Tiempo ordinario 2024
12º domingo del tiempo ordinario
                                      23 de junio de 2024
            «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»
«El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla,
testimoniarla con firmeza y difundirla: “Todos [...] vivan preparados para confesar a
Cristo ante los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las
persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (LG 42; cf. DH 14). El servicio y el
testimonio de la fe son requeridos para la salvación».
Catecismo de la Iglesia Católica, 1816.
* Pintura: Rembrandt (1633), La tormenta en el mar de Galilea.
         Textos orados: comentario a la eucología1
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN DEL 12º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
      Renovados por el alimento precioso
      del Cuerpo y de la Sangre de tu Hijo,
      imploramos tu misericordia, Señor,
      para que, por aquello que celebramos con asidua devoción,
      alcancemos con certeza la redención.2
En esta composición se le llama a la Eucaristía, que acabamos de celebrar y recibir, la
«alimonia Corporis et Sanguinis Domini». Entre los clásicos latinos la palabra alimonia se
emplea para significar la acción de alimentar al niño de teta. Salta a la vista la carga de
ternura y gratitud con que la Iglesia quiere agradecer este don de los dones.
La de hoy es una de esas ocasiones en que uno constata eso que dicen los expertos
en literatura: que la mejor de las traducciones, como regla general, nunca pasa de ser
un tapiz contemplado por el revés. ¿Cómo traducir la alimonia Corporis et Sanguinis
Domini? Uno piensa en la conocidísima frase del poeta, en la Ascensión del Señor: «…los
a tus pechos criados…» ¿No somos los que comulgamos del Cuerpo y de la Sangre de
Jesús, unas gentes criadas a los pechos del Señor? Esta oración lo da a entender
finamente, mesuradamente, con tanto desenfado santo como unción. Como el
comentario no se debe prolongar desmesuradamente, concluyo esta glosa
transcribiendo parte de la homilía de san Juan Crisóstomo a los bautizados:
      ¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre (de Cristo)? Mira de dónde brotó y
      cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues
      muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, y le traspasó el
      costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la
      eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo
      encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Del costado salió sangre y agua.
      No quiero, amado oyente, que pases con indiferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte
      aún otra interpretación mística. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y
      de la eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la
      regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que
      han brotado ambos del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado
      de Adán fue formada Eva. Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué
      alimento la nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la misma manera que
      la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre y con su
      leche a aquél a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con sangre a aquellos a
      quienes él mismo ha hecho renacer (cf. oficio de lectura del Viernes Santo).
¿Es posible acercarse al pecho del Señor, a su corazón abierto y traspasado, para
comer y beber de las aguas de la salvación, si no es con el corazón traspasado de amor
y rebosante de gratitud?
1
 C. URTASUN, Las oraciones del Misal, Barcelona: CPL 1995, 458-459.
2
 Misal Romano. Edición típica para Colombia, según la Tercera Edición Típica Latina, Conferencia Episcopal
de Colombia, Departamento de liturgia, 2008, 302.
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        Textos proclamados: comentario a las lecturas bíblicas3
    El viento y las aguas le obedecen (Mc 4, 35-41)
    Significaría limitar considerablemente la significación de la lectura que se nos propone
    hoy si la redujéramos a la demostración del poder de Cristo sobre los elementos. Hay
    que ir mucho más allá. Para comprender mejor el texto sometido hoy a nuestra
    consideración, hemos de considerar detenidamente lo que significan el agua y el mar
    en la Escritura.
    Ya en el Génesis, el agua debe ser dominada, a fin de que pueda realizarse la creación
    del mundo (Gn 1, 6-10). El salmo 94, 5 canta al Señor que ha hecho el mar y todo cuanto
    éste encierra (Cf. Sal 145, 6; Am 5, 8; Jon 1, 9). Es el Señor quien ha determinado sus
    límites, quien ha encerrado el mar con doble puerta (Job 38, 8), quien le ha puesto límites
    (Prov 8, 29).
    El tema del agua que el Señor hace brotar y de la que nacen tantos animales, según la
    cosmogonía antigua; el agua que el Señor divide con su poder, como ocurre en el Éxodo,
    y en la que viven tantos monstruos marinos, incluido Leviatán, a quien Dios creó «para
    jugar con él» (Sal 103, 26); el tema del agua, repito, y el tema del mar han sido siempre
    muy del agrado de los hombres de la Biblia, muchos de los cuales son pecadores. Tienen
    del agua y del mar una concepción grandiosa. El salmo 106, que se canta como
    responso a la primera lectura, constituye un admirable poema del mar y expresa su
    esplendor y, al mismo tiempo, esa especie de terror sagrado que inspira.
