Cuentos y Leyendas
Cuentos y Leyendas
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Paulina Martínez
Cuentos y leyendas de
Argentina y América
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De esta edición:
1996, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A.
Beazley 3860 (1437), Buenos Aires
ISBN: 950-511-241-6
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en Argentina. Printed in Argentina
Primera edición: Junio de 1996
Diseño de la colección:
José Crespo, Rosa Marín, Jesús Sanz
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ÍNDICE
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Desde que los primeros grupos humanos fueron habitando la Tierra, nadó
una costumbre. Después de sus trabajos diarios, entre una cacería y otra o en las
largas noches de invierno al abrigo del fuego, se reunían y distraían contándose lo
que les había sucedido o inventaban historias.
Estas narraciones fueron transmitiéndose de boca en boca, de padres a
hijos, de una generación a otra, de un lugar a otro y dieron la vuelta al mundo.
Nadie sabia quién las había inventado ni tampoco le interesaba saberlo, y al
repetirlas una y otra vez, introducían voluntaria o involuntariamente
modificaciones. Esto explica por qué un mismo cuento es muy pareado pero no
igual en México, en Perú o en la Argentina.
Con el tiempo los especialistas comenzaron a clasificarlas: son populares
cuando, en el lugar donde se las conoce, las sabe contar la mayoría de la población;
son tradicionales porque desde que fueron inventadas, en tiempos muy remotos,
siguen existiendo hasta nuestros días; son anónimas porque no se conoce al autor
y por tener estas características son folclóricas como por ejemplo Blanca Nieves,
Caperu-cita Roja, etcétera.
Dentro de este grupo de narraciones folclóricas encontramos las leyendas y
los cuentos.
A todo aquello que al hombre le llamaba la atención como la aparición de un
animal o una planta, antes nunca visto en el lugar, o cuando se preguntaba dónde
estaba el sol cuando no se lo veía en el cielo o qué impulsaba los vientos con tanta
fuerza, etc., él le daba una explicación a través de las historias que inventaba.
Estas son las leyendas, generalmente dramáticas y con finales moralistas, pero hay
algunas muy lindas, con finales felices en donde triunfa el amor.
A diferencia de las leyendas, los cuentos se destacan por el humor con
hechos o sucesos en los que se ven implicados animales o personas indistintamente
y no son para explicar algo.
Tanto los cuentos como las leyendas hacen la delicia de los grandes y los
chicos, por eso fue tan grata la tarea de compilar este material.
Paulina Martínez
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El gallo que se
ensució el piquito
Había una vez un gallito que tenía que ir a la boda de su tío Perico.
Entonces se lavó y lustró bien el pico y las plumas. Cuando estuvo
listo salió.
Iba cantando y caminando cuando de pronto encontró en un
charquito un grano de trigo y se dijo:
—Si no pico pierdo el grano y si pico me mancho el pico y no puedo ir
a la boda de mi tío Perico. ¿Qué hago? ¿Pico o no pico?
Miró y miró el grano de trigo hasta que por fin picó y gluc... se lo
comió. El barro le ensució el pico y se puso a llorar.
Entonces pensó en pedirle ayuda al pasto y le dijo:
—Pasto, pastito, ¿me limpias el pico para ir a la boda de mi tío
Perico?
Y el pasto le dijo:
—No.
—Mira que llamo a la vaca para que te coma. ¡Vaca... vaca!, come al
pasto que no quiere limpiar mi pico, para ir a la boda de mi tío Perico.
Y la vaca le dijo:
—No.
—Mira que llamo al palo para que te pegue. ¡Palo... palo!, pégale a la
vaca; que la vaca no quiere comer al pasto, que el pasto no quiere limpiar
mi pico para ir a la boda de mi tío Perico.
Y el palo le dijo:
—No.
—Mira que llamo al fuego para que te queme. ¡Fuego... fuego!,
quema al palo que no quiere pegar a la vaca, que la vaca no quiere comer
al pasto, que el pasto no quiere limpiar mi pico para ir a la boda de mi tío
Perico.
Y el fuego le dijo:
—No.
Entonces el gallito desconsolado se puso a llorar más fuerte. En ese
momento pasaba por ahí el tío Perico que al verlo le preguntó:
—¿Por qué lloras gallito?
—Porque el fuego no quiere quemar al palo, el palo no quiere pegar a
la vaca, la vaca no quiere comer al pasto y el pasto no quiere limpiar mi
pico para ir a tu boda.
—Pero gallito, no seas tonto —dijo el tío Perico—, ven a mi casa, te
lavas el pico y listo.
Y así fue, cuando llegó a la casa de su tío, se lavó el pico y después
fue a la fiesta donde se divirtió mucho.
Cuento de Buenos Aires
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La apuesta
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El árbol de la sal
Hay una planta en el norte de nuestro país, mal llamada árbol, que
los mocovíes la conocen con el nombre de Iobec Mapic. Se trata de una
especie de helecho que alcanza aproximadamente dos metros de altura.
La leyenda cuenta que cuando Cotaá (Dios) creó el mundo, también
creó esta planta para que le sirviera de alimento al hombre.
Cuando la primera especie fue depositada en la tierra, ésta se
multiplicó rápidamente en grandes matas y los nombres pudieron
consumirla en abundancia.
Neepec (el diablo), que no perdía de vista a Cotaá espiando todo lo
que hacía, sintió tanta envidia, que se propuso destruirlas de alguna
manera.
Voló por el aire con la rapidez de un rayo hasta las salinas más
cercanas, llenó un gran cántaro de agua salada y con la misma rapidez la
arrojó sobre las matas con la intención de quemarlas con el salitre.
Sucedió entonces que las raíces absorbieron el agua; la sal se mezcló
con la savia y las hojas tomaron el mismo gusto.
Una vez más, Neepec fue vencido con sus propias armas, porque la
planta no perdió su utilidad, ya que con ella sazonan las carnes de los
animales salvajes y otros alimentos.
Cuento del Chaco
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Ingale
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—No, no, mi amigo, más cerca es por acá —le contestó el otro.
—¿A mí me lo va a decir, que estoy cansado de hacer este camino? —
y los dos se trabaron en una fuerte discusión.
Entonces Ingale se incorporó un poco y dijo:
—Miren, cuando yo estaba vivo iba por donde yo quería, ahora que
estoy muerto llévenme por donde quieran.
Los hombres espantados lo tiraron al suelo y salieron corriendo.
Como nadie más pasó por allí, el muchacho tuvo que levantarse por
sus propios medios y volvió a su casa.
La madre, al verlo sin el burro y sin la leña, lo reprendió y con unos
cuantos coscorrones le ordenó que fuera a buscarlos.
Por más que Ingale insistió, no pudo convencer a su madre de que
estaba muerto y tuvo que ir.
Cuento de Buenos Aires
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Leyenda de Maitén y
el dios del lago
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El quirquincho tejedor
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ganas de tejer.
Siguió usando ese único poncho hasta que pasó a ser parte de su
cuerpo.
* El quirquincho, en quechua quirquinchu, es una especie de armadillo que posee un
caparazón óseo, parecido al poncho de la leyenda; con placas chicas, en la cabeza y en la
cola y placas más grandes y separadas en el medio. Se lo conoce también con los nombres
de piches, tatúes, peludos y armadillos. Hay una gran variedad de cuentos y leyendas de
este simpático animalito, como así también coplas y adivinanzas, resaltando sus
características como la de arquearse hasta parecer una bola, cuando se ve en peligro.
Ovillejo, ovillejo cara de viejo, ancho y bola, fortacho en la cola.
Leyenda quechua
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Lindando el río Paraná, iban dos cazadores con sus perros con la
intención de cazar algunos carpinchos y nutrias.
Por el camino se encontraron con la casa de don Roque, un
formoseño que vivía en compañía de varios perros.
Don Roque amaba mucho a los animales, no soportaba que se los
maltratara y al ver a los cazadores les preguntó:
—¿Qué andan haciendo por aquí?
—Cazando animales pero sin resultado —le respondieron; ya es
mediodía, ni siquiera cazamos un carpincho y tenemos hambre, ¿usted nos
podría dar algo?
—Tengo comida si quieren —y acariciando a los perros preguntó—: ¿y
a estos qué les dan?
—Huesos nomás.
—¿Les gustan?
—Sí, cómo no les van a gustar.
—Está bien —dijo don Roque y entró en la casa.
Al rato salió con dos fuentes, una con carne y la otra con huesos. La
de carne se la dio a los perros y la de huesos a los cazadores.
—¿Qué nos da? —preguntaron asombrados—. ¿Huesos? ¡Cómo
vamos a comer eso!
—Si a los perros les gusta, por qué no les va a gustar a ustedes —les
contestó don Roque—. ¿No ven que a los perros también les gusta la carne?
Cuento de Formosa
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Esta era una vieja orgullosa y dominadora, que tenía una hermosa
hija, la que sólo hacía su voluntad.
Cuando llegó a la edad de casarse, la vieja ya tenía todo calculado y
le dijo:
—Mira hijita, yo quiero lo mejor para vos y sólo te dejaré casar con el
hombre que tenga dientes de oro y un caballo con cola de plata, orejas
negras y una montura bien chapeada.
Pasó el tiempo y un día apareció en la casa un caballero de buena
estampa, y como reunía todos los requisitos que la vieja imponía, se casó
con la joven.
Al principio todo fue bien, pero la vieja era tan dominadora y hacía
trabajar tan duro a su yerno que un día, cansado, decidió hacer algo.
Como poseía habilidades que nadie sabía, comenzó a transformarse
en distintos animales; una vez, en un perro; otras, en un burrito y así podía
esconderse de su suegra por lo menos una buena parte del día.
La anciana al no encontrarlo comenzó a sospechar, y como no era
tonta, enseguida descubrió que su yerno no era nada más ni nada menos
que el mismísimo diablo.
Por supuesto que esto no la atemorizó y de inmediato buscó una
botella vacía, un poco de cera virgen y lo llamó:
—Me di cuenta de lo que haces —le dijo; no te conocía estas
habilidades. ¿A ver si sos capaz de convertirte en hormiga y meterte en
esta botella? —lo desafió.
Y el diablo para no ser menos lo hizo tal como se lo había pedido su
suegra.
La vieja sin perder el tiempo tapó la botella con la cera y mientras la
sacudía con fuerza llenándolo de golpes le dijo:
—Así que me querías engañar, ahora te vas a quedar aquí hasta que
yo quiera —llevó la botella al monte y la colgó en la rama de un árbol.
Al tiempo pasó por ahí un leñador, vio la botella colgada en el árbol y
se acercó.
—¡Sáqueme de aquí, le voy a dar los dones que quiera! —oyó que le
gritaban desde adentro.
Intrigado comenzó a observarla.
—¿Quién grita? —preguntó.
—¡Sáqueme de aquí, le voy a dar todos los dones que quiera! —
volvió a oír. Intrigado descolgó la botella y la destapó.
Al instante salió de allí el diablo y le dijo:
—Cumpliré mi promesa, serás curandero, pronto curarás a la hija del
Rey y te haré famoso.
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Domingo siete
Érase que eran dos compadres, uno rico y el otro pobre; el rico se
llamaba Ramón, y el pobre, Laureano.
Laureano era tan pobre que a veces tenía que recurrir a la ayuda de
su compadre; pero éste era bastante avaro y siempre le ponía miles de
excusas para no prestarle dinero.
Un día Laureano salió en busca de trabajo pues las necesidades eran
muchas y dinero tenía muy poco. Esta vez decidió no ir por el camino de
siempre y salió en dirección opuesta.
—"Puede que me cambie la suerte" —pensó y se puso en marcha.
Anduvo hasta casi el atardecer y ya perdía las esperanzas cuando a lo
lejos divisó una casa; rápidamente se dirigió hacia allí.
Al llegar, comprobó que se trataba de una casa abandonada y
desilusionado pensó: "Creo que hoy no conseguiré nada. Mejor me vuelvo
antes de que anochezca".
De pronto sintió que venía gente. Tuvo miedo; a una casa
abandonada sólo pueden llegar ladrones o maleantes.
—Me esconderé hasta que se vayan —dijo y no encontró nada mejor
que un tirante en el techo; trepó en él y se quedó bien callado para que no
lo descubrieran.
Eran unos gauchos desconocidos; jamás los había visto por el lugar.
Entraron en la casa como si fuera suya, prendieron fuego, se
sentaron y comenzaron a tocar la guitarra y a cantar:
—Lunes y martes, y miércoles tres, jueves y viernes, y sábado seis...
La reunión se iba animando cada vez más y entusiasmados por la
música comenzaron a bailar, mientras repetían una y otra vez los mismos
versos:
—Lunes y martes, y miércoles tres, jueves y viernes, y sábado seis...
Laureano se divertía mucho viéndolos desde su escondite pero le
aburría escuchar siempre la misma canción hasta que de pronto se le
ocurrió que le podría agregar algo y al llegar a "sábado seis" gritó:
—¡A las cuatro semanas se ajusta el mes!
Los gauchos pararon de cantar, miraron hacia arriba desde donde
venía la voz y descubrieron al intruso.
—Baje, mi amigo, ¿qué hace ahí? —le dijeron.
—Oí venir gente y me asusté.
—Amigo, somos gente buena, baje tranquilo.
Cuando Laureano bajó, los gauchos muy contentos le dijeron:
—Estamos muy agradecidos porque nos alargó el verso —y en
recompensa le dieron mucho dinero en onzas de oro.
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La mujer porfiada
Dicen que ésta era una mujer muy pero muy porfiada.
Una vez, enterada de que se hacía un baile de Carnaval en Cafayate,
le pidió a su marido que la llevara.
—No podemos ir —le contestó su marido—, el río está muy crecido y
no podemos cruzar; es peligroso.
—Pero yo quiero ir y voy a ir al baile —retrucó la mujer.
—Te digo que es muy peligroso.
—No, yo quiero ir.
—Bueno, entonces te voy a ensillar el caballo manso.
—No —insistió la mujer—, quiero el potro.
—Está bien, pero el bombo lo llevo yo para que puedas dirigirlo
mejor.
—No, el bombo lo llevo yo.
—¡Está bien! —exclamó el hombre ya bastante fastidiado— pero me
vas a hacer caso cuando crucemos el río, yo te voy a decir por dónde tenes
que ir.
El marido hizo todo lo que su mujer quería y salieron al otro día bien
temprano.
Cuando llegaron al río, le indicó por dónde tenía que pasar para que
no la arrastrara la corriente.
Pero la mujer cruzó por donde ella quiso y como se lo había advertido
su esposo, la corriente la llevó aguas abajo.
El hombre maldiciendo el carácter porfiado de su mujer trató de
sacarla. El río pudo más; entonces comenzó a caminar por la orilla para ver
si la encontraba.
Al otro día un vecino lo vio y le preguntó:
—Amigo, ¿qué anda haciendo?
—Estoy buscando a mi mujer, ayer se la llevó la corriente.
—Pero cómo la busca río arriba, tiene que ir río abajo.
—Mi amigo, conozco a mi mujer, es tan porfiada que seguro debe
haber tomado para el lado contrario.
Cuento de Jujuy
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Cuentos y leyendas
de América
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La bruja
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donde una muchacha de ojos color café se había casado con un joven del
lugar.
Cuento de Costa Rica
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Jabotí, la tortuga
Cuentan que Dios, cierto día, resolvió hacer una fiesta en el cielo. La
noticia se desparramó por montes y valles; los pájaros y los insectos
empezaron a preparar sus galas.
Las aves, hasta los urubúes y las águilas, que son los más pesados,
se pusieron a lustrar y pulir su plumaje negro, y a dar tinte amarillo a sus
picos y garras.
Las mariposas se apresuraron a encargar nuevas alitas, y también las
cigarras pasaron noches enteras tejiendo finísimas alas verdes.
Durante algún tiempo reinó en el bosque gran animación; pero, a
pesar de semejante alegría, uno de los animales estaba muy triste por no
poder ir a la fiesta del cielo.
Era Jabotí: una tortuga de patas cortas, que llevaba siempre la
cabeza rugosa dentro de su oscuro caparazón.
Había oído contar las mil y una maravillas de las reuniones del cielo y
de las exquisitas comidas que servían, ricos dulces y deliciosos vinos que los
ángeles ofrecían a los invitados en preciosas copas de cristal y eso le
quitaba el sueño.
Se pasaba los días pensando en la manera de subir allá, para ver a
los ángeles y bailar sobre mullidas nubes.
Pasito a paso fue a pedir consejo al mono; pero éste le dijo con
mucha sensatez:
—¿No ves que es imposible llegar hasta arriba? Dios, para no hacer
diferencias, invita a todos los animales; pero sólo pueden concurrir los que
tienen alas, porque son parientes de los ángeles. Es mejor que no pienses
más en eso.
Pero Jabotí no se conformaba y fue a consultar al león.
