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Sobre El Campo Lacaniano

El documento explora el concepto de goce en el psicoanálisis lacaniano, destacando su inalcanzabilidad y su relación con el discurso. Lacan establece que el goce es un enigma que influye en la formación del discurso, el cual busca dominarlo, pero siempre termina en frustración. Además, se discuten las diferencias de género en la experiencia del goce y su implicación en la dinámica del poder y el conocimiento.

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Sobre El Campo Lacaniano

El documento explora el concepto de goce en el psicoanálisis lacaniano, destacando su inalcanzabilidad y su relación con el discurso. Lacan establece que el goce es un enigma que influye en la formación del discurso, el cual busca dominarlo, pero siempre termina en frustración. Además, se discuten las diferencias de género en la experiencia del goce y su implicación en la dinámica del poder y el conocimiento.

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John Mario Nuñez Muñoz

1010003048

Universidad Nacional de Colombia

Maestría en psicoanálisis Subjetividad y cultura

El discurso y el vínculo social

Sobre el goce y la frustración en el campo lacaniano

“¡Ven ante mis ojos, de ti enamorados!​

¡Bese ya tus plantas! ¡Bese ya tus manos!​

¡Prosternado en tierra, te tiendo los brazos,​

y aún más que mis frases, te dice mi llanto!​

Ven a nuestras almas, ven, no tardes tanto.”

-​ Los gozos de la novena, n. 11, s.f.

Uno de los propósitos de Lacan es el de formular las bases del campo del goce, y eso lo

explicita en este capítulo. Preguntas como ¿qué es el goce? y ¿cuál es su relación con el discurso?

son presentadas, pues el goce es uno de los conceptos centrales en el psicoanálisis lacaniano.

Lacan (1975) se refiere al goce como un gran enigma que es tanto el inicio como el fin de todo

discurso, así como un recurso que siempre está al borde de perderse o de ser robado.

En primer lugar, hay que decir lo más evidente: el goce absoluto es inalcanzable. Lacan lo

compara con el tonel de las Danaides, un recipiente eternamente vacío y constantemente llenado

por ellas. En este sentido, se puede introducir a Sísifo, otro condenado que, tal como afirma

Camus, “hay que imaginarlo dichoso” (1951, p. 133); o, más bien, en este caso, gozando: primero

con la piedra áspera contra su piel, luego en la cumbre y su subida, y finalmente en la caída tan

estrepitosa como debería uno imaginarla. Es recalcable que, en cualquier caso, estas figuras se

consideran condenas impuestas, aunque aquí se las compare con el goce, lo que añade un rasgo
ambivalente. También es importante señalar la diferencia en el género de los gozosos: mientras

que las Danaides enfrentan la incapacidad de llenar algo, Sísifo se encuentra atrapado en la subida,

caída y repetición de su tarea. Tal vez estas diferencias no sean coincidencias.

Como ya se mencionó, Lacan afirma que el discurso —aquello que se dice con un fin—

“nace del goce y a él pretende regresar siempre” (1975, p. 77). Lo primero se explica en tanto que,

apenas el niño nace y llora por primera vez, se inscribe un discurso sobre él. ¿Acaso ese llanto

primigenio no dice ya algo? En este sentido, Brainsky (1984/2003), desde una perspectiva

psicoanalítica clínica, habla sobre este momento primigenio en el que la madre “asume la misión

de pensar por el niño” (p. 144). Podríamos entender que la madre le inscribe un discurso que este

tendrá que introyectar, estableciéndose así la represión y el lenguaje.

Lo segundo no nos indica precisamente que en el discurso se llegue al goce, sino que cada

discurso apunta a una forma de goce particular, como una señalización en el camino que indicaría:

“más allá se puede gozar”. Lacan hablará de que cada discurso pretende dominar aquello a lo que

hace referencia, lo cual pone en juego su parentesco con el discurso del amo. El hecho de que el

goce sea inalcanzable se evidencia en esta pretensión: el discurso siempre aspira a este dominio,

como sucede con el discurso de la consciencia, que busca comprender completamente. Sin

embargo, Lacan podría señalar que esta pretensión es estéril, puesto que el goce “se opone

siempre a cualquier apaciguamiento” (1975, p. 74).

A partir de este saber, se formula entonces el discurso del analista, el discurso de Lacan, que

pretende en cambio una subversión al no ofrecer una solución a este campo. Se ubica, de cierta

forma, como un discurso opuesto al de la consciencia, que hace referencia a un “ego a salvo de

conflictos” (1975, p. 77). En cambio, el discurso del analista es el discurso del inconsciente, que

no es algo que deba dominarse.


