Política y Sociedad según Aristóteles
Política y Sociedad según Aristóteles
DERECHO CONSTITUCIONAL
II CICLO
TEMA:
POLÍTICA DE ARISTÓTELES
DOCENTE:
JESSICA PATRICIA
HUALI RAMOS VDA DE AFAN
INTEGRANTE:
LIMA - PERÚ
2024
ARISTÓTELES POLÍTICA
Aristóteles indica que todo estado está formado por una asociación de familias que busca un bien
común. Las relaciones sociales que forjan a las familias, se dan entre señor y esclavo, así como
esposo igual que mujer, ambas relaciones fueron creadas por la naturaleza como algunos otros
nacen por mandar, con dotes, razones y otros para obedecer, con facultades corporales. Las
asociaciones políticas que forman al estado, buscan satisfacer la necesidad del hombre dado que
naturalmente, el hombre no puede bastarse a sí mismo.
Reconocen también que si bien hay esclavos que lo son por naturaleza, los vencidos en la guerra
también son propiedad del vencedor, ya que la victoria supone superioridad y virtud.
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La identidad no existe en la virtud cívica de la república perfecta de Aristóteles, pues varía según
la función que cada uno desempeñe en la comunidad, la virtud privada, en cambio es única y
depende de buen ciudadano y buen hombre, hecho que le exige una educación especial. El buen
ciudadano debe poseer fuerza del mando y obediencia pues tiene la responsabilidad de ocuparse
de los intereses comunes y de la participación en los asuntos públicos.
El estado es la constitución que determina la organización del estado, en relación con las
magistraturas, pero principalmente con la soberanía; explica Aristóteles pues el soberano
históricamente suele ser la constitución misma, se puede diferenciar dos tipos de constituciones:
Formas impuras: la tiranía tiene como fin el bien personal del monarca, la oligarquía tiene como
fin el bien personal de los más ricos, la demagogia tiene como fin el bien particular de las
mayorías pobres, así también Aristóteles agrega que el estado no es una alianza militar, ni mucho
menos convención hecha ley, a pesar de que vele por la existencia material de los asociados, de tal
forma que existe para la felicidad y la virtud de la comunidad política.
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Interpretación formal establece que más allá de todas las diferencias institucionales, para
Aristóteles cuando en una sociedad se instala una mentalidad crematística natural o limitada se
desnaturaliza finalmente todo. Es decir, a pesar de que lo propio de la medicina es la salud, la
medicina también se convierte en forma crematística, a pesar de que lo propio de la estrategia sea
la victoria. Luego de la crisis de 2007 se han publicado variedades de libros que claman por una
vuelta a la tradición ética de la economía.
Aristóteles cree que la vida social es un fin al que se dirige el hombre y una prueba de esta
afirmación la encuentra en hecho de que el hombre es el único animal que posee razón con
capacidad además para expresarse, solo el hombre posee sentimientos. En consecuencia, observa
Aristóteles que solo en la vida social puede el ser humano realizar la virtud y felicidad propias de
su naturaleza activa del hombre converge la ciudad -estado. En el orden de la génesis y del
tiempo, según Aristóteles la ciudad una vez terminada es la esencia – estado que debe concretar a
causa que debe transitar una legislación política. Sin mayores tapujos, las estagiritas del pueblo
están inspiradas por la ética.
Por ahora se manifestó que elementos se componen de la ciudad, es necesario hablar en primer
lugar del régimen familiar, ya que toda ciudad consta de familias, ahora bien, la familia completa
se compone de esclavos y libres.
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En todo objeto de investigación deben buscarse ante todo sus elementos más simples, como los
primeros elementos de la familia son el señor y el esclavo, resulta claro cuál es la naturaleza del
esclavo, de igual manera su capacidad .El que siendo hombre , no es por naturaleza de sí mismo,
sino de otro y como objeto de propiedad, es un instrumento de acción y con existencia
independiente, la cuestión que hemos de examinar ahora es si habrá quien por naturaleza sea o no
de tal esclavitud o si por el contrario toda esclavitud es contraria a la naturaleza.
No es de gran dificultad dilucidar las experiencias vividas, el mandato puede prevenir de hombres
o descriptivos de bestias, en todo el conjunto de la naturaleza, y lo que es natural hay que
distinguirlo en su estado actual, así mismo, como la inteligencia gobierna el apetito irracional con
dominio político y regio.
El señorío político se ejerce sobre hombres libres por naturaleza, que ha distinguido así sus
respectivos modos de vivir, con vistas a la mayor comodidad de procurarse los alimentos de su
elección, de la misma manera entre los hombres, cuyas vidas difieren considerablemente. Otros
viven de la caza, y unos de una especie de caza y otros de otra, como por ejemplo unos del
bandidaje 16 y otros de la pesca, siendo éstos los que habitan cerca de lagos, pantanos, ríos o
mares; otros aún viven de aves o animales salvajes. De aquí también que el arte de la guerra sea en
cierto sentido un medio natural de adquisición y debe ponerse en práctica tanto contra los
animales salvajes como contra los hombres que, habiendo nacido para obedecer, se rehúsan a ello,
y esta guerra es justa por naturaleza. De aquí que, para efectuar sus cambios, los hombres
convinieron en dar y recibir entre ellos algo que, siendo útil de suyo, fuese de fácil manejo para
los usos de la vida, como hierro, plata u otro metal semejante.
Extraña sería en verdad una riqueza que, aún poseía en abundancia, deja que uno se muera de
hambre, tal como el Midas de la fábula, a quien, por la insaciabilidad de sus deseos, se le volvía
oro todo cuanto se ponía a su alcance, Ahora bien, la riqueza que proviene de esta crematística es
ilimitada, como no tiene tampoco límite el arte de la medicina en la producción de la salud, y
todas las artes son ilimitadas también en lo que hace a sus fines (pues cada una intenta producir su
fin en grado máximo) , pero en cambio no son ilimitadas en cuanto al empleo de los medios
(porque el fin es un límite con respecto a los medios).
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La causa de esta actitud es el afán de vivir, pero no de vivir bien, y como el deseo de vivir no tiene
límite, se desean consiguientemente sin límite las cosas que estimulan la vida. Las partes
prácticamente útiles de la crematística son las siguientes: La primera es tener un conocimiento
práctico del ganado, viene en segundo lugar el préstamo con interés, y en tercero el trabajo
asalariado, el cual se distribuye a su vez entre obreros técnicamente calificados y obreros sin
preparación técnica y que sólo son útiles por su trabajo corporal.
Todo esto puede ser útil para quienes tienen en estima la crematística, como por ejemplo la
especulación lucrativa que se atribuye a Tales de Mileto, a causa sin duda de su sabiduría, pero
que puede ser de aplicación universal. Cuando llegó la estación, y al acudir una multitud en
demanda apremiante y simultánea de molinos, los sub arrendó en los términos que le pareció,
allegando mucho dinero y demostrando así que para los filósofos es cosa fácil el enriquecerse
cuando quieran, pero que no es éste el blanco de su afán.
En la mayoría de los gobiernos de las ciudades el mando y la obediencia son alternativos, con
todo, y mientras uno gobierna y otro obedece, el primero trata de distinguirse por el empleo de
insignias, títulos y honores. Es manifiesto, por tanto, que en el régimen familiar mayor debe ser la
solicitud por los hombres que por la propiedad inanimada, y más por la virtud de aquéllos que por
el valor de la propiedad que llamamos riqueza, y más por los libres que por los esclavos.
Es pues manifiesto que todos los que hemos dicho tienen virtud moral, pero que no es la misma la
templanza en la mujer y en el varón, ni tampoco la valentía y la justicia, de acuerdo con lo que
pensaba Sócrates, sino que en el uno es la valentía rectora y en la otra sumisa, y lo mismo
acontece con las demás virtudes.
En lo que se ve a las relaciones entre el marido y la mujer, entre los hijos y el padre, la virtud
propia de cada uno de ellos, qué es lo que está bien y qué no está bien en el trato recíproco, y
cómo hay que perseguir el bien y huir del mal, son tópicos que necesariamente habrán de
examinarse al discutir las varias formas de gobierno.
