El vuelo Del
sapo
Gustavo RolDán
o que más me gusta es volar –dijo el
- sapo. Los pájaros dejaron de cantar.
Las mariposas plegaron las alas y se
L
quedaron pega- das a la flores.
El yacaré abrió la boca como para tragar toda el agua del río.
El coatí se quedó con una pata en el aire, a medio dar
un paso. El piojo, la pulga y el bicho colorado, arriba de la
cabeza del ñandú, se miraron sin decir nada. Pero
abriendo muy grandes los ojos.
“El vuelo del sapo” de Gustavo Roldán.
El yaguareté, que estaba a punto de rugir con el rugido
En El vuelo del sapo. Alfaguara juvenil. 2005.
© Gustavo Roldán negro, ese que hace que deje de llover, se lo tragó y
apenas fue un suspiro.
Ilustraciones: Mónica Pironio El sapo dio dos saltos para el lado del río, mirando
Diseño de tapa y colección: Campaña Nacional de Lectura hacia don- de iba bajando el sol, y dijo:
–Y ahora mismo me voy a dar el gusto.
Colección: “Las Abuelas nos cuentan”
–¿Está por volar? –preguntó el piojo.
Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología –Los gustos hay que dárselos en vida, amigo piojo. Y
Unidad de Programas Especiales hacía mu- cho que no tenía tantas ganas de volar.
Campaña Nacional de Lectura Un pichón de pájaro carpintero se asomó desde un
Pizzurno 935. (C1020ACA) Ciudad de Buenos Aires. Tel: (011) hueco del jacarandá:
4129 1075 campnacionaldelectura@me.gov.ar -
–Don sapo, ¿es lindo volar? Yo estoy esperando que
www.me.gov.ar/lees
me crez- can las plumas y tengo unas ganas que no doy
República Argentina, Reimpresión 2007 más. ¿Usted me po- dría enseñar?
–Va a ser un gusto para mí. Y mejor si lo hacemos
juntos con tu papá, que es el mejor volador.
3
–Sí, mi papá vuela muy lindo. Me gusta verlo volar. Y
picotear los troncos. Cuando sea grande quiero volar
como él, y como us- ted, don sapo.
El piojo miraba y comenzaba a
entender. El yacaré seguía con la
boca abierta.
El tordo y la calandria se miraron y decidieron que
era hora de intervenir.
–Don sapo –dijo el tordo–, ¿se acuerda de cuando
jugamos a quién vuela más alto?
–Ustedes me ganaron –dijo la calandria– porque me
distraje can- tando una hermosa canción, pero otro día
podemos jugar de nuevo.
–Cuando quiera –dijo el sapo–, jugando todos estamos
conten- tos, y no importa quién gane. Lo importante es
volar.
–Yo también –se oyó una voz que venía llegando–, yo
también quiero volar con ustedes.
–Amigo tatú –saludó el sapo–, qué buena idea.
–Pero no se olvide de que no me gusta volar de
noche. Usted sabe que no veo bien en la oscuridad.
–Le prometo que jamás volaremos de noche –dijo el sapo.
La pata del coatí ya parecía tocar un tambor del ruido
que ha- cía subiendo y bajando.
El yacaré cerró los ojos pero siguió con la boca abierta.
Los ojos de la pulga y el bicho colorado eran como
una cueva de soledad. Cada vez entendían menos.
El sapo sonrió aliviado.
El tordo y la calandria le habían dado los mejores
argumentos de la historia, y ahora el tatú le traía la
solución final, ya que el sol se acercaba a la punta del
río.
–¿Se acuerda, amigo sapo –siguió el tatú–, cuando
volábamos para provocarlo al puma y después escapar?
–¿Así fue? Yo había pensado que el puma era el que escapaba.
–No exageremos, van a pensar que somos unos mentirosos.
4
–¡Y qué otra cosa se puede pensar! –dijo la lechuza,
que había estado escuchando todo.
–Gracias –dijo el sapo en voz baja, como para que lo
escucha- ran solamente sus patas.
Eso era lo que estaba esperando. Alguien con quien
discutir y hacer pasar el tiempo.
–En todo el monte chaqueño no hay mentirosos más grandes
–siguió la lechuza–. Y ustedes, bichos ignorantes, no les
sigan el jue- go a estos dos.
–¿Cuándo dije una mentira? –preguntó el sapo.
–¿Quiere que hable? ¿Quiere que le diga?
–Hable nomás –dijo el sapo, contento porque la
lechuza lo es- taba ayudando a salir del aprieto.
–Mintió cuando dijo que los sapos hicieron el arco iris.
Mintió cuando dijo que hicieron los mares y las
montañas. Cuando dijo que la tierra era plana. Cuando
dijo que los puntos cardinales eran siete. Cuando dijo que
era domador de tigres. ¿Quiere más? ¿No le alcanza con
esto?
El sapo escuchaba atentamente y pensaba para qué
lado con- vendría llevar la discusión.
–Me sorprende su buena memoria, doña lechuza. Ni
yo me acordaba de esas historias.
–Y yo me acuerdo de otra historia, don sapo, esa de
cuando us- ted inventó el lazo atando un montón de
víboras –dijo el piojo.
–Otra mentira más grande todavía –rezongó la
lechuza–, miren si un sapo va a vencer a un montón de
víboras.
Los ojitos del piojo brillaron de picardía.
–Pero yo lo vi. Era una tarde en que el sol quemaba la
tierra y las lagartijas caminaban en puntas de pie. Yo vi
todo desde la cabeza del ñandú, ahí arriba, de donde se
ve más lejos.