    De este modo se comprende mejor el estupor que se apodera los apóstoles, aterrados
    por la tempestad, cuando ven cómo ésta es calmada por Jesús. También expresan su
    admiración, de un modo que Marcos formula con una interrogación pero que constituye
    más bien una alabanza: «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!» Si
    somos capaces de entender como es debido lo que el mar significa para los discípulos,
    comprenderemos mejor la alabanza con que se cierra esta perícopa evangélica.
    Este relato es hoy, para nosotros, de gran valor. Estamos dispuestos, en teoría, a
    reconocer la divinidad de Cristo y el poderío de Dios; pero, ¿no hay circunstancias en
    las que nuestro instinto de hombres desconfiados se apodera de nosotros?
    El sueño de Jesús durante la tempestad desempeña un importante papel en el relato.
    Para aquellos hombres, la tempestad es el mayor peligro que conocen. Posteriormente,
    nuestros modernos descubrimientos han multiplicado las posibilidades y la amplitud de
    las catástrofes. Pero para los apóstoles la tempestad constituye el peligro más
    angustioso que se pueda imaginar. El Señor, no obstante, duerme en el fondo de la
    barca. Los apóstoles manifiestan su terror: «Maestro, estamos perdidos». Y no pueden
    evitar hacer un reproche a Jesús: «¿No te importa que nos hundamos?».
    3
        A. NOCENT, El año litúrgico. Celebrar a Jesucristo, vol. VI, Santander: Sal Terrae 1979, 45-47. 140.
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Situémonos ahora en nuestra época. Jesús duerme, Dios no se ocupa de nosotros, que
estamos metidos en la tempestad. ¿Cómo puede Dios tolerar las abominaciones que se
han producido y siguen produciéndose? ¿Cómo puede tolerarse su no-intervención,
tanto más cuanto que, si es Dios, debe ser bueno? Son preguntas e indignaciones que
se nos plantean todos los días, incluso entre les cristianos. Dios duerme.
La respuesta de Jesús es dura: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Y, de
hecho, Cristo, en el momento de su pasión, hallará en sus discípulos una fe tan débil,
que Pedro no tendrá el valor de confesarla. En el momento de su resurrección
encontrará las mismas vacilaciones con respecto a la fe en el advenimiento de la
salvación y de la vida nueva.
Los Padres de la Iglesia vieron en esta barca sacudida por la tempestad la imagen de la
Iglesia misma. Y ¿no es cierto que en determinados momentos se ha podido creer que
Jesús dormía en la barca que es su Iglesia, sin aparentemente reaccionar? Hay, pues,
en todo esto (y Jesús lo declara personalmente) un problema de fe. Volveremos sobre
ello cuando tratemos de responder a las preguntas que nos planteamos, o que nos son
planteadas, acerca del aparente sueño de Cristo, actualmente, en nuestras
tempestades.
Aquí se romperá la arrogancia de tus olas (Job 38, 1... 11)
Job es el prototipo del hombre sometido a todo tipo de sufrimientos. Sus amigos no
comprenden en absoluto su situación y le incitan a rebelarse contra el Señor. Este se le
aparece a Job en medio de la tempestad.
La aparición del Señor nos permite comprender mejor lo que significan para el hombre
de la Biblia el mar y la tempestad. Ya lo hemos subrayado más arriba. Aquí el Señor
recuerda que es él quien ha creado los océanos. Es admirable la composición literaria
de este pasaje; y no menos admirable es su teología.
Es el Señor quien ha creado el mar, quien le ha puesto límites; es él, además, quien hace
cesar su movimiento: aquí se romperá la arrogancia de tus olas.
El Señor es, por consiguiente, creador y dueño del universo. Pero no podemos
detenernos en esta visión cosmogónica. El Señor lo dirige todo; la vida de cada hombre
y todo lo que nos sucede depende de su Providencia. Es aquí donde se plantean los
problemas que veíamos hace poco.
Confesemos que no pueden tener respuesta sino en la fe: ¿Por qué el sufrimiento de un
niño? ¿Por qué la muerte de un joven padre de familia? ¿Por qué la riqueza de gentes
deshonestas y la pobreza de gentes honradas? Son problemas que parecen favorecer
la tesis de un Dios que duerme sin preocuparse de los hombres.
De hecho, andamos faltos de fe. Dios sabe lo que hace; sabe lo que deja que se haga al
no intervenir siempre de un modo visible e inmediato contra la malicia de los hombres.
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    El tiempo es suyo, suya es la justicia y suya es, sobre todo, la santificación de los
    hombres porque, al permitir la prueba y el sufrimiento, hace posible que la fe y la
    incondicionalidad crezcan en aquellos que han decidido seguirle. Sólo la fe es la
    respuesta... Pero ¿puede la fe decepcionar? Los decepcionados lo están porque no
    tienen confianza...
    El salmo 106 elegido como responso expresa maravillosamente la omnipotencia del
    Señor: «Apaciguó la tormenta en suave brisa y enmudecieron las olas del mar... Den
    gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres».
