchaba, su
cerebro ya no funcionaba con coherencia, era como si sus
ojos vieran otra cosa, como si su cuerpo se encontrara
atrapado entre dos mundos, dos mundos que lo estaban
consumiendo mentalmente.
Eduardo sabia a donde iba su amigo, su mejor amigo, su
único amigo en este desértico planeta, sin embargo, no
entendía las razones. ¿Por qué iría al lugar especial? ¿acaso
las flores lo protegerían del descenso a la locura? ¿los
árboles extraerían del suelo sus raíces y caminarían como
hombres para luchar en su bando contra el ejército
demoniaco que lo acechaba?
Se adentraron en el bosque. Eduardo siguió llamándolo al
tiempo que apartaba de su cara las ramas de los árboles e
intentaba con furia mantener el ritmo de su marcha a pesar
del lodo que había por todos lados donde pisara.
César no logró su cometido, por el impulso, por la emoción,
por la distorsión de una realidad, resbaló en la orilla del rio y
cayó en este.
Eduardo contempló aquello con intenso temor, en aquel
momento dio retroceso su vida, volviendo atrás, muy atrás,
encontrándose a sí mismo como un niño viendo a su madre
luchando por llevar el pan a la mesa, muriendo poco a poco
y sin que él nada pudiese hacer para evitarlo.
No, no sería como aquellas veces, estaba listo. Esta vez no
se quedaría con los brazos cruzados a ver como todo se iba
al carajo una vez más. Se lanzó con torpeza al agua.
Los jóvenes viraron y giraron en la corriente, como un
manto en el aire, como muñecos de trapo en las manos de
un malcriado chiquillo consentido.
Chocaron con rocas redondas y ramas desprendidas,
ahogándose, aleteaban los brazos como si de alguna
manera fuera posible alcanzar la orilla. En medio del
descontrol, Eduardo apenas pudo ver a su amigo,
escuchaba que tragaba y escupía agua, que forcejeaba
contra la corriente, tratando de evadir el destino. Gracias a
la radiante luna, que, a pesar de las pesadas nubes, brillaba
con fuerzas como si de alguna manera los estuviera
ayudando, el joven logró vislumbrar que en sus
proximidades había una caída, una cascada. Entendió en
aquel momento que era el fin, morirían. Algo hizo clic en su
mente y entonces su conciencia comenzó a difuminarse, los
sentidos perdían su dirección y el matiz de los colores se
ennegrecía junto a su mirada y esperanzas. Sus ojos se
cerraron.
20
Cuando Eduardo despertó, se encontró con las ropas
rasgadas, mallugado sobre un cumulo de ramas atascadas a
la derecha del rio. Suspiro con alegría y dio gracias al cielo
por la nueva oportunidad, pero al primer movimiento que
hizo sus huesos lo traicionaron, algo crujió dentro de él y un
inmenso dolor le hizo temblar y gritar. Después de unos
minutos de insufrible calvario forzó su torso para girarse, y
César, su mejor amigo, estaba allí, a unos metros de él, al
otro lado del rio.
“Que putada”, dijo entre dientes con cierta consolación de
saber que su amigo estaba cerca.
De pronto, Ed comenzó a sentir un extraño calor, algo se
acercaba, algo que calentaba el agua y el ambiente. En el
rio se produjo un borboteo.
Emergió de las aguas un ser, sin embargo, por sus
movimientos tan extravagantes, resaltó que su constitución
era similar a la plastilina, pues podía moldearse sin tener
que acomodarse a una forma determinada por huesos. La
forma que gradualmente tomaba era como la de un cilindro,
con una espesa y viscosa masa negra fluyéndole.
La neblina brotó, estorbando la mirada de Ed, pero gracias a
la luna, las sombras reflejaban aquella maldad condensada.
Un recuerdo fugaz llegó a Eduardo: César, su mejor amigo,
le había contado que, en uno de sus sueños, había una
bestia similar a la que hoy profana su mundo.
Un tentáculo emanó del ser viscoso. Envolvió a César con
cuidado, el pobre aún no despertaba de su desmayo. Un
enorme ojo con las venas remarcadas y aspecto enfermizo
salió del engendro cilíndrico, lo asomó para examinar con
cautela al muchacho, meneándolo como un juguete,
estudiando cada una de sus partes. Finalmente lo introdujo
en sus fauces y volvió al agua, desapareciendo en solo unos
segundos, como si nunca hubiere sucedido.