Así pues, una vez que hemos definido estos puntos, y que de los restantes habrá de tratarse en otro
lugar, tengamos por concluido este discurso y demos principio a otro con el examen que haremos,
en primer término, de las teorías que otros han expuesto sobre la mejor forma de gobierno.
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Libro segundo
Hemos de examinar, en consecuencia, otras formas de gobierno distintas de la que podamos tener
en mente, y entre ellas tanto aquellas que están en uso en algunas ciudades reputadas por su buena
legislación, como asimismo las que hayan podido proponer algunos pensadores y que parecen
tener algún mérito.
Es preciso optar por uno de estos tres sistemas: o todos los ciudadanos tienen todo en común, o no
tienen nada, o tienen unas cosas y otras no. De este modo se nos hará patente lo que en todo ello
haya de recto y de útil; y no se pensará además que, si buscamos otra forma distinta fuera de
aquéllas, lo hacemos por vanidad intelectual, sino que se vea que, si entramos en esta
investigación, es por no ser satisfactorias las constituciones actualmente vigentes. Fuera de otras
muchas dificultades que tiene la absoluta comunidad de mujeres, no se ve claro por qué motivo
afirma Sócrates, como conclusión de sus argumentos precedentes, que haya de establecerse así en
la legislación.
La ventaja de la primera estriba en el número de los aliados, por más que no difiere
cualitativamente del mismo modo que el platillo con mayor peso hace inclinar la balanza, mientras
que los elementos que han de integrar una unidad deben ser cualitativamente diferentes.
Lo que es común al mayor número es de hecho objeto del menor cuidado. De las cosas que les son
propias se preocupan más que de nada los hombres, y menos de las comunes, o sólo en la medida
en que a cada cual le concierne, pues aparte de otras· consideraciones, cada uno propende a ver
con negligencia un deber si cree que otro puede atenderlo, del mismo modo que en los servicios
domésticos sirven a veces peor muchos criados que unos pocos.
Por otra parte, es imposible evitar que ciertos ciudadanos no hagan conjeturas sobre quiénes
puedan ser sus hermanos o hijos, o padres y madres, pues necesariamente derivarán estas
convicciones de la semejanza que suele darse entre los hijos y sus progenitores.
No deja de sorprender además que Platón, después de haber instaurado la comunidad de hijos
entre los mayores de la ciudad, se limite a impedir el comercio sexual entre mayores y jóvenes,
pero sin prohibir el amor ni las otras familiaridades que son el colmo de la indecencia cuando
tienen lugar entre padres e hijos o entre hermanos, puesto que ya lo es el solo amor de este género.
La comunidad de mujeres e hijos parece más acomodada a los labradores que no a los guardianes
de la ciudad, ya que, siendo comunes los hijos y las mujeres, habrá menos concordia entre
aquéllos, como conviene que sean los miembros de la clase subordinada a fin de que obedezcan y
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no armen revoluciones.
En los discursos sobre el amor vemos cómo Aristófanes habla de los amantes que en el exceso de
su amor desean unirse, y siendo dos, hacerse uno. Dos cosas hay, en efecto, que sobre todo
mueven a los hombres a cuidar de algo y amarlo, y son el sentirlo como propio y como único; y
nada de esto será posible que exista entre hombres sujetos a semejante régimen político.
Dos cosas hay, en efecto, que sobre todo mueven a los hombres a cuidar de algo y amarlo, y son el
sentirlo como propio y como único; y nada de esto será posible que exista entre hombres sujetos a
semejante régimen político.
La falacia de Sócrates hay que atribuirle, como a su causa, a la incorrecta noción de unidad de que
parte. Dejar esta materia sin reglamentar, como ocurre en la mayoría de las ciudades, será causa
segura de pobreza entre los ciudadanos, y la pobreza a su vez produce revueltas y crímenes. El
sistema platónico en su conjunto no aspira a ser ni una democracia ni una oligarquía, sino la forma
intermedia entre una y otra, que se llama república, cuya clase directora son los ciudadanos
armados.
Hay también leyes que ordenan conservar los lotes originalmente asignados. La abolición de estos
ordenamientos en Leucas 41 hizo demasiado democrática la constitución, pues el resultado fue
que llegaran a las magistraturas quienes no satisfacían el censo establecido. No sólo por necesidad
delinquen los hombres, para lo cual estaría bien el remedio ideado por Faleas de la igualdad en la
propiedad, y así no habría bandidos por frío o por hambre, sino que lo hacen también para tener
placer o satisfacer deseos. Es necesario, pues, que la constitución se estructure con vistas a la
potencia bélica, y de esto no ha dicho aquél una palabra.
Faleas, una vez más, no ha precisado nada de esto, pero no debe ocultarnos la importancia que
tiene determinar el monto de la riqueza. El principio de la reforma en esta materia debe ser pues,
antes que la nivelación de las fortunas, el disponer a quienes muestren buen natural a no desear
una riqueza excesiva; y en cuanto a los de natural perverso, reducirlos a la impotencia, es decir,
mantenerlos en una condición inferior, aunque· sin hacerles injusticia.
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Hipodamo de Mileto, hijo de Eurión, fue el primero que, sin experiencia política, abordó el tema
de la mejor forma de gobierno. Igualmente dividió las leyes en tres clases, y no más, pues pensaba
que no son sino en número de tres las causas que dan origen a los procesos judiciales, a saber:
injuria, lesión y homicidio.
Era además de opinión que los veredictos en los tribunales no deben darse votando con guijarros,
sino que cada uno llevase una tablilla en que no sólo podía escribir su sentencia si ésta era
simplemente condenatoria, o dejarla en blanco si aquélla era simplemente absolutoria, sino
explicar su voto en caso de que la sentencia tuviese carácter mixto. Esto es admisible en el
arbitraje, incluso en el arbitraje colectivo, donde los fallos se discuten entre los árbitros, pero no lo
es en los tribunales, donde por el contrario la mayoría de los legisladores han dispuesto que los
jueces no se consulten entre sí.
Si pues la política ha de ponerse entre estas disciplinas, es claro que también con respecto a ella
debe necesariamente ocurrir otro· tanto. Los mismos hechos históricos, puede sostenerse, son
signo de que así ha ocurrido, ya que las leyes antiguas eran demasiado simples y bárbaras.
Y en general todos buscan lo que es bueno y no lo que usaron sus padres; y probablemente los
hombres primitivos, bien sea que hayan nacido de la tierra o que hayan sobrevivido a alguna
catástrofe, fueron semejantes a la gente ordinaria e insensata de hoy en día. En los casos, en
efecto, en que la reforma es de poca importancia, y siendo por otro lado un mal el acostumbrar a
los hombres a derogar expeditamente las leyes, es claro que más bien debemos tolerar tales o
cuales errores tanto en los legisladores como en los magistrados, pues el pueblo no se aprovechará
tanto con la mudanza de la ley como se dañará al acostumbrarse a desconfiar de sus gobernantes.
Ahora bien, y según se reconoce generalmente, en toda república que aspira a estar bien
administrada, sus ciudadanos deben estar exentos de ocupaciones serviles, sólo que no es fácil
percibir de qué manera ha de proveerse a esto. En la organización del eforado es asimismo
defectuosa esta constitución. Todo el ordenamiento legal está enderezado a una parte tan sólo de
la virtud, es a saber la virtud militar, por ser ésta la que es útil para la dominación.
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Asimismo, los ancianos en Esparta corresponden a los que en Creta componen el llamado
Consejo. La realeza, por su parte, existió también al principio entre los cretenses, hasta que la
abolieron, correspondiendo ahora a los kosmoi el mando militar. En Creta, en cambio, el sistema
es más popular, porque de todos los frutos de la tierra y del ganado que se recogen en las tierras
públicas, así como de los tributos que pagan los periecos, se destina una parte a los dioses y a los
servicios públicos, y la otra a las comidas en común, por donde todos se alimentan del erario, así
mujeres como niños y varones.
