DISCURSO ORAL Y ESCRITO EN ESPAÑOL 2023-2024
PRUEBA 2 – LA CONSTRUCCIÓN DE UN TEXTO ARGUMENTATIVO
La segunda prueba evaluable del curso tiene como objetivo que el estudiante elabore un
discurso argumentativo sobre UNA de las siguientes modalidades:
• MODALIDAD A: ¿Está de acuerdo con la autora sobre las humanidades?
• MODALIDAD B: Demuestre que la conclusión que extrae el autor no es cierta.
La construcción del texto incluye TODO el proceso de escritura: planificación, redacción
y reflexión lingüística. Las tres partes serán evaluadas. Por lo tanto, se debe incluir en la
entrega de la actividad:
1. Planificación:
• El mapa conceptual o el esquema en el que se organicen las ideas principales y las
ideas secundarias que va a desarrollar en el texto.
2. Redacción:
• El texto argumentativo (2 hojas)
o Antes de empezar a redactar:
▪ Repase la teoría para asegurarse de cuáles son las convenciones del
género argumentativo.
▪ Establezca relaciones de causa-efecto, afinidad temática,
oposición, entre las distintas ideas; así sabrá qué tipo de
argumentos utilizar.
o Recuerde que debe defender una idea aportando argumentos fiables. No
se trata de explicar, describir o de aportar varios puntos de vista, sino de
argumentar a favor o en contra de una tesis.
o Es obligatorio que el texto incluya un contraargumento, el cual debe estar
bien representado en el mapa conceptual o esquema.
3. Reflexión lingüística:
• La reflexión lingüística sobre el texto (media cara). Esta debe contener:
o Partes del texto argumentativo.
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o Orden de los argumentos.
o Tipos de argumentos utilizados en la defensa de su tesis.
o Recursos lingüísticos y discursivos para reforzar en la argumentación.
Formato: Times New Roman, 12 puntos, espacio 1,5.
ENTREGA DE LA SEGUNDA PRUEBA EVALUABLE
Los estudiantes deberán entregar la prueba al final de la clase del 25 de abril de 2024.
El trabajo se deberá entregar en FORMATO PAPEL.
CRITERIOS DE CORRECCIÓN:
Se corregirá la prueba con arreglo a los siguientes criterios:
• Adecuación del esquema argumentativo. ¿El esquema propuesto por el estudiante
conduce a defender el punto de vista escogido o se detectan en él ambigüedades
o posibles contradicciones?
• Aportación por parte del estudiante de argumentos y/o datos no contenidos en el
material proporcionado. [IMPORTANTE]
• Construcción del discurso argumentativo: coherencia, cohesión y adecuación.
• Introducción de un contraargumento válido y bien cohesionado tanto en el mapa
conceptual o esquema como en el texto.
• Adecuación de la reflexión lingüística al discurso elaborado por el estudiante. Se
requiere una reflexión crítica, compleja y completa.
• Vinculación de las tres partes del proceso de escritura.
• Adecuación a las reglas ortográficas, gramaticales y léxicas del español (cada falta
descontará 0,1).
• Empleo del léxico con precisión.
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Modalidad A
EL FUTURO DE LAS HUMANIDADES
Artículo publicado en El País escrito por Adela Cortina
Hace medio siglo C. P. Snow, físico y novelista británico, pronunció una
conferencia sobre el tema Las dos culturas y la revolución científica que
produjo un gran revuelo. En su intervención distinguía entre dos culturas, la
de los científicos y la de los intelectuales, que venían a coincidir con dos
ámbitos del saber: Ciencias y Humanidades. A juicio del conferenciante, los
intelectuales gozaban de un mayor aprecio por parte del público y, sin
embargo, eran unos irresponsables, incapaces de apreciar la revolución
industrial por no preocuparles la causa de los pobres.
Hoy las cosas han cambiado radicalmente. El profesor Kagan, emérito de la
Universidad de Harvard, vuelve al tema en su libro Las tres culturas y,
además de añadir la cultura de las Ciencias Sociales, diagnostica el declive
de las Humanidades. Naturalmente, cabría discutir todo esto, porque es
discutible, pero hay al menos dos afirmaciones que urge abordar: ¿es verdad
que las Humanidades están en decadencia?, ¿es verdad que quienes las
tienen por oficio son incapaces de interesarse por la causa de los menos
aventajados y de apreciar el progreso científico? La respuesta a las dos
preguntas no puede ser otra que SI y NO. Las razones del SÍ serían, al menos,
tres.
La primera de ellas sería el harakiri practicado por sedicentes humanistas,
empeñados en asegurar que cualquier ciudadano corriente puede ser
historiador, filólogo, filósofo o crítico literario sin tener que pasar por un
aprendizaje ad hoc, cuando lo cierto es que estos saberes cuentan con
vocabularios específicos, con métodos propios de investigación, con un
bagaje de tradiciones históricamente surgidas que es preciso conocer para
dar mejores soluciones a los problemas actuales.
Una segunda razón para creer en el declive de las Humanidades procede del
afán imperialista de algunos científicos, incapaces de asumir que hay formas
de saber complementarias, empeñados en explicar toda la vida desde la
comprobación empírica, sea desde la economía o desde las neurociencias.
Los buenos científicos saben que sus explicaciones y predicciones tienen un
límite, y que las interpretaciones son harina de otro costal, no digamos ya las
orientaciones sobre cómo se debería obrar. Pero los otros, los malos
científicos, prometen lo que no pueden dar y no dudan en instrumentalizar a
su servicio el aprecio que ha conquistado la buena ciencia.
Y, la tercera y última razón es la siguiente: las Humanidades -se dice-
contribuyen muy poco a la economía de un país. De donde se sigue que
invertir en ellas no parezca ser rentable, sea en docencia o en investigación.
Si a ello se añade la dificultad de comprobar la calidad de la producción
humanística, el futuro de las Humanidades se ennegrece. Y, sin embargo,
esto es radicalmente falso, y aquí empiezan las razones del NO.
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A cuento de la crisis económica distintos foros se han preguntado qué hacer
para solucionarla y una de las medidas sobre las que hay un amplio acuerdo
es la necesidad de incrementar la productividad formando buenos
profesionales, cuidando los recursos humanos, de los que siempre se ha dicho
que forman el más importante capital de un país. ¿Qué tipo de profesionales
podrían ayudarnos a salir del desastre?
Podrían ayudarnos los auténticos profesionales, que son buenos conocedores
de las técnicas y poseedores a la vez de sentido de la historia y valores. Son
ciudadanos implicados en la marcha de su sociedad, preocupados por
comprender lo que nos pasa y por diseñar el futuro, marcando el rumbo de
la evolución. Es intrínseco a su formación ser ciudadanos preocupados por el
presente y anticipadores del futuro. Estas cualidades no constituyen un ALGO
MÁS que se añade a su capacidad técnica, sino que forman parte de su ser.
Pero para formar a ese tipo de personas será preciso cultivar la cultura
humanista, que sabe de narrativa y tradiciones, de patrimonio y de lenguaje,
de metas y no sólo de medios, de valores y de aspiración a cierta unidad del
saber.
Por si esto fuera poco, se van estrechando los lazos entre humanistas y
científicos, practicando una auténtica transferencia del conocimiento que no
es sólo cosa de patentes. En comisiones, proyectos de investigación y
publicaciones aumenta el trabajo interdisciplinar, porque los problemas
desbordan las respuestas de una sola especialidad. Y en ese trabajo conjunto
un tema estrella es, y todavía tiene que serlo más, la causa de los pobres.
Bueno sería que las universidades cambiaran las características de su
profesorado y especialistas de distintas culturas impartieran las clases de
cada grado para lograr una formación integral.
De todo ello resulta que la necesidad de las Humanidades no decae, sino que
aumenta, y no sólo porque nos ayudan a vivir nuestra común humanidad con
un sentido más pleno, sino porque incrementan esa soñada productividad que
tiene su peso en euros.
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Modalidad B
BEST SELLERS Y LITERATURA, VIGENCIA
DE UN DEBATE
Artículo publicado en La Nación de Buenos Aires.
