Hotel La Casona
Hotel La Casona
ACTO PRIMERO:
ACTO PRIMERO
CUADRO PRIMERO
La sala principal de La casona. La tarde está muy avanzada, el salón parece de una casa en la que desde
hace varias generaciones vive la misma familia, una salida a la izquierda que conduce al vestíbulo, la
puerta de la calle y la cocina. A la derecha hay otra salida que lleva al piso de arriba, donde están los
dormitorios.
Hay varios muebles de roble, todos ellos de calidad, entre los que se halla, una banqueta cerca de la
chimenea. Un gran sofá en el centro y una mesa delante del sofá. A la izquierda hay un mueble; sobre él
hay un aparato de radio y un teléfono y a su lado una silla, un revistero con periódicos y revistas cerca de
la chimenea, pequeña y semicircular, detrás del sofá. Sobre la mesa que hay detrás del sofá descansa una
lámpara.
Maria Carmen pone música en el tocadiscos y acomoda algunas cosas mientras entra el público. Las luces
bajan hasta apagarse del todo. Se escucha de fondo “Tres ratones ciegos”.
El escenario se halla sumido en total oscuridad. La música va desvaneciéndose y en su lugar se escucha la
misma melodía silbada estridentemente. Se oye un grito de mujer y luego voces masculinas y femeninas
que exclaman a un tiempo «¡Dios mío! ¿Qué fué eso? ¡Fue por allá! ¡Oh, Dios mío!». Seguidamente se
escucha una sirena de policía, luego varios silbatos, hasta que por fin se hace el silencio.
Guillermo: (Llamando.) ¡Maria Carmen! ¡Maria Carmen! ¡Maria Carmen! ¿Dónde estás?
Maria Carmen: (Alegremente.) ¡Haciendo todo yo, vago! (Se aproxima a Guillermo.)
Guillermo: ¿Ah, sí? ¿Adónde fuiste? No vas a decirme que saliste con esta lluvia.
Maria Carmen: Tuve que bajar al centro por algo que me había olvidado.
Guillermo: (Levantándose y acercándose a Maria Carmen.) Tenemos que vigilar que la calefacción no se
apague, porque pronto van a llegar los huéspedes. (Toca el radiador con la mano.)
Maria Carmen: (Yendo hasta el sofá y sentándose.) ¡Oh! ¡Me gustaría tanto que todo comenzara bien!
Las primeras impresiones son tan importantes…
Guillermo: (Acercándose al sofá por la derecha.) ¿Está todo preparado? Supongo que todavía no habrá
llegado nadie, ¿verdad?
Maria Carmen: No, gracias a Dios. Me parece que todo está en orden... ¡Oh, Guille! ¿pensas que todo va
a salir bien?
Guillermo: ¿Tenés miedo? ¿Te sentís mal por no haber vendido la casa cuando tu tía te la dejó, en vez de
meternos en esta locura de convertirla en un hotel?
Guillermo: (Complacido.) Si, quedo bien, ¿no? (Silencio de admiración al lugar) (Acercándose a la
mesita que hay detrás del sofá.) Me pregunto cómo será toda esta gente. ¿No te parece que tendríamos
que haberles cobrado una seña?
Maria Carmen: Oh, no, no lo creo. Traerán equipaje. Si no nos pagan, nos quedaremos con el equipaje.
Es muy sencillo.
Guillermo: Hay que tener cuidado porque puede que alguno de los huéspedes sea un delincuente que
quiera ocultarse de la policía.
Maria Carmen: Me importa un carajo, mientras nos paguen.
Guillermo: Sos una maravillosa mujer de negocios, Maria Carmen. Guillermo sale por la derecha y Maria
Carmen pone la radio.
VOZ EN LA RADIO:...y según La comisaría sexta, el crimen se cometió en Barrio San Vicente, a
cuadras de la plaza Lavalle. (Maria Carmen se levanta y se acerca al sillón del centro.) ...está muy
interesada en interrogar a una persona que fue vista por los alrededores y que llevaba abrigo
oscuro...(Maria Carmen agarra el abrigo de Guillermo .)...bufanda de color claro...(Maria Carmen agarra
la bufanda de Guillermo.)... y un sombrero de fieltro. (Maria Carmen agarra el sombrero de Guillermo y
sale de la estancia.) Advertimos a los ciudadanos que los meteorólogos recomiendan quedarse en sus
casas… debido al pronóstico que indica fuertes e intensas lluvias en lo que resta de la semana. (Suena el
timbre de la puerta.) Maria Carmen entra en la sala, se acerca al escritorio, apaga la radio y sale
rápidamente por la derecha.
Cristian: (En off.) Muchas gracias. (Cristian entra por la derecha. Lleva una maleta que deposita junto a
la mesa grande. Se trata de un joven de aspecto un tanto neurótico y alocado. Lleva el pelo mojado y
descuidado. Una corbata de punto que parece propia de un artista. Sus modales son confiados, casi
infantiles.) Este tiempo… es sencillamente espantoso. El taxi me dejó a dos cuadras. (Da unos pasos y
deja el sombrero en la mesita detrás del sofá.) No quiso dejarme frente a la puerta del hotel. ¡Qué falta de
empatía! (Se acerca a Maria Carmen.) ¿Usted es Maria Carmen? ¡Bárbaro! Me llamo Cristian.
Cristian: ¿Sabe que no se parece en nada a como me la había imaginado? Me la imaginaba como la viuda
de un general retirado, del ejército de la India. Pensaba que sería una señora muy seria, y en vez de eso,
me encuentro con un paraíso (Pasa por delante del sofá y se aproxima a la mesita de detrás.)... todo un
paraíso. Muy bien proporcionado. (Señala el escritorio.) ¡Esa es de imitación! (Señala la mesita del sofá.)
¡Ah, pero esta otra mesa es auténtica! Me voy a sentir muy cómodo acá. (Se acerca a la chimenea.) ¿Es
falsa?
Cristian: ¡Qué Bueno! (Siguiendo la mirada.) ¿y acá? (Se acerca a la puerta y la abre.) Necesito verlo.
Cristian entra en el comedor y Maria Carmen lo sigue. Entra Guillermo por la derecha. Mira a su
alrededor y examina la maleta. Se oyen voces en el comedor. Guillermo sale por la derecha.
Maria Carmen: (En off.) Venga, venga y caliéntese. María Carmen entra en la sala procedente del
comedor. Cristian entra tras ella. María Carmen se acerca al centro.
Cristian: (Al entrar.) Perfecto, absolutamente perfecto. Muy amable. Sólida como una piedra
(refiriéndose a la chimenea) Pero, ¿por qué quitaron la mesa de caoba que debería haber en el centro?
(Mira hacia la derecha.) Las mesitas estropean el efecto. Entra Guillermo por la derecha y se queda de pie
al lado de la butaca grande.
Maria Carmen: Pensamos que los huéspedes preferirían las mesitas... Le presento a mi marido.
Cristian: (Acercándose a Guillermo y estrechándole la mano.) Mucho gusto. Lindo tiempito, ¿no? Te
hace retroceder a los tiempos cuando no existía la Cañada (Se vuelve hacia la chimenea). Claro, claro,
señora De Los Alpes, tiene usted absolutamente toda la razón en lo de las mesitas. Me estaba dejando
llevar por mi fascinación por los muebles clásicos.
Guillermo: (Sintiendo antipatía.) Voy a subir la maleta a su habitación. (agarra la maleta y se vuelve hacia
Maria Carmen.) Dijiste el cuarto de roble, ¿no?
Maria Carmen: Sí.
Cristian: Espero que la cama sea de columnas y tenga un cobertor con rosas estampadas.
Guillermo: (Rebajandolo) ¡Ah, justamente!... No es así. Guillermo sale con la maleta en dirección a la
escalera.
Cristian: Me parece que no voy a caerle simpático a su marido. (Da unos pasos hacia Maria Carmen.)
¿Cuánto tiempo llevan casados? ¿Están muy enamorados?
Maria Carmen: (Fríamente.) Llevamos casados un año justo. (Se dirige a la escalera.) ¿No quiere usted
subir a ver su habitación?
Cristian: ¡Touché! (Pasa por delante de la mesita del sofá.) Pero es que me gusta tanto saberlo todo acerca
de la gente. Quiero decir que la gente me parece tan interesante, tan enloquecedoramente interesante. ¿A
usted no?
Maria Carmen: Pues, supongo que algunas personas lo son y (Se vuelve hacia Cristian.) otras no lo son.
Cristian: No, no estoy de acuerdo. Todas son interesantes, absolutamente todas... Porque nunca se llega a
saber realmente cómo son o qué es lo que piensan en realidad. Por ejemplo, usted no sabe qué estoy
pensando en este momento, ¿verdad? (Sonríe como por efecto de algún chiste secreto.)
Maria Carmen: No tengo la menor idea. (Se acerca a la mesita del sofá y agarra un vaso de la mesita de
bebida.) ¿Un trago?
Cristian: No, gracias. (Se acerca a Maria Carmen.) ¿Lo ve? Las únicas personas que saben realmente
cómo son los demás son los artistas... ¡y no saben por qué lo saben! Pero si se trata de pintores (Da unos
pasos.), la cosa sale... (Se sienta en el brazo derecho del sofá.) en el lienzo.
Cristian: No. Soy arquitecto. Verá: mis padres me pusieron Cristian con la esperanza de que llegase a
arquitecto. Cristian Torres! (Se ríe.) Todo el mundo se ríe y hace chistes sobre eso. De todos modos...
¿quién sabe?... Puede que sea yo el último en reírse. (Entra Guillermo procedente del piso de arriba.) Me
voy a sentir cómodo acá. Su esposa es de lo más simpática.
Cristian: (Volviéndose para mirar a Maria Carmen.) Y muy hermosa, verdaderamente hermosa.
Cristian: ¡Ea! ¿Hay algo más propio de una argentina? Los cumplidos siempre las enrojecen. Las
europeas se toman los cumplidos como algo natural, pero las argentinas se quedan sin espíritu femenino
por culpa de sus maridos. (Se vuelve y mira a Guillermo.) Los maridos argentinos tienen un no sé qué que
resulta muy grosero.
Maria Carmen: (Apresuradamente.) Suba a ver su habitación. (Se dirige a la salida de la izquierda.)
Cristian: Gracias.
Maria Carmen: (Dirigiéndose a Guillermo.) ¿Podes cargar la caldera del agua caliente?
María Carmen y Cristian se dirigen a la puerta derecha. Guillermo pone cara de malhumor. Suena el
timbre. Hay una pausa, luego el timbre vuelve a sonar varias veces con impaciencia. Guillermo se
encamina hacia la puerta de la calle con pasos rápidos. Durante unos instantes se oye el ruido del viento y
de la lluvia.
Sra. Zulema: (En off.) Este será el Hotel La Casona, digo yo. ¿No?
Sra. Zulema penetra en la sala. En una mano lleva una maleta y en la otra varias revistas y guantes. Es una
mujer corpulenta, imperiosa y con cara de estar de muy mal humor.
Guillermo: Me llamo Guillermo de los Alpes. Acérquese al fuego, señora Zulema, y séquese. Zulema se
aproxima a la chimenea. Hace un tiempo espantoso, ¿verdad?
Sra. Zulema: El taxista no quiso arriesgarse a venir hasta la puerta. (Guillermo vuelve a entrar en la sala
y se acerca a Zulema.) Se detuvo ante la puerta del jardín. Tuve que compartir el taxi con un desconocido
que esperaba en la estación e incluso así me dió trabajo encontrar uno libre. (Acusadoramente.) Me parece
que mi llegada fue inesperada.
Guillermo: Lo siento mucho, permítame el abrigo. (Zulema le da a Guillermo los guantes y las revistas.
Luego se queda de pie ante la chimenea, calentándose las manos.) Mi esposa estará con usted dentro de
un instante. Guillermo sale de la estancia.
Sra. Zulema: (Acercándose a la puerta por donde acaba de salir Guillermo.) Al menos hubieran sacado
los baldes de la entrada. (Cuando Guillermo ya ha salido al jardín.) Todo me parece muy improvisado. (Se
acerca de nuevo a la chimenea y mira a su alrededor con expresión de desaprobación.)
Maria Carmen llega apresuradamente del piso de arriba, un poco jadeante.
Maria Carmen: Sí. Yo... (Se acerca a Zulema, hace como si fuera a ofrecerle la mano, luego la retira, no
muy segura de cómo se comportan los propietarios de las casas de huéspedes.)
Con cara de desagrado, Zulema inspecciona a Maria Carmen.
Sra. Zulema: Para llevar un hotel de esta clase. Sin duda no tiene mucha experiencia.
Maria Carmen: (Retrocediendo.) En todo hay siempre una primera vez, ¿no cree?
Sra. Zulema: Entiendo. Completamente inexperta. (Mira a su alrededor.) La casa es vieja. Espero que no
haya humedad. (Husmea el aire con cara de suspicacia.) Mucha gente no sabe que tiene humedad en la
casa hasta que ya es demasiado tarde para hacer algo.
Guillermo: Subo esto arriba. (Recoge las maletas. Se dirige a Maria Carmen.) ¿Qué habitación dijiste?
Maria Carmen: En el cuarto rosa he puesto al Sr. Torres. Le gustó tanto la cama de columnas... Así que
Sra. Zulema ocupará el cuarto de roble
Cristian entra silenciosamente en la sala y se acerca a Maria Carmen por detrás.
Cristian: (Cantando.) «Vieja en la cueva» Adoro las canciones infantiles. ¿Usted no? Siempre tan trágicas
y macabras, sobre todo macabras. Por eso gustan a los niños.
Cristian se inclina.
Sra. Zulema: He llegado a una edad en la vida en la que las comodidades de un establecimiento son más
importantes que su aspecto. (Cristian retrocede unos pasos. Guillermo aparece por la izquierda y se queda
debajo del dintel.) Jamás hubiera venido aquí de haber sabido que esto no funciona como es debido. Tenía
entendido que esta casa estaba dotada de todas las comodidades.
Sra. Zulema: ¿Será tan buena de acompañarme a mi habitación, Sra. De Los Alpes? (Se dirige
majestuosamente hacía la escalera.)
Cristian: Que vieja insoportable. (Suena el timbre de la puerta.) ¡Señor, ya ha llegado otro!
Pilar Ponce: (Con voz grave, varonil.) Se me quedó el auto a unas cuadras de acá... me lo llevo el agua.
Guillermo: Deme esto. (Se hace cargo de la maleta y la deja al lado de la mesa grande.)
Pilar Ponce: (Aproximándose al fuego.) Tenía más en el auto, pero ya es tarde. (Guillermo da unos pasos
hacia la butaca.) ¡Ah, me gusta que tengan encendido un buen fuego! (Se sienta en una silla delante de la
chimenea.)
Pilar Ponce: No hay apuro. (Se quita el abrigo.) Tengo que quitarme el frío de encima. Parece que vamos
a quedar aislados por la tormenta. (Saca un periódico vespertino del bolsillo del abrigo.) Según el hombre
del tiempo, va a llover copiosamente. Espero que tengan provisiones abundantes en casa.
Guillermo: Oh, sí. Mi esposa lleva la casa muy bien. En todo caso, siempre podemos comernos las
gallinas.
Pilar Ponce: Antes de empezar a comernos los unos a los otros, ¿eh? Se ríe con estridencia y arroja el
abrigo a Guillermo, que lo coge al vuelo. Luego la joven se sienta en la butaca.
Cristian: (Levantándose y acercándose al fuego.) ¿Alguna noticia interesante en el diario, aparte del
tiempo.
Pilar Ponce: La crisis política de siempre, ¡Ah sí!, un asesinato muy jugoso.
Cristian: ¿Un asesinato!? (Volviéndose hacia Pilar Ponce.)
Pilar Ponce: (Pasándole el periódico.) Al parecer, creen que se trata de un maníaco homicida. Estranguló
a una mujer cerca de la Plaza Lavalle. Supongo que será algún maníaco sexual. (Mira a Guillermo.)
Guillermo da unos pasos hacia la izquierda de la mesita del sofá.
Cristian: El diario no dice mucho, ¿verdad? (Se sienta en el sillón pequeño y sigue leyendo.) «La policía
está muy interesada en interrogar a un hombre que fue visto por los alrededores de la Plaza Alberdi.
Llevaba, abrigo oscuro, bufanda más bien clara y sombrero de fieltro. La radio estuvo emitiendo mensajes
de la policía durante todo el día».
Cristian: Cuando dicen que la policía desea interrogar a alguien, ¿no es una forma cortés de insinuar que
se trata del asesino?
Maria Carmen: Hace una noche de locos. ¿Quiere subir a su habitación? Si desea tomar un baño, el agua
está caliente.
Maria Carmen y Pilar Ponce abandonan la sala. Guillermo las sigue con la maleta. Cristian, que se ha
quedado solo, se levanta y efectúa una exploración. Abre la puerta de la izquierda, se asoma y sale por
ella. Instantes después reaparece por la escalera. Cruza la sala hacia la salida de la derecha y se asoma por
ella. Se pone a cantar «El pequeño Jack Horner» y se ríe en voz baja. Da la impresión de estar levemente
desequilibrado. Se acerca a la mesa grande. Guillermo y Maria Carmen entran hablando en la sala.
Cristian se esconde detrás de la cortina. Maria Carmen se acerca a la butaca grande y Guillermo se coloca
cerca de la mesa.
Maria Carmen: Tengo que darme prisa e ir a la cocina a prepararlo todo. La Sra Zulema me da miedo.
La cena tiene que salir bien por fuerza. Estaba pensando en puchero de gallina, y hacer puré de papas
también. Y tenemos compota de higos. ¿Crees que bastará con todo esto?
Guillermo: Me parece que sí. Tal vez no... no sea muy original.
Cristian: (Saliendo de detrás de la cortina y colocándose entre Guillermo y Maria Carmen.) Les ruego
que me dejen ayudarles. Adoro cocinar. ¿Por qué no hacer también una tortilla? Tendrán huevos, ¿Puede
ser?
Maria Carmen: Oh, sí, los hay en abundancia. Tenemos muchas gallinas. No ponen tanto como deberían,
pero hemos guardado muchos huevos. (Guillermo se aparta hacia la izquierda.)
Cristian: Y si tienen una botella de vino barato, de la clase que sea, podrían echarla en «el puchero»... Le
daría sabor continental. Muéstreme dónde está la cocina y lo que tenga en ella y es casi seguro que tendré
una inspiración.
Maria Carmen: Venga conmigo. (Maria Carmen y Cristian salen por la derecha en dirección a la cocina.
Guillermo frunce el ceño, profiere una exclamación poco lisonjera para Cristian y se aproxima a la butaca
pequeña que hay a la derecha. Coge el periódico y se queda de pie leyéndolo muy atentamente. Da un
salto cuando Maria Carmen entra en la sala y dice algo.) ¿Verdad que es simpático? (Maria Carmen se
acerca a la mesita del sofá.) Se puso el delantal y está preparando todo. Dice que lo deje en sus manos y
que no vuelva a la cocina hasta dentro de media hora. Si nuestros huéspedes desean prepararse ellos
mismos la comida, nos ahorraremos mucho trabajo.
Guillermo: No me gustan los tipos como él. (Significativamente.) Vos no llevaste su maleta, pero yo sí.
Guillermo: No pesaba nada. Seguro que estaba vacía. Probablemente es uno de esos jóvenes que van por
ahí estafando a los hoteleros.
Maria Carmen: No creo. Me cae bien. (Hace una pausa.) Esa Pilar Ponce parece algo rara, ¿no crees?
Maria Carmen: ¡También es mala suerte que todos nuestros huéspedes sean antipáticos o raros!
Suena el timbre.
Maria Carmen: (Levantándose.) ¡No digas esas cosas! Guillermo va a abrir la puerta. María Carmen se
acerca al fuego.
Míster Paravicini entra en la sala con paso vacilante. Lleva una bolsa pequeña. Se trata de un extranjero
moreno y de edad avanzada. Luce un bigote bastante llamativo. Es una versión algo más alta de Hercule
Poirot, tal que pueda causar una falsa impresión en el público. Lleva un grueso abrigo con forro de piel.
Se apoya en el dintel de la entrada y deja la bolsa en el suelo. Entra Guillermo.
Paravicini: ¡Qué buena suerte la mía! ¡Señora! (Se acerca a Maria Carmen, le coge una mano y se la
besa.) (Guillermo pasa por detrás de la butaca del centro.) Mi plegaria ha sido escuchada. Una casa de
huéspedes... y una anfitriona encantadora. Mi Rolls Royce, ¡ay!, se lo llevó la lluvia... Llueve tanto que
apenas se ve a dos pasos. No sé dónde me encuentro. Pensé: moriré ahogado. Y entonces levanto una
bolsita y caminó entre la lluvia y veo ante mí la gran verja de hierro. ¡Una casa! ¡Estoy salvado! Dos
veces me caí al suelo antes de llegar, pero, finalmente llego a la puerta y en el acto (Mira a su alrededor.)
la desesperación se convierte en gozo. (Cambiando de tono.) Podrán alquilarme una habitación..?
Maria Carmen: Acabamos de inaugurar esta casa de huéspedes hoy mismo, así que somos... somos algo
novatos en el negocio.
Guillermo: ¿Y su equipaje?
Paravicini: No, no, se lo llevó el agua. (Se acerca a Guillermo.) Tengo todo lo que necesito acá, en esta
bolsita. Sí, todo lo que necesito.
Maria Carmen: Será mejor que se caliente ante el fuego. (Paravicini se aproxima a la chimenea.) Voy a
prepararle la habitación. (Da unos pasos hacia la butaca grande.) Me temo que la habitación es más bien
fría, ya que está orientada al norte, pero todas las demás ya están ocupadas.
Maria Carmen: Sí: Sra. Zulema, srita. Ponce y un joven que se llama Cristian Torres... y ahora... usted.
Paravicini: Sí... el huésped inesperado. El huésped al que no han invitado. El huésped que acaba de
llegar... de la nada... saliendo de la tormenta. Parece muy dramático, ¿no creen? ¿Quién soy yo? Ustedes
no lo saben. ¿De dónde vengo? Ustedes lo ignoran. Yo, yo soy el hombre del misterio. (Se ríe.) (Maria
Carmen se ríe y mira a Guillermo, que sonríe débilmente. Paravicini mira a Maria Carmen y mueve la
cabeza de muy buen humor.) Pero ya completé el cuadro. De ahora en adelante no habrá más llegadas. Ni
más salidas. Mañana estaremos aislados de la civilización, o tal vez ya lo estemos. Por cierto, me llamo
Paravicini. (Se aproxima a la butaca pequeña.)
Maria Carmen: Oh, sí. Nosotros somos María Carmen y Guillermo de Los Alpes. Guillermo se acerca a
Maria Carmen.
Paravicini: ¿Sr. y Sra. De Los Alpes? (Mueve la cabeza al ver que ellos asienten. Mira a su alrededor y se
acerca a Maria Carmen.) ¿Y dice que esto es... es la casa de huéspedes Hotel La Casona? Bien. La casa de
huéspedes de La Casona. (Se ríe) Perfecto. (Se ríe.) Perfecto. (Se ríe y se acerca a la chimenea.) (Maria
Carmen mira a Guillermo y ambos miran con expresión de inquietud a Paravicini mientras bajan las
luces.)
CUADRO SEGUNDO
El mismo lugar. Al día siguiente por la tarde. Al levantarse el telón, ya ha dejado de llover. Cristián está
poniendo leña en la chimenea y Zulema no lo ve. cuando Zulema habla sola, Cristian se esconde. Sra.
Zulema está sentada en la butaca grande delante, escribiendo en un bloc colocado sobre la rodilla.
Sra. Zulema: (Levantándose y aproximándose al radiador.) Por el anuncio pensé que este lugar sería
muy distinto de lo que en realidad es. Creí que iba a haber un salón cómodo para escribir. (dudando) No
entiendo por qué le darían la mejor habitación a ese joven tan raro. No pienso quedarme mucho tiempo
acá.
Sra. Zulema: Me parece que se escapó de algún manicomio. Maria Carmen entra por la derecha.
Entra Guillermo, se dirige a la derecha y sale. Maria Carmen vuelve a entrar con un plumero y una olla
haciendo mayonesa casera, cruza la sala y al subir corriendo la escalera tropieza con Pilar Ponce, que en
aquel momento bajaba.
Pilar Ponce: No ha sido nada. Maria Carmen sale. Pilar Ponce camina lentamente hacia el centro.
Sra. Zulema: ¡Dios mío! Esa joven es increíble. ¿Es que no sabe nada de las tareas domésticas? ¡Entrar
en la sala principal con una olla! ¿No hay una entrada de servicio?
Pilar Ponce: (Sacando del chaleco una petaca con alcohol.) Oh, sí... una buena escalera posterior. (Se
acerca al fuego.) Muy útil en caso de incendio.
Sra. Zulema: Entonces ¿por qué no la utilizan? De todos modos, las tareas domésticas deberían haberlas
hecho por la mañana.
Pilar Ponce: Según tengo entendido, nuestra anfitriona tuvo que preparar la comida. Las pobrecitas
clases inferiores... Se están desbocando, ¿verdad?
Pilar Ponce: Oh, yo no diría tanto. No soy roja... solamente un poquitín rosada. (Se aproxima al sofá y se
sienta en el brazo derecho.) Aunque no me interesa demasiado la política… Vivo en Buenos Aires.
Sra. Zulema: Supongo que las condiciones de vida resultan mucho más fáciles ahí.
Pilar Ponce: No tengo que guisar ni hacer la limpieza... como, según tengo entendido, todo el mundo
tiene que hacer en este país.
Pilar Ponce: Depende. Tengo que atender algunos asuntos. Cuando termine con todo, voy a volver.
Sra. Zulema: (Molesta porque estaba escribiendo.) ¿Le importaría no tener la radio tan alta? Siempre me
resulta difícil escribir mientras la radio está puesta.
Pilar Ponce: ¿Ah sí? Es mi música favorita. Ahí dentro hay un escritorio. (Con la cabeza señala la puerta
de la biblioteca.)
Sra. Zulema: Ya lo sé. Pero acá estoy más calentita.
Pilar Ponce: Mucho más caliente, estoy de acuerdo. (Empieza a bailar al compás de la música.) (Zulema,
tras mirarla severamente unos instantes, se levanta y entra en la biblioteca. Pilar Ponce sonríe, se
aproxima a la mesita de detrás del sofá y guarda la petaca. Da unos pasos y coge una revista que hay en la
mesa grande.) ¡Vieja de mierda! (Se acerca a la butaca grande y se sienta.)
Cristian sale de la biblioteca y da unos pasos hacia el centro de la sala.
Cristian: (Señalando la biblioteca con un gesto.) Esa mujer parece empeñada en seguirme adonde vaya y
despues se me queda mirando con desprecio.
Pilar Ponce: Se había apoderado del mejor asiento. Ahora la tengo yo.
Cristian: Así que usted la ahuyentó. Me alegro. Me alegro mucho. No me gusta nada. (Se acerca
rápidamente a Pilar Ponce.) A ver si se nos ocurren más cosas que la molesten, ¿eh? ¡Ojalá se vaya de
acá!
Pilar Ponce: Cuando eso pase, puede que hayan sucedido muchas cosas.
Cristian: Sí, sí, eso es cierto. (Se acerca a la ventana.) La lluvia es bonita, ¿no le parece? Tan pacífica, tan
pura... Hace que te olvides de las cosas.
Pilar Ponce: En las gotas que caen por las ventanas, se deslizan y se transforman en una sola manta,
raída y delgada... en un pequeño que tiembla de frío y miedo.
Pilar Ponce: Lamento decepcionarte, pero en realidad no lo soy. (Oculta el rostro detrás de la revista.)
Cristian la mira con expresión de duda, luego se acerca a la radio, la pone a un volumen muy fuerte y se
marcha a la salita de estar. Suena el teléfono. Maria Carmen baja corriendo del piso de arriba con el
plumero en la mano y se acerca al teléfono.
Maria Carmen: (Descolgando el aparato.) ¿Sí? (Cierra la radio.) Sí ésta es la casa de huéspedes de La
Casona... ¿Qué?... No, me temo que Sr. De los Alpes no puede atender en este momento. Yo soy la Sra.
Maria Carmen. ¿Quién?... ¿La policía?...(Pilar Ponce baja la revista.) Oh, sí, sí, Subcomisario Rodriguez,
me temo que eso es imposible. No conseguiría llegar hasta aca. El agua nos tiene bloqueados.
Completamente bloqueados. Las calles están intransitables...(Pilar Ponce se levanta y se dirige a la salida
de la izquierda.) Nada podría llegar hasta aca... Sí... Muy bien... ¿Pero qué...? Hola... ¡¿Hola?!... (Cuelga
el aparato.) Entra Guillermo enfundado en un abrigo. Se lo quita y lo cuelga en el vestíbulo.
Pilar Ponce: Conque problemas con la policía, ¿eh? ¿Es que sirven licor sin tener licencia? Pilar Ponce
sube al piso de arriba.
Maria Carmen: Eso mismo les dije yo. Pero parecían muy seguros de que sí llegaría.
Guillermo: Tonterías. Ni una canoa llegaría hasta acá hoy. Pero, ¿se puede saber a qué viene todo esto?
Maria Carmen: Eso mismo les pregunté yo. Pero el que llamó no quiso contestarme. Solo dijo que
prestara mucha atención a lo que dijera el Detective Garcia... creo que ése era el nombre... y que siguiera
sus instrucciones al pie de la letra. ¿Qué loco no?
Maria Carmen: (Acercándose a Guillermo.) ¿Será por aquellas medias de nilón que trajimos de la feria
de Las Heras?
Guillermo: No creo…
Guillermo: (Arrodillándose para echar un leño al fuego.) Probablemente se trata de algo relacionado con
el tener una casa de huéspedes. Seguramente se nos habrá olvidado alguna estúpida ordenanza de este
ministerio o de aquel otro. Hoy en día eso es prácticamente inevitable. (Se levanta y se queda mirando a
Maria Carmen.)
Maria Carmen: ¡Ay, querido, ojalá no se nos hubiera ocurrido poner este negocio! Vamos a pasarnos
varios días bloqueados por la lluvia, todo el mundo está de mal humor y se nos van a terminar todas las
latas de conservas.
Guillermo: Animo, querida. (Rodea a Maria Carmen con sus brazos.) Vas a ver cómo todo sale bien.
¿Sabes? (Se acerca lentamente a la mesa grande.) Ahora que lo pienso, debe de tratarse de algo bastante
serio para que venga un detective de la policía estando como están las calles. Debe de tratarse de algo
realmente urgente… Guillermo y Maria Carmen se miran con expresión intranquila. Zulema sale de la
biblioteca.
Sra. Zulema: (Acercándose a la mesa grande.) ¡Ah, está usted aquí, Sr. Guillermo! ¿Sabe que en la
biblioteca apenas se nota la calefacción central?
Guillermo: Perdon viej… Sra. Zulema. Estamos medio escasos de leña y...
Sra. Zulema: Les pago 20 pesos a la semana por mi alojamiento... ¡20 Pesos! y no quiero morir
congelada.
Guillermo: Voy a buscar leña. Guillermo sale de la estancia. Maria Carmen va tras él.
Sra. Zulema: Sra. Maria Carmen, si me permite decirle, ese joven que tiene alojado aquí resulta de lo
más extraordinario. Esos modales suyos... y las corbatas que lleva... ¿Se cepillará el pelo alguna vez?
Maria Carmen: Digo que Cristian Torres es arquitecto...Se llama Cristian. Me contó que sus padres le
pusieron ese nombre porque esperaban que llegase a ser arquitecto. (Se acerca a la mesita de detrás del
sofá y se sirve un poco de alcohol.) Y lo es... o le falta poco... de modo que las esperanzas de padres se
han cumplido.
Sra. Zulema: ¡Hm! Todo eso me suena a cuento chino. (Se sienta en la butaca grande.) Yo en su lugar
haría algunas indagaciones sobre él. ¿Qué saben ustedes de él?
Maria Carmen: Ni más ni menos de lo que sabemos sobre usted, Zulema. O sea: que ambos nos pagan
20 pesos a la semana. En realidad no necesito saber nada más, ¿verdad? Es lo único que es de mi
incumbencia. No importa que mis huéspedes me gusten o (Significativamente.) no me gusten.
Sra. Zulema: Es usted joven e inexperta y debería agradecer los consejos de alguien que sabe más que
usted. ¿Y qué me dice de ese viejo loco?
Maria Carmen: Negarle alojamiento a un viajero va contra la ley. Usted debería saberlo.
Maria Carmen: (Dirigiéndose al centro de la sala.) ¿Acaso no fue usted jueza, Sra Zulema?
Sra. Zulema: Lo único que digo es que este Paravicini o como se llame me parece…
Paravicini: Vaya con cuidado, mi estimada señora. Habla usted del diablo y acá lo tiene. ¡Ja, ja!
Zulema se sobresalta.
Paravicini: Es que entré de puntitas de pie... así. (Hace una breve demostración.) Nadie me escucha si yo
no lo quiero. Me parece muy divertido.
Sra. Zulema: (Levantándose.) Bueno, tengo que terminar las cartas. Voy a ver si la salita de estar está
más cálida.
Zulema se dirige a la salita de estar. Maria Carmen la sigue hasta la puerta.
Paravicini: Mi encantadora anfitriona parece preocupada. ¿Qué le pasa, mi querida señora? (La mira
apreciativamente.)
Maria Carmen: Es que esta mañana todo resulta complicado. Por culpa de la lluvia.
Paravicini: (Como un viejo verde.) No culpe a la lluvia, es usted una cocinera encantadora, no hay duda
de ello. (Se acerca a la mesita y agarra una mano de Maria Carmen.)(Maria Carmen retira la mano y da
unos pasos.) ¿Me permite que le haga una pequeña advertencia? (Da unos pasos.) Usted y su marido no
deberían ser demasiado confiados, ¿sabe? ¿Tienen referencias de los huéspedes que hay?
Maria Carmen: ¿Es normal pedirlas? (Se vuelve hacia Paravicini.) Siempre creí que la gente
sencillamente... sencillamente se presentaba.
Paravicini: Es aconsejable saber algo sobre la gente que duerme bajo tu techo. Yo, por ejemplo. Me
presento diciendo que el auto se me quedó con la lluvia. ¿Qué saben ustedes de mí? ¡Nada en absoluto!
Podría ser un ladrón, un atracador (Se acerca lentamente a Maria Carmen.), un fugitivo de la justicia, un
loco... incluso... un asesino...
Paravicini: ¿Ve? Y puede que de los demás huéspedes no sepa mucho más.
Zulema entra procedente de la salita de estar. Maria Carmen da unos pasos hacia la mesa grande.
Sra. Zulema: En la salita hace demasiado frío para estar sentada. Voy a escribir las cartas aca. (Se acerca
a la butaca grande.)
Paravicini: (Se acerca a la chimenea.) (Dirigiéndose a Maria Carmen con anticuado pudor.) ¿Está aquí su
marido, Sra. Maria Carmen? tiene una gotera en el techo.
Maria Carmen: ¡Qué día éste! Primero la policía y después una gotera. (Se dirige a la salida.)
Maria Carmen: Hace un momento llamaron por teléfono. Dicen que van a enviarnos un sargento.
(Contempla la nieve.) Pero no creo que consiga llegar.
Guillermo entra con un cesto lleno de leña
Paravicini se aleja de la chimenea. Se escuchan tres golpes secos en la puerta de calle y Guillermo acerca
el rostro hacia la puerta.preguntando quien es, El sargento entra haciendo volteretas atropellando a
Guillermo.
Detective García: Gracias, señor. Me presento: Sargento Detective Garcia de la policía de Córdoba.
Guillermo: Un gusto (mientras el Detective lo ayuda a levantarse).
Sra. Zulema: Supongo que para esto pagamos al cuerpo de policía hoy día: para que se diviertan
haciendo el ridículo.
Maria Carmen pasa por detrás de la mesa grande.
Paravicini: (Dando unos pasos hacia Maria Carmen y susurrando con furia.) ¿Por qué ha avisado a la
policía, Sra. Maria Carmen?
Cristian entra procedente de la salita de estar y se acerca al sofá. Paravicini da unos pasos hacia la derecha
de la mesa grande.
Sra. Zulema: Puede creerlo o no, pero ese hombre es policía. Un policía ridículo.
Guillermo: (Dando unos pasos.) Esto... les presento al sargento Detective Garcia.
Cristian: (Sentándose en el extremo derecho del sofá.) Es muy atractivo, ¿no les parece? Los policías
siempre me parecen muy atractivos.
Paravicini: (Hablando por teléfono.) ¡Oiga! ¡Oiga!... (Se dirige a Maria Carmen.) Este teléfono no
funciona, señora De los Alpes.
Cristian: (Riéndose histéricamente.) Así que estamos completamente aislados. Completamente aislados.
Es gracioso, ¿no creen?
Cristian: Ah, se trata de un chiste que yo me sé. ¡Chist, que vuelve el faldero ridículo!
Entra Detective García seguido por Guillermo. Detective Garcia avanza hacia el centro de la sala y
Guillermo se acerca a la mesita de detrás del sofá.
Detective Garcia (Sacando su librito de notas.) Ahora podemos poner manos a la obra, Sr. De los Alpes.
¿Sra. Maria Carmen? Maria Carmen se adelanta unos pasos.
Guillermo: ¿Quiere hablarnos a solas? En tal caso, podríamos pasar a la biblioteca. (Señala la puerta de la
biblioteca.)
Detective García: (Dando la espalda al público.) No es necesario, señor. Ahorraremos tiempo si están
todos presentes. ¿Me permite sentarme? (Se acerca a la mesa grande.)
Maria Carmen: ¡Dése prisa, por favor! Queremos saber de qué se trata. (Se acerca a la mesa.) ¿Qué
hicimos?
Detective García: (Sorprendido.) ¿Qué hicieron? Oh, no es nada de eso, Sra. Maria Carmen. Se trata de
algo completamente distinto. Algo relacionado con la protección que la policía puede darles, si usted me
entiende.
Detective García: Está relacionado con la muerte de Lucrecia... Lucrecia del Valle Gomez que fue
asesinada ayer. Se habrán enterado por la radio, ¿no?
Detective García: En efecto, señora. (Se vuelve hacia Guillermo.) Lo primero que quiero saber es si
conocían a Lucrecia.
Detective García: Puede que no la conocieran por Lucrecia. En realidad no se llamaba así. Estaba
fichada por la policía y en la ficha constaban sus huellas dactilares. Por eso la pudimos identificar sin
dificultad. Su verdadero nombre era Cristina Aguilar. Su marido era agricultor. Juan Carlos Vaca, con
domicilio en La Calera, no muy lejos de acá.
Detective García: Así es, señorita. Los Corrado. Dos niños y una niña. Comparecieron ante un tribunal
por estar necesitados de cuidados y protección. Se les encontró un hogar en casa del señor Vaca y la
señora Aguilar. Posteriormente uno de los pequeños murió a causa de la falta de cuidados y los malos
tratos persistentes. El suceso causó sensación.
Detective García: Fueron condenados a la cárcel. Vaca murió en el penal y Aguilar fue puesta en
libertad tras cumplir la sentencia. Ayer, como dije, la encontraron estrangulada en San Vicente.
Detective García: A eso voy. Cerca de la escena del crimen se encontró un bloc de notas. En él había
dos direcciones apuntadas. Una era la de San Vicente. La otra…correspondía a este hotel, La Casona.
Guillermo: ¿Como?
Detective García: Así es, señor. (Durante el siguiente parlamento Paravicini se dirige lentamente hacia
la salida de la izquierda y se apoya en el dintel.) Por esto el comisario Mayor, al recibir esta información,
creyó imprescindible que yo viniera aquí y averiguara si estaban ustedes enterados de alguna relación
entre esta casa, o alguna de las personas que hay en ella, y el caso de La Calera.
Guillermo: (Dando unos pasos.) No hay nada... absolutamente nada. Será una coincidencia.
Detective García: El comisario mayor no cree que se trate de una coincidencia, señor. (El Sr. Horacio
Gutierrez se vuelve y mira a Detective Garcia y durante los siguientes parlamentos procede a llenar su
pipa.) Pero tal como está el tiempo y dado que yo sé nadar (levanta las patas de rana), me ha enviado aquí
con instrucciones de que tome nota de todo lo referente a cuántos hay en la casa y se lo comunique a él
por teléfono. También, debo tomar las medidas que me parezcan necesarias para garantizar la seguridad
de todos los presentes.
Guillermo: ¿La seguridad? ¿Qué peligro se imagina que corremos? ¡Dios mio, no estará insinuando que
acá se va a matar a alguien!
Detective García: No quiero asustarlos... pero, francamente, sí, eso puede a suceder.
Detective García: Así es. Precisamente por ser cosa de locos resulta peligroso.
Detective García: Sí, Sra. Maria Carmen. Debajo de las dos direcciones estaba escrito «Tres ratones
ciegos». Y sobre el cadáver encontraron un papel que decía «Éste es el primero»; y debajo de estas
palabras había tres ratoncitos dibujados y unas notas musicales. Las notas corresponden a la canción
infantil titulada «Tres ratones ciegos». Ya la conoce usted. (se escucha la canción de fondo).
Maria Carmen: (Cantando.) «Tres ratones ciegos. Mira cómo corren, corren todos tras la mujer del
granjero...» Oh, es horrible.
Detective García: A la chica la adoptaron. No pudimos dar con su paradero actual. El chico mayor
tendría ahora unos veintidós años. Desertó del ejército y no se supo más de él. Según el psicólogo militar,
era un caso claro de esquizofrenia. (Explicando.) Es decir, estaba algo mal de la cabeza.
Maria Carmen: ¿Creen que fue él quien mató a la Sra Lucrec... Quiero decir a la Sra Cristina? (Se
aproxima a la butaca del centro.)
Detective García: Sí.
Maria Carmen: ¿Y que es un maníaco homicida (Se sienta.) va a venir acá y va a tratar de matar a
alguien? Pero... ¿por qué?
Detective Garcia: Eso es lo que tengo que averiguar de ustedes. Según el comisario Mayor, tiene que
haber alguna relación. (Se dirige a Guillermo.) ¿Dice usted, señor, que nunca ha tenido nada que ver con
el caso de La Calera?
Guillermo: En efecto.
Maria Carmen: (Asustada.) Yo... no... quiero decir que ninguna relación.
Maria Carmen: No tenemos sirvientes. (Se levanta y da unos pasos.) Eso me recuerda algo. ¿Le
importaría, sargento Detective Garcia, que me fuera a la cocina? Si me necesita, ahí me encuentra.
Detective García: Me parece muy bien, Sra. Maria Carmen. (Maria Carmen abandona la sala. Guillermo
se dispone a seguirla pero el sargento Detective Garcia se lo impide al hablarle.) ¿Harán el favor de darme
todos su nombre?
Sra. Zulema: Esto es ridículo. No somos más que huéspedes de esta especie de hotel. Llegamos ayer
mismo. No tenemos nada que ver con este hotelucho.
Detective García: Pero tenían pensado venir y reservaron habitación por adelantado, ¿no es así?
Sra. Zulema: Si. Todos salvo el señorito... (Vuelve los ojos hacia Paravicini.)
Detective García: Entiendo. Lo que trato de decirles es que capaz alguien que les vaya siguiendo supiera
que vendrían acá. Bien, sólo hay una cosa que quiero saber y quiero saberla en seguida. ¿Quién de ustedes
tiene alguna relación con el asunto de La Calera? (Hay un silencio sepulcral.) ¿Saben que no se están
comportando sensatamente? Uno de ustedes corre peligro... peligro de muerte. Necesito saber de quién se
trata. (Sigue el silencio.) Muy bien, se lo voy a preguntar uno por uno. (Se dirige a Paravicini.) Usted
será el primero, ya que, según parece, llegó acá más o menos por casualidad, Sr Pari...
Paravicini: Para... Paravicini. Pero, mi querido inspector, no sé nada, pero nada de todo lo que estuvo
hablando.
Sra. Zulema: Zulema. No comprendo cómo… La verdad, me parece una impertinencia... ¿Se puede
saber qué relación iba a tener yo con tan lamentable asunto?
Pilar Ponce: (Hablando despacio.) Ponce. Pilar Ponce. Nunca había oído hablar de La Calera y no sé
nada del asunto.
Cristian: Cristian Torres. En aquel tiempo yo era un niño. No recuerdo nada del caso.
Detective García: (Acercándose a la mesita del sofá.) ¿Eso es todo lo tienen que decirme? (Hay un
silencio.) Bien, si alguno de ustedes muere asesinado, será por su propia culpa. Vamos a ver, Señor de los
Alpes, ¿puedo inspeccionar el hotel?
Detective Garcia y Guillermo abandonan la sala. Paravicini se sienta delante del ventanal.
Cristian: (Levantándose.) ¡Qué melodramático, queridos míos! Es muy atractivo, ¿verdad? (Se acerca a
la mesa grande.) ¡Cómo admiro a la policía! Tan severos e inflexibles... ¡Qué emocionante resulta todo
esto! «Tres ratones ciegos». ¿Cómo dice la melodía? (Se pone a silbar o a tararear.)
Cristian: ¿No le agrada? (Se aproxima a Sra Zulema.) Pues es una sintonía... la sintonía del asesino.
Imagínese cómo debe de gustarle a él.
Cristian: (Acercándose por detrás.) Pues espere usted. Ya verá cuando me acerque sigilosamente por
detrás y sienta mis manos en su garganta.
Paravicini: Basta ya, Cristian. Es una broma de mal gusto. De hecho, no tiene ni pizca de gracia.
Cristian: ¡Si la tiene! (Da unos pasos.) Es sencillamente una broma, la broma de un loco. Por esto resulta
tan deliciosamente macabra. (Se acerca a la salida, vuelve la mirada atrás y se ríe.) ¡Si pudieran verse las
caras! Cristian abandona la sala.
Sra. Zulema: (Acercándose a la salida.) Este joven tiene unos modales singularmente malos. Es un
neurótico.
María Carmen entra por la puerta del comedor y se queda en el umbral.
Paravicini: ¿No? quizá sea una suerte para usted, Sra Zulema.
Maria Carmen: (Dando unos pasos hacia el centro.) Me parece que era usted uno de los jueces que
enviaron a los niños a La Calera.
Sra. Zulema: Pero por favor, no se me puede hacer responsable de lo ocurrido. Según los informes de los
asistentes sociales, los de la granja eran buena gente y ansiaban hacerse cargo de los pequeños. La
solución parecía de lo más satisfactoria. Los pequeños tendrían alimento y podrían jugar al aire libre, que
es muy saludable.
Sra. Zulema: ¿Pero cómo podía saberlo yo? Parecía un matrimonio tan educado...
Maria Carmen: Si, estaba en lo cierto. (Se acerca a Zulema y la mira fijamente.) Era usted...
Sra. Zulema: Una trata de cumplir sus deberes públicos y lo único que recibe son insultos.
Paravicini: Les ruego que me perdonen, pero todo esto me parece muy gracioso. Me lo estoy pasando
increíble. Sin dejar de reír, Paravicini se marcha a la salita de estar. Maria Carmen se acerca al sofá.
Pilar Ponce: A mí me parece un chamuyero. Además se maquilla... con colorete y polvos. ¡Qué asco!
Debe de ser muy viejo encima.
Maria Carmen: Sin embargo, se mueve como un jovencito. Ya es casi de noche y son sólo las siete de la
tarde. Voy a prender las luces. (Se acerca al interruptor y prende los apliques que hay encima de la
chimenea.) Listo.
Hay una pausa. Sra Zulema mira nerviosamente a Maria Carmen primero y luego a Pilar Ponce. Ambas la
están mirando.
Sra. Zulema (Recogiendo sus utensilios de escribir.) ¿Dónde habré dejado la birome? (Se levanta y
cruza la sala.) Zulema entra en la biblioteca. Desde la salita de estar llegan las notas de un piano. Alguien
está tocando «Tres ratones ciegos» con un solo dedo.
Pilar Ponce: ¿No le gusta? ¿Le recuerda su infancia quizás... una infancia desgraciada?
Maria Carmen: De niña fui muy feliz. (Da unos pasos hacia la mesa grande.)
Maria Carmen: ¿Es que usted no fue feliz?. Dicen que lo que te pasa cuando eres niña importa más que
cualquier otra cosa.
Pilar Ponce: La vida es lo que una quiere que sea. Hay que seguir adelante... sin mirar atrás.
Pilar Ponce: (Con vehemencia.) Yo lo sé. (Da unos pasos hacia el centro.)
Maria Carmen: Me imagino que tiene usted razón... (Suspira.) Pero a veces pasan cosas que te hacen
recordar...
Guillermo y Detective Garcia regresan a la sala.
Detective García: Bien, todo está en orden arriba. (Mira hacia la puerta del comedor, que está abierta,
cruza la sala y entra en el comedor. Al poco, aparece por la entrada de la derecha.) (Pilar Ponce entra en el
comedor. Maria Carmen se levanta y empieza a poner orden, arregla los cojines. Guillermo se aproxima a
ella. Detective Garcia cruza la sala.) (Abriendo la puerta de la izquierda.) ¿Qué hay acá: la salita de estar?
Mientras la puerta permanece abierta el sonido del piano se escucha mucho más fuerte (en off). Detective
Garcia entra en la salita y cierra la puerta. Al poco reaparece por la puerta de la izquierda.
Detective Garcia vuelve a aparecer al pie de la escalera.
Bien, con esto termina la inspección. Nada sospechoso Me parece que ahora mismo informaré al
comisario Mayor. (Se dirige hacia el teléfono.)
Maria Carmen: (Dando unos pasos.) No podrá telefonear. La línea está cortada…
Maria Carmen: El Sr. Paravicini intentó llamar un poco después de llegar usted.
Detective García:Antes funcionaba. El comisario Mayor pudo comunicarse con ustedes sin ninguna
dificultad.
Maria Carmen: Sí, es cierto. Pero supongo que después las líneas se cortaron por la tormenta.
Detective García: No estoy tan seguro. Puede que alguien las haya cortado a propósito. (Cuelga el
aparato y se vuelve hacia los presentes.)
Detective García: Sr. Guillermo ¿Qué sabe usted de estas personas que se alojan en su casa de
huéspedes?
Guillermo: (Aproximándose a Detective Garcia.) la Sra. Zulema nos escribió desde el hotel Avenida de
Mayo. Cristian escribió de Unquillo y Pilar Ponce desde un hotel de Buenos Aires. En cuanto a
Paravicini, como ya le hemos dicho, se presentó de golpe. De todos modos, supongo que todos tendrán
documento.
Detective Garcia: Ya me ocuparé de eso, desde luego. Aunque no hay que fiarse demasiado de esta clase
de pruebas.
Maria Carmen: Pero aunque este... este maníaco esté tratando de llegar y matarnos a todos... o a uno de
nosotros, de momento estamos seguros. Gracias a la tormenta. Nadie podrá llegar acá.
Detective García: ¿Por qué no, Guillermo? Todas estas personas llegaron acá ayer por la tarde. Unas
horas después del asesinato de Lucrecia. Hubo tiempo de sobra para llegar acá.
Guillermo: Pero, a excepción del Sr Paravicini, todas habían reservado habitación por adelantado.
Detective García: Claro, ¿y por qué no iban a hacerlo? Estos crímenes estaban planeados.
Guillermo: ¿Crímenes? Solamente ha habido un crimen: el de San Vicente. ¿Por qué está usted seguro de
que acá habrá otro?
Detective García: De que va a ocurrir acá... no. Espero poder impedirlo. De lo que estoy seguro es de
que lo intentará.
Maria Carmen ¿Tiene usted una descripción de la persona que fue vista?
Detective García: Estatura mediana, abrigo más bien oscuro, sombrero de fieltro, bufanda tapándole la
cara. Hablaba en susurros. (Se acerca a la butaca del centro y hace una pausa.) En este mismo instante en
el vestíbulo hay colgados tres abrigos oscuros. Uno de ellos es suyo, Guillermo. Hay tres sombreros de
fieltro de color más bien claro...
Guillermo empieza a andar hacia la salida de la derecha, pero se detiene cuando oye a Maria Carmen.
Detective García: Lo que me preocupa es lo de la línea del teléfono. Si la han cortado... (Se acerca al
teléfono, se inclina y examina el cable.)
Maria Carmen sale por la derecha. Guillermo recoge el guante de Maria Carmen de la butaca del centro y
lo sostiene con aire distraído, alisándolo. Del guante saca un boleto de colectivo. Lo mira fijamente, luego
dirige la mirada hacia el sitio por donde ha salido Maria Carmen, vuelve a mirar el billete.
Guillermo se marcha escalera arriba. Lleva en la mano el guante y el billete de autobús y parece aturdido.
Detective García continúa siguiendo el cable. Sale de la sala de estar y a los pocos instantes regresa con
una linterna. sale al exterior, luego se pierde de vista. Es prácticamente de noche. Zulema sale de la
biblioteca, se estremece y cae en que la puerta de la calle está abierta.
Sra. Zulema: (Acercándose a la puerta principal) ¿Quién ha dejado la puerta abierta? Seguramente los
dueños de este hotelucho, lo último que falta es que se corte la luz…. (La cierra, se aproxima a la
chimenea y echa otro leño al fuego. Se dirige a la radio y la enciende. Después va hasta la mesa
grande,agarra una revista y la hojea.) Por la radio dan un programa musical. Zulema frunce el ceño,
vuelve a acercarse a la radio y cambia el programa.
VOZ DE LA RADIO: ... para entender lo que podría dominar la mecánica del miedo, hay que estudiar el
efecto preciso que produce en la mente humana. Imagínese, por ejemplo, que está usted solo en una
habitación. La tarde ya está avanzada. Detrás de usted una puerta se abre silenciosamente… La puerta de
la derecha se abre. Alguien silba la tonada de «Tres ratones ciegos». Zulema se sobresalta y gira sobre sus
talones.
Sra. Zulema: (Con alivio.) ¡Ah, es usted! No consigo encontrar ningún programa que valga la pena. (Se
acerca a la radio y vuelve a poner el programa musical.) (. La luz se apaga de repente.) ¿Por qué se ha
apagado la luz? La radio suena a todo volumen y entre la música se oye jadear y forcejear.(alguien camina
por el público y se acerca al escenario) El cuerpo de Zulema se desploma. María Carmen entra en la sala
y se queda perpleja.
Maria Carmen ¿Por qué está todo oscuro? ¡Qué ruido! (Enciende la luz y se acerca a la radio para bajar
el volumen. Entonces ve a Zulema, que yace estrangulada delante del sofá, y deja escapar un grito
mientras bajan las luces)
ACTO SEGUNDO
El mismo lugar. Diez minutos después. Al levantarse el telón, el cadáver de Zulema ha sido sacado de la
sala y en ella se encuentran todos reunidos. Detective Garcia, sentado ante la mesa grande, lleva la voz
cantante. María Carmen está de pie junto a la mesa. Todos los demás están sentados:, Cristian en la silla
del escritorio, Guillermo en la escalera, Pilar Ponce en el extremo derecho del sofá y Paravicini en el
izquierdo.
Detective García: Vamos a ver, Sra. Maria Carmen, trate de hacer memoria... piense...
Maria Carmen: (Al borde de las lágrimas.) No puedo pensar. El cerebro no me funciona.
Detective García: La sra. Zulema acababa de ser asesinada cuando usted la encontró. Usted venía de la
cocina. ¿Está segura de no haber visto ni escuchado a nadie al cruzar el vestíbulo?
Maria Carmen: No... no, me parece que no. Sólo se escuchaba la radio, que estaba muy fuerte. No sé
quién pudo ponerla a un volumen tan alto. Con tanto ruido no podía haber oído nada más, ¿no cree?
Detective García: Está claro que eso mismo pensó el asesino... o (Significativamente.) la asesina.
Detective García: Algo podía haber escuchado. Si el asesino hubiese salido por ahí (Señala hacia la
izquierda.) podía haberla escuchado salir de la cocina. Tal vez se habría escabullido por la escalera de
atrás o por el comedor...
Maria Carmen: Me parece... no estoy segura... que escuché una puerta que se abría y despues se
cerraba... justo cuando ya salía de la cocina.
Detective García: Piense, Sra. Maria Carmen... trate de pensar. ¿En el piso de arriba? ¿Abajo? ¿Cerca?
¿A la derecha? ¿A la izquierda?
Maria Carmen: (Llorosa.) No sé, se lo juro. Ni siquiera estoy segura de haber escuchado algo. (Se acerca
a una butaca y se sienta.)
Guillermo: (Levantándose y acercándose a la mesa; enojado.) ¿Por qué no deja de acosarla? ¿No ve que
no puede más?
Detective García: (Secamente.) Estamos investigando un asesinato, Guillermo. Hasta ahora nadie se ha
tomado esto en serio. La Sra Zulema no le dio importancia. Me ocultó información. Todos me ocultaron
algo. Bien: Zulema ha muerto. A menos que lleguemos al fondo de este asunto... y rápidamente... puede
que muera alguien más.
Guillermo: ¿Una muerte por cada ratón? Pero tendría que haber alguna relación... quiero decir alguna
relación con el caso de La Calera.
Guillermo: ¿Pero por qué tendría que producirse acá la otra muerte?
Detective García: Porque en la libreta que encontramos había solamente dos direcciones. Ahora bien, en
San Vicente había sólo una posible víctima. Ahora está muerta. Pero acá en La Casona hay más
posibilidades. (Mira significativamente a los reunidos.)
Pilar Ponce: Bobadas. ¿No cree que sería una coincidencia muy poco probable que hubieran venido dos
personas acá por casualidad y que ambas tuvieran que ver con el asunto de La Calera?
Detective García: Dadas ciertas circunstancias, la cosa no tendría tanto de coincidencia. Piénselo bien,
Pilar. (Se levanta.) Ahora quisiera saber exactamente dónde estaba cada uno de ustedes cuando Zulema
fue asesinada. Ya tengo la declaración de Sra. Maria Carmen. Estaba usted en la cocina preparando las
verduras. Salió de la cocina, cruzó el pasillo, entró en el vestíbulo por la puerta giratoria y finalmente
entró aquí. (Señala la entrada de la derecha.) La radio estaba a todo volumen, pero la luz estaba apagada y
la sala a oscuras. Usted encendió la luz, vio a Zulema y gritó.
Detective García (Dando unos pasos hacia Maria Carmen.) Sí. Como usted dice, vino gente... mucha
gente procedente de distintas direcciones... y todos llegaron más o menos a la vez. (Hace una pausa, da
unos pasos y se vuelve de espaldas al público.) Ahora bien, cuando salí por aquella puerta (La señala.)
para seguir el cable del teléfono, usted, Guillermo, subió a la habitación que ocupa con la Sra. Maria
Carmen para ver si funcionaba la extensión. (Da unos pasos hacia el centro.) ¿Dónde estaba usted cuando
la Sra. Maria Carmen gritó?
Guillermo: Todavía estaba en nuestro dormitorio. El teléfono de arriba tampoco funcionaba. Me asomé
por la ventana para ver si los cables estaban cortados, pero no pude ver nada. Acababa de cerrar la
ventana cuando oí gritar a Maria Carmen y bajé corriendo.
Detective García: (Apoyándose en la mesa.) Para tratarse de cosas tan sencillas, tardó usted mucho
tiempo, ¿no le parece, Señor?
Detective García: Muy bien. Ahora usted, Señor Cristian. ¿dónde estaba usted?
Cristian: (Levantándose y acercándose a Detective Garcia.) Había ido a la cocina para ver si podía ayudar
en algo a Maria Carmen. Adoro cocinar. Después subí a mi habitación.
Cristian: Es algo muy normal subir a tu habitación, ¿no cree? Quiero decir, a veces uno desea estar solo.
Detective García: ¿Se fue usted a su habitación porque deseaba estar solo?
Detective García: (Mirando fijamente el pelo desordenado de Cristian.) ¿Quería cepillarse el pelo?
Cristian: Sí.
Cristian: Sí.
Detective García: Es curioso que usted y el señor Guillermo no se encontrasen en la escalera. Cristian y
Guillermo se miran.
Detective García: ¿Fue usted a su habitación por la escalera de atrás o utilizó la principal?
Cristian: Subí por la de atrás también. (Se acerca a la silla del escritorio y se sienta.)
Detective Garcia: Entiendo. (Da unos pasos hacia la mesita detrás del sofá.) ¿Señor Paravicini?
Paravicini: Ya se lo he dicho. (Se aproxima al sillón.) Estaba tocando el piano en la salita de estar... ahí
dentro, detective. (Señala.)
Paravicini: (Sonriendo.) Espero que no. Estaba tocando muy, muy bajito... con un solo dedo... así.
Paravicini: Sí. Es una cancioncita muy pegadiza. Es... ¿cómo decirlo?... ¿Una canción obsesionante? ¿No
están todos de acuerdo?
Paravicini: Y sin embargo... hay quien la lleva metida en la cabeza. Alguien la estaba silbando también.
Paravicini: No estoy seguro. Puede que en el vestíbulo... tal vez en la escalera... quizás incluso en alguno
de los dormitorios.
Detective García: ¿Quién estaba silbando «Tres ratones ciegos»? (Nadie contesta.) ¿Se lo está
inventando, señor Paravicini?
Paravicini: (Extendiendo un dedo.) Con un solo dedo... así. Y entonces escuché la radio. Estaba muy
fuerte y alguien gritaba por ella. Me aturdió. Y después de eso, súbitamente, escuché gritar a la señorita.
(Se sienta en el sofá.)
Detective García: (Dando unos pasos y moviendo los dedos.) Guillermo arriba. Cristian arriba también.
Paravicini en la salita de estar. ¿Y usted, señorita Ponce?
Detective García: ¿Dice usted que estaba escribiendo cartas cuando escuchó gritar a Maria Carmen?
Detective García: Porque en el escritorio de la biblioteca, al parecer, no hay ninguna carta a medio
escribir.
Pilar Ponce: (Levantándose.) La traje conmigo. (Abre el bolso, saca una carta, se acerca a Detective
Garcia y se la entrega.)
Detective García: (Devolviéndosela tras echarle una ojeada.) Queridísimo Jerónimo...¡Hum! ¿Algún
amigo o pariente suyo?
Detective Garcia: Puede que no. (Da unos pasos y se coloca detrás de la mesa grande.) ¿Sabe que si
estuviera escribiendo una carta y oyera gritar a alguien, no creo que tuviera tiempo de agarrar la carta a
medio escribir, doblarla y meterla en el bolso antes de ir a ver qué sucedía?
Pilar Ponce: ¿Ah, no? ¡Qué interesante! (Sube unos peldaños y se sienta en la banqueta.)
Maria Carmen se levanta, se acerca a la butaca pequeña y se sienta. Hay una pausa.
Guillermo: (Dando unos pasos hacia Detective Garcia.) Oficial, ¿no cree que estamos perdiendo el
tiempo? Hay una persona que...
Detective Garcia: (Llamándolo con voz autoritaria.) ¡Señor Guillermo! (Guillermo vuelve a entrar de
mala gana y se queda junto a la puerta.) Gracias. (Colocándose detrás de la mesa grande.) Y ahora
permítanme que les diga esto: todos ustedes tuvieron oportunidad de hacerlo. (Se oyen varios murmullos
de protesta.) (Levantando una mano.) Hay dos escaleras: cualquiera pudo subir por una y bajar por la otra.
Cualquiera pudo bajar al sótano por la puerta que hay cerca de la cocina y subir por el tramo de escalones
que pasa por la puerta y va a parar al pie de la escalera de allá. (Señala hacia la derecha.) El detalle
principal es que cada uno de ustedes estaba a solas en el momento de cometerse el asesinato.
Guillermo: ¡Habla usted como si fuéramos todos sospechosos! ¡Es absurdo!
Guillermo: Pero si sabe usted de sobras quién mató a esa mujer ... Usted dice que fue el mayor de los tres
niños de La Calera: un joven desequilibrado que tendrá ahora veintitrés años. ¡Mierda! Acá hay una sola
persona que responde a esta descripción. (Señala a Cristian y da unos pasos hacia él.)
Cristian: ¡No es verdad, no es verdad! Están todos contra mí. Todo el mundo está siempre contra mí. Me
van a cargar el asesinato encima. Es una persecución, eso es lo que es... una persecución.
Guillermo lo sigue pero se detiene en el extremo izquierdo de la mesa grande.
Maria Carmen: (Levantándose y acercándose a Cristian.) No te apures, Cris. Nadie está en contra tuya.
(Dirigiéndose a Detective Garcia.) Dígale que no tenga miedo.
Detective García: (Acercándose a Maria Carmen; imperturbable.) No voy a detener a nadie. Para
hacerlo necesito pruebas, que todavía no tengo…
Cristian se acerca a la chimenea.
Guillermo: Estás loca, Maria Carmen. (Acercándose a Detective Garcia.) ¡Y usted también! Hay sólo una
persona que responde a la descripción y, aunque fuera solamente como medida de seguridad, debería
detenerla.
Maria Carmen: Espera, Guillermo, espera. Sargento Detective García... ¿puedo... puedo hablar con usted
un minuto?
Detective Garcia: No faltaría más, Sra. Maria Carmen. ¿Quieren los demás pasar al comedor, por favor?
Los demás se levantan y se dirigen a la puerta de la derecha: primero Pilar Ponce, luego Paravicini,
protestando, seguido por Cristian.
Guillermo: Yo me quedo.
Guillermo sale por donde han salido los demás deja la puerta abierta. Maria Carmen la cierra. Detective
Garcia se acerca a la salida de la derecha.
Detective García: Y bien, Señorita (Da unos pasos hacia la butaca grande.), ¿qué es lo que quiere
decirme?
Maria Carmen: (Acercándose a Detective Garcia.) Usted piensa que este (Da unos pasos en torno al
sofá.)... que este asesino loco debe de ser el mayor de los niños de La Calera... pero no lo sabe con
certeza, ¿no es así?
Detective García: En realidad no sabemos nada. Lo único que hemos averiguado hasta el momento es
que la mujer que junto con su marido maltrató e hizo pasar hambre a aquellos pequeños ha sido asesinada
y que la mujer magistrado que puso a dichos niños bajo la tutela de aquella pareja ha sido asesinada
también. (Da unos pasos hacia la derecha del sofá.) El cable del teléfono que me comunicaría con
comisaría fue sido cortado...
Detective García: No, Sra. el cable lo cortaron a propósito. Lo cortaron a poca distancia de la puerta
principal. Lo vi con mis propios ojos.
Detective García: (Dando unos pasos alrededor del sofá.) Me guío por las probabilidades. Todo señala
lo mismo: inestabilidad mental, infantilismo, deserción del ejército y el informe del psiquiatra.
Maria Carmen: Sí, ya sé, y, por eso, todo señala a Cristian. Tiene que haber otras posibilidades.
Detective García: La madre era una borracha. Murió poco después de que le quitaran los niños.
Detective García: Era un sargento del ejército y estaba en el extranjero. Probablemente ya lo jubilaron,
si es que todavía está vivo.
Detective García: No tenemos información. Localizarlo nos va a llevar tiempo; pero puedo asegurarle,
que la policía tiene en cuenta todas las posibilidades.
Maria Carmen: Pero no sabe dónde está en este instante y si el hijo es un desequilibrado mental, puede
que el padre también lo fuera. Si volvió a casa después de haber sido prisionero de los japoneses y sufrir
terriblemente y se encontró con que su mujer había muerto y sus hijos habían pasado por un trance
terrible, que había costado la vida a uno de ellos, pudo perder la razón y buscar...¡venganza!
Maria Carmen: De tal manera que el asesino puede ser un hombre de mediana edad, o incluso un
anciano. (Hace una pausa.) Cuando dije que la policía había llamado, el señor Paravicini se puso muy
nervioso. Le vi la cara.
Detective García: (Reflexionando.) ¿El Sr. Paravicini? (Se aproxima a la butaca grande y se sienta.)
Maria Carmen: Ya sé que parece muy viejo y es extranjero y lo que usted quiera, pero quizás no sea tan
viejo como parece. Se mueve como si fuera un hombre mucho más joven y no cabe ninguna duda de que
lleva el rostro maquillado. Pilar también se dio cuenta. Tal vez vaya... ya sé que parece muy
melodramático... pero tal vez vaya disfrazado.
Detective García: Está usted muy ansiosa por que no sea el joven Cristian ¿no es verdad?
Maria Carmen: (Acercándose al fuego.) ¡Parece tan... tan desamparado! (Volviéndose a Detective
Garcia.) Y tan feliz.
Detective García: Permítame que le diga una cosa. Tuve presentes todas, absolutamente todas las
posibilidades desde el principio. El muchacho que se llamaba Jorge, el padre... y alguien más. Había una
hermana también. No lo olvide.
Detective García: (Levantándose y acercándose a Maria Carmen.) A Lucrecia pudo matarla una mujer.
Una mujer. (Dando unos pasos.) Llevaba la cara tapada con la bufanda, el sombrero echado sobre los ojos
y hablaba en susurros. La voz es lo que delata al sexo. (Se acerca a la mesita de detrás del sofá.) Sí, pudo
haber sido una mujer.
Detective García: (Dirigiéndose a la escalera.) Parece demasiado mayor para eso. (Sube los peldaños,
abre la puerta de la biblioteca, se asoma. Luego cierra la puerta.) Sí, como usted dice, hay muchas
posibilidades. (Baja la escalera.) Usted misma, por ejemplo.
Detective García: Tiene más o menos la edad precisa. (Maria Carmen está a punto de protestar.)
(Conteniéndola.) No, no. Cualquier cosa que me diga sobre usted misma no puedo comprobarla en estos
momentos, recuérdelo. Y también está su marido.
Detective Garcia: (Caminando lentamente hacia Maria Carmen.) Él y Cristian vienen a tener la misma
edad. Mire, su marido parece mayor de lo que es, y Cristian parece más joven. Es muy difícil adivinar su
verdadera edad. ¿Qué sabe usted de su marido?
Maria Carmen: Sí, pero... lo dice como si fuese un delito. Su padre era abogado y su madre murió
cuando él era muy chico.
Detective García: Se sorprendería, si supiera con cuántos casos como el suyo nos encontramos. La gente
joven resuelve sus propios asuntos... se conocen y se casan. Eran los padres y los parientes los que hacían
las indagaciones antes de dar su consentimiento para la boda. Eso ya no existe. Las chicas se casan con el
hombre al que quieren y se acabó. A veces tardan uno o dos años en averiguar que él es un empleado del
banco al que busca la policía, o un desertor del ejército o cualquier otra cosa igual de indeseable. ¿Cuánto
hacía que conocía a Guillermo cuando se casó con él?
Maria Carmen: Eso no es verdad. Lo sé todo sobre él. Sé perfectamente qué clase de persona es. ¡Es
Guillermo! (Se vuelve hacia el fuego.) Y es absolutamente absurdo insinuar que es algún horrible
maníaco homicida. ¡Pero si ni siquiera paso por 24 de septiembre y Roma ayer cuando se cometió el
asesinato!
Maria Carmen: Fue a una subasta en busca de tela metálica para el gallinero.
Detective Garcia: Esto está sólo a diez kilómetros del hecho ¿no es verdad? Ah, veo que tienen la guía
de los colectivos. (Agarra la guía y la lee.) Sólo una hora en colectivo... un poco más en auto.
Maria Carmen: (Dando una patada de indignación en el suelo.) ¡Le digo que Guillermo no estuvo ahí!
Detective García: Espere un segundo, (Sale al vestíbulo y regresa con un abrigo oscuro. Se aproxima a
Maria.) ¿Este abrigo el de su marido? (Maria mira el abrigo).
Maria Carmen: (Con suspicacia.) Sí. (Detective Garcia saca del bolsillo un diario de la tarde doblado.)
Detective García: La Voz del Interior de ayer. Lo vendían en la calle alrededor de las tres y media de
ayer tarde.
Detective Garcia: ¿No? (Se dirige a la salida con el abrigo.) ¿No lo cree? Detective Garcia sale por la
salida de la derecha llevándose el abrigo. Maria Carmen se sienta en un sillón y se queda mirando
fijamente el periódico. Se abre lentamente la puerta de la derecha. Cristian se asoma por la abertura, ve
que Maria Carmen está sola y entra.
Maria Carmen se levanta sobresaltada y esconde el periódico debajo de uno de los cojines de la butaca
grande.
Cristian: El sargento.
Maria Carmen: salió por ahí.
Cristian: Ojalá me pudiera ir de acá. De alguna manera... da igual. ¿No hay ninguna parte donde pueda
esconderme en la casa?
Cristian: Pero, querida, ¿no ves que se pusieron todos en contra mí? Van a decir que hice estos
asesinatos... Especialmente tu marido. (Se acerca al sofá.)
Maria Carmen: No te preocupes por él. (Da un paso hacia Cristian.) Escucha, Cristian, no podes seguir
así... huyendo toda tu vida.
Maria Carmen: (Sentándose en el otro extremo del sofá y hablando afectuosamente.) Alguna vez tendrás
que hacerte hombre, Cristian.
Cristian: Tampoco.
Cristian: ¿Por qué me hago llamar Cristian Torres? Sólo porque me hizo gracia. Y además en la escuela
se reían de mí y me llamaban el pequeño Armando Torres. La escuela fue un infierno.
Cristian: No hace falta hablar de eso. Deserté cuando hacía el servicio militar. Lo pasé tan mal que no
pude aguantar más. (De repente Maria Carmen es presa de inquietud. Cristian lo advierte. Maria Carmen
se levanta y da unos pasos hacia la derecha.) (Levantándose y dando unos pasos hacia la izquierda.) Sí,
soy como el asesino desconocido. (Maria Carmen se acerca a la mesa grande y se vuelve de espaldas a
él.) Ya te dije que la descripción correspondía con mis señas. Verás: mi madre... mi madre... (Da unos
pasos.)
Cristian: Todo iría bien si ella no hubiese muerto. Hubiese cuidado de mí...
Maria Carmen: No podés pasarte toda la vida con alguien que te cuide como un niño. Tenes que
aprender a soportar las cosas que te pasan... tenes que seguir adelante como si nada.
Cristian: No se puede.
Maria Carmen: Sí se puede.
Maria Carmen: Capaz fue por eso que resultó tan... espantoso. Fue horrible... horrible... Trato de borrarlo
de mi mente, de no pensar más en eso.
Cristian: Así que...vos también escapas. ¿escapas de las cosas... en vez de afrontarlas?
Maria Carmen: Sí... en cierto modo, también escapo. (Hay un silencio.) Teniendo en cuenta que nunca te
había visto hasta ayer, parece que nos conocemos bastante bien.
Maria Carmen: No sé. Supongo que hay una especie de... simpatía entre nosotros.
Cristian: En todo caso, crees que debería afrontar las cosas, ¿no es así?
Cristian: Podría sacarle las patas de rana al sargento. Sé nadar bastante bien.(se toca los brazos)
Maria Carmen: Sería una tremenda estupidez. Sería casi como admitir que sos culpable.
Maria Carmen: No, no es verdad. Al menos... yo no sé qué cree él. (Se acerca a la butaca, saca el
periódico vespertino de debajo del cojín y lo mira fijamente. De pronto, con pasión.) ¡Lo odio, lo odio, lo
odio!
Maria Carmen: Al Detective Garcia. Te mete ideas raras en la cabeza. Ideas que no son ciertas, que no
pueden serlo de ninguna manera.
Cristian: ¿Qué es lo que no queres creer? (Se acerca lentamente a Maria Carmen, apoya las manos sobre
sus hombros y la obliga a volverse de cara a él.) ¡Vamos! ¡Decime ya!
Maria Carmen: El diario vespertino de ayer... Un diario de San Vicente. Y estaba en el bolsillo de
Guillermo. Pero él no fue a ahí ayer.
Cristian: Bueno, si estuvo todo el día acá...
Maria Carmen: Es que no estuvo. Se fue en auto en busca de tela metálica para el gallinero, pero no
pudo encontrarla.
Cristian: Bueno, eso no importa. (Dando unos pasos.) Probablemente subiría hasta la San Jerónimo.
Maria Carmen: Entonces ¿por qué no me lo dijo? ¿Por qué dijo que había estado todo el día recorriendo
la ciudad en auto?
Maria Carmen: Él no sabia nada del asesinato. ¿O sí sabía? ¿Lo sabía? (Se acerca al fuego.)
Cristian: ¡Por dios, Maria! No irás a pensar que... El sargento no pensará que…
Durante el siguiente parlamento Maria Carmen cruza lentamente el escenario hacia la izquierda del sofá.
Cristian, sin decir nada, deja caer el periódico sobre el sofá.
Maria Carmen: No sé qué piensa el sargento. Y es capaz de hacerte pensar cosas sobre la gente.
Empiezas a hacerte preguntas y a dudar. Te imaginas que alguien al que amas y conoces bien puede ser...
un desconocido. (Susurrando.) Eso es lo que pasa en una pesadilla. Estás en alguna parte en medio de tus
amigos y de pronto les miras las caras y ya no son tus amigos... son otras personas que fingen serlo.
Quizás no se pueda confiar en nadie... quizás todo el mundo sea un desconocido. (Se cubre el rostro con
las manos.)
Cristian se acerca al extremo izquierdo del sofá, se arrodilla encima y coge las manos de Maria Carmen
apartándoselas del rostro. Guillermo sale del comedor, pero se detiene al verlos. Maria Carmen retrocede
y Cristian se sienta en el sofá.
Maria Carmen: No, estábamos... hablando, solamente hablando. He de ir a la cocina... a vigilar la torta,
las papas y preparar las espinacas. (Da unos pasos.)
Guillermo: Los cara a cara no son muy saludables en estos momentos. No se acerque a la cocina y deje
en paz a mi mujer.
Guillermo: (Furioso.) ¡Deje en paz a mi mujer, Cristian! Ella no va a ser la próxima víctima.
Guillermo: Ya lo escuchó, ¿no? Hay un asesino suelto en esta casa... y me parece que es usted.
Cristian: No me voy.
Maria Carmen: Por favor andate, Cristian. Por favor, hablo en serio...
Cristian: (Dando unos pasos.) No voy a estar lejos. Cristian abandona la sala a regañadientes. Maria
Carmen se acerca a la silla del escritorio y Guillermo la sigue.
Guillermo: ¿Se puede saber qué pasa? Te volviste loca. Casi te encerras en la cocina con un maníaco
homicida.
Maria Carmen: No lo está. Sólo se siente desgraciado. No es peligroso, Guillermo. Lo sabría si lo fuese.
Y, de todos modos, sé cuidar de mí misma.
Guillermo: (Acercándose a ella.) Escúchame, ¿qué hay entre vos y ese desgraciado?
Maria Carmen: ¿Qué querés decir con eso? Me da lástima... eso es todo.
Guillermo: Puede que lo hayas conocido antes. Quizás le dijiste que viniera y los dos hacían de cuenta
verse por primera vez. Lo tramaron entre los dos, ¿no es así?
Guillermo: (Acercándose a la mesa grande.) ¿No te parece extraño que haya venido a hospedarse en un
lugar tan apartado como este?
Guillermo: Una vez leí en el diario que estos locos homicidas atraían a las mujeres. Parece que es verdad.
(Da unos pasos.) ¿Dónde lo viste por primera vez? ¿Cuánto hace que dura el asunto?
Maria Carmen: Te estás comportando como un imbecil. (Da unos pasos.) Nunca había visto a Cristian
hasta que llegó acá ayer.
Guillermo: Eso es lo que vos decís. Capaz te estuviste viendo a escondidas con él en San Vicente.
Maria Carmen: Sabes muy bien que hace semanas que no voy.
Guillermo: ¿En serio? Entonces, ¿qué es esto? (Se saca el guante de Maria Carmen del bolsillo y saca el
boleto de colectivo.) (Maria Carmen se sobresalta.) Este es uno de los guantes que llevabas ayer. Se te
cayó al suelo. Lo alcé hoy después de comer, mientras hablaba con el sargento Detective Garcia. Ya ves lo
que hay dentro: ¡un billete de autobús hacia San Vicente!
Maria Carmen: (Con expresión culpable.) ¡Oh, eso...!
Guillermo: (Volviéndose.) Así que, al parecer, ayer no fuiste solamente al pueblo, sino que también
estuviste en San Vicente.
Maria Carmen: (Con énfasis.) ¡Mientras vos ibas de un lado para otro en auto...!
Maria Carmen: Está bien. (Da unos pasos.) Estuve en San Vicente. ¡Pero vos también!
Guillermo: ¿Qué?
Maria Carmen: Vos también estuviste. Volviste con un diario de la tarde. (agarra el periódico que hay
sobre el sofá.)
Guillermo: Está bien. Sí, estuve ahí. Pero no fui a reunirme con una mujer.
Maria Carmen: (Horrorizada, hablando en susurros.) ¿No? ¿Estás seguro de que no?
Guillermo: ¿Eh? ¿Qué queres decir? (Se acerca a ella.) (Maria Carmen retrocede.)
Maria Carmen: No... no te voy a decir. Quizás... ahora... se me ha olvidado por qué fui... (Se dirige a la
salida de la derecha.)
Guillermo: (Acercándose a Maria Carmen.) ¿Qué te pasa? De repente cambiaste. Tengo la sensación de
que ya no te conozco.
Maria Carmen: Capaz nunca me conociste. ¿Cuánto tiempo llevamos casados? ¿Un año? Pero en
realidad no sabes nada de mí. No sabes qué hacia, pensaba o sentía antes de conocerte.
Maria Carmen: ¡Muy bien, estoy loca! ¿Por qué no iba a estarlo? ¡A lo mejor resulta divertido estar
loca!
Paravicini: Vamos, vamos. Espero que ninguno de los dos esté diciendo más de lo que en realidad quiere
decir. Pasa tan seguido en las peleas entre enamorados...
Guillermo: ¡Pelea entre enamorados! Eso está bien. (Se acerca a la mesa grande.)
Paravicini: (Aproximándose al sillón de la derecha.) Sí, sí. Sé cómo se sienten. Yo pasé lo mismo cuando
era joven. Jeunesse... jeunesse... como dice el poeta. Me imagino que no llevan mucho tiempo casados,
¿verdad?
Paravicini: (Dando unos pasos.) No, no en absoluto. Nomás vengo a decirle que el sargento no encuentra
sus patas de rana y me temo que está muy enojado.
Paravicini: (Colocándose ante Guillermo.) Quiere saber si por casualidad los ha guardado usted en otro
sitio, señor Guillermo.
El sargento Detective Garcia entra en la sala con la cara enrojecida y expresión de enojo.
Detective Garcia: Sr. Guillermo... Sra. Maria Carmen, ¿han sacado mis patas de rana del armario donde
los guardamos?
Detective García: El agua aún no bajó. Necesito ayuda, refuerzos. Pensaba ir nadando hasta la comisaría
para dar noticias de la situación.
Paravicini: Y ahora no puede hacerlo. ¡Dios mío! Alguien se encargó de impedírselo. Aunque tal vez
haya otra explicación, ¿no le parece?
Guillermo: (Acercándose a Maria Carmen y dirigiéndose a ella.) ¿Por qué dijiste «Cristian» hace unos
instantes?
Paravicini: (Riendo entre dientes.) Así que nuestro joven arquitecto voló, ¿verdad? Muy interesante,
mucho.
Detective Garcia: ¿Es eso cierto, Sra. Maria Carmen? (Se acerca a la mesa grande.)
Cristian entra en la sala y se acerca al sofá.
Maria Carmen: (Dando un par de pasos.) ¡Ah, gracias a Dios! Después de todo, no te fuiste.
Detective Garcia: (Cruzando la sala hasta Cristian.) ¿Agarro usted mis patas de rana, Cristian?
Cristian: (Sorprendido.) ¿Sus patas de rana, sargento? No, ¿para qué iba a agarrarlos?
Detective Garcia: Me pareció que Sra. Maria Carmen pensaba que... (Mira a Maria Carmen.)
Maria Carmen: Cristian es muy fan de remar. Se me ocurrió que tal vez los habría agarrado sólo para...
hacer un poco de ejercicio.
Detective Garcia: Bueno, ahora escúchenme todos. Este asunto es serio. Alguien me quitó el único
medio de comunicación con el mundo exterior. Quiero que se reúnan todos acá... ahora mismo.
Detective García: Me encuentro en una situación que me obliga a ponerme en el lugar de un maníaco
astuto. Tengo que preguntarme qué es lo que él quiere que hagamos y qué es lo que él tiene intención de
hacer a continuación. Tengo tratar de adelantarme a él. Porque, si no lo hago, va a haber otra muerte.
Detective Garcia: Sí, Pilar Ponce. Así lo creo. Tres ratones ciegos: dos ya han sido eliminados. Queda
aún el tercero. (Da unos pasos de espaldas al público.) Ahora hay acá seis personas escuchándome. ¡Uno
de ustedes es el asesino! (Hay una pausa. Todos se muestran afectados y se miran unos a otros.). (Se
acerca a la chimenea.) Todavía no sé quién fué, pero lo sabré. Y otro de ustedes es la próxima víctima del
asesino. A esa persona me dirijo ahora. (Se acerca a Maria Carmen.) Sra. Zulema me ocultó algo... ahora
está muerta. (Da unos pasos.) Ustedes están ocultando algo. No lo hagan porque corren peligro. Nadie que
haya matado dos veces tardará en hacerlo una tercera vez. Y tal como están las cosas, no sé quién de
ustedes necesita protección. (Hay una pausa.) (Dirigiéndose al Centro del escenario y dando la espalda al
publico.) A ver, cualquiera de los presentes que tenga algo que reprocharse, por insignificante que sea, en
relación con aquel viejo asunto: será mejor que me lo diga. (Hay una pausa.) Muy bien... no quiere
decírmelo. Voy a atrapar al asesino. De eso no me cabe duda. Pero puede que sea ya demasiado tarde para
uno de ustedes. (Se acerca a la mesa grande.) Y les diré algo más: el asesino está disfrutando con esto. Sí,
se está divirtiendo de lo lindo… (Hay una pausa.) (Va a colocarse detrás de la mesa grande, mira al
exterior y luego se sienta.) Muy bien: ya pueden irse.
Cristian sube al piso de arriba. Pilar Ponce se acerca a la chimenea y se apoya en la repisa. Guillermo da
unos pasos hacia el centro y Maria Carmen le sigue. Guillermo se para y se vuelve hacia la derecha.
Maria Carmen le vuelve la espalda y se coloca detrás de la butaca grande. Paravicini se levanta y se
aproxima a Maria Carmen.
Paravicini: Por cierto, mi querida señora, ¿ha probado alguna vez hígado de pollo servido sobre una
tostada bien untada de queso cremoso, con un pedacito de panceta al que se le ha puesto un poquitín de
mostaza fresca? Iré con usted a la cocina y veremos qué podemos hacer entre los dos. Será un pasatiempo
encantador. Paravicini agarra Maria Carmen por el brazo derecho y empieza a andar hacia la salida de la
derecha.
Guillermo: (Agarrando a Maria Carmen por el brazo izquierdo.) Ya ayudo yo a mi mujer, Paravicini.
Paravicini: Su marido teme por usted. Muy natural en estas circunstancias. No le gusta que esté usted a
solas conmigo. (Maria Carmen rechaza el brazo de Paravicini.) Lo que teme son mis tendencias sádicas...
no las poco honorables. (La mira con expresión lujuriosa.) ¡Ay, siempre en el medio el marido! (Besa los
dedos de Maria Carmen.)
Paravicini: Es muy prudente. No quiere correr riesgos. (Se acerca a la butaca grande.) ¿Puedo
demostrarle a él o a usted o a nuestro tenaz sargento que no soy un maníaco homicida? Es tan difícil
probarlo... ¿Y si en vez de ello en realidad soy... (Tararea unos compases de «Tres ratones ciegos».)
Paravicini ¿No le parece una cancioncita alegre? Les cortó la cola con el trinchante... tris, tris, tris!...
delicioso. Justo lo que encantaría a un niño. Los niños son crueles. (Se inclina hacia delante.) Algunos
nunca dejan de ser niños:
Maria Carmen suelta una exclamación de temor.
Maria Carmen: Soy una tonta. Pero, verá usted... yo encontré a la Sra. Zulema acá. Tenía la cara morada.
No puedo olvidarlo.
Maria Carmen: (Incoherentemente.) Tengo que irme... la cena... preparar las espinacas... y las papas se
están estropeando... Por favor, Guillermo.
Guillermo y Maria Carmen abandonan la sala. Paravicini se apoya en el dintel y los sigue con la mirada,
sonriendo. Pilar Ponce se queda junto a la chimenea, ensimismada.
Detective García: (Levantándose y aproximándose a Paravicini.) ¿Qué le ha dicho a la señora que tanto
la ha perturbado, señor?
Paravicini: ¿Yo, sargento? Oh, sólo fué una bromita inocente. Siempre me han gustado las bromitas.
Detective García: Hay bromas divertidas y otras que no
Detective García: Me extraña que su auto se haya atascado en el agua tan oportunamente.
Detective García: (Acercándose a Paravicini.) Eso depende de cómo se mire. Por cierto, ¿adónde iba
usted cuando sufrió este... accidente?
Paravicini: ¡Pero por favor! sargento, ¿eso importa ahora? Quiero decir que no tiene nada que ver con lo
que pasó acá, ¿no? (Se sienta en el sofá.)
Detective García: Nos gusta reunir toda la información posible. ¿Cómo ha dicho que se llama su amiga?
Detective García: No, no lo ha dicho. Y, al parecer, no piensa decirlo. (Se sienta en el brazo derecho del
sofá.) Eso es interesante.
Paravicini: Podría ser por tantos... motivos. Por discreción, por ejemplo. ¡Los maridos son tan celosos...!
(Perfora el cigarro.)
Paravicini: Mi querido sargento, puede que no sea tan viejo como parezco.
Detective García: Mucha gente intenta quitarse años de encima. Cuando alguien trata de parecer más
viejo de lo que es en realidad... bueno, uno se pregunta por qué.(Paravicini se queda callado) Tal vez
obtenga una respuesta de mí mismo, ya que de usted no obtengo muchas.
Paravicini: Bien, bien, pruebe otra vez. Es decir, si tiene más preguntas que hacerme.
Detective García: Debe de ser un lugar muy agradable, seguro. ¿Cuál es su dirección permanente?
Paravicini: No me gusta lo permanente.
Detective García: Se está usted divirtiendo, ¿verdad? Se siente muy seguro de sí mismo. No debería
estarlo tanto. Piense que se halla envuelto en un caso de asesinato. No lo olvide. Un asesinato no es
ningún juego divertido.
Paravicini: ¿Ni siquiera este asesinato? (Suelta una risita y mira a Detective Garcia.) ¡Vaya por Dios! Es
usted muy serio, sargento Detective Garcia. Siempre he pensado que los policías no tienen sentido del
humor. (Se levanta y da unos pasos.) ¿La inquisición ha terminado... de momento?
Paravicini abandona la sala. Frunciendo el entrecejo, Detective Garcia lo sigue con la mirada, se acerca a
la puerta y la abre. Pilar Ponce cruza silenciosamente hacia la escalera de la izquierda. Detective Garcia
cierra la puerta.
Detective García: Sí. (Se acerca a la butaca grande.) ¿Quiere hacerme el favor de sentarse aquí un
momento? (Prepara la butaca para ella.)
Pilar Ponce lo mira cautamente y se acerca al sofá.
Detective García: (Acercándose al sofá.) Quisiera que usted me diera cierta información.
Pilar Ponce: Hasta que haya terminado lo que he venido a hacer. (Se fija en que el sargento se está
alisando el pelo.)
Detective Garcia levanta la cabeza, sobresaltado por la fuerza de la contestación. Pilar Ponce lo mira
fijamente.
Detective Garcia: ¿Y qué es lo que ha venido a hacer? (Hay una pausa.) ¿Qué es lo que ha venido a
hacer? (Deja de alisarse el pelo.)
Pilar Ponce: No veo por qué tengo que hacerlo. Es algo que me concierne a mí sola. Un asunto
estrictamente personal
Pilar Ponce: Mi banco puede darle cuenta de mi posición económica. También podría darle la dirección
de un abogado. He pasado la mayor parte de mi vida en Buenos Aires.
Detective García: No sé. (Se sienta en la butaca.) ¿Qué está haciendo acá?
Detective García: Totalmente, me preocupa... (La mira fijamente.) ¿Dice que se fue a Buenos Aires a
los trece años?
Detective Garcia: Quiero saber cómo se llamaba usted antes de irse de Córdoba.
Pilar Ponce: Ya se lo dije: María Pilar (Se sienta en el sillón pequeño de la derecha.) Sabrina Ponce.
Detective García: (Levantándose.) ¿Sabrina...? (Se detiene delante de ella.) ¿Qué carajo hacés acá?
Pilar Ponce: Bueno yo... ¡Ay dios!... (Se levanta, da unos pasos y se desploma sobre el sofá. Rompe a
llorar y a mover el cuerpo hacia delante y atrás.) ¡Ojalá nunca hubiese venido!
Detective Garcia, sobresaltado, se acerca al sofá. Cristian entra por la izquierda.
Cristian: (Acercándose al sofá.) Yo pensaba que la policía no podía someter a la gente a ese nivel.
Pilar Ponce: No es nada. Sólo que... todo esto... el asesinato... ¡Es horrible! (Se levanta y se coloca ante
Detective Garcia, cara a cara.) Me agarró de repente. Me voy a mi habitación.
Pilar Ponce sale de la estancia.
Detective Garcia: (Empleando su tono habitual.) Vi algo que debería haber visto antes. (Da unos pasos.)
¡Qué ciego que fui!
Detective García: (Dando unos pasos; con tono levemente amenazador.) Sí, Sr. Torres, por fin la policía
tiene una pista. Quiero que todos vuelvan a reunirse. ¿Sabe dónde están los demás?
Cristian: (Acercándose a Detective Garcia.) Guillermo y Maria Carmen están en la cocina. No sé dónde
está Paravicini.
Detective Garcia: Yo lo voy a buscar. (Se dirige a la puerta.) Usted avise a los otros. (Cristian sale de la
estancia.) (Abriendo la puerta.) Míster Paravicini. (Dando unos pasos.) Míster Paravicini. (Volviendo a la
puerta y gritando.) ¡Paravicini! (Se acerca a la mesa grande.)
Paravicini entra alegremente.
Paravicini: ¿Sí, sargento? (Se acerca a la silla del escritorio.) ¿Qué puedo hacer por usted?
Detective García: Hay cosas más importantes que la comida, Sra. Maria Carmen. Zulema, por ejemplo,
no necesitará volver a comer. Lo siento, pero necesito cooperación y tengo la intención de conseguirla.
Guillermo, ¿quiere ir a decirle a Pilar Ponce que vuelva a bajar? Ha subido a su cuarto. Dígale que serán
sólo unos minutos.
Guillermo se dirige a la escalera.
Paravicini: Así me gusta. (Se acerca a la silla del escritorio.) Opino que las explicaciones deben dejarse
siempre para el último momento. Para el capítulo final, que es siempre el más interesante.
