POLÍTICAS CULTURALES
Y GESTIÓN
Por Héctor Ariel Olmos
Por Políticas Culturales se puede entender un conjunto de intervenciones, ac-
ciones y estrategias que distintas instituciones gubernamentales, no guberna-
mentales, privadas, comunitarias, etc. ponen en marcha con el propósito de
satisfacer las necesidades y aspiraciones culturales, simbólicas y expresivas,
de la sociedad en sus distintos niveles y modalidades.
Es indudable que el espacio cultural contemporáneo se caracteriza por ser
heterogéneo, complejo y cambiante. Por eso, justamente, remarcamos “en sus
distintos niveles y modalidades”.
Esto significa que, antes que nada, en el momento de diseñar políticas cul-
turales es necesario tener en cuenta y conocer la variedad cultural de los des-
tinatarios, la complejidad del territorio y su gente, la multiplicidad de institu-
ciones (oficiales, privadas, comunitarias, asociaciones intermedias) que inte-
ractúan1.
Claro que esto no siempre sucede, lo que no significa que no exista una de-
terminada política cultural. Néstor García Canclini señala que uno de los ob-
jetivos claves es obtener consenso para un tipo de orden o de transformación social.
El “tipo de orden” o de “transformación social” para el que se busca consen-
so no necesariamente es “progresista”: se puede perseguir un statu quo o im-
poner un orden retrógrado.
1
Santillán Güemes, R. – Olmos, Héctor A. (2003). La Educación Artística en una Política Cultural, México
ImPulso Cultural Revista de Gestión y Desarrollo, Colectivo de Gestión Cultural Zacatecas, Nº agosto
de 2003, CONACULTA.
62
Políticas culturales y gestión
No ha existido régimen político alguno que no tuviera su política cultural
por más que no la enunciara explícitamente o no la titulara de este modo.
Desde Pericles y Augusto, pasando por los Médicis que entendieron la cultura
como una manera de lograr prestigio y posteridad, a los Reyes Católicos quienes
expanden el reino de España con la espada, la cruz y la Gramática de Nebrija, los
estados imperiales se imponen por la fuerza de las armas y las pautas cultura-
les propias que son transformadas desde su código en universales y absolutas..
Cabe señalar asimismo aquellas experiencias como las del Realismo Socia-
lista soviético y la Revolución Cultural china que no sólo impusieron una po-
lítica sino también una estética. Y qué decir de la calificación nazi de arte de-
generado para las producciones de vanguardia pero, a la vez, la necesidad de
un Mefisto para legitimar por el prestigio que confiere la cultura la acción de
Hitler. Y de la agobiante maquinaria hollywoodense para disfrazar de lucha
por la libertad las infames guerras de conquista.
Hasta la aparente no-existencia de una política cultural define una política
cultural. Impedir el desarrollo de determinadas manifestaciones de la cultura
y obviar o neutralizar otras ya forma parte de una política cultural.
Desde este punto de vista resulta totalmente erróneo afirmar, como lo han
hecho algunos intelectuales argentinos, que el Proceso Militar no tuvo política
cultural. Prohibir, censurar, perseguir, constituyen acciones tan concretas y
efectivas como favorecer, promocionar y sostener para ejecutar una política
cultural. En ese período, por ejemplo, la música denominada rock nacional es-
tuvo prohibida y raleada de los medios de comunicación hasta que se produ-
jo la Guerra de Malvinas: entonces comenzó a fomentarse desde el poder po-
lítico porque supusieron que contribuía a integrar la movilización patriótica
en pos de la recuperación del territorio y la perpetuación del régimen.
Es preciso tener en cuenta que la política cultural está inserta en la política
pública. La pertenencia al “Tercer Mundo”, al “Capitalismo Periférico”, consti-
tuye un dato esencial a considerar en el momento de la planificación porque no
se pueden trasladar acríticamente los modelos concebidos en los países centra-
les. Por ejemplo, no es igual el impacto producido por los productos culturales
masivos estadounidenses en América Latina que en Francia, a pesar de que los
franceses aduzcan que la invasión de las pantallas del cine de Hollywood le ha-
ce tanto daño a su cinematografía como a las nuestras: si bien puede haber
coincidencias estratégicas, los medios para enfrentar el problema son disímiles.
63
H. A. Olmos
¿Dónde entra la gestión cultural en el marco de una política?
La gestión cultural será, sin lugar a dudas, el desarrollo de una política cultural.
POLÍTICA/POLÍTICAS
En diversos ámbitos se sostiene que la política cultural única remite al au-
toritarismo. Por eso se prefiere hablar de políticas culturales.
En principio no tenemos el prejuicio del uso del singular porque el concep-
to de cultura sobre el que nos basamos es lo suficientemente abierto como pa-
ra sustentar una política cultural plural(ista). Un Ministerio de Cultura lleva
adelante una política cultural como un Ministerio de Economía pilotea una
política económica: implementan diferentes planes y programas pero apuntan
a fines comunes que podrán consistir en mejorar la calidad de vida de la co-
munidad, afirmación de valores, etc.
Si ha de hablarse de “políticas culturales” en la suposición de que habrá una
política cultural para los aborígenes, una para los jóvenes, otra para la terce-
ra edad... creemos que se comete un exceso retórico, dado que la lógica indi-
ca que se trata de ramificaciones de un tronco común.
Se podría enunciar así de dos modos diferentes:
a) El Ministerio de Cultura (o el organismo equivalente) delinea la política cul-
tural con sus planes y programas específicos que favorezcan el desarrollo de
la comunidad.
b) El Ministerio de Cultura delinea las políticas culturales que favorezcan el
desarrollo de la comunidad.
¿Por qué razón el enunciado a) se asociará a autoritarismo y el enunciado
b) a democracia? ¿Es el problema de los varios que son uno, del uno que es
varios, o varios que son distintos e inconciliables? ¿Tendremos políticas dis-
tintas para los teatros de ópera, los cines y las celebraciones populares? ¿O se
trata de la misma política con las variantes del caso?
EL LUGAR DE LA CULTURA EN LA POLÍTICA
¿Qué lugar ocupa la cultura en la vida política de nuestras sociedades? Si se
juzgan las plataformas de los partidos para las campañas electorales compro-
baremos que el espacio otorgado – y su contenido - se corresponde con el de-
sinterés, pariente cercano de la ignorancia. A menudo – y salvo excepciones
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Políticas culturales y gestión
que confirman la regla, por honrosas que sean – aparece mezclado en los dis-
cursos con Educación, rara vez con Turismo. Sin embargo ningún dirigente se
atrevería a decir que no le interesa porque la cultura es un barniz de presti-
gio insoslayable a punto tal de que en Argentina hemos tenido un Presiden-
te que se reivindicaba como lector de Sócrates y atribuía a Atahualpa Yupan-
qui versos de Antonio Machado (quizás en un afán de invertir la coloniza-
ción). Pero es más frecuente que reciban a deportistas exitosos que a repre-
sentantes de actividades culturales destacados.
También es importante, considerar el lugar que ocupa en el organigrama del
Gobierno. Cuando Cultura tiene el rango de Ministerio significa que el/la titu-
lar del área ocupa un lugar en las reuniones de Gabinete y participa del dise-
ño de las políticas de estado. Cuenta con un presupuesto propio, y el Secreta-
rio es el responsable de su ejecución. Este no es un dato menor porque una de las
claves en política es no sólo tener fondos sino poder ejecutarlos. En estructu-
ras donde hay asignación de presupuesto pero la ejecución debe seguir un pa-
so más, se demora sensiblemente el funcionamiento y, como consecuencia, el
desarrollo de las actividades. Por ejemplo, en plantas donde Cultura es una
Secretaría insertada dentro de un Ministerio –por lo común Educación–, si
bien los fondos correspondientes no pueden gastarse en otra cosa, el respon-
sable es el ministro y se exige un escalón más (lo cual puede ocasionar días o
semanas de retraso). Por otra parte, en estos casos, el Secretario de Cultura no
participa de las reuniones de Gabinete y la presencia de Cultura en el temario
del Poder Ejecutivo está intermediada por el ministro que, por lo común, tiene
problemas más urgentes con la Educación y deja relegada la situación cultu-
ral. Estos conceptos son válidos para las áreas provinciales y municipales.
EL VALOR ESTRATÉGICO
Así como son diferentes las posibilidades de implementación de modelos de
políticas culturales en Europa o Estados Unidos y en nuestros países, también
existen diferencias notables al interior de estos.