En Esparta, en efecto, como todos los ciudadanos pueden ser elegidos, el pueblo participa en la
más alta magistratura y desea, por tanto, la permanencia del régimen, mientras que en Creta no se
eligen los kosmoi de la masa del pueblo, sino de ciertos linajes, y los ancianos a su vez de los que
han sido kosmoi. Una ciudad en estas condiciones está expuesta al peligro, puesto que podrán
atacar quienes quieran hacerlo.
Esta desviación de la aristocracia debe tenerse por un error del legislador, puesto que desde el
principio debe mirarse como cosa de la mayor importancia, el que los hombres de más valor
puedan estar libres de otros menesteres y no verse en situaciones indecorosas, y no sólo cuando
están en el gobierno, sino en su vida privada. En materias militares y navales lo vemos así, pues en
uno y otro servicio circulan entre todos, por decirlo así, el mando y la obediencia.
Por este medio curan los males del régimen y lo hacen estable. Esto, empero, ha sido obra del
azar, y convendría que el legislador mismo los inmunizara contra las revoluciones, pues en la
actualidad, si por desgracia se revelase la masa de los gobernados, no hay ningún remedio legal
para volverlos a la tranquilidad.
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Libro tercero
A QUIEN indaga lo concerniente a la constitución de la ciudad, la naturaleza y carácter de cada
una, puede decirse que la primera cuestión que se le plantea en relación con la ciudad es la de ver
qué es a punto fijo la ciudad. No todos convienen en llamar ciudadano a la misma persona, ya que
a menudo ocurre que quien es ciudadano en una democracia, no lo es en una oligarquía. Su
condición es semejante a la de los niños que en razón de su edad no han sido inscritos aún en el
registro cívico, o como los ancianos que han sido exonerados de sus deberes cívicos.
No discutimos en absoluto sobre una cuestión de palabras, pues lo que pasa es que no hay un
término común que pueda aplicarse con propiedad así al jurado como al miembro de la asamblea.
No debemos olvidar, empero, que en las cosas cuyos supuestos difieren específicamente, y uno de
ellos es primero, otro segundo, y así sucesivamente, no hay en absoluto para ellas, en cuanto tales,
o difícilmente, un término común. En ellas, en efecto, los miembros de la asamblea y los jueces no
encarnan una magistratura indefinida, sino son titulares de una magistratura determinada en este
respecto, y a todos o a algunos de entre ellos les está encomendada la función deliberativa o
judicial, ya en todas las materias o sólo en algunas.
En el lenguaje usual, sin embargo, la ciudadanía suele limitarse a aquellos cuyos padres son
ambos ciudadanos y no solamente uno de ellos, es decir el padre o la madre; y hay aún quienes
tratan de extremar este requisito, retrotrayéndose. Mayor es quizá la dificultad que se suscita a
propósito de los que adquieren la ciudadanía después de haber tenido lugar una revolución, Ahora
bien, y así como vemos que hay magistrados que lo son injustamente, y no obstante decimos .de
ellos que gobiernan, bien que injustamente (lo mismo será tratándose del ciudadano, a quien
hemos definido en función de cierto poder cuando dijimos que quien participa de tal o cual poder
es ciudadano).
En relación con esta dificultad podría estar la cuestión de con qué criterio hemos de decir que la
ciudad continúa siendo la misma, o no la misma sino otra diferente. La solución más obvia de esta
dificultad sería la que no atendiera sino al lugar y a los habitantes, dado que es posible dividir el
lugar y los habitantes, y que unos se establezcan en un lugar y otros en otro.
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Y si esto es así, es manifiesto que la ciudad habrá de decirse la misma atendiendo sobre todo a su
constitución, y que podrá llevar el mismo nombre o uno diferente tanto si sus habitantes son los
mismos como si son hombres del todo distintos
En conexión con lo que hemos dicho está la cuestión de saber si es una y la misma la virtud o
excelencia del hombre bueno y del buen ciudadano. Ahora bien, de los marineros uno es remero,
otro piloto, otro vigía, y otro tiene aún una designación especial, y consiguientemente, como es
claro, la más exacta definición de su respectiva excelencia será la de cada oficio; y con todo, hay
una noción común que se aplicará a todos, como quiera que la seguridad de la navegación es la
obra de todos, ya este fin tiende cada uno de los marineros.
Mas si suponemos que la virtud del hombre bueno es virtud de mando y que la del ciudadano, por
el contrario, comprende ambas capacidades, no serán una y otra virtud igualmente laudable. De
aquí que en los tiempos antiguos y en algunas ciudades, la clase trabajadora no participará del
gobierno, y así fue mientras no se produjo la democracia en su forma extrema. De aquí que con
razón se diga que no se puede mandar bien sin haber antes obedecido. Y por más que sea diferente
la virtud correspondiente a una y otra función, el buen ciudadano debe tener el conocimiento y la
capacidad tanto de obedecer como de mandar.
Las magistraturas políticas, cuando la ciudad está constituida sobre la base de la igualdad y
semejanza entre los ciudadanos, éstos estiman que deben mandar por turno.
Determinados estos puntos, viene luego el considerar cuántas son en número y cuáles las formas
constitucionales, y primero las formas rectas, pues sólo definidas éstas nos serán manifiestas sus
desviaciones. Cuando, por tanto, uno, los pocos o los más gobiernan para el bien público,
tendremos necesariamente constituciones rectas, mientras que los gobiernos en interés particular
de uno, de los pocos o l: le - la multitud serán desviaciones; ya que, en efecto, no habrá que llamar
ciudadanos a los miembros de la ciudad, o si lo son, tendrán que participar del beneficio común.
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Donde quiera que un grupo de hombres, sean pocos o muchos, gobiernan por la riqueza, habrá
necesariamente una oligarquía, y donde gobiernan los pobres, una democracia.
Determinemos pues en primer lugar cuáles son los caracteres definitorios que se atribuyen a la
oligarquía y a la democracia, y qué es lo justo en uno y otro régimen. De este modo, y toda vez
que lo justo es relativo a las personas, y la distribución ha de hacerse igualmente atendiendo a las
cosas y a las personas, según lo hemos declarado con antelación en la Ética, los hombres
convienen en cuanto a la igualdad en la cosa, pero disputan sobre la igualdad en las personas; y
esto principalmente por lo arriba dicho, que juzgan mal sobre sí mismos, y también porque unos y
otros creen expresar la justicia absoluta por el hecho de expresarla hasta cierto punto, y la causa
de ello es que cada cual juzga sobre sí mismo, y los hombres en su mayoría son por lo común
malos jueces en su propia causa.
Si las comunidades y vínculos humanos se formarán por causa de la riqueza, de tal modo que la
participación en la ciudad fuera proporcionada a la propiedad, podría entonces ser válido el
argumento del partido oligárquico. Pero la ciudad existe no sólo por la simple vida, sino sobre
todo por la vida mejor, tampoco existe la ciudad por motivo de alianza militar, ni para protegerse
contra toda injusticia, ni aun por causa del comercio y ayuda recíproca, pues en este caso serían
virtualmente ciudadanos de una sola ciudad los tirrenos y los cartagineses, y todos los que tienen
tratados entre sí.
La comunidad política tiene por causa, en suma, la práctica de las buenas acciones y no
simplemente la convivencia; y de aquí que quienes contribuyen más a una comunidad de esta
especie deben recibir más de la ciudad que aquellos que pueden igualarlos en la libertad o en el
linaje, pero que no les igualan en la virtud, o que siendo superiores en riqueza son inferiores en
virtud. Si lo fuera, necesariamente serían justos también todos los actos consumados por el tirano,
quien por ser más fuerte recurre a la violencia, como la multitud contra los ricos, la virtud no
destruye a su poseedor, ni la justicia es destructiva de la ciudad, claro está que semejante orden
legal no puede ser justo.
