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La Maldicion de Cam

El episodio de Noé y Cam en Génesis 9,18-27 ha sido interpretado de diversas maneras, incluyendo lecturas racistas que justifican la inferioridad de ciertas razas. Sin embargo, el texto enfatiza la importancia del respeto en las relaciones familiares y condena el pecado de Cam como una falta de respeto hacia su padre, lo que resulta en la maldición de su hijo Canaán. A pesar de la discordia y la esclavitud que surgen de este pecado, el relato también ofrece esperanza a través de la bendición de Sem y Jafet, simbolizando la posibilidad de restaurar la armonía entre los hombres con la ayuda de Dios.
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La Maldicion de Cam

El episodio de Noé y Cam en Génesis 9,18-27 ha sido interpretado de diversas maneras, incluyendo lecturas racistas que justifican la inferioridad de ciertas razas. Sin embargo, el texto enfatiza la importancia del respeto en las relaciones familiares y condena el pecado de Cam como una falta de respeto hacia su padre, lo que resulta en la maldición de su hijo Canaán. A pesar de la discordia y la esclavitud que surgen de este pecado, el relato también ofrece esperanza a través de la bendición de Sem y Jafet, simbolizando la posibilidad de restaurar la armonía entre los hombres con la ayuda de Dios.
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“VIO CAM, PADRE DE CANAÁN, LA

DESNUDEZ DE SU PADRE”
(Génesis 9,18-27)
Este curioso episodio que contempla a Noé
dedicado a las tareas agrícolas, conquistado y
vencido por la fascinación tentadora del vino, no
sólo ha pasado a ser tema popular para el arte de
todos los siglos (baste recordar los frescos de
Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina o
el bajorrelieve de Jacopo della Quercia en la
basílica de San Petronio de Bolonia), sino que
constituye también una de las páginas más
discutidas de la historia de la cultura humana. Se ha
recurrido a ella para sostener no sólo la
diversidad de las razas (lo que podría ser
legítimo), sino también la inferioridad de unas
razas respecto de otras, y en concreto la
inferioridad de la raza africana. Pero, más allá y
por encima de las lecturas liberalistas de la
narración, debemos interrogar al texto para
descubrir su verdadero sentido y despojarlo de todo
cuanto hasta hoy día ha sedimentado sobre sus
palabras.
EL PAPEL DEL VINO EN LA HUMANIDAD
Comencemos por los antecedentes. Lo que la
narración bíblica intenta es describir los orígenes
de la viticultura y esta constatación puede
proporcionar ya una base para la reflexión sobre la
virtud de la templanza. Es este uno de los temas
más frecuentes dentro de la tradición moral tanto
laica como religiosa. Resulta más necesaria que
nunca en nuestros días, con la desaparición de
muchas inhibiciones y la irrupción de
comportamientos vulgares. El despilfarro, los
abusos, el frenesí de la sociedad del bienestar
inficionan incluso conciencias antes más vigilantes.
Es cierto que todas las realidades terrenas son
buenas y, como se declara en el Salmo 104, «el vino
hace alegre el corazón humano» (15). Pero está
siempre al acecho el riesgo de los excesos y he aquí
la lenta degeneración vivamente descrita en los
Proverbios: «¿A quién los ayes? ¿A quién los
lamentos? ¿A quién las disputas? ¿A quién los
gemidos? ¿A quién los golpes sin motivo? ¿A
quién los ojos nublados? A los que se entretienen
con el vino y van en busca de licores. No mires el
vino: ¡Cómo colorea! ¡Cómo chispea en la copa!
¡Con qué suavidad se desliza! Termina por morder
como un áspid y pica como una víbora. Tus ojos
verán cosas extrañas, tu corazón mascullará
insensateces; estarás como acostado en el mar,
como quien duerme en la traviesa de un mástil.
Me han pegado y no me ha dolido. Me han
golpeado, y no me he dado cuenta. ¿Cuándo
despertaré? ¡Volveré a buscar más!» (23,29-35).
EL PECADO DE CAM
Pero volvamos ya a la historia de Noé y de sus
hijos. Cam fue condenado porque «vio la desnudez
de su padre» mientras era víctima de los efluvios
del alcohol. Ahora bien, «descubrir la desnudez» es
a menudo, en el lenguaje de la Biblia, una expresión
simbólica para indicar el acto sexual (Lev
18,8.14.16): en tal caso, se estaría aludiendo a un
incesto de Cam con alguna de las mujeres del harén
de su padre. Pero el hecho de que a continuación se
diga que los hermanos Sem y Jafet «cubrieron la
desnudez de su padre» hace pensar más
genéricamente en una falta de respeto de Cam
frente al jefe de la familia. Y asoma así otro tema
de reflexión. El Génesis nos había mostrado hasta
ahora la degradación - provocada por el pecado - de
las relaciones entre el hombre y la mujer (cap. 3),
entre hermanos (cap. 4) y entre el hombre y Dios
(caps. 3 y 6). Ahora resulta afectada otra relación
fundamental, la que se da entre padres e hijos. Se
trata de una relación cardinal dentro de la estructura
social, hasta el punto de que se halla protegida por
un mandamiento solemne acompañado de una
bendición: «Honra a tu padre y a tu madre, para
que se prolonguen tus días sobre la tierra que
Yahveh, tu Dios, te va a dar» (Éx 20, 12).
Se perfila, así, un compromiso de amor respecto de
las generaciones que nos han precedido. El Qohélet
(Ecl 12, 1-7) describe, en unas líneas de enorme
fuerza y poesía, el drama de la vejez: se compara el
cuerpo del anciano a un palacio quejumbroso, que
se agrieta y se deforma; a la vejez se la contempla
como la oscura estación invernal; invade ya la
escena el sentimiento de la muerte. Frente a esta
difícil etapa de la vida, debe florecer en nosotros el
sentido de la comprensión y del amor para todos los
que la están cruzando. Ha aumentado, sin duda, en
nuestros días, la atención prestada a la tercera edad.
pero necesitamos oír las palabras del Sirácida, que
constituyen el mejor comentario espiritual de la
escena de Noé y de Cam: «Mira, hijo, por tu padre
en su ancianidad y no le des pesares en su vida.
Aunque pierda el juicio, sé indulgente, y no lo
afrentes, tú que estás en pleno vigor. Porque la
misericordia con el padre no se echará en olvido y
en vez de pecados te será como casas nuevas. En
el día de tu tribulación se te recordará; como hace
el buen tiempo con la escarcha, así se derretirán
tus pecados. Como blasfemo es quien abandona al
padre; y maldito es del Señor quien irrita a su
madre» (Eclo 3, 12-16).
El fuerte final de este sabio bíblico nos recuerda
que en el padre y la madre tenemos una señal del
amor de Dios y que, por consiguiente, el pecado
cometido contra ellos hiere al Señor mismo, en
tanto que los actos de comprensión hacia ellos
reverberan sobre nosotros. Bajo esta luz se
desarrolla el tema siguiente de nuestro relato, a
saber, el de la maldición y la bendición (v. 25-27).
No se trata, por supuesto, de un episodio racista,
como se comprueba de inmediato por un detalle de
la maldición pronunciada por Noé cuando despierta
de su embriaguez: ¡Ha pecado Cam y se maldice a
su hijo Canaán! Ahora bien, sabemos que los
cananeos no sólo eran la población indígena de la
Tierra prometida y, por consiguiente, los
adversarios históricos de Israel, sino que
representaban también una tentación constante para
el pueblo de Dios en virtud de su idolatría, de
connotaciones sexuales, que fascinaba a los
israelitas, pueblo pastoril y agrícola.
La condena se dirige, pues, idealmente contra la
idolatría de los cultos de la fertilidad, que reducía a
Dios al rango de una energía de la naturaleza. El
texto tiene un valor religioso, no racial. Condena
un pecado, no una nación o una etnia. Más aún,
en las páginas siguientes (del cap. 10) se delinea un
gran mapa de los pueblos en el que se citan con
honor a los hijos de Cam entre las 72
nacionalidades que constituían el fresco racial del
mundo entonces conocido. El cristiano sabe,
además, que «ya no hay judío ni griego... , porque
todos somos uno en Cristo Jesús» (Gál 3,28). Su
compromiso, pues, para combatir todo tipo de
racismo, implícito o explícito, ideológico y
práctico, debe ser total y sin reservas. Incluso
Voltaire, en su Tratado de la tolerancia, esbozaba
una plegaria que ahora podría servir de ayuda a
nuestra reflexión.
«Me dirijo a ti, Señor, Dios de todos los seres y
de todos los mundos y de todos los tiempos. No
nos has dado un corazón para que nos odiemos
ni manos para que nos degollemos. ¡Haz que las
mínimas diferencias entre los vestidos que
cubren nuestros débiles cuerpos, entre nuestras
lenguas insuficientes, entre todas nuestras
ridículas costumbres, entre todas nuestras
imperfectas leyes, entre todas nuestras
insensatas opiniones, que todos los matices que
distinguen a los átomos llamados hombres, no
sean señal de odio y de persecución! Haz que
cuantos encienden velas en pleno día para
celebrarte toleren a quienes se contentan con la
luz de tu Sol, que los que cubren con vestidos de
blancas telas para decir que es preciso amarte
no detesten a quienes dicen la misma cosa
vestidos con mantos de lana negra. Haz que sea
igual adorarte en una jerga derivada de una
lengua antigua o en una jerga más reciente. Que
todos los hombres puedan recordar que son
hermanos y puedan emplear el instante de
nuestra existencia para bendecir en varias
lenguas, desde Siam hasta California, tu
bondad, que nos ha concedido este instante.»
LA EXCLAVITUD
El texto de la maldición pronunciada por Noé
encierra otro elemento que merece también nuestra
atención: Canaán será «esclavo de esclavos para
sus hermanos» (v. 25). A la fractura de la relación
padre - hijo se añade la esclavitud entre hermanos,
el summum de la ignominia en la legislación judía
(Éx 21,1-11; Lev 25,35-46; Dt 15,12-18). El
desquiciamiento de las relaciones interpersonales y
sociales va en contra del proyecto de Dios, que
contemplaba una humanidad en pacífica
continuidad y en transmisión armónica de valores,
sea a lo largo de la trayectoria vertical de las
generaciones o en el nivel horizontal entre
hermanos y familiares. El hombre pecador
produce, en cambio, sin descanso relaciones de
conflictividad que rompen el diálogo y la armonía
de la familia, de la tribu y de la sociedad. Nace así
la discordia entre padres e hijos, la opresión del
hermano sobre el hermano, la tensión permanente
entre los varios miembros de la familia, el
antagonismo social.
Pero esta página se cierra con una bendición, es
decir, con esperanza. En Sem y Jafet se tipifica el
pueblo - compuesto de varias razas y culturas - de
los fieles y de los justos que quieren conservar la
armonía entre los hombres y que serán más tarde
representados por Abraham. Es interesante
observar que se bendice a Dios, porque es la fuente
de la paz y del amor. Existe, por desgracia, el drama
de la esclavitud, es decir, de la fraternidad hollada;
existe, por desgracia, la tragedia de la violencia en
el interior de la familia, donde el hijo se rebela
contra el padre. Pero siempre está abierta ante el
hombre la posibilidad de volver a tejer el tapiz de
la armonía familiar y social. Una vez más, está en
manos del hombre, con la ayuda de Dios, el destino
de la historia. Y en la oscuridad de nuestro camino,
cuando no sabemos dónde nos hallamos o cuando
surge en nosotros la marea ascendente del odio o de
la soberbia, dirigimos nuestras súplicas al Dios de
la bendición para que nos ilumine y nos guíe.
Recemos tal vez con invocación de la noche
espiritual que Dietrich Bonhoeffer compuso para
sus compañeros de prisión en el campo de
concentración nazi de Flossenburg: «Hay
oscuridad en mí y en ti en cambio hay luz; estoy
solo, pero tú no me abandonas. No tengo valor,
pero tú eres mi ayuda; estoy inquieto, pero en ti
está la paz. Hay amargura en mí, en ti paciencia.
No comprendo tus caminos, pero tú sabes cuál
es mi senda.»

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