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El documento aborda la experiencia jurídica, destacando su carácter social y la necesidad de normas para regular la convivencia humana. Se discuten diversas definiciones del derecho, incluyendo las ostensivas, nominales y explicativas, así como la importancia de entender el derecho como un fenómeno multidimensional que incluye aspectos sociales, normativos y axiológicos. Además, se critican las teorías reduccionistas que limitan la comprensión del derecho a una sola de sus dimensiones, enfatizando la necesidad de una visión integral que contemple su evolución histórica.

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El documento aborda la experiencia jurídica, destacando su carácter social y la necesidad de normas para regular la convivencia humana. Se discuten diversas definiciones del derecho, incluyendo las ostensivas, nominales y explicativas, así como la importancia de entender el derecho como un fenómeno multidimensional que incluye aspectos sociales, normativos y axiológicos. Además, se critican las teorías reduccionistas que limitan la comprensión del derecho a una sola de sus dimensiones, enfatizando la necesidad de una visión integral que contemple su evolución histórica.

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TEMA 1: PRESUPUESTOS DE LA EXPERIENCIA JURIDICA

La primera percepción que el ser humano tiene de lo jurídico es su carácter social. El derecho es algo
inescindible de la vida humana, hasta el punto de que, donde no existe sociedad, formada por seres
humanos, no existe derecho. El derecho surge de la actividad del hombre, que se expresa a través de
diversas formas normativas que van a regular la convivencia social, y por ello se encuentra de forma
constante en el curso de la vida social del hombre, hasta el punto de que marca algunos de los
acontecimientos más importantes de su vida.

La constante presencia del derecho en la vida social no siempre es percibida por los distintos miembros de
dicha sociedad. En el curso de la vida cotidiana, las personas realizan una serie de comportamientos jurídicos
sin advertir esa condición por la propia habitualidad con que son realizados dichos actos. La mayoría de las
veces se hace necesario que se produzca alguna alteración en esas regularidades para que se haga patente la
condición jurídica de esas acciones. (Ej: Tomar café tiene la misma trascendencia jurídica que comprar una
vivienda.). Lo que ocurre es que la dimensión jurídica de algunas acciones son más aparentes que otras, y
normalmente la condición jurídica la asociamos a las reglas representativas de: Funcionarios, profesionales o
instituciones.

Se puede convenir que ese sentimiento de lo justo o injusto se encuentra presente en todo ser humano, con
independencia de su condición o no de jurista. Existen quienes entienden que ese sentimiento es innato al
ser humano, hay quien piensa que es fruto de la educación o que viene modulado por otras circunstancias.
Hay también quien lo infravalora y hay quien piensa que ese sentimiento de lo jurídico constituye el germen
que subyace y va a fundamentar las reglas de convivencia.

El hombre que se relaciona en sociedad ha de ser consciente de que toda sociedad, con independencia de su
amplitud o grado de evolución, precisa regular las relaciones entre sus miembros mediante una serie de
reglas que posibiliten la convivencia, las cuales han de aludir forzosamente a tres circunstancias:

1. A las conductas dirigidas a crear, aplicar o cumplir esas reglas necesarias de convivencia.
2. Al resultado de esa actividad formalizado en un conjunto de normas o reglas sociales de
comportamiento.
3. Al conjunto de valores para la convivencia que inspiran, o a cuyo logro se orienta, esas conductas y
normas.

Crear
Conductas Aplicar
Cumplir
Derecho Reglas Normas

Valores

TEMA 2: LAS DEFINICIONES DEL DERECHO


Pocas cuestiones, en el ámbito de los estudios jurídicos, han suscitado tanto debate como la cuestión acerca
de qué es el Derecho. La doctrina ha entendido necesario averiguar el concepto del Derecho, no
contentándose con resolver la cuestión acerca de qué es lo jurídico.

El jurista puede decirnos que es derecho en un momento concreto, es decir, qué es lo que las leyes
prescriben (O han prescrito) en un momento y lugar determinado, pero para saber si lo que las leyes
disponen es justo y cuál es el criterio para diferenciar lo justo de lo injusto, el jurista debe abstraerse de lo

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jurídico y preguntarse por el concepto del Derecho, porque, a través de él, encontrara el fundamento para
sentar las bases de una legislación lo más justa posible.

Es evidente que la palabra derecho no posee un sentido único, dejando a un lado su significación
extrajurídica que evoca la idea de rectitud en el ámbito de lo jurídico, el término de derecho asume una
pluralidad de acepciones que, sin duda, responden a la multiplicidad de enfoques desde los que se puede
contemplar. La perspectiva con la que se aborda una cuestión desempeña pues un papel determinante en la
propia actividad definitoria, por lo que carecen de fundamento la gran mayoría de las discusiones entre
juristas empeñados en imponer, en términos absolutos, su visión de una misma realidad, como puede ser el
derecho.

Tipos de definición que, a lo largo de la historia jurídica, se han utilizado para ofrecer un concepto de
derecho:

 Definiciones ostensivas: Son aquellas que se hacen por denotación o extensión, en base a ejemplos
de objetos o casos de lo que se puede predicar que son, o que tienen que ver con el Derecho. Es
decir, ante la cuestión sobre qué es el Derecho, definiciones ostensivas serian aquellas que
respondieran con “El Derecho es el código civil” o “El Derecho son los Tribunales de Justicia”.

Todo tipo de definición tiene sus pros y sus contras. A favor de las definiciones ostensivas figura la
fuerza de su evidencia al operar sobre realidades tangibles y no sobre meras
explicaciones/especulaciones teóricas, pero tiene como contra, riesgo o limitación, que no cumplen
las pretensiones de generalidad que deben presidir todo método definitorio y que, al ceñirse a lo
particular olvida lo general e importante.

 Definiciones nominales: Son aquellas que se realizan en atención a los usos lingüísticos del término
que se pretende definir. Dan lugar a dos modalidades, las denominadas estipulativas y lexicales.

o Estipulativas: Son convenciones o acuerdos de voluntades en torno a los usos lingüísticos


que se van a utilizar en un futuro para efectuar la definición.
o Lexicales: Efectúan la definición tratando de dar cuenta a todos los usos ligústicos del
término que se pretende definir.

Quien defiende una definición especulativa entiende que, para evitar controversias sobre los
distintos usos del término de Derecho, habrá que llegar a un acuerdo convencional sobre el
significado que en cada caso concreto se quiere dar a la palabra Derecho. Por el contrario, quien
defiende una definición lexical intenta reunir de forma comprensiva en la definición todo aquello
que ha sido denominado derecho a lo largo de la historia.

Las estipulativas han sido muy útiles en determinados ámbitos científicos, pero al prescindir de los
usos más habituales del término a definir corren el riesgo de convertirse en arbitrarias.

Por su parte, las lexicales, a pesar de encontrarse avaladas por toda la experiencia de la práctica
lingüística su uso se hace inviable cuando pretende aludir a expresiones como derecho, que ha sido
utilizada en múltiples contextos lingüísticos alejados en el espacio y el tiempo.

 Definiciones explicativas: Son utilizadas cuando lo que se trata de definir son conceptos que se
encuentran en los puntos clave de una cultura sobre la que se condensan los planteamientos y
orientación fundamentales que constituyen la misma.

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La definición explicativa supone un tipo de definición intermediaria entre la nominal lexical y la
nominal estipulativa, como la lexical pretende corresponder a los usos lingüísticos pero, a diferencia
de esta, no se esfuerza por recoger toda la variedad de usos, sino que se centra en aquellas que se
estiman primordiales para condensarlas y reelaborarlas para llegar a un instrumento semántico,
preciso y eficiente, capaz de ofrecer en la situación en la que será empleado grandes dosis de
claridad y precisión.

Las definiciones explicativas, a diferencia de las especulativas, no son arbitrarias por basarse en usos
empíricos del leguaje y, a diferencia de las lexicales, no pretenden abordar todos los usos lingüísticos
del término que se pretende definir, sino que sólo de aquellos que, a lo largo de la historia jurídica,
se han considerado mas importantes y relevantes, intentando obtener a partir de ellas las mayores
dosis de precisión y sentido en atención a la situación en la que el termino será empleado. Dentro de
las definiciones explicativas pueden diferenciarse distintas modalidades, las definiciones explicativas
en sentido histórico y las criticas.

1. La precisión y el rigor de la definición cede ante una mayor delimitación del concepto a
definir. Prefiere reunir más variedad de usos lingüísticos del término que obtener la
necesaria precisión y rigor.
2. Se privilegia la precisión y el rigor frente al intento de recoger una gran variedad casuística
de usos lingüísticos del término que se pretende definir.

Importante

Diferencia justo/ injusto

Legislación justa
DERECHO
Ostensivo -> Ejemplos

Problemática -> Múltiples accesiones Nominales -> Usos lingüísticos

Estipulativas Lexicales

Usos futuros Todos los usos

Explicativa

TEMA 3: EL DERECHO COMO EXPERIENCIA JURIDICA


1. EL CONCEPTO DE DERECHO.

Conjunto de acciones sociales creadoras de, o reguladas por normas que buscan establecer un orden justo
en un determinado momento histórico.

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Se ofrece este concepto de derecho porque en él se integran las dimensiones básicas que conforman la idea
del derecho. Tanto las que conforman su estructura teórica como su vertiente practica, porque toda
sociedad, con independencia de su amplitud y grado de evolución, precisa regular las relaciones entre sus
miembros a través de una serie de reglas que posibiliten la convivencia y que aluden a las conductas sociales
dirigidas a crear, aplicar y cumplir esas reglas necesarias de convivencia, al resultado de esa actividad
formalizada en normas y a los valores para la convivencia, que inspiran y orientan la creación de unas
conductas y normas, todo ello en un ámbito social históricamente determinado.

El derecho posee una incuestionable dimensión social, normativa y axiológica o valorativa, que ha de
interrelacionarse y darse en todo momento para tener unas adecuadas reglas de convivencia. Aislar una/s de
las otras como si no existiera comunicación entre ellas no sólo es un error, desde un punto de vista teórico o
metodológico, sino también peligroso desde un punto de vista político, ya que, por ejemplo, la coherencia y
el rigor sistemático de un ordenamiento jurídico no representan por si solos una garantía de justicia de todo
contenido normativo.

Si bien es cierto que en el curso de la historia se han registrado numerosos ejemplos de derecho positivo
injusto, también lo es que dichas experiencias jurídicas pueden ser calificadas de injustas en atención a un
ejercicio de racionalidad que realza el ser humano con el propósito de obtener un derecho positivo justo.
Éstas exigencias de justicia, que debe presidir todo ordenamiento jurídico, no pretenden negar la condición
de derecho a las diferentes versiones históricas de derecho positivo injusto, sino postular que las normas
jurídicas deben tener a la justicia como forma normalizada del derecho (Ej: Al igual que un automóvil
averiado no deja de ser un vehículo por el hecho de encontrarse averiado, el derecho positivo injusto puede
ser considerado derecho, pero el ser humano ha de procurar que sea justo, de forma que las reglas de
convivencia funcionen adecuadamente).

2. DEL TRIDIMENSIONALISMO AL TETRADIMENSIONALISMO.

Venimos sosteniendo que son tres las dimensiones básicas que conforman la idea del derecho, el hecho
social, la norma y el valor, y ahora vamos a sostener que esa estructura teórica se ve complementada por
una cuarta dimensión integrada por el papel que desempeña la historia en el derecho.

Esta cuarta dimensión, la histórica, permite temporalizar a las obras tres y contextualizarlas históricamente.
El profesor Pérez Luño nos dice que desde una perspectiva puramente teórica o metodológica es posible
concebir una concepción sincrónica del derecho denominada tridimensionalismo jurídico, que se basa en la
sociedad, la norma y el valor, pero que la imagen real y concreta del derecho es necesariamente diacrónica,
y por ello tetradimensional, debiendo añadirse el necesario componente histórico para comprender y
conceptuar de forma adecuada el derecho.

Como toda actividad humana, también el derecho se desarrolla en el tiempo, siendo de vital importancia el
mismo en los procesos de creación, interpretación y aplicación del derecho. Tanto es así que nuestro Código
Civil, en su artículo 3.1 prescribe: “El que las normas han de ser interpretadas conforme a sus antecedentes
históricos y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas”.

Cierto que el tiempo incide particularmente sobre el derecho y en concreto, sobre lo dispuesto por normas
referentes, por ejemplo, a la capacidad de realizar determinados actos jurídicos (Mayoría de edad) o sobre
su validez (Prescripción adquisitiva o extintiva). Pero junto a estas particularidades del tiempo sobre el
derecho, es posible establecer un enfoque global del derecho en el tiempo, para advertir de forma racional
la incidencia de la historia sobre el derecho.

3. SOBRE EL SIGNIFICADO DE LA EXPERIENCIA JURIDICA.

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Constituye un éxito del tridimensionalismo jurídico el haber insistido en las tres dimensiones que componen
el concepto de del derecho, hecho social, norma y valor.
A la experiencia jurídica se le debe agradecer el haber mostrado el mutuo entendimiento entre esas tres
dimensiones, reivindicando la necesidad de captar el derecho en su entero desenvolvimiento. Desde su
fundamentación axiológica o valorativa, su génesis, las conductas sociales, su plasmación normativa, así
como su aplicación y cumplimiento por los distintos poderes públicos y ciudadanos.

Con todo, es frecuente utilizar esa expresión en un sentido genérico en el que se la equipara a otras
expresiones como realidad jurídica o fenómeno jurídico. Pero junto a ellas existe una acepción más
específica que intenta representar el decidido esfuerzo del ser humano para, de forma racional, comprender
la pluralidad de aspectos que conforman la idea de derecho, superando aquellas versiones unilaterales,
fragmentarias o reduccionistas.

4. TEORIAS REDUCCIONISTAS DEL CONCEPTO GENERAL DEL DERECHO.

Durante siglos ha existido cierta polémica en la doctrina entre los que, de forma unilateral, pretendían
ofrecer una concepción general del derecho en función de uno solo de sus componentes, de ahí que se les
haya denominado teorías reduccionistas, entre las cuales podemos destacar las siguientes:

 Doctrinas de orientación sociologista o realista: Circunscriben su idea del derecho a su dimensión


social, a las acciones humanas dirigidas a crear, aplicar y cumplir las reglas necesarias de
convivencia. Dependiendo de conde hayan puesto su énfasis podemos entresacar distintas
modalidades de teorías que privilegian la dimensión social del derecho.

o La escuela histórica: Centra su atención en el espíritu popular como fuerza creadora del
derecho.
o La jurisprudencia de intereses: Lo verdaderamente importante son los intereses sociales que
inspiran la creación de las normas o a cuya garantía se dirigen.
o El realismo americano y escandinavo: Centran su visión del derecho en el carácter creador
de las sentencias judiciales.

Elemento común a todas estas teorías de signo sociologista es buscar la máxima eficacia del derecho
en cuanto dotado de vigencia social comprobada a través de su relevancia en los comportamientos
sociales de los hombres, conformando lo que se ha denominado derecho vivo. La dimensión social
del derecho es estudiada bajo el principio caracterizador de la eficacia por disciplinas de estudio
como la sociología jurídica.

 Teorías positivistas: Identifican el derecho con las normas o sistemas normativos, en cuanto a reglas
de conducta o convivencia establecidas por quien posee el poder en una sociedad y trata de
imponerlos de forma coactiva en ella.

Principio caracterizador del derecho desde esta perspectiva es la validez, enendiendo qu el derecho
es toda norma que surja de los procedimientos que el propio sistema normativo establece para la
producción de normas.

Las formas normativas del derecho que dan lugar a sistemas de legalidad u ordenamientos jurídicos
han sido analizados de forma particular y en función del principio caracterizador de la validez por
disciplinas de estudio como la ciencia del derecho, la dogmatica jurídica y la teoría general del
derecho (No confundir con teoría del derecho).

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 Teorías iusnaturalistas: Centran su visión del derecho en los valores que lo fundamentan y cuya
consecución se debe encaminar. El valor de la justicia constituirá para estas posiciones el norte de
toda regla jurídica y el parámetro o criterio para enjuiciar su corrección.

Las cuestiones referentes a los valores jurídicos, a partir de los postulados de justicia a legitimidad ha
sido el objeto particular de estudio de disciplinas como el derecho natural o la denominada filosofía
del derecho.

Cada una de estas concepciones hacen hincapié en aspectos innegables de contribuyen a conformar el
derecho, pero en la forma unilateral en la que suelen plantearse responden a verdades fragmentales en
cuanto atañen o hacen referencia a una sola dimensión.

Un derecho socialmente eficaz no puede dejar de manifestarse a través de determinados cauces normativos,
por rudimentarios que estos sean si se pretende obtener un derecho adecuado. Un sistema normativo cuya
validez formal no se encuentre conjugada con un mínimo de eficacia supondrá un absurdo de derecho. Ni la
validez ni la eficacia por si solas pueden garantizar la justicia de las reglas de convivencia a las que, de forma
irrenunciable, debe dirigirse todo derecho.

No puede confundirse la denominada Teoría General del Derecho con la disciplina de estudio Teoría del
Derecho. La Teoría General del Derecho centra su visión del derecho únicamente en su visión normativa,
pudiendo decirse que se trata de una disciplina de estudio reduccionista. En cambio, la Teoría del Derecho
pretende superar el reduccionismo de una teorización jurídica circunscrita a una sola de las dimensiones
jurídicas básicas.

Cierto que la Teoría del Derecho dista mucho de corresponder a un concepto claro y único, la diversidad de
presupuestos desde los que viene siendo utilizado, la propia amplitud e indeterminación de su objeto hacen
difícil precisar su concepto y estructura temática.

Con todo, en todo caso se trata de una disciplina de estudio que entraña una aproximación tridimensional al
derecho en cuanto hecho forma y organización social, norma y sistema normativo y valor encarnado en la
justicia.

TEMA 4: ACEPCIONES DEL TÉRMINO DERECHO


1. DISTINCION ENTRE DERECHO OBJETIVO Y DERECHO SUBJETIVO.

La primera distinción y quizás más importante reside en la consideración del derecho como norma (Derecho
objetivo) y el derecho como facultad (Derecho subjetivo).

 Derecho objetivo: Norma o conjunto de normas, reglas o disposiciones que rigen, en un


determinado grupo o comunidad, con pretensiones de generalidad, las cuales pueden hacer
referencia a:

o Normas vigentes en la actualidad en una determinada comunidad o país (Derecho Español,


Derecho Persa).
o Normas que han regido en una época o periodo histórico (Derecho medieval, Derecho
Antiguo).
o Concretas reglas de un sector de las relaciones jurídicas (Derecho civil, Derecho penal).

En todos los casos se alude al término derecho en un sentido objetivo, identificándolos con el
derecho positivo en cuanto sus normas o preceptos son reconocidos por el Estado de forma expresa.

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 Derecho subjetivo: Facultad o poder atribuido a un sujeto para hacer o no hacer algo, para exigir de
otro u otros un determinado comportamiento. Implica la posibilidad que tiene el sujeto de querer o
pretender algo, de hacer o abstenerse de hacer alguna cosa.

No debemos cometer el error de entender que ambas acepciones son opuestas, como si fueran categorías
conceptuales entre las que no existe relación alguna. Derecho objetivo y derecho subjetivo son dos
acepciones de una misma realidad que es el derecho, entre ambas acepciones se da una correlación puesto
que, mientras el derecho subjetivo aparece como la norma que permite o prohíbe algo, el derecho subjetivo
viene a representar el permiso o la prohibición que se deriva de la norma. Se puede decir que el derecho
subjetivo en cierta forma es una función del derecho objetivo, pues siendo la posibilidad de hacer o no algo
de forma licita, implica la existencia de la norma que se deriva la facultad de hacer o no algo licito.

Frente a los derechos subjetivos, lo que se encuentra son los deberes jurídicos, de tal manera que, a partir
de los derechos objetivos, cuando las normas se proyectan sobre situaciones concretas se derivan en mutua
relación derechos subjetivos y deberes jurídicos.

Cuando la norma atribuye a alguien una facultad a su vez impone a otra un deber, el derecho subjetivo de
uno es el deber jurídico de otro. Con todo, ese apoyo del derecho subjetivo en el objetivo no debe hacernos
pensar que el derecho subjetivo es sólo un aspecto o faceta del derecho objetivo, sino que entre ambas
acepciones han de relacionarse de forma intensa, ya que, no hay derecho objetivo que no conceda
facultades, ni derechos subjetivos que no dependan o se encuentren respaldados por normas.

2. DISTINCION ENTRE DERECHOS SUBJETIVOS DE LA PERSONALIDAD Y DERECHOS SUBJETIVOS


PATRIMONIALES.

La noción de derechos subjetivos se identifica, por un lado con los denominados derechos subjetivos
personales (Más conocidos como derechos de la personalidad) que se dice que son aquellos derechos de
carácter innato que reconoces una serie de facultades a toda persona humana para que pueda realizar sus
fines más esenciales o prioritarios. Por otro lado se encuentran los derechos de carácter patrimonial, que
son aquellas facultades o poderes que son expresamente otorgados por el ordenamiento jurídico para
disponer de una cosa, en cuyo caso son denominados derechos reales, o bien para exigir de los demás un
determinado comportamiento, denominándose derechos de obligaciones.

Si bien en un primer momento podríamos entender fácilmente diferenciándolos unos derechos de otros, en
la práctica no resulta tan fácil, habiendo sugerido la doctrina una serie de caracteres a partir de los cuales se
puede llegar a efectuar dicha diferenciación:

 Titularidad: Mientras se dice que los derechos de la personalidad son universales, pues afectan a
todos los seres humanos sin distinción, los derechos patrimoniales son particulares, pues afectan
únicamente a aquellas personas concretas a las que el ordenamiento jurídico reconoce y tutela
expresamente esos derechos.
 Origen: Los derechos personales son originarios, ya que toda persona nace con ellos, mientras que
los derechos patrimoniales son adquiridos, ya que los concede expresamente el ordenamiento
jurídico cuando el sujeto cumplimenta las condiciones o los requisitos previstos por el propio
ordenamiento jurídico.
 Transmisibilidad: Mientras los derechos de la personalidad son inalienables, es decir, que no se
pueden transmitir, los derechos de carácter patrimonial suelen ser plenamente transmisibles o
enajenables.
 Prescripción o caducidad: Mientras los derechos de la personalidad son imprescriptibles, ya que no
caducan ni siquiera por el paso del tiempo y aunque caigan en desuso, los derechos de carácter

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patrimonial son prescriptibles, ya que tienen una caducidad o prescriben de acuerdo con las propias
condiciones que el ordenamiento jurídico establece.
 Validez o exigencia frente a los demás: Mientras los derechos de la personalidad son considerados
absolutos, en la medida en que se pueden exigir o hacer valer ante todos y en cualquier
circunstancia, los derechos subjetivos patrimoniales se consideran relativos, ya que solo se pueden
hacer valer ante determinadas personas y en el seno de unas determinadas relaciones jurídicas, con
la salvedad de los denominados derechos reales, que siendo derechos subjetivos de carácter
patrimonial poseen un ámbito de eficacia generalizado y su respeto puede exigirse a todos, porque
así lo dispone expresamente el ordenamiento jurídico.

Esta diferenciación puede resultar clara desde un plano teórico, pero desde un punto de vista práctico
ambas categorías se interrelacionan o condicionan mutuamente. (Ej. El derecho de propiedad es un derecho
objetivo porque expresamente está reconocido por el Estado a través de una norma, pero dependiendo de
que la óptica de enfoque sea liberal podemos concluir que se trata de un derecho indispensable para el
desarrollo de la personalidad y si, en cambio, lo observamos como mero objeto de tráfico mercantil
advertiremos que su condición es la de derecho patrimonial).

La gran mayoría de la doctrina haya considerado necesario denominar como derechos fundamentales a los
derechos subjetivos de la personalidad, recogiendo en dicha categoría tanto las libertades clásicas
tradicionales como aquellos derechos de contenido económico, social y cultural de gran relevancia.

Deber jurídico y derecho subjetivo.

Cualquier clase de reglas genera deberes a la hora de determinar la conducta que el sujeto pasivo de las
mismas ha de poner en práctica, correspondiendo a la esencia de cada uno de esos tipos de reglas, ya sean
morales, de trato social o jurídicas, la especial índole del deber al que dan lugar. Así, la esencia característica
del deber jurídico residirá en la existencia de una regla jurídica denominada norma, que puede hacer
referencia tanto a derechos subjetivos como a deberes jurídicos en cuanto a principales formas de
manifestación de la consecuencia jurídica.

El deber jurídico representa el polo pasivo de la relación jurídica cuyo aspecto activo lo encarna el derecho
subjetivo. Entre ambos conceptos existe normalmente una correlación, ya que a todo deber jurídico suele
corresponder una facultad. (Ej. En la compraventa, al deber jurídico de entregar la cosa vendida al
comprador le corresponde el derecho subjetivo del comprador para exigir la entrega). De ahí que suela
decirse que ambos conceptos constituyen la cara y la cruz de la relación jurídica.

Entre los muchos problemas que la doctrina jurídica ha abordado sobre el deber jurídico, quizás el mas
importante sea el de su fundamentación, habiéndose cuestionado la doctrina si el deber jurídico aparece
como la obligación externa impuesta por la coacción o bien si dicho deber tiene una justificación moral
interna que obliga al sujeto en el fuero de la conciencia. Pueden destacarse dos tendencias principales:

1. La de quienes tratan de identificar deber jurídico y deber moral considerando que no puede existir
ningún deber jurídico que no sea reconocido simultáneamente por el sujeto como un deber moral
(Rudolph Lawn).
2. La de quienes sostienen la independencia de ambas naciones considerando el deber jurídico como
una simple regla técnica que el propio ordenamiento previene sin que necesite de moralidad alguna
(Kelsen).

Derecho público y derecho privado.

En líneas generales podemos entender por derecho público aquel conjunto de normas que regulan la
organización y la actividad del Estado y demás entes públicos, así como sus relaciones con los particulares.

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En cambio, por derecho privado podemos entender el conjunto de normas que regulan las relaciones entre
particulares, es decir, las relaciones entre las partes en las que ninguna de ellas actúa revestida de poder
público.

Se dice que mientras en las relaciones de derecho público se produce, en ciertas ocasiones, una relación de
desigualdad o más bien de subordinación entre los particulares y los órganos públicos, que aparecen
revestidos de poder en las relaciones de derecho privado, existe una situación de cierta coordinación entre
las partes que intervienen en pie de igualdad, al menos jurídicamente considerado.

TEMAS 5 Y 6: TEORÍAS REDUCCIONISTAS UNILATERALES DEL CONCEPTO


DEL DERECHO
1. TEORÍAS IUSNATURALISTAS.

El término derecho natural ofrece una amplia y variada gama de sentidos, lo que ha posibilitado
sobremanera la existencia de diferentes versiones del iusnaturalismo, si bien en todas ellas es posible
apreciar un denominador común: la creencia en un orden objetivo superior de carácter universal,
permanente e inviolable, en el que se contienen los principios esenciales de la actividad humana, las cuales
pueden ser conocidos por los seres humanos de una forma objetiva.

Para sus seguidores, este orden superior constituye al mismo tiempo el orden jurídico natural en el que ha
de fundamentarse, orientarse e inspirarse el ordenamiento jurídico positivo, que es el que de modo
inmediato ha de regular las relaciones de convivencia.

En todo caso, el iusnaturalismo supone la afirmación de unos principios jurídicos universales e inmutables,
que proceden de la naturaleza humana y que, por tanto, se encuentran sustraídos al arbitrio del legislador
(Es decir, son independientes de la voluntad del legislador).

De ahí las diversas doctrinas iusnaturalistas que mantengan la existencia de un dualismo de reglas o doble
orden jurídico, por una parte el Derecho Natural, como ese sistema universal e inmutable de valores y por
otra parte, el Derecho Positivo, como concreción o materialización normativa de esos principios.

La creencia en la existencia de una serie de reglas superiores al Derecho Positivo constituye una coincidencia
sustancial en las múltiples corrientes doctrinales iusnaturalistas, cada una de las cuales con diferente
interpretación acerca de la objetividad de los valores o de donde proviene la naturaleza de los mismos.

Si reconducimos las distintas concepciones expresadas a lo largo de la historia sobre esa idea de naturaleza
de la que provienen esos valores que conforman el orden objetivo superior, podemos advertir tres ideas
fundamentales:

 La idea de naturaleza como creación divina y el derecho natural como expresión revelada de la
voluntad del creador.
 La idea de naturaleza como cosmos o leyes que rigen el mundo físico a las que se hayan sujetos los
seres humanos a través de sus instintos y necesidades.
 La idea de naturaleza como razón o cualidad especifica del ser humano que le permite establecer de
forma autónoma sus normas básicas de convivencia.

Para Pérez Luño, el derecho natural sugiere la existencia de unos principios que proceden de la naturaleza
humana, los cuales han de servir como criterio inspirador y límite crítico a todo derecho positivo. De modo

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que ese conjunto de valores previos al derecho positivo son los que han de fundamentar, orientar y limitar
críticamente el derecho positivo en cuanto este es puesto o impuesto por quien ejerce el poder en la
sociedad.

Pérez Luño diferencia dos grandes versiones del iusnaturalismo:

1. Iusnaturalismo ontológico, dogmatico o radical: Defiende la existencia de unos valores objetivos


universalmente validos en todo caso, con independencia de que los mismos se encuentren no
formalizados en normas de derecho positivo.
2. Iusnaturalismo deontológico, critico o moderado: No niega la juridicidad del derecho positivo injusto
y establece los criterios para comprobar su disvalor y por tanto, para fundamentar su crítica y su
sustitución por un orden jurídico justo.

Esta segunda versión es la que el profesor Pérez Luño defiende como de aplicación en la sociedad actual, ya
que ofrece un concepto de juridicidad general y comprensivo no solo del derecho realmente sistémico, sino
de la función de los valores que deben informar.

2. TEORÍAS POSITIVISTAS Y DERECHO POSITIVO: CONSIDERACIONES GENERALES.

La expresión derecho positivo designa el derecho puesto o impuesto por quien ejerce el poder en una
determinada sociedad y resulta valido en su ámbito. En esas, el positivismo jurídico, que centra su visión del
derecho en la dimensión normativa, considera en derecho positivo como el único derecho existente cifrando
su validez en la adecuada producción de formal de sus normas de acuerdo con los procedimientos
establecidos por el propio ordenamiento jurídico.

Por el contrario, para los iusnaturalistas, en términos generales consideraron el derecho positivo como
necesario en la medida en que sirvieran para concretar y garantizar las exigencias de valores que encarna el
derecho natural.
Por su parte, los sociologistas, que tratan ante todo de asegurar la eficacia del derecho, consideran las
normas de derecho positivo como imperativas sancionadas por la coacción en la medida en que de hecho
son aplicadas por los tribunales de justicia.

En esas, la identificación de la noción general del derecho con el derecho positivo, que defiende el
positivismo jurídico, puede considerarse en tres planos diferentes que no se implican necesariamente.

A. Desde un punto de vista metodológico, el positivismo jurídico se manifiesta como un modo de


conocimiento del derecho tal como es, prescindiendo de toda consideración al respecto de cómo
debería ser.

Lo importante es conocer el derecho que se establece en la norma, lo que contribuye a la existencia


de una concepción del derecho centrada en el derecho tal como viene impuesto en la norma
jurídico-impositiva. Debiendo limitarse el jurista de forma exclusiva a efectuar un análisis de la
misma a partir del cual poder deducir en qué casos una norma formulada para la generalidad podrá
aplicarse a un caso determinado o una situación concreta.

B. Desde un punto de vista teórico, se dice que el positivismo jurídico tiende a definir las normas en
función de su coactividad, es decir, de la posibilidad de asegurar su cumplimiento a través del
recurso a la fuerza que monopoliza el Estado. De la primacía de la ley como fuente del derecho y de
una concepción mecánica de su interpretación y aplicación.

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C. Desde un punto de vista ético, el positivismo jurídico apuesta por la absoluta separación entre
derecho y monarca, y apuesta por una ideología de la justicia centrada en el concepto de validez de
la norma, en virtud de la cual toda norma valida ha de ser obedecida con independencia de su
contenido.

El objeto del derecho, según los positivistas, es exclusivamente la norma positiva, eludiendo no sólo su
valoración axiológica o valorativa, sino también su dimensión sociológica, es decir, sus implicaciones en la
propia realidad social para limitarse a un mero análisis lógico y formal de su estructura.

El positivista ve al jurista como una especie de científico del derecho, y sostiene que tanto las cuestiones
valorativas como sociológicas son ajenas a su ámbito de actuación. No es que el positivista niegue la
existencia de cuestiones éticas o relaciones del derecho con el orden social, es que entiende que al jurista
éstas le han de ser por completo indiferentes. Al jurista ha de preocupar el derecho que es en la actualidad
no el que deba ser, pues sólo lo que es puede determinarse y ser por tanto, objeto de reflexión científica por
el jurista.

A juicio de Pérez Luño, se puede decir que el positivismo jurídico viene caracterizado por las tres siguientes
notas:

1. La consideración del derecho como un sistema de normas que respalda la coacción, que es la fuerza
material que ostenta el poder político para exigir el cumplimiento de las normas por los ciudadanos.
2. La absoluta primacía de la ley estatal sobre las restantes fuentes jurídicas de producción normativa.
3. Una concepción del ordenamiento jurídico como un sistema cerrado y autosuficiente, de modo que
sea pleno (Que sería la ausencia de lagunas normativas) y coherentes (Que sería la ausencia de
antinomias o contradicciones normativas).

La Teoría Pura del Derecho de Kelsen.

Han sido muchas las doctrinas o escuelas jurídicas que cabria situar dentro de ese modelo de reflexión
teórica sobre el derecho que es el positivismo, al ser también diversos sus puntos de partida y conclusiones.
Una de ellas, seguramente la doctrina positivista de mayor repercusión, sea la denominada Teoría Pura del
Derecho, obra de Hans Kelsen, quien buscó la elaboración de una teoría que concediera al derecho de mayor
rigor, coherencia y autonomía posible, liberándola para ello, de lo que consideraba disciplinas extrañas o
contaminaciones ideológicas tales como la sociología, la ética, la historia, etc.

Siguiendo a Pérez Luño, dicha teoría puede decirse que viene caracterizada con las siguientes notas:

 Constituye una ciencia denominada pura porque su único objeto es el derecho positivo, ignorando
todo aquello que no responda estrictamente a su definición.

 En lógica consecuencia de ello, por derecho entiende exclusivamente el derecho positivo, por lo que
puede decirse que lo que Kelsen realiza es una Teoría Pura del Derecho positiva.

 Kelsen identifica el deber ser jurídico con lo que es expresado en la norma jurídico-positiva a través
de su forma o estructura, excluyendo tanto la finalidad como el contenido de la norma, cuyo estudio
en todo caso habrán de realizar otras ciencias no jurídicas.

 Kelsen entiende la norma jurídica como un juicio lógico hipotético en virtud del cual se enlaza un
supuesto de hecho a una consecuencia jurídica. En Kelsen, el deber jurídico funciona como una mera
relación lógica entre un hecho y el poder coactivo del Estado, que se expresa en los efectos jurídicos
que lleva aparejados toda norma.

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Al jurista solo le concierne la aplicación lógica de los efectos jurídicos previstos en la norma, sin mas
consideración ética o social.

 Según esta concepción, el derecho constituye un sistema coactivo de normas escalonadas de forma
jerárquica, de tal manera que cada norma tiene validez en función de la norma anterior, hasta llegar
a una ley suprema (Constitución) o norma fundamental que representará la cúspide o el vértice de la
pirámide normativa, en base a la que se configura la validez jurídica de todo el edificio normativo.

 Por último, frente a las posturas positivistas tradicionales que explicaban la aparición de la norma
como emanación de la voluntad del Estado, Kelsen rechaza la existencia del Estado como realidad
diferente del derecho, señalando que el Estado no es sino el orden jurídico mismo.

De tal manera que todo acto estatal es simultáneamente un verdadero acto jurídico y de ahí infiere
su idea de que todo Estado es siempre un Estado de Derecho, no importando que su forma de
gobierno sea una u otra, ya que lo único determinante es que el derecho constituya un orden
coactivo.

3. TEORÍAS SOCIOLOGISTAS: CONSIDERACIONES GENERALES.

Son aquellas que centran principalmente su interés en investigar la eficacia o efectividad social de las
normas, es decir, la interrelación fáctica entre sociedad y derecho positivo. No obstante es cierto que cada
vez con mayor frecuencia un sector importante de estas doctrinas no desecha la existencia de los valores y
analizan la interrelación de estos con la sociedad, estudiando así mismo la aceptación o rechazo de los
mismos en la realidad social, es decir, en los grupos y clases que integran la sociedad.

El peligro que conllevan estas direcciones sociologistas consiste en la posibilidad de que reduzcan de forma
absoluta la validez del derecho a su mera eficacia social, considerando que el único derecho verdadero no es
el que se encuentra enunciado en una Constitución, Código o Cuerpo de Ley, sino aquel que los hombres
efectivamente aplican en sus relaciones cotidianas.

Sus precedentes doctrinales datan de la época de los sofistas y del propio Aristóteles, pero será sobre todo a
partir del S.XIX cuando comiencen a desarrollarse con mayor vigor las corrientes sociologistas del derecho.

En términos generales se puede decir que, frente a las concepciones positivistas, en las que lo decisivo era el
respeto a la norma existente y su aplicación estricta, para las corrientes sociologistas se puede decir que
prevalece en cierta forma una perspectiva exterior a la norma jurídico-positiva. Teniendo en cuenta no tanto
la norma en si como los intereses afines a cuyo cumplimiento se orienta. Lo que se pone de manifiesto por el
jurista (Interprete) y el juez (Aplicador del derecho), en relación con los casos y situaciones concretas de
controversia jurídica que se presenten en la vida real.

La Jurisprudencia de Intereses.

Doctrina sociologista que surge en Alemania a finales del S.XIX y principios del S.XX por obra de un jurista
llamado Heck, quien consideró que las normas jurídicas son, ante todo, juicios de valor o pronunciamientos
acerca de cuál de los intereses contrapuestos en una controversia jurídica debe prevalecer, sean estos de
una de las partes del litigio de un tercero o de la comunidad en su conjunto.

De este modo, para esta dirección sociologista el derecho sirve para resolver controversias y en concreto,
para poder resolver los conflictos de intereses que se planteen de manera que, al analizarlo, lo único que

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debe preocupar al jurista o al profesional del derecho de que se trate es saber interpretar o averiguar cuál
de los intereses en juego trata de proteger el legislador mediante una norma determinada.

Esta corriente doctrinal no propugna una interpretación libre del juez sin sujeción a la norma estricta o
promulgada, sino que ha de buscar los intereses y fines que el legislador trata de proteger con ésta, antes
incluso que lo que, de forma expresa, se disponga en ella.

Se podría resumir esta concepción en la frase: “El Derecho se ha de ver como controversia y para determinar
la solución se ha de buscar la voluntad del legislador”.

El Movimiento del Derecho Libre.

Doctrina de tipo sociologista que surgió principalmente en Francia y Alemania a principios del S.XX y que en
sus posiciones más radicales va más allá que la jurisprudencia de intereses, reclamando la libertad del juez
para dictar sentencia, sobre todo en casos de lagunas normativas, no sobre la base del derecho legislad o
jurisprudencial existente, sino de acuerdo con el sentimiento de justicia predominante en la sociedad. De
manera que el juez, a la hora de resolver cualquier tipo de controversia jurídica deberá investigar y
determinar los sentimientos de justicia que, en ese momento, imperan en la comunidad, aplicando una
especie de derecho natural en el que los valores no serán permanentes e inmutables sino flexibles y sujetos
a variaciones. Al modificarse, junto a los cambios que experimenta la propia sociedad en donde se
constatan.

Tiene, sin duda, sus aspectos positivos, entre los que cabe destacar:

 Preocupación por abrir el derecho a la realidad social del momento en que ha de ser aplicado.
 Defensa de una justicia más material que formal, más centrada en la justicia de la sentencia que en
la legalidad de la misma.

Ahora bien, si importantes son los aspectos positivos, mayores son los peligros que esta teoría puede
conllevar al disolver la necesaria objetividad del derecho por la voluntad del juez, sustituyendo esos
sentimientos de justicia predominantes en la sociedad por sus propias convicciones o por los dictados del
poder político.

El Realismo Jurídico.

Doctrina sociologista cuyo precursor fue Oliver Wendell, quien mantenía que el derecho venia a consistir en
las profecías acerca de lo que van a hacer en realidad los tribunales.

Se trata de una concepción judicial del derecho, que mantiene que los hechos han de ser tomados en cuenta
para establecer cuál es la solución al caso no son tanto las normas puestas por el legislador, sino más bien las
normas que con toda probabilidad van a ser aplicadas por los jueces, preocupándose, por tanto, mucho mas
del momento ejecutivo o aplicador del derecho antes que del productor o creador del derecho a cargo del
legislador.

En realidad los seguidores de esta corriente de pensamiento, más que una nueva escuela, defendieron un
método distinto y original de enfocar los problemas jurídicos.

Según dicho método, los principales factores jurídicos a tener en cuenta para resolver las controversias son
aquellos relacionados con la aplicación efectiva del derecho ante los tribunales, considerando que las
normas o reglas jurídicas ejercen una influencia relativamente pequeña sobre las decisiones de los jueces y

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que, en cambio, debían subrayarse la importancia de otros factores más subjetivos de la persona concreta
que ha de resolver la disputa, cómo es su condición u origen social, su bagaje cultural, sus prejuicios o sus
debilidades. En definitiva, serán estos factores y no tanto las normas jurídicas lo que va a determinar la
solución a la controversia jurídica.

TEMAS 7 Y 8: DERECHO, MORAL Y POLÍTICA. RELACIONES ENTRE EL


DERECHO Y OTROS SISTEMAS NORMATIVOS.
1. CONSIDERACIONES GENERALES.

Hasta aquí hemos hablado de derecho, y en la cultura jurídica contemporánea existe una gran coincidencia
generalizada en considerar que el derecho, la moral y la política son realidades normativas peculiares y
diferentes, siendo esto así, también lo es que la discrepancia puede venir a la hora de determinar los
presupuestos y fundamentos que van a servir de soporte explicativo de esa diferenciación.

Por regla general, vamos a entender por derecho el conjunto de reglas de necesario cumplimiento que
prescriben un determinado orden para la convivencia de los ciudadanos en sociedad.

Por moral vamos a entender el sistema regulador de la conducta humana en aras de su perfección. Hay dos
tipos de moral:

 Moral social: Son el conjunto de reglas de comportamiento que definen que actuación es buena o
correcta en una determinada sociedad.
 Moral crítica: Son los dictados orientadores de la conducta procedentes de la conciencia autónoma
individual.

La ética son las teorías que pretenden justificar determinadas concepciones morales. El Ethos o eticidad es la
moral efectivamente practicada, las reglas de conducta vigentes en una sociedad.

Y la política será el conjunto de reglas que se consideran eficaces para obtener, conservar y ejercer el poder.

2. CRITERIOS DE DISTINCION ENTRE DERECHO Y MORAL.

1. Fuero interno/Fuero externo: Mientras el derecho se ubica en el fuero externo de la persona, se


reserva a la moral el fuero interno de la conciencia, frente a la dimensión eminentemente externa
del derecho se contrapone la interioridad de la moral.

Este criterio de distinción fue formulado por Thomasio y Kant como medio para sustraer la injerencia
del Estado absoluto la esfera íntima de la conciencia del individuo. Desde la doctrina jurídica se ha
cuestionado este criterio negándole su carácter absoluto, pues existen múltiples ocasiones en las
que lo jurídico se remite necesariamente a la esfera interna.

De hecho, si se prescinde de esa continuidad desde lo externo a lo interno, resultará imposible


explicar muchos comportamientos y conclusiones para el derecho (Ej. Las teorías de responsabilidad
y la culpabilidad remiten forzosamente a la esfera de los motivos y las intenciones del fuero interno
de los individuos).

De igual modo, los juicios morales no se limitan a tomar sólo en consideración las razones internas
de la actividad personal, sino que se extienden y proyectan a las consecuencias de su realización

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externa (Una rectitud de intenciones que no se traduzca en acción merecerá una reprobación moral
precisamente en función de esa falta de su dimensión externa).

2. Unilateralidad y Bilateralidad: Frente a la intrínseca bilateralidad o alteridad de lo jurídico se opone


la unilateralidad o individualidad de la moral. Lo jurídico tiene un componente eminentemente
social, el derecho se expresa siempre a través de normas dirigidas a regular la sociedad, en cambio,
se dice que la moral es marcadamente individual, al configurarse como un fenómeno esencialmente
personal.

Tampoco este criterio debe considerarse en un sentido absoluto y definitivo, la bilateralidad no solo
se da en el derecho, sino en toda la vida práctica del hombre, dado que este se desarrolla en un
marco social.

El hombre histórico es social, y en la sociedad realiza su actividad, relacionándose en todo caso con
otros sujetos, siendo ello tal cual, también lo es que doctrinas y autores de reconocido prestigio han
puesto de manifiesto que la moral también posee un irrenunciable carácter social en cuanto se
compone de reglas que pueden ser ordenadas, que surgen en el seno de una sociedad y tienen por
objeto comportamientos humanos que, directa o indirectamente, pueden hacer referencia al
comportamiento de otras personas. De hecho, se dice que el comportamiento que las reglas morales
prescriben se refiere directamente a un sujeto per siempre de forma indirecta inciden en la
sociedad.

3. Autonomía y Heteronomía: El derecho tiene un necesario carácter heterónomo, en contraste con la


irrenunciable condición autónoma de la moral, es decir, mientras el derecho constituye un orden
heterónomo y coactivo por ser imperativo y procedente de una voluntad ajena, la moral viene
caracterizada por su autonomía, en tanto se compone de reglas que se da el hombre a sí mismo en
función de su irrenunciable libertad.

Tampoco este criterio es absoluto y definitivo, de hecho, si se toma como cierta esta distinción de un
modo absoluto, deberemos reputar falsas éticas todos los modelos históricos de moralidad positiva
en cuanto éstos aparecen formados por normas heterónomas.

Si es cierto que quienes crearon este criterio distintivo circunscribían la moral a la moralidad crítica
individual y que la moralidad positiva, pese a ser heterónoma, sus reglas no pueden confundirse con
las normas jurídicas. Por ello, se ha de reconocer que la pretendida autonomía de la moralidad es
irrealizable.

Si atendemos al origen de las pautas de conducta moral no podemos abstraerlas del marco social en
que se producen. En cuanto ser histórico y social, el hombre aprende a comportarse moralmente en
el desarrollo de su vida practica. Nadie, ni tan siquiera los grandes fundadores de sistemas de
moralidad, ha conseguido crear un sistema ético absolutamente autónomo. Se ha tratado siempre
de cambiar o reformar morales heterónomas del pasado, así como proponer para el futuro, éticas
que a su vez serán heterónomas para quien las siga.

En este caso, los teóricos que apostaron por este criterio de distinción mantuvieron que el sentido
de la autonomía no reside en la posibilidad de que cada sujeto cree un sistema de moralidad, sino en
la adhesión consciente y crítica de la conciencia individual a normas morales heterónomas.

3. MODELOS DE ARTICULACION ENTRE DERECHO, MORAL Y POLÍTICA.

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A lo largo de la historia podemos entender que se han producido cuatro modelos explicativos de las
relaciones existentes entre derecho, moral y política.

1. Separación absoluta: Este modelo hace referencia a los empeños teóricos dirigidos a establecer una
nítida línea divisoria entre el derecho, la moral y la política, así como entre las disciplinas que tienen
por objeto su respectiva elaboración teórica.

Quienes defienden este modelo lo hacen desde la premisa de que derecho, moral y política son
reglas que ordenan la vida del hombre de forma completamente autónoma, sin que puedan o
existan interferencias de unas con otras. Cada orden normativo autónomo tiene su particular lógica
y regula sectores de la conducta humana diversos e independientes.

El positivismo jurídico radical constituye el principal marco teórico que propugna este modelo y Hans
Kelsen, su principal exponente (“Un concepto ético, sociológico o político del derecho resulta
científicamente tan inadecuado como un concepto médico de la arquitectura o un concepto
económico de la química”).

Se puede ejemplificar este modelo a través de la imagen de tres líneas paralelas que nunca se
interfieren ni entrecruzan.

2. Separación relativa: Modelo que, a pesar de sostener la autonomía e independencia conceptual del
derecho, la moral y la política, reconoce la existencia de ciertos puntos de conexión e interferencia.

Este modelo de separación relativa puede ejemplificarse bajo la forma de una pirámide, en cuya
cúspide aparece la moral, que es considerada el mínimo ético, considerada como criterio legitimador
del derecho, que a su vez actúa como orden normativo encauzador de la actividad política.

Son tres compartimentos independientes que conservan su autonomía conceptual y funcional, si


bien conviene la existencia de un mínimo ético en el que se fundamenta el derecho, aunque por
razones metodológicas y de seguridad jurídica mantengan la exigencia de no confundir el derecho
que existe con el que moralmente se cree que debería existir.

Hoy en día, quienes defienden este modelo ven la necesidad de establecer nuevos lazos de unión, y
así, sin reconducir la normatividad jurídica al ámbito de los hechos sociales, entienden necesario
admitir cierto soporte político de las normas como garantía de su eficacia.

Será el positivismo jurídico moderado quien defienda este concreto modelo de relaciones entre
derecho, moral y política, y como autor representativo podemos citar a Herbert Hart.

3. Integración absoluta: El ideal de un orden jurídico y una vida política sustentados en la moral llevó a
un grupo de teóricos a reclamar la estricta integración de los 3 ámbitos normativos de la conducta
práctica, que son el derecho, la moral y la política. Desde estas premisas, que pueden formalizarse
en la figura de unos círculos concéntricos, la moral posee un significado comprensivo, abarcador del
derecho y la política, y a su vez, el derecho será la pauta reglamentaria de la vida política.

Para los teóricos que propugnan este modelo, el derecho no es tanto el que es sino el que
moralmente se aspira que deberá ser. Por ello, el derecho natural entendido como derecho objetivo
justo se identifica con la noción misma de derecho, de modo que el derecho positivo tan solo tendrá
validez a través de su participación en la justicia, que identifican con la moral.

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Las teorías que han apostado por este modelo son las defendidas por el iusnaturalismo radical, y
como autores de referencia, podemos citar a San Agustín (“No cabe admitir la existencia de una ley
que sea “justa””) y Santo Tomás (“La ley positiva contraría al derecho natural, no es ley sino
corrupción de la ley”).

4. Integración relativa: Este modelo anterior, de integración absoluta, sustentado por un


iusnaturalismo radical ha tenido siempre el inconveniente de negar la condición de derecho a las
legislaciones históricas que no responden a criterios de justicia identificados con la moral, lo que
supone un evidente riesgo al posibilitar que ciertas personas, o un sector concreto de la sociedad,
considerándose interpretes y portavoces de ella, dirima cuáles son esos valores absolutos y
objetivos, tratando de imponer una especie de tiranía de los valores a los demás, lo que sería
abiertamente incompatible con un sistema ético, jurídico y político-pluralista.

Como remedio a ello, surge un cuarto modelo, que responde a las posturas defendidas por un
iusnaturalismo moderado, defendiendo la autonomía e independencia relativa del derecho, la moral
y la política en determinados aspectos, y su coincidencia necesaria en otros.

En ponernos de acuerdo acerca de cuáles eran esos concretos sectores de coincidencia necesaria
entran derecho, moral y política. Sera la idea que defina un determinado modelo convivencia que
responda y engarce de forma adecuada un sistema jurídico, político y moral.

Político como forma de encauzar el poder y el recurso al uso de la fuerza. Jurídico como modelo
genérico de normas que, de forma expresa, van a reglamentar la convivencia. Y moral como
inspiración de aquellos principios y valores que van a inspirar las normas y las acciones de los
hombres.

Si tuviéramos que ejemplificar este modelo, lo podríamos hacer a través de la imagen de unos
círculos secantes, cuya intersección representará el espacio más o menos amplio del encuentro y
conexión entre derecho, moral y política.

Como autor de referencia vamos a citar a Ronald Dworkin.

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TEMA 9: PODER POLÍTICO, COACCIÓN Y DERECHO: EL ESTADO DE
DERECHO.
1. CONSIDERACIONES GENERALES.

La fuerza es otro de los criterios que se han utilizado a lo largo de la historia para diferenciar la moral y el
derecho, en la medida en que este se encuentra revestido de la posibilidad de hacer cumplir sus preceptos a
través de la coacción, o mejor dicho, la coercibilidad.

La coacción alude a un acto de fuerza que se ejecuta sobre alguien para determinar su conducta, y la
coercibilidad sugiere la posibilidad de recurrir a la fuerza para que se realicen ciertos comportamientos.

En múltiples ocasiones las relaciones entre derecho y fuerza se han planteado bajo perfiles contradictorios,
en determinados momentos históricos y desde determinadas premisas doctrinales, parece que la
dependencia del derecho respecto de la fuerza es tan intensa e inmediata que parece que ambos conceptos
terminan por fundirse. Por el contrario, en otras etapas del devenir cultural y desde otros enfoques teóricos,
se ha concebido el derecho como aquello que evita o regula el uso de la fuerza.

Para los positivistas, la fuerza será un ingrediente insustituible del derecho, mientras que para los
iusnaturalistas, el derecho representa una garantía frente a la fuerza.

2. LA FUERZA COMO MEDIO, OBJETO Y CONTENIDO DEL DERECHO.

En el ámbito doctrinal, particularmente en el positivismo jurídico, el derecho ha sido entendido como un


conjunto de normas coactivas, es decir, puestas o impuestas mediante la fuerza, lo que ha conllevado una
progresiva identificación entre el derecho y la fuerza, que ha sido entendido de distinta forma a lo largo de la
historia, pudiendo referirnos a tres etapas principales:

1. Corresponde a las principales versiones del positivismo jurídico pertenecientes al S.XIX, y en ellas, la
coacción posee un sentido instrumental. Se dice “El derecho necesita del recurso de la fuerza”, “El
derecho es un conjunto de normas respaldado por la fuerza”. Por tanto, consideran que la fuerza es
un medio para hacer posible el derecho. (D = N + F)

2. Sus principales representantes pertenecieron a realismo jurídico escandinavo. Para ellos, el derecho
no se define ya como un conjunto de normas cuyo cumplimiento se garantiza por el uso de la fuerza,
sino como un conjunto de normas que regulan el uso de la fuerza. Dicen “El derecho es la
organización normativa de la fuerza”, “El derecho son las normas que regulan el uso de la fuerza”.
Por tanto, la fuerza deja de ser instrumento al servicio del derecho para convertirse en el objeto de
las normas. (D = N  F)

3. Inspirada por Kelsen. El derecho no consiste ni en normas garantizadas por la coacción, ni en normas
reguladoras de la coacción, sino en normas cuya característica primordial es la coacción. Dice “El
derecho se define básicamente por ser un ordenamiento coactivo”, “La fuerza es el contenido
peculiar de las normas”. De este modo, en esta tercera etapa, se produce una plena identificación
entre derecho, norma y fuerza. (D = N = F)

En ese plano, la idea de fuerza genera el concepto de poder, pudiendo ser definido como: La probabilidad de
imponer la propia voluntad sobre los demás dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y
cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad (Max Weber). Esa imposición de la propia voluntad
puede estar fundada en la posesión de determinados bienes (Poder económico), de determinados

1
conocimientos o informaciones (Poder ideológico) o de determinados instrumentos de fuerza (Poder
político). Por ello, en el plano político, la probabilidad de imponer la propi voluntad en un ámbito social
implica la posibilidad de hacer uso del recurso de la fuerza. Y es esa idea de poder, a la que hacen común
referencia el derecho y la política, la que ha provocado diversos modelos de convivencia entre los hombres;
uno de los cuales viene representado por el Estado de Derecho.

Coacción y coercibilidad.

Existe un acuerdo básico entre positivistas y iusnaturalistas en que el Dº no es conjunto de buenos consejos
o un sistema de meros avisos o de directivas de conducta cuyo cumplimiento se deja al arbitrio de los
destinatarios. Lo peculiar de las normas jurídicas es imponer unas determinadas conductas y contribuir a
crear unas determinadas expectativas de actuación en la vida social. En otros términos, lo que caracteriza a
las normas jurídicas respecto a otros tipos de normatividad social (reglas morales, usos sociales…) es su
“impositividad inexorable”; es decir, no supeditar o condicionar su cumplimiento a la opinión de los
obligados.

Existe, por tanto, un amplio acuerdo en admitir que las normas jurídicas hacen referencia a imposiciones
forzosas de conducta. Pero a partir de ahí comienza una diferencia básica: para los secuaces del positivismo
jurídico, la fuerza “en acto” (coacción) constituye un elemento esencial del Dº que integra todas las normas
jurídicas; mientras que desde las tesis iusnaturalistas la remisión a la fuerza se realiza en términos de
coactividad, coercitividad o coercibilidad; es decir como fuerza “en potencia”, como posibilidad virtual de
que el Dº se aplique aún en contra de la voluntad de los obligados.

La diferencia no es sólo de matiz. Quienes defienden la coactividad frente a la coacción suelen aducir en
defensa de su postura los siguientes argumentos:

a) Si se afirma que la coacción, como fuerza en acto, es un “hecho” esencial que integra el
contenido de las normas jurídicas, bastará un caso en que ese “hecho” no se verifique para que
esa teoría quede desvirtuada (Del Vecchio, 1950, 243 ss). Del mismo modo que la violación del
Dº no niega su existencia, tampoco el que determinadas normas no impliquen la coacción no
supone negar la posibilidad de que el Dº se imponga coactivamente (Radbruch, 1933, 105 ss).

b) La teoría de la coacción lleva a un callejón sin salida, porque entraña un proceso al infinito. Si
una norma es jurídica porque se hace valer por la fuerza, para ser jurídica, precisara ser avalada
por la fuerza y así sucesivamente. La coacción no puede imponer que ella misma se aplique,
requiere siempre una instancia superior con poder para aplicarla a quienes se hallan sujetos a
ella, con lo que resulta inevitable el regressus in infinitum. De ahí, que en la cúspide de toda
organización estatal se adviertan los límites de la coacción jurídica: Quis custodiet ipsos
custodes?

c) La teoría de la coacción choca con la existencia de enteras disciplinas jurídicas, como el Dº


internacional público, el Dº canónico o el Dº sindical, así como determinadas fuentes del Dº
como la costumbre, que más que en la coacción organizada de basan en el acuerdo y /o en la
consciencia colectiva de su obligatoriedad.

d) La teoría de la coacción soslaya o infravalora la importancia decisiva para todo ordenamiento


jurídico de la adhesión y el cumplimiento espontaneo del Dº. con ello se convierte la patología

2
en filosofía y se degrada a la totalidad de ciudadanos a la condición de delincuentes. Es evidente
que esa adhesión al Dº depende de su fundamento ético y del sistema político en el que opere.
El papel de la coacción no es idéntico en todos los ordenamientos jurídicos. La reducción del Dº a
la coacción asume su máxima radicalidad en las tiranías totalitarias, en las que el poder
legislativo es monopolio de grupos o facciones, sin que exista una participación popular en los
procesos de creación del Dº. en esos sistemas los destinatarios de la legislación positiva se hallan
condenados a sujetar coactivamente su conducta a reglas, que por serle totalmente extrañas, les
resultan difícilmente asumibles. Lo contrario se da en el Estado de derecho y, de modo especial,
en el Estado social y democrático de Dº. en esa forma política, en la medida en que se hace real y
efectiva la soberanía popular a través de la participación democrática en el proceso de
elaboración legislativa y en su aplicación, se posibilita el que la ley sea expresión de una voluntad
cívica empírica y tangible. Un ordenamiento jurídico, en la medida en que sus normas estén
fundadas democráticamente en la soberanía popular, deberá recurrir en mucha menor medida
al aparato coactivo, que en un sistema totalitario.

e) La coacción se ve desmentida por la existencia en todos los ordenamientos jurídicos de normas


que no implican directamente el uso de la fuerza: normas permisivas que facultan para realizar o
no una conducta; normas premiales, que frente a las “sanciones negativas” (aquellas que
castigan su incumplimiento), establecen “sanciones positivas” (recompensan su cumplimiento)
(Bobbio, 1990, 371 ss). Asimismo la distinción de Herbert Hart entre las normas primarias,
aquellas que imponen obligaciones coactivas y las normas secundarias, que atribuyen poderes,
ha contribuido a debilitar la concepción coactiva del Dº.

En definitiva, la teoría de la coacción incurre en tres tipos de quiebras: lógicas, porque entraña un regreso al
infinito; fácticas, porque choca con la existencia de normas jurídica no coactivas; y axiológicas, porque
soslaya el cumplimiento espontaneo del Dº, basado en la convicción y la adhesión libre de los destinatarios a
las normas que estos consideran justas.

De lo expuesto, y de otras consideraciones que cabría apuntar en un análisis más demorado en pormenores,
se desprende que la teoría de la coactividad parece más adecuada que la de la coacción. Aquella reconoce
que la posibilidad de imponer inexorablemente las prescripciones normativas, incluso recurriendo a la
fuerza, es un rasgo esencial del Dº. Se ha dicho que. “un Dº no coercitivo es una expresión absurda, un
sinsentido ni más ni menos que un cuadrado redondo o un cuchillo sin mango ni hoja” (Recaséns Siches,
1936, 105). Pero, al propio tiempo, esta teoría evita caer en los errores de la tesis de la coacción. Conviene
recordar que incluso Bobbio que se esfuerza en defender la concepción del Dº como ordenamiento coactivo
y expresamente llega a decir que “así como la gramática es la regla del lenguaje y la moda del vestir, así el Dº
es la regla de la fuerza” (Bobbio, 1990, 330); con posterioridad ha defendido la existencia de sanciones
jurídicas no coactivas, sino promocionales o premiales.

3. EL ESTADO DE DERECHO.

Se suele decir, siguiendo a Pascal, que la “justicia sin la fuerza es impotente, y que la fuerza sin justica es
tiránica”. Por eso es necesario conjugar la justicia y la fuerza, para que lo que es justo sea fuerte, o lo que es
fuerte sea justo. Y esa idea es la que comprendía la relación entre la política y el derecho en la actualidad, a
través del Estado de Derecho. Dicho de otro modo, el derecho y la política no son fenómenos de mera
fuerza. Es cierto que resulta inconcebible una política y un derecho sin poder. Pero la política y el derecho no
son solo eso De este modo, el poder político no se agota en el conjunto de normas e instituciones a través de

3
las que se articula y ejerce ese poder político en un Estado moderno. Ni el derecho aparece en la consciencia
popular sólo como un sistema lógico de estructuras normativas ordenadas y jerarquizadas. El derecho y la
política son, también, el producto de conductas sociales morales. Por ello, no cabe pensar un sistema
jurídico en el que se produce una separación radical entre derecho, moral y política, dado que la moral es
una dimensión insoslayable del poder político y de las normas jurídicas.

En esas, podemos decir que el sistema de conexiones entre el derecho, la moral y la política se hace
inteligible a través del Estado de Derecho, que no es sino aquella forma política que supone la más completa
sujeción del poder y de los ciudadanos a la legalidad. Pero no a una legalidad que encierre cualquier
contenido, sino a una legalidad legítima, en cuanto necesariamente orientada a garantizar los derechos
fundamentales. El Estado de Derecho entraña la fundamentación del poder político en la soberanía popular;
la soberanía que se ejerce a través de la ley. Por eso, la ley que garantiza la seguridad de los ciudadanos y a
la que éstos, en reciprocidad, deben obediencia, no es el dictado de la voluntad arbitraria o despótica, sino la
expresión de la voluntad general. A todo ello se debe añadir que el bloque de legalidad del Estado de
Derecho también responde a una serie de valores. Dicha legalidad se halla legitimada formalmente por el
principio de imparcialidad de su origen (Voluntad mayoritaria del pueblo) y de sus destinatarios (Igualdad
ante la ley); y materialmente por poseer un contenido moral básico perfectamente delimitado, como es el
reconocimiento en términos de normas positivas de los derechos naturales o derechos humanos, a través de
los denominados derecho fundamentales.

Las leyes del Estado de Derecho son normas impuestas por el poder político; pero, a la vez, constituyen
garantías destinadas a amparar los Derechos subjetivos de los ciudadanos. El Estado de Derecho es, por
tanto, la expresión de legitimidad política y jurídica en la medida en que fundamenta el poder y las normas
en una inequívoca opción moral: el consenso democrático y la protección de los Derechos fundamentales. El
Estado de Derecho funda el respeto al poder y a la ley en la soberanía popular, es decir, en el consenso sobre
los valores y fines básicos de la convivencia social; y tiene como destino la plena vigencia de los Derechos
fundamentales. Por ello, estas opciones morales de legitimidad no son solo un elemento estructural
fundamentador de los Estados de Derecho, sino la propia condición de su existencia, y, por ello, el uso de la
fuerza en éste, se encuentra debidamente encauzado.
Derecho Moral

Normas Justicia
Ciudadanos Formal
ESTADO DE DERECHO LEGALIDAD + LEGÍTIMA
Poderes públicos Material
PODER
POLÍTICO

SOBERANÍA
POPULAR

4. LA SANCIÓN JURIDICA EN EL ESTADO DE DERECHO.

La fuerza de las normas jurídicas implica la posibilidad de obligar a realizar determinados comportamientos
que el derecho prescribe, o a dejar de hacerlos, lo cual se materializa, de una u otra forma, a través de
determinados medios como:
1. La compulsión sobre las personas, es decir, la imposición de la fuerza y obligación a cometer
conductas que son debidas o a impedir las prohibidas.
2. La ejecución subsidiaria, que permite sustituir al obligado a realizar determinadas conductas no
personales por un sujeto distinto, a costa del obligado.

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3. Las penas, sanciones penales o administrativas, indemnizaciones y otras que castigan las acciones u
omisiones tipificadas como contrarias al derecho.

La estructura formal de la sanción jurídica se diferencia con nitidez de las sanciones morales. En el
ordenamiento jurídico de un Estado de Derecho, en función del mandato de la seguridad jurídica, se hace
necesario que el sistema sancionador establezca, de forma pública, clara, precisa y previa lo siguiente:

1. ¿Qué es lo que se castiga? Es decir, qué tipo de conductas van a ser objeto de sanción, en
contraposición con la moral, en donde las conductas sancionadas van a aceptar a un conglomerado
de comportamientos y situaciones cuya imprecisa delimitación deja un amplio margen a la
conciencia del infractor, o al arbitrio del grupo que reacciona frente a la infracción de las normas
morales.

2. ¿Dónde se castiga? En el derecho se encuentran previstas las sedes en las que se imponen y
cumplen las sanciones, en cambio, en las sanciones morales existe una incertidumbre grande sobre
los ámbitos en los que puede sobrevenir el castigo.

3. ¿Cómo se castiga? Es decir, qué tipo de sanciones se prevén para las conductas antijurídicas, en
cambio, existe una gran indeterminación en el castigo que corresponde a las sanciones morales, lo
que no debe ser confundido con su inexistencia o debilidad, pues a veces, la respuestas morales ante
algunas infracciones de este tipo pueden ser más duras que las sanciones jurídicas.

4. ¿Quién castiga? En las sanciones jurídicas consta las personas o autoridades que serán competentes
para imponer los castigos, a diferencia de ello, la sanción moral no procede de nadie determinado.

5. ¿De qué forma se castigará? En la sanción jurídica se conocen los procedimientos que regularán la
imposición de los castigos, así como los recursos que pueden ejercitarse frente a las sanciones, lo
que resulta ajeno al ámbito moral, donde no existe procedimiento expreso de determinación de
cómo se va a castigar.

TEMAS 10 A 13: LAS NORMAS Y EL ORDENAMIENTO JURÍDICO


1. EL ORDENAMIENTO JURÍDICO COMO SISTEMA. PRINCIPIOS GENERALES PARA UN BUEN
FUNCIONAMIENTO.

1. Unidad: Las normas jurídicas no están aisladas, sino que conforman una totalidad ordenada,
constituyendo un sistema cuyo principal rasgo es la unidad.

El ordenamiento jurídico debe ser un conjunto de normas debidamente ordenadas y jerarquizadas,


en el que resulten válidas desde un punto de vista tanto formal como material.

 La validez formal de las normas exige que sean elaboradas por los órganos y conforme a los
procedimientos que indica la norma superior jerárquica.
 La validez material de la norma implica que su contenido prescriptivo, es decir, lo que en
ellas se dispone sea conforme y, por tanto, no contradictorio con lo que marca la norma
superior jerárquica.

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De esta forma, la validez implica que todas las normas que van a componer el ordenamiento jurídico
sean consecuentes formal y materialmente con la norma superior jerárquica.

Validez material de la norma no tiene el mismo significado que justicia de la norma. Una norma es
justa en función de la naturaleza de su contenido, de si lo que en ellas se dispone resulta conforme
con aquellos valores absolutos o históricos de lo que es considerado justo. En cambio, una norma es
válida materialmente si su contenido se adecua no ya a los valores de lo que es considerado justo,
sino al contenido de lo que, expresamente, se dispone en la norma superior jerárquica, con
independencia de si la misma es justa o injusta.

2. Coherencia: Es la falta de contradicciones normativas entre las distintas normas jurídicas que
componen la totalidad ordenada de forma jerárquica que implica un ordenamiento jurídico. Un
ordenamiento jurídico es coherente si ninguna de sus normas se contradice, si no existen antinomias
jurídicas. Se suelen distinguir 2 clases de coherencia:

 Coherencia lógica: Una norma es coherente en relación con otra u otras del ordenamiento
jurídico si no son incompatibles entre sí.
 Coherencia axiológica: Implica que una norma no puede ser incompatible respecto de los
valores o principios que contiene el ordenamiento jurídico. Pueden existir normas
coherentes desde un punto de vista formal, que resulten incoherentes desde una
perspectiva material, pero no al contrario.

Mientras la coherencia lógica resulta inexcusable para el buen funcionamiento del ordenamiento
jurídico, de modo que no pueden existir normas incompatibles entre sí, la coherencia axiológica
resulta relativa y graduable en tanto que una norma puede ser coherente en relación con un
determinado principio, pero incoherente en relación con otros.

Para evitar la falta de coherencia lógica entre normas de un mismo ordenamiento jurídico se suelen
prever soluciones prácticas para resolver los casos que se planteen. Por ejemplo, nuestro artículo 2
del Código Civil establece; “al promulgarse una norma quedan derogadas las normas anteriores
sobre la misma materia que sean incompatibles con ella o la formula” también genérica de “quedan
derogadas cuantas disposiciones se opongan a lo establecido es esta norma”.

3. Plenitud: Además de entenderse en sentido formal como totalidad jerárquica, la unidad del
ordenamiento jurídico debe entenderse como plenitud, que supone la ausencia de lagunas
normativas o vacios legales.

Un ordenamiento jurídico es pleno en la medida en que cualquier situación o comportamiento digno


de tener trascendencia jurídica tendrá su debida respuesta normativa. La absoluta plenitud del
ordenamiento jurídico se considera inalcanzable dado que la sociedad, que es quine demanda la
creación de reglas de convivencia, avanza con mayor rapidez que el derecho.

El principio de plenitud supone la exigencia de que el ordenamiento jurídico resuelva todos los
conflictos con relevancia jurídica que puedan suscitarse en su ámbito, asegurando el derecho de sus
ciudadanos a la certeza y seguridad jurídica.

2. LAS FUENTES DEL DERECHO.

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Las fuentes del derecho son las formas de producción de esas reglas de convivencia que existen en un
ordenamiento jurídico. En nuestro sistema jurídico son la ley, la costumbre y los principios generales del
derecho, que no la jurisprudencia.

 La ley.

La ley es la principal fuente de producción de reglas y superior jerárquicamente debido a dos


factores:

1. La certeza jurídica.
2. Su estabilidad jurídica.

La ley facilita el conocimiento exacto del derecho a los ciudadanos y su derogación requiere de un
acto para dejar de estar vigente.

 La costumbre.

Suele ser secundaria y supletoria de la ley (Art. 1.1 del Código Civil). La costumbre jurídica no es fácil
diferenciarla de la costumbre no jurídica, ya que ambas presuponen la realización repetitiva,
uniforme y generalizada de un determinado comportamiento, exigiendo además, la costumbre
jurídica, de la necesidad de un convencimiento generalizado de que la misma ha de ser
jurídicamente obligatoria.

 Los principios generales del derecho.

Su importancia radica en el cumplimiento de tres funciones:

1. Son principios que sirven para conocer, analizar y aplicar las restantes normas jurídicas,
interpretándolas de acuerdo con sus fines y adaptándolas a la realidad social del momento
histórico en que van a ser aplicadas (Ej. El art.1.4 del Código Civil declara que los principios
generales del derecho tienen un carácter informador del ordenamiento jurídico).
2. Son principios esenciales en tanto en cuanto el propio ordenamiento jurídico a ellos se
remite (Ej. El art. 9.3 CE alude al principio de legalidad, al de jerarquía normativa, o al de
publicidad de las normas, o el art. 1.4 del Código Civil, que nos dice que se aplicaran en
defecto de ley o costumbre).
3. Porque en ellos se recogen algunos de los postulados éticos que debe presidir todo
ordenamiento jurídico, como la justicia o el bien común.

 La jurisprudencia.

El hecho de que nuestro sistema jurídico no le conceda el carácter de fuente del derecho no le resta
relevancia, previniéndose, en nuestro propio Código Civil (Art. 1.6), que la jurisprudencia
complementará el ordenamiento jurídico con la doctrina que, de modo reiterado, establezca el
Tribunal Supremo al interpretar y aplicar la ley, la costumbre y los principios generales del derecho.

Al contrario de lo que sucede en los países anglosajones, en nuestro sistema jurídico el recurso al
precedente judicial no debe entenderse como la aplicación a un supuesto concreto de la solución
judicial ofrecida a otro supuesto similar, sino como la obligada reflexión sobre las interpretaciones y
argumentaciones que han realizado órganos jurisdiccionales superiores en resoluciones previas
sobre la normativa aplicada en situaciones similares.

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De este modo, la jurisprudencia cumple la función de dar uniformidad a la interpretación judicial de
las normas, con objeto de preservar el principio de igualdad ante la ley y garantizar la seguridad
jurídica.

3. LA INTERPRETACIÓN JURIDICA.

Interpretar es dar sentido o significado a una determinada manifestación del lenguaje que puede ser oral o
escrita. Interpretación es el conjunto de procesos lógicos y prácticos encaminados a realizar la atribución de
significado a la manifestación del lenguaje de que se trate, designado a su vez 2 dimensiones, por un lado
una dimensión subjetiva y dinámica, que sería la propia actividad encaminada a describir el sentido de los
enunciados o manifestaciones del lenguaje. Por otro lado una dimensión objetiva o estática, que sería el
resultado obtenido a través de la actividad.

La proyección de estas premisas al Dº permite concebir la interpretación jurídica como la atribución de


significados a una determinada manifestación del lenguaje jurídica. Se pueden diferenciar 5 requisitos que
caracterizan o conforman toda interpretación jurídica:

1. Su carácter lingüístico, pues donde no existe una determinada expresión lingüística de tipo jurídico,
no puede darse interpretación jurídica.

2. Su carácter necesario, para atribuir sentido a las normas y completar su elaboración, de hecho, la
interpretación jurídica no se da solo en los supuestos de falta de claridad del Derecho, sino en todo
caso de aplicación de él.

3. Su carácter de actividad contextualizada, dado que se lleva a cabo en condiciones históricas y


socialmente determinadas en las que se generan los usos lingüísticos sobre los cuales se realiza la
atribución de sentido o significado.

4. Su carácter limitado y controlado, puesto que toda interpretación jurídica debe aquietarse a unos
determinados parámetros, como puede ser, el respeto a las definiciones legales, la necesidad de
atenerse a criterios interpretativos utilizados en decisiones previas de casos similares. La función
orientadora de la doctrina o la supervisión y motivos de quienes crearon la norma.

