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BRC TDI Duek Silvia Clara

Esta investigación estudia la conceptualización del lenguaje desde las teorías psicoanalíticas de Freud y Lacan, atravesadas por aportes de la lingüística. Analiza conceptos como inconsciente, letra, lenguaje y significante, y cómo la noción de que el inconsciente está estructurado como lenguaje se desarrolló a partir del diálogo entre psicoanálisis y teorías lingüísticas.

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BRC TDI Duek Silvia Clara

Esta investigación estudia la conceptualización del lenguaje desde las teorías psicoanalíticas de Freud y Lacan, atravesadas por aportes de la lingüística. Analiza conceptos como inconsciente, letra, lenguaje y significante, y cómo la noción de que el inconsciente está estructurado como lenguaje se desarrolló a partir del diálogo entre psicoanálisis y teorías lingüísticas.

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“ESTUDIO DE LA CONCEPTUALIZACIÓN DEL LENGUAJE DESDE LAS TEORÍAS

PSICOANALÍTICAS ATRAVESADO POR LOS APORTES DE LA LINGÜÍSTICA”

DIRECTOR: Duek, Silvia Clara

INVESTIGADORES COLABORADORES (por orden alfabético): Ares, Leandro; Di


Benedetto, Karina; Piccone, Ma. Montserrat; Rossi, Ma. Florencia.

SEDE-LUGAR: Buenos Aires y La Rioja

PERIODO: 2019-2020

CONTACTO DEL AUTOR: dueksilvia@gmail.com


ÍNDICE

I. Abstract

II. Palabras preliminares

III. Introducción

IV. De la Lingüística a la poesía

V. Antecedentes freudianos sobre el inconsciente estructurado como un

lenguaje

VI. Puntualizaciones Freud-Lacan sobre el inconsciente estructurado

como un lenguaje

VII. Conclusión

VIII. Bibliografía

IX. Anexos

La lingüística y el psicoanálisis: un camino hacia lo real de la lengua

La represión en el proceso asociativo

Historia de la interpretación de los sueños

De la condensación y el desplazamiento a la metáfora y la metonimia


“Estudio de la conceptualización del lenguaje desde las teorías psicoanalíticas
atravesado por los aportes de la lingüística”

Palabras clave: inconsciente, letra, lenguaje, significante, lingüística.

ABSTRACT

Esta investigación se propone profundizar los conceptos fundantes de la Teoría


Psicoanalítica en un contexto en el que las Teorías Filosóficas del pragmatismo invaden
la clínica generando un alejamiento y una banalización de aquellos. En este sentido, se
trata de hacer una revisión bibliográfica con el objetivo de rastrear conceptos,
antecedentes, formulaciones y/o contradicciones que derivaron en el enunciado “el
inconsciente está estructurado como un lenguaje” en su diálogo con las teorías
lingüísticas contemporáneas. La conceptualización del lenguaje da cuenta de su
influencia en la realidad psíquica del sujeto. Por ello, resulta significativo trabajar la
relación entre psicoanálisis, lenguaje, inconsciente, lingüística y lengua.

A partir de un abordaje cualitativo, esta investigación teórica incluirá la lectura


de un corpus bibliográfico de S. Freud, quien se focaliza en el uso de la palabra como
herramienta primera en la práctica analítica. Posteriormente, en los primeros escritos de
J. Lacan se observa el interés por el lenguaje en la estructuración del síntoma; en este
período recupera categorías lingüísticas de F. De Saussure para abordar desde allí el
inconsciente. Es entonces cuando toma de la lingüística la noción de símbolo para
designar el campo del lenguaje y de allí proviene lo simbólico. Para tal fin abordaremos
un corpus de textos contenidos en Escritos 1 (Lacan, 1953), particularmente “Función y
campo de la palabra”. Ya en el texto “Instancia de la letra en el inconsciente o la razón
desde Freud” (Lacan, 1957) que escribe al mismo tiempo que dicta su seminario “Las
formaciones del Inconsciente” comienza a desarticular la noción de enunciación con la
del enunciado. La decisión teórica en relación a los modos de abordaje en el lenguaje
fija posición en la concepción de la clínica. Para ello se hace necesario el análisis
interpretativo de las diversas conceptualizaciones que llevaron a Lacan a enunciar “el
inconsciente está estructurado como un lenguaje” y sus implicancias en la teoría de la
práctica analítica. Creemos necesario recuperar los conceptos del Psicoanálisis
Lacaniano desde su Fundamentación Teórica para evitar el vaciamiento de sus
conceptos fundantes.
PALABRAS PRELIMINARES

Durante el tiempo que duró la investigación nos propusimos funcionar como


un espacio abierto de formación teórica de lectura crítica y comparada que devino en
semillero de inquietudes y preguntas a formular y reformular. Rescatamos el valioso
trabajo de intercambio y conexión que hubo entre las cátedras de Teoría Psicoanalítica
l y ll –a cargo de la profesora Silvia Duek-, Teoría Psicoanalítica Freud -con la
profesora Karina Di Benedetto-, Semiótica y Lingüística –con la profesora María
Florencia Rossi, quien aportó desde su área, y María Montserrat Piccone, quien
supervisó aspectos metodológicos y de redacción- y Utilización de Recursos
Bibliográficos –con el profesor Leandro Ares-.
Nuestro equipo de investigación fue múltiple y heterogéneo, compuesto tanto
por docentes apasionados en su tarea como por estudiantes ávidos de ampliar sus
lecturas. El intercambio cobró especial interés para los alumnos pasantes de la sede en
La Rioja, entre ellos Milagros Maraga, quienes primero en forma presencial y luego por
video llamadas participaron de la revisión bibliográfica. Entre los estudiantes de Buenos
Aires, participaron activamente Nora Barredo, Sebastián Breida y Victoria Caligari. No
olvidemos que uno de los objetivos de esta investigación era acercar, de la mejor
manera posible, la transmisión del psicoanálisis y contribuir con la formación
universitaria.
En ese sentido, la tarea fue grata y fecunda. Nuestras reuniones quincenales de
los lunes por la mañana fueron un agradable intercambio de ideas, lecturas nuevas y
asombro por ciertas relecturas (siempre necesarias). Curiosamente estas reuniones no se
interrumpieron por la pandemia y continuaron con video llamadas, tal era el entusiasmo
por parte de todos. Estas (re) lecturas minuciosas devinieron, quizás, no tanto en
grandes conclusiones, pero sí en nuevas preguntas-semilla como se verá en el recorrido
de este trabajo.
INTRODUCCIÓN

Este trabajo de investigación surge de la necesidad de estudiar, de manera


interdisciplinaria, el uso de la palabra como fundamento en la práctica psicoanalítica.
Nuestro abordaje tomó en cuenta el período de la construcción de la Teoría
Psicoanalítica que comienza con Freud hasta lo que se dio por llamar el Psicoanálisis
clásico de J. Lacan (1900-1960). A lo largo de diferentes lecturas fuimos rastreando la
conceptualización del aparato psíquico de Freud y el lugar que allí tiene el concepto de
huella mnémica al momento de su inscripción y construcción. Sobre el uso del lenguaje
como primera herramienta en la práctica psicoanalítica, sondeamos la palabra dentro de
los límites de la sugestión para articularla con el inconsciente buscando los antecedentes
freudianos rastreados en distintos textos como Interpretación de los sueños y
Psicopatología de la vida cotidiana junto con los textos de transferencia entre otros.
De este modo, seguimos la premisa que nos lleva a pensar el inicio del
Psicoanálisis con el descubrimiento del Inconsciente a partir de la experiencia de Freud
y el valor otorgado a la palabra y al “Inconsciente Freudiano” con sus mecanismos y
leyes que lo sostienen (proceso primario, condensación y desplazamiento). Por su parte,
Lacan hará hincapié en que el lenguaje es constitutivo de la experiencia analítica.
Sostenemos que la introducción de lo simbólico ha sido crucial para la práctica
del Psicoanálisis y funciona como bisagra para los postulados futuros sobre el discurso.
Es por ello que en nuestro recorrido se revisan distintos conceptos hasta llegar a aportes
tan importantes como la noción de la letra como materialidad del significante en el
discurso. En un contexto donde las Teorías Filosóficas del Pragmatismo invaden la
clínica generando un alejamiento y una banalización de los conceptos, nuestra posición se
distingue claramente de otras técnicas que toman la palabra en la vertiente retórica que ofrece
un sentido a lo escuchado. Por el contrario, si hay un saber, es el saber del inconsciente,
saber que está del lado del sujeto como sujeto barrado articulado al lenguaje y es a partir
de ese saber no sabido que podrá advenir una verdad inconsciente en un análisis.
La hipótesis que planteamos para esta investigación es que existen efectos y
relaciones entre lenguaje, Psicoanálisis y la práctica clínica (Psicoanálisis y su praxis).
Es sustancial poder establecer diferencias entre la manera en que S. Freud
conceptualizaba teóricamente la palabra en relación a la huella mnémica, y en cómo J.
Lacan conceptualizaba el significante lacaniano en relación a la letra. Este es el
recorrido clave que, a manera de introducción, se encontrará en el corpus de esta
investigación: una revisión bibliográfica que nos permitió rastrear antecedentes,
formulaciones y/o contradicciones que derivaron en el enunciado “el inconsciente está
estructurado como un lenguaje”, en diálogo con las teorías lingüísticas contemporáneas.
Sobre este punto nos pareció interesante preguntarnos, desde la mirada que
propone la Lingüística, qué entendemos por lenguaje. El Curso de Lingüística general
de Ferdinand De Saussure, con sus aportes novedosos respecto al signo lingüístico y su
funcionamiento en el sistema, aportan un anclaje científico fundacional. Lacan se
nutrirá y dialogará con algunas de sus categorías y sumará otras provenientes de R.
Jakobson acerca de la metáfora y la metonimia, y de E. Benveniste quien amplía la
perspectiva saussureana. Psicoanálisis y Lingüística, en este sentido, se leen
mutuamente y se retroalimentan. Nuestro trabajo, de hecho, abre con una mirada crítica
sobre las dificultades históricas que surgieron en las distintas disciplinas al intentar
explicar qué es el lenguaje. Si bien la Lingüística Estructuralista fue magnífica para
brindar una serie de herramientas a fin de poder a pensar ciertos problemas, también
trajo consigo una serie de obstáculos a superar por Lacan para articular dichos
conceptos en un campo muy distinto al de la Lingüística.
Por último, se incluye en el Anexo el aporte de cuatro estudiantes avanzados en
la carrera. En uno de ellos se desarrolla el concepto de lengua desde distintas
perspectivas basándose en la hipótesis que plantea Jean Claude Milner en su libro El
amor por la lengua. Para quien no tenga experiencia en conceptos lingüísticos se
recomienda su lectura ya que es clarificadora. El segundo texto rastrea el uso de la
palabra como herramienta privilegiada de la práctica analítica desde Freud. El tercer
trabajo se enfoca en la historia de la interpretación de los sueños. Finalmente, el último
texto da cuenta de las operaciones freudianas en torno a la condensación y el
desplazamiento en consonancia con los estudios lacanianos con las leyes del lenguaje:
metáfora y metonimia.
DE LA LINGÜÍSTICA A LA POESÍA

Prof. María Florencia Rossi

“Sistema, poeta, sistema


Primero contarás las piedras
Luego contarás las estrellas”.
León Felipe. Antología rota.

Para abordar este trabajo sobre la influencia que ha ejercido la Lingüística sobre
el Psicoanálisis es crucial preguntarse a qué llamamos lingüística. A simple vista
podemos definirla como una ciencia que da cuenta del lenguaje. Pero ¿acaso es posible
dar cuenta del lenguaje?

A lo largo del siglo XX encontraremos múltiples teorías lingüísticas que tendrán


distintos enfoques respecto al lenguaje. Habrá teorías que se centren sobre la gramática
y la relación entre el lenguaje y el pensamiento (una lógica más interna) y habrá otras
que intentarán pensar más allá de los límites que la gramática impone y buscarán
vínculos entre el lenguaje y la sociedad. De modo que podríamos pensar a “la
lingüística” como el conjunto de teorías que intentan pensar de manera sistemática y
científica el lenguaje.

¿Por qué sucede esto? Porque la lingüística moderna nace de una imposibilidad.
El lenguaje, en su conjunto, se nos presenta, según el Curso de Lingüística General
como “multiforme y heteróclito”. Sus múltiples aspectos (físico, fisiológico, psíquico y
social) no permiten que pueda abordarse de forma sistemática ni tiene un principio de
clasificación. He aquí, quizás, un posible punto de partida para intentar comprender el
eje de este trabajo: hay en la lingüística moderna una búsqueda de la sistematicidad.
Pero para comprender esto quizás haya que hacer un poco de historia.

Habría tres grandes momentos históricos señalados por Emile Benveniste en


Problemas de lingüística general en el capítulo “Ojeada al desenvolvimiento de la
lingüística”. Benveniste intenta periodizar la historia de la Lingüística en tres grandes
bloques que marcarán de una manera muy clara tres momentos dominantes.

De la filosofía griega a la Gramática de Port Royalle


El primer momento es amplio: nace con la filosofía griega y llegará hasta finales
del siglo XVIII. Se sabe que Platón escribió en sus diálogos socráticos sobre cuestiones
lingüísticas que luego serán retomadas por Aristóteles. Un primer análisis sobre la
estructura del logos se observa en este último. Categorías universales que se usan
actualmente como “nombre”, “verbo”, “género gramatical” descansan sobre
fundamentos lógicos y filosóficos. Ya lo decía Bloomfield, “los griegos manifestaron
una capacidad de asombro ante cosas que otros pueblos daban por sentadas”. Y como
era de prever fueron un pueblo que sintió gran curiosidad por el lenguaje. Sobre este
punto es interesante lo que plantea R.H. Robins en su Historia de la lingüística: “los
estudios lingüísticos tuvieron origen en dos fuentes principales: la natural curiosidad
sobre nosotros mismos (…) y la satisfacción de una serie de necesidades que hoy
estarían dentro del dominio de la lingüística aplicada” (1990, p. 530). Es decir, por un
lado, la lengua como objeto de especulación y, por el otro, el carácter práctico de las
gramáticas tan necesarias a la hora de enseñar las lenguas que describen. Los griegos
sabían perfectamente que las lenguas son herramientas de poder y qué mejor que el
estudio de las gramáticas para enseñar la lengua dominante a los pueblos dominados.

El debate filosófico sobre si el lenguaje es natural o puramente convencional es


una pregunta que, por cierto, vuelve a nosotros varios siglos después de la mano de un
poema de Jorge Luis Borges (1989):

Si (como afirma el griego en el Cratilo)


el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'

Los griegos se preguntaban: ¿existe una relación natural o convencional entre la


cosa y la palabra que la enuncia? La escuela esencialista dirá que la esencia de la rosa
efectivamente habita la palabra. Por el contrario, la escuela nominalista, Aristóteles a la
cabeza, refutará esa idea esgrimiendo que la palabra es simplemente un rótulo y la
relación entre la cosa y su nombre es puramente convencional. Ambas posturas son
opuestas pero ninguna de ellas, como recalca Benveniste (1966) “se ha cuidado de
estudiar y de describir una lengua por sí misma, ni de verificar si las categorías
fundadas en gramática griega o latina tenían validez general”.

Sin embargo, mal que le pese a Benveniste, hubo un intento por parte de los
griegos de dilucidar si el lenguaje poseía un orden interno que lo sostenía, o bien, este
orden era puramente azaroso. Fueron los Estoicos quienes reconocieron que la
lingüística debía estudiarse separada de la filosofía. Los Estoicos serán la escuela
filosófica que reflexionará sobre el estudio del lenguaje y que al igual que muchos
lingüistas actuales “concebían el lenguaje como la clave para comprender como
funciona la mente humana” (Robins, p.530). Se sabe que en los años 300 a.C
escribieron numerosos tratados específicamente lingüísticos, desarrollando una teoría
general del lenguaje incluyendo teorías sobre fonología, sintaxis y semántica. Sin
embargo, lamentablemente estos escritos se han perdido y han llegado a nuestros días
de forma muy fragmentaria. Se hace muy difícil la reconstrucción de la labor lingüística
de los Estoicos. De todos modos, cabe destacar la mención que hace Lacan de ellos en
Radiofonía & Televisión (1977) para hablar de cómo lo simbólico toca el cuerpo.

Siguiendo esta mirada especulativa sobre el lenguaje, ya en el siglo XVIII


aparece una gramática que cobra especial importancia: la Gramática general de Port
Royalle. No describe lenguas particulares, sino que intenta postular un modelo de
gramática universal válida para todas las lenguas. Se retoma nuevamente la idea de la
relación intrínseca entre lenguaje y pensamiento. Esta gramática será de vital
importancia para estudios lingüísticos posteriores1, pero para su época presentaba
grandes problemas ya que no partía de evidencia empírica y, como tal, resultaba ser
muy poco científica.

Un intento de clasificación: el siglo decimonónico

El segundo momento comienza a principios del siglo XIX donde lo taxonómico


y clasificatorio cobra vital importancia. ¿Qué otra cosa se podía estudiar sino los datos
observables (es decir, las lenguas particulares) en aras de conseguir prestigio científico?
Por otro lado, los lingüistas europeos descubren el sánscrito (una lengua rica y
bellamente preservada) y con él la incomparable gramática sánscrita de Panini “que nos
permite saber más de la pronunciación del sánscrito que de cualquier otra lengua
antigua” (Robins, p.545). Gracias a este hallazgo se descubren parentescos entre
lenguas, se arman esquemas de árboles genealógicos, ¡se intenta hacer una genética de
lenguas indoeuropeas! Nace la lingüística comparada con métodos muy rigurosos y
bellos. Las lenguas son estudiadas en su evolución como organismos vivos que nacen,

1
Será de vital importancia para Chomsky y su gramática generativa.
crecen, entran en decadencia y mueren. La lingüística se perfila como una ciencia
histórica. Si lo único estable es que su objeto de estudio (las lenguas) cambia con el
tiempo, se dedicará a estudiar estos cambios abocándose a distintas fases de la historia
de las lenguas. Sin embargo, dice Benveniste, de ningún modo se plantea cuál es la
naturaleza de un “hecho” lingüístico.

Afortunadamente, al final del siglo XIX aparecen nuevas inquietudes. ¿Cuál es


la realidad de la lengua? Si la lingüística histórica cree que lo único estable es el cambio
lingüístico, ¿cómo es posible que la lengua siga siendo ella misma? Se hace necesaria
una nueva noción de lengua.

Nuevo paradigma científico: la lingüística general

El tercer momento Benveniste lo sitúa con la aparición del Curso de Lingüística


general de Ferdinand de Saussure en 1916. La lingüística entra en su tercera fase (donde
él mismo se inscribe). Una fase en la cual se toma como objeto de estudio la realidad
intrínseca de la lengua. No ya la filosofía del lenguaje ni la evolución de las formas
lingüísticas: se trata de saber efectivamente en qué consiste una lengua y cómo
funciona. La originalidad saussureana consiste en hacer un recorte. La lingüística ya no
se ocupará del lenguaje porque no es posible estudiarlo como una totalidad. Lo que sí es
posible estudiar es aquello del lenguaje que conforma un sistema, es decir, aquello que
es válido para todas las lenguas que existen en el mundo: su estructura.

El objeto de estudio de la lingüística será un recorte del lenguaje en su aspecto


psíquico. Con esto Saussure deja en claro su propósito: para disponer de una disciplina
científica precisa de un objeto de estudio homogéneo y el lenguaje, tal y como viene
dado, no lo es. De modo que deja de lado el dominio de lo individual, es decir, el habla,
y con ello, dejará de lado el sujeto hablante (con todo lo que esto implica).

El objeto de estudio será, entonces, la lengua. Para comprender los alcances de


este recorte se deberá reconocer que la lengua, ante todo, es un punto de vista, una
construcción. La lengua es homogénea y como tal una totalidad. Tiene un principio de
clasificación constituyendo un sistema donde todos los elementos que la conforman son
solidarios entre sí y se relacionan por oposición.

Los elementos que componen a la lengua también serán puramente psíquicos. El


signo lingüístico saussureano se define como “una entidad psíquica de dos caras”
cuyos dos elementos “están íntimamente unidos y se reclaman recíprocamente”
(Sauusure, p.92). Es decir que para sorpresa de mucho el signo lingüístico es simétrico.
No une una cosa (que está en el mundo) con un nombre que lo designa, sino un
concepto con una imagen acústica (ambos psíquicos) que están unidos en nuestro
cerebro por un vínculo de asociación. Esto resulta totalmente nuevo y revelador. Es que
en su afán de constituir un sistema cerrado, significante y significado se asocian, barra
mediante, y son interdependientes uno del otro. “No hay significado sino en la medida
en que hay un significante; el significante no es tal sino en la medida en que hay un
significado ” (Milner, p.30).

¿Pero es esto posible? Jean-Claude Milner en El Periplo estructural vuelve


sobre la tradición clásica del signo para explicar este punto. El signo es, ante todo, un
índice material, una huella de algo que ya no está allí. Para ilustrar esto cita a San
Agustín en DeDialéctica: “lo propio de la palabra es poder designar una cosa,
precisamente porque ella falta” (Milner, p.29). Siguiendo el modelo agustiniano, la
lógica de Port Royalle también se basa en la asimetría: el humo es signo de que hay un
fuego, pero no hay reciprocidad en ese signo. La cosa que representa (el humo) sugiere
a la cosa representada (el fuego) pero la relación no funciona si el proceso se invierte.
Por eso la relación en el signo tradicional es asimétrica.

Entonces ¿por qué el signo lingüístico se comporta de manera diferente? La


relación entre significante y significado es recíproca y, por tanto, simétrica. El signo
lingüístico es puramente psíquico, es decir, mental. Saussure estaría recusando de la
teoría clásica del signo “según la cual este es una realidad (…) que representa, gracias
a una relación asimétrica, otra realidad” (Saussure, p.29) separándose así de la teoría
de la representación2.

Según Milner esto conlleva algunas paradojas pues si el significado y el


significante son puramente psíquicos y se asocian de forma recíproca y simétrica, el
signo lingüístico resulta inaprensible. El significante no es el sonido material. Es la
imagen acústica del sonido, es decir, el representante psíquico de la materia fónica. El
significado es el concepto que se asocia a la imagen acústica del sonido. No hay
ninguna claridad, dice Milner, con respecto a qué tipo de concepto se habla ni cuáles
son sus propiedades.

2
Sobre este punto Milner cita a Foucault en Las Palabras y las cosas.
Pero si volvemos a la pregunta inicial se le perdonará al estructuralismo cierto
reduccionismo. Es tarea del lingüista estudiar qué es un hecho lingüístico y cómo
funciona dentro de la lengua. Ante todo ¡está el sistema! La noción de valor lingüístico
ayudará sobre este punto. Es una noción de extrema innovación cuya afirmación dice
que los signos lingüísticos no se definen por sus propiedades sino por oposición al resto
de los signos del sistema de la lengua. De este modo, el lingüista estructural elude
elegantemente la noción de significación ahorrándose muchos dolores de cabeza. El
Curso de Lingüística general aclara desde un principio que la lingüística será una
ciencia dentro de una ciencia mayor: la semiología (que aún no existe) y que estudiará
la vida de los signos en el seno de la vida social. “Al psicólogo toca determinar el
puesto exacto de la semiología; tarea del lingüista es definir qué es lo que hace de la
lengua un sistema especial” (Saussure, p.43).

Afortunadamente en 1939, Benveniste escribe el artículo “Naturaleza del signo


lingüístico” que luego será incluido en su libro Problemas de Lingüística General. Aquí
Benveniste aclara algunas confusiones y nos recuerda que los lingüistas no se olvidaron
de que existe el mundo. En el signo lingüístico hay dos relaciones que se han
confundido en una sola. Por un lado, estaría la relación que el signo mismo mantiene
con la cosa designada (¡finalmente aparece un referente!). Esta relación es arbitraria y
explicaría por qué el signo árbol varía según las distintas lenguas particulares que lo
nombren. Por el otro lado, la relación entre significante y significado dentro del signo
mismo. Esta relación es necesaria y, por lo tanto, es recíproca: el significante determina
al significado y viceversa. Con este gesto, Benveniste vuelve a ubicar al signo dentro de
la teoría de la representación.

En los comienzos del siglo XX la lingüística tuvo que deslindarse y definirse a sí


misma. Y sin embargo no olvida su estrecha conexión con otras disciplinas. En el Curso
de Lingüística General se nombra a la etnografía, a la sociología, a la antropología y a
la psicología social entre otras. “En el fondo todo es psicológico en la lengua (…); y
puesto que la lingüística suministra a la psicología social tan preciosos datos ¿no
formará parte de ella?” (Saussure, p.34). Esta pregunta es una amable invitación.
Porque ¿cuál sería la utilidad de la lingüística sino brindar un sistema posible para
comprender las leyes generales, las fuerzas que intervienen en todas las lenguas y de
este modo, tal vez, crear un puente posible para el estudio de otras disciplinas que
también tienen foco en el lenguaje?
Evidentemente el psicoanálisis es, ante todo, una práctica. Una práctica en un
contexto específico de análisis. Podríamos pensar que estamos en los dominios del
habla, en el terreno de lo individual, con sus irregularidades, lapsus, olvidos y
equívocos. Pero tampoco podemos equiparar la “palabra”3 que surge en un contexto de
análisis con lo que el Curso de Lingüística General describe como habla. De hecho,
Lacan sustituye este término de habla por “discurso concreto”. Porque, si bien la
lingüística estructuralista le posibilitó a Lacan un modo de pensar ciertos problemas,
queda claro que no le interesan sus métodos ni resultados porque su campo es otro. Y no
es para menos. En 1953, Lacan percibe que el psicoanálisis se encuentra en franca
decadencia. En este marco institucional propone retornar a Freud retomando conceptos
de la antropología y la lingüística que el propio Freud no había tenido a su disposición.
“Función y campo de la palabra en psicoanálisis” es un texto fundante donde Lacan
establecerá la primacía de la palabra (de lo simbólico) en un contexto de análisis por
sobre el instinto y los afectos4. “Ya se dé por agente de curación, de formación o de
sondeo, el psicoanálisis no tiene sino un médium: la palabra del paciente” (Lacan,
p.240) Ciertamente, lo único que se intercambia en una sesión de análisis son palabras.
Sin embargo, prosigue Lacan “toda palabra llama a una respuesta” (Lacan, p.240). Esa
respuesta puede ser también el silencio. Pero el silencio para los seres hablantes no es el
silencio de la naturaleza. El silencio puro no existe para el ser que habla. Se trata de la
instauración del sujeto en el orden de lo simbólico. Toda palabra es, de algún modo, un
llamado a la presencia del otro. Desde que nace el niño está inmerso en el lenguaje,
incluso antes de nacer ya es hablado. En ese sentido la palabra cobra una función
evocativa y creadora. No reproduce el mundo, sino que lo organiza.

Ahora bien, la lingüística moderna sólo trabajará dentro del sistema (que tanto
esfuerzo le ha costado conseguir). Este sistema, que le da a la disciplina carácter de
ciencia, fue muy seductor y, como tal, se vio ampliado por nuevas teorías lingüísticas
surgidas a lo largo del siglo XX. Surgieron nuevos intentos de abordar la lengua
saussureana como es el caso de la gramática sistémico-funcional de Halliday, o bien,
abordar el habla con sus irregularidades como se vio en los trabajos de William Labov
en su teoría variacionista.

3
“Palabra” aquí tiene la connotación que le da Lacan en “Función y Campo de la palabra y del lenguaje
en psicoanálisis”.
4
Freud muere en 1939. La Asociación Psicoanalítica Internacional queda dividida en la Escuela Kleiniana
y la Escuela Americana. Lacan discrepa con ambas aunque a Melanie Klein le reconoce algunos aportes.
Pero para el psicoanálisis las formaciones del inconsciente poseen una estructura
cuya unidad no es fija y esto representa un problema. En lingüística estructural nos
encontramos con la noción de nivel y el carácter distribucional de la lengua en fonemas,
morfemas, categoremas, sintagmas. En psicoanálisis no hay unidades a priori. Es por
ello que no hay técnicas lingüísticas posibles para el análisis y que Lacan siga la regla
freudiana de la “atención flotante”. El lenguaje es la condición del inconsciente, pero
“el inconsciente es la condición de la lingüística”, dirá después Lacan en Radiofonía &
Televisión. Es decir, existe la lingüística porque existe el inconsciente (en este sentido
Freud anticipa a Saussure). Cuando un bebé humano nace, el lenguaje ya está allí.
Somos hablados, nombrados, antes que podamos comenzar a balbucear nuestras
primeras palabras. Lo simbólico ya está antes que el sujeto llegue al mundo. Somos
aprehendidos por una maraña de significantes que nos anteceden. Somos presos de la
lengua que nos materniza.

De modo que no debe entenderse "El inconsciente está estructurado como un


lenguaje" (Lacan, Seminario 11, p.28) como una continuidad o evolución de la
lingüística sino como una adecuación de sus elementos para una mejor comprensión de
la lógica del inconsciente. “Un” lenguaje (no “el” lenguaje) afirma Lacan, cuyas redes
significantes son indefinidas, nunca se detienen, no constituyen formas fijas y, si lo
hacen, es para deshacerse inmediatamente en otras. De modo que el signo lingüístico
arbitrario necesariamente debe romperse. Ya no hay dos planos unidos por una barra
significante/significado cuya asociación es recíproca y simétrica. “No hay más cadena
que la cadena de significantes; no hay más organización de significantes que la
organización de la cadena” (Milner, p.147).

Con respecto a la lingüística, en “La instancia de la letra en el inconsciente”


Lacan afirma que “la temática de esta ciencia, en efecto, está suspendida desde ese
momento primordial del significante y el significado como órdenes distintos y
separados inicialmente por una barrera resistente a la significación” (p.465). Sin
embargo, suspendida o no, cabe mencionar -a modo de una posible conclusión abierta-
la publicación de “Los anagramas de Saussure” por Jean Starobinsky en 1964.
Starobinsky descubre que entre 1906 y 1909 el eminente lingüista ginebrino se dedicó a
analizar la poesía grecolatina con una técnica sutil de composición. Saussure tenía la
sospecha de que dichos poemas encerraban un nombre (el nombre de un dios o de un
héroe) y que debían leerse, no ya de un modo lineal, sino descomponiendo el texto en
pequeñas partes y volviéndolas a unir. Con esta lectura hipogramática de la poesía,
Saussure intentaba encontrar el nombre, no debajo del texto, sino en su misma
superficie, a plena vista. Ahora bien, el descubrimiento de que el padre de la lingüística
general se dedicara a cortar, escandir y puntuar la cadena significante de poemas
grecolatinos causó gran revuelo en el campo intelectual. Revuelo que culmina con la
muerte del estructuralismo en mayo de 1968 y que escapa a esta investigación pero que
queda como una posible pregunta a futuro.

Ya lo afirma Lacan en Radiofonía & Televisión, “si Saussure no exhibe los


anagramas que descifra en la poesía saturnina es porque estos disminuyen a la
literatura universitaria. Lo canallesco no lo estupidiza; porque no es analista” (p.15).
Este guiño ya nos está diciendo lo siguiente: la antiestructura ya estaba en el seno del
estructuralismo y el adiós a la lingüística ya estaba en sus mismos orígenes.
ANTECEDENTES FREUDIANOS SOBRE EL INCONSCIENTE
ESTRUCTURADO COMO UN LENGUAJE

Prof. Karina Di Benedetto

Como anticipábamos al inicio de este trabajo, nuestro objetivo era rastrear desde
Freud el uso de la palabra como herramienta primera en la práctica analítica, en otras
palabras, buscar los antecedentes freudianos de la cita de Jacques Lacan “el inconciente
está estructurado como un lenguaje”. Al respecto, Diana Rabinovich comenta “Ya
desde Freud, la palabra del paciente es el medio fundamental del psicoanálisis”
(Rabinovich, 2005, p.1).

A partir de la indagación de la obra freudiana podemos extraer los siguientes


puntos como resultados del proceso de investigación. En “Tratamiento psíquico
(tratamiento del alma)” (1890), Freud enfatiza la relación existente entre lo anímico y lo
somático vehiculizando dicho vínculo en una terapéutica mediada por la palabra. Es
decir, la palabra cobra importancia porque permite obtener un alivio sintomático.
Respecto de ello, Freud manifestará:

Un medio semejante es, ante todo, la palabra, y las palabras son, en efecto, los
instrumentos esenciales del tratamiento anímico. El profano seguramente hallará difícil
comprender que los trastornos patológicos del cuerpo y del alma puedan ser eliminados
por medio de las «meras» palabras del médico (Freud, 1890, p.115).

La palabra a la que hace referencia en el párrafo anterior todavía no es la que le


otorgará materialidad al inconciente, pero aun así cobra relevancia curativa dentro de su
clínica. En este caso, la palabra es un ensalmo, tiene poder sugestivo y a esta altura de
su práctica queda del lado del que cura. Al respecto, dirá: “Pero será preciso emprender
un largo rodeo para hacer comprensible el modo en que la ciencia consigue devolver a
la palabra una parte, siquiera, de su prístino poder ensalmador” (Freud, 1890, p115).
Observamos el interés de Freud en articular la palabra a hechos científicos y a una
práctica que tiene la intención de entrar en el campo de la ciencia. De este modo, va
desprendiendo la palabra de la sugestión, de la senda de la magia y la brujería o,
simplemente, del saber popular.
Por eso le atribuye a la palabra la función de ser mediadora en el intento de
influir, provocar alteraciones anímicas a quien van dirigidas, eliminar dolencias
patológicas, fundamentalmente las que se originan en estados anímicos (Freud, 1890).
Dicho de otro modo, la palabra queda ligada al tratamiento de las perturbaciones
anímicas dentro de un marco clínico con rigor científico. Recordemos que a esta altura,
la práctica freudiana se desenvuelve con la hipnosis, la sugestión y la catarsis, métodos
donde se utiliza la palabra.

Más avanzado en su obra encontramos a la palabra ahora sí, ligada a su


concepción del inconciente, la cual sigue estando en el centro del trabajo clínico. “Por
lo demás, no despreciemos la palabra. Sin duda es un poderoso instrumento, el medio
por el cual nos damos a conocer unos a otros nuestros sentimientos, el camino para
cobrar influencia sobre el otro” (Freud, 1926, p 169). Si la clínica que Freud construye
se sostiene en el poder de la palabra, será importante definir en qué consiste esa
práctica. Por lo tanto, en “Los caminos de la terapia analítica” define: “hemos llamado
psicoanálisis al trabajo por cuyo intermedio llevamos a la conciencia del enfermo lo
anímico reprimido en él” (Freud, 1918, p 155). Para lograr esto, es decir, para descubrir
lo reprimido inconciente productor de efectos, instala un procedimiento. En el Esquema
del Psicoanálisis, hará referencia al método mediante el cual se logra dicho objetivo: el
paciente debe entregarse a la regla fundamental:

No sólo debe comunicarnos lo que él diga adrede y de buen grado, lo que le traiga
alivio, como en una confesión, sino también todo lo otro que se ofrezca a su
observación de sí, todo cuanto le acuda a la mente, aunque sea desagradable decirlo,
aunque le parezca sin importancia y hasta sin sentido (Freud, 1938, p.174).

Siendo así, Freud dirá que el objetivo del psicoanálisis consiste “en la sustitución
de actos anímicos inconcientes por otros concientes” (Freud, 1926, p.254).

En ¿Pueden los legos ejercer el análisis? dirá respecto de la práctica analítica:

El analista hace venir al paciente a determinada hora del día, lo hace hablar, lo
escucha, luego habla él y se hace escuchar […] En cuanto al material para nuestro
trabajo, lo obtenemos de fuentes diversas: lo que sus comunicaciones y asociaciones
libres nos significan, lo que nos muestra en sus trasferencias, lo que extraemos de la
interpretación de sus sueños, lo que él deja traslucir por sus operaciones fallidas
(Freud, 1926, pp.175 y 178).

Freud, siguiendo la regla fundamental del psicoanálisis, hace a los pacientes


hablar para de este modo, rastrear las determinaciones inconcientes de esas
formaciones. Por lo tanto, tiene que suponer que el inconciente está estructurado como
un lenguaje. Es así como descubre prontamente, con el estudio de los síntomas
conversivos histéricos, que el cuerpo queda afectado por la palabra. Las parálisis
histéricas son un testimonio de cómo por medio de la interpretación, pueden liberarse
las palabras que están amordazadas en el síntoma ya que este último es una formación
del inconciente. Por lo tanto, necesitará construir un modelo de aparato psíquico
conformado por sistemas en el cual pueda ubicar una localidad denominada inconciente
y otra, conciencia.

En Proyecto de una psicología para neurólogos (1896) podemos rastrear el


primer modelo que luego ampliará en La interpretación de los sueños (1900). En la
Carta 52 (1896) describe que dentro de él existen huellas mnémicas, las cuales se van
reordenando por medio de una reescritura debido a que el aparato psíquico está
conformado por un proceso de estratificación. Propone como tesis que la memoria
preexiste de modo múltiple ya que se registra en distintas capas diversas variedades de
signos (Freud, 1896). En dicho esquema de aparato menciona un sistema de percepción
donde participan neuronas que intervienen en la percepción y, por lo tanto, están
relacionadas con la conciencia. Este sistema no conserva huella de lo acontecido, en
consecuencia, conciencia y memoria se excluyen.

Freud denomina Ps (signos de percepción) a la primera transcripción o escritura


de las percepciones, insusceptible de conciencia y articulada según una asociación por
simultaneidad. Ic (inconciente) es la segunda transcripción o escritura, ordenada según
otros nexos. Las huellas Ic tampoco son susceptibles de conciencia. Prc (preconciencia)
es la tercera reescritura, ligada a representaciones palabra, correspondiente al yo. Desde
aquí, las investiduras devienen conscientes de acuerdo con ciertas reglas.

Las transcripciones que se siguen unas a otras constituyen la operación psíquica


de épocas sucesivas de la vida. En la frontera entre dos de estas épocas tiene que
producirse la traducción del material psíquico. Si la traducción de ciertos materiales no
se produce, aparece un proceso patológico. La denegación de la traducción es aquello
que clínicamente Freud llama represión. Su motivo es siempre el desprendimiento de
displacer que se produce por una traducción, pues este displacer convoca una
perturbación de pensar que no admite dicho trabajo de traducción.

A partir de lo anterior, puede observarse cómo el aparato psíquico está


constituido por un conjunto de huellas mnémicas que son las marcas de lo visto y lo
oído, las cuales van pasando por distintas traducciones conformando distintos lenguajes.
En La interpretación de los sueños Freud describirá al sueño como un acto
psíquico de pleno derecho considerándolo como la vía regia de acceso al inconciente.
Mediante la asociación libre y la interpretación como herramienta del analista, se podrá
acceder al contenido oculto del sueño al que denomina ‘contenido latente’. En este
momento, la interpretación es equivalente a desciframiento, quiere decir que el
inconciente está escrito en algún lenguaje que hay que descubrir. Según Freud:

Pensamientos del sueño y contenido del sueño se nos presentan como dos figuraciones
del mismo contenido en dos lenguajes diferentes; mejor dicho, el contenido del sueño
se nos aparece como una trasferencia de los pensamientos del sueño a otro modo de
expresión, cuyos signos y leyes de articulación debemos aprender a discernir por vía de
comparación entre el original y su traducción (Freud, 1900, p. 285).

El contenido del sueño, es decir, el texto del sueño es producto de una operatoria
denominada ‘trabajo del sueño’. Este texto, según Freud, es una escritura jeroglífica.
Los signos de este escrito no pueden leerse por su valor figural sino que debe hacerse
según su referencia signante.

La apreciación correcta del acertijo sólo se obtiene, […] cuando me empeño en


remplazar cada figura por una sílaba o una palabra que aquella es capaz de figurar en
virtud de una referencia cualquiera. Las palabras que así se combinan ya no carecen de
sentido (Freud, 1900, p. 286).

Por lo visto, la materialidad del inconsciente pasa por el lenguaje. Esto queda
demostrado ya que el inconsciente freudiano de La interpretación de los sueños está
estructurado como una escritura jeroglífica. En el capítulo VII “Psicología de los
procesos oníricos”, en el punto “La regresión”, Freud complejiza su modelo de aparato
psíquico para explicar la conformación de los sueños. Para ello, partirá del modelo del
arco reflejo. Este aparato posee un polo perceptivo y un polo motor con una
determinada dirección de los procesos psíquicos: del extremo donde se reciben los
estímulos hacia el polo donde se descargan. El instrumento se complejiza al construirlo
a partir de localidades psíquicas y no anatómicas (Freud, 1900). Dirá que existen
fundamentos para hacer que ingrese en el extremo sensorial una primera diferenciación.
De las percepciones que nos llegan, queda una marca en nuestro aparato psíquico
llamada ‘huella mnémica’. “Y a la función atinente a esa huella mnémica la llamamos
memoria” (Freud, 1900, p.531), es decir, la memoria relaciona las marcas que dejaron
las percepciones. De este modo, queda diferenciada la percepción de la memoria. Esto
se debe a que un sistema no puede conservar alteraciones en los elementos que posee y,
a la vez, mantenerse receptivo (Freud, 1900). Otorgará una definición “la huella
mnémica sólo puede consistir en alteraciones permanentes sobrevenidas en los
elementos de los sistemas” (Freud, 1900, p.531). Es decir, son marcas, trazos.

Como dijimos, el sistema perceptivo no posee memoria ya que no conserva nada


de los estímulos que recibe; por lo tanto, tiene que existir un segundo sistema que
transpone la excitación del primer sistema en huellas permanentes (Freud, 1900).
Observamos que la excitación es momentánea y la huella permanente, lo que produce
una modificación permanente del segundo sistema. Dentro del sistema de la memoria,
de las percepciones se conserva algo más que su contenido. “Nuestras percepciones se
revelan también enlazadas entre sí en la memoria, sobre todo de acuerdo con el
encuentro en la simultaneidad que en su momento tuvieron. Llamamos asociación a
este hecho” (Freud, 1900, p.532). La base de la asociación son los sistemas mnémicos.
La asociación combina distintas marcas produciendo lo que podríamos denominar la
subjetividad o lo propio de cada sujeto. Freud supone varios sistemas de huellas
mnémicas, dentro de los cuales “la misma excitación propagada por los elementos
percibidos experimenta una fijación de índole diversa” (1900, p.532). A esta altura de
su obra, la fijación de la excitación privilegia la alteración que se produce, en el
segundo sistema, como huella o marca que se conserva: la excitación se fija como
huella. La ligazón entre las representaciones o marcas ocurre por simultaneidad, por
analogía o por cualquier otra conexión, pero no por el contenido como postula el
asociacionismo. Los recuerdos que han quedado impresos son inconscientes. Es posible
hacerlos conscientes; pero no cabe duda de que en el estado inconsciente despliegan
todos sus efectos (Freud, 1900).

La primera concepción del aparato psíquico está conformada por huellas


mnémicas. Estas no son una imagen de la cosa sino un signo que puede ser comparado
con una letra. Por eso, las marcas conforman un inconciente estructurado como un
lenguaje, cuyo ejemplo más significativo es el sueño. Pero no es el único. El olvido con
recordar fallido, los lapsus, el chiste dan cuenta de esa misma estructura. Freud, a partir
de su propia experiencia analiza el olvido temporario de nombres propios. La
imposibilidad de recordar el nombre buscado tiene para él una explicación. En
Psicopatología de la vida cotidiana (1901) demuestra, entre otras cosas, que el olvido
no es casual. Aclara que no solo hay olvido sino recordar fallido, un falso recuerdo. En
el lugar del nombre buscado siempre aparece un nombre sustitutivo que tiene una
relación con el olvidado. Se trata entonces de un olvido efecto de la represión (Freud,
1901). En otros términos, el nombre olvidado está relacionado no solo con los nombres
sustitutivos, sino también con un elemento reprimido anteriormente. Los nombres
sustitutivos tienen un nexo tanto con lo que se quería olvidar como con lo que se quería
recordar. En el ejemplo del propio olvido de Freud, aparecen los nombres de Boticelli-
Boltrafio en vez de Signorelli. Los sustitutos no se relacionan con el olvidado por el
contenido (todos son pintores) sino por la relación entre las palabras.

Del mismo modo que el olvido, los lapsus son la sustitución de palabras por otras
palabras. La representación que aparece como sustituta de la reprimida se establece por
medio de un puente de palabras. Nuevamente encontramos que el inconciente está
estructurado como un lenguaje y Freud llega a descubrir su producción estableciendo
nexos entre las sílabas de las palabras. Es decir, establece cadenas asociativas entre las
palabras para arribar a los contenidos reprimidos. También en el chiste, como producto
del inconciente, observamos esta misma materialidad del inconciente. El efecto cómico
del chiste está en relación con un plus de sentido cuando se rompe con la literalidad de
la palabra. Es decir, posee un efecto metafórico que lo liga a la ‘multivocidad’ de la
palabra.

En Lo inconciente (1915) lo que puede ser dicho, lo que puede aparecer en la


conciencia son las representaciones-palabras. La representación-cosa, si no está unida a
palabras, no puede conocerse y permanece inconciente. Para ejemplificar lo anterior,
toma un ejemplo clínico donde puede encontrar claramente el desarrollo de la estructura
del lenguaje: “En la esquizofrenia se observa, sobre todo en sus estadios iniciales, tan
instructivos, una serie de alteraciones del lenguaje” (Freud, 1915, p.194). Agrega que
las frases resultan incomprensibles debido a una desorganización sintáctica (Freud,
1915). Más adelante dirá:

Si nos preguntamos qué es lo que confiere a la formación sustitutiva y al síntoma de la


esquizofrenia su carácter extraño, caemos finalmente en la cuenta de que es el
predominio de la referencia a la palabra sobre la referencia a la cosa (Freud, 1915,
p.197).

La formación sustitutiva tiene semejanza con la expresión lingüística no con la


cosa designada. Describirá al sistema inconciente como el que posee las investiduras
cosas de los objetos y al sistema preconciente como el que se conforma cuando a la
representación cosa se le agrega la representación palabra.

A partir de todo lo dicho, podemos concluir que para Freud el inconciente no es


sinónimo de subconciente o una conciencia inferior cuya característica es ser irracional.
Tampoco los contenidos inconcientes son lo que no son concientes. Más bien, esos
contenidos que no están en la conciencia, están en un estado de latencia y son
denominados preconcientes. Tenemos noticias del inconciente porque lo que se hace
conciente es aquello que retorna, desfigurado en distintas formaciones tales las
enumeradas anteriormente: sueños, lapsus, chistes, los juegos de palabras y los
síntomas. Esa deformación se debe a los aportes del contenido preconciente que enlaza
representaciones palabras las cuales, por su multivocidad son aptas para figurar distintas
representaciones.

El inconsciente freudiano es una noción tópica y dinámica; posee mecanismos y


leyes propias. Entre ellos encontramos la condensación y el desplazamiento,
mecanismos que necesitan de la mediación de la palabra ya que son los encargados de
desfigurar, como dijimos anteriormente, los contenidos inconcientes. Lo que podemos
llegar a saber del inconciente es lo que ha experimentado una traducción a lo conciente,
es decir, lo que ha pasado a otro texto o lenguaje. Para Freud, entonces, el psicoanálisis
consistiría en lo siguiente:

El trabajo psicoanalítico nos brinda todos los días la experiencia de que esa traducción
es posible. Para ello se requiere que el analizado venza ciertas resistencias, las mismas
que en su momento convirtieron a eso en reprimido por rechazo de lo consciente"
(Freud, 1915, p.161).
PUNTUALIZACIONES FREUD-LACAN SOBRE EL INCONSCIENTE ESTRUCTURADO
COMO UN LENGUAJE

Prof. Silvia Duek

Comenzamos recordando una intervención de D. Anzieu en la conferencia sobre lo


Simbólico, lo Imaginario y lo Real, conferencia pronunciada en el anfiteatro del hospital
psiquiátrico de Saint-Anne, París, el 8 de julio de 1953.Hacia el final de la conferencia, Anzieu
formula una pregunta a Lacan acerca de si los modelos que Freud tomó prestados de las teorías de
su época, pertenecen al registro del símbolo o a lo imaginario o qué origen dar a estos modelos y
luego, dirigiéndose a la propuesta de Lacan por el cambio de modelo permanente para pensar los
datos clínicos, pregunta si estos están adaptados al cambio cultural o a algo distinto. La respuesta
que le otorga Lacan nos parece interesante ya que da pie para empezar este recorrido sobre la
conceptualización del lenguaje:

Más adaptado a la naturaleza de las cosas, si consideramos que todo aquello de lo que se trata en el
análisis es del orden del lenguaje, es decir, al fin de cuentas de una lógica. Por consiguiente, esto es
lo que justifica esta formalización que interviene como una hipótesis (1953, p.38).

Esta es la intervención que coloca a Lacan en el lugar de ser quien aporta una redefinición y
precisión a la estructura del aparato psíquico freudiano, ubicando al orden simbólico en el lugar
que termina ocupando. La construcción del esquema Simbólico-Imaginario-Real se instala en la
lectura y en la posición intelectual de retorno a Freud desde los textos fundantes del psicoanálisis,
tomando los aportes de la lingüística de Ferdinand De Saussure, Jackobson y otros conceptos de las
que Freud no disponía.
La hipótesis que planteamos para esta investigación es que existen efectos y
relaciones entre lenguaje, psicoanálisis y la práctica clínica (psicoanálisis y su praxis). El
lenguaje y la palabra son el fundamento de nuestra práctica, y sus disímiles conceptualizaciones
tienen diferentes derivaciones según los modos de abordaje clínico. Sostenemos que la experiencia
del psicoanálisis implica a “dos” en disparidad donde lo que circula es la palabra, teniendo
como premisa fundamental que “el lenguaje se define como la condición misma del inconsciente”.
En este sentido, sabemos por los pacientes que su verdad en relación a lo inconscientes dicha con
los sueños, los actos fallidos, los síntomas, y esa palabra cobra su valor cuando hay allí un analista
que la escucha.
El psicoanálisis como praxis se medirá por sus efectos, y estos estarán de acuerdo con los
elementos de lectura teóricos con los que el analista disponga. Por ejemplo, la diferencia entre
pensar la palabra como símbolo adjudicándole una significación universal o pensar el símbolo
operando desde lo particular del sujeto, o sea como lo formula Lacan tomando los aportes de la
lingüística, “un significante que representa a un sujeto para otro significante”; se trata del orden
simbólico regulado por la ley del significante pero también la dimensión de lo imaginario y real
haciendo nudo, como modos de constitución de un sujeto.

SURGIMIENTO DEL SIGNIFICANTE

a-De la huella freudiana a la Lingüística

Es sustancial poder ubicar la diferencia en la manera en que S. Freud conceptualizaba


teóricamente la palabra en relación a la huella mnémica, y J. Lacan el significante lacaniano en
relación a la letra. Lo que podemos dejar sentado como posición es que sin huella freudiana no
habría ni letra ni significante en Lacan.

Freud comenzó sus investigaciones basándose en dos pilares fundamentales: la clínica de


las neurosis y los sueños. Sobre esta base postula y explica el funcionamiento del aparato psíquico.
Con un lenguaje propio de la técnica científica de la época y dejando en evidencia su formación
médica, en el Proyecto de psicología para neurólogos (1895) y desde un enfoque cuantitativo,
pretende extraer de la psicopatología cuanto pueda ser útil para la psicología normal.

De este texto inaugural tomaremos la llamada “experiencia de satisfacción”, como suceso


mítico para explicar desde el concepto de acción específica, cómo Freud enlaza el desamparo
original propio del ser humano con la intervención del otro. Esta ayuda externa trae aparejada la
satisfacción de la necesidad, y por ende el cese del aumento de carga. La atención del otro se
consigue a través del grito y del llanto, que tienen dos funciones: la primaria, de descarga, y la
secundaria, de comunicación, llamado al otro. Esta primera vivencia deja tras sí una huella, huella
mnémica que rememora ese objeto primario de satisfacción, objeto perdido, anhelado, nunca vuelto
a encontrar. Una pérdida que deja una marca en el aparato psíquico, que será lo único que nos
anoticiará sobre ese objeto imposible de reencontrar. Das ding designa algo inasimilable, no
plausible de ser simbolizado y produce un primer exterior al aparato.

Resulta interesante cómo Freud concibe un aparato psíquico, basado en un modelo


neuronal, dividido en sistemas y manejado por cantidades, que caduca en el intento de responder al
positivismo de la época, ya que a la vez no tiene referente material, está por fuera del organismo.

D. Ravinovich en El concepto de objeto en la teoría psicoanalítica señala que se separa ya


su conceptualización de toda génesis empirista y biologicista cuando en la pág. 363 del Proyecto de
psicología…, “Freud realiza una acotación sorprendente y a la vez fundamental, dice: el
desamparo inicial de los seres humanos es la fuente primaria de todos los motivos morales” (1990,
p.12). El desamparo y la función de comunicación del grito dejan en el ser hablante una huella
imperecedera, huella mnémica que introduce la dimensión “innovadora, que es la rememoración
alucinatoria”, en donde se ubica el cambio de signo de la memoria, en “su función desadaptativa
en relación a la función del organismo…” (1990, p. 13). Lo que comienza siendo un aparato que se
apoyaba sobre una base neuronal, comienza a ser pensado, luego de la tercera parte del texto, como
un aparato donde el lenguaje aparecerá cada vez más como la clave de su funcionamiento. Es decir,
el grito -como llamado al otro- deviene significación del sujeto a partir de la respuesta del Otro, el
lenguaje entonces se puede pensar como testigo de la pérdida del objeto.

Un año después del Proyecto…, en la carta 52 a Fliess acerca de la memoria Freud expone
su hipótesis sobre el proceso de estratificación del material de huellas mnémicas. Allí señala que la
memoria está disponible de manera múltiple, y establece que al menos existen tres maneras de
tanscripciones de estas escrituras, con determinadas leyes que la rigen: “...de tiempo en tiempo el
material preexistente de huellas mnémicas experimenta un reordenamiento según nuevos nexos,
una retranscripción (umschrift)” (1896, p.274). Esto significa que la huella mnémica es
modificable y, por lo tanto, su resultado no es acabado.

Veintinueve años más tarde y habiendo ya escrito el libro de los sueños, una vez más Freud
propone una analogía para pensar al aparato psíquico. En el pasado, había sido con el aparato
fotográfico; esta vez, lo presenta como análogo a un artefacto de escritura -la llamada pizarra
mágica- lo que le permite explicar la lógica de la inscripción.
Si desconfío de mi memoria–es sabido que el neurótico lo hace en medida notable, pero también
la persona normal tiene todas las razones para ello—, puedo complementar y asegurar su función
mediante un registro escrito. La superficie que conserva el registro de los signos, pizarra u hoja de
papel, se convierte por así decir en una porción materializada del aparato mnémico que de
ordinario llevo invisible en mí. Si tomo nota del sitio donde se encuentra depositado el «recuerdo»
fijado de ese modo, puedo «reproducirlo» a voluntad en cualquier momento y tengo la seguridad
de que se mantuvo inmodificado, vale decir, a salvo de las desfiguraciones que acaso habría
experimentado en mi memoria.

….los dispositivos auxiliares de nuestra memoria parecen particularmente deficientes; en efecto,


nuestro aparato anímico opera lo que ellos no pueden: es ilimitadamente receptivo para
percepciones siempre nuevas, y además les procura huellas mnémicas duraderas —aunque no
inalterables—. Ya en La interpretación de los sueños (1900) formulé la conjetura de que esta
insólita capacidad debía atribuirse a la operación de dos sistemas diferentes (dos órganos del
aparato anímico). Poseeríamos un sistema P-Cc que recoge las percepciones, pero no conserva
ninguna huella duradera de ellas, de suerte que puede comportarse como una hoja no escrita
respecto de cada percepción nueva. Las huellas duraderas de las excitaciones recibidas tendrían
cabida en «sistemas mnémicos» situados detrás. Después, en Más allá del principio de placer
(1920), puntualicé que el inexplicado fenómeno de la conciencia surgiría en el sistema percepción
en lugar de las huellas duraderas.

En la pizarra mágica, el escrito desaparece cada vez que se interrumpe el contacto íntimo
entre el papel que recibe el estímulo y la tablilla de cera que conserva la impresión. Esto coincide
con una representación que me he formado hace mucho tiempo acerca del modo de
funcionamiento del aparato anímico de la percepción, pero que me he reservado hasta ahora. He
supuesto que inervaciones de investidura son enviadas y vueltas a recoger en golpes periódicos
rápidos desde el interior hasta el sistema P-Cc, que es completamente permeable. Mientras el
sistema permanece investido de ese modo, recibe las percepciones acompañadas de conciencia y
trasmite la excitación hacia los sistemas mnémicos inconscientes; tan pronto la investidura es
retirada, se extingue la conciencia, y la operación del sistema se suspende. Sería como si el
inconsciente, por medio del sistema P-Cc, extendiera al encuentro del mundo exterior unas
antenas que retirara rápidamente después que estas tomaron muestras de sus excitaciones. Por
tanto, hago que las interrupciones, que en la pizarra mágica sobrevienen desde afuera, se
produzcan por la discontinuidad de la corriente de inervación; y la inexcitabilidad del sistema
percepción, de ocurrencia periódica, remplaza en mi hipótesis a la cancelación efectiva del
contacto. Conjeturo, además, que en este modo de trabajo discontinuo del sistema P-Cc se basa la
génesis de la representación del tiempo. Si se imagina que mientras una mano escribe sobre la
superficie de la pizarra mágica, la otra separa periódicamente su hoja de cubierta de la tablilla de
cera, se tendría una imagen sensible del modo en que yo intentaría representarme la función de
nuestro aparato anímico de la percepción (Freud 1925, pp. 243, 244, 246, 247).

Subrayamos el carácter de “no inalterabilidad” de las huellas mnémicas (la misma que ha
sido enunciada en la carta 52), la característica del sistema P-Cc, en tanto no conserva ninguna
huella duradera y el carácter de discontinuidad que le es propio.

La huella que va a inscribirse sufrirá modificaciones no solo por la resistencia que la capa
de cera le opone, sino también por los trazos previamente inscriptos en este estrato, pero además, la
impresión de esta huella alterará todo el texto previo, o sea el nuevo trazo hará que los trazos
anteriores se transformen. De esto se desprende entonces la imposibilidad de una traducción única
y acabada de tales huellas, por consecuencia tampoco la de los deseos sexuales y defensas, que se
lee también en otros textos freudianos.

El advenimiento de una verdad única y totalizadora queda excluido del funcionamiento del
aparato psíquico, tal como Freud lo expone en relación a esta lógica de escritura. Si las
características materiales de este instrumento permiten que la posibilidad de impresión se torne
infinita, y que es renovador de lo impreso anteriormente, el resultado va a ser siempre nuevo, y la
temporalidad lejos de la cronología nos permite comprender lo que Freud llama nächtraglich,
retroacción, tiempo de espera, a lo que por-venir modificará lo escrito anterior.

Para avanzar nos servimos de la etimología; la Real Academia Española nos dice que
“huella” proviene de hollar y algunas de las significaciones que nos acerca son: “señal que un
cuerpo deja al moverse”, “señal o rastro que queda de una cosa o un sujeto”, “rastro”, “surco”,
“señal”, “vestigio”, “impresión”.

Pero ¿qué es lo que queda? El verbo quedar indica aquello que no pasa en relación a lo que ha
pasado; es el vestigio presente de una ausencia, pero vestigio construido, la evidencia inmediata
del vestigio, su materialidad puntual (esa huella del carro al moverse) encubre que no hay huella
sin una interpretación de la huella como huella. La huella entonces es aceptada, es la interpretación
de la huella (J. Ritvo2004, p.169).
Debemos pensar a la huella mnémica como algo que ya no está pero que a la vez tiene
presencia, presencia de la ausencia, se ubica en lo que fue. Es decir, crea un intervalo de lo que ya
no es y aquello que todavía no es; por lo tanto, elegimos pensarla como un pasar, y que por el
mismo hecho de pasar no se consuma. Entonces entre lo que fue y también el por-veniren su
carácter de mudable abre la posibilidad de re-escritura, y de esta manera pasado y futuro quedan
ligados.

Ritvo recupera la noción de índice de Pierce para pensar esta huella cuya particularidad
consiste en que desaparece como signo, inmediatamente, si su objeto desaparece, pero tampoco
conserva el rango de signo sin un interpretante. "Un Índice es un signo que se refiere al Objeto que
denota”. El índice es el signo que está realmente influido, afectado (affected) por el objeto
(Ritvo2004, p.170). En palabras de Pierce (1931):

Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en algún
aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo
equivalente, o tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo el
interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto.

Está en lugar de ese objeto, no en todos los aspectos, sino solo con referencia a una suerte de idea,
que a veces he llamado el fundamento del representamen (1986, p.22).

Retomando a J. Ritvo, en “Del Padre”: “Es imposible pensar sin imaginar un punto de
referencia, sea el que sea, y sin reconocer que aquello que imaginamos ya está de antemano
inscripto” (2004, p.170). Hablamos de una inscripción, que solo será leída si alguien la nombra.
Son los relatos del pasado los que, a partir de la enunciación, abren camino a una lectura posible
de la actualidad de tales escenas. Actualidad determinada por aquel objeto cuya extracción les da
marco, dejando las huellas mnémicas sobre las que operará el olvido. Entonces el borramiento de
esa huella mnémica que la elisión de objeto ha dejado hará surgir el Significante (como presencia
de la ausencia) donde se articulará la historia, no desde el tiempo cronológico sino desde la lógica
significante.
En este el valor del desdibujamiento o borramiento, ajeno a la percepción diurna ya que no
es el polo perceptual lo que está en juego, en los sueños se remarca otra vez la presencia de cierta
materialidad, cierta inscripción que nos da a pensar en algo escrito que queda, pero ¿en qué
consiste ese “quedar”? Escuchando el relato del sueño podemos inferir que en el soñar se pone en
evidencia la alternancia entre inscripción y borramiento. Pudiendo pensar esta vez de otra manera:
que para que haya relato debió operar la tachadura. Hay un borramiento primero que deducimos del
borramiento de superficie que los restos diurnos manifiestan en los relatos del sujeto. Reduciendo y
a la vez introduciendo un eslabón deductivo, Ritvo argumenta: “...la imagen solo adquiere su valor
de transmisión cuando se articula con la palabra que la tacha” (2004, p.198).

“El sueño no habla, es afásico y sin embargo él es el que abre el habla sobre el lenguaje y
es de él que la escucha recibe el poder de interpretar o nombrar” sostiene Lacan (1955-56, p.
315), siguiendo a Jackobson (1956) quien en “Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de trastornos
afásicos” pone el énfasis en el aspecto lingüístico y no solo en el daño cerebral.

…que la distribución de determinados trastornos denominados afasias, debe reverse a la luz de la


oposición entre, por una parte, las relaciones de similitud, o de sustitución, o de elección y
también de selección o de competencia, en suma, de todo lo que es del orden del sinónimo y, por
otra, las relaciones de contigüidad, de alienación, de articulación significante, de coordinación
sintáctica (Lacan, 1955-56 p.314).

La afasia sigue las leyes del lenguaje a pesar de no hablar, por lo tanto, nos invita a
reflexionar sobre estos modos en que algo deja de funcionar sujetados a las formas del lenguaje.

b-De la lingüística al significante lacaniano

A partir del marco conceptual de Freud, avanzaremos sobre la noción de significante


analizándolo desde diferentes perspectivas. Formarán parte del corpus a trabajar el seminario III
“Las psicosis”, la clase del 11 de abril de1956 así como “La cosa freudiana” (Escritos l) y
“Ampliación de una conferencia pronunciada en la clínica neuro-psiquiátrica de Viena el 7 de
noviembre de 1955”.

En sus escritos, Freud establece que el “ello” habla. En las últimas líneas de la conferencia
31 de las Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis,afirma “wo es war,
sollichwerden”. La traducción literal es “Donde era, seré yo” aunque la traducciónde J. Strachey
echa luz sobre el tema “Donde el ello era, el yo debe advenir”. En este sentido, el yo se aloja en la
tópica del ello y de esta manera articula la idea de “dejarlo hablar” (Freud 1933, p.234).
Es por las aristas del hablar donde debemos detenernos, dice Lacan en La cosa freudiana,
aun cuando reconozcamos un “yo hablo” porque “no hay habla sino del lenguaje”, y nos recuerda
que este pertenece a un orden sostenido por sus leyes y que no es un código. Por lo tanto, no es
posible abordarlo desde una teoría de la comunicación por lo que el psicoanalista debe pensar su
función diferenciándolo de lo que es información (Lacan 1955 p.390). Así, Lacan plantea que un
psicoanalista debe distinguir entre significado y significante, y empezar a ejercitarse con las dos
redes de relaciones que no recubren (1955, p.392).

En Función y campo de la palabra, Lacan define al psicoanalista como el “practicante de


la función simbólica”, siempre ligada a la práctica con analizantes. Hay una primera red, la del
significante, que aporta esa materialidad que proviene del lenguaje. Es decir, una primera red que
regula el funcionamiento de los elementos de una lengua desde el par de palabras por oposición
fonemática hasta las locuciones conjuntivas compuestas, con las que constituyen este primer
espacio de la red de significantes, pensándolo como la estructura sincrónica del discurso. Por otra
parte, la segunda red se ubica en torno a la diacronía del discurso, lo que está en relación a la
significación; esta se apoya en la primera así como también la sincronía termina gobernándola.

Esta primera red nos sitúa directamente en cómo piensa Saussure esta sincronía a partir del
eje de simultaneidad, eje que por sí mismo no supera la linealidad del tiempo. El padre de la
Lingüística señala que el pensamiento-sonido implica divisiones y la lengua elabora sus unidades
al constituirse entre dos masas amorfas (1916). Por su parte, Ritvo en El texto significante y sujeto
en Lacan formula: “…si diferencias de sonidos se corresponden con diferencias de ideas, ya no se
puede hablar de un pensamiento anterior al lenguaje” (1979, p.14). De esta manera, las
asociaciones ya no son tan solo diferencias fónicas y concluye que el pensamiento es el lenguaje.
En este punto, Lacan hace confluir la Lingüística con el Psicoanálisis, dando inicio a una verdadera
contradicción y rehusándose a los discursos positivistas.

Siguiendo entonces el planteo saussureano, la Lingüística Sincrónica o estática designa un


estado de la lengua, el eje de las simultaneidades, donde la variable tiempo queda excluida,
(valores considerados en sí mismos). En cambio, la Lingüística Diacrónica o evolutiva designa una
fase de la evolución, el eje de las sucesiones, donde solo se puede considerar una cosa cada vez
según una sucesión lineal (valores considerados en función del tiempo).
En el seminario “Las psicosis”, en la clase del 18 de febrero, se pregunta “¿Qué buscamos,
nosotros, analistas, cuando abordamos una perturbación mental, ya se enmascare o revele en
síntomas o comportamientos? Siempre buscamos la significación, significación que incumbe a
cada sujeto”. En la clase del 11 de abril prosigue “El significante, en cuanto tal, no significa
nada” y más adelante agrega “mientras más no significa nada, mas indestructible es el
significante” (1955-1956, pp. 261, 279). Por lo dicho no hay posibilidad de pensar “un puro
significante” y el alcance que tiene el enunciado “el significante en cuanto tal, no significa
nada”, ni siquiera podemos imaginarlo. Las categorías significantes Hombre y Mujer como lo
estamos planteando dependerán de las implicancias de la significación como efecto de la cadena
significante particular en ese sujeto.

¿Qué es el significante en cuanto tal? Continuando con el mismo seminario de referencia,


en la clase 15 del 18 de abril, dice: “Intenten pues imaginar que puede ser la aparición de un puro
significante. Obviamente por definición, ni siquiera podemos imaginarlo”. Casi a manera de signo
que se tendrá que tomar constancia y acuse de recibo porque es lo esencial para la comunicación
“no significativa pero sí significante” (Lacan, 1956, p.26). Por eso, en la clase siguiente acerca de
los significantes primordiales y de la falta de uno, empieza a introducir la cuestión de la
significación que “incumbe en algo al sujeto”; por lo tanto, no hay una sola significación para un
significante, incumbe a cada sujeto hablante en su particularidad. La significación es a producir,
advendrá como efecto de la relación entre significantes de la cadena.

Cuando pensamos la relación del significante y el sujeto, es necesario circunscribirla a la


experiencia del análisis, recuperar la palabra desde Freud, es decir, ligarla como modo eficaz en las
formaciones del inconsciente. Desde la teoría del inconsciente, cada analista decide acerca de su
técnica en la experiencia analítica.

El INCONCIENTE ESTRUCTURADO COMO UN LENGUAJE

Ya es hora de plantear el enunciado que nos convoca “el inconsciente está estructurado como un
lenguaje”. “De ahí que la estructura del lenguaje es la estructura que la experiencia analítica descubre
en el inconsciente” (Rabinovich D, 1986, p.11). Si bien Lacan reformula algunas cuestiones a lo largo de
su enseñanza, “nunca deja de ser estructura de significante, estructura de lenguaje”. Aquí, insistimos, se
abre un nuevo momento, el inconsciente ya no es solo el reservorio de la pulsión, sino que va a estar
sostenido por una estructura que será la del lenguaje.

Debemos ubicarnos en el estructuralismo de la época, movimiento que se extiende tanto al


marxismo como a la crítica literaria, a la antropología y también al psicoanálisis. El estructuralismo
deniega la primacía de un saber histórico humanístico a aquel que ubica a un sujeto “constituyente” de la
historia, poseedor de una razón que le posibilite una conciencia de sí. Algunos de los referentes de este
pensamiento son Paul Sartre y Levi-Strauss quien, a su vez, es influido por el estructuralismo lingüístico
de Saussure, Jackobson y la fonología moderna. Todos ellos aspiran a descubrir las reglas de formación,
el orden interno y la coherencia de los conceptos. Levi-Strauss, antropólogo estructuralista, se afana por
encontrar los mecanismos inconscientes que determinan la organización social de prácticas vitales para la
existencia del hombre; como son las alianzas matrimoniales, el parentesco, los mitos, los ritos y otras
tantas expresiones de la vida social. Es desde aquí que nos remitimos al artículo de dicho autor, “La
eficacia simbólica” (1949), en donde describe las prácticas de encantamiento de un chamán que, en un
caso de parto difícil, proporciona a la parturienta un lenguaje. Se compara esta cura chamánica con la de
un psicoanalista y es así como concluye Levi-Strauss:

La cura consistiría, pues, en volver pensable una situación dada al comienzo en términos afectivos, y hacer
aceptables para el espíritu los dolores que el cuerpo se rehúsa a tolerar. Que la mitología del chamán no
corresponda a una realidad objetiva carece de importancia: la enferma cree en esa realidad, y es miembro de
una sociedad que también cree en ella. Los espíritus protectores y los espíritus malignos, los monstruos
sobrenaturales y los animales mágicos forman parte de un sistema coherente que funda la concepción
indígena del universo. La enferma los acepta o, mejor, ella jamás los ha puesto en duda. Lo que no acepta
son dolores incoherentes y arbitrarios que, ellos sí, constituyen un elemento extraño al sistema, pero que
gracias al mito el chamán va a reubicar en un conjunto donde todo tiene sustentación. Tendría lugar, así,
por la mediación del relato mítico, una reconciliación de la enferma con el doloroso proceso fisiológico
desencadenado en su cuerpo (Levi-Strauss. C, 1949, p. 173).

En El mito individual del neurótico Lacan remarca la función de este:

Si confiamos en la definición del mito como una cierta representación objetivada de un epos o de una gesta
que expresa de modo imaginario las relaciones fundamentales características de cierto modo de ser humano
en una época determinada […] como la manifestación social latente o patente, virtual o realizada plena o
vaciada de su sentido, de ese modo del ser, es indudable que podemos volver a encontrar su función en la
vivencia misma de un neurótico. La experiencia nos proporciona en efecto, toda suerte de manifestaciones
acordes con este esquema y de las que pueden decirse que se tratan, hablando estrictamente de mitos
(Lacan, 1953, p.40).

En un caso, es un mito individual lo que el enfermo construye con la ayuda de elementos del pasado;
en el otro, es un mito social que el enfermo recibe del exterior y que no corresponde a un estado personal
antiguo.

La eficacia simbólica se remite a quedar inducido a vivir un mito. Es el carácter de bricolaje que le da al
mito su naturaleza de ser construido con retazos, pedazos, trozos de otras versiones. La combinatoria de las
mismas obedece entonces al “juego de la estructura” que en forma inconsciente posibilitan el relato
diacrónico agrupando en cierto modo los elementos que están disponibles sincrónicamente (Levi-Strauss,
1995, p.226).

Levi-Strauss entonces afirma que el inconsciente se reduce a “la función Simbólica”, fórmula que
anticipa la de Lacan “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Desde esta concepción del
símbolo, Lacan toma los aportes de Saussure y Jakobson –al igual que Levi Strauss aunque luego sus
caminos serán otros- y se embarca en lo que J. Milner llama tan acertadamente “el periplo estructural”,
Lacan solo se interesa de manera general por el lenguaje con las propiedades que establece la lingüística
estructuralista y descarta los métodos que ellas llevan adelante.

Siguiendo el desarrollo de Milner es aventurado pero quizás necesario pensar la “estructura” como
el nombre que se le da a un sistema, entonces el nombre que se le da a un sistema cualquiera reducido a
sus propiedades mínimas “es el de cadena” (Milner, 2003, p.147). Un significante solo puede entenderse
en forma diferencial y negativa con respecto a los otros, es lo que todos los otros no son, y como tal está
vaciado de significación, necesita de otro significante para producirla. Recordando lo que enunciamos en
los apartados anteriores, por un lado, Lacan hace del registro simbólico la clave para la re-lectura del
inconsciente freudiano. Por otro lado, las leyes de “desplazamiento y condensación” son rebautizadas
como “metáfora y metonimia”, categorías tomadas de la lingüística. Esto requiere, a todas luces, que esas
relaciones descubiertas en las lenguas no sean propias de las lenguas sino extensibles a toda cadena. El
Inconsciente, sabemos, conoce la metáfora y la metonimia “no es por ser una lengua sino por estar
estructurado” (Milner, 2003, p.143).

A este primer período de la enseñanza de Lacan lo llamaremos, siguiendo al autor de El periplo


estructural, “el primer clasicismo lacaniano,”. Pero esto no quiere decir que haya que abandonar la
conjetura hiperestructural ni que la teoría estrictamente estructural del sujeto sea una empresa vana ni que
el psicoanálisis no se inscriba en la ciencia moderna. Milner plantea dos cosas:

-La lingüística no puede desempeñar ningún papel específico en la teoría de la estructura, cualquiera sea
ella.

-Y la estructura, en tanto estructura cualquiera, debe ser el punto donde se anudan la doctrina del
inconsciente y la ciencia moderna (Milner, 2003 p.151).

Por lo antedicho se impone una invención teórica, una invención que Lacan terminó de desarrollar
en el último período de su enseñanza, luego del mencionado clasicismo lacaniano. El adiós que le hace
Lacan a la lingüística es explícito recién en el seminario “Letourdit”, donde afirma “Así la referencia por
la que yo sitúo lo inconsciente es justamente aquella que a la lingüística se le escapa” (Lacan, 1973 p.
46). Importan los sujetos de la lingüística pero a la lingüística que él aplica la llamará: “Lingüistería”
(Lacan, 1973).

a-El símbolo

En 1949, en la Comunicación presentada en el XVI Congreso Internacional de Psicoanálisis en


Zurich, titulada “El estadio del espejo como formador de la función del yo (je)”, Lacan nombra por
primera vez la palabra “simbólico” y la ubica conceptualmente. En 1953, inaugurando el Congreso de
Roma de las lenguas romances celebrado en el Instituto di psicología della Universita di Roma el 26 y el
27 de septiembre, Lacan publica “Función y Campo de la Palabra” en su libro Escritos 1. El congreso se
da en el marco de un movimiento intelectual y político en el que Lacan sentará ciertas bases en relación al
psicoanálisis:

En adelante, el psicoanálisis no se reduce ni a la neurobiología, ni a la medicina, ni a la ciencia de las


instituciones, ni a la pedagogía, ni a la psicología, ni a la sociología, ni a la etnología, ni a la mitología, ni a
la lingüística.

Y luego fundamenta “para que más adelante recobre lo que es suyo” (Lacan, 1953). Este mismo año
comienza la conceptualización de los tres registros: Real, Simbólico e Imaginario. El psicoanalista
“practicante de la función simbólica” es el que vuelve a traer la experiencia psicoanalítica a la palabra y al
lenguaje para lograr la eficacia en la interpretación. Cuando hablamos de lo simbólico es importante
aclarar que no nos referimos al simbolismo, pero tampoco lo podemos restringir al uso lingüístico del
símbolo, y subrayamos lo simbólico en tanto su función.

El símbolo significa el pacto: la relación entre el analizante y el analista es de ese orden y no del orden del
contrato (que remitiría al par formado por el masoquista y su partenaire). Es una relación de interlocución
que sitúa la palabra en tercería como lugar en que se plantea la cuestión de la verdad. No una verdad de
adecuación de la cosa y de la objetividad […] Lacán sitúa a los analistas entre los “amos de la verdad”, casi
en el lugar de los poetas (Porge, 2000, pp.80 y 81).

En ese sentido, no es lo que se opone a lo falso, sino más bien desde lo olvidado como
formación del inconsciente. El análisis es un asunto de palabras, alguien habla, otro escucha. El que
habla espera respuestas. ¿Y si no habla? ¿El comportamiento “dirá” lo que la boca calla? En
“Función y campo”, Lacan sostiene “El arte del psicoanalista debe ser el de suspender las
certidumbres del sujeto hasta que se consuman sus últimos espejismos […] y es en el discurso
donde debe escandirse su resolución”. Observemos cómo se introduce la gran diferencia de pensar
la palabra como único medio del psicoanálisis, siendo “una presencia hecha de ausencia”. Una
intersubjetividad que no es yoica, donde la palabra en disparidad cuestiona la verdad del
inconsciente y solo puede provenir de un sujeto que “llame a una respuesta”, con un analista que
este ahí ofreciendo su escucha. El articulador es la palabra en su “función creadora”, palabra plena
como emergente de una verdad, oponiéndose a la palabra vacía del bla bla corriente pero necesaria
para que algo allí se produzca (Lacan, 1953).

Lo importante de este movimiento en la historia del psicoanálisis, es que en esta estructura del
lenguaje no hay más allá de lo simbólico, en el sentido de que “la palabra se confiesa”. No hay que ir a
buscar en las profundidades un contenido verdadero sino “pasar al verbo el acontecimiento”. No hay
acontecimiento preexistente sino es puesto en verbo, en tanto la palabra cumple su función de símbolo.

b-La letra como materialidad

Nos interesa pensar y remarcar esta operación del vaciamiento del inconsciente de contenidos
instintuales, tomando la idea de Freud de la interpretación de los sueños, donde lo que se juega allí es un
saber textual y no referencial. En este sentido, estamos en condiciones de pensar lo textual como un tema
de escritura. En este desafío llegamos a pensar en relación con la escritura una materialidad propia en
relación a la del discurso: “tomar la letra al pie de la letra”. Esta frase es utilizada por Lacan en
“Instancia de la letra en el inconsciente o su razón desde Freud” (Lacan, 1957, p. 474).

Hay dos momentos para pensar a la letra: un primer período en que el psicoanálisis se vincula a la
lingüística –el significante se relaciona con la escritura de lo simbólico-; y un segundo momento donde
estará más ligado a las matemáticas y a la topología. Nos abocaremos ahora a este primer momento,
cuando Freud propone que la razón no es otra cosa que la instancia de la letra en el inconsciente. El
inconsciente es leído como una razón que nos proporciona la legalidad del lenguaje; desligada de las
emociones y de lo instintual, ambos considerados como aquello que está “dentro”, determinado, y antes
del nacimiento. Asimismo, la palabra “instancia”, desde la acepción jurídica, ubica al habla en el orden de
la legalidad. Pero desde la etimología del término, la “instancia” también refiere al verbo latino “instare”,
estar por encima. La letra inconsciente está por encima del significante, “de ella depende todo sentido y
todo efecto” (Lacan, 1957, p.475). “Designamos como letra ese soporte material que el discurso concreto
toma del lenguaje” (Lacan, 1966, p.475). Esta es la primera definición que aparece en el apartado
“Sentido de la letra”.

Tenemos que pensar qué significa el soporte material; este no es sustrato biológico, no es
cuantificable ni ubicable, lo debemos pensar en el sentido que Lacan lo trabaja en la carta robada. “El
seminario de la carta robada” lo escribe en un momento de transición teórica. Hasta ese momento, se
venía refiriendo a la palabra y a las leyes de la palabra en torno a la dialéctica de la intersubjetividad y
todavía se observaban los aportes de Jackobson sobre Metáfora y Metonimia. A partir del seminario de
“Las psicosis” que inaugura el libro Escritos l (publicado en 1966 pero elaborado en 1956), se despega
definitivamente de la cuestión del fonema para definir el estatuto de la cadena significante, como ya
muchas veces lo había enunciado “el significante no es un fonema”.

Allí plantea a la letra como elemento tipográfico, letra como epístola, del francés Lettre, y lo que
hace el letrado. Debe entenderse a la letra como une lettre –que nos espera en la casilla de una carta-
incluso que tiene unas letras, lo piensa en relación a un lugar y guarda con éste relaciones que “tiene todo
el alcance del calificativo inglés odd ya que es, al mismo tiempo, lo que falta en su lugar” (Lacan, 1966,
p.17). “Si hemos insistido en la materialidad del significante, esta materialidad es singular en muchos
puntos, el primero de los cuales es no soportar la partición. Rompamos una carta en pedacitos; sigue
siendo la carta que es” (Ritvo, 1980, p. 51). Allí Ritvo aporta una idea importante: un pedacito
aparentemente insignificante o un bollito de un papel arrugado “cumple su función de carta (lettre) en
tanto es enviada, en tanto que circula”.

Siguiendo el recorrido que venimos haciendo desde instancia de la letra, encontraremos la


siguiente formulación “llamamos la letra, a saber, la estructura esencialmente localizada del
significante” (Lacan, 1966, p. 481). Por estructura localizada quizás tengamos que pensar la materialidad
tomando la posición de diferencia, pero siempre teniendo en cuenta lo expresado en el “Seminario sobre
La carta robada” que “estará allí donde no está” a la manera de la huella mnémica que “pasa”. Por lo
tanto, es la unidad más indivisible del significante, “su componente mínimo”.

Nos parece importante subrayar que estas letras constituyen una matriz, si es permitida la analogía,
en tanto su combinación recurrente permite la emisión de distintos discursos. Siguiendo a Ritvo

… las letras tomadas junto con sus reglas sintácticas, carecen de sentido, el sentido advendrá cuando la
máquina de emitir, ha recibido una suerte de puntuación, la que retroactivamente, otorga un sentido
particular a aquello que hasta el instante no lo tenía (Ritvo, 1980, pp. 51 y 52).
CONCLUSIÓN

Prof. Silvia Duek

Retomemos el recorrido simbólico planteado hasta ahora: el origen del


Psicoanálisis se asienta en la transferencia, la “asociación libre” y su contrapartida la
“atención flotante”. Ya desde el Proyecto de una psicología para Neurólogos (1895)
queda planteado que quienes le enseñan a Freud son ellas, las histéricas; siguiendo el
estímulo de esas curas, no solo escucha lo que queda dicho en el síntoma sino que, a la
vez, comienza el recorrido de lo que llamará su “autoanálisis”, incluyendo allí también
la interpretación de sus propios sueños. En este sentido, podríamos trazar un paralelo
con la conceptualización del chiste freudiano, donde se sitúa un “lugar”; este lugar lo
pensaremos como el Otro que no es el otro del semejante, ese Otro es el Otro del
lenguaje, que lo antecede y lo determina.

La introducción de lo simbólico es una bisagra en el psicoanálisis que


sostenemos hasta hoy. El inconsciente, siguiendo la idea freudiana, es el lugar donde
“el ello habla dependiendo del lenguaje; nos toca el alma a través del cuerpo,
introduciendo el pensamiento” (Lacan, 1954-195), y este pensamiento como estructura
es la del lenguaje.

Desde el período clásico de Lacan, la palabra, al nombrar los objetos, no solo


estructura la percepción misma, sino que el objeto se pierde, se recorta, se desprende,
originando un resto que no termina de inscribirse. Resto que será enunciado como un
real y que va a operar en su insistencia. Un real que insiste y que hace trabajar al aparato
de lo simbólico. La práctica analítica se apoya en este vacío, lo real, “la cura es una
demanda que parte de la voz del sufriente (objeto pulsional)”.

Lo que se termina de plantear e introduce la diferencia fundamental en relación a


lo que se escucha y lo que queda dicho en el espacio de análisis es justamente pensar un
significante tomado y sostenido por la materialidad de la letra. Esta posición se
distingue de otras técnicas que toman la palabra desde la vertiente retórica ofreciendo
sentido a lo escuchado.
Recuperando la importancia del significante en el espacio de análisis,
analicemos el Sueño emblemático de la inyección a Irma (1) desde la perspectiva de
Lacan. Veamos cómo nos orienta en los modos de escuchar un sueño, un desliz o un
síntoma. Desde este enfoque, el sueño no solo está en relación con la realización de
deseos inconscientes, sino que la ligadura habla de la eficacia como retoño de la
verdad del inconsciente. Advertimos que este sueño lo podemos pensar siguiendo el eje
teórico de la huella anudándose a la materialidad del significante que es la letra. La frase
que se cifra por ser escrita lleva un enigma funcionando a manera de un “oráculo”: “el
sueño tiene la estructura de una frase, de una escritura, o más bien si hemos de
atenernos a su letra, de un rebús, es decir de una escritura”. Y agrega que Freud nos
enseña a leer, a partir de poner de relieve la estructura del sueño, su elaboración onírica,
su retórica. El sueño como un discurso, que habría que leer a la letra (Lacan, 1953).

Allí, en su “Sueño de la inyección a Irma”, Freud observa en el fondo de la


garganta de Irma la fórmula química escrita de la “Trimetilamina”. Freud queda
detenido; tal como si estuviera frente a un oráculo, solo ve una fórmula en la que las
letras están aisladas. Se detienen sus asociaciones, encuentra allí un tope: esas letras se
ubican en torno a un real que no cesa de escribirse pero frente al cual se detiene, como
si se tratara de un borde.

Lacan, en el seminario “El yo en la teoría de Freud y en la técnica


psicoanalítica”, analiza que dicho sueño expresa -sin saberlo y a través de la fórmula de
trimetilamina- la naturaleza misma de lo simbólico. Allí Lacan como lector de Freud lee
la cifra que deja el relato del sueño (Lacan, 1954-1955). Con este contenido nos
encontramos siguiendo el enunciado “el inconsciente estructurado como un lenguaje’.
Con los jeroglíficos freudianos, con las huellas del proyecto y con la materialidad de la
letra. Eso indivisible que fue el trazo, huella, letra que lleva la marca de esos objetos
perdidos en torno a un sujeto, como aquello que, bordeando lo real, lo significa.

(1) “El sueño de la inyección a Irma” de Sigmund Freud

En un amplio hall. Muchos invitados a los que recibimos. Entre ellos, Irma, a la que me acerco en seguida
para contestar, sin pérdida de momento, a su carta y reprocharle no haber aceptado aún la «solución». Le
digo: «Si todavía tienes dolores es exclusivamente por tu culpa». Ella me responde: « ¡Si supieras qué
dolores siento ahora en la garganta, el vientre y el estómago!... ¡Siento una opresión!...». Asustado, la
contemplo atentamente. Está pálida y abotagada. Pienso que quizá me haya pasado inadvertido algo
orgánico. La conduzco junto a una ventana y me dispongo a reconocerle la garganta. Al principio se
resiste un poco, como acostumbran hacerlo en estos casos las mujeres que llevan dentadura postiza.
Pienso que no la necesita. Por fin, abre bien la boca, y veo a la derecha una gran mancha blanca, y en
otras partes, singulares escaras grisáceas, cuya forma recuerda la de los cornetes de la nariz.
Apresuradamente llamo al doctor M., que repite y confirma el reconocimiento... El doctor M. presenta un
aspecto muy diferente al acostumbrado: está pálido, cojea y se ha afeitado la barba... Mi amigo Otto se
halla ahora a su lado, y mi amigo Leopoldo percute a Irma por encima de la blusa y dice: «Tiene una zona
de matidez abajo, a la izquierda, y una parte de la piel, infiltrada, en el hombro izquierdo» (cosa que yo
siento como él, a pesar del vestido). M. dice: «No cabe duda, es una infección. Pero no hay cuidado;
sobrevendrá una disentería y se eliminará el veneno...». Sabemos también inmediatamente de qué procede
la infección. Nuestro amigo Otto ha puesto recientemente a Irma, una vez que se sintió mal, una
inyección con un preparado a base de propil, propilena..., ácido propiónico..., trimetilamina (cuya fórmula
veo impresa en gruesos caracteres). No se ponen inyecciones de este género tan ligeramente...
Probablemente estaría además sucia la jeringuilla.
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LA LINGÜÍSTICA Y EL PSICOANÁLISIS:

UN CAMINO HACIA LO REAL DE LA LENGUA

Milagros Maraga

La Lengua y el Psicoanálisis

La Lingüística, tal como aparece mencionada en el Curso de Lingüística


general, es una ciencia enfocada en el estudio, descripción y explicación de la lengua
entendida como un sistema de signos solidarios entre sí. El objetivo aquí expuesto es
tomar las diferentes concepciones acerca de qué es la lengua a fin de esclarecer cuál es
su relación con la experiencia analítica, con la teoría que Freud ha dejado en su legado y
en la cual Lacan se ha basado para establecer que el Inconsciente está “estructurado
como un lenguaje”.

Jean-Claude Milner en El amor por la lengua establece que hay algo que ha
escapado a los estudios de la Lingüística: lo real. Pero para comprender a qué hace
referencia este autor es necesario primero recorrer las concepciones de la lengua de las
que el Psicoanálisis se ha servido.

La lengua para Ferdinand de Saussure

En su libro Curso de lingüística general (1916), Saussure define al lenguaje


como aquella capacidad humana universal para expresarse a través de signos. Tiene la
característica de ser heterogéneo y múltiple, ya que tiene cuatro aspectos que se dan al
mismo tiempo: físico, fisiológico, psíquico y social.

La lengua es definida como el aspecto psíquico del lenguaje, aquello que le


permite ser una totalidad. Es social y convencional. Es exterior al individuo y de
naturaleza homogénea, en tanto que es un sistema de signos en el que “sólo es esencial
la unión del sentido y de la imagen acústica” (Saussure, 1994, p. 42). La unidad de la
lengua se denomina “signo lingüístico” y es el concepto (significado) unido a la imagen
acústica (significante). Este último no tiene que ver con un sonido material, sino más
bien con la huella psíquica que se imprime de ese sonido.

El signo lingüístico es arbitrario, es decir, el lazo entre significado y


significante es puramente convencional. No hay una relación natural entre el significado
y el significante. El significante, por otra parte, es de carácter lineal y no puede
superponerse con otros dentro del sistema.

Definida de esta manera, la lengua para el estructuralismo es forma y no


sustancia, ya que tiene la característica de ser universal y el valor de los signos
lingüísticos está determinado por la relación de oposición que se establece entre ellos
dentro del sistema. En este sentido, los signos lingüísticos se definen negativamente por
su relación con los demás dentro del sistema de la lengua.

Según Milner, Saussure plantea la primacía del significado por sobre el


signifícante, el concepto por encima de la imagen acústica, separados ambos por una
barra y rodeados por una elipse, lo que da cuenta de su unidad. Lacan retoma el signo y
lo modifica planteando la primacía del significante y estableciendo que la unión entre
ambos, en realidad, es una resistencia, una barrera. El significante cobra una enorme
relevancia en la formulación lacaniana respecto del sujeto y del Inconsciente, ambos
estructurados a partir del lenguaje.

La lengua desde el modelo de Roman Jakobson

¿Qué ocurre en la teoría de la comunicación? El lingüista Roman Jakobson


(1960) plantea a la lengua como un sistema funcional producto de una actividad humana
cuya finalidad es la realización de la intención del sujeto a la hora de comunicarse. En
su teoría, aporta la idea de que el discurso dice muchas más cosas de las que parece
enunciar y que es a través del lenguaje que se logran establecer los lazos sociales y la
construcción de la realidad. En este marco, propone una variedad de funciones del
lenguaje según qué componente del sistema predomine.

Este modelo tiene como principales componentes a un emisor que transmite


un mensaje a un destinatario o receptor. Ese mensaje se establece dentro de un contexto
de referencia. Los integrantes de la comunicación deben compartir un código en común,
que posibilite la codificación y decodificación del mensaje transmitido a través de un
canal físico que permite establecer y mantener la comunicación. De acuerdo a la forma
en la que se asigna el mensaje, se establece el predominio de una o más funciones del
lenguaje.

La lengua desde el modelo de Catherine Kerbrat-Orecchioni


Un par de décadas después, Kerbrat-Orecchioni realiza ciertas críticas al
modelo de la comunicación propuesto por R. Jackobson. Kerbrat-Orecchioni plantea
que la comunicación no es lineal, el código no es homogéneo, existen diferencias.
Desde el modelo propuesto por Orecchioni podemos decir que la comunicación es
indeterminada, el mensaje no siempre llega al receptor de manera exitosa, tal como lo
preveía de manera optimista el modelo de Jackobson. Existe el mal entendido y frente a
esto nos encontramos con un modelo de la comunicación partido, lo que provoca que el
sentido del mensaje no sea unívoco. La autora hace hincapié en que es necesario tener
en cuenta las competencias lingüísticas, paralingüísticas, ideológicas y culturales de los
integrantes del modelo comunicacional, lo que nos permite destacar que no siempre se
comparte un código entre los sujetos hablantes y que la producción/interpretación es
indeterminada.

Es interesante la postura de esta autora ya que, a diferencia de Jackobson,


tiene en cuenta y hace hincapié en los traspiés del lenguaje, aquello que provoca los
malos entendidos y los fallos en la comunicación, cuestiones que también se toman en
consideración desde la perspectiva del Psicoanálisis.

La lengua desde Emile Benveniste

En Problemas de la lingüística general, Benveniste plantea que el ejercicio


del lenguaje, como instrumento intersubjetivo, confiere a un acto discursivo una doble
función: la de representar la realidad, que corresponde al locutor, y la de recrearla, que
corresponde al oyente. El lenguaje representa una condición exclusivamente humana
que es la de simbolizar. Define a la capacidad de simbolización como la facultad para
representar lo real por un “signo” y, a su vez, de comprender el signo que representa lo
real. Es decir, establece una relación de significación entre la cosa y el signo. Esta
capacidad humana permite la formación de un concepto como diferente de un objeto
material y esto es lo que constituye el pensamiento. “El pensamiento no es otra cosa
que este poder de construir representaciones de las cosas y operar sobre dichas
representaciones. Es por esencia simbólico” (Benveniste, 1997, p.29).

La formación de “conceptos” a partir de esta capacidad permite la


categorización de la realidad y está estrechamente ligada al lenguaje. Este último tiene
dos planos: por un lado, el del hecho físico que aprovecha el aparato vocal para poder
producirse y el auditivo para ser percibido; y, por otro lado, un plano inmaterial que
reemplaza los acontecimientos o experiencias por su evocación. El lenguaje, entonces,
desde la mirada de este autor, relaciona en el discurso aquellos signos distintos de sus
referentes materiales. Benveniste (1997) establece que el lenguaje “…Incluye esas
trasferencias analógicas de denominaciones llamadas metáforas, factor tan poderoso
del enriquecimiento conceptual. Encadena las proposiciones en el razonamiento y se
convierte en útil del pensamiento discursivo” (p.30).

Este autor no solo incorpora categorías de la Lingüística sino también del


Psicoanálisis. En el apartado “Observaciones sobre la función del lenguaje en el
descubrimiento freudiano” se pregunta acerca del lenguaje sobre el que los analistas
trabajan, y si es el mismo lenguaje que el común de la gente conoce.

El sujeto se construye a partir del universo del lenguaje, es lo que permite que
el sujeto se libere, se cree, alcance al otro y se haga reconocer por este. Pero el analista
trabaja sobre un plano particular del lenguaje, aquel que representa los desgarrones del
discurso, buscando a través del contenido de la palabra del sujeto, un nuevo discurso, el
que está más allá, el de la motivación que está estrechamente ligado al plano de lo
inconsciente, en donde permanece oculto. Recupera ese discurso proferido en el
análisis, pero presta su escucha a ese lenguaje que tiene sus propias reglas, diferentes y
similares a la vez con las reglas del lenguaje común, y que remite a estructuras
producidas del psiquismo.

La lengua desde Sigmund Freud

Si bien Sigmund Freud no estableció relaciones de su teoría con la


Lingüística, fue Lacan quien se encargó de leerlo “al pie de la letra” y establecer claras
relaciones entre los postulados freudianos y la lengua. Freud ha destacado la
importancia de la palabra en el psicoanálisis en repetidas ocasiones, palabras que
forman parte de la estructura de la lengua, signos, significantes.

En la introducción de la conferencia acerca de los actos fallidos, S. Freud


establece que “En el tratamiento analítico no ocurre otra cosa que un intercambio de
palabras entre el analizado y el médico. El paciente habla, cuenta sus vivencias
pasadas y sus impresiones presentes, se queja, confiesa sus deseos y sus mociones
afectivas” (1915, p. 14-15). La palabra entonces es esencial en la práctica
psicoanalítica, pero Freud insiste en que en todo sujeto hay una comunicación excluida,
que incluso “…hay cosas que uno no querría confesarse a sí mismo, que de buen grado
ocultaría ante sí mismo, y por eso las interrumpe pronto y las expulsa de su
pensamiento cuando, a pesar de todo, afloran” (Freud, 1925, p.176). Es decir, que en el
sujeto hay algo que se contrapone incluso ante “sí-mismo”. En este mismo sentido,
Lacan plantea una imposibilidad en la significación; es decir, no todo puede ser puesto
en palabras, hay algo que siempre escapa a la cadena significante con la que el sujeto se
constituye.

A partir de la teoría expuesta por Freud, concluimos que la palabra con la que
se trabaja en el análisis, no es cualquiera, sino una que va más allá del lenguaje hablado,
y es a ella a la que el analista apunta con su escucha.

La lengua desde Jean-Claude Milner

Existe en la lengua un “real” que, en parte, hace referencia a lo que Saussure


nos plantea respecto de lo arbitrario del signo lingüístico. Ese real en que la lingüística
se sostiene, está recorrido por fallas en donde Milner establece que “el deseo destella y
el goce se asienta” (Milner, 1980, p.11). Milner afirma que no existe una universalidad
en el discurso y que no todo puede ser puesto en palabras. Lo que escapa a la lingüística
es eso irreductible de lo real, que Lacan retoma para plantear los significantes y la
imposibilidad de que todo sea allí proferido.

Lengua como núcleo que soporta su unicidad y distinción, no concebida


como sustancia sino como forma invariante, definida en términos de relaciones. Sin
embargo, lo que plantea Milner es que siempre existe una dimensión de no identidad: el
equívoco, el doble sentido, el decir a medias y todo lo que se le relaciona. Saussure
estableció que la lengua es una forma y no una sustancia, pero Milner establece que “La
sustancia de la lengua, revelaría, finalmente, lo que es: lo no idéntico a sí mismo”
(Milner, 1980, p.20). Por ello existen los equívocos, que bien podrían expulsarse si nos
apoyamos en el hecho de que existen los estratos, pero que, sin embargo, lo real de ese
equivoco no deja nunca de cesar, de resistir y esos estratos se ven suspendidos. Es
necesario concebir que en los elementos de la lengua hay una posición límite, hay cierta
pérdida. “Siempre, dentro de la serie de los lugares homogéneos, se manifiestan
algunas irregularidades” (Milner, 1980, p.21).

Se concibe aquí la existencia del imposible en el lenguaje, sin embargo, hay


una demanda de cierta universalidad en la lengua. Por eso mismo, el autor considera que
el hecho de considerar a la lengua como una sustancia, no idéntica a ella misma, como
aquello que no forma una clase consistente ni pertenece a un mismo elemento, han sido
consideraciones descartadas, pero que no dejan de mostrar aquel real que insiste en la
lengua y que no se puede denegar por completo. La lengua es en sí misma una partición
tomada de la generalidad, es una reorganización de esa partición particular. La lengua
como un “no-todo”, ya que hay imposibilidad en ella misma, la verdad no puede ser
proferida en su totalidad, existe una falta estructural y es eso lo que hace al carácter no
representable de la lengua, el real.

“La lengua es, entonces, lo que de ella practica el inconsciente, prestándose


a todos los juegos imaginables para que la verdad, en el movimiento de las palabras,
hable” (Milner, 1980, p.24).
LA REPRESIÓN EN EL PROCESO ASOCIATIVO
Victoria Caligiuri

La asociación libre es la regla fundamental del psicoanálisis, esta técnica invita


al paciente a decir todo lo que se le ocurre sin importar lo insignificante, vergonzoso o
criticable que pueda parecerle. El sujeto avanza en su proceso asociativo hasta que este
se detiene, ni la intervención o insistencia del analista podrá reanudarlo. ¿Qué fue lo que
sucedió? Freud (1915) dice “el paciente pude devanar una serie de ocurrencias de esa
índole hasta que tropieza en su decurso con una formación de pensamiento en que el
vinculo con lo reprimido se hace sentir tan intensamente que se ve forzado a repetir su
intento de represión” (pp. 144-145).
En el escrito técnico de 1915 “La represión”, Freud reúne todo el saber teórico-
clínico sobre este mecanismo. Solo podemos hablar de represión si se hay una clara
separación entre localidades psíquicas, ya que la tarea esencial de la represión es
mantener alejado de la conciencia el material que ha sido rechazado. Es decir, mantener
en el inconsciente las representaciones intolerables para la conciencia. Este trabajo no
se da en un solo momento, Freud establece diferentes etapas.
Se supone una primera etapa, llamada represión primordial, en la que se le niega
el acceso a la conciencia a la agencia representante- representación de la pulsión. Esta
es una representación o un grupo de representaciones que han sido investidas
libidinalmente desde la pulsión a la que no se le permite el paso porque la satisfacción
pulsional provocaría mayor displacer que placer en el aparato. Esto establecerá una
fijación y la agencia representante – representación de la pulsión proliferará, se
desarrollará en el inconsciente. Esto nos lleva a la segunda etapa: la represión
propiamente dicha, la cual caerá sobre los retoños psíquicos de la agencia
primordialmente reprimida. Freud (1915) dice “la represión propiamente dicha es
entonces un << esfuerzo de dar casa>>” (p. 143) no sólo a los retoños sino también a
cualquier pensamiento que establezca un vinculo asociativo con lo primordialmente
reprimido. En está etapa cooperan en el trabajo de la represión dos fuerzas: la repulsión
de la conciencia que busca mantenerlo alejado de ella y la atracción que ejerce sobre
estos pensamientos lo que fue reprimido en una etapa anterior.
Si esto se da de esta forma ¿cómo es posible el trabajo analítico? Freud dice en
este mismo escrito técnico que la represión no mantiene alejado de la conciencia a todos
los retoños de lo reprimido primordialmente. Si los retoños se encuentran lo
suficientemente distanciado de esto o han sufrido desfiguraciones se les permite el
acceso la conciencia, convirtiéndose así en la punta del hilo que permite el trabajo
psicoanalítico.
En otro de sus escritos técnicos de 1915, Lo inconsciente, Freud establecerá la
diferencia entre la representación consciente y aquella que se mantiene reprimida en el
inconsciente. La representación-objeto consciente posee dos componentes: la
representación-cosa y la representación-palabra. Es decir, se presenta la imagen
mnémica de la cosa acompañada de la representación-palabra que le corresponde
mientras que el sistema Icc sólo contiene las investiduras cosas de los objetos. Será el
sistema preconsciente el encargado de sobreinvestir a estas con la representación-
palabra que le corresponde. Es este proceso lo que permitirá una organización psíquica
más alta y el pasaje del proceso primario al secundario. Es importante destacar que esto
no convierte automática a una representación en consciente, consideramos más
adecuado decir que serán representaciones susceptibles de conciencia. A partir de este
desarrollo, Freud afirma que el mecanismo de la represión actúa negándole la
traducción en palabras a la representación rechazada manteniéndola así en el
inconsciente. Esto provocará el cese de la asociación del paciente.
Antes de concluir este escrito sobre la represión en el proceso de la asociación
libre, consideramos interesante señalar el fenómeno que se da en el chiste. En este
intervienen una serie de técnicas que provocan alteraciones que permiten el paso a la
conciencia de una agencia representante que en otro momento seria rechazada. Estas
alteraciones hacen que lo que en otro momento podría ser displacentero provoque placer
y la represión quede cancelada de forma momentánea.
Estos conocimientos sobre el trabajo de la represión nos permiten una mayor
comprensión sobre el aparato psíquico. Sin embargo, es importante recordar que es
imposible determinar el grado exacto de desfiguración o distanciamiento respecto de lo
reprimido que han sufrido esos retoños que se presentan en la asociación libre ya que
“la represión trabaja … de manera en alto grado individual” (Freud, 1915, p. 145) sobre
cada uno de ellos.
HISTORIA DE LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS

Nora Barredo

Los babilonios de la Mesopotamia creían que los sueños positivos eran


enviados por los dioses mientras que los negativos eran enviados por los demonios. Los
asirios, por su parte, creían que eran presagios. Para los egipcios, en cambio, los sueños
se basaban en aspectos de la realidad que la conciencia no podía apreciar y establecían
tres clases de sueños: los oráculos que contenían mensajes de los dioses, los que
anunciaban un peligro o enfermedad, y, por último, los que tenían lugar durante
ceremonias. Para los negativos utilizaban conjuros preventivos.

Los griegos creían que las personas que aparecían en los sueños eran espíritus
que vivían cerca del mundo de los muertos. Sin embargo, Aristóteles creía que los
sueños que pronosticaban enfermedades podían estar causados por el reconocimiento
inconsciente por parte del soñante de los síntomas de una enfermedad. Además, sostenía
que la persona que tenía un sueño podía provocar, inconscientemente, que este sueño se
cumpliese.

En la antigua India le daban importancia a la interpretación de los sueños. Los


premonitorios se cumplían según el momento en que se soñaban: si tenían lugar poco
antes del alba se hacían realidad antes que otros soñados a primera hora de la noche.
Muchas tribus de indios norteamericanos, como los hurones, consideraban que los
sueños revelaban los deseos ocultos del alma. En este punto, nos acercamos al
pensamiento de Freud (Giménez, 2000).

Sigmund Freud sostenía que los sueños son la vía regia al Inconsciente. Y
explicaba que, en general, no podemos interpretar el sueño de otro si no quiere
revelarnos los pensamientos inconscientes que están tras el contenido onírico. Planteaba
como excepción los sueños típicos, como el de turbación por desnudez y el sueño de la
muerte de personas queridas. Según Freud, en la interpretación de estos sueños típicos
fallan las ocurrencias del soñante que en todos los otros casos nos encaminan a la
comprensión. Estos sueños estarían vinculados con cuestiones edípicas, con fantasías de
deseo infantiles. Los sueños de desnudez en público, que provocan una sensación
penosa, muestran el conflicto entre el deseo infantil de exhibición y la exigencia de la
censura. Y un chico puede soñar con la muerte de su padre/hermano porque representan
rivales (Freud, 1900).

Así como podríamos calificar de “universal” la competencia por el amor


materno (el amor de quien cumple la función materna), una lengua, en cuanto código de
signos, es también compartida universalmente por toda una comunidad, como sucede
con nuestro idioma castellano. Pero lo que nos dice un sueño haciendo uso de la lengua
es algo particular. Y quien sueña es quien tiene la asociación adecuada. Por lo tanto, si
interpretamos debemos enfrentar la dificultad del esclarecimiento caso por caso.
sabiendo que nunca es posible una comprensión plena. Por más cuidadosa que sea una
inferencia, deberá conjugarse con todo un estudio comparativo de operaciones
psíquicas. Los supuestos que extremos del análisis de un sueño deben aguardar hasta
que puedan acoplarse a otros resultados provenientes del mismo problema.

A estas dificultades se agrega el olvido de los sueños. Lo que recordamos y


sobre lo que ejercemos nuestras artes interpretativas está ya mutilado por la infidelidad
de nuestra memoria. El recuerdo no es solo lagunoso, sino que lo puede reflejar de
manera infiel. Pero tratamos como a un texto sagrado lo que, en opinión de otros
autores, sería una improvisación arbitraria. Si bien desfiguramos el sueño en el intento
de reproducirlo, reencontramos en esto la elaboración secundaria y ésta no es arbitraria.
Las alteraciones que experimenta la redacción en la vigilia mantienen enlace asociativo
con el contenido (Freud, 1900).

Por otra parte, Lacan decía que, si bien los casos se prestan a cierta
generalidad, el análisis es siempre una ciencia de lo particular. Su campo es la verdad
del sujeto, dimensión propia que ha de ser aislada en su originalidad. Y distinguía
diversas funciones de la palabra. Hay una oposición entre palabra vacía y plena. Esta
última es la que realiza la verdad del sujeto (Lacan, 1953/4).

El arte del analista debe ser el de suspender las certidumbres del sujeto. Y es el
discurso donde debe escandirse su resolución. Es una puntuación afortunada la que da
su sentido al discurso del sujeto (Lacan, 1949).

Lacan nos recuerda lo estipulado por Freud: al sueño hay que seguirlo al pie de
la letra. Lo cual se refiere a la instancia en el sueño de esa misma estructura literante o
fonemática, donde se articula y se analiza el significante en el discurso. Las imágenes
del sueño no han de retenerse sino por su valor significante. Los procedimientos sutiles
que el sueño muestra emplear para representar articulaciones lógicas, son objeto en
Freud de un estudio especial en el que se confirma una vez más que el trabajo del sueño
sigue las leyes del significante (Lacan, 1949).

En la obra de Freud podemos demarcar, según Carlos Kuri, dos lingüísticas no


explicitadas: la primera sería la clasificación más clásica de la representación-cosa y
representación-palabra, donde la conceptualización del signo se establece en una suerte
de completud. La segunda es la lingüística que se encuentra en textos como
Psicopatología de la vida cotidiana, o El chiste y su relación con lo inconciente,
descubriendo el perfil de otra inherencia del lenguaje en la obra de Freud. La instancia
que se establece es un descarrilarse de otro decir, del decir de la conciencia que
homologamos con el del signo. El inconsciente se delineará entonces en la superficie del
discurso. Y será la posibilidad de transgredir al código lo que definirá al inconsciente.
Hablar más allá de lo que el enunciado permite. Para oírlo, la herramienta necesaria será
la escucha psicoanalítica, que hace énfasis sobre lo discursivo. El ejemplo que da Kuri
es el caso de un sueño que consiste sólo en la imagen del techo del consultorio y que,
asociación mediante, puede puntuarse como un “te echo”. La única posibilidad de
acceder a la retórica del inconsciente es en el campo propio de la retórica del
inconsciente, el campo donde se pulveriza el signo y comienza el decir del significante.
(Ritvo y Kuri, 1979).
DE LA CONDENSACIÓN Y DESPLAZAMIENTO

A LA METÁFORA Y LA METONIMIA

Prof. Leandro Ares

El objetivo de la investigación es plantear el vínculo que Freud establece con la


palabra y su función “develadora” como elemento principal del cual se vale el
Psicoanálisis. Él afirma que las dos leyes fundamentales que se operan en el proceso
inconsciente son el desplazamiento y la condensación, por lo que empezaremos dando
una idea general de lo que esos conceptos suponen en la teoría psicoanalítica:

Desplazamiento: “Consiste en que el acento, el interés, la intensidad de una


representación puede desprenderse de ésta para pasar a otras representaciones
originalmente poco intensas, aunque ligadas a la primera por una cadena asociativa”.
(Laplanche & Pontalis, 1967).

Condensación: “Uno de los modos esenciales de funcionamiento de los procesos


inconscientes: una representación única representa por sí sola varias cadenas
asociativas, en la intersección de las cuales se encuentra. Desde el punto de vista
económico, se encuentra catectizada de energías que, unidas a estas diferentes
cadenas, se suman sobre ella” (Laplanche & Pontalis, 1967).

Por su parte, Lacan ubica la palabra dentro de la estructura del lenguaje y las
leyes que formule tendrán fundamentos lingüísticos. En este sentido, es que define dos
conceptos centrales.

Metonimia: es la conexión de dos palabras en un solo significante. Corresponde a la


fórmula “palabra a palabra”.

Metáfora: un significante substituye al otro tomando su lugar en la cadena significante.


Corresponde a la fórmula "una palabra por otra".

Freud ya había argumentado en La interpretación de los sueños (Freud, 1900) la


función que cumple el mecanismo de la condensación y el desplazamiento en la
construcción del sueño. Lacan recupera esto y, valiéndose de los elementos
proporcionados por la Lingüística estructural, lo introduce en el Lenguaje como
Metáfora y Metonimia, respectivamente. Con este movimiento genera una estructura
lógica anclada en el Lenguaje; que a su vez es planteado como estructura donde el
sentido se desplaza a través de la función de la palabra en análisis. Tomando este
camino iniciado por Freud, Lacan es quien define al inconsciente como un sistema de
significantes, en el cual el interés no gira alrededor de los mensajes, sino sobre la forma
como estos circulan. Es decir, circulan dentro de un conjunto en el cual cada persona
responde con una señal simbólica, y tomará un lugar determinado con relación a la señal
que se ha enunciado. Por lo tanto, la importancia no está cifrada en las cosas en sí
(desde una posición hegeliana), como tales, sino más bien en el lugar que ellas ocupan,
"... el nexo del significante al significado tiene mucha menos importancia que la
organización misma de los significantes entre sí" (Lacan, 2016).

Cuando Lacan plantea los términos de Metáfora y Metonimia distingue


claramente la preeminencia del segundo sobre el primero. Ya desde la enunciación que
hace en la presentación de los términos parece jugar con el orden de estos; en tanto que
el sentido deviene dentro de la cadena significante justamente por la forma en que cada
significante está ligado a otro significante. La metonimia entonces se alza como la
función que importa y que a futuro presentará la posibilidad de devenir en metáfora.
Existe un “orden primordial” del significante en el cual el sujeto como tal es mantenido
separado y ajeno a sus cualidades. El sujeto habita el lenguaje y hace uso de él, sin
detenerse en el sentido de lo que enuncia. Lo importante es la oposición entre dos clases
de vínculos que son ambos internos del significante. Primero el vínculo posicional como
fundamento de la relación que se denomina proposicional y que, en una determinada
lengua, instaura esa dimensión esencial que es el orden de las palabras. Para
comprenderlo basta recordar que decir “Juan pega a David no es equivalente a David
pega a Juan…” dirá Lacan. Este vínculo de oposición es esencial a la función del
lenguaje. Debe ser distinguido del vínculo de similitud, implícito en el funcionamiento
del lenguaje, que permite la posibilidad indefinida de la función de sustitución, la cual
solo es concebible sobre el fundamento de dicha relación posicional.

Lacan sostendrá que la metáfora solo puede producirse dentro de la cadena


significante e introduce a la metonimia como “…la sustitución de algo que se trata de
nombrar: estamos en efecto a nivel del nombre. Se nombra una cosa mediante otra que
es su continente, o una parte de ella, o que está en conexión con ella.” (Lacan, 1981).
Relaciona a la Metonimia con la articulación y la contigüidad que se inscribe en la
cadena significante. Afirma que el significante y el significado están siempre en una
relación dialéctica. Sin la estructuración del significante, ninguna transferencia de
sentido sería posible.

La metáfora, por otro lado, supone que una significación es el dato que domina y
desvía, rige, el uso del significante, de tal manera que todo tipo de conexión
preestablecida, a nivel léxico, quedaría desanudada. El uso de la lengua es plausible de
significación solo a partir del momento que una metáfora entra en uso. Veamos un
ejemplo: “cuarenta naipes han desplazado la vida. Pintados talismanes de cartón…”
(Borges, 2016); al proponer “…naipes…pintados talismanes de cartón…”, el lenguaje
se rebela en todas sus posibilidades de significación porque desprende al significante de
sus conexiones léxicas. Esta es la ambigüedad del significante y el significado. Sin la
estructura significante, es decir, sin la articulación predicativa, sin la distancia
mantenida entre el sujeto y sus atributos, no podría calificarse a los naipes como
talismanes de cartón. Existe una sintaxis, un orden primordial de significante, el sujeto
es separado de sus cualidades. El sujeto en la medida que posee la articulación, lo
discursivo —que no es simplemente la significación, sino alineamiento del
significante—, se diferencia del animal; donde esta articulación seria impensable. Esta
fase del simbolismo que se expresa en la metáfora supone la similitud, la cual se
manifiesta únicamente por la posición que ocupa. Los naipes pueden ser de cartón, pero
no por eso son un talismán. La categoría de talismán surge así como un atributo del
sujeto colocado en la cosa que expresa a su vez el sentido de su deseo. Esos 40 naipes
han desplazado la vida y al final son un simple talismán de cartón para hablar de su
mala suerte. ¿Y esta mala suerte es por la pérdida de la vida o por confiar su suerte en
un talismán que es de cartón? El sentido circula y se desplaza a lo largo de la cadena
significante. No le es propio en tanto relación arbitraria, sino que aparece como “algo”
subordinado al devenir del sujeto y al orden significante. Su dimensión de similitud es,
sin duda, lo más cautivante del uso significativo del lenguaje, que domina hasta tal
punto la aprehensión del juego del simbolismo que enmascara la existencia de la otra
dimensión, la sintáctica. Sin embargo, esta frase perdería todo sentido si mezcláramos el
orden de las palabras. En el lenguaje pleno, la metáfora es lo más llamativo, pero
también lo más problemático: “¿Cómo puede ser que el lenguaje tenga su eficacia
máxima cuando logra decir algo diciendo otra cosa?” dirá Lacan. Es, en efecto,
cautivante y se cree incluso alcanzar por esa vía el núcleo mismo del fenómeno del
lenguaje, a contracorriente de la noción ingenua.
La oposición de la metáfora y la metonimia es fundamental, ya que lo que Freud
originalmente colocó en un primer plano en los mecanismos de la neurosis, al igual que
en los fenómenos marginales de la vida normal o el sueño, no es ni la identificación ni
la dimensión metafórica. Todo lo contrario. De manera general, Freud las denomina
condensación y desplazamiento y Lacan las convertirá en metáfora y metonimia,
respectivamente. La estructuración, la existencia del conjunto del aparato significante
son determinantes para los fenómenos presentes en la neurosis, pues el significante es el
instrumento con el que se expresa el significado desaparecido. Por esta razón, al atraer
la atención sobre el significante, no hacemos más que volver al punto de partida del
descubrimiento freudiano. Lacan dirá que es en la estructura psicótica donde se
verifican esos juegos significantes que terminan ocupando por completo al sujeto. En
este caso, se trata de cierta relación al otro como faltante, deficiente. A partir de la
relación del sujeto con el significante y con el otro, con los diferentes pisos de la
alteridad, otro imaginario y Otro simbólico, podremos articular esa intrusión, esa
invasión psicológica del significante que se llama la psicosis.

En suma, una metáfora se sostiene ante todo mediante una articulación


posicional. El elemento sustituido puede demostrarse hasta en sus formas más
paradójicas. Lo importante para Lacan no es que la similitud esté sostenida por el
significado —todo el tiempo cometemos este error— sino que la transferencia de
significado solo es posible debido a la estructura misma del lenguaje por medio de la
estructura del significante.

Este es el núcleo del pensamiento freudiano. Freud parte del análisis del sueño,
sus mecanismos de condensación y desplazamiento, de figuración. Todos pertenecen al
orden de la articulación metonímica, y sobre esta base es que puede intervenir la
metáfora.

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