El rey de los animales resultó aún más prudente y sensato que el
mono.
Sacudiendo su tupida melena, contestó:
—Lo que quieres resulta imposible, amiga Jabotí. Haz como yo:
espera la vuelta de los pajaritos y confórmate con lo que ellos traigan y
cuenten. Como rey de la selva, exijo que cada cual me consiga un trozo de
la mejor carne. De tal modo, como mucho más que si hubiese ido a la
fiesta... y sin trabajo de volar. Haz como yo y pídele a algún pájaro que te
traiga algo.
Como Jabotí no se conformaba, fue a visitar a la zorra. La zorra la
miró de los pies a la cabeza y, burlándose, le dijo:
—¿Por qué no te mezclas con los pájaros que suben? Una vez
cincuenta palomas y ochenta golondrinas llevaron una caja con un regalo
para el Niño Jesús. Yo me escondí en ella y así pude llegar al cielo. ¡Haz
como yo, amiga Jabotí!
Desde ese instante, la tortuga no descansó, ni comió, ni durmió;
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Leyenda de la quena
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La langosta
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La serpiente emplumada
En los años 700 y principio del 1300, fueron construidos gran parte
de los edificios de Chichen Itza en México.
Entre ellos se encuentra la pirámide levantada en honor a
Quetzalcóatl, dios de la vida y la sabiduría, representado por una serpiente
emplumada llamada Kuklkán.
Por aquellos tiempos, Quetzalcóatl llegó desde el oeste a la península
de Yucatán, para civilizar a los mayas. Allí permaneció durante diez años y
con sus enseñanzas elevaron su cultura y mejoraron su nivel de vida.
Los indígenas llegaron a respetarlo y a quererlo y fue considerado el
gran maestro, dios creador, protector y padre de la humanidad.
Mientras duró su estada fueron épocas felices, hasta que un día
Quetzalcóatl debió partir hacia otras tierras.
Los mayas entonces decidieron levantar un monumento en su honor
y construyeron una pirámide.
En su extremo, sobre la terraza se encontraba el templo, y para
llegar a él, se eleva sobre sus cuatro lados una escalinata de noventa y un
escalones que sumados hacen trescientos sesenta y cuatro, los días de un
año.
Como celosa guardiana del templo, al pie de una de esas escalinatas,
se encuentra la enorme cabeza de una serpiente.
Allí, todos los años, al inicio de cada ciclo agrícola, se hicieron rituales
pidiendo buenas cosechas.
Pasó el tiempo y curiosamente, dos veces al año, se repite un
extraño fenómeno en esta pirámide.
Durante los equinoccios del veintiuno de septiembre y del veintidós
de marzo, alrededor de las 15 horas, precisamente sobre la escalinata que
tiene la cabeza de serpiente, la luz del sol se va proyectando en los
escalones, dibujando una serpiente emplumada de unos treinta y cuatro
metros de largo.
Esta imagen luminosa, que comienza en su parte más alta, va
descendiendo lentamente hasta unirse a la cabeza, completando la imagen
de la serpiente emplumada.
Los lugareños dicen que es el descenso simbólico de Quetzalcóatl y
que su espíritu estuvo siempre allí, para proteger a los mayas.
Leyenda de México
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Hace mucho tiempo los guáraos, una tribu que habitaba en las orillas
del Orinoco, no conocían al sol y vivían en total oscuridad.
Sin embargo los sabios y los ancianos aseguraban que el sol existía y
que un hombre que vivía en las alturas, más allá de las nubes, lo tenía
prisionero pero nadie sabía el lugar exacto donde se encontraba.
Ya habían partido muchos guáraos a recorrer las tierras en busca de
un indicio pero todos habían fracasado.
Un día, un guarao que tenía dos hijas, después de mucho recorrer y
averiguar, consiguió saber dónde estaba prisionero el sol y cómo se llegaba
hasta allí.
Enseguida regresó a su rancho con la idea de enviar a su hija mayor
a rescatarlo. Pensaba que al ser mujer podría tener mejor suerte.
El guarao habló con su hija largamente y le indicó el rumbo que debía
seguir. Juntos rogaron a los dioses para que no le faltara su protección en
ningún momento, y después de abrazar a su padre y a su hermana, salió en
dirección al oeste.
