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El Cristianismo en El Imperio Romano

Este documento trata sobre el surgimiento y desarrollo del cristianismo en el Imperio Romano. Explica que Palestina, cuna del cristianismo, estaba ubicada en un lugar central geográficamente que facilitó la expansión de la fe. También era un lugar estratégico históricamente entre Asia, África y Europa. Dios eligió este momento y lugar para el advenimiento de Jesús y la difusión del evangelio.

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El Cristianismo en El Imperio Romano

Este documento trata sobre el surgimiento y desarrollo del cristianismo en el Imperio Romano. Explica que Palestina, cuna del cristianismo, estaba ubicada en un lugar central geográficamente que facilitó la expansión de la fe. También era un lugar estratégico históricamente entre Asia, África y Europa. Dios eligió este momento y lugar para el advenimiento de Jesús y la difusión del evangelio.

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UnIDAD 1

El cristianismo en el
imperio romano

Esta unidad es una síntesis de la historia del


cristianis- mo desde sus orígenes hasta el siglo VI, en el
ámbito de lo que se conoció como el Imperio Romano,
pero con una perspectiva global. Se pondrá énfasis en
el surgimiento y desarrollo del testimonio cristiano,
mayormente en el mundo grecorromano. Se prestará
atención a los eventos y movimientos principales, los
personajes más importantes, los documentos
fundamentales, y algunas de las tendencias teológicas
más destacadas.

El conocimiento de la historia del cristianismo de


los primeros siglos es básico para una comprensión
del testimonio y la vida de la iglesia
contemporáneos. Muchas de nuestras creencias y
prácticas actuales son productos de aquellos siglos
fundacionales. Mediante el estudio de la enseñanza y
práctica de los primeros cris- tianos, los estudiantes y
lectores aprenderán a apreciar a la iglesia temprana y
a comprometerse con la misión que el Señor nos ha
confiado.

Todo el Nuevo Testamento señala el hecho del


es- parcimiento del cristianismo por todo el mundo
como una meta que debe cumplirse en la historia.
Cada uno de los cuatro Evangelios termina con un
claro mandato,
38 - Historia global del cristianismo

dado por Jesús, en este sentido (Mt. 28.19; Mr. 16.15; Lc. 24.47; Jn. 20.21). El libro de
los Hechos de los Apóstoles tiene como propósito narrar los acontecimientos de ese
programa desde el comienzo en Jerusalén “hasta lo último de la tierra.” El resto de
la literatura del Nuevo Testamento consiste en cartas de los misioneros a las
jóvenes iglesias del mundo mediterráneo, con cuya fundación estaban
relacionados.

Por estos documentos sabemos que los primeros cristianos estaban firmemente
convencidos que su religión era las “buenas nuevas” para todas las personas
(Jn. 3.16; Lc. 24.47). Es posible que ante esta pretensión, muchos de los que oían su
pré- dica se hayan reído. Al fin y al cabo, en comparación con los grandes
movimientos filosóficos y los cultos practicados por las mayorías, el cristianismo no
parecía otra cosa que una superstición inexplicable y peligrosa, que atentaba
contra el orden institucional. Su origen era dudoso y los contenidos históricos de
su fe resultaban no sólo paradójicos, sino inaceptables para la cosmovisión
dominante en aquel enton- ces. Además, ¿qué valor o influencia podía tener una
secta judía nacida en un rincón tan oscuro del mundo como era Palestina?

el lUgar, el tiemPo y el ProPósito


Para muchos pensadores de distinción en el primer siglo, Palestina, la cuna del
cristianismo, no era más que un rincón olvidado y despreciado del mundo. Los
grie- gos pensaban de él como una tierra de ignorantes y los romanos como un
territorio rebelde y problemático. Sin embargo, ¿tenían razón los antiguos
cuando conside- raban a Palestina como un rincón del mundo? Si observamos un
mapa, inmediata- mente se hace evidente que Palestina no está en un rincón, sino
en el centro mismo del mundo (ver mapa 2).

MAPA 2 – Palestina en el centro del


El cristianismo en el imperio romano 3
mUndo
40 - Historia global del cristianismo

_ el lugar
El lugar del nacimiento del cristianismo fue importante. Si bien algunos
filósofos e intelectuales de las primeras décadas de testimonio cristiano se
burlaron de las pretensiones de universalidad de la nueva fe, la cuna del
cristianismo—Palestina— estaba ubicada en un lugar central desde el punto de
vista geográfico. Allá por el año 175, un conocido filósofo pagano, Celso, decía:
“Si Dios despertara de un largo sueño y quisiera salvar a todos los seres humanos,
¿piensas que iría a una esquina del mundo? . . . Sólo un escritor cómico diría que el
Hijo de Dios fue enviado a los judíos.”1 Muchos en sus días compartían el concepto
de Celso. Palestina era un te- rritorio pequeño y marginal. Apenas una franja
rugosa de 240 kms. de longitud por 120 kms. de ancho.

Sin embargo, Palestina era central en términos geográficos. No hay otro


terri- torio que esté mejor ubicado respecto a los cinco continentes. La
expansión de la fe cristiana, entonces, comenzó a partir de un territorio
estratégicamente ubicado, desde donde su expansión por todo el planeta era más
factible. En un sentido, Pales- tina puede ser considerada como un centro
geográfico del mundo.

_ el tiempo
No sólo el lugar resultó importante para el surgimiento del cristianismo,
sino también el tiempo. Palestina es central geográficamente y también lo es
histórica- mente. Este territorio ha ocupado una posición histórica estratégica a lo
largo de la historia de la humanidad en el corredor entre Asia y África (ver mapa
3).

MAPA 3 - Palestina en la Historia


El cristianismo en el imperio romano 4
1 Citado en John Foster, Church History 1: The First Advance AD 29-500, TEF Study Guide 5
(Londres: S.P.C.K., 1975), 1.
42 - Historia global del cristianismo

Por un lado, esta posición estratégica de Palestina, significó una verdadera des-
gracia para sus habitantes, desde la antigüedad hasta el presente. El país está
encaja- do como un estrecho corredor entre los territorios donde se desarrollaron
algunas de las más grandes civilizaciones de la antigüedad: el Delta del río Nilo y
las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates. Fue inevitable que las sucesivas
potencias rivales en estas dos áreas culturales se propusieran adueñarse de este
corredor estratégico y procurarán conservarlo para sí. De este modo, el pequeño
país se vio condenado a ser víctima constante de las guerras entre estos grandes
dominios. Esta situación configura el trasfondo histórico de todo el Antiguo
Testamento. Pero no sólo Asia y África compitieron por Palestina, sino que pronto
se unió también Europa. El pri- mer monarca europeo en dominar estas tierras fue
Alejandro Magno, de Macedonia (c. 330 a.C.), y luego vinieron los romanos (63
a.C.). Ésta era la situación cuando se inició el período del Nuevo Testamento: Asia,
África y Europa rodeaban a Palestina, que era como un estrecho puente entre
ellas. La historia del pueblo hebreo, según se nos refiere en el Antiguo Testamento,
da testimonio de este hecho. Caldeos, egip- cios, asirios, babilonios, persas, griegos
y romanos, representantes de tres continen- tes, invadieron sucesivamente esta
tierra y escribieron en ella su historia.

Por otro lado, Palestina fue algo más que el escenario histórico de los conflictos
bélicos de los imperios de la antigüedad. En el desarrollo de esa historia, Dios esco-
gió el tiempo más propicio para el advenimiento del Salvador del mundo. La Biblia
declara que el advenimiento del Mesías no fue una casualidad histórica, sino
que Dios escogió el tiempo. Los Evangelios testifican: “Jesús se fue a Galilea a
anunciar las buenas nuevas de Dios. ‘Se ha cumplido el tiempo—decía—. El
reino de Dios está cerca’” (Mr. 1.14, 15). Pablo usa una frase similar: “Pero
cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido
bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos” (Gá. 4.4). Ambas
declaraciones indican que Dios preparó las cosas y que la preparación fue completa
y adecuada para su eterno pro- pósito redentor.

Kenneth S. Latourette: “En el tiempo en que comenzó el cristianismo y en


los primeros tres siglos de su existencia más que en cualquier era
precedente, las condiciones en el mundo mediterráneo prepararon el
camino para la di- fusión de una nueva fe religiosa a través de toda la
extensión de esa área. En realidad, tampoco después de los tres siglos en los
que el cristianismo tuvo éxito en establecerse como la religión más fuerte en
esa región, volvieron a existir allí las condiciones que favorecieron de tal
manera la entrada y acep- tación general de una nueva fe.”2

2 Latourette, A History of the Expansion of Christianity, 1:8.


El cristianismo en el imperio romano 4

_ el propósito
Tiempo y espacio coincidieron como coordenadas para crear el marco más pro-
picio para la venida de Jesús al mundo. Pero Palestina es central no sólo geográfica
e históricamente, sino también espiritualmente. Palestina fue algo más que el
esce- nario espacio-temporal de los conflictos bélicos de la antigüedad. Por sobre
todas las cosas, fue la tierra en que nació Jesús, el Salvador del mundo. Fue el
lugar del nacimiento del movimiento cristiano, y en esto su posición central
adquiere una nueva importancia. Es cierto que Palestina fue el embudo por el
que pasaron las potencias de tres continentes, pero fue también el punto de
partida ideal para que el cristianismo penetrara en esos tres continentes con su
mensaje de paz y justi- cia. Jesús había dicho que “. . . en su nombre se predicarán
el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando por
Jerusalén” (Lc. 24.47), y desde Jerusalén “. . . hasta los confines de la tierra” (Hch.
1.8). Basta con observar un planisferio para notar cuán sabiamente escogió Dios a
esta tierra para la realización de sus planes redentores y para la difusión de su luz
por todo el mundo (ver mapa 2).

El libro de los Hechos comienza la historia de una nueva era, cuando la


posi- ción central de Palestina (geográfica, histórica y espiritual) fue utilizada
por Dios en forma novedosa y redentora.3 Los apóstoles al principio no se dieron
cuenta de esto. Jesús les había hablado de la inauguración de un nuevo reino y de
un nuevo poder con el que ellos lo pondrían de manifiesto en todo el mundo (Hch.
1.8). Pero ellos no entendieron la dimensión de lo que Jesús les estaba diciendo
(Hch. 1.6), hasta que llegó el día de Pentecostés y el Espíritu Santo los ungió
para la misión. Algo maravillosamente nuevo estaba ocurriendo y Dios había
preparado las cosas. Poco a poco los primeros cristianos comenzaron a entender
la misión de Dios y a comprometerse con ella con todo entusiasmo y fe.

factores QUe contribUyeron a la eXPansión del cristianismo


Los cristianos que vivían en el tiempo del primer avance rápido del cristianismo
(hasta el año 250) y que habían desempeñado un papel importante en ese avance,
veían que Dios había preparado las cosas de tres maneras:

_ la contribución romana
El mundo romano hizo una quíntuple contribución a la expansión del cristianis-
mo. Cada uno de estos aspectos puede ser recordado por la palabra en latín que lo
describe: pax, lex, via, rex, ars.

Pax: la paz romana. Es difícil que una idea se difunda en medio de situaciones
de conflicto. El Imperio Romano gozaba de paz cuando apareció el
cristianismo.
44 - Historia global del cristianismo

3 Foster, The First Advance, 3.


El cristianismo en el imperio romano 4

Orígenes de Alejandría (185-254), uno de los más destacados biblistas y


teólogos del cristianismo antiguo, afirma: “Dios estaba preparando a las
naciones para su enseñanza. Jesús nació en el reino del emperador Augusto
(27 a.C.-14 d.C.), que
incorporó a muchos reinos a un solo Imperio Romano. Las guerras entre reinos ri-
vales habrían entorpecido la difusión de las enseñanzas de Jesús por toda la
tierra.”4

Lex: la ley romana. El hecho de tener un solo código legal en el Imperio Romano
(el derecho romano) fue un factor crucial en la unificación del diverso mundo
ro- mano. Pero la legislación romana no fue un instrumento rígido, porque dentro
del amplio margen de uniformidad, la administración romana a nivel local era
flexible, tolerante y abierta. Además, muchos residentes de las provincias
recibieron la con- dición de cives romani (ciudadanos de Roma), con todos sus
derechos y deberes. Pablo fue uno de ellos (Hch. 22.25-29), y esto le dio
enormes ventajas en su tarea misionera.

Via: las comunicaciones romanas por tierra y por mar. Estas vías de
comuni- cación terrestre y marítima se extendían desde Inglaterra hasta China.
En todo el mundo del mar Mediterráneo, las carreteras y vías marítimas, la paz, la
ley y el or- den romanos animaban a la gente a viajar, tanto por motivos de
negocios como por placer, con una libertad y comodidad que fueron
desconocidas hasta los tiempos modernos. Las rutas terrestres eran básicamente
de uso militar, estaban construidas en piedra, con drenajes, puentes, y postas
regulares para el recambio de cabalga- duras y descanso de los viajeros. Eran
caminos rápidos y bien cuidados. Las rutas marítimas eran mayormente
comerciales y por ellas viajaba mucha gente. Hechos
27.37 da una idea de la cantidad de pasajeros en una nave romana de gran calado.
Los barcos en este período cruzaban el Mediterráneo desde Gibraltar hasta Roma
en siete días, y desde Roma a Alejandría en dieciocho. El periplo hacia el Lejano
Orien- te comenzaba con un viaje hasta Alejandría, siguiendo luego por el Nilo, y
desde allí se iba por tierra hasta la costa occidental del mar Rojo, para continuar
atravesando el mar de Arabia y seguir hacia África del este o hacia la India. Sin
estas comunica- ciones los viajes misioneros de Pablo y otros cristianos hubiesen
sido imposibles.

Rex: el gobierno romano. El gobierno fue el talento supremo de los


romanos. Para ellos la política y el gobierno fueron un arte en el que alcanzaron un
alto gra- do de sofisticación. El fuerte gobierno centralizado de Roma
proporcionaba paz y protección en todo el ámbito del Imperio. Los soldados
romanos protegían a los pueblos y ciudades de los ataques externos y
garantizaban el desarrollo del comercio y las misiones cristianas. La unidad política
del Imperio Romano hacía que toda la cuenca del Mediterráneo fuese un solo
mundo, regido por la misma autoridad. Mi- sioneros como Pablo, Timoteo, Silas,
Tito y otros no necesitaron de pasaporte para
46 - Historia global del cristianismo

4 Citado en Ibid., 5.
El cristianismo en el imperio romano 4

llevar a cabo sus viajes misioneros. Y fue por su condición de ciudadano


romano que Pablo pudo apelar a César y llegar a Roma (Hch. 25.21, 25).

Ars: el talento romano. El vocablo ars en latín significa habilidad, talento, y


en plural (artis) se refiere a las cualidades intelectuales o morales, como a las
incli- naciones o conducta. En todos estos aspectos, los romanos copiaron a los
griegos, pero alcanzaron niveles de desarrollo único y sorprendente. En el campo
de la edu- cación, enfatizaron los aspectos prácticos con poca instrucción
libresca, y crearon un complicado sistema escolar. La literatura escolar
desarrollaba temas de historia y filosofía, con énfasis sobre la retórica. La
pintura y la escultura, si bien seguían de cerca los modelos griegos, fue
popularizada y orientada a destacar la herencia histórica de Roma, especialmente
caracterizada por el retrato. No obstante, el genio romano y su extraordinaria
habilidad técnica se expresó sobre todo en la arquitectu- ra. Estructuras como la
bóveda y el medio arco romano revolucionaron las técnicas de construcción, de
manera que permitieron levantar edificios y estructuras monu- mentales (puentes,
acueductos, circos, anfiteatros, basílicas, templos, foros). Todos estos elementos
fueron adaptados y usados por los cristianos en la elaboración de las primeras
formas del arte y la arquitectura cristiana.

CUADRO 4 - la contribUción romana al


cristianismo

PAX - la paz romana: garantizaba estabilidad.

LEX - la ley romana: el derecho romano daba seguridad.

VIA - las comunicaciones romanas: ayudaban a la comunicación.

REX - el gobierno romano: el imperio era una unidad política.

ARS - el talento romano: educación, arte y arquitectura.

_ la contribución griega
El mundo griego contribuyó a la expansión del cristianismo de cuatro maneras:
idioma, cosmovisión, filosofía y cultura.

El idioma griego. El griego (coiné) era entendido y hablado por casi todo el mun-
do conocido del primer siglo. Se lo utilizaba especialmente en el comercio. Las per-
sonas que recibieron la Gran Comisión eran judías. Su idioma natal era el arameo,
pero hablaban también el griego. El griego era el idioma más utilizado en el Medi-
terráneo oriental. Esto proporcionaba un fuerte sentido de unidad cultural. Las Es-
crituras que usaron los primeros cristianos estaban escritas en griego (la Septuaginta
48 - Historia global del cristianismo

o Versión de los Setenta, Lxx) y sus escritos fueron redactados en este idioma, de
modo que los documentos que luego se reunieron para formar el Nuevo
Testamento no necesitaron traducción. Esto facilitó enormemente el trabajo
evangelizador de los primeros creyentes y la clara difusión de sus ideas. El griego
es un idioma suma- mente adecuado para expresar con exactitud y con una riqueza
que no tiene igual en otros idiomas del mundo, las verdades contenidas en el
Nuevo Testamento.

La cosmovisión griega. Los griegos contribuyeron con su pensamiento, que mag-


nificaba el valor de la persona humana y ponía gran énfasis sobre la verdad espiri-
tual y moral. Los griegos fueron un pueblo de visión, conscientes de su protagonis-
mo histórico, y por cierto muy emprendedores. En su cosmovisión, el ser humano
era central y la persona humana tenía un valor único. Sobre todas las cosas, los
griegos fueron un pueblo sumamente curioso y amante de la verdad.

La filosofía griega. La filosofía griega tuvo una gran influencia en la


formación del pensamiento occidental. Después de estudiar a los pensadores
griegos muchos abandonaban las religiones paganas y las supersticiones, y estaban
preparados para recibir una religión superior, como es el cristianismo. El amor
por la verdad llevó a muchos a encontrarse con el Dios verdadero. Más tarde,
cuando los Padres de la Iglesia desarrollaron su teología, utilizaron muchos
elementos de la filosofía griega, especialmente su vocabulario e ideas centrales,
para expresar las verdades cristia- nas. Escuelas filosóficas como el estoicismo y el
neoplatonismo ejercieron una gran influencia en la formulación del pensamiento
cristiano. Pero hubo también otras escuelas filosóficas que de algún modo
impactaron el desarrollo de la fe cristiana o desafiaron su pretensión de ser la
verdad: epicúreos, pitagóricos, peripatéticos y los seguidores de Platón.

Clemente de Alejandría (150-215): “Dios es la causa de todas las cosas bue-


nas; pero de algunas en forma primaria, como del Antiguo y del Nuevo Tes-
tamentos; y de otras por consecuencia, como la filosofía. Quizás, también, la
filosofía fue dada a los griegos directamente y primariamente, hasta que el
Señor pudiese llamar a los griegos. Porque ésta fue una educadora para
traer a la ‘mente helenista a Cristo,’ así como la ley trajo a los hebreos (Gá.
3.24). La filosofía, por lo tanto, fue una preparación, que pavimentó el
camino para quien es perfeccionado en Cristo.”5

La cultura griega. Para los días del Nuevo Testamento, esta cultura había alcan-
zado un alto grado de desarrollo y difusión. Conocida como helenismo, había sido
esparcida por buena parte del mundo conocido de aquel entonces con las conquis-
tas de Alejandro Magno (356-23 a.C.) y tenía influencia tanto dentro como
fuera del Imperio Romano. El arte, la literatura, la arquitectura, la música, el
teatro, los
El cristianismo en el imperio romano 4
5 Clemente de Alejandría, Stromata o Misceláneas, 1.5.1.
50 - Historia global del cristianismo

estilos, los gustos, la retórica, los símbolos y valores del mundo antiguo en los días
de Jesús y los apóstoles tenían un marcado tinte helenista.

CUADRO 5 - la contribUción griega al cristianismo

idioma - adecuado para la transmisión de ideas.

cosmoVisión - valor de la persona humana.

filosofía - amor por la verdad.

cUltUra - arte, literatura, símbolos, valores.

_ la contribución hebrea
De todos los factores que aportaron elementos importantes para ayudar al des-
pegue del cristianismo, ninguno fue más determinante que el trasfondo hebreo en
el que el movimiento cristiano nació. La fe y la vida del pueblo de Dios proveyeron
el trasfondo inmediato para el advenimiento de Cristo y de todos sus discípulos. La
religión hebrea aportó también instituciones como las sinagogas y el trabajo de los
escribas, que fueron de suma importancia en el primer siglo de vida del
movimiento cristiano. El mundo hebreo contribuyó a la expansión del cristianismo
de seis ma- neras: monoteísmo, escrituras, diáspora, sinagogas, universalismo y
mesianismo.

El monoteísmo hebreo. La preparación más grande para la venida de Cristo al


mundo fue la religión hebrea.6 De todos los aspectos del rico mundo religioso he-
breo, el más importante fue su monoteísmo ético. Fue este concepto monoteísta
hebreo el que atrajo a muchos gentiles insatisfechos con la religión pagana politeís-
ta. Como indican Irvin y Sunquist: “Muchos en las ciudades alrededor del Medite-
rráneo y a lo largo de los mundos de Siria y Persia se veían atraídos por la doctrina
del monoteísmo: las enseñanzas morales de la Torá, los relatos de las escrituras de
Israel, y el estilo de vida comunitario que ofrecía el judaísmo.” Estos autores
con- tinúan diciendo: “El monoteísmo fue atractivo en el mundo helenista,
donde las enseñanzas de personas como Platón y Aristóteles, y de escuelas
filosóficas como el estoicismo, apuntaban lejos de los muchos dioses de la
mitología griega y romana y hacia la presencia unificadora de un ser superior.” 7
Cabe recordar, también, que al principio y debido a su convicción monoteísta, el
cristianismo fue considerado como una secta del judaísmo, aunque nunca lo fue,
sino que más bien el primero fue la culminación y completamiento del
segundo.

6 Foster, The First Advance, 13.


El cristianismo en el imperio romano 5
7 Irvin y Sunquist, History of the World Christian Movement, 1:20.
52 - Historia global del cristianismo

Orígenes de Alejandría: “Dios no estaba durmiendo. Toda cosa buena que


alguna vez haya acontecido entre los seres humanos ha sido la obra de Dios.
Pero la venida de Cristo sólo podía ser a un lugar, donde las personas
cre- yesen que Dios es uno; donde las personas estuviesen leyendo a los
Profetas que señalan a Cristo; y donde las personas supiesen que Cristo
vendría en un momento cuando, desde este lugar único, su enseñanza
inundaría a todo el mundo.”8

Las escrituras hebreas. La versión bíblica más aceptada en el judaísmo


helenista del primer siglo era la Septuaginta, que “pronto probó ser tanto un
símbolo como un vehículo de una transformación religiosa más amplia que tuvo
lugar en el judaísmo helenista.”9 Quienes leían sus palabras encontraban nuevo
significado para su fe a través de esta traducción, lo cual abrió sus mentes y
corazones para aceptar el evan- gelio cristiano. Las escrituras de los judíos
señalaban al Mesías, el Cristo. Según los Evangelios, Jesús pretendía ser el
cumplimiento de esas profecías (Lc. 4.21; 24.27). Apóstoles, predicadores y
maestros, según los documentos del Nuevo Testamento (Hechos y las epístolas)
enfatizaban que en Jesús se habían cumplido las escrituras del Antiguo
Testamento. Justino Mártir (100-165), el más grande de los apologistas en lengua
griega, estaba convencido que la mejor y más clara evidencia a favor del
cristianismo, se encontraba en los libros de los profetas. “En estos libros. . . de los
pro- fetas,” según él, “encontramos a Jesús nuestro Cristo preanunciado como
viniendo, nacido de una virgen, creciendo hasta ser hombre, sanando toda
enfermedad y toda dolencia, y resucitando a los muertos, y siendo odiado, y
despreciado, y crucificado, y muriendo, y resucitando nuevamente, y ascendiendo
a los cielos, y siendo llamado el Hijo de Dios.”10 Justino era griego y filósofo, pero
tuvo una conversión profunda gracias a su lectura de los textos proféticos que
anunciaban al Mesías. Según él, “in- mediatamente una llama se encendió en mi
alma; y fui prendido de amor por los profetas y por aquellos hombres que son los
amigos de Cristo (los apóstoles).”11

La diáspora hebrea. La diáspora o dispersión de los judíos después de la destruc-


ción de Jerusalén en ocasión de la invasión del imperio neo-babilónico (586
a.C.) y en los siglos que siguieron, había llevado al establecimiento de
comunidades de judíos desde España, por toda Europa, Asia (Persia y Arabia),
India, y África (va- lle del Nilo y Etiopía). En tiempos de Jesús había más judíos
fuera de Palestina que dentro. Estrabón en su Geografía (publicada en el año 7),
señala con cierto prejuicio antisemita: “Los judíos han ido a toda ciudad, y es difícil
encontrar un lugar sobre la tierra que no los haya admitido y haya caído bajo su
control.”12 Para los días de Jesús,

8 Citado en Foster, The First Advance, 13.


9 Irvin y Sunquist, History of the World Christian Movement, 1:17.
10 Justino Mártir, Primera apología, 31.
El cristianismo en el imperio romano 5
11 Justino Mártir, Diálogo con Trifón, el judío, 8.1.
12 Citado por Foster, The First Advance, 15.
54 - Historia global del cristianismo

los judíos que vivían en el mundo persa sumaban alrededor de un millón de almas,
la mayoría de ellos dedicados al comercio o la administración, y otros sirviendo
como escribas o eruditos en la Torá, especialmente en o alrededor de Babilonia. En
Egipto había comunidades judías en las principales ciudades, como Elefantina y
Alejandría. En la segunda, ocupaban un barrio completo con alrededor de 100.000
habitantes.13

La sinagoga hebrea. En las sinagogas (gr. “casa de reunión”), que estaban estable-
cidas desde España hasta la India, se predicaba el monoteísmo ético y el concepto
de un Dios personal. En muchos casos, durante los primeros años, el núcleo de las
nuevas congregaciones cristianas estuvo constituido por los prosélitos y adherentes
de las sinagogas. Muchos de los elementos de la adoración en las sinagogas,
tales como oraciones, la lectura bíblica, exposición de las Escrituras y alabanza,
prepara- ron el camino para la adoración cristiana y fueron su primer modelo. Las
sinagogas fueron también los primeros centros de predicación cristiana. Pablo
comenzaba su tarea misionera en una ciudad visitando la sinagoga local y dando
testimonio de su fe en Cristo (ver Hch. 13.5, 14; 14.1; 17.1-3, 10; 18.4; etc.). Las
primeras comuni- dades cristianas nacieron del testimonio cristiano en las
sinagogas de la diáspora. Además, en las sinagogas se enseñaba la importancia de
separar un día en la semana para el descanso y la adoración a Dios. La observancia
del Sabbath (sábado) como día especial para la adoración pasó a los cristianos, que
pronto lo asociaron con la celebración de la resurrección de Cristo.

El universalismo hebreo. La fe hebrea confesaba que la religión de Israel era para


bendición de las naciones. Esta comprensión del alcance universal de la fe fue
trans- ferida del judaísmo al cristianismo, que se transformó en una religión
verdadera- mente universal. El instrumento clave en este proceso fue el apóstol
Pablo. Fue a tra- vés de Pablo que se abrió la puerta del cristianismo a los gentiles.
Pocos misioneros tuvieron alguna vez tantas ventajas como tuvo Pablo. El oficial
romano que lo arres- tó después del alboroto en Jerusalén (Hch. 21.33) debe haber
pensado en tres Pablo en vez de uno. El apóstol era un verdadero prototipo de su
época. Primero, Pablo le habló al oficial en griego, y le dijo que era de Tarso, una
ciudad que tenía una uni- versidad griega (Hch. 21.37-39). Segundo, Pablo
apaciguó a la multitud hablándoles en su propia “lengua hebrea,” es decir, aramea
(Hch. 21.40—22.2), refiriéndoles de su educación hebrea en Jerusalén. Y, tercero,
aterrorizó al tribuno (que había permi- tido que sus soldados lo trataran
rudamente), cuando le dijo que pertenecía a una familia que tenía el privilegio de la
ciudadanía romana (Hch. 22.25-29). Pablo per- tenecía a estas tres esferas o
mundos: era griego, hebreo y romano. Pero, sobre todo, era un misionero cristiano,
con un mensaje de vida nueva para todas las naciones.

El mesianismo hebreo. El pueblo hebreo tenía una gran expectativa mesiánica,


junto con una fuerte convicción de ser el pueblo elegido por Dios para un fin reden-
El cristianismo en el imperio romano 5
13 Irvin y Sunquist, History of the World Christian Movement, 1:16, 17.
56 - Historia global del cristianismo

tor en la historia. El cristianismo nunca se consideró como una religión totalmente


diferente del judaísmo, sino más bien como su completamiento y coronación.
A pesar de la apertura del cristianismo a los gentiles, los cristianos conservaron las
Es- crituras judías. También afirmaban que todas las promesas concernientes al
pueblo escogido de Dios se habían cumplido en la iglesia cristiana, el Nuevo Israel.
Pode- mos decir, entonces, que el cristianismo fue el cumplimiento del judaísmo,
pero fue más allá del judaísmo. No permaneció como una secta judía, sino que se
transformó en una fe nueva y fresca. Es esencial la comprensión del judaísmo para
un entendi- miento cabal del cristianismo, pero el judaísmo no explica al
cristianismo. El cristia- nismo se levantó sobre los cimientos del judaísmo, pero fue
radicalmente diferente. En esta diferencia está el secreto de su vitalidad y de su
historia extraordinaria.

CUADRO 6 - la contribUción Hebrea al


cristianismo

monoteísmo Ético - la fe en un Dios personal y moral.

escritUras - el Antiguo Testamento.

diÁsPora - una red de sinagogas en casi todo el mundo.

sinagoga - modelo de comunidad de enseñanza y culto.

UniVersalismo – bendición a todas las naciones.

mesianismo – una misión redentora en el mundo.

Un mUndo Urbano
Por su enorme importancia como trasfondo positivo para la expansión del mo-
vimiento cristiano, vale la pena mencionar de manera especial el contexto urbano
y cosmopolita en el que nació la fe en Cristo. No sólo el Imperio Romano sino tam-
bién el Imperio Persa y las grandes civilizaciones que se desarrollaron en ellos y a
su alrededor, se caracterizaron por constituir una trama de nucleamientos urbanos
de importancia. Palestina, como se indicó, se encontraba en el medio de esta
galaxia de ciudades ligadas las unas a las otras por fluidas vías de comunicación.
Esta red de centros urbanos conectaba amplias regiones culturales en tres
continentes, con un flujo continuo de política y comercio, que iba desde el Atlántico
hasta el Pacífico.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “Las ciudades fueron centrales en


civiliza- ciones tales como la mediterránea, la persa, la india y la china. Éstas
fueron también civilizaciones que habían desarrollado la escritura. Para
el primer siglo cada una de ellas podía hacer gala de una extensa tradición
El cristianismo en el imperio romano 5
literaria. En particular, los escritos sagrados pasaron a la herencia de las
creencias religio-
58 - Historia global del cristianismo

sas a través de himnos, escritos sacerdotales, tratados filosóficos (o de sabi-


duría), y relatos sagrados. Durante el milenio antes del nacimiento de
Cristo, estas civilizaciones habían sido testigos del surgimiento de
numerosos maes- tros, especialmente importantes o inspirados, cuyos
escritos transformaron el carácter religioso y filosófico de la humanidad. Las
obras de estos maestros todavía hoy informan el proyecto de la
civilización humana. Kung-fu-tzu (Confucio en latín), Lao-Tzu, el Buda,
los escritores del Upanishad, Zoroas- tro, los profetas de Israel, y los
filósofos de Grecia todos ellos pertenecían a una revolución en la conciencia
humana, que había configurado de manera muy significativa al mundo en el
que los discípulos de Jesús se movieron por primera vez.”14

Las ciudades desparramadas por el mundo conocido del primer siglo, eran
verdaderos conglomerados humanos que concentraban riqueza material y poder
político, y servían como focos de difusión cultural e información de gran
alcance. Mercaderes, artesanos, esclavos, gobernantes, artistas, sacerdotes,
maestros, predi- cadores y obreros se daban cita en estos verdaderos crisoles de
cultura. Las ciudades fueron el campo misionero por excelencia de los primeros
cristianos, tal como lo ilustra un análisis de los viajes misioneros del apóstol
Pablo. Desde su comienzo mismo, el cristianismo se caracterizó como un
movimiento urbano.

Wayne A. Meeks: “En aquellos años tempranos,. . ., a una década de la cru-


cifixión de Jesús, la cultura de la villa en Palestina había sido dejada
atrás, y la ciudad grecorromana se transformó en el medio ambiente
dominan- te del movimiento cristiano. Y así permaneció, desde la
dispersión de los ‘helenistas’ de Jerusalén hasta bien después del tiempo
de Constantino. El movimiento había cruzado la división más fundamental
en la sociedad del Imperio Romano, aquella entre la gente rural y los
habitantes urbanos, y los resultados iban a probar ser importantes.”15

el sUrgimiento de la iglesia

_ el lugar de adoración
Durante los dos primeros siglos después de Cristo, los cristianos no
tuvieron edificios eclesiásticos, en razón de que no podían poseer propiedades por
no tener una posición legal en el Imperio Romano. Las congregaciones cristianas se
reunían en casas de familia, donde desarrollaban su vida como comunidad de fe.
Tres gran- des acontecimientos en la historia del cristianismo neotestamentario
ocurrieron en

14 Ibid., 1:8.
15 Wayne A. Meeks, The First Urban Christians: The Social World of the Apostle Paul (New Haven y
El cristianismo en el imperio romano 5
Lon- dres: Yale University Press, 1983), 11.
60 - Historia global del cristianismo

una casa de Jerusalén: la última cena de Jesús con sus discípulos (Mr. 14.12-26);
las apariciones del Jesús resucitado a los apóstoles (Jn. 20.14-29); y la venida
del Espíritu Santo (Hch. 2). Posiblemente era la casa de Juan Marcos, el futuro
autor del Evangelio que lleva su nombre. Cuando se comparan ciertos pasajes y
se procura identificar el lugar que mencionan, parece seguro que en los tres
casos se trata de la misma casa (Mr. 14.14-15; Hch. 1.12-15; Jn. 20.19). En
Hechos 12 se menciona una casa donde muchos cristianos se reunían para orar
(Hch. 12.12). Marcos 14.51 sugiere que el joven en cuestión fue Juan Marcos,
porque ningún otro Evangelio menciona el incidente. Si es así, la casa grande en
Jerusalén bien puede haber sido la casa de María, la madre de Juan Marcos, el autor
del Evangelio que lleva su nombre.

En el Nuevo Testamento se mencionan muchas “casas” en las que se reunía


la iglesia primitiva, y se dan los nombres de sus dueños: en Filipos (Hch.
16.40); en Corinto (Hch. 18.7); en Roma (Ro. 16.5, 14, 15); en Éfeso (1 Co. 16.19); en
Laodicea (Col. 4.15); en Colosas (Flm. 1 y 2). Estas iglesias caseras fueron
características del período neotestamentario y hasta el segundo siglo. Los primeros
cristianos se sen- tían felices de reunirse en sus propias casas. Los paganos tenían
templos; los judíos, sinagogas; pero los cristianos eran algo nuevo e ilegal, no
tenían reconocimiento oficial y eran sospechosos. La única propiedad privada que
tuvieron las primeras iglesias fueron las tumbas (catacumbas), y allí se reunían,
especialmente en tiempos de persecución.16 Fueron estas iglesias “caseras” o sin
templo (Ro. 16.5) las que ex- pandieron el cristianismo por todo el mundo romano
y más allá también.

Recién hacia el año 250 se construyeron algunos templos cristianos en el Ponto


(Asia Menor), Siria y Egipto, pero se perdieron por causa de las terribles
perse- cuciones de mediados del siglo III. Los arqueólogos han descubierto los
restos de lo que parece haber sido una casa remodelada y adaptada para servir
como casa de reunión de los cristianos. El descubrimiento fue hecho en 1934,
en la localidad arqueológica de Dura-Europos, sobre el río Éufrates en lo que
hoy es Irak. Allí se encontró un edificio probablemente construido alrededor del
año 100, pero que fue reformado en el 232. Se trata de una vivienda en la que se
derrumbaron algunos muros y en la que se construyó un bautisterio, y sobre
cuyas paredes se pintaron hermosos frescos con motivos cristianos.

_ la vida y el ministerio
La vida y el ministerio de estas iglesias eran muy simples. Lo más importante
era la predicación, la Cena del Señor y el Bautismo. No se hacía lo mismo en todas
par- tes, ni todo lo que se hacía estaba bien hecho o en conformidad con los
testimonios de los documentos neotestamentarios.
El cristianismo en el imperio romano 6
16 Foster, The First Advance, 20.
62 - Historia global del cristianismo

La predicación. Ocupaba un lugar muy importante en el culto cristiano tem-


prano. Generalmente, era de carácter didáctico y testimonial. Al principio se llevó
a cabo siguiendo el modelo de la predicación rabínica en la sinagoga y consistía en
una exposición de algún texto del Antiguo Testamento o de los Evangelios en
la forma de una homilía. Hay testimonios sumamente ilustrativos de la predicación
cristiana temprana. Uno de los más conmovedores es el que presenta Ireneo de
Lión (130-202), Padre de la Iglesia que fue discípulo del obispo Policarpo de
Esmirna (69-155), quien a su vez fue discípulo del apóstol Juan.

Ireneo de Lión: “Tengo un recuerdo más vívido de lo que ocurrió en aquel


tiempo, que de eventos recientes (ya que las experiencias de la infancia,
man- teniendo el ritmo con el crecimiento del alma, se incorporan con
ella). De modo que puedo incluso describir el lugar donde el bendito
Policarpo solía sentarse y predicar—su salida, también, y su entrada—su
estilo de vida gene- ral y su apariencia física, junto con los sermones que él
predicaba a la gente. También la manera en que él hablaba de su relación
familiar con Juan, y con el resto de aquellos que habían visto al Señor; y
cómo él traía a la memoria sus palabras. Cualesquiera cosas que él había
oído de ellos respecto del Se- ñor, tanto en relación con sus milagros y sus
enseñanzas, Policarpo, que ha- bía así recibido [información] de los testigos
oculares de la Palabra de Vida, las solía contar todas en armonía con las
Escrituras. Estas cosas, a través de la misericordia de Dios que estaba sobre
mí, yo las escuché luego atentamente, por la gracia de Dios, registrando
estas cosas exactamente en mi mente.”17

Es interesante notar que la predicación de Policarpo no se puede repetir y que


nosotros no podemos experimentar la emoción que sintió Ireneo al recordarla. Pero
no tenemos por qué envidiarlo, porque nosotros tenemos el registro inspirado de la
predicación y el testimonio apostólico en los escritos del Nuevo Testamento.

La Cena del Señor. La “eucaristía” (el nombre más antiguo para esta práctica
cristiana) fue, junto con la predicación, uno de los actos de mayor significado en las
reuniones de los primeros cristianos, en obediencia al claro mandato de Jesús (Mt.
26.26.29; Mr. 14.22-25; Lc. 22.19-24; 1 Co. 11.23-26). Generalmente, cuando llegaba
el momento de la Eucaristía (“acción de gracias”) o Cena del Señor, se invitaba a los
que no eran bautizados a retirarse, porque ésta era sólo “para aquellos que habían
sido bautizados en el nombre del Señor” (según enseña un documento muy
antiguo conocido como Didaché o Enseñanza de los Doce Apóstoles). Justino
Mártir nos pre- senta un cuadro interesante de cómo se celebraba la Eucaristía en
Roma, a mediados del segundo siglo.

17 Ireneo de Lión, Fragmentos de los escritos perdidos de Ireneo, 2.


El cristianismo en el imperio romano 6

Justino Mártir: “Luego es traído al presidente de los hermanos el pan y una


copa de vino mezclado con agua; y él tomándolos, da alabanza y gloria
al Padre del universo, a través del nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y
ofre- ce gracias por un buen rato para que seamos tenidos por dignos de
recibir estas cosas de Sus manos. Y cuando él ha concluido las oraciones y la
acción de gracias, todas las personas presentes expresan su asentimiento
diciendo Amén. Esta palabra Amén corresponde en la lengua hebrea a
genoito [así sea]. Y cuando el presidente ha dado gracias, y todas las
personas han expre- sado su asentimiento, aquellos que son llamados por
nosotros diáconos dan a cada uno de los que están presentes para que
participen el pan y el vino mezclado con agua sobre los cuales la acción de
gracias fue pronunciada, y a aquellos que están ausentes les llevan una
porción. Y esta comida es llama- da entre nosotros Eujaristia [la
Eucaristía], de la que a nadie se le permite participar sino a la persona que
cree que las cosas que nosotros enseñamos son ciertas, y que ha sido
lavada con el lavamiento que es para la remisión de pecados, y para la
regeneración, y que en consecuencia vive según Cristo ha enseñado.”18

El Bautismo. El bautismo cristiano es uno de los ritos cristianos más antiguos. Le


debe mucho a las prácticas de abluciones purificadoras del judaísmo y a su
aplicación como rito de iniciación de los prosélitos. Puede también estar
relacionado con el bautismo de arrepentimiento ministrado por Juan el Bautista.
Se practicó primero en ríos, porque el agua “viva” (es decir, corriente) parecía más
apropiada que el agua “muerta” (estancada), para este acto tan simbólico. El
Nuevo Testamento exhorta diciendo que los creyentes deben “quitarse el ropaje de
la vieja naturaleza” y “ponerse el ropaje de la nueva naturaleza” (Ef. 4.22-24; Col
3.9, 10); también habla de los cre- yentes como “muertos al pecado, pero vivos para
Dios en Cristo Jesús” (Ro. 6.11). El bautismo simboliza todo esto en forma muy real.
Por eso, los cristianos tempranos se desnudaban totalmente antes de entrar al agua,
y luego se vestían con ropas nuevas, limpias y blancas. Generalmente se los
sumergía completamente en el agua. Muy temprano se introdujo la práctica de la
aspersión o el rociamiento, derramando agua sobre la cabeza tres veces. A medida
que el cristianismo se esparció a regiones con climas más rigurosos esta práctica se
fue haciendo cada vez más común.

Los primeros cristianos bautizaban sólo a personas que habían confiado en


Jesu- cristo como Salvador y Señor de sus vidas, y que estaban dispuestas a
comprometer- se como miembros de la comunidad de fe (Mt. 28.19; Mr. 16.16; Jn.
3.5; Ef. 4.5). El bautismo infantil fue una práctica de desarrollo posterior. Esta
práctica ya era cono- cida en los días de Tertuliano de Cartago (160-220), en la
segunda mitad del siglo II, si bien no estaba muy generalizada. Junto con esto, se
dio también paulatinamente un cambio en la comprensión original del
bautismo, a medida en que éste se fue
64 - Historia global del cristianismo

18 Justino Mártir, Primera apología, 65-66.


El cristianismo en el imperio romano 6

interpretando más como un sacramento con cierto poder mágico, con la capacidad
de producir regeneración (Justino Mártir lo llama “baño de la regeneración”).

Los testimonios sobre la práctica del bautismo son múltiples e ilustran de mane-
ra muy vívida cuán importante era este acto de testimonio público para los
primeros cristianos.

Justino Mártir: “Todos aquellos que están persuadidos y creen que lo


que enseñamos y decimos es verdad, y se comprometen a ser capaces de
vivir en conformidad, son instruidos a orar y a rogar a Dios con ayuno, por
la remi- sión de sus pecados pasados, orando y ayunando nosotros con
ellos. Luego son llevados por nosotros donde hay agua, y son regenerados
de la misma manera en que nosotros mismos fuimos regenerados. Porque,
en el nombre de Dios, el Padre y Señor del universo, y de nuestro
Salvador Jesucristo, y del Espíritu Santo, ellos reciben entonces el
lavamiento con agua. Pero
nosotros, después que hemos lavado de esta manera a quien ha estado con-
vencido y ha sido afirmado en nuestra enseñanza, lo llevamos al lugar
donde aquellos que son llamados hermanos están reunidos, a fin de que
podamos ofrecer oraciones sinceras en común por nosotros mismos y por la
persona bautizada [iluminada], y por todos los demás en cualquier lugar,
para que podamos ser contados por dignos, ahora que hemos aprendido
la verdad, y por nuestras obras también ser considerados como buenos
ciudadanos y guardadores de los mandamientos, de modo que podamos ser
salvos con una salvación eterna. Habiendo terminado con las oraciones, nos
saludamos unos a otros con un beso.”19

En muchos lugares, con anterioridad a la administración del bautismo, se


ins- truía durante algún tiempo a los catecúmenos (candidatos al bautismo) en
cuanto a la fe y conducta de un cristiano. Luego de ayunar y orar, éstos estaban
listos para el bautismo, que simbolizaba su abandono del paganismo por el
cristianismo. El acto comenzaba con una solemne confesión de fe por parte del
catecúmeno (“Jesucristo es el Señor;” “Jesús es el Hijo de Dios”), seguía con su
inmersión, la unción de acei- te y la imposición de manos para la llenura del
Espíritu Santo, y terminaba con la bienvenida que se le daba a la comunidad de
los creyentes y su participación en la Cena del Señor.

Tertuliano de Cartago: “No hay absolutamente nada que torne más


obsti- nadas las mentes humanas que la simplicidad de las obras divinas
que son visibles en el acto [del bautismo], cuando se las compara con la
grandeza que es prometida en ello en cuanto al efecto; de modo que de este
hecho mismo, que con una simplicidad tan grande, sin pompa, sin ninguna
novedad con-
66 - Historia global del cristianismo

19 Ibid., 61, 65.


El cristianismo en el imperio romano 6

siderable de preparación, finalmente, sin gasto, un hombre es sumergido en


agua, y en medio de la pronunciación de algunas pocas palabras, es mojado,
y luego levantado nuevamente, no mucho (o casi nada) más limpio, la consi-
guiente obtención de la eternidad es estimada como más increíble ¿Qué
entonces? ¿No es maravilloso, también, que la muerte se lave por el baño? .
. . Nosotros mismos también nos maravillamos, pero es porque creemos.”20

_ otras prácticas cristianas


El día del Señor. Hasta el siglo IV, el día del Señor se observaba en algún
momen- to entre el atardecer del sábado y la hora de iniciar la jornada de trabajo, el
domingo por la mañana. Para los cristianos tempranos, el domingo (“Día del
Señor”) ocupó el lugar del Sabbath judío (Hch. 20.7; 1 Co. 16.2; Ap. 1.10). Justino
Mártir, en su Primera Apología, se refiere a este día de manera particular.

Justino Mártir: “En el día llamado día del sol (en inglés, Sunday), todos los
[hermanos] que viven en ciudades o en el campo, se reúnen en un lugar, y
se leen las memorias de los apóstoles [los Evangelios] o los escritos de los
pro- fetas, en cuanto el tiempo lo permite. Luego, habiendo terminado el
lector, el que preside instruye y exhorta verbalmente a la imitación de
estas cosas buenas. Después todos juntos nos ponemos de pie y oramos, y,
según dijimos antes, concluida nuestra oración, se trae pan y vino con agua,
y el que preside de igual manera ofrece oraciones y acción de gracias,
conforme su capaci- dad, y el pueblo asiente, diciendo ‘¡Amén!’ Y se
procede a la distribución a cada uno y a la participación de aquello sobre lo
cual se ha dado gracias, y a aquellos que están ausentes se les envía una
porción por medio de los diáco- nos. Pero el domingo es el día en el que
todos tenemos nuestra asamblea
común, porque es el primer día en el que Dios, habiendo obrado un cambio
en las tinieblas y la materia, hizo el mundo; y Jesucristo, nuestro Redentor,
en el mismo día resucitó de entre los muertos. Pues él fue crucificado en el
día anterior al de Saturno [sábado]; y en el día después del de Saturno, que
es el día del Sol, habiendo aparecido a sus apóstoles y discípulos, les enseñó
estas cosas, que hemos sometido a ti también para tu consideración.”21

La ayuda a los necesitados. Los primeros cristianos dieron una importancia


pri- mordial a la asistencia de los pobres, las viudas y los huérfanos. Hay que tener
en cuenta que la gran mayoría de los creyentes eran esclavos o libertos muy pobres.
El Nuevo Testamento refleja esta característica de la condición social y económica
de las primeras comunidades cristianas.

20 Tertuliano de Cartago, Sobre el bautismo, 2.


21 Justino Mártir, Primera Apología, 67.
68 - Historia global del cristianismo

Justino Mártir: “Después de estos servicios [Bautismo y Eucaristía], nos re-


cordamos continuamente estas cosas. Y los ricos entre nosotros ayudan a los
que están en necesidad; y siempre nos mantenemos juntos. Y los pudien-
tes y todos los que quieren dan lo que a cada uno le parece adecuado; y
lo que se colecta es depositado con el presidente, quien socorre a los
huérfanos y viudas y a aquellos que, por causa de enfermedad o cualquier
otra causa, están en necesidad, y a aquellos que están presos y a los
extranjeros que están de viaje entre nosotros, y en una palabra, él cuida de
todos los que están en necesidad.”22

Los primeros cristianos fueron bien conocidos por su solidaridad y por la efec-
tividad de su amor puesto en acción. Los Padres Apostólicos y los apologistas uti-
lizaron esta realidad como uno de los argumentos fundamentales en su defensa de
la autenticidad de la fe cristiana. Tertuliano fue uno de los que más apeló a esta
argumentación a fines del segundo siglo, presentando la manera práctica en
que en Cartago la iglesia atendía a las necesidades sentidas de las personas, como
una cuestión prioritaria en el cumplimiento de su misión.

Tertuliano de Cartago: “Si bien tenemos nuestra caja, ésta no está compues-
ta de dinero mal habido, como el de una religión que tiene su precio. Una
vez al mes, si así lo quiere, cada uno pone en ella una pequeña
donación; pero sólo si así lo quiere, y sólo si puede: porque no hay
obligación; todo es volun- tario. Estos donativos son una especie de fondo
de depósito piadoso. Porque no se los toma de allí y se los gasta en fiestas, y
borracheras, y comilonas, sino en sustentar y ayudar a gente pobre, a suplir
las necesidades de niños y niñas carentes de medios y padres, y de personas
ancianas confinadas ahora a la casa; también a los que han sufrido
naufragio; y si ocurre que hay alguien en las minas, o exiliado en las islas,
o encerrado en las prisiones, por ninguna otra razón que su fidelidad a la
causa de la iglesia de Dios, ellos se transfor- man en la base de su confesión.
Pero es fundamentalmente las acciones de un amor tan noble lo que lleva a
muchos a poner una marca sobre nosotros. Miren, ellos dicen, cómo se
aman unos a otros.”23

Según Eusebio de Cesarea (260-340) en su Historia eclesiástica, en el año 250,


las iglesias en Roma, sostenían a su obispo, “46 presbíteros, siete diáconos,
siete sub-diáconos, 42 acólitos, 52 exorcistas, lectores, y porteros, y más de 1.500
viudas y personas en desgracia, todos ellos nutridos por la gracia y el cuidado
amoroso del Maestro.”24 Un siglo más tarde, en 362, el emperador Juliano el
Apóstata se quejaba:

22 Ibid.
23 Tertuliano de Cartago, Apología, 39.
El cristianismo en el imperio romano 6
24 Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 6.43.11.
70 - Historia global del cristianismo

“Los cristianos alimentan no sólo a sus propios pobres, sino también a los nuestros,
mientras que nadie que esté necesitado busca ayuda en los templos [paganos].”25

_ símbolos cristianos
La riqueza iconográfica producida por los primeros cristianos es sorprendente.
La fe en Jesucristo era proclamada no sólo a través de la palabra hablada y escrita,
la conducta y el ejemplo, el amor y la solidaridad de los creyentes, sino también
a través del arte y una gran variedad de expresiones plásticas y artísticas. En
general, las representaciones más numerosas son de carácter simbólico, y expresan
de ma- nera elocuente los contenidos de la fe. La mayoría de los símbolos cristianos
se uti- lizaban en epitafios en las tumbas. El lenguaje simbólico servía para
distinguir una cierta tumba como cristiana y transmitir un mensaje, cuyo
significado sólo podían entender otros cristianos. Las evidencias más importantes
se encuentran en las ca- tacumbas de Roma. Éstas son galerías subterráneas
cercanas a las rutas de salida de la ciudad, que se extienden por más de 800
kilómetros y que antiguamente servían como lugares de sepultura. Se conocen unas
35 catacumbas. Las más antiguas datan de mediados del siglo II y se conocen por
los nombres de algunos mártires cristia- nos famosos: Lucina, Calixto, Domitila
y Priscila.

Las inscripciones y pinturas de las catacumbas ayudan a clarificar el desarrollo


del arte y el simbolismo cristiano temprano. Los símbolos cristianos más comunes
son: el pez, la cruz, el ancla, la paloma, la barca, y el buen pastor.

El pez. De todos los símbolos cristianos, éste es uno de los más antiguos y
por cierto de los más populares hasta el día de hoy. El pez representa la esencia de
la fe cristiana. En relación con su significado, Tertuliano señala con referencia al
bautis- mo cristiano: “Pero nosotros [los cristianos], somos peces pequeños, que
al igual que nuestro Ichthus [“pez” en griego] Jesucristo, somos nacidos en el agua,
así como tampoco tenemos seguridad de ninguna otra manera que morando
permanen- temente en el agua. . . ¡la forma de matar a los peces pequeños es
sacándolos del agua!”26 Las palabras del célebre líder cristiano, apologista y pastor
de Cartago hacen referencia a lo que se conoce como Anagrama de Tertuliano, es
decir, el uso de una palabra para formar diversos significados. En este caso,
utilizando las letras griegas de la palabra pez (ichthus), se puede elaborar un
anagrama que representa la con- fesión de la fe cristiana por excelencia:
“Jesucristo, el Hijo de Dios [es] el Salvador.”

25 Citado en Foster, The First Advance, 28.


El cristianismo en el imperio romano 7
26 Tertuliano de Cartago, Sobre el bautismo, 1.
72 - Historia global del cristianismo

CUADRO 7 - anagrama de tertUliano

Palabra latín griego traducción

I Iesous  Jesús

c Christos  Cristo

Z Theos  de Dios

Á Uios  Hijo

S Soter  Salvador

La cruz. El símbolo de la cruz fue evitado al principio por los cristianos, no sólo
por su relación directa con la muerte de Cristo, sino también por su vergonzosa
aso- ciación con la ejecución de un criminal común. Además de instrumento de
tortura, maldición y muerte, la cruz era conocida como símbolo en el mundo
grecorromano. Sus dos barras ya eran en la antigüedad un símbolo cósmico del eje
entre el cielo y la tierra. Pero su temprana elección por los cristianos como
símbolo característico de su fe tuvo una explicación más específica. Ellos no
querían conmemorar como central para su comprensión de Jesús ni su nacimiento
o juventud, ni su enseñanza o servicio, tampoco su resurrección o reinado, ni su
don del Espíritu Santo, sino su muerte, su crucifixión. Parece seguro que, al menos
desde el siglo II en adelante, los cristianos no sólo llevaban, pintaban y esculpían la
cruz como un símbolo gráfico de su fe, sino también hacían la señal de la cruz sobre
sí mismos u otros, especialmente como indicación de protección contra las
acechanzas del maligno.

La cruz es el símbolo por excelencia de la muerte de Jesús y el centro del


mensaje cristiano (1 Co. 1.18; Ef. 2.16; ver 1 Co. 1.23; 2.2). El principal triunfo
del cristia- nismo ha sido el de transformar la cruz como símbolo de vergüenza
y dolor, en símbolo de lo que es más glorioso y sagrado—el amor de Dios—, y
del triunfo y exaltación de Cristo.

El lábaro de Constantino. Después de la supuesta “conversión” de este emperador


romano (312), este símbolo se universalizó como representación de la cristiandad.
Está compuesto por las dos primeras letras del nombre “Cristo” en griego: xP.
Según la leyenda, la noche anterior a su combate contra Majencio, su
competidor por el trono imperial, Constantino tuvo una visión en la cual oyó una
voz que le decía: “In hoc signo vinces” (Con este signo, vencerás). Temprano a la
mañana, Constantino hizo cambiar el estandarte tradicional de las legiones
romanas (SQPR, “el Senado y el Pueblo de Roma”) por las dos primeras letras del
nombre de Cristo. . . ¡y salió vic-
El cristianismo en el imperio romano 7

torioso en la batalla sobre el puente Milvio! Desde entonces, este símbolo ha ador-
nado altares, púlpitos, libros e instrumentos sagrados, indicando que son
cristianos.

CUADRO 8 - símbolos cristianos

alfa y omega La eternidad de Cristo. Paloma


Espíritu Santo en el bautismo de Jesú

ancla Pan y Vino Eucaristía—la muerte de


Fe.

cHi-rHo
Primeras dos letras griegas del nombre “Cristo.” Lábaro de Constantino.
Pastor Cuidado de Cristo por su pue
cordero Sacrificio expiatorio de Cristo.

Pescado Anagrama: “Jesús Cristo, e

crUZ
Muerte de Cristo.
Vid
La unión de Cristo con su pueblo; el v
llama de fUego Espíritu Santo en el día de Pentecostés.

la iglesia y sU misión

_ el comienzo
El comienzo de la primera comunidad cristiana fue muy humilde. El libro
de los Hechos nos habla de apenas 120 personas en una casa de Jerusalén.
Realmente un comienzo pequeño. Sin embargo, a partir de aquel puñado de
creyentes llenos del Espíritu Santo, muy pronto el testimonio cristiano se esparciría
a lo largo y a lo ancho del Imperio Romano y más allá también, en todas
direcciones. Si bien Hechos no registra la expansión del cristianismo a las diferentes
regiones representadas en Pentecostés (Partia, Media, Elam, Mesopotamia y Libia),
sí hay testimonios del arri- bo temprano de la fe cristiana a estos lugares como
también a Asia Menor (Capado- cia, Ponto, Asia, Frigia y Panfilia), a África del
74 - Historia global del cristianismo

Norte (Egipto y Cirene), Roma, Cre-


El cristianismo en el imperio romano 7

ta, Arabia , entre otras regiones. De modo que, en las décadas inmediatas después
de Pentecostés, el movimiento cristiano se esparció ampliamente tanto dentro como
fuera del Imperio Romano.

