La epigénesis
La cabellera alargándose azulosa era una larga desolación, un tenebroso rictus a lo
largo del rostro ajado, desdeñoso y que manifiestamente aún pontificaba de clásico y bello.
Pasa con la vejez lo que con la hediondez.
Fea no había sido… treinta años atrás. Lo menos. Era tiempo de la retaguardia y no
pedir tanta pleitesía o ese ruedo de jovencitos ansiosos, ni domesticar de tal modo a esa niña
con extática no se le despegaba el flanco con manifiestas avideces de mamar la flácida teta
literaria. ¿Cuántos litros de tintura para la negra sed de esa cabellera? Un espejo. ¿Hay otra
más linda que yo? El me decía que no, niña, cuando mi cabello era negro. Si me viera ahora.
Pero algo más le andaba bebiendo a la juventud la “griega”. La viudez, niña, se llevó mis
cabellos negros y me trajo estos que ves.
No creo haber dicho que lo más detestable era su pelo, ni su nariz, con seguridad
copiosamente adjetivada en su hora, ni su mirada mongólica, ni sus manos a lo perlas
Mikimoto, sino esas almidonadas cuartillas que sacó de no sé donde y que tras admonitoria
carraspera amenazó con desdoblar.
-¡Ah! Eso no.- grité entonces desde mi silleta baja, aislada en el rincón de la cocina,
pero el suelo succionó mi voz por lo que me puse prontamente de pie y completé estentórea.-
¡Eso ya es demasiado!
Hubo un revoloteo en la mesa principal. El Relacionador se volvió íntegramente hacia
mí. El rostro vigoroso y decidido de joven bisonte, todo perlado, mayormente en el área
depilada que le circundaba el labio ardido y tumultuoso.
Esas primeras gotitas yo las había visto aparecer tras el cordial intento de llevarme a
la mesa principal. Yo no traía nada concertado, como siempre se cree, sólo que al entrar vi
varias mesas, es decir, comprobé para mi satisfacción que se erguían varias en sus cuatro
patas. ¿Están para ocuparlas, no? dije cuando él insistió, aquí, no ahí, inútilmente. Y le nació
ese ampollado bigotito de sudor.
Por supuesto yo había calculado la cantidad de admiradores que buscarían sitio y
lugar junto a la estrella y esa fue otra razón para no adicionarme a su causa y no la que el
Relacionador me atribuyó con su mirada a un milímetro de enrojecer peligrosamente, otra de
sus manías para hacerte notar. Eso fue injusto. Yo buscaba la paz de mi hígado y por sobre
todo restarle contingente a la griega.
En un principio cuando recién entramos al globáceo recinto, varios me siguieron,
tuvieron su conato de independencia, pero luego que el Relacionador empezó a ofertar sillas
me fui viendo desplumada de compañía. Hasta que nadie quiso enfriarse lejos del sol mayor.
El relacionador al verme sola y cayendo recién en la cuenta de su alocada subasta, y
conociéndome como me conoce, amagó el gesto de allegar su silla a mi mesa, pero la griega,
que tenía establecido conmigo desde mucho tiempo antipático contacto lo retuvo con una
larga, y de seguro insípida, consulta y el meneo enfático de las culebras siamesas de su pelo
retinto. la viudez, niña, ese negro pajarraco encaneció mi pelo. Yo no enviudaré nunca,
madre.
Con sólo el Relacionador a mi lado hubiéramos equiparado fuerzas. Bien sabía la
luminaria que el hombre le hacía peso a toda la pollada y me lo escamoteó. Pero no del todo.
Sabía su oficio. Y por otra parte era limpio como el filo de un cuchillo. De modo que por no
darme la espalda y demostrarme que no me olvidaba optó por una posición torcida, bastante
incómoda, la cual tuvo el mérito de asignarme medio-rostro, medio-pecho, medio-traste, un
brazo y una pierna suya. Con lo que tuve conmigo a un tercio de la concurrencia. Este hecho
suavizó el desdén en los ojos mongólicos y endureció el odio por lo que me anoté
alegremente otro tanto en mi bitácora.
Los concurrentes empezaron a opinar sobre el aderezo del local, a encajar sus
alabanzas en “esto tan magnífico como nunca hemos visto”. Declaración que no aparejó
ningún nuevo epíteto, algo distinto, inédito. Razón por la cual me cansó la cháchara de los
intelectuales. Y no era que le buscase solución a mi lengua silenciosa. Y esta niña que nunca
habla dice ahora que nunca será viuda. ¿Por qué? No te casarás ¿Es eso?
Sabía que mi actitud no me acarrearía recriminaciones posteriores. Al contrario, con
mi tozudez le enmendaba la plana al Relacionador. Porque, ¿para qué había ordenado mesas
que no iban a ocuparse? A lo mejor hasta me agradecía el sacrificio.
Mirando el globo azul, túrgido y brillante, dentro del cual estábamos, y no debiéramos
haber estado, le hallé cierta similitud con el interior puro de este hombre. Gran idea suya la
de esta azul esfera, y simila simílibus…en cambio el mío, negro hueco de loba esteparia. ¿De
modo que vas a ser una mujer sola porque te he dicho que la viudez… No sólo por eso.
Me juzgué y me dije que hasta cuando porfiria contra el instinto de manada, el afán
satélite, el miedo a la originalidad que duermen a las gentes. me tenía ganadas graves
enemistades por este asunto. Y que toda originalidad remata en lo clownesco. Y que yo, que
entonces no era originalidad. Me sentía antipática. Pero me lo soportaba. Terminaban
ignorándome. Igual que ahora, aquí aislada con mi tonto y escuálido gesto de rebeldía, hilo de
ariadna al fin y al cabo hacia el laberinto de nuestra personalidad.
El Relacionador nos había dicho que esperaba mucho de este encuentro. ¿Cómo qué?
Sólo yo pude haber hecho esa pregunta tan odiosa. me gustaba verle azorarse, no enojarse
nunca. Que sacara su larga palabra, la brasa que se le encendía en los ojazos negros. Alguien
me preguntó una vez con sorna si amaba al Relacionador. Pero, amara, ¿qué es eso? Me
agrada esa facilidad que tiene de hacerse transparente y que veamos su interior. No tiene
vísceras. Es todo claridad. Y tiene fe. Eso es algo portentoso. Yo la veo. Y es algo sí como un
macizo haz dirigido, cateador, hacia mis tenebrosidad, pues alguna partícula brillosa debe
quedarme puesto que respiro, y adelgazando portentosamente en su extremo tratas de
contactar con esa mísera escamilla para agrandarla. Miserable despilfarro de luz. Pero
reconozco su esfuerzo. Sé también que me cree incapaz de mentir. ¡Preguntas tuyas! tú sabes
que trato…sí que de tanto relacionar surgiera alguna cosa, un acto, una idea, una chispa que
justificara, que engrandeciera el hecho. ¡Iluso! Sí, yo comprendía más que nada su deseo de
que hasta la mierda en vez de callampas echara violines. Quijotesco Relacionador.
Por eso decidí asistir.-¿Y por qué no un barco?-redundaron algunos-Es lo más propio
viviendo en Valparaí… Buena la mirada del Relacionador. Ella bastó. Dijo a las claras la
razón y el motivo. Cósmico. De cosmos, no de payasada.
Ya sabía de memoria todo el programa a desplegarse. Aún sin conocerlo. Por lo tanto
dije que sólo iba a ir a bostezar. Estaba de por medio el entusiasmo del Relacionador, aún así
la manifestación no difería gran cosa de todas las demás. Peor si era de intelectuales inmersos
en el piélago de su importancia.
Veamos, desde la griega para abajo: algunos intelectos decrépitos, enfardados en sus
ismos, algunos todavía pringosos de criollismos; su buena porción de noveles famélicos,
ansiosos de la palabra consagratoria, varios tímisos indecisos en busca de reafirmación e
impulso para sus pujos literarios sin sangre. No me hacía ilusiones. Algunas viejillas de
versos dulces.
Sentía por la griega abierta antipatía como por todo lo endiosado que castamente
respira y felizmente desconoce su mediocridad. Mi país, por otra parte, es buen crisol para
chicharras, todas copia, restos, resíduos de talentos de allende las fronteras, retazos de lo que
han podido asimilar y donosamente aderezarlo como suyo, rulféandose, carpentereándose,
garcimarqueándose, ¿por qué simplemente no Pérez, González o Muñoces? Necesariamente
hay que derivar de lo germano, lo peruano, lo ruso, lo norteamericano. ¿Paracerse a Onetti,
Faulkner, Arguedas es llegar a la médula de lo chileno? ¿Por qué han de necesitar ropajes y
menos todavía alma prestada las letras nacionales? Desde mi apartado miradero veía muy
bien todas estas cosas. Que siempre te lo llevas apartada y distante. ¿No quieres a tus
hermanos? ¿Cuáles? No sólo por eso. También por no tener nunca un hijo.