–Piojito, sos tan mentiroso como el sapo y nadie te va a
creer. Es me- jor que se vayan de este monte ya mismo. Y
que no vuelvan nunca más.
6
–Ahora que me acuerdo, yo sé un poema que aprendí suspiro de una mariposa.
dando la vuelta al mundo –dijo el bicho colorado–. Dice
así:
De los bichos que
vuelan Me gusta el
sapo
porque es alto y bajito
gordito y flaco
–¡Qué hermoso poema! –dijo el pichón de pájaro
carpinte- ro–. Cuando sea grande yo quiero hacer
poemas tan hermoso como ése.
–Doña Lechuza –dijo la pulga–, estas acusaciones son
muy gra- ves y tenemos que darles una solución.
–Hay que decidir si el sapo es un mentiroso o un
buen conta- dor de cuentos –propuso el yacaré.
–Eso es muy fácil –opinó el coatí–, los que crean que
el sapo es mentiroso digan sí. Los que crean que no es
mentiroso digan no. Y listo.
–Y si se decide que es un mentiroso se tiene que ir de
este monte –dijo la lechuza.
–Claro –opinó la pulga–. Si es un mentiroso se tiene
que ir.
–Aquí no queremos mentirosos –dijo el yacaré.
–Yo mismo me encargaré de echar al que diga
mentiras. O lo trago de un solo bocado –dijo el
yaguareté.
–Eso sí que no –protestó el yacaré–. Tragarlo de un
solo boca- do es trabajo mío.
–Dejen que le clave los colmillos –dijo el puma, que
recién lle- gaba–. Odio a los mentirosos.
–Bueno –dijo la lechuza–, los que opinen que el sapo
es un mentiroso, ya mismo digan "sí".
En el monte se hizo un silencio como para oír el
Después se oyó un SÍ, fuerte, claro, terminante y vez iba a ganarle al sapo, y de golpe todos sus planes
arrasador. Un SÍ como para hacer temblar a todos se escapaban como un palito por el río. Pero rá-
los árboles del monte. pidamente se dio cuenta de que todavía tenía una
Pero uno solo. oportunidad. Y no había que desperdiciarla. Ahora sí que
La lechuza giro la cabeza para aquí y para allá. lo tenía agarrado: el sa- po había dicho que iba a volar.
Pero el SÍ ter- minante y arrasador seguía siendo Mientras tanto, todos los animales festejaban el triunfo
uno solo. El de ella. del sa- po a los gritos. Tanto gritaron que apenas se oyó
Y entonces oyó un NO del yacaré, del piojo, el chasquido que hizo el sol cuando se zambulló en la
de la pulga, del puma, de todos los pájaros, del punta del río. Pero el tatú, que estaba atento, dijo:
yaguareté y de mil animales más. –¡Qué mala suerte! ¡Qué mala suerte! Se nos hizo de
El NO se oyó como un rugido, como una noche y ahora no podremos volar.
música, como un viento, como el perfume de –Yo tampoco quiero volar de noche –dijo el tordo–. A
las flores y el temblor de las alas de las los tor- dos no nos gusta volar en la oscuridad.
mariposas. –Los cardenales tampoco volamos de noche –dijo el cardenal.
Era un NO salvaje que hacía mover las hojas –De noche solamente vuelan las lechuzas y los murciélagos
de los árboles y formaba olas enloquecidas en –dijeron los pájaros.
el río. –Será otro día, don sapo –cantó la calandria–. Lo siento
La cabeza de la lechuza seguía girando para mucho, pero no fue culpa nuestra. Esa lechuza nos hizo
un lado y para el otro. Había creído que esta perder tiempo con sus tonteras. ¿Usted no se ofende?
8 9
El sapo miró a la lechuza , que seguía girando la
cabeza pa- ra un lado y para el otro, sin saber qué decir.
Después miró a la calandria, y dijo:
–Siempre hay bichos que atraen la mala suerte. Pero no impor-
ta, ya que no podemos volar, ¿qué les parece si les cuento la his-
GUSTAVO ROLDÁN
toria de
cuando viajé hasta donde cae el sol y se apaga en el río?
Nació en el Chaco, en 1935 y creció en el monte, en Fortín
Lavalle. Por su libro Como si el ruido pudiera molestar mereció el
Tercer Premio Nacional de Literatura (1992); por Todos los
juegos el juego, el Segundo Premio Nacional de Literatura (1995).
Fue Premio Konex en 1994 por la totalidad de su obra, y en 2002
obtuvo el Premio Pregonero de Honor. En el 2004 nue- vamente
premio Konex por la totalidad de su obra.
Entre sus obras figuran: El monte era una fiesta (1982), Historia
del pajari- to remendado (1984), Como si el ruido pudiera
molestar (1986), El carna- val de los sapos (1986), Sapo en
Buenos Aires (1989), Penas de amor y de mar (1990), Todos los
juegos el juego (1991), La noche del elefante (1995), Juego del
cielo y del infierno (1996), Crimen en el arca (1996), El último
dragón (1997), Dragón (1997), La leyenda del bicho colorado
(1998), Historias del piojo (1998), Cuentos del zorro (1999),
Cuentos que cuentan los indios (1999), Cuentos de mundos
lejanos (2002), El camino de la hormiga (2004), El vuelo del sapo
(2005).
Ejemplar de distribución gratuita. Prohibida su venta.