Había tanto tiempo perdido en vos, eras de tal manera el molde de lo que
hubieras podido ser bajo otras estrellas, que tomarte en los brazos y
hacerte el amor se volvían una tarea demasiado tierna, demasiado lindante
con la obra pía, y ahí me engañaba yo, me dejaba caer en el imbécil orgullo
del intelectual que se cree equipado para entender (¿llorando a moco y
baba?), pero es sencillamente para entender, si dan ganas de reírse, Maga.
Oí, esto sólo para vos, para que no se lo cuentes a nadie. Maga, el molde
hueco era yo, vos temblabas, pura y libre como una llama, como un río de
mercurio, como el primer canto de un pájaro cuando rompe el alba, y es
dulce decírtelo con las palabras que te fascinaban porque no creías que
existieran fuera de los poemas, y que tuviéramos derecho a emplearlas.
Cap. 34 (Fragmento)
Rayuela
Julio Cortázar
“¿Qué me deprime? Ver a la gente estúpida feliz” (Slavoj Žižek).
La música no habla de las cosas; habla del bienestar y de la aflicción en un
estado puro (las únicas realidades para la voluntad) y por eso se dirige al
corazón, pues no tiene mucho que decirle directamente a la cabeza.
-Schopenhauer
"La soledad es un momento amable si hay alguien en la periferia, la única
soledad insoportable es la de no “contar” para nadie. Para mí, el solitario no
es Robinson Crusoe sino alguien en medio de la multitud a quien nadie
conoce".
Ricardo Piglia
"El amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser
una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar
para las dos partes afectadas".
"La balada del café triste", Carson McCullers
Franz Kafka, uno de los autores más influyentes del siglo XX, pidió una cosa
antes de morir:
Que todos su escritos fueran quemados.
Que haya pasado a la historia se debe a que Max Brod, su amigo y editor,
traicionó su última voluntad y se encargó de publicar las obras de Kafka.
Pese a todo, se cree que Kafka quemó durante su vida el 90% de tu trabajo
a causa de su terrible autoexigencia (Stach, 2021). Entre las obras que se
salvaron de la quema se encuentra su diario.
Su diario es, quizá, más estremecedor que sus novelas, lo que es mucho
decir.
Entre todos los artistas que han llevado un diario, quizá el suyo es el que
mejor refleja la lucha que cada artista mantiene con su proceso creativo. En
sus entradas hace confesiones con las que la mayoría de artistas nos
podemos identificar: la terrible autoexigencia, inseguridades sobre el valor
de la obra, la falta de inspiración, cómo los altibajos de la vida personal
afectan a la creación artística…
Para Kafka, escribir no era una afición; era un acto de supervivencia.
Era un escritor prolífico que solo encontraba sentido a su vida a través de la
escritura. Dedicaba la mayor parte de su tiempo libre a escribir y
permanecía frente al papel hasta altas horas de la madrugada. Era una
forma de evadir la realidad.
“Se ha vuelto muy necesario volver a llevar un diario. La incertidumbre
sobre mis pensamientos, mi esposa Felice, la ruina en la oficina, la
imposibilidad física de escribir y la necesidad interior de hacerlo.”
La escritura de su diario era el único refugio en el que estar a salvo de su
asfixiante vida. Fuera de la escritura, mantenía una difícil relación con su
padre a causa de su actitud autoritaria, perdió a sus 3 hermanas en campos
de concentración nazis y tuvo varias relaciones amorosas, pero nunca llegó
a casarse. Como colmo, su salud siempre fue frágil y desgraciadamente
murió de tuberculosis con solo 40 años (Brod, 1960).
Vivir un día más era un acto de valentía y su diario le apoyó en los peores
momentos.
"No volveré a abandonar el diario. Debo aferrarme aquí, este es el único
lugar en el que puedo estar.”
“Una ventaja de escribir un diario es que uno se da cuenta con una claridad
tranquilizadora de los cambios que sufre constantemente. […] En el diario
está la prueba de que en situaciones que hoy parecerían insoportables, uno
vivió, miró a su alrededor y anotó observaciones.”
Durante gran parte de su vida, trabajó para una compañía de seguros, un
trabajo que lo absorbía física y mentalmente, drenando todas sus energías
y tiempo. Jamás dispuso del tiempo que le hubiese gustado tener para
escribir, sin embargo, cuando sí tenía tiempo, a veces procrastinaba y
terminaba el día con un amargo arrepentimiento.
“Hoy no he respetado mi nuevo horario de estar en mi escritorio de 8 a 11
de la noche, que por ahora incluso considero que esto no es un desastre tan
grande, aunque sólo he escrito apresuradamente estas pocas líneas para
irme a la cama.
“Este mes, que por la ausencia del jefe podría haber sido aprovechado
excepcionalmente bien, lo he desperdiciado y dormido sin excusas…
Incluso esta tarde me he tendido en la cama durante tres horas con
ensoñación.”
Era terriblemente autocrítico.
“Mañana, hoy, comenzaré una obra extensa que, sin forzarme, se irá
formando según mis posibilidades. No la abandonaré mientras pueda
aguantar. Prefiero estar sin dormir que seguir viviendo de esta manera.”
“Cuánto tiempo me quita la publicación del librito y cuánto orgullo dañino y
ridículo me produce leer cosas viejas con intención de publicarlas.”
“¿Cómo puedo disculparme por no haber escrito nada todavía hoy?”
Kafka vivía entre el deseo de crear algo grande y el miedo de no estar a la
altura, esto le causaba una ansiedad que expresaba con desgarradora
sinceridad en su diario.
Creo que no soy la única persona que se siente identificada con esas
palabras…
Las críticas más duras que jamás oirás, a menudo las pronunciará tu voz
interna.
Kafka siempre sufrió inseguridades sobre su valía, y no solo en el ámbito
literario.
Aunque sus amigos lo describían como una persona cálida, Kafka se
avergonzaba y, en su interior, creía que los demás lo despreciaban.
Paradójicamente, muchos creían que tenía buen sentido del humor e
incluso era atractivo (Janouch, 1971).
Su miedos se filtraban en su creación artística. Él admiraba profundamente
a Goethe, sentía que si no fuese por la influencia que ejercía sobre él, su
obra no valdría nada.
“Así transcurre mi domingo lluvioso y tranquilo, me siento en mi dormitorio
y estoy en paz, pero en lugar de decidirme a escribir algo en lo que podría
haber volcado todo mi ser anteayer, me quedo un buen rato mirándome los
dedos. Esta semana creo que me he dejado influenciar por completo por
Goethe, que he agotado realmente la fuerza de esta influencia y que, por
tanto, me he vuelto inútil.".