Elegir rectamente, en efecto, es función de los expertos, como de los que saben agrimensura la
elección de un agrimensor, y de los que saben pilotar, la de un piloto; pues, aunque algunos
particulares participen de esta capacidad de juicio en ciertas obras y oficios, nunca más que los
expertos. Pero si así es, resulta evidente que las leyes consonantes con las constituciones rectas
serán necesariamente justas, e injustas a su vez las consonantes con las respectivas desviaciones
constitucionales.
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De otra parte, y toda vez que no deben tener en todo parte igual quienes son iguales en sólo un
aspecto, como tampoco tenerla en todo desigual quienes son desiguales en sólo un aspecto, la
consecuencia forzosa es que todas las constituciones fundadas en semejante concepto de igualdad
o desigualdad, serán desviaciones. Ahora bien, el ciudadano en general es el que participa activa y
pasivamente en el gobierno; y por más que su tipo es diferente en cada constitución, en la
constitución el mejor es el que puede y elige ser gobernado y gobernar con el ideal de una vida
conforme a la virtud.
Si hay, con todo, un hombre tan sobresaliente por su extremada virtud, o más de uno pero no en
número suficiente para constituir la plenitud de la ciudad, y de tal modo que ni la virtud de los
demás ni su capacidad política sean comparables con las de aquéllos, si son varios, o sólo con la
de aquél, si es uno, ya no habrá que considerar a estos hombres como parte de la ciudad. El
problema se plantea pues universalmente en todos los regímenes políticos, inclusive en los rectos;
pues si bien las repúblicas desviadas hacen esto con vistas a su propio interés, del mismo modo
proceden también las que tienen en mira el bienestar general.
Así pues, hay cierto elemento de justicia política en el argumento en favor del ostracismo cuando
éste se aplica a eminencias indiscutibles. Sería sin duda mejor que el legislador organizara desde
un principio la constitución en forma de que no hubiera necesidad de semejante remedio; pero en
caso contrario, habrá que enderezar el derrotero con éste u otro semejante correctivo. En la
constitución mejor, por el contrario, plantea graves problemas su aplicación no ya con respecto a
las eminencias en otros bienes, como pueden ser la fuerza, la riqueza y la popularidad, sino con
relación a quien ha llegado a sobresalir en virtud.
Si, por tanto, hemos de tener como aristocracia el gobierno de un grupo de hombres buenos, con
tal que todos éstos lo sean, y monarquía el de uno solo, la aristocracia será entonces mejor para las
ciudades que la monarquía, tanto si el gobierno tiene de su parte la fuerza como si no la tiene, con
tal que pueda encontrarse un número de hombres de la misma calidad moral. Por esta causa tal vez
hubo gobiernos monárquicos en un principio: porque era raro encontrar hombres que descollaran
mucho por su virtud, y tanto más cuanto que las ciudades no estaban entonces densamente
pobladas. Acostumbraban, además, investir de carácter real a sus bienhechores y los beneficios
son obra de hombres buenos.
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Mas cuando aconteció que hubo muchos semejantes en virtud, no toleraron más el predominio de
uno, sino que buscaron un gobierno en común y establecieron la república. En el caso de una
monarquía legal, no es difícil quizá determinar este punto, o sea que el rey deberá tener una fuerza
armada superior a la de cualquier individuo singular o de un grupo de individuos, pero inferior a la
del pueblo. De acuerdo con esto, debe haber el mismo derecho y la misma dignidad para quienes
son naturalmente iguales; y así como es nocivo para los cuerpos recibir el mismo alimento o
vestido si no son iguales, así es también en lo tocante a las dignidades, y de manera semejante
aplicar lo desigual a los iguales. Es en razón de que ciertas cosas pueden ser abrazadas por la ley,
y otras no pueden serlo, por lo que, a causa de estas últimas, viene la dificultad, y se indaga
entonces sí será mejor que gobierne la mejor ley o el mejor hombre, pues querer legislar sobre las
cosas sujetas a deliberación es algo imposible.
Idóneo para el gobierno real es un pueblo constituido de tal modo que naturalmente pueda
producir un linaje de sobresaliente excelencia para la hegemonía política. Apto para el gobierno
aristocrático lo será el que pueda producir naturalmente una población capaz de ser gobernada con
gobierno apropiado a hombres libres y por aquellos que por su virtud puedan tener la hegemonía
en el gobierno político.
Libro cuarto
En todas las artes y ciencias que no versan sobre una parte, sino que son completas en relación con
un género, pertenece a una sola considerar lo que corresponde a cada género. Es evidente, por
tanto, que a la misma ciencia corresponde considerar, cuál es la mejor constitución política y qué
carácter debe tener de acuerdo con nuestro ideal si ningún factor externo lo impide, como también
cuál es la que puede adaptarse a tal pueblo. Además de todo esto, aún debe conocer la constitución
que mejor se ajusta a todas las ciudades, ya que la mayoría de los publicistas en materia
constitucional, por más que acierten en los demás puntos, yerran en estos otros de utilidad
práctica.
En segundo lugar, cuál es la forma más común y cuál la más deseable, después de la mejor
constitución; y también, si existe alguna otra. aristocracia bien constituida, pero no adaptable a la
mayoría de las ciudades, cuál pueda ser.
La causa de que haya varias formas de gobierno es que en toda ciudad hay cierto número de
partes, y en la clase superior hay también diferencias tanto por la riqueza como por la magnitud de
la propiedad, quiera, pues, que de estos elementos toman parte unas veces todos ellos en el
gobierno de la ciudad, y otras menos o más, es manifiesto que necesariamente habrá una
pluralidad de formas de gobierno diferentes específicamente entre sí, toda vez que las partes
mismas difieren entre sí específicamente.
Pues así también no habría sino dos constituciones: democracia y oligarquía, ya que la aristocracia
se considera como cierta oligarquía, y por tanto se clasifica como una forma de oligarquía; y en
cuanto a la llamada república la tienen por una democracia, al modo como el viento del oeste se
tiene por una variedad del viento norte, y el viento del este como una del viento sur. En el
supuesto, empero, de que sean dos, o una solamente, las formas bien constituidas, y las demás
desviaciones, lo serán éstas o de la forma bien combinada o de la mejor constitución, siendo
oligárquicas las más tensas y despóticas, y democráticas las más relajadas y suaves.
Más bien, por tanto, debe decirse que la democracia existe cuando son los libres los que detentan
la soberanía, y la oligarquía a su vez cuando la tienen los ricos; pero por mera coincidencia los
primeros son muchos y los segundos pocos, porque los libres son muchos y los ricos pocos. Pero
estas formas de gobierno no se definen suficientemente por la sola riqueza o la libertad, porque
como quiera que hay otros elementos así en la democracia como en la oligarquía, deberemos aún
hacer la precisión ulterior de que no habrá democracia donde los libres, siendo pocos en número,
gobiernen sobre una mayoría de hombres no libres.
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Hemos dicho con antelación que hay muchas formas de gobierno, y por qué causas; y ahora
podemos decir que hay varias formas de democracia y de oligarquía, lo cual es asimismo
manifiesto por lo que hemos dicho. Entre los notables, a su vez, las diferencias se constituyen por
la riqueza, el nacimiento, la virtud, la educación y otras cualidades del mismo orden. La
legislación de esta democracia, en concreto, hace consistir la igualdad en que los pobres no tengan
preeminencia sobre los ricos, ni una u otra clase tenga la soberanía, sino que ambas estén en el
mismo nivel.
Otra forma de democracia es aquella en que las magistraturas se distribuyen de acuerdo con los
censos tributarios, pero éstos son reducidos, por más que sólo quien posee la necesaria propiedad
puede participar en el gobierno, y no participa quien la ha perdido. El demagogo no surge en las
democracias regidas por la ley, sino que los mejores de entre los ciudadanos están en el poder;
pero los demagogos nacen allí donde las leyes no son soberanas y el pueblo se convierte en un
monarca compuesto de muchos miembros, porque los más son soberanos no individualmente, sino
en conjunto.
Los decretos del pueblo son como los mandatos del tirano; el demagogo en una parte es como el
adulador en la otra, y unos y otros tienen la mayor influencia respectivamente: los aduladores con
los tiranos, y los demagogos con pueblos de esta especie. La ley debe ser en todo suprema, y los
magistrados deben únicamente decidir los casos particulares, y esto es lo que debemos tener por
república.