5. Su carácter unitario, ya que toda interpretación jurídica conduce a la atribución de un significado a la


norma, al Derecho, que no sea casual o arbitrario sino fruto de un ejercicio de racionalidad.

Tipos de interpretación jurídica.

En razón del sujeto que la realiza podemos diferenciar entre:

 Interpretación privada: La realizan los particulares que cumplen la norma, los juristas o la doctrina.
 Interpretación pública: Podemos diferenciar:

o Interpretación legal o autentica: Es la que realiza el legislador, y que en muchas ocasiones


suele constituir un acto jurídico nuevo que, con efecto retroactivo, viene a aclarar una
norma anterior.
o Interpretación usual: Es la que realizan los jueces en su tarea habitual de administrar justicia.

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En atención al resultado podemos diferenciar:

 Interpretación literal: Es cuando el sentido o significado se corresponde a los propios usos


lingüísticos empleados.
 Interpretación declarativa: Es cuando los usos lingüísticos empleados admiten varios sentidos o
significados, pudiendo diferenciarse a su vez dentro de la misma:

o Interpretación restrictiva: De todos los sentidos nos quedamos con el más estricto.
o Interpretación extensiva: De todos los sentidos nos quedamos con el más amplio.
o Interpretación crítica: Reelaboramos todos los sentidos de la manifestación de lenguaje e
interpretamos en atención al espíritu de la manifestación del lenguaje jurídico.

En atención a los métodos utilizados en la labor de interpretación, y siguiendo a un autor llamado Savigny,
pueden diferenciarse cuatro modalidades:

 Gramatical: En la atribución de significado incide en el análisis de los usos lingüísticos empleados.


 Lógica: A la hora de atribuir el significado presta especial atención a garantizar la coherencia y
funcionalidad de la manifestación del lenguaje.
 Sistemática: En la labor de interpretación presta especial atención la coordinación de la
manifestación del lenguaje con el resto del conjunto normativo del que forma parte.
 Histórica: Tiene en cuenta los contextos pasados en que fue elaborada la norma y que pueden incidir
en la inteligencia presente de la misma.

Conviene advertir que, para Savigny, estos cuatro métodos no suponían opciones independientes que
pudiera tomar el intérprete a su voluntad, sino actitudes metódicas interrelacionadas que, tomadas de
forma conjunta, permiten llegar al pleno significado de la manifestación del lenguaje que se pretende
interpretar.

Nuestro Código Civil en su artículo 3.1 alude, en una enumeración exhaustiva, a métodos gramaticales
lógicos, sistemáticos, históricos, sociológicos y teleológicos, añadiendo, por tanto, estos dos últimos a la
tipología ofrecida por Savigny, con intención de acentuar el carácter evolutivo de la interpretación al
concebir el contexto social en que la manifestación del lenguaje será empleada y su finalidad como un
marco de orientación en la labor de interpretación.

4. ARGUMENTACIÓN JURÍDICA.

Es un tipo de razonamiento en el que, partiendo de premisas verosímiles, se pretende llegar a conclusiones


razonables.

PREMISAS CONCLUSIONES
VERACES RAZONABLES

HECHOS NORMAS
Se trata de un razonamiento concreto que, por adecuarse a cada caso concreto, ha tenido gran relevancia a
lo largo de la historia jurídica y cuenta en la actualidad con su debida importancia a la hora de aplicar el
derecho.

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Muchas han sido las teorías argumentativas que se han sucedido a lo largo de la historia jurídica y todas ellas
tienen como denominador común la creencia en la razonabilidad de la argumentación y en la necesidad de
obtener ciertas conclusiones razonables a partir de premisas veraces compuestas por hechos y normas.

Al igual que la interpretación, la argumentación jurídica se encuentra muy presente en la labor cotidiana de
los juristas, por citar algunas teorías argumentativas, referir las realizadas por Theodor Viehweg y Robert
Alexis.

 Theodor, sostiene que la inferencia debe realizarse teniendo en consideración los tópicos como
pautas para guiar, no solo la interpretación del derecho, sino para encontrar la solución a las
controversias jurídicas que se planteen.
 Robert, sugiere una serie de reglas y procedimientos formales tendentes a garantizar la racionalidad
de la argumentación jurídica, evitando que las valoraciones del jurista resulten subjetivas y
arbitrarias.

Tipos de razonamientos o modalidades de argumentos.

1. Argumentos a contrario: Excluye la posibilidad de aplicar las consecuencias jurídicas previstas en una
norma para un comportamiento o situación determinada, a otras conductas o situaciones no
previstas en la norma. Utiliza, por tanto, una modalidad de interpretación literal o estricta de la ley,
que se opone a cualquier extensión analógica de las consecuencias normativas.

Así, mientras la analogía propugna que donde se dan las mismas razones, debe establecerse la
misma calificación jurídica, el argumento a contrario parte de la premisa de que cuando la norma
deseó establecer determinadas consecuencias, las estableció expresamente, cuando no, es porque
no o deseó.

2. Argumento a símile: Opera a la inversa que el argumento a contrario, suele utilizar una modalidad de
interpretación extensiva de la ley, y una modalidad de argumento de tipo analógico, que previene
que se puede aplicar a un supuesto no previsto en las leyes las consecuencias jurídicas establecidas
para otros semejantes que si se encuentra previsto en la norma, pero siempre y cuando entre ambos
no solo exista similitud o semejanza, sino identidad de razón.

Nuestro Código Civil establece el ejemplo más paradigmático de argumento analógico, al prevenir,
en su artículo 4.1, que procederá la aplicación analógica de las normas cuando estas no contemplen
un supuesto específico pero regulen otros semejantes entre los que se aprecie identidad de razón.

Quien, en definitiva, debe determinar cuándo acontece esa identidad de razón es la voz del jurista, y
en particular, del juez.

Esta modalidad de argumento puede acarrear, en ocasiones, arbitrariedad al pretender aplicarse el


argumento analógico en casos de supuestos semejantes entre los cuales no existe identidad de
razón. Por ello, la analogía no se permite en el ámbito penal, donde rige la tipificación estricta de los
delitos y las penas en función al principio de legalidad penal.

3. Argumento a fortiori: Establece que las consecuencias jurídicas previstas en una norma para
determinada situación deben aplicarse con mayor motivo o razón a conductas o situaciones no
previstas en ella. Actúa de forma similar a la analogía, ya que ambos supuestos tratan de proyectar
las consecuencias jurídicas previstas en una norma para determinadas situaciones a otras
situaciones no previstas en la norma.

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La diferencia entre la analogía y el argumento a fortiori estriba en que, mientras la analogía se
sustenta en la similitud de los supuestos e identidad de razón, el argumento a fortiori parte de la
mayor o menor entidad del supuesto regulado respecto del no previsto, de ahí sus dos modalidades:

1) A minori ad maius: Acontece en supuestos de normas prohibitivas o negativas,


estableciendo que, si no se permite o está prohibido lo menos, con mayor razón o motivo no
se permitirá y estará prohibido lo más.
2) A maiori ad minus: Se da en casos de normas permisivas y dispone que quien puede lo más
puede lo menos.

A esta modalidad de argumento se le ha objetado por diversos autores que no tiene un


carácter absoluto, ya que no siempre quien puede lo más puede lo menos (Ej. En Bélgica en
1919 existía una ley que para evitar el alcoholismo entre los pobres autorizaba la venta sólo
de bebidas alcohólicas a partir de dos litros).

Ello nos hace ver que se no trata de un argumento cuantitativo, es decir, a mayor cantidad,
sino cuantitativo, es decir, a mayor razón.

4. Argumento apológico o ad absurdum: Establece que debe evitarse toda argumentación que dé lugar
a consecuencias absurdas, basándose en la presunción de racionalidad del legislador. Se trata de una
modalidad de argumento semejante al argumento a contrario, porque pretende la no aplicación de
las consecuencias jurídicas previstas en una norma para una determinada situación a situaciones no
previstas en ella.

A este argumento se le ha objetado su imprecisión y equivocidad dado el carácter históricamente


relativo de lo que se considera absurdo. Pretende que no se aplique a una generalidad de casos las
consecuencias jurídicas previstas en una norma.

Nuestro Tribunal Constitucional ha empleado el mismo en función, por ejemplo, de la coherencia


interna del sistema, excluyendo todas aquellas argumentaciones que resulten opuestas a normas o
principios constitucionales de la eficacia del texto a interpretar, evitando argumentaciones que
puedan desmerecer la función de órganos expresamente reconocidos por ley.

También lo ha empleado en función de la coherencia institucional o pragmática, evitando


argumentos que contradigan lo que se considera lógico en el mundo de lo jurídico. El Tribunal
Constitucional también ha considerado absurdo lo exagerado, lo no verificable en la realidad y lo
superfluo.

TEMAS 14, 15 Y 16: DERECHO Y VALOR: EL DERECHO JUSTO


1. EL VALOR DE LA JUSTICIA.

Los valores son criterios en base a los cuales las personas juzgamos las conductas o situaciones. Cuando esas
conductas o situaciones son conformes a los valores decimos que valen, con lo que estamos expresando que
tienen valor. Y cuando son contrarias a los valores decimos que no valen y que, por tanto, son disvalores.

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No existe un único valor, dependiendo de a qué plano de la vida humana hagamos referencia, destacaremos
como valiosa una u otra cosa. Así, por ejemplo, para la economía uno de sus principales valores será la
utilidad, para la moral, el bien, o para la estética, la belleza. En esas, la justicia es el valor para el derecho, el
criterio que nos va a permitir diferenciar lo que es valioso de lo que no lo es, lo justo de lo injusto.

La justicia es un valor humano y social:

 Humano porque tan sólo puede hablarse con propiedad de justicia respecto de las acciones sociales
de los hombres, de modo que la justicia representa un ideal de comportamiento o más bien de
conducta de los hombres.
 Es también un valor social, ya que se refiere a comportamientos de hombres que afectan a otras
personas de una u otra forma, de modo que, para hablar con propiedad de justicia, se exige al
menos la concurrencia de dos personas entre las cuales existan relaciones.

En función de ambos planos, humano y social, se ha dicho que la justicia es el valor rector por excelencia de
las proyecciones sociales de los hombres.

A lo largo de la historia se han sucedido tres grandes concepciones o formas de entender la justicia:

1. La positivista: Para quien la justicia es la voluntad de quien ostenta el poder y puede hacer uso del
recurso a la fuerza que formaliza a través de las leyes, disolviendo la justicia en la legalidad positiva.

Hoy en día, esta concepción de la justicia ha encontrado relevancia entre aquellas teorías que
entienden que todo aquello que va mas allá del derecho positivo es relativo, contingente e
irracional, considerando la justicia como un valor intrínseco al derecho positivo, con lo que justo será
todo aquel que actúe conforme a la legalidad (Kelsen).

2. La formalista: Tradicionalmente ha residido en la idea de procurar dar a cada uno lo suyo y que en la
actualidad se ha difundido entre aquellas teorías que circunscriben su idea de justicia a la
consideración de que deben ser tratados de igual forma quienes se hallan en la misma situación
(Perelman).

3. La materialista: Reflejada en la idea de la plenitud y armonía de todas las virtudes en la sociedad y en


el individuo. Identificada hoy en día con las corrientes de pensamiento que asocian la idea de justicia
a la de libertad, igualdad y bien común (Kant).

También existen otras teorías que conjugan una y otra idea de justicia, destacando la teoría de Rawls, para
quien la justicia tiene una doble dimensión:

1. Formal: Es la exigencia de imparcialidad en las reglas de justicia.


2. Material: Se concreta en dos principios:

1) Distribución de porciones iguales de libertad para todos.


2) Admisión de desigualdades cuando contribuyen a maximizar el bienestar de los más
desfavorecidos (Principio maximin).

Sobre dicha base, integrada por los planos humano y social, se puede decir que la justicia es el criterio básico
de legitimación y crítica del derecho, porque a través de él es como determinamos lo que es jurídicamente
valioso de lo que no lo es por adecuarse o no a los valores que con generalidad son compartidos en ese
momento por la sociedad.

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Al margen de ello, se alude a la justicia desde un punto de vista general o particular:

 General: Es la que ha tenido sus prolongaciones históricas en su concepción como orden de las
relaciones sociales en función de las exigencias del bien común.

La justicia general se ha denominado también como justicia legal, porque mediante ella se cumplen
los preceptos de la ley dirigidos a establecer las contribuciones que debe hacer cada ciudadano a la
vida colectiva. Este tipo de justicia garantiza la conservación de la sociedad y la posibilidad de que
esta puede cumplir sus fines más esenciales.

 Particular: Ve en la justicia la virtud de dar a cada uno lo suyo.

o Si es por parte de la autoridad se ha denominado justicia distributiva.