Ante todo, y aunque no sea más que para paliar un poco la habitual confusión
que reina en la materia, convendría hacer una diferencia entre dos usos de
la palabra best seller: el primero y más natural, el sentido que podría decirse
"etimológico", es el del libro más vendido. Sobre eso, obviamente, no hay
nada que decir: cualquier libro puede venderse más que otros, o más que
todos los otros, en determinado momento. Las circunstancias más diversas,
la moda, la actualidad, la casualidad pueden llevar a ese resultado. El otro
sentido, sobre el que sí convendría reflexionar un poco, es el de best seller
como género específico: el libro, generalmente en forma de novela, hecho
con vistas al consumo de un público inmediato.
En realidad, ambos sentidos de la palabra pueden reconciliarse si afinamos
un poco la traducción. Best seller no es exactamente el más vendido, sino el
que se vende mejor. Porque no cuenta sólo la cantidad, sino una cualidad
capital de la venta: la velocidad. De ahí que sea erróneo decir que los mayores
best sellers son la Biblia y el Quijote. Es cierto que esos libros se han vendido
en incalculable cantidad (aunque en el caso de la Biblia, para ser justos,
habría que descontar los ejemplares regalados con fines de evangelización),
pero si la venta se realiza a lo largo de mil años, o de quinientos, el negocio
se diluye. De modo que nos quedaríamos con una definición unificante del
best seller: el libro que se propone, y logra, ser vendido mucho y rápido.
En esas condiciones, hablar del best seller equivaldría a hacerlo sobre
cualquier otro producto. Pero hay otra consideración del asunto, la realizada
en los términos más estrictamente literarios, que sí puede tener interés.
Los términos literarios, conviene aclararlo, no son los términos morales con
los que por lo general se trata del best seller. El moralismo, que al hablar del
best seller desemboca bien pronto en la alarma, es totalmente injustificado
aquí. La literatura siempre ha sido una actividad minoritaria, por más que
hagan los escritores o los editores. Es difícil, en realidad, ver qué ganarían
los escritores si su actividad dejara de ser minoritaria; y esa fantasía sí
contiene motivos de alarma, al pensar a expensas de qué podría darse la
ampliación social de la literatura.
El best seller es la idea, que fructificó en países del área angloparlante, de
hacer un entretenimiento masivo que usara como "soporte" la literatura. Es
algo así como literatura destinada a gente que no lee, ni quiere leer, literatura
(y a la que no hay que reprocharle nada, por supuesto; sería como
reprocharle su abstención a gente que no quiere practicar la pesca
submarina; además, entre la gente que no se interesa por la literatura se
cuenta el noventa y nueve por ciento de los grandes hombres de la
humanidad: héroes, santos, descubridores, estadistas, científicos, artistas; la
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literatura es una actividad muy minoritaria, aunque no lo parezca). El best
seller es material de lectura para gente que, si no existiera ese material, no
leería nada. De lo que se deduce lo injustificado de las alarmas. Creer que
alguien pueda dejar de leer a Henry James para leer a Harold Robbins es una
ingenuidad; si no existiera Harold Robbins, sus lectores vacantes no leerían
a Henry James; no leerían nada, simplemente.
La reflexión a que invita el best seller es otra. Estas novelas fáciles y masivas
son el precipitado perfecto para hacer visible eso tan misterioso que es la
literatura propiamente dicha, lo literario de la literatura. Al presentar un
producto símil literario químicamente "limpio" de literatura, el best seller es
un invalorable detector de lo literario. Veamos algunas de las diferencias
significativas.
El libro literario siempre es parte de una biblioteca. Aislado, vale muy poco
en términos de placer y saber. El símbolo genuino del aficionado a la literatura
no es el libro, sino la biblioteca. Si uno lee, digamos, Las alas de la paloma,
y le gusta, lo más probable es que lea otros libros de Henry James, y cuando
se le terminen leerá sus cartas, prólogos, conferencias, una biografía, por
ejemplo, la de Leon Edel, y de ahí pasará a los contemporáneos de James, a
sus discípulos o maestros, a Flaubert, Turguéniev, Proust... en círculos
concéntricos que terminarán abarcando la literatura entera.