Se tragó a César y se esfumó de la realidad.
Eduardo que en aquel momento estaba perplejo por lo que
había visto, comenzó a convulsionar, una reacción normal
para el contexto en el que se encontraba, después de
aquello, el joven no recuerda nada más de la noche, ni una
imagen ni un sonido. Nada.
Despertó en una cama con una colcha tiesa, en una
habitación despintada y con una ventana que necesitaba
ser cerrada pues la tormenta estaba entrando.
SEGUNDA PARTE:
¿AMIGOS POR SIEMPRE?
21
Isaac sacó un cigarro de su bolsillo y lo fumó de manera
ansiosa a medida que Ed relataba los hechos de César,
quizá necesitaba de las virtudes neuronales que solo un
cacho de humo podía darle para comprender tales
disparates.
–Dios, Ed –Dijo Isaac con suma pasividad, mientras exhalaba
humo por su boca y nariz– Esto es muy fuerte, en serio que
entiendo porque muchos dicen que estás loco.
–¿Quiénes dicen eso?
–Todo mundo que alguna vez escuchó tu nombre, de hecho,
me han aconsejado no juntarme contigo, dicen que me
puedo volver imbécil, y sinceramente creo que tienen razón
–dijo en tono jocoso–, después de todo, desde que te conocí
me he empapado de pensamientos extraños, eres muy raro.
–Sí, soy yo la mala influencia –respondió Eduardo entre
risas–, dame un poco de eso, creo que lo necesito.
Isaac lo miró fijamente con una sonrisa descarada, sacó de
su bolsillo otro cigarrillo, lo encendió con su encendedor
plateado y se lo dio a su amigo, probablemente, su único
verdadero amigo. En otras circunstancias, Eduardo no
hubiera dejado que nadie fumara en un lugar que
consideraba el más sagrado del planeta, pero dado lo
sucedido, carecía de importancia.
Desde que César se fue solo visitó el lugar especial un par
de veces para lamentarse y llorar sin que nadie lo pudiera
juzgar.
–¿Qué tal? La primera vez siempre sienta un tanto pesado,
pero cuando sientas que el pecho se te duerme, te vuelvas
más ligero que una pluma y tus pies se despegan de la
tierra, te abras acostumbrado.
–¿Cuándo sucede eso…? –tosió el joven novato–. Esto sabe
horrible ¿Por qué todos lo usan?
–Cuando la vida es una mierda acida le pierdes valor a tu
propia existencia, no sientes ningún gusto a las cosas
cotidianas, Ed –Isaac resopló el humo en la cara de su
colega–. Entonces buscas placer en donde sea, de cualquier
tipo, no importa, la cosa es sentir algo, para recordarte a ti
mismo que estas vivo…
–Interesante filosofía –admitió Eduardo mientras le daba una
segunda oportunidad al porro, esta vez aguantándose las
ganas de toser, detuvo en su pecho el humo unos
momentos e intentó imitar la postura de Isaac–. Al final, me
parece que si te he influenciado ¡Mírate! Usando la cabeza
para reflexionar, aunque solo sea para justificar tus vicios.
–Ese, el amigo tuyo, no me parece tan inteligente como me
lo habías planteado, no entiendo, realmente no entiendo.
–Cambió mucho, pero te aseguro que él era la persona
analítica y virtuosa que te conté. Todo sucedió sin darme
cuenta, vivía a su sombra, acostumbrado a su palabra y a
seguirle, jamás lo cuestioné, no hasta que desapareció, no
sé si estoy actuando como una marioneta que aprendió bien
de su titiritero, o si por fin he comenzado a ser lo que
siempre debí ser. Quizá… por primera vez en mi vida…
estoy viviendo.
Isaac rápidamente se percató de que Eduardo una vez más
comenzaba a sumergirse en los terrenos montañosos de su
mente atormentada.
–Cuéntame, Ed, ¿Qué sucedió en el hospital? ¿Tu mamá
mejoró? ¿Cómo acabó tu relación con Sunny? ¿Piensas que
César vive?