    Un nuevo mundo (2 Co 5, 14-17)
    San Pablo nos comunica su experiencia religiosa. Nos confía su emoción cuando piensa
    que un solo hombre murió por todos y que así todos han pasado por la muerte. Todos
    los hombres estamos de tal modo vinculados a Cristo que morimos con El para resucitar
    con El. Todos los cristianos tenemos que centrarnos en esta realidad. Para estar «vivo»,
    el cristiano debe recibir la vida que nos da Cristo, su vida de muerto-resucitado.
    A partir de esa realidad va tomando cuerpo la conducta toda del cristiano que ya no
    debe vivir para sí mismo, encerrado en sus instintos, en su manera de juzgar las cosas,
    sino que debe centrarse en Cristo muerto y resucitado. Es Cristo mismo quien debe vivir
    en él.
    Llegado a este punto, toda la experiencia humana de san Pablo pierde relieve y
    desaparece. En adelante debe ver las cosas de otra forma; ya no puede juzgar al prójimo
    que ve como le juzgaba antes, le debe ver como un muerto-resucitado en Cristo Jesús.
    Y dígase lo mismo respecto a su modo de conocer a Cristo; su contacto con Él es el
    contacto con el Cristo muerto-resucitado que comunica su vida.
    Nos encontramos, por tanto, ante un mundo nuevo. El mundo antiguo ha pasado. Esta
    idea es muy querida a S. Pablo. Siendo Cristo nuestro centro (Ef 2, 15), vemos, en la fe,
    una creación nueva (2 Co 5, 17; Ga 6, 15; Col 1, 19-20). Como Isaías, S. Pablo nos exhorta
    a abandonar todo lo antiguo (Is 43, 18; 65, 17).
    Esta es la visión entusiasta que nos comunica S. Pablo y que es su propia experiencia
    espiritual. Panorama grandioso, pero exigente: un mundo nuevo, el hombre nuevo,
    nuevos modos de juzgar, nuevos comportamientos. Tenemos que revisar todas las
    cosas de nuestra vida; el pasado ha muerto; hay que olvidarle para reconstruirlo todo
    en Cristo.
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                12º domingo del tiempo ordinario 2024
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                            «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»
Moniciones
Entrada
Querida comunidad: alabemos al Padre bueno porque nos da la gracia de
celebrar este domingo. Hoy nos reunimos para participar del banquete
eucarístico y proclamar juntos que Jesucristo es el Señor del universo.
Estamos invitados a vivir con gozo esta Santa Misa, confiando en Aquel
que puede acallar nuestros temores y reanimar nuestra fe. Bienvenidos.
Liturgia de la Palabra
La palabra de Dios nos invita a confiar en Jesús. Tenemos la seguridad de
que Él está presente en la barca de la Iglesia y por eso no debemos temer;
Él nos garantiza que ya ha pasado lo antiguo y lo nuevo ha comenzado.
Escuchemos atentos.
Presentación de los dones
Cuando nos presentamos ante Dios para entregarle nuestra vida lo que
más espera Jesús de nosotros es nuestra fe. Por eso, al comenzar esta
liturgia de la Eucaristía, ofrezcamos nuestra decisión de confiar en el
poder de Cristo Señor.
Comunión
La Eucaristía es el alimento para nuestra fe que puede verse debilitada o
decaída. Con el propósito de fortalecer nuestra confianza en la acción de
Cristo, recibamos la gracia divina que nos otorga el Sacramento de su
Cuerpo y de su Sangre.
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                                     «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»
    Oración universal
    Queridos hermanos: es el momento de presentar a Dios nuestra
    oración, pidiéndole que nos escuche y nos ayude, que nos responda y
    se vuelva hacia nosotros. Llenos de confianza, digamos juntos:
                                R/. Te rogamos, óyenos.
      † Roguemos al Señor por la Iglesia. Que el Espíritu Santo la renueve
        constantemente, afianzada en Cristo, como signo de fe para el
        mundo.
      † Roguemos al Señor por los pastores del pueblo de Dios. Que, con
        su testimonio y su predicación, sostengan en la fe a los discípulos
        de Cristo.
      † Roguemos al Señor por los dirigentes de nuestra nación. Que
        gobiernen con sabiduría, guiando a nuestra patria por caminos de
        paz y progreso.
      † Roguemos al Señor por todos los que sufren, especialmente las
        víctimas de la guerra. Que encuentren consuelo en la palabra
        poderosa de Cristo.
      † Roguemos al Señor por nosotros aquí reunidos. Que el Señor haga
        nuevas todas las cosas por la fuerza del amor y bendiga a nuestras
        familias.
    Señor, por tu gran bondad,
    atiende las súplicas que tu pueblo te presenta
    en medio de las tempestades que experimenta en su vida,
    pero confiando en el poder salvador de tu Hijo Jesucristo,
    que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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