Así pues, si la democracia es una forma de gobierno constitucional, es manifiesto que una
organización de esta especie, en que todo se administra por decretos, no es tampoco una
democracia en sentido propio, pues no pueden los decretos ser normas generales.
Y esta forma es la que corresponde entre las oligarquías a la tiranía entre las monarquías, y entre
las democracias a la última forma de que antes hablamos. Una oligarquía de esta especie recibe el
nombre especial de dinastía. Todas éstas son, pues, formas oligárquicas y democráticas. Y esto
ocurre sobre todo después de alteraciones constitucionales, porque los reformadores no pasan a
otro régimen de súbito, sino que al principio se contentan con asegurarse pequeñas ventajas sobre·
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el partido contrario, de suerte que la legislación antigua se mantiene en vigor, por más que el
poder esté en las manos de quienes han consumado la reforma política. Cuando de manera
absoluta no se ofrece a todos esta oportunidad, tenemos un régimen oligárquico; más por otra
parte la participación ilimitada hace imposible tener tiempo libre para la función política si no hay
otras fuentes de ingresos.
En cuanto a las formas de oligarquía, la primera es aquella en que la mayoría de los ciudadanos
tienen propiedad, pero moderada y no excesiva. Y como las leyes permiten al propietario la
participación política, y son numerosos los que ejercen esta participación, sigue necesariamente
que no son los hombres, sino la ley el sujeto de la soberanía.
Hay aún dos formas de gobierno aparte de la democracia y la oligarquía, una de las cuales suele
enumerarse comúnmente, la siguiente forma que recibe el nombre común a todas, pues se llama
república o gobierno constitucional. Con todo esto, hay ciertos sistemas que presentan algunas
diferencias tanto con respecto a los que tienen carácter oligárquico, como con relación a llamada
república o régimen constitucional, como quiera que en aquéllos se elige a los magistrados no sólo
por su riqueza, sino también por su virtud; y así este gobierno difiere de aquellos dos, y es llamado
aristocracia.
Por más que la primera no sea una desviación, como tampoco la aristocracia de que acabamos de
hablar, las colocamos sin embargo entre las desviaciones, porque en rigor de verdad son
deficientes con respecto a la constitución más recta, y en consecuencia se enumeran con las
desviaciones a que ellas mismas dan lugar, según dijimos al principio. De aquí que a los ricos se
les llame nobles y buenos y distinguidos; y así como la aristocracia tiende de suyo a conferir la
preeminencia a los mejores de entre los ciudadanos.
Ahora bien, éste no consiste en tener buenas leyes, sino en obedecerlas; y de aquí que la buena
legislación haya de entenderse primero como la obediencia a las leyes establecidas, y segundo
como la promulgación de leyes buenas que sean acatadas.
Y las democracias son más seguras y de más larga duración que las oligarquías a causa de la clase
media, lo anterior resulta manifiesto por qué la mayor parte de las constituciones son unas
democráticas y otras oligárquicas; lo que se debe al hecho de que en ellas es a menudo exigua la
clase media, y cualquiera de las otras dos que predomine.
Ante todo, pues, hay que adoptar un principio general que sea el mismo para todas ellas, y que
consiste en que la parte de la ciudad que quiere la permanencia de la constitución debe ser más
fuerte que la que no la quiere. Por lo cual es evidente que, si uno quisiera combinar
equitativamente ambas tendencias, debería. juntar los reglamentos de una y otra, asignando sueldo
por concurrir y multa por no hacerlo, pues así todos tomarán parte, mientras que con aquel sistema
la república acabará por estar al arbitrio de uno solo de ambos partidos.
Hablemos ahora, en general y con respecto a cada constitución, de las cuestiones que en seguida
ocurren, para lo cual hemos de tomar como punto de partida el que respectivamente les convenga.
Es propio de las democracias el que todos los ciudadanos decidan, sobre todo, y esta especie de
igualdad es la que el pueblo procura. En regímenes de esta especie sólo se reúnen todos para
promulgar leyes o para discutir cuestiones constitucionales, así como para oír los informes de los
magistrados.
De la oligarquía, por su parte, es característico el que sólo algunos deliberen sobre todos los
asuntos. Esto también, empero, ofrece muchas variedades. Cuando los miembros del cuerpo
deliberante son elegidos de entre los pequeños propietarios, y en razón de esta moderada
calificación son proporcionalmente numerosos y acatan las prohibiciones legales sin tratar de
alterarlas, y puede participar en aquella función cualquiera que posea la propiedad requerida, tal
oligarquía, a causa de su moderación, se aproxima a la república.
Cuando, a su vez, ciertas personas deciden sobre ciertos asuntos, como ocurre cuando, si bien
todos deciden sobre la guerra y la paz y la rendición de cuentas, todo lo demás lo regulan ciertos
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magistrados elegidos por voto y no por sorteo, la república es entonces una aristocracia. En las
oligarquías debería así hacerse lo contrario de lo que tiene lugar en los gobiernos constitucionales,
o sea que debería ser decisivo el veto de la mayoría, pero no su aprobación, sino que el proyecto
ha de referirse de nuevo a los magistrados.
En conexión con lo anterior está el problema de la distribución de las magistraturas, más tampoco
es fácil determinar a qué cargos debe darse el nombre de magistraturas, ya que la comunidad
política ha menester de muchos funcionarios, y por ello no se han de tener como magistrados a
todos los que son designados por elección o por sorteo.
En las grandes ciudades, en efecto, es posible y aun debido el que cada magistratura esté adscrita a
una función, en las ciudades pequeñas, en cambio, es inevitable concentrar en pocas personas
muchas magistraturas, Ante todo, sin embargo, veamos si podemos determinar cuántas
magistraturas ha de haber necesariamente en cualquier ciudad, y cuántas sería deseable que
hubiese, aunque no necesariamente; sabiendo todo lo cual, será fácil ver cuáles magistraturas
pueden ser convenientemente reunidas en una sola.
Es cierto, un organismo de esta especie, a cuyo cargo esté el presentar proyectos a la asamblea
popular, a fin de que ésta pueda desempeñar bien su cometido; sólo que esas comisiones
preparatorias, si sus miembros son pocos en número, representan un elemento oligárquico, y como
por otra parte es preciso que sean ellos poco numerosos, tenemos así el principio oligárquico. Mas
donde existen una y otra magistratura, los miembros de las comisiones preparatorias acaban por
dominar a los miembros de la asamblea, los cuales representan el elemento democrático, y
aquéllos el oligárquico.
Es aún propio de una república, aunque de tendencias aristocráticas, el que algunos oficios se
provean entre los ciudadanos, y otros sólo entre algunos, así como el que unos lo sean por voto y
otros por sorteo. Por último, el que todos puedan elegir por voto de entre un pequeño número, es
propio de la aristocracia. Cuál convenga a cada régimen y cómo debían hacerse las elecciones, lo
haremos ver cuando consideremos los poderes de las magistraturas.
En número de cuatro son, pues, los modos corno todos pueden juzgar de todo. Éstos son pues,
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como hemos dicho, los modos correspondientes a aquellos otros previamente mencionados. De
estos modos, los primeros, aquellos en que los jueces se eligen entre todos los ciudadanos y para
todos los asuntos, son democráticos; los segundos, aquellos en que los jueces se eligen entre sólo
algunos y para todos los asuntos, son oligárquicos; y los terceros, aquellos en que unos tribunales
resultan de todo el pueblo y otros de cierta clase, son aristocráticos y republicanos.