–Bueno, ponte cómodo que seguiré entreteniéndote.
22
La vida no dejaba de sorprender a Ed, siendo que, la
primera visita aquella mañana en el hospital fue nada más y
nada menos que su queridísima amiga, Sunny Valdemar.
–¡Oh! Despertaste… –Sunny sostenía en la mano izquierda
un girasol, después de trancar la puerta se acercó a la
mesita. Puso la flor en esta y al acercarse a la cama,
agregó–: Eduardo, me alegro mucho de ver que estás… iba
a decir bien, pero veo que no, ¿Te ofendería si digo “vivo”? –
Sunny esbozó una sonrisa que parecía sincera. Es una
buena actriz.
–Tú… ¿Dónde está él? –Ed estaba confuso, debatiéndose en
su mente si aquellos recuerdos que lo atormentaban
formaban parte de una pesadilla.
–Si tú no lo sabes, entonces no lo sabe nadie. ¿Qué ocurrió
con ustedes?
–Caímos… en el agua… Él, lo vi, estaba a unos metros de
mí, pero, algo… algo se lo llevó. César fue secuestrado… un
monstruo se lo llevó…
El semblante de Sunny cambió considerablemente, era
evidente que el testimonio de Eduardo la estaba poniendo
nerviosa.
–Creo que debes descansar un poco más, Eduardo. Te
recomiendo pensar antes de hablar, afuera están unos
hombres que quieren hablar contigo, a lo que voy, es que
no quiero que me involucres, no quiero tener nada que ver
en esta mierda, nunca pensé que tu amigo se iba a cagar en
los pantalones por una broma tan tonta.
–¿Llamas tonto a jugar con los muertos? No… no conoces a
César, él vive con una tensión increíble en su día a día, por
las noches, tiene extraños sueños, no es como tú y yo…
–El tablero estaba trucado, Eduardo, en los muebles del
fondo, estaba escondido un micrófono, así mi amigo
escuchaba todo lo que preguntábamos y enviaba las
respuestas al tablero con esto –Sunny sacó de su bolsillo un
dispositivo muy similar a un tamagotchi–. El puntero tiene
un sensor que al detectar los dedos de las personas que
hacen las preguntas. Mi amigo envía las respuestas al
punteo y este las marca en el tablero. Es sencillo. Solo un
idiota se lo creería.
–¿Amigo…?
–Sí, Matti y yo lo llevábamos planeando un tiempo… –Sunny
bajó la mirada como muestra de su vergüenza, realmente
se le notaba que sus intenciones no eran tan destructivas. A
pesar de que es una descarada, Eduardo quiso pensar que
tal vez sus intenciones no eran tan destructivas, a fin de
cuentas, ella no conocía a César a fondo, nadie lo conocía
más que Ed.
–¿Matías…? Matt es un hijo de perra y tú también…
–Eduardo, no nos vamos a hacer responsables –Sunny se
acercó a Ed tanto que parecía que le iba a dar un beso–,
quedarás peor si nos mencionas, lo negaremos todo y te
tacharemos de lunático, nadie creerá eso que me acabas de
contar, así que más te vale contar algo... no sé, algo menos
estúpido, supongo.
Así fue como salió a flote la verdadera Sunny Valdemar, la
adolescente rica, sin escrúpulos e infeliz. En este caso
Eduardo no tenía opción, por el lado de Matías podía
evidenciarlo porque todos saben que es un desgraciado,
pero Sunny, a ella todos la aman, nunca nadie dudaría de su
inocencia, sería peor para Eduardo ligar el nombre de ella
con el incidente, así que sencillamente, se aferró a la
verdad, excluyéndola a ella y a su jodido amigo, el cual
estaba estrictamente ligado a ella. Eduardo aceptó
amargamente que Sunny tenía razón, nadie creería aquellos
hechos tan surrealistas.
Alguien llamó a la puerta, Sunny rápidamente se irguió y se
dirigió a abrirla, justificó haber trancado con llave
argumentando que no se había fijado. Con una dulce sonrisa
y mirada angelical, se despidió de los agentes del ministerio
público.