En cambio, si uno lee un best seller, por ejemplo, una novela sobre el
contrabando de material radiactivo en el Báltico, y le gusta, aunque sea el
libro que más le ha gustado en su vida, es muy improbable que uno sienta
deseos de leer otra novela sobre contrabando de material radiactivo en el
Báltico, ni siquiera otra novela sobre material radiactivo, o sobre
contrabando, o sobre el Báltico. Recordará esa lectura como un momento
placentero, y ahí se termina la historia. Y en cuanto al autor, ¿quién es el
autor de ese libro? En el género best seller importa más el libro que su autor
(y aquí descubrimos, por contraste, que en la literatura sucede lo contrario).
Esta es una de las ventajas del best seller, una de sus ventajas de mercado,
podría decirse: que se presenta autónomo, seductor en sí mismo. Para
alguien no interesado en la literatura que deba hacer un tedioso viaje en tren,
o sufra de gripe y no pueda trasladar el televisor al dormitorio, ¿qué mejor
que una novela de éstas? Una novela llamada Rehenes en la catedral, por
ejemplo, no necesita nada más para atraer al lector, que de entrada puede
imaginárselo todo: el grupo terrorista con su líder, su psicópata, su dubitativo
y su chica, las beatas asustadas, el obispo mediador, las tropas rodeando el
templo, el periodista audaz... En cambio, un libro llamado Las alas de la
paloma es una pura apuesta, un enigma de muy prolongada resolución.
Pero la piedra de toque en la diferencia entre best seller y literatura es la
sinceridad. De un lado, están los usos directos y veraces de la palabra, el
transcurso utilitario del verbo en la sociedad: aquí confluyen los "Buenos
días", "Te amo", "Paso a buscarte a las ocho", y el best seller. Del otro lado,
ese peculiar cuestionamiento de la significación al que llamamos Literatura.
La incompatibilidad es absoluta. La literatura es falaz en dos planos: usa una
palabra cuyo valor de cambio deja de ser su sentido directo, y pone en escena
el teatro de ese uso perverso. El best seller es simétricamente veraz en dos
planos: dice lo que quiere decir, y lo ofrece como lo que es.
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Ahora bien: la literatura, que es experimentación, podría hacer el
experimento de practicar una escritura totalmente sincera, no más acá sino
más allá de su falacia constitutiva. De ese modo, dando una vuelta completa,
podría dar un aceptable simulacro de best seller. Ese experimento fue hecho
hace unos años, y con excelente resultado: El amante, de Marguerite Duras.
Con El nombre de la rosa, de Umberto Eco, sucedió algo distinto, y bastante
más aleccionador. Esta novela es un genuino best seller del principio al fin;
para empezar, es totalmente sincero y el autor es un reputado catedrático,
profesional de la expresión exacta de su pensamiento. Pero, además, ilumina
dos precisos contrastes entre best seller y literatura: el primero de ellos es la
intención. La literatura siempre es una intención desviada; el best seller, una
intención realizada. El mismo Eco lo declaró: se propuso hacer "una novela
policial que se desarrollara en un monasterio del siglo XII". La verdadera
literatura resulta en comparación un laberinto de propósitos fallidos y
resultados inesperados. ¿Qué se propuso Cervantes al escribir el Quijote,
Byron el Don Juan, Kafka La metamorfosis?
El segundo contraste está en la mathesis, el saber o la información
incorporados a la novela. En la literatura, este saber siempre ha sido grande,
pero siempre ha estado desvalorizado al subordinarse a un mecanismo
artístico, en el que la verdad es sometida a una perspectiva. El saber
abundante que vehiculiza El nombre de la rosa no está desvalorizado en
absoluto, muy al contrario, está resaltado por la amenidad y el buen
didactismo. Tanto, que esta novela podría ser ideal para quien quisiera
iniciarse en el estudio de la cultura medieval. Lo mismo sucede con todo best
seller bien hecho.
Con lo que podemos terminar denunciando otro equívoco frecuente, el de
quienes afirman que el best seller es un atentado contra la cultura. Todo lo
contrario. Leyéndolos se aprende de historia, de economía, de política, de
geografía, siempre a elección y en forma entretenida y variada. Mientras que
leyendo genuina literatura no se adquiere más que cultura literaria, que es la
más inefectiva de todas.