Son muy pocos los dirigentes políticos que valoran la importancia estratégica
que tiene una política cultural. En la Argentina, por ejemplo, la crisis terminal
de la que estamos emergiendo no es solo económica, a pesar de que reviste una
gravedad inusitada. Lo más hondo es la pérdida de sentido. Argentina se había
quedado sin un proyecto de país, un proyecto que pudiera movilizar a la comuni-
dad. El descrédito de la clase política torna impensable una salida desde ese lugar.
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H. A. Olmos
Quizá haya que preguntarse si la democracia liberal es la forma adecuada
de gobierno y organización social en estas tierras, sistema al que no hemos
llegado por una lógica evolución política y cultural sino por una extrapola-
ción del modelo en una etapa de nuestra historia.
En este contexto hablar de política cultural parecería un contrasentido, ha-
bida cuenta de que lo que está en crisis es la política en sí misma. Sin embar-
go, es ante esta falta de sentido donde paradójicamente la política cultural co-
braría sentido.
En este marco y regido sólo por la variable economicista elemental y torpe
se verifican:
- Una falta de conciencia de la importancia del sector Cultura. Los sucesivos ti-
roneos para convertirla en una apéndice de un ministerio de Turismo o de
Educación y dejarla luego como Secretaría de Estado ejemplifican esto en
un contexto donde se privilegian tejidos personales. Si la importancia pue-
de medirse por el espacio presupuestario, la conclusión en Argentina no
puede ser más triste: apenas el 0,3 por ciento del total de la administración
nacional está asignado a la Secretaría de Cultura.
- En la Ciudad de Buenos Aires, donde el presupuesto de Cultura llega al 4
por ciento, la actividad otorga un brillo y una visibilidad a toda la gestión
de Gobierno2. Lo llamativo es que no se registre el dato en otras instancias
nacionales y provinciales, y no se imite. Aunque más no sea por el mero y
craso cálculo político si a los dirigentes el sector les importa poco y nada,
como suele suceder.
- “Depresupuestación”. Cierres lisos y llanos o integraciones en provincias y
municipios, al peor estilo de las fusiones empresariales con la excusa de la
“eficientización” y “optimización” de gastos y recursos. Resulta obvio que
no existe la menor noción de la importancia estratégica del sector ni mu-
cho menos de sus posibilidades económicas –si ese fuera el único paráme-
tro valedero–. Según los diferentes investigadores, la cultura mueve en la
Argentina entre 7300 y 10.000 millones de pesos (alrededor del 3 % del Pro-
ducto Bruto Interno). Con la ignorancia y la soberbia como brújula, políti-
cos y economistas navegan en estas aguas.
2
El vice-jefe de Gobierno Jorge Telerman, recientemente electo, fue el Secretario de Cultura de la
gestión anterior y su lucimiento le abrió el espacio político mayor.
66
Políticas culturales y gestión
Y los funcionarios de cultura se mueven entre la desesperación y el desáni-
mo para que el área no desaparezca de las estructuras de gobierno. Incluso
varios de ellos han constituido una red para mantenerse en contacto y aler-
tas, para planear acciones en común. Ante la falta de fondos se encuentran
inermes y deben realizar prodigiosos esfuerzos para financiarse sin caer en la
genuflexión ante posibles sponsors e impedirles avanzar sobre el espacio pú-
blico, que intenten influir sobre las decisiones políticas.
Se plantea el problema sobre qué gestionar, sobre qué base deben diseñar-
se las políticas culturales y, desde ahí, tomar las decisiones. Porque los orga-
nismos constituyen una pesada y paquidérmica carga que, por lo general, ab-
sorben todo el presupuesto. Es muy común que se enuncie en las plataformas
un concepto de cultura similar al de UNESCO3 pero que, en la práctica, todo
vaya a artes y espectáculos.
Consideramos que es necesario explorar experiencias de las culturas popu-
lares que han sobrevivido exitosamente los embates de la cultura hegemóni-
ca, de dictaduras y afines, porque hablan de:
- legitimación de dirigentes en un momento en que la dirigencia política es-
tá totalmente deslegitimada, dado que los líderes de estas experiencias jue-
gan su prestigio y su continuidad en contacto con la gente, en lo cotidiano.
- construcción de poder cuando la sensación dominante es la impotencia.
EL LUGAR DE LA POLÍTICA EN LA CULTURA: LA CONSTRUCCIÓN DE PODER.
Es que también en este campo vale el doble sentido de "politica" como los
procedimientos de lucha por el poder con algunos aspectos negativos de la
confrontación ideológica; y, por otro lado, la acción del gobierno y sus pro-
gramas de intervención. (Martinell:2001)
¿Qué entendemos por poder en política cultural?
El fortalecimiento de la capacidad de decisión cultural –en el sentido que en-
tiende Bonfill Batalla (ver recuadro)– y en el juego cotidiano de la política en
que cada sector busca aumentar su espacio de influencia. La capacidad de ha-
3
La cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y
materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social. Ella englo-
ba además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los
sistemas de valores, las tradiciones y las creencias (UNESCO:1982: Declaración de México sobre Polí-
ticas Culturales).
67
H. A. Olmos
cer lobby. Algo que no debe aterrarnos ni alterarnos ¿Por qué un empresario
del sector automotriz puede extorsionar a un gobierno amenazando con lle-
varse su fábrica a otro país si el Estado osa cobrarle los impuestos que ha eva-
dido y debe pagar? ¿Por qué en nuestros países las comunidades se preocu-
pan más por el cierre de una fábrica de automóviles que por el de una edito-
rial o un complejo teatral, cuando la cultura genera un cincuenta por ciento
más de divisas –al menos en la Argentina?... Porque los empresarios saben
lobbiar mejor que la gente de nuestro sector.
La UNESCO (1997) afirma que el empoderamiento, basado en el principio de la
autodeterminación cultural, es un objetivo al que aspiran particularmente las mino-
rías. Por ejemplo, las poblaciones autóctonas que reclaman una devolución de poder
a sus comunidades.
Pero señala que es clave la cuestión del acceso al poder. La formulación y apli-
cación de medidas concretas para promover dicho acceso es tarea tanto del Estado
como de la sociedad civil. Sólo la participación más amplia posible de todos los nive-
les de la sociedad en la vida cultural garantiza una vida plenamente democrática.
Se da el juego entre lo instituido desde el Estado y lo instituyente que ha de
venir de la sociedad civil: es responsabilidad del estado asegurar que las institucio-
nes públicas promuevan la contribución equitativa de todos los sectores de la sociedad.
Desde el punto de vista de la sociedad civil, el empoderamiento exige acceso a la
información, así como a canales de expresión, representación y corrección.
COMO SE CONSTRUYE PODER
a) Informándose e informando. Esto es: recabar la mayor cantidad de datos so-
bre las actividades culturales y sus posibilidades. En una sociedad inserta
claramente en el sistema capitalista, el movimiento de fondos que produce
la cultura, la cantidad de gente que ocupa, pueden hablar con bastante elo-
cuencia de la importancia del sector. Es necesario que la cultura, como otra ac-
tividad social, entre en las lógicas de relación con los elementos globales de la so-
ciedad intentando crear las condiciones y justificaciones que permitan fundamen-
tar el papel que juega en el conjunto de la sociedad. (Martinell:2001)
b) Formando:
1) Agentes: capacitar es una manera de crear una masa crítica importante pa-
ra generar conciencia sobre el valor que tiene para una comunidad el desa-
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Políticas culturales y gestión
rrollo de sus manifestaciones culturales y presionar, por lo tanto, para que en
el área se designen personas idóneas cuando se definen las políticas públicas.
2) Públicos, para asegurar el tránsito intergeneracional de los valores y au-
mentar las referencias identitarias.
3) Artistas, para favorecer el surgimiento y crecimiento de creadores.
c) Fortaleciendo y valorizando las expresiones populares que enriquecen el
acervo cultural, a través de las cuales una comunidad afianza y manifiesta
su identidad.
d) Ocupando y abriendo espacios en el territorio, en las administraciones y en los
medios. 1) Es casi una perogrullada afirmar que cuanto más despliegue te-
rritorial se tenga será mayor el poder con que contemos: cuantas más ins-
tituciones haya en el territorio avocadas a la cultura, más posibilidades de
acción, de encuentro con la comunidad. La existencia de estructuras en las
administraciones públicas con mayor o menor reflejo presupuestario es un
factor de peso en la trama de poder. Abrir espacios donde no los haya (crea-
ción de centros culturales, bibliotecas, salas; creación de Direcciones, Sub-
secretarías, Institutos), mejorar lo que existe (ampliaciones, refacciones,
modernización de equipamientos; jerarquización, elevación del nivel, de las
instancias administrativas) constituyen pasos para la ampliación del poder.
2) La presencia sostenida en los medios de comunicación es un buen sopor-
te. Establecer redes de radio y televisión comunitarias y alternativas. 3) La
cuestión es la manera en que se ocupan los espacios porque un mal mane-
jo de un equipamiento o de una estructura puede ofrecer la excusa para su
cierre. No hay que olvidar: para gran parte de la dirigencia, la cultura es un
gasto superfluo y es lo primero que habrá de reducirse cuando las vacas del
erario adelgacen – que es la norma, aunque las vacas verdaderas se críen
en llanuras tan verdes como la pampa argentina o el campo uruguayo.
e) Integrando jurisdicciones: ¿cuántas veces las diferentes jurisdicciones que
operan sobre un territorio actúan desarticuladas y a veces hasta en franca
oposición? Los municipios no se relacionan con la provincia y el estado na-
cional va por su lado y danzan un patético minué de rivalidades y sospe-
chas. Cuando el funcionamiento coordinado podría dar resultados superio-
res, al optimizar recursos materiales y humanos. Además, como plus, el co-
nocimiento que proporciona trabajar en equipo. Sobre todo, la convicción
de que la cultura es más importante que las jurisdicciones.
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H. A. Olmos
f) Atemperando egos. Conectado con el anterior, puede afirmarse que en el
área de cultura, si se quiere crecer en presencia y poder, habrá de funcio-
nar a pleno la hoguera de las vanidades. Hoguera para incinerar los egos que
dificultan todo entendimiento. Por cierto que la egomanía no es patrimo-
nio exclusivo del sector Cultura –y nuestros países pueden dar triste testi-
monio de esto– pero se trata de terreno fértil para que se desarrolle en de-
trimento de las necesidades de integración.
g) Exigiendo con la prepotencia del trabajo, no con la queja reiterada y abu-
rrida, que por épocas parece la única manifestación de la “gente de la cul-
tura”.
h) Generando hechos. El ejemplo de los Directores de Cultura que –sin presu-
puesto en el organigrama comunal– hacen abrir museos cerrados, lo atien-
den y limpian ellos mismos hasta que consiguen que el Intendente munici-
pal designe personal y amplie el presupuesto o comprometen a todas las
instancias de gestión pública y privada para reabrir el teatro de la ciudad o
generar festivales.
i) Tejiendo con otras áreas: No se puede concebir el sector Cultura como un
compartimento estanco, un mundo cerrado sobre sí mismo. Es preciso es-
tablecer acuerdos con otras áreas buscando los puntos de contacto, que
habrán de convertirse en nodos de poder. Las universidades, las escuelas,
la formación docente, constituyen a simple vista un sector afín. Pero exis-
ten nichos para la acción en Obras Públicas, en Salud, en Economía, en
Desarrollo Social, en Defensa, en Seguridad... Ejemplos de intentos exito-
sos se pueden registrar en América latina: la División de Cultura en Chile
con las universidades y otros sectores públicos y privados para logros co-
mo la Cartografía Cultural (que es un ejemplo a seguir en todos nuestros
países) y los Cabildos que constituyen modelos de movilización y partici-
pación ciudadana en la planificación y gestión de una política cultural. A
tal punto ha cobrado importancia la actividad de la División que el Go-
bierno chileno ha decidido transformarla en Consejo Nacional, elevando
así su rango. Otro ejemplo podría ser el de la Dirección de Capacitación
del CONACULTA mexicano que desarrolla un programa de capacitación
que abarca todo el vasto territorio del país a través de un rico entramado
con Institutos de Cultura locales y Universidades. En ambos casos se veri-
fica claridad de objetivos, poco y muy idóneo personal pero con intensi-
dad de gestión y fuerte compromiso.
70
Políticas culturales y gestión
j) Movilizando a toda la comunidad. La cultura es demasiado importante para
una sociedad como para dejarla en manos de una elite y/o una administra-
ción. Movilizar a la comunidad no significa juntar gente en recitales masi-
vos – que se multiplican en épocas de campañas políticas – sino involu-
crarla en aras de un proyecto común y propio, del que sea verdaderamen-
te protagonista. Esto se logra:
k) Estableciendo alianzas estratégicas con otros sectores de la comunidad, para
realizar proyectos comunes en los que haya responsabilidad compartida,
que es una forma del reconocimiento mutuo.
Sobre todo, el poder se construye a partir de una ética que, básicamente, exi-
ge cumplir con lo que se dice, no prometer más que lo que se puede hacer,
restituyendo el valor político a la palabra empeñada. Lo cual conlleva el
respeto por el otro –legítimo otro en la convivencia, Maturana dixit– a quien
se ha prometido y a aquellos con quienes se trabaja cotidianamente.
CONCEPTO DE CULTURA
Toda estrategia en políticas culturales debe partir de una definición clara del
concepto de cultura sobre el que se estructurarán las acciones. Porque el plan
dependerá exclusivamente del marco en que se inserte: según se conciba a la
cultura serán las actividades que se organicen. Un modelo cerrado propondrá
programación de artes y espectáculos, bellas letras. Modelo que en sus expre-
siones más “progresistas” señalará la importancia de “la democratización de
la cultura” y la necesidad de “llevarla” a quienes no tienen acceso a ella. El
modelo Malraux en la Francia gaullista: no habrá un solo ciudadano que no
tenga a su alcance la posibilidad de acceder al disfrute de las grandes obras
del espíritu. Y para eso se abren, a lo largo y ancho del territorio, “Casas de
la Cultura”: equipamientos que posibilitan la realización de conciertos, mues-
tras, teatro, cine... En Argentina: intentos varios de “llevar cultura” a los ba-
rrios y/o al interior del país.
Incluso, en sus variantes más “osadas” puede llegar a proposiciones como “el
Ministerio de Cultura (o el organismo que fuere) debe ser de y para los artistas”.
Un modelo abierto considera a la cultura una forma integral de vida4.
4
Para ampliar ver el texto de Mariano Garreta en este volumen y Santillán Güemes, Ricardo: El cam-
po de la cultura en Olmos-Santillán (2000).
71
H. A. Olmos
El espectro se amplía de manera considerable. Ya la cultura es creación de
toda la comunidad y no de un grupo de individuos iluminados.
A partir de esta definición, la gestión habrá de fijar objetivos ineludibles y
se articulará en torno de ciertos ejes estructurantes.
TIPOS DE POLÍTICAS Y ESCENARIOS
En un forzado esquema podríamos analizar a las Políticas Culturales en tres
grandes grupos:
1. Patrimonialista (que pone el acento en la preservación)
2. Difusionista (cuyo eje es la difusión de los valores de la alta cultu-
ra)
3. Democrática (que privilegia la participación popular creativa y el de-
sarrollo de todos los grupos en relación a sus propias necesidades)5.
Cada modelo de política cultural propone un modelo de gestión específico.
Maté Kovacs clasifica las políticas culturales en función de su espectro, el rol
de las autoridades públicas y su relación con la población, en tres categorías:
En la primera categoría, la inquietud esencial se dirige al desarrollo de las
artes y la conservación del patrimonio cultural fijo y móvil, así como a la pro-
moción de los intercambios artísticos. La inquietud por una mayor partici-pa-
ción en la vida cultural se limita a facilitar el acceso a las actividades y a los
productos de la cultura clásica y los problemas de creatividad son, en gene-
ral, percibidos como relativos a las necesidades de los artistas de pro-fesión.
Tales políticas suelen insistir exageradamente en la divulgación en detrimen-
to de otros momentos del proceso cultural. De acuerdo a esta orientación "pro-
mover cultura" es difundir grandes expresiones nacionales o universales, an-
tes que favorecer la producción simbólica
Ticio Escobar observa que según esta tendencia, implementar dichas políti-
cas consiste, básicamente, en:
1) proteger acervos nacionales. Basados en esta noción, los na-cionalistas (en
un paradigma que García Canclini denomina Tradicionalismo patrimonialista)
5
García Canclini, Néstor (1987) Políticas culturales en América Latina, México, Grijalbo.
72
Políticas culturales y gestión
privilegian la protección patrimonial y conciben la democratización de la
cultura como divulgación de valores "auténticos", expresivos del ser nacio-
nal y paradigmas de la historia propia.
2) difundir formas expresivas. Sustentándose en esta orientación, para los libera-
les democratizar lo cultural es difundir los valores uni-versales de "la cultura
superior". Pensamiento claramente elitista que se basa en la figura de van-
guardias encargadas de "concientizar" y llevar el gran arte a las mayorías.