De los relatos de los viajes misioneros de Pablo y de referencias en sus epístolas,


sabemos que el evangelio fue llevado a Macedonia, Acaya y posiblemente también
a España. Esta rápida expansión ocurrió dentro de los primeros 35 años después de
la muerte de Cristo. No obstante, desconocemos con precisión el grado de
penetración en estas áreas o cualquier extensión más allá de ellas, hacia fines del
primer siglo. La Primera Carta de Pedro habla de cristianos en Bitinia, Ponto y
Capadocia. También se habla de cristianos en Tiro y Sidón, y muchas otras
partes.

Para el año 240, Orígenes decía que las profecías del Antiguo Testamento se
estaban cumpliendo y que el cristianismo se estaba transformando en una religión
mundial. Según él señala, en su Comentario sobre Ezequiel: “Con la venida de Cristo,
la tierra de Bretaña acepta la creencia en el único Dios. Así también los moros
de África. Así también todo el globo. Ahora hay iglesias en las fronteras del
mundo, y toda la tierra grita de gozo al Dios de Israel.”27

_ el avance
¿Cómo ocurrió este extraordinario avance? ¿Quiénes fueron sus protagonis-
tas? Los documentos del Nuevo Testamento y de la primera literatura cristiana nos
ofrecen suficientes testimonios como para ilustrar este proceso asombroso.
Sobre todo, nos muestran cómo, bajo la conducción del Espíritu Santo, apóstoles y
profe- tas, evangelistas y misioneros itinerantes, obispos o pastores maestros,
apologistas y creyentes anónimos proclamaron las buenas nuevas del evangelio y
llevaron su mensaje hasta pueblos remotos.

El ministerio de los apóstoles. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta
a los primeros en asumir la responsabilidad de llegar con el evangelio “hasta los
con- fines de la tierra.” Lucas, el primer historiador cristiano y autor de Hechos,
describe los primeros pasos del avance del cristianismo siguiendo el bosquejo
trazado por Jesús antes de ascender a los cielos (Hch. 1.8). El cuadro que sigue
resume las tres etapas principales del ministerio o misión de los apóstoles, según
Hechos.28
76 - Historia global del cristianismo

27 Citado en Foster, The First Advance, 35.


28 Tomado de Ibid., 39.
El cristianismo en el imperio romano 7

CUADRO 9 - tres etaPas de la misión de los aPóstoles

figUras centrales -
tres etaPas
eVentos - Progreso

1. testimonio “en - testimonio a JUdios y Proselitos


Jerusalén” (Hechos 1-5) Los doce con Pedro y Juan como centrales.
Sus oyentes eran hombres que provenían de 14
áreas diferentes, 5 en Oriente y 2 en África. Tres
mil se convierten en un día. Los números pronto
ascienden a cinco mil.

2. testimonio “en toda - testimonio a samaritanos,


Judea y samaria” gentiles adHerentes y Paganos
(Hechos 6-12) Los Siete, con Esteban y Felipe como
centrales. Esteban fue martirizado y los líderes
esparcidos por Judea y Samaria.
Pedro en Judea (Lida y Jope), y Samaria
(Cesarea). Pedro bautiza a un soldado romano
que era adherente del judaismo y a su familia.
Pedro es arrestado por Herodes, escapa, y
huye de Jerusalén.

3. testimonio “hasta lo - testimonio a los gentiles


último de la tierra” Profetas y maestros de Antioquía comisionan a
(Hechos 13-28) Bernabé y Pablo. Pablo es central. Los tres viajes
misioneros de Pablo, su arresto en Jerusalén, su
defensa en Cesarea y su arribo a Roma.

Como indica Foster: “Cuando consideramos al libro de los Hechos de los Após-
toles en su totalidad, . . . podemos ver estas tres etapas no sólo como movimientos
de un área a otra, sino como una ampliación del alcance misionero.” 29 El hecho más
grande que narra el libro de los Hechos fue la misión a los gentiles, encarada por el
apóstol Pablo, porque esto cambió los destinos del cristianismo, que se transformó
de esta manera en una religión verdaderamente universal o mundial. Pablo fue el
instrumento que el Señor utilizó para dirigir a la Iglesia hacia esta orientación uni-
versal de su servicio y ministerio, que es tan característica y propia del cristianismo.
No obstante, la expansión apostólica de la fe cristiana fue la visión central que go-
bernó las decisiones y acciones de los primeros cristianos.

Eusebio de Cesarea: “Los santos apóstoles y discípulos de nuestro Salvador


fueron esparcidos por todo el mundo. Tomás, nos cuenta la tradición,
fue elegido para Partia, Andrés para los escitas, Juan para Asia, donde
perma-

29 Ibid., 38.
78 - Historia global del cristianismo

neció hasta su muerte en Éfeso. Pedro parece haber predicado en Ponto, Ga-
lacia y Bitinia, Capadocia y Asia, a los judíos de la Dispersión. Finalmente,
vino a Roma donde fue crucificado, cabeza abajo según su propio
pedido.
¿Qué se necesita decir de Pablo, quien desde Jerusalén hasta tan lejos como
Ilírico predicó en toda su plenitud el evangelio de Cristo, y más tarde
fue martirizado en Roma bajo Nerón?”30

No es muy claro cuál fue el campo de labor apostólica de cada uno de los
prime- ros apóstoles, y al evaluar esto conviene tener en cuenta lo que observa
Latourette, cuando dice: “La tradición posterior que narra las actividades de varios
miembros del grupo original de los Doce Apóstoles en partes del mundo bien
diferentes no se ha probado que tenga base alguna en los hechos.”31 Se dice que
Bartolomé llevó el Evangelio de Mateo a la India, adonde también llegó Tomás
después de ministrar en Partia. La tradición en cuanto a Mateo es más bien confusa.
Se dice que predicó primero a su propio pueblo y más tarde en tierras extranjeras.
Jacobo el hijo de Al- feo parece haber ido a Egipto, mientras que se informa que
Tadeo fue misionero en Persia. Egipto y Bretaña se mencionan como campos de
misión de Simón el Zelote, mientras que también hay reportes de su ministerio en
Persia y Babilonia. Se le atri- buye al evangelista Juan Marcos haber fundado la
iglesia en Alejandría.

El ministerio de los obispos y/o pastores. Además de los apóstoles, hubo


muchos otros que llevaron adelante esta misión. Entre ellos, los obispos o pastores
que son considerados por Eusebio de Cesarea como los “sucesores de los
apóstoles.” En la historia del cristianismo muchos de ellos son conocidos
también como Padres Apostólicos. Ellos fueron los autores de los primeros
escritos cristianos después de los apóstoles. Se los llama “Padres” porque este
término se aplicaba al maestro, ya que en el uso de la Biblia y del cristianismo
primitivo los maestros son considerados como los padres espirituales de sus
alumnos (1 Co. 4.15). El calificativo de “apostó- licos” deriva del hecho de que
fueron discípulos directos o indirectos de alguno de los Doce. Entre los Padres
Apostólicos más importantes cabe mencionar:

Clemente de Roma (30-100), fue el tercer obispo de Roma, entre los años 91-
100. Eusebio (siguiendo a Orígenes) lo identifica con el Clemente de Filipenses 4.3.
Eusebio menciona y cita el texto de la carta que Clemente “escribió en nombre de la
iglesia romana” a la iglesia de Corinto y la califica de “epístola grande y
maravillosa.” También dice que esta epístola “es leída desde tiempos antiguos
hasta nuestros días en las iglesias.” En esta carta Clemente enfatiza la idea de la
sucesión apostólica, doctrina que más tarde sería fundamental para la Iglesia
Católica Romana. Cle- mente escribió esta carta para hacer frente a un conflicto
generado en la iglesia de Corinto, allá por el año 95. Por las expresiones de
Clemente, parece ser que la iglesia
El cristianismo en el imperio romano 7

30 Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 3.1.


31 Latourette, History of the Expansion of Christianity, 1:82-83.
80 - Historia global del cristianismo

en aquella ciudad no había aprendido muy bien las lecciones que Pablo quiso ense-
ñarles a través de sus varias cartas. Este notable obispo de Roma murió mártir bajo
la persecución de Domiciano.

Ignacio de Antioquia (m. 117) sirvió como obispo de Antioquía de Siria


hasta que fue arrestado allí y enviado bajo custodia a Roma, donde fue martirizado
du- rante el reinado del emperador Trajano. Durante el viaje escribió cartas a
varias iglesias de Asia Menor y a la iglesia en Roma, alentando a los creyentes
en su fe y combatiendo a aquellos judíos cristianos que a él le parecía restringían el
significa- do y la práctica del evangelio cristiano con sus enseñanzas y prácticas
judaizantes. También atacó a otros (quizás los mismos judaizantes) que no
podían aceptar la realidad de la encarnación de Cristo y sus sufrimientos, y en
consecuencia se incli- naban a las doctrinas del docetismo. Ignacio fue un gran
defensor de la fe y se opuso especialmente a las herejías gnósticas. Sus cartas
conocidas son: A los Efesios, A los Magnesios, A los Tralianos, A los Romanos, A los
Filadelfos, A los Esmirnenses, y una carta A Policarpo. En su carta A los Romanos,
Ignacio habla con gran entusiasmo de su inminente martirio en Roma, y lo hace
en términos que hoy nos sorprenden.

Ignacio de Antioquía: “Ojalá que disfrute de las bestias que están prepara-
das para mí, y ruego hallarlas ya prontas contra mí. Hasta voy a acariciarlas
para que sin demora me devoren, y no (me suceda) como a algunos a quie-
nes, intimidadas, no tocaron. Y si ellas se resistieren, yo mismo las provoca-
ré. ¡Perdonadme! Yo sé lo que me aprovecha. Ahora empiezo a ser discípulo
de Cristo. ¡Que nada de las cosas visibles o invisibles me tenga celos,
por llegar a Jesucristo! ¡Que fuego o cruz, manadas de bestias,
(amputaciones, desmembraciones), descoyuntamiento de los huesos,
miembros cortados, tormentos de todo el cuerpo, crueles azotes del diablo
vengan sobre mí, con tal de llegar a Jesucristo!”32

Policarpo de Esmirna (69-155) fue obispo de Esmirna en Asia Menor y discípulo


del apóstol Juan, y un destacado evangelista. Éste es el Policarpo, que tan profun-
damente había impresionado al joven Ireneo con su predicación. En razón de
su fidelidad, llegó a ser venerado como un testigo viviente de la era apostólica a lo
largo de la primera mitad del siglo segundo. Policarpo compiló y preservó las
epístolas de Ignacio y escribió una epístola A los Filipenses. Vivió hasta una edad
avanzada di- ciendo, en el juicio previo a su martirio, que había servido a Cristo
por 86 años. Fue martirizado en el año 155-156, bajo el emperador Antonino Pío.
Tenemos el relato de su martirio, que tiene la forma de una carta encíclica de la
iglesia de Esmirna, y que fue probablemente escrita por testigos oculares del
mismo. El relato es suma- mente conmovedor y refleja la grandeza espiritual de
este gran pastor.
El cristianismo en el imperio romano 8
32 Ignacio de Antioquía, Romanos, 5.
82 - Historia global del cristianismo

Actas del martirio de Policarpo: “Cuando Policarpo entró en el estadio, ha-


bló una voz del cielo: ‘¡Sé fuerte, sé hombre, Policarpo!’ Nadie vio al que
hablaba, mas oyeron la voz cuantos estaban presentes de los nuestros. . . .

Llevado ante el procónsul, éste le preguntó si era Policarpo. A su respuesta


afirmativa, le instaba a renegar de su fe, diciéndole: ‘¡Apiádate de tu vejez!’
y otras cosas por el estilo, como es su costumbre en tales
procedimientos, como: ‘¡Jura por la fortuna de César! ¡Conviértete! Di:
¡Mueran los ateos!’ Entonces Policarpo, volviéndose con semblante
sombrío hacia toda esa mu- chedumbre de impíos paganos apiñada en el
estadio, extendió hacia ellos su mano y mirando al cielo, con un suspiro
dijo: ‘¡Mueran los ateos!’

Luego el procónsul insistió más y dijo: ‘¡Jura y te absolveré! ¡Blasfema a


Cristo!’ Le repitió Policarpo: ‘Durante ochenta y seis años he servido a
Cristo y nunca me hizo mal alguno. ¿Cómo puedo blasfemar de mi Rey
que me salvó?’ Pero como el otro insistía aún, diciéndole: ‘¡Jura por la
fortuna del César!’, contestó: ‘Si te impulsa la vanagloria a hacerme jurar
por la fortuna del César, según tus palabras, y estás fingiendo ignorar quién
soy, escucha mi franca confesión: ¡soy cristiano! Si empero quieres conocer
la razón de la fe cristiana, ¡dame un día y óyeme!’

El procónsul le dijo: ‘Te entregaré como pasto de las llamas, si es que las
bestias te parecen poco, y si no cambias de actitud.’ Policarpo le
contestó: ‘Me amenazas con un fuego que arde una hora y pronto se apaga,
porque no conoces aquel fuego del juicio venidero y del eterno suplicio que
espera a los impíos. Pero, ¿para qué más demora? ¡Haz lo que quieras!’”33

El ministerio de evangelistas y misioneros itinerantes. Además de los apóstoles


y pastores hubo muchos otros que llevaron adelante la misión cristiana. Los
docu- mentos del Nuevo Testamento ilustran la efectividad del ministerio
evangelizador y misionero de muchos, que yendo de lugar en lugar ganaban a
nuevos creyentes y plantaban iglesias. En los primeros siglos muchos evangelistas
y misioneros itine- rantes iban de comarca en comarca proclamando el
evangelio tal como lo habían hecho los Setenta (Lc. 10.1-24), Felipe (Hch. 8), y
otros anteriormente. Conforme la indicación de Jesús, estos predicadores
itinerantes vivían de lo que los creyentes locales les daban para su sustento y se
alojaban en sus casas, mientras cumplían su ministerio en cada localidad. Fue
inevitable que muy pronto se cometieran abusos y que algunos de estos
predicadores itinerantes cumplieran su ministerio para “obte- ner ganancias mal
habidas” (1 Ti. 3.3; Tit. 1.10-11; 1 P. 5.2). Leyendo los documen- tos del Nuevo
Testamento se perciben los problemas que provocaban algunos de estos
ministerios itinerantes falsos o con motivos equivocados.
El cristianismo en el imperio romano 8
33 Actas del martirio de Policarpo, 9-11.
84 - Historia global del cristianismo

La Didaché es un pequeño opúsculo de fines del primer siglo, que gozó de gran
autoridad como manual de eclesiología, al punto que compitió seriamente con los
escritos canónicos del Nuevo Testamento en la preferencia de los primeros cristia-
nos. El documento pretende basar su enseñanza en los apóstoles, y por eso se
lo conoce también como Doctrina de los Doce Apóstoles. La obra se presenta como
una síntesis moral, litúrgica y disciplinaria. Es posible haya sido utilizada para la
educa- ción cristiana de los catecúmenos. La Didaché advierte sobre el ministerio
itinerante de algunos evangelistas falsos o deshonestos.

Didaché: “En cuanto a los apóstoles y profetas, procedan así conforme al


precepto del evangelio: todo apóstol que llegue a ustedes ha de ser recibido
como el Señor. Pero no se quedará por más de un día o dos, si hace falta;
que- dándose tres días, es un falso profeta. Al partir, el apóstol no aceptará
nada sino pan para sustentarse hasta llegar a otro hospedaje. Si pidiere
dinero, es un falso profeta. Y a todo profeta que hable en espíritu [lleno
del Espíritu Santo], no le tienten ni pongan a prueba. Porque todo pecado
se perdonará; mas este pecado no será perdonado. Pero no cualquiera que
habla en espí- ritu es profeta, sino sólo cuando tenga las costumbres del
Señor. Pues, por las costumbres se conocerá al seudo-profeta y al profeta. Y
ningún profeta, disponiendo la mesa en espíritu, comerá de la misma, de lo
contrario, es un falso profeta. Pero todo profeta que enseña la verdad, y no
hace lo que ense- ña, es un profeta falso. Todo profeta, sin embargo,
probado y auténtico, que obra para el misterio cósmico de la iglesia, pero no
enseña a hacer lo que él hace, no ha de ser juzgado por ustedes. Su juicio
corresponde a Dios. Porque otro tanto hicieron los antiguos profetas. Mas
quien dijere en espíritu: Dame dinero, u otra cosa semejante, no lo
escuchen. Si, empero, les dice que den para otros menesterosos, nadie
lo juzgue.”34

No obstante, fueron mucho más numerosos los evangelistas y misioneros que


cumplieron su ministerio con poder de lo alto y gran efectividad. Entre los más
destacados cabe mencionar a algunos que no sólo proclamaron la palabra acompa-
ñando el mensaje con señales y milagros, sino también con una profunda reflexión
teológica y enseñanza de la sana doctrina.

Cuadrato de Atenas (c. 130) fue un gran evangelista, según Eusebio, al igual
que Panteno de Sicilia (c. 200). Del segundo se dice que se convirtió del
paganismo al cristianismo y se involucró muy pronto en un ministerio de
predicación misionera. Hizo un viaje a la India con la idea de ganar a las castas
superiores para la fe cristia- na. Desde alrededor del año 180 se estableció en
Alejandría, donde enseñó y sirvió como el primer director de la escuela catequética
en aquella ciudad de Egipto. Entre
El cristianismo en el imperio romano 8
34 Didaché, 11.2-12.
86 - Historia global del cristianismo

sus discípulos estuvieron destacados teólogos de la antigüedad, como Clemente de


Alejandría y Alejandro de Jerusalén.

Eusebio de Cesarea: “Para ese tiempo, Panteno, un hombre altamente dis-


tinguido por su erudición, estaba a cargo de la escuela de los fieles en
Ale- jandría. Una escuela de erudición sagrada, que continúa hasta nuestro
día, fue establecida allí en tiempos antiguos, y tal como se nos ha informado,
fue administrada por hombres de gran habilidad y celo por las cosas
divinas. En- tre estos se informa que Panteno en ese tiempo fue
especialmente conspicuo, ya que había sido educado en el sistema filosófico
de aquellos llamados es- toicos. Ellos dicen que él manifestó tal entusiasmo
por la palabra divina, que fue designado como heraldo del evangelio de
Cristo a las naciones del Este, y fue enviado hasta tan lejos como la India.
Porque realmente todavía había muchos evangelistas de la Palabra que
procuraban ardientemente utilizar su celo inspirado, siguiendo los
ejemplos de los apóstoles, para el incremento y edificación de la Palabra
divina. Panteno fue uno de éstos, y se dice que él fue a la India. Y se informa
que entre personas allí que conocían a Cristo, él encontró el Evangelio según
Mateo, que había anticipado su propio arribo. Puesto que Bartolomé, uno de
los apóstoles, les había predicado, y había de- jado con ellos el relato de
Mateo en la lengua hebrea, que ellos preservaron hasta ese tiempo. Después
de muchas buenas acciones, Panteno finalmente llegó a ser la cabeza de la
escuela en Alejandría, y expuso los tesoros de la doctrina divina tanto
de manera oral como por escrito.”35

El ministerio de los apologistas. Los apologistas fueron defensores de la fe cristia-


na durante el siglo II, que enseñaron y escribieron contra las acusaciones populares
y otros ataques más sofisticados, especialmente por parte de representantes del ju-
daísmo y el politeísmo. Estos escritores, mayormente en lengua griega, se propusie-
ron defender la verdad y posición de la fe cristiana frente a las filosofías, religiones
y planteos políticos de sus días. Muchos de sus escritos estuvieron dedicados a los
emperadores, pero sus interlocutores fueron mayormente las personas educadas de
sus días. Algunos de los apologistas más famosos fueron los siguientes.

