AnZiedad
Da gusto verlos. Tan altos, tan guapos, tan listos, tan libres. Tan nosotros mismos,
pero tan mejorados por los recursos y los desvelos que hemos invertido en ellos, que no
reparamos en lo que se les puede pasar por la cabeza. Son nuestros hijos, nuestros vecinos,
nuestros chicos y chicas, nuestro futuro. Esos seres digitales que se van a comer el mundo
porque lo tienen todo para devorarlo. Los viejos pensamos que son felices por defecto.
Porque no tienen cargas, porque están en la flor de la edad, porque es lo que toca. Igual
erramos. Nuestro mundo no es el suyo. Mientras nosotros tenemos todo el pescado vendido,
ellos aún no han pescado, las artes de pesca han cambiado y no sabemos enseñarles. Mientras
nosotros elegíamos un oficio entre un puñado, ellos escogen entre el infinito, con la
diferencia de que los trabajos de los que comerán aún no existen, y los que existen tienen los
días contados. Mientras nosotros pasábamos selectividad y tirábamos, a ellos les miden a la
centésima para una beca, unas prácticas, un curro precario. Mientras nosotros nos
comparábamos con los amigos, los primos y las portadas del ¡Hola!, ellos se comparan con
1.000 millones de usuarios de Instagram con caras perfectas, cuerpos perfectos y vidas
perfectas, aunque sean falsas, sin salir de su cuarto. Mientras nosotros, en fin, soñábamos con
vivir de lo que amábamos, ellos sueñan con el éxito, sea eso lo que sea, y todo lo demás se les
hace poco porque les venden que, si quieren, pueden.
No, no estoy agorera. Un reportaje del muy riguroso The Economist sostiene que la
generación Z —los nacidos desde 1997— es la más ansiosa y deprimida de la historia. Me lo
creo. En el siglo XX, cuando el globo era finito, decíamos que algo se nos hacía un mundo
cuando no podíamos con ello. En el XXI, lo que a muchos se les hace un mundo es,
literalmente, el mundo entero. Un mundo tramposo, retocado, implacable.
Luz Sánchez-Mellado, El País, 4/04/2019
Se trata de un texto periodístico de opinión. Concretamente, es un artículo publicado por la
autora Luz Sánchez-Mellado en el diario El País. Este texto es de carácter
expositivo-argumentativo, cuya estructura externa se compone de dos párrafos desiguales,
siendo el primero de una extensión notoriamente superior al segundo. En cuanto a su
estructura interna, el texto se divide en tres partes con sus correspondientes ideas principales
y secundarias, que resaltaremos a continuación.
La primera parte ocupa las siete primeras líneas, desde el principio hasta “Nuestro mundo no
es el suyo”, donde se muestra una imagen de la juventud actual.
1. Los adultos piensan que los jóvenes son una versión mejorada de ellos mismos.
1.1. Los padres creen que sus hijos lo tienen todo para comerse el mundo.
1.2. Los adultos piensan que los jóvenes son felices y no tienen problemas, pero se
equivocan.
La segunda parte se extiende desde la línea 7 hasta la línea 17 “si quieren, pueden”, donde se
presenta una sucesión de comparaciones entre el pasado y el presente por medio de las
distintas generaciones.
2. Los adultos se equivocan: esa supuesta felicidad no es real si tenemos en cuenta las
circunstancias laborales y personales que los rodean.
2.1. La realidad a la que se enfrentan los jóvenes es totalmente diferente a la de sus
padres, y estos no han sabido darles herramientas para manejarla.
2.2. Los jóvenes viven en una sociedad competitiva en cuanto a su formación,
aspecto físico y vida en general, bajo la presión de las redes sociales, y donde
el trabajo futuro es una incógnita.
2.3. Los jóvenes sueñan con el éxito porque se les ha convencido de que depende
de ellos.
La tercera parte corresponde con el último párrafo, donde aparece la tesis.
3. Los jóvenes no son felices porque se enfrentan a un mundo engañoso, exigente y
cruel. Esta es la tesis del texto.
3.1. Un reportaje del diario The Economist confirma que los jóvenes actuales son
los más deprimidos y ansiosos de la historia.
Debido a que la tesis se encuentra en la última parte, el artículo presenta una estructura
inductiva, pues parte de un ejemplo y, a través de argumentos, llega hasta la tesis final.
La intención comunicativa de la autora es demostrar cómo, a pesar de las apariencias, la
juventud actual vive en unas circunstancias de exigencia y competitividad muy distintas a las
que vivieron sus padres y eso los hace profundamente infelices. Para eso se apoya en un
análisis de los aspectos sociales y laborales, así como en datos que provienen de una
publicación prestigiosa.
En este texto podemos señalar distintos mecanismos de cohesión que refuerzan claramente la
coherencia textual del mismo. En primer lugar, encontramos una deixis catafórica en la línea
2, ya que se utiliza el deíctico de persona “Ellos” para señalar un elemento que no se ha
presentado todavía y que se desvela en la línea 3 en “Son nuestros hijos”. Mediante este
procedimiento, la autora presenta a los protagonistas del texto: la juventud.
En segundo lugar, podemos destacar el campo asociativo formado a partir del concepto de
éxito ayer y hoy. En este sentido, podemos citar varias palabras que inciden en lo anterior:
“futuro” (línea 4), “comer el mundo” (línea 4), oficio (línea 9), “trabajos” (línea 10),
“prácticas” y “curro” (línea 12) y “sueñan” (línea 16), entre otras. Este léxico contribuye a
desarrollar una de las ideas principales del texto: El contraste entre el futuro y el éxito de los
jóvenes y los adultos.