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Soy El Amo de Mi Propio Destino

El documento habla sobre el rey Nabucodonosor que se jactaba de sus logros y riquezas hasta que Dios lo humilló convirtiéndolo en un animal para que reconozca que Dios es el único que tiene poder y da gloria. También invita a reconocer a Dios como el proveedor de todo y evitar la arrogancia.

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Nelson Nelson
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Soy El Amo de Mi Propio Destino

El documento habla sobre el rey Nabucodonosor que se jactaba de sus logros y riquezas hasta que Dios lo humilló convirtiéndolo en un animal para que reconozca que Dios es el único que tiene poder y da gloria. También invita a reconocer a Dios como el proveedor de todo y evitar la arrogancia.

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«Soy el amo de mi propio destino».

Sea que alguna vez hayamos jugado o no a la lotería, muchos hemos soñado al menos con cómo
sería ganar el premio MAYOR. Es difícil no imaginar lo que podríamos hacer con tan inesperado
dinero ganado: la casa en que viviríamos, el auto que conduciríamos, y si somos un poco
piadosos, las causas que apoyaríamos.

Sin embargo, el dinero es solo una cosa que la mayoría de los hombres ansiamos. Otra es poder
y el poder resguarda al dinero.
El rey Nabucodonosor tenía ambas cosas. Era sumamente rico y el líder innegable del imperio
más grande del mundo. El libro de Daniel en el Antiguo Testamento revela el relato de este rey
paseando por el balcón de su palacio real en Babilonia. Con gran alboroto levantó la cabeza y la
voz.
¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y
para gloria de mi majestad? (Dn. 4:30).

Tú y yo tal vez no hablemos así porque no somos reyes de un gran imperio. No obstante,
podemos enfrentar el mismo tipo de tentación. Miramos el trabajo que hacemos, la riqueza que
hemos acumulado, la casa en que vivimos y vemos todo esto simplemente como el fruto de
nuestra labor, un monumento a nuestra propia grandeza.
El problema es que toda la riqueza y el poder pueden subírsenos fácilmente a la
cabeza, que es exactamente lo que le sucedió a Nabucodonosor.
Sin embargo, Dios nos ha asegurado que no compartirá su gloria con nadie. En este caso,
Dios se apresuró a hacérselo saber al rey. Son preocupantes, trágicas y poderosas estas
palabras para un rey arrogante de parte del Rey Creador que lo formó.
Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey
Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y con
las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete
tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el
reino de los hombres, y lo da a quien él quiere. En la misma hora se cumplió la palabra
sobre Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los
bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como
plumas de águila, y sus uñas como las de las aves (Dn. 4:31-33).

¿Puedes imaginarlo? Esta no es una caída común de la gracia. Nabucodonosor cayó de la


cúspide de la posición humana al estado de un animal común. Y por raro que parezca, esta no
fue solo una caída de la gracia, sino compasivamente una caída en la gracia. Dios no compartirá
su gloria, pero es su gloria la que nos lleva al arrepentimiento, que es justo donde fue a parar el
rey.
Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta;
y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es
eterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son
considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los
habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? (Dn. 4:34-
35).

Tú y yo no nos creamos a nosotros mismos. Tampoco nos hacemos lo que somos. La verdad es
esta: no tenemos nada que primeramente no se nos haya dado. Por esto es por lo que decimos
«gracias» cuando nos sentamos a comer. Estamos reconociendo que es Dios mismo quien pone
la mesa, quien nos provee nuestro pan diario. Es nuestro Padre celestial quien convierte en
nutrición las cosas muertas que consumimos. Nuestros tiempos están en sus manos. Él es el
Alfarero y nosotros el barro.
¿Qué hacemos entonces con esta verdad? En realidad, es fácil. Tomamos una posición de
gratitud y humildad. Tratamos todo lo que poseemos como regalos de nuestro Padre celestial.
Abrimos nuestras manos en una postura de generosidad y asombro. Guardamos nuestros
pensamientos y nuestra boca, evitando toda palabra pecaminosa y llenándola con alabanza y
acción de gracias a Dios.
No cometamos la equivocación del gran rey Nabucodonosor. Alabemos a Dios por todo lo que
nos ha dado. Reconozcamos su poder, su gloria y su misericordia, recordando que Él da gracia
al humilde y a veces humilla al altivo. Y eso es bueno.
LA VERDAD: El Maestro es el amo de nuestro destino. Someternos diariamente a Él
nos traerá gozo, propósito y verdaderas riquezas.
REFLEXIONA: ¿Cómo definirías la palabra «sumisión»? ¿En qué clase de situaciones es
buena idea la sumisión? ¿Cuándo te es difícil someterte?

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