Cristian: ¿No? Me parece que está usted equivocado. Creo que sí es un juego... para alguien.
Paravicini: Cree usted que el asesino se está divirtiendo. Puede ser... puede ser. (Se sienta en la silla del
escritorio.)
Entran Guillermo y Pilar Ponce, esta última completamente repuesta ya.
Detective García: Siéntese, Pilar Ponce. Sra. Maria Carmen… (Pilar Ponce se sienta en el brazo derecho
del sofá. Maria Carmen da unos pasos y se sienta en la butaca grande. Guillermo se queda de pie en el
primer peldaño.) (Con tono oficial.) ¿Quieren prestarme atención, por favor? (Se sienta sobre la mesa
grande.) Probablemente recordarán que después del asesinato de Zulema les tomé la declaración a todos.
Dichas declaraciones se referían al lugar en que estaban ustedes en el momento de cometerse el asesinato.
Y sus afirmaciones fueron las siguientes (Consulta sus notas.): Sra. Maria Carmen en la cocina, Paravicini
tocando el piano en la salita de estar, Guillermo en su dormitorio. Lo mismo Cristian. Pilar Ponce en la
biblioteca.
Detective Garcia: Bien, por decirlo claramente: cuatro de las declaraciones son ciertas, la otra es falsa.
¿Cuál? (Hace una pausa y va mirándolos de uno en uno.) Cuatro de ustedes dijeron la verdad, uno de
ustedes mintió. Tengo un plan que puede ayudarme a descubrir al que miente. Y si descubro que uno de
ustedes me mintió, entonces sabré quién es el asesino.
Pilar Ponce: No necesariamente. Alguien puede haber mentido por algún otro motivo.
Guillermo: ¿Pero qué pretende? Acaba de decir que no había forma de comprobar las declaraciones.
Detective Garcia: No, pero suponiendo que cada uno de ustedes lo repitiera por segunda vez...
Detective Garcia: No se trata de la reconstrucción del crimen en sí. De lo que se trata es de reconstruir
los movimientos de unas personas que en apariencia son inocentes.
Detective Garcia: Lo único que quiero es que hagan exactamente lo mismo que antes.
Cristian: (También con suspicacia.) Sencillamente no sé qué espera averiguar sólo con hacernos repetir lo
de antes. Me parece una tontería.
Maria Carmen: Conmigo no cuente. Tengo mucho trabajo en la cocina. (Se levanta y se dirige a la
puerta.)
Detective Garcia: No puedo hacer excepciones. (Se levanta y mira a los reunidos.) Por la cara que ponen
casi diría que todos son culpables. ¿Por qué se muestran tan reacios?
Guillermo: Claro que lo haremos, sargento. Todos vamos a cooperar, ¿eh, Maria Carmen?
Guillermo: ¿Paravicini?
Detective Garcia (Dando unos pasos.) No tan de prisa, míster Paravicini. (Dirigiéndose a Maria
Carmen.) ¿Toca usted el piano, Sra. Maria Carmen?
Detective Garcia: Entonces ¿puede interpretarla al piano con un solo dedo igual que hizo míster
Paravicini? (Maria Carmen asiente con la cabeza.) Bien. Por favor, entre en la salita, siéntese al piano y
prepárese a tocar cuando yo le dé la señal.
Maria Carmen se dispone a abandonar la sala.
Paravicini: Pero, sargento, creía que cada uno iba a hacer lo mismo que antes.
Detective Garcia: Se harán las mismas cosas, pero no las harán necesariamente las mismas personas.
Gracias, Sra. Maria Carmen.
Paravicini abre la puerta. Maria Carmen sale.
Detective Garcia: (Acercándose a la mesa grande.) Lo tiene. Es un medio para comprobar las
declaraciones originales y puede que una de ellas en especial. Vamos a ver, presten todos atención, por
favor. A cada uno le haré ocupar un sitio distinto. Cristian, ¿tiene la bondad de ir a la cocina? Vigile la
comida que Sra. Maria Carmen está preparando. Creo que es usted muy aficionado a la cocina.(Cristian se
marcha a la cocina.) Paravicini, ¿quiere subir a la habitación de Cristian? Lo mejor será que utilice la
escalera de atrás. Pilar Ponce, ¿le importaría bajar al sótano? Cristian le indicará el camino.
Desgraciadamente necesito que alguien reproduzca lo que hice yo. Siento pedírselo a usted, Guillermo,
pero le ruego que salga por esa puerta y siga el cable del teléfono hasta la puerta principal. Pasará un poco
de frío. (Acercándose a la radio, encendiéndola y apagándola otra vez.) Yo haré el papel de Zulema
(Apoyándose en el escritorio.) Se colocarán todos en su sitio y no se moverán hasta que yo los llame.
Pilar Ponce se levanta y abandona la sala. Guillermo pasa por detrás de la mesa grande y descorre la
cortina. Detective Garcia mueve la cabeza indicando a Paravicini que abandone la sala.
Detective García: Le aconsejo que lo haga, señor. (Guillermo recoge su abrigo del vestíbulo, se lo pone
y vuelve junto a la ventana. Detective Garcia se acerca a la mesa grande y escribe algo en su libreta de
notas.)Llévese mi linterna, señor. Está detrás de la cortina. (Guillermo sale por la ventana. Detective
Garcia se acerca a la puerta de la biblioteca y desaparece por ella. A los pocos instantes vuelve a entrar,
apaga la luz de la biblioteca, se acerca a la ventana, la cierra y corre la cortina. Se aproxima a la chimenea
y se instala en la butaca grande. Después de una pausa, se levanta y se acerca a la puerta de la izquierda.
(Llamando.) Sra. Maria Carmen, cuente hasta veinte y empiece a tocar. (Detective Garcia cierra la puerta,
se acerca a la escalera y se asoma. Se oye «Tres ratones ciegos» interpretada al piano. Tras una pausa,
cruza la sala y apaga los apliques de la pared de la derecha, luego da unos pasos y hace lo propio con de la
izquierda. Camina rápidamente hasta la lámpara de mesa y la enciende, luego cruza la sala hacia la puerta
de la izquierda.) (Llamando.) ¡Sra. Maria Carmen! ¡Sra. Maria Carmen!
Maria Carmen entra en la sala.
Maria Carmen: ¿Qué ocurre? (Detective Garcia cierra la puerta por donde acaba de entrar Maria Carmen
y se apoya en ella.) Parece usted muy satisfecho de si mismo. ¿Ha conseguido lo que quería?
Detective Garcia: Sí. Ha cometido usted una tremenda tontería, ¿sabe? Ha estado a punto de que la
asesinaran por haberme ocultado algo. A causa de ello, más de una vez ha corrido un serio peligro.
Detective Garcia: (Dando unos pasos lentamente, sin dejar de mostrarse natural y amistoso.) Vamos...
Nosotros los policías no somos tan tontos como usted piensa. Desde el principio supe que conocía el caso
de La Calera por propia experiencia. Usted sabía que Zulema era la magistrada que mandó los niños allí.
De hecho, conocía todo el asunto. ¿Por qué no lo dijo?
Maria Carmen: (Muy afectada.) No lo entiendo. Quería olvidar... olvidar. (Se sienta en el sofá.)
Detective Garcia: Sra. Gutierrez. Era usted maestra de escuela... la escuela a la que asistían aquellos
niños.
Detective García: ¿No es verdad que Bruno, el pequeño que murió, consiguió mandarle una carta? (Se
sienta en el sofá.) En la carta suplicaba auxilio... auxilio de su bondadosa y joven maestra. Usted nunca
contestó a esa carta.
Maria Carmen: No es verdad. Estaba enferma. Caí enferma de pulmonía aquel mismo día. La carta
quedó entre varias más. No la encontré hasta varias semanas después. Y para entonces el pobre pequeño
ya había muerto... (Cierra los ojos.) Muerto... muerto... Esperando que yo hiciera algo... perdiendo la
esperanza poco a poco... El recuerdo me ha perseguido desde entonces... Si no hubiese estado enferma...
si lo hubiese sabido...! ¡Es monstruoso que pasen cosas así!
Detective García: (Con voz súbitamente ronca.) Sí, es terrible. (Saca un revólver del bolsillo.)
Maria Carmen: No sabía que los policías llevaban revólver... (De pronto ve la cara de Detective García y
suelta un respingo de horror.)
Detective Garcia: No lo llevan... Es que yo no soy policía. Usted pensó que sí lo era porque llamé desde
una cabina y dije que hablaba desde la comisaría y que el sargento Detective Garcia venía para aquí.
Corté el cable del teléfono antes de llamar a la puerta. ¿Sabe usted quién soy yo? Soy Jorge... soy el
hermano de Bruno.
Detective García: (Levantándose.) Será mejor que no intente gritar... porque si lo hace,voy a disparar
este revólver... Me gustaría hablar un poco con usted. (Se vuelve.) Digo que me gustaría hablar un poco
con usted. Bruno murió. (Su forma de actuar se vuelve muy sencilla e infantil) Aquella mujer cruel lo
mató. La metieron en la cárcel. La cárcel no era bastante mala para ella. Dije que algún día la mataría... Y
lo hice. En medio de la noche. Fue muy divertido. Espero que Bruno lo sepa. «Los mataré a todos cuando
sea mayor». Eso es lo que me dije a mí mismo. Porque los mayores pueden hacer todo lo que quieran.
(Alegremente.) Voy a matarla dentro de un minuto.
Maria Carmen: Será mejor que no lo haga. (Se esfuerza por persuadirlo.) No conseguirá escapar de acá,
¿sabe?
Detective García: (Asperamente.) ¡Alguien me ha escondido las patas de rana! No las encuentro. Pero
no importa. En realidad me da lo mismo escapar o no. Estoy cansado. Ha sido todo tan divertido.
Observarlos a todos... y fingiendo ser policía.
Detective Garcia: Es verdad. Será mejor estrangularla. (Lentamente se acerca a ella, cantando «tres
ratones ciegos».) El último ratoncito de la ratonera. (Deja caer el revólver sobre el sofá y se inclina sobre
Maria Carmen, tapándole la boca con la mano izquierda y sujetándole la garganta con la derecha.)
Pilar Ponce y Paravicini entran en la sala.
Pilar Ponce: Jorge, Jorge, me conoces, ¿no es verdad? ¿No te acordas de la granja? Los animales, aquel
chancho viejo y gordo, el día que el toro nos persiguió por el prado. Y los perros. (Se acerca a la mesita
de detrás del sofá.)
Detective García: ¿Qué estás haciendo acá? (Se levanta y se acerca a la mesita.)
Pilar Ponce: He venido a Córdoba para buscarte. No te reconocí hasta que te pusiste a alisarte el pelo
como solías hacer antes. (Detective Garcia se pasa la mano por el pelo.) Vení conmigo, Jorge. (Con
firmeza.) Vas a venir conmigo.
Pilar Ponce: (Dulcemente, como si hablase con un niño.) Te voy a llevar a un lugar donde te van a cuidar
y van a velar para que no hagas más daño. Pilar Ponce se marcha escalera arriba llevando a Detective
Garcia de la mano. El Sr. Paravicini enciende la luz, se acerca a la escalera y mira hacia arriba.
Sr. Paravicini: (Llamando.) ¡Guillermo! ¡Guillermo! El Sr. Parravicini sube la escalera. Guillermo entra
en la sala. Se acerca corriendo a Maria Carmen, que está sentada en el sofá, se sienta y la toma entre sus
brazos, colocando el revólver sobre la mesita.
Maria Carmen: Está loco, completamente loco. Estuve mezclada en el caso. Era la maestra de la
escuela... No tuve la culpa, pero él piensa que podría haber salvado al pequeño.
Sr. Paravicini: Todo está resuelto. Le han dado un sedante y pronto quedará inconsciente. Su hermana le
está cuidando. El pobre está re loco. Sospeche de él desde el principio. Sabía que no era policía, el policía
soy yo.
Sr. Paravicini: En cuanto encontramos la libreta de notas en la que estaban escritas las palabras «Hotel la
Casona», comprendimos que era de vital importancia tener a alguien acá. Cuando se lo dijimos al Sr.
Paravicini, me dijo que yo me hiciera pasar por él y cuando el Detective Garcia se presentó, no termine de
entender a qué venía. (Observa el revólver que hay en la mesita y lo coge.)
Sr. Paravicini: Sí, al parecer le reconoció justo antes de que intentase el último crimen. Se quedó sin
saber qué hacer, pero por suerte acudió a mí, justo a tiempo. Bueno, ya ha empezado a bajar el agua y
pronto recibiremos ayuda. (Dando unos pasos.) Ah, por cierto, iré a bajar las patas de rana. Las escondí en
el sótano. El Sr. Paravicini se marcha.
Maria Carmen: ¡Y yo que pensaba que era Paravicini...!
Guillermo: Querida, fui a comprarte un regalo de aniversario. Hoy hace un año justo que nos casamos.
Maria Carmen: Oh, para eso fui yo también a (lugar del boleto). No quería que lo supieras.
Guillermo: ¡Ah!
Maria Carmen se levanta, se acerca al escritorio y saca un paquete. Guillermo se levanta y va hasta la
mesita de detrás del sofá.
Guillermo: Ah, sí. Se me olvidaba tu regalo. (Corre hasta el arca del vestíbulo, saca una sombrerera y
vuelve a entrar. Orgullosamente.) Es un sombrero.
Guillermo: Pónetelo.
Guillermo: No está mal, ¿verdad? La empleada me dijo que era la última moda en sombreros.
Maria Carmen se pone el sombrero. Guillermo da unos pasos. El Sr. Paravicini entra corriendo.
Paravicini: ¡Sra. Maria Carmen! ¡Sra. Maria Carmen! De la cocina sale un terrible olor a quemado.
TELÓN RÁPIDO