La justicia distributiva será aquella que establece los criterios para repartir los bienes y las
cargas públicas entre los miembros de la sociedad, encontrándose estrechamente ligada a
las grandes cuestiones de la política económica.

o Si es en el seno de las relaciones privadas se ha denominado justicia conmutativa.

La justicia conmutativa es la que regula las relaciones entre personas iguales que carecen de
autoridad o poder, estableciendo la proporción entre lo que se debe dar y recibir en el seno
de las relaciones privadas. Esta justicia es la que preside las relaciones de intercambio entre
ciudadanos y que inspiran el desarrollo de los negocios privados en el ámbito jurídico.

2. JUSTICIA SOCIAL.

El término justicia social, junto a otras expresiones como justicia económica justicia política, aparece en la
mitad del S.XX. Se trata de un concepto no muy afortunado, ya que toda justicia tiene de por si un
componente social.

Con todo, se trata de un concepto que ha cobrado un gran protagonismo con el transito del Estado liberal al
Estado social de derecho, aludiendo el termino justicia social al desarrollo económico y social de una
comunidad que exige que se distribuya a todos los grupos sociales y a quienes los integran la parte de bien
común que por sus contribuciones a su formación les corresponde.

Conforme a esta idea, se puede decir que la justicia social toma su contenido de las tres tradicionales
acepciones del término justicia:

1. De la justicia legal porque implica la necesidad de que los individuos que componen una sociedad
realicen las contribuciones previstas en la ley para conformar el bien común.

2. De la denominada justicia distributiva porque, a través de la distribución de los bienes y cargas por
los poderes públicos se realiza el necesario equilibrio en el orden social y económico.

3. De la justicia conmutativa porque a través de ella también se genera un orden social y económico
que garantiza el equilibrio en las relaciones entre los miembros iguales en una comunidad.

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Por otra parte, ha de advertirse como a grandes rasgos se pueden diferenciar dos grandes concepciones
sobre la justicia social:

1. Radica en la noción de mérito.


2. Necesidad de igualdad.

Dependiendo de en cuál de ellas pongamos el énfasis o privilegiemos sobre la otra, tendremos diferentes
concepciones de la justicia social y de la realidad socioeconómica.

3. JUSTICIA Y SEGURIDAD JURÍDICA.

La justicia es un valor jurídico, pero no el único, de modo que la justicia se relaciona con otros valores,
particularmente con el valor de la seguridad jurídica.

La mayoría de las veces esa relación ha sido planteada en términos de confrontación. Se ha dicho que, a
mayor justicia más será mermada la seguridad jurídica, y a mayor seguridad jurídica menos posibilidades de
obtener justicia tendremos.

Y esa idea ha venido favorecida por entender la justicia como la necesidad de adaptar el derecho a las
necesidades de la vida social, lo que implica una idea de cambio, frente a la concepción de la seguridad
jurídica como los rasgos permanentes, formales, y de obligado cumplimiento del derecho positivo, lo que
exige grandes dosis de estabilidad.

Siendo ello así, también lo es que, examinada con detenimiento la cuestión, pueda advertirse como la
seguridad jurídica constituye uno de los apartados de la justicia general al ser condición de la sociedad
correctamente ordenada. Por ello, no puede compartirse la idea de contraposición de justicia y seguridad
jurídica, en tanto en cuanto ambos valores comportan presupuestos y procedimientos ineludibles para
garantizar el buen orden de la sociedad.

Con todo, esa coincidencia entre justicia y seguridad jurídica, no impide reconocer al valor de la seguridad
jurídica unos perfiles propios, haciendo referencia a dos acepciones:

A. Objetivo: Consistente en la regularidad estructural y funcional del sistema a través de sus normas e
instituciones.
B. Subjetivo: Denominada certeza del derecho. Sería la proyección de la seguridad jurídica objetiva en
las situaciones personales de cada ciudadano.

En concreto, la regularidad estructural viene dada por la formulación adecuada de las normas del
ordenamiento jurídico. La regularidad funcional por la exigencia de cumplimiento del derecho por todos los
ciudadanos y poderes públicos, y la certeza del derecho por la posibilidad de conocimiento previo por los
ciudadanos de las consecuencias jurídicas de sus actos.

4. LOS DERECHOS HUMANOS COMO CONCRECCIÓN AXIOLÓGICA DE LA JUSTICIA.

Los representan el conjunto de facultades e instituciones que, en cada momento histórico, concretan las
exigencias de la dignidad, la libertad y la igualdad humana, las cuales deben ser reconocidas positivamente
por los ordenamientos jurídicos a nivel nacional e internacional.

En los DDHH se conjugan, por tanto, dos componentes: un origen ético con una vocación jurídica. Es decir,
los DDHH son configurados como postulados prescriptivos, que nos dicen lo que debería ser. Pero, al propio

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tiempo, constituyen categorías que no pueden desvincularse de los ordenamientos jurídicos; y cuando esto
ocurre, nos encontramos con los denominados derechos fundamentales.

Así pues, la condición de derecho fundamental hace referencia a aquellos DDHH que se encuentran
garantizados por el ordenamiento jurídico positivo, en la mayor parte de sus casos en su normativa
constitucional, y suelen gozar de una tutela jurídica reforzada. Se trata siempre, por tanto, de DDHH
plasmados normativamente, cuya denominación evoca su papel fundamentador del sistema jurídico político
de los Estados de Derecho.

En esas, como se ha dicho, la condición axiológica de los DDHH se concreta en la determinación de su


contenido ligado a los valores de la dignidad, la libertad y la igualdad, no siendo una casualidad que hayan
sido estos valores aquellos a los que históricamente se ha acudido con mayor asiduidad para definir a la
propia justicia:

A. La dignidad humana.

Es complicado aportar una definición de este valor, y ello porque el concepto de dignidad humana
es, en sí mismo, un concepto marcadamente ambiguo y versátil, hasta el punto de que suele
invocarse para defender posturas radicalmente enfrentadas.

Asumiendo esos riesgos que la labor definitoria comporta, se puede concebir la dignidad humana
como aquel presupuesto básico dimanante de la propia condición de persona que exige el
reconocimiento y garantía de derechos inalienables e inviolables, cuya privación supondría la radical
negación del valor inherente a todo ser humano.

Y ésta, la dignidad humana, no sólo entraña la garantía negativa de que la persona no va a ser objeto
de ofensas o humillaciones (Derecho al honor, a la propia imagen, a la intimidad…), lo que afecta a la
esfera puramente individual del ser humano, sino que supone también la afirmación positiva del
pleno desarrollo de la personalidad de cada individuo frente a los demás (Derecho a la vida,
garantías frente a la tortura…).

En definitiva, la dignidad humana supone el valor básico fundamentador de los DDHH que tienden a
explicitar y satisfacer las necesidades de la persona en la esfera moral, habiendo sido definida por
nuestro Tribunal Constitucional como “…un valor espiritual y moral inherente a la persona, que se
manifiesta singularmente en la autodeterminación consciente y responsable de la propia vida y que
lleva consigo la pretensión al respeto por parte de los demás”.

B. La libertad.

Al igual que ocurre con el concepto de dignidad humana, también resulta bastante problemático
definir la libertad. Ha constituido, desde siempre, el principio aglutinante de la lucha por los DDHH, y
son varios los significados que encierra.

La libertad implica autonomía, facultad de indeterminación o ausencia de vínculos, presiones o


coacciones externas. Se denomina por ello, libertad negativa, en cuanto supone la garantía de no
injerencia de poderes o fuerzas extrañas al sujeto en el desarrollo de su actividad. Por el contrario,

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en una segunda acepción, la libertad aparece como la posibilidad para realizar determinadas
actividades o conductas. De ahí que se denomine libertad positiva, en cuanto que se concreta en una
serie de facultades, posibilidades o poderes de actuación.

Aunque en términos generales no siempre es así, se suele decir que si se utiliza la expresión “libertad
para” estaremos haciendo referencia a la libertad positiva, a la capacidad del individuo para tener un
pleno autocontrol y autogobierno de sí mismo, mientras que si empleamos la expresión “libertad
de” nos referiremos a la posibilidad de actuar como se desee debido a la inexistencia de obstáculos
puestos por otros sobre el posible actuante.

Al margen de dichas acepciones, libertad positiva y libertad negativa, en los últimos años ha ganado
enteros una nueva expresión: libertad social, cuando la libertad alude al marco o contexto externo
de su ejercicio, es decir, a las relaciones interpersonales en las que se resuelve la dimensión social y
comunitaria de la libertad.

Estos tres modelos de libertad no están contrapuestos, sino que existe una estrecha relación de
interdependencia entre los mismos, como ocurre en nuestra Constitución, en donde tienen su
debida cabida: libertades negativas sería la libertad religiosa o la libertad de residencia; libertades
positivas seria el derecho a la tutela judicial efectiva o la presunción de inocencia; y entre las
libertades de signo social o comunitario, podemos citar el derecho al sufragio o el derecho de
participación política.

C. La igualdad.

Ha sido reivindicada de distinta manera a lo largo de la historia. No obstante, pueden significarse dos
acepciones especialmente relevantes:

1. Igualdad material o socioeconómica: Es la igualdad del mayor número de individuos en el


mayor número de bienes (Art. 9.2 CE: “Los poderes públicos tendrán la responsabilidad de
promover las condiciones para que la igualdad de los individuos y de los grupos en que se
integran sea real y efectiva”).
2. Igualdad formal o jurídica: Hace referencia al principio de igualdad ante la ley, y se focaliza a
través de tres exigencias:

1)De generalidad de las normas jurídicas, es decir como garantía de que todos los
ciudadanos van a hallarse sometidos a las mismas normas y tribunales (Tratamiento
igual de situaciones que se consideran iguales).

Aquí la igualdad ante la ley implica el reconocimiento de que las normas jurídicas
tienen que ser idénticas para todos, sin que exista ningún tipo o estamento de
personas dispensadas para su cumplimiento, o sujetos a potestad legislativa o
jurisdiccional distinta de la del resto de los ciudadanos.

2)De equiparación, que supone un trato igual de circunstancias o situaciones que no


resulten del todo idénticas, pero que se estima deben considerarse irrelevantes para

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el disfrute o ejercicio de determinados derechos o para la aplicación de una misma
disciplina normativa.

La igualdad supone, en este sentido, una convención a partir de determinadas


desigualdades dadas, que se considera que no deben entorpecer el disfrute igual de
los derechos.

3)De diferenciación, es decir, el tratamiento diferenciado de circunstanias y


situaciones aparentemente semejantes, pero que requieren una reglamentación
jurídica distinta (Ej. Nuestra CE, en su art. 31.1, establece el principio de igualdad
ante la ley en materia fiscal al proclamar que “Todos contribuirán al sostenimiento
de los gastos públicos”, para luego matizar, con el criterio de diferenciación,
añadiendo que tal contribución se realizará “de acuerdo con su capacidad
económica”).

En esas, viene al caso la denominada discriminación inversa o discriminación


positiva. Se trata de la aplicación de medidas tendentes a derogar garantías de
igualdad formal en nombre de exigencias de la igualdad material que se estiman
prevalentes. Implican una quiebra del principio de igualdad de tratamiento y
consideración de todos los ciudadanos y, por tanto, suponen una discriminación;
pero en este caso la discriminación no perjudica, sino que favorece a las personas o
grupos más discriminados (Por eso se llama positiva o inversa).

Como dijimos anteriormente, a través de la interdependencia de estos tres valores (Dignidad, libertad e
igualdad) se concreta la condición axiológica de los DDHH; y, por ello, el logro de cualquiera de ellos a
expensas de los otros, supone siempre una amenaza para el desarrollo e implantación de los DDHH. Es mas,
los planteamientos contradictorios, que insisten en el carácter inevitable de la supeditación de algunos
valores o derechos en aras de otros, terminan por debilitar incluso la consecución de aquellos valores que
pretende afirmar.

La dignidad humana, en cuanto se concreta en el libre desarrollo de la personalidad, no puede ser ajena a la
libertad. La libertad, a su vez, no sólo se encuentra vinculada a la dignidad, sino que en sus dimensiones
positiva y comunitaria implica a la igualdad, porque difícilmente se puede hablar de libertad para todos, si
todos no son iguales entre sí. Y, al propio tiempo, la igualdad persigue y se orienta hacia la dignidad y la
libertad, puesto que sería contrario a su condición de valor el que se la pudiera concebir como igualdad en la
humillación y en la opresión.

Y hacia ese ideal integrador y de armonización de los valores que fundan los DDHH se dirige abiertamente la
Constitución española de 1978, que expresamente hace referencia a la libertad e igualdad como valores
superiores al ordenamiento jurídico, y menciona con especial énfasis la dignidad humana en su articulado;
habiendo remarcado nuestro Tribunal Constitucional como cada precepto encuentra su sentido pleno
valorándolo en relación con los demás.

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