–Buenos días, jovencito –El hombre de saco negro,
encorvado y con unos enormes anteojos que posiblemente
usaba para disimular el gran tamaño de su nariz, levantó su
mano a la altura de sus ojos y leyó un documento, como si
estuviera confirmando si había dicho correctamente el
nombre de Ed.
–Mucho gusto, joven, mi nombre es Carlos Landeras, y este
es mi compañero, Frederick Valenzuela –El otro agente tenía
un bigote blanco, con rayos negros, como si se lo hubiera
pintado y el tinte estuviese perdiendo el color. Regordete y
con entusiasmo en sus palabras, transmitía una sensación
de seguridad.
–Hola… –Eduardo estaba cansado y adolorido.
–Señor Emans –dijo Frederick, el de los enormes anteojos y
nariz nauseabunda– Necesitamos, cuando se recupere claro,
hacerle unas preguntas sobre el paradero de… –Volvió a
echar una ojeada al documento que traía entre las manos–:
César Ammuni. No se sabe nada de él, y se cree que fue
usted el último en verle, ¿me equivoco?
–Eso creo…
–¿Ah? ¿Y en dónde está?
–Dijo que… puedo responder cuando me sintiera mejor…
El agente apretó los dientes y con el ceño fruncido le dirigió
a Ed una mirada fulminante.
–Dejaré esta tarjeta aquí y comuníquese con nosotros
cuando mejore –Valenzuela se volvió hacia la mesita de
caoba y dejó una tarjeta al lado del girasol–. Que tenga un
buen día y una pronta recuperación, joven.
–Que le vaya bien, jovencito, llámenos cuando pueda, le
prometo que no se ha metido en ningún problema, solo
necesitamos esclarecer algunas cuestiones. Queremos
ayudarlo a usted y a su amigo.
23
Eduardo se recuperó en cuestión de semanas. En su
estancia en el hospital, las únicas visitas que recibió fueron
las de su madre, algunos conocidos con deseos de
comprobar los chismorreos y los padres de César, que es lo
que más lo desalentó… Inicialmente lo culparon, pero
después de una larga entrevista, podría decirse que
empatizaron con Eduardo, no le creían, pero no podían
asegurar que mentía, pues, su hijo, César, era demasiado
raro, ellos sabían que él necesitaba atención psicológica y
quedaron profundamente arrepentidos por no haberlo
sometido a ello.
Pasó el tiempo y tuvo que enfrentarse a sus demonios: los
agentes del ministerio público y el psicólogo del cual era
necesario su diagnóstico, para comprobar el grado de
lucidez de sus relatos.
Y por requisito legal, tenía que ir al psicólogo, se le asignó el
peor de todos: Damián Bermejo un anciano gordo y
perezoso que ha trabajado la mayor parte de su vida en
entidades públicas. Acostumbrado a mamar del pobre
sueldo que le daba el Estado, atendía a personas dándoles a
todos las mismas respuestas, sin importarle en lo más
mínimo la repercusión que podía tener para el futuro lo que
determinaba en ellos, pero era a lo que tenían que
someterse todos los que no pudieran permitirse un
profesional privado.
Diagnosticó a Eduardo con el Trastorno de estrés post
traumático.
El psicólogo le explicó a la madre de Ed que el tratamiento
duraría un tiempo y se basaría en la combinación de
diversos fármacos y psicoterapia. Después un mes Eduardo
y su madre decidieron que no seguirían con el tratamiento
ya que no eran razonables los precios del medicamento. Por
otro lado, los agentes se tomaron de chiste las deGrisciones
de Eduardo, incluso Carlos que se notaba que era un pan de
dios por su carácter pasivo y amable, lo sacó de sus casillas
aquel relato, pero no encontraron ninguna prueba para
incriminarlo, y siendo que era todavía un adolescente poco
podían hacer. Lo sermonearon en todas las visitas que fue a
deGrisr con ellos y luego lo dejaron en paz.
La madre de Ed cada día estaba peor… A medida que
pasaban los días, lo que sea que la estaba matando se
acercaba cada vez más a su objetivo, pero ella era fuerte,
podría soportar cualquier tempestad si su pequeño soldado
estaba a su lado, era capaz de irse a los golpes con la parca
con tal de permanecer con vida, acompañando a su niño en
su tristeza, acariciándolo, consintiéndolo, abrazándolo,
haciendo que sienta, aunque sea por solo un instante, que
todo estaría bien.