“Ambas orientaciones se originan en las principales matrices que han condiciona-
do el concepto de lo cultural en los países latinoamericanos (...) Los sujetos de las po-
líticas divulgacionistas pueden revertir la situación y adquirir un papel más activo
reinterpretando los paradigmas propuestos según la clave de sus propias sensibilida-
des y la marcha de sus deseos. La transición facilita este escamoteo; en su escenario
de posmodernas negociaciones, tales propuestas no significan imposiciones unilate-
rales sino seducciones hegemónicas que pueden ser tergiversadas y adulteradas en
pos de causas distintas.
Pero, anclado en el momento de la pura recepción, la dinamización de ésta se con-
vierte en un simple recurso paliativo. La reapropiación constituye un mecanismo fe-
cundo y legítimo de transculturación pero, en sí misma, no resuelve el problema. En
primer lugar, por las mismas limitaciones del margen de reinterpretación: marcadas
siempre por sus condiciones originales, las obras tienen una disponibilidad polisémi-
ca que se abre, generosa, en el contexto de su propia cultura, pero tiende a contraer-
se en terrenos extranjeros. En segundo lugar, porque la mera recepción, por más ac-
tiva que fuere, justifica la exclusión de grandes sectores de una participación efecti-
va en la producción simbólica y condena a estos estamentos a asumir el papel de
eternos consumidores de creaciones ajenas.” (Escobar: 1997)
En la clasificación de Kovacs, en la segunda categoría, la inquietud por la
educación de la población y por las actividades socioculturales, se limita a las
preocupaciones enunciadas, es decir, a la necesidad de una actividad cultural
encaminada a estimular la creatividad y una participación mayor en la vida
cultural. Simultáneamente, pareciera que el desarrollo de esta última modali-
dad procura vincular las políticas culturales a la escuela y a la educación ex-
tra-escolar, al rol de los medios y de las industrias culturales.
Más recientemente, el papel del Estado en los asuntos culturales ha sido
puesto en cuestión y un nuevo tipo de política cultural está emergiendo. El rol
de las autoridades centrales se orienta hacia una coordinación y racionaliza-
73
H. A. Olmos
ción de la acción de los diferentes actores de la vida cultural teniendo en
cuenta la ley de la oferta y la demanda que reglamenta el mercado cultural.
Finalmente -y en especial a nivel de la reflexión- existe una nueva tenden-
cia orientada hacia el reconocimiento de la necesidad de tomar en cuenta la
dimensión cultural en todos los aspectos de las políticas de desarrollo. Enun-
ciado de una manera más ajustada: las distintas las políticas de desarrollo son
aspectos del desarrollo cultural. Este es el tipo genuinamente democrático.
Escobar (1997) sostiene que una política cultural debe “asumir su compro-
miso tanto con la producción como con el consumo de bienes simbólicos. De-
mocratizar la cultura es crear condiciones efectivas para que los diferentes
sectores participen de todo el proceso cultural según el peso de sus diferentes
memorias y el ritmo de sus proyectos distintos. Esta tarea implica la necesi-
dad, ya señalada, de promover el afianzamiento sectorial y la consolidación
de los espacios diferentes. Ubicada de cara a sectores autoafirmados, las polí-
ticas culturales ya no deberán discutir desde afuera el componente "produci-
do" o "apropiado" por cada cultura; cada una de ellas decidirá qué generar y
qué recrear de acuerdo a los requerimientos de sus historias propias.”
La argumentación de Ticio Escobar está en consonancia con la siguiente
postulación de la UNESCO: Las políticas culturales deberán encarar acciones con-
cretas con miras a asegurar a cada uno las mismas posibilidades de acceso y la igual-
dad de oportunidades de participación en la vida cultural. La prioridad deberá acor-
darse a las medidas tendientes a mejorar las posibilidades de participación de aque-
llos que pertenecen a los grupos minoritarios u ocupan un lugar desfavorecido en la
sociedad. Una prioridad deberá igualmente ser acordada al estudio de la influencia
de las fuerzas del mercado susceptibles de limitar las posibilidades de participación
en la vida cultural de personas económicamente desfavorecidas, así como al examen
de los medios de asegurar a cada uno la posibilidad financiera y física de acceder a
las actividades culturales.
Por eso es necesario detenerse a analizar el escenario en que dichas políti-
cas se desplegarán. Habrá que:
- repensar lo público como lo colectivo multicultural, habida cuenta de la
existencia de una cultura masiva internacionalizada mezclada con elemen-
tos culturales locales.
- a partir de esto, considerar la dialéctica entre lo local y lo global, que mar-
ca una impronta cultural novedosa.
74
Políticas culturales y gestión
- analizar el proceso de desciudadanización –en la medida en que la participa-
ción en la cosa pública va disminuyendo– en paralelo con lo que algunos
autores llaman la internacionalización de la ciudadanía, producto de la cre-
ciente integración en bloques (Mercosur, Unión Europea, NAFTA, ¿ALCA?).
- por consiguiente, observar qué pasa con las identidades nacionales, en un
proceso que tiende a desdibujarlas en la globalización y, paradójicamente, a
extremarlas en mecanismos de defensa cerrada que a menudo conducen a
los fundamentalismos.
- no dejar de lado el fenómeno de la desterritorialización de las artes y las re-
territorializaciones (pensemos en Miami como centro de decisiones claves
para las industrias culturales de América Latina).
Entre los años 60 y parte de los 70 prevalece el principio de la democratiza-
ción de la cultura; en lo que resta de los 70 y los 80 se sustenta la noción de
democracia cultural y, a partir de los 90, ocupan el centro de la escena los te-
mas de la defensa de las identidades, la protección de multiculturalismo y el
desarrollo cultural. Pero en realidad se intenta la legitimación de la cultura por
el impacto económico y sus repercusiones en el empleo.
En general actualmente las políticas culturales se articulan sobre cuatro ejes:
1) protección del patrimonio cultural: cuyo concepto se funde con el de patri-
monio natural, y su legitimación es la misma que la de la política medioam-
biental; combina el componente económico de su impacto en el desarrollo
regional y la noción de herencia a transmitir a las generaciones venideras.
2) apoyo a los creadores: se concentra en el sector no mercantil e insiste sobre
su presunta rentabilidad social y eventualmente económica;
3) industrias culturales.
4) cooperación cultural (interior y exterior).
OBJETIVOS
El Consejo de Europa (Conferencia de Oslo, 1976) propuso tres objetivos
fundamentales:
- preservar el legado y fomentar la acción creadora
- garantizar a todos el acceso a la cultura (democratización de la cultura)
- asegurar a todos la posibilidad de crear (democracia cultural).
75
H. A. Olmos
Para nosotros, los objetivos de una estrategia de política y gestión cultural,
basada en un modelo abierto serán:
1. Tener en cuenta las nuevas variables socioculturales en juego a nivel nacio-
nal e internacional (globalización económica y mundialización de la cultu-
ra) y, además, considerar y promover aquellas alternativas sociales que pue-
dan existir en las diversas regiones culturales y que expresen identidades y
proyectos de vida propios con el propósito de otorgar un sentido plenifican-
te a los procesos de integración cultural6.
2. Colaborar en la creación, en distintas escalas, de nuevas estrategias de co-
municación cultural y desarrollo humano que sepan contener las diferencias
y tiendan a la creación de un mundo más justo y solidario7.
EJES CONCEPTUALES ESTRUCTURANTES8
Apuntando a los objetivos enunciados, la acción se estructurará a partir de
los siguientes ejes conceptuales:
1) La relevancia de la identidad cultural dentro del contexto social contemporáneo.
Dar relevancia a la problemática de la identidad significa tener presente que
en el conocimiento y el respeto de las diversas formas de estar siendo en el
mundo podría hallarse la llave de la democracia cultural. Pero esto de ningu-
na manera significa pretender que las identidades en juego sean fijas y "eter-
nas" porque sería cristalizar algo que es sumamente dinámico y conflictivo es-
pecialmente en los grandes conglomerados urbanos.
Incluimos la problemática de la identidad como uno de los ejes estructurantes
porque es a través de la libre expresión de las identidades que la democracia po-
dría transformarse, tal como lo plantea H. Maturana (1992), en una “estética
del respeto mutuo" que sólo encontrará su razón de ser cuando se dé "la acep-
tación del otro como un legítimo otro en convivencia" y no en desigualdad9.
2) Los procesos de integración cultural y la necesidad de otorgarle un sentido
plenificante.
La integración podrá ser o degradante o plenificante según cómo se re-
suelva el conflicto de fondo por el control cultural10. En el actual contexto glo-
6
Olmos-Santillán (2000), p 19.
7
Ibidem.
8
Ibidem, p 24-27.
9
Maturana, Humberto (1992): Emociones y lenguaje en Educación y Política. Chile, Hachette.
76
Políticas culturales y gestión
balizador el énfasis debería centrarse, además, en la necesidad de un diálogo
intercultural y en el respeto por los diversos estilos de vida. No, como suele
suceder, en la enajenación y en la imposición cultural.
3) Lo utópico como motor.
Este eje nos obliga a relacionar el tema de la utopía con el de la decisión cul-
tural considerando a la utopía no como: "plan o sistema halagüeño pero irrea-
lizable" sino como un aguijón que los impulsa a actuar en un determinado sen-
tido y no en otro.
Descalificar las utopías, en cualquier escala, significa reproducir y hacerse
cómplice de un modelo cultural cerrado e impuesto que, desde el poder, insta-
la y congela como verdadero, "natural" y eterno todo un dispositivo econó-
mico, social, tecnológico y simbólico de proyección planetaria basado en la
desigualdad y la injusticia. Nosotros le damos el carácter de eje estructurante
porque discriminamos la utopía imposible y/o escapista de la posible a través
de la cual se empieza a construir algo concreto "aquí y ahora" y "en un" y "con
un" sentido determinado. Es ésta la utopía que nos interesa porque en tanto
marco o motor es, tal vez, algo intangible pero que ayuda a poner en marcha
proyectos para construir mundos mejores11.
DESTINATARIOS
¿Quiénes son los destinatarios de las políticas culturales? Si las considera-
mos en su aspecto de políticas públicas, la respuesta es simple: toda la pobla-
ción del territorio. Sin embargo, esto no está tan claro cuando se analizan las
estructuras de Ministerios, Secretarías, Direcciones, Institutos... Y menos aún
si se verifican las cifras de consumo cultural y se comprueba –como ocurre en
Argentina– que apenas un diez por ciento de los habitantes del país participa
de alguna de las actividades desarrolladas por los organismos. Y tomamos en
cuenta que se trata de un derecho y no una obligación: si se reconoce que to-
do el mundo puede ejercer sus derechos culturales es necesario que existan las
oportunidades e instancias necesarias para hacerlo. Que toda la población
pueda concurrir a funciones de ópera (algo que no ocurre en ningún país del
mundo) no significa que esté ejerciendo sus derechos culturales: ejercerá, a lo
sumo, su derecho a ir a la ópera. Para mucha gente la clave del ejercicio de
10
Ver: Santillán Güemes, Ricardo (1985): Cultura creación del pueblo. Buenos Aires, Guadalupe.
11
Olmos- Santillán (2000) p. 26-28.
77
H. A. Olmos
sus derechos culturales no pasa por el bel canto. Esto tiene que ver –otra vez–
sin duda con el concepto de cultura a partir del cual se planifica.
Por cierto, que una institución privada no tiene por qué plantearse llegar a
todo la población, aunque quiera popularizar lo más posible su oferta. Y es lí-
cito que efectúe una segmentación acorde a sus intereses y objetivos.
En todo caso, se trate de gestiones públicas o privadas, es necesario identi-
ficar claramente a los destinatarios. Para esto, hay que establecer, en principio:
0) una identificación genérica. Una clasificación en base a características espe-
cíficas y una cuantificación (número de personas, por ejemplo)
1) características personales destacables (edad, sexo, etc.)
2) características sociales destacables (territorio ocupado, procedencia geográ-
fica, nivel de integración/marginación, etc.)
3) niveles de instrucción.
4) situación laboral: ocupados, desocupados, sub-ocupados, son rasgos que in-
fluirán sobre la actitud y posibilidades del grupo
5) uso del tiempo libre: este es un dato esencial porque permitirá un acercamien-
to al grupo más efectivo. Si usan el tiempo libre en ver videos en sus casas es
posible que un ciclo de cine-debate pueda atraerlos; si se reúnen a conversar
en una esquina, habrá que averiguar temas de interés para convocarlos, etc.
6) hábitos culturales y de información: Si conocemos sus hábitos de consumo
cultural (qué libros/revistas leen, qué música escuchan/compran, si van o no
a recitales/cine, teatro, si frecuentan ferias artesanales, disfrutan las comi-
das regionales) y los tenemos en cuenta para planificar nuestras estrategias
serán más eficaces. Si nuestros destinatarios no leen diarios pero escuchan
FM barriales, será más efectivo promocionar en éstas que sacar avisos en los
grandes matutinos.
7) mecanismos de toma de decisiones: por ejemplo, individuales o grupales (al-
go particularmente notable entre adolescentes).
8) necesidades que nuestro proyecto les cubre. No siempre los destinatarios ex-
plicitan las necesidades. Así podemos actuar sobre un territorio, cuyos ha-
bitantes no se relacionan entre sí y viven aislados en sus casas: quizás ellos
digan que así están bien, que no tienen necesidad de integrarse al resto; pe-
ro esa negativa marca precisamente la necesidad y el proyecto tenderá a
modificar ese aislamiento con acciones diversas.
78
Políticas culturales y gestión
LA COMPLEJIDAD Y CONSTRUCCIÓN DE SENTIDO
Estamos en el terreno de la complejidad porque la política cultural abarca a
todo el espectro social, con sus subsistemas y dinámicas donde las “reglas son
creadas, y cambiadas, en un proceso constante de acciones deliberadas e in-
teracciones únicas” (Manuel Castells, citado por Martinell (2001). Y la políti-
ca debe responder a problemas concretos de la comunidad, sin atarse a nor-
mas fijas e inalterables sino relacionando las diferentes instancias para enca-
rar procesos de negociación y articulación muy amplios.
Sería ideal que la concepción de las políticas culturales se lleve a cabo con
la participación de los diferentes actores de la comunidad, ya que no es pro-
piedad exclusiva de los partidos políticos ni de las administraciones públicas
–que sin embargo están obligadas a apuntar al interés general. La compleji-
dad del campo exige:
- un juego constante de equilibrios entre el Estado y los otros agentes, esta-
bleciendo relaciones de cooperación y/o integración. Relaciones que acercan
los mecanismos de toma de decisiones a la realidad concreta porque, en épo-
cas de globalización, son necesarias las políticas de proximidad. Esto no es
inalcanzable: el ejemplo de los Cabildos Culturales chilenos da prueba elo-
cuente de su posibilidad.
- Incorporación de nuevos agentes al campo de la cultura. “De la capacidad
de elaboración y presencia social de los agentes dependerá las modificacio-
nes en la relación entre la cultura y otras políticas públicas y privadas.”
(Martinell:2001)
- Fomento de la prudisciplinariedad, dado que la vastedad del campo atañe a
diferentes tipos de profesiones y oficios.
Eduard Delgado (2001) señala: “Los derechos culturales, la ética de la coopera-
ción cultural y el mantenimiento de los valores humanistas en las relaciones cultura-
les (especialmente en “la red”) serán las cuestiones centrales de la política cultural
publica del siglo XXI. Solo de este modo las políticas culturales podrán vincular sus
intereses políticos a otros áreas de construcción del dominio público, tales como la
educación, el medio ambiente, la sanidad y la seguridad, la calidad de vida, así como
establecer el papel de la cultura como pieza central de los procesos inspirados en va-
lores en nuestras sociedades”.
79
H. A. Olmos
Sin duda, el planteo que estamos haciendo es utópico. Pero en el sentido de
motor que enunciamos antes. Por eso mismo es posible. A pesar de que nos
gane a veces el escepticismo ante la ceguera de los otros –que lleva a cuadros
como el descripto más arriba– y las limitaciones de los nuestros –que obsta-
culizan la estructuración de acciones de crecimiento–, operamos sobre una de
las claves de inserción de una comunidad en el mundo: entre el desánimo y
la angustia, el desafío es construir el sentido. Y esto exige caminos originales.
CLAVES ESTRATÉGICAS PARA DISEÑAR POLÍTICAS CULTURALES
A modo de corolario, se aportan sugerencias para tener en cuenta en el diseño
y ejecución de políticas culturales. No hay pretensión de exhaustividad
sino de marcar algunos criterios para esbozar líneas de acción
1: ARRANCAR DESDE UN CONCEPTO AMPLIO (UN MODELO ABIERTO)
Elemental. Como dijimos al principio, el concepto de cultura sobre el cual
nos basemos va a determinar el tipo de política que diseñemos. Partiendo de
la noción –esbozada en el primer capítulo– de que la cultura es una forma in-
tegral de vida de una comunidad proponemos considerar las relaciones fun-
dantes12 que la sostienen:
Relaciones que se dan en forma de haces y en imbricación total: al “tocar”
una se mueve todo. Sobran los ejemplos de los festivales o encuentros de mú-
sica que contribuyen no sólo a la revitalización de expresiones que tienen po-
ca o nula exposición masiva sino también a que los propios músicos mejoren
su posición en la comunidad y su autoestima, además la reunión promueve el
desarrollo de otros elementos: comidas locales, ceremonias, etc. Podríamos
pensar en las alteraciones que introduce en un pueblo donde está vigente la
tradición oral (y no existe la producción individual como se entiende en Oc-
cidente) la realización de un concurso con premios a los “mejores” narrado-
res o la edición en discos compactos de cantos ceremoniales o coplas anóni-
mas: con la intención de fomentar esas expresiones podemos generar conflic-
tos impensados porque cambiamos las reglas de juego de la cotidianidad. Del
12
Ver texto de Mariano Garreta en este volumen y Santillán Güemes op.cit.
80
Políticas culturales y gestión
mismo modo, cuando se efectúan rituales fuera de la época específica para
atraer al turismo se adultera el sentido religioso original hasta vaciarlo. Mu-
chas veces los rituales se ligan a comidas y bebidas ad hoc, que no se consu-
men fuera de esos períodos, ritmos que sólo se cantan y/o bailan en esas oca-
siones, ejecutados por instrumentos que no se usan en otro momento. El no
cumplimiento de esas normas puede atraer desgracias sobre la comunidad: los
lugareños suelen atribuir a esas “herejías” trastornos naturales subsecuentes13.
La creación cultural es el espacio que confiere sentido al progreso material
– y no al revés.
Esto es clave porque en política cultural actuamos sobre la forma de vida de
la gente al operar sobre el horizonte simbólico de la comunidad. Contribuimos
a la construcción del tejido social. Algo que no debemos perder de vista por-
que, a menudo, los planteos economicistas conducen peligrosamente a la di-
lución de la especificidad (crítica que Urfalino –1997– hace a la posición de
Jack Lang en la Conferencia de México). La cultura no es la continuación de la
economía por otros medios.
1.1: TRABAJAR PARA (TODA) LA GENTE
Como señalamos en el capítulo primero, es la comunidad en su totalidad la
destinataria de nuestras políticas. Y por eso resulta imprescindible apuntar a
todo el espectro aunque no todas los programas abarquen a todos los destina-
tarios. Las diferentes culturas que se juegan en el territorio exigen tratamien-
tos diferenciados.
Si bien no dejamos de tener en cuenta la lógica del sector artístico –muy in-
volucrado en nuestro campo de acción–, el sentido último y primero de una
política es la gente y no los artistas. El organismo –Secretaría, Ministerio– no
es “de los artistas”, aunque tengan una participación importante. Y aclaramos
que con “Toda”, para escapar a las tendencias homogeneizadoras, que impli-
can la imposición de un modelo por sobre los demás.
13
El Primer Festival de la Pachamama en Purmamarca, Jujuy, Argentina. El pueblo quedó aislado un par
de días por desbordes de los ríos que cortaron las rutas de acceso. La gente atribuyó el fenómeno al
enojo de la Pachamama (Madre Tierra) por la realización del Festival en febrero cuando el mes consa-
grado es agosto. Y produjo divisiones en la comunidad.
81
H. A. Olmos
2: LA CULTURA ES UN DERECHO HUMANO
Esta segunda clave implica que todos los integrantes de la sociedad han de
ejercer y gozar el derecho a la cultura que no es solamente la posibilidad de
acceso al consumo de toda la oferta sino también la libertad de expresión y
promoción de las propias pautas identitarias de las minorías, sin imponer un
modelo hegemónico.
El enfático ideal malrauxiano de llevar las más elevadas expresiones del es-
píritu a cada habitante del país resulta insuficiente y etnocentrista y se remi-
te a “la obligación de ser culto” a través de la adquisición económica y/o es-
piritual de determinados bienes supervalorados. El derecho a la cultura limi-
tado al consumo no es otra cosa que difusionismo y termina consolidando el
modelo cerrado y excluyente.
Al respecto, vale una anécdota personal:
- a comienzos de los 70, durante la penúltima dictadura militar en la Argen-
tina, atendía la biblioteca popular Belisario Roldán en una sociedad de fomen-
to de Versalles (sic), barrio de clase media de Buenos Aires, y la Secretaría de
Cultura de la ciudad enviaba para cultivar los espíritus un viernes por mes
conciertos de música clásica, a los que la gente no era particularmente afecta
y había que salir a la caza de público que aplaudía con entusiasmo al final
de cada movimiento para disgusto de los músicos pero con la secreta esperan-
za que cada vez faltara menos para la terminación. El caso es que cuando Vé-
lez Sarsfield, el equipo de fútbol del barrio, jugaba en el partido adelantado,
la tarea se volvía imposible y, en ocasiones, había más personas sobre el es-
cenario que en la platea.
La anécdota –claro ejemplo de aplicación de un modelo instituido y cerra-
do– ilustra varias cosas:
1) la “obligación de ser culto” consumiendo lo prestigioso,
2) la “alta cultura” llevada al barrio,
3) el objetivo de ofrecer un producto que no movilizara, no cuestionara, no
causara inquietud,
4) desconsideración hacia el destinatario, a quien no se ha tomado en cuenta,
5) desconocimiento del territorio.
82
Políticas culturales y gestión
3: PONER EL EJE EN LA COTIDIANIDAD
En la cotidianidad se juega la dimensión total de la existencia humana. Y es
el espacio de tiempo en el cual se inicia y consuma la gestión. Y no podemos
dejar de lado nuestra propia cotidianidad como sujetos culturales que somos.
La acción cultural busca modificar la vida cotidiana de sus destinatarios,
cualquiera sea el modelo con que se gestione. Sin embargo no todos los mo-
delos consideran objeto de acción cultural la cotidianidad de los habitantes de
su territorio de intervención y algunos ni siquiera la tienen en cuenta. Así no
es raro que los planes “mejor diseñados” fracasen y se den de bruces contra
la realidad.
Si planificamos a partir de la cotidianidad, cambian totalmente las acciones
y sus efectos. En principio porque esta planificación sólo es posible si se co-
noce el territorio y se tiene claro quiénes son los destinatarios. Además –y és-
ta es una toma de posición– no concebimos la intervención cultural si no es pa-
ra movilizar a la gente. Pero la movilización no la entendemos limitada a lo
político y/o económico con carácter más o menos beligerante: hay moviliza-
ción cuando una comunidad se aboca a celebrar una fiesta o vuelve a fabri-
car comidas y bebidas que había dejado de hacer o recupera formas de cantar
o las inventa.
La estetización –y su consiguiente banalización– de la vida cotidiana. co-
rresponde a un tipo de coditidanidad impuesta, uniformizadora, enajenante y
hegemónica construida y/o llevada a cabo por los representantes sociales de la
globalización, el capitalismo tardío, la sociedad de consumo, apuntando a una
homogeneización que lleva a “padecer” una sucesión de espacios de tiempo
predominantemente condicionados, invadidos y repetitivos. Sería el ámbito de
lo cotidiano enajenado. Ámbito que aparece en tensión con la multiplicidad de
cotidianidades que distintos sectores sociales pretenden desplegar a través de
la construcción de formas culturales propias, en el seno de las cuales predo-
minen los elementos culturales autónomos y apropiados sobre los enajenados
e impuestos (Santillán Güemes:2001:88).
83
H. A. Olmos
4: CONSIDERAR QUE LA HETEROGENEIDAD Y LA MULTICULTURALIDAD
NO SON UN PROBLEMA SINO QUE CONSTITUYEN LA BASE DE LA
DEMOCRACIA
Culturas en contacto suponen intercambio y enriquecimiento mutuo si no
se intenta la homogeneización imponiendo una cultura sobre las demás. Por
cierto que no se trata de convivencias idílicas: hay entendimientos y pugnas
de poder, aceptaciones y rechazos, encuentros y desencuentros, amistad y ri-
validad, apertura y cerrazón, visiones del mundo antagónicas... Pero también
más opciones, más puntos de vista para encarar la existencia, más solucio-
nes posibles. El multiculturalismo no es un limbo donde flotan las identida-
des en estado de gracia sino que es un espacio en donde se juegan a fondo
las diferencias, pero no para eliminarse sino para su reconocimiento y acep-
tación.