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Libro quinto
La democracia, en efecto, ha surgido de la noción de que, por ser iguales los hombres en algún
aspecto, son iguales en absoluto. Todas las constituciones, por tanto, tienen cierto elemento de
justicia, pero son deficientes con arreglo a un patrón absoluto; y por esta causa unos y otros,
cuando no obtienen en la república la parte que estimen corresponder a las ideas que sustentan,
promueven la revolución. Unas veces tienen por objeto la constitución, con el fin de sustituir por
otra la actualmente vigente, como la democracia por la oligarquía o la oligarquía por la
democracia, o éstas por la república y la aristocracia, o éstas a su vez por aquéllas. Ahora bien, la
igualdad es de dos clases: una la igualdad por el número, otra la igualdad por el mérito. A causa de
esto, hay dos formas principales de gobierno, que son la democracia y la oligarquía, porque
mientras que el linaje y la virtud no se dan sino en pocos, aquellas otras calificaciones se dan en
más: nobles y buenos no llegan a cien en parte alguna, pero ricos hay en muchos lugares.
Con todo ello, la democracia es más segura y menos expuesta a la revolución que la oligarquía,
porque en las oligarquías hay el doble peligro de la revolución de los oligarcas entre sí y de parte
del pueblo, al paso que en las democracias no hay sino la revolución popular contra la oligarquía,
y no tiene mayor importancia, como para hablar de ella, la disensión que pueda suscitarse en el
seno del pueblo entre uno y otro de los sectores.
La causa principal del sentimiento que impele a la revolución, hablando en general, debe
adscribirse al factor que hemos mencionado con antelación. Los motivos que impulsan a la
revolución, por su parte, son el lucro, el honor y sus contrarios, pues también ocurren disturbios en
las ciudades por escapar los sublevados a la deshonra o al castigo que les afectan a ellos mismos o
a sus amigos. El incremento desproporcionado de un elemento de la ciudad es también causa de
que se produzcan mudanzas políticas.
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La rivalidad electoral, incluso sin revolución, puede ser causa de cambios políticos, Por
negligencia, a su vez, cambian los regímenes cuando se deja llegar a las supremas magistraturas a
personas desleales a la constitución, como pasó en Oreo, donde se disolvió la oligarquía al
ingresar en el número de los magistrados Heracleodoro, quien en lugar de la oligarquía instituyó
una república, o más bien una democracia.
Más si bien las revoluciones pueden originarse por causas menores, no son menores, sino grandes,
los intereses por qué se lucha. Cambian también las formas de gobierno con tendencia hacia la
oligarquía, la democracia o la república, por el incremento en prestigio o en poder de alguna
magistratura u otra sección de la ciudad.
Las revoluciones en las democracias son causadas sobre todo por la intemperancia de los
demagogos, quienes unas veces, por su política de relaciones individuales contra los ricos, los
obligan a unirse, y otras atacándolos como clase, concitan contra ellos al pueblo. Que así ocurre,
puede verse en multitud de casos. Las revoluciones oligárquicas ocurren así en la guerra como en
la paz, en la guerra, porque a causa de su desconfianza en el pueblo se ven obligados los oligarcas
a emplear tropas mercenarias.
Asimismo, se producen sediciones por excluirse mutuamente los miembros de la oligarquía hasta
formar partidos hostiles por causa de bodas o litigios. Pero las repúblicas y las aristocracias se
destruyen sobre todo por la desviación de la justicia en la forma misma de gobierno. En lo que las
aristocracias difieren de las llamadas repúblicas es en el modo de la combinación, y por esto unas
son más estables que otras.
Las constituciones todas pueden ser minadas ya desde dentro, ya desde fuera, cuando hay una
constitución de tipo contrario en una ciudad cercana, o aún lejana, pero poderosa. Y hemos de
observar además que no sólo ciertas aristocracias, sino también ciertas oligarquías perduran no en
razón de su estabilidad constitucional, sino porque los magistrados están en buenos términos tanto
con los que están fuera del gobierno como con los que participan de él, no agraviando :t los
primeros, sino por el contrario dando parte en el gobierno a quienes sobresalen de entre ellos, ni
agraviando tampoco a los ambiciosos en su honor con exclusiones odiosas, ni a la multitud en sus
intereses materiales, y tratando, en fin, democráticamente a los de su propia clase que participan
con ellos del poder.
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Las constituciones, además, pueden preservarse no sólo por estar lejos de sus destructores, sino en
ocasiones por estar cerca, porque el temor hace que los gobernantes tengan más en sus manos la
dirección del gobierno. Con respecto a las revoluciones que ocurren en las oligarquías y en las
repúblicas a, causa del censo de la propiedad, y que tienen lugar cuando permaneciendo el censo
invariable ha habido un aumento de dinero, es conveniente comparar el valor total de la propiedad
con el de años pasados, cada año en las ciudades donde se hace el censo anualmente, y cada tres o
cinco años en las ciudades mayores.
Por otra parte, y como el espíritu revolucionario se origina también por circunstancias de la vida
privada, debería crearse una magistratura para vigilar a quienes viven en desacuerdo con la
constitución, con la democracia en una democracia o con la oligarquía en una oligarquía, y lo
mismo en cada uno de los otros regímenes. Que el gobierno esté abierto a todos, en efecto, es lo
propio de la democracia, como de la aristocracia, a su vez, el que la clase superior ejerza las
magistraturas.
En las democracias, además, deberá respetarse a los ricos y abstenerse de repartir no sólo sus
propiedades, sino tampoco sus frutos. Asimismo, es mejor impedir a los ricos, aunque se ofrezcan
a ello, el tomar a su cargo servicios públicos dispendiosos por inútiles, como el equipar los coros,
las carreras de antorchas y otras cosas semejantes.
Tres cualidades deben tener quienes hayan de asumir las más altas magistraturas: en primer lugar,
lealtad a la constitución establecida; después, la mayor competencia en el desempeño del cargo, y
en tercer lugar, la virtud y la justicia adecuadas en cada régimen a la respectiva forma de gobierno.
Y así, tratándose del mando militar habrá que tener más cuenta de la experiencia que de la virtud,
pues de la estrategia participan todos en menor grado que de la honradez.
En general, todos los ordenamientos legales que hemos dicho ser convenientes a las varias formas
de gobierno, contribuyen a su conservación, y sobre todo el principio importantísimo que a
menudo hemos declarado, o sea el velar por que la porción de los ciudadanos adicta a la
constitución sea más fuerte que la hostil a ella. La oligarquía y la democracia pueden ser ambas
aceptables, por más que se aparten de la estructura ideal, pero si se extrema una u otra, la
constitución empezará por deteriorarse y acabará por no ser siquiera una constitución.
En las democracias donde el pueblo tiene autoridad sobre las leyes, sucede que los demagogos
mantienen la ciudad dividida en dos bandos por su guerra contra los ricos, cuando deberían, por el
contrario, hablar en favor de ellos; y en las oligarquías, por el contrario, deberían los oligarcas
hablar en favor del pueblo y prestar un juramento contrario del que ahora prestan.
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24
Ahora bien, la educación de acuerdo con la constitución política no consiste en hacer aquello que
agrada a los oligarcas o a los partidarios de la democracia, sino aquello que capacite a los
primeros para el ejercicio de la oligarquía y a los otros para gobernarse democráticamente. Éstas
son pues, hablando en general, las causas de la transformación y ruina de las constituciones, y los
medios de su conservación y permanencia.
Lo que hemos dicho a propósito de los gobiernos constitucionales se aplica casi en sus términos al
caso de las realezas y tiranías. De acuerdo, pues, con lo que hemos dicho, el gobierno real está en
la misma línea que la aristocracia, porque se funda en el mérito que viene de la virtud personal o
del linaje, o de servicios prestados, o de todo esto y el poder. La tiranía tiene con toda evidencia
los vicios que son propios tanto de la democracia como de la oligarquía. De la democracia tiene la
tiranía el hacer la guerra a las clases superiores para acabar con ellas por medios clandestinos y
ostensibles, y desterrarlas como rivales que se le oponen en el ejercicio del poder, ya que es en
ellas donde suelen incubarse las conspiraciones, al querer unos mandar y los otros no resignarse a
la esclavitud. De este modo, y según ha quedado virtualmente dicho, hemos de creer que las
causas de las revoluciones son las mismas en los gobiernos constitucionales y en las monarquías:
por injusticia, por miedo y por desprecio se sublevan a menudo los súbditos contra sus monarcas;
ahora bien, la forma de injusticia que más se resiente es la insolvencia, ya veces también la
privación de la propiedad privada.