César Ammuni. ¿Quién sabe dónde pueda estar? De
momento, lo único que se sabe es que fue raptado por un
monstruo. Pero ¿Eso significa que está muerto? Imposible
saberlo.
24
–Creo que necesito otro, Isaac… –Eduardo estaba recostado
sobre un lecho de hojas secas, con la luna proyectada en
sus ojos.
–¡Dios, Ed! –Exclamó Isaac– Es el quinto ya, ¡Estoy tan
orgulloso! Lo haces incluso mejor que yo en mi primera vez.
El viento frío ahora batía el humo que despedían los cigarros
de ambos jóvenes, creando remolinos apenas visibles que
se esparcían entre los árboles llevando consigo la esencia
de la decadencia, formando una atmosfera perfecta para
una charla entre dos desilusionados.
–Ya he hablado mucho esta noche, Isaac, y estoy seguro de
que tambien tienes una historia triste. Por eso somos
amigos. Ese es el lazo que nos une. Cuentame, amigo, qué
es lo que nos hace amigos…
25
Isaac creció en el Orfanato “Los ojos de Dios”.
Dicha institución estaba establecida en la ciudad de Occlen,
a más de cuatrocientos kilómetros de Okerke.
Desde que tiene memoria, Isaac ha lidiado con el racismo,
pues todas las familias a las que fue presentado lo
rechazaron instantáneamente, pero en vez de deprimirse,
abrazó con los brazos abiertos el desprecio, el ser de un
color distinto al del resto siempre le pareció algo original,
estaba orgulloso de sí mismo.
Esto forjó en el pequeño un carácter distinto al de los otros
niños, fue creciendo y al mismo tiempo haciéndose fuerte,
entrenándose para dificultades de las cuales aún no tenía
idea que debía soportar y superar.
Su vida cobró sentido en una helada mañana de octubre,
tenía para entonces once años. Las aves que adornaban los
alrededores del edificio, recitaban cantos dulces, alegres,
encendidos como si anunciaran que algo bueno estaba por
llegar. El sonido rechinante del portón advirtió a Isaac de la
llegada de las monjas, esas viejas regañonas que solo vivían
para atormentarlo. Cruzaron el vestíbulo y subieron por la
escalera de caracol hasta el segundo piso, donde se
encontraba Isaac aburrido, recostado en un cojín, rebotando
una pelota de béisbol en la pared.
–¡Niños, reúnanse, hay algo que queremos mostrarles! –
anunció la monja más vieja y arrugada de todas, con un
tono tan débil como si se fuera a morir en unas pocas horas.
Isaac acudió al llamado, pues no tenía nada mejor que
hacer.
Isaac iba con las manos en los bolsillos, contemplando el
horizonte de las fincas de Occlen a través de los enormes
ventanales. Su expresión cambió cuando vio que las
acompañantes de las monjas eran un grupo de jovencitas.
–Ellas son las chicas de la Secundaria “Palabra de Dios”,
forman parte de nuestra comunidad eclesiástica y vienen a
cumplir su servicio cristiano. Desde ahora en adelante las
verán por todas partes, todos los sábados de la una a las
cinco de la tarde y los domingos de nueve de la mañana a
tres de la tarde. –La monja (la más vieja de todas), puso en
fila a las chicas y prosiguió a presentarlas–: Ella es Sara
Partier, ella Vinnila Romo, esta es Eldira Capote, ella es Gris
Quevedo… Y así siguió hasta presentar al grupo de trece
damitas.
“Gris…” Musitó Isaac involuntariamente, mientras se abría
paso entre los otros niños para ver a la chica. Entre todas
las mujercitas blancas estaba ella, con un tono de piel
fresco, bronceado, unos mechones marrones ondulados que
caían apenas por debajo de sus hombros, un vestido floral
glauco que, hacía juego con el gris de sus ojos, era la
primera vez que Isaac veía a alguien con tales rasgos. Se
sintió identificado instantáneamente, debía hacer algo para
llamar su atención.