5: ACTIVAR LA EXPERIENCIA CREATIVA Y LA COMPETENCIA COMUNI-
CATIVA DE CADA COMUNIDAD CULTURAL
La comunicación en el campo de la cultura deja de ser un movimiento ex-
terior a los procesos culturales para convertirse en un movimiento entre cul-
turas: movimiento de acceso, esto es de apertura, a las otras culturas, que im-
plicará siempre transformación /recreación de la propia.
6: PLANIFICAR CON UN CRITERIO REGIONAL DE INTEGRACIÓN
Una política cultural no puede plantearse en la actualidad de espaldas a las
dinámicas de internacionalización que se están produciendo. Cuando los paí-
ses integran bloques regionales, es aconsejable - en realidad, imprescindible -
que desarrollen políticas culturales en complementación, considerando a la re-
gión como un todo que necesita conocerse y crecer para mejorar, internamen-
te, las condiciones de vida de sus poblaciones y, hacia fuera, su posición en el
mundo. Las culturas encuentran los vasos comunicantes con más rapidez que
los grupos- que a menudo rivalizan con dureza.
Por cierto, no se trata de relaciones idílicas tampoco en este campo porque
hay que desarmar bolsones de prejuicios, en muchos casos rayanos en la xe-
nofobia vinculados a situaciones socioeconómicas y devenires históricos que
84
Políticas culturales y gestión
contribuyeron a la cristalización de estereotipos que dificultan el conocimien-
to auténtico y,por lo tanto, la búsqueda de objetivos comunes. El argentino
arrogante, el brasileño divertido, el mexicano machista, el chileno solapado,
el paraguayo cerril, el peruano ladino, el caribeño haragán… son figuras que
poco y nada tienen que ver con las verdaderas idiosincrasias de nuestros pue-
blos y deben desmontarse para que el entendimiento y el desarrollo conjunto
sean posibles. Tarea que ha de conjugarse con las políticas educativas en es-
pecial con los programas de Ciencias Sociales, en donde habría que empezar
a considerar las guerras entre nuestros países como guerras civiles y deses-
tructurar los discursos patrioteros en donde el malo de la película será siem-
pre el vecino. Y los artistas y creadores suelen hacer punta en la ruptura de
prejuicios: José Curbelo payando, improvisando, con Paulo de Freitas Men-
donca en castellano y portugués y con Guillermo Velázquez y los Leones de
la Sierra de Xichú, dan testimonio cabal de las factibilidades… Y se pueden
sumar cantidad de ejemplos donde la voluntad de integración creativa derri-
ba barreras de idiomas, nacionalidades y géneros.
Si bien el MERCOSUR se constituye como una unión comercial con miras a
desarrollar un mercado común y no se menciona la cultura en su articulado
fundacional, es en este campo donde se verifican muchísimos núcleos de in-
tereses comunes y nula rivalidad, puesto que las expresiones culturales tien-
den a complementarse y a integrarse antes que a sustituirse. Se verifican ca-
sos como el de la producción cinematográfica donde la exhibición de pelícu-
las brasileñas resta espectadores a las estadounidenses y no a las nacionales
(datos del INCAA). Una acción conjunta en ese terreno arrojaría dividendos
económicos sin duda por el efecto generador de empleos y divisas que tiene
el cine, con el valor agregado de ver a y ser vistos por nuestros vecinos y prin-
cipales socios y que empecemos a resultarnos familiares entre nosotros como
los Simpson o la ciudad de Nueva York.
El pasaje del estado-nación al estado-región es una forma de enfrentar las
restricciones, los efectos negativos y las oportunidades de la globalización, y,
a la vez, la mejor manera de negociar con otros bloques de poder. Esto, que
es ineludible para la concepción de la totalidad de las políticas públicas, en el
área de cultura se vuelve vital a la hora de diseñar estrategias de creación y
producción.
85
H. A. Olmos
7: ARTICULAR UNA POLÍTICA LINGÜÍSTICA
La lengua es un factor fundamental en la identidad cultural. Por eso, el área de
Cultura no debe dejar de intervenir en la generación de políticas al respecto. Sin
llegar a excesos de censura, la lengua es un patrimonio a proteger y promocionar
y hay que actuar en conjunto con otras áreas, como Educación, Relaciones Exte-
riores y Economía y hasta sindicatos de educadores y trabajadores de la cultura.
8: MAPA CULTURAL DEL TERRITORIO
Esto significa tener un registro no sólo de la totalidad de las instituciones pú-
blicas y privadas que operan sobre el campo de la cultura sino también sobre la
diversidad de prácticas que se llevan a cabo (rituales, ceremonias, encuentros,
celebraciones, fiestas, expresiones artísticas)
y sus ejecutores. De no contar con uno resul-
ta imperioso confeccionarlo. Es una herra-
mienta esencial para optimizar la acción. Al
respecto la Cartografía Cultural de Chile cons-
tituye una referencia insoslayable como mo-
delo a imitar. ¡Aquí recomendamos copiar sin
falsos rubores!
Fiesta Nacional de la Vendimia
“Toreo de la Vincha” en Casabindo.
Carnaval de Gualeguaychú.
86
Políticas culturales y gestión
9: ABRIR LA INICIATIVA POLÍTICA A LOS AGENTES Y CIRCUITOS CULTU-
RALES PARA HACER POSIBLE UNA GESTIÓN INTEGRADA ENTRE ESTA-
DO Y SOCIEDAD CIVIL
Esto no implica resignar su papel de liderazgo. Quien debe –necesariamente–
articular y gestionar cultura es el sector estatal. El privado busca el negocio, la
inmediatez de la diversión. Y la tercera pata del trípode la conforma el sector aso-
ciativo –como hemos apuntado en la referencia a los agentes culturales. Estos
sectores se necesitan mutuamente: la mezcla del sector administrativo, el empre-
sario y el asociativo genera las políticas culturales en las sociedades actuales.
10: NO TEMER AL CONFLICTO...
...Porque el espacio cultural es un campo atravesado por las intervenciones
de actores e instancias que están en conflicto continuo. Negar el conflicto se-
ría negar la dinámica propia de la cultura y de la democracia, que constituye,
según Brunner, “un sistema donde hay múltiples actores que persiguen políticas es-
tratégicas dentro de un marco competitivo, produciendo resultados epifenoménicos
y efectos perversos, lo cual se traduce, para cada participante, en que ninguno puede
obtener garantías de que sus intereses triunfarán por completo ni puede estar segu-
ro de que sus posiciones serán continuamente preservadas” Es la “incertidumbre
referencial” propia de la democracia. De una parte, siempre están surgiendo
nuevos actores culturales que, de manera suplementaria, cuestionan el arreglo
institucional de la cultura (Víctor Manuel Rodríguez: 2001). Así, lo más atina-
do es abrir los espacios para que los conflictos se expresen y se pueda llegar
a arreglos institucionales que se respeten entre los diferentes actores.
11: PRESIONAR POR LEGISLACIÓN FAVORABLE Y APROVECHAR AL MÁ-
XIMO LA QUE YA EXISTE
Y aquí se trata no sólo de buscar la sanción de leyes de financiamiento –co-
mo las de mecenazgo, esponsoreo y afines, gravámenes a determinadas acti-
vidades direccionados a Cultura, subsidios de distinto tipo–; también se re-
quiere apoyo legislativo para fomentar las industrias culturales (Ley del Libro,
por ejemplo), la difusión de determinadas expresiones decisivas (cuota de pan-
talla para creaciones cinematográficas), circulación de bienes culturales den-
tro de los bloques que el país integra, posibilitar inversiones conjuntas para
generar productos representativos que articulen a varios países. Las necesida-
87
H. A. Olmos
des legislativas dependerán del nivel (nacional, regional, provincial, munici-
pal) en que desarrollemos las políticas culturales. Pero atención que el hecho
de actuar en un municipio no debe limitar el horizonte: una norma legal na-
cional o internacional a la que adhiere el país puede resultar de gran utilidad
para apoyar una actividad local: una ley de circulación que exima del pago
de impuestos aduaneros a los bienes culturales facilita enormemente la reali-
zación de muestras y exposiciones entre municipios de países diferentes.
12: GENERAR ACUERDOS DE COOPERACIÓN CULTURAL
En consonancia con las dos claves anteriores, se ensanchan las posibilida-
des si se actúa en conjunto. Y los acuerdos entre instituciones de diferentes
nivel y ámbito, entre países, regiones y ciudades, confieren el marco de refe-
rencia necesario porque –a menudo– establecen compromisos y obligaciones
que la administración no puede eludir. Y nos da, en la pugna interna de las
instituciones, una herramienta de presión.