Arístides de Atenas (76-138) fue un filósofo ateniense cristiano, que


presentó al emperador Antonino Pío una defensa del cristianismo, alrededor
del año 140. Eusebio menciona a Arístides como “un creyente fervientemente
devoto a nuestra religión, que dejó, al igual que Cuadrato, una apología de la fe,
dirigida a Adriano.”36 Evidentemente, Eusebio se equivocó en cuanto al destinatario
de la Apología, pero no en cuanto a la calidad y compromiso cristiano de su
autor. Jerónimo dice que la Apología de Arístides estaba llena de pasajes de
escritos de los filósofos, y que

35 Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 5.10.


El cristianismo en el imperio romano 8
36 Ibid., 4.3.3.
88 - Historia global del cristianismo

Justino, más tarde, hizo bastante uso de ella. Su obra muestra una fuerte influencia
paulina. La Apología de Arístides es la más antigua que se conserva.

Arístides de Atenas: “Los cristianos conocen y confían en Dios. Apaciguan


a quienes los oprimen y los hacen sus amigos, hacen bien a sus
enemigos. Sus esposas son virtuosas y sus hijas modestas; sus hombres
se abstienen de casamientos ilícitos y de toda deshonestidad. Si tienen
siervos o niños los persuaden a hacerse cristianos por el amor que a ellos
tienen; y cuando lo son, los llaman sin distinción hermanos; se aman los
unos a los otros. No rehúyen ayudar a las viudas. Rescatan al huérfano de
los que le hacen violencia. El que tiene da al que no tiene. Si ven a un
forastero, lo llevan a su casa y se regocijan como un verdadero hermano;
no se llaman herma- nos por el parentesco, sino por el Espíritu de Dios. Si
entre ellos hay alguno pobre y necesitado y no tienen bocado que darle,
ayunarán dos o tres días para proporcionarle el alimento necesario.
Escrupulosamente obedecen los mandatos del Mesías. Todas las mañanas y
a cada hora dan gracias y alaban a Dios por su amorosa bondad hacia ellos;
por ellos fluye todo lo bello que hay en el mundo. Pero las buenas acciones
que ellos hacen no las proclaman a los oídos de las multitudes y tienen
cuidado de que ninguno las perciba. Así es como ellos trabajan para ser
rectos. Verdaderamente ésta es gente nueva y hay algo de divino en
ellos.”37

Ya hemos citado a Justino Mártir (114-165), el más grande de los apologistas


del siglo II. Justino nació en Flavia (Neápolis). Desde joven quiso conocer a
Dios de manera personal. Así fue como recorrió los caminos del estoicismo, la
filosofía de los peripatéticos y pitagóricos, y por último, el platonismo, pero sin
encontrar satisfacción para su búsqueda de la verdad. Cierto día, mientras
caminaba por la playa, se encontró con un anciano que lo convenció de la verdad
del cristianismo. Se convirtió a la nueva fe, a la que defendió con todo el bagaje
de su experiencia intelectual. Justino había estudiado como filósofo antes de
hacerse cristiano, y como cristiano continuó vistiendo la toga de filósofo, de modo
que enseñó el cristianismo como la filosofía verdadera.

De sus obras sólo sobreviven las Apologías (primera y segunda), y el Diálogo


con Trifón el judío. Parece que Eusebio conoció también otras obras de este gran
apologista. Sus Apologías son defensas de la fe cristiana contra la persecución y las
sospechas que parecían justificar tal persecución. Están dirigidas al emperador, el
senado y el pueblo de Roma. Su Diálogo con Trifón es una larga y estilizada
discusión sobre la interpretación de las Escrituras, en la que Justino justifica la
interpretación “profética” de la Biblia contra los argumentos del judío Trifón.
Sus otras obras es- taban dirigidas contra herejes, especialmente Marción y los
gnósticos, y parecen
El cristianismo en el imperio romano 8
37 Arístides de Atenas, Apología, 15.3-11.
90 - Historia global del cristianismo

haber incluido algunos tratados filosóficos. Justino fue muy influido por la filosofía
platónica de sus días, en la que él veía muchos paralelos con el cristianismo.
Fue martirizado entre el 162 y 168. El relato de su martirio ha llegado a nuestros
días y es conmovedor.

El martirio de los santos mártires: “Rusticus el prefecto dijo: ‘¿Dónde se


reúnen?’ Justino dijo: ‘Donde cada uno escoge y puede: ¿acaso te imaginas
que todos nosotros nos reunimos exactamente en el mismo lugar? De
nin- gún modo; porque el Dios de los cristianos no está circunscrito por un
lugar; pero siendo invisible, él llena los cielos y la tierra, y es adorado y
glorificado por los fieles.’ Rusticus el prefecto dijo: ‘Dime, ¿dónde se
reúnen, o en qué lugar juntan a sus seguidores?’ Justino dijo: ‘Vivo
escaleras arriba de un tal Martinus, cerca del Baño Timiotinio; y durante
todo este tiempo (y ahora estoy viviendo en Roma por segunda vez)
ignoro de cualquier otro lugar de reunión que el de él. Y si alguien deseaba
venir a mí, le comunicaba las doc- trinas de la verdad.’ Rusticus dijo:
‘Entonces, ¿no eres un cristiano?’ Justino dijo: ‘Sí, yo soy un cristiano.’. . .
Rusticus el prefecto dijo: ‘Entonces vayamos a la cuestión que tenemos por
delante, y. . . ofrezcan sacrificio de buena volun- tad a los dioses.’ Justino
dijo: ‘Ninguna persona en su sano juicio abandona la piedad por la
impiedad.’ Rusticus el prefecto dijo: ‘A menos que obedez- can, serán
castigados sin misericordia.’ Justino dijo: ‘Por medio de la oración podemos
ser salvos por nuestro Señor Jesucristo, aun cuando hayamos sido
castigados, porque esto se tornará para nosotros en salvación y
confianza en el juicio más temible y universal de nuestro Señor y Salvador.’
Lo mismo dijeron los otros mártires: ‘Haz lo que quieras, porque nosotros
somos cris- tianos, y no sacrificaremos a los ídolos’.”38

Hay un apologista anónimo, el autor de la Carta a Diogneto (c. 170). Esta


carta es una apología cuyo autor y fecha de composición son desconocidos. Está
dirigi- da al filósofo estoico Diogneto, quien fuera maestro del emperador Marco
Aurelio (161-180). En doce breves capítulos, la carta presenta una de las más bellas
y nobles apologías cristianas de su tiempo. El autor demuestra la necedad de la
adoración a los ídolos y expone el carácter de la fe cristiana.

Carta a Diogneto: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni


por su tierra natal, ni por su idioma, ni por sus instituciones políticas. Es
a saber que no habitan en ciudades propias y particulares, no hablan una
len- gua inusitada, no llevan una vida extraña. Tampoco su orden de vida
ha sido inventado por el estudio ingenioso de hombres curiosos; no
patrocinan un sistema filosófico humano, como hacen algunos. Moran en
ciudades griegas y bárbaras, según la suerte se lo depara a cada uno.
Siguen las costumbres
El cristianismo en el imperio romano 9
38 Anónimo, El martirio de los santos mártires, 2, 4.
92 - Historia global del cristianismo

regionales en el vestir y en el comer, y en las demás cosas de la vida.


Mas, con todo esto, muestran su propio estado de vida, según la opinión
común, admirable y paradójico.

Viven en su patria, mas como si fuesen extranjeros. Participan de todos los


asuntos como ciudadanos, mas lo sufren todo pacientemente como
foras- teros. Toda tierra extraña es patria de ellos; y toda patria, tierra
extraña. Contraen matrimonio, como todos. Crían hijos, mas no los
echan a perder. Tienen en común la mesa, mas no el lecho. Viven en la
carne, mas no según la carne. Moran en la tierra, pero tienen su ciudadanía
en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su vida particular
sobrepujan a las leyes. Aman a todos y de todos son perseguidos. Son
desconocidos, pero condenados. Los matan, y con ello les dan vida. Son
mendigos y enriquecen a muchos. Sufren penuria de todo y abundan en
todas las cosas. Son despreciados y en la des- honra hallan su gloria.”39

Otro gran apologista fue Atenágoras (c. 177), un filósofo ateniense que se con-
virtió al cristianismo mientras leía la Biblia con el propósito de refutarla. Fue ante-
cesor de Panteno en la escuela catequética de Alejandría y el más capaz de todos los
apologistas griegos. Escribió muchos libros, la mayoría de ellos ahora perdidos. No
obstante, de todas sus obras se conservan su Apología y un Tratado sobre la resurrec-
ción, que dan evidencia de su habilidad como escritor y de su rica cultura. Atenágo-
ras presentó su Apología a los emperadores Aurelio y Cómodo en el año 177.

Minucio Félix (m. 180) fue un abogado romano y el primer apologista que
es- cribió en latín. Su obra lleva el título de Octavio, ya que éste era el nombre del
pro- tagonista cristiano que discute con un pagano. La obra consiste en una
discusión acerca del paganismo y el cristianismo. El libro está dividido en diez
capítulos, que son muy atractivos en razón de su lenguaje fácil y fluido. Lo más
interesante de todo el diálogo es que el pagano repite los rumores que circulaban
acerca de los cristia- nos en los sectores populares, y esto nos da una idea de la
opinión de la gente en el Imperio Romano acerca de los cristianos.

Minucio Félix: “Oigo que, persuadidos por alguna convicción absurda, ellos
adoran la cabeza de un asno, la más baja de todas las criaturas. El relato
acerca de la iniciación de los nuevos miembros es tan detestable como es
bien conocido. Un niño, cubierto con harina, en orden a engañar a los
des- prevenidos, es colocado delante de aquél que es iniciado en los
misterios. Engañado por esta masa de harina, que le hace creer que sus
golpes no cau- san daño, el neófito mata al infante Ellos ávidamente
lamen la sangre de
este niño y discuten sobre cómo compartir sus miembros. Por esta víctima
hacen pacto entre ellos, ¡y es por causa de su complicidad en este crimen
que guardan un silencio mutuo!

39 Carta a Diogneto, 5.1-17.


El cristianismo en el imperio romano 9

Todo el mundo sabe acerca de sus banquetes, y se habla de éstos en


todas partes. En los festivales se reúnen para una fiesta con sus hijos, sus
herma-
nas, sus madres, gente de ambos sexos y de toda edad. Después de comer su
porción, cuando la excitación de la fiesta está al máximo y su ardor borracho
ha inflamado las pasiones incestuosas, provocan a un perro que ha
estado atado a una lámpara de pie para que salte, arrojándole un pedazo de
carne más allá del alcance de la cuerda que lo sujeta. Apagándose de esta
manera la luz que podía haberlos traicionado, se abrazan los unos a los
otros, y con quien sea. Si en los hechos esto no ocurre, sí pasa por sus
mentes, dado que éste es su deseo.”40

Por último, mencionaremos a Teófilo de Antioquía (130-190). Teófilo nació


en un hogar pagano y se convirtió por el estudio cuidadoso de las Escrituras.
En 168 fue nombrado obispo de Antioquía y se destacó como apologista.
Escribió varias obras contra las herejías de sus días, comentarios de los
Evangelios y del libro de Proverbios. Lo único que nos queda de su producción
literaria son tres libros apolo- géticos, que están dirigidos a su amigo
Autólico.

El ministerio de creyentes anónimos. Quienes más hicieron por la rápida


expan- sión de la fe cristiana fueron los innumerables creyentes anónimos que
viajaban predicando y estableciendo nuevas iglesias allí donde iban. La inmensa
mayoría nos es desconocida, si bien a algunos pocos los conocemos por nombre
(por ejemplo, Aquila y Priscila, Hch. 18). En general, estos creyentes anónimos
eran personas de muy poca educación y muchos de ellos eran esclavos. Su falta de
notoriedad social los constituía en el objeto de la burla de las personas más
educadas o de rango social más alto, que consideraban la fe de ellos como una
superstición peligrosa y despre- ciable. El filósofo pagano Celso nos da
testimonio de cómo funcionaba, según su opinión, el ministerio de estos
creyentes anónimos.

Celso: “Vemos en casas privadas a tejedores, zapateros, campesinos igno-


rantes. Ellos no se atreverían a abrir sus bocas con personas mayores allí, o
frente a su amo más sabio. Pero van a los niños, o a cuales quiera de las mu-
jeres que son ignorantes como ellos mismos. Entonces derraman maravillo-
sas declaraciones: ‘No deben prestar atención a su padre [lat. pater familias]
o a sus maestros [gr. paidagogós]. Obedezcan a nosotros. Ellos son necios
y estúpidos. Ellos ni conocen ni pueden hacer nada realmente bueno.
Sólo nosotros conocemos cómo deben vivir los hombres. Si ustedes, niños,
hacen como nosotros decimos, serán felices ustedes mismos y harán feliz
también a su hogar.’
94 - Historia global del cristianismo

40 Minucio Félix, Octavio, 9.6.


El cristianismo en el imperio romano 9

Mientras están hablando, ven venir a uno de los maestros de la escuela o


incluso al padre mismo. Así que murmuran: ‘Con él aquí no podemos
ex- plicar. Pero si quieren, pueden venir con las mujeres y sus
compañeros de juego a los aposentos de las mujeres, o del tejedor, o a la
lavandería, de modo que puedan obtener todo lo que hay.’ Con palabras
como éstas, ellos los conquistan.”41

Sin embargo, fue el testimonio comprometido de estos miles de creyentes sim-


ples, pero llenos del poder del Espíritu Santo, el factor que explica el explosivo cre-
cimiento del cristianismo en los dos primeros siglos. Se estima que hacia principios
del segundo siglo solamente en el ámbito del Imperio Romano el número de cris-
tianos llegaba a cerca del millón de personas. El celo de estos creyentes anónimos
y su disposición de proclamar el evangelio del reino se destacaron por encima
de cualquier otra característica de su vida religiosa.

Orígenes de Alejandría: “. . . los cristianos no descuidan, hasta donde de-


pende de ellos, tomar medidas para diseminar su doctrina por todo el mun-
do. Algunos de ellos, consiguientemente, han hecho de esto su ocupación al
viajar no sólo a través de ciudades, sino incluso villas y casas de campo, con
el fin de poder hacer convertidos para Dios. Y nadie sostendría que ellos
hacen esto por causa de ganancia, cuando a veces ellos no aceptan incluso el
sustento necesario.”42

Muchos de estos testigos predicaron más con la calidad de sus vidas


transfor- madas, que con la profundidad de su teología. Este hecho fue
precisamente el argu- mento preferido de los apologistas en sus defensas de la fe
cristiana. Cabe recordar que, en general, los apologistas escribieron y dirigieron sus
obras a paganos y ene- migos del cristianismo. En su argumentación en contra de
las acusaciones de Celso, Orígenes afirma: “Si alguien desea ver a hombres que
trabajan por la salvación de otros, en un espíritu como el de Cristo, que tome nota
de aquellos que predican el evangelio de Jesús en todas las tierras. Hay muchos
Cristos en el mundo.”43

Justino Mártir: “Él [Jesús] nos ha exhortado a que, con paciencia y manse-
dumbre, conduzcamos a todos los hombres fuera de la vergüenza y el amor
al mal. Y esto realmente lo podemos mostrar en el caso de muchos que
alguna vez eran de vuestra manera de pensar, pero han cambiado su
disposición violenta y tiránica, siendo vencidos ya sea por la constancia
que han visto en las vidas de sus vecinos [cristianos], o por la
extraordinaria paciencia que

41 Citado en Foster, The First Advance, 46.


42 Orígenes de Alejandría, Contra Celso, 3.9.
96 - Historia global del cristianismo

43 Citado en Foster, The First Advance, 49.


El cristianismo en el imperio romano 9

han observado en sus compañeros de viaje [cristianos] al ser defraudados, o


por la honestidad de aquellos con los que han hecho negocios.”44

Otros dieron testimonio a través de su sufrimiento por Cristo. Jesús fue


bien claro cuando estableció la condición para el discipulado cristiano: “Si alguien
quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi
causa, la sal- vará” (Lc. 9.23-24). Muchos cristianos en la antigüedad interpretaron
estas palabras como refiriéndose a estar dispuestos a padecer todo tipo de
sufrimiento e incluso la muerte misma, por amor al Señor. Algunos sufrieron por
confesar a Cristo como Salvador y Señor, y se los llamó “confesores.” Otros
murieron por hacerlo, y se los llamó “mártires” (del griego martures, testigos). La
mayoría de los creyentes de estos primeros siglos entendió bien que la mejor
manera de confesar “Creo en Cristo” es estar dispuesto a morir por él. Entre miles
de estos testigos estuvo Basílides, un ofi- cial del ejército romano en Alejandría allá
por el año 210, que condujo a una mujer cristiana, Potamiaena, a su ejecución, y
luego fue mártir él mismo al convertirse a la nueva fe gracias al testimonio de
ella.

Eusebio de Cesarea: “Acto seguido, ella [Potamiaena] recibió inmediata-


mente la sentencia, y Basilides, uno de los oficiales del ejército, la
condujo a la muerte. Pero mientras el pueblo intentaba molestarla e
insultarla con palabras abusivas, él empujó hacia atrás a quienes la
insultaban, mostrándole mucha piedad y bondad. Y percibiendo la simpatía
del hombre por ella, ella lo exhortó a ser valiente, porque ella suplicaría
al Señor por él después de su partida, y él pronto recibiría una recompensa
por la bondad que le había mostrado. Habiendo dicho esto, noblemente
soportó el tormento, mientras le derramaban brea ardiendo poco a poco
sobre varias partes de su cuerpo, desde la planta de sus pies hasta la
corona de la cabeza. . . .

No mucho después de esto, Basílides, cuando sus compañeros soldados le


pidieron que jurara por una cierta cuestión, declaró que no podía jurar bajo
ninguna circunstancia, porque él era cristiano, y confesó esto abiertamente.
Al principio ellos pensaron que estaba bromeando, pero cuando él continuó
afirmándolo, fue llevado ante el juez, y, reconociendo su convicción delante
de él, fue puesto en prisión. Cuando los hermanos en Dios lo visitaron y le
preguntaron la razón para esta repentina y sorprendente resolución, se dice
que él declaró que durante tres días después de su martirio, Potamiaena se
paró a su lado en la noche y colocó una corona sobre su cabeza, y dijo
que había orado al Señor por él y había obtenido su pedido, y que
pronto lo pondría a su lado. Acto seguido, los hermanos le dieron el
sello del Señor
98 - Historia global del cristianismo

44 Justino Mártir, Primera apología, 16.1.


El cristianismo en el imperio romano 9

[bautismo]; y al día siguiente, después de dar un glorioso testimonio por el


Señor, él fue decapitado.”45

_ la organización
Los ministerios de la iglesia se fueron organizando a lo largo de muchos siglos.
Su origen y desarrollo es bastante oscuro. Los términos que se usan en el
Nuevo Testamento y en los documentos sub-apostólicos para referirse a los
diversos minis- terios son muy variados y el mismo vocablo no siempre tiene el
mismo significado, que depende del lugar y el período. La organización de la
iglesia en tiempos del Nuevo Testamento era totalmente diferente de la
organización de las iglesias hoy.

La organización de la iglesia era muy simple. No había una jerarquía


eclesiástica. La iglesia era una comunidad carismática, en la que algunos hermanos
cumplían ciertas funciones más específicas. Cada comunidad era autónoma, libre y
con una autoridad local centrada en la voluntad de la asamblea, y expresada a
través del con- senso de sus miembros. No había distinción alguna entre clérigos y
laicos, sino que cada creyente se sentía responsable por el testimonio y el servicio
cristianos.