Ya se mencionó, al introducir a las Danaides y a Sísifo, que hombres y mujeres tienen una

relación distinta con el goce. En este punto encontramos una parte crucial que determina el

discurso de la histérica. Se dice, en el lenguaje cotidiano, que el hombre no sabe dónde está el

clítoris, y también que en muchos casos es la mujer quien debe “ponerse los pantalones”. Esto

indica algo fundamental: la insatisfacción primordial que caracteriza a la histérica, en tanto que,

por mucho que el hombre busque, no encontrará el clítoris. En realidad, lo único que hace es

hurgar en una herida originada por la privación del falo; el hombre no sabe ni sabrá cómo

satisfacerla. Pero justo después encontramos una solución a esta insatisfacción: quitarle al hombre

esos pantalones que no sabe usar. Esta solución no es absolutamente placentera, pero no tiene que

serlo. Da lugar al plus de goce, al objeto a.

Este objeto a representa un resto, algo que de cierta manera se escapa. Es aquello que, en la

teoría freudiana, va más allá del principio del placer. Es el fort-da del juego infantil en Freud

(1920), que alude a la repetición y que, según Lacan, conmemora la irrupción del goce. Para

comprenderlo mejor, podríamos hablar del saber, cuya búsqueda es en sí misma una forma de

goce. Sin embargo, el saber por sí mismo siempre se escapa. La verdad del saber es esta: siempre

está incompleto. Este es el plus de goce, la imposibilidad de alcanzarlo que invariablemente lleva

a la repetición, la frustración y el reconocimiento de que no hay un saber absoluto o universal.

El goce tiene también un factor político, en tanto depende de una relación de poder en torno

al falo. Podría pensarse que quien tiene el falo es quien goza más. Lacan menciona que Freud

decía que “no puede alcanzarse el goce más perfecto que el orgasmo masculino” (1975, p. 77). Sin

embargo, esto es solo en relación con su genitalidad, puesto que este órgano masculino es

“fácilmente aislable tanto en sus funciones de tumescencia y detumescencia como de la curva

orgásmica” (1975, p. 80). Pero en realidad, como señala Lacan, el psicoanálisis freudiano se

refiere más bien a que es el falo quien realmente goza, no quien lo posee.
Lo genésico, lo que se repite, no está solamente en lo sexual, sino también en el discurso que

se hereda de madre a hijo. Es por esta reproducción del discurso que se considera a la mujer como

quien guarda realmente el goce en sí misma. Esto es algo que el hombre no sabe o que, mejor

dicho, el amo no podría adivinar. Es, al fin, la madre quien guarda realmente el goce; ella es el

falo al cual el hombre renuncia desde que es tan solo un niño.

Otro factor fundamental para el goce tiene que ver con la dimensión económica que postula

Freud y que es comparable a las teorías de Marx y Hegel. Tal como menciona Lacan, el plus de

goce es equiparable al de plusvalía en Marx. Además, la relación amo-esclavo de Hegel cumple

un papel crucial en la postura de Lacan. Por otro lado, el trabajo es también primordial para este

psicoanálisis, ya que interactúa con el goce. Según Lacan, “si el saber es medio de goce, el trabajo

es otra cosa” (1975, p. 84). Para Lacan, este trabajo es lo que garantiza la evitación del goce

absoluto, relacionado con aquello que va más allá del principio del placer.

Para concluir, el campo lacaniano es la pretensión de Lacan de comprender el goce, y con

razón, puesto que este es la base sobre la cual los cuatro discursos desarrollados por él se

sostienen. Un punto interesante es que los discursos no solo nacen del goce, sino que también

apuntan hacia él, inscribiendo un sentido de circularidad. Sin embargo, esta circularidad lleva

siempre al fracaso. Pero, en realidad, este fracaso mantiene el ciclo, incitando a que vuelva a

comenzar en la búsqueda de este goce, tal vez con la esperanza de una reunión definitiva con él. El

discurso del analista intenta subvertir este ciclo a través del enigma de la incompletud y la

histerización del discurso.


Bibliografía

Lacan, J. (1975/2008). El campo lacaniano. En el reverso del psicoanálisis (Libro 17,

1969-1970, 7ma Reimpresión, pp. 73). Buenos Aires, Barcelona, México: Ediciones

Paidós. (Publicado originalmente en francés por Éditions du Seuil, Paris, 1975;

primera edición en español, 1992).

Camus, A. (1951/1980). El mito de Sísifo (título original: Le mythe de sisyphe). Buenos Aires:

Editorial Losada S.A. (Décima edición: 30 de septiembre de 1980; primera edición en

francés: Librairie Gallimard, Paris, 1951)

Brainsky, S. (2003). los mecanismos de adaptación y las funciones yoicas. En Manual de

psicología y psicopatología dinámicas: Fundamentos de psicoanálisis (3. ed., pp.

135-171). Bogotá: Áncora Editores. (primera edición: Editorial Pluma, 1984).

Los gozos de la novena (n. 11). (s.f.). En Novena Aguinaldos. Original sin fecha, Tradición

colombiana).

Freud, S. (1920). Más allá del principio del placer. En Amorrortu editores (ed.), Obras

completas (Vol. 18.).

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