La joven caminó sin descanso hasta llegar al horizonte y allí comenzó
a subir por entre las nubes como si debajo de sus pies existiera una
escalera invisible; un mundo sobrenatural mezclado de nubes blancas,
rosadas y celestes se abrió entre sus ojos.
Por un momento se quedó extasiada ante el maravilloso paisaje pero
al recordar el pedido de su padre empezó a observar detenidamente el lugar
y detrás de una gran montaña de nubes descubrió la casa donde vivía el
dueño del sol.
Golpeó la puerta y apareció un hombre de larga barba blanca y ceño
fruncido que la observó de pies a cabeza sin decir una sola palabra.
—Mi padre quiere que saques al sol del escondrijo y lo dejes libre en
el cielo, para que pueda alumbrar la tierra de abajo —dijo la muchacha
atemorizada, ante tan extraño personaje.
—¡No! —contestó el dueño del sol.
—Mi padre te pide que liberes al sol y lo dejes correr por entre las
nubes —repitió la muchacha, ahora con más firmeza.
—No lo haré —contestó el hombre—, márchate y no vuelvas a
molestarme.
—¿Cómo te atreves a hablarme así? —increpó con severidad la
guaraiina al comprobar la obstinación del hombre—.¿No piensas liberar al
sol?
—No, yo soy su dueño y sólo brillará para mí cuando yo quiera —
contestó el hombre—.
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—Pero, ¿es que no piensas en toda la gente que vive allá abajo en la
oscuridad, sin nada que entibie sus cuerpos, cuando sienten frío? —siguió
insistiendo la muchacha sin darse por vencida; mientras tanto observaba la
casa para ver si lograba descubrir dónde estaba encerrado el sol.
Por fin vio, en un rincón, una extraña y grandísima bolsa colgada del
techo y se quedó mirándola con la sospecha de que allí estaba el sol.
El hombre al ver que la guarauna estaba a punto de descubrir su
secreto gritó:
—¡Cuidado! No se te ocurra tocar eso.
Por el tono de la voz y el nerviosismo que demostró el hombre,la
guarauna no tuvo la menor duda de que allí estaba encerrado el sol. Sin
hacer caso a la amenaza del hombre, se lanzó de un salto sobre la bolsa y
la rompió de un manotazo.
Inmediatamente apareció el rostro luminoso del sol, rojizo y
deslumbrante. El calor y la luz de sus rayos se esparcieron sobre las nubes,
sobre los cerros, la selva, la tierra y la gente de abajo. Con su claridad
traspasó el mismo fondo de los ríos y los mares y alumbró la región de los
que vivían debajo del agua.
El hombre, al ver su secreto descubierto, y que ya no podría volver a
atrapar al sol, lo empujó con rabia hacia al este y lanzó la bolsa rota hacia
el oeste, y allí quedaron colgados. La luz potente del sol iluminó la bolsa y
así se convirtió en la luna.
Mientras tanto la guarauna huyó con todo lo que le daban sus
fuerzas, antes de que el hombre pudiera descargar sobre ella la furia que
sentía.
Cuando llegó a la tribu, la encontró desconocida al estar iluminada
por el sol; la gente miraba asombrada aquella masa luminosa y levantaba
sus brazos orando para dar gracias a los dioses.
Al llegar a su rancho, el padre salió a recibirla, feliz por tenerla
nuevamente a su lado. El guarao no hacía más que contemplar la
hermosura del sol brillante en el cielo.
El único inconveniente era que el astro rey hacía su recorrido por el
cielo demasiado rápido y los días eran muy cortos. Pasaba apenas medio día
y el sol se ocultaba detrás de los cerros quedando iluminados únicamente
por el tenue reflejo de la luna.
Entonces el guarao llamó a su hija menor y le dijo:
—Vete al este; espera a que salga el sol y empiece a hacer su
recorrido por el cielo. Cuando apenas haya comenzado a caminar, átale con
cuidado esta tortuga.
La hija menor hizo lo que su padre le había pedido y logró enganchar
a la tortuga en uno de sus rayos. La lentitud de la tortuga impidió que
corriera demasiado y está vez el sol iluminó la tierra un día entero, tal como
lo tenían calculado los guáraos.
Cuando el sol se esconde detrás de los cerros, llega la noche y con
ella la luna, que sigue el camino del sol, reflejando la luz que le envía desde
el oeste.
Leyenda de Venezuela
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