Los primeros desarrollos en la organización de la iglesia ocurrieron


conforme las características culturales impuestas por los diversos contextos y sobre
todo por la demanda de testificar el evangelio con efectividad en los mismos. En
este senti- do, hay dos contextos que considerar. Por un lado, la comunidad
palestinense, es decir, aquella que se desarrolló en Palestina, especialmente en
torno a la ciudad de Jerusalén y su influencia. La comunidad cristiana temprana en
esta tradición tenía una organización doble. El primer liderazgo estaba constituido
por el grupo de los Doce, que se remontaba al ministerio terrenal de Jesús (Mr.
3.16-19), y cuyo número se completó después de la muerte de Judas Iscariote (Hch.
1.15-16). Este liderazgo colectivo administraba la comunidad palestinense de
lengua hebrea (aramea). El segundo liderazgo estaba representado por el grupo
de los Siete, inspirados por Es- teban (Hch. 6.1-6), que cuidaba de la comunidad
que había emergido del judaísmo helenista y que hablaba griego.

Por otro lado, encontramos la comunidad de la diáspora. La persecución


que siguió al martirio de Esteban resultó en la dispersión de los judíos helenistas,
que se hicieron misioneros. A partir de aquí, surgieron diferentes formas de
organización, que dependían del origen de la comunidad. La comunidad en
Jerusalén y otras de- rivadas del judaísmo se modelaron en base a la comunidad
judía por excelencia, la sinagoga. Al frente de estos grupos estaba un colegio de
ancianos o presbíteros (del griego presbúteros, anciano). Santiago (o Jacobo), el
hermano de Jesús, era la cabeza en Jerusalén (Hch. 15.13-21), probablemente una
suerte de presidente del grupo de dirigentes constituido por apóstoles y
ancianos (Hch. 15.2, 4, 6, 22). Parece claro
10 - Historia global del cristianismo
0

45 Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 6.5.1-6.


El cristianismo en el imperio romano 1

que los Doce fundaron varias comunidades de este tipo en Judea, Samaria y las
regiones vecinas.

La comunidad cristiana en Antioquía era de origen misionero y tuvo una doble


organización. Por un lado, un ministerio itinerante constituido por misioneros iti-
nerantes (por ejemplo, 1 Co. 12.28), que practicaban un ministerio carismático. Este
tipo de ministerio itinerante parece haber sido toda su vida y responsabilidad.
Estos agentes misioneros eran apóstoles que no formaban parte del grupo de
los Doce (como Pablo y Bernabé). Como responsables de la tarea de evangelización
y plan- tación de iglesias, estos misioneros viajaban todo el tiempo. Por otro lado,
había en Antioquía un ministerio residente. Este ministerio estaba constituido por
profetas, que exponían la palabra de Dios en las congregaciones, y maestros,
que eran una especie de rabinos que se especializaban en la enseñanza de las
Escrituras.

En el curso de sus viajes, los misioneros fundaban comunidades locales y nom-


braban a personas responsables como cabeza de cada una de ellas. El liderazgo de
estas comunidades locales, al menos durante algún tiempo y en ciertas
regiones, durante las primeras décadas de expansión cristiana en el Imperio
Romano, estaba constituido por obispos (sobreveedores) o presbíteros
(ancianos). En Tito 1.5, 7; 1 Timoteo 3.1-2 y 5.17-19, Pablo se refiere a estos líderes
llamándolos indistintamente obispos y/o ancianos. El primer vocablo enfatiza su
función (sobreveer o supervisar la congregación), mientras que el segundo indica la
necesidad de madurez espiritual y experiencia. También se mencionan a los
diáconos, que tenían un ministerio de servicio también de orientación pastoral,
ya que se esperaba que ellos cumpliesen con los mismos requisitos que los
obispos (1 Ti. 3.8-13). En Filipenses 1.1, Pablo hace referencia a ambas funciones
ministeriales, “obispos y diáconos.”

La tarea primordial de estos ministerios residentes era la de predicar, bautizar y


presidir la Eucaristía. En general, en todo el movimiento cristiano, obispos y pres-
bíteros llegaron a cumplir muchas de las funciones que eran llevadas a cabo por los
sacerdotes de otras religiones. Todos los ministros en la iglesia eran dedicados
al servicio mediante la imposición de manos, acompañada de oración y ayuno
(Hch. 6.6; 13.3; 1 Ti. 5.22). De todos modos, el Nuevo Testamento no es muy claro
en sus referencias a los diversos ministerios en la iglesia. Es probable que haya
habido una evolución a lo largo del tiempo y que no se haya hecho lo mismo en
todos los luga- res. De hecho, da la impresión como que había otras categorías o
tipos de ministe- rios en algunas iglesias además de las mencionadas. En Efesios
4.11, por ejemplo, se habla de “apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y
maestros,” lo cual representa una estructura carismática de ministerio.

_ la membresía
El concepto más difundido en las primeras comunidades cristianas era el de
10 - Historia global del cristianismo
2
enten- der a la iglesia como la familia o casa (gr. oikos) de Dios. En el mundo greco-
romano,
El cristianismo en el imperio romano 1

la familia era el núcleo de la sociedad y su fundamento. El ingreso a la familia de la


fe se producía después que la persona tomaba una decisión de fe por Jesucristo y
sellaba su compromiso con la comunidad mediante el bautismo. Los derechos y
deberes del miembro de la iglesia, así como la disciplina a la que se sujetaba,
estaban directamente relacionados con el concepto del cuerpo de creyentes como
una nueva familia, la fa- milia de Dios. En esta nueva unidad social básica,
caracterizada por un nuevo pacto de fe con el Creador, el líder (obispo o presbítero)
poco a poco pasó a ocupar el papel del patriarca o padre de familia. Por lo demás,
la comunidad de fe estaba integrada y estructurada como cualquier familia
patriarcal de aquellos tiempos.

La gran masa de cristianos en los primeros dos siglos estaba constituida por
esclavos. En el Imperio Romano casi todo el trabajo, el especializado y el más duro,
era hecho por esclavos. En el mundo antiguo, la esclavitud de una forma u otra era
un fenómeno universal. El famoso historiador inglés Eduardo Gibbon indica
que había 60 millones, lo que puede ser una exageración, aunque refleja el
alcance de este problema social. Pablo dice: “Hermanos, consideren su propio
llamamiento: No muchos de ustedes son sabios, según criterios meramente
humanos; ni son mu- chos los poderosos ni muchos los de noble cuna. Pero Dios
escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del
mundo para avergonzar a los poderosos. También escogió Dios lo más bajo y
despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de que en su
presencia nadie pueda jactarse” (1 Co. 1.26-29). Si bien algunos cristianos
pertenecían a las clases más privilegiadas e incluso algunos pocos eran
funcionarios de gobierno o de muy buena posición eco- nómica y social, la gran
mayoría eran esclavos o gente de condición muy humilde. El cristianismo no
intentó abolir la esclavitud. El mundo antiguo no podía concebir una sociedad sin
esclavos. Pero los cristianos negaron firmemente que la distinción entre esclavo y
libre tuviera importancia para Dios (Gá. 3.28).

No obstante, había algunos cristianos en posiciones de prestigio y autoridad so-


cial. Hubo discípulos de Jesús en lugares prominentes (Lc. 8.3). En la iglesia primi-
tiva, algunos creyentes fueron personas de relevancia social, como Manaén (Hch.
13.1), “los de la casa del emperador” (Fil. 4.22), y el procónsul Sergio Paulo en Chi-
pre (Hch. 13.12). Hay otros testimonios de personas distinguidas fuera de los docu-
mentos del Nuevo Testamento. Una sobrina de Domiciano, Domitila, esposa de un
cónsul, fue exiliada en el año 96 por ser cristiana (según Eusebio). Una catacumba
o cementerio cristiano en Roma lleva su nombre. El emperador Cómodo (180-192)
fue influido positivamente por una concubina cristiana de nombre Marcia. La ma-
dre del emperador Alejandro Severo (222-235), Mamea, mandó una escolta a Orí-
genes en su viaje a Antioquía, donde él “se quedó con ella durante algún tiempo y
le mostró muchas cosas concernientes a la gloria del Señor y de la virtud del
mensaje divino.”46 Orígenes mismo escribió al emperador Felipe (244-249) y a su
esposa por- que oyó del interés de ellos en el cristianismo.
10 - Historia global del cristianismo
4
46 Ibid., 6.21.
El cristianismo en el imperio romano 1

Allá por el año 248 Orígenes decía que las falsas acusaciones contra los cristia-
nos “ahora son reconocidas, incluso por la masa del pueblo, como calumnias falsas
contra los cristianos.” Con un optimismo algo excesivo, Orígenes anticipaba
que “toda otra adoración se extinguirá y sólo la de los cristianos prevalecerá.
Así será algún día, a medida que su doctrina tome posesión de las mentes en una
escala cada vez más grande.”47

El evangelio era proclamado a todos los grupos sociales. La misión cristiana te-
nía como objetivo llegar a todas las personas en todos los lugares hasta los con-
fines del mundo para anunciarles el evangelio del reino. Líderes como Orígenes,
proveniente de Alejandría, viajaron mucho en el Imperio Romano y por todo el este
proclamando el evangelio. Para mediados del tercer siglo la fe en Jesucristo
había cubierto todo el ámbito del Imperio Romano, y algunas regiones, como Asia
Menor y el norte de África, contaban con una considerable densidad de población
cristiana.

Orígenes de Alejandría: “Si observamos cuán poderoso se ha tornado el


evangelio en unos muy pocos años, a pesar de la persecución y la
tortura, la muerte y la confiscación, y a pesar del pequeño número de
predicadores, vemos que la palabra ha sido proclamada por toda la tierra.
Griegos y bár- baros, doctos e indoctos se han unido a la religión de
Jesús. No podemos dudar que esto va más allá de los poderes humanos,
puesto que Jesús enseñó con autoridad y la persuasión necesaria para que la
palabra se estableciera.”48

la oPosición al cristianismo

_ la oposición en tiempos neotestamentarios


Situación cambiante. El Nuevo Testamento refleja la cambiante situación de
los cristianos en el Imperio Romano, desde el tiempo de Pablo hasta el final del
primer siglo. En la carta a los Romanos (año 55), el apóstol se muestra leal al
Imperio y lo considera un “agente de Dios,” y exhorta a los creyentes para que
sean buenos ciudadanos (Ro. 13.1-7). Pero este mismo Imperio en poco tiempo
se constituyó en el enemigo más grande del cristianismo en este período, llegando
a amenazar su propia existencia. El gobierno y el pueblo en el Imperio Romano
eran muy tolerantes en materia religiosa. Eduardo Gibbon señala: “Las varias
formas de adoración, que prevalecieron en el mundo romano, fueron todas
consideradas por el pueblo, como igualmente verdaderas; por el filósofo, como
igualmente falsas; y por el magistrado, como igualmente útiles. Y así la tolerancia
produjo no sólo indulgencia mutua, sino incluso concordia religiosa.”49

47 Orígenes de Alejandría, Contra Celso, 7.68.


48 Orígenes de Alejandría, Sobre los principios, 4.1.2.
49 Edward Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, 2 vols. (Londres: Ward,
10 - Historia global del cristianismo
6
Lock & Co., n.f.), 1:20.
El cristianismo en el imperio romano 1

Los romanos reconocían los dioses locales de los pueblos conquistados e incluso
los adoraban. Ellos tenían sus rituales tradicionales, suplementados, después de
Au- gusto, por el culto a los emperadores divinizados. Pero estos cultos romanos
estaban sumamente condimentados con el aporte de religiones foráneas, como los
cultos a Sulis Minerva (diosa celta y romana de la sabiduría), Mitra (dios persa de
la luz); o Isis (diosa egipcia de la fertilidad).

Minucio Félix: “Cada pueblo tiene su propia adoración nacional y honra a


sus dioses locales. Y los romanos los honran a todos. Ésta es la razón por la
que su poder ha llenado completamente todo el mundo, y han esparcido su
Imperio más allá de las sendas del sol y de los límites de los mares. Ellos
reverencian a los dioses conquistados, investigan las religiones de los
extran- jeros y las hacen propias.”50

Los judíos no quisieron compartir su religión con los romanos, pero a pesar de
esto, los romanos los respetaron y permitieron su culto, el templo en Jerusalén y
sus autoridades, leyes y castigos. En todo esto se mostraron sumamente tolerantes
para con la intolerancia judía, a pesar de despreciar su fe monoteísta. Además, el
judaís- mo no era una religión nueva, sino que representaba una tradición de varios
siglos. Como argumentaba el filósofo pagano Celso: “Los judíos no deben ser
culpados, porque cada uno debe vivir de acuerdo con las costumbres de sus
ancestros.”

Sin embargo, una minoría que se diferencia de la mayoría y se rehúsa a


com- partir los intereses de la comunidad, generalmente es despreciada o
resistida. El cristianismo había comenzado dentro del judaísmo y al principio
parecía ser una secta más dentro de esta religión antigua. Es por esto que hasta los
días de Pablo, los cristianos y los judíos no fueron mayormente molestados por las
autoridades roma- nas. Pero el mismo apóstol Pablo, con su prédica y ministerio,
dejó bien en claro que el cristianismo no era una secta del judaísmo. Por otro lado,
la iglesia creció rápida- mente, y los nuevos convertidos comenzaron a ser en su
mayoría gentiles. Además, el mismo Nuevo Testamento señala que muchas veces
los judíos denunciaban por diversas razones a los cristianos.

En el imperio Romano nadie quería a los judíos, pero mucho menos querían a
los cristianos, que ganaban nuevos convertidos a expensas de las religiones
antiguas y tradicionales. Como señalara Celso: “Los cristianos han olvidado sus
costumbres nacionales por la ley de Cristo.” Así es como comenzó a
considerárselos como una verdadera amenaza para la sociedad. La guerra de los
judíos contra Roma entre el 66 y el 70 acentuó la diferencia entre éstos y los
cristianos, al no querer participar los segundos en el levantamiento de
aquéllos.

Oposición creciente. El Nuevo Testamento refleja la creciente oposición al


cris- tianismo, tanto por parte del pueblo como de las autoridades romanas. Los
docu-
10 - Historia global del cristianismo
8
50 Minucio Félix, Octavio, 6.
El cristianismo en el imperio romano 1

mentos neotestamentarios hablan de murmuración, calumnias y acusaciones fal-


sas contra los cristianos (1 P. 2.12). La carta a los Hebreos refleja un contexto de
inseguridad, peligro, cárcel e incluso muerte. La carta está relacionada con
Italia (He. 13.24). Fue escrita a una congregación integrada por gente que en su
mayoría habían pertenecido a una sinagoga, pero que ahora eran parte de un
nuevo pacto (He. 9.15), un camino nuevo y vivo (He. 10.20). Parece evidente que
fue escrita en momentos de peligro. El texto habla de sangre derramada (He. 12.4),
diversos pa- decimientos (10.32-33), pérdida de propiedades (10.34), prisión (13.3),
y aun cosas peores (13.13-14). El Imperio Romano ya no era un poder seguro y
protector. Los cristianos ya no tenían seguridad en ninguna parte.

Hostilidad abierta. El Nuevo Testamento termina mostrando a un Imperio


Ro- mano abiertamente hostil hacia los cristianos. Es interesante notar el contraste
entre lo que enseña Pablo en Romanos 13 y lo que señala Juan en Apocalipsis 13
respecto al poder del Estado y los cristianos. En Apocalipsis, Roma es la bestia con
siete ca- bezas (13.1, 4, 8) y la ramera (17.3-6). Partes del Apocalipsis son como
mensajes en código, propios de una situación de extremo peligro y donde conviene
que el enemi- go no tenga acceso a lo que se comunica. Algunas claves para la
comprensión de este lenguaje hermético y críptico están en el capítulo 17.
“Babilonia” es el gran poder perseguidor en el Antiguo Testamento (Daniel 7) y
parece referirse a Roma como tal en Apocalipsis. La “bestia con siete cabezas”
puede tener un doble significado. Por un lado, es la ciudad sobre las siete colinas
(Ap. 17.9), que es Roma. Por otro lado, son los siete emperadores desde Nerón
hasta Domiciano, el emperador que envió a Juan a Patmos (Ap. 17.10). El
vocablo “bestia,” pues, se refiere al emperador de Roma, mientras que la
“mujer” es la ciudad, cuyo nombre “Roma” viene del griego rhome (“fuerte”), que
es femenino. Finalmente, “nombres de blasfemia” es una ex- presión que parece
hacer referencia a la adoración del emperador.

_ los cristianos en el imperio romano


Los cristianos no eran malos vecinos, ni súbditos desleales ni sediciosos,
pero cuando un pueblo odia a una minoría y la considera peligrosa, entonces
imagina lo peor de esa minoría. La oposición, pues, fue triple: popular, intelectual
y oficial.

La oposición popular. El pueblo se oponía a los cristianos por prejuicio. Los


cristianos se sentían obligados a separarse de muchas cosas que en la sociedad
pagana eran costumbres aceptadas, y por esto se los consideraba excéntricos. La
ética cristiana ponía a los creyentes en conflicto con la ética pagana imperante
y los hacía tan diferentes, que se los consideraba extraños o locos. Sus
reuniones nocturnas eran sospechosas. Su amor fraternal, adoración,
sacramentos y disci- plina eran mal interpretados. Por otro lado, nadie quería
aceptar las advertencias de juicio de la dura prédica cristiana. Como sugiere el
interlocutor de Octavio, el personaje cristiano en la obra de Minucio Félix, los
cristianos eran acusados de celebrar “fiestas de amor” en las que después de
11 - Historia global del cristianismo
0
comer, todos se emborrachaban y participaban de una orgía sexual. El populacho
hablaba de inmoralidad, incesto
El cristianismo en el imperio romano 1

entre “hermanos” y “hermanas,” y muchos otros excesos. La Eucaristía y la ex-


presión de Jesús “esto es mi cuerpo. . . esto es mi sangre” era interpretada
como expresión de canibalismo y se acusaba a los cristianos de infanticidio.

Tácito (60-120), uno de los grandes historiadores romanos, dice que los cristia-
nos eran odiados por sus abominaciones. Entre otras cosas, menciona magia, bruje-
ría, y califica al cristianismo de “superstición foránea.” Otros historiadores
romanos utilizan expresiones similares. Plinio dice que el cristianismo es una
“superstición irracional y sin límites,” mientras que Suetonio lo valúa como
“una superstición nueva y peligrosa.”

Por rechazar el politeísmo prevaleciente y la idolatría, los cristianos eran acusa-


dos también de ateísmo. Mucha gente pensaba que los cristianos no tenían religión
alguna por no participar de la religión tradicional o de los cultos orientales que
eran muy populares en todo el Imperio. Minucio Félix registra el rumor que
escuchó el pagano de su historia: “Oigo que, persuadidos por alguna convicción
absurda, ellos adoran la cabeza de un asno, la más baja de todas las criaturas.”51

Además, los paganos atribuían a los cristianos todas las calamidades y catástro-
fes indicando que éstas venían por abandonar a los dioses ancestrales por el
Dios cristiano. Los cristianos eran una amenaza también para la economía del
Imperio en razón de su exclusivismo y fanatismo. Lo ocurrido en la ciudad de
Éfeso y la quiebra del negocio religioso pagano debido a la efectividad de la
prédica cristiana, era un ejemplo de esto (Hch. 19.23-27).

La oposición intelectual. Poco a poco, los intelectuales fueron investigando al


cristianismo, leyeron sus escrituras y lo refutaron con vigor. Dos de los escritos más
conocidos en este sentido fueron los producidos por Celso (siglo II) y Porfirio (siglo
III). ¿De qué acusaban a los cristianos estos intelectuales?

Por un lado, se los acusaba de ser ignorantes y unos pobres arrogantes. Se decía
que los cristianos se aprovechaban de los más pobres e ignorantes para hacer
su cosecha de adeptos, tomando ventaja de su credulidad. La realidad es que los
cris- tianos cuestionaban los valores de la civilización grecorromana, que daban
prestigio y autoridad al hombre sabio (educado), que no trabajaba con sus manos.
Con esto, por supuesto, minaban el sistema patriarcal romano y la autoridad del
pater familias o jefe de familia. Luciano de Samosata (c. 125-192), escritor griego
de aquella ciu- dad de Siria, atacó a los cristianos por esto mismo. Luciano era un
autor cínico que viajó mucho y escribió varios diálogos en los que ridiculiza los
valores filosóficos y religiosos establecidos. Con el mismo vigor se opuso a lo que
consideraba era la religión y superstición de unos pobres diablos, el
cristianismo.