Todo esto en las palabras. Ahora los hechos: ¿por qué evadirlos, acomodarlos,
suavizarlos? ¿Y si se empapa el escritor con la parafina de la verdad y luego se arrima el
fósforo? Muchos llegarían a ver. ¿Por qué, aquí, la pluma no usa tinta de hipótesis audaces y
la deducción no echa ectoplasma de denuncia ante la pupila nacional? Aquí en el campo
intelectual no pasa nada. No hay primicias. Ni siquiera las permiten. Case se comieron a
Droguett con el ñato Eloy con zapatos y todo porque hizo bramas a la belleza en la vida de un
bandido. Y que mane tesel fares. Y allí está el ñato sin embargo con su podrida entraña, su
orfandad de cactus, su ignorancia arácnida, con su garrote y con su escapulario, mirándose al
espejo, el mismo de Caín, diciéndose y repitiéndonos, para que ya no lo creamos generado
así, tan espontáneamente, “eres malo, Eloy”.
Un tufillo a carne sabrosita apremió el ambiente pre lunchero, eres malo, no hay duda
para torcer la nariz a mis cavilaciones. busqué a la cocinera, porcinita agradable. Me pareció
conocida. Y la garzona, cordera blanca, asesinaba el aire cuando balaba, ¿falta algún
cubierto? y no era albahaca, sino su mal perfume. Y sigo. El intelectual contribuye a que el
chileno ya no es audaz. Que está fallo a la temeridad, se le atrofió la impronta y tiene graves
caries en el colmillo original. Y eso no es cierto. Ahí están los porfiados, hechos que nadie
espiga, cosecha al reparte como alimento para adormilados. Lástima sería que el humo del
berbiquí ultrajara el azul brillante de esta comba. ya tienes enrojecidos los ojos y la nariz de
maritornes. Se arroja negro humo sobre el alma nacionalvolviendo atrás, al raconto
somnífero, a la renovada trasquila de la historia. Se poda el hecho lucifer que va contra los
tronos. Se parte de premisas al centro de las cuales el profesor U… de Sergio Escobar, sonríe.
De axiomas, de esquemas muy toro-sentados. Esto por una parte.
Alguien llega retrasado. Me mira y me eclipsa enseguida. Se le ilumina la mirada
hacia la “mesa”, Ubica por fin su salvavidas y sonríe. Se agita un brazo. Ya tiene sitio en el
altar mayor. Se inserta así otra tachuela en la caparazón del grupo. Aumentará en un jíbaro la
foto final. ¿Qué no vas a tener hijos? No. Nacerían helados. Como yo. Pero no lo dije. Por
otra parte se nos dice y nos repite que el chileno fue grande, nervudo, corajudo, feroz en el
Chaco, California, El Callao, La Concepción. El Morro, Iquique, el salitre, la pampa. Cierto.
Y que con eso basta. Falso, la grandeza es eva vigorosa y precisa alimento constante. Se me
han terminado los cigarros. Podría mandar a la garzona y hurtarles el emblema gastronómico
a los ojos que la atisban en todas sus evoluciones. De modo que se ha fallado en el intento de
mantenerlo embarcado en el caleuche con la cabeza vuelta hacia la espalda Si esra faja no le
da extensión donde seguir clavando sus estacas epopeyas, él inserta por ahí su estaquita
unigénita- Y un solo hombre se descuartiza en batallón. Lo hemos visto. Aunque después se
ha descalificado el acto. Pero si la intelectualidad está áfona y sorda para estas epopeyas fuera
de madre, solitarias, la prensa escandalosa restaña de la pluma esquiva. Escritor, escritor saca
tus cachitos proféticos al sol.
Las voces se oían delgadas por el hambre. Los rostros transparentes, ya sin expresión.
Las frentes, ¿catedrales del espíritu? ¿Pierde el halo espiritual la de Neruda sin visitación del
alimento? De la frente a la calva un paso. Bella imagen la del mejicano Molinos cuando nos
leyó su verso a Pablo. En suma, no se cumple aquí la ley de Wilde. El arte no es el creador de
la realidad. Con mayor razón si salen a relucir otros argumentos. “Neruda, dijo Molinos,
acaricias la barriga del mundo en tu calvicie”. Por el contrario, es su pala y su tijera.
Cuando el Relacionador se acercó a Dulcinea y ella gesticuló que sí, estoy segura que
todos vieron su alimenticio además. Me sonrió a su vuelta el Relacionador y comprobé el
gesto amargo que ello produjo en la griega. Por eso lo atajé y le pedí un cigarro. Y me dijo
que no tenía. Y me miró fijamente y me dijo ya vamos a almorzar, y ¿cómo estás? Sin
cigarros. Espérate. ¿Se pretende aislarse de los demás con el humo o bien enlazarse? Si la
clase media nos ha entregado intelectuales de este cuño. Colguémosla. ¿Nos une o divide el
humo? Nos univide. Si hay cosas de uso dual venga a nos el santo término. Y yo propongo el
siguiente experimento a intelectuales incrédulos. Se seleccionan al azar cien chilenos. Ya
reunidos, con voz solemne se enuncia, ¡necesito un héroe! Los cien darán un paso al frente.
Si alguno se rezaga y se averigua resultará ser otro intelectual.
Empezó la sonajera de platos y servicios, los primeros saluses. El vino inició vaivén
de miel y violetas en las copas lustradas. Se reimprimieron risas. El Relacionador me envió,
sacados de no sé dónde, cigarrillos y alzó su copa en mi dirección, mi adversaria le hace un
llamado al orden, como sonrío ella suelta el rebencazo de su risa. No suele, mi querida, soy
un ser helado. De chiquita he padecido rigidez. Esa que produce el hielo.
De todos modos me estaban despuntando algunos claros dolorcillos en la región
hepática. Por viejo debía saber mucho acerca de los malos momentos que se me avecinaban,
luego, cuando gritara: ¡eso no, eso ya es demasiado! De todos modos ya había empezado a
sentir hambre. la cocina estaba dispuesta en un rincón del globo. Gran idea del Relacionador,
todo a la vista. Los platos servidos ya enaltaban impúdicamente sus humeantes barriguitas en
dirección a la mesa principal. Estaba siendo supinamente olvidada. Eran diez y yo llegué a la
hora undécima. A la hora que murió mi padre. Impulsé una sonrisita hacia la garzona, pero
no correspondió, sin duda atrapada por el imán de la importancia. Siempre por lo demás se ha
juzgado así, donde están todos está lo bueno. Niñita, ¿por qué viene a la cocina? ¿qué dirá su
madre? Vi, preocupada que se agotaban las reservas culinarias. ¿Por qué no le dejan nada sus
hermanos?. Por ser la última debían quererla. ¿Debían?. La tenue obertura de dientes y
cuchillos iba en franco crescendo. Cogí mi silla y me arrimé de golpe a la cocina con una
ancha sonrisa. Ud. me recuerda a alguien… digo a la única pers… que me decía niñita. ¡Ah,
señorita, le sirvo al tiro! Le hice ver que se dejaba poco. ¿Por qué viene a la cocina, tiene
frío? No. Está helada. No es lo mismo. Pero esto no lo dije.
Empezaron los discursos. Nada nuevo. Comienzo, desarrollo y final de siempre.
Masticaba furiosamente para no participar en la desértica caminata verbal. Aplausos, la señal
para que una marioneta se sentara y se alzara otra. ¿Por qué no quiere a sus hermanos? Me
cansa oírlos. Por ahí un chiste insípido desatando risas remojadas y los salús con rúbricas
sustantivadas y la hermandad, la simpática reunión, el acuerdo tácito, las ideas, las letras
nacionales, lo que Chile sabe… Y al final la griega, alisando la negra áurea de su pelo,
exaltando el labio pétreo, de moai. Ahora empezaría a hablar con su voz que no había
conocido la desgracia, a desenvolver su tela, diez, veinte metros sin falta ni nudosidades,
igual la trama por el revés y el derecho. ¿Usaría lenguaje masculino o femenino? Importantes
variaciones de forma según destinatario. Los hombres rara vez se dirigen a nosotras en su
puro masculino. Nos consideran incapaces de entenderlo. Por nuestra parte adoptamos el
suyo cuando queremos probar que los ciento y tanto gramos de diferencia cerebral inciden en
el talento.
Pedí otro poco de ensalada. Me dispuse a sobrellevar la “brillante improvisación” con
buen ánimo y bastante vino morado- Alguien dijo por ahí “europoide” ¿A quién achacaría
esta liviandad? Por mi parte creo que los intelectualoides chilenoides sufren sin quereloide
del complejoide eurpoide convencidoides, en su fueroide internoide, que los más puroide y
esencialoide literarioide tiene alláoide, y no aquíode, su más cabaloide expresionoide. ¿Por
qué juega sola, niñita? Ellos me apartan. Creerán que en vez de jugar con Ud. Pero vi
ominoso despliegue de carillas frente a los desmayados senos de la griega. ¡No podía creerlo!
Siempre he creído que el papel es báculo de tartamudos y por supuesto urna de cuentos,
cuentas y recuentos. ¿Iba a empanzarnos con esa muerta morcilla pergeñada en su escritorio
días ya? ¿A lucior rebuscados pensamientos, añajeces consultadas no acordes en modo
alguno al momento malo o pésimo pero que ciertamente estábamos viviendo hoy?
Vi apagarse la divina chispa soñada por el Relacionador. Allí todo era oscuridad con
olor a carne asada. El y yo habíamos creído que la frescura de un momento es siempre
propicia a lo distinto- Creo que Sartre con la muchacha de la náusea estipuló convenio de
eterna lozanía verbal. Hubo un autor más drástico: la extirpación completa del lenguaje hasta
su reemplazo por otro menos turbio y complaciente. En todo caso sustentábamos ambos que
del vientre de los espontáneo y natural suele aparecer el rostro bienaventurado de lo nuevo, el
índice de la epigénesis que señala al mundo la puerta de escape de su girar corrupto.
Fue entonces cuando dije, -¡Eso no!-y mi voz se perdió en el suelo de la cocina por
causa de mi silleta baja. Me paré y mi voz salió estentórea esta vez,-¡eso ya es demasiado!
¿Qué es lo más amable y detestable? Escuchen la respuesta de esta niña: lo más detestable es
el deber. Yo no amo nada. Vi primero entre el tumulto que puso en turgencia mi protesta el
rostro incandescente del Relacionador, mezcla magnífica de estupor, sorpresa, expectación.
Le oí claro. No lo imaginé. Lo que nosotras encontramos detestable es tener por compañera a
esa fría persona. dí no más. Sigue, ¿Qué más? Pero qué más iba a decir? Persona había allí
que no hubiera comprendido que yo pedía a la insigne poetisa que hablara y no leyera. Que
no repasara ante nosotros los más comentados párrafos de sus malas poesías o aquellos que a
narcisa más gustaban. Que sacara audacia, eso se subentender. Que de viva voz creara, cara a
cara, y sin tutores, si tan fértil era como se decía, algunas frases frescas que acaso pudieran
alguna vez resucitar este momento. Mintió, Ama a los insectos. Los desclava. les habla.
Distinguir después el airado rostro del marido griego. Descompuesta su entelada
calma sabihonda. El escándalo en la poetisa joven, bienamada, que apoyada la cabeza en las
grandes mamas esperaba estar mañana con ellas en el paraíso literario. Todos los honorables
escritores indignados. Los poetas jóvenes sacándose a grandes parpadeos la telaraña de los
ojos bovinos, absortos. ¿Si yo gritara, alguien me oiría entre los batallones arcangélicos? dijo
Rilke. Yo podía intentarlo a lo Prat: ¡a mí, muchachos! Pero nada dije porque no soy Prat y le
tengo miedo al mar. Pasa así con lo que se admira.
-¡Continúa. ¿Qué has dicho? ¡Termina lo que iniciaste!
Algo semejante le dijo el esposo a María Curie y ella replicó ante el crisolvacío
después de tanto esfuerzo: ¿y si nuestro radium fuera cuestión de cantidad, Pierre?
-Pero en lit… es calidad.-tartamudeé.
-¡Esto es inaudito! ¡Psicópata!
Alguien vino a agitarme un brazo como si sacara agua de un pozo. Exactamente.
-¡Explíquese!- completó.
Iba a decirle: la epigénesis fue en realidad el punto de apoyo que pidió Arqu
imides para levantar al mundo, pero ya el aguatero estaba haciendo lo mismo con el
brazo del Relacionador. ¿De qué te ríes sola y callada, niña? Me alegro que se les estropee
todo. Pero esto no lo dije.
-¿Qué hace aquí? ¿Es escritora o no?
Por entre los listones humanos que se pie iniciaban sus propias discusiones, atisbé a la
griega descompuesta. Ella es la culpable- Yo no. ¡Afuera, te digo que salgas, niña psicópata!
El aburrido pelo, con trabajo involuntario, cooperaba a la barroca palidez del rostro. Bien
pudo la ira ser el suministro del blancor romántico.
-Ella no desea escribir.
Entonces de tisis no morían. Era de úlceras. O el hígado. El mío dio nueva señal de
mal humor. El gungadín, apoyado en su causa por un hombrecillo de ojos pequeños que me
dijo ¿es capaz de ver a quién ofende?, estaba configurando obsceno movimiento de manos
frente al Relacionador. Sin intención. Pero resultaba lo mismo. ¿Y qué sería el capaz de ver
con los suyos. A un elefante, nunca.
-¿Y qué diablos hace en la institución? ¿Aquí quién la invitó?
la griega había superado su instante de naufragio y se aferraba al brazo del marido
como a un remo carcomido. Este, de pie, agitó los brazos. ¡Calma, calma! Los simios lo
cogieron al vuelo. Fue menos amargo imaginarse estalagmitas.
-Ella sustenta…
Avancé hacia el trío acuario, gungadicto, Relacionador. Tenía poco tiempo. Salomé
haría bailar mi cabeza en sus abominables cuartillas de nieve.
-Sustento el rechazo del aficionado, del profesional y del atardecer que se alimenta de
su potra literaria que bien pudieron enaltar causas muy aje…
-¡Con que eso quería, hablar ela! Lucirse.
-Nadie le ha pedido conferencias.
-Sustento el repudio de las libélulas de salón, los doctores de círculo, los gibraltar de
convento…
-¡Que se calle! ¡Que se vaya esa psicópata!
-Sustento, señores, que quien escriba lo haga en una lonja de su propio pellejo. O bien
que lo exponga y nada diga. El pellejo no miente.
-Quiere decir que no se juegue con palabras. Que solo se diga la verdad.- tradujo el
Relacionador-
-Pero hay algunos que hablarían menos que el de un conejo.
-¡La suya!
¿Mi piel? Ella cultivaba ese dolor del que no fui consciente y que por lo mismo era el
más insoportable de todos los que han visitado. Me refiero al hecho de habernos abandonado
sin mamar días enteros.
-¡Guerra a los falsos espíritos que hacen cloaca de la divinidad del intelecto!-grité
apañando no obstante su buena copa.
Un joven rubio, redondo, sonrosado, alzó un botellón.-Se nos dice que abajo las
armas. ¡Salud, cófrades!
Alcé mi copa con mi peor rosa. -¡Beba! pero para soportar, no para escribir. No le
pida a la viña casablanca lo que el intelecto no le presta. Y hablemos de otra cosa.-Al final ya
no lloraba porque no me quedaba voz. ¿Ud. no llora nunca niñita? Debió llorar mucho
cuando guagua. Y me quedaba quietecita creciendo en el desamparo. Hasta que una
bondadosa rigidez me asistía entre mis frías deyecciones.
-¿Del amor a los cincuenta?- Respondió el rubio.
¿Y a usted le amó más su madre que al hijo convulso de su viudez desnuda? ¿Sus
hermanos, más que a sus alocados correteos? Ellos eran diez. Yo la undécima. La de hora
nona. Yo no conocí palabras de amor en mis oídos. El amor se enseña.
-pero, ¿qué quieres al fin? ¡Termina de una vez! Era el Relacionador.-Acaba lo que
iniciaste.
Que se produjera la epigénesis quería decir, pero dije: -¿Por qué, maldición, les
dispusiste dentro de esta muelle esfera de nailon y varillas? Es al frío, la intemperie, la áspera
rugosidad de este planeta y no en esta tibieza azul donde…
-Es contra el globo la cosa.
-¿Y por qué no lo dijiste antes? ¿Por qué no hablaste antes?
Tres rechonchos sibaritas se acercaban inquisitoriales a la hereje. Uno de ellos se
palpaba el tórax buscando el argumento de los cigarrillos o la ejecutoria de los fósforos.
¡Juana de Arco! Me encomendé a Rilke, Poe, Kafka, Verlaine, Vallejos. Antes, cuando
fueron por turno deshilvanando sus aburridas peroratas, yo había visto a la cucarachita
recorriendo el prístino globo azul sobre nuestras cabezas. Ligera, brillante, alargada, aceituna
con patas, paseándose orondamente por la concavidad pulida. Fue al alzar los ojos que la vi
nuevamente. Claramente la observé alargar un aguijón de no sé dónde, porque estas
hediondas no lo tienen. ¿No te han cambiado los pañales, cucarachita? ¿Te han dejado las
sobras, cucarachita? Del sitio mismo de la trompa basurera lo sacó y rasgó la turgente lisura
azul del techo. Escisión certera. Hubo siseo que bien percibí en medio del momentáneo
silencio que produjo mi gesto abiertamente místico, luego un ¡plop! y el globo reventó y todo
se vino abajo. ¡Todo!
Y descendió el arcángel de la quebrazón, la confusión, el ruido. Y ¿Qué sucede? ¿Qué
es ésto? ¿Qué diablos? Por sobre todo dominando los gritos de la griega: -¡Es ella! Estoy
segura. Fue ella… ¡Es un complot!
Desde la salida bociné al Relacionador.-¡Fue la cucaracha!- Y salí. Me acompañó su
voz limpia y sonora entre los bramidos de que ¡tiene que hacerla pagar caro por esto!
-¿Por qué voy a hacerla pagar nada?- Y luego asegurar lo que no vio. Lo que no pudo
ver, ¡Cómo le arderían los carbones en los ojos!
-No hubo complot, créame. Fue la cucaracha. Ese bicho. ¡Yo lo vi!
El mar, gran maestral de la epigénesis acogió mis pensamientos encrespadados. El
mar donde todo lo porteño abreva sin necesidad de libros. Pero dejemos esto y vamos
derecho a la verdad. Toda la suciedad afuera, aunque la mentira sea más higiénica. Hay que
hacerlo a ejemplo de este mar que junot con esas semilechosas vagarosidades empieza a
desprenderse de sus residuos concienciales, para respirar por el necesario instante de limpieza
y claridad.
Fue Borges, en el jardín de los senderos que se bifurcan, quien se metió en este asunto
de las predestinaciones. Yo no creo en ellas. Creo en la voluntad. Pero con ella llegamos a lo
mismo.
Modificaremos el cuento borgeano. No se trata en mi caso de una sola persona frente
a múltiples senderos que elige fatalmente el suyo. Este es un solo camino que sale al
encuentro de dos personas: la griega y yo. Ella es la elegida y yo quedo a la deriva. ¿Qué yo
sufrí más? Yo fui un barco carcomido, desde el arbolillo.
Con el tiempo ella se sienta en la mesa de la fama. Así pasa a ser consecuente mi
actitud de esta mañana. Mis corrosivos soliloquios. Mis emponzoñadas réplicas.
Pero no todo se zanja con términos tan simples como triunfo y derrota.
El hecho es que si el sendero me hubiera elegido a mí, yo sería, hoy ¡la griega! En su
exacta forma, conducta, hechos y apariencia. nada habría cambiado. Ni el pelo ahogado en
tinta negra y el rostro de espectro desdeñoso. Con mi delfina al costado que siguiera mis
pasos y calzara mi herradura y mi corte de aleluyas e intelectos incipientes o agotados para
afirmarme el pie, ya tiritón, en la cuerda del circo. Exactamente habría asestado con todo el
mazo de mis negras luces graves golpes reductores a la actitud cordial escapada del fondo
limpio de algún Relacionador. Y no habría tolerado deserciones de escritoras falentes que
oficiaran de franco tiradoras contra la vulnerabilidad del arte desde una mesilla aislada o su
ceniciento refugio infantil, símbolo de su infecunda independencia. ¿Qué yo habría sufrido
más? Eso no lo sé. El dolor es enorme latifundio. También yo habría lentamente mis
cuartillas frente a mis senos flácidos y… lo demás ya está dicho.
Era yo misma quien estaba entonces en la mesa principal. A mí misma me odiaba
desde el rincón de la cocina, de verme así, como estoy segura de haber sido, atrapada por la
mano hedionda de la hedionda importancia.
¿Y la cucarachita? A ella le corresponde en este caso el papel de la epigénesis.