13: CONCEBIR LAS GESTIONES CULTURALES COMO PROYECTOS
Estamos hablando de estrategias. Y toda estrategia persigue un fin. Ese fin
es el que debe estar claro cuando diseñamos nuestros planes. Por eso hay que
encarar las gestiones como proyectos. Para lo cual es imprescindible:
- Efectuar un buen diagnóstico de la realidad sobre la cual se va a intervenir.
Y, a partir de eso, trazar los objetivos.
- Identificar claramente lo que se quiere hacer.
- Estudiar la factibilidad.
- Establecer el presupuesto necesario.
- Organizar tareas.
- Evaluar procesos, resultados e impacto.
14: DESCENTRALIZAR LOS PROGRAMAS CULTURALES
Es preciso descentralizar en lo geográfico y administrativo, asegurando que
las instituciones responsables conozcan mejor las preferencias, opciones y ne-
cesidades de la sociedad en materia de cultura.
Hoy se acepta que la descentralización y la democracia cultural son una so-
la y misma realidad. Ello comprende la concertación permanente con el pú-
88
Políticas culturales y gestión
blico en su conjunto, con el objetivo de adoptar soluciones que se adecuen a
sus necesidades y prioridades para el desarrollo de un nuevo modo de vida.
Es evidente que el desarrollo cultural requiere de este valor de la proximi-
dad y sobre todo de establecer unas conexiones con amplios sectores de los
agentes culturales para una mayor articulación en los proyectos territoriales.
Se requiere terminar con la instituida bendición del centro, de la metrópoli,
para que las propuestas culturales sean reconocidas.
No caben dudas respecto de la razonabilidad de la descentralización. Idea
que figura en la agenda de casi todas las administraciones. Sin embargo, no
es una meta fácil de lograr. Por distintas causas:
- a menudo existen jurisdicciones abarcadoras (Estado, provincia, región) que
podrían descentralizar pero no existen estructuras equivalentes en las juris-
dicciones locales para hacer efectiva la descentralización, ya sea girando
fondos o derivando equipamientos;
- otras veces, es desigual la organización administrativa, la presencia política
y las posibilidades presupuestarias del organismo de cultura de cada locali-
dad: no todos los estados provinciales cuentan con organismos de jerarquía
equivalente y la relación con el centro varía; y esto vale para el juego pro-
vincia/municipios;
- frecuentemente lo único con que cuenta la localidad para intentar alguna
acción en el área es lo que se envía desde la administración central: núme-
ros artísticos, talleristas, muestras;
- también hay que remar contra la práctica anquilosada de recibir todo del
centro, lo cual exime de gestión propia y facilita el repertorio de excusas pa-
ra la inacción.
15: POTENCIAR LAS DINÁMICAS LOCALES CON INDEPENDENCIA DE LAS
CENTRALES PARA QUE DIALOGUEN CON EFICACIA Y RESPETO MUTUO
No alcanza con la descentralización administrativa, si las unidades locales se
mueven como compartimentos estancos. Se trata de crear dinámicas policéntri-
cas, que posibiliten circulación de propuestas, actividades y elencos, realización
de prácticas conjuntas, interacción entre las comunidades. Todo lo cual lleva a:
a) eficientizar el gasto porque la cercanía abarata costos de traslados de per-
sonas y equipos;
89
H. A. Olmos
b) agilizar las gestiones porque se desburocratizan necesariamente los trá-
mites al eliminar al menos la instancia de no pasar por el centro de todos
los centros;
c) crear más “bocas de salida” para las creaciones locales;
d) valorizar la propia cultura;
e) enriquecerla en el contacto y el intercambio;
f) conocer más y mejor a los vecinos y aumentar el sentido de lo propio.
16: PRIORIZAR LAS POLÍTICAS DE CONVENIOS POR ENCIMA DE LAS
SUBVENCIONES
No implica acabar con las subvenciones –de hecho hay actividades que no
existirían sin subvención-. Pero sí preferir los convenios allí donde se puedan
porque en el convenio hay compromiso de cada parte, lo cual transparenta el
control y, por lo tanto, el cumplimiento de las metas propuestas-. Y esto tam-
bién es optimizar los recursos.
17: POTENCIAR LAS POLÍTICAS DE CREACIÓN DE DEMANDA POR ENCI-
MA DE LAS DE OFERTA. DE DONDE SE TORNA CAPITAL LA FORMACIÓN
DEL PÚBLICO.
18: INTERRELACIONAR LOS PROGRAMAS CULTURALES CON LOS
EDUCATIVOS
Creemos que la cultura es el fundamento de la educación. Un cambio en la
educación requiere una concepción cultural diferente. A su vez, la educación
contribuye a sostener y/o cambiar una cultura. Si bien deben tratarse de áreas
de gobierno y de acción diferenciadas14.
19: PARTICIPAR DE LA DINÁMICA GLOBAL DE LAS POLÍTICAS PÚBLICAS
Y APUNTAR A LA ACCIÓN INTEGRADA CON LAS DEMÁS ÁREAS.
La política cultural pública forma parte de la política global de gobierno. No
es un mero adorno, algo decorativo. Pero implica también que la política cul-
14
En Educar en Cultura, Olmos - Santillán (2000), desarrollamos ampliamente esta tesis con propues-
tas de líneas de acción integrada.
90
Políticas culturales y gestión
tural debe, por ejemplo, asumir los problemas económicos del Estado en to-
das las formas y niveles de gobierno. No suena coherente que en el gobierno
el responsable de Cultura culpe al titular de Hacienda de sus imposibilidades
presupuestarias (aunque hacia adentro luche con uñas y dientes no sólo para
conseguir aumentos en los períodos en que se diseña el presupuesto sino tam-
bién para poder ejecutar el que está en ejercicio – un tema que en modo al-
guno es menor en la gestión de una política y que exige canales adecuados y
ágiles con el área de Economía).
Como señalamos en el punto i) sobre cómo construir poder, Obras Públicas,
Salud, Economía, Relaciones Exteriores, Defensa, Seguridad o Desarrollo
Social pueden conjugarse con Cultura y lograr gestiones más eficientes y efi-
caces para todos. La clave es la cooperación entre los sectores.
20: ENCARAR POLÍTICAS DE PATRIMONIO...
...haciéndose cargo de las consecuencias sociales que trae aparejada la in-
tervención. La conservación del patrimonio no es una forma de acción neu-
tra ni cultural ni políticamente. La decisión de qué es patrimonio y qué se de-
be conservar o no es política y remite a la concepción de cultura con la que
nos movamos: ¿es patrimonio cultural una mansión de la aristocracia del si-
glo XIX y no lo es el puesto que en los desiertos cuyanos con técnicas tradi-
cionales construye el lugareño en síntesis admirable de economía y aprove-
chamiento de los escasos recursos?
Museo Nacional de Arte Decorativo Vivienda rural
Los programas de educación patrimonial y las formas participativas de gestión de
áreas preservadas tienden a ampliar las bases sociales en el proceso de toma de de-
91
H. A. Olmos
cisiones sobre el patrimonio. Si tienen éxito se logra fortalecer el sentimiento de per-
tenencia, la autoestima de la población y el reconocimiento de sí como sujeto de de-
rechos... Pero no es tarea simple neutralizar la tendencia a crear exclusión social y po-
lítica (lo cual) es inherente a la valorización de las tradiciones – incluso de las llama-
das nacionales-.
Por otro lado, las selecciones estéticas y funcionales de arquitectos y paisajistas
implementan sentidos (implícitos y explícitos) que afectan las fronteras simbólicas, o
sea, los marcos y los márgenes de los lugares sociales construidos y reconfigurados
por la vida cotidiana. Esas intervenciones pueden tanto fortalecer como desestabili-
zar relaciones económicas y de poder entre grupos sociales, como sus marcadores de
proximidad y distancia... Actualmente, muchos emprendimientos y políticas de patri-
monio, al volverse potenciales para el mercado de esos bienes, acaban atribuyendo
poca atención –si es que alguna– a la dimensión simbólica y, en el afán d e producir
lugares p a r a el mercado, esas iniciativas ponen en escena identidades de vitri-
n a, para visitantes saturados de información, en escenarios descartables (Aran-
tes:2002:91).
21: CONSTRUIR PODER
Insistimos por más que ya lo hayamos dicho al principio.
22: ACTUAR CON LA PLENA CONVICCIÓN DE QUE EL ÚNICO DESARROLLO
VÁLIDO ES EL DESARROLLO CULTURAL
Esto se basa en el respeto por el otro como un legítimo otro en convivencia
y no en desigualdad. Y el soporte del desarrollo es la interacción entre las
identidades en juego y la libertad.
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