51 Ibid., 9.
11 - Historia global del cristianismo
2
Luciano de Samosata: “Los pobres infelices se han convencido, antes
que nada, de que van a ser inmortales y a vivir por siempre, y como
consecuencia de esto, desprecian la muerte e incluso voluntariamente se
entregan como prisioneros, la mayoría de ellos. Además, su primer
legislador [Jesús] los per- suadió de que son todos hermanos los unos de
los otros, después que han cometido transgresión de manera definitiva, al
negar a los dioses griegos y al adorar a ese mismo sofista crucificado y vivir
bajo sus leyes. Por lo tanto, des- precian todo esto indiscriminadamente y lo
consideran propiedad común. .
. . De modo que si cualquier charlatán e impostor, capaz de aprovechar cual-
quier ocasión, viene a ellos, rápidamente adquiere una riqueza repentina al
imponerse sobre esta gente simple.”52

Por otro lado, se los acusaba de ser malos ciudadanos. Los cristianos no partici-
paban en la adoración oficial de la ciudad en que vivían ni de la religión del
imperio. No reconocían las “costumbres ancestrales” y rechazaban ocupar puestos
o respon- sabilidades en las magistraturas y se negaban a cumplir con el servicio
militar. No parecían estar interesados en las cuestiones políticas o en el bienestar
del imperio. Los soldados cristianos no peleaban con la crueldad y empeño con
que lo hacían los que eran paganos. Y si bien cumplían con las leyes, sólo lo hacían
en la medida en que éstas no contradijeran sus principios y valores cristianos.
Decían que eran ciudadanos del Imperio, pero afirmaban que su verdadera
ciudadanía estaba en los cielos y que servían a un Señor (kyrios) que estaba muy
por encima del emperador.

Finalmente, se los acusaba de sostener una doctrina irracional. Para los pensa-
dores y filósofos paganos la doctrina de la encarnación no tenía sentido. Según
ellos, un Dios perfecto e inmutable no puede rebajarse y ser un pequeño bebé,
como Jesús en Belén. Además, si fuera cierto que Dios quería hacerse humano,
¿por qué esta encarnación ocurrió tan tarde en la historia? Para los intelectuales
grecorromanos, Jesús fue un pobre hombre, que fue incapaz de morir como se
supone que debe morir un sabio (como Sócrates, que con toda dignidad se
suicidó). Por otro lado, la enseñanza de Jesús, decían, fue una mala copia de las
viejas enseñanzas egipcias y griegas. Y la doctrina cardinal de la fe de los cristianos,
la resurrección de la carne, era una mentira monstruosa, una verdadera blasfemia
intelectual y religiosa.

Porfirio: “Incluso suponiendo que algunos griegos fueron lo


suficientemente estúpidos como para pensar que los dioses moran en
estatuas, esto sería un concepto más puro que aceptar que lo divino ha
descendido al vientre de la Virgen María, que él llegó a transformarse en un
embrión, que después de su nacimiento él fue envuelto en pañales,
manchado con sangre, bilis y peor. …

¿Por qué cuando fue llevado ante el sumo sacerdote y gobernador, el Cristo
no dijo nada digno de un hombre divino. . .? Él permitió que se le golpease,
El cristianismo en el imperio romano 1
se le escupiese en el rostro, se le coronase con espinas. Incluso si él tenía

52 Luciano de Samosata, Sobre la muerte de Peregrino, 13.


11 - Historia global del cristianismo
4
que sufrir por orden de Dios, él podía haber aceptado el castigo, pero no
soportado su pasión sin algún discurso valiente, alguna palabra vigorosa y
sabia dirigida a Pilato, su juez, en lugar de permitir que se le insultara como
si fuese un canalla de las calles.
¡Esto es una mentira increíble! [Referencia a la descripción de la
resurrec- ción en 1 Ts. 4.14]. Si tú cantas esto a las bestias irracionales que
no pueden hacer otra cosa sino producir un ruido como respuesta, las harías
bramar y piar con un alboroto ensordecedor frente a la idea de hombres de
carne vo- lando por el aire como pájaros o transportados sobre una
nube.”53
Según el escritor pagano Porfirio (232-303), el Antiguo y el Nuevo Testamentos
eran una trama de historias crueles de tipo antropomórfico, sin ningún valor espiri-
tual. Él encontraba contradicciones entre el Dios pacífico de los Evangelios y el Dios
guerrero del Antiguo Testamento. Los relatos de la pasión de Jesús se contradecían
entre sí. Las ceremonias cristianas eran inmorales. El Bautismo alentaba el vicio al
declarar perdonados todos los pecados y la Eucaristía era un acto de
canibalismo aun cuando se la interpretara de la manera más alegórica.
La oposición oficial. Durante este período, los cristianos pudieron sobrellevar
con bastante entereza la oposición popular y los ataques de los intelectuales en
el ámbito del Imperio Romano. A pesar de confrontar estos conflictos, supieron
cre- cer, expandirse y ganar a decenas de miles para las filas cristianas. Sin
embargo, las cosas fueron más difíciles toda vez que la maquinaria política, militar
y administra- tiva del Imperio Romano se puso en su contra.
Las razones de la creciente oposición oficial del Imperio fueron diversas. El con-
cepto romano de religión fue una causa importante. Para los romanos la religión
era una cuestión política, y por lo tanto, un interés del Estado. El Estado
controlaba a los dioses conocidos y desconocidos, e intentaba predecir y
manipular el futuro a partir de la religión. El sistema religioso en el Imperio
Romano era un mecanismo del Estado para el control social. El propio gobierno
romano pretendía ser divino, en la persona del emperador. Los emperadores se
consideraban “poderes” de los que dependían las vidas de las personas.
Por otro lado, el Imperio Romano temía a las asociaciones secretas que podían
asumir un carácter político y a las nuevas religiones no reconocidas por el Estado.
De allí que cualquier grupo o secta religiosa que no se ajustara a las
expectativas del gobierno romano fácilmente caía bajo la acusación de sedición
o subversión. De este modo, la disidencia religiosa se transformaba en sedición
política, con las consecuencias que son imaginables. De hecho, Jesús fue
crucificado por orden de Pilato, no por el delito religioso de llamarse “Hijo de
Dios,” sino por el delito político de pretender ser “Rey de los judíos” (Jn. 19.19).
Además, los cristianos se rehusaban a hacer libaciones y ofrendas en honor al
emperador o a participar en otras prácticas
El cristianismo en el imperio romano 1
53 Porfirio, Contra los cristianos, citado en Jean Comby, How to Read Church History, vol. 1: From the
Beginnings to the Fifteenth Century (Nueva York: Crossroad, 1992), 33.
11 - Historia global del cristianismo
6
del culto pagano oficial, y esto agravaba su situación, aun cuando algunos oficiales
querían mostrarse clementes para con ellos.
El desarrollo de la creciente oposición oficial del Imperio se fue incrementando
en intensidad. La primera persecución local seria ocurrió como consecuencia
del incendio de Roma, perpetrado por el emperador Nerón, el 18 de julio del
año 64. En la noche de ese día comenzó un fuego que pronto se extendió en uno de
los ba- rrios más pobres de la ciudad. Durante seis días el fuego ardió con fuerza
debido a un viento constante, lo que llevó a la destrucción de una buena parte de
la ciudad e hizo que miles de personas se quedaran sin vivienda. En la calle corrió
todo tipo de rumores, pero todos coincidían en señalar al emperador como el
responsable final de la catástrofe. Algunos decían que Nerón había ordenado el
incendio para dejar espacio libre para construir algunos edificios públicos. Otros
apuntaban a la crueldad del hombre que no tuvo problemas en asesinar a su propia
madre. Y aun otros decían que el incendio había sido provocado por la locura del
emperador, que quería lograr con ello inspiración para componer un poema.
Los cristianos fue- ron acusados oficialmente como responsables por el
siniestro y cientos murieron martirizados, como señala el historiador romano
Tácito (56-120), para satisfacer la crueldad de un hombre, Nerón.
Tácito: “Todos los esfuerzos de los hombres, toda la largueza del
empera- dor y las propiciaciones de los dioses, no fueron suficientes para
mitigar el escándalo o borrar la convicción de que el fuego había sido
ordenado. Y así, para deshacerse de este rumor, Nerón supuso culpables y
castigó con los tor- mentos más refinados a una clase odiada por sus
abominaciones, que co- múnmente son llamados cristianos. Christus, de
quien se deriva su nombre, fue ejecutado a manos del procurador Poncio
Pilato en el reinado de Tiberio. Reprimida en un primer momento, esta
perniciosa superstición se manifes- tó de nuevo, no solamente en Judea, la
fuente de este mal, sino también en Roma, ese receptáculo para todo lo
que es sórdido y degradante desde todo rincón del globo, que allí encuentra
seguidores. Consecuentemente, se rea- lizó primero un arresto de todos
los que confesaron [ser cristianos]; luego, sobre su evidencia, se condenó a
una inmensa multitud, no tanto en base a la acusación de incendio
premeditado como a causa del odio de la raza huma- na. Además de ser
condenados a muerte se los hizo servir como objetos de entretenimiento;
fueron vestidos con pieles de bestias y desgarrados a muer- te por perros;
otros fueron crucificados, otros prendidos fuego para iluminar la noche
cuando desaparecía la luz del día. Nerón había dejado abierta su
propiedad para la exhibición, y montó un espectáculo en el circo, donde él
se mezcló con el pueblo con ropas de auriga y condujo su carro. Todo esto
dio lugar a un sentimiento de piedad, incluso hacia hombres cuya culpa
merecía del castigo más ejemplar; porque se sentía que ellos estaban siendo
destrui- dos no por el bien público sino para gratificar la crueldad de un
individuo.”54
El cristianismo en el imperio romano 1
54 Tácito, Anales, 15.44.
11 - Historia global del cristianismo
8
Otro historiador romano, Suetonio (75-160), señala: “En su reinado (de Nerón)
muchos abusos fueron severamente castigados y reprimidos, y muchas leyes
nuevas fueron instituidas. . . . Se infligió castigo a los cristianos, un conjunto de
hombres que se adhieren a una superstición novedosa y dañina.” 55 Pero esta
persecución no se esparció más allá de Roma y no fue por razones de carácter
religioso, sino más bien se debió al oportunismo del emperador para desligarse de
la responsabilidad por el siniestro buscando un chivo emisario.
Bajo el gobierno de Domiciano (81-96), se dio una segunda persecución dirigida
contra toda persona que no adorara la imagen del emperador. Domiciano se
hizo llamar “Señor y Dios” y ordenó que así fuese confesado por todo ciudadano
en el Imperio mientras libaba vino y aceite frente a su estatua. Es interesante
notar que esta expresión es equivalente al clímax del Evangelio de Juan (Jn.
20.28). Para los cristianos obedecer la orden imperial era, pues, una blasfemia. El
Coliseo de Roma, inmenso estadio con capacidad para más de 50.000 personas
sentadas, había sido terminado para este tiempo (86) y miles de cristianos
derramaron allí su sangre por testificar de su fe. Es posible que el libro de
Apocalipsis se refiera a estas circunstan- cias, al hacer el contraste entre Cristo y
Domiciano (Ap. 17.14).

_ la oposición en el segundo siglo


El período del 96-180 fue de prosperidad para el Imperio Romano. Fueron años
en los que gobernaron buenos emperadores, con gran capacidad para la adminis-
tración del Estado, como Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio.
Si bien estos hombres fueron buenos gobernantes, tomaron medidas que resultaron
en la persecución de los cristianos en diversos lugares del Imperio. Durante el rei-
nado de Trajano (98-117) se desarrolló la norma imperial para la persecución
del cristianismo. En 112, Plinio el Joven (62-113), gobernador romano de la
provincia de Ponto-Bitinia (Asia Menor), le escribió a Trajano describiendo su
manejo de la superstición cristiana.
Plinio el Joven: “Es mi regla, Señor, referirme a ti en cuestiones en las que
no estoy seguro. Porque, ¿quién puede dirigir mejor mi duda o instruir mi
igno- rancia? Yo nunca estuve presente en algún juicio de cristianos; por lo
tanto, no sé cuáles son las penas o investigaciones acostumbradas, y qué
límites se observan. He dudado mucho sobre la cuestión de si debe haber
algún tipo de distinción por edades; si el débil debe tener el mismo trato
que el más robusto; si aquellos que se retractan deben ser perdonados, o si
un hombre que alguna vez haya sido cristiano no gana algo al dejar de serlo;
si el nombre mismo, incluso si es inocente de crimen, debe ser castigado, o
sólo los críme- nes que están ligados a ese nombre.
Mientras tanto, éste es el curso que he adoptado en el caso de aquellos
traídos a mí como cristianos. Les pregunto si son cristianos. Si lo admiten,
repito la
El cristianismo en el imperio romano 1
55 Suetonio, Vida de Nerón, 16.
12 - Historia global del cristianismo
0
pregunta una segunda y una tercera vez, amenazándolos con la pena
capital; si persisten los sentencio a muerte. Porque no dudo que, cualquiera
que pue- da ser el tipo de crimen que ellos han confesado, su terquedad y
obstinación inflexible ciertamente deben ser castigadas. Había otros que
manifestaron una locura parecida y a quienes reservé para ser enviados a
Roma, dado que eran ciudadanos romanos.”56

El emperador le respondió sentando los principios para la acción en contra de


los cristianos dentro del marco del derecho romano.

Trajano: “Tú has tomado la línea correcta, mi querido Plinio, al examinar


los casos de aquellos que te son denunciados como cristianos, puesto que
nin- guna regla dura y rápida puede establecerse, de aplicación universal.
Ellos no deben ser buscados; si se informa en contra de ellos, y la
acusación se prueba, deben ser castigados, con esta reserva—que si alguien
niega que es un cristiano, y realmente lo prueba, esto es mediante la
adoración de nues- tros dioses, debe ser perdonado como resultado de su
retractación, por más sospechoso que haya sido con respecto al pasado. Los
panfletos que son pu- blicados anónimamente no deben tener peso en
cualquier acusación que sea. Ellos constituyen un muy mal precedente, y
también están fuera de lugar en este tiempo.”57

Tertuliano, más tarde (197), atacó la decisión de Trajano, diciendo: “¿Por


qué haces que la justicia juegue a las escondidas consigo misma? Si tú
condenas, ¿por qué no buscas? Si no buscas, ¿por qué no nos declaras inocentes?”
No obstante, la indecisión de Trajano fue beneficiosa para los cristianos, que
siguieron creciendo a lo largo del siglo II, si bien en medio de incertidumbre e
inseguridad. A lo largo de todo el siglo segundo los cristianos padecieron la
oposición del gobierno imperial. Tertuliano habla de reuniones interrumpidas por
la policía, soldados demandando soborno, vecinos no amigables que denunciaban
a los cristianos de manera anóni- ma, siervos de poca confianza que hacían lo
mismo, espías, y sobre todo, el someti- miento de los cristianos a procesos
ilegales.

Tertuliano: “Si es cierto lo que presumen, que nosotros los cristianos somos
los más malos de los hombres, ¿por qué no nos igualan con los malhechores
que cometen pecados semejantes a los nuestros? Dado que a igual delito,
igual tratamiento debe darse en los tribunales. Si somos iguales a los demás,
¿por qué si a todo delincuente le es lícito valerse de su boca y de contratar
aboga- dos para recomendar su inocencia; por qué si ellos tienen plena
oportunidad para responder y para altercar, para que ninguno sea
condenado sin ser oído; a sólo el cristiano no se le permite abrir la boca para
purgar su causa, buscar ayuda para defender la verdad, hablar por sí para
que no sea injusto el juez,

56 Epístolas a Trajano, 10.96.1-10.


El cristianismo en el imperio romano 1
57 Ibid., 10.97.1-2.
12 - Historia global del cristianismo
2
condenando al que no se defendió? Pero sólo en nuestra causa no se admite
el examen del delito, que es beneficio de los reos; sólo se atiende a la
confesión del nombre cristiano, que es el odioso título que irrita el odio
popular.”58

A este período corresponde el martirio de Ignacio de Antioquía, del que da tes-


timonio un documento conocido como Las actas del martirio de Ignacio. Estas
actas fueron publicadas en el siglo xVII en latín y griego. Se discute su
autenticidad, pero obviamente están inspiradas en la persona y correspondencia
del célebre mártir, que murió entregado a las fieras en el año 117, bajo el
gobierno de Trajano.

El martirio de Ignacio: “Y cuando él fue conducido ante el emperador Tra-


jano, [ese príncipe] le dijo: ‘¿Quién eres tú, malvado infeliz, empeñado
en transgredir nuestros mandatos, y persuades a otros a hacer lo mismo,
para que miserablemente perezcan?’ Repuso Ignacio: ‘Nadie debería llamar
a Teó- foro [portador de Dios] malvado; porque todos los espíritus han sido
echa- dos de los siervos de Dios. Pero si, en razón de que soy un enemigo de
estos [espíritus], tú me llamas malvado en respeto a ellos, concuerdo
plenamente contigo; porque en la medida en que tengo a Cristo el Rey del
cielo [dentro mío], yo destruyo todas las maquinaciones de estos [malos
espíritus].’ Traja- no respondió: ‘¿Y quién es Teóforo?’ Ignacio replicó:
‘Aquél que tiene a Cristo en su pecho.’ Trajano dijo: ‘Pues qué, ¿te parece
que nosotros no tenemos en nuestra mente a nuestros dioses, cuya
asistencia gozamos al luchar contra nuestros enemigos?’ Ignacio contestó:
‘Estás en error cuando llamas dioses a los demonios de las naciones. Es de
saber que hay sólo un Dios, el cual ha hecho el cielo y la tierra, el mar y todo
cuanto hay en ellos; y un Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, de cuyo reino
quisiera gozar.’ Trajano dijo: ‘¿Estás ha- blando de aquél que fue crucificado
bajo Poncio Pilato?’ Ignacio respondió: ‘Del que crucificó mi pecado junto
con su inventor, y quien ha condenado y arrojado todo engaño y malicia
del demonio bajo los pies de quienes le llevan en su corazón.’ Trajano dijo:
‘¿Entonces tú llevas al crucificado en ti?’ Ignacio replicó: ‘¡Verdaderamente
así es! Porque está escrito: “Habitaré en ellos y andaré entre ellos”.’
Entonces Trajano pronunció el fallo como sigue: ‘Ordenamos que Ignacio,
que afirma llevar en sí al crucificado, sea engrillado por soldados y llevado a
la gran ciudad de Roma, para que allí sea devorado por las bestias, para
diversión del pueblo.’ Cuando el santo mártir oyó esta sentencia, exclamó
con alegría: ‘¡Gracias te doy, oh Señor, que te dignaste honrarme con un
amor perfecto para contigo, y me has hecho encadenar con cadenas de
hierro, al igual que tu apóstol Pablo’.”59
El cristianismo en el imperio romano 1
58 Tertuliano de Cartago, Apología, 2.
59 El martirio de Ignacio, 2.
12 - Historia global del cristianismo
4
La política de Trajano continuó bajo Adriano (117-138), Antonino Pío (138-
161), y bajo Marco Aurelio (161-180). Pero en todos estos casos se trató de persecu-
ciones locales y no de un intento por exterminar al cristianismo en todo el Imperio.
Adriano insistió en que las personas inocentes del cargo de ser cristianos
fuesen protegidas, e incluso ordenó que quienes hacían acusaciones falsas fuesen
castiga- dos. No obstante, no impidió la represión de aquellos que insistían en
profesar su fe. Bajo el reinado de Antonino Pío, los cristianos en Roma sufrieron
mucho. Marco Aurelio sentía aversión hacia los cristianos, probablemente porque
los consideraba un peligro contra la estructura de la civilización que él estaba
procurando mantener contra las amenazas internas y externas a su Imperio.
Cómodo, el hijo de Marco Au- relio, continuó con actos de persecución, si bien más
tarde los disminuyó debido a la intervención de su favorita Marcia, que era
cristiana. Septimio Severo (193-211) no fue desfavorable a los cristianos, ya que
tenía a algunos de ellos en su propia familia. Sin embargo, en 202 expidió un edicto
que prohibía las conversiones al judaísmo y al cristianismo.

