Actividades de continuidad pedagógica:
LITERATURA 5°B
Clase 1:
Realismo (repaso):
   ● Leer atentamente “La madre de Ernesto” que se encuentra en la página 59 hasta la
       64 del libro Lecturas Grabadas (se encuentra en la biblioteca de la escuela y en el
       grupo de WhatsApp de la materia.).
   ● Las actividades deberán ser realizadas en clase, y las mismas serán solicitadas por
       la docente en la próxima clase.
   ● Copiar y realizar en la carpeta las siguientes actividades:
Adjunto imágenes del cuento y las actividades en caso de que sea necesario imprimirlas:
Actividades:
  1. ¿Quién es el narrador del relato y desde qué situación personal narra
      la historia?
  2. En el primer párrafo se anticipa el conflicto: ¿con qué palabras? ¿Cuál
      es ese conflicto?
  3. ¿Dónde transcurren los hechos? ¿Qué importancia tiene el lugar?
      Relacionado con esto podríamos decir que el relato presenta una
      mirada realista de los hechos, ¿por qué?
  4. ¿Cómo describirías la relación de Ernesto con su madre?
  5. ¿Cómo describirías a los amigos de Ernesto?
  6. Realiza una lista con todas las expresiones referidas a la mamá de
      Ernesto como mujer. Luego explica a qué tipo de sociedad pertenecen
      esas expresiones. ¿Cómo aparece construida en el relato la
      masculinidad?
  7. ¿Cómo se resuelve el conflicto? Explica la importancia de la última
      oración del cuento
  8. ¿Cuál es tu opinión sobre la problemática planteada en esta historia?
Clase 2
Fantástico (repaso):
   ● Leer atentamente el cuento “Casa tomada” que se encuentra en la página 162 y 163,
       y los textos teóricos de la página 156 y 157 del manual Literatura Argentina y
       Latinoamericana de Santillana (se encuentra en la biblioteca de la escuela)
   ● Las actividades deberán ser realizadas en clase, y las mismas serán solicitadas por
       la docente en la próxima clase.
   ● Copiar y realizar en la carpeta las siguientes actividades:
1) Realizar una breve síntesis del cuento y rastreo de vocabulario desconocido.
2) ¿Quién narra la historia? ¿Qué datos se nos da del narrador?
3) ¿Por qué dice el narrador que les gustaba la casa? ¿Cómo la describe?
4) ¿Por qué motivo el narrador e Irene no se casaron? ¿Cómo se mantienen
económicamente?
5) ¿Qué actividades rutinarias realizan los hermanos? ¿Cómo las cumplen cuando invaden
los ruidos?
7) ¿Qué alusión temporal y espacial se da en el relato?
8) ¿Cómo reaccionan los personajes ante estos ruidos? ¿Cómo terminan reaccionando al
final?
9) ¿Por qué al comienzo del relato se habla de “matrimonio de hermanos”? Averiguar la
historia bíblica de la caída y buscar similitudes entre los hermanos y Adán y Eva ¿Qué
tienen en común? ¿Qué lectura relacionada con los conceptos de pecado, culpa y castigo
se podría hacer a partir de esta relación?
10) Averiguar biografía del autor y su relación con el gobierno de turno. ¿Qué lectura desde
lo político se puede trazar?
11) ¿Qué significados metafóricos le encontrás a esa fuerza que “toma” la casa? Definir
posibles lecturas. (Realista, fantástica, simbólica o política)
12) Explicar el posible significado del título. Plantear distintas opciones.
13) Al final del cuento, una vez fuera de la casa, los personajes se quedan con dos
elementos ¿Qué hacen con ellos y qué simbolizan cada uno?
    -   Adjunto imágenes del cuento y el texto teórico para evitar confusiones:
Clase 3
Realismo mágico (repaso):
   ● Leer atentamente el cuento “El ahogado más hermoso del mundo” que se encuentra
       disponible en el grupo de WhatsApp de la materia.
   ● Las actividades deberán ser realizadas en clase, y las mismas serán solicitadas por
       la docente en la próxima clase.
   ● Realizar en la carpeta las actividades (las mismas también están disponibles en el
       grupo de WhatsApp de la materia)
                            El ahogado más hermoso del mundo
                                 de Gabriel García Márquez
    Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el
mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba
banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la
playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de
cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un
ahogado.
    Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando
alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo
cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos
conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado
tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron
en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas
si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la
muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma
permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de
una coraza de rémora y de lodo.
     No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía
apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el
extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre
con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando
los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los
hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con
mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos.
    Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no
faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le
quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos
y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían,
notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas
estaban en piitrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron
también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los
otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesteroso de los ahogados
fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de
hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte,
el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban
viendo no les cabía en la imaginación.
    No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderlo ni una mesa
bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más
altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado.
Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle
unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para
que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo,
contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido
nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y
suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel
hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más
anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de
cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban
que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos
por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar
manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los
acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían
capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y
terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y
mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más
vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos
pasión que compasión, suspiró:
   —Tiene cara de llamarse Esteban.
     Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía
tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jóvenes, se mantuvieron con la
ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera
llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal
cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían
saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del
viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era
Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían
cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión
cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando
comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta
después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por
las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin
saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de
casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban,
hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así
estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo
mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar
vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no
te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después
susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto
pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le
taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para
siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras
grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar.
Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más
sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez
más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el
más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con
la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío
de júbilo entre las lágrimas.
   —¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro!
      Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de
mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era
quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día
árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las
amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los
acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que
fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos
se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la
orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más
cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas
asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque
querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para
abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde
no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al
hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar
mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo
iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla,
llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en
lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante
alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las
mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara,
y también los hombres se quedaron sin aliento.
       Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir
Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su
guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente
podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos
pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo.
Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba
avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si
hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para
ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello y
hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora
estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie
con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en
su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las
minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para
soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos
con la sinceridad de Esteban.
    Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un
ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos
regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores
cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente
que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y
le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y
primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes
entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo,
y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de
sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente
escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la
desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al
esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería,
y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró
la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros
para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero
también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las
puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de
Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se
atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto
hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la
memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras
y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los años venturos los
pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar,
y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su
estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el
horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento es ahora tan
manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no
saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.
                                               Fin
Clase 4
Ciencia Ficción (repaso):
   ● Leer atentamente “Todos los gatos son grises” que se encuentra en la página 66
       hasta la 70 del libro Lengua y literatura 3 de Mandioca (se encuentra en la biblioteca
       de la escuela).
   ● Copiar y realizar en la carpeta las actividades 1, 2, 3, 5, 7, 8, 9 y 10 de la página 71
       del manual.
   ● Las actividades deberán ser realizadas en clase, y las mismas serán solicitadas por
       la docente en la próxima clase.
   - Adjunto imágenes del cuento y el texto teórico para evitar confusiones: