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Paz Amor y Libertad

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PAZ, AMOR

Y LIBERTAD
LA GUERRA NO ES INEVITABLE

Editado por Tom G. Palmer


Publicado por Students for Liberty & Atlas Network / Jameson Books, Inc.

Derechos de autor © 2014 por Tom G. Palmer,


Atlas Economic Research Foundation
y Students For Liberty

“The Decline of War and Conceptions of Human Nature”, Steven Pinker.


Derechos de autor © 2013 John Wiley & Sons, Inc. Reproducido con la
autorización de Blackwell Publishing Ltd.

Editado por Tom G. Palmer


Diseño de portada por Katherine Villegas Báez
El editor reconoce y agradece la ayuda brindada durante la elaboración
de este libro, no solo a los autores y a los propietarios de los derechos de
autor, sino también a los incontables miembros activos de Atlas Network y
Students For Liberty. Su dedicación a la libertad y la paz en cada continente
es un gran servicio para aquellos cuyas vidas corren riesgo a causa de la
violencia organizada y una inspiración para mí.

Traducción realizada por Ceteris-Paribus.


Para obtener información o hacer otras solicitudes, contactar:

Students For Liberty, 1101 17th St. NW, Suite 810, Washington, DC 20036

The Atlas Network, 1201 L St. NW, Washington, DC 20005

Jameson Books, Inc., 722 Columbus Street, PO Box 738, Ottawa, IL 61350
Comunicarse al 800-426-1357 para pedidos de libros.

Impreso en Estados Unidos de América.


ISBN: 978-0-89803-176-8
17 16 15 14 5 4 3 2 1
“Aquellos que están a favor de la paz necesitan hacer pre-
guntas difíciles sobre qué instituciones y prácticas la promue-
ven. Asimismo, necesitan convencer a más personas de que la
violencia rara vez logra los objetivos nobles que los defensores
de la guerra dicen valorar. Este libro es un excelente punto de
partida en ambos aspectos, ya que explica que el sentimiento
de la paz es laudable, pero sin evidencia ni un razonamiento
riguroso, solamente es un sentimiento”.
Jeffrey Miron
Autor de Drug War Crimes: The Consequences of Prohibition y
de Libertarianism, from A to Z.
Departamento de Economía de la Universidad de Harvard

“La vieja mentira —que sostiene que es dulce y honorable


morir por la patria— recibe aquí una respuesta decisiva. No
es dulce ni honorable bombardear a los niños en Irak, ni morir
debido a una bomba plantada por sus padres al costado de una
ruta, ni defender el acto de guerra como purificador, ennoble-
cedor o vigorizante. Los antiliberales, desde Jospeh de Maistre
hasta David Brooks, que han opinado de manera diferente son
desenmascarados aquí como meros belicistas. La brillante edi-
ción y escritura de Tom Palmer crea un argumento abrumador
para los ferreteros, los pescaderos, y todos los demás comer-
ciantes dentro del intercambio pacífico, sin aporreos, ni leva,
ni sangre vomitada por pulmones corruptos de ira”.
Deirdre N. McCloskey
Autor de Bourgeois Dignity.
Profesora distinguida de economía, historia, inglés, y comu-
nicación de la Universidad de Illinois en Chicago.
Profesora de historia económica de la Universidad de
Gotemburgo en Suecia
“Este es un libro importante que conecta de forma exitosa el
ideal de la paz e ideas muy prácticas y sólidas acerca de cómo lo-
grarla y mantenerla. Paz, amor y libertad debería ser leído por
todos aquellos que deseen evitar la guerra, independiente-
mente de sus opiniones políticas”.
David Boaz
Autor de The Libertarian Mind.
Vicepresidente Ejecutivo del Cato Institute.

“El filósofo y padre de la economía, Adam Smith, como todo el


mundo sabe, escribió que para que una sociedad prospere y pro-
grese se necesita “poco más” que tres condiciones: “paz, impuestos
bajos y una administración tolerable de la justicia”. Paz, amor, y li-
bertad es una colección interesante de ensayos que muestra por qué
la paz es la primera entre esas condiciones indispensables, y cómo
su ausencia eleva los impuestos y amenaza la justicia. Los autores
argumentan con lógica y pruebas persuasivas que un Estado beli-
gerante no puede ser un Estado libre”.
Lawrence H. White
Autor de The Clash of Economic Idea
Departamento de Economía de George Mason University
“Paz, amor y libertad, reúne a los expertos en economía,
ciencia política, historia, filosofía, psicología y otros cam-
pos para explicar los fenómenos complejos de la paz y la
guerra. Tom Palmer, como editor y autor, ofrece un libro
que es verdaderamente único y logra sus objetivos de ma-
nera espléndida. Es riguroso y está escrito con claridad, y
merece ser leído por un público numeroso. Si hubieran sido
comprendidas las lecciones del libro en el siglo pasado, el
mundo se habría ahorrado mucha violencia, sangre, sufri-
miento y miseria”.
Pascal Salin
Autor de Libéralisme
Facultad de Economía de la Universidad de Paris–Dauphine

“Son famosas las palabras del sociólogo Charles Tilly,:


‘La guerra hizo al Estado y el Estado hizo la guerra’. Esta
magnífica pequeña antología ilustra la sabiduría de aque-
llas palabras y por qué cualquier persona amante de la li-
bertad debería oponerse al uso de fuerzas destructivas del
Estado en todos los casos, excepto en el caso de defensa
propia”.
Peter Kurrild-Klitgaard
Departamento de Ciencia Política de la Universidad de
Copenhague
Contenido

Prefacio 15

1. La paz es una elección 19


La guerra es violencia humana organizada 20
¿Cuándo, si acaso, está justificada la guerra? 24
La guerra es la salud del Estado 29
¿Quién es responsable? 32
Libertad y paz 36

2. El declive de la guerra y las concepciones de la 39


naturaleza humana
Cuatro razones por las cuales el declive de la guerra 42
es compatible con una concepción realista de la
naturaleza humana
1. Cosas más extrañas han sucedido 42
2. La naturaleza humana tiene múltiples 44
componente
3. Componentes facultativos de la naturaleza 47
humana
4. La cognición humana es un sistema generativo 49
ilimitado
Conclusión 52
Bibliografía 53

3. La economía de la paz: por qué tener vecinos más 55


ricos es una muy buena noticia
Ganadores y perdedores 55
Un mundo de productores-consumidores 58
La “Ley de Say” y las ganancias mutuas 59
La Ley de Say aplicada a nivel internacional 62
Barreras comerciales (“Proteccionismo”) como 65
juegos de suma negativa
Paz para la prosperidad 67

4. Entrevista con un empresario por la paz: Chris Rufer 71

5. La paz del libre comercio 85


La transformación 86
Dudas sobre Thomas 89
Las causas de la paz 92
La “mano invisible” de la paz 97

6. La economía política del imperio y la guerra 103


La buena noticia: la violencia está en baja 104
¿Tienen que “chocar” las civilizaciones o los países? 106
¿El imperialismo mercantilista es una propuesta 110
ganadora?
¿Qué sucede con la “Guerra por petróleo (y otros 118
recursos)”?
Falacias económicas y relaciones internacionales 123
Los bienes no pueden cruzar las fronteras, pero 125
los ejércitos sí
Una visión ancestral 127
¿Quién decide? 128

7. El temor a la guerra de la Ilustración estadounidense 133

8. La declinante importancia de la guerra como 147


herramienta política en la Edad Contemporánea
El surgimiento y la caída de las guerras entre grandes 148
potencias
Guerras contemporáneas 150
Conclusión 155

9. La militarización de la actividad policial 159

10. La filosofía de la paz o la filosofía del conflicto 164


La filosofía de la cooperación 169
La filosofía del conflicto 173
La distinción amigo-enemigo 181
Las ideas de 1914 189
Las guerras no son inevitables 195

11. El arte de la guerra 197

12. Oración de guerra 205

13. Dulce et decorum est 211

14. Parábola del viejo y el joven 213

15. La paz comienza con ustedes 215


Aprender 217
Amplificar 218
Organizar 220
Hacer la diferencia: elegir la paz 222

Sugerencias Bibliográficas 223

Sobre el editor 227

Notas 229
Prefacio
“La gente tiene que aprender a odiar. Si pueden aprender a odiar, también se
les puede enseñar a amar, ya que el amor llega con más naturalidad al corazón
humano que el sentimiento opuesto” -Nelson Mandela1

La guerra enseña a las personas a odiar. A odiar a sus enemi-


gos. A odiar a sus vecinos. A odiar a quienes son diferentes.
La paz les permite amar. Transformar a los enemigos en ami-
gos. Reemplazar el conflicto por la cooperación. Reemplazar el
odio por el amor y la amistad.
¿Qué fomenta la paz? Ya lo sabemos: la libertad. ¿Qué so-
cava la libertad? También lo sabemos: la guerra.
Los ensayos incluidos en este libro ofrecen evidencias y ar-
gumentos a favor de la paz. Los escritores no promueven la
paz meramente como un ideal moral y ni siquiera como una
meta deseable, sino como un objetivo eminentemente práctico.
Muy a menudo, los activistas por la paz han pensado que era
suficiente limitarse a exigir la paz y denunciar la guerra, sin
considerar qué instituciones promueven la paz y desalientan
la guerra, y sin investigar las condiciones económicas, socia-
les, políticas y psicológicas de la paz. Pueden oponerse a esta
o aquella guerra, sin considerar qué las ocasiona y sin analizar
sus causas. La paz no es una fantasía impracticable, ni es algo
en pos de lo cual debe sacrificarse la prosperidad, el progreso
o la libertad. De hecho, la paz, la libertad, la prosperidad y el
progreso van juntos.

15
Los ensayos del presente libro apelan a la razón. Se basan
en sólidos antecedentes históricos, en la realidad económica,
en la psicología empírica, en la ciencia política y en una lógica
obstinada, así como en el arte y la imaginación estético. Si el
corazón se compromete en nombre de la paz, dicho compro-
miso habrá de concretarse a través de la razón.
Los autores de Paz, amor y libertad recurren a disciplinas
como la psicología, la economía, la ciencia política, la histo-
ria, el derecho, la sociología y la filosofía moral, así como de
la poesía, la literatura y la estética. Todas ellas cumplen un
rol importante al momento de entender mejor la guerra y la
paz. Cada ensayo puede, en sí mismo, ofrecer una lectura
provechosa. Pueden leerse en cualquier orden. Algunos son
académicos, y otros, aunque están desarrollados con la misma
seriedad, no dependen de las notas al pie. La meta es hacer
que temas importantes sean accesibles para un amplio rango
de lectores interesados y, al mismo tiempo, usar la razón y la
evidencia para mostrar el profundo vínculo que existe entre la
libertad y la paz. (Hay más material sobre la paz y la libertad
que sobre el amor, por una simple razón, y es que por la paz
y la libertad se puede luchar de manera organizada; mientras
que el amor es algo que cada corazón humano debe alcanzar
por sí mismo. Por lo tanto, los ensayos se enfocan en las insti-
tuciones e ideologías de la guerra y la paz, con la esperanza de
que se elija la paz, se evite el odio y el amor sea algo posible.)
Paz, amor y libertad es una publicación conjunta de Atlas
Network y Students For Liberty. Ambas organizaciones tienen
alcance global y cuentan con afiliados y proyectos en todos los
continentes. No están vinculadas a ningún gobierno y apoyan

16
valores universales. No promueven un programa que no sea
el de la paz, la libertad equitativa y la justicia igualitaria ante
la ley. Buscan establecer y respaldar instituciones que hagan
posible la paz, la libertad y la justicia, lo que incluye imponer lí-
mites constitucionales a los gobiernos e impulsar la libertad de
expresión y de culto, la protección de la propiedad adquirida
legítimamente, la tolerancia jurídica hacia el comportamiento
pacífico, el libre comercio y el libre mercado. Los ensayos de
este libro muestran cómo esas ideas —las ideas del “liberalis-
mo clásico” se cohesionan y refuerzan entre sí. Los textos que
conforman Paz, amor y libertad ofrecen una contribución a los
estudios sobre la paz desde la perspectiva del estudio y el pen-
samiento liberal clásico, una tradición que se refiere a la protec-
ción de la cooperación humana voluntaria2.
Las raíces de esta tradición están muy arraigadas en la his-
toria de la humanidad. Son discernibles en los escritos del sabio
chino Lao Tse, de los grandes líderes religiosos, y de un desta-
cado abogado, filósofo y político que defendió la elocuencia y la
razón por sobre la brutalidad y la fuerza, Marco Tulio Cicerón.
Como escribió en su famoso libro Sobre los deberes:

Todos los hombres deben tener este único objetivo, de que


el beneficio de cada individuo en particular y el beneficio
de todos en conjunto sean la misma cosa. Si alguien se
arrogara tal beneficio para sí mismo, toda interacción
humana quedaría anulada. Por otra parte, si la naturaleza
indica que un hombre debe querer considerar los
intereses de otro, quienquiera que este sea, precisamente
porque es un hombre, es necesario, de acuerdo con la
misma naturaleza, que lo que es beneficioso para todos

17
sea algo común. De ser así, todos estamos condicionados
por una única y misma ley natural; y si esto también es
verdadero, significa que, en virtud de dicha ley natural,
ciertamente estamos impedidos de actuar con violencia
en contra de otra persona3.

Este libro trata sobre evitar la violencia. Trata sobre la alter-


nativa pacífica a la fuerza. Trata sobre la cooperación voluntaria.
Está dedicado a los activistas por la paz y la libertad de todas
partes del mundo. Espero que la juventud de hoy pueda en-
vejecer en paz y libertad, y que puedan dejar un mundo más
pacífico, más justo y con mayor libertad del que encontra-
ron. Para aquellos que comparten esta meta, la información
que ofrece este libro será útil.
Tom G. Palmer
Nairobi, Kenia

Nota: Un índice del volumen está disponible en:


http://studentsforliberty.org/peace-love-liberty-index

18
1.
La paz es una elección
Por Tom G. Palmer

¿Cuál es la naturaleza de la guerra? ¿Es una característica


irreducible de la vida humana? ¿Está justificada? Y si lo
está, ¿bajo qué condiciones? ¿Cuál es el impacto de la
guerra en la moral y la libertad?

“Una paz perpetua y universal se encuentra, mucho me temo,


en el catálogo de eventos que nunca existirán, excepto en la ima-
ginación de filósofos visionarios o en los corazones de los benévo-
los entusiastas. No obstante, no deja de ser cierto que la guerra
contiene tanta insensatez y malevolencia que habrá muchas es-
peranzas puestas en el progreso de la razón; y que si cabe esperar
algo, entonces debería intentarse todo”. -James Madison4

Las guerras no ocurren por casualidad. No son como los tor-


nados o los meteoros, y esa diferencia no se debe simplemente
a que pueden ser mucho más destructivas. La principal dife-
rencia es que los tornados y meteoros no son producto de la
deliberación y la elección humanas. Las guerras sí lo son. Hay
ideologías que promueven guerras. Existen políticas que pro-
pician las guerras. Y esas ideologías y políticas pueden exa-
minarse, compararse y analizarse racionalmente. Se podría

19
pensar que “todo el mundo apoya la paz”, pero sería un error.
Muchas ideologías tienen conflicto y violencia en su núcleo
mismo. E incluso si sus defensores dijeran públicamente que
se oponen a la guerra y que prefieren la paz, las políticas que
propugnan harían mucho más probable que esos conflictos
estallaran en guerra. Como señaló James Madison, una de las
grandes figuras de la Ilustración estadounidense y autor prin-
cipal de la Constitución de Estados Unidos, la guerra “con-
tiene tanta insensatez y malevolencia” que debemos intentar
hacer todo lo que podamos para mitigarla.
¿Qué puede decirse sobre la guerra que no se haya dicho
ya? Acabo de ingresar la palabra “war” (guerra) en el buscador
de Google y, en 49 segundos, recibí esta respuesta: “Aproxi-
madamente 536.000.000 resultados”. Y eso solo en inglés. En
23 segundos, obtuve “aproximadamente 36.700.000 resulta-
dos” en francés (guerre); en 30 segundos, “aproximadamente
14.700.000 resultados” en alemán (Krieg); y en chino, en 38
segundos, “aproximadamente 55.900.000 resultados” en car-
acteres simplificados ( ) y, en 34 segundos, “aproximada-
mente 6.360.000 resultados” en caracteres tradicionales ( ).
¿Qué más podría agregarse?
Hay algo muy importante que sí podría agregarse a todo
eso. Se debería aplicar más razón al análisis. Tal como Madison
sugiere, “habrá muchas esperanzas puestas en el progreso de
la razón”.

La guerra es violencia humana organizada


Una definición común de “guerra” en el diccionario es “esta-
do de conflicto armado entre distintas naciones o Estados, o

20
entre diferentes grupos dentro de una nación o un Estado”.
Algunos ejemplos de su uso serían: “Austria entró en guerra
con Italia” y “Hubo guerra entre Austria e Italia”. La palabra
también puede usarse de manera análoga o metafórica, de este
modo: “Estaba en guerra con sus vecinos” y “El gobierno de-
claró la guerra a las drogas”. Sin embargo, el principal uso de
esta palabra, así como el principal uso en este libro, se refiere a
un conflicto armado entre Estados. (Dicho eso, la “guerra a las
drogas” también implica una gran cantidad de conflictos ar-
mados, pero normalmente dirigidos por los Estados contra los
proveedores y consumidores de drogas, y entre distribuidores
de drogas rivales, más que entre Estados.)
El término “conflicto armado” deja en claro que se hace
uso de una fuerza mortífera. En las guerras mueren personas.
Pero, en realidad, no mueren, sino que son asesinadas por
otras personas. Tanto la guerra como el uso de las fuerzas ar-
madas implican el asesinato de personas. Los hombres y muje-
res que integran las fuerzas armadas conocen esa verdad. Los
políticos a menudo quieren evitarla. Madeleine Albright, en-
tonces embajadora de Estados Unidos antes las Naciones Uni-
das y posteriormente Secretaria de Estado de Estados Unidos,
hizo una famosa pregunta al entonces Jefe del Estado Mayor
Conjunto, el general Colin L. Powell: “¿De qué sirve tener esas
magnificas fuerzas armadas de las que siempre habla si no po-
demos usarlas?”.
Powell escribió en sus memorias: “Pensé que me iba a dar un
aneurisma”. Y bien podría haberle sucedido. Albright tenía una
idea común de las fuerzas armadas, según la cual estas no eran
sino una de varias herramientas que el Estado podía utilizar

21
para concretar sus objetivos. Powell explicó que “los GI nortea-
mericanos no eran soldados de juguete que podían moverse de
un lado a otro sobre una especie de juego de mesa global” y que
“no debíamos comprometer a las fuerzas armadas hasta que no
tuviéramos un objetivo político claro”. Como militar, el general
Powell comprendía que cuando las fuerzas armadas se “usan”,
hay seres humanos reales —no soldados de juguete ni piezas de
ajedrez— que van a morir5.
Recuerdo que hace años me senté a conversar con el con-
traalmirante Gene LaRoque (USN, retirado) acerca del uso de
las fuerzas armadas. LaRoque explicó el tema con un lengua-
je muy directo (según recuerdo): “El propósito de las fuer-
zas armadas es matar al enemigo y destruir su capacidad de
hacernos daño. No construimos buenos puentes, a menos que
el objetivo sea que pasen tanques a través de ellos. No sabe-
mos cómo enseñar a niños de ocho años a leer y escribir. No
sabemos cómo educar a la gente sobre leyes o democracia.
Matamos al enemigo y destruimos su capacidad de dañarnos.
Cuando realmente tengan que matar gente y destruir cosas,
llámennos, pero de lo contrario, no lo hagan”. Entrar en guerra
significa matar a otros seres humanos. Aquellos que tienden a
no hablar de ello son, casualmente, quienes vieron esa reali-
dad de cerca, o la pusieron en práctica.
Quienes han visto guerras tienden a pensar en ellas de ma-
nera muy diferente a los profesores de ciencia política como
Madeleine Albright, quien, como funcionaria del gobierno de
Estados Unidos defendió, públicamente y con mucho entu-
siasmo, el bombardeo de Irak, que derivó en la muerte de mu-
chos inocentes. En un foro público realizado en Estados Uni-
dos acerca de la guerra, fue cuestionada por un ciudadano.

22
“No enviaremos mensajes a Saddam Hussein con la sangre
del pueblo iraquí”, señaló el ciudadano. “Si quieren ajustar
cuentas con Saddam, ajusten cuentas con Saddam, no con el
pueblo iraquí”. Su respuesta fue reveladora:

Hacemos lo que hacemos para que todos ustedes


puedan dormir tranquilos. Estoy muy orgullosa de lo
que hacemos. Somos la nación más grande del mundo,
[pausa por los aplausos] y lo que hacemos es ser la
nación indispensable, dispuesta a hacer del mundo
un lugar seguro para nuestros hijos y nietos, y para las
naciones que sigan las reglas6.

Albright y sus colegas defendieron el bombardeo a los ira-


quíes y la ejecución del embargo que ocasionaron una sustancial
pérdida de vidas en pos de cumplir el rol de “la nación indis-
pensable” y de “hacer del mundo un lugar seguro para nuestros
hijos y nietos”. Ella y sus colegas no tuvieron su oportunidad de
invadir Irak, lo cual fue concretado por su sucesor, George W.
Bush y su administración, pero sí prestaron su apoyo a la des-
tructiva y costosa insensatez que dicha administración llevó a
cabo. ¿Estuvieron justificadas esas decisiones? De hecho, no. No
cumplieron con la presentación de las pruebas necesarias para
sustentar el caso. No había evidencia sólida de que el Estado
iraquí estuviera desarrollando “armas de destrucción masiva”
que podrían desplegarse “cuarenta y cinco minutos” después de
impartida la orden, como tampoco existían pruebas de que el
régimen hubiera estado involucrado en los ataques terroristas a
los ciudadanos estadounidenses del 11 de septiembre de 2001,
a pesar de las declaraciones públicas por parte de funcionarios
gubernamentales que insinuaban su participación.

23
¿Y cuál fue el costo? Calcular cifras exactas en el caso iraquí
resulta difícil y es materia de gran controversia, pero, además
de los cientos de miles de combatientes iraquíes muertos en la
invasión, hubo miles de soldados estadounidenses, británicos
y aliados muertos, y varios cientos de miles resultaron heri-
dos. Según estimaciones conservadoras, al menos 118.789 civi-
les fueron asesinados violentamente entre 2003 y 2011, la may-
oría de ellos, víctimas de la terriblemente brutal guerra civil y
de la lucha de poderes desatadas en el país como consecuencia
de la invasión y la ocupación7.
¿Y la pérdida de riqueza? Solo el gobierno estadounidense
prestó alrededor de US$ 2 billones para financiar las guerras
en Irak y Afganistán (no es fácil separar una de la otra debido
a que coexistieron) y el costo total de esas dos aventuras, cal-
culadas en términos de valores actuales, se estima, de manera
muy conservadora, en US$ 4 billones, pero es casi seguro que
ascienda a mucho más8. Gran Bretaña y otros países también
gastaron sumas sustanciales de riqueza material, y la infrae-
structura de Irak sufrió graves daños durante el conflicto. ¿Es-
tuvo justificado todo ese gasto de vidas y riqueza para generar
tanta muerte y destrucción?

¿Cuándo, si acaso, está justificada la guerra?


Son pocos los que creen que entrar en guerra —matar perso-
nas— está justificado con el fin de “ser la nación indispensable”,
como sostuvo Albright. (Algunos, sin embargo, defenderían esa
posición.) Pero vayamos a una cuestión más complicada. Si se
hace una guerra “para hacer del mundo un lugar seguro para
nuestros hijos y nietos”, ¿entonces está justificada? Ciertamente,
los hechos serían importantes para contestar esta pregunta:

24
“¿Cuál es la probabilidad de que matar personas hoy logre una
mayor seguridad para otros en el futuro?”. Quizás esa matanza
podría darnos mayor seguridad en el futuro, pero aun así, de-
bería haber una carga de prueba muy significativa sobre quien
apoye la guerra. Los defensores de la guerra entre los gobiernos
estadounidense e iraquí no estuvieron ni cerca de cumplir con
esa carga.
Existe una larga tradición de juzgar la validez de las guerras,
en lo que se refiere tanto a su inicio como a su conducción. La
justificación para iniciar una guerra se conoce con el término lati-
no jus ad bellum, y se distingue de la justificación para conducir
una guerra, que se denomina jus in bello. Estas dos figuras con
frecuencia se consideran de manera independiente. ¿Se justifica
la guerra? ¿Se justifica el comportamiento asumido para llevar
adelante una guerra? Muchos abogados y filósofos destaca-
dos han argumentado y debatido sobre qué podría justificar la
declaración de una guerra y, una vez que esta ha comenzado,
si hay restricciones morales o legales con respecto al uso de la
fuerza, y, de haberlas, cuáles son esas restricciones.
¿Se puede iniciar una guerra para defender el honor de un
gobernante o una nación, o para “ser la nación indispensable”,
o para tomar posesión de tierras o recursos valiosos, o para
defender los intereses propios o las vidas de los habitantes
de una nación? Y, una vez que se ha emprendido la guerra,
¿se puede matar solo a los combatientes armados en el campo
de batalla, o se puede ejecutar a los prisioneros capturados, o
matar a las familias de los soldados enemigos, incluso a sus
hijos (que podrían ser futuros soldados)? A través del tiem-
po, se impusieron cada vez más límites a las circunstancias

25
que habilitan una guerra, y se establecieron diversos princip-
ios, convenciones y tratados para regular la forma en la que se
conduce la guerra.
En conjunto, estos temas se conocen como “derecho béli-
co” y “teoría de la guerra justa”9. Aunque jus in bello, la le-
galidad de la conducción de la guerra, se considera aplicable
independientemente de si una guerra está justificada, el en-
foque estándar dispone que, en caso de que lo esté, es decir,
en caso de que se lleve a cabo por una causa justa, los medios
necesarios para que su conducción sea exitosa están, de por
sí, justificados, aunque fueran indeseables o lamentables.
Pero para aquellos a quienes les preocupa la justicia y el
comportamiento correcto, ese enfoque tradicional no aborda
adecuadamente el tema de si iniciar una guerra (jus ad bellum)
está justificado. Como Robert Holmes sostuvo enérgicamente
en su libro On War and Morality: “No es el fin el que justifica
los medios, sino que es la permisibilidad de los medios (que
incluye la matanza y destrucción que son parte de la naturale-
za del conflicto armado) la que, junto con la satisfacción de los
otros requisitos de jus ad bellum, justifica el fin”10. No solo los
“malvados” son asesinados en las guerras. También personas
completamente inocentes se convierten en “daños colaterales”.
Si matar personas y destruir lo que necesitan para sobrevivir
no está justificado, entonces el proceso —la guerra— tampoco
lo está. Por consiguiente, “justificar una guerra requiere la jus-
tificación de la selección de medios desde el principio. Aquí no
hay dos actos independientes: embarcarse en una guerra e im-
plementar los medios elegidos. (...) Jamás se puede justificar el
acto de recurrir a una guerra sin justificar los medios mediante
los cuales se pretende luchar”11.

26
Al momento de contemplar la posibilidad de una guerra,
es moralmente irresponsable mirar solo el objetivo ostensible
de la guerra, así sea reconquistar territorio histórico o reivindi-
car el honor o establecer la credibilidad o responder a la agre-
sión o cualquier otra causa, sin considerar lo que la guerra con-
lleva. Como Holmes afirma: “La guerra, por su naturaleza, es
violencia organizada, la creación deliberada y sistemática de
muerte y destrucción. Esto es verdad si los medios empleados
son bombas nucleares o si son arcos y flechas”12.
Me encontré cara a cara con la habitual evasión de este tema
cuando estaba trabajando en un Irak devastado por la guerra y
viajé a Canadá para asistir a una conferencia. Una participante
de dicha conferencia me hizo saber cuánto lamentaba que Ca-
nadá no hubiera intervenido en la “Coalición de la Voluntad”
que invadió Irak y derrocó al tiránico y sanguinario gobierno
de Saddam Hussein y su Partido Baazista. Le dije que debería
estar feliz de que su gobierno hubiera deliberado y decidido
no formar parte de la invasión y ocupación.
Posteriormente, durante la conversación, mencioné los ru-
mores en Bagdad, que indicaban que se había ordenado a la
nueva policía iraquí disparar contra quienes fueran captura-
dos colocando artefactos explosivos improvisados, y que un
alto funcionario gubernamental había demostrado la determi-
nación del gobierno disparando él mismo contra un prisione-
ro. En aquel momento, estos artefactos mataban a gran canti-
dad de combatientes y no combatientes por igual. (No sabía
si esa historia era verdadera, y aún no lo sé. Simplemente in-
formé lo que me habían dicho numerosos iraquíes). La misma
persona que había apoyado con entusiasmo la participación
de Canadá en la guerra se mostró conmocionada, consternada

27
y horrorizada, y exigió que “se hiciera algo”. Le dije que de-
bería haber considerado la posibilidad de esas consecuencias
antes de respaldar la guerra. Esas son las cosas que “suceden”
durante una guerra. Avalar una guerra y luego horrorizarse
cuando acarrea un comportamiento violento, sanguinario e
incluso ilegal demuestra falta de entendimiento.
La guerra no solo deriva en bajas indeseadas que, en cierto
modo, no se consideran al momento de decidir entrar en gue-
rra o no, sino que además cambia el carácter humano. No solo
los combatientes pierden los principios morales que los orien-
tan: también los pierden los no combatientes. Joe Klein es un
respetado periodista de la revista Time que apoya al presiden-
te Obama. Durante un debate televisivo, y en defensa del uso
de drones durante los ataques por parte de la administración
de Obama, hizo una vehemente declaración:

Si se usa mal, y existe una posibilidad mucho mayor


de abuso si tienes a las personas equivocadas en el
gobierno… Pero la cuestión principal es esta: ¿De
quién son hijos los niños que mueren? Lo que estamos
haciendo es limitar la posibilidad de que los niños de
cuatro años que están aquí sean asesinados por actos
terroristas indiscriminados13.

Dejando de lado el desagradablemente obvio y petulante


partidismo (“Hay una posibilidad mucho mayor de abuso si
tienes a las personas equivocadas en el gobierno”), es difícil
imaginar una defensa tan despiadada de la matanza de niños
de cuatro años, pero el señor Klein no mostró arrepentimiento.
Las personas pierden de vista sus principios morales cuando
se defienden guerras declaradas por “las personas correctas”.

28
Por estas y otras razones, debería haber —en todo momen-
to y lugar— un supuesto en contra de la guerra. La carga de
la prueba recae sobre quien inicie o emprenda una guerra.
Cumplir con esa carga exige esgrimir razones extremada-
mente sólidas. Algunos podrían argumentar que las razones
nunca son suficientes. Otros sostendrían que una guerra de-
fensiva, o incluso preventiva contra una amenaza real, puede
justificarse con evidencias. En cualquier caso, el inicio de hos-
tilidades requiere la presentación de pruebas inapelables y,
además, la guerra solo puede utilizarse con fines de defensa,
jamás de apropiación o adquisición, o meramente de protec-
ción del “honor” o la “credibilidad”. Si no se está seguro, en-
tonces la lógica de la carga de prueba requiere que se esté en
contra de iniciar una guerra. No existen términos medios, ni
neutralidad, ni “quizá”. Si no se argumenta a favor, se argu-
menta en contra. La elección es binaria: a favor o en contra.

La guerra es la salud del Estado

“La guerra es la salud del Estado. Automáticamente pone


en marcha, en toda la sociedad, irresistibles fuerzas en pos de
la uniformidad, de la apasionada cooperación con el gobierno
para forzar la obediencia de grupos minoritarios e individuos
que no aceptan la idea del rebaño”. - Randolph Bourne14

La guerra desafía la legalidad a cada instante. Socava el


Estado de Derecho. Concentra el poder en el poder ejec-
utivo. Tiene una justificación siempre a mano para cada
abuso de poder. Un caso concreto es la evidencia reciente

29
de la existencia de enormes aparatos de espionaje y vigi-
lancia de muy dudosa legalidad. Hace unos pocos años, esa
vigilancia habría sido vista como la fantasía de un chiflado
paranoico; y todo se justifica en nombre de “la guerra con-
tra el terror”. La guerra aumenta el poder del gobierno y su
capacidad de ejercer su coerción. Con cada nueva guerra,
se obtienen nuevos poderes, y toma mucho más tiempo y
esfuerzo desmantelarlos, si es que efectivamente se hace. Al
igual que otras crisis, pone en marcha un “efecto rebote”
que aumenta los poderes del Estado muy por encima de los
precedentes y, aunque esos poderes pueden disminuir una
vez concluida la guerra, rara vez vuelven al nivel previo a
la contienda. Como explicó el historiador económico Rob-
ert Higgs, los gobiernos crecen en respuesta a las “crisis”,
en particular, guerras o depresiones: “Al comienzo de una
crisis, el gobierno expande el alcance de su autoridad efecti-
va sobre la toma de decisiones en materia económica” y “la
racionalización que sigue a la crisis es incompleta, lo que
deja al gobierno en una posición de poder superior a la que
tendría de no haber existido la crisis”15. La guerra prepara el
camino para el trabajo forzado (en la forma de servicio mil-
itar obligatorio), la aplicación de impuestos, la confiscación
y requisa de bienes, el racionamiento, el socialismo. Nue-
vas organismos, nuevos poderes, nuevos impuestos: todo
puede justificarse alegando la necesidad de “ganar la guer-
ra”, “vencer al enemigo” y “proteger la nación”. La guerra
engendra colectivismo y estatismo.
Y con la guerra vienen los impuestos y las deudas. Como
explicó Thomas Paine de manera irónica:

30
La guerra es la cosecha común de todos los que participan
en la división y el gasto del dinero público, en todos los
países. Es el arte de ser vencedor en casa: el objetivo es
aumentar los ingresos; y como los ingresos no pueden
aumentarse sin impuestos, debe haber un pretexto para
los gastos. Revisando la historia del gobierno británico,
de sus guerras e impuestos, un observador que no se
enceguezca por el prejuicio ni se doblegue ante los
intereses podría declarar que no se recaudan impuestos
para librar guerras, sino que se libran guerras para
recaudar impuestos16.

No hay nada como una guerra para justificar el aumento


de la carga tributaria en la población. La historia del go-
bierno ha demostrado, como concluyó Margaret Levi, que
“la justificación más aceptable para aplicar impuestos era la
guerra”17.
En épocas de guerra, las críticas se califican de traidoras, de-
rrotistas y antipatrióticas. Se abandonan las libertades civiles, se
impone la censura, se clausuran los periódicos y se autoriza el
espionaje a los ciudadanos. Los ciudadanos son señalados como
enemigos, demonizados, hostigados, arrestados, confinados, ex-
pulsados o asesinados.
Por último, la guerra debilita la responsabilidad del gobierno.
Permite que los gobernantes impulsen sus propias metas con el
pretexto de impulsar las metas del país. Brinda los medios a tra-
vés de los cuales las elites políticas fortalecen su poder, desvían
la atención de las fallas internas, y unifican a la opinión pública
detrás de los gobernantes en ejercicio. William Shakespeare ex-
presó, de manera contundente, el impacto político de la guerra

31
en su obra “Enrique IV, Parte II”, cuando el anciano rey llama a
su hijo y le explica los beneficios de las expediciones al extranjero
para consolidar su poder:
Todos mis amigos, de los que debes hacer tus amigos,
sólo desde hace poco perdieron sus garras y sus dientes;
elevado primeramente por su ruda asistencia,
temí luego ser derribado por su poder.
Para evitarlo, les hice pedazos;
tenía ahora el proyecto de
conducir el resto a Tierra Santa,
temiendo que el reposo y la inacción no les aconsejasen
examinar de cerca mi autoridad. Así, pues, Harry,
que ese sea tu sistema, ocupar esos espíritus inquietos,
en guerras extranjeras, de manera que su actividad,
ejercitada lejos de aquí,
pueda borrar la memoria de los primeros días18.

“Ocupar sus espíritus inquietos en guerras extranjeras” es una


característica común del arte de gobernar. No se limita a occidente
o a oriente, al norte o al sur, a democracias o dictaduras. Es un arma
de poder. Y a menudo funciona.

¿Quién es responsable?
La violencia humana organizada tiene un enorme costo para la
vida, la libertad, la prosperidad. No suelen encontrarse justifi-
caciones racionales. Y también es difícil que haya algún tipo de
justicia después de la guerra. Los perdedores pueden ser cas-
tigados, pero los ganadores casi nunca enfrentan la justicia en
nombre de la cual flagelaron a sus víctimas. Así ha sido durante
mucho tiempo. Uno de los más grandes defensores del gobierno

32
constitucional, el filósofo y senador romano Catón el Joven, in-
crepó públicamente a uno de los más famosos asesinos de todos
los tiempos, Julio César, por uno de los atroces crímenes de gue-
rra cometidos por este, en una memorable escena en el Senado
romano descrita por el historiador Plutarco.

César se encontraba entonces enfrentado a varias naciones


belicosas, y las sometía a costa de grandes peligros. Se
creía que había atacado a los germanos durante una
tregua, y que había asesinado a trescientos mil de ellos.
Sobre esto, algunos de sus amigos persuadieron al
Senado para que se le diera un agradecimiento público;
pero Catón declaró que debían poner a César en manos
de quienes habían sido tan injustamente tratados, y así
expiar la afrenta y evitar que el infortunio cayera sobre
la ciudad: “Sin embargo, tenemos motivos”, dijo, “para
agradecer a los dioses, porque perdonaron a Roma y no
tomaron venganza sobre el ejército por la demencia e
insensatez del general”19.

Huelga decir que César no fue arrestado ni entregado a los


pocos sobrevivientes de la masacre que cometió. No se les dio
la oportunidad de castigarlo por la matanza de sus familias.
De hecho, continuó jactándose con orgullo de sus hazañas en
su libro sobre la Guerra de las Galias. Escribió (usando la ter-
cera persona para referirse a sí mismo) sobre su organización
de un ataque sorpresa al campamento germano; luego de de-
tener a los líderes de la tribu germana que habían venido para
llevar a cabo conversaciones de paz, César lanzó un ataque
sorpresivo contra su pueblo y, mientras las tropas masacraban
a los hombres desprevenidos,

33
el resto del pueblo, [formado por] niños y mujeres (ya
que habían abandonado su país y cruzado el Rin con sus
familias), comenzaron a escapar en todas direcciones,
y César envió a la caballería a perseguirlos. Al oír los
germanos el ruido detrás, [voltear y] ver que sus familias
estaban siendo masacradas, arrojaron sus armas y
abandonaron sus estandartes, huyeron del campamento
y, al llegar a la confluencia de los ríos Mosa y Rin, los
sobrevivientes, sin esperanzas de seguir escapando,
dado que gran cantidad de sus compatriotas habían
sido asesinados, se arrojaron al río y allí perecieron,
vencidos por el miedo, la fatiga y la violencia de la
corriente. Nuestros soldados, luego del sobresalto de
tan grandiosa guerra, ya que el número del enemigo
llegaba a 430.000, regresaron al campamento, a salvo
hasta el último hombre y unos pocos apenas heridos20.

¿Cuántos recuerdan hoy que Julio César presidió la


matanza a sangre fría de cientos de miles de personas en un
solo día? Solo el senador y filósofo estoico Catón lo increpó
por su crimen y, por ello, Catón más tarde pagó con su vida.
Hubo juicios por los crímenes de las partes vencidas en la Se-
gunda Guerra Mundial, pero, como era de esperar, se prestó
muy poca atención a la conducta indebida de naturaleza crim-
inal de los políticos o soldados de las potencias vencedoras,
en particular de la Unión Soviética, pero también de los gobi-
ernos chinos (Kuomingtang y Comunista), Estados Unidos y
el Reino Unido, el segundo de los cuales llevó a cabo algunas
cortes marciales, pero que no juzgó asesinatos de prisioneros
sino excepcionalmente21.

34
La guerra es violencia humana organizada. La guerra es des-
tructiva, no constructiva; es portadora de muerte, no de vida; es
amiga del poder irresponsable y enemiga de la libertad.
Hace miles de años, un poeta desconocido describió una
competencia entre dos de los poetas fundacionales de la Civi-
lización Occidental, Homero y Hesíodo. Homero fue autor del
poema bélico por excelencia, la Ilíada, que comienza con “Canta,
oh diosa, la cólera de Aquiles, hijo de Peleo”, y Hesíodo, autor de
Los trabajos y los días, que cuenta cómo llevar una vida produc-
tiva y virtuosa. El poema sobre los poetas es obra de un genio;
cada poeta fue exhortado a recitar su poesía; uno comenzaba con
una línea de su poema y el otro finalizaba con una línea del pro-
pio. La obra de Hesíodo era muy cotidiana, mientras que la de
Homero era gloriosa. Luego del esplendor de las estrofas bélicas
de Homero,

todos los helenos exigieron que Homero fuera coronado.


Pero el rey Paneides invitó a cada uno de ellos a recitar
el mejor pasaje de sus respectivos poemas. Hesíodo, por
lo tanto, comenzó de la siguiente manera [con un pasaje
de su poema sobre la siega y la labranza]:
“Al surgir las Pléyades, descendientes de Atlas, empieza
la siega; y la labranza, cuando se ocultan. . .”
Y luego Homero
[con un pasaje sobre la gloria de la batalla, de las filas
de hombres resistiendo]: “…la rodela apoyábase en
la rodela, el yelmo en otro yelmo, cada hombre en su
vecino, y chocaban los penachos de crines de caballo
y los lucientes conos de los cascos cuando alguien
inclinaba la cabeza. . .”

35
Luego de comparar ambos pasajes,

los helenos aplaudieron a Homero con admiración,


ya que, hasta entonces, los versos excedían lo común;
y exigieron que fuera declarado ganador. Pero el rey
entregó la corona a Hesíodo, y declaró que era correcto
que aquel que llamaba a los hombres a dedicarse a
cultivar la paz y la tierra recibiera el premio, y no quien
se regodeaba en la guerra y la masacre22.

Es tiempo de celebrar las virtudes de la paz, de la coopera-


ción y la industria, del intercambio y el comercio, de la ciencia
y el conocimiento, del amor y la belleza, de la libertad y la
justicia; y de dejar atrás los vicios de la guerra, del conflicto y
la destrucción, del saqueo y la expropiación, de la censura y
la opresión, del odio y el horror, de la coerción y la anarquía.
En el mundo moderno, el mundo de la paz y la prosperidad
creciente, el premio debe recaer en aquellos que instan a los
seres humanos a adherir a la paz, en lugar de a la guerra y la
masacre.

Libertad y paz
Libertad y paz. Eso es lo que ofrecen los liberales clásicos. La
libertad y la paz son una elección. Ambas han elevado, y si-
guen elevando, a miles de millones de personas por sobre la
pobreza y la miseria. La paz y la libertad son la elección co-
rrecta de hombres y mujeres maduros. Hay coraje, hay entu-
siasmo, hay valentía, hay grandeza, e incluso hay una especie
de gloria en aquellos que crean y trabajan en paz; y ese coraje,
ese entusiasmo, esa valentía, esa grandeza y esa gloria tienen

36
un valor muy superior a las imágenes cruelmente distorsiona-
das que la guerra presenta de tales cualidades. La iniciativa, la
prosperidad, la sociedad civil, la amistad, el éxito, la produc-
tividad, el arte, el conocimiento, la belleza, el amor, la familia,
la satisfacción, la alegría, la felicidad: todo esto puede lograrse
en la paz y destruirse en la guerra.
A aquellos que se quejan del “tedio” de la paz, a aquellos
que anhelan el antagonismo, el conflicto y la violencia, el des-
tacado escritor clásico liberal Benjamin Constant les respondió
hace muchos años:

¿Estamos aquí tan solo para construir, con nuestros


cuerpos agonizantes, vuestro camino a la fama? Estáis
dotados para la contienda: ¿de qué nos sirve a nosotros?
La inactividad de la paz les aburre. ¿Por qué debería
preocuparnos vuestro aburrimiento?23

Después de tantas guerras y matanzas en la historia de la


humanidad, es momento, finalmente, de que el premio recai-
ga en aquellos que se dedican a cultivar la paz y la agricultura,
y no en quienes se regodean en la guerra y la masacre.

37
2.
El declive de la guerra y las concepciones de
la naturaleza humana
Por Steven Pinker

Puede que sea difícil de creer, pero la incidencia de


la guerra está en declive. ¿Cuál es la evidencia y
cuáles son las razones de este hecho notable? Steven
Pinker es profesor de la cátedra Johnstone Family en
el Departamento de Psicología de la Universidad de
Harvard. Pinker realiza investigaciones sobre lenguaje
y cognición, escribe para publicaciones como New York
Times, Time y The New Republic, y es autor de ocho
libros, entre los cuales se encuentran El instinto del
lenguaje, Cómo funciona la mente, Palabras y reglas, La
tabla rasa, La materia del pensamiento, y el más reciente,
Los ángeles que llevamos dentro: el declive de la violencia
y sus implicaciones.

La guerra parece estar en declive. En los dos tercios de siglo


transcurridos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial,
las grandes potencias, y los Estados desarrollados en gene-
ral, raramente se han enfrentado en el campo de batalla, lo
cual constituye una situación históricamente sin precedentes
(Holsti 1986; Jervis 1988; Luard 1988; Gaddis 1989; Mueller
1989, 2004, 2009; Ray 1989; Howard 1991; Keegan 1993; Payne

39
2004; Gat 2006; Gleditsch 2008; para un análisis del tema, véase
Pinker 2011, capítulo 5). Contrariamente a las predicciones de
los expertos, Estados Unidos y la Unión Soviética no iniciaron
la Tercera Guerra Mundial, y las grandes potencias no com-
baten entre sí desde el fin de la Guerra de Corea en 1953. Des-
pués de un período de 600 años durante el cual los países de
Europa Occidental declaraban dos nuevas guerras por año, las
mencionadas naciones no han iniciado ni una sola desde 1945.
Ni las aproximadamente 40 naciones más ricas del mundo se
enfrentaron en conflictos armados. Otra grata sorpresa es que,
desde el fin de la Guerra Fría en 1989, las guerras de todo tipo
han disminuido en todo el mundo (Human Security Centre
2005; Lacina, Gleditsch y Russett 2006; Human Security Report
Project 2007; Gleditsch 2008; Goldstein 2011; Human Security
Report Project 2011; para un análisis sobre el tema, véase Pinker
2011, capítulo 6). Las guerras entre Estados se han convertido
en un hecho extremadamente inusual; y la cantidad de gue-
rras civiles ha disminuido, luego aumentar entre las décadas
de 1960 y 1990. La tasa de mortalidad mundial derivada de las
guerras entre Estados y civiles combinadas también cayó es-
trepitosamente, de casi 300 por cada 100.000 habitantes a nivel
mundial (en la Segunda Guerra Mundial) a casi 30 (en la Gue-
rra de Corea), a escasas decenas durante la época de la Guerra
de Vietnam, a cifras de un solo dígito en las décadas de 1970 y
1980, a menos de uno en el siglo XXI.
¿Hasta qué punto debemos tomar en serio la evidencia que
señala el declive de la guerra? ¿Es un accidente estadístico, una
racha de suerte que de seguro se agotará? ¿Es un artefacto deriva-
do de la forma en que se contabilizan las guerras y su costo hu-
mano? ¿Es un respiro temporal dentro de un ciclo inexorable, es

40
decir, la calma que precede a la tormenta, la falla de San Andrés
antes de la Ruptura Total, un bosque espeso a la espera de una
colilla de cigarrillo lanzada al descuido? Nadie puede responder
estas preguntas con seguridad. En este artículo, las abordaré re-
curriendo a la naturaleza humana.
Numerosos observadores son escépticos con respecto a la
posibilidad de que la guerra esté en baja, ya que, según dicen, la
naturaleza humana no ha cambiado, por lo que continuamos al-
bergando las inclinaciones innatas a la violencia que ocasionaron
los incesantes conflictos que recorren nuestra historia. La prue-
ba de estas tendencias agresivas naturales es bastante copiosa:
la vemos en la agresividad omnipresente entre los primates y
en la universalidad de la violencia en las sociedades humanas,
que incluye homicidios, violaciones, violencia doméstica, distur-
bios, ataques y contiendas. Además, hay buenas razones para
creer que ciertos genes, hormonas, circuitos cerebrales y pre-
siones selectivas influyeron a favor de la violencia a medida
que nuestra especie evolucionaba (se presenta un análisis del
tema, véase Pinker 2011, capítulos 2, 8 y 9). Tan solo en las
dos generaciones que han pasado a la edad adulta desde 1945,
tales presiones no pudieron haberse revertido ni pudieron
haber cambiado los resultados de varios millones de años de
evolución homínida. Según este argumento, dado que nues-
tros impulsos biológicos hacia la guerra no han desaparecido,
todo interludio de paz será forzosamente temporal. Quienes
creen que el declive de la guerra no es más que un artefacto
o una racha de suerte son a menudo acusados de románticos,
idealistas o utopistas. De hecho, unos pocos rousseaunianos
aceptaron este argumento en su totalidad y, en primer lugar,
negaron que la naturaleza humana tenga impulsos tendientes

41
a la violencia: según afirman, somos bonobos despojados (los
llamados “chimpancés hippies”), impregnados de oxitocina
y equipados con neuronas empáticas que naturalmente nos
inclinan hacia la paz.
Yo no creo que seamos chimpancés hippies, pero sí que el
declive de la guerra es real. Como partidario oficial del rea-
lismo de Hobbes, soy particularmente apto para argumentar
que un declive de la guerra es compatible con una visión no
romántica de la naturaleza humana. En La tabla rasa (Pinker
2002), sostuve que nuestros cerebros han sido moldeados por
selección natural para incluir, entre otros rasgos, codicia, te-
mor, venganza, ira, machismo, tribalismo y autoengaño, los
cuales, de manera individual o combinada, pueden incitar a
nuestra especie a la violencia. Sin embargo, argumentaré que
esta visión insensible de la naturaleza humana es perfecta-
mente compatible con la interpretación del declive de la gue-
rra como un acontecimiento real y posiblemente duradero en
la historia de la humanidad.

Cuatro razones por las cuales el declive de la guerra


es compatible con una concepción realista de la natu-
raleza humana

1. Cosas más extrañas han sucedido


Una caída en el índice —y, en algunos casos, la existencia—
de una categoría de violencia en particular no es en absoluto
inusual en la historia de la humanidad. Mi libro Los ángeles que
llevamos dentro (Pinker 2011) y La historia de la fuerza de James
Payne (Payne 2004), documentan decenas de casos. A conti-
nuación, algunos ejemplos:

42
• Durante las guerras, las sociedades tribales anárquicas pre-
sentaban índices de mortalidad que probablemente quin-
tuplicaban a las de las naciones primigenias.
• El sacrificio humano era una práctica regular en todas las
civilizaciones antiguas, y ahora ya no existe.
• Entre la Edad Media y el siglo XX, las tasas de homicidio en
Europa disminuyeron al menos 35 veces.
• Durante la Revolución Humanitaria que se centró en la se-
gunda mitad del siglo XVIII, todos los principales países
occidentales abolieron el uso de la tortura como forma de
sanción penal.
• Los países europeos solían tener cientos de delitos cap-
itales incorporados en sus registros, aun delitos menores
como robar una col o criticar el jardín real. Al comienzo
del siglo XVIII, la pena capital pasó a utilizarse únicamente
para la traición y los crímenes violentos más graves y, en
el siglo XX, fue abolida por todas las democracias occiden-
tales, excepto Estados Unidos. Incluso en ese país, 17 de los
50 estados abolieron la pena capital, y en los restantes, el
índice de ejecuciones per cápita es una fracción mínima del
correspondiente a la época de la colonia.
• En una época, la esclavitud era legal en todo el mundo.
Pero el siglo XVIII desató una ola de aboliciones que se ex-
tendió por el mundo y culminó en 1980, cuando la esclavi-
tud se abolió en Mauritania.
• Durante la revolución humanitaria mencionada anterior-
mente, también se abolió la caza de brujas, la persecución
religiosa, los duelos, los deportes sangrientos y las cárceles
para deudores.

43
• Los linchamientos de afroamericanos solían realizarse a un
ritmo de 150 al año. Durante la primera mitad del siglo XX,
esa tasa cayó a cero.
• La aplicación de castigos corporales a los niños, tanto las tun-
das y azotes institucionalizados en las escuelas como las nal-
gadas y bofetadas en los hogares, disminuyó notablemente
en la mayoría de los países occidentales y se declaró ilegal en
varios países de Europa occidental.
• Las tasas de homicidios, violaciones, violencia domésti-
ca, abuso infantil y crímenes por odio cayeron abrupta-
mente (en algunos casos, en hasta un 80 por ciento) desde
la década de 1970.
Considerando estas disminuciones documentadas de los
índices de violencia, no tiene sentido discutir si la naturaleza
humana admite que dichos índices cambien. Claramente, la
respuesta es afirmativa; la única cuestión es cómo lograrlo.

2. La naturaleza humana tiene múltiples componentes


Las personas tienden a reducir la naturaleza humana a una
esencia única, y luego analizan en qué consiste dicha esencia.
¿Somos despreciables o nobles? ¿Hobbesianos o rousseaunia-
nos? ¿Simios o ángeles? Siguiendo esta manera de pensar, si
nos involucramos en actos de violencia con regularidad, so-
mos una especie violenta; si somos capaces de acciones pacífi-
cas, somos pacifistas.
Pero el cerebro es un órgano asombrosamente complejo, con
numerosos circuitos anatómica y químicamente identificables.
La mayoría de los psicólogos creen que la naturaleza humana no
es un solo elemento, sino que comprende múltiples inteligencias,

44
módulos, facultades, órganos, impulsos u otros subsistemas. Al-
gunos de esos subsistemas pueden incitarnos a la violencia, pero
otros pueden alejarnos de ella.
La violencia humana surge de, al menos, cuatro clases de
motivaciones, cada una de las cuales implica diferentes sistemas
neurobiológicos:
Explotación: La violencia usada como medio para obtener
un fin; esto es, dañar a un ser humano que resulta ser un obs-
táculo en el camino del perpetrador para obtener algo que de-
sea. Algunos ejemplos incluyen saqueo, violación, conquista,
desplazamiento o genocidio de pueblos nativos, y el asesinato
o encarcelamiento de rivales políticos o económicos.
Dominación: El afán de los individuos por ascender en el
orden jerárquico y convertirse en el macho alfa, y el corres-
pondiente afán de los grupos por obtener la supremacía tribal,
étnica, racial, nacional o religiosa.
Venganza: La convicción de que alguien que ha cometido
una infracción moral merece ser castigado.
Ideología: Sistemas de creencias compartidos, que se propa-
gan en forma viral, o mediante adoctrinamiento o fuerza, y
que ofrecen la perspectiva de una utopía. Algunos ejemplos
incluyen el nacionalismo, el fascismo, el nazismo, el comu-
nismo y las religiones militantes. Dado que una utopía es un
mundo que será infinitamente bueno para siempre, se permite
ejercer una cantidad ilimitada de fuerza contra aquellos que se
interpongan en el camino, tal como lo expresa el dicho: “No se
puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos”.
Para luchar contra estos despreciables impulsos, contamos
con algunas de nuestras más buenas y nobles facultades:

45
Autocontrol: Los circuitos en los lóbulos frontales del cere-
bro que pueden anticipar la consecuencia a largo plazo de las
acciones e inhibirlas de manera acorde.
Empatía: La capacidad de sentir el dolor ajeno.
Sentido moral: El sistema de normas y tabúes centrados en
la intuición respecto de la imparcialidad hacia los individuos,
la lealtad hacia la comunidad, el respeto hacia la autoridad le-
gítima, y la protección de la pureza y la santidad. El sentido
moral puede motivar la imposición de normas de ecuanimi-
dad y puede convertir ciertos cursos de acción nociva en algo
impensable. (Desafortunadamente, también puede ser causa
de violencia, ya que puede racionalizar ideologías militantes
basadas en tribalismo, puritanismo y autoritarismo.)
Razón: Procesos cognitivos que nos permiten realizar análi-
sis objetivos e imparciales.
El hecho de que las personas cometan actos de violencia
depende entonces de la interacción entre esas facultades; la
mera existencia de la naturaleza humana no condena a nues-
tra especie a un ritmo de violencia constante.
La decisión de librar guerras, en particular, puede desenca-
denarse a partir de cualquier combinación de motivaciones in-
ductoras de la violencia. Si esta decisión no queda anulada por
cualquiera de las motivaciones que inhiben dicha violencia,
entonces el sujeto que toma la decisión deberá movilizar una
coalición agresiva despertando las motivaciones de agresivi-
dad en sus compatriotas y, al mismo tiempo, desactivando las
motivaciones pacíficas. El estallido real de la guerra depende,
por lo tanto, de que diversos procesos psicológicos se alineen
de manera correcta y eviten la influencia limitante de otros

46
procesos psicológicos, distribuidos en redes sociales que co-
nectan a muchos otros individuos. No hay razón para esperar
que las fortalezas relativas de esas influencias en pugna sean
constantes durante el curso de la historia humana.

3. Componentes facultativos de la naturaleza humana


Diversos componentes de la naturaleza humana son facul-
tativos (sensibles al medio ambiente) y no hidráulicos (ho-
meostáticos). La intuición de que tener un respiro de la
guerra no puede ser real, a menudo se basa en un modelo
mental, según el cual el impulso hacia la violencia se con-
cibe como una fuerza hidráulica. En el mejor de los casos,
dicha fuerza puede desviarse o canalizarse, pero no puede
contenerse indefinidamente. El modelo hidráulico de la mo-
tivación humana está profundamente enraizado en la forma
en que pensamos sobre la violencia. Se le confirió una marca
de aprobación científica a través del psicoanálisis, la etolo-
gía y el conductismo (bajo la apariencia de la reducción del
impulso), y encaja con la noción cibernética de homeostasis,
donde un circuito de retroalimentación mantiene un sistema
en un estado estable contrarrestando cualquier desequilibrio.
También se ajusta a nuestra experiencia subjetiva: nadie pue-
de existir indefinidamente sin alimento, agua o sueño, y es
un desafío existir sin tener sexo o reprimir una creciente ur-
gencia de bostezar, estornudar, rascarse o expeler sustancias
varias del cuerpo.
Sin embargo, sería un gran error pensar que todas las res-
puestas humanas son homeostáticas. Muchas de ellas son
oportunistas, reactivas o facultativas: son suscitadas por com-
binaciones de detonantes ambientales, y estados cognitivos y

47
emocionales. Pensemos en los temores preparados por la evo-
lución, como la fobia a las alturas, las serpientes, el confina-
miento, las aguas profundas o las arañas. Incluso si naciéra-
mos con una fobia innata a las serpientes, podríamos pasar
toda la vida sin experimentar ese temor, si nunca nos topára-
mos con una. Otros ejemplos incluyen la tendencia a temblar,
enamorarse perdidamente o experimentar celos sexuales.
Los motivos que llevan a la violencia tampoco son nece-
sariamente homeostáticos. No hay razón para creer que el
afán por lastimar a alguien se desarrolla gradualmente y debe
descargarse en forma periódica. La violencia acarrea riesgos
significativos de lesiones o muerte cuando el objetivo se de-
fiende, cuando sus familiares buscan venganza, o cuando se
ve tentado a atacar preventivamente. La teoría de la selección
natural predice que las adaptaciones evolucionan cuando los
costos previstos exceden a los beneficios previstos. No debe-
mos esperar la evolución de un impulso hidráulico hacia la
violencia, sino de un impulso que sea sensible a las circunstan-
cias. Estas pueden incluir depredación y explotación, cuando
se presente una oportunidad de explotar a una víctima con un
riesgo bajo; dominación, cuando nuestra masculinidad se vea
repentinamente cuestionada frente a una audiencia impor-
tante; venganza, para castigar (y, en última instancia, impe-
dir) insultos o injurias; vandalismo, cuando una amenaza de
larga data queda súbitamente expuesta durante un intervalo
de vulnerabilidad. Si las circunstancias nunca se materiali-
zan —es decir, si llevamos una vida ordenada, burguesa, li-
bre de amenazas o insultos graves—, entonces toda tendencia
a reaccionar con violencia podría permanecer latente, como
el temor a las serpientes venenosas. La misma sensibilidad a

48
las contingencias ambientales podría, si las circunstancias se
presentan, evitar que los líderes políticos experimentaran la
urgencia de movilizar a sus países hacia la guerra.

4. La cognición humana es un sistema generativo ilimitado


Entre las diversas facultades psicológicas que pueden inhi-
birnos de actuar con violencia, hay una que es especial: el
aparato cognitivo que hace posible que los seres humanos ra-
zonen. La razón es un sistema de combinaciones que puede
generar una cantidad explosiva de pensamientos distintivos.
Así como las decenas de miles de palabras que conforman
nuestros vocabularios pueden ensamblarse mediante reglas
sintácticas y convertirse en miles de millones de oraciones,
la aún mayor cantidad de conceptos de nuestro repertorio
mental puede ensamblarse mediante procesos cognitivos y
transformarse en un número inconmensurablemente vasto de
pensamientos coherentes (Pinker 1994, 1997, 1999). Dentro de
ese espacio de ideas humanamente posibles, yacen creencias,
mitos, historias, religiones, ideologías, supersticiones, y teo-
rías intuitivas y formales que emergen de nuestras reflexiones
y que se propagan, mediante el lenguaje, a través de nuestras
redes sociales para, una vez allí, seguir siendo alteradas, re-
novadas y combinadas. Considerando que exista la infraes-
tructura social adecuada —alfabetización, debate abierto,
movilidad de personas e ideas, compromiso compartido de
coherencia lógica y comprobabilidad empírica—, es posible
que de esas banalidades surjan ocasionalmente una ciencia de
calidad, verdades matemáticas e inventos útiles.
Así como nuestra especie aplicó sus poderes cognitivos
para evitar los flagelos de la peste y el hambre, también puede

49
usarlos para controlar el flagelo de la guerra. Después de todo,
aunque los botines de guerra siempre son tentadores, tarde
o temprano las personas forzosamente se dan cuenta de que
ganadores y perdedores tienden a intercambiar su lugar en el
largo plazo, y que todos estarían en una mejor situación si,
de algún modo, todos pudieran acordar deponer las armas en
forma simultánea. El desafío es cómo lograr que el otro depon-
ga las armas al mismo tiempo que nosotros, ya que el pacifis-
mo unilateral deja a la sociedad vulnerable a la invasión por
parte de sus aún belicosos vecinos.
No hace falta forzar la imaginación para suponer que el
ingenio y la experiencia humanos han llegado a influir gra-
dualmente en este problema, tal como han reducido el hambre
y la enfermedad. A continuación se mencionan algunos de los
productos de la cognición humana que han disuadido a líde-
res y poblaciones de precipitarse a una guerra:
• El gobierno, que reduce la tentación de lanzar un ataque
con fines de explotación, ya que la sanción legal anula la
ganancia prevista. Esto, a su vez, reduce la tentación de que
un objetivo potencial lance ataques preventivos contra los
potenciales agresores, mantenga una postura beligerante
para desalentarlos o busque venganza después del hecho.
• Límites al gobierno, que incluyen al aparato democrático,
de modo que no ocasione sobre los ciudadanos más violen-
cia de la que impide.
• Una infraestructura de comercio, que logra que sea más
económico comprar los artículos que obtenerlos mediante
saqueos, y que las demás personas sean más valiosas vivas
que muertas.

50
• Una comunidad internacional, que puede propagar nor-
mas de cooperación no violenta, que son versiones a gran
escala de las que permiten que las personas convivan en
sus comunidades y lugares de trabajo.
• Las organizaciones intergubernamentales, que alientan el
comercio, resuelven disputas, apartan a los grupos beliger-
antes, vigilan las infracciones y penalizan la agresión.
• Las respuestas medidas ante las agresiones, como las san-
ciones económicas, las cuarentenas, las declaraciones sim-
bólicas, las tácticas de resistencia no violenta, y los contraa-
taques proporcionados, en contraposición a una represalia
máxima.
• Las medidas de conciliación, como ceremonias, monumen-
tos, comisiones por la verdad y disculpas formales, que
consolidan los compromisos entre ex enemigos, mitigando
el deseo de saldar cuentas.
• Las contraideologías humanistas, como los derechos hu-
manos, la hermandad universal, la expansión de la empatía
y la demonización de la guerra, que pueden competir en el
mercado intelectual con el nacionalismo, el militarismo, el
revanchismo y las ideologías utópicas.
Estos y otros instrumentos cognitivos parecen haber reducido
la probabilidad de que las constantes fricciones que caracterizan
las interacciones humanas provoquen efectivamente una guerra
(Russett y Oneal 2001; Long y Brecke 2003; Mueller 2004, 2010;
Gleditsch 2008; Goldstein 2011; Human Security Report Project
2011). Muchos de estos productos del ingenio humano son invo-
cados en las teorías de la paz liberal o kantiana, y la alusión a ese
pensador de la Ilustración es apropiada. Al igual que otros teó-

51
ricos políticos de la Era de la Razón y la Ilustración, como Locke,
Hume y Spinoza, Kant teorizó tanto sobre las condiciones que
favorecen la no violencia y los mecanismos combinatorios de la
cognición humana. Lo que aquí planteo es que la combinación
de intereses psicológicos y políticos no es una coincidencia.

Conclusión
Solo el tiempo dirá si el declive de la guerra es un cambio du-
radero en la condición humana, y no un respiro transitorio o
un accidente estadístico. Sin embargo, espero haber eliminado
una fuente del escepticismo respecto de la posibilidad de que
el declive sea real: la intuición de que el lado violento de la na-
turaleza humana hace que tal declive sea imposible. No solo es
indudable que se han producido otros declives de la violencia a
lo largo de la historia, sino que dichos declives son totalmente
compatibles con una valoración de la retorcida sustancia huma-
na que esté despojada de todo sentimentalismo. Una concepción
moderna de la naturaleza humana, arraigada en la ciencia cog-
nitiva y la psicología evolutiva, indica que nuestra especie, por
imperfecta que sea, tiene los medios para torcer su mala racha.
La naturaleza humana no es un único impulso o atributo, sino
un sistema complejo compuesto de varias piezas, que incluye
diversos mecanismos que causan la violencia y otros que la in-
hiben. Los mecanismos que provocan la violencia, además, no
son fuerzas hidráulicas irresistibles, sino reacciones facultativas
ante circunstancias particulares que pueden cambiar a través del
tiempo. Uno de los mecanismos que inhiben la violencia es un
sistema combinatorio ilimitado, capaz de generar un número in-
finito de ideas. Y, entre esas ideas, se encuentran las instituciones
que pueden aminorar la probabilidad de la guerra.

52
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54
3.
La economía de la paz: por qué tener vecinos
más ricos es una muy buena noticia
Por Emmanuel Martin

¿Si una persona gana, es necesario que otra pierda?


¿Las ganancias de una nación se obtienen a expensas
de otras? ¿Los grupos humanos están condenados al
conflicto permanente? Emmanuel Martin es economista
y director ejecutivo del Instituto de Estudios Económicos
– Europa. Además de organizar programas en Europa
y África, fue editor fundador de UnMondeLibre.org
y LibreAfrique.org. Sus escritos han aparecido en
publicaciones como Le Cercle des Échos y Les Échos en
Francia, Il Foglio en Italia, L’Écho en Bélgica, Libération
en Marruecos, y The Wall Street Journal-Europe.

“La guerra cuesta a una nación más que lo que efectivamente


gasta; le cuesta, además, todo lo que hubiera ganado de no haber
habido guerra”24. - Jean-Baptiste Say

Ganadores y perdedores
Muchos creen que si una persona se beneficia, otra tiene que
perder. Creen que la suma de los beneficios y las pérdidas de

55
todas las personas da cero, lo que significa que por cada be-
neficio que reciben algunos, hay una respectiva pérdida equi-
valente para otros. De acuerdo con esto, quienes tienen esta
creencia, cuando ven que alguien prospera, miran a su alrede-
dor para ver quién perdió. Si ese fuera el único modelo posi-
ble de prosperidad, el conflicto social sería omnipresente, y la
guerra sería inevitable.
Afortunadamente, existen otros modos de prosperar que no
implican una pérdida correspondiente para otros. El mundo
contemporáneo es la prueba de ello: los ingresos se han in-
crementado virtualmente en todas partes. Más personas viven
más tiempo, con más salud y con más riqueza que en el pa-
sado. No solo hay más personas que están prosperando, sino
que también está aumentando la proporción de la población
mundial que prospera.
En algunos casos, por supuesto, la ganancia de una persona
sí se logra a expensas de otra. Por ejemplo, si un ladrón roba
algo, obtiene una ganancia a expensas de su víctima. Pero las
ganancias también pueden provenir de actividades distintas
del robo, como el trabajo, la innovación, el descubrimiento, la
inversión y el intercambio.
Uno de los economistas más importantes de todos los tiempos
explicó, de manera clara y directa, de qué manera tu ganancia
también puede ser la mía. Al hacerlo, explicó no solo el funda-
mento económico de la prosperidad material, sino también el de
la paz. Jean-Baptiste Say (1767–1832) es en ocasiones llamado el
“Adam Smith francés”, pero, de hecho, hizo mucho más que sim-
plemente popularizar las percepciones de Smith: también desa-
rrolló ideas importantes sobre la base del pensamiento de Smith.

56
Al igual que Smith, Say era crítico de la guerra, el colonia-
lismo, la esclavitud y el mercantilismo, y defensor de la paz, la
independencia, la liberación y el libre comercio. Fue más allá
de Smith no solo por explicar que los servicios tienen valor
(en realidad, que el valor de los bienes materiales se debe a los
servicios que nos prestan), sino que la creación de bienes y ser-
vicios es el origen de la demanda de otros bienes y servicios.
Es lo que en ocasiones se denomina “Ley de los Mercados de
Say”. Es una percepción muy importante, no solo en lo que
respecta a la “macroeconomía”, sino a las relaciones sociales
en general, y a las relaciones internacionales en particular. Si
las personas comercian libremente, el aumento de la riqueza
de una parte no es perjudicial sino beneficioso para sus socios
comerciales, ya que la creciente prosperidad de un socio sig-
nifica que hay una mayor demanda efectiva de los bienes y
servicios de los otros.
Los enemigos de los mercados libres, en particular los na-
cionalistas económicos y los mercantilistas, sostienen que si un
país se vuelve más próspero, seguramente lo hace a expensas
de otros países. Tienen lo que se llama una visión de “suma
cero” del mundo, que significa que la suma de las ganancias es
cero; si una persona gana (“más”), alguien pierde (“menos”).
Say demostró que eso es incorrecto. Y eso es importante para
la paz, ya que significa que los países pueden prosperar juntos
porque hay ganancias mutuas derivadas del comercio volun-
tario. El comercio en un juego de “suma positiva”, que signifi-
ca que la suma de las ganancias da un resultado positivo. Por
el contrario, el conflicto y la guerra son peores que los juegos
de suma cero, en los cuales la ganancia de una parte equivale
a la pérdida de la otra. Las guerras son, casi invariablemente,

57
juegos de suma negativa: la suma de las pérdidas es mayor a
cualquier ganancia, y, generalmente, las dos partes pierden.

Un mundo de productores-consumidores

“Se instruirá a las naciones para que sepan que realmente les
conviene luchar entre sí; que de seguro sufrirán todas las cala-
midades que acompañan a la derrota, mientras que las ventajas
de la victoria son por completo ilusorias”25 .
—Jean-Baptiste Say

Say explicó que, en una economía de intercambio, los seres hu-


manos deben verse como productores y como consumidores.
Producir es “otorgar valor a las cosas dándoles utilidad”26. El
progreso de la industria se mide por la capacidad de generar
nuevos productos y disminuir los precios de los productos ya
existentes. Cuando se producen más bienes, los precios son
más bajos de lo que serían en otras circunstancias, lo que sig-
nifica que los consumidores tienen más poder adquisitivo re-
manente para comprar otros bienes.
Say afirmó que el empresario es crucial en ese proceso de
creación de “utilidad”. Él mismo era empresario, y compren-
día el rol del “emprendedor”, del que “emprende” nuevos ne-
gocios y busca cómo producir bienes y servicios sacrificando
lo mínimo (eso es lo que implica “recortar costos” de produc-
ción). Say explicó el importante papel de los empresarios en
el mercado. Con mucha frecuencia, se los ha retratado como
genios visionarios que poseen habilidades extraordinarias y

58
conocimientos integrales de los mercados, técnicas, productos,
preferencias, personas y todo lo demás. Pero Say explicó que
todos nosotros, incluso los individuos más “comunes”, tam-
bién realizamos actividades empresariales.

Una forma de iniciativa empresarial es la búsqueda de ma-


neras de producir al menor costo, lo que “libera” los recursos
escasos para que sean aplicados a satisfacer otras necesidades.
El obrero que piensa cómo producir la misma cantidad en me-
nos tiempo; el agricultor que organiza los cultivos para mini-
mizar el tiempo de labranza y desmalezado; el dueño de un
restaurante que presta atención a la hora en que las personas
salen de sus empleos, para tener la comida lista en el momen-
to oportuno; todos ellos están pensando cómo aumentar la
producción al menor costo. Organizar intercambios también
es una forma de producción, ya que hace que los productos
escasos estén disponibles en espacios o períodos en los cuales,
en otras circunstancias, no lo estarían, y aumenta los valores
de ambas partes de la transacción, que es la razón por la cual
realizan el intercambio27.

La “Ley de Say” y las ganancias mutuas


Una poderosa construcción teórica que ayuda a comprender el
desarrollo económico se conoce como “Ley de los Mercados de
Say”. En el capítulo de su famoso Tratado de economía política de
1803 sobre los “Débouchés” (bocas de expendio de mercaderías,
que podríamos traducir como “mercados”), Say describió de
qué manera “es la producción la que abre la demanda de pro-
ductos”28 porque, como se resumió la idea posteriormente, “los

59
productos se intercambian por productos”. El eslogan “la oferta
crea su propia demanda”, que con frecuencia se atribuye a Say,
es una caricatura de su percepción del tema. Aquello que Say
describía es precisamente lo que hemos observado a medida que
el mundo se volvió cada vez más próspero; la riqueza mundial
promedio se ha multiplicado desde los tiempos de Say; la pobre-
za ha retrocedido; y la salud, la alfabetización, la longevidad y el
acceso a los bienes de consumo han aumentado para los pobres.
Él fue uno de los primeros en comprender el mecanismo de cau-
salidad detrás de la creciente prosperidad global, el “efecto de
bola de nieve” de la riqueza en aumento entre socios comercia-
les. Para expresarlo en el árido lenguaje de la economía contem-
poránea, es una “teoría intersectorial del crecimiento económi-
co”, según la cual el crecimiento de un productor/sector/nación
representa un crecimiento del mercado o la demanda de otros
productores/sectores/naciones. Si lo pensamos, es realmente
grandioso observar este proceso.
Cuando los comerciantes fabrican más de sus propios pro-
ductos especializados, generan más utilidad para otros; esos
otros, al especializarse en la producción, también generan más
utilidad, que facilita el intercambio; cada uno tiene más “po-
der adquisitivo” cuando le compra al otro. Para usar el voca-
bulario de otro gran economista francés, Jacques Rueff, cada
uno obtiene más “derechos” a partir de la utilidad que creó
para el otro. Y tener más derechos permite que cada uno ad-
quiera más productos al otro.
Las ganancias mutuas en el contexto del intercambio de
productos se acumulan. Me hago más rico proporcionando
más utilidad a mi vecino, y mi vecino se hace más rico pro-
porcionándome más utilidad. Y, como soy más rico, puedo

60
comprarle más a mi vecino, quien, a su vez, se hará más rico.
Obviamente las posibilidades de división del trabajo y la
producción en una economía pequeña o cerrada son limita-
das, pero en los mercados más grandes, se abren más posibi-
lidades entre los diversos individuos, ocupaciones e indus-
trias. Como Adam Smith explicó antes que Say, “la división
del trabajo está limitada por la amplitud del mercado”29. Say
agregó que “a mayor cantidad de productores, y a mayor va-
riedad de sus producciones, mayor rapidez, cantidad y am-
plitud ofrecerán los mercados para esas producciones”30.
Say describió el juego de suma positiva del intercambio de
productos. En los intercambios voluntarios, el hecho de que
mis clientes sean más ricos es una buena noticia para mí. Si,
por el contrario, se empobrecen, no es una buena noticia en
absoluto, sino mala. En las palabras de Say: “El éxito de un
sector del comercio brinda medios de compra más abundantes
y, en consecuencia, abre un mercado para los productos de to-
dos los demás sectores; por otra parte, el estancamiento de un
canal de manufactura, o de comercio, se siente en el resto”31.
Say explicó que el desarrollo económico es un mecanismo
autosuficiente basado (si usamos la terminología moderna,
bastante árida) en el “crecimiento endógeno”: el “tamaño del
mercado”, que es tan crucial para el nivel de especialización y
división del trabajo, está endogeneizado en el sentido de que
depende de la misma producción. Más producción genera
más poder adquisitivo, lo que se traduce en un mercado más
amplio, que, a su vez, ofrece oportunidades de producir más.
El mecanismo de desarrollo es obviamente gradual y evo-
lutivo, que es el motivo por el cual, en los tiempos de Say, los

61
franceses “compraban y vendían en Francia cinco o seis veces
más materias primas que durante el lamentable reinado de
Carlos VI”32. La división del trabajo y la especialización au-
mentan la cantidad de industrias y crean nuevos sectores in-
dustriales (e incluso sectores de otros sectores). Una economía
de mercado es un proceso en constante movimiento.
Say era optimista en comparación con la mayoría de sus
colegas economistas de la época. Lejos de obsesionarse con
la idea de la escasez, hizo hincapié en la capacidad del hom-
bre de crear productos y generar riqueza, y explicó cómo esa
producción es una condición previa para que otros hagan lo
mismo; la producción y el intercambio son un juego de suma
positiva. Para Say, la escasez se superaría mediante el espíritu
empresarial y los servicios, mediante el intercambio y la inno-
vación. Es por eso que la escasez no era una obsesión para él,
como sí lo era para Thomas Malthus, con quien Say debatía.
Say buscaba estudiar y comprender la economía de la pros-
peridad, y argumentaba en contra del sombrío panorama del
futuro de la humanidad planteado por Malthus. Resultó que
Say tenía razón y que Malthus estaba equivocado.

La Ley de Say aplicada a nivel internacional


Ya sea dentro o fuera de las fronteras de un país, si le hace-
mos daño a nuestro vecino, nos estamos dañando a nosotros
mismos. “Cada individuo está interesado en la prosperidad
general de todos, y… el éxito de un solo sector de la industria
fomenta el de todos los demás sectores”33. De hecho, es muy
raro que, en una nación, las personas se quejen de la prosperi-
dad de otra ciudad o industria; la mayoría comprende que si

62
los agricultores franceses prosperan, esto será bueno para los
trabajadores urbanos franceses, y viceversa.
Esa es la verdadera fuente de las ganancias que obtienen
los habitantes de los pueblos a partir del intercambio con los
habitantes de las ciudades, y, también de las que obtienen es-
tos últimos a partir de los primeros; ambos poseen los recursos
para comprar más y mejores productos, con una abundancia
mayor a la de su propia producción:

Una ciudad, ubicada en el centro de un país rico que la


circunda, no siente la falta de clientes ricos y numerosos;
y, por otra parte, la proximidad de una ciudad opulenta
otorga un valor adicional a la producción agrícola de
dicho país. La clasificación de naciones en agrícolas,
manufactureras y comerciales es por demás ociosa. Porque
el éxito de un pueblo en sus actividades agrícolas es un
estímulo para su prosperidad productiva y comercial; y el
florecimiento de sus manufacturas y su comercio también
refleja un beneficio para su agricultura34.

Say muestra además cómo las relaciones entre países no


son diferentes a las relaciones entre las regiones o ciudades
y el campo:

La posición de una nación con respecto a sus vecinos es


análoga a la relación de una de sus provincias con las
restantes; o de la ciudad con el campo; a una parte le
conviene que la otra prospere, con la seguridad de que
se beneficiará de su opulencia35.

63
También en este caso, los vecinos ricos representan una
oportunidad para vender más y aumentar nuestra riqueza.
Aclara aún más esta cuestión en su correspondencia con
Malthus, y muestra hasta qué punto un comerciante se benefi-
cia de la riqueza de otros países o regiones:

Cuando sostengo que la producción abre el camino


para la producción; que los recursos de la industria,
sean cuales fueren, cuando no tienen restricciones,
siempre se aplican a los objetos más necesarios de
las naciones; y que esos objetos necesarios crean de
inmediato nuevas poblaciones y nuevos placeres a
esas poblaciones, ningún aspecto me contradice. Tan
solo retrocedamos doscientos años y supongamos que
un comerciante hubiera transportado un cargamento
valioso a los lugares donde hoy se encuentran
Nueva York y Filadelfia: ¿podría haberlo vendido?
Supongamos, incluso, que hubiera podido fundar allí
un establecimiento agrícola o manufacturero: ¿podría
haber vendido allí un solo artículo de su producción?
Indudablemente, no. Seguramente tendría que haberlos
consumido él mismo. ¿Por qué vemos que hoy sucede
lo contrario? ¿Por qué las mercaderías transportadas
a Filadelfia o Nueva York, o fabricadas allí, de seguro
serán vendidas al precio actual? Me parece evidente
que esto se debe a que los agricultores, comerciantes, y
ahora incluso los fabricantes de Nueva York, Filadelfia
y provincias adyacentes crean, o envían a esos lugares,
una parte de la producción, por medio de lo cual
compran lo que reciben de otros distritos36.

64
Barreras comerciales (“Proteccionismo”) como juegos
de suma negativa
Muchos sostenían entonces, como algunos hoy, que no nece-
sitamos comerciar con extranjeros y que podemos hacer todo
“en casa”. Say desarrollo una crítica muy reveladora de esa
mentalidad:

Quizá se dirá que “lo que es verdadero para un nuevo


Estado, puede no ser aplicable para otro más antiguo:
que en América había lugar para nuevos productores y
nuevos consumidores; pero que en un país donde ya hay
un número más que suficiente de productores, solo faltan
consumidores adicionales”. Permítanme responder que
los únicos consumidores verdaderos son aquellos que,
por su parte, también producen, pues son los únicos
que pueden comprar los productos de otros; y que los
consumidores improductivos no pueden comprar nada,
excepto mediante el valor creado por los que producen.37

Say describe cómo el “proteccionismo” es autodestructivo:


es como “si, en la puerta de cada casa, se impusieran derechos
de importación a los abrigos y calzados con el loable propósito
de forzar a los residentes a fabricarlos por sí mismos”38. De una
manera muy actual, estaba muy consciente del importante rol
que cumplen las cadenas internacionales de valor.
Algunos se quejan de que algunos países presentan “défi-
cits comerciales” y otros “superávits comerciales”, e incluso
sugieren que cualquier tipo de “déficit” es seguramente algo
malo. Say explicó la falacia de “la balanza comercial”, una he-
rencia destructiva del pensamiento mercantilista que ha sido

65
la causa de demasiadas guerras. Las “guerras comerciales” o
“represalias” se libran simplemente para proteger los intere-
ses de unos pocos, que son lo suficientemente astutos para que
el público confunda sus intereses especiales con los intereses
de toda la nación.
Say también era receloso de lo que hoy denominamos “ac-
uerdos de libre comercio”. El comercio libre unilateral era la
política que apoyaba: debemos tratar a las naciones extran-
jeras como vecinos y amigos. Los tratados comerciales exclu-
sivos conllevan un tratamiento no equitativo de los socios: las
“concesiones” que se otorgan a los exportadores de una na-
ción significan “denegación de concesiones” a otros, y esa es
una causa de conflicto. Say pudo además percibir que, en lu-
gar de generar más comercio, esos tratados solo podían crear
“desviaciones del comercio”, ya que alejaban los flujos comer-
ciales de aquellas naciones cuyos gobiernos no intervenían en
el tratado.
Say advirtió sobre los peligros de otorgar subsidios a las
exportaciones. Tales políticas generan fenómenos como el
“amiguismo” o los “buscadores de renta económica”, que
manipulan las leyes en beneficio propio. Say era crítico del
“capitalismo de amigos” avant la lettre, es decir, antes de que
este concepto fuera ampliamente conocido. El amiguismo es,
si usamos el término de otro gran economista francés, Frédéric
Bastiat, simplemente un “saqueo mutuo”.
Un adversario de Say en cuanto al libre comercio —y la
paz— era nada menos que el mismísimo Napoleón Bonaparte.
Mientras se desempeñaba como editor de la publicación Dé-
cade Philosophique, Say respaldó en un primer momento el coup

66
d’etat de Bonaparte que, en 1799, dio fin a la Revolución Fran-
cesa y estableció la constitución del Consulat. De hecho, Say
era incluso miembro del Tribunat, una de las cuatro cámaras
del Consulat. Pero luego de que Say publicó su Traité en 1803,
Bonaparte, que se había convertido en cónsul “vitalicio” en
1802, insistió en que Say debía reescribir las secciones sobre
libre comercio y modificarlas para apoyar el proteccionismo
y la intervención gubernamental. Say rechazó enérgicamente
el pedido de Bonaparte. Su integridad intelectual provocó su
expulsión del Tribunat, la censura de la segunda edición del
Traité, y la prohibición de su continuidad como periodista.
Bonaparte se convirtió además en adversario de Say en un
nivel muy práctico. Luego de su expulsión de la vida pública,
Say decidió lanzar una empresa de hilados. Tenía un espíritu
muy empresarial, y usó el motor hidráulico más reciente, am-
plió la fuerza laboral a 400 personas, y se convirtió en una seria
competencia para los productores británicos rivales. Eso fue
hasta que las políticas proteccionistas de Bonaparte arruina-
ron la compañía en 1812. Say, sus trabajadores y sus familias
experimentaron directamente las consecuencias prácticas de
las malas ideas.

Paz para la prosperidad


Say perdió a su hermano menor, Horace, un intelectual muy
prometedor, en 1799, durante la expedición francesa a Egipto
liderada por Bonaparte. Quizá la pérdida de su joven hermano
en una expedición colonial ayudó a Say a comprender cuáles
eran los costos totales de la guerra. En ediciones posteriores
del Tratado, Say fue muy crítico de las “desastrosas guerras...
como las ocurridas en Francia bajo el dominio de Napoleón”39.

67
La paz es la primera condición del desarrollo económico.
Las personas no invierten ni planifican tanto cuando están
siendo masacradas o bajo amenaza de serlo, pero sí lo hacen
en tiempos de paz. Say enfatizó la importancia de limitar los
saqueos (o “despojos”) por parte de los gobiernos. Estos vio-
lan la propiedad no solo cuando se apropian de industrias
y tierras, sino también cuando prescriben o prohíben ciertos
usos de nuestros bienes. Say creía que los gobiernos debían
estar limitados y regidos por reglas (es decir, debían ser “re-
gulares”) y que “no ha habido jamás nación alguna que haya
llegado a cierto grado de opulencia sin haber estado sujeta a
un gobierno regular”40.
La paz es, obviamente, la primera condición del mutuo en-
riquecimiento económico entre naciones. La guerra destruye,
mutila y marchita vidas humanas; arrasa con la riqueza, ge-
nera hambre y desperdicia recursos escasos. Las guerras son
juegos de suma negativa. Una de las tareas de la economía
política es demostrar el costo que tienen y el valor de la paz.
Pregunten, hoy día, a un suizo en Zúrich, o a un sueco en Es-
tocolmo acerca de las razones de la maravillosa riqueza de su
ciudad o país, y probablemente les respondan: “No nos des-
truimos en dos guerras mundiales”. Como Say afirmó:

Se instruirá a las naciones para que sepan que realmente


no les conviene luchar entre sí; que de seguro sufrirán
todas las calamidades que acompañan a la derrota,
mientras que las ventajas de la victoria son por completo
ilusorias (…) El dominio por tierra o mar aparecerá
igualmente desprovisto de atractivo cuando se llegue a
comprender, como algo habitual, que todas las ventajas

68
recaen sobre los gobernantes, y que los ciudadanos en
general no reciben beneficio alguno. Para los particulares,
el mayor beneficio posible es la libertad absoluta de
intercambio, que difícilmente pueda disfrutarse si no
hay paz. La naturaleza alienta a las naciones a la armonía
mutua; y si los gobiernos asumen la responsabilidad
de interrumpirla y se involucran en hostilidades,
estarán perjudicando por igual a su propia gente y a
aquellos con quienes contienden. Si los gobernados son
lo suficientemente débiles para secundar la vanidad
o la ambición destructivas de sus gobernantes en esta
disposición, no sabré cómo distinguir tan atroz locura y
desatino de las que cometen las bestias entrenadas para
pelear y hacerse pedazos para la mera diversión de sus
brutales amos41.

La paz y el libre comercio se reafirman mutuamente para


producir no solo el desarrollo económico, sino también la ri-
queza genuina y el florecimiento del ser humano.

69
4.
Entrevista con un empresario por la paz: Chris
Rufer
Por Tom G. Palmer

¿Qué conexión hay entre el comercio y la paz? ¿Qué


motiva a un empresario a alentar la paz y a oponerse al
intervencionismo externo? ¿Cuál es la relación entre la
libertad, la acción voluntaria y la paz? Chris Rufer fundó
la compañía procesadora de tomate más importante del
mundo y opera empresas de procesamiento, distribución
y servicios agrícolas. Es el fundador del Self-Management
Institute y de la Foundation for Harmony and Prosperity.

Palmer: Gracias por tu tiempo, Chris. Hoy hice algunas tran-


sacciones contigo y con tu empresa, aunque dudo de que te
hayas enterado: compré kétchup para mis patatas fritas y le
puse tomate a la ensalada. Por lo que entiendo, es muy proba-
ble que los tomates hayan sido procesados por tu empresa. Así
que, de algún modo, hoy el mercado nos conectó en paz. Eso
me lleva a mi primera y urgente pregunta: ¿Por qué le interesa
tanto la cuestión de la paz a un empresario?
Rufer: Me parece que hay muchas maneras de responder. La
paz nos permite hacer transacciones, lo que genera el mayor

71
valor posible para todos. En lugar de vernos obligados a hacer
algo de un modo u otro, podemos responder a los verdaderos
valores del otro, a nuestro verdadero valor. La paz es la condi-
ción necesaria para el intercambio voluntario, que es a lo que se
dedica mi empresa. Cuando interactuamos sin forzar nada, de
manera voluntaria, conocemos los valores de nuestros clientes
y proveedores. Y esos clientes, proveedores y socios son los
únicos que conocen sus valores. Como empresario, respondo
a señales que me da la economía, en forma de precios, sobre lo
que se valora. Esa información me llega en forma de números,
de precios, que no tienen nacionalidad, idioma, origen ni reli-
gión. Son señales acerca de los valores de los seres humanos.
Esa es una de las cosas asombrosas del mercado y del mun-
do empresarial. Los precios no traen nada detrás; no hay pre-
juicios, no hay nacionalidad, no hay religión. Son los valores
de otras personas que se agregan y se me presentan en forma
de un precio, que se expresa en un número que puede com-
pararse con otros números. Yo puedo usar esos números para
tomar decisiones acerca de cómo asignar recursos escasos. Los
precios me hablan del costo de los recursos revelando lo que
otros pagarían por usarlos. Me ayudan a estar más al tanto de
los valores de los demás.
Palmer: ¿Comercian con el exterior?
Rufer: Sí. De hecho, alrededor del 30 por ciento de nuestra
producción se vende fuera del país.
Palmer: ¿A extranjeros?
Rufer: Sí, pero para mí, son todos clientes y nada más. Esas
cosas no me preocupan, excepto cuando los gobiernos se me-
ten en el medio. Yo diría que entre el 10 por ciento y el 20 por

72
ciento de nuestras ventas son a Canadá y México, pero el resto
de nuestras ventas al exterior se distribuye por todo el mundo.
Todos los meses les vendemos a clientes de entre cuarenta y
cincuenta países: Japón, Arabia Saudita, Países Bajos, Inglate-
rra, Argentina, de todas partes. Prácticamente todo es pasta de
tomate y otros productos de tomate.
Palmer: ¿Y ganan dinero con todas esas ventas?
Rufer: Sí, claro. Si no, no las haríamos. Eso me dice que esta-
mos agregando valor al mundo, que respondemos a los va-
lores de nuestros clientes y que los satisfacemos. Y también
tiene otro efecto, relacionado con esa sensibilidad a los valores
ajenos. El producto que le vendes a otro ser humano —sea de
tu lado de la frontera o del otro, es decir, sea una venta nacio-
nal o internacional— puede verse como un emisario de la paz,
de la cooperación, del respeto. Cuando ves a los demás como
clientes, ni se te ocurre dispararles ni hacerles daño. El comer-
cio es una alternativa maravillosa a la violencia y la coerción.
Palmer: Algunos dicen que el comercio internacional provoca
daños ambientales y es perjudicial y que si…
Rufer: El empresario, cuando trabaja en un mercado libre, lo
cual implica respetar los derechos de propiedad de los de-
más, es el primer ambientalista. El ambientalista de verdad
ve el costo de los bienes, el costo de los recursos materiales,
sea petróleo, madera, goma, vidrio, cualquier otra cosa. Y
por la contabilidad que permiten los precios, la ganancia y
la pérdida, la información acerca de los costos no es mero
conocimiento sino conocimiento práctico; modifica el com-
portamiento. Los precios nos informan sobre los costos y al
mismo tiempo nos incentivan a minimizarlos. No nos gusta

73
el desperdicio y tenemos incentivos para evitarlo. La clave es
el respeto por los derechos de los demás, es decir, la propie-
dad; la degradación ambiental, la contaminación, el desper-
dicio y la destrucción ocurren cuando no se respetan los de-
rechos de propiedad. Cuando se los define con claridad y se
los defiende, debemos tener en cuenta las consecuencias que
tienen nuestros actos para los demás. Por lo general, los go-
biernos no necesitan tener en cuenta las consecuencias de sus
actos para los demás, porque pueden recurrir a la coerción,
pero nosotros tenemos que considerar los valores y los dere-
chos de los demás en todo momento, todos los días. Nuestro
negocio se basa en la acción voluntaria. No podemos usar
la fuerza —y no lo hacemos— para obligar a la gente a con-
sumir nuestros productos, a que los produzcan, o a que nos
provean bienes. Todo eso es completamente voluntario.
Palmer: Hablas mucho de la actividad voluntaria. ¿Te descri-
bes como un voluntarista, un liberal clásico o…?
Rufer: Todos esos términos me resultan bastante similares.
Antes se decía “liberal”, pero esa palabra a veces causa mucha
confusión en Estados Unidos, porque aquí “liberal” significa
lo opuesto de “conservador”. Se podría decir que soy un “li-
beral clásico” pero, bien entendidos, creo que me calzan todos
esos conceptos: liberal, liberal clásico, voluntarista… Lo im-
portante para mí es que la gente no esté coaccionada sino que
actúe por propia voluntad y en paz.
Palmer: ¿Hace cuánto que piensas así? ¿Cómo forjaste esas
opiniones?
Rufer: Mis padres eran apolíticos y yo era muy tímido de niño.
Y sigo siéndolo, supongo. Así que no participaba demasiado
de ningún debate y ese tipo de cosas. Nunca me consideré una

74
persona intelectual. Luego empecé a estudiar en UCLA y viví
en un dormitorio universitario. Conocí a mucha gente de mi
edad, y muchas de esas personas eran mucho más listas que
yo. Recién ahí empecé a hablar de política, y por algún motivo
me inclinaba siempre a sostener que no estaba bien perjudicar a
los demás. Con el tiempo fui refinando mis argumentos. Siem-
pre me pareció una cosa de sentido común. Quizá tenía alguna
influencia, pero si así fue, no sé de dónde vino. No recuerdo
ningún libro, persona ni frase en particular que me haya hecho
creer lo que creo. Simplemente observo las cosas e intento com-
prender cómo funcionan y cómo podrían funcionar mejor. En
UCLA me gradué en Economía. Tuve a Tom Sowell como pro-
fesor de Trabajo, y a Armen Alchian y William Allen, excelen-
tes docentes también. Creo que la primera materia que cursé
fue Economía 1 con Allen. Así que supongo que de lo primero
que me hablaron fue de economía. Considero que la economía
es muy importante para entender cómo funciona la gente.
La economía es una ciencia social; no es una parte de la
matemática, como muchos pretenden hoy en día. Es una cien-
cia social que estudia cómo se coordinan las personas entre
sí. En ese entonces ni sospechaba que alguien promoviera sus
intereses políticos. Jamás había oído la palabra “liberal clási-
co”, pero sí empecé a pensar seriamente en cómo la gente
puede coordinar sus actos en función de sus valores. Un tiem-
po después oí del liberalismo clásico y dije: “Ese soy yo. Eso
es lo que yo pienso, en esencia”. No hubo ningún relámpago
de inspiración; yo sencillamente creía que las personas debían
poder vivir su vida en paz y encontrar la manera de promover
sus valores de manera cooperativa. Solo más tarde supe que
mis creencias tenían un nombre.

75
Palmer: De modo que estabas en la universidad estudiando
economía, que para ti se trataba de la cooperación voluntaria.
¿Cómo pasaste de estudiarlo a practicarlo como empresario?
¿Cómo fue ese paso?
Rufer: En mi familia todos eran obreros. Pero mi abuelo era un
pequeño empresario, emprendedor. Recuerdo ir con él a un ya-
cimiento petrolífero, donde él había invertido un poco de dinero
en perforación. Tenía un par de patentes y un taller en su casa;
era un poco inventor y un poco emprendedor. Tengo recuerdos
de él de mi infancia; murió cuando yo tenía unos 12 años. Pero
siempre tuve la visión de que lo que hacía él era lo que sea hacía
cuando uno crecía. Mi padre solía trabajar para mi abuelo. Era
como en una granja: de niño, ves a tu padre conducir el tractor
y tu abuelo va al banco, a hacer las transacciones comerciales
mientras tu padre se ocupa de las tareas operativas. Yo supo-
nía que ese era el camino de la vida porque suponía que todos
hacían eso. Eso moldeó mi vida en cierta medida. Me licencié
en economía e hice una maestría en ciencias agrícolas, y luego
obtuve un MBA. Cuando me gradué de la facultad de econo-
mía de UCLA no me presenté a una sola entrevista laboral. Me
mudé a Davis, California, y empecé a trabajar en algunas de
las ideas que tenía mientras conducía un camión. Estaba en mi
naturaleza, formaba parte de mis expectativas.
Empecé a trabajar cuando estaba en la universidad. Mi papá
me mantuvo durante alrededor de un año y cuarto, y después
tuve que arreglármelas solo. A él ya no le alcanzaba el dinero.
No hubo ninguna gran conversación; básicamente absorbí esa
información y me puse en camino, empecé a trabajar. Mi papá
condujo un camión casi toda su vida, así que se me ocurrió hac-
er lo mismo. Unos amigos de él me dieron algunas ideas para

76
transportar tomates de un lugar a otro. Cuando promediaba la
carrera, o tal vez un poco después, alquilé un camión y un equi-
po de remolques y empecé a trabajar con la licencia de mi papá
como subtransportador, transportando tomates y duraznos y
esas cosas durante el verano. Eso duró cinco años, cinco veranos.
Palmer: ¿Eso fue mientras estudiabas?
Rufer: Sí, así me pagué los estudios y me introduje en el mun-
do de los negocios. Del negocio del tomate, en este caso. Como
camionero, vas a la granja, vas al centro de clasificación, vas a la
planta de procesamiento, y vas a ver la fruta. Así se me fueron
ocurriendo algunas ideas, cosas como: “El sistema funcionaría
mejor si cambiaran el modo en que cosechan los tomates y si
los procesadores modificaran el modo en que los descargan en
la fábrica y mudaran la estación de clasificación de aquí para
allá. Se ahorrarían mucho tiempo y esfuerzo”. Y pensaba: “Si el
sistema cambiara un poco, podría ganar mucho como camio-
nero”. Es decir que todo fue evolucionando a partir de que me
hice esa pregunta: “¿Cómo se podría mejorar?”. Yo observaba
otras empresas y pensaba cómo podían mejorar su sistema, y
luego diseñaba un sistema distinto y se lo presentaba a algu-
nas personas. Me moví mucho y seguí estudiando la industria
del procesamiento y se me ocurrieron algunas ideas de cómo
diseñar una planta de procesamiento de tomate distinta. Insistí
con eso, intentando reunir algo de dinero, durante cinco años,
sin dejar de moverme, y por fin reuní dinero suficiente. Había
llegado el momento de poner una fábrica. Tenía tres grandes
socios —yo tenía la menor participación— y pusimos nuestra
primera fábrica de procesamiento de pasta de tomate. Gracias
a algunas innovaciones en la fábrica y en la actividad, tuvi-
mos un éxito enorme. Y aunque yo era el socio más pequeño,

77
a cambio de no cobrar sueldo, recibía un porcentaje mayor de
las ganancias. En siete años les hice ganar mucho dinero a mis
socios y yo también gané mucho. Me salió muy bien. Era lo
que había que hacer, en el momento adecuado. Les propuse a
mis socios poner una segunda planta, pero no aceptaron, así
que cada uno siguió su camino. Yo construí otra planta y pude
financiarla solo. Y así fui avanzando.
Palmer: Promueves una filosofía basada en tu experiencia en
los negocios, que llamas “autogestión”. Fundaste el Instituto
de la Autogestión para fomentar la cooperación voluntaria y
la autogestión. ¿Cómo se establecen relaciones en beneficio
mutuo, de modo que, como dices en los videos publicados en
el sitio web del instituto, la misión personal de las personas
sea compatible con su misión en los negocios y viceversa?
Rufer: A mi modo de ver, la autogestión es bastante simple.
En su vida personal, la gente se autogestiona. Nadie tiene un
jefe de la vida. Cada uno dirige su propia vida y lo hace sobre
la base de una misión. Yo creo que la misión de todos en la
vida es ser felices. Lo sepan o no, lo que intentan es ser felices.
Todo organismo se esfuerza por prosperar. Cada persona tie-
ne una idea distinta de lo que la hará feliz. La clave para lograr
que la gente coopere voluntariamente en una empresa es bus-
carle una misión a cada persona.
Los seres humanos hacen valoraciones subjetivas de lo que
puede promover sus intereses y, cuando intercambian cosas,
regatean. Usan sus valoraciones subjetivas y también los cono-
cimientos que tienen, que muchas veces no tienen los demás.
Y así intercambian tantos de estos por tantos de aquellos. Esos
coeficientes de intercambio se convierten en precios cuando
la gente empieza a usar dinero, que es el bien de cambio que

78
todos aceptan porque saben que también lo aceptarán los de-
más. Como consecuencia, las valoraciones subjetivas se tradu-
cen en precios, que se expresan en forma numérica, en la eco-
nomía de mercado. Todos se expresan en las mismas unidades
para poder comprarlos, ¿no es genial? No hace falta ningún
planificador central para generar coordinación y orden. Eso
es lo extraordinario del libre mercado. Y nosotros trabajamos
por medio de la autogestión para traer la libertad y la autode-
terminación y los beneficios de la economía de libre mercado
a la empresa. Cada uno sabe cosas que los demás no saben y
que les resultarían útiles. Los mercados nos permiten comu-
nicarnos y al mismo tiempo realizar nuestros fines subjetivos.
Trabajamos en pos de llevar esos principios a la empresa y nos
esforzamos por confiar más en la autodeterminación que en
las jerarquías. Y eso da mejores resultados.
Palmer:¿Y los conflictos? ¿Son inevitables? ¿Son una constante
o hay una manera de resolverlos, en tu experiencia?
Rufer: Los conflictos son inevitables. Sin duda. Sin conflictos, no
hay economía. Los recursos son limitados y la economía es el
estudio de cómo asignarlos. De modo que es inevitable que haya
conflictos, por supuesto. La cuestión es cuál es la mejor manera
de resolverlos. Los conflictos pueden surgir en torno a las ac-
ciones humanas o al uso de los recursos. Hay dos maneras de
resolverlos. Se puede conversar y llegar a un acuerdo voluntario,
o una persona puede usar la fuerza contra la otra. Es decir, se
pueden resolver pacíficamente o por la fuerza. Si puedes trabajar
con personas que aceptan resolver los conflictos en paz, ganas;
todos ganan. Yo busco resoluciones a los problemas que benefi-
cien a todos. Las resoluciones que benefician a todos producen
paz. Producen prosperidad y felicidad.

79
Palmer: Pasemos a preguntas más políticas. Algunas perso-
nas dicen ser pro empresa, y otros, pro libre mercado. ¿Hay
alguna diferencia?
Rufer: El libre mercado es una acción voluntaria. Cuando la
gente dice ser pro empresa, puede ser que esté hablando de
ganar desde una perspectiva miope, de ganar a expensas de
los derechos de los demás. El comercio voluntario es el que se
da en condiciones de libertad, de libre mercado, sin favorecer
a ninguna empresa o grupo en especial. Si una empresa acude
al gobierno y lo usa como agente para obtener lo que no po-
dría obtener voluntariamente, eso es lisa y llanamente inmoral
e improductivo. El comercio debe ser voluntario, ético y sin
favores ni subsidios de por medio, obtenidos por medio de la
coerción gubernamental a expensas de los demás.
Por desgracia, y esto es algo a lo que me opongo mucho,
hay una especie de “mercado de favores”, es decir, un merca-
do de coerción. Es como si yo usara un arma tuya para quitarle
a alguien algo que quiero a punta de pistola y que luego tú y
yo compartiéramos el botín. Es una especie de enfermedad lla-
mada amiguismo: cuando el gobierno usa sus facultades para
favorecer a algunos grupos en detrimento de otros. La cura
se llama libre mercado: libertad para competir, respeto de los
derechos de todos e igualdad ante la ley. El amiguismo políti-
co no es más que acudir al organismo del gobierno para usar
la fuerza. Es como una extorsión de la mafia. No hay ninguna
diferencia, realmente.
Palmer: Volvamos a la cuestión de la paz. ¿Qué relación hay
entre el comercio y la paz? Tú haces negocios con gente de
Asia, de América Latina y de Medio Oriente. ¿Los empresarios
deben apoyar la paz?

80
Rufer: Por supuesto. Los empresarios deben apoyarla de va-
rias maneras. La primera es incorporar la paz en sus valores
personales; me refiero a lo que ocurre dentro de la empresa, a
buscar soluciones pacíficas para los problemas y a no acudir
al gobierno para que prohíba la competencia y ni participar
en el amiguismo político. A no aceptar subsidios. A no usar
programas del gobierno. A mantenerse lo más lejos posible de
los actores coercitivos, es decir, en esencia, de los organismos
públicos.
La segunda es tomar decisiones éticas de no participar en el
comercio de la coerción vendiendo al gobierno instrumentos de
violencia, coerción ni opresión. Es importante.
La tercera es promover las relaciones pacíficas entre los
países a través del comercio voluntario. El comercio reduce
la probabilidad de una guerra. Cuanto más gente se conozca
entre sí y se beneficie mutuamente, menos chances hay de que
sus gobiernos se declaren la guerra, porque habrá más gente
en cada país a favor de la paz. Cuanto más comercio haya, más
dependerá A de B y viceversa. Lo sé porque hay muchos estu-
dios al respecto; los economistas y los politólogos estudian la
paz y el comercio. Lo sé también por mi propia experiencia de
vida y empresarial. Cuando un cliente llama a tu puerta, no se
te ocurre dispararle. Los recibes con los brazos abiertos para
que se beneficien ellos y tú y tu familia y tus colegas. O comer-
cias o luchas. Yo prefiero comerciar, sin ningún lugar a dudas.
Es más civilizado y es mejor para todos, excepto quizá para la
gente a la que le gusta lastimar a los demás. Yo no soy de esos.
Palmer: Hablas de tomar decisiones éticas en los negocios,
pero de acuerdo con casi todos los programas de televisión,

81
los empresarios son unos desgraciados: no son amables, no
son amistosos, no son éticos. Solo quieren perjudicar a la gente.
Así retrata al empresario la mayor parte de la cultura popular.
¿Cómo entra la ética en los negocios?
Rufer: Uno de los pilares de la cooperación es la amistad. Si no
tienes una amistad, ¿cómo te coordinas con otros en tu vida pro-
ductiva? Estás solo. Ahora bien, la amistad puede asumir diver-
sas formas. Hay cónyuges, mejores amigos, amigos para jugar a
los bolos, etcétera. También hay amigos de negocios, gente con
la que te gusta estar porque te trata bien y te ayuda. En general,
a nadie le gusta estar con gente grosera, ni mucho menos con
gente que hace daño a los demás o que les roba. No puedes tener
una relación civilizada a menos que respetes esos valores de no
hacer daño ni robar. Y más allá de eso, claro, a todos nos gusta
estar con gente agradable.
Así que, si quieres tener una empresa y que sea producti-
va, y que crezca, tienes incentivos muy fuertes para cooperar
con los demás y buscar su cooperación. No conozco más de
dos maneras de conseguir que la gente haga lo que quieres.
Una es azotarla con el látigo o apuntarle un arma a la cabeza;
y como a nadie le gusta que le hagan eso, la gente suele huir
de los que la azotan y le disparan. La otra es respetar a los
demás, respetar sus derechos. En el libre mercado, cada uno
elige con quién hace negocios. Para tener una empresa prós-
pera, tienes que ser respetuoso y honorable; de lo contrario,
los demás no querrán tratar contigo. Podría seguir, pero siem-
pre me intriga la gente que no entiende la importancia de la
ética en los negocios. Parece que no pensaran.
Palmer: ¿Qué hay de la intervención militar de un gobierno en
el exterior? ¿Cómo la caracterizarías?

82
Rufer: Yo creo que es útil pensar como el departamento de mar-
keting. ¿Qué le gustaría a la gente? ¿Te imaginas tener a un ejér-
cito chino, ruso o hasta canadiense marchando por las ciudades
de Estados Unidos? ¿Nada más que caminando de uniforme
por Los Ángeles o Denver? ¿O teniendo bases militares y con-
duciendo vehículos militares por ahí? Cielos. Eso es lo que hace
el gobierno de Estados Unidos en todo el mundo. No puede no
ser abusivo. No puede no destrozar nuestra reputación. Cuando
de verdad defienden la independencia del país, tiene que haber
buena voluntad. Pero cuando no hay una cuestión como esa que
esté clara, es difícil pensar que nuestra presencia militar pueda
ocasionar más que odio y resentimiento.
Palmer: Eres un ferviente defensor de los valores liberales clá-
sicos. ¿Qué haces en pos de un mundo más libre y pacífico?
Rufer: Donde quiera que vaya, defiendo personalmente los
valores y principios de la paz y la libertad. En cada nación que
visito por trabajo, no hay comida, no hay reunión en la que
no inicie alguna conversación sobre cómo podría organizarse
la sociedad sin coerción, sin violencia, y sobre qué podemos
hacer para contribuir. Soy muy franco.
Palmer: Hay una larga tradición de empresarios destacados
que defienden la paz. Pienso en Richard Cobden y en John
Bright en Inglaterra, dos grandes innovadores de los negocios
y grandes líderes por la paz. La Liga Antiimperialista de Es-
tados Unidos estaba integrada por muchos hombres de nego-
cios que se opusieron a la Guerra Hispano-Estadounidense y a
la ocupación de Filipinas y otras colonias españolas por parte
de Estados Unidos. ¿Te consideras parte de esa tradición de
gente de negocios que aboga por la paz?
Rufer: Sí. Estoy convencido de que los empresarios —no los

83
que se amparan en el amiguismo sino los empresarios ho-
nestos— son emisarios de la paz. El intercambio voluntario
beneficia a todos. Es una pena que aún haya gente que no lo
vea. Recuerdo un viejo dicho que reza: “Cuando los bienes no
pueden cruzar la frontera, lo hacen los ejércitos”. Prefiero el in-
tercambio de bienes al de balas y misiles. En la década de 1960,
se decía “hagamos el amor y no la guerra”. No está mal, pero
yo agregaría: “hagamos el amor, los negocios y no la guerra”.
Palmer: ¿Qué le dirías a un joven que piensa en qué hacer des-
pués de estudiar, ya sea en el secundario o en la universidad,
para construir un mundo mejor? ¿Le recomendarías que se de-
dicara a los negocios o que buscara trabajar en el sector público?
Rufer: Trabajar en el sector público es un desperdicio, y po-
dría explayarme sobre ese tema. Pero sin duda le recomenda-
ría que se dedicara a los negocios o bien a la comunicación: al
periodismo o a cualquier otro medio.
Palmer: ¿Y si se convirtiera en un competidor de la industria
del tomate?
Rufer: [Ríe] No hay problema. Dedicarse a los negocios y parti-
cipar en el comercio internacional es una excelente idea para el
que le interese la paz. Eso ayuda a construir un mundo mejor. Y
si alguien quiere dedicarse a los negocios para competir conmi-
go, bienvenido sea. Ojalá hubiera mejores competidores; así me
mantendría aún más alerta.
Palmer: Gracias por hacerme lugar en tu apretada agenda, Chris.
Rufer: Fue un placer.

84
5.
La paz del libre comercio
Por Erik Gartzke

¿Cómo reducen el comercio y la inversión transfronteriza


los incentivos para la guerra? ¿Qué efecto tiene la
interdependencia sobre el comportamiento? ¿Cuál es la
relación entre la paz, los gobiernos que rinden cuentas
democráticamente y el comercio? Erik Gartzke es
profesor asociado de Ciencia Política en la Universidad
de California, San Diego, y profesor de gobierno en la
Universidad de Essex. Sus investigaciones se concentran
en el impacto de la información y las instituciones sobre
la guerra y la paz. Publica sobre comercio, ciberguerra,
diplomacia y temas relacionados.

Una serie de guerras europeas brutales y destructivas, que duró


décadas, terminó en 1648, cuando la Paz de Westfalia, según se
le conoce, creó un sistema en el que los Estados europeos eran
soberanos hacia dentro y autónomos hacia fuera. Ese legado
se ve cada vez más cuestionado en un mundo en el que los
vínculos económicos traspasan las fronteras internacionales.
La interdependencia económica es lo que ocurre cuando dos
o más naciones quedan vinculadas por el comercio. La visión
económica estándar indica que el comercio crea valor.

85
Como los analistas de la política señalaron hace tiempo, en
cualquier conflicto entre naciones, ese valor del comercio es un
“rehén” efectivo. Si el rehén es suficientemente valioso y si la
guerra lo pone en riesgo, los Estados soberanos ya no son to-
talmente autónomos. En los casos en los que es probable que la
guerra implique un sacrificio de los beneficios del comercio, la
perspectiva de pérdida compartida puede disuadir a los socios
comerciales del ingreso en un conflicto. En términos más senci-
llos, si las personas que están de un lado de la frontera tienen ac-
tivos o clientes que valoran del otro lado, es menos probable que
apoyen la destrucción de esos activos o asociaciones comerciales
y es más probable que se manifiesten a favor de la paz.
Otro efecto importante que tiene el comercio como promo-
tor de la paz y disuasivo de la guerra podría ser el hecho de que
facilita una caída en el valor de los bienes que se obtendrían lu-
chando, mientras hace que los ejércitos de ocupación sean mu-
cho más caros. Si el comercio reduce el costo real de los bienes
y aumenta la productividad de la mano de obra, entonces los
trabajadores, las empresas y los Estados soberanos tendrían que
acercar la mano de obra a los emprendimientos productivos y
alejarla de la guerra. Analizo esos procesos en más detalle a con-
tinuación, tras relevar algunos datos de contexto.

La transformación
No se necesita un doctorado para advertir que el mundo en el
que vivimos es fundamentalmente distinto del que existía hace
unas pocas generaciones. Ni hablar del mundo del siglo XVII. En
particular, los mercados han comenzado a hacer para los asuntos
internacionales lo que ya habían logrado para la política interna

86
de las naciones en tantas partes. Gradualmente al principio, pero
a un ritmo más rápido en las últimas décadas, los líderes mun-
diales han empezado a descubrir que sus países y sus poblacio-
nes están atados por redes económicas complejas y extensas. En
el gráfico 1 se muestra una ilustración sencilla de esa evolución
en términos de comercio internacional, medido en dólares de
EE.UU. reales de 2000 (en cientos de miles de millones).
El mundo también se está haciendo más próspero, en pro-
medio. El gráfico 2 muestra el PIB per cápita mundial. A fin de
facilitar las comparaciones entre distintos períodos, cambié las
escalas de los valores a fin de que el ingreso promedio en 1821
sea igual a uno. Eso también permite hacer una comparación del
aumento de la riqueza con el avance hacia gobiernos más limi-
tados y una mayor libertad personal. Si bien la democratización
mundial parece más despareja —en gran parte porque la des-
colonización aumentó drásticamente la cantidad de países des-
pués de 1950—, también está en una tendencia ascendente, un
fenómeno bien documentado en forma de “oleadas” de reforma
política42. La base de datos Polity mide los niveles nacionales de
democracia, donde diez es el nivel más alto y cero es el nivel más
bajo43. En este caso, tanto el sistema político como el PIB per cá-
pita se representan como niveles mundiales anuales promedio44.

87
Gráfico 1

Gráfico 2

88
La economía política liberal clásica anticipó los tres cam-
bios y especuló acerca de sus consecuencias. La democracia,
el comercio y el desarrollo económico mejoran la condición
humana de diversas maneras. El foco, en este caso, está pues-
to en determinar si algún cambio desalienta el uso de la vio-
lencia política (dentro de los países) y la guerra (entre países)
en el sistema existente de las naciones de Westfalia, cómo lo
desalienta y cuál es el cambio que lo desalienta. El comercio
es una herramienta especialmente atractiva para promover la
paz mundial, pero sus efectos también son complicados, por la
forma en la que funciona y por lo que el comercio común hace
para alterar la competencia política y el conflicto. Es posible
que los países conectados por vínculos comerciales se vean de
hecho persuadidos a mantener relaciones pacíficas. Mi objeti-
vo es entender los efectos de la interdependencia económica.

Dudas sobre Thomas


Una de las descripciones más convincentes de cómo funciona
la interdependencia es la del economista ganador del Premio
Nobel Thomas Schelling45. Schelling ofrece una parábola de dos
montañistas atados para el ascenso a una montaña. Cuando los
montañistas se atan, sus destinos quedan ligados y sus acciones
pasan a tener dependencia mutua. Como los dos deben ascen-
der o caer juntos, cada montañista se comporta con más cuidado
y más discreción, y produce paz como consecuencia.
Los teóricos liberales usan la lógica de la interdependencia
para resaltar el potencial pacífico del comercio. A medida que
el comercio internacional creció, de manera irregular pero per-
sistente, desde el siglo XVII, una serie de pensadores, que van

89
de Montesquieu, Smith, Paine, Kant, Cobden, Angell y otros
hasta filósofos modernos como Rosecrance, Russett y Doyle,
enfatizó el poder pacificador del comercio transfronterizo ren-
table46. Es menos probable que los países peleen si están vincu-
lados por relaciones comerciales rentables, ya que en caso de
guerra causarían grandes pérdidas económicas.
Cabe señalar, sin embargo, que el interés de Schelling en la
interdependencia no surgió del comercio, sino de algo bastan-
te distinto. En la parábola de Schelling, la cuerda que ata a los
dos montañistas no es el comercio, sino el riesgo de una guerra
nuclear. El punto muerto de la Guerra Fría se centró en un
fenómeno conocido como “Destrucción Mutua Asegurada”, o
MAD, por su sigla en inglés. La aparición de las armas nuclea-
res y el riesgo de aniquilación recíproca en una guerra abierta
garantizaban que Estados Unidos y la Unión Soviética se di-
suadían mutuamente, ya que ninguno de los dos países podía
protegerse. Al igual que en el caso de los dos montañistas, la
cooperación y la mesura surgieron del deseo egoísta de evitar
la destrucción, y no del objetivo altruista de promover la paz.
Al mismo tiempo, el objetivo de Schelling al momento de
pensar esta ilustración no era explicar la estabilidad, sino des-
cifrar de qué maneras las superpotencias podrían seguir com-
pitiendo en un mundo en el que una confrontación directa y
abierta parecía impensable o al menos irracional. Como queda
claro en la parábola, los vínculos de dependencia mutua —nu-
cleares o económicos— pueden disuadir la agresión. Aun así,
aunque la interdependencia nuclear generó un mundo en el
que la guerra total no era posible, también produjo un contex-
to en el que proliferaron la confrontación al límite del conflicto,

90
la diplomacia coercitiva, la propaganda, los conflictos sustitutos y
otras formas de situaciones límite. El temor a las consecuen-
cias de no concretar un acuerdo, independientemente de las
fuentes de ese temor, puede llevar a los actores interdepen-
dientes a comprometerse, pero las inhibiciones que produce la
interdependencia también promueven que los actores jueguen
a ver quién se asusta primero.
El comercio tiene pocas características en común con las
armas nucleares; el primero es algo que tratamos de pro-
mover, y las segundas son algo que la humanidad preferiría
erradicar. Sin embargo, los papeles de esos dos procesos al
momento de lograr que las acciones de los Estados depen-
dan mutuamente son, en algunos aspectos importantes, es-
encialmente iguales: implican un comportamiento “egoísta”
que pueden tener consecuencias sociales virtuosas, como la
dinámica social virtuosa que descubrió Smith, oculta dentro
del mecanismo del mercado.
Tal como los teóricos liberales sostienen hace tiempo, el
aumento de la cantidad de comercio crea “rehenes” más in-
tensivos, por lo que aumentan los incentivos para la paz; los
mayores niveles de interdependencia que se registran hoy
podrían ayudar a que la guerra sea demasiado costosa como
para que los Estados contemplen esa posibilidad. Aun así, el
valor de los vínculos comerciales suele ser mucho menos sus-
tancial que lo que está en juego en una guerra nuclear. Si las
naciones ya están dispuestas a arriesgar enormes pérdidas en
conflictos convencionales o nucleares, ¿qué más puede hacer
el comercio para frenar la dinámica bélica? ¿Cuál es el papel
de la interdependencia económica en la promoción de la paz?

91
Las causas de la paz
Actualmente se está desarrollando uno de los eventos más no-
tables de la historia mundial. De hecho, está ocurriendo hace
bastante tiempo. Se da una baja “secular” de largo plazo del
conflicto entre países ricos y prósperos. Se desató la paz, al me-
nos en algunas partes del mundo. De hecho, esa tendencia es
tan sutil que muchos no la advirtieron, y otros prefieren igno-
rar las buenas noticias a favor de la evidencia de que algunos
países y grupos siguen luchando en otras partes. La tendencia
a la baja de la guerra fue ampliamente documentada por Ste-
ven Pinker, Joshua Goldstein y otros47.
La baja secular de la guerra es especialmente notable en
Europa, donde la tendencia se consolidó a lo largo de los si-
glos. El gráfico 3, “Tendencias de los conflictos de Europa”,
se basa en datos recopilados por Peter Brecke48. Cada uno de
los cuadrados representa la cantidad de conflictos por década
(un conflicto equivale a un mínimo de treinta y dos muertes
relacionadas con un conflicto). Los conflictos en Europa han
disminuido con el tiempo: de un promedio de treinta por dé-
cada en el 1400 a aproximadamente diez por década en el últi-
mo siglo. Es preciso tener cuidado al momento de interpretar
relaciones extraídas de datos en los que es probable que las
relaciones sean complejas y con varias causas. Por ejemplo,
Claudio Cioffi-Revilla demostró que la intensidad de los con-
flictos en términos de víctimas muestra la tendencia opuesta:
aumenta con el tiempo49. Aun así, la tendencia parece clara: a
lo largo de un período de tiempo prolongado, los países sobe-
ranos de Europa se han alejado del conflicto y se han acercado
a los métodos no violentos para resolver sus diferencias.

92
A nivel mundial también se da una relación similar, aun-
que levemente menos unívoca. El gráfico 4 detalla los inciden-
tes anuales de disputas militarizadas entre Estados, que son
eventos que van desde la amenaza del uso de la fuerza, hasta
una guerra ocasional. Estos datos también se agregan a nivel
mundial, lo que implica que las disputas militarizadas entre
Estados se ponderaron en función de la cantidad de pares de
países en el sistema en un año determinado. Si bien no apare-
cen patrones claros hasta después de la Segunda Guerra Mun-
dial, todo indica que las disputas militarizadas se hacen me-
nos habituales tras las dos guerras mundiales. Una vez más: el
mundo se está tornando más pacífico.

Gráfico 3

Fuente: Peter Brecke “Violent Conflicts 1400 AD to the Present in Different


Regions of the World.”

¿Cómo se explica esa tendencia? Hay muchas posibilidades.


Algunos expertos señalan que el surgimiento de la democracia
es una causa importante de la paz entre Estados. Si bien hay

93
datos empíricos que respaldan esa idea, hay problemas para
atribuir a la paz a las políticas internas pacíficas50. Para empezar,
el crecimiento de la democracia en Europa es muy posterior al
comienzo de la tendencia descendente de los conflictos arma-
dos. La democracia no puede generar paz antes de que existan
democracias. Yendo un paso más allá, la democracia misma es
producto de la paz. Una condición necesaria para la democra-
cia es que los grupos de una sociedad consideren que perder
políticamente es mejor que dejar que sus disputas lleguen a la
violencia. Es posible que la disputa sea acallada por la elección
de instituciones políticas. Sin embargo, una refutación sencilla e
igualmente viable sería que la elección de instituciones políticas
depende del carácter de la disputa. Si el objeto de la disputa es
tan importante que uno no puede hacer concesiones, entonces la
democracia puede fracasar. Por ende, una condición previa para
la democracia es un nivel de consenso o moderación respecto de
qué elecciones prevalecerán. Si la derrota en un tema político, no
justifica recurrir a la violencia internamente, entonces es posible,
e incluso atractivo, que las élites y los ciudadanos adopten un
gobierno popular y limitado en sus instituciones internas. Una
manera de lograr esto consiste en que la política, o la “elección
pública”, tenga un rol menos importante en la asignación de
recursos o activos. Si la derrota en una confrontación política
implica perder un hogar, una empresa, la libertad o incluso la
vida, es más probable que esa lucha se perpetúe y que se use la
violencia, si es necesario, a fin de triunfar. Si, por otro lado, esas
cuestiones se administran cada vez más a través de los merca-
dos u otros mecanismos privados, o si la asignación de recursos
no depende del resultado de confrontaciones políticas, es menos
probable que uno esté dispuesto a recurrir a la violencia para
ganar en la política.

94
Gráfico 4

Militarized Interstate Disputes (MIDs)

En las sociedades premodernas, los medios de producción


eran mayormente tangibles. Las personas eran dueñas de la
tierra y de la mano de obra que los soberanos podían confiscar
para sus propios fines. Ser rico —o incluso tener permiso de
vivir— significaba tener el favor del rey. A medida que las so-
ciedades se desarrollaron, la riqueza se convirtió cada vez más
en una función del conocimiento y de la capacidad de pensar
creativamente. El rey todavía podía elegir quién ganaba, pero
la productividad de la sociedad dependía cada vez más de que
se eligieran ganadores inteligentes y eficaces comercialmente,
algo que los mercados hacían especialmente bien, cuando no
dependían del rey. Este nuevo tipo de independencia comer-
cial de la política hizo que fuera preferible para el soberano
(o la soberana, ocasionalmente) limitar sus interferencias en
el mercado a fin de que su economía creciera y la sociedad
(y el Estado) prosperara. El crecimiento de la sociedad civil

95
y la empresa independiente implicaba que la riqueza ya no
era función de la lealtad al rey o la proximidad al Estado. La
seguridad, a su vez, ya no se obtenía congraciándose con los
monarcas, sino alcanzando un nivel de productividad tal que
el soberano ya no podía intervenir ni saquear51. Hasta los reyes
y las reinas entendieron la valiosa enseñanza de la gallina de
los huevos de oro.
Podría decirse que la democracia representativa moderna
es el resultado del proceso que acabo de describir: la necesidad
de limitar el gobierno para garantizar el crecimiento significa-
ba que había menos valor en capturar el Estado para la bús-
queda de renta, incluso cuando era más grande que nunca la
necesidad de que el Estado regulara los mercados —ofrecien-
do reglas claras y haciéndolas cumplir eficientemente (trans-
parencia)— y garantizara la oferta de bienes públicos. En lu-
gar de invertir en política y competir por el acceso al poder del
Estado, las personas podían invertir en la creación de más bie-
nes y servicios para vender a través de los mercados. Además,
si no valía la pena luchar para capturar el Estado internamen-
te, también había menos razones para pelear por propiedades
tangibles a nivel internacional. El aumento de la democracia,
como fenómeno mundial, podría ser producto de la importan-
cia decreciente de la política de distribución en Europa y otras
partes, como se muestra en el gráfico 1, en lugar de explicar el
patrón expuesto en el gráfico.
El comercio puede funcionar como disuasivo de los con-
flictos de diversas maneras. La idea de que el comercio pue-
de ayudar a que la política internacional sea más pacífica está
bastante generalizada y consolidada entre académicos52. No

96
obstante, el mecanismo preciso y cómo puede nutrirse y pro-
pagarse siguen siendo objeto de controversias. Como ya he su-
gerido, tener algo que perder no es en sí mismo un obstáculo
para la lucha, e incluso puede promover el conflicto si alguien
está interesado en apropiarse de nuestra riqueza. El mero he-
cho de tener algo que perder a menudo aumenta el conflicto, si
la competencia es un juego de suma cero (mi bienestar depen-
de de tu derrota, y viceversa), como suele ocurrir en política.
Como la política es una lucha en sí misma, debemos analizar
cómo el intercambio, y el comercio en términos más generales,
vinculan la política con la paz.

La “mano invisible” de la paz


Una de las grandes revelaciones de las ciencias sociales es el
descubrimiento de Adam Smith de que las acciones pueden
tener consecuencias inesperadas y que el valor social de esas
consecuencias no se desprende de las intenciones de los ac-
tores. Los mercados suelen tener efectos virtuosos sobre las
comunidades y las naciones, incluso si los participantes del
mercado actúan únicamente con la intención de mejorar su
propio bienestar. Puede plantearse un argumento similar res-
pecto de los efectos de los mercados sobre la paz. Por el mero
intento de enriquecerse, las empresas, los consumidores, los
empresarios e incluso los Estados alteraron la utilidad y, en
algunos casos, la viabilidad de la fuerza militar. La mano invi-
sible, en este caso, está más cerca de ser un conjunto de manos.
Los mercados hacen que la mano de obra sea más cara, ha-
cen que usar mano de obra para capturar el capital sea menos
atractivo. Los mercados también facilitan la transferencia de
bienes y servicios a través de medios pacíficos. Por último, los

97
mercados mismos no responden bien al conflicto, lo que ofrece
un incentivo para suprimir la violencia.
Es posible que el efecto más potente del comercio sobre los
conflictos sea la transformación de los intereses del Estado. La
creciente profundidad e integración de los mercados aumentó el
valor de la mano de obra y del “capital humano” (por ejemplo,
las habilidades) enormemente con el correr de los siglos53. Todo
indica que la mano de obra costosa y el valor decreciente de los
activos tangibles para la producción, llevaron a muchos países
a abandonar los intentos, otrora habituales, de “robar” prospe-
ridad saqueando los activos de otras naciones. Es preciso ser
cuidadoso, desde ya, porque los intereses acotados de los gober-
nantes y sus partidarios clave pueden superar el interés público
y alentar la depredación, dentro del Estado o entre Estados.
Los imperios de la antigüedad prosperaban exigiendo tri-
buto (barcos repletos de granos y otros bienes) a las provin-
cias que sometían. Los vikingos cargaban sus barcos con el
botín que saqueaban. Los galeones españoles del siglo XVI
volvieron a Europa cargados de lingotes de plata extraída y
refinada por las poblaciones nativas esclavizadas. Los Estados
imperiales europeos posteriores, en cambio, a menudo quita-
ban todo a sus propios ciudadanos para subsidiar aventuras
en el extranjero que solo eran rentables para los descendientes
de la aristocracia. Como concluyeron los historiadores Lance
E. Davis y Robert A. Huttenback: “Es claro que los británicos,
como pueblo, no se beneficiaron económicamente a partir
del imperio. Sí lo hicieron algunos inversionistas”54. Incluso
el colonialismo disminuyó cuando la modernidad llevó a que
los países más prósperos y militarmente capaces prefirieran

98
comprar insumos para la producción, en lugar de obtenerlos
a través de actividades bélicas cada vez más caras. Las nacio-
nes modernas ya no consideran que sea rentable invadir a sus
vecinos, cosa que sí creían los vikingos, los conquistadores es-
pañoles y los marinos isabelinos. La sumisión de poblaciones
extranjeras tendiente a la extracción de recursos y del fruto del
trabajo humano tiene mucho menos sentido si pagar a los ocu-
pantes es costoso y si es más barato comprar lo que uno quie-
re, en lugar de saquear al vecino para obtenerlo.
Irónicamente, si bien los países modernos ya no encuentran
mucho beneficio en el saqueo —especialmente a partir del au-
mento de la liquidez de los mercados mundiales—, el comercio
incrementó los beneficios de proteger el patrimonio mundial, es
decir, reducir la incidencia general de la violencia. Las naciones
modernas tienen un interés mayor, no menor, en la política y
las políticas de otras naciones, precisamente porque la interde-
pendencia garantiza que lo que otro hace tiene más impacto en
el propio bienestar. Las tropas internacionales, en lugar de ser
tropas de conquista y saqueo, son desplegadas cada vez más en
representación de Naciones Unidas o grupos regionales como
fuerzas de paz, a cargo de detener o reducir los conflictos vio-
lentos. La paz puede imponerse externamente a fin de que el
comercio pueda proseguir, al menos en los casos en los que
las naciones en cuestión son débiles y donde existen progra-
mas políticos localizados que interfieren con las relaciones
internacionales. En otros términos, el comercio entre los más
ricos garantiza que las naciones poderosas tienen un incenti-
vo para desalentar los conflictos entre otras naciones, porque
la lucha afecta el comercio ecológicamente, no solo entre los
países que pelean, y porque los beneficiarios poderosos del

99
comercio tienen incentivos para desalentar las interrupciones
del comercio provocadas por el conflicto entre terceros.
Uno de los desafíos de un mundo interdependiente es su
complejidad. Las relaciones simples tienen la ventaja de que
son más fáciles de entender, y es posible que parezca que es
más fácil abordarlas a través de políticas eficaces. Al mismo
tiempo, la complejidad puede ser una virtud, si amplía las op-
ciones, si ofrece un conjunto de respuestas más amplio, con
más alternativas para no recurrir a la fuerza militar. El comer-
cio puede llevar a la paz si evita que los países luchen, pero eso
exige relaciones comerciales muy grandes, tan valiosas que
pueden ser disuasivos (como las armas nucleares). También
es posible que esto implique un conjunto de problemas o dis-
putas de alcance relativamente moderado, como los que ocu-
rrieron en Europa occidental tras la Segunda Guerra Mundial.
En los casos en los que el comercio es extremadamente valioso
y los Estados están mayoritariamente de acuerdo, prevalece la
paz. El comercio también puede ser un insumo para los países
en conflicto, ya que permite que se resuelvan las diferencias
a través de negociaciones diplomáticas, en lugar de exigir el
uso de la fuerza militar para demostrar decisión en un contex-
to incierto y fragmentado. Por último, es posible que el efecto
más general del comercio sea que transforma los intereses ob-
jetivos de las naciones, garantizando que cada vez más se con-
sidere que la vieja lógica de depredación es anacrónica. Hasta
los ladrones de bancos compran sus víveres, en lugar de ro-
barlos del comercio local. Sencillamente, no vale la pena robar
gran parte de lo que podría saquearse actualmente, incluso si
tenemos en cuenta que mucho de lo que vale la pena robar
no puede saquearse. El aumento del comercio promueve la

100
especialización, que hace que la depredación sea menos eficaz
y aumenta los beneficios de la paz. Es preciso tentar a los tra-
bajadores capacitados con buenas condiciones de trabajo, lo
que hace que la guerra y la conquista sean contraproducentes.
La modernidad significa que, cada vez más, compramos en
lugar de robar.
Como conectan a los países y hacen que el mundo sea más
interdependiente, las fuerzas de mercado dieron forma a lo
que buscan las naciones, lo que quitó eficacia a la guerra como
herramienta para cumplir con los objetivos nacionales, tal
como ocurrió con los líderes y las poblaciones, para quienes la
propiedad del Estado es menos fundamental para sobrevivir.
Al mismo tiempo, el papel del Estado en la facilitación de las
condiciones de mercado es cada vez más importante. Los Es-
tados trabajan no solo internamente, sino también regional e
internacionalmente, para facilitar el comercio, lo que aumenta
la interdependencia en una cadena de causalidad que refuerza
la cooperación y limita todavía más el conflicto. No es que las
personas hayan tratado de actuar mejor, sino que el comercio
cambió qué significa actuar bien. Si tenemos suerte y nos man-
tenemos en nuestro camino hacia un comercio más amplio y
más libre, el comercio seguirá haciendo que la fuerza militar
sea cada vez más inútil o ineficiente.

101
6.
La economía política del imperio y la guerra
Por Tom G. Palmer

¿Es inevitable que las civilizaciones choquen? ¿Es el


imperialismo o colonialismo una propuesta ganadora (o
perdedora)? ¿Quiénes fueron los mayores paladines
de la paz y los mayores adversarios del colonialismo?
¿Deben existir las “guerras por petróleo”? ¿Quién decide
entre la guerra y la paz, y quién gana?

“Libertad por dentro, paz por fuera. Ese es todo el plan”55.


- Frédéric Bastiat (1849)

Algunos estudian la guerra para ser mejores en la guerra. Tam-


bién podemos estudiarla —desde una perspectiva distinta—
para evitarla, para reducirla, para ponerle fin, para eliminarla.
Podemos procurar entender la guerra, no como entendemos el
clima o la astronomía, o incluso la enfermedad, sino como en-
tendemos otros tipos de comportamiento humano. Equipados
con ese conocimiento, podemos ilustrarnos a nosotros mismos
y a nuestros vecinos, amigos, parientes y conciudadanos acer-
ca de las falacias que subyacen a las engañosas justificaciones
de la guerra. Más aún, podemos trabajar en pos de instaurar y
fortalecer las instituciones que hacen de la guerra un aconte-
cimiento más improbable. Si entendemos mejor las cuestiones

103
que hay en juego, podemos reducir las ocasiones para que se
produzcan guerras y la medida en la que los seres humanos
experimentan la violencia. La desinformación y el malenten-
dido pueden ser —dicho de manera muy literal—mortales.
Informar y entender bien puede salvar vidas.
En los últimos siglos, los pensadores liberales clásicos dedi-
caron mucha energía a entender las causas de la guerra, y a pro-
mover la mentalidad y las instituciones que favorecen la paz.
La paz dejó de ser una mera fantasía utópica. De hecho, la
historia demuestra que el mundo se ha vuelto más pacífico. Y
las ciencias de la economía, la sociología y la psicología expli-
can por qué. Armados (por así decirlo) de ese conocimiento,
podemos conseguir que haya mucha más paz en el mundo.
Podemos lograr que los seres humanos experimenten menos
violencia. El mundo puede ser simultáneamente más pacífico,
más justo, más próspero y más libre.

La buena noticia: la violencia está en baja

“Créase o no —y sé que la mayoría no lo cree—, la violencia


viene reduciéndose desde hace mucho tiempo, y posiblemente
hoy vivamos en la era más pacífica de la existencia de nuestra
especie”56. —Steven Pinker

Si alguien dice la violencia está en baja, la mayoría se apresura


a negarlo. Al fin y al cabo, los medios no dejan de pasar noti-
cias sobre episodios de violencia, muchas veces acompañadas
de imágenes sangrientas. Violaciones, asesinatos y ataques son
moneda corriente en el noticiero de la noche. “La sangre vende”.

104
Siempre hay algún país sumido en un conflicto armado. Pero
debemos dar un paso atrás para mirar con perspectiva. El con-
flicto, sobre todo cuando es violento y mortal, llama mucho más
la atención que la cooperación pacífica. Estamos acostumbrados
a decir que “no pasa nada” cuando hay interacciones pacíficas
y voluntarias, pero en realidad pasan muchas cosas: la gente va
a trabajar, los agricultores plantan sus cultivos, los inversores fi-
nancian nuevas empresas y los trabajadores fabriles ensamblan
productos útiles; la gente va de compras, se enamora, se casa;
nacen bebés; hay fiestas de cumpleaños; la vida pasa. Pero ese es
el telón de fondo, es lo normal. Jamás salió en ningún medio el
titular “Miles de millones se dedicaron a sus asuntos en paz”. Lo
que amerita un titular es lo anormal y, por lo general, lo anormal
es el conflicto, en especial la violencia. De hecho, y aunque pa-
rezca paradójico, cuanto menos común es la violencia, más pro-
bable es que atraiga la cobertura. Nos engañamos con la idea
de que el mundo se está volviendo más violento, cuando lo
que ocurre es lo contrario.
El politólogo James Payne y el psicólogo Steven Pinker docu-
mentaron algo notable57: que la probabilidad de que una perso-
na cualquiera sea objeto de un acto violento en general se ha re-
ducido a través de los milenios. Incluso si contamos los horrores
indecibles de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, los cam-
pos de trabajo esclavo del Tercer Reich, la URSS y la República
Popular China, las “limpiezas étnicas” y otros horrores de los úl-
timos cien años, la experiencia de violencia en la vida cotidiana
de la gente ha ido mermando. Parece imposible, pero es así. De
modo que nos sobran motivos para ser optimistas, aunque nos
rompa el corazón el destino de los que aún son objeto de violen-
cia. La buena noticia es que se trata de una experiencia cada vez
más infrecuente, desde hace mucho tiempo.

105
La violencia, que incluye la guerra, no es un rasgo invariable
de la naturaleza humana. Su incidencia ha ido reduciéndose con
el tiempo. No estamos condenados a sufrir una cantidad constan-
te de violencia en el mundo. La violencia tiene altibajos, pero hace
mucho que está en baja, y las ciencias sociales y políticas nos ayu-
dan a entender por qué. Los estudiosos del tema han acumulado
y contrastado vastas pruebas de que los liberales clásicos del pa-
sado tenían razón en sostener que la clave para garantizar la paz
es la libertad, particularmente la libertad de cuestionar y criticar
a los gobiernos, y la de comerciar, viajar e invertir en el exterior.

¿Tienen que “chocar” las civilizaciones o los países?


Hay una tesis famosa según la cual el mundo enfrenta un “cho-
que de civilizaciones”. De acuerdo con el politólogo Samuel
Huntington, “occidente” está en decadencia, entre otras cosas,
porque los “países occidentales” controlan militarmente una
porción menor del planeta. En su opinión, las “civilizaciones”
tienen intereses contrapuestos, y si una asciende, otras deben
caer.
Huntington presentaba muchas perspectivas interesantes
en su libro, pero tenía un conocimiento escaso de la economía
política de las interacciones humanas. Su comprensión de la
economía era limitada y no entendía la importancia del comer-
cio voluntario, que es una característica común de las civiliza-
ciones y el medio por el cual se enriquecen mutuamente. En
cambio, suscribía a la visión de las relaciones sociales como un
juego de suma cero58.
Aquí, por ejemplo, se observa uno de los modos principa-
les en que medía la “decadencia” de una civilización.

106
En 1490, las sociedades occidentales controlaban
la mayor parte de la península europea fuera de los
Balcanes, o casi 4 millones de kilómetros cuadrados
de una superficie terrestre total de 135 millones de
kilómetros cuadrados (aparte de la Antártida). En
1920, el momento de máxima expansión territorial,
occidente gobernaba directamente alrededor de 66
millones de kilómetros cuadrados, casi la mitad de la
superficie terrestre del planeta. En 1993, ese control
territorial se había reducido a la mitad, a alrededor
de 33 millones de kilómetros cuadrados. Occidente se
había replegado a su centro original en Europa, más
sus vastas tierras pobladas por colonos en América del
Norte, Australia y Nueva Zelanda. El territorio de las
sociedades islámicas independientes, por el contrario,
creció de casi 5 millones de kilómetros cuadrados
en 1920 a unos 30 millones en 1993. Se produjeron
cambios similares en el control de la población. En
1900, los occidentales conformaban aproximadamente
el 30 por ciento de la población mundial, y los
gobiernos occidentales regían casi el 45 por ciento de
la población en ese entonces, y el 48 por ciento en 1920.
En 1993, excepto por algunos escasos vestigios del
imperio, como Hong Kong, los gobiernos occidentales
no regían más que a la población de occidente59.

¿Eso es decaer? Analicemos el caso de uno de esos países


occidentales y su imperio. El Reino de los Países Bajos controló
lo que más tarde sería Indonesia entre 1800 y 1942, cuando
la región fue conquistada por el Imperio Japonés. El gobier-
no holandés volvió después de la guerra y luchó durante casi

107
cinco años por restablecer su control colonial, pero fracasó, e
Indonesia consiguió su independencia en 1950.
Naturalmente, si seguimos la tesis de Huntington, cabría
esperar que esa derrota hubiera traído aparejado el declive
del pueblo holandés. ¿Pero hubo un declive? Tomando el po-
der adquisitivo del dólar estadounidense en 1990 como vara
para medir el ingreso, en 1950, el PIB per cápita (es decir, el
ingreso por persona) de los Países Bajos era de US$5.99660.
¿Y en 2010? Medido en dólares estadounidenses de 1990, el
PIB per cápita de los Países Bajos era de US$24.303, lo que
representa un aumento del 305 por ciento61. La “pérdida” de
las Indias Orientales Neerlandesas como posesión colonial no
constituyó ningún desastre para los holandeses. Ni mucho
menos. Dejaron de enviar jóvenes a luchar y hordas de buró-
cratas a administrar. Ahora, cuando los holandeses quieren
algo de Indonesia, pueden comprarlo sin tener que derramar
su sangre y derrochar su dinero en suelo extranjero. Ocurre
que el comercio es mucho más ventajoso que el imperialismo
para los holandeses, y mucho más para los indonesios, cuyo
PIB per cápita (medido, una vez más, en dólares de EE.UU
constantes de 1990) pasó de US$817 en 1950 a US$4.722 en
2010, un aumento del 478 por ciento62.
En realidad, la prosperidad de una nación no necesariamen-
te significa la pobreza de otra. Que mi socio comercial prospe-
re es bueno para mí. Como explicó el economista Jean-Baptiste
Say en 1803 (aunque fueron pocos los que lo escucharon):

Una buena cosecha no solo es favorable para el


agricultor, sino también para quienes comercian con
todas las materias primas en general. Cuanto mejor sea la

108
cosecha, mayores serán las compras de los agricultores.
Por el contrario, una mala cosecha perjudica las ventas
de todas las materias primas. Y lo mismo ocurre con
los productos de la manufactura y el comercio. El éxito
de una rama del comercio brinda medios de compra
más abundantes y, en consecuencia, abre un mercado
para los productos de todas las demás ramas, mientras
que el estancamiento de un canal de manufactura o de
comercio se siente en todo el resto63.

Los nacionalistas económicos de los países ricos se indig-


nan cuando leen que los chinos, los indios, los brasileños o
los ghaneses se están enriqueciendo. Después de todo, si los
más pobres se enriquecen, ¡debe de ser que los más ricos se
empobrecen! Pero eso no solo es desagradable y mezquino,
sino que además se basa en un razonamiento equivocado. Los
canadienses (o los alemanes, los daneses, los estadounidenses,
los japoneses y quien sea) no deberían enfurecerse si los chinos
o los indios se vuelven más ricos; si comercian con ellos, es
ventajoso para ellos que sus clientes puedan pagar más por los
productos que les ofrecen. Y lo mismo puede decirse de los co-
reanos y keniatas, los habitantes de Virginia y los de Vermont,
los agricultores y los trabajadores fabriles.
Si todas las interacciones económicas fueran interacciones
de suma cero, los intereses de las naciones serían irreconciliable-
mente opuestos. Y si así fuera, el conflicto sería inevitable. Hun-
tington podría haber tenido razón. Pero estaba equivocado64.

109
¿El imperialismo mercantilista es una propuesta
ganadora?
Si bien unas pocas voces se alzaron contra la guerra y el im-
perio a lo largo de los tiempos, no hubo, por desgracia, una
condena generalizada de la práctica de invadir otros países,
esclavizar a sus habitantes y confiscar sus bienes. La creciente
conciencia de las ventajas del comercio basado en las liberta-
des individuales y del perjuicio que la injusticia y la violencia
ocasionan a quienes las cometen, fue la que sentó las bases de
una crítica ética de la invasión y la conquista. No es extraño
que el filósofo moral que publicó La teoría de los sentimientos
morales en 1759 condenara más tarde la “insensatez e injusti-
cia” de la colonización europea en su libro de 1776:

La insensatez y la injusticia parecen haber sido los


principios que rigieron y dirigieron el primer proyecto
del establecimiento de esas colonias; la insensatez
de ir a la caza de minas de oro y plata, y la injusticia
de codiciar la posesión de un país cuyos inofensivos
nativos, lejos de haber dañado alguna vez a las gentes
de Europa, recibieron a los primeros aventureros con
todos los gestos de bondad y hospitalidad posibles65.

Adam Smith comprendía que el imperialismo “no paga”,


por lo menos para la mayoría de la gente, y que el costo total de
los imperios es mucho, pero mucho mayor que la suma de todos
los beneficios que puedan cosechar. El filósofo moral y econo-
mista escocés señaló que, más allá de las injusticias ocasionadas,
tales aventuras militares e imperios les cuestan mucho más a los
contribuyentes que la suma de todos los beneficios posibles.

110
Se ha establecido un gran imperio con el único fin de
erigir una nación de clientes que se vean obligados
a comprar, en las tiendas de nuestros diversos
productores, todos los bienes que estos puedan
proveerles. En nombre de esa pequeña mejora de
precio que ese monopolio podría proporcionar a
nuestros productores, los consumidores internos han
asumido la carga de todo el gasto que implica mantener
y defender el imperio. Para ello, y nada más que para
ello, en las últimas dos guerras, se gastaron más de
doscientos millones y se contrajo una deuda de más de
ciento setenta millones, además de todo lo gastado con
el mismo propósito en guerras anteriores. El interés de
esa deuda, por sí mismo, no solamente excede todas
las ganancias extraordinarias que el monopolio del
comercio colonial hubiese podido aspirar a tener, sino
que también es superior al valor total de ese comercio
o al valor total de los bienes que, en promedio, se han
exportado anualmente a las colonias66.

En realidad, el colonialismo y el imperialismo, así como las


guerras de conquista y subyugación que conllevaron, no bene-
ficiaron a los habitantes de los países colonizadores, es decir,
a quienes pagaron los impuestos, abastecieron a los ejércitos
y sobrellevaron la carga del imperio. Por supuesto que hubo
beneficiarios: los contratistas y proveedores de la guerra, los
administradores burocráticos y los virreyes, los acreedores de
monopolios comerciales y tierras robadas, los traficantes de
bienes saqueados y trabajo forzado. Pero sus ganancias fueron
minúsculas en comparación con las pérdidas impuestas a los

111
sufridos contribuyentes del país colonizador y a los habitan-
tes conquistados de las colonias. Como señaló Adam Smith, el
mero interés sobre la deuda contraída para financiar las fuerzas
militares en acción excedió el valor del comercio generado. Des-
de una perspectiva general, fue una propuesta perdedora67.
En un comentario sobre el disparate cometido por el Im-
perio Británico, sugirió con sorna un método muy distinto,
menos destructivo y costoso, para satisfacer a los depredado-
res involucrados. Sería mucho mejor darles sin más a quienes
lucran con el conflicto bélico la misma suma que habrían obte-
nido con la guerra y el imperio, por una pequeña fracción del
costo de la guerra real, y ahorrarle al resto de la sociedad la
pesada carga de luchar y morir:

Desafortunadamente, tenemos una clase —la más


influyente de todas, además— que lucra con esas
guerras lejanas o con el pánico interno a una invasión
francesa. ¿Cómo podría perdurar su aristocracia sin ese
gasto en guerras y armamento? ¿No podría arribarse
a una solución menos costosa e inhumana para
solventarla? Cuando hablo con el ministro Rouher de
reducir los aranceles y pasamos a conversar de alguna
pequeña industria que emplea a algunas personas y un
pequeño capital, y que reclama más protección, suelo
sugerirle que, en lugar de interferir con el comercio del
país para alimentar y vestir a esos pequeños intereses
creados, más le valdría retirarlos de sus poco rentables
ocupaciones, conseguirles unas elegantes habitaciones
en el Hotel Louvre y hacer que se deleiten con carne
de venado y champaña a expensas del país por el resto

112
de sus días. ¿No se podría llegar a un acuerdo similar
con los hijos menores de nuestra aristocracia en lugar
de financiarlos con el proceso más costoso de todos: el
de la guerra y sus preparativos?68

En 1858, John Bright, otro fundador del movimiento por el


libre mercado en Inglaterra y, al igual que Cobden, miembro
antiimperialista del parlamento, comparó al Imperio Británico
y sus guerras con un sistema de asistencia social (“ayuda social
externa”) para los ricos.

No existe actuario que pueda calcular cuánto de


la riqueza, la fortaleza ni la supremacía de las
familias terratenientes de Inglaterra proviene de una
participación non sancta en el fruto del trabajo de la
gente, que les fuera arrebatado por medio de todos
los recursos impositivos y dilapidado en todos los
crímenes que pudiera cometer un gobierno. Cuanto
más se examine el tema, con más certeza se llegará a
la conclusión a la que he llegado yo: que esta política
exterior, este respeto por “las libertades de Europa”,
esta preocupación por “los intereses protestantes”, este
amor excesivo por el “equilibrio de poder” no es más
ni menos que un gigantesco sistema de ayuda social
externa para la aristocracia de Gran Bretaña69.

Algunos ingleses, como los que prestaban servicios al ejér-


cito y hasta “los hijos menores de la aristocracia” que zarpa-
ban hacia su destino de gobernadores coloniales u oficiales
militares, se beneficiaban a expensas tanto de los colonizados
como del resto de la población británica. Pero no hay duda de

113
que el pueblo de Gran Bretaña, en su conjunto, no se benefició.
Todo lo contrario: tras un riguroso análisis del gasto, la inver-
sión, los impuestos y demás finanzas del Imperio Británico,
en su estudio Mammon and the Pursuit of Empire: The Economics
of British Imperialism, Lance E. Davis y Robert A. Huttenback
concluyeron que

sin duda, los británicos, en su conjunto, no se vieron


beneficiados económicamente con el Imperio, como
sí lo hicieron determinados inversores. En el Imperio
en sí, el grado de beneficio dependía de a quién se le
preguntara y del cálculo que se hiciera. Para las colonias
de asentamientos blancos, la repuesta es inequívoca:
pagaron poco y recibieron mucho. Los colonos blancos,
cuando los había, casi con certeza también salieron
favorecidos. En cuanto a la población autóctona, si
bien se le daba una canasta de productos del gobierno
a precios verdaderamente mayoristas, no hay indicios
de que, de haber tenido libertad de elección, hubieran
comprado precisamente los productos ofrecidos, aun a
precio de oferta70.

El imperialismo no favorece económicamente a la pobla-


ción de la potencia colonial en su conjunto, aunque debe favo-
recer a algún subgrupo de dicha población o, de lo contrario,
no hubiera continuado. Los beneficiados son una muy peque-
ña minoría de la población, y sus ganancias son ínfimas en
comparación con las pérdidas que sufren los demás. Los inge-
nuos supuestos de demasiada gente, tanto a la izquierda como
a la derecha, sostienen que “si alguien gana, es porque otro

114
pierde”; “si alguien pierde, es porque otro gana”, y “lo que se
gana de un lado, se pierde del otro”. Esos supuestos son falsos.
Estamos rodeados de lo que los científicos sociales llaman
juegos de suma positiva, y que, para la mayoría de la gente,
son situaciones en las que todos ganan, en las que ambas par-
tes de una transacción se ven beneficiadas. Cuando un cliente
le compra algo a un comerciante, le dice “gracias”. Quien crea
que el mundo es un juego de suma cero se sorprendería al oír
que el comerciante y el cliente se dicen “gracias” mutuamen-
te. Ninguno de ellos pierde para hacerle un favor al otro. Lo
que gana uno no se equilibra con lo que el otro pierde: ganan
los dos. La suma de los beneficios no es cero sino un valor
positivo. Esas transacciones están por todas partes, pero son
pocos los que toman nota alguna vez del doble “gracias” de
los intercambios voluntarios de suma positiva.
Aún existe otra clase de interacción, conocida como juego
de suma negativa. También es posible, en casos de conflic-
to, no solamente que una parte pierda, sino que las pérdidas
sobrepasen largamente a las ganancias, e incluso que ambas
partes resulten perdedoras. (Para aclarar esto, debe advertir-
se que un juego de suma negativa puede incluir a ganadores
netos. Un ladrón que apuñala a alguien para robarle dinero
puede obtener US$10, pero la víctima no pierde solo US$10,
sino su vida. Uno obtiene una ganancia escasa imponiéndole
al otro una pérdida absoluta. También puede suceder que am-
bos pierdan, si, por ejemplo, pelean y los dos resultan muertos
o gravemente heridos, todo en un conflicto por US$10 que el
ladrón esperaba robar.)

115
Alguna vez, las incursiones vikingas reportaron a los sa-
queadores embarcaciones repletas con el botín obtenido. La
Flota de Indias trajo metales preciosos —extraídos de la tie-
rra por mano de obra esclava— a España desde las colonias
reales; eso al menos enriquecía a la corte (aunque resultó de-
sastroso para el país en general). En algún momento, los pi-
ratas fueron una gran amenaza para quienes se aventuraban
al mar. Pero el mundo cambió. En el caso de las incursiones
militares de los últimos dos siglos, los perjuicios impuestos a
los pueblos colonizados no derivaron en ganancias para las
poblaciones —consideradas en conjunto— de los países cu-
yos Estados se involucraron en aventuras imperiales. Cier-
tamente, hubo ganadores netos (los intereses especiales que
suministraban pertrechos a la milicia, por ejemplo), pero las
ganancias eran mucho menores que las pérdidas, no solo para
los colonizados u ocupados, sino también para el pueblo de
la potencia de ocupación. Y en el caso de las guerras globa-
les, como la Primera y Segunda Guerra Mundial, las pérdidas
para ambas partes fueron inauditas. Al finalizar la Segunda
Guerra Mundial, Europa y gran parte de Asia estaban en rui-
nas, y las poblaciones de ambos continentes padecían racio-
namiento de alimentos e incluso hambrunas. Son la paz y el
comercio, y no la guerra, los que proporcionaron la base para
las recuperaciones económicas posteriores al conflicto71.
Los más firmes oponentes al imperialismo y las incursio-
nes militares en el extranjero, ya sea en Francia, Inglaterra o
Alemania, fueron los más comprometidos defensores del li-
bre comercio. El primer ganador del premio Nobel, Frédéric
Passy, fue un destacado economista partidario del libre co-
mercio, fundador de la Sociedad Francesa para el Arbitraje

116
Internacional, y amigo y colaborador de Richard Cobden y
John Bright. El famoso activista por la paz explicó que:

a pesar de demasiadas lamentables excepciones, la


tendencia prevalente es la regla de la armonía y el
acuerdo universal, que tan bien expresa la idea sublime
de la unidad y la fraternidad de la raza humana. La
primavera de ese movimiento es el intercambio. Sin
intercambio, los seres humanos y pueblos enteros son
hermanos perdidos que se convierten en enemigos. A
través del intercambio, estos aprenden a amarse unos a
otros. Sus intereses los reconcilian, y esa reconciliación
los ilumina. Sin intercambio, cada uno se queda en su
rincón, separado de todo el mundo, de algún modo
expulsado del conjunto de la creación (…) La doctrina
de la prohibición y la restricción no solo predica el
aislamiento y la desolación, sino que también condena
a la humanidad a la enemistad y el odio72.

Passy dedicó su obra a promover la libertad de comercio y


las instituciones de arbitraje internacional como instrumentos
para fomentar la paz y evitar la guerra.
Lo que ocurría con los críticos de la guerra y el imperio en
Europa también se aplicaba a los críticos de las ambiciones y
proyectos del imperialismo estadounidense. La Liga Antiimpe-
rialista fundada en 1898 estaba formada por líderes empresar-
iales, escritores y académicos para oponerse a las incursiones
militares de Estados Unidos. Uno de sus miembros, el profe-
sor de Yale William Graham Sumner, en su famoso ensayo de
1898 “La conquista de Estados Unidos por España”, sostenía

117
que, aunque Estados Unidos había derrotado militarmente al
Imperio Español y se había apoderado de Guam, Puerto Rico
y las Filipinas, en realidad habían sido los principios de dicho
imperio los que habían conquistado a Estados Unidos.
Al concluir su emotiva denuncia del imperialismo y la
guerra, Sumner expresó: “Hemos derrotado a España en un
conflicto militar, pero estamos sujetos a que este país nos con-
quiste en el campo de las ideas y políticas. El expansionismo y
el imperialismo no son más que las viejas filosofías de la pros-
peridad nacional que llevaron a España al lugar donde ahora
se encuentra. Esas filosofías apelan a la vanidad y la codicia
nacionales. Son seductoras, especialmente a primera vista y
aplicando el más superficial de los juicios, y, por lo tanto, es
innegable que producen un efecto popular muy fuerte. Son
espejismos y nos llevarán a la ruina, a menos que seamos los
suficientemente realistas como para resistirlos”73.

¿Qué sucede con la “Guerra por petróleo (y otros


recursos)”?
Una verdadera ocupación colonial es mucho más inusual en
la actualidad (aunque aún hay ejemplos), pero no es inusual
escuchar, en numerosos países, a personas que afirman que
el derrocamiento de gobiernos extranjeros, el uso de la fuerza
militar y la amenaza de declaración de guerra, y otros ejerci-
cios de poder gubernamental que exceden las fronteras nacio-
nales son necesarios para obtener recursos. Es una inversión
de la lógica mercantilista clásica refutada los economistas una
y otra vez. Las autoridades en ocasiones argumentan que una
guerra debe librarse por razones económicas. En la era actual,

118
sostienen que deben emplearse sangre y dinero para lograr el
acceso al petróleo. En 1990, el entonces secretario de Estado,
James Baker, testificó ante el Congreso de Estados Unidos para
apoyar el inicio de la Guerra del Golfo Pérsico contra el régi-
men de Saddam Hussein. Apuntó a “los efectos sobre nuestra
economía” y afirmó que:

no se trata de aumentos en el precio del litro de


combustible en la gasolinera local. No se trata
simplemente de una cuestión limitada al caudal de
petróleo proveniente de Kuwait e Irak. Se trata, más
bien, de un dictador que, actuando en solitario y sin
nadie que lo desafíe, podría ahogar el orden económico
global y determinar por decreto si todos nosotros
entramos en una recesión o incluso en la sombra de una
depresión74.

Uno de sus predecesores, Henry Kissinger, había adverti-


do previamente en Los Angeles Times que el dictador de Irak,
Saddam Hussein, tenía “la capacidad de provocar una crisis
económica mundial”75. El tema del acceso al petróleo volvió a
plantearse en la segunda invasión a Irak encabezada por Esta-
dos Unidos. Entre otros fracasos, quienes apoyaron el inicio de
una guerra por el petróleo se equivocaron en su comprensión
de economía básica.
William Niskanen, en ese entonces presidente del Cato Ins-
titute, ex miembro del Consejo de Asesores Económicos del
presidente Reagan y distinguido economista académico, afir-
mó, en un debate público con el ex director de la CIA James
Woolsey:

119
En 1991 como en 2001, el petróleo no vale la pena
una guerra. El petróleo sirve a los intereses de quien
sea que lo controle, solo si nos los vende a nosotros
y a otros en el mundo. Y los intereses nacionales de
Estados Unidos son independientes de la cuestión de
quién es dueño de ese petróleo, con la excepción de
la cuestión relativa a la riqueza de ese país. Ahora ese
sería el caso si se tratara de semillas de soja, en lugar de
petróleo, y es independiente de si importamos mucho
petróleo o si fuéramos exportadores. El precio del
petróleo en Japón es el mismo que en Gran Bretaña,
de donde Japón importa todo su petróleo, ya que Gran
Bretaña se autoabastece ampliamente. Tenemos un
mercado mundial para este producto (…) De modo
que el petróleo no vale una guerra. No lo valía en 1991
y no lo vale ahora76.

Niskanen tenía razón. El petróleo es una materia prima y


tiene un precio global. Incluso los dictadores psicóticos se dan
cuenta de que, si no lo venden, su valor es escaso o nulo. De
hecho, enemigos declarados de Estados Unidos, como el falle-
cido dictador venezolano Hugo Chávez, comprendieron eso y
vendieron la mayor parte de la producción la empresa petrolí-
fera estatal a compradores estadounidenses.
Pero digamos que el caudal de petróleo o de algunos otros
recursos se redujera. ¿Qué pasaría entonces? Pues bien, la
economía nos aclara dos puntos importantes.
1. Las fuerzas armadas también son costosas. En realidad, es
casi invariablemente mucho más costosa que cualquier de-
terioro en el bienestar debido a restricciones de suministros

120
por parte de gobiernos extranjeros. Los defensores de la in-
tervención militar asumen que esas fuerzas armadas son
gratuitas. No lo son77.
2. Los individuos que interactúan en los mercados ya han
descubierto mecanismos para manejar las reducciones de
suministros, principalmente el mecanismo de los precios;
los precios brindan incentivos para asignar los bienes, en-
tre usos que compiten entre sí, al uso de máximo valor
(cuando los precios aumentan, “economizamos” en el uso
de los recursos escasos); el aumento de los precios no solo
incentiva la conservación del recurso, sino que también au-
menta la oferta y el cambio por productos sustitutos (en el
caso del petróleo, los sustitutos incluyen gas natural, ener-
gía hidráulica, energía solar y otras formas de energía).
Depender de los mercados es mucho, pero mucho menos
costoso que recurrir a la fuerza militar78.
Por supuesto, el pensamiento mercantilista y la falta de
consideración de los costos de las intervenciones militares no
son exclusivos del gobierno estadounidense. Políticas simila-
res llevaron a la ruina a la Unión Soviética (cada nuevo esta-
do satélite se agregaba al imperio e imponía penosas cargas
sobre la potencia imperialista), y la República Popular China
ha pagado, durante algunos años, primas sustanciales por ac-
ceder al petróleo y otras materias primas. La política ha sido
bastante costosa para los contribuyentes chinos, dado que el
Estado paga más que el precio de mercado (sin contar los estí-
mulos adicionales para los responsables de las decisiones po-
líticas en otros países) y luego subsidia el uso de tales recursos
para empresas estatales que generan pérdida79.

121
El gobierno de Francia ha trabajado, durante varias déca-
das, para obtener concesiones especiales destinadas a firmas
comerciales de ese país en África Occidental; tales concesiones
surgen a expensas de los consumidores africanos y los con-
tribuyentes franceses. El mencionado gobierno procuró bene-
ficiar a empresas de titularidad francesa a través del mante-
nimiento del franco CFA (sigla cuyo significado original fue
Colonies françaises d’Afrique, entre 1945 y 1958; luego Commu-
nauté française d’Afrique; y posteriormente, después de la in-
dependencia de las colonias francesas, Communauté Financière
Africaine), de ayuda externa (una carga para los contribuyen-
tes franceses, ya que la ayuda externa de Estados Unidos es
para los contribuyentes estadounidenses y la ayuda externa
de China es para los contribuyentes chinos), y del apostamien-
to de las fuerzas armadas francesas y la intervención militar
periódica. Los beneficiarios netos no son “los franceses”, son
los intereses favorecidos que se benefician a expensas del resto
de la población francesa. Como el entonces presidente francés
Nicolas Sarkozy deslizó en una conversación (que fue escu-
chada por periodistas) con el presidente electo de Togo, Faure
Gnassingbé (quien había sido elegido con el apoyo de Fran-
cia), “cuando eres amigo de Francia, tienes que pensar en em-
presas francesas”. El mensaje fue inequívoco y permitió dar
un vistazo al mundo del amiguismo moderno80.
De manera similar, el gobierno ruso, durante la administra-
ción del presidente Putin, buscó crear favores a las empresas
rusas, tanto estatales como privadas, mediante una agresiva
política exterior que incluyó invasiones a países vecinos y la in-
corporación de territorio, así como la creación de una “Unión
Aduanera Euroasiática”. El resultado ha sido perjudicial para

122
los consumidores y contribuyentes rusos, pero beneficioso para
los propietarios y gerentes de las empresas cercanas al Kremlin,
especialmente para los “siloviki” (ministerios de Defensa, Inte-
rior y Seguridad rusos), que proporcionan la fuerza y el respaldo
para el régimen cada vez más autoritario de ese país81.
El libre intercambio es una forma mucho más satisfactoria
de obtener acceso a recursos que el ejercicio del poder estatal
en cualquier de sus formas. El mercantilismo, el imperialismo
y el militarismo benefician a intereses particulares limitados,
pero estos son contrarios al interés público. Esos sistemas son
propuestas perdedoras.

Falacias económicas y relaciones internacionales


Frédéric Bastiat, uno de los grandes paladines de la paz y la
libertad, y uno de los mayores exponentes de los valores del
liberalismo clásico, anunció una misión clave de la economía
política libertaria: explicar que el comercio es mutuamente be-
neficioso, mientras que la guerra es mutuamente destructiva.

Nuestra misión es luchar contra este falso y peligroso


sistema de economía política que considera que la
prosperidad de una persona es incompatible con la
prosperidad de otra, lo cual equipara al comercio con
la conquista, y al trabajo productivo con la dominación
explotadora. En tanto tales ideas sigan teniendo
aceptación, el mundo jamás tendrá un día de paz. Más
aún, la paz sería una idea incoherente y absurda82.

La persistencia de teorías completamente desacreditadas


tales como la de la “balanza comercial” —la idea de que “el

123
comercio de una nación es ventajoso en la proporción en que
sus exportaciones superen sus importaciones”83— ha causado
un gran perjuicio al mundo. Rechazar doctrinas espurias no
es una cuestión de ideología política, sino de un sólido crite-
rio económico, independientemente de la visión que se pueda
tener del mundo. Como sostenía Paul Krugman, economista
especializado en comercio:

El conflicto entre naciones, que tantos intelectuales


políticos imaginan como algo predominante, es una
ilusión, pero una ilusión tal que puede destruir la realidad
de obtener ganancias mutuas derivadas del comercio.84

Resulta asombroso el mero desconocimiento de los naciona-


listas económicos y sus propuestas mercantilistas, de personas
que insisten en que los países en desarrollo más pobres son una
amenaza para los países desarrollados, o viceversa, porque unos
u otros atraerán simultáneamente inversión extranjera neta y
además se llevarán los superávits comerciales85. Tenemos la es-
peranza de que tal desconocimiento disminuya ante un sólido
análisis económico, y de que no debamos esperar mucho más
hasta el día previsto por Jean-Baptiste Say:

Llegará el día, tarde o temprano, en que las personas se


pregunten cuál es la necesidad de tomarse tanto trabajo
para exponer la insensatez de un sistema, tan infantil
y absurdo, y que, sin embargo, tan a menudo debe
imponerse a punta de bayoneta86.

124
Los bienes no pueden cruzar las fronteras, pero los
ejércitos sí
La libertad de comercio e inversión genera paz entre las na-
ciones. No elimina la posibilidad de la guerra entre Estados,
pero sí la reduce, y ese es un logro que vale la pena. Desde
hace mucho tiempo, los liberales clásicos han relacionado la
paz y el comercio. Como afirmó el liberal clásico alemán John
Prince-Smith en 1860:

La interconexión internacional entre los intereses


derivados de la libertad de comercio es el medio más
eficaz para evitar las guerras. Si hubiéramos progresado
hasta el punto de ver un buen cliente en cada extranjero,
habría una inclinación mucho menor a dispararle87.

Ahora comprendemos mejor la fuerte conexión positiva,


no solo entre la paz y la libertad de comercio, sino incluso en-
tre la paz y el volumen del comercio. A mayor flujo de comer-
cio e inversiones transfronterizo, menor será la posibilidad de
una guerra.
En 1748, el filósofo y pensador político francés Montes-
quieu señaló, en su influyente libro El espíritu de las leyes, que

el efecto natural del comercio es conducir a la paz.


Dos naciones que comercian entre sí dependen
recíprocamente la una de la otra; si una tiene interés
en comprar, la otra tiene interés en vender, y todas las
uniones se basan en necesidades mutuas88.

Tal como Solomon W. Polachek y Carlos Seiglie concluye-


ron luego de estudiar conflictos: “Las naciones que comercian

125
cooperan más y contienden menos. Una duplicación del co-
mercio lleva a una disminución de la beligerancia de un 20
por ciento”89. El comercio transfronterizo —y especialmente
la inversión transfronteriza— hace que a la gente le interese
mantener la paz. Quienes tienen más relaciones comerciales o
inversiones transfronterizas de manera continua estarán me-
nos inclinados a apoyar una guerra contra sus clientes y socios
comerciales. Cuanto más dependa el sustento de la gente del
mantenimiento del comercio, mayor será su apoyo a la paz,
dado que habrá más voces que se alcen contra la interrupción
de esas valiosas relaciones. Y cuanto mayor sea el volumen de
las inversiones transfronterizas, más respaldo tendrá la paz,
por la muy comprensible razón de que a nadie le gusta ver
cómo sus pertenencias son bombardeadas y destrozadas90.
Como es de amplio conocimiento, la absurda y destructiva
política de “proteccionismo comercial” (es decir, levantar ba-
rreras al comercio para “proteger” a los productores internos
existentes) de la década de 1930 contribuyó sustancialmente
tanto a la Depresión como a la guerra mundial subsiguiente91.
De hecho, esto fue pronosticado por los 1.028 economistas es-
tadounidenses que firmaron una petición contra las restriccio-
nes comerciales extremas impuestas sobre más de veinte mil
productos importados que fueron aprobadas por el Congreso
en 1930. Este golpe a los consumidores (y exportadores) desa-
tó una ola de proteccionismo en todo el mundo, profundizó
y amplió la Depresión en Europa y Estados Unidos, llevó al
colapso del comercio mundial, y ayudó a preparar el terreno
para la guerra. Las palabras finales de la petición fueron: “Una
guerra de tarifas no proporciona un suelo adecuado para el
crecimiento de la paz mundial”92. Y así fue.

126
Después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, Ha-
rry Truman, presidente de Estados Unidos, observó en 1947:

En este momento en particular, el mundo entero está


concentrando gran parte de sus pensamientos y energía
en alcanzar los objetivos de paz y libertad. Tales objetivos
están completamente ligados a un tercer objetivo: el
restablecimiento del comercio mundial. De hecho, los tres
—paz, libertad y comercio mundial— son inseparables.
Las duras lecciones del pasado lo han comprobado.

En ese discurso, el presidente Truman mencionó que “a


medida que se libraba cada batalla de la guerra económica
de los treinta, el resultado trágico inevitable se hacía cada vez
más evidente”93.

Una visión ancestral


La comprensión de que el comportamiento pacífico y el co-
mercio están conectados data de mucho tiempo atrás. En el
Canto IX de la Odisea, el poeta griego Homero describe a los
Cíclopes, que comen a quienes llegan a su isla, como salvajes.
Carecen de las instituciones de la civilización, en particular, la
deliberación, las leyes y el comercio.

No tienen ágoras donde se reúnan para deliberar, ni


leyes tampoco,
sino que viven en las cumbres de los altos montes,
dentro de excavadas cuevas,
cada cual impera sobre sus hijos y mujeres,
y no se entretienen los unos con los otros.
...

127
Pues los Cíclopes no tienen naves de rojas proas,
ni poseen artífices que se las construyan de muchos bancos,
como las que transportan mercancías a distintas poblaciones
en los frecuentes viajes que los hombres efectúan por
mar yendo los unos en busca de los otros94.

El debate, la discusión, la crítica, el comercio, los viajes, las


inversiones y otros elementos de las sociedades libres no hacen
que las guerras sean imposibles, pero sí mucho menos proba-
bles. Limitan y reducen la violencia salvaje. Y hay mucho para
decir sobre eso.

¿Quién decide?
Los liberales clásicos siempre han comprendido que es in-
genuo y superficial asumir que las guerras libradas por las
élites gobernantes son, de algún modo, ventajosas para las
poblaciones regidas por los Estados beligerantes. El histo-
riador Parker T. Moon lo dijo muy claramente en su libro
Imperialismo y política mundial:

El lenguaje a menudo oscurece la verdad. Más de lo


que normalmente advertimos, los trucos de la lengua
ciegan nuestros ojos a los hechos de las relaciones
internacionales. Cuando usamos el bisílabo “Francia”,
pensamos en este país como una unidad, una entidad.
Para evitar una repetición incómoda, usamos un
pronombre personal para referirnos a un país —
cuando, por ejemplo, decimos “Francia envió sus
tropas a conquistar Túnez”— y atribuimos no solo
unidad sino también personalidad a ese país. Las
mismas palabras ocultan los hechos y convierten a las

128
relaciones internacionales en un glamoroso drama en
el cual las naciones personalizadas son los actores, y,
con demasiada facilidad, olvidamos que los hombres y
mujeres de carne y hueso son los verdaderos actores.
¡Qué diferente sería si no tuviéramos una palabra como
“Francia” y, en cambio, debiéramos decir “treinta
y ocho millones de hombres, mujeres y niños con
diversos intereses y creencias, que habitan los 565.000
kilómetros cuadrados de territorio”! Así podríamos
describir la expedición a Túnez con mayor precisión
diciendo algo así como: “Algunos de estos treinta y
ocho millones de personas enviaron a otros treinta mil
a conquistar Túnez”. Esta forma de explicar el hecho
inmediatamente sugiere una pregunta o, mejor dicho,
una serie de preguntas. ¿Quiénes son esos “algunos”?
¿Por qué enviaron a los treinta mil a Túnez? ¿Y por qué
esos treinta mil obedecieron?
No son “naciones” sino hombres los que construyen un
imperio. El problema que se nos plantea es descubrir
a los hombres, a las minorías activas e interesadas de
cada nación, las que están directamente interesadas en
el imperialismo, y luego analizar las razones por las
cuales las mayorías pagan los costos y libran las guerras
que necesita la expansión imperialista95.

Decir que “el País X libró una guerra o envió soldados a


invadir el País Y” es, en el mejor de los casos, una abreviatura
de las complejas actividades detrás de una guerra; de hecho,
cierto grupo de personas del País X tomó decisiones con serias
consecuencias para otros, y la tarea de un científico social serio
es comprender cómo y por qué se tomaron esas decisiones y

129
por qué otros las llevaron a cabo. La guerra es una decisión, al
menos para la parte agresora. El intento de sumar a todas las
personas, todos los intereses y todas las opiniones de un país
y unirlos en un solo agente orgánico que toma decisiones no
solo es un ejemplo de sinsentido místico, sino que, peor aún,
nos hace perder de vista todas las preguntas importantes de
la ciencia política. Sin embargo, ese es el enfoque que adoptan
demasiados comentaristas, analistas e ideólogos de la guerra
y el conflicto. No logran comprender las cuestiones involucra-
das porque son colectivistas no solo en relación a la morali-
dad, sino también a los métodos de la ciencia social. Piensan
que un país, que está conformado por una enorme cantidad de
individuos diferentes y sus relaciones complejas (familias, co-
nexiones, partidos políticos, empresas, afiliaciones religiosas,
y así sucesivamente), es un solo individuo similar a todos los
individuos que la componen96. Ese es un pensamiento carente
de rigurosidad que trae serias consecuencias.
Las decisiones se adoptan; no son algo que simplemen-
te sucede. Respondemos a incentivos, pero también estamos
motivados por ideas. Las ideas insensatas respaldan políticas
insensatas que crean incentivos perversos, e incluso catastrófi-
camente peligrosos.
Si deseamos la paz, debemos defenderla. Si se hace una de-
fensa de la guerra, tal defensa debe objetarse. No existe tal cosa
como estar “indeciso” sobre la guerra. Es una decisión binaria.
Si no estamos a favor, entonces debemos estar en contra; en la
misma guerra no existe neutralidad. La destrucción causada
por una guerra, la pérdida de vidas inocentes y el desperdi-
cio que esto implica, crean una presunción extremadamente

130
elevada en contra de iniciar una guerra. Además, si deseamos
que otros quieran la paz, no solo debemos expresarnos a favor
de ella, sino combatir las falacias sobre “choques de civiliza-
ciones”, “conflicto económico”, “proteccionismo” y la visión
mundial de suma cero, así como apoyar activamente a las ins-
tituciones que crean incentivos para la paz, especialmente la
libertad de comercio, el viaje, la inversión, y los derechos de-
mocráticos de libertad de expresión y crítica a la política gu-
bernamental.
El desafío que propone el historiador Parker T. Moon, de
“analizar las razones por las cuales las mayorías pagan los
costos y libran las guerras”, es también nuestro desafío. Y
cuando comprendamos esas cuestiones, deberemos defender
lo que es correcto: la filosofía, la política económica, las ins-
tituciones, las políticas y la concreción de un mundo pacífico
de cooperación voluntaria.

131
7.
El temor a la guerra de la Ilustración estadou-
nidense
Por Robert M. S. McDonald

¿Cómo llegó la gente a ver la guerra no como una


oportunidad para la gloria, no como el primer recurso,
sino como el último? ¿Cuál es el origen del principio de
control civil del ejército? ¿Qué papel tuvo la Ilustración de
Estados Unidos en el proceso y quiénes fueron las figuras
clave? Robert M. S. McDonald es profesor asociado de
la Academia Militar de Estados Unidos y académico
adjunto del Cato Institute. Publicó muchos trabajos en
publicaciones académicas y libros sobre el período de
fundación de Estados Unidos y es una autoridad en la
vida y las ideas de Thomas Jefferson.

Alguna vez, la guerra era algo que se daba por sentado. Era
una parte normal e incluso positiva de la vida. De hecho, se
celebraba. No solo en un pasado lejano, sino también reciente-
mente. Winston Churchill, un reconocido estadista británico,
famoso por hacerle frente a la tiranía nacionalsocialista durante
la Segunda Guerra Mundial, se había ufanado de haber partici-
pado en “un montón de pequeñas guerras contra pueblos bár-
baros”. Según señaló: “Avanzábamos sistemáticamente, aldea

133
por aldea, y destruíamos las casas, rellenábamos los pozos
de agua, derribábamos las torres, talábamos los árboles que
daban sombra, quemábamos los cultivos y quebrábamos los
reservorios, devastando punitivamente”97.
Cuando se desató la Primera Guerra Mundial, las multi-
tudes celebraban en las calles de las capitales de Europa. La
guerra se festejaba en pos de la gloria nacional. También se
celebraba por sus supuestos beneficios económicos: el supues-
to “estímulo” que ofrece desviando los recursos productivos
hacia la fabricación de armas y otros instrumentos de destruc-
ción. (Si alguien cree que la falacia de que las ventanas rotas
y las vidas destruidas pueden darle impulso a la economía es
algo del pasado, tengan en cuenta que Paul Krugman, del New
York Times deseó tontamente una invasión alienígena para
“estimular” la economía de Estados Unidos98).
Actualmente, si bien la mayoría aceptaría que enfrentarse
bélicamente con un enemigo puede ser necesario para defen-
der nuestro país o nuestros derechos contra la agresión, la lu-
cha armada, sin duda, no es deseable en sí misma. La guerra es
generalmente vista como el último recurso —no el primero—,
y como una amenaza a la vida, la libertad y la prosperidad.
Esta actitud más moderna respecto de la guerra tiene su raíz
en la ilustración, un período de profunda reflexión sobre las
relaciones entre los seres humanos, que incluyó una reevalua-
ción de la guerra, que pasó a verse como un tipo negativo de
interacción humana, que rara vez servía para ennoblecer, ci-
vilizar o beneficiar a quienes peleaban o a las naciones por las
que peleaban. Thomas Jefferson escribió en 1797: “Aborrezco
la guerra, y creo que es el mayor mal de la humanidad99”.

134
Como sugiere la afirmación de Jefferson, la reevaluación
que hizo la Ilustración de la guerra fue especialmente profun-
da entre los pensadores que promovieron la Revolución de
Estados Unidos, pelearon por la independencia de las colo-
nias británicas en América del Norte y fundaron la Repúbli-
ca de Estados Unidos. La sentencia de Benjamin Franklin de
“que nunca ha habido ni habrá algo como una buena guerra
o una mala paz” era cierta cuando las provocaciones eran te-
nues y pasajeras100. Incluso cuando no —y cuando la guerra
parecía algo necesario— los fundadores de Estados Unidos
entendieron que la guerra tenía el potencial de promover la
libertad, pero también de ponerla en peligro. El conflicto ar-
mado puede ser necesario para garantizar la libertad y la in-
dependencia, pero sus efectos pueden ser perniciosos. James
Madison advertía: “De todos los enemigos a la libertad públi-
ca, la guerra es tal vez el que más debe temerse, ya que incluye
y desarrolla el germen de todos los demás”. La guerra, adver-
tía Madison, podía ser un instrumento de intereses especiales.
Era “la madre de los ejércitos”, las costosas instituciones que
generaban “deudas e impuestos”, y se unía a ellos para cons-
tituir “los instrumentos para someter a muchos al dominio de
unos pocos”. Además, en épocas de conflicto, el poder dis-
crecional del Ejecutivo se extiende; se multiplica su influen-
cia para entregar cargos, honores y emolumentos; y todos los
medios para seducir las mentes se suman a los de someter la
fuerza del pueblo”101. Como la guerra podía hacer tanto para
aumentar el poder del gobierno, también podía hacer mucho
para reducir la libertad de las personas.
Aun así, el propósito del gobierno, según se indica en la Decla-
ración de Independencia, era garantizar la libertad individual. Son

135
famosas las “verdades manifiestas” de que “todos los hombres
son creados iguales…dotados de ciertos derechos inalienables”,
como “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. A conti-
nuación están las siguientes palabras importantes, no tan citadas:

…para garantizar estos derechos se instituyen entre


los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes
legítimos del consentimiento de los gobernados; que
cuando quiera que una forma de gobierno se vuelva
destructora de estos principios, el pueblo tiene derecho
a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno
que base sus cimientos en dichos principios, y que
organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca
más probable que genere su seguridad y felicidad.

En otras palabras, cuando las personas concluyen que su


gobierno es destructivo para sus derechos a la vida, a la liber-
tad y a la búsqueda de la felicidad, pueden abolirlo e instituir
uno nuevo para garantizar su “seguridad y felicidad”102. (Tho-
mas Jefferson y el Congreso Continental no hablaron de gloria
o siquiera de un estímulo económico). El dilema central de la
Guerra de Independencia era cómo construir un ejército sufi-
cientemente poderoso como para derrotar al ejército y la ma-
rina de Gran Bretaña —la mayor superpotencia del mundo en
ese momento—, pero no tan poderoso como para amenazar la
libertad por la que se lanzó la Revolución. Era un interrogante
que produjo una tensión creativa que redundó en controles al
ejército y un equilibrio entre su capacidad para tomar acciones
decisivas y su sometimiento al control civil.
Conscientes de las usurpaciones por figuras similares a
Julio César y Oliver Cromwell— y prestando atención a las

136
enseñanzas acerca del deseo de poder inherente al ser huma-
no de escritores clásicos como Tácito y modernos como John
Trenchard y Thomas Gordon—, los miembros del Congreso
Continental recurrieron a George Washington, un delegado
de Virginia, como líder del Ejército Continental. Si bien mu-
chos factores lo convertían en un candidato atractivo para el
puesto, no hay que pasar por alto el hecho de que, después
de adquirir experiencia militar durante la guerra franco-india,
pasó la mayor parte de su vida adulta no con un uniforme,
sino como civil legislador en la “Cámara de los Burgueses”, la
asamblea de representantes de la Virginia colonial. La elección
de Washington fue importante para crear en Estados Unidos
una tradición de deferencia militar a los líderes políticos civi-
les, con quienes entabló una correspondencia cándida, pero
cuya autoridad jamás cuestionó103.
Teniendo en cuenta la forma en la que los miembros del
Congreso Continental criticaron la forma en la que Washin-
gton dirigiría la guerra, el hecho de que se haya sometido al
control civil es especialmente loable. Todo indica que, casi des-
de el comienzo, Washington pensó que el tiempo estaba del
lado de la nueva nación. Cuanto más se prolongara el conflic-
to, más daño se harían los británicos, alienando a la población
estadounidense a través del tratamiento brusco y en ocasiones
brutal que daban a los civiles. También era más probable que
una guerra más prolongada socavara la voluntad del gobierno
británico. Aun así, John Adams, ansioso por evitar que se pro-
longara el derramamiento de sangre, dijo en 1777: “Brindo por
una guerra corta y violenta”. Otros estuvieron de acuerdo. Las
críticas se tornaron especialmente intensas cuando las tropas
comandadas por Washington no lograron evitar la ocupación

137
británica de Filadelfia, una derrota se volvió más embarazosa
tras la victoria en Saratoga de las tropas del segundo al mando
del Ejército Continental, el Mayor General Horatio Gates. Sin
embargo, el paso del tiempo aumentó la aprobación de la pru-
dencia y la moderación de Washington, al igual que el hecho de
que consultara a los líderes civiles del Congreso Continental y
les mostrara deferencia104.
No todos los oficiales del Ejército Continental siguieron su
ejemplo. En una carta de 1782, el Coronel Lewis Nicola comuni-
có a Washington la opinión de muchos oficiales, que sostenían
que el gobierno basado en los Artículos de la Confederación era
demasiado débil como para respaldar eficazmente al ejército.
Washington estaba de acuerdo, pero rechazó el argumento de
Nicola de que una solución aceptable sería erigirlo como rey.
Respondió que la carta generó “sentimientos dolorosos… por
el hecho de que esas ideas circulen en el ejército”. La idea de
que el poder militar debe ser el cimiento del gobierno, en lugar
de lograr la aceptación popular y prestar servicio al pueblo ga-
rantizando sus derechos, era anatema para Washington y otras
figuras de la Ilustración de Estados Unidos105.
La hostilidad hacia los líderes civiles de la nueva república
volvió a surgir al año siguiente, cuando una carta anónima que
circuló entre los oficiales que acampaban con el Ejército Conti-
nental cerca de Newburgh, Nueva York. La carta, que lamen-
taba las perspectivas pobres en términos de paga, provisiones
y pensiones, exigía amenazar al Congreso si no cumplían con
las demandas de los oficiales. Washington, al enterarse de la
situación, convocó una reunión en la que hizo una entrada
dramática, y luego —mientras desplegaba una carta que iba
a leer en el encuentro— sorprendió a la audiencia poniéndose

138
un par de gafas, que en ese momento se tomaban como símbo-
lo de debilidad y de vejez. “Caballeros —dijo—, permítanme
ponerme los lentes, porque no solo he quedado gris, sino tam-
bién casi ciego, prestando servicio a mi país”. La afirmación
demostró a los oficiales hasta qué punto —un hombre que ha-
bía estado en el Ejército Continental, que se negaba a aceptar
una remuneración del Congreso Continental y tenía agujeros
de bala en su chaqueta— ejemplificaba el ideal de virtud. Si la
“Conspiración de Newburgh” representaba alguna amenaza
para el control civil del gobierno estadounidense, todo riesgo
se desvaneció en ese momento106.
Comparado a menudo con Cincinnatus, el guerrero-esta-
dista del siglo V a.C. que renunció al poder tras derrotar a los
enemigos de Roma, Washington renunció a su nombramiento
al final de la guerra. No tuvo inconvenientes en regresar a su
vida privada. En los meses posteriores a su victoria de 1781 en
Yorktown, estaba ansioso por dejar la guerra atrás. “Mi pri-
mer deseo —escribió— es que esta plaga para la humanidad
desaparezca de la Tierra, y que los hijos e hijas de este mundo
se dediquen a cosas más placenteras inocentes que a prepa-
rar implementos y usarlos para la destrucción de la raza hu-
mana”. Esperaba que, si la guerra seguía como una tradición
europea, jamás se consolidara como una estadounidense: “En
lugar de pelear por el territorio, dejen que los pobres, los ne-
cesitados y los oprimidos de la tierra, y todos los que quieran
tierras, recurran a la planicies fértiles de la región occidental
de nuestro país, la segunda tierra prometida, y que vivan allí
en paz, cumpliendo el primer y más grande mandamiento107”.
Incuso en la vida privada, los antiguos oficiales del ejér-
cito siguieron teniendo una gran influencia. Tenían un lugar

139
de prominencia entre el grupo de funcionarios electos y otros
políticos que, en 1782, apoyaron reemplazar los Artículos de
la Confederación con la Constitución. Entre los defensores de
un gobierno más centralizado estaba Washington, cuya deci-
sión de presidir la Convención Constituyente, por pedido de
Madison, dotó al proceso de legitimidad y convenció a los
estadounidenses escépticos de que la nueva constitución no
iría en contra de la libertad. La Constitución confería impor-
tantes nuevas atribuciones al gobierno central, en especial en
relación con los asuntos exteriores. Independiente de los esta-
dos, podía cobrar impuestos, reclutar y mantener un ejército,
declarar guerras y ratificar tratados. Esos poderes se distri-
buyeron entre los poderes del gobierno federal. Por ejemplo,
mientras que el nuevo presidente (que, según pensaban todos,
sería Washington) era comandante en jefe, el poder de decla-
rar guerras se delegó específicamente en el Congreso. Aunque
el presidente podía negociar tratados con otras naciones, era
el Senado el que tenía la potestad de ratificarlos o rechazarlos,
y la Cámara de Representantes era la que designaba todos los
fondos necesarios para ponerlos en práctica108.
La presidencia de Washington no generó guerras, pero sí
varias controversias de política exterior. Con Gran Bretaña y
Francia embarcadas en un conflicto aparentemente perpetuo,
el comandante en jefe hizo lo que pudo para mantener un cur-
so neutral. Arrastrado hacia Gran Bretaña por los federalistas
y hacia Francia por los republicanos de Jefferson, Washington,
al final de su presidencia, en su mensaje de despedida, pidió
a los estadounidenses que “cultiven la paz y la armonía” en
todo el mundo y que actúen con “buena fe y justicia con to-
das las naciones”. Washington insistía con la idea de que “una

140
nación libre, ilustrada y, en no mucho tiempo, grande” como
Estados Unidos debe “ofrecer a la humanidad el ejemplo mag-
nánimo y novedoso de un pueblo siempre orientado por una
justicia y una benevolencia exaltadas”. Afirmó que “las antipa-
tías permanentes e inveteradas contra naciones específicas, y el
apego apasionado a otras, deben excluirse y reemplazarse por
sentimientos justos y amistosos hacia todos”. Se preguntó por
qué habríamos de tomar la tonta decisión de “atar nuestra paz
y nuestra prosperidad a la ambición, la rivalidad, el interés, el
humor o el capricho de Europa”109.
Los gobiernos posteriores tuvieron dificultades para estar a
la altura de los ideales de Washington. Jefferson, en su discur-
so de asunción de 1801, prometió “justicia igual y exacta para
todos los hombres, de cualquier Estado u orientación, religiosa
o política” y “paz, comercio y amistad honesta con todas las na-
ciones, y alianzas que nos enreden con ninguna110”. Sin embar-
go, el gobierno nacional no siempre pareció buscar la neutrali-
dad, o incluso cumplir la Constitución —en especial en épocas
de conflicto internacional. Uno de los temas que galvanizó a los
partidarios de Jefferson en la elección de 1800 fue la firma del
presidente John Adams en 1798 de la Ley de Sedición, una me-
dida que daba al gobierno la potestad de encarcelar por hasta
dos años a cualquier persona que “escriba, imprima, pronun-
cie o publique… [críticas] falsas, escandalosas y maliciosas” del
presidente, del Congreso o de las leyes de Estados Unidos. Los
partidarios de la medida, aprobada durante la “cuasi-guerra”
no declarada con Francia, la presentaron como una manera de
fortalecer a Estados Unidos contra enemigos extranjeros e inter-
nos. Es posible que Adams la haya utilizado para calmar a los
“halcones” federalistas que buscaban una guerra total, que él

141
se había propuesto evitar. Jefferson y los demás oponentes de
la Ley de Sedición la describieron como una violación clara
de la Primera Enmienda, ratificada solo siete años antes, que
prometía que “El Congreso no podrá hacer ninguna ley… li-
mitando la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a
la asamblea pacífica de las personas, ni de solicitar al gobierno
una compensación de agravios”111.
Una vez en el cargo, Jefferson también demostró ser capaz
de expandir o superar los poderes conferidos al gobierno en la
Constitución, aunque siempre en formas que redujeron la proba-
bilidad de guerras. Su embargo de todo el comercio internacio-
nal de 1807–1809 —un sistema pensando como una alternativa
a la guerra y un ejercicio de “coerción pacífica” de Gran Bretaña
y Francia, que cuestionaron los derechos comerciales neutrales
de los estadounidenses durante las Guerras Napoleónicas— re-
presentó una interpretación muy amplia del poder del Congre-
so, según el inciso 8 del artículo I para “regular el comercio con
naciones extranjeras”. Jefferson llegó a confesar en privado que
la Compra de Luisiana de 1803 violaba la Constitución, que no
confería al gobierno nacional la potestad específica de sumar te-
rritorio a Estados Unidos. Pero la medida, que duplicó el tamaño
del país y evitaba la presencia en la frontera occidental de un
poderoso rival europeo, le parecía necesaria para reducir la po-
sibilidad de guerras. Temía que la posesión del territorio (y en
especial del Nueva Orleans) por parte de Francia convertiría al
país europeo en “enemigo natural y habitual” y pondría en ries-
go la neutralidad estadounidense haciendo que Estados Unidos
“se case con la flota y la nación británicas”112.
A pesar de los intentos de Jefferson de preservar la paz, su
sucesor, el presidente Madison, encontró circunstancias que

142
hacían difícil resistirse al conflicto armado. La Guerra de 1812
contra Gran Bretaña generó consecuencias casi calamitosas para
Estados Unidos, que resistió no solo invasiones sino un nivel de
disenso interno que llegó a pedidos de secesión en Nueva Ingla-
terra. Aun así, Madison demostró ser casi único entre los presi-
dentes de guerra, en tanto que, incluso ante estas amenazas, no
tomó medidas que expandieran de manera permanente el po-
der del gobierno ni que amenazaran transitoriamente la libertad
civil113. Según entendía Madison, la responsabilidad más básica
del gobierno era usar la fuerza, si era necesario, para defender
a los estadounidenses contra amenazas a su libertad. Entregar
ese poder al gobierno, no obstante, podría permitirle socavar la
libertad para cuya protección fue constituido.
La aguda conciencia de este dilema que mostraron Madison
y otros pensadores de la Ilustración de Estados Unidos, aporta
sentido a la pronunciada preferencia de la generación de la Rev-
olución de la paz por sobre la guerra, su insistencia en el uso de
poderes constitucionales divididos y otros controles, además de
su apreciación por los líderes capaces de ejercer autocontrol. Le-
jos de ser perfectos o perfectamente coherentes en términos de su
temor a la guerra (Alexander Hamilton y Aaron Burr, por ejem-
plo, tenían actitudes bastante convencionales respecto del uso de
la fuerza) en general los hombres que se volvieron prominentes
durante el movimiento de independencia estadounidense se de-
stacan por haber tratado de evitar el conflicto internacional, sa-
cando a la guerra de su pedestal, y por invertir un antiguo siste-
ma poniendo el ejército bajo control de los civiles. Imaginaban el
nuevo país como un “imperio para la libertad”, con la capacidad
de expandirse territorialmente a través del consentimiento de
colonos blancos que pedían la inclusión en una unión voluntaria

143
de estados libres e iguales114. (Los habitantes nativos, cuyos dere-
chos de propiedad eran habitualmente ignorados por los líderes
políticos, en general no eran consultados). Al igual que Adam
Smith, David Hume, Montesquieu y los pensadores franceses
conocidos como “fisiócratas”115, soñaban menos con la conquista
que con el intercambio libre, que, según creían, tenía el potencial
para generar no solo prosperidad, sino también conocimiento,
civilización y hermandad. Thomas Paine, en El Sentido Común
escribió que “nuestro plan es el comercio”, que, “bien cuida-
do, nos dará la paz y la amistad de toda Europa”. Algunos
eventos posteriores moderaron el idealismo de Paine, pero, en
el caso de la generación que tomó las armas y resistió grandes
dificultades para lograr la independencia, solo la posibilidad
de perder la libertad logró moderar la aversión a la guerra. “El
ejército más poderoso que pueden tener nuestros gobiernos
—escribió Jefferson en 1786— es el buen juicio del pueblo”116.
Los logros de los íconos de la Ilustración de Estados Unidos
fueron importantes. Sometieron el poder militar a la autoridad
civil. Levantaron obstáculos intelectuales, morales, jurídicos y
políticos para la guerra. Sus logros fueron parciales e imper-
fectos, en esta y en muchas otras áreas, como bien sabe cual-
quier estudiante de la historia estadounidense. Sin embargo, fi-
jaron un estándar de principios que cambiaron el mundo, desde
la idea de que “todos los hombres son creados iguales” hasta las
libertades de expresión y de prensa, y la práctica de poner a los
civiles a cargo de las fuerzas armadas, lo que trastocó la práctica
tradicional, según la cual el ejército controlaba a los civiles. Aun-
que siguen existiendo grandes desigualdades jurídicas entre las
personas, al igual que censuras e incluso gobiernos militares, la
Ilustración de Estados Unidos fijó estándares morales y políticas

144
que se mantuvieron en el tiempo. Las protecciones contra la lo-
cura de la guerra que instauró la generación de la Revolución, tal
como temían sus miembros, se erosionaron en la república que
crearon. Gran parte de la historia posterior de Estados Uni-
dos demuestra el poder que tiene la guerra para concentrar el
poder en el poder ejecutivo en perjuicio del poder legislativo,
para aumentar la confidencialidad en la toma de decisiones,
para restringir las libertades civiles, y para aumentar la deuda
y los impuestos. Sin embargo, esas protecciones, aun debilita-
das, siguen existiendo y siguen ofreciendo esperanza de que
la libertad, el gobierno limitado y la paz pueden renovarse,
reclamarse y extenderse.

145
8.
La declinante importancia de la guerra
como herramienta política en la Edad Con-
temporánea
Por Justin Logan

¿Las guerras logran alcanzar sus objetivos establecidos?


¿Cuál es el rostro cambiante de la guerra en el mundo
moderno? ¿Cuáles son los respectivos roles que
cumplen los intereses materiales y las ideologías cuando
se impulsa una guerra? Justin Logan es director del
área de Estudios de Política Exterior en el Cato Institute.
Escribe en publicaciones sobre relaciones exteriores
como Foreign Policy, The Foreign Service Journal, Orbis
y Harvard International Review, y aparece regularmente
en los medios de difusión para analizar y explicar temas
concernientes a relaciones internacionales.

“Si miramos en retrospectiva la Guerra de Corea, hay muy


pocas instancias en las que hayamos estado involucrados mi-
litarmente en un conflicto importante, y que hayamos emergi-
do de él con lo que consideramos una victoria, de manera tan
inequívoca como en la Segunda Guerra Mundial y la primera
Guerra del Golfo, en 1991”. - Robert Gates117

147
El mundo moderno fue moldeado por la guerra. Los Esta-
dos-nación, la economía global y la estructura del sistema in-
ternacional, en su totalidad, deben parte de su legado a la gue-
rra118. Pero su importancia como factor, por grande que haya
sido, también ha ido cayendo abruptamente a través de los
siglos, tal como fue señalado por Steven Pinker, James Payne,
John Mueller y otros expertos.
Aún menos reconocido es el hecho de que, en las guerras
de la Era Moderna, pocas veces los iniciadores del conflicto
alcanzaron los objetivos que habían establecido. El presente
ensayo analiza los tipos de guerras libradas durante el perío-
do que concluye en 1945 y sugiere las razones de su declive.
Seguidamente, describe las guerras posteriores a la Segunda
Guerra Mundial y explica por qué quienes las iniciaron rara-
mente lograron sus metas. Por último, se incluyen lecciones
para los ciudadanos y las autoridades.

El surgimiento y la caída de las guerras entre grandes


potencias
Tribus, ciudades-Estado, reinos, imperios y Estados-nación
contendieron entre sí durante milenios en busca de territorios
adicionales y de la oportunidad de obtener recursos valiosos
y ampliar su relativo poderío119. Tal como lo expresa Charles
Tilly en su famoso aforismo: “La guerra creó el Estado, y el
Estado creó la guerra”120.
Desde el inicio de la Era Moderna, al principio del siglo
XVI, la frecuencia y la letalidad de la guerra se intensificaban
y menguaban a medida que los estados desarrollaban nuevas
organizaciones y tecnologías para favorecer la violencia, junto

148
con organizaciones y tecnologías para contrarrestarla121. Las
grandes potencias libraban guerras de conquista con otras gran-
des potencias con el fin de adueñarse de recursos, que incluían
minas, tierras de pastoreo, esclavos, puertos, oro y plata, y suje-
tos pasibles de impuestos; así como de convertir a poblaciones a
las religiones o identidades favorecidas por los gobernantes.
Tales guerras han declinado abruptamente desde media-
dos del siglo XX. Según algunos expertos, la guerra se ha vuel-
to menos frecuente porque la humanidad, como especie, ha
llegado a pensar en ella como una actividad grotesca e incivili-
zada, hasta tal punto que ya nadie la ve siquiera como algo de-
seable. La guerra se ha convertido, para decirlo en las palabras
de John Mueller, en algo “subracionalmente impensable”122.
Las normas evolucionan a través del tiempo, pero es in-
usual que sean completamente independientes de otros facto-
res relevantes. Los cambios ocurridos en cuanto a desarrollos
materiales han incentivado, o al menos apoyado, ese cambio
de mentalidad. La clase de guerras que las grandes potencias
libraban en el pasado ya no resultan interesantes, ni siquiera
para los líderes más propensos a correr riesgos. Las tecnologías
militares, como los armamentos nucleares, han convertido a la
conquista en una propuesta suicida en la mayoría de los ca-
sos. Los desarrollos no relacionados con el área militar, como
el nacionalismo y otras formas de política de identidad, han
dificultado el control y la asimilación de las poblaciones con-
quistadas. Los desarrollos económicos, como la integración ho-
rizontal de las cadenas de suministro y el aumento del comer-
cio transfronterizo, han disminuido mucho las perspectivas de
obtener ganancias económicas derivadas de la guerra123.

149
Entre las potencias menores, por supuesto, los intentos
de conquista no han cesado por completo. Por ejemplo, Irak
invadió Kuwait en 1990 con el fin de obtener el control de
los yacimientos petrolíferos y de anular la deuda financiera
del Estado iraquí con Kuwait. Pero la facilidad con la que la
coalición liderada por Estados Unidos expulsó a la fuerzas
de Saddam Hussein de Kuwait dejó en claro que la agresión
transfronteriza es una propuesta riesgosa.

Guerras contemporáneas
Aunque la cantidad de guerras entre grandes potencias ha dis-
minuido drásticamente, aún se inician guerras. Hay tres tipos
de guerras que persisten, pero con frecuencia no alcanzan sus
objetivos.

Guerras contra la proliferación de armas nucleares / preventivas


Las grandes potencias, particularmente Estados Unidos, regu-
larmente expresan gran preocupación con respecto a la adqui-
sición de tecnología y capacidad para desarrollar armas nu-
cleares por parte de otros Estados. La Guerra de Irak de 2003
se justificó, principalmente, sobre el fundamento de la no pro-
liferación, a pesar del hecho de que la administración no buscó
y, hasta cierto punto, ignoró la evidencia de que Irak no tenía
un programa de armas nucleares en absoluto.
Aunque la doctrina de disuasión nuclear está ampliamente
aceptada entre las grandes potencias, estas se oponen a la proli-
feración por diversas razones. Temen la posibilidad de una gue-
rra nuclear no intencional; temen una “proliferación en cascada”
o un “efecto dominó” nuclear; y, finalmente, prefieren conser-
var la libertad de acción contra terceros. Como señala Kenneth

150
Waltz, “una razón poderosa por la que Estados Unidos se opone
a la diseminación de las armas nucleares es que si los países dé-
biles las tienen, limitarán nuestra libertad de acción”124.
Sin embargo, las guerras para contrarrestar la proliferación
de armamento nuclear enfrentan varios problemas, el primero
de los cuales quedó ampliamente demostrado en Irak. La clase
de inteligencia necesaria para que la iniciativa de no prolife-
ración sea exitosa es difícil de conseguir y, con frecuencia, es
poco fiable. Irak presenta un caso extremo; Bagdad no tenía
ningún tipo de programa de armas nucleares en 2003. Incluso
en los casos en que se sabe con certeza de la existencia de pro-
gramas nucleares, el conocimiento integral que se requeriría
para alcanzar los suficientes nodos clave de una infraestruc-
tura nuclear desarrollada es terriblemente difícil de obtener125.
La alternativa sería asestar golpes periódicos para obstaculizar
los esfuerzos tendientes a rehacer el programa, bombardear el
país cada cierta cantidad de años, hasta que este cediera en su
búsqueda de tecnología nuclear o hubiera un “cambio de régi-
men” que fuera satisfactorio para el atacante. No solo se hace
difícil pensar en el éxito de una guerra contra la proliferación
de armas nucleares, sino que amenazar con una guerra para
contrarrestar dicha proliferación puede incluso convencer a
los Estados hostiles de la necesidad de usar armas nucleares
para desalentar al potencial atacante.

Efecto dominó / Guerras de influencia y credibilidad


Otro objetivo de las guerras iniciadas durante las últimas déca-
das ha sido la lucha de las grandes potencias por “influir” sobre
los Estados más débiles. Con frecuencia, esas grandes potencias
iniciaron o continuaron guerras impulsadas por el temor de que

151
un Estado en particular pudiera caer bajo la influencia de otro
Estado, en detrimento de la seguridad del interventor. La “teoría
del dominó” plantea que tanto los cambios ocurridos en la polí-
tica interna de un determinado Estado, como la intervención de
ese Estado en la esfera de influencia de otro, podrían ocasionar
un efecto dominó, en el que una pieza derriba a la siguiente y
arroja a un número no especificado de otros Estados bajo el
dominio de un Estado rival.
Al momento de escribir esto, efectivos rusos han invadido
Ucrania. El gobierno de Rusia afirma que las unidades milita-
res no pertenecen a ese país, sino que son fuerzas ucranianas
de autodefensa, y que esas fuerzas están combatiendo la ines-
tabilidad política en Ucrania. La afirmación de que los efecti-
vos no son rusos es irrisoria, y no ha sido reconocida por nadie
fuera de la influencia de Moscú. De manera similar, la afirma-
ción de que están combatiendo la inestabilidad política y que
no buscan un acceso naval permanente al Mar Negro a través
de Crimea no resiste ningún análisis.
En tanto que la incursión rusa muestra que el poder militar
aún es importante en la política internacional, el propósito del
presente ensayo no es argumentar que dicho poder es irrele-
vante. Los efectivos rusos invadieron Ucrania de manera ilegal,
pero no se ha producido ninguna guerra, en parte por la acerta-
da apreciación de Kiev de que había escasas esperanzas de una
resistencia que generara una resolución política favorable, y en
parte por las simpatías pro Moscú entre los numerosos residen-
tes de Crimea. La clase de guerras masivas que los líderes inicia-
ron en los siglos XVII y XVIII pertenecen a una categoría diferen-
te de la expedición a Crimea que tuvo lugar en 2014. Los Estados

152
más fuertes intimidan a los más débiles cuando perciben que es
fácil hacerlo y que lo que está en juego es valioso.
En ocasiones, estas guerras tienen consecuencias catastró-
ficas para el interventor. Aunque ya estaba debilitada por dé-
cadas de mala administración económica y presencia militar
excesiva, la intervención de la Unión Soviética en Afganistán
ayudó a destruir al Estado soviético. La lógica de la interven-
ción a ese país —que no era abundante en recursos— es impre-
cisa, pero la evidencia indica que los líderes soviéticos temían
que Afganistán se alejara de Moscú y se acercara a Occidente,
y que este acontecimiento tuviera consecuencias no del todo
especificadas, pero terribles para la posición estratégica de la
Unión Soviética. A medida que la guerra iba de mal en peor,
los líderes soviéticos también comenzaron a temer que “la
‘pérdida’ de Afganistán significara un revés inaceptable y un
golpe para el prestigio soviético”126.
Estas cadenas de inferencia lógica relativas a la influencia
y la credibilidad, a menudo dominan los pensamientos de los
interventores, pero raramente operan de la forma en que ellos
temen que lo haga. Tal como lo documentó Daryl Press, la
credibilidad no es transferible de la manera en que los líderes
creen. Los estadistas tienden a no evaluar las crisis actuales
sobre la base de comportamientos o adversarios pasados. En
cambio, sí evalúan los intereses concretos y el poder militar
de sus adversarios en casos particulares127. De igual modo, la
misma influencia tiende a ser contingente y efímera. Es in-
usual que los Estados se mantengan leales a un patrón por
otro motivo que no sea su propio interés evidente.

153
Intervenciones humanitarias
Finalmente, los Estados han realizado intervenciones con la in-
tención de actuar en nombre de terceros vulnerables o amena-
zados. En ocasiones es difícil identificar claramente tales casos
de intervención humanitaria, dado que, a fin de mantener el
apoyo interno para intervenciones que son irrelevantes desde
el punto de vista estratégico, con frecuencia los gobiernos han
insistido en que esas intervenciones, de hecho, no se debían a
propósitos altruistas sino de interés propio.
No obstante, las ostensibles justificaciones de la guerra, ba-
sadas en cuestiones nacionales y de seguridad, la campaña en
Libia encabezada por Estados Unidos en 2011 es un ejemplo
reciente. Aunque funcionarios del gobierno estadounidense
siguen insistiendo en que la intervención en la guerra civil que
allí se desarrollaba detuvo la matanza de quizá 100.000 civiles
libios en Bengasi a manos del régimen de ese país, y a pesar
de que la situación contrafáctica es casi imposible de probar,
la afirmación no es plausible. La conducta de las fuerzas del
régimen en Misurata, donde el combate tuvo lugar inmedia-
tamente antes del ataque de Bengasi, no indica una política de
matanza indiscriminada. Además, el dictador libio Muamar
El Gadafi amenazó a los rebeldes con un lenguaje intimidante,
pero se dirigió públicamente a los civiles en Bengasi:

Todo aquel que deponga las armas, que permanezca en


su domicilio sin armas de ningún tipo, sin importar lo
que haya hecho previamente, será perdonado, protegido.
Perdonaremos a todo aquel que se encuentre en las calles…
Se perdonará a todo el que arroje su arma y permanezca
en su hogar pacíficamente; no importa lo que haya hecho
en el pasado. Esa persona estará protegida128.

154
Su objetivo era permanecer en el poder, no simplemente
castigar a sus súbditos. El hecho de que El Gadafi fuera un
brutal dictador avivó el sentimiento liberal de Occidente. Por
lo tanto, todo aquel que señalara como falsas las afirmaciones
de que El Gadafi había amenazado con masacrar civiles corría
el riesgo de parecer un defensor de la tiranía. Además de esto,
los gobiernos occidentales insistían en que el futuro de la libe-
ralización árabe —la “primavera árabe”— dependía de impe-
dir que El Gadafi ganara la guerra civil129. Hubo funcionarios
occidentales que llegaron al punto de negar que su motiva-
ción era el cambio de régimen, a pesar de una campaña militar
que hacía que tal objetivo fuera obvio130. En cualquier caso, la
guerra finalizó como lo han hecho tantas intervenciones hu-
manitarias: un cambio de régimen seguido de una economía
tambaleante y divisiones políticas no resueltas que perduran
más allá de los límites de la capacidad de atención del público
y de las autoridades de Occidente131.

Conclusión
Si las guerras raramente alcanzan los objetivos de quienes
las inician, ¿por qué continúan? No hay una única respuesta
para esa pregunta, pero hay varios factores que contribuyen
a generar guerras.
Los Estados crearon instituciones y respaldaron el desar-
rollo de industrias enteras cuyo único propósito era prepararse
para la guerra o producir la infraestructura y los implemen-
tos para llevarla a cabo. El comentario más famoso sobre este
fenómeno es la advertencia que hiciera el presidente Dwight D.
Eisenhower, en su discurso de despedida, acerca del “comple-
jo militar-industrial”. Eisenhower, quien había sido un general

155
de cinco estrellas, advirtió que mientras el progreso científico
y una industria de defensa de envergadura fueran esenciales
para el poder militar y la defensa nacional, existía el riesgo de
que “la misma política pública pudiera caer prisionera de una
élite científica y tecnológica”. En otras palabras, el complejo
militar-industrial podría “capturar” a la política de defensa es-
tadounidense, lo que produciría como mínimo orientaciones,
si no políticas, que beneficiarían a los fabricantes de armas y
contratistas de defensa, pero que no serían óptimas desde la
perspectiva del interés nacional132.
En Estados Unidos, el lujo de contar con una moneda de
reserva, aislamiento geográfico de las amenazas más graves,
y una economía fuerte y sólida han amplificado esos peligros.
Las autoridades responsables del diseño de las políticas esta-
dounidenses pueden malgastar recursos subsidiando el com-
plejo militar-industrial sin soportar desventajas obvias para la
seguridad o la riqueza. Los Estados que viven más próximos
al límite en cuanto a seguridad y bienestar enfrentan disyun-
tivas más desafiantes, y tienden a involucrarse en menos gue-
rras insustanciales. Debido a la seguridad y riqueza de Estados
Unidos, muchos de los costos de políticas exteriores insensatas
quedan muy dispersos, y ocasionan menos consecuencias ne-
gativas para los líderes que aplicaron esas políticas133.
Finalmente, la ideología juega un rol importante para per-
mitir que los Estados militaricen a la sociedad y libren gue-
rras134. Los sangrientos choques ocurridos durante el siglo XX
fueron fomentados por las ideologías del nacionalismo, comu-
nismo, fascismo y nacionalsocialismo. La mayoría de las ideo-
logías otorgan un lugar privilegiado a las decisiones tomadas

156
por los propios líderes políticos. Desde la “mission civilisatri-
ce” francesa, pasando por la creencia inglesa en “la carga del
hombre blanco”, hasta el “excepcionalismo norteamericano”
actual, los ciudadanos creen que la superioridad de su país les
confiere una autorización especial para rehacer el mundo a su
gusto. Los líderes políticos incluso pueden usar una retórica
religiosa cuando hablan acerca de la nación y su misión, y, de
ese modo, infundir la autoridad de Dios al interés nacional135.
Por lo tanto, tanto los intereses materiales como las ideolo-
gías ayudan a perpetuar las guerras. Estas pueden ser menos
frecuentes si se contrarrestan ambos factores: los intereses ma-
teriales de los complejos militares-industriales y de las elites
políticas, así como las ideologías de la guerra y el conflicto.
Estos son desafíos valiosos para las generaciones nacientes de
activistas por la paz.

157
9.
La militarización de la actividad policial
Por Radley Balko

¿Qué está causando la creciente militarización de la


actividad policial civil? ¿Por qué los policías pertenecientes
a los equipos SWAT están equipados cada vez con más
armas de guerra, incluso tanques? ¿Está ocurriendo
únicamente en Estados Unidos o es un fenómeno mundial?
¿Qué impacto tiene la militarización de la actividad policial
en la relación entre la policía y los ciudadanos? Radley
Balko es periodista y actualmente escribe sobre justicia
penal, la guerra contra el narcotráfico y las libertades
civiles para el diario Washington Post. También se
desempeña como periodista de investigación para el
diario Huffington Post y ha sido editor de la revista
Reason y analista político del Cato Institute Más
recientemente escribió Rise of the Warrior Cop: The
Militarization of America’s Police Forces.

Algo está ocurriendo con la actividad policial: los “agentes del


orden” de antaño ya no existen. Los departamentos de policía
se están pareciendo cada vez más a ejércitos y están actuando
cada vez más como tales. Es una tendencia visible en muchos
países y, a la vez, representa una amenaza para la paz, la ley y
el orden internos.

159
En Estados Unidos, desde principios de la década de 1980
y hasta hoy, las fuerzas policiales han sufrido algunos cambios
bastante drásticos y fundamentales. Por un lado, hay más co-
mités civiles de supervisión y más departamentos de asuntos
internos; la mayoría de los criminalistas concuerdan en que
hay menos policías corruptos (menos “manzanas podridas”)
hoy que en el pasado. Por otro lado, ya sea al entregar órde-
nes judiciales, hacer frente a manifestaciones, o actuar ante
emergencias, hay una creciente predisposición de las fuerzas
policiales a hacer más uso de la fuerza, con mayor frecuencia,
ante infracciones cada vez menores. Lo que significa que hay
menos policías que usan la fuerza más allá del límite permiti-
do por la política oficial. Sin embargo, lo inquietante es lo que
la política oficial permite en la actualidad.
Lo más notable entre estas nuevas políticas es el ascenso de
los equipos SWAT (Unidad de armas y tácticas especiales), de
las fuerzas de operaciones especiales y de otras unidades poli-
ciales más agresivas, que reflejan diversos grados de influencia
militar. Por ejemplo, aunque solían existir únicamente en las
grandes ciudades y estaban reservados para emergencias tales
como tomas de rehenes, francotiradores activos o escapes de
prófugos, los equipos SWAT actúan con mayor frecuencia en
la actualidad que una generación atrás. Además, estos equipos
se emplean principalmente para entregar órdenes judiciales a
personas sospechadas de cometer delitos no violentos y con-
sensuados relacionados con drogas.
Las cifras son impactantes. Al principio de la década del
1980, los “llamados” a los equipos SWAT ascendían a alrededor
de tres mil al año en Estados Unidos. En 2005, la cifra estimada
fue de cincuenta mil llamados. Solo en Nueva York, hubo 1.447

160
redadas antidrogas. En 2002, ocho años después, hubo 5.117, lo
que significó un incremento del 350 por ciento en 1994. En 1984,
cerca de un cuarto de las ciudades con entre veinticinco y cin-
cuenta mil habitantes contaba con equipos SWAT. Para 2005,
dicho porcentaje había aumentado al 80 por ciento136.
En el pasado, ese tipo de fuerzas se reservaban para casos
de emergencia en los que había riesgo de vida inminente. Eran
la última opción. Hoy en día, su uso es, en muchas jurisdic-
ciones, la primera opción cuando se trata de órdenes de allana-
miento. Actualmente, se emplean para irrumpir en partidas de
póker y prostíbulos, para hacer cumplir las normas de inmi-
gración, e incluso para llevar a cabo inspecciones reglamenta-
rias, hacer redadas en bares bajo sospecha de vender bebidas
alcohólicas a menores, y arrestar a quienes corten el cabello sin
la autorización correspondiente.
Si bien el propósito de los equipos SWAT alguna vez fue
utilizar la violencia para apaciguar un escenario ya violento,
ahora son empleados principalmente para generar violencia y
una confrontación imprevisible donde antes no existían. Los
daños colaterales incluyen la muerte de decenas de inocentes
y delincuentes no violentos, así como de los mismos policías,
y miles de personas aterrorizadas ante vociferantes oficiales
equipados con arietes, armas de asalto y granadas cegadoras.
Asimismo, el gobierno de Estados Unidos está suministran-
do equipamientos militares a los departamentos de policía
locales, tales como vehículos fuertemente blindados y equipa-
dos con puertas, blindajes tácticos, lanzagranadas, vehículos
diseñados para resistir emboscadas y explosiones de minas
(MRAP) y muchas otras cosas.

161
Por alarmante que sea todo esto, el problema va más allá
de los equipos SWAT. Actualmente, demasiados departamen-
tos de policía se encuentran inmersos en una cultura militaris-
ta más global. Se les suele decir a los policías que son soldados
librando una guerra, ya sea contra el crimen, las drogas, el te-
rrorismo, o el diablillo que los políticos hayan elegido última-
mente como enemigo. Hoy en día, los policías tienden a estar
aislados de las comunidades que protegen, tanto físicamente
(por sus patrulleros) como psicológicamente, como resultado
de la mentalidad nosotros y ellos, que ve al público no como ciu-
dadanos a quienes la policía jura proteger y servir, sino como
un conjunto de amenazas potenciales.
En la actualidad, los organismos policiales también son
extremadamente herméticos. Normalmente, el público no tie-
ne acceso a las investigaciones sobre asuntos internos, y los
sindicatos que representan a los policías han luchado ardua-
mente —y con éxito en la mayoría de los lugares— para que
los expedientes personales sean privados. Los sindicatos de
policías también han logrado que muchos estados aprueben
“declaraciones de derechos de los policías”, las cuales otorgan,
a los policías acusados de cometer delitos, derechos y garan-
tías especiales que no se conceden a los ciudadanos comunes.
Estados Unidos no es el único país que sigue esta tenden-
cia: en el Reino Unido y en Canadá, ahora es común que es-
cuadrones policiales similares a los equipos SWAT lleven a
cabo redadas antidrogas. En la primera década de 2000, fun-
cionarios estadounidenses usaron la diplomacia e incentivos
con el fin de convencer al gobierno mexicano de que alista-
ra las fuerzas militares del país para librar la guerra contra

162
las drogas. Entre los resultados de este hecho, se encuentran
decenas de miles de homicidios, corrupción generalizada y
espantosas ejecuciones públicas.
Esta tendencia hacia la fuerza bruta también es evidente
en otras partes del mundo. En Brasil, fuerzas policiales para-
militares, tales como el infame BOPE (Batalhão de Operações Po-
liciais Especiais, Batallón de Operaciones Policiales Especiales)
han convertido las favelas de ciudades Río de Janeiro en zonas
de guerra urbanas. En Rusia, el OMON (Отряд мобильный
особого назначения, Escuadrón Policial para Propósitos Es-
peciales) ha cometido una gran cantidad de violaciones a los
derechos humanos, que incluyen la matanza de refugiados y
represiones a manifestantes de una violencia brutal. En Ucra-
nia, las unidades paramilitares Berkut (Беркут; Águila Dora-
da), ahora disueltas, cometieron un sinfín de abusos.
Después de los desastrosos disturbios que ocurrieron duran-
te las reuniones de la Organización Mundial del Comercio de
1999 en Seattle (provocadas, según investigaciones posteriores,
tanto por el accionar policial como por el de los manifestantes),
la respuesta automática ante la protesta en masa en los países
desarrollados ha sido el uso de la fuerza bruta. Normalmente, la
policía enfrenta a los manifestantes vestidos de pies a cabeza con
equipos antimotines. Avanzan esperando la confrontación, una
disposición mental que tiende a autocumplirse. De hecho, cuan-
to más importante sea la conferencia, cuanto más importantes
sean quienes asistan a ella, y cuanto más importantes sean las
decisiones que allí se tomen, más probable es que se mantenga
a los manifestantes tan lejos del evento como sea posible, lo que
significa que habrá menos probabilidad de que sean escuchados.

163
Por supuesto, eso es la antítesis de la libertad de expresión que
los países libres dicen consagrar.
Obviamente existen policías excepcionales, excelentes jefes
de policía y comisarios, y gran cantidad de departamentos poli-
ciales que mantienen una relación saludable con los ciudadanos.
Existen gobiernos nacionales, provinciales y municipales que
equilibran, de manera eficaz, el mantenimiento del orden con
las libertades civiles y la libertad de expresión. No obstante, la
continua militarización de la actividad policial está introducien-
do, cada vez más, el comportamiento y las actitudes de combate
en el medio de la sociedad civil. La relación entre la policía y
los ciudadanos se está volviendo cada vez más antagónica como
consecuencia de la mayor frecuencia, en gran parte del mundo,
de redadas y cacheos realizados por los equipos SWAT, y de la
acción militar como respuesta ante protestas políticas.
Sería una grosera exageración afirmar que Estados Unidos,
Canadá o el Reino Unido se han convertido en Estados policia-
les. Un ensayo de este tipo no se podría publicar en un Estado
policial. No obstante, sería también un grave error esperar a
vivir en un Estado policial para manifestarse en su contra.

164
10.
La filosofía de la paz o la filosofía del conflicto
Por Tom G. Palmer

¿Qué rol cumplen el conflicto y la violencia en la vida


política? ¿Todavía existen personas que glorifican el
conflicto? ¿Quiénes son los mayores partidarios del
conflicto de la “izquierda” y la “derecha” en la actualidad
y hasta dónde llega su influencia? ¿Cuál es el estatus
central que ocupa el conflicto en las ideologías de la
izquierda y la derecha, y por qué y de qué forma es
diferente de la visión que los liberales clásicos tienen del
conflicto?

Πόλεμος πάντων μὲν πατήρ ἐστι πάντων δὲ βασιλεύς,


καὶ τοὺς μὲν θεοὺς ἔδειξε τοὺς δὲ ἀνθρώπους, τοὺς μὲν
δούλους ἐποίησε τοὺς δὲ ἐλευθέρους.
“La guerra de todos es padre y de todos, rey; a unos los mues-
tra como dioses y a otros como hombres; a algunos los hace
esclavos y a otros, libres”. - Heráclito de Éfeso137

Hubo una vez en que la guerra era la norma. No simplemente


en las sociedades humanas, sino que todo el mundo estaba en
guerra, moldeado por la guerra, inmerso en la guerra. La guerra
era inevitable. Se consideraba algo bueno. Aunque ocasionaba

165
sufrimiento, este era el terreno necesario para la virtud y el pro-
greso humanos. El escritor reaccionario francés, Joseph de Mais-
tre, declaró con entusiasmo que la guerra es “el estado habitual
de la humanidad, lo que significa que la sangre humana debe
fluir sin interrupción en algún lugar del planeta y que, para to-
das las naciones, la paz es solo un respiro”138. La matanza era la
sustancia de la vida.
En la actualidad, esa declaración impresiona a la mayoría
de la gente por extraña y aberrante. Algo cambió o, mejor di-
cho, algunas cosas cambiaron. La guerra se ha vuelto repul-
siva a los ojos de la mayoría de los seres vivos de hoy en día.
Existe una razón para la repugnancia que la mayoría sien-
te ante el elogio de la guerra. Una idea diferente se ha vuelto
dominante, y las instituciones que hacen realidad esa idea hoy
caracterizan a la mayor parte (aunque no a la totalidad) de la
vida humana en la mayoría de los lugares del mundo (aunque
no en todos). El mundo es más pacífico de lo que jamás ha
sido. Esta afirmación puede sonar controvertida, pero está res-
paldada por abundante evidencia, que el profesor de Harvard
Steven Pinker examina en extenso detalle en su libro The Better
Angels of Our Nature: A History of Violence and Humanity 139. No
es solo el conflicto militar entre Estados lo que ha estado en
declive durante largo tiempo, sino también la violencia de los
maridos contra sus esposas, de los padres contra sus hijos, y
de los delincuentes callejeros contra sus víctimas, cada una de
las cuales puede subir o bajar de un mes a otro o de un año a
otro, pero, en conjunto, generalmente muestran una tendencia
descendente y así ha sido por un tiempo bastante prolonga-
do140. Entre las causas que Pinker presenta para esta tendencia
descendente a largo plazo de la violencia se encuentran:

166
• el establecimiento de gobiernos que pueden trabajar para
monopolizar (y, por consiguiente y hasta cierto punto,
controlar) la violencia;
• el aumento del comercio, que hace que las personas sean
más valiosas vivas que muertas;
• el reemplazo gradual de las culturas del “honor” por las cul-
turas de la “dignidad” (en las cuales vengar el honor es me-
nos importante que mantener el autocontrol y la dignidad);
• la revolución humanitaria de la Ilustración, con su énfasis
en el valor de la vida humana, tanto la propia como la de
terceros, y el reemplazo de la superstición por la razón y la
evidencia (elementos que fueron beneficiosos para las per-
sonas acusadas de “brujería”, para dar un ejemplo);
• el surgimiento y el desarrollo de organizaciones internaciona-
les, tanto de sociedades civiles como gubernamentales, para
fomentar la diplomacia y la mediación, en lugar de la guerra;
• la invención y popularidad de la novela, que fue alentada
por la revolución comercial del libre mercado y ayudó a
que una cantidad de personas cada vez mayor imaginara
que vivía la vida de otros (y, por lo tanto, los ayudaba
generar empatía con ellos);
• el creciente rol del intercambio, la inversión y los viajes in-
ternacionales en la creación del interés por mantener la paz;
• la mayor aceptación de “la agenda del liberalismo clásico:
liberación de los individuos de la fuerza tribal y autoritaria,
y tolerancia de las elecciones personales siempre y cuando
no infrinjan la autonomía y bienestar de terceros”141;

167
• la creciente importancia, nuevamente fomentada por el
desarrollo del comercio y la tecnología, del razonamiento
abstracto, que ayuda a las personas a adoptar los principios
generales que respaldan las ideas liberales/libertarias clá-
sicas de los derechos universales.
La trama es complicada porque la historia humana es
compleja, multicausal y variada. Pero es una trama cada vez
mejor documentada y refuta las afirmaciones de quienes
creen “que la sangre humana debe fluir sin interrupción en
algún lugar del planeta”. La paz duradera es posible y no
meramente un “respiro”.
La tolerancia y la coexistencia, el contrato y la cooperación,
la propiedad y el intercambio, en una medida muy considera-
ble (aunque de ningún modo completa) han reemplazado la
persecución y el exterminio, la compulsión y la lucha, el robo
y la esclavitud, la guerra y el conflicto como ideales morales. El
movimiento que ha cambiado el mundo y ha reemplazado la
guerra por la paz, la intolerancia por tolerancia, el saqueo por el
intercambio se ha conocido con diferentes nombres en diferentes
épocas, pero el más común es “liberalismo”, que, en los países
de habla inglesa, ahora se denomina “liberalismo clásico”142. El
liberalismo clásico es una filosofía que abraza la paz. La paz se
encuentra en el corazón mismo del pensamiento liberal porque
está en el núcleo de la idea de la libertad. “La libertad es no estar
sometido al control y la violencia de otros”, como afirmara el
influyente filósofo John Locke143. La guerra es violencia: dirigida,
manejada, aplicada, racionalizada, glorificada, violencia furiosa.
Los liberales clásicos defienden la cooperación pacífica y vo-
luntaria como ideal y como posibilidad realista para la sociedad

168
humana. Otras filosofías —las de “izquierda” y las de “dere-
cha”, socialismo, nacionalismo, conservadurismo, progresismo,
fascismo, comunismo, teocracia y todos los híbridos y permuta-
ciones posibles entre todos ellos— plantean que la vida humana
es, inevitablemente, una esfera de lucha, conflicto, enfrentamien-
to, incluso de guerra, ya sea entre clases o razas o civilizaciones o
naciones o intereses o religiones.
El mundo se convierte en un lugar más pacífico cuando los
valores, principios, instituciones y prácticas de la ideología liber-
taria impregnan nuestras vidas cada vez más. Y un mundo aún
más pacífico exigirá que esos valores, principios, instituciones y
prácticas sean mantenidos, defendidos, fomentados y ampliados.

La filosofía de la cooperación
Aunque hubo muchas personas y eventos que contribuyeron
al desarrollo de las ideas libertarias, la primera formulación
sistemática de esas ideas, que combinó la tolerancia, el libre
comercio, el gobierno constitucional, el Estado de Derecho y
los derechos igualitarios, fue el movimiento político inglés
del siglo XVII, conocido en la historia como los Niveladores144.
Como Richard Overton anunció desde su celda en 1646, toda la
propiedad depende de la propiedad sobre sí mismo, un derecho
igualmente válido para todos los seres humanos:

Lo mío y lo tuyo no pueden existir, salvo por esto:


ningún hombre tiene poder sobre mis derechos ni
sobre mis libertades, ni yo lo tengo sobre los derechos
de hombre alguno145.

Overton y sus colegas articularon una visión radical de


la igualdad de derechos y de la armonía social basada en la

169
tolerancia y en la acción y el pensamiento pacíficos. A la idea
de la igualdad de derechos individuales, basados en la filo-
sofía moral, se agregaron las ideas del orden espontáneo, que
concretamente significaba que el orden social puede surgir
sin estar diseñado e impuesto de forma deliberada por los
gobernantes; y del Estado de Derecho, que concretamente sig-
nificaba que las reglas simples que son generales, ampliamente
conocidas y aplicadas de forma equitativa crean el marco tanto
para el goce de los derechos individuales como para el surgi-
miento de orden y la armonía social. La concepción de un orden
humano sin violencia, de una sociedad que le daría la espalda a
la guerra y la conquista, horrorizaba a muchos, no solo aristó-
cratas y soldados, sino a algunos de los más importantes inte-
lectuales de Europa, que presentaron una feroz resistencia a las
ideas y prácticas liberales. Para muchos de esos pensadores, el
comercio era infinitamente inferior al combate, la libertad era un
mero nombre que se le daba a la autorización para actuar, y la
tolerancia era el rechazo de las leyes de Dios.
La libertad, la propiedad y el comercio realmente tenían
sus defensores, que se volvieron más audaces con el tiempo. El
pensador francés Montesquieu identificó muy bien al comer-
cio con las “costumbres apacibles”, es decir, con las maneras y
comportamientos gentiles.

El comercio cura los prejuicios destructores, y es casi


una regla general que allí donde costumbres apacibles,
hay comercio; y que allí donde hay comercio, hay
costumbres apacibles146.

El rol del comercio en la creación de costumbres apacibles


fue reconocido en el idioma griego de manera implícita, ya que,

170
como han señalado los eruditos, el verbo katallassein significa
“intercambiar”, pero también “admitir en la comunidad” y
“pasar de ser enemigo a ser amigo”147.
Un mundo de comercio, más que de gloria, significa un mun-
do de ganancias mutuas, de juegos de suma positiva; mientras
que la gloria implica conquista, y la conquista implica derrota.
Esa clase de gloria exigía antagonismo. Y eso que se percibía
como pérdida de gloria, y por consiguiente de virtud, fue lo que
motivó a que tantos reaccionaran en contra de las ideas liberales.
Poco antes de su muerte, el economista liberal clásico y
activista por la paz Frédéric Bastiat publicó un llamado “A
la juventud de Francia”, en el cual expuso la clave para com-
prender el socialismo. Según su visión, los socialistas,

Sentían que los intereses de los hombres son


fundamentalmente antagónicos, ya que, de lo contrario,
no deberían haber recurrido a la coerción.
Por lo tanto, descubrieron antagonismos fundamentales
en todas partes:
Entre el propietario de los bienes y el trabajador.
Entre el capital y el trabajo.
Entre el pueblo y la burguesía.
Entre la agricultura y la industria.
Entre el agricultor y el citadino.
Entre el nativo y el extranjero.
Entre el productor y el consumidor.
Entre la civilización y el orden social.
Y para resumir todo esto en una sola frase:
Entre la libertad personal y un orden social armonioso.

171
Y esto explica cómo es que, aunque guarden cierta clase de
amor sentimental por la humanidad en sus corazones, el odio
fluye a través de sus labios. Cada uno de ellos reserva todo ese
amor para la sociedad que ha soñado; pero la sociedad natural
en la que nos toca vivir no puede ser destruida con la rapidez
necesaria para que se adapte a su conveniencia, de modo tal
que, de esas ruinas, pueda surgir la Nueva Jerusalén148.
Bastiat anticipó los esfuerzos de los colectivistas del siglo XX,
quienes al tomar el control de los Estados y, por consiguiente,
de poblaciones masivas, iniciaron un intento de moldear, a par-
tir de sus congéneres humanos, al “Hombre nuevo” que corpo-
rizaría sus visiones. Crear al Hombre nuevo era la obsesión de
los ideólogos antiliberales tanto de derecha como de izquierda,
quienes tan solo diferían en los detalles de cómo sería ese Hom-
bre nuevo. Por el contrario, “los economistas”, escribió Bastiat,
“observan al hombre, a las leyes de su naturaleza y a las relacio-
nes sociales que derivan de tales leyes. Los socialistas conjuran
una sociedad partiendo de su imaginación y luego conciben un
corazón humano que encaje en esa sociedad”149.
Los seres humanos obviamente entran en conflicto. El mo-
vimiento clásico liberal, en todas sus manifestaciones, con-
sistía en buscar formas de resolver el problema del conflicto.
La tolerancia religiosa, el gobierno limitado (que elimina las
cuestiones polémicas del alcance ámbito de la “decisión pú-
blica”), la mediación y la compensación en lugar del castigo,
la libertad de expresión y la libertad de intercambio se encon-
traban entre los medios que los liberales clásicos defendían
para lograr dicha resolución. El punto era reducir el conflicto
y reemplazarlo por cooperación, en lugar de celebrarlo.

172
La filosofía del conflicto

“Aprendí, en estos mismos cuatro años de educación colectiva y


en toda la fantástica extravagancia de la contienda concreta, que
la vida carece de un significado profundo, excepto cuando se en-
trega por un ideal, y que hay ideales en comparación con los cua-
les la vida de un individuo, e incluso de un pueblo, no tiene peso
alguno. Y aunque el propósito por el cual luché como individuo,
como un átomo en el cuerpo integral del ejército, no se logrará; y
aunque la fuerza material aparentemente nos arrojó a la tierra,
aun así aprendimos, de una vez y para siempre, a defender una
causa y, si es necesario, a caer como corresponde a los hombres
(…) No todas las generaciones han tenido tal privilegio”.
- Ernst Jünger150

Mientras que los liberales clásicos enseñaron que los intere-


ses humanos pueden reconciliarse pacíficamente a través del
comercio, la razón, la deliberación democrática y la tolerancia
de diferencias pacíficas, y que las instituciones correctas po-
drían aminorar el conflicto y la violencia, sus adversarios y
críticos, nostálgicos del antiguo orden, comenzaron a formular
teorías basadas en la idea de que el conflicto es una caracte-
rísticas inextirpable de la vida humana y, de hecho, la que le
da significado a la vida. Uno de los enemigos más influyentes
de la nueva filosofía de la libertad fue el reaccionario francés
Joseph de Maistre, quien fustigó la idea de la paz y elogió la
guerra como fuente de lo mejor de la humanidad: “Los verda-
deros frutos de la naturaleza humana —las artes, las ciencias,

173
las grandes empresas, las nobles concepciones, las virtudes
viriles— se deben especialmente al estado de guerra. (…) En
una palabra, podemos decir que la sangre es el abono de la
planta que llamamos genio”151. Haciéndose eco de Heráclito,
de Maistre insistía en que “no hay nada más que violencia en
el universo”152. Esa era la visión fundamental de la Contrailus-
tración y de los pensadores que reaccionaron para atacar las
nuevas ideas del liberalismo clásico.
Los pensadores de la Contrailustración rechazaban lo univer-
sal y abrazaban lo particular; rechazaban las verdades objetivas
y exaltaban la creatividad, pero no la creatividad del individuo
libre, sino la del colectivo, dentro del cual el individuo estaba
inmerso153. Los mercados, los comerciantes y los judíos, quienes
estaban desproporcionadamente representados entre los comer-
ciantes europeos, fueron denigrados. Las naciones, las clases y
las razas podrían buscar su unidad particular solo si se enfren-
taban con otras naciones, clases o razas. Steven Pinker observa
que, además de rechazar la universalidad, la objetividad y la ra-
cionalidad, “la Contrailustración también rechazaba el supuesto
de que la violencia era un problema para resolver. La contienda
y el derramamiento de sangre son inherentes al orden natural y
no pueden eliminarse sin privar a la vida de aquello que la ani-
ma y sin subvertir el destino de la humanidad”154.
Esa visión de un conflicto implacable que palpita en el co-
razón de la vida humana, así como la nostalgia por un viejo
orden imaginado de relaciones establecidas, fue tomada por
pensadores socialistas, particularmente Friedrich Engels y
Karl Marx, quienes desecharon las ideas liberales de paz y co-
mercio, tolerancia y libertad como simples ardides que tan solo

174
ocultaban e impedían ver con claridad otro tipo de conflicto,
violencia y explotación más profundo e insidioso. Reconocían
que los valores liberales actuaban para reemplazar la guerra
por la paz, el robo por el intercambio, la muerte en la hoguera
por la tolerancia, el odio nacional por la tolerancia cosmopoli-
ta, pero rechazaron todo eso como elementos que no nos dejan
ver formas más graves de violencia. Como Engels vociferó en
un panfleto publicado en 1844,

Ustedes han traído la fraternidad de los pueblos, pero


esa fraternidad es la fraternidad de los ladrones. Han
reducido el número de guerras, ¡pero para obtener las
mayores ganancias durante la paz, para intensificar
en extremo la enemistad entre individuos, que es la
ignominiosa guerra de la competencia! ¿Cuándo han
hecho algo “por pura humanidad”, partiendo de la
conciencia de la inutilidad de la oposición entre el interés
general y el interés individual? ¿Cuándo han sido éticos
sin ser interesados, sin albergar motivos inmorales o
egoístas en lo profundo de sus mentes? Al disolver las
nacionalidades, el sistema económico liberal ha hecho
su mayor esfuerzo por universalizar la enemistad, por
transformar a la humanidad en una horda de bestias
hambrientas (¿o para qué compiten?) que se devoran
unas a otras solo porque tienen idénticos intereses que
todos los demás155.

Es posible que el liberalismo y el libre comercio hayan “re-


ducido el número de guerras”, pero solo “para obtener las
mayores ganancias durante la paz”. El punto merece énfasis:
Engels descubrió que obtener mayores ganancias, las cuales

175
aborrecía (a menos que fueran suyas), eran una preocupación
mucho más importante que reducir el número de guerras.
John Ruskin, influyente crítico de arte victoriano, socialista
conservador y opositor de la Ilustración, se explayó eufórica-
mente acerca las virtudes de la guerra e insistió en que “ningún
arte de excelencia ha surgido jamás sobre la tierra, a no ser en
una nación de soldados. No hay arte en un pueblo de pastores,
si este permanece en paz. No hay arte en un pueblo de agricul-
tores, si este permanece en paz. El comercio apenas se conecta
con el arte de calidad, pero no puede producirlo. La manufac-
tura no solo es incapaz de producirlo, sino que invariablemente
destruye toda semilla que de él exista. No hay arte de excelencia
posible para una nación, excepto el que se basa en la batalla”156.
Para los pensadores de la Ilustración, por el contrario —
Voltaire, para citar un ejemplo prominente—, la paz y la armo-
nía social eran valores por derecho propio, y no simplemente
ardides para ocultar niveles más profundos de antagonismo
social, como lo eran para Engels y Marx. Voltaire representó
los valores y las perspectivas de la Ilustración cuando alabó
el intercambio y la tolerancia precisamente porque generaban
paz157. Los pensadores de la Contrailustración, como Marx, de
Maistre y Ruskin condenaban tanto el intercambio como la to-
lerancia por considerarlos degradaciones de los valores.
Karl Marx y su coautor, colaborador y financista Friedrich
Engels, identificaban al liberalismo con la “clase” de recien-
te aparición que denominaron “burguesía” (un término que
utilizaron de manera bastante indiscriminada e inconsistente
en sus escritos), a la que acusaron de trastocar todo el orden
mundial y sustituir el frío cálculo por el cálido abrazo social.

176
A medida que las relaciones de mercado se expandían e inten-
sificaban, el trueque (de huevos por manteca, por ejemplo) se
iba reemplazando cada vez más por el intercambio con dinero
(huevos por dinero y luego dinero por manteca). Eso significó
un aumento de la racionalidad en general, dado que las perso-
nas podían comparar usos alternativos de recursos escasos en
términos de una unidad común: el dinero. Esto, a su vez, faci-
litaba la contabilidad racional, lo que incluye el cálculo preci-
so de utilidades y pérdidas, y eso significaba que era posible
lograr una mayor coordinación económica, crear más riqueza,
ampliar los beneficios de prosperidad hasta círculos cada vez
mayores, y considerar los intereses y deseos de personas cada
vez más distantes. Marx y Engels desestimaron esa racionali-
dad arbitrada por el mercado, a la que llamaron “despiadada”
y “las gélidas aguas del cálculo egoísta”. En El manifiesto comu-
nista, afirmaron que los valores, instituciones y prácticas libe-
rales simplemente parecían más humanos, pero que, en reali-
dad, reemplazaban una forma de violencia por otra aún peor.

La burguesía, en todo lugar donde ha ganado terreno,


puso fin a todas las relaciones feudales, patriarcales e
idílicas. Ha desgarrado despiadadamente los diversos
lazos feudales que unían al hombre con sus “superiores
naturales” y no ha dejado ningún otro nexo entre un
hombre y otro que no sea el del crudo interés propio,
el del insensible “pago en efectivo”. Ha ahogado los
más celestiales éxtasis del fervor religioso, del galante
entusiasmo, del sentimentalismo filisteo, en las gélidas
aguas del cálculo egoísta. Ha convertido el valor personal
en un valor de intercambio y, en lugar de las incontables

177
libertades irrevocables y certificadas, ha establecido
esa única, inadmisible libertad: el Libre comercio. En
una palabra, ha reemplazado la explotación velada
por ilusiones religiosas y políticas con una explotación
cruda, desvergonzada, directa y brutal158.

Los líderes ideológicos de la Contrailustración montaron


un furioso ataque contra el liberalismo y procuraron concretar
diversas fantasías del colectivismo en las nuevas fraternidades
aisladas de nación, Estado, clase y raza. En todos los casos, el
mensaje era que tales grupos humanos se enfrentaban con in-
tereses irreduciblemente opuestos. La solidaridad, según su vi-
sión, sólo podía generarse como complemento de la enemistad
y el odio. Como señaló el lúcido novelista liberal clásico Robert
Musil, “no es posible escapar del hecho de que el más profundo
instinto social del hombre es su instinto más antisocial”159. Esa
visión ha persistido entre los intelectuales que rechazaron los
valores de la deliberación razonada, el cálculo racional a través
del intercambio del mercado, la tolerancia y la paz. Algunos de
ellos pueden verse a sí mismos como defensores de la paz (en-
salzar abiertamente los beneficios del conflicto militar en general
se considera de mal gusto en la mayoría de los círculos intelec-
tuales contemporáneos), pero todos ellos adhieren al principio
básico de los intereses esencialmente e irreduciblemente opues-
tos, del enfrentamiento, del antagonismo, del conflicto irreconci-
liable. En su famoso folleto de 1848, los entonces desconocidos
intelectuales articularon una visión que inspiró un movimiento
que iba a inundar de sangre gran parte del mundo.

La historia de toda sociedad existente hasta nuestros días


es la historia de las luchas de clases (…) La sociedad en

178
general está dividiéndose, cada vez más, en dos grandes
campos enemigos, en dos grandes clases directamente
enfrentadas: la burguesía y el proletariado160.

Los marxistas persiguen la guerra entre clases y creen en el


conflicto irreconciliable entre clases definidas en términos eco-
nómicos, una de las cuales, la burguesía, debe “hacerse imposi-
ble”161. Los fascistas se regocijan en la guerra y la violencia como
la fuerza purificadora que construye la nación162. Los nacional-
socialistas (“nazis”) buscan la subyugación de las razas “impu-
ras” o “inferiores” bajo el dominio de los “arios”, y plantearon
un desafío: “Aquellos que quieran vivir, que luchen; y aquellos
que no quieran luchar en este mundo de eterna contienda no
merecen vivir”163. Los teóricos críticos (influenciados por Marx,
con mucha ayuda de Nietzsche, Freud y cualquiera que tengan
a la mano para vapulear la tolerancia liberal) creen que “el libe-
ralismo y la tolerancia burgueses son, en la mayoría de los ca-
sos, mitos que enmascaran la ‘voluntad de gobernar’”164. Estas
figuras de la Contrailustración atacan la libertad de expresión
simplemente como una forma de “tolerancia represiva”165. Un
ejército de académicos intolerantes ha propuesto un sistema
de “fuerzas sociales” de dominación —que incluyen clase, gé-
nero , raza y otras categorías— que son más activos y reales
que los meros “individuos” de carne y hueso que nos rodean
(aunque ver a esas fuerzas sociales de manera adecuada y sin
distorsiones requiere el arduo trabajo de catedráticos)166.
Los militaristas elogian la guerra por supuestos beneficios
económicos y morales167. Los neoconservadores defienden las
virtudes marciales como un ideal noble y una oportunidad
de “restablecer el sentido de lo heroico” en la vida nacional168.

179
(Los neoconservadores sostienen que la “grandeza nacional”
es un objetivo mucho más importante, noble y valioso que
algo tan despreciable, devaluado y antiestadounidense como
“la búsqueda de la felicidad”). Los “realistas” proponen la
enemistad o, como máximo, la frialdad entre Estados o, en
líneas más generales, “civilizaciones”169.
Los teócratas buscan someter a todos al dominio de Dios
(o de dioses) a través de la violencia, y que todos profesen una
sola fe, una sola religión, una sola forma de vida o, si eso no es
posible, al menos que haya un Estado religioso que subordine
y humille a quienes pertenezcan a otras religiones, y que, al
mismo tiempo, expulse y mate a quienes no profesen ninguna.
Muchos críticos contemporáneos del liberalismo clásico, que
incluye a los “marxistas analíticos”, plantean que no hay más
violencia en el socialismo que en cualquier otro sistema, ya que
todos los sistemas de toma de decisiones sobre recursos escasos
justifican el uso de la fuerza, aunque sea para repelerla170. Esa es
una antigua crítica del liberalismo que se remonta por lo menos
al siglo XVII, cuando Sir Robert Filmer escribió su defensa del
derecho divino de la monarquía absoluta y sostuvo:

Se habla mucho en el mundo acerca de la libertad que,


según dicen, habrá en las comunidades populares. Vale
la pena indagar hasta qué punto y en qué sentido este
discurso de la libertad es verdadero: “la verdadera
libertad es que cada hombre haga lo que desee o que
viva como le plazca, y que no esté atado a ninguna
ley”. Pero esa libertad no podrá encontrarse en ninguna
comunidad, ya que hay más leyes en los Estados
populares que en ningún otro sitio y, por consiguiente,

180
menos libertad; y el gobierno, muchos dicen, fue
inventado para quitar la libertad y no otorgársela
a hombre alguno. Tal libertad no puede existir; y si
existiera, no habría ningún gobierno en absoluto171.

Por lo tanto, de acuerdo con ese modo de pensamiento, un


régimen que prohíbe la violación no es menos coercitivo que
uno que la impone, ya que repudiar a un violador no es menos
contundente que la misma violación. Según esa visión, hay en
el mundo un quantum de violencia que no aumenta ni dismi-
nuye172. Los liberales clásicos niegan esto firmemente y rehúsan
equiparar la acción de violar con la de repudiar la violación.

La distinción amigo-enemigo
Entre todos aquellos que contribuyeron al rechazo propuesto
por la Contrailustración de las visiones liberales clásicas acer-
ca de la paz y la resolución de los conflictos, el más influyente
del siglo pasado fue Carl Schmitt, un teórico jurídico cuyo li-
bro El concepto de lo político llegó a tener una enorme influencia
tanto sobre la “derecha” como sobre la “izquierda” antilibera-
les. Schmitt fue “el más brillante enemigo del liberalismo del
siglo”173 y planteaba que “la distinción política específica (…).
puede reducirse a la existente entre amigo y enemigo”174.
Schmitt insistía en que los liberales estaban equivocados con
respecto a la armonía social, equivocados en que el intercambio
era una alternativa moral a la conquista, equivocados en que
el debate podía reemplazar al combate, equivocados en que la
tolerancia podía reemplazar a la animosidad, y equivocados en
que un mundo sin enemigos era incluso posible. Para Schmitt, el
conflicto era algo definitorio de la política como tal, y la política

181
era esencial para el ser humano. Su influencia en el pensamiento
político del siglo pasado ha sido imperceptible y, debido a su
vida escandalosa y censurable, a menudo también ha sido ig-
norada, pero su idea central llegó a permear en el pensamiento
tanto de la derecha como de la izquierda, e inspiró ataques “iz-
quierdistas” y “derechistas” a la tolerancia, la economía de mer-
cado, el gobierno limitado, el libre comercio y la paz. Sus ideas
también están impulsando un resurgimiento del pensamiento
fascista en Europa, por ejemplo, en el trabajo del académico de
la Universidad Estatal de Moscú, Aleksandr Dugin, cuya obra es
una reafirmación apenas velada de la ideología nacionalsocia-
lista, con una “Rusia” expansionista en lugar de “Alemania” y
“Eurasia” en lugar de “Tercer Reich”175.
Para Schmitt, “el enemigo no es meramente cualquier com-
petidor o tan solo una parte de un conflicto en general. Tampo-
co es solo el adversario personal a quien se odia. Un enemigo
solo existe cuando, al menos potencialmente, una colectividad
combatiente confronta a una colectividad similar”176. De he-
cho, “únicamente en el combate real se revela la consecuencia
más extrema de la agrupamiento político del amigo y del ene-
migo. De esta posibilidad extrema, la vida humana obtiene su
tensión específicamente política”177.
El filósofo marxista Slavoj Žižek reconoció que las tenden-
cias de izquierda y de derecha del pensamiento político anti-
liberal adhieren a la distinción amigo-enemigo de Schmitt y,
como “izquierdista”, Žižek hace una distinción entre el enfo-
que de derecha de los enemigos externos y “la primacía incon-
dicional del antagonismo inherente como elemento constituti-
vo de la política” que plantea la izquierda”:

182
Es profundamente sintomático que, en lugar la
lucha de clases, la Derecha radical hable de guerra de
clases (o sexual). La indicación más clara del rechazo
schmittiano de lo político es la primacía de la política
externa (relaciones entre Estados soberanos) sobre la
política interna (antagonismos sociales internos), sobre
lo cual insiste: ¿no es la relación con un Otro externo
como enemigo una forma de rechazar la lucha interna
que atraviesa el cuerpo social? Contrariamente a lo que
afirma Schmitt, una postura de izquierda insistiría en
la primacía incondicional del antagonismo inherente
como elemento constitutivo de lo político178.

Para estos pensadores, de derecha o de izquierda, el con-


flicto —“el antagonismo inherente”— es un elemento cons-
titutivo de la vida humana en su totalidad. (Incluso un pen-
sador progresista de centro-izquierda contemporáneo como
John Rawls incorpora el conflicto entre ciudadanos a su teo-
ría de la justicia social, en la forma de la distinción entre la
justicia de los actos de tales ciudadanos y la justicia del or-
den social general, porque incluso cuando “todos, con razón,
creen que están actuando de manera justa y escrupulosa al
honrar las normas que rigen los acuerdos …) la tendencia es,
más bien, que la justicia de fondo se deteriore aun cuando
los individuos actúan de manera justa; el resultado general
de transacciones distintas e independientes es alejarse y no
acercarse a la justicia de fondo”179. Es decir, que el conflicto
entre los intereses de grupos sociales está incorporado en la
misma estructura de la justicia, ya que, aunque por estipula-
ción, todos actúan de acuerdo con los derechos y reglas de la

183
justicia, el resultado es inherentemente injusto y conflictivo, y
el Estado debe intervenir para imponer un nuevo orden justo
en la sociedad, completamente independiente de las reglas de
la conducta recta entre las personas).
En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, sur-
gió una “industria Carl Schmitt” de publicaciones en la ex-
trema izquierda; el influyente periódico marxista Telos adoptó
el fundamento teórico político de Schmitt para su programa
antiliberal180, y sus ideas juegan un rol central en el influy-
ente, acérrimo y violento ataque al liberalismo y la paz pro-
movido como “el nuevo Manifiesto comunista” por el escritor
de izquierda italiano Antonio Negri (que cumplía una con-
dena por su participación en hechos violentos, asesinato in-
cluido, en Italia) y el teórico literario estadounidense Michael
Hardt181. Su libro, Imperio, una diatriba extensa e ilegible pub-
licada por Harvard University Press antes de los atentados
del 11 de septiembre a las Torres Gemelas de Nueva York,
prefiguró tales atentados con su llamado a atacar “la capital
mundial”, su definición del “enemigo” como “un régimen es-
pecífico de relaciones globales que denominamos Imperio”182,
sus escalofriantes comentarios acerca del fundamentalismo
islámico radical como tan solo otra forma de posmodernis-
mo, y sus llamados al “potencial de la multitud para sabotear
y destruir, con su propia fuerza productiva, el orden parasi-
tario del dominio posmodernista”183 (difícilmente pueda en-
contrarse una oración clara y comprensible en todo el libro,
indudablemente debido a la violencia y el odio extremos de la
filosofía de los autores; como explicó George Orwell: “Cuan-
do existe una brecha entre nuestros objetivos reales y nuestros
objetivos declarados, nos inclinamos instintivamente, por así

184
decirlo, hacia las palabras extensas y los modismos intermi-
nables, como un calamar chorreando tinta”184).
Negri y Hardt se inspiraron en la notable defensa del en-
foque “Groβraum” del Tercer Reich sobre las relaciones geo-
políticas. Schmitt buscaba potenciar “la tarea de la jurispru-
dencia alemana para escapar de la falsa alternativa de, por un
lado, el mantenimiento meramente conservador de la forma
de pensamiento entre Estados que ha prevalecido hasta hoy y,
por otro lado, un alcance no estatal y no nacional de la ley glob-
al universalista tal como lo hacen las democracias occidental-
es. Debe encontrarse, entre ambas alternativas, el concepto de
un gran orden espacial concreto, uno que corresponde tanto a
las dimensiones espaciales de la tierra como a nuestros nuevos
conceptos de Estado y nación”185.
El “alcance no estatal y no nacional de la ley global uni-
versalista tal como lo hacen las democracias occidentales”
es lo que Negri y Hardt denominaron “Imperio” y cuya de-
strucción a través de la violencia promovían. Las ideas y con-
cepciones políticas de Schmitt también están entrelazadas
con el pensamiento de extrema derecha y neoconservador,
este último, en gran parte, a través de la influencia del filó-
sofo Leo Strauss, quien tuvo una importante influencia sobre
Schmitt186, y los influyentes seguidores de Strauss, como el ex
asesor de la Casa Blanca William Kristol, editor de The Weekly
Standard y arquitecto de la Guerra de Irak187 y el columnista
de New York Times David Brooks, quien reclama el “conser-
vadurismo de la grandeza nacional”188. En su forma menos
militante, tal conservadurismo equivale a un llamado a con-
struir enormes monumentos estatales a la grandeza nacional.
En su forma más militante, es un abierto llamado a la guerra;

185
los neoconservadores fueron la fuerza principal detrás de la
invasión a Irak y continúan presionando a favor de una con-
frontación militar prácticamente a cada momento. Según Wil-
liam Kristol y Robert Kagan, librar una guerra restablecería “un
verdadero conservadurismo del corazón” que “debe enfatizar
la responsabilidad tanto personal como nacional, deleitarse con
la oportunidad del compromiso nacional, abrazar la posibilidad
de la grandeza nacional y restablecer el sentido de lo heroico, lo
cual ha sido una penosa carencia en la política exterior —y en el
conservadurismo— estadounidense en los últimos años”189.
Schmitt fue profundamente influenciado por los comenta-
rios de Leo Strauss sobre su trabajo y, por sugerencia de este,
reformuló sus ideas para hacerlas aún más plenamente an-
tiliberales. Strauss había comentado la edición de 1932 de El
concepto de lo político, y su conclusión fue que Schmitt no había
rechazado el liberalismo adecuadamente, y que aún estaba
atrapado en categorías establecidas por el liberalismo. Strauss
concluyó: “Dijimos que Schmitt emprende la crítica del libera-
lismo en un mundo liberal; y lo que quisimos decir, por lo tan-
to, es que su crítica del liberalismo tiene lugar en un horizonte
de liberalismo; su tendencia no liberal está restringida por el
aún invicto ‘sistema del pensamiento liberal’. Por consiguien-
te, la crítica presentada por Schmitt contra el liberalismo pue-
de completarse solo si se logra ampliar el horizonte más allá
del liberalismo”190. Y Schmitt procedió a hacerlo; en la edición
de 1933, que se publicó después de la victoria de Hitler pero
se suprimió después de la guerra (las ediciones subsiguientes
del libro fueron reimpresiones de la edición de 1932), Schmitt
avaló el Nacionalsocialismo, fue más explícito en cuanto a su
antisemitismo y expresó el conflicto entre amigo y enemigo en

186
términos claramente raciales191 (hay una ironía muy perturba-
dora en las agudas críticas de un intelectual judío que conven-
ce y alienta a un intelectual alemán para que se convierta en un
ávido nazi y en el “principal jurista nazi”192 del Tercer Reich).
Para Schmitt, así como para Marx y Engels, el libre comer-
cio no era una alternativa pacífica para la guerra, sino mera-
mente una pantalla de una forma de explotación más brutal.
“El concepto de humanidad es un instrumento ideológico es-
pecialmente útil para la expansión imperialista y, en su forma
ético-humanitaria, es un vehículo específico del imperialismo
económico”193. Las concepciones liberales de los derechos hu-
manos universales fueron rechazadas como incompatibles con
su distinción entre amigo y enemigo:

La humanidad no es un concepto político, no es una


entidad ni sociedad política, y no le corresponde
ningún estatus. El concepto humanitario del siglo XVIII
referido a la humanidad fue una polémica negación del
sistema aristocrático-feudal existente y de los privilegios
que este conlleva. De acuerdo con la ley natural y las
doctrinas liberales-individualistas, la humanidad es un
ideal universal, es decir, abarcador y social, un sistema
de relaciones entre individuos. Esto se materializa solo
cuando se excluye la posibilidad real de la guerra y
cuando la existencia del agrupamiento amigo y enemigo
se hace imposible. En esta sociedad universal, ya no
habría naciones en la forma de entidades políticas, ni
luchas de clase ni agrupamientos de enemigos194.

187
Si fuera por él, tampoco habría ninguna apelación a ideas li-
berales como los derechos humanos universales, o la tolerancia,
o la libertad de expresión, comercio y viaje.

Todos los pathos liberales se vuelven en contra de la


represión y la falta de libertad. Toda invasión, toda
amenaza a la libertad individual, la propiedad privada y
la libre competencia se denomina represión y es el mal
eo ipso. Lo que este liberalismo aún admite del Estado, el
gobierno y la política se limita a asegurar las condiciones
para la libertad y eliminar las violaciones de la libertad.
Llegamos así a un sistema completo de conceptos
desmilitarizados y despolitizados195.

Un mundo “desmilitarizado y despolitizado” también signi-


ficaba para Schmitt (y para Strauss, Jünger y otros que seguían
esa tradición), un mundo poco serio, de mero “entretenimiento”.
Un mundo verdaderamente humano es un mundo politizado,
y “lo político es el antagonismo más intenso y extremo, y todo
antagonismo concreto es tanto más político cuanto más se apro-
xima al punto extremo, el del agrupamiento basado en el con-
cepto amigo-enemigo”196. La cuestión de si el enemigo es externo
o interno es el eje central de la vida, tanto para la derecha como
para la izquierda. Fuerzas titánicas y heroicas deben enfrentarse
en una lucha más valiosa, más elevada, más noble que la vida de
“entretenimiento”, de trabajo, de comercio, de familia, de amor,
todo lo cual es poco serio comparado con “lo político”. Con el fin
de vivir una vida política seria, deben eliminarse la cooperación
pacífica, la tolerancia y la pluralidad de vidas vividas “desde el
interior” —todos los valores del liberalismo—, y las fuerzas so-
ciales deben enfocarse en derrotar al enemigo.

188
Las ideas de 1914

“Representamos la memoria de los muertos que son sagrados


para nosotros, y nos creemos encomendados al bienestar genui-
no y espiritual de nuestro pueblo. Simbolizamos lo que será y lo
que ha sido. Aunque la fuerza externa y la barbarie interna se
aglomeren en nubes sombrías, siempre que la hoja de la espa-
da provoque un destello en medio de la noche, podremos decir:
¡Alemania vive y Alemania jamás se derrumbará!”.
- Ernst Jünger197

El movimiento intelectual del cual Schmitt fue una figura


importante incluyó a muchos otros profundamente influen-
ciados por “Las ideas de 1914”, una celebración del año en
que Europa se hundió en la histeria masiva y millones fueron
asesinados198. La experiencia de la guerra tuvo una enorme
influencia en todo el mundo, no solo en cuestiones políticas
(por ejemplo, la centralización del poder gubernamental en
Estados Unidos), sino en la creación de un culto del conflicto,
la regimentación y la guerra. La brillante obra de Ernst Jünger
Tempestades de acero fue un trabajo significativo dentro de esa
tradición (Jünger también fue un estrecho interlocutor epis-
tolar de Schmitt; ambos tuvieron un intenso intercambio de
correspondencia durante más de cincuenta años199).
Jünger, al igual que su amigo y correspondiente Schmitt,
fue una figura intelectualmente poderosa que influyó tanto en
la izquierda como en la derecha para oponerse a los valores e
ideas liberales200. El relato de sus experiencias como integrante
de las tropas de asalto en la Primera Guerra Mundial fue una

189
popular declaración de “Las ideas de 1914”, en particular su
colectivismo militarista. En Tempestades de acero, Jünger glori-
ficaba la contienda y el conflicto a través de la guerra. El con-
traste implícito era el aburrimiento, la pura inutilidad, la falta
de seriedad de la vida durante la paz, de producir cosas para
venderlas y comprarlas; de asistir a conciertos y juegos depor-
tivos, laboratorios y galerías de arte; de buscar el conocimiento
científico; de disfrutar de una buena cerveza con buenos ami-
gos. La vida burguesa era aburrida, mientras que la vida de
contienda, de muerte violenta, de guerra era la única condi-
ción bajo la cual se podía vivir verdaderamente.

Y si se objeta el hecho de que pertenecemos a una época


de burda violencia, nuestra respuesta es: resistimos
con los pies metidos en barro y sangre, y, aun así,
nuestros rostros se volvieron hacia cosas de excelso
valor. Y ni uno solo de la incalculable cantidad que
cayó en nuestros ataques cayó inútilmente. Cada uno
de ellos cumplió su voluntad.
(...)
En cuanto ya no sea posible comprender cómo es que
un hombre da su vida por su país —y ese momento
llegará— entonces todo se habrá terminado junto con
esa fe, y morirá la idea de la Patria; y entonces, quizá, se
nos envidiará como se envidia a los santos su fortaleza
interior e irresistible201.

Así era como Jünger y muchos otros veían la guerra, pero


probablemente no es la forma en que la veían millones de otros
soldados que se ahogaron en el lodo, con los pulmones que-
mados por el gas mostaza, que murieron escupiendo pedazos

190
de sangre, y que jamás volvieron a ver a sus esposas, hijos, no-
vias y amigos. Erich Maria Remarque, que escribió Sin novedad
en el frente, describió la guerra de forma totalmente distinta.
A Jünger se lo celebraba, pero las obras de Remarque fueron
quemadas por los nacionalsocialistas, y su hermana fue deca-
pitada por orden de un “juez” nacionalsocialista del “Volks-
gerichtshof” (“Tribunal del pueblo”), quien, según informes,
declaró: “Su hermano se nos escapó, pero usted no”202.
Jünger no era un simple artista, sino un activo promotor de
la dictadura totalitaria a través de su apreciación estética de la
violencia, el conflicto y la regimentación. Tal como escribió a
favor de la dictadura:

La revolución genuina ciertamente aún no se ha


producido. Marcha inexorablemente hacia adelante. No
es una reacción, sino más bien una verdadera revolución
con todas sus características y manifestaciones. Su
idea es la del Pueblo, perfeccionada hasta un nivel de
precisión aún desconocido; su bandera es la esvástica;
su expresión externa, la concentración de la voluntad en
un punto único: ¡la dictadura! La dictadura reemplazará
la palabra por la acción, la tinta por la sangre, la frase
por el sacrificio, la pluma por la espada203.

La “Movilización total” como concepto fue introducido


por Jünger en su ensayo de 1930, y entusiasmó a los colectivis-
tas antiliberales de Alemania (Martin Heidegger entre ellos)
por ser una visión tecnológicamente autorizada del colectivis-
mo. Alabó “la creciente restricción de la libertad individual”,
un privilegio que, sin duda, siempre ha sido cuestionable”,
se maravilló por la forma en que, en la Unión Soviética, “por

191
primera vez, el ‘plan quinquenal’ ruso presentó al mundo un
intento de canalizar las energías colectivas de un gran imperio
en una corriente única”, y se refirió a la “Movilización total”
como “simplemente una intimación de esa movilización supe-
rior que la época está descargando sobre nosotros”204.
La elección de la dictadura, de cualquier cosa excepto el li-
beralismo, muestra la profunda afinidad de las formas rivales
del colectivismo. Jünger rememoró, en los últimos años de su
vida, sus primeras actitudes prosoviéticas (antes de trabajar
para el Tercer Reich). Acerca de la Unión Soviética, expresó:

Estaba muy interesado en el plan, en la idea del plan.


Me dije: de acuerdo, no tienen constitución, pero sí
tienen un plan. Esto puede ser grandioso205.

Vale la pena contrastar la apreciación del colectivismo por


parte de Jünger y sus círculos con la muy diferente reacción
del escritor ruso Vasily Grossman, que creció bajo la regimen-
tación del colectivismo soviético y llegó a rechazarlo; vio cla-
ramente la igualdad subyacente del fascismo, el nacionalso-
cialismo y el comunismo. Grossman escribió en Red Star, el
periódico del Ejército Rojo, y fue la primera persona en escri-
bir un relato acerca de la liberación de uno de los campos de la
muerte del Tercer Reich, Treblinka. Grossman, que nunca ha-
bía vivido en una sociedad libre, llegó a comprender y anhelar
la libertad. Su novela Vida y destino no fue publicada mientras
vivió: al concluirla, la obra fue incautada por la KGB (junto
con la cinta de mecanografía con la cual la escribió). En Vida y
destino, en medio de la guerra entre el Tercer Reich y la Unión
Soviética, el coronel Pyotr Pavlovich Novikov del Ejército Rojo
inspecciona a los soldados reunidos bajo su mando y advierte:

192
Los grupos humanos tienen un solo y principal
propósito: afirmar el derecho de todos a ser diferentes, a
ser especiales; a pensar, sentir y vivir a su manera. Las
personas se unen para obtener o defender este derecho.
Pero es allí donde nace un error terrible y fatal: la creencia
de que estos grupos, en nombre de la raza, de un Dios,
de un partido o de un Estado, son el propósito mismo de
la vida y no simplemente un medio para obtener un fin.
¡No! El único significado verdadero y perdurable de la
lucha por la vida yace en el individuo, en sus modestas
peculiaridades y en su derecho a esas peculiaridades206.

Estas “modestas peculiaridades” no brindan inspiración


a los ideólogos colectivistas de izquierda o de derecha, cuyo
propósito es alistar y regimentar al resto de nosotros en pos de
sus causas y luchas más elevadas.
La influencia de Jünger continúa. Se puede oír su voz muy
claramente en los escritos del escritor neoconservador de New
York Times David Brooks. En una columna del 23 de agosto de
2010, titulada “A Case of Mental Courage”, Brooks cita la des-
cripción de la novelista Fanny Burney acerca de la espantosa
experiencia de la mastectomía sin anestesia (“Entonces sentí
el Cuchillo avanzando en el esternón, ¡raspándolo! Esto se ha-
cía mientras yo aún continuaba sumida en la más indecible tor-
tura”), y alaba la experiencia misma y su “heroísmo” al relatar
cada detalle (“una prueba ardua pero necesaria si es que espera-
ba ser una persona de carácter y coraje”). Brooks se hace eco del
influyente ensayo escrito por Jünger en 1934, “Sobre el dolor”,
quien ignoró los avances de la Ilustración y afirmó que “con
bastante seguridad, el mundo del individuo autocomplaciente

193
y autocrítico ha llegado a su fin, y su sistema de valores, que sin
duda aún está difundido, ha sido derribado o refutado en todos
los puntos decisivos por sus propias consecuencias”207.
Según Brooks, “el heroísmo no solo existe en el campo de
batalla o en el ámbito público, sino también en la mente, en
la capacidad de enfrentar pensamientos desagradables”. Ade-
más, imitando a Jünger y Strauss, Brooks lamenta el capitalis-
mo liberal: “Se habla menos del pecado y la fragilidad en estos
días. El capitalismo también ha socavado este ethos. En la com-
petencia mediática para arrancarse los ojos, todos reciben una
recompensa por producir contenidos placenteros y asertivos”.
La vida ha quedado reducida a un contenido meramente “pla-
centero y asertivo”, y carece de lo “heroico”, temas que repiten
las quejas de Strauss y Schmitt sobre la falta de seriedad de las
sociedades libres. Brooks, también un entusiasta defensor de
ir a la guerra con Irak, ofrece en sus escritos una manifestación
estética del llamado de sus colegas neoconservadores Robert
Kagan y William a “restablecer el sentido de lo heroico” en
Estados Unidos usando el poder militar para “contener o des-
truir a varios de los monstruos del mundo”208.
Que una nación pueda ser grande sin guerra, sin violencia,
sin antagonismo, a través de la protección de los derechos de
los individuos para el disfrute pacífico de sus modestas pecu-
liaridades, es simplemente impensable para los herederos de
la tradición del colectivismo. Para ellos, la vida sin contiendas
heroicas es una vida carente de seriedad, una vida sin sentido.
Esa valoración estética de la guerra echó leña al fuego que con-
sumió la vida de millones de personas.

194
Las guerras no son inevitables

“Pronto no habrá ningún pobre que sea tan necio como para
ir a la guerra; no porque haya dejado de ser rentable, ya que
nunca lo ha sido, sino debido a la conciencia social que ha sido
desarrollada por los grandes liberales clásicos, quienes siempre
han defendido la paz. La libertad lleva a la paz, mientras que
la autoridad lleva a la guerra. Los amantes de la libertad están
dispuestos a comparar las vidas de aquellos que defendieron
esa libertad con la de aquellos que defendieron la autoridad,
la de aquellos que han intentado salvar con la de aquellos que
han intentado destruir”. - Charles T. Sprading209

En 1913, poco antes de una guerra increíblemente mortal y


destructiva que estalló en Europa, un liberal clásico estadouni-
dense se adelantó a la retórica venidera de Woodrow Wilson,
el presidente de Estados Unidos que llevó a este país a lo que
él denominó una “guerra para poner fin a todas las guerras”.
Charles T. Sprading preguntó:

¿Cómo se detiene una guerra? ¿Yendo a la guerra? ¿El


derramamiento de sangre va a detener el derramamiento
de sangre? No; la forma de detener la guerra es dejar de
ir a la guerra210.

No se prestó atención a las voces de los liberales de enton-


ces, y millones pagaron con sus vidas. La marea se había vuel-
to en contra de la libertad, tal como lo advirtiera el periodista
liberal E. L. Godkin a principios del siglo:

195
Solo vestigios, hombres ancianos en su mayoría, aún
defienden la doctrina liberal, y cuando ellos mueran, no
habrá defensores (…) La vieja falacia del derecho divino
ha afirmado su desastroso poder una vez más, y, antes
de que sea nuevamente repudiado, deberán producirse
contiendas internacionales a un nivel formidable211.

Godkin tuvo razón en cuanto al corto plazo, Sprading se


equivocó. Pero ambos vieron un largo plazo que prometía la
paz. La marea ha vuelto nuevamente hacia las ideas de liber-
tad. Los liberales clásicos de todos los continentes están tra-
bajando por un mundo de paz y libertad de pensamiento, ex-
presión, culto, amor, asociación, viaje, trabajo y comercio. El
crecimiento de una economía global ha disminuido los incen-
tivos de la guerra e incrementado las chances de la paz.
De nosotros depende, de una vez por todas, repudiar las
teorías modernas que sostienen el “derecho divino” de los go-
bernantes, estadistas y caudillos a disponer de la vida de otros.
Es momento, usando las palabras del coronel Pyotr Pavlovich
Novikov, “de afirmar el derecho de todos a ser diferentes, a ser
especiales; a pensar, sentir y vivir a su manera”, y de hacer rea-
lidad un mundo en donde todos disfruten la libertad y la paz.

196
11.
El arte de la guerra
Por Sarah Skwire

¿Por qué la literatura y la poesía nos permiten ver lo que


no se ve en la guerra? ¿Qué ventaja tiene el poeta frente
al estadista, el historiador y el periodista para ayudarnos
a entender la guerra? Sarah Skwire es la autora del
manual de redacción universitaria Writing with a Thesis,
actualmente en su undécima edición, y ha ganado
premios por su poesía, que se ha publicado en The New
Criterion, The Oxford Magazine y Vocabula Review, entre
otros lugares. Es miembro de Liberty Fund.

Casi perdido entre los grandes sucesos históricos y los perso-


najes épicos de la obra de Shakespeare, Enrique V, está el niño
sin nombre conocido simplemente, en la lista de personajes,
como “un muchacho”. Pasa el tiempo con los excompañe-
ros de Hal mientras se preparan para luchar en una guerra
contra Francia, que inició su viejo amigo que ahora es el rey.
Apenas si notamos el pequeño papel del muchacho en la
obra hasta que, hacia el final del Acto IV, ayuda al cómico
personaje de Pistola traduciendo del francés y luego se dirige
a la audiencia para decir: “Debo quedarme con los lacayos
que cuidan el equipo de nuestro campamento. Los franceses

197
podrían hacerse de un buen botín a costa nuestra, si supieran
dónde está, porque solo lo custodian unos muchachos”.
Y esa es la última vez que sabemos del muchacho, ya que
los franceses saben dónde está. Los muchachos que cuidan el
equipo son asesinados, y esta “más consumada rufianería” es
un momento sangriento más en una obra que se preocupa por
sopesar el equilibrio entre las glorias y los horrores de la guerra.
Pero... ¿por qué Shakespeare le dedicaría tiempo a eso?
¿Por qué hacer una pausa en medio de la batalla de Agincourt,
por el amor de Dios, para dar un discurso extra a un mucha-
cho sin nombre que está por morir?
La respuesta, creo yo, es que necesitamos la historia del
muchacho, y nuestra respuesta horrorizada, para inmuni-
zarnos contra la actitud insensible de Falstaff hacia sus solda-
dos en la primera parte de Enrique IV. “¡Bah, bah! ¡Excelentes
para ser ensartados, carne de cañón, carne de cañón! Llenarán
un foso tan bien como los mejores. ¡Eh, caro mío, hombres
mortales, hombres mortales!”. La respuesta, creo yo, es que
Shakespeare entendía que una de las cosas más poderosas que
puede hacer la literatura —en medio de la experiencia total-
izadora y anonimizadora de la guerra— es ayudarnos a oír la
voz del individuo. Y es por esa capacidad que la literatura es
tan valiosa para los liberales clásicos que quieren estudiar y
entender la guerra a fin de eliminarla.
Que la guerra nos hace anónimos no es ninguna novedad.
Orwell lo sabía muy bien y, en su novela 1984, que describe un
mundo que siempre ha estado en guerra, observamos un or-
den social totalmente nuevo creado para apoyar esa anonimia.
Se desalienta a hombres y mujeres de forjar relaciones íntimas.

198
Todas las actividades son actividades grupales. Hay vigilan-
cia constante y una anulación del espacio privado y de todo
objeto personal, todo a fin de convertir a los seres humanos
individuales en unidades intercambiables.
Cuando Vaclav Havel escribe sobre un Estado postotalita-
rio que ha pasado de la violencia a una aceptación sombría y
conformista de la opresión del Gobierno, tranquilamente po-
dría estar describiendo un Estado en guerra: “Entre los planes
del sistema postotalitario y los planes de la vida hay un profun-
do abismo. Mientras por su naturaleza la vida tiende al plura-
lismo, a la variedad de coloridos, a organizarse y constituirse
de manera independiente, en definitiva, a realizar su libertad,
el sistema postotalitario exige monolitismo, uniformidad y
disciplina (…) Este sistema solo está al servicio del hombre en
la medida en que es indispensable para que el hombre esté al
servicio del sistema; todo “el plus”, es decir, todo eso con lo
que el hombre va más allá de su condición predeterminada, el
sistema lo valora como un ataque a sí mismo”.
Frente a esta fuerza anonimizadora y destructiva de la
guerra y del Estado en guerra, tenemos la voz del escritor.
Mark Twain usa este poder en Oración de guerra cuando
su profeta celestial recuerda a la congregación reunida que
su oración por la victoria también es una oración por la des-
trucción de los otros:

¡Oh Señor nuestro Dios, ayúdanos a destrozar a sus


soldados y convertirlos en despojos sangrientos con
nuestros disparos; ayúdanos a cubrir sus campos
resplandecientes con la palidez de sus patriotas muertos;

199
ayúdanos a ahogar el trueno de sus cañones con los
quejidos de sus heridos que se retuercen de dolor,
ayúdanos a destruir sus humildes viviendas con un
huracán de fuego; ayúdanos a acongojar los corazones
de sus viudas inofensivas con aflicción inconsolable;
ayúdanos a echarlas de sus casas con sus niñitos para
que deambulen desvalidos (...) te imploramos que
tengan por refugio la tumba que se les niega.

Cuando el enemigo ya no es una masa anónima, es mucho


más difícil dispararle.
Y cuando uno ya no es parte de una masa anónima, es más
difícil disparar. Por eso es importante la disciplina. El poema de
Henry Reed “Facilitar la primavera”, escrito durante la Segun-
da Guerra Mundial, nos da una clase sobre manejo de armas,
donde moldean a los nuevos reclutas para convertirlos en sol-
dados. La voz áspera del sargento instructor y la disciplina que
está enseñando contrastan con el hermoso día de primavera y la
naturaleza salvaje que está afuera del salón de clases.
Hoy nos toca nombrar las piezas. Ayer,
Tuvimos la limpieza diaria. Y mañana por la mañana,
Lo tendremos que hacer después del tiroteo. Pero hoy,
Hoy nos toca nombrar las piezas. La japónica
Reluce como coral en todos los jardines vecinos,
Y hoy nos toca nombrar las piezas.

Pero, por supuesto, la anonimización de la guerra es sinies-


tra, no solo porque convierte a los individuos en piezas inter-
cambiables e indistinguibles. Lo terrible es lo que sucede con
esas piezas cuando van a la guerra.

200
Y es aquí donde la voz del escritor es más esencial, y donde
la voz del escritor que ha ido a la guerra es más valiosa. De
esas voces, una de las más importantes es la de Wilfred Owen,
cuyos poemas, escritos en el frente durante la Primera Guerra
Mundial, hacen hincapié en el anonimato de la guerra a fin
de luchar contra ella. Su poema “Himno a la juventud con-
denada” comienza con la cruda pregunta “¿Doblarán las
campanas por aquellos que mueren como ganado?” y en todo
el verso se preocupa por la tragedia de estos hombres indi-
viduales, enviados a morir en masa. El movimiento de su po-
ema más famoso, “Dulce et Decorum Est”, es desde una vista
gran angular de un grupo de soldados que están marchando:
“Encogidos, como viejos mendigos en sus sacos, / las rodillas
juntas, tosiendo como arpías, maldecíamos en el fango”, hasta
un primer plano individualizado de un soldado sin máscara
durante un ataque con gas.

Pero alguien aún estaba gritando y tropezando


Y ardía retorciéndose, como ahogándose en cal viva…
Borroso, a través de los empañados crista-
les de la máscara y de la tenue luz verde,
Como en un mar verde lo vi ahogarse.
En todas mis pesadillas, ante mi impotente mirada,
Se desploma boqueando, agonizando, asfixiándose.

Después de eso, Owen se dirige al lector para decirle: “si


pudieras ver lo que he visto y oído, no creerías tanto en las glo-
rias de la guerra”. Así es como, a través de su arte, el soldado
anónimo se diferencia como individuo y entonces su muerte
es dolorosamente personal.

201
Yeats hace algo similar en su poema “Pascua de 1916”, que cie-
rra con un catálogo de vidas perdidas en el alzamiento de Pascua.

—Lo escribo aquí en verso—


MacDonagh y MacBride
Y Connolly y Pearse
Ahora y en el porvenir,
Donde se vista el verde,
Han cambiado, totalmente cambiado:
Una terrible belleza ha nacido.

El simple hecho de mencionar los nombres de los muertos


reconoce que las vidas que se perdieron son vidas que se per-
dieron, no meras bajas. Y la literatura insiste en que prestemos
atención a esas vidas y a esas voces. Nos preguntamos: ¿cómo
se llamaba el muchacho en Enrique V?
Mientras Yeats ve belleza, aunque terrible, en la pérdida de
esas personas, el poeta israelí Yehuda Amichai no encuentra
más que desesperación.

El diámetro de la bomba era de treinta centímetros


y el diámetro de su destrucción, de unos siete metros,
y allí, cuatro muertos y once heridos.
Y alrededor de eso, en un círculo mayor
de dolor y tiempo están diseminados dos hospitales
y un cementerio. Pero la joven mujer
que fue enterrada en el lugar del cual vino,
a una distancia de más de cien kilómetros
agranda el círculo considerablemente.
Y el hombre solo que está llorando la muerte
en un país lejano

202
incorpora al círculo al mundo todo.
Y no voy a hablar del llanto de los huérfanos
que alcanza el trono de Dios y
desde allí hace al círculo infinito y sin Dios.

Y así como el poema “Dulce et Decorum Est” de Owen se


centra en visiones cada vez más íntimas de un ataque con gas
y luego exige al lector que piense en qué le representa, Ami-
chai insiste en que sus lectores piensen en lo que significa una
bomba pequeña cuando comenzamos a entender los círculos
concéntricos de su influencia. Puede que la bomba haya ma-
tado a solo cuatro, pero su efecto “alcanza el trono de Dios”.
Es útil estudiar los números grandes de la guerra. De-
bemos saber cuánto gastamos, cuántos soldados perdemos,
cuántos civiles son asesinados. Pero también debemos recor-
dar que los números grandes, sin importar cuánto nos di-
gan, no nos dicen todo. Mirar solamente, como decía Amy
Lowell, “el patrón llamado guerra” oscurece los detalles que
forman el patrón y nos hace olvidar la vida de las personas
que proporcionaron esos detalles.
Muchos escritores han comentado sobre el sentimiento de
futilidad que surge de ser escritor en tiempos de guerra, cuan-
do la gente quiere noticias, no arte. Pablo Neruda ofrece una
triste explicación famosa de por qué no escribe mucho, ni bien,
en tiempos de guerra:

Preguntaréis por qué su poesía


no nos habla del sueño, de las hojas,
¿de los grandes volcanes de su país natal?
¡Venid a ver la sangre por las calles,

203
venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver la sangre por las calles!

En tiempos de guerra, sugiere, ¿qué se puede decir sino


“venid a ver la sangre por las calles”? Y cuando no hay nada
más para decir, ¿qué sentido tiene la poesía?
Pero Auden nos recuerda que la voz del escritor puede y
debe usarse para personalizar la sangre en las calles y hacer
que importe. No es meramente sangre: es la sangre de alguien.
La voz del individuo se debe usar para defender el valor del
individuo frente a las mentiras de la guerra.

Lo único que tengo es una voz


[para deshacer la mentira y sus dobleces,
la mentira romántica en los sesos
del sensual hombre-de-la-calle
y la mentira de la autoridad
cuyos edificios tentalean el cielo:
no hay tal cosa como el Estado
y nadie existe solo;
el hambre no deja escoger
ni al ciudadano ni al policía;
debemos amarnos unos a otros o morir.

204
12.
Oración de guerra
Por Mark Twain

Samuel Langhorne Clemens, más conocido por su


pseudónimo Mark Twain, fue uno de los más grandes
escritores de la historia estadounidense. Entre sus
libros se encuentran Las aventuras de Tom Sawyer y
Las aventuras de Huckleberry Finn.

Fue una época de gran exaltación y emoción. El país se había levanta-


do en armas, había empezado la guerra y en cada pecho ardía el
fuego sagrado del patriotismo; se oía el redoble de los tambores
y tocaban las bandas de música; tiraban cohetes y un montón
de fuegos artificiales zumbaban y chisporroteaban. Allí abajo,
a lo lejos, de las manos, tejados y balcones, ondeaba al sol una
espesura de banderas brillantes. De día, por la ancha avenida,
los jóvenes voluntarios desfilaban alegres y hermosos con sus
uniformes; a su paso los orgullosos padres, madres, hermanas
y enamoradas los vitoreaban con voces ahogadas por la emo-
ción. De noche, en las concurridas reuniones se escuchaba con
admiración la oratoria patriótica que agitaba lo más hondo de
sus corazones, y que solía interrumpirse con una tempestad de
aplausos, al tiempo que las lágrimas corrían por sus mejillas. En
las iglesias los pastores predicaban devoción a la bandera y al

205
país, y en favor de nuestra noble causa imploraban ayuda al dios
de las batallas con una elocuencia tan efusiva y fervorosa que
conmovía a todos los oyentes.
De hecho, era una época próspera y alegre, y los pocos es-
píritus temerarios que se aventuraban a desaprobar la guerra
y a albergar alguna duda sobre su rectitud, enseguida recibían
un castigo tan duro y severo que, para su propia seguridad, in-
mediatamente retrocedían espantados y no volvían a ofender
en ese sentido.
Llegó el domingo por la mañana. Al día siguiente los bata-
llones partirían hacia el frente; la iglesia estaba a rebosar. Y allí
estaban los voluntarios, con sus rostros iluminados por visiones y
sueños milicianos. ¡El austero avance de tropas, el ímpetu incon-
tenible, el ataque desenfrenado, los sables relucientes, la huida
del enemigo, el tumulto, el humo envolvente, la búsqueda feroz
y la rendición! ¡Y luego, de regreso al hogar, los héroes conde-
corados, bienvenidos, venerados, inmersos en un mar de oro de
gloria! Al lado de los voluntarios se sentaban sus seres queridos,
orgullosos, contentos y envidiados por los vecinos y amigos que
no tenían hijos o hermanos a quienes enviar al campo de honor,
para vencer por la bandera o, caso contrario, sucumbir a la más
noble de las muertes nobles. El servicio religioso continuó. Se leyó
un capítulo del Antiguo Testamento sobre la guerra y se rezó la
primera plegaria, seguida de un estallido del órgano que sacudió
el edificio. Y de un impulso la congregación se levantó con brillo
en los ojos y latidos en el corazón: “Dios Todopoderoso! ¡Tú que
ordenas, el trueno es tu trompeta y el rayo tu espada!”.
Después vino la oración larga. Nadie recordaba algo se-
mejante por lo apasionado de la súplica y lo conmovedor y

206
bello de su lenguaje. En esencia, la oración pedía al Padre de
todos nosotros, benigno y siempre misericordioso, que vela-
ra por nuestros nobles y jóvenes soldados y les proporcionara
auxilio, consuelo y ánimo en el afán de su patriótica tarea; que
los bendijera y protegiera con Su poderosa mano en la batalla;
que los fortaleciera y les diera confianza para que fueran in-
vencibles en el ataque sangriento; que les ayudara a aplastar
al enemigo y les concediera, tanto a ellos como a su patria y su
bandera, la gloria y el honor imperecederos.
Un anciano extraño entró y con paso lento y callado avanzó
por el pasillo, con los ojos clavados en el clérigo. Tenía un cuerpo
alto e iba vestido con una túnica que le llegaba a los pies, llevaba
la cabeza descubierta, una vaporosa cascada de cabello cano le
caía sobre los hombros y tenía la cara arrugada y exageradamen-
te pálida, casi fantasmal. Llenos de asombro, todos le seguían
con la mirada mientras se encaminaba al altar en silencio y sin
pausa, hasta que se detuvo a la par del clérigo y se quedó allí
esperando de pie.
El clérigo, con los ojos cerrados, no se había percatado de la
presencia del extraño y prosiguió con su oración conmovedo-
ra hasta terminar con las siguientes palabras, pronunciadas con
gran fervor: «¡Bendice nuestras almas, concédenos la victoria,
Oh Señor Nuestro, Dios, Padre y Protector de nuestra tierra y
nuestra bandera!”.
El extraño le tocó el brazo y le hizo señas para que se aparta-
ra -a lo que accedió el desconcertado clérigo- y ocupó su lugar.
Durante unos momentos, con ojos solemnes que emanaban una
luz extraordinaria, contempló detenidamente a la audiencia em-
belesada. Entonces con una voz profunda dijo: Vengo del Trono.

207
Soy portador de un mensaje de Dios Todopoderoso”. Las pala-
bras golpearon a la congregación como en un seísmo; si el extra-
ño lo percibió no hizo ningún caso. “El ha escuchado la oración
de Su siervo, vuestro pastor, y se concederán sus peticiones si
ése es vuestro deseo después que yo, Su mensajero, os haya ex-
plicado su significado, es decir, todo su significado. Pues sucede
lo que en la mayoría de las oraciones de los hombres; el que las
pronuncia pide mucho más de lo que es consciente, salvo que se
detenga y se ponga a meditar”.
“Vuestro Siervo de Dios ha rezado su plegaria. ¿Ha reflexio-
nado sobre lo que ha dicho? ¿Es acaso una sola oración? No; son
dos -una pronunciada y la otra no-. Ambas han llegado a los
oídos de Aquel que escucha todas las súplicas, tanto las anuncia-
das como las guardadas en silencio. Ponderad esto y guardadlo
en la memoria. Si rezas una plegaria en tu beneficio ¡ten cuidado!
no sea que sin querer invoques al mismo tiempo una maldición
sobre el vecino. Si rezas una oración para que llueva sobre tu co-
secha, mediante ese acto quizá estés implorando que caiga una
maldición sobre la cosecha de alguno de tus vecinos que proba-
blemente no necesite agua y resulte así dañada”.
“Han escuchado la oración de vuestro siervo -la parte enun-
ciada-.Yo he sido encargado por Dios para poner en palabras la
otra parte, aquélla que el pastor -al igual que ustedes en sus co-
razones- rezaron en silencio. ¿Con ignorancia y sin reflexionar?
¡Dios asegura que así fue! Oísteis estas palabras: ‘Concédenos la
victoria, Oh Señor Nuestro Dios’. Eso es suficiente. La oración
pronunciada está íntimamente ligada a esas palabras fecundas.
No han sido necesarias las explicaciones. Cuando habéis reza-
do por la victoria, habéis rezado por las muchas consecuencias

208
no mencionadas que resultan de la victoria -debe ser así y no se
puede evitar-.El espíritu atento de Dios Padre acogió también la
parte no pronunciada de la oración. Me encargó que la expresara
con palabras. ¡Escuchad!”.
“Oh Señor, nuestro Padre, nuestros jóvenes patriotas, ídolos
de nuestros corazones, salen a batallar. ¡Mantente cerca de ellos!
Con ellos partimos también nosotros -en espíritu- dejando atrás
la dulce paz de nuestros hogares para aniquilar al enemigo. ¡Oh
Señor nuestro Dios, ayúdanos a destrozar a sus soldados y con-
vertirlos en despojos sangrientos con nuestros disparos; ayúda-
nos a cubrir sus campos resplandecientes con la palidez de sus
patriotas muertos; ayúdanos a ahogar el trueno de sus cañones
con los quejidos de sus heridos que se retuercen de dolor, ayúda-
nos a destruir sus humildes viviendas con un huracán de fuego;
ayúdanos a acongojar los corazones de sus viudas inofensivas
con aflicción inconsolable; ayúdanos a echarlas de sus casas con
sus niñitos para que deambulen desvalidos por la devastación
de su tierra desolada, vestidos con harapos, hambrientos y se-
dientos, a merced de las llamas del sol de verano y los vientos
helados del invierno, quebrados en espíritu, agotados por las
penurias, te imploramos que tengan por refugio la tumba que se
les niega -por el bien de nosotros que te adoramos, Señor-, acaba
con sus esperanzas, arruina sus vidas, prolonga su amargo pere-
grinaje, haz que su andar sea una carga, inunda su camino con
sus lágrimas, tiñe la nieve blanca con la sangre de las heridas de
sus pies! Se lo pedimos, animados por el amor, a Aquel quien es
Fuente de Amor, sempiterno y seguro refugio y amigo de todos
aquellos que padecen. A El, humildes y contritos, pedimos Su
ayuda. Amén”.

209
(Después de una pausa)
“Así es como lo habéis rezado. ¡Si todavía lo deseáis, hablad!
El mensajero del Altísimo aguarda”.
Más tarde se creyó que el hombre era un lunático porque no
tenía sentido nada de lo que había dicho.

210
13.
Dulce et decorum est
Por Wilfred Owen

Wilfred Owen fue un poeta y soldado inglés muerto en


acción el 4 de noviembre de 1918, una semana antes
que fuera firmado el Armisticio que puso fin a Primera
Guerra Mundial.

Encogidos, como viejos mendigos en sus sacos,


las rodillas juntas, tosiendo como arpías, maldecíamos en
el fango,
hasta que a la luz maligna de las bengalas nos volvimos
y marchamos penosamente hacia el distante refugio.
Los hombres marchaban dormidos. Muchos habían
perdido sus botas
pero avanzaban renqueantes con pies ensangrentados.
Todos iban cojos; todos ciegos;
borrachos de fatiga; sordos hasta para el silbido
de las bombas dejadas atrás, que explotaban a nuestras
espaldas.
“¡Gas, gas! ¡Rápido, muchachos!”; un éxtasis de
desconcierto,
Poniéndonos los toscos cascos justo a tiempo;
Pero alguien aún estaba gritando y tropezando

211
Y ardía retorciéndose, como ahogándose en cal viva…
Borroso, a través de los empañados cristales de la
máscara y de la tenue luz verde,
Como en un mar verde lo vi ahogarse.
En todas mis pesadillas, ante mi impotente mirada,
Se desploma boqueando, agonizando, asfixiándose.
Si en algún sofocante sueño tú también puedes caminar
Tras la carreta en la que lo pusimos,
Y mirar sus blancos ojos moviéndose
En su desmayada cara, como un endemoniado.
Si pudieses escuchar a cada traqueteo
El gorgoteo de la sangre saliendo de sus destrozados
pulmones,
Repugnante como el cáncer, nauseabundo como el vómito
De horrorosas, incurables llagas en lenguas inocentes,
Amigo mío, no volverías a decir con ese alto idealismo
A los ardientes jóvenes sedientos de gloria
La vieja mentira: “Dulce et decorum est pro patria mori”.

212
14.
Parábola del viejo y el joven
Así pues, Abraham se levantó, cogió la tabla, partió,
Y se llevó el fuego consigo, y un cuchillo.
Y mientras avanzaban, ambos juntos,
Isaac habló primero, y dijo: “Padre,
Mira los preparativos: fuego y metal,
Pero, ¿dónde está el cordero para este sacrificio?
Entonces Abraham ató al joven
Lo ató con correas y tirantes,
Y construyó parapetos en las trincheras,
Y agarró el puñal directo para clavarlo en su hijo.
Cuando, he aquí que un ángel lo llamó desde los cielos,
Diciendo: No oses tocar al muchacho,
Ni le hagas nada. Mira,
Un cordero, atado por los cuernos;
Ofrece en sacrificio el cordero en lugar del muchacho.
Pero el viejo nunca hará eso, sino que sacrificará a su hijo,
Y la mitad del germen de Europa, uno a uno.

213
15.
La paz comienza con ustedes
Por Cathy Reisenwitz

¿Qué puedes hacer, lector de este libro, para que


haya más paz en el mundo? ¿Cómo puede hacer
la diferencia? ¿Qué medidas puede tomar y qué
recursos tiene a su disposición? Cathy Reisenwitz es
editora en Young Voices y trabaja con Students For
Liberty. Sus trabajos sobre política y cultura se han
publicado en Forbes, el Chicago Tribune, Reason,
VICE Motherboard y el Washington Examiner.

La guerra está en todas partes, pero se esconde. Hubo un


tiempo en que las guerras tenían un comienzo y un fin bien
diferenciado, pero ahora vivimos en un estado de conflicto
perpetuo. Como se están librando guerras continuamente, no
contra Estados extranjeros, sino contra abstracciones como las
“drogas” y el “terrorismo”, es imposible saber si alguna vez
se ha triunfado. El terrorismo es una táctica y las drogas son
materias primas no se pueden “vencer” como a los enemigos
tradicionales. Por lo tanto, estas guerras son perpetuas.
Las guerras destruyen vidas pero también debilitan el Es-
tado de Derecho y nuestras libertades civiles, precisamente
las instituciones que hacen posible la sociedad civil. Se usan

215
programas secretos de ataques con drones contra determina-
dos objetivos, sin ningún tipo de prueba. Se inician programas
masivos de espionaje justificados como necesarios para librar
guerras contra enemigos reales e imaginarios. Se despliegan
fuerzas armadas en “Estados fallidos”, lo que, con frecuencia,
solo logra desestabilizar aún más el equilibrio local. Se usa la
fuerza armada para desestabilizar sistemas políticos y crear
caos, a fin de justificar la intervención armada y la anexión.
Los “agentes de paz” locales se transforman cada vez más en
unidades de ataque militar que cada vez más tratan a los ciu-
dadanos locales como enemigos en el campo de batalla.
Suma a esas instancias de violencia estatal las invasiones
de Irak y Afganistán, Chechenia, Georgia y Crimea, los con-
flictos armados en Libia y Siria, Somalia y Darfur, y otra enor-
me cantidad de países en conflicto, y uno se da cuenta de que
la mayoría de los “millennials” no han vivido nunca tiempos
de paz. Hemos crecido en un mundo en guerra, declarada o
no, unilateral o multilateral. ¿Cómo podemos abogar por un
ideal desconocido: la paz?
Sin embargo, a lo largo de los siglos, la tendencia general
siempre se ha alejado de la guerra. La vida cotidiana de cada
vez más personas es más pacífica que la de generaciones ante-
riores. El comercio y la comunicación mundial, los instrumen-
tos de la paz, han dado luz a la generación con más conscien-
cia del mundo: verdaderos ciudadanos del mundo.
La probabilidad de morir a causa de la violencia ha disminui-
do para la mayoría de las personas en la mayoría de los lugares,
pero las campañas de violencia organizada por el Estado tam-
bién se han vuelto prácticamente perpetuas para los ciudadanos

216
de muchos países. Las víctimas de esas guerras perpetuas no
suelen estar a la vista del público: transeúntes inocentes asesi-
nados en ataques con drones; víctimas de violencia pandillera y
policial que acompaña la prohibición (la “guerra contra las dro-
gas”) y los “mercados negros”; combatientes y no combatientes
asesinados por igual en conflictos militares directos, y las vícti-
mas más difíciles de ver para la mayoría de las personas: liber-
tad, gobierno limitado y Estado de Derecho.
Entonces, ¿qué puede hacer nuestra generación para pro-
teger la paz? Tres medidas: aprender, amplificar y organizar.

Aprender
Los que reclaman a gritos la guerra cuentan con un pueblo des-
informado, complaciente y confiado. Las falacias económicas,
como la trampa de que la guerra “estimula la economía”, cuan-
do se combinan con la desinformación, una rotunda decepción
y apelaciones a un falso patriotismo que demoniza a los que se
atreven a hacer preguntas, pueden lograr que la gente se aba-
lance hacia la guerra o les puede infundir un falso sentido de
complacencia sobre lo que está haciendo su Gobierno. Se ofre-
cen simples declaraciones de intención para sustituir informes
razonables de las consecuencias probables del uso de la fuerza
armada. Se hace caso omiso de la mera idea de que puede haber
consecuencias no deseadas o riesgos adicionales. Para mantener
la paz, es importante estar informados, comprender los incenti-
vos, riesgos y ventajas, escudriñar los hechos e incluso sospechar
sobre las intenciones de los políticos y estar dispuestos a cuestio-
narlos. Este libro es un buen comienzo, pero hay mucho más que
pueden hacer los que desean trabajar por la paz.

217
Debemos aprender sobre los asuntos internacionales y co-
nocer la historia del intervencionismo militar, especialmente
desde la perspectiva de sus víctimas. La guerra es un tema se-
rio y nos exige prestar atención a los hechos, a la posibilidad de
consecuencias no deseadas, a los costos totales y a los efectos
posibles sobre la vida, la libertad y la búsqueda de felicidad.
Un buen comienzo, después de terminar los ensayos en
este libro, es leer las “Sugerencias bibliográficas” al final de
este volumen. Una excelente fuente de análisis e informa-
ción detallada de “orientación política” es www.cato.org/fo-
reign-policy-national-security. En países con acceso abierto a
Internet, los motores de búsqueda (cuando se combinan con
un sano escepticismo sobre las fuentes) también son fuentes
valiosísimas de información.

Amplificar
A veces, todo lo que se necesita para inducir a la gente a alzar la
voz por la paz es que escuchen a alguien hacerlo primero. Us-
ted puede ser esa primera persona. Cuando escucha a alguien
apoyar la violencia, pronúnciense a favor de la paz y el volunta-
rismo. Puede ser en una conversación personal (donde es mejor
generar razones, en vez de indignación, para ayudar a quienes lo
rodean a pensar más allá de los eslóganes y ver el horror, los des-
perdicios y el sufrimiento que causa la violencia), en Facebook u
otros medios sociales, en reuniones públicas, o mediante cartas
al editor, llamadas a programas de radio, debates o artículos en
el periódico estudiantil. En general, se darán cuenta de que no
están solos y que su voz se amplificará con las voces de otros
que, de otra manera, se habrían quedado en silencio.

218
Una idea clave del gran defensor de la paz Frédéric Bastiat
era que las políticas gubernamentales no solo tienen efectos
“visibles”, sino también “invisibles”. ¿Qué no sucedió porque
los políticos ordenaron que se hiciera algo? Se construyen jeeps
y tanques para la guerra, lo que significa que no se constru-
yen automóviles y tractores. Se crean trabajos en industrias
armamentísticas, lo que significa que se destruyen trabajos en
empresas pacíficas. Cada decisión tiene un costo, algo que se
deja, que no sucede y que no se ve. La guerra no es diferen-
te. También es una decisión y todas las decisiones tienen un
costo. Ayudar a la gente a entender los costos, a ver lo “invisi-
ble”, es una gran medida para debilitar las tendencias tontas
e irresponsables hacia la guerra.
Pueden transmitir sus opiniones a los representantes ele-
gidos si viven en un país con al menos cierto grado de re-
ceptividad en el gobierno. Cada comunicación personalizada
bien expresada les dice a los políticos que mucha más gente
piensa como ustedes. En general, prestan atención a esas co-
municaciones, mucho más de lo que se cree. (No suelen pres-
tar atención a las denuncias agresivas).
Si ven artículos o estudios en línea que creen que tienen bue-
nos argumentos a favor de la paz, compártanlos en Twitter, Face-
book, VK, su blog u otros medios. Cuando otras personas hagan
comentarios, responda racionalmente e intenten comprometer-
los desde la mente y el corazón con la paz. En todas las interac-
ciones, es mejor ser persuasivo que enojarse. Es mejor convencer
que denunciar. La idea no es desahogarse, sino convencer a los
demás de que se unan en el camino a la paz.

219
En síntesis, puede compartir su entusiasmo por la paz, el
amor y la libertad. (De hecho, puede conseguir más copias de
este libro y compartirlas con familiares, amigos o compañeros
de clase, e incluso, si se atreven, con profesores).

Organizar
Si estás en la universidad, busca una sucursal de Students For
Liberty y entra en acción. Es fácil, es gratificante y encontrarás
amigos que comparten su compromiso con la paz, el amor y
la libertad. En studentsforliberty.org encontrarás cómo unirte
a una sucursal o iniciar una nueva. Si no, puedes buscar en
la lista global de Atlas Network (http://AtlasNetwork.org/)
cuáles son las organizaciones que defienden las reformas para
crear sociedades pacíficas.
Luego, empieza a organizarte por la paz. Hay otras per-
sonas que lo están haciendo y tú también puedes. Estos son
apenas algunos ejemplos recientes de Estados Unidos (donde
vivo yo) y otros lugares:
En octubre de 2012, los liberales clásicos universitarios de
la Universidad Estatal de Míchigan crearon un “cementerio de
libertades civiles”. Crearon lápidas falsas, que representaban,
cada una, una libertad (“privacidad”, “libertad de expresión”,
“habeas corpus” y “libertad de culto”) que fue o es probable que
sea víctima de la guerra. Colocaron las lápidas en una inter-
sección principal del campus, donde estaban seguros de que
llamarían la atención. Entregaban material educativo y reclu-
taban nuevos miembros en su grupo.
En marzo de 2012, Young Americans for Liberty de la Uni-
versidad Slippery Rock ayudó a los estudiantes a entender la

220
magnitud de las víctimas mortales de Estados Unidos en las
guerras de Irak y Afganistán durante el evento “Década de
guerra” que realizaron en el campus. Llenaron el patio inte-
rior con banderas de Estados Unidos; cada una representaba
dos muertos estadounidenses en la última década de guerra.
También construyeron un “Muro de libertad de expresión”
entre las banderas para que los estudiantes compartieran lo
que pensaban sobre la guerra. Miles y miles de estudiantes
pasaron por la muestra todos los días durante una semana. El
evento permitió al grupo hablar con los compañeros de clase
sobre las implicaciones de las guerras y presentarlos en el club
haciendo una presentación en frente de la muestra y entregan-
do bibliografía sobre la libertad.
En abril de 2013, los liberales clásicos universitarios de la
Universidad de la Florida organizaron una “Semana de ac-
ción antidrones”. Este evento reunió a grupos de todo el arco
político para protestar contra el uso que hace el gobierno de
los ataques drones y las decisiones que tomó la universidad
que promovieron el uso militarizado de los drones. También
crearon un muro de libertad de expresión que tenía pintado
un dron que llevaba un misil y pusieron mesas en áreas de
mucho tránsito del campus con una muestra llamada “Ubicar
el dron en la zona de guerra”, que permitía a los estudiantes
ver dónde se estaban utilizando drones.
En marzo de 2014, los que asistieron a la conferencia eu-
ropea de Students For Liberty en Berlín marcharon a la em-
bajada rusa para protestar contra la invasión de Ucrania en
manos de Kremlin y la anexión en curso de Crimea. El grupo
incluía estudiantes de Rusia y Ucrania que se habían unido
para oponerse a la invasión armada de un país a otro.

221
En países en donde el gobierno controla o limita más la ex-
presión, puede resultar más difícil realizar un trabajo así, pero
los estudiantes por la paz igualmente logran hacer oír su voz. En
Rusia, activistas de Students For Liberty marcharon en Moscú,
San Petersburgo y otras ciudades contra la intervención militar
en Ucrania (y los arrestaron por su valentía). En India y Pakistán,
Students For Liberty promueven la libertad de comercio para
sustituir las guerras, escaramuzas y hostilidades que han carac-
terizado gran parte de su historia por paz y amistad. Los miem-
bros de Students For Liberty en África trabajan para promover la
paz civil en muchos países que han sufrido conflictos violentos.
Sucede lo mismo en América Latina, donde activistas de Stu-
dents For Liberty en Venezuela, Guatemala, El Salvador y otros
lugares están trabajando por la paz.
El hecho es que tú, la persona que está leyendo este en-
sayo, puedes hacer la diferencia. Puedes unirte con otros y
promover activamente la paz. Si por el momento no existe
ningún grupo o movimiento al que puedas unirte, puedes co-
menzar uno. Cada grupo y cada movimiento fueron funda-
dos por alguien. Ese alguien puede ser tú.

Hacer la diferencia: elegir la paz


Con la lectura de este libro te has educado. Desde ya que hay
mucho más por aprender, pero has dado un paso enorme hacia
la paz. Tienes una voz educada que puedes utilizar a favor de la
paz. Hazte oír y descubrirás que no estás solo, que otros unirán
su voz a la tuya y amplificarán el mensaje de paz. Organízate
con otros para demostrar tu apoyo a la paz. Cuando seas una
persona mayor, ¿podrás decir “Me pronuncié a favor de la paz”?

222
Sugerencias Bibliográficas

Como la guerra ha tenido un papel tan central en la historia de


la humanidad, hay una vasta bibliografía sobre el tema que la
celebra, describe y condena. Las notas en este volumen ofre-
cen una guía para la lectura y estudio adicionales. A continua-
ción presentamos algunos de los títulos más importantes que
consideran los temas de la guerra y la paz desde la perspectiva
de los que aprecian la libertad, la actividad cooperativa volun-
taria y la prosperidad mutua frente a la sumisión, el dominio
y la violencia gloriosa.

“La Ley,” “El Estado,” y otros ensayos políticos, 1843–1850, de


Frédéric Bastiat, Indianápolis: Liberty Fund, 2012, incluye po-
tentes escritos sobre la naturaleza de la guerra, el saqueo y el
estatismo de uno de los escritores económicos más importan-
tes del siglo xix. Bastiat explica cómo el gobierno se puede vol-
ver predador y destructivo en vez de protector. (También vale
la pena leer otros trabajos de Bastiat, incluidos los de la serie
de Liberty Fund).

The Libertarian Reader: Classic and Contemporary Writings from


Lao Tzu to Milton Friedman, ed. por David Boaz, Nueva York,
The Free Press, 1997; próxima edición actualizada en 2015,
ofrece no solo un resumen del pensamiento liberal clásico
desde la antigüedad hasta los tiempos modernos, sino tam-
bién una sección bien organizada sobre la paz y la armonía in-
ternacional (“Peace and International Harmony”) que incluye
ensayos clásicos sobre la paz.

223
Depression, War, and Cold War: Studies in Political Economy, de
Robert Higgs, Oxford, Oxford University Press, 2006, desmiti-
fica minuciosamente y con pruebas la idea de que la Segunda
Guerra Mundial “sacó a la economía de la depresión” y pro-
porciona estudios detallados sobre el impacto político y eco-
nómico de la guerra y del papel de los contratistas militares en
la formulación de políticas públicas, entre otros temas.

On War and Morality, de Robert Holmes, Princeton; Prince-


ton University Press, 1989, brinda una mirada útil sobre los
temas morales de la guerra y nos invita a pensar en todas las
consecuencias que tiene librar una guerra.

Terror, Security, and Money: Balancing the Risks, Benefits, and


Costs of Homeland Security, de John Mueller y Mark G. Stewart,
Oxford: Oxford University Press, 2011, muestra un enfoque
diferente (y más racional) para considerar los riesgos y las
respuestas. Este libro es particularmente útil como guía de
análisis de costos y beneficios y gestión de riesgos racional.

A History of Force: Exploring the worldwide movement against


habits of coercion, bloodshed, and mayhem de James L. Payne,
Sandpoint, Idaho, Lytton Publishing Co., 2004, muestra una
mirada pionera de las maneras en que la violencia y la bru-
talidad fueron reemplazadas, con el paso del tiempo, por la
cooperación y la sociedad civil.

The Better Angels of Our Nature: A History of Violence and Hu-


manity de Steven Pinker, Londres: Penguin Books, 2011, pro-
porciona datos y un análisis sobre el largo período de paz

224
(“The Long Peace”) y compara explicaciones posibles de la
disminución de violencia. Pinker combina estadísticas sobre
violencia, historia social, teoría política y psicología en una
hazaña académica de gran importancia.

La conquista de los Estados Unidos por España de William Gra-


ham Sumner (1898), Indianápolis: Liberty Fund, 2013, muestra
el clásico contraste entre república e imperio.

La Online Library of Liberty es una vasta y creciente biblioteca


en línea de obras clásicas sobre la tradición liberal/ libertaria
clásica; pueden acceder a ella en http://oll.libertyfund.org.

225
Sobre el editor
Tom G. Palmer

El Dr. Tom G. Palmer es el vicepresidente ejecutivo de pro-


gramas internacionales en Atlas Network. Supervisa equipos
que trabajan en todo el mundo dedicados a promover los
principios del liberalismo clásico y trabaja con una red global
de think tanks e institutos de investigación. El Dr. Palmer es
académico titular del Cato Institute, donde fue vicepresidente
de programas internacionales y director del Centro para la
Promoción de los Derechos Humanos.

227
Palmer fue H.B. Earhart Fellow en el Hertford College,
Oxford University y vicepresidente del Institute for Humane
Studies en George Mason University. Es miembro del Con-
sejo Asesor de Students For Liberty. Ha publicado críticas y
artículos sobre política y moral en revistas académicas como
Harvard Journal of Law and Public Policy, Ethics, Critical Review
y Constitutional Political Economy, y en publicaciones como
Slate, el Wall Street Journal, el New York Times, Die Welt, Al
Hayat, Caixing, el Washington Post y The Spectator of London.
Obtuvo su BA en artes liberales en St. Johns College en An-
napolis, Maryland; su MA en filosofía en Catholic University
of America, Washington, DC, y su doctorado en política en
Oxford University. Su trabajo académico ha sido publicado en
libros de Princeton University Press, Cambridge University
Press, Routledge y otras editoriales académicas. Es el autor de
Realizing Freedom: Libertarian Theory, History, and Practice (edi-
ción ampliada publicada en 2014); y el editor de The Morality of
Capitalism, publicado en 2011, After the Welfare State, publicado
en 2012, y Why Liberty, publicado en 2013.

228
Notas (Endnotes)
1. Nelson Mandela, Long Walk to Freedom,Nueva York, Little, Brown and Com-
pany, 1995, pág. 622.
2. Puede encontrarse más información sobre ideas liberales clásicas en otro
libro de esta serie, Why Liberty, Tom G. Palmer, ed., Ottawa, Ill, Jameson
Books, 2013.
3. Cicerón, On Duties,Cambridge: Cambridge University Press, 1991, Libro III,
págs. 109–10.
4. James Madison, The Writings of James Madison, comprising his Public Papers
and his Private Correspondence, including his numerous letters and documents
now for the first time printed, ed. Gaillard Hunt, Nueva York, G.P. Putnam’s
Sons, 1900. Vol. 6. Capítulo: Universal Peace, publicado originalmente en The
National Gazette, 2 de febrero de 1792 [fecha de consulta: 16-02-2014]. Dispo-
nible en: http://oll.libertyfund.org/title/1941/124396.
5. Colin Powell, My American Journey ,1996; edición revisada, Nueva York,
Ballantine Books, 2003, pág. 576.
6. “US Policy on Irak draws fire in Ohio”, Informe especial de la CNN; “The
Standoff with Irak” [fecha de consulta: 18 de febrero de 1998]. Disponible en:
http://edition.cnn.com/WORLD/9802/18/town.meeting.folo/. Cuando Hi-
llary Clinton, esposa del presidente que precedió a Bush y miembro del Senado
de los EE. UU., al momento de la votación, debió defender su voto a favor de
autorizar las fuerzas militares como candidata a la nominación presidencial por
el Partido Demócrata en 2006, afirmó: “Obviamente, si entonces hubiéramos
sabido lo que sabemos ahora, no hubiera habido ningún voto y, ciertamente,
yo no hubiera votado como lo hice”. Toby Harnden, “Clinton shifts over Irak as
Obama threatens”, The Telegraph, 20 de diciembre de 2006, disponible en http://
www.telegraph.co.uk/news/worldnews/1537474/Clintonshifts-over-Irak-as-
Obama-threatens.html (quizá, antes de emitir el voto, ella debió haber pensado
que las cosas podrían haber salido mal, o siquiera haber escuchado las numero-
sas voces que, en aquel momento, advertían sobre la inminente catástrofe de la
guerra propuesta).
7. Proyecto de Recuento de Cuerpos en Irak, disponible en: http://www.iraq-
bodycount.org/database/.
8. Linda J. Bilmes, “The Financial Legacy of Irak and Afghanistan: How Warti-
me Spending Decisions Will Constrain Future National Security Budgets”,
serie de documentos de trabajo de la investigación realizada por la Harvard
Kennedy School Faculty, marzo de 2013, RWP-13-006.
9. Los argumentos filosóficos están bien explorados en Richard Tuck, The Rights
of War and Peace: Political Thought and the International Order from Grotius to

229
Kant, Oxford, Oxford University Press, 1999. Los tratados y otros documen-
tos legales pertinentes están recopilados en Adam Roberts y Richard Guelff,
editores, Documents on the Laws of War, Oxford, Oxford University Press, 2001.
10. Robert Holmes, On War and Morality, Princeton; Princeton University Press,
1989, págs. 178–79.
11. Robert Holmes, ibíd., pág. 179.
12. Robert Holmes, ibíd., pág. 180. Holmes agrega: “Y puesto que tenemos la vir-
tual certeza de que, al ir a una guerra, aceptamos hacer estas cosas, justificar
plenamente nuestra participación en esa guerra también requiere justificar
tales actos. Una condición necesaria de la búsqueda justificable de cualquier
objetivo bélico, por cualquier medio que fuere (por consiguiente, una condición
necesaria tanto de jus ad bellum como de jus in bello), es, en primer lugar, que
también se nos pueda justificar por participar en esa matanza y violencia”.
13. Citado, con el enlace del video completo, en Glenn Greenwald, “Joe Klein’s
sociopathic defense of drone killings of children”, The Guardian, 23 de oc-
tubre de 2012. Disponible en: http://www.theguardian.com/commentis-
free/2012/oct/23/klein-drones-morning-joe?newsfeed=true.
14. Randolph Bourne, “The State”, en Randolph Bourne, The Radical Will: Selec-
ted Writings 1911–1918, Berkeley, University of California Press, 1992, págs.
355–95, pág. 360.
15. Robert Higgs, Crisis and Leviathan: Critical Episodes in the Growth of American
Government, Oxford, Oxford University Press, 1987, pág. 73.
16. Thomas Paine, The Rights of Man, Part I, en Paine, Political Writings, edición
de Bruce Kuklick, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, pág. 86.
17. Margaret Levi, Of Rule and Revenue, Berkeley, University of California
Press, 1988, pág. 105.
18. William Shakespeare, Henry IV, Parte II, Acto IV, Escena 5.
19. Plutarch, Plutarch’s Lives. The Translation called Dryden’s. Corregido del grie-
go y revisado por A. H. Clough, en 5 volúmenes, Boston: Little Brown and
Co., 1906, Vol. 4, capítulo “Cato the Younger” [fecha de consulta: 22 de fe-
brero de 2014]. Disponible en: http://oll.libertyfund.org/title/1774/93963.
20. Julio César, 1 de enero de 2014, “De Bello Gallico” and Other Commentaries,
Libro IV, 14–15, Ubicación en Kindle 1374–80. Libros de dominio público,
Edición para Kindle.
21. Leer los relatos de la orgía de violencia ocurrida durante el período es una
experiencia agotadora. Las potencias del Eje (y el aliado soviético de Alema-
nia) iniciaron la guerra, y algunos de los líderes políticos y militares del Eje
fueron debidamente castigados, pero no fueron los únicos generadores de

230
esa carnicería. La mayoría de los crímenes quedaron totalmente impunes,
como siempre sucede en las guerras.
22. Autor desconocido, “Of the Origin of Homer and Hesiod, and of their Con-
test”, en Hesiod, the Homeric Hymns, and Homerica, traducción de Hugh E. G.
Evelyn-White, Cambridge, Ma., Harvard University Press, 1914, págs. 585–87.
23. Benjamin Constant, “The Spirit of Conquest and Usurpation and their Rela-
tion to European Civilization”, en Constant, Political Writings, Biancamaria
Fontana, editor, Cambridge, Cambridge University Press, 1988, pág. 82.
24. Jean-Baptiste Say, A Treatise on Political Economy, (Filadelfia: Lippincot,
Grambo & Co.), Libro III, capítulo 6, y 51. Disponible en: http://www.
econlib.org/library/Say/sayT39.html#Bk.III,Ch.VI.
25. Jean-Baptiste Say, Treatise, Libro III, capítulo 6, §. 54. Disponible en: http://
www.econlib.org/library/Say/sayT39.html#Bk.III,Ch.VI.
26. Jean-Baptiste Say, Catéchisme d’économie politique, París: Guillaumin et Cie, libra-
ries, Sixieme edition, 1881, pág. 9. “Produire, c’est donner de la valeur aux cho-
ses en leur donnant de l’utilite”. Esta oración no aparece en la edición inglesa.
27. Say también explicó la importancia de la competencia pacífica entre pro-
ductores y consumidores rivales. La competencia del mercado es un proceso
impulsado por la innovación emprendedora; los precios actúan como se-
ñales que guían a los actores económicos hacia las oportunidades de ob-
tener ganancias. También es un proceso de aprendizaje, que se desarrolla
mediante prueba y error, lo cual ofrece productos nuevos y mejorados, así
como otros beneficios, a los consumidores. La condición esencial de la com-
petencia es la libertad de entrada, razón por la cual Say también era crítico
de los gremios privilegiados, las concesiones otorgadas por el Estado, las
corporaciones formadas por real decreto, y similares, que restringían los
mercados y creaban monopolios.
28. Say, Treatise, Treatise, Libro I, capítulo 15, §. 3. Disponible en: http://www.
econlib.org/library/Say/sayT15.html#Bk.I,Ch.XV.
29. Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations,
Indianápolis, Liberty Fund, 1979), Libro I, Capítulo 3, pág. 31.
30. Jean-Baptiste Say, Treatise, Libro I, Capítulo 15, pág 15.
31. Ibíd., §. 9.
32. Ibíd., §. 4.
33. Ibíd., §. 16.
34. Ibíd., §. 17.
35. Ibíd., §. 18.

231
36. Jean-Baptiste Say, Letters to Mr. Malthus, on Several Subjects of Political Eco-
nomy, and on the Cause of the Stagnation of Commerce. To Which is added, A Ca-
techism of Political Economy, or Familiar Conversations on the Manner in which
Wealth is Produced, Distributed, and Consumed in Society, trad. John Richter,
London, Sherwood, Neely y Jones, 1821, Carta 1. Disponible en: http://
oll.libertyfund.org/index.php?option=com_staticxt&staticfile=show.
php%3Ftitle=1795&layout=html#chapter_99253.
37. Say, Letters to Mr. Malthus, Carta 1.
38. Say, Treatise, Libro I, Capítulo XVII, §. 55. Disponible en: ttp://www.econlib.
org/library/Say/sayT17.html#Bk.I,Ch.XVII
39. Say,Treatise, Libro I, cap. 11, Nota 7. Disponible en: http://www.econlib.
org/library/Say/sayT11.html#Bk.I,Ch.XI.
40. Say, Treatise, Libro I, cap. 14, §. 9. El desastre que generaron gobiernos tan
violentos es que la gente “retiraba parte de sus bienes para que no fueran
vistos por los codiciosos ojos del poder: y el valor nunca puede ser invisi-
ble sin quedar inactivo” (Say, Treatise, Libro I, cap. 14, §. 9). Disponbile en:
http://www.econlib.org/library/Say/sayT14.html.
41. Say, Libro III, capítulo 6, §. 54. Disponbile en: http://www.econlib.org/
library/Say/sayT39.html#Bk.III,Ch.VI.
42. Véase, por ejemplo, Samuel P. Huntington. The Third Wave: Democratization in
the Late Twentieth Century, Norman, OK, University of Oklahoma Press, 1991.
43. Estos datos son un indicador de la democracia muy utilizado. Véase Keith
Jaggers y Ted Robert Gurr, “Transitions to Democracy: Tracking Democra-
cy’s ‘Third Wave’ with the Polity III Data”, Journal of Peace Research 32(4)
1995, págs. 469–82.
44. En el gráfico 1 se utilizan datos sobre comercio suministrados por el Banco
Mundial. El gráfico 2 está tomado de Erik Gartzke y Alex Weisiger, “Under
Construction: Development, Democracy, and Difference as Determinants of
the Systemic Liberal Peace”, International Studies Quarterly 58(1) 2014, 130–45
45. Thomas C. Schelling, Arms and Influence, New Haven, Yale University
Press, 1966, pág. 99
46. Baron de Montesquieu, Spirit of the Laws, Cambridge, Cambridge Universi-
ty Press, 1989[1748]; Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the
Wealth of Nations,Chicago, University of Chicago Press, 1976[1776]; Thomas
Paine, Common Sense, Nueva York, Penguin, 1986[1776]; Immanuel Kant,
Perpetual Peace: A Philosophical Essay, Nueva York, Garland, 1972[1795];
Richard Cobden, Political Writings, Londres, T. Fisher Unwin, 1903[1867];
Norman Angell, The Great Illusion, Nueva York, Putnam, 1933). Richard Ro-
secrance, The Rise of the Trading State: Commerce and Conquest in the Modern

232
World, Nueva York, Basic Books, 1985; Bruce Russett, Grasping the Democra-
tic Peace: Principles for a Post-Cold War World, Princeton, Princeton Universi-
ty Press, 1993; Michael Doyle, Ways of War and Peace: Realism, Liberalism and
Socialism, Nueva York, Norton, 1997.
47. Steven Pinker, The Better Angels of our Nature: Why Violence has Declined,
Nueva York, Viking Press, 2011; Joshua S. Goldstein, Winning the War on
War: The Decline of Armed Conflict Worldwide, Nueva York, Dutton, 2011. El
carácter mundial de la baja de la guerra es más tenue. La relación (entre la
modernidad y la paz) es más clara entre países más desarrollados.
48. Peter Brecke, “Violent Conflicts 1400 AD to the Present in Different Regions
of the World”, Trabajo presentado en las Reuniones Anuales de la Peace
Science Society (International). Los resultados sobre otras regiones (África,
Asia y América) son más breves y menos definitivos
49. Cioffi-Revilla, Claudio. 2004. “The Next Record-Setting War in the Global
Setting: A Long-Term Analysis”. Journal of the Washington Academy of Scien-
ces 90(2): 61–93. Existe cierto grado de debate entre los investigadores res-
pecto de si es correcto ponderar los indicadores de intensidad de la guerra
según la población. En general, el riesgo de que cualquier persona muera
a causa de la guerra (entre Estados o dentro de un Estado) ha disminuido.
50. Véase Bruce Russett, Grasping the Democratic Peace: Principles for a Post-Cold
War World, Princeton, NJ, Princeton University Press, 1993 y Michael Do-
yle, Ways of War and Peace: Realism, Liberalism, and Socialism, Nueva York:
Norton, 1997.
51. Douglas North y Robert Thomas, The Rise of the Western World, Cambridge,
Cambridge University Press, 1973. Mancur Olson, “Dictatorship, Democracy,
and Development,” 1993, American Political Science Review 87(3), págs.,567–76.
52. Véase, por ejemplo, Bruce Russett y John R. Oneal, Triangulating Peace: Demo-
cracy, Interdependence, and International Organizations, Nueva York, Norton, 2001.
53. El comercio genera un aumento de la especialización, que a su vez genera
un aumento de la productividad y del salario real. Hal Varian, Microeconomic
Analysis, 3ra ed., Nueva York, W. W. Norton 1992.
54. Lance E. Davis y Robert A. Huttenback, con la colaboración de Susan Gray
Davis, Mammon and the Pursuit of Empire: The Economics of British Imperialism,
edición abreviada, Cambridge, Cambridge University Press, 1988, pág., 267.
55. Frederic Bastiat, “Peace and Freedom or the Republican Budget” (1849), en
Frederic Bastiat, The Collected Works of Frédéric Bastiat, Vol. 2: The Law, The
State, and Other Political Writings, 1843–1850, Jacques de Guenin, General
Editor, Indianápolis, Liberty Fund, 2012, págs. 282–327, pág. 191. Disponi-
ble en: http://oll.libertyfund.org/index.php?option=com_staticxt&static-
file=show.php%3Ftitle=2450&Itemid=28.

233
56. Steven Pinker, The Better Angels of Our Nature: A History of Violence and Hu-
manity, London, Penguin Books, 2011, pág. xix.
57. James L. Payne, A History of Force: Exploring the worldwide movement against
habits of coercion, bloodshed, and mayhem, Sandpoint, Idaho, Lytton Publishing
Co., 2004, Steven Pinker, op. cit.
58. Huntington también reveló que existe una comprensión perturbadoramen-
te inadecuada de términos tales como “competencia” y “conflicto”: “Re-
sulta interesante, aunque incomprensible, que los estadounidenses avalen
la competencia entre grupos, partidos, ramas gubernamentales y empresas
en su sociedad. Por qué los estadounidenses creen que el conflicto es bueno
dentro de su propia sociedad y, sin embargo, que es malo entre distintas
sociedades es una pregunta fascinante que, hasta donde yo sé, nadie ha
estudiado seriamente”. Samuel Huntington, The Clash of Civilizations and
the Remaking of World Order, New York, Simon & Schuster, 1997, pág. 221.
Parece no habérsele ocurrido que puede haber razones por las cuales na-
die ha examinado seriamente dicha confusión intelectual. Los “controles y
equilibrios” entre las ramas de gobierno y la competencia entre empresas
para atraer clientes son bastante diferentes del conflicto “entre sociedades”.
59. Samuel Huntington, ibid., pág. 84.
60. Angus Maddison, Contours of the World Economy, 1–2030 AD, Essays in Ma-
cro-Economic History, Oxford, Oxford University Press, 2007, datos extraídos
del cuadro A7, pág. 382.
61. Jutta Bolt y Jan Luiten van Zanden, “The First Update of the Maddison Pro-
ject: Re-Estimating Growth Before 1820”, Maddison-Project Working Paper
WP-4, enero de 2013. Disponible en: http://www.ggdc.net/maddison/
maddison-project/publications/wp4.pdfa; base de datos en http://www.
ggdc.net/maddison/maddisonproject/data/mpd_2013-01.xlsx. En dóla-
res de 2010, la cifra era mucho mayor, por supuesto, gracias a las políticas
inflacionarias del sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos. Según
el Banco Mundial (http://data.worldbank.org/indicator/NY.GNP.PCAP.
CD/countries/NL--XS?display=graph), en dólares de 2010, el PIB holandés
per cápita se mantenía en US$48.530.
62. Base de datos de Bolt y van Zanden, disponible en: http://www.ggdc.net/
maddison/maddison-project/data/mpd_2013-01.xlsx.
63. Jean-Baptiste Say, A Treatise on Political Economy, trad. por C. R. Prinsep y
Clement C. Biddle (Filadelfia: Lippincott, Grambo & Co., 1855), Libro I, Ca-
pítulo XV, “Of the Demand or Market for Products”, disponible en: http://
www.econlib.org/library/Say/sayT15.html
64. Esta visión de suma cero del mundo también significaría que nunca habría
comercio en absoluto, ya que las personas solo comercian si esperan obtener
beneficios. El nacionalismo económico es incoherente de principio a fin.

234
65. Adam Smith, An Inquiry Into the Nature and Causes of the Wealth of Nations,
ed. R. H. Campbell y A. S. Skinner, vol. II de la Edición Glasgow de la obra
y la correspondencia de Adam Smith, Indianápolis, Liberty Fund, 1981, IV:
vii, “Of Colonies”, pág. 588.
66. Adam Smith, An Inquiry Into the Nature and Causes of the Wealth of Nations,
ed. R. H. Campbell y A. S. Skinner, vol. II de la Edición Glasgow de la obra
y la correspondencia de Adam Smith, Indianápolis, Liberty Fund, 1981. IV:
viii, “Conclusion of the Mercantile System”, pág. 661.
67. Jeremy Bentham, contemporáneo de Smith, fue aún más cáustico en su ca-
racterización de las conquistas extranjeras. Declaró que “a toda ganancia
derivada de cualquier forma de conquista no la reconozco más que como
un robo: un robo, que tiene al asesinato como instrumento, ambos operan-
do a la mayor escala posible; un robo, cometido por los pocos que gobier-
nan la nación conquistadora sobre los muchos gobernados de ambas na-
ciones; un robo del cual, a expensas de los armamentos, los habitantes de
la nación conquistadora son las primeras víctimas”. Bentham consideraba
que “todo dominio semejante no es más que un instrumento, un dispositi-
vo para la acumulación de mecenazgo y poder opresivo en las manos del
grupo gobernante del Estado dominante, a expensas y mediante el sacrifi-
cio del interés y la felicidad de los pocos gobernados, en ambos Estados”.
Jeremy Bentham, “In International Dealings, Justice and Beneficience”, en
E. K. Bramsted y K. J. Melhuish, editores, Western Liberalism: A History in
Documents from Locke to Croce, Londres, Longman, 1978, doc. 36, pág. 353.
68. John Morley, The Life of Richard Cobden, Londres: T. Fisher Unwiin, 1903,
Capítulo XXXIII: correspondencia, 1859–60, París a Inglaterra [fecha de
consulta: 2 de enero de 2014]. Disponible en: http://oll.libertyfund.org/
title/1742/90559/2050419.
69. Selected Speeches of the Rt. Hon. John Bright M.P. On Public Questions, intro-
ducción de Joseph Sturge, Londres, J. M. Dent and Co., 1907, capítulo XVI,
Política exterior, discurso del 29 de octubre de 1858, Birmingham.
70. Lance E. Davis y Robert A. Huttenback, con la colaboración de Susan Gray
Davis, Mammon and the Pursuit of Empire: The Economics of British Imperialism,
edición abreviada, Cambridge, Cambridge University Press, 1988, pág. 267.
71. La visión de que “la guerra sacó a Estados Unidos de la Gran Depresión”
queda casi totalmente desacreditada por el historiador económico Robert
Higgs en “Wartime Prosperity? A Reassessment of the U.S. Economy in
the 1940s”, The Journal of Economic History, Vol. 52, N.° 1 (marzo de 1992),
y “From Central Planning to the Market: The American Transition, 945–47,
The Journal of Economic History, Vol. 59, N.° 3 (septiembre de 1999), ambos
reimpresos y revisados en Robert Higgs, Depression, War, and Cold War: Stu-
dies in Political Economy, Oxford, Oxford University Press, 2006, Cap. 3, pá-
ginas 61–80 y páginas 101–23.

235
72. “Et ainsi prevaut, malgre trop de douloureuses exceptions, cette loi d’har-
monie et d’entente universelle qu’exprime si bien l’idee sublime de l’uni-
te, de la fraternite de la race humaine. Le ressort de ce mouvement, c’est
l’echange. Sans l’echange, les hommes et les peuples sont des freres egares
et devenus ennemis. Par l’echange, ils apprennent a se connaitre et a s’aimer.
Les interets les rapprochent, et le rapprochement les eclaire. Sans l’echange,
chacun reste dans son coin, desherite de l’univers entier, dechu un quelque
sorte de la majeure partie de la creation. Par l’echange, chacun retrouve ses
titres en retrouvant ses biens, et rentre en partage de l’heritage inepuisable
du pere de famille (…) Non-seulement elle [la doctrine de la prohibition et
de la restriction] leur preche l’isolement et le denument, mais elle les con-
damne a l’hostilite, a la haine”. Frederic Passy, Leçons d’Économie politique
faites a‑ Montpellier, 1860–1861,Montpellier, Gras, 1861, pág. 548.
73. William Graham Sumner, “The Conquest of the United States by Spain” (1898),
Indianápolis: Liberty Fund, 2013 [fecha de consulta: 3 de febrero de 2014].
Disponible en: http://oll.libertyfund.org/title/2485 . También véase David
T. Beito y Linda Royster Beito, “Gold Democrats and the Decline of Classical
Liberalism, 1896–1900”, The Independent Review, vol. IV, n.° 4 (primavera de
2000), páginas 555–75. Disponible en: http://www.independent.org/pdf/tir/
tir_04_4_beito.pdf.
74. James Baker, “Confrontation in the Gulf: Excerpts from Baker Testimony
on U.S. and Gulf”, New York Times, 5 de septiembre de 1990. Disponible en:
http://www.nytimes.com/1990/09/05/world/confrontation-in-the-gulf-
excerpts-from-baker-testimony-onus-and-gulf.html.
75. Henry Kissinger, “U.S. Has Crossed Its Mideast Rubicon—and Cannot
Afford to Lose”, Los Angeles Times, 19 de agosto de 1990.
76. William Niskanen y James Woolsey, “Should the United States Go to War
against Irak?”, debate público en el Cato Institute, 13 de diciembre de 2001.
Disponible en http://www.c-pan.org/video/?167840-1/WarAgainst.
77. Véase una defensa de la Primera Guerra del Golfo en David R. Henderson, “Do
We Need to Go to War for Oil?”, Foreign Policy Briefing del Cato Institute, 24
de octubre de1990. Disponible en: http://object.cato.org/sites/cato.org/files/
pubs/pdf/fpb004.pdf. Anteriormente, Henderson fue economista sénior del
área de energía en el Consejo de Asesores Económicos. Es profesor asociado de
economía en la Escuela Naval de Posgrado. Calculó los costos de un aumento del
petróleo debido a una (muy improbable) sustancial reducción de la oferta posi-
blemente organizada mediante el control de dicho producto por parte de Sad-
dam Hussein desde Irak, Kuwait, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos,
y descubrió que el impacto sobre la economía estadounidense sería una fracción
del costo de los compromisos militares que asumiera Estados Unidos para de-
tener dicho control. Simplemente no había una defensa, desde el punto de vista
económico, para proyectar la aplicación del poder militar en el Golfo Pérsico.

236
78. Véase Eugene Gholz y Daryl G. Press, “Protecting ‘The Prize’: Oil and U.S.
National Interest”, Security Studies, Vol. 19, N.° 3 (otoño de 2010), páginas
453–85.
79. Para dar uno de muchos ejemplos, “Derek Scissors, un académico residente
en el American Enterprise Institute que estudia las inversiones extranjeras
chinas, dijo que las compañías chinas tienden a gastar generosamente en
activos. ‘Pagan en exceso, de modo que las empresas involucradas pueden
establecer políticamente los términos de la operación’, manifestó, y además
porque tienen enormes reservas de fondos inversión que desean utilizar. Al-
gunos analistas del sector están de acuerdo en que los compradores chinos
pueden haber gastado en exceso en las últimas operaciones. A principios
de este año, Sinochem cerró una operación con Pioneer Natural Resources
Co para la cuenca petrolífera Permian Basin, en Texas, cuyo precio fue 40%
más alto que el previsto por los analistas. Cnooc pagó una prima de 61%
por Nexen, y Sinopec pagó una prima de 44% por el operador de petróleo
y arena Daylight Energy”. (“Chinese Energy Deals Focus on North Ameri-
ca: State-Owned Firms Seek Secure Supplies, Advanced Technology”, por
Russell Gold y Chester Dawson, Wall Street Journal, 25 de octubre de 2013).
No solo se paga un precio más alto cuando el Estado compra materias
primas en el exterior, sino que tales productos se les proporciona a tarifas
subsidiadas a las empresas estatales favorecidas en China, lo que represen-
ta una doble pérdida para la economía china en general. Como señalaron
Hong Sheng y Nong Zhao del Unirule Institute de Pekín: “Entre 2001 y
2009, las empresas estatales realizaron pagos incompletos de RMB 243.700
millones en impuestos sobre recursos. En combinación con carbón, gas na-
tural y otros recursos, dichas empresas realizaron pagos incompletos de
impuestos sobre recursos por un total de RMB 497.700 millones”. Hong
Sheng y Nong Zhao, China’s State-Owned Enterprises: Nature, Performance
and Reform, Singapur, World Scientific Publishing Company, 2012. Edición
para Kindle, ubicación en Kindle 242–43.
80. “‘Quand on est ami de la France, il faut penser aux entreprises françaises’, aurait glisse
M. Sarkozy, fin 2007, au president togolais Faure Gnassingbe (elu avec le soutien
de la France) qui hesitait a conceder le port de Lome au groupe Bollore, selon Le
Canard enchaîné”. “La politique africaine de Nicolas Sarkozy tarde a rompre avec
une certaine opacite”, Le Monde, 25 de marzo de 2009. Disponible en: http://
www.lemonde.fr/afrique/article/2009/03/25/la-politique-africaine-de-nico-
las-sarkozy-tarde-a-rompre-avec-unecertaine-opacite_1172354_3212.html.
81. “Rusia, con Bielorrusia y Kazajistán, sus socios en la Unión Aduanera, represen-
taban un tercio de todas las medidas proteccionistas del mundo en 2013, afirmó
el estudio realizado por Global Trade Alert (GTA), un importante servicio de
monitoreo comercial independiente”. “Russia Leads the World in Protectionist
Trade Measures, Study Says”, Moscow Times, 12 de enero de 2014.

237
82. “Notre mission est de combattre cette fausse et dangereuse economie politi-
que qui fait considerer la prosperite d’un peuple comme incompatible avec
la prosperite d’un autre peuple, qui assimile le commerce a la conquete, le
travail a la domination. Tant que ces idees subsisteront, jamais le monde ne
pourra compter sur vingt-quatre heures de paix. Nous dirons plus, la paix se-
rait une absurdite et une inconsequence”. Frederic Bastiat – M. de Noailles a
la Chambre des Pairs, 24 Janvier 1847, en Oeuvres Complètes de Frédéric Bastiat,
Tome Deuxieme, Le Libre-Échange, París, Guillaumin et Cie., 1855. Disponible
en http://files.libertyfund.org/files/2343/Bastiat_Oeuvres_1561.02.pdf.
83. Jean-Baptiste Say, A Treatise on Political Economy, trad. por C. R. Prinsep y
Clement C. Biddle, Filadelfia, Lippincott, Grambo & Co., 1855, Libro I, Capí-
tulo XVII, “Of the Effect of Government Regulations Intended to Influence
Production”. Disponible en: http://oll.libertyfund.org/title/274/38004. La
idea de la balanza comercial es una falacia dañina que ha sido reconocida
como tal por economistas durante cientos de años, pero que sigue gozando
de popularidad entre quienes no se han molestado por analizarlo en deta-
lle. El gran economista francés Turgot, en su “Eloge de Gournay”de1759,
sobre su maestro Vincent de Gournay, escribió que defender las políticas
mercantilistas “es olvidar las operaciones de comercio no pueden ser sino
recíprocas, ya que desear venderles todo a los extranjeros y no comprarles
nada es absurdo”. “Portrait of a Minister of Commerce, Eloge de Gournay”,
en W. Walker Stephens, ed., The Life & Writings of Turgot, 1895; Nueva York,
Burt Franklin, 1971, pág. 238.
84. Paul Krugman, “The Illusion of Conflict in International Trade”, en Paul Krug-
man, Pop Internationalism, Cambridge, Mass., The MIT Press, 1998, pág. 84. Hay
otros ensayos de este libro que bien vale la pena leer, incluso su muy accesible
“What Do Undergraduates Need to Know About Trade”, páginas 116–25.
85. Eso simplemente no es posible, como lo muestra la identidad contable fun-
damental “Ahorro – Inversión = Exportaciones – Importaciones”; si mis im-
portaciones son mayores que mis exportaciones, mi inversión será mayor
que mi ahorro, de modo que estoy importando capital, y si mis exportacio-
nes son mayores que mis importaciones, mis ahorro es mayor que mi inver-
sión, de modo que estoy exportando capital. Para un tratamiento exhaus-
tivo del comercio internacional, que incluya su relación con la paz, véase
Donald J. Boudreaux, Globalization (Westport, CT: Greenwood Press, 2008).
86. Jean-Baptiste Say, A Treatise on Political Economy, Libro I, Capítulo XVII, “Of
the Effect of Government Regulations Intended to Influence Production”.
Disponible en: http://oll.libertyfund.org/title/274/38004.
87. John Prince-Smith, “On the Significance of Freedom of Trade in World Poli-
tics”, discurso pronunciado en el Tercer Congreso de Economistas Alemanes,
Koln, 1860, en E. K. Bramsted y K. J. Melhuish, editores, Western Liberalism: A
History in Documents from Locke to Croce, op. cit., págs. 357–59, pág. 357.

238
88. Montesquieu, The Spirit of the Laws, trad. Anne M. Cohler, Basia Carolyn Miller
y Harold Samuel Stone,1748; Cambridge: Cambridge University Press, 1989, Li-
bro 20, “On the laws in their relation to commerce, considered in its nature and
its distinctions”, Capítulo 2, “On the spirit of commerce”, pág. 338.
89. Carlos W. Polachek y Carlos Seiglie, “Trade, Peace and Democracy: An
Analysis of Dyadic Dispute”, Institute for the Study of Labor (IZA), Artícu-
lo de debate 2170 (junio de 2006). Disponible en: http://papers.ssrn.com/
sol3/papers.cfm?abstract_id=915360##.
90. Véase Erik Gartzke, Quan Li y Charles Boehmer, “Investing in Peace: Econo-
mic Interdependence and International Conflict”, International Organization,
Vol. 55, N.° 2 (primavera de 2001), págs. 391–438.
91. Véase Douglas A. Irwin, Peddling Protectionism: Smoot-Hawley and the Great
Depression, Princeton, Princeton University Press, 2011.
92. Disponible en http://econjwatch.org/articles/economists-againsts-
moot-hawley.
93. Harry S. Truman, “Address on Foreign Economic Policy, Delivered at
Baylor University, March 6, 1947”, Documentos públicos de los presiden-
tes, Harry S. Truman 1947–53. Disponible en: http://trumanlibrary.org/
publicpapers/index.php?pid=2193&st=&st1=.
94. Homero, The Odyssey, trad. por Robert Fagles, Nueva York, Penguin, 1997, pág. 215.
95. Parker T. Moon, Imperialism and World Politics, Nueva York, The MacMillan
Company, 1926, pág. 58. Bien vale la pena leer la descripción de Moon sobre
la cruel explotación del Congo Belga, el así llamado “Estado libre” del rey
Leopoldo, que causó un sufrimiento inimaginable a la población autóctona,
enriqueció al rey y significó un costo para los contribuyentes belgas. La ac-
ción del heroico Sir Roger Casement, al llamar la atención de la población
belga acerca de los horrores sucedidos en el Congo mediante el Informe
Casement de 1904, debe ser recordado por siempre. Tristemente, luego de
convertirse en héroe ante el público por exponer tales crímenes en Congo y
Brasil, fue ejecutado por el Gobierno británico debido a su respaldo activo
de la independencia irlandesa.
96. Véase Tom G. Palmer, “Myths of Individualism”, Cato Policy Report , sep-
tiembre/ octubre de 1996. Disponible en: http://www.libertarianism.org/
publications/essays/myths-individualism.
97. Citado en Johan Hari, “The Two Churchills”, reseña de Churchill’s Empire:
The World That Made Him and the World He Made, de Richard Toye, New York
Times, 12 de agosto de 2010.
98. Josh Sanburn, “Paul Krugman: An Alien Invasion Could Fix the Economy”,
Time, 16 de agosto de 2011.

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99. Thomas Jefferson a Elbridge Gerry, 13 de mayo de 1797, en Julian P. Boyd y
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ton, N.J., Princeton University Press, 2004, Vol. 1, pág. 169; Peter S. Onuf,
Jefferson’s Empire: The Language of American Nationhood, Charlottesville, Va.,
University of Virginia Press, 2000, págs. 53–79.
116. El término “fisiócrata” deriva del griego y significa “el imperio de la natu-
raleza”. Los pensadores de esa escuela creían que la sociedad se regulaba
a sí misma, de acuerdo con principios conocibles y no que era dirigida por
príncipes sabios.
117. Robert Gates, debate en el programa de entrevistas Meet the Press, 19 de ene-
ro de 2014. La transcripción está disponible en http://www.nbcnews.com/
id/54117257/ns/meet_the_press-transcripts/t/january-dianne-feins-

241
tein-mike-rogersalexis-ohanian-john-wisniewski-rudy-giuliani-robert-ga-
tes-newtgingrich-andrea-mitchell-harold-ford-jr-nia-malika-henderson/#.
UxdBE1OGfKc.
118. Charles Tilly, Coercion, Capital, and European States, AD 990–1992 (Cambridge,
MA: Blackwell, 1990).
119. Para consultar un análisis integral pero conciso, véase Jack S. Levy y Wi-
lliam R. Thompson, The Arc of War: Origins, Escalation, and Transformation,
Chicago: University of Chicago Press, 2011.
120. Charles Tilly, “Reflections on the History of European State-Making”, en
Charles Tilly, ed., The Formation of National States in Western Europe, Princeton:
Princeton University Press, 1975, pág. 42.
121. Jack S. Levy, “Historical Trends in Great Power War, 1495–1975”, International
Studies Quarterly 26, n.° 2 (junio de 1982), págs. 278–300.
122. John Mueller, Retreat from Doomsday: The Obsolescence of Major War, Nueva
York: Basic Books, 1989, págs. 240–44.
123. Véase el análisis en Benjamin H. Friedman, Brendan Rittenhouse Green y
Justin Logan, “Debating American Engagement: The Future of U.S. Grand
Strategy”, International Security 38, n.° 2 (otoño de 2013), págs. 183–92.
124. Kenneth N. Waltz, “Waltz Responds to Sagan”, en Scott D. Sagan y Ken-
neth N. Waltz, The Spread of Nuclear Weapons: A Debate, Nueva York: W. W.
Norton, 1995, pág. 111.
125. Se podría sugerir que el ataque israelí contra la central nuclear de Siria es
un contraargumento, pero el programa sirio estaba a décadas de poder con-
cretarse, y, en consecuencia, dicho ataque generó dudosos beneficios para
la seguridad de Israel.
126. Artemy Kalinovsky, “Decision-Making and the Soviet War in Afghanis-
tan: From Intervention to Withdrawal”, Journal of Cold War Studies 11, n.°
4 (otoño de 2009): 50.
127. Daryl G. Press, Calculating Credibility: How Leaders Assess Military Threats,
Ithaca, NY: Cornell University Press, 2007.
128. Véase el análisis en Alan J. Kuperman, “A Model Humanitarian Interven-
tion? Reassessing NATO’s Libya Campaign”, International Security 38, n.° 1
(verano de 2013), págs. 105–36.
129. Helene Cooper y Steven Lee Myers, “Obama Takes Hard Line with Libya
After Shift by Clinton”, New York Times, 18 de marzo de 2011.
130. Véase el análisis en Alan J. Kuperman, “A Model Humanitarian Interven-
tion? Reassessing NATO’s Libya Campaign”.

242
131. Para consultar un incisivo tratamiento de la tendencia occidental a ignorar la po-
lítica y los problemas que esto ocasiona, véase Richard K. Betts, “The Delusion
of Impartial Intervention”, Foreign Affairs 73, n.° 6 (nov./dic. 1994), págs. 20–33.
132. Presidente Dwight D. Eisenhower, “Farewell Address to the Nation”, 17 de
enero de 1961. Véase una visión más general en Peter Trubowitz, Defining
the National Interest: Conflict and Change in American Foreign Policy, Chicago:
University of Chicago Press, 1998.
133. Benjamin H. Friedman y Justin Logan, “Why the U.S. Military Budget Is
Foolish and Sustainable”, Orbis 56, número 2 (otoño 2012), págs. 177–91.
134. Sobre política de elite y sobreexpansión, véase Jack Snyder, Myths of Empire: Do-
mestic Politics and International Ambition, Ithaca, NY: Cornell University Press, 1991.
135. Por ejemplo, al hacer una defensa de la guerra de Irak durante su discur-
so sobre el Estado de la Unión, en 2003, el presidente de Estados Unidos,
George W. Bush, utilizó palabras de un himno del Evangelio y reemplazó
a Cristo por el pueblo estadounidense. Véase Alan Cooperman, “Openly
Religious, to a Point”, Washington Post, 16 de septiembre de 2004. Véase
una visión más general en Conor Cruise O’Brien, God Land: Reflections on
Religion and Nationalism, Cambridge, MA: Harvard University Press, 1999.
136. El profesor Peter Kraska ha recolectado una gran cantidad de información
sobre el equipo SWAT. La recopilación de datos más sistemática llegó has-
ta 2005 inclusive. Puede consultarse un estudio reciente sobre el tema en
“Paramilitary Police: Cops or Soldiers?”, The Economist, 22 de marzo de 2014,
http://www.economist.com/news/united-states/21599349-americas-po-
lice-have-become-too-militarised-cops-or-soldiers
137. Presocratic Philosophers: A Critical History with a Selection of Texts, por G. S. Kirk,
J. E. Raven y M. Schofield, segunda edición, Cambridge, Cambridge University
Press, 1957, pág. 193. También se cita a Heráclito cuando afirmó: “Εἰδέναι δὲ χρὴ
τὸν πόλεμον ἐόντα ξυνὸν καὶ δίκην ἔριν, καὶ γινόμενα πάντα κατ’ ἔριν καὶ χρεών”. “Es
necesario saber que la guerra es algo común y que el conflicto es correcto, y que
todas las cosas suceden a raíz del conflicto y la necesidad”, pág. 193.
138. Joseph de Maistre, Considerations on France, trad. por Richard A. Le-
brun,1797; Cambridge: Cambridge University Press, 2000, pág. 23.
139. Steven Pinker, The Better Angels of Our Nature: A History of Violence and Hu-
manity, Londres, Penguin Books, 2011. El libro de Pinker es un excelente
ejemplo de ciencia social seria, que busca y presenta evidencia, sugiere y
prueba hipótesis explicativas, y reconoce la incertidumbre cuando no hay
evidencias determinantes.
140. Pinker aborda la objeción obvia de que el siglo xx presenció niveles horripi-
lantes, abrumadores y repugnantes de violencia organizada por el Estado;
incluso teniendo en cuenta tales niveles, la posibilidad de los seres humanos

243
de experimentar violencia en general declinó durante el siglo xx. Véase The
Better Angels of Our Nature: A History of Violence and Humanity, págs. 233–78.
141. Ibid., pág. 769.
142. Los términos se usan de manera indistinta en este ensayo. El término liberal
se conoce en la mayoría de los países como “liberalismo” o como “liberalis-
mo clásico” para evitar la confusión con la forma en que el primero se usa
en Estados Unidos. El economista Joseph Schumpeter señaló que, en ese
país, “como un elogio supremo, aunque no intencional, los enemigos del
sistema de la empresa privada consideraron que era acertado apropiarse de
su rótulo”. Joseph Schumpeter, History of Economic Analysis, Nueva York,
Oxford University Press, 1974, pág. 394. Véase también George H. Smith,
The System of Liberty: Themes in the History of Classical Liberalism, Cambrid-
ge, Cambridge University Press, 2013, esp. el cap. 1, “Liberalism, Old and
New”. La historia de la palabra “liberalismo” se describe en Guillaume de
Bertier de Sauvigny, “Le liberalism. Aux origines d’un mot,” Commentaire,
no. 7 (otoño), págs. 420–24, pág. 420, disponible en línea en: http://www.
commentaire.fr/pdf/articles/1979-3-007/1979-3-007.pdf.
143. John Locke, Two Treatises of Government, Peter Laslett, ed., Cambridge,
Cambridge University Press, 1988, II, Cap. VI, § 57, pág. 507.
144. Para consultar una perspectiva general útil, véase The English Levellers, An-
drew Sharp, ed., Cambridge, Cambridge University Press, 1998.
145. “A todo individuo natural le es dada una propiedad particular que, por na-
turaleza, no ha de ser invadida ni usurpada por nadie. Pues cada uno, que
es su propia persona, se tiene a sí mismo como suyo, o de lo contrario no
sería él mismo; y de tal propiedad ninguna otra persona puede jactarse de
privarlo sin incurrir en una violación manifiesta de los mismos principios
de la naturaleza y de las reglas de la equidad y la justicia entre hombres.
Lo mío y lo tuyo no pueden existir, salvo por esto: ningún hombre tiene
poder sobre mis derechos ni sobre mis libertades, ni yo lo tengo sobre los
derechos de hombre alguno. No puedo ser más que un individuo, disfrutar
de mi ser y de mi propiedad, y puedo corregirme a mí mismo y a nadie más
que a mí mismo, sin presumir de nada más; de hacerlo, me convierto en
un usurpador y un invasor del derecho de otro hombre, a lo cual no tengo
derecho. Puesto que por nacimiento todos los hombres están igual e idénti-
camente destinados a gozar de la propiedad y la libertad; y dado que Dios
nos ha puesto en este mundo mediante la mano de la naturaleza, cada uno
con una libertad y propiedad naturales e innatas —como fuera escrito sobre
el corazón de cada hombre, para nunca ser borrado—, aun así hemos de
vivir, todos igual e idénticamente destinados a disfrutar de nuestro derecho
y privilegio de nacimiento; por lo cual Dios, por naturaleza, nos ha hecho
libres”. Richard Overton, “An Arrow against All Tyrants and Tyranny”, en
The English Levellers, Andrew Sharp, ed., pág. 55.

244
146. Montesquieu, The Spirit of the Laws, Anne M. Cohler, Basia Carolyn Miller y
Harold Samuel Stone, trad.,1748; Cambridge: Cambridge University Press,
1989, Libro 20, Capítulo 1, pág. 338. Sobre propiedad y libertad, véase Libro
25, Capítulo 15, pág. 510–11, entre otras secciones.
147. Para consultar un debate sobre “catalaxia” como “orden del mercado”, véa-
se F. A. Hayek, Law, Legislation, and Liberty, Vol. 2, The Mirage of Social Justice,
Chicago, University of Chicago Press, 1978, pág. 108, que cita a Liddell y
Scott, A Greek-English Dictionary.
148. Frederic Bastiat, “To the Youth of France”, en Frederic Bastiat, Economic
Harmonies, W. Hayden Boyers, trad., Irvington-on-Hudson, Foundation for
Economic Education, 1964, pág. xxiv.
149. Frederic Bastiat, ibid., pág. xxv.
150. Ernst Jünger, The Storm of Steel, from the Diary of a German Storm-Troop Officer
on the Western Front, Nueva York: Howard Fertig, 1996, págs. 316–17.
151. Joseph de Maistre, Considerations on France, op. cit, pág. 29.
152. Ibid., pág. 31.
153. Véase Isaiah Berlin, “The Counter-Enlightenment”, en Isaiah Berlin, The
Proper Study of Mankind: An Anthology of Essays, Nueva York, Farrar, Straus
and Giroux, 1998, págs. 243–68.
154. Steven Pinker, The Better Angels of Our Nature, pág. 226.
155. Friedrich Engels, “Outlines of a Critique of Political Economy”, en Lawren-
ce S. Stepelevich, ed., The Young Hegelians: An Anthology, Amherst, N.Y.,
Humanity Books, 1999, págs. 278–302, pág. 283.
156. John Ruskin, “War”, disertación ofrecida en la Real Academia Militar,
Woolwich, en The Crown of Wild Olive, Munera Pulveris, Sesame and Lilies, por
John Ruskin, Nueva York, Thomas Y. Crowell & Co., n.d., págs. 66–67. Rus-
kin agregó que “el concepto común de que la paz y las virtudes de la vida
civil florecieron en simultáneo es, según he descubierto, completamente in-
sostenible. Solo la paz y los vicios de la vida civil florecen en simultáneo. Ha-
blamos de la paz y el aprendizaje, de la paz y la abundancia, y de la paz y la
civilización, pero he descubierto que esas no eran las palabras que la Musa de
la Historia unió de a pares: en sus labios, las palabras eran paz y sensualidad,
paz y egoísmo, paz y corrupción, paz y muerte. Descubrí, en resumen, que to-
das las grandes naciones aprendieron su verdad de palabra y su fortaleza de
pensamiento en la guerra; que se nutrieron en la guerra y fueron malgastados
por la paz; entrenados por la guerra y traicionados por la paz; en una palabra,
que nacieron en la guerra y fallecieron en la paz”, pág. 70.
157. En sus escritos Letters Concerning the English Nation, Voltaire describió su
experiencia de una Inglaterra más liberal y comercial (en comparación con

245
Francia) y observó que aunque las sectas episcopaliana y presbiteriana son
las dos predominantes en Gran Bretaña, todas las demás que vengan a in-
stalarse y convivir de manera muy sociable son bien recibidas, aunque la
mayoría de sus predicadores se odian entre sí casi con la misma cordialidad
que un jansenista maldice a un jesuita.
Demos un vistazo a la Bolsa Real de Londres, un lugar más venerable que
muchos tribunales de justicia, donde los representantes de todas las naciones
se reúnen para beneficio de la humanidad. Allí, el judío, el mahometano y el
cristiano realizan transacciones como si profesaran la misma religión, y don-
de solo una quiebra puede ser calificada de infiel. Allí, el presbiteriano confía
en el anabaptista, y el clérigo depende de la palabra del cuáquero. Al término
de esta reunión pacífica y libre, algunos se retiran a la sinagoga y otros a to-
mar una copa. Este hombre va y es bautizado en una gran tina, en el nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: ese hombre hace cortar el prepucio
de su hijo, sobre quien alguien murmura un conjunto de palabras hebreas (to-
talmente ininteligibles para él). Otros se retiran a sus iglesias y allí esperan
la inspiración del cielo con los sombreros puestos, y todos están satisfechos.
158. Voltaire, Letters Concerning the English Nation, 1733; Oxford: Oxford Univer-
sity Press, 1994, Carta VI, “On the Presbyterians”, pág. 30.
159. Karl Marx y Friedrich Engels, The Communist Manifesto, 1848; Londres:
Verso, 2012, pág. 37.
160. Robert Musil, The Man Without Qualities, Vol. I, trad. por Sophie Wilkins,
Nueva York, Vintage Books, 1995, pág. 22.
161. Karl Marx y Frederick Engels, ibíd., págs. 34–35.
162. Como lo expresó Marx, “entendemos por ‘individuo’ a nadie más que al
burgués, al propietario de bienes de clase media. Esta persona verdade-
ramente debe quitarse del medio, y su existencia debe hacerse imposible”
(The Communist Manifest [Manifiesto comunista], pág. 55). Para consultar una
crítica de la teoría marxista del conflicto de clases, véase “Classical Libera-
lism, Marxism, and the Conflict of Classes: The Classical Liberal Theory of
Class Conflict”, en Tom G. Palmer, Realizing Freedom: Libertarian Theory, His-
tory, and Practice, segunda edición, Washington, D.C., Cato Institute, 2014.
La concreción de la visión del conflicto de clases a través de la eliminación
de los enemigos de clase, combinada con los desastrosos esfuerzos por eli-
minar los derechos de propiedad, el mercado de valores y el sistema de
precios, fue responsable de cientos de millones de muertes en el siglo xx. La
teoría, por supuesto, era que una clase nueva y universal, el proletariado,
asumiría el control y los conflictos de clase desaparecerían, pero la realidad
fue que se generó un nuevo sistema de clases y se perpetuaron los con-
flictos tanto internos como externos debido a la necesidad de identificar y
combatir más enemigos que nunca, todos los cuales fueron señalados como
burgueses o agentes de la burguesía.

246
163. Como expresó el teórico fascista italiano Giovanni Gentile, el Fascismo surgió
como una doctrina de la unidad de la nación a través de la guerra: “entrar en
la guerra [la Segunda Guerra Mundial] fue necesario para, finalmente, unir a
la nación a través del derramamiento de sangre (…) La guerra se veía como
una forma de consolidar la nación como solo la guerra puede hacerlo, creando
un pensamiento único para todos los ciudadanos, un único sentimiento y una
esperanza común, un ansiedad vivida por todos, día a día —a la espera de que
la vida del individuo pudiera verse y percibirse conectada, de manera difusa o
vívida, con la vida que es común a todos—, pero que trasciende los intereses
particulares de uno solo. Se buscó la guerra con el fin de unir a la nación —con
el fin de convertirla en una nación verdadera, real, viva, capaz de actuar, y lis-
ta para darse valor e importancia ante el mundo—, para entrar en la historia
con su propia personalidad, con su propia forma, con su propio carácter, con
su propia originalidad, para nunca más vivir en una cultura prestada y bajo
la sombra de los grandes individuos que hacen esa historia. Por lo tanto, para
crear una verdadera nación en la única forma en que se emprende la creación de
toda realidad espiritual: con esfuerzo y a través del sacrificio”. Giovanni Gentile,
Origins and Doctrine of Fascism, trad. de A. James Gregor, New Brunswick, NJ,
Transaction Publishers, 2007, pág. 2.
164. Adolf Hitler Mein Kampf (“Mi lucha”) Ralph Mannheim, trad., Boston,
Houghton Mifflin, 1943, pág. 289.
165. David Held, Introduction to Critical Theory: Horkheimer to Habermas, Berkeley,
University of California Press, 1980, pág. 160 [citando a Nietzsche].
166. Herbert Marcuse, “Repressive Tolerance”, en Robert P. Wolff, Barrington Moo-
re, Jr. y Herbert Marcuse, A Critique of Pure Tolerance, Boston, Beacon Press, 1965.
167. Ha habido una proliferación de subespecialidades académicas que afirman
promover diversas contiendas contra la hegemonía cultural, la mercantili-
zación, la cosificación, y así sucesivamente. El estudio de estos temas puede
resultar valioso, ya que gran parte de la historia ha estado caracterizada por
el conflicto y la dominación. La cuestión es si el conflicto puede reducirse,
corregirse o resolverse, o si es innato en la humanidad o quizá incluso cons-
titutivo de los seres humanos como tales. Un ejemplo de escuela que rechaza
el liberalismo, los derechos igualitarios, la libertad de prensa y la tolerancia
es el movimiento que se ha denominado “feminismo de género” (principal-
mente por sus críticos), cuya teórica más destacada es Catherine MacKinnon,
quien promueve la penalización de la pornografía y el procesamiento y en-
carcelamiento de aquellos que la producen, comercializan o venden. Según
MacKinnon, “la sexualidad (…) es una forma de poder. El género, tal como
está construido socialmente, lo corporiza, y no a la inversa. Los hombres y
mujeres están divididos por género y formados en función de los sexos tal
como los conocemos, merced a los requerimientos sociales de la heterosexua-
lidad, que institucionaliza el dominio sexual masculino y la sumisión sexual
femenina”. Catherine A. MacKinnon, “Feminism, Marxism, Method, and the

247
State: An Agenda for Theory”, Signs, Vol. 7, N.° 3, Feminist Theory (prima-
vera de 1982), págs. 515–44, página 533. En Toward a Feminist Theory of the
State, Cambridge, Ma., Harvard University Press, 1989, MacKinnon rechaza
la “neutralidad de género” y los “derechos individuales” sobre la base de que
“la igualdad abstracta necesariamente [se agregó el énfasis] refuerza las des-
igualdades del status quo hasta el punto en que refleja uniformemente un sis-
tema social desigual” (pág. 227) y “Considerar los sexos ‘como individuos’,
lo que significa de a uno, como si no pertenecieran a géneros, oculta comple-
tamente estas realidades colectivas y correlaciones sustantivas del estatus de
grupos genéricos detrás de la máscara del reconocimiento de los derechos in-
dividuales” (pág. 228). Véase también su equiparación de todas las relaciones
masculinas-femeninas con el estatus de la violación en su ensayo “Crimes of
War, Crimes of Peace”, en Stephen Shute y Susan Hurley, editores, On Hu-
man Rights: The Oxford Amnesty Lectures 1993, Nueva York, Basic Books, 1993,
“El hecho de que existe la agresión serbia es incuestionable, así como el hecho
de que existe la agresión masculina contra las mujeres es incuestionable, aquí
y en todas partes”. (pág. 87)
168. Como escribió el contraalmirante S. B. Luce en 1891, “la guerra es una de las
grandes instituciones mediante las cuales se lleva a cabo el progreso huma-
no. A pesar de ser una calamidad, y por mucho que se deplore su práctica,
debemos reconocer a la guerra como la operación de las leyes económicas
de la naturaleza para el gobierno de la familia humana. Estimula el creci-
miento nacional; resuelve problemas de economía interna y política que, de
lo contrario, serían insolubles; y depura los humores de una nación”. Con-
traalmirante S. B. Luce, Armada de Estados Unidos, “The Benefits of War”,
The North American Review, Vol. 153, N.° 421, diciembre de 1891.
169. William Kristol y Robert Kagan, “Toward a Neo-Reaganite Foreign Poli-
cy,” Foreign Affairs, julio/agosto de 1996. Disponible en: http://www.
foreignaffairs.com/articles/52239/william-kristol-and-robertkagan/
toward-a-neo-reaganite-foreign-policy.
170. Samuel Huntington planteó un “choque de civilizaciones” en The Clash of
Civilizations and the Remaking of World Order, Nueva York, Simon & Schus-
ter, 1997, pág. 207: “Las civilizaciones son las tribus humanas definitivas,
y el choque de civilizaciones es el conflicto tribal a una escala global. En
el mundo emergente, los Estados y grupos de dos civilizaciones distintas
pueden formar conexiones y coaliciones limitadas, ad hoc y tácticas para
promover sus intereses contra entidades de una tercera civilización o para
otros propósitos compartidos. Las relaciones entre grupos de diferentes
civilizaciones, sin embargo, casi nunca se terminarán, generalmente serán
buenas, y a menudo serán hostiles”, pág. 207.
171. Véase, por ejemplo, G. A. Cohen, “Freedom, Justice and Capitalism”, New
Left Review, I/126 (marzo-abril de 1981), págs. 3–16.

248
172. Sir Robert Filmer, “Observations upon Aristotle’s Politiques”, en Filmer,
Patriarcha and Other Writings, ed. por Johann P. Sommerville, Cambridge,
Cambridge University Press, 1991, pág. 275. John Locke, una figura primi-
genia en la articulación de ideas liberales modernas, respondió que “la [l]
ibertad no es, como [Filmer] nos dice, una libertad para que cada Hombre haga
lo que desee: (¿quién podría ser libre, cuando el Humor de otro Hombre po-
dría ejercer dominio sobre él?), sino una libertad para disponer y ordenar,
según lo desee, a Personas, Acciones, Posesiones y toda su Propiedad, den-
tro del Permiso que otorguen esas Leyes a las que está sujeto; y no estar
sometido a la arbitraria Voluntad de otro, sino seguir libremente la suya
propia”. John Locke, Two Treatises of Government, ed. Peter Laslett, Cambri-
dge, Cambridge University Press, 1988, II, cap. VI, §57, pág. 306.
173. La naturaleza engañosa de la afirmación es evidente cuando se considera la
perspectiva de la víctima de violación, no meramente en términos físicos,
sino también en términos de los deseos de la víctima con respecto a ese cuer-
po único que posee y de si la víctima tomará decisiones respecto de ese cuer-
po, o va a estar sujeta a los deseos de uno y todos los que puedan desearlo.
Además, una disminución de la violación no es, desde la perspectiva de la li-
bertad, completamente equivalente a un aumento de aquélla, en razón de que
una restricción (evitar la violación) equilibra la otra (perpetrar la violación).
174. Jan-Werner Muller, A Dangerous Mind: Carl Schmitt in Post-War European Thou-
ght, New Haven: Yale University Press, 2003, pág. 1. Franz Oppenheimer y Jo-
seph Schumpeter, dos prominentes liberales clásicos que escribían en alemán,
fueron objeto de un duro ataque en The Concept of the Political, págs. 76–79.
175. Carl Schmitt, The Concept of the Political, Georg Schwab, trad. y ed., 1932,
Chicago: University of Chicago Press, 2007, pág. 26.
176. Véase Aleksandr Dugin, The Fourth Political Theory, Londres, Arktos, 2012,
que incorpora los principales elementos de la teoría nacionalsocialista, con
la excepción del antisemitismo (reemplazado por homosexuales y estadou-
nidenses), e incluye una notable dependencia de las teorías de los “Grandes
espacios” de Schmitt.
177. Carl Schmitt, The Concept of the Political, pág. 28.
178. Carl Schmitt, The Concept of the Political, pág. 35. “El Estado, como entidad
política decisiva, posee un poder enorme: la posibilidad de librar una gue-
rra y, por consiguiente, disponer públicamente de las vidas de los hombres.
El jus belli contiene tal disposición. Implica una doble posibilidad: el dere-
cho a exigir a sus propios miembros que estén dispuestos a morir y matar a
los enemigos sin vacilar”, pág. 46.
179. Slavoj Žižek, “Carl Schmitt in the Age of Post-Politics”, en The Challenges of
Carl Schmitt, Chantal Mouff ed., Londres, Verso, 1999, págs. 18–37, pág. 29.

249
180. John Rawls, Political Liberalism, Nueva York, Columbia University Press,
1993, pág. 267.
181. Saul Anton, “Enemies: A Love Story”, Lingua Franca, mayo/junio de 2000.
182. Véase el tratamiento en Jan-Werner Muller, A Dangerous Mind: Carl Schmitt
in Post-War European Thought, págs. 229–32.
183. Michael Hardt y Antonio Negri, Empire, Cambridge, Ma., Harvard Universi-
ty Press, 2001, págs. 45–46. La prefiguración del ataque perpetrado a las To-
rres Gemelas y el Pentágono por los terroristas suicidas de Osama bin-Laden
puede haber sido una razón por la que el libro se hunde poco después de los
ataques. Véase Lorraine Adams, “A Global Theory Spins on an Altered Axis:
‘Empire’ Author Michael Hardt en Wake of Attacks”, Washington Post, 29 de
septiembre de 2001. En su libro, Hardt y Negri especulan con que “quizá,
cuanto más extienda el capital sus redes globales de producción y control,
más poderoso será cualquier punto de rebelión específico. Simplemente al
enfocar sus propios poderes, concentrando sus energías en una espiral ten-
sa y compacta, estas tortuosas luchas atacarán directamente las articulacio-
nes más elevadas del orden imperial”. (pág. 58) Hardt y Negri lamentan el
crecimiento del comercio internacional y de las instituciones no estatales
transnacionales, a las que perciben como causantes del “declive de todas es-
fera política autónoma”. Los autores identifican esa esfera política autónoma
con la nación-Estado, lo cual no significa para ellos un rechazo de la tesis
de Schmitt, sino una confirmación, ya que la confrontación entre al amigo
y el enemigo persiste, y meramente pasa a un “nivel supranacional”. (págs.
307–9) Además, con un lenguaje típicamente intrincado, llaman a la absoluta
y completa eliminación de la libertad de prensa: “La verdadera práctica revo-
lucionaria se refiere al nivel de producción. No nos hará libres la verdad, sino
el control de la producción de la verdad. Lo que nos libera no es la movilidad
y la hibridez, sino el control de la producción de la movilidad y la inmovi-
lidad, de las purezas y mezclas”. (pág. 156) El errático e impulsivo escritor
marxista Slavoj Žižek ha adoptado el enfoque de Schmitt para argumentar
que incluso la democracia liberal debe abrazar el enfoque “schmittiano”, que
“nuestras democracias liberales pluralistas y tolerantes siguen siendo pro-
fundamente schmittianas: siguen apoyándose en el Einbildungskraft político
[el poder transcendental de la imaginación] para brindarles la figura apro-
piada para hacer visible al Enemigo invisible. Lejos de suspender la lógica
binaria Amigo/Enemigo, el hecho de que el Enemigo sea definido como un
adversario fundamentalista de la tolerancia pluralista simplemente agrega
un giro reflexivo a dicha lógica”. Slavoj Žižek, “Are we in a war? Do we have
an enemy?”, London Review of Books, Vol. 24, N.° 10, 23 de mayo de 2002.
184. Michael Hardt y Antonio Negri, Empire, págs. 65–66.
185. George Orwell, “Politics and the English Language”, en George Orwell, A
Collection of Essays, Nueva York, Harcourt, 1981, pág. 167.

250
186. Carl Schmitt, “The Groβraum Order of International Law with a Ban on
Intervention for Spatially Foreign Powers: A Contribution to the Concept
of Reich in International Law (1939–41)”, en Carl Schmitt, Writings on War,
Timothy Nunan, trad., Londres: Polity Press, 2011, págs. 75–124, pág. 109.
187. La relación entre Schmitt y Strauss se ha discutido en varios libros, mu-
chos de los cuales giran en torno al tema de la admiración de Strauss por
el fascismo. Véase Leo Strauss, “Notes on Carl Schmitt, The Concept of the
Political”, colofón en Carl Schmitt, The Concept of the Political, págs. 97–122;
Heinrich Meier, Carl Schmitt and Leo Strauss: The Hidden Dialogue, Chica-
go, University of Chicago Press, 2006; y C. Bradley Thompson con Yaron
Brook, Neoconservatism: An Obituary for an Idea, Boulder, Paradigm Publi-
shers, 2010, esp. capítulo 9, “Flirting with Fascism”. También está la cues-
tión de la carta de Strauss del 19 de mayo de 1933 a Karl Löwith, escrita des-
de París luego de la victoria de los nacionalsocialistas en Alemania. Strauss
escribe que es horrible que “todo el proletariado intelectual germano-judío
esté aquí” (en París) que bien preferiría regresar a Alemania, pero, señala,
los judíos ya no son bien recibidos en ese país. Sin embargo, agregó, que
nada que vaya en contra de los principios de la derecha deriva del hecho
de que Alemania, habiéndose inclinado hacia la extrema derecha, no los
toleraría (Löwith también era judío): “daraus, dass das rechts-gewordene
Deutschland uns nicht toleriert, folgt schlechterdings nichts gegen die re-
chten Prinzipien”. “Por el contrario”, escribió, “solo con los principios de la
derecha —fascista, autoritaria, de principios imperiales— se puede luchar
contra todo ese miserable desastre (‘mit Anstand’) con dignidad y sin ape-
laciones absurdas y patéticas a ‘los derechos imprescriptibles del hombre’”.
Luego agregó, y esto es verdaderamente revolver el puñal en el cadáver
del liberalismo, que “no hay razón para arrastrarse de rodillas y contrito
hasta la cruz [una frase en alemán rica en significado que no es tan sencillo
traducir, especialmente porque menciona “la cruz” y Strauss era judío, que
es probablemente el motivo por el cual la usó], y ni siquiera hasta la cruz
del liberalismo, siempre y cuando el destello de las verdaderas ideas ro-
manas aún brille en algún lugar del mundo; y de todos modos, es mejor el
gueto que cualquier forma de cruz”. Carta del 19 de mayo de 1933, de Leo
Strauss a Karl Lowith, en Leo Strauss, Gesammelte Schriften, Band 3, Hobbes’s
politische Wissenschaft und zugehörige Schriften—Briefe, segunda edición re-
visada, ed. por Heinrich y Wiebke Meier (Stuttgart: Verlag J. B. Metzler),
págs. 624–26. Los defensores de Strauss, una vez que reconocieron la carta,
tuvieron bastante trabajo para minimizar lo que había querido decir, pero
parece más que probable, dada su clara y explícita invocación “fascista, au-
toritaria, de principios imperiales” que se estaba refiriendo al Estado fascis-
ta que Mussolini había establecido en Roma. Mussolini intentaba establecer
un “Nuevo Imperio Romano” y, en aquel momento, era rival y no aliado
de Hitler y los nacionalsocialistas, y no incorporó (nuevamente, en aquel
momento) el antisemitismo a la ideología del Estado.

251
188. Robert Kagan y William Kristol, “What to Do About Irak”, The Weekly Stan-
dard, 21 de enero de 2002. Disponible en: http://www.weeklystandard.
com/Content/Public/Articles/000/000/000/768pylwj.asp
189. David Brooks, “A Return to National Greatness: A Manifesto for a Lost
Creed”, The Weekly Standard, 3 de marzo de 1997.
190. William Kristol y Robert Kagan, “Toward a Neo-Reaganite Foreign Policy”.
191. Leo Strauss, “Notes on The Concept of the Political”, reimpreso en Carl Schmitt,
The Concept of the Political, págs. 97–122, pág. 122. La influencia de Strauss en
Schmitt se ha descrito en Heinrich Meier, Carl Schmitt and Leo Strauss: The
Hidden Dialogue. Quienes han desestimado los servicios de Schmitt al Tercer
Reich por considerarlos mero arribismo u oportunismo deberían leer más los
escritos eliminados de Schmitt, como “Der Fuhrer Schutzt das Recht” (“El
líder preserva/ protege la ley”), publicado en Deutsche Juristen-Zeitung, (1
de agosto de 1934; disponible en: http://www.flechsig.biz/DJZ34_CS.pdf ),
que fue dado a conocer luego de que Hitler ejecutar a cientos de opositores, y
los esclarecedores (y repulsivos) capítulos sobre Schmitt en Yvonne Sherratt,
Hitler’s Philosophers, New Haven, Yale University Press, 2013, y Emmanuel
Faye, Heidegger: The Introduction of Nazism into Philosophy, New Haven, Yale
University Press, 2009, así como las revelaciones y análisis de Raphael Gross
en Carl Schmitt and the Jews: The “Jewish Question”, the Holocaust, and German
Legal Theory, Madison, University of Wisconsin Press, 2007.
192. Véase la discusión en Emmanuel Faye, Heidegger: The Introduction of Nazism
into Philosophy, op. cit., págs. 158–62.
193. Ludwig von Mises, Omnipotent Government: The Rise of the Total State and Total
War (1944; Indianápolis: Liberty Fund, 2011), pág. 106. Disponible en: http://
files.libertyfund.org/files/2399/Mises_OmnipotentGovt1579_LFeBk.pdf.
194. Carl Schmitt, The Concept of the Political, pág. 54.
195. Ibid., pág. 55.
196. Ibid., pág. 71.
197. Ibid., pág. 29.
198. Ernst Jünger, The Storm of Steel, from the Diary of a German Storm-Troop Officer
on the Western Front, pág. 319.
199. La frase fue popularizada por el escritor marxista Johann Plenge en su libro de
1916, 1789 und 1914: Die symbolischen Jahre in der Geschichte des politischen Geistes,
en el cual proclamó que “bajo la necesidad de la guerra, se han introducido
ideas socialistas en la vida económica de Alemania, su organización se ha desa-
rrollado de forma conjunta para formar un nuevo espíritu, y así la afirmación de
nuestra nación para la humanidad dio a luz la idea de 1914, la idea de la organi-
zación germana, la unidad nacional del socialismo estatal”. Citado en F. A. Ha-
yek, The Road to Serfdom, 1944; Londres, Routledge & Kegan Paul, 1979, pág. 127.

252
200. Briefwechsel, Briefe 1930–1983 Ernst Jünger / Carl Schmitt, Helmut Kiesel, ed.,
Stuttgart, Klett-Kotta, 2012.
201. El centésimo cumpleaños de Jünger se celebró con una carta del presidente so-
cialista francés Francois Mitterand, quien, durante los años de la guerra, había
cambiado el servicio al régimen fascista de Vichy por los socialistas cuando se
hizo evidente qué lado iba a ganar la guerra. La carta está disponible en http://
www.ernst-juenger.org/2012/05/francois-mitterand-to-ernst-junger-on.html.
202. Ernst Junger, ibid., pág. 317.
203. Relatado como: “La hemos sentenciado a muerte porque no podemos capturar
a su hermano. Usted debe sufrir por su hermano”. En Hilton Tims, Erich Maria
Remarque: The Last Romantic, Nueva York, Carroll & Graf, 2003, pág. 143.
204. “Die echte Revolution hat noch gar nicht stattgefunden, sie marschiert
unaufhaltsam heran. Sie ist keine Reaktion, sondern eine wirkliche Revolu-
tion mit all ihren Kennzeichen und Au.erungen, ihre Idee ist die volkische,
zu bisher nicht gekannter Scharfe geschliffen, ihr Banner das Hakenkreuz,
ihre Ausdrucksform die Konzentration des Willens in einem einzigen
Punkt—die Diktatur! Sie wird ersetzen das Wort durch die Tat, die Tinte
durch das Blut, die Phrase durch das Opfer, die Feder durch das Schwert”.
Ernst Junger, “Revolution und Idee”, Völkischer Beobachter (publicitado
como el “Documento combativo del movimiento nacionalsocialista de la
Gran Alemania”), 23/24 de septiembre de 1923, en Helmuth Kiesel, Ernst
Jünger: Die Biographie, Munchen, Siedler Verlag, 2007, pág. 268.
205. Ernst Junger, “Total Mobilization”, trad. Joel Golb y Richard Wolin en Richard
Wolin (ed.), The Heidegger Controversy: A Critical Reader, Cambridge, MA, MIT
Press, 1998, págs. 119–39, pág. 127, pág. 134. Anteriormente, Benito Mussolini
había expresado la idea la regimentación como una alternativa al liberalismo:
“La verdad, manifiesta de ahora en más para todo aquel cuyos ojos no estén
cegados por el dogmatismo, es que los hombres quizá estén cansados de la li-
bertad. Han vivido una orgía de libertad. La libertad, hoy en día, ya no es la
virgen casta y pura por quien lucharon y murieron las generaciones de la pri-
mera mitad del siglo pasado. Para los jóvenes de hoy, intrépidos, ávidos, firmes,
que avizoran el amanecer de la nueva era, hay otras palabras que ejercen una
fascinación más poderosa, y esas palabras son: Orden, Jerarquía, Disciplina (…)
Que se sepa entonces, de una vez por todas, que el Fascismo no conoce ídolos,
adoraciones ni fetiches. Ya ha pisado y, de ser necesario, volverá atrás para pisar
una vez más, el cuerpo más o menos pútrido de la Diosa Libertad”. The Life of
Benito Mussolini, por Margherita G. Sarfatti, Introduction by Signor Mussolini,
Frederic Whyte, trad., Nueva York: Frederick A. Stokes Company, 1925, págs.
328–29 (que cita un artículo de mayo de 1923 escrito por Mussolini en la publi-
cación Gerarchia).
206. En Julien Hervier, The Details of Time: Conversation with Jünger,Nueva York:
Marsilio Publishers, 1995), pág. 69.

253
207. Vasily Grossman, Life and Fate: A Novel, trad. de Robert Chandler, Nueva
York, Harper & Row, 1987, pág. 230.
208. Ernst Jünger, On Pain, David C. Durst, trad.,1934, Nueva York, Telos Press
Publishing, 2008, pág. 17.
209. William Kristol y Robert Kagan, op. cit.
210. Charles T. Sprading, Liberty and the Great Libertarians,1913, Nueva York, Fox
& Wilkes, 1995, pág. 29.
211. Ibid., pág. 28.
212. E. L. Godkin, “The Eclipse of Liberalism”, The Nation, 9 de agosto de 1900.

Nota: Índice del volumen disponible en:


http://studentsforliberty.org/peace-love-liberty-index

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