En las monarquías hereditarias hay que añadir como una causa de destrucción, a más de las
mencionadas, el que frecuentemente venga a despreciarse a los reyes hereditarios, los cuales, por
más que no tengan el poder tiránico, sino la dignidad real, se conducen con insolencia. Las
monarquías, en suma, se destruyen por estas causas y por otras de la misma naturaleza. La
oligarquía y la tiranía son, con todo, las menos duraderas de todas las formas de gobierno, con
respecto a la tiranía no dice si está o no sujeta a revoluciones, como tampoco, en caso afirmativo,
por qué causa y hacia cuál régimen; y la razón de esto es que no le era fácil decirlo, porque no hay
norma al respecto.
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Libro sexto
Con antelación hemos declarado cuántas y cuáles son las variedades del poder deliberante y
soberano en la ciudad, y también las que ofrece la ordenación de las magistraturas y de los
tribunales, y cuáles son las que se adaptan a las diferentes formas de gobierno.
Hemos dicho anteriormente qué especie de democracia se acomoda a tal ciudad, y del mismo
modo qué especie de oligarquía a tal pueblo, y a quiénes conviene cada una de las restantes
formas de gobierno. Y en primer lugar hablemos de la democracia, con lo que al mismo tiempo se
pondrá de manifiesto lo relativo a la forma opuesta de gobierno, que es la llamada por algunos
oligarquía.
Pero la democracia y el gobierno popular que se conceptúan más auténticos son el resultado de
aplicar el principio de justicia que se reconoce generalmente como democrático. Los partidarios
de la democracia, en efecto, afirman que lo justo es lo que parece tal a la mayoría, en tanto que
para los abogados de la oligarquía es lo que parece tal a la mayor riqueza, pues dicen que el
derecho de decisión debe estar de acuerdo con el monto de la riqueza. Pero ambos criterios
implican desigualdad e injusticia.
Sin embargo, para los que quieren establecer un régimen de esta condición, no es meramente el
constituirse, sino más bien el asegurar su conservación, ya que todo régimen de gobierno,
cualquiera que sea, no es difícil que dure uno, dos o tres días. Así pues, y teniendo en cuenta los
principios que antes hemos considerado relativamente a la preservación y ruina de las repúblicas,
ha de procurar el legislador proveer a la seguridad, tomando medidas precautorias contra los
factores de disolución, y promulgando aquellas leyes, así no escritas como escritas 140 que
comprendan lo más posible todos los medios conducentes a la conservación de la república, y no
creer que el carácter democrático u oligárquico de la constitución consiste en extremar en la
ciudad la democracia o la oligarquía, sino en que conserve estos rasgos el mayor tiempo posible.
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No tenemos, sino que razonar partiendo de los contrarios y comparar cada forma de oligarquía con
la correspondiente forma contraria de democracia. La primera y más temperada forma de
oligarquía guarda afinidad con la llamada república.
A las democracias en general las conserva el crecido número de ciudadanos, lo cual es en ellas el
principio correspondiente a la justicia según el mérito, mientras que, por el contrario, la oligarquía
no puede manifiestamente alcanzar su seguridad sino por el buen orden.
Y conectado con éste está el oficio destinado a todos los sacrificios públicos, con excepción de
aquellos que la ley asigna a las sacerdotes, en cuyo caso los oficiales derivan su dignidad del
hogar público de la ciudad. A estos dignatarios se les llama a veces arcontes, otros reyes y otras
pritanos. Algunos de estos oficios no son evidentemente propios de un régimen democrático,
como, por ejemplo, la vigilancia de las mujeres y de los niños, ya que los pobres tienen necesidad
de hacerse atender de sus mujeres y sus hijos como sirvientes, por carecer de esclavos. Y con esto
viene a quedar declarado en general lo con 'cerniente a todas las magistraturas.
Libro séptimo
Nadie pondrá en duda seguramente que si tenemos presente aquella clasificación de los bienes en
tres clases: los externos, los del cuerpo y los del alma, todos ellos deberán poseerlos quienes sean
en absoluto felices. A estas gentes, no obstante, diremos nosotros que en esta materia es fácil
llegar a una persuasión mediante la experiencia, si observamos que no se adquieren ni conservan
las virtudes por los bienes exteriores, sino éstos por aquéllas, y que la vida feliz, ya consista para
los hombres en el placer o en la virtud o en una y otra cosa, es más bien privilegio de aquellos
dotados en grado sobresaliente de carácter e inteligencia, aunque estén moderadamente provistos
de bienes exteriores, y no de aquellos que tienen de los otros bienes más de lo necesario, pero son
deficientes en los primeros. Y es también fácil de verlo así si lo consideramos teóricamente.
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Todos aquellos, en efecto, que hacen consistir la felicidad individual en la riqueza, tendrán
también por feliz a la ciudad cuando es rica; y todos los que aprecian más que ninguna la vida del
tirano, dirán que la ciudad más feliz es la que domina sobre el mayor número posible de otras; y el
que, en fin, reconoce que la felicidad individual lo es por la virtud, dirá que la ciudad más virtuosa
es la más feliz.
Es manifiesto en primer lugar que la mejor constitución será necesariamente aquella cuyo
ordenamiento permita a cualquier individuo el hallarse mejor y llevar la vida más feliz; pero lo
que se discute, incluso por los que están de acuerdo en que la vida virtuosa es la más deseable, es
si deberá preferirse la vida política y práctica, o no más bien una vida desligada de las cosas
exteriores, como lo sería la vida contemplativa, de la que algunos dicen ser la única digna del
filósofo. La preparación para la guerra debe sin duda estimarse como algo honorable, pero con tal
que no sea el fin supremo, sino al contrario, aquélla por causa de éste. Es propio del legislador
avisar el considerar cómo la ciudad, el género humano y toda otra comunidad podrán participar de
la vida virtuosa y de la felicidad que sea posible para todos ellos.
Procede ahora referirnos a las opiniones de aquellos que estando de acuerdo en que la vida
virtuosa es la más deseable, difieren en cuanto al empleo de esta vida. A unos y otros hemos de
responder que tienen razón en parte, y en parte no. En lo que están errados es al pensar que toda
autoridad es del mismo género que el señorío sobre el esclavo, ya que hay una gran diferencia
entre gobernar hombres libres y gobernar esclavos, como la hay también entre el naturalmente
libre y el que por naturaleza es esclavo, según lo hemos definido suficientemente en los libros
anteriores.
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En lo que concierne a las ciudades, además, no tienen por qué ser necesariamente inactivas las que
ocupan una posición aislada y han elegido este género de vida, pues su actividad puede ser entre
sus diferentes clases, y así pueden darse muchas relaciones recíprocas entre las clases o partes de
la ciudad. Es manifiesto, en conclusión, que la misma vida es necesariamente la mejor tanto para
cada hombre en particular como para las ciudades en general.
El primer elemento, pues, del material político es la población, a cuyo respecto hay que considerar
cuál debe ser su número y cuál su calidad natural; y otro tanto en lo tocante al territorio, su
extensión y su cualidad. La ley, en efecto, es un cierto orden, y la buena legislación será
necesariamente una buena ordenación; ahora bien, un número demasiado excesivo no puede
participar del orden: esto sería obra de la divina potencia que mantiene unido incluso a todo el
universo. Hay para las ciudades una medida de magnitud, como la hay para todos los otros entes,
sean animales, plantas o instrumentos, cada uno de los cuales no tendrá la eficiencia que le
compete si es demasiado pequeño, o por el contrario de excesiva magnitud, sino que en un caso
estará por entero privado de su naturaleza, y en el otro estará en condición defectuosa.
En una ciudad, en efecto, hay las actividades de los gobernantes y las de los gobernados, siendo la
función del gobernante la administración y la judicatura; ahora bien, para juzgar en los litigios y
para distribuir las magistraturas de acuerdo con los méritos, es menester que los ciudadanos se
conozcan unos a otros y sus respectivas cualidades, de modo que donde esto no puede ser,
necesariamente andará mal el negocio de las magistraturas y la administración de justicia.
En feracidad y magnitud la tierra debe ser tal que permita a sus habitantes vivir holgadamente una
vida de ocio liberal y con templanza. A más de esto, y así como dijimos que la población debe ser
fácilmente accesible a la mirada, así también el territorio; y que pueda abarcar en una mirada
quiere decir que pueda ser fácilmente defendido. De este modo se cumplirá la condición ya
mencionada de que la ciudad sea el cuartel general de donde irradia la asistencia militar a todos
los puntos del territorio, y también la otra condición del transporte de las cosechas y la fácil
conducción de las maderas de construcción u otro cualquier producto industrial que pueda poseer
el territorio.
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Asimismo, entra dentro de las necesidades de la ciudad el poder importar los artículos de que
carece y exportar el excedente de sus productos, pues la ciudad debe practicar el comercio en su
propio interés y no para los demás. Actualmente vemos que muchos países y ciudades tienen
fondeaderos y puertos en buena situación natural con respecto a la ciudad, de modo que ni forman
parte de la capital ni están demasiado lejos, y además están protegidos por muros y otras defensas
semejantes, con el fin, evidentemente, de que ceda en beneficio de la ciudad la ventaja que pueda
resultar de esta comunicación, y también, si hubiere algún perjuicio, pueden fácilmente precaverse
de él mediante leyes que determinen y regulen quiénes deben y quiénes no deben tener comercio
unos con otros.
Así como en los demás organismos naturales no son necesariamente partes de la estructura total
aquellos elementos sin los cuales no existiría el todo, así también es claro que tampoco deben
tenerse como partes de la ciudad, o de cualquier otra comunidad de que resulte una unidad
orgánica, todo aquello de que requieren indispensablemente. Ahora bien, no se puede formular un
principio general para todos los regímenes políticos, pues, como hemos dicho ya, puede suceder
que todos participen de todas las funciones, o que no todos de todas, sino algunos de algunas.
Hemos dicho ya que la ciudad debe estar, en cuanto las circunstancias lo permitan, en
comunicación así con la tierra firme como con el mar y con todo su territorio. En cuanto a su
situación, sería de desearse que la fortuna le diese un alta y de difícil acceso, atendiendo a cuatro
consideraciones.
Aquello, en efecto, de que nos servimos más y con mayor frecuencia para nuestro cuerpo, es lo
que más contribuye a la salud; y este efecto natural tiene la influencia del agua y del aire.
En lo que se refiere a los lugares fortificados, su oportunidad es relativa a las distintas formas de
gobierno.
En cuanto a los magistrados que tienen a su cargo lo relativo a los contratos privados, acciones
judiciales, notificaciones y otras funciones administrativas semejantes, como también los que se
ocupan de la policía de los mercados y la llamada regencia de la ciudad, deben instalarse junto a
alguna plaza o sitio público de reunión, como, por ejemplo, en la vecindad de la plaza del
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mercado, pues la plaza superior la hemos destinado al ocio y esta otra a los negocios.
Hemos de hablar ahora de la constitución en sí misma, es decir de qué elementos y de qué carácter
debe constar la ciudad que ha de ser feliz y bien gobernada. Ahora bien, lo que nosotros nos
hemos propuesto es discernir la constitución' mejor, o sea aquella por la cual la ciudad estará
mejor gobernada, y como no hay mejor gobierno que el que permite alcanzar la felicidad en mayor
grado, resulta claro, por tanto, que debe sernos patente la noción de felicidad. En las acciones
justas, por ejemplo, las correcciones y castigos proceden sin duda de la virtud, pero son obligados,
y con este carácter tienen belleza moral, mientras que las acciones cuyo fin es el honor o la
prosperidad son bellas en grado máximo y en sentido absoluto.
El político, por tanto, ha de legislar atendiendo a todo esto, es decir a las partes del alma y a sus
actividades, y teniendo sobre todo en mira los bienes mayores y los fines. Y una opinión
semejante aparece en ciertos escritores más recientes, los cuales encomian la constitución
espartana y admiran el propósito del legislador, cuyo ordenamiento en total está dirigido a la
dominación y a la guerra, lo cual no sólo puede ser fácilmente refutado por la razón, sino que lo ha
sido por los hechos.
Libro octavo
En las ciudades donde no ocurre así, ha resultado en detrimento de la estructura política, porque la
educación debe adaptarse a las diversas constituciones, ya que el carácter peculiar de cada una es
lo que suele preservarla, del mismo modo que la estableció en su origen: el espíritu democrático,
por ejemplo, la democracia, y el oligárquico la oligarquía; y el espíritu mejor, en fin, es causa de
la mejor constitución.
Al mismo tiempo, sería erróneo pensar que el ciudadano se pertenece a sí mismo, cuando, por el
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contrario, todos pertenecen a la ciudad desde el momento que cada uno es parte de la ciudad, y es
natural entonces que el cuidado de cada parte deba orientarse al cuidado del todo.
Entre las ciencias liberales hay incluso algunas que los hombres libres pueden cultivar, pero hasta
cierto punto, pues estudiarlas con demasiada asiduidad y con la mira de adquirir un conocimiento
exhaustivo, está expuesto a los mismos peligros de los que hemos hablado. En la actualidad la
mayoría la cultivan por puro placer, pero quienes en un principio la incluyeron en la educación lo
hicieron porque, como a menudo hemos dicho, la naturaleza misma procura no sólo el trabajo
adecuado, sino también estar en capacidad de tener un ocio decoroso, el cual es, para decirlo de
nuevo, el principio de todas las cosas.
Hemos de pronunciarnos ahora sobre la cuestión antes suscitada, de si los jóvenes deben aprender
música cantando y tocando ellos mismos o no. De estas consideraciones se desprende también con
evidencia cuáles son los instrumentos que deben usarse. Pero cómo estimamos que sobre estas
cuestiones se han expresado con abundancia y propiedad ciertos músicos modernos y todos los
filósofos que tienen experiencia de la educación musical, remitimos a ellos a quienes quieran
investigar minuciosamente cada uno de estos puntos, y por ahora los trataremos como lo haría el
legislador, declarando tan sólo los principios generales acerca de ellos.
Algunos incluso son especialmente dóciles a la inspiración entusiástica, como vemos que acontece
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en ellos por influencia de la música sacra y cuando entonan cantos que producen en el alma una
excitación religiosa, que es como si se encontraran bajo una terapéutica purificadora.
Pues lo mismo padecen necesariamente los que a su vez son propensos a estados de compasión y
de terror, o afectados en general de otra pasión cualquiera en la medida en que concierne a cada
uno, por lo que en todos se produce cierta purificación y alivio acompañado de placer.
De manera semejante los cantos purificantes inspiran a los hombres una inocente alegría.) Estas
armonías y melodías deben pues prescribirse para los participantes en concursos de música teatral.
Pero como los espectadores son de dos clases, una la de los hombres libres y educados, y otra la
clase vulgar compuesta de obreros manuales, jornaleros y gente semejante, también a éstos hay
que darles certámenes y espectáculos para su recreo; y así como sus almas están desviadas de su
disposición natural, así también hay desviaciones de las armonías, y melodías estridentes y de
excesivo colorido.
De esta especie es el modo dórico, como dijimos anteriormente; pero es de aceptarse también otro
cualquiera que haya recibido la aprobación de quienes son versados en las disciplinas filosóficas y
en la educación musical. La poesía lo hace ver así, ya que el frenesí dionisíaco y cualquier otra
emoción semejante se expresan con la flauta mejor que con ningún otro instrumento, y entre las
armonías es el modo frigio el que conviene más a esos estados es llevadero.
En consecuencia, y con vistas a la edad futura de la vejez, habrá que cultivar también estas
armonías y las melodías de la misma especie. Asimismo, y si hay alguna armonía que convenga a
la edad infantil por combinar la belleza con la educación, como parece serlo la armonía lidia,
habrá que experimentarla con especialidad.
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