A lo largo del siglo II, hubo episodios de violencia serios, como en Lión (Galia)
en el año 177, según los registra Eusebio.

Eusebio de Cesarea: “Para comenzar, ellos soportaron noblemente todos los


daños amontonados sobre ellos por el populacho: gritería y golpes y lincha-
miento y saqueos y pedradas y prisión, y todo aquello que una turba enfu-
recida se deleita en infligir a enemigos y adversarios. Luego, llevados al foro
por el tribuno y las autoridades de la ciudad, fueron interrogados delante de
toda la multitud, y habiendo confesado, fueron encerrados en la cárcel para
esperar el arribo del gobernador. Más tarde, cuando fueron llevados delante
de él, él nos trató con la crueldad más terrible ”60

_ la oposición a mediados del tercer siglo


El edicto de Septimio Severo en 202 terminó en persecución. Fue en esta ocasión
que el padre de Orígenes murió mártir. Orígenes mismo, en su ardor de
adolescente, deseando compartir la suerte de su padre, quiso entregarse a las
autoridades, pero fue impedido por la intervención de su madre, quien le escondió
la ropa. De todos modos, es muy probable que estas persecuciones de la primera
mitad del siglo no se hayan extendido por todo el Imperio. Más bien, el estado de
represión era constante puesto que la situación legal de los cristianos era precaria,
y cualquier oficial local o provincial podía encontrar excusas para reprimir a los
cristianos. Con Maximi- no Tracio (235-238) las hostilidades se reavivaron, y
con Felipe el Árabe (244-249) disminuyeron, al punto que algunos llegan a
considerarlo el primer emperador que favoreció a los cristianos.

60 Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, 5.1.7-9.


El cristianismo en el imperio romano 1

Desde mediados del tercer siglo en adelante, la oposición se hizo más


severa, al transformarse en persecuciones generales y organizadas para el
exterminio. La razón principal para este agravamiento en la actitud del Estado
hacia los cristianos es que se los acusaba de sedición. Las palabras de Orígenes
poco antes de las grandes persecuciones de mediados del tercer siglo probaron ser
verdaderamente proféticas: “Parece probable que la existencia segura, en cuanto al
mundo, que al presente go- zan los creyentes, se va a terminar, ya que aquellos que
calumnian al cristianismo de todas las maneras posibles, están nuevamente
atribuyendo la frecuencia presente de rebelión a la multitud de los creyentes, y al
hecho de que no están siendo persegui- dos por las autoridades como en los
viejos tiempos.”61

Otra razón era que se quería restaurar la antigua gloria del Imperio Romano. El
Imperio estaba decayendo debido a la anarquía militar, la corrupción, la inflación,
los altos impuestos y la inseguridad en las fronteras. Estos problemas y la idea de
volver a los momentos más gloriosos de la historia de Roma fueron discutidos am-
pliamente en el año 248, cuando el Imperio Romano estaba celebrando el
milenio de la fundación de Roma (según la tradición, Rómulo y Remo
fundaron Roma en el año 748 a.C.).

El emperador Decio (249-251) no sólo se propuso restaurar la gloria de


Roma sino también su religión tradicional. En el año 250 decretó que los
cristianos en todo el Imperio debían abandonar su fe o morir. Su sucesor,
Valeriano (253-260), continuó con esta política y dejó casi sin líderes a la iglesia, ya
que procuró terminar con el clero cristiano. No obstante, lejos de aniquilar al
cristianismo, esta persecu- ción masiva y los martirios que produjo arraigaron
todavía más a los cristianos y ayudaron a una mayor difusión de su fe. Como bien
afirmara Tertuliano en su ex- presión ahora bien conocida: “Segando nos sembráis:
más somos cuanto derramáis más sangre; que la sangre de los cristianos es
semilla. Muchos hay entre vosotros que exhortan a la tolerancia del dolor y de la
muerte Mas no han hallado tantos
discípulos estas palabras como han enseñado los cristianos con sus obras.”62

Los emperadores que siguieron a Decio continuaron con su política de


represión generalizada. Galo (251-253) avivó la persecución en algunas partes
del Imperio. Valeriano (253-260) se mostró amigable hacia los cristianos en sus
primeros años de gobierno, pero repentinamente cambió de disposición y casi dejó
a la iglesia sin obispos. La persecución terminó en 260, cuando Valeriano fue
tomado prisione- ro en una batalla contra los persas. Su hijo y sucesor, Galieno
(253-268), anuló la política de su padre y expidió edictos de tolerancia para el
cristianismo. Por algún tiempo en el ámbito del Imperio, el movimiento cristiano
gozó de una generación de paz y prosperidad.

61 Orígenes de Alejandría, Contra Celso, 3.15.


12 - Historia global del cristianismo
6
62 Tertuliano de Cartago, Apología, 50.
El cristianismo en el imperio romano 1

_ la oposición más seria y final


La persecución final se dio durante el reinado del emperador Diocleciano (284-
305). Al llegar al poder en 284, Diocleciano se propuso el reordenamiento de la ad-
ministración imperial, que era caótica. Así, pues, dividió el Imperio en cuatro, con
dos emperadores, uno en el Este y el otro en el Oeste. El inmenso territorio del Im-
perio Romano era difícil de gobernar y de custodiar. Diocleciano se estableció
en la zona oriental, fijó su capital en Nicomedia (Asia Menor) y designó por
colega a Maximiano, quien se radicó en Milán (Italia). Para evitar que la elección
de los empe- radores estuviera sujeta al arbitrio de los soldados, como había
ocurrido en décadas anteriores, fueron designados dos funcionarios con el título de
Césares, que secun- darían a los Augustos (emperadores), y que los sucederían en
caso de vacancia en el trono. Galerio fue designado como César en el Este, mientras
que Constancio Cloro ocupó esa función en el Oeste. Este sistema de dos
emperadores y dos césares con el Imperio dividido por la mitad se conoció como la
Tetrarquía (gobierno de cuatro).

Con el propósito de detener la decadencia y pensando que la antigua adoración


oficial traería unidad y fuerza política al Imperio, Diocleciano ordenó en 303 la des-
trucción de los templos cristianos, la quema de Biblias y otros libros cristianos,
la liquidación de la adoración cristiana y el arresto del clero. Al año siguiente su
consig- na fue todavía más terminante: los cristianos debían sacrificar a los ídolos o
morir.

A pesar de estar muy difundido y haber penetrado hondamente la sociedad pa-


gana (casi el 50% de la población del Imperio era cristiana para aquel entonces), el
cristianismo corrió un serio peligro de desaparecer. Afortunadamente, el gobierno
fracasó en sus intentos. El cristianismo sobrevivió, pero las persecuciones afectaron
profundamente su carácter. El rigor de estas persecuciones llevó a la devoción
a las reliquias de los mártires y dio lugar a un verdadero culto del martirio.
Muchos fanáticos buscaban el martirio para la obtención de una gloria mayor.
Otros, no pu- diendo resistir la tortura, negaron su fe, entregaron las Escrituras
para ser quemadas o hicieron arreglos con el perseguidor. Los obispos ganaron un
prestigio extraordi- nario en razón de que sus cabezas eran más valiosas para los
perseguidores que la de los demás creyentes. Pero la persecución tuvo también un
efecto purificador. No era fácil ser cristiano en circunstancias tan difíciles.

Dale T. Irvin y Scott W. Sunquist: “Donde quiera que nos volvamos en la


historia del movimiento cristiano temprano, encontramos la memoria y pre-
sencia de los mártires. La experiencia de aquellos que testificaron de Cristo
mediante el sufrimiento por la fe es penetrante. El número real de aquellos
que sufrieron martirio en los primeros tres siglos fue en realidad
relativa- mente bajo El número total de cristianos que murieron bajo los
romanos
estuvo muy probablemente por debajo de diez mil—esto en un imperio que
contaba con no menos de cincuenta millones de personas en su apogeo.”63
12 - Historia global del cristianismo
8
63 Irvin y Sunquist, History of the World Christian Movement, 1:137.
El cristianismo en el imperio romano 1

CUADRO 10 - emPeradores romanos


nombre aÑos de reinado
Augusto 27 a.C. - 14 d.C.
Tiberio 14 d.C. - 37
Calígula 37 - 41
Claudio 41 - 54
nerón 54 - 68
Galba 68 - 69
Otón 69
Vitelio 69
Vespasiano 69 - 79
Tito 79 - 81
Domiciano 81 - 96
nerva 96 - 98
Trajano 98 - 117
Adriano 117 - 138
Antonino Pío 138 - 161
Marco Aurelio 161 -180
Cómodo 177 - 192
Pértinax 193
Septimio Severo 193 - 211
Caracalla 198 - 217
Geta 209 - 212
Macrino 217 - 218
Heliogábalo 218 - 222
Alejandro Severo 222 - 235
Máximo 235 - 238
Gordiano I y II 238
Gordiano III 238 - 244
Felipe 244 - 249
Decio 249 - 251
Valeriano 253 - 260
Galieno 253 - 268
Claudio II 268 - 270
Aureliano 270 - 275
Probo 276 - 282
Diocleciano y la Tetrarquía 284 - 305
Constantino y la Tetrarquía 306 - 313
Constantino y Licinio 313 - 324
Constantino único monarca 324 – 337
13 - Historia global del cristianismo
0
el Primer emPerador Pro-cristiano

_ el fin de la última y peor persecución


A comienzos del siglo IV, el mundo romano se encontraba sumido en una crisis
profunda. Por un lado, Roma estaba en constante conflicto con su más encarni-
zado contrincante, el Imperio Persa en el Este. Por otro lado, continuaba el cre-
ciente ingreso de tribus germánicas por la frontera norte del Imperio. Además,
la burocracia imperial no podía resolver problemas internos como la necesidad
de mayores impuestos para mantener la maquinaria estatal, la creciente inflación,
los conflictos sociales, la decadencia moral, y el vacío espiritual y religioso. Para
este tiempo, el movimiento cristiano estaba bien articulado y presentaba la red
social más difundida y contenedora en todo el Imperio Romano. No es extraño,
pues, que la persecución desatada por Diocleciano haya sido la peor de todas. Los
cristianos ponían en vilo la unidad del Imperio al rehusarse a participar de la
religión imperial. No obstante, tres eventos dramáticos señalaron el fin de la última
gran persecución y ayudaron a cambiar la suerte del movimiento cristiano.64

La huída de Constantino en 306. En 305, Diocleciano abdicó al trono imperial


en el Este y lo mismo hizo Maximiano en el Oeste. Tal como estaba dispuesto, ocu-
paron su lugar los césares Galerio y Constancio Cloro. Éstos a su vez
nombraron a nuevos césares: Maximino Daza en el Este y Severo en el Oeste.
Siendo todavía césar de Occidente, Constancio Cloro había ido a Galia y había
dejado a su hijo Constantino al cuidado de Diocleciano. Cuando Galerio ocupó
el trono imperial en el Este en el año 305, tomó como rehén a Constantino con
miras a presionar a Constancio y adueñarse de todo el Imperio. En 306,
Constantino decidió escapar de su cautiverio e ir con su padre, que para entonces
ya era el emperador de Occi- dente. Constantino logró su cometido y después de
cruzar toda Europa llegó por fin a Galia, pero su padre se había trasladado a
Bretaña. Al llegar allí, Constantino se encontró con que su padre había muerto en
York. El ejército de su padre entonces lo proclamó imperator, es decir, general. Por
supuesto, Galerio se opuso a tal designa- ción. El hijo de Galerio y recién designado
césar del Este, Majencio, avanzó con sus tropas y se adueñó de Roma. El césar de
Occidente, Severo, ante el giro inesperado de los acontecimientos políticos se
suicidó. De este modo, Galerio y su hijo Ma- jencio, ahora controlando Roma,
eran el único poder en todo el Este, mientras que Constantino era el único
gobernante en el Oeste, pero también con pretensiones de adueñarse de todo el
Imperio.

El edicto de tolerancia de Galerio en 311. Galerio se estaba muriendo y tenía un


miedo supersticioso a la muerte y al infierno. Lleno de culpa por haber perseguido
a los cristianos y desesperado por la situación política decretó un edicto que
concedía
El cristianismo en el imperio romano 1
64 En el desarrollo de esta cuestión sigo a Foster, The First Advance, 79-80.
13 - Historia global del cristianismo
2
tolerancia a los cristianos a cambio de sus oraciones a Dios. El edicto de 311
dice: “Dado que un gran número de cristianos persiste todavía, nosotros con
nuestra usual misericordia, hemos pensado correcto permitirles ser nuevamente
cristianos, y tener sus reuniones religiosas. De modo que será deber de los
cristianos, a causa de esta tolerancia, orar a Dios por nosotros, por el Estado, y
por mí mismo.”65 En definitiva, al menos en la mitad oriental del Imperio, los
cristianos sobrevivieron y triunfaron.

La batalla por Roma en 312. Constantino partió de Galia con su ejército y


avan- zó contra Majencio, que había quedado como el único amo en Italia. La
victoria de Constantino contra sus opositores por la corona imperial en 312 fue
el punto decisivo del futuro del cristianismo en todo el Imperio Romano,
especialmente en Occidente. Eusebio de Cesarea dice que Constantino mismo
contaba haber visto, la noche antes de la batalla decisiva en el puente Milvio sobre
el río Tíber, una cruz resplandeciente en el cielo y sobre ella las palabras: “Con este
signo vencerás.” Con- vencido del poder del Dios de los cristianos, se hizo hacer un
nuevo estandarte en el que aparecían la cruz y las dos primeras letras del nombre
“Cristo” en griego: C y R. Este símbolo se conoce con el nombre de lábaro de
Constantino.

_ el triunfo de constantino
Con este estandarte al frente de sus tropas, Constantino venció a Majencio, y
con él pretendió salvar a su Imperio de la decadencia en que se encontraba. La
decisión de Constantino fue más política que religiosa. Su necesidad mayor era
lograr la unidad del Imperio, y con gran acierto vio en la fe cristiana la suficiente
vitalidad y fuerza como para lograrlo. La lealtad política al emperador unida a la
lealtad reli- giosa a una fe como el cristianismo podía resultar en la salvación de su
Imperio. Ha- biendo fracasado en destruirlo, el Estado romano bajo el emperador
Constantino, reconoció al cristianismo como religión lícita. El cristianismo, que
hasta entonces había sido la religión de una minoría perseguida, pasó a ser la
religión favorecida por el Estado.

Eusebio de Cesarea: “¡Cuán maravilloso es el poder de Cristo, que llamó a


hombres oscuros y sin educación de su oficio de pescadores, y les hizo legis-
ladores y maestros de la humanidad! ‘Os haré pescadores de hombres,’ dijo
Cristo, ¡y qué bien ha cumplido él la promesa! Él dio poder a los apóstoles,
de modo que lo que recibieron pudiera traducirse a todos los idiomas, civi-
lizados y bárbaros; y pudiera ser leído y ponderado por todas las naciones,
y la enseñanza pudiera ser recibida como la revelación de Dios. Victorioso
sobre dioses y héroes, Cristo solo se está haciendo reconocer en toda región
del mundo, por todos los pueblos, como el único Hijo de Dios.”66

65 Citado por Foster en Ibid., 79.


El cristianismo en el imperio romano 1
66 Eusebio de Cesarea, Oración en alabanza de Constantino, 17.
13 - Historia global del cristianismo
4
El cambio fue tremendo. De la noche a la mañana los cristianos se vieron hon-
rados, tenidos en consideración, respetados, consultados y hasta obsequiados por
los altos oficiales del Imperio y el emperador mismo. Constantino se mostró suma-
mente favorable al cristianismo y fue muy difícil para los líderes cristianos percibir
su manejo político de esta situación.

Carta de Constantino a Eusebio: “Mucha gente se está uniendo a la iglesia


en la ciudad que es llamada por mi nombre (Constantinopla). El número
de iglesias debe ser aumentado. Te pido que ordenes cincuenta copias de
las Sagradas Escrituras, escritas legiblemente sobre pergamino por copistas
hábiles. . . tan pronto como sea posible. Tienes autorización para usar
dos carros del gobierno para traerme los libros a los efectos de verlos.
Envía a uno de tus diáconos con ellos, y yo pagaré por ellos generosamente.
Dios te guarde, querido hermano.”67

Para los cristianos, su situación legal dentro del Imperio tuvo un giro total.
Si bien es dudoso que Constantino haya sido un cristiano auténtico, concedió
muchos favores al cristianismo en Occidente. Entre ellos: (1) terminó con las
persecuciones generales con el Edicto de Milán en el año 313; (2) destruyó los
templos paganos; (3) incorporó a cristianos como funcionarios de su gobierno; (4)
eximió a los cristianos del servicio militar; (5) eximió de impuestos a las iglesias; (6)
hizo del día domingo un feriado civil.

Constantino llegó a ser el único emperador del Imperio Romano a partir de 323,
después de derrotar a uno de sus opositores, Licinio. En el año 325 hizo una exhor-
tación general para que todo el pueblo del Imperio se hiciera cristiano. Esta
decisión influyó grandemente en Teodosio el Grande, quien comenzó a gobernar
en 378, y en 380 colocó al cristianismo como religión oficial del Imperio Romano. El
28 de febre- ro de 380, en Tesalónica, Teodosio promulgó un edicto, que decía:
“Todos nuestros pueblos deben adherirse a la fe transmitida a los romanos por
el apóstol Pedro y profesada por el pontífice Dámaso y el obispo Pedro de
Alejandría, es decir, recono- cer la Santa Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.” El edicto continuaba estableciendo el crimen del sacrilegio, declaraba
infames a quienes desobedecieran esta orden, y añadía: “¡Dios se vengará de
ellos y nosotros también!”68

De perseguidor, el Estado romano pasó a ser el mayor promotor de la fe cristia-


na. Ahora la iglesia tenía que enfrentar otros peligros más graves que la
persecu- ción: la mundanalidad, el mal uso del poder, el relajamiento de las pautas
morales, la corrupción, la pérdida de visión, el relajamiento del celo evangelizador,
el desarrollo de la ideología de cristiandad, y el proceso de institucionalización. A
partir de este

67 Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino, 4.36


El cristianismo en el imperio romano 1
68 Citado en Daniel-Rops, La Iglesia de los apóstoles y de los mártires (Madrid: Anzos, 1992), 722.
13 - Historia global del cristianismo
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tiempo, el cristianismo va a ir transformándose en cristiandad, mientras la civiliza-
ción romana se va a ir convirtiendo en civilización cristiana.

El período de las persecuciones y la oposición estatal había pasado, pero la igle-


sia en Occidente paulatinamente se fue institucionalizando como iglesia del Impe-
rio, acomodándose a sus valores y finalmente imitándolo en su estructura de
po- der. El cristianismo se insertó en la sociedad de una manera tal que, con todos
los cambios que siguieron, jamás se vio seriamente amenazado en Occidente, hasta
los tiempos modernos. Esto abrió las puertas a extraordinarias oportunidades,
pero también a numerosísimos problemas, fundamentalmente el de la autenticidad
de la fe de enormes multitudes cuyas conversiones frecuentemente eran sólo
nominales.

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