La presentación terminó y rápidamente las monjas pusieron
tareas a las jóvenes, unas estaban encargadas de limpiar
los baños, otras de limpiar las terrazas, pues los intestinos
de los pájaros no eran tan misericordiosos como Dios, y, la
que interesaba, Gris, ella tenía que fregar el jardín del patio
trasero.
Isaac la observó durante un buen rato por la ventana, no
sabía si eran minutos o horas, los nervios le estaban
nublando la percepción. Cuando se dispuso a acercarse,
estando ya en el jardín, se percató que la chica desapareció.
No había nadie. Solo el silbido del viento y el batir incesante
de las hojas de los árboles.
–¿Por qué me espías? –susurró una voz a la altura del
hombro de Isaac–. Sea lo que sea, quiero que te detengas.
Isaac sintió por un momento que el corazón se le paró.
–No, no, yo… –Isaac giró en redondo, estaba completamente
ruborizado sin poder levantar la mirada– no quería molestar,
solo quería, bueno, no lo sé, no quería molestar…
–Tranquilo hombre, solo bromeo –dijo Gris mientras le daba
un golpecito a Isaac en el hombro–, pero hablando en serio,
hiciste que me sintiera rara, estabas ahí plantado viéndome
como si fuera no sé qué.
–Me llamo Isaac… –dijo el pequeño, sin nada más que se le
viniera a la mente.
–Y yo Gris Quevedo. Mis padres no son muy creativos, ya lo
sé. Me pusieron mi nombre por el color de mis ojos, en fin –
Gris esbozó una sonrisa, notó que el joven que tenía en
frente no estaba muy acostumbrado a charlar y aun así se
acercó a hablarle, le pareció tierno–. ¿Isaac? Es un nombre
aburrido, te lo pusieron esas viejas por el simple hecho de
estar en la biblia, supongo.
–Claro… a mí me gusta, me parece un bonito nombre… –
Isaac aun no podía levantar la mirada, no se sentía listo, ni
cómodo, estaba enteramente arrepentido por haberse
aventado a aquello, nunca había hablado directamente con
una chica, normalmente las del orfanato, como casi todos
cuando no lo estaban molestando, lo ignoraban.
–No, no, no es bonito, es aburrido –Gris cruzó los brazos y
apretó los labios–. Tengo una idea, te diré de otra forma,
una forma más divertida, serás desde ahora…–hizo una
pausa mientras pensaba bien lo que iba a decir–. ¡Bonemirs!
Suena mejor ¿no? ¿Te gusta?
–Eh… no sé… –dijo Isaac riendo.
–¡Vohemir! Es mejor, ¿no? Igual no dejaré que te lo cambies.
¡Eres Vohemir aunque no te guste!
–Me gusta, es cool.
26
Aquel día fue un giro de tuercas para el pequeño “Vohemir”,
la vida nunca había tenido tanto sentido; era apasionante
despertar por las mañanas y que en su mente la presencia
de la chica Bohemia de ojos gatunos nublara por completo
su juicio y lo encaminase hacia direcciones desconocidas,
hacia lo salvaje, allá en el centro de la tierra y por allá, en
las estrellas. Su corazón latía y ahora no solo por bombear
sangre, tenía un motivo, una razón, algo preciado por lo que
valía la pena perder la cabeza, atreverse, arriesgarse.
Algo puro y bueno.
Gris.
27
Gris estaba ahí, en la biblioteca del Orfanato, sentada frente
a una mesa redonda llena de libros y cuadernos, leyendo
“La divina comedia”, de Dante Alighieri. La puerta corrediza
se desplazó con tropiezos. Isaac se asomó a la vista,
aliviado de por fin haberla encontrado.
–¡Gris, te estuve buscando por todas partes!
–¡Silencio! –exclamó Gris con molestia. Isaac se incorporó
junto a ella frente a la mesa y observó detenidamente el
grueso libro que su amiga tenía entre sus manos.
–Vohemir… ¿alguna vez te has preguntado cómo es el
infierno? –ella rompió el silencio.
–Las monjas dicen que es un lugar tenebroso, oscuro, en
donde la agonía y el tormento es lo único que se puede
sentir.
–Ya, entiendo, un lugar maquiavélico. Yo siempre he
pensado que el infierno está en los dormitorios de las
monjas, también allá, en las aceras en donde circulan todo
tipo de gentes y aquí –Gris puso su dedo índice en el
costado izquierdo de su cabeza–, donde nacen las ideas, la
codicia, el deseo de poderes que no somos capaces de
controlar, los sueños que no son más que el reflejo de lo que
en realidad somos, eso que queremos ocultar, eso que no
queremos que nadie sepa, el secreto que nos controla y
reprime, porque solo nosotros lo conocemos, pero no lo
podemos explicar.
–Creo que todos esos libros te están dañando la cabeza –
ambos rieron. Gris cerró el libro y lo dejó sobre la mesa.
–¿Alguna vez te ha gustado alguien? –preguntó Gris
dirigiendo hacia su amigo una mirada cansada, apagada,
pero al mismo tiempo cálida, templada, como si su pregunta
tuviera doble intención, como si su lengua no estuviera en
la misma entonación de sus gatunos ojos.
–Quizá –La tensión del pequeño comenzó a subirle de la
espalda a la cabeza, no podía verla a los ojos, como en su
primer encuentro.
–Anda que quizá. Sé que sí, a todos los hombres les gustan
todas las mujeres. Es parte de tu naturaleza, Vohemir, no
puedes escapar a ello.
–No lo sé, nunca… nunca he tenido mucho contacto con la
gente… Pero, siendo sincero contigo, porque te lo mereces –
tragó saliva tan pesadamente como si fuera un puñado de
pólvora–, sí, creo que hay alguien…
–¿Irías por ella al infierno?
–Estamos en él, ¿no? –Isaac levantó la mirada y,
desenfundando, listo para el disparo, dijo–, Así que no iría
por ella, caminaría con ella en el infierno…
Hubo un despertar en Gris, algo dentro de ella comenzó a
florecer, una sensación extraña que nunca había sentido
antes en su cuerpo, un cosquilleo alegre, un temor sin
comparación; una amalgama emocional de placeres y
miedos.
28
En diversos noticieros del Hexágono (Estado en que se
ubicaban las ciudades de Occlen y Okerke) estuvieron
advirtiendo sobre la venida de una fuerte tormenta, que
azotaría principalmente a la ciudad de Occlen.
Las monjas tomaron precauciones, pues en el transcurso de
aquella semana las nubes estaban tan negras como el
carbón. Se habían acabado los paseos del sábado por la
tarde, «Una jodida basura», pensó Isaac cuando se lo
informaron, se había arruinado por completo su actividad
favorita con Gris.
Perderse en la inmensidad del parque de Occlen era fácil.
Los árboles eran tan abundantes que, mientras se caminaba
por el sendero, camino a las casetas donde normalmente
pasa el día el grupo, con el simple hecho de meterse un
poquito por los costados uno ya se hace invisible entre la
maleza; estaban tan pegados uno de otro que formaban una
especie de cerca.
…
Las monjas estaban tan ocupadas viendo los barriletes y
disfrutando de la tranquilidad y armonía del ambiente que
jamás les prestaban atención a Isaac y Gris. Ellos estaban
por allí, metidos entre los árboles, trepándolos y bajando
frutas, atascándose hasta quedar exhaustos. Isaac lo
recordaría como los mejores momentos de su vida si no
fuera por un pequeño detalle…
–¿Oye, y a ti te gusta alguien? –Preguntó Isaac mientras
engullía una jugosa manzana orecra (famosas en Occlen por
su dulzor y sabor muy semejante al de las peras). Se
encontraban sentados bajo un árbol, sin cielo arriba, solo
hojas que se mecían cada dos por tres por los intensos
soplidos fríos del viento–. Tú me hiciste la misma pregunta
el otro día, así que merezco que me digas la verdad.
–No sé, todo es tan diferente ahora.
–¿Qué es diferente? O sea, ¿quieres decir que no te trata
bien?
–No, sí es muy lindo, pero igual, no se puede, es… bueno,
no sé si contártelo –Gris se veía preocupada, pero confiaba
en Isaac así que prosiguió–: Él es mayor que yo, o sea, es
mucho, mucho mayor.
–Eso suena raro, Gris… –Isaac instantáneamente perdió el
apetito–, ¿te refieres a un adulto?
–¿Y me lo dices a mí? Dios, soy la primera en saber que es
algo poco común… Es mayor, creo que veintitrés o veintidós
años. Pero no pienses cosas raras. Solo me gusta y ya. Es mi
amigo. O lo era, mejor dicho.
–¡Joder Gris! Es un anciano.
–Baja la voz, tonto, nadie lo sabe, eres el único en el que
confió para estas cosas. Deja que te cuente. Lo conocí en la
escuela, él era el conserje en ese entonces. En los recreos
pasábamos juntos, se sorprendió al darse cuenta de mi
amor por la lectura y la música, y a mí me gustó porque
también le gustaban las mismas cosas que a mí. Dios, me
regalaba libros, y me invitaba a chucherías, era lindo y me
sentía bien estando con él, pero hace tiempo renunció y no
lo he vuelto a ver…
–Aja, ¿y el pero? –inquirió Isaac mientras se le escocían las
tripas por dentro.
–Sí, hay un pero, no estoy lista para esas cosas. El amor me
aturde. Siento que las cosas románticas arruinan las
amistades. Cuando se habla de amor las cosas se ponen
serias y complicadas. Hay compromiso. Y yo odio los
compromisos. ¿Me entiendes?
–Sí… entiendo –Dijo Isaac levantando la ceja y asintiendo
lentamente, sin tener ni idea de lo que su amiga hablaba.
–Por eso me alegra que hayas llegado a mi vida, Voh, con tu
tonta cara, tu tonta sonrisa, tu boba manera de caminar, y
las muchas cosas más de ti que me hacen reír, evitaste que
me quedara sola. Me salvaste.
Isaac estaba nervioso por aquella confesión, no sabía lo qué
responder.
–Sé que piensas que soy rara por esto, pero así es, espero
que puedas guardar el secreto, en serio confió en ti, más
que en nadie, te quiero y demasiado.
“Te quiero”, esa fue la primera vez en su vida que escuchó
esas palabras. Sin embargo, Isaac hubiera preferido que ella
se lo guardara.
29
Era una tarde oscura y lluviosa. Pasaron las horas, en nada
ya eran las tres, las cinco, las siete y la lluvia no se detenía.
El jardín ya no se veía pues se había formado una pequeña
laguna entre las flores. Las chicas no pudieron volver a sus
casas, los padres de todas llegaron al acuerdo con las
monjas de que se quedaran esa noche a dormir en el
orfanato, con la única condición de que se mantuvieran
todas en grupo en la habitación de las niñas. Las monjas
dieron cena y pijamas a las chicas, estas se lo tomaban
como un campamento, se les veía emocionadas a pesar del
constante ruido de los rayos.
En la habitación de los chicos, entre las hileras de literas, en
una de ellas estaba Isaac, con linterna en mano, metido
entre sus sabanas leyendo uno de los libros que su amiga le
había prestado: “El Alquimista” de Paulo Coelho. Isaac iba
por la parte en la que el protagonista conocía a una
encantadora mujer que, al parecer estaba destinado a
conocer, no sin antes haber viajado, sufrido, trabajado y
nunca haber perdido la esperanza ni la determinación. Por
un momento pensó en que era algún tipo de indirecta de
Gris, para que se atreviese a dar el siguiente paso, a
confesarle que a él también le parecía linda, que le gustaba
compartir tiempo con ella, que estaba loco por su extraña
mirada grisácea de gato…
CONTINUARÁ…
BOOKS BY THIS
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IMAGINARIA
Imaginaria es un viaje al interior de la mente de un niño que
trata de escapar de su realidad. Cansado de estar triste
todo el tiempo, decide olvidar. Sin embargo, sus amigos
imaginarios le harán recordar su camino hacia la oscuridad.
NACIDA DE UN DESEO
NACIDA DE UN DESEO cuenta la historia de una adolescente
psicótica que quedó atrapada en sus recuerdos después de
haber sufrido un acontecimiento que cambió su vida para
siempre. Con sus traumas consumiéndola, la línea entre
realidad e imaginación se desdibuja a medida que se
sumerge en un mundo que parece estar